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El amanecer del cristianismo

Jesús, habiendo pasado su vida como un artesano de Nazaret, en Palestina, en el actual


Israel, descendiente de la casa de David tanto por parte de su padre adoptivo, San José,
como por parte de su madre, Santa María, después de haber sido bautizado en el Jordán
por el profeta San Juan Bautista en el año 30 1, comienza a enseñar una doctrina nueva;
afirma ser la plenitud de la Revelación confiada por Dios a los patriarcas, reyes y profetas
del pueblo judío. Jesús viene para completar y acabar el pacto de la alianza establecida
entre Dios y los hombres; viene a restaurar la amistad divina, rota por el pecado original;
demuestra ser el Mesías, el Hijo de Dios (Dios Padre es su verdadero Padre, el Hijo es
consustancial con El) y Dios mismo, por sus milagros, sus profecías, sus parábolas, su
Resurrección, sus enseñanzas: todo ello recogido en los Evangelios, que son fuente del
conocimiento histórico de Cristo, limpio de todo error.

Da a conocer progresivamente su verdadera naturaleza divina y humana, con sencillez de


corazón y humildad, necesarios siempre para unirse a su Persona; sólo a sus Apóstoles –
doce hombres de condición modesta, escogidos y formados entre la masa de discípulos,
oyentes habituales del Maestro– se revela plenamente como “Cristo, el Hijo de Dios vivo”
(Mt 16, 13‐15); a éstos, futuros testigos ante el mundo, es a quien manifiesta la gloria de su
divinidad en la transfiguración del Monte Tabor (Lc 9, 28‐35). Los sacramentos que Él
instituye garantizan perpetuamente la vida divina al hombre que quiera convertirse
interiormente y colaborar en el plan de Dios sobre la Creación.

En abril del año 33 2, Cristo es crucificado por orden


del gobernador romano de Palestina, Poncio Pilato,
que cede a la presión de los judíos notables; para ellos
es imposible que un galileo humilde y sencillo sea el
Mesías, para ellos el mesías debe ser muy poderoso en
este mundo: debe imponer su fuerza, tampoco
comprenden que el monoteísmo del Antiguo
Testamento pueda conciliarse con una Trinidad de
Personas divinas como predica Jesús; el misterio de la
Eucaristía les parece tan descabellado como esa
interiorización de la religión que Jesús predica, y que
ellos conciben solamente como estricta observancia (externa) de la Ley de Moisés. Pero
Cristo resucita el tercer día después de su Pasión y de su Muerte; se aparece a sus

1 Tal como se admite ahora, habría un corrimiento de un par de años. En realidad Jesucristo habría nacido
un par de años antes de lo que calculó el monje Dionisio el Exiguo: como él ubicó el año del nacimiento de
Jesús como el inicio de la nueva era, al tener este corrimiento todo debería moverse; como no es práctico
mover todas las fechas, entonces se recurre a poner los años así: Jesucristo nació el ‐2 a. C., empezó a
predicar el 28 d. C. y fue crucificado y murió en el 30 d. C. Comento esto por si el lector encuentra estas
fechas en otros escritos y para que no le extrañe.
2 Ver nota anterior.
discípulos, y les dice: “Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a observar todo lo que os
he mandado” (Mt 28, 19‐20).

Jesús,

yo confío en ti
(en polaco: Jesu ufam tobie)

Aunque alguno podría tomar el versículo anterior como el inicio de la Iglesia, en realidad,
desde el principio, los discípulos –iluminados por el Espíritu Santo‐ sabían que la
crucifixión y muerte de Cristo en la Cruz es realmente el momento del nacimiento de la
Iglesia; ya el mismo Jesús lo había dicho: “Yo cuando sea levantado de la tierra todo lo
atraeré hacia Mí. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir” (hay que notar que el
mismo San Juan aclara enseguida que ese “ser levantado” de Jesús, se refería a su
crucifixión, cfr. Ioh 12,32‐33); por todo lo anterior, la Iglesia sabe que del costado del
nuevo y verdadero Adán, surgió la nueva Eva, la Iglesia; del costado abierto por la lanza
manan sangre y agua de la que proceden los Sacramentos que regeneran al mundo 3.
Como muestra de ello puede leerse lo siguiente tomado del n. 14 de la Exhortación
Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis (sobre la Eucaristía fuente y culmen de la
vida y de la misión de la Iglesia, del 22 de febrero de 2007) de S. S. Benedicto XVI donde se
habla de la Eucaristía (el sacrificio de Cristo en la Cruz) como el principio causal de la
Iglesia:

Por el Sacramento eucarístico Jesús incorpora a los fieles a su propia “hora”; de este modo
nos muestra la unión que ha querido establecer entre Él y nosotros, entre su persona y la
Iglesia. En efecto, Cristo mismo, en el sacrificio de la cruz, ha engendrado a la Iglesia como
su esposa y su cuerpo. Los Padres de la Iglesia han meditado mucho sobre la relación entre
el origen de Eva del costado de Adán mientras dormía (cfr. Gn 2,21‐23) y de la nueva Eva,

3 Hay recordar también las revelaciones a Santa Faustina Kowalska, ocurridas de 1931 a 1938 donde Jesús le
habla de la Divina Misericordia que es El mismo y le pide que se pinte una imagen –la que se ve en esta
página‐, además de pedirle que se recite la Corona de la Misericordia, una de cuyas oraciones dice: ¡Oh,
Sangre y Agua, que brotaste del Sacratísimo Corazón de Jesús como un raudal de gracias para nosotros, en Vos confío!

2
la Iglesia, del costado abierto de Cristo, sumido en el sueño de la muerte: del costado
traspasado, dice Juan, salió sangre y agua (cfr. Jn 19,34), símbolo de los sacramentos. El
contemplar “al que atravesaron” (Jn 19,37) nos lleva a considerar la unión causal entre el
sacrificio de Cristo, la Eucaristía y la Iglesia. En efecto, la Iglesia “vive de la Eucaristía”. Ya
que en ella se hace presente el sacrificio redentor de Cristo, se tiene que reconocer ante todo
que “hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia”. La
Eucaristía es Cristo que se nos entrega, edificándonos continuamente como su cuerpo. Por
tanto, en la sugestiva correlación entre la Eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia que
hace a su vez la Eucaristía, la primera afirmación expresa la causa primaria: la Iglesia puede
celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el
mismo Cristo se ha entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz. La posibilidad que
tiene la Iglesia de “hacer” la Eucaristía tiene su raíz en la donación que Cristo le ha hecho
de sí mismo. Descubrimos también aquí un aspecto elocuente de la fórmula de san Juan:
“Él nos ha amado primero” (1Jn 4,19). Así, también nosotros confesamos en cada
celebración la primacía del don de Cristo. En definitiva, el influjo causal de la Eucaristía en
el origen de la Iglesia revela la precedencia no sólo cronológica sino también ontológica del
habernos “amado primero”. Él es eternamente quien nos ama primero.

Cristo ha entregado a sus Apóstoles –para ellos y sus sucesores– sus propios poderes
espirituales, y siendo más preciso, es Cristo mismo quien obra a través de ellos. La
aplicación de su gracia a las almas por medio de la administración de los Sacramentos, y la
predicación; su misión en la tierra se apoyará sobre su ayuda invisible: “Estoy con
vosotros para siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Y asegura que ninguna fuerza
del mal, ni desde dentro ni desde fuera de la Iglesia, podrá acabar con la Iglesia (Mt 16,
18); está destinada a atraer y acoger a los hombres de todos los tiempos y de todos los
lugares, para incorporarlos a Cristo y unirlos a Dios. Espiritualmente, forma un solo
Cuerpo místico, que Cristo –su cabeza– alimenta; que el Espíritu Santo –su alma– dirige; y
que sus miembros –los bautizados– acrecientan.

El día de Pentecostés los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo, y comenzaron a predicar


en diversas lenguas. Ese mismo día, San Pedro predicó a muchos y se convirtieron cerca
de tres mil oyentes. Unos días después, con ocasión de la curación del cojo de nacimiento
(cfr. Hechos 3, 11), el mismo Apóstol habló de nuevo a la muchedumbre y a los creyentes
se sumaron otros cinco mil.

Los Apóstoles movidos por el Espíritu Santo se dispersaron para evangelizar el mundo
conocido. San Pedro se dirigió a Antioquía y de ahí pasó a Roma para establecerse
definitivamente en esa ciudad en el año 44. El mundo se llenó de cristianos en poco
tiempo. Pocos hombres, llenos de fe, hicieron de fermento en la gran masa del mundo.

El testimonio de Tertuliano escrito hacia el año 200 es elocuente: ʺSomos de ayer y hemos
llenado todo lo vuestro: ciudades, islas, campamentos, el palacio imperial, el senado, el
foro; sólo os hemos dejado los templos vacíosʺ.

3
La fe se extendió en lo que actualmente es Italia, Grecia, España, Francia, el norte de Africa
y Asia.

Los cristianos llevaban una vida que conmovía profundamente a los paganos. El mismo
Tertuliano dice que los gentiles admirados exclamaban refiriéndose a los cristianos:
ʺMirad cómo se aman, y cómo están prontos a morir los unos por los otrosʺ.

Los Hechos de los Apóstoles, narran cómo las primeras comunidades cristianas, constituidas
primero por judíos bautizados, y muy poco tiempo después también por paganos
convertidos, se consolidan en torno a los Apóstoles. A pesar de las incomprensiones y de
las persecuciones; los obispos y los presbíteros 4 los guían dentro de la misma fe; el siglo III
se resumirá esa fe en los artículos del “Credo”, para uso de los catecúmenos pero ya desde
el siglo I hay breves resúmenes de la misma. Los mismos Sacramentos, la misma oración,
intensa, la participación en común de los mismos bienes, una multiforme presencia
apostólica..., éstas son sus principales características.

4 Los “mayores” o “presbiteroi” y los “protectores, pastores o guardianes” o “episcopoi” en griego.

4
La expansión del Cristianismo

Territorios cristianizados hasta el Concilio de Nicea (año 325)

Desde el 110, después de J.C., se sabe por un historiador pagano –Tácito– que los
cristianos en Roma son ya una multitud. E incluso son más numerosos en la parte oriental
del inmenso imperio romano: en Palestina, Siria, Asia Menor, Grecia, Macedonia, Egipto.
En el mundo pagano, sacudido por el pulular constante de religiones politeístas o
esotéricas, por la brutalidad de las costumbres, el relajamiento moral, el extraordinario
desarrollo material y técnico de la vida cotidiana, esta nueva doctrina no tiene nada que
atraiga fácilmente: exige la conversión del corazón, el arrepentimiento de los pecados, el
espíritu de sacrificio... a cambio de una libertad puramente interior; empuja a amar no sólo
humana, sino sobrenaturalmente, a aceptar la pobreza, a creer en una serie de verdades
que están en consonancia con la razón pero por encima de ella. Los filósofos griegos y
romanos exaltan, por el contrario, el puro ejercicio de la inteligencia y la sola fuerza de la
voluntad para dominar sus pasiones y conseguir el equilibrio psicológico y moral de la
naturaleza humana.

Pero no son los pobres los únicos atraídos por la doctrina de Cristo; desde el siglo I,
algunos cristianos pertenecientes a la nobleza, oficiales del ejército, miembros de la corte
imperial irán hasta el martirio por ser fieles a esta doctrina.

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