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Sinopsis

Prólogo

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Epílogo

Próximamente

Agradecimientos

Sobre la Autora

Créditos
Uno... Dos... Tres... Cuatro...
Declaro la Guerra

Serah siempre creyó que el mundo a su alrededor era perfecto. Como Power, uno de
los ángeles guerreros, ella ha pasado su vida defendiendo a los inocentes del mal.
Luego de que la tragedia golpea, arrebatando a su hermano de su vida, se ha dado a la
tarea de detener el apocalipsis que se acerca antes de que sea demasiado tarde.

Sólo una cosa: ella tiene que aventurarse al infierno para hacerlo.

Lucifer, o Luce, como él prefiere que lo llamen, ha estado esperando el momento


oportuno en el infierno, anhelando la venganza contra quienes tan fácilmente lo
arrojaron al abismo. Cuando la belleza celestial aparece en su puerta, está tan
cautivado por su presencia como ella con él. La atracción entre ellos es palpable, y la
voluntad de Serah se desliza lentamente. ¿Cómo puede esta encantadora criatura, este
Arcángel con cicatrices, ser el que aniquilará el mundo que ella ama?

A medida que la guerra avanza, el mundo entrelazado en el caos, Serah comienza a


cuestionar todo lo que siempre supo. Cuando la luz y la oscuridad, calor y frío,
finalmente colisionan, tiene que hacer una elección, una elección que pone su mundo
en llamas, blanco y negro explotando en llamas de colores.

Serah tiene preguntas. Ella quiere respuestas.

Luce sólo quiere jugar un juego.


“Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal.”

Friedrich Nietzsche
Traducido por flochi

El aire frío se arrastraba a través del patio de la escuelita, sacudiendo los


columpios abandonados a ambos lados de Serah. Una vez, vibró con las risas alegres
de los niños, ahora, todo lo que se podía escuchar eran los sonidos de la desolación:
las cadenas de metal rechinando y chirriando a la vez que las hojas secas y de colores
marrones de los árboles giraban en el viento frenético, mezclándose con los sonidos
agudos y amenazadores que cubrían el ambiente, los siseos y estruendos que sólo ella
podía escuchar.

La piel en los brazos y piernas de Serah se erizó a la vez que temblaba, retirando el
cabello marrón de su rostro cuando voló a sus ojos. Su largo vestido de verano
ondeaba en el viento, ennegrecido con suciedad, oscureciendo el bonito color
melocotón que solía tener. Una vez arreglada y reluciente, había sido destrozada,
manchada con pecado y cubierta con el deshonor.

¿Cómo había llegado tan lejos? ¿Cómo había caído tan rápido, con tanta fuerza? La
respuesta a su pregunta apareció delante de su rostro.

Lo sintió antes de verlo, sintió su presencia como una brisa amarga. Él olía a fósforos
encendidos, fuego crepitante con un toque de menta. La electricidad en el aire se
intensificó, el cielo agitándose, un remolino de nubes rojas y negras bloqueando la
muy necesitada luz del sol. Una tormenta estaba acercándose con rapidez, y esa
tormenta tenía nombre.

—Lucifer.

Serah miró a través del patio de juegos cuando él apareció de la nada detrás de un
tobogán desgastado de metal. Aunque se encontraba a varios metros, supo que él la
había escuchado cuando susurró su nombre. Alto, sombrío, y apuesto, aunque era
abiertamente cliché, era de la única manera en que podía empezar a describirlo. Su
cabello corto y oscuro era un revoltijo de rizos gruesos, su camisa de mangas largas
exponiendo indicios de un pecho sólido. De hombros anchos y piel bronceada, Lucifer
parecía fornido pero aun así inofensivo, su media sonrisa con hoyuelos casi amistosa.
Con sólo una mirada, una calculada curva en sus labios, te invitaba a quedarte para
siempre. Y no se le podía negar a esta criatura carismática. Aunque tal vez no en el
Cielo, ciertamente él se encontraba en casa.

Pero sus ojos contaban otra historia, una muy diferente, más irascible y sangrienta,
sigilosamente disfrazada con encanto. Una vez de un azul tan brillante como una tarde
de verano, ahora ardían negros y rojos como el intenso cielo nocturno, un pequeño
vistazo del monstruo enconándose debajo de la bella piel.

—Detén esto —dijo ella, su voz un suave susurro—. Por favor.

El avanzó, acercándose. Serah se estremeció violentamente cuando el aire alrededor


de ella se hizo más glacial, como si él reclamara cada partícula de calidez para sí
mismo. El corazón de ella corría frenéticamente dentro de su pecho, con tanta rapidez
y fuerza que dolía, un taladro brutalizando su caja torácica. Pum, pum, pum. Era un
sensación que ella no había sentido hasta hace poco; no hasta él, no hasta esto.

—No puedo —susurró él.

—Tienes que hacerlo —insistió ella—. Ha ido demasiado lejos.

Se quedó allí de pie, estoico, imponente mientras la miraba. El cielo continuó


arremolinándose, esporádicas gotas enormes empezando a caer. Una salpicó su piel y
chisporroteó mientras se evaporaba en una nube de vapor.

El cielo estaba llorando lágrimas de ácido.

—Lucifer, van a…

Él la interrumpió.

—Lo sé.

—No puedes ganar.

—También sé eso.

—Entonces, ¿por qué? —le preguntó, rogando, pidiendo una respuesta que
entendiera—. ¿Por qué estás haciendo esto?
Él dudó, dando un paso más hacia ella, sus manos agarrando las cadenas de su
columpio. Inclinándose, presionó su febril frente con la de ella y la miró fijamente a los
ojos, buscando algo, mientras ella igualmente buscaba la verdad en los de él.

Luego de un momento, él soltó un profundo suspiro. Presionando sus labios en los de


ella, la besó suavemente, dulcemente, un gesto inocente para la criatura que llamaban
“El Diablo”.

—Tengo que intentarlo —murmuró—, por ti.


Traducido por Fanny, flochi & Jessy

Seis semanas atrás.


(O seis meses, o seis años… algunas veces, el tiempo es solo un parpadeo)

“Todos en círculo,

Con ramos en el bolsillo,

¡Cenizas! ¡Cenizas!

¡Nos caemos toditos!

Las dos niñas cayeron en el exuberante césped verde. La rubia de siete años,
Emily Ann Dryer, pateó su pie con alegría, mientras que su mejor amiga de cabelló
castaño, Nicki Marie Lauer, reía alegremente a su lado. Sus compañeros de clase,
corrían a su alrededor, jugando y gritando, disfrutando cada segundo que quedaba del
receso de medio día.

—¿No es esa sobre la peste? —preguntó Hannah, inclinando su rizada cabeza a un


lado mientras estudiaba a las niñas—. ¿La peste negra?

—Tal vez —respondió Serah, meciéndose de adelante hacia atrás en el columpio del
centro—. O tal vez es solo una canción de cuna.

—De cualquier manera, es absurda —dijo Hannah—. No tiene ningún sentido.

—Ese es el punto. —Serah observó como las chicas se ponían de pie, se agarraban de
las manos, y daban vueltas en círculos de nuevo—. Se supone que sea una tontería.

Hannah suspiró—. Nunca entenderé a los humanos.


Serah miró el columpio a su lado mientras que la atención de Hannah se alejaba de las
niñas. Miró al cielo sin nubes del atardecer, sus ojos se enfocaron directamente en el
sol. Su vestido rojo brillaba debajo de los fuertes rayos de sol, sus alas casi se podían
ver mientras brillaban, un escudo de brillantina dorada en el aire rodeándola.

Justo entonces, un niño pequeño pasó corriendo, Johnny Lee Smith de ocho años, y
agarró la larga cola de caballo de Nicki. Jaló duro, alejándola de su mejor amiga y
tirándola al suelo antes de salir corriendo.

Suspirando, Serah chasqueó sus dedos. Johnny patinó, deteniéndose, y se dio la vuelta,
pausando menos de un segundo antes de correr para ayudar a Nicki a que se pusiera
de pie.

—Lo siento —murmuró él—. No te enojes, ¿sí?

Las lágrimas de Nicki se secaban mientras asentía—. Está bien.

Son las cosas básicas, amor, respeto y compasión, lo que hacía una gran diferencia
algunas veces. El niño y la niña compartieron una sonrisa antes de separar sus
caminos de nuevo.

—Deberías ser santificada —dijo Hannah—. No podría lidiar con pequeñas criaturas
inconstantes todos los días.

—Hay peores cosas ahí afuera —le recordó Serah—. Además, los niños son los más
fáciles. Todavía tienen conciencia.

—¿Esa es la razón por la que querías este trabajo?

Las chicas se tomaron las manos de nuevo y regresaron a su juego como si nada
hubiera pasado. Criaturas resistentes, los niños. Serah había sido exaltada a tomar la
tarea de observarlos, una tarea que la mayoría de su especie no entendía o
apreciaba—. Me dan esperanza. Me recuerdan por qué todos hacemos lo que hacemos
todos los días.

—Podría decir lo mismo sobre el pasto o los árboles, pero no me ves ofreciéndome
para hacer trabajo de jardinería, ¿verdad?

Serah rió—. No veo que te ofrezcas para nada.

Una campana sonó en la distancia. Todos los niños se apresuraron al edificio,


corriendo, pasando frente a ellas, algunos incluso golpeando sus columpios. Ninguno
miró en su dirección o sospechando su presencia, ajenos a los perenes ángeles en el
patio del colegio.

Eran vistos solo cuando ellos querían ser vistos.

Mientras los niños se alineaban obedientemente para ir a sus aulas, algo se agitó en el
aire. El sol vibrante desapareció detrás de una repentina cubierta de densas nubes, el
cielo azul oscureciéndose en la sombra de medianoche.

—¿Tú estás haciendo eso? —preguntó Serah, mirando hacia arriba.

Hannah sacudió lentamente su cabeza—. No se supone que haya una tormenta hoy.

Saltaron en harmonía mientras un trueno rugía, rayos mortales destellaban a través


del cielo. Los niños chillaron, sorprendidos por el cambio de clima, antes de
apresurarse a entrar para evitar la lluvia que se avecinaba.

Electricidad crepitó a través de la piel de Serah, el cielo gritando lo que las palabras no
dirían.

Hoy, en algún lado por ahí afuera, un ángel había caído.

Las dos se teletransportaron al mismo tiempo que muchos otros, una vasta extensión
de tierra brillando sobre un plano diferente, muy alejado del alcance humano.
Susurros frenticos corrían a través del aire blanco puro mientras pasaban lista,
asegurándose de que todos sus amigos estuvieran ahí, Grace seguía intacta.

Hannah voló a través del grupo, tratando de obtener respuestas, mientras que Serah
se instaló en la periferia, sus ojos escaneando la multitud, buscando a sus hermanos y
hermanas. Era imposible llevar la cuenta de todos mientras miles y miles de su
especie descendían. Era raro que se reunieran así, solo en momentos de
inconmensurable desesperación.

Y la desesperación, en ese momento, era una grave subestimación.

Un ángel caído, para ellos, era la tragedia más grande. Se supone que eran
comprometidos, su fe inquebrantable, su fuerza sin igual, pero cuando uno de los
suyos caía de su pedestal proverbial, perdido a las trasgresiones terrenales, servía
como un recordatorio de que incluso los invencibles no eran inmunes a las
tentaciones del pecado.

Hannah reapareció. Serah la miró con los ojos muy abiertos. Pocas cosas las afectaba,
no sentían hambre, frío, dolor físico, pero ni siquiera los ángeles eran ajenos al miedo.
Fueron entrenados para sentirlo, para detectar las pistas más pequeñas de peligro que
los rodeara—. ¿Quién fue? ¿Quién cayó?

—No, uhh… todavía no lo sé.

Estirándose, Hannah agarró la mano de Serah y la apretó dándole confianza. Las dos
habían estado juntas desde el comienzo. Observaron juntas con asombro como Dios
creaba el universo, observaron en fascinación mientras Él creaba al hombre, y
observaron con dolor como esa creación persiguió a Su hijo.

Y juntas, observaron con horror como uno de su especie se ponía en contra de su


Padre, llevándose a muchos de su especie.

—Puedo sentir todas las Virtudes —dijo Hannah, relajándose visiblemente—. No fue
uno de nosotros que cayó. Estamos bien.

Serah se congeló, deseando sentir el mismo alivio. Algo dentro de ella se agitó, un
vacío expansivo, una conexión perdida. Fue como si una extremidad hubiera sido
cortada, una parte de ella arrancándose poco a poco.

Un jadeó escapó de su pecho mientras la conexión explotó brutalmente en su


cerebro—. Creo que es…

—Samuel.

El coro de susurros cesó mientras una fuerte y masculina voz interrumpió. Llegó a lo
largo y ancho, independiente y estoica, pero el sonido de la misma llevaba angustia
devastadora entre la multitud. Serah lo sintió más que nadie, confirmando su vacío.

Samuel. Oh, Samuel.

Lentamente, se volteó y quedó cara a cara con Miguel, sus enormes alas iridiscentes,
dos veces más grandes que la de todos los demás. La aparición de un Arcangel hizo
que la mayoría de los que estaban ahí desaparecieran en cuestión de segundos, pero
Serah no se movió. No podía. No todavía.

No podía ser Samuel. Tenía que ser un error.


Tenía que serlo.

La mirada de Miguel viajó en lo que quedaba de la multitud antes de instalarse


intensamente en ella. Simpatía brilló en sus ojos azules, su rostro bellamente
cincelado, agobiado—. Lo siento.

Si Serah hubiera sido capaz de llorar, lágrimas estuvieran cayendo en su rostro


ceniciento. Samuel, su hermano, su mejor amigo, había caído.

¿Pero por qué?

Aunque no lo había preguntado en voz alta, Miguel escuchó su pregunta.

—¿Por qué cualquiera de nosotros cae?

Pecado.

Más ángeles desaparecieron rápidamente, regresando a sus eternas tareas, mientras


que otros se materializaban. Los Dominion, con sus desaliñados trajes grises y
pequeñas alas que combinaban, en silenció repartieron órdenes a los ángeles que
quedaban. Serah solo se quedó ahí, muda, mirando a Miguel, esperando que algo se
derramara de sus labios para darle sentido a todo esto, pero él decidió permanecer en
silencio. Si él tuviera respuestas, si en verdad tuviera una explicación, no estaba
planeando decírsela.

—¿Podemos hablar un momento, Serah?

La monótona voz alejó los ojos de Serah de Miguel. Se volteó a un Dominion que
esperaba, su voz velada mientras respondía—. Por supuesto.

El agarre de Hannah se apretó por un breve momento antes de que la dejara ir con un
estallido de electricidad estática. Luego, una mano grande agarró el hombro de Serah,
pesada y fuerte, llevándola hacía abajo y levantándola al mismo tiempo. Era
reconfortante pero preocupante, acogedor pero temible. La presencia de un Arcángel
era poco común, el toque de uno prácticamente inexistente. Los ángeles que quedaban
desaparecieron en un agitado murmullo de chismes, dejando a Serah y Miguel solos
con el Dominion.

—Tienes una nueva tarea —declaró el Dominion—. Tu presencia es requerida en la


frontera entre lo justo y lo malvado, en el borde de la Tierra donde todo se hunde en
llamas.
Le tomó un momento a Serah entender las indicaciones—. Espera… ¿el frente de
batalla?

Él asintió, confirmando.

—Tiene que haber un error —dijo Serah—. Mi vocación es con los niños, no en esta
guerra.

—No hay errores —dijo el Dominion—. Eres un Poder. Esto lo que tu especie hace.
Proteger a los inocentes del mal, y no hay mayor amenaza que lo que existe ahí.

—¿Qué voy a hacer? —preguntó ella—. ¿Cuál es mi directriz?

—Tienes que reportarte a las puertas.

Lo miró boquiabierta—. ¿Las puertas?

—Vas a exigir un alto al fuego del líder de la revuelta. La lucha ha durado mucho
tiempo y sin descanso. Muchos han caído. Tienes hasta que la nieve caiga para
establecer la tregua.

—Lo haré —intervino Miguel—. Iré en vez de ella.

—No puedes —dijo el Dominion.

—Puedo y lo haré —respondió él—. Ella no tiene historia con él.

—Ese es el punto —dijo el Dominion—. Él no tiene nada con ella, no hay


resentimiento abrigado o rencor desde hace tiempo que se interponga en el camino.
Hay grandes oportunidades de cooperación si…

Risa amarga salió de Miguel—. ¿Cooperación? ¿Crees que él cooperará?

—Hay una posibilidad de que lo haga, si ella puede apelar a su naturaleza original.
Serah ha probado ser paciente y persistente en conectar con la conciencias de las
almas. Es su talento. Lo cultiva. Si tú vas, Miguel, el plan nunca funcionará.

—De cualquier manera no funcionará —declaró Miguel—. ¡Él no tiene conciencia a la


cual conectar! ¿No entiendes? ¡Hemos enviado a hombres allá abajo por décadas para
convencerlo de detener está cosa sin sentido, y nunca escucha! Así que yo voy a ir en
vez de ella, para evitarle el viaje sin sentido.
—No es tu trabajo.

—¿No es mi trabajo? —La ira agitó la voz de Miguel—. Cuando la batalla final llegue,
es mi deber enfrentarme a él, mío y sólo mío.

—Sí, soy consciente, pero no es el momento para eso todavía.

—Puedes supervisar a los otros ángeles, pero no me ordenas, Dominion. No me dictas


qué hacer. No me dices de qué es el momento.

—Aunque es cierto, Príncipe —se mofó el Dominion, el primer rastro de emoción que
Serah había escuchado provenir de uno de ellos—, no es nuestra orden.

Miguel dudó antes de murmurar:

—Es de Él.

—Sí, y difícilmente me referiría a la voluntad de Dios como inútil. Tiene razones


incluso si ninguna razón puede ser encontrada. —El Dominion volvió su atención a
Serah—. Es imperativo que te reportes de inmediato al umbral. Él estará anticipando
tu llegada.

Un sonoro crujido rebotó a través de la tierra cuando el último de los Dominion


desapareció. La mano de Miguel sobre el hombro de Serah se hizo más pesada,
pesando por la resignación.

—Ven conmigo —susurró él—. Pasaremos la noche juntos.

Serah reacia negó con la cabeza. Entumecimiento cubría su mente, retardando sus
reacciones. Estaba sorprendida. ¿Las Puertas? Nunca había escuchado de nadie que
haya ido, sólo escuchado historias de los horrores que existían allí.

—Lo escuchaste, Miguel. Tengo que reportarme.

—Mañana —insistió Miguel—. Nada cambiará durante la noche, Serah. De hecho,


nunca cambiará nada cuando se trata de él. No tiene caso apresurarse sólo para llegar
a ninguna parte. Además, probablemente puedas necesitar la energía extra.

No fue difícil convencerla. Serah se relajó contra Miguel, sus doradas, brillantes alas
envolviéndola. Su espalda alineada contra el pecho de él, soltó un profundo y sumiso
suspiro.
La guerra había estado gestándose desde el comienzo del tiempo. Una noche no haría
la diferencia, ¿cierto?

Miguel envolvió sus robustos brazos alrededor de ella mientras se inclinaba hacia
abajo, acariciándole el cuello.

—¿A dónde vamos?

Ella apretó sus antebrazos.

—Escoge tú.

Es un mito que el Cielo es un único lugar. No hay puertas nacaradas conduciendo a un


mullido santuario, ningún San Pedro monitoreando nombres y determinando si las
personas tienen permitido entrar. La salvación no es dirigida por un libro. No hay una
lista de Traviesos o Buenos, a lo Santa Claus.

No, el Cielo es una idea. El Cielo es el espacio donde un alma libre habita una vez que
ha sido expulsada de su cuerpo, la energía que una vez vivió dentro de una persona
restallando en su propia esquina de la atmósfera. Podría llamarse una ilusión, pura
imaginación, pero es más profundo que eso. Es un sueño magnífico en un bucle eterno.
Todavía existiendo, aunque técnicamente ya no sea así.

El Cielo es lo que lo haces, lo que quieres que sea. Una vida de obediencia te concede
una eternidad de libertad.

Miguel y Serah se materializaron en el medio de un campo abierto, el césped casi tan


alto como sus rodillas. Brillantes flores silvestres cubrían la aislada tierra: rojos,
naranjas, amarillos, púrpuras, y rosas, todos mezclados con el vibrante verde. Es el
Cielo de una mujer llamada Margaret Lou Jackson, que pasó los 48 años de su vida
profesional hacinada en un cubículo pequeño de una oficina. Ella siempre había
querido viajar y ver el mundo, disfrutar de la naturaleza y experimentar la paz
verdadera, pero nunca tuvo la oportunidad hasta que murió.

—Es tan hermoso este lugar —dijo Serah, dando unos pocos pasos en el campo, sus
pies desnudos hundiéndose en la suave tierra.

—No tan hermoso como tú. —Miguel arrancó una flor rosa del suelo y la giró entre sus
dedos—. Este es el tono en que me imagino que tu piel sería si te pudieras ruborizar.
Se aproximó, barriendo su largo cabello marrón de su hombro antes de meter la flor
detrás de su oreja, el pálido rosa brillaba junto a su piel sin color. Su gran mano
ahuecó su mejilla.

—Estás frunciendo el entrecejo. ¿Qué te preocupa?

—Simplemente no puedo creerlo —susurró—. Samuel lo es todo. Es un gran guerrero.

—Lo era —estuvo de acuerdo Miguel, acariciando con su pulgar suavemente sobre su
labio inferior—. No debes pensar en eso.

—¿Cómo no puedo? —preguntó—. No lo entiendo.

—No se supone que lo hagas —dijo Miguel.

—Pero…

Él la acercó, interrumpiendo su tren de pensamiento a la vez que intentaba aliviar su


carga por medio de su abrazo. Serah se acercó poniéndose de puntillas, envolviendo
sus brazos alrededor de su cuello. Sus labios se encontraron, su lengua explorando la
de ella mientras se besaban suavemente, con dulzura, sin prisas. Sus fuertes brazos se
envolvieron alrededor de ella, consolándola, mientras sus enormes alas lentamente
empezaron a plegarse. Miguel era vulnerable cuando tomaba su forma humana, no
más poderoso que el resto de ellos. Serah era uno de las pocas que rara vez lo veía tan
expuesto, despojado hasta el centro, su guardia completamente desmoronada.

Incluso así, con sus alas ocultas, su verdadera naturaleza oculta, Miguel seguía siendo
inhumanamente hermoso.

Todavía besándola, se quitó su impecable traje blanco, quedándose completamente


desnudo cuando finalmente se apartó de sus labios. Ella lo estudió, disfrutando de su
inmaculado cuerpo, sus perfectamente músculos formados y dilatada virilidad,
mientras ella dejaba caer al suelo su vestido, uniéndose a él.

Hicieron el amor en medio del campo, rodando sobre el césped, dos ángeles
fusionándose en uno. Fue sensual, una bola hormigueante de energía y luz
inagotables. Aquí, ocultos en el medio de la serenidad oscura de alguien, los dos
podían pedir prestado un momento a solas en un universo caótico.

La besó en el cuello, su lengua lamiendo su piel mientras se cernía sobre su cuerpo


retorciéndose, lentamente empujándose profundamente en ella. Trabajaron en
perfecta armonía, ella moviendo las caderas mientras él se conducía dentro,
llenándola completamente.

Este era su Cielo, tocando los nervios crudos enterrados profundamente dentro de
ellos. Muy pocos de ellos lo encontraban, muy pocos sabían que siquiera existía, pero
ellos habían sido afortunados de toparse con ello juntos. Lo que tenían era puro,
inmaculado, razón por la cual tenían permitido tenerlo.

Siguió y siguió, ninguno necesitando descansar, sólo terminando cuando su tiempo


juntos acabó. Horas habían pasado, un día fluyendo al siguiente en un abrir y cerrar de
ojos. Miguel detuvo sus movimientos, todavía sobre ella, dentro de ella, mientras la
miraba a sus profundos ojos marrones.

—Te amo, Serah.

Ella pasó su mano a través de su cabello rubio despeinado y sucio y puso un beso
casto sobre sus labios.

—También te amo, Miguel.

—Ten cuidado allá abajo —dijo—. Él puede ser astuto engañoso.

—Sé que puede. Y no te preocupes… estaré bien.

—Lo estarás —estuvo de acuerdo, apartándose para ponerse de pie. Chasqueó los
dedos, sus ropas regresando a su lugar y las alas expandiéndose con un repentino
zumbido, de hombre vulnerable a arcángel infalible en una fracción de segundo. La
miró desde lo alto mientras ella todavía yacía tendida en el suelo y sonrió—. Después
de todo, todavía tienes a Dios de tu lado.

A diferencia del Cielo, el Infierno es concreto. Se extiende unos dos mil novecientos
kilómetros debajo de tus pies, oculto entre el duro manto y el núcleo abrasador de la
tierra. El foso ardiente es literal, aunque es mucho más que eso. Se compone de cada
pesadilla jamás concebida, torturando a sus habitantes día tras día.

El Infierno sólo está reservado para aquellos verdaderamente irredimibles, aquellos


que son tan malvados que nada puede ser hecho salvo mantenerlos apartados
encerrados. Es una prisión de máxima seguridad para los trastornados. Sus almas, sus
energías, son demasiado peligrosas para tener permitido mezclarse con el resto, por
lo que han sido lanzados al lago de fuego, lejos de los inocentes.

Desatar lo que habita allí sería catastrófico, razón por la cual se encuentra guardado y
sellado. Sin embargo, eso igual sucede. Encuentran alguna manera de deslizarse a
través de las grietas, volviendo a aparecer en la tierra y causando estragos hasta que
son enviados de regreso. Sin embargo, por cada uno que es atrapado, otros dos
parecen lograr escapar. Es un interminable círculo sangriento de persecución que se
traduce en muertes todos los días.

Sólo hay una manera de llegar a Infierno. En lo profundo del bosque de Pennsylvania
en Hellum Township, no muy alejado del pequeño pueblo de Chorizon, hay una serie
de siete puertas que se deben atravesar. Muchos han intentado seguir el sendero,
escuchando las leyendas, pensando que es una broma, pero ningún mortal ha logrado
pasar más allá de la quinta puerta. Los sentimientos de desesperación y muerte, la
sensación amenazante del mal, son tan abrumadoras que ningún hombre se atreve a
seguir adelante.

Si lo hicieran, cuando alcanzaran la séptima, el Infierno se los tragaría enteros.

Serah se dirigió por el estrecho camino lleno de malezas, pasando sin contemplaciones
por las primeras cinco puertas. Llegó a una verja de hierro forjado antiguo
inclinándose al cielo y la atravesó, bajando por el camino de grava, directamente hacia
un enorme edificio de piedra. El exterior estaba quemado y cubierto con suciedad, la
cáscara de un asilo viejo y quemado. Las altas paredes y enormes columnas lo hacían
parecer un castillo largamente olvidado, abandonado por toda la realeza. El mal
irradiaba de él, pegándole a ella como ondas de choque, una tras otra, intentando
advertirle y obligarla a darse la vuelta.

Serah abrió la pesada puerta chirriante, encontrando nada más que difusa oscuridad
frente a ella. Entró, cruzando el umbral del edificio abandonado y atravesando la sexta
puerta.

El aire alrededor de ella cambió al instante.

La oscuridad se fue en un violento estallido de luz, tan inmenso que la derribó. Se


sintió como cayendo, con rapidez y con violencia, su estómago se alojó en su garganta,
hasta que abruptamente se detuvo, todo aclarándose.

Sobresaltada, se encontró parada frente al límite con el Infierno, con los pies
plantados en el duro sedimento mientras con su mirada exploraba el terreno por
primera vez. Nada viviente prosperaba aquí, nada que respirara o creciera, nada
florecía. La tierra estaba agrietada y abandonada, la sensación de inminente muerte se
aferraba a todo, doliente y miserable. Nubes oscuras cubrían el cielo infinito,
mezcladas con remolinos de ardientes rojos mientras rayos continuamente
destellaban, los relámpagos golpeando en la distancia, sus feroces retumbos vibrando
bajo sus pies. En la distancia, al final de un camino delgado como un lápiz, Serah pudo
distinguir vagamente una torre alta de piedra, un espeluznante castillo erigido por el
Rey del Infierno.

La puerta final era invisible, un enorme escudo encantado de energía y electricidad.


Serah pudo débilmente notarlo, chisporroteando y titilando, chasqueando y brillando,
mientras sombras oscuras se cernían por encima. Los segadores de almas protegían el
insufrible terreno, alimentándose de las almas viles del interior.

Tomando un respiro hondo y necesario, un hábito que había cogido en la tierra, Serah
se acercó sigilosamente, deteniéndose a unos pocos metros de la puerta. Del otro lado
todo estaba silencioso, pareciendo abandonado, nada más que tierras yermas y
montañas de roca envueltas en sombras.

¿El Infierno se suponía que fuera así… silencioso?

—¿Hola?

Un latido, luego dos, y tres pasaron. Nada salvo silencio.

—¿Hola? —volvió a llamar—. ¿Alguien aquí?

Serah se alisó el vestido y lo movió con nerviosismo, otro hábito humano sin sentido,
mientras esperaba a que algo, lo que sea, pasara.

Minutos pasaron, luego horas. Medio día se marchitó en un abrir y cerrar de ojos,
persistiendo la completa quietud. Físicamente, no sintió agotamiento, pero
mentalmente había tenido suficiente del lugar.

—Esto es increíble.

—Lo es.

La súbita voz alarmó a Serah. Un estallido de trueno rasgó a través de la tierra


mientras el brillante rayo destellaba, revelando una forma acechando en las sombras
desde el otro lado.
—La única pregunta —continuó él, dando un paso en la difusa luz—, es si te refieres a
eso de una buena o mala manera.

Unos ojos negros la atravesaron, su piel de la tonalidad de la inmundicia de la Tierra,


cubierta de cicatrices plateadas y marcas de vibrante negro. Sigilos habían sido
quemados en su carne como tatuajes, aparentemente todavía humeantes mientras un
vapor irradiaba de su piel. Las mangas de su camisa negra estaban arremangadas
hasta sus codos, exponiéndolos para ella. Los ojos de Serah se abrieron de par en par
mientras descifraba los símbolos.

Serpens. Malum. Diabolus. Inimicus.

Serpiente. Malo. Diablo. Enemigo.

Satán, lo supo inmediatamente, casi irreconocible de su forma una vez angelical.


Apareció como si hubiera caminado a través del fuego, con la ropa chamuscada y sus
pies descalzos quemados. Era rudo y robusto, con la voz ligeramente arenosa, como
papel de lija desgastado.

A pesar de su aspecto inquietante, parecía más humano de lo que había esperado que
fuera, un hecho que la ponía nerviosa. Él era fuerte como Miguel, oscuro donde su
Arcángel era luz, pero se comportaba como un hombre. Sus pasos tenían un ligero
contoneo, sin prisa y sin gracia.

Esta cosa, este hombre, ¿era el gran enemigo? ¿La mayor amenaza para ellos? ¿Para la
humanidad?

—Quiero decir, esto es absurdo —dijo ella vacilantemente—. No hay nada bueno con
respecto a este lugar. He estado parada aquí durante horas.

—Lo sé.

Ella lo miró boquiabierta—. ¿Lo sabes?

—Sí. He estado observándote.

—¿Has estado observándome?

—Sí. Y llegas tarde.

Ella se mofó—. ¿Llego tarde?


—Sí, llegas tarde. ¿Qué te pasa? Asumí que las alas significan que eras algún tipo de
ángel, no un maldito ruiseñor1.

Comenzó a contestar a su mofa infantil, pero él la detuvo antes de que pudiera hacerlo,
con su voz una octava más alta, forzó a sus palabras cuando se las espetó.

—Se supone que tenías que estar aquí anoche. Te esperaba anoche, pero me
mantuviste esperando. Así que era justo que, cuando tú finalmente decidiste que era
importante mostrar tu rostro, te mantuviera esperando el mismo tiempo.

—No me di cuenta que teníamos una cita —dijo a la defensiva ella. ¿Quién era él para
hablarle de esa manera?—. Estaba ocupada.

—Apuesto que lo estabas —él inhaló profundamente, inclinando la cabeza hacia atrás
mientras cerraba los ojos. Un coincidente vórtice de viento sopló por su lado,
removiendo la suciedad y la parte inferior de su vestido mientras le azotaba el cabello
en la cara. Lo apartó cuando el aire se calmó, reabriendo lentamente los ojos—.
Hueles como mi hermano. Su esencia esta por todas partes en ti. Apesta.

Sarah tartamudeó.

—Yo, uh… —¿podía olerlo?—. Mira, Satán…

—Detente —dijo él, el tono mordaz más fuerte en su voz—. Mi nombre no es Satán.

Ella vaciló. Esto no estaba yendo bien.

—¿Preferirías ser llamado el Príncipe de la Oscuridad?

—No, realmente preferiría mi nombre.

—Lucifer.

Un atisbo de una sonrisa pasó por sus labios—. Llámame Luce.

—Lucifer —dijo ella otra vez—. Solo vine aquí para pedirte…

—¿Para pedirme que detenga la pelea? ¿Para dar a la paz una oportunidad? —se rió
con amargura—. Sé porque viniste aquí, y puedes dar la vuelta e irte ahora. No tendré
a alguien entrando a mi territorio y faltándome el respeto, tratándome como si no
fuera nada, llamándome por esa asquerosa palabra como si fuera mi nombre. Quieres
1
Este tipo de ave imita las llamadas de otras aves, sonidos animales e incluso ruidos de máquinas.
hablar conmigo, ¿ángel? ¿Quieres tener esa conversación? Vuelve cuando no apestes
tan jodidamente tanto.

Tan precipitadamente como había emergido, se evaporizó, desapareciendo de nuevo


en la oscuridad, dejándola ahí sola. Caminó hacia atrás, pasando a través de la sexta
puerta, con la oscuridad rebasando su visión a medida que era absorbida por un
turbulento ciclón. Voló por los aires, aterrizando de regreso en sus pies justo en el
umbral del asilo abandonado.

Se estremeció. Espeluznante.

—¿Hiciste qué?

Un trueno sacudió bruscamente el cielo de la tarde. Serah se sobresaltó ante el ruido y


se tensó. Oh dios, no otra vez.

—Por favor dime que eso fuiste tú.

—Lo siento —murmuró Hannah—. No fue mi intención asustarte. Solo…estoy


sorprendida.

Serah suspiró mientras se retorcía casualmente y se balanceaba en el columpio de en


medio. El patio de la escuela estaba vació, los niños en casa por el fin de semana. Las
gotas de lluvia comenzaron a caer cuando las nubes emergieron directamente sobre
ellas, una consecuencia de la reacción abrupta de Hannah.

Hannah se desplomó en el columpio a su lado después de un momento.

—Entonces, ¿cómo era allá abajo?

—Surrealista —contesto ella—. He estado tratando de hacerme la idea desde que me


fui. Es extrañamente tranquilo. Muy desconcertante.

—¿Y lo viste? Como, ¿de verdad lo viste?

—Sí.

—¿Cómo era él?

¿Cómo era él?


—Exasperante.

—Wow —dijo Hannah—. Entonces, ¿vas a volver a bajar?

—Se supone —contesto ella—. Michael dice que no funcionará, pero tengo que
intentarlo.

—Por supuesto que no funcionará. ¿Se supone que debamos creer que él lo terminará
solo porque tú lo pediste? Sí, claro. No hay un solo hueso compasivo en su cuerpo.
Cada onza de él fue reclamada por el mal cuando cayó de la Gracia.

—El Dominion dijo que fue Su voluntad.

Hannah estuvo en silencio mientras asimilaba eso. Su voluntad, Su palabra, era todo.

—¿Desde cuándo negociamos con terroristas? Pensaba que estábamos a bordo con
ese tipo Ronald Reagan.

Serah esbozó una sonrisa.

—Estás unas cuantas décadas atrás en la política estadounidense.

—Huh. ¿Él ganó?

—Sí. Dos veces.

—Es bueno saberlo —dijo Hannah—. Sin embargo, no estoy segura que tú seas así de
exitosa.

Serah sonrió con tristeza. Probablemente ella tenía razón, por supuesto.

—Me pregunto qué pensaría Samuel sobre todo esto.

—Bueno, primero que todo, se quejaría de que él no estaba. Sabes que él amaba estar
al frente y al centro en esta guerra.

—Cierto.

—Luego se burlaría de ti sobre ello. Ya sabes, sobre ir al infierno. —Hannah bajó más
la voz, imitando el familiar y masculino tono—. Siempre supe que era el bueno,
hermanita.
Serah se echó a reír, a pesar de que la tristeza agobió su pecho. Que ganas tenía de
escuchar su voz de nuevo.

—Pero entonces, mientras estabas allí y nadie estaba prestando atención, él estaría
paseándose frenéticamente, probablemente aquí en este parque, esperando a que
regresaras, para asegurarse de que estuvieras bien. Él siempre se preocupaba por ti.

Serah frunció el ceño.

—Yo me preocupo por él ahora.

—No lo hagas —dijo Hannah—. Se ha ido.

—¿Se ha ido a dónde?

Hannah se encogió de hombros.

—No hacemos preguntas cuando ellos caen, Serah. Lo sabes. Solo decimos adiós y nos
alejamos.

El terreno estaba en silencio una vez más cuando Serah se acercó a la séptima puerta
unos días después. El peculiar tinte rojizo de la oscuridad otra vez envolvía el cielo
mientras los segadores se dispersaban por encima, supervisando. Nada había
cambiado desde su última visita, y se imaginó que nada nunca lo haría. El infierno
estaba tan estancado como la muerta en su interior.

Hizo una pausa a unos metros de distancia y suspiró. Antes de que pudiera gritar, una
ráfaga de viento se arremolinó a su alrededor. Sus alas se agitaron, resplandecientes,
cuando fue levantada un par de metros del suelo.

—Hueles como el sol.

Una vez de vuelta en tierra firme, Serah miró a través de la traslúcida barricada
mientras Lucifer se materializaba en el otro lado.

—¿Lo hago?

—Sí. Hueles como la primavera. Ahora, ese sí que es un olor que extraño. ¿El otro?
Puedo estar sin olerlo a él otra vez.
Se paseó más cerca, con los hombros relajados, sus manos metidas casualmente en los
bolsillos de sus pantalones negros. Parecía a gusto. Incluso su voz rezumbaba un poco
de alegría silenciosa, su actitud muy diferente a la de la criatura que había conocido el
primer día.

Tal vez había esperanza, después de todo. Tal vez tenía una oportunidad.

—Estoy aquí para pedirte que te detengas —dijo ella—. Ponerle fin a la lucha.

—Sé porque estás aquí —dijo él, con su mirada tan intensa que quemaba a través de
ella—. Eres mucho más bonita que la última que enviaron.

—Yo, uh… —fue tomada por sorpresa por el cumplido—. Si sabes porque estoy aquí…

—No quiero hablar de eso.

Lo quedo mirando con confusión—. ¿Qué más hay que hablar?

—Sobre ti, ángel. Hablemos de ti. Dime porque te tomó tanto tiempo regresar.

—Solo han sido un par de días. He estado ocupada.

—Hmmm, pero no ocupada con mi hermano esta vez —la comisura de sus labios se
curvaron en una sonrisa con hoyuelos—. ¿Cómo sucedió eso, de todos modos? Con
seguridad no eres un Arcángel, y sin duda no eres uno de los Serafines. Recuerdo cada
uno de ellos. Pero tú… no te recuerdo en absoluto. Basado en el hecho de que estás
aquí, diría que eres uno de los muchos ángeles guerreros. ¿Correcto?

Ella asintió lentamente.

—Entonces, ¿Cómo atrajiste la atención de Miguel? Sin ofender, pero tus poderes son
comunes, los soldaditos de Dios en la Gran Guerra contra…bueno…mí. ¿Cómo un
Arcángel siquiera se da cuenta de que existes?

—Solo porque tú no puedas ver más allá de ti mismo no significa que tu hermano sea
del mismo modo —contesto ella—. No todos son autoindulgentes como tú.

Él agarró dramáticamente su pecho—. Oh, ouch, estoy dolido. Por favor, retráctate.

Su burla la fastidiaba. Apretó los dientes, manteniendo su boca cerrada, negándose a


ser incitada por gente como él.
—No, en serio, dime —continuó—. Quiero saber cómo tus, uh, actividades
extracurriculares con el buen Miguelito te han descendido justo aquí abajo conmigo.
La última vez que lo comprobé, querida, la lujuria todavía era un pecado.

—No estoy aquí para hablar de Miguel.

—No me importa. No podría importarme menos que tarea te ha dado nuestro Padre
—escupió la palabra como si ofendiera a su lengua, su conducta tranquila
desvaneciéndose mientras la opresión tomaba su cuerpo, carne caliente
transformándose en piedra fría—. ¿Quieres hablar, ángel? Es a mi manera o de
ninguna manera.

—Mi nombre es Serah —dijo ella, levantando su voz a propósito para igualar la
suya—. Y no me darás órdenes, Satán.

Él retrocedió, deslizándose hacia las sombras como si hubiera sido golpeado.

—Es tiempo de que te vayas. No eres bienvenida aquí.

—Pero…

Un trueno estalló, y una vez más desapareció justo ante sus ojos. Se quedó mirando la
tierra estéril que él hace segundos había ocupado, frunciendo el ceño.

Él la había provocado, después de todo.


Traducido por flochi, MaEx, Fanny, magdys83, HeythereDelilah1007,
otravaga, Jadasa Youngblood & Shilo

El aire gélido siguió a Luce mientras caminaba por el Infierno, alimentando los
pozos de embravecido fuego a través de la tierra. A pesar de ser el centro de la tierra,
la abrasadora lava rodeándolos, la temperatura se hacía más fría mientras más
profundo en la fosa iba.

Gritos torturados rebotaron bruscamente en su cabeza, gemidos y gritos de dolor y


lujuria nublando su mente, dominantes y ominosos. El pecado lo rodeaba,
sofocándolo, encarcelándolo como una camisa de fuerza. Intentó apartar el ruido,
forzarlo a retroceder y enfocarse en otra cosa, pero el alboroto nunca se detenía,
nunca paraba. Entorpecía su conexión con el mundo fuera de las puertas, sofocando
todo lo demás a un ruido de fondo.

Blah, blah, maldito blah.

Este era su Infierno: el inexorable tormento que soportaba a solas. Anhelaba el


silencio pero era recompensado con el caos. En vez de luz y vitalidad, existía en la más
absoluta oscuridad. Su naturaleza de arcángel lo ayudaba a soportar todo con calma,
pero nunca era sencillo, incluso para quien el mundo veía como el enemigo.

Satán.

Había detestado el término la primera vez que lo había escuchado en el campo de


batalla hasta ahora, cuando había sido llamado así por esa pura y angelical voz.

Satán, el adversario malvado.

Satán. A la mierda eso.


Él se lo había buscado, ciertamente, pero eso no evitaba que culpara a los demás,
también.

A pesar del tumulto en su cabeza, dificultándole pensar con claridad la mitad del
tiempo, podía fácilmente recordar el momento que había cruzado esa línea final, el
momento en que se había condenado a este destino. La guerra había comenzado, la
chispa ya encendida cuando él había aparecido en el campo de batalla de Israel.

Miguel estaba allí, dirigiendo a los ángeles guerreros contra la sublevación.

—Detén esto, Luce.

—Sabes que no puedo.

—Es tu última oportunidad, hermano —advirtió Miguel—. Termina esto ahora mismo.

Luce negó con la cabeza.

—No.

Fue entonces cuando cambió, el aire moviéndose mientras la sangre de su extensa


familia salpicaba sus ropas, combinando con el rojo filtrándose en el cielo arriba, la
expresión de Miguel se endureció, cada gramo de amor y respeto derritiéndose hacia
el resentimiento.

Ya no eran más hermanos.

—Eres el mayor enemigo de la humanidad —dijo Miguel, la ira envenenando su fuerte


voz—. Estarás maldito por esto, Satán.

Satán.

Había sido maldecido, y mientras recorría los corredores del Infierno, adentrándose
profundamente en el agujero oscuro del interminable sufrimiento, la ira de ese día
permanecía dentro de él. Enconándose, erigiéndose y erigiéndose, acrecentándose y
acrecentándose, hasta que llegó a ser demasiado de soportar.

Rápidamente, entró a una jaula, aferrando un pesado látigo de cuero de látigo. Gruesas
paredes de piedra lo rodeaban, la siniestra oscuridad cubriendo el calabozo cerrado.
Ira en su forma más pura hervía bajo su piel, reprimida hostilidad royendo, rogando,
ser liberada.
El hombre encadenado a la pared dentro gritó, el sonido agudo resonando entre los
oídos zumbando de Luce. Sin pronunciar una sola palabra, golpeó salvajemente al
hombre, rasgándolo con el chasquido del látigo. Gruñidos feroces sacudieron la jaula,
vibrando en el pecho de Luce mientras el monstruo dentro de él mostraba su fea
cabeza, jubiloso por ser invitado a salir a jugar,

Nada ayudó a aliviar la tensión de Luce. Sus músculos estaban tensos, su cabeza
todavía latiendo cuando el hombre quedó sin fuerzas e inmóvil, su cuerpo destrozado.
Se repondría durante la noche, para de nuevo gritar a primeras horas de la mañana,
junto cuando la furia de Luce crecía nuevamente.

Era un círculo vicioso, uno imposible de romper. La misma mierda sin sentido. La
misma brutalidad sangrienta. Una y otra vez. Sin aplazamiento.

Frustrado, Luce se desvaneció de la habitación y se materializó dentro de otra. Esta


era más silenciosa, iluminada por la luz de velas, reminiscencia de un antro victoriano
de finales de siglo. Una mujer saltó sorprendida en el momento en que apareció, sus
ojos negros como la brea mirándolo fijamente, asombrados.

—Mi señor.

Los demonios eran lo más cercano que tenía a aliados, pero incluso él desdeñaba tales
criaturas engañosas. Ellos lo adoraban, sin embargo, otra parte de su Infierno. Dado
que había sido castigado por su orgullo, era una especie de broma retorcida y
enfermiza.

¿Quieres ser Dios? Ve a regir el Infierno, niño.

Su Padre ciertamente tenía sentido del humor.

Los demonios eran producto de incontables años de tortura. Una persona podía sufrir
poco antes de que algo irrevocablemente lo quiebre, infectándolos con letal malicia
una vez que alcanzaban ese punto de quiebre. Cada gramo de humanidad de
desintegra, dejando nada más que almas oscuras y mortales.

—De rodillas —ordenó, desabrochándose los pantalones, necesitando alguna clase de


liberación, necesitando desahogare para disminuir la presión.

Ella obedientemente se adelantó un paso y cayó de rodillas frente a él, llevándolo


impaciente a su boca. Succionó vigorosamente, profundamente en su garganta cada
centímetro de su carne. El inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, saboreando las
sensaciones que pulularon por su cuerpo.

La lujuria era su pecado favorito, sin ninguna duda.

Al día siguiente, Serah se saltó su aventura habitual a Chorizon y se encontró


acercándose al límite primero, su cabeza en alto y con convicción en sus pasos. La
breve conversación que había mantenido ayer se reproducía en su mente, su
intercambio sin sentido, pero para conseguir lo que necesitaba de él: una tregua, una
concesión, reconocía que tendría que jugar su estúpido juego.

Estaba arraigado dentro de ella, en cierto sentido, una parte de sus instintos como un
Poder. Había sido creada para combatir criaturas como él, para erradicar el vil veneno
filtrándose en el universo, y de acuerdo al Dominion, era su destino hacerse cargo de
Satán. Sin importar cuánto él empujara e incitara, cuánto incitara y provocara, ella
necesitaría conservar la ventaja si quería ganar.

Y mientras más pronto ganara, más pronto podría despedirse de este miserable
infierno para siempre.

—Ningún aire de primavera hoy.

Apareció frente a ella tan abruptamente que la sobresaltó. Hasta ahí llegaba su
ventaja. Su confianza vaciló un segundo.

—¿Ningún?

—Hueles a polvo. Sin ofender, pero prefiero la luz del sol sobre ti.

Ella lo miró con curiosidad mientras él se erguía allí, nuevamente con las manos en los
bolsillos, esperando expectantemente.

—¿Es así como sabes que estoy viniendo? ¿Puedes olerme?

Esbozó una sonrisa.

—No.
—Entonces, ¿cómo?

Él se dio un golpecito en la sien con su dedo índice.

—Todavía estoy conectado a la red.

Los ojos de ella se agrandaron con confusión.

—¿Nos escuchas?

—No tan fuerte como antes, pero todavía puedo escuchar a la mayoría de ustedes. El
volumen simplemente se ha vuelto más bajo estos días.

—¿Cómo es posible?

Hizo un encogimiento leva, casual de hombros.

—Sólo porque me hayan exiliado no cambia lo que soy en el centro.

—Pero…

—Pero, ¿qué? ¿Pensaste que perdí todo cuando caí?

—Bueno, sí. No te ves como uno de nosotros ya.

Soltó una carcajada, el sonido bullicioso y alegre sorprendiéndola tanto que retrocedió
un paso.

—Ves lo que quiero que veas, no más, no menos. No tengo mucho uso para las alas
aquí abajo. No tiene sentido desplegarlas si no voy a usarlas, si sabes a lo que me
refiero.

—Pero ¿las tienes? —preguntó con curiosidad—. ¿Todavía tienes tus alas?

Él levantó una ceja mientras inclinaba la cabeza ligeramente, estudiándola. Minutos de


tenso silencio pasaron. Serah consiguió permanecer en silencio junto a él, pero no
puedo evitar moverse nerviosa bajo su mirada.

Todo cambió inesperadamente con el crujido de un trueno. El terreno tembló con


violencia, grietas formándose como si la tierra estuviera siendo rasgada por un
terremoto. Instintivamente, Serah miró sus temblorosos pies antes de volver a mirar
la puerta. Un fuerte jadeo rasgó su pecho inmediatamente se retiró, la visión de él
asustándola.
Enormes alas negras estallaron de su espalda, mezclándose parcialmente con su
entorno como amenazadoras sombras. Solo cuando el rayo golpeó ella vio cuán
extensas eran de verdad. Las alas más grandes que jamás haya visto destellaron frente
a sus ojos, brillando en la luz antes de ser tragadas nuevamente por la oscuridad. Su
afilados rasgos de alguna manera fueron más agudos, inhumanamente hermoso
aunque terriblemente sombrío. El rojo que se arremolinaba en sus ojos negros,
combinando con el cielo de arriba.

Serah cerró los ojos a la vez que apartaba la vista de él, robando un momento para
calmarse.

Ella lo había visto una vez antes, hace años cuando él había sido el ángel de ojos azules
de allá arriba. Como el favorito de Dios, había pasado la mayor parte de su tiempo
cerca del trono, un lugar que para aquellos como Serah no tenían permitido ir. Pocas
veces se aparecía ante nadie, más pocos aún sabían cómo se veía hasta su notoria
caída. Serah había estado allí con su hermano Samuel cuando estalló la batalla por
primera vez en el campo, no muy diferente a las que Miguel solía llevarla. Lucifer se
había materializado en el medio de la batalla, justo frente a su hermano.

Samuel la había agarrado de manera protectora y sacándola de allí en cuestión de


segundos, protegiéndola de la brutalidad de la lucha que se aproximaba. Lucifer había
sido lanzado al Infierno al caer la noche, y Miguel había tomado su lugar como
Príncipe antes de que el sol se hubiera alzado en esa parte de la tierra al día siguiente.
Aunque la batalla terminó rápidamente, la guerra seguía librándose, la lucha entre el
bien y el mal perdurando por milenios.

Serah volvió a abrir los ojos y volvió a mirarlo, la tensión desvaneciéndose de su


cuerpo cuando vio la simple figura humana de pie allí, la cabeza todavía ladeada a un
costado, la ceja todavía levantada.

—Supongo que eso responde mi pregunta —murmuró ella.

Él volvió a reír, más suave esta vez, más sutil.

—Supongo que sí.

—Sin embargo, no lo entiendo. Otros perdieron sus alas.

—Fueron despojados de su inmortalidad —dijo—. Es la razón por que todos ellos


sangran cuando caen.
Serah parpadeó con rapidez mientras procesaba eso.

—¿Se vuelven humanos?

—En cierto sentido, sí, pero fui lanzado aquí en esta forma. Estoy maldecido a
recordar, cuando todos los demás llegan a olvidar.

—¿Es por eso qué está haciendo esto? ¿Por qué sigues luchando después de todo este
tiempo?

Se encogió de hombros casualmente otra vez, pero no ofreció ninguna respuesta real a
la vez que se daba la vuelta alejándose.

—Tengo cosas que hacer.

—¡Espera!

Se había ido antes de que la palabra escapara completamente de sus labios.

—¿Alguna vez quieres ayudar a las personas?

El ceño de Samuel se arrugó con perplejidad ante la pregunta mientras miraba a


través de la mesa a su hermana.

—¿No es lo que hago todos los días?

—Sí, pero eso no es a lo que me refiero. Haces tu trabajo, pero ¿alguna vez quieres
simplemente, ya sabes… hacer más?

—No sé qué más puedo hacer, Ser.

Suspirando, Serah miró en torno al concurrido comedor. El sol acababa de alzarse en


el exterior, y el lugar ya estaba lleno de clientes. Una campana en el mostrador repicó
repetidamente mientras el cocinero gritaba:

—¡Orden!
Las camareras en faldas a rayas y blusas se patinaban alrededor, tomando pedido y
ayudando a los comensales, mientras el infeccioso sonido de alguna canción doo wop2
se reproducía en una rockola cercana.

Los ojos de Serah cayeron sobre una mujer de mediana edad esperando junto a la
registradora. Usaba una falda gris y una chaqueta, su cabello rubio retirado en un
moño apretado.

—Tómala a ella por ejemplo —dijo Serah, moviéndose hacia la mujer—. Es su primer
día en un nuevo trabajo, un trabajo de oficina como secretaria, y se ha rasgado las
medias. Es una lucha ya difícil en el mercado laboral para las mujeres
estadounidenses. Nadie va a tomarla en serio así.

—¿En serio, Ser? Estás sonando como este movimiento feminista. ¿No quieres
conseguir la igualdad en la remuneración ya que estamos en ello?

—Bueno… sí. —Serah suspiró en tanto su hermano se reía—. Es 1960. Tendrían que
aceptarlo con los tiempos que corren.

—Estoy de acuerdo —dijo—. Para eso es que sirven los Guardianes, sin embargo. Ellos
controlan a los humano, no nosotros.

—Sí, pero ¿por qué no podemos? —Cuando la mujer pasó a su lado, dirigiéndose a la
puerta con su café, Serah extendió la mano y tocó su pierna, instantáneamente
remendando las medias—. Acabo de darle un buen comienzo.

Samuel arqueó una ceja.

—¿Por qué te importa tanto?

—¿Por qué a ti no?

—Touché. —Samuel se relajó en el asiento, su mirada pasando de un hombre sentado


a solas en el fondo, con la nariz enterrada en un periódico del día—. Supongo que
estoy más preocupado por los gustos de él que si una mujer tiene o no un día
agradable en el trabajo.

2El doo wop (conocido en español con el nombre onomatopéyico du duá)1 es un estilo vocal de música
nacido de la unión de los géneros rhythm and blues y góspel.2
Serah pudo sentir la presencia maliciosa girando profundamente dentro del hombre.
Samuel lo había estado acechando desde la noche anterior, esperando el momento
perfecto para erradicar al demonio albergado sin causar una escena.

—Adoro eso de ti, hermanita —continuó Samuel—. Planeas por encima y más allá,
mientras que yo sólo salto directo en las trincheras. Y supongo que si yo fuera
humano, agradecería que haya alguien como tú allá afuera que se preocupa. Ya sabes…
en caso de que tenga un agujero en mis pantalones.

Entonces, el hombre al otro lado de la cafetería se levantó, agarrando su periódico


mientras salió caminando. Samuel le siguió al instante. Curiosa, Serah se unió a su
hermano mientras ellos le siguieron a través de la ciudad, pasando horas observando,
esperando pacientemente. Cuando el hombre, finalmente, estaba solo en un patio
trasero, aislado, todavía indemne, Samuel se abalanzó.

El demonio sintió el inminente ataque una fracción de segundo antes de que


sucediera. Reaccionó, teniendo un control total, los cansados ojos verdes del hombre
parpadeando a tonos negros. Un gruñido rebotó por el patio mientras la criatura se
defendió, una larga pelea siguió antes de que Samuel fuera capaz de poner su palma
de la mano contra el pecho del hombre, sobre su silenciado corazón, presa de la
maldita bestia.

—Exorcizo te, omnis immunde spiritus…

El hombre convulsionó y cayó al suelo mientras Samuel relataba el hechizo de


exorcismo, la hierba alrededor de su cuerpo marchitándose hasta alcanzar un color
crujiente mientras la vida se expulsaba de él, el demonio siendo forzado
violentamente, condenado de nuevo a su jaula. Samuel se puso sobre el hombre hasta
que detectó un latido constante, entonces se dio la vuelta y se alejó.

El hombre estaría inconsciente durante unos minutos. Cuando se despertara, él no


tendría ningún recuerdo del evento. Era un regalo con el que los humanos habían sido
bendecidos, la habilidad de olvidar, y Samuel tomó plena ventaja de eso.

Otros no eran tan amables. Era tan fácil destruir al demonio con la hoja de un cuchillo
mágico hundido en el pecho del humano como lo era desterrarlos con un hechizo.

Sólo que el cuchillo lo hacía mucho, mucho más rápido.


El humo se elevaba de las altas chimeneas, infiltrándose en el cielo sin nubes y
ensuciando el azul con rizos de color gris ceniciento. Cientos de latidos palpitaban
armoniosamente dentro de la antigua fábrica mientras los trabajadores terminaban
sus turnos de la mañana, ajenos a Serah merodeando fuera.

Ella no había estado allí mucho tiempo cuando el aire detrás de ella graznó y unos
fuertes brazos se envolvieron inmediatamente alrededor de su pequeña cintura. Una
sonrisa tiró de sus labios mientras descansaba en silencio contra Miguel, buscando
consuelo en su abrazo.

Había sido una larga semana, por decir lo menos.

—Siempre sé que si me cuesta detectarte, es porque estás aquí abajo mezclándote con
estos mortales.

—Es tranquilo aquí —dijo—. Las personas trabajan fuerte y aman mucho más fuerte.
Parece tan... simple. Vivir una existencia tan pasiva.

Justo en ese momento, un fuerte silbido rugió cuando la puerta de la fábrica se abrió
de golpe. La gente entró volcándose, riéndose y charlando, rezumando alegría. Habían
estado trabajando durante doce largas horas, sin embargo la mayoría de ellos todavía
estaban llenos de energía mientras se dirigían a casa por la noche.

El padre de Nicki Lauer, Nicholas, se dirigió afuera, entrecerrando los ojos


dolorosamente mientras el último rayo de sol le atacó en la cara. Se llevó la mano y se
frotó la sien mientras un suspiro exasperado se vertió de sus labios.

—¿Estás bien, hombre? —preguntó su amigo, dándole una palmada en el hombro—.


Has estado tranquilo hoy.

—Sí, sólo un dolor de cabeza. Se pone cada vez peor.

—Tal vez deberías ir a ver al médico.

Se burló—. ¿Con nuestro seguro?

—Te entiendo —dijo el tipo—. Bueno, ¿quieres que te lleve?

—Sí, claro. —Los dos hombres caminaban directo hacia ellos, tan cerca que Serah se
estiró y tocó al padre de Nicki mientras pasaba. Pasó sus dedos suavemente sobre la
frente de él, aliviando al instante su agonía. Sus pasos se detuvieron mientras
parpadeaba rápidamente—. En realidad, me siento mejor, así que creo que voy a
caminar. Gracias, sin embargo.

—Aneurisma cerebral —pensó Miguel, mirando a los hombres mientras se iban por
caminos separados—. ¿Hay alguna razón por la que acabas de salvar la vida de ese
hombre en particular?

—Es uno de los buenos. Podemos utilizar todo lo que podemos obtener de nuestra
parte.

Miguel besó la parte superior de la cabeza de Serah mientras tiraba de ella con fuerza
contra él, su cuerpo fundiéndose con el suyo. Permanecieron tranquilos, su mirada
pasando al desvanecimiento de las nubes de humo una vez que las personas se habían
ido por el día.

—¿Qué estás pensando? —preguntó al cabo de un momento—. Tu mente está


bloqueada para mí aquí.

—Estoy pensando en Samuel —dijo ella—. Preguntándome qué pasó con él.

—No importa.

Su ceño se frunció—. ¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que él cayó, Serah —dijo—. Donde terminó no hace ni un poco de
diferencia. Perdió su Gracia. Se ha ido de nosotros para siempre.

—Pero él es mi hermano.

—No más.

Su sonrisa murió ante sus palabras.

—Vamos —dijo él—. Salgamos y olvidémonos de las cosas por un tiempo. Los dos, sin
duda, nos lo hemos ganado durante esta semana.

Sus palabras le recordaron a otras de inmediato: Estoy condenado a recordar, cuando


todo el mundo consigue olvidar.

—Me gustaría eso —dijo—. El olvido sería bueno.


Los dos aparecieron en el campo de flores silvestres y se perdieron a sí mismos en el
abrazo carnal. Sutil pasión hirviendo a fuego lento mientras Miguel se deslizaba
lentamente dentro y fuera de ella, dándole cada pedacito de sí mismo que podía.
Continuamente se contenía, toda la fuerza de su poder, algo que ella nunca había
presenciado, y mucho menos experimentado. Se contuvo, haciéndolos a los dos
iguales, muy lejos del imponente Arcángel que ella sabía que él realmente podría ser.

El imponente Arcángel que estaba destinado a ser.

Ella exploró su esculpida espalda, sólo sintiendo ligeramente los nudos de sus alas
escondidas sobre sus omóplatos. Sus manos recorrieron sus cabellos claros y rodó el
pelo alrededor de su cuello mientras sus labios se encontraron en dulces, besos
sensuales.

Serah gimió cuando él susurró su nombre, conectándose a ella, agarrándola


fuertemente, como una corriente zumbando a través de su piel expuesta. Estar con él
siempre añadía una chispa extra a su Gracia, la luz y el vigor dentro de ella a todo
volumen mientras se movía, rellenando, alimentándose de la suya. Era como estar
conectado a una toma de corriente, recargando su batería mientras se entregaba a
ella.

Miguel eventualmente se detuvo y les dio la vuelta en el césped, tirando de su cuerpo


suavemente en la parte superior del suyo. La abrazó, acariciándole la suave piel de su
lado, mientras ella se acurrucaba contra su pecho.

Los dos estuvieron en silencio durante un rato antes de que Serah hablara.

—Miguel, ¿qué ves en mí?

Su mano se quedó inmóvil en la cadera de ella—. Estás llena de belleza y gracia.

—Sí, pero también lo están todos los otros ángeles. De todos ellos, ¿por qué yo?

—¿Por qué estás llena de tanta inseguridad? —preguntó—. Encontramos juntos el


amor hace mucho tiempo. ¿Por qué preguntas cosas ahora?

—No lo estoy. Es sólo que...

Se interrumpió. Ella no sabía qué decir, cómo explicarlo.

—Es él, ¿no? —preguntó Miguel—. Es esta asignación ridícula en la que te encuentras.
—No. —Hizo una pausa—. Bueno, tal vez... no lo sé.

Miguel se levantó, la ropa de vuelta en un abrir y cerrar de ojos, sus alas en


expandiéndose a la defensiva mientras se alzaba sobre ella.

—No le hagas caso, Serah, no importa lo que dice. No puedes dejarlo hundirse en tu
piel. Él te manipulará si lo haces. No hay una palabra que dice en la que incluso se
pueda confiar. ¿Me oyes?

—Sí, y sé que Satán es una serpiente venenosa que desea envenenarnos a todos
nosotros. —Las palabras salían de sus labios como si estuviera leyendo un folleto de
propaganda—. Es solo…

No tuvo la oportunidad de terminar su pensamiento antes de que Miguel tirara de ella


poniéndola de pie y la tomara en sus brazos, sus enormes alas desplegándose a su
alrededor de manera protectora.

—No puedo soportar la idea de perderte, Serah.

—No lo harás —dijo ella—. Te amo.

—Ya lo sé —respondió—, pero lo conozco, también. Mejor que nadie.

Dos días más tarde, cuando los restos de Miguel habían desaparecido de su cuerpo,
Serah hizo el viaje a través de las puertas de nuevo. Se había pasado la mañana
aventurándose alrededor de Chorizon, viendo a los niños jugar a la pelota en la
escuela, mientras que el jardinero cortaba el césped por última vez ese año. Las
estaciones están cambiando, el profundo otoño sobre ellos con el invierno a la vuelta
de la esquina. Era lo de siempre, en la Tierra y abajo.

Lucifer ya estaba esperando cuando ella se acercó. Al igual que todas las otras veces,
se detuvo a unos metros mientras tomaba una profunda, calculada respiración,
inhalando su presencia.

—Ah, el olor de la persistente inocencia y hierba recién cortada —dijo—. No estoy


seguro si es más de un afrodisíaco. Si no te conociera mejor, diría que estabas tratando
de excitarme, en cuyo caso, yo diría que está funcionando.

Ella ignoró su comentario subido de tono—. Tengo una pregunta.


Él suspiró, agitando la mano con brusquedad—. Pregunta.

—¿Cómo sabes cómo huelen las cosas?

Él parpadeó unas pocas veces, como si lo atrapara con la guardia baja. No es la


pregunta que había estado esperando. Serah sonrió para sí misma, pero ocultó su
satisfacción por derribarlo, descentrándolo, no queriendo que él capturara un vistazo
de ello.

—Recuerdo cosas.

—¿Cómo?

Él suspiró dramáticamente—. Solo porque estoy atrapado aquí abajo no significa que
no tenga conexiones allí.

—Pero, para empezar, ¿cómo sabes cómo olía algo?

Le tomó un momento para que él lo registrara.

—Oh, porque soy un ángel, ¿verdad? Y los ángeles no pueden oler.

—Así es.

—Tampoco pueden degustar —continuó—. O sentir.

—Yo siento.

Él negó con la cabeza—. Tú no.

—No —insistió ella, vacilando antes de añadir en voz baja—, siento cuando estoy con
él.

Él la miró curiosamente mientras provocaba algo en sus ojos, el apagado rojo


destellando como un fuego rociado con gasolina. El cielo se revolvió en sintonía con él
como si algo muy dentro de él controlaba la estratosfera.

—Cualquiera que sea el miserable, pequeño hormigueo que Miguel te ofrece palidece
en comparación con la sensación real. Los Ángeles saben cosas. Estamos creados con
simpatía. Puedes detectar el dolor, el hambre y el deseo, y sabes lo que significan, lo
que necesitan, pero no puedes sentirlos.

—¿Y tú puedes?
—Sí.

—¿Cómo?

Él se acercó, deteniéndose cuando estaba casi al ras contra la barrera, más cerca de lo
que los dos nunca habían estado antes. Si ella no lo hubiera sabido mejor, durante su
apresurado enfoque, ella habría jurado que tenía la intención de venir directamente a
su lado. Una voz en su mente, su reflejo angelical, le advirtió a alejarse del alma
inmoral, pero su grave expresión la solidificó en su lugar mientras esperaba su
respuesta.

—No sólo estaba obligado a recordar, pero fui maldecido con algo que hizo todo
mucho, mucho peor; empatía.

Su ceño se frunció—. ¿No sería eso una bendición?

Una amarga carcajada se desarraigó de su pecho, la barrera entre ellos no evitaba que
la golpeara.

—¿Una bendición? ¿Crees que es una bendición? Siento todo. Cada onza de
sentimientos que tienen, cada pequeña sensación; estoy obligado a soportarlo. ¿Sabes
lo que se siente al estar tan hambriento, estar tan jodidamente muerto de hambre, que
se siente como si estuvieras siendo comido vivo desde adentro hacia afuera? Está ahí
constantemente, pero nada de lo que hago satisface el hambre, la necesidad, el anhelo.

»¿Sabes lo que se siente ser torturado, ser constantemente desgarrado como si


alguien tomara un martillo y golpeara en tu cráneo, pero nunca encontrar el dulce
alivio de la muerte? ¿Sabes lo que es querer algo tanto, necesitarlo, sentir que no
puedes seguir adelante sin ello, sólo para que esté allí justo en frente de tu cara? Esa
tortura, ese tormento mental, es peor que cualquier dolor físico que puedas percibir,
ángel, más fuerte que cualquier mierda de hormigueo que mi hermano puede
otorgarte cuando te desvistes para él.

Al instante se desvaneció en un fuerte crujido de trueno, tan audaz que incluso los
Segadores revoloteando pausaron para tomar nota. Serah se quedó allí, demasiado
asustada para moverse, aún con la boca abierta.

—¿Sat…, uh, Lucifer? —gritó, mirando a través de los terrenos vacíos. No tenía idea de
dónde había ido, pero ella esperaba que él la oyera cuando quiera que fuese—. Puede
que no sienta todas esas cosas; el hambre, el dolor, la necesidad; pero sí siento algo
que tú no.
El silencio reinó. Ella seguía de pie allí, observando, esperando, pero nada ocurrió
durante unos minutos. Resignada, se dio la vuelta para irse cuando el aire siseó detrás
de ella—. ¿Qué?

Ella se dio la vuelta para mirarlo—. Amor.

Gruesos brazos se cruzaron sobre su pecho mientras miraba hacia ella, ni un gramo de
diversión en su expresión. Él no dijo nada en respuesta a su declaración.

—Si tú sentiste amor, si tú conocieras el verdadero amor, no estarías haciendo todo


esto —dijo—. La lucha está perjudicando a los que se supone que amamos, los que se
supone que debemos proteger. Esto tiene que parar.

—¿Por qué debería preocuparme por ellos? —preguntó él—. Ellos no se preocupan
por mí. Nadie lo hace.

—¿Así que es por eso por lo que esto está sucediendo? ¿Venganza? ¿Resentimiento?
¿Lo haces por odio?

—Lo hago porque tengo que hacerlo.

—¿Por qué?

Él se fue de nuevo, esta vez tan silencioso que Serah sabía que no iba a volver hoy.

¡Señorita Mary ¡La señorita María Megro!

¡Toda vestida de negro! ¡Negro! ¡Negro!

¡Con botones de plata! ¡Plata! ¡Plata!

¡A lo largo de su espalda, espalda, espalda!!

Las dos niñas pequeñas cantaban mientras aplaudían, sonriendo cuando se


confundieron al mismo tiempo. Serah las observó en silencio mientras trataban de
nuevo, no haciéndolo mejor la segunda vez.
—Tienes que estas bromeando —dijo Hannah, dejándose caer en el columpio a su
lado—. Esa la conozco, es sobre la muerte. Es un acertijo de un ataúd.

—O solo es otra canción de cuna.

—Otra absurda. —Hannah rodó sus ojos mientras las niñas trataban por tercera
vez—. Hablando de muerte y cosas absurdas… ¿Cómo te va en el Infierno?

Las plumas en las alas de Serah se erizaron—. Uh…

—¿Tan mal?

—Bueno, la guerra sigue en pie —dijo—. Él no parece interesado en dar marcha atrás
pronto… o en realidad, nunca.

—No me sorprende —dijo Hannah—. Así que, ¿eso significa que te vas a rendir?

—No.

—Tú y tu fuente inagotable de paciencia. De todos modos, ¿Qué haces allá abajo?
¿Mirarlo? —Hannah se estremeció—. Debe ser espeluznante.

—Cerca —dijo ella—. Estamos ahí y hablamos.

—¿Sobre qué cosa en el mundo podrían hablar?

—Sobre él, por supuesto.

La risa de Hannah se fusionó con el sonido de la campana de la escuela, señalando el


inicio de clases—. No me sorprende. Está completamente lleno de arrogancia
pecaminosa y siempre lo ha estado.

Serah sonrió tristemente. Él no era tan vanidoso, pero no corrigió a su amiga.

Las niñas corrieron juntas, brazo con brazo, mientras Hannah y Serah estaban
sentadas en silencio. El patio de juegos estuvo completamente desierto después de
unos cuantos minutos.

Hannah iba a hablar cuando un perro callejero flaco y huesudo, paso vagando por ahí.
Dudaba mientras se acercaba, su enfoque moviéndose hacia los columpios mientras
un gruñido vibraba en su garganta. El pelaje amarillo sucio sobre su espalda se erizó
mientras bajaba su cabeza amenazadoramente, preparándose para atacar.

Serah miró alrededor con confusión—. En el nombre del cielo, ¿Qué fue eso?
Hannah hizo girar su dedo en el aire provocando una pequeña y fuerte ráfaga de
viendo que sorprendió al perro. Aulló y salió corriendo, alejándose del patio de
juegos—. No puedo decir que eso haya pasado antes.

—Se sintió como… —Sera vaciló—…como si estuviera viendo directamente hacia


nosotras.

—No pudo haber sido a menos que estuviera poseído. No sentí ninguna presencia
demoniaca.

Tampoco Serah la había sentido. No, todo lo que había sentido era una sospecha
inherente y algo de miedo irradiando del perro. Se había sentido amenazado,
sintiendo de alguna manera que no estaba solo.

—Como sea —dijo Hannah, poniéndose se pie—. El deber llama. Hay luna llena hoy.
Buena suerte con Satán.

—¡Vamos, chicos! ¡Tenemos esto!

Samuel agarró la cuerda con fuerza, forzando sus tensos músculos mientras jalaba.
Tres cuerpos detrás de él trabajan en armonía mientras los cuatro frente a ellos
jalaban con todas sus fuerza.

Jalar la cuerda: un juego sin sentido

Serah se relajó en la loma herbosa de los vecinos, observando a sus hermanos y


algunos otros Poderes probar su fuerza. Habían estado en eso por horas sin ningún
progreso, los lados igualados, el masivo charco de lado entre ellos sin tocar.

—¿Cuánto tiempo crees que tomará esto? —preguntó Hannah, descansando a su lado.

—No estoy segura —respondió ella—. La última se prolongó por tres días antes de
que el Dominion apareciera con órdenes de regresar a trabajar.

—Ugh, son tan humanos a veces. —Hannah rodó sus ojos—. Deberían simplemente
sacar sus genitales y zanjar esta discusión de una vez por todas.

Los ojos de Serah se agrandaron mientras estallaba en risas—. ¿Qué?

—¿No es eso lo que los hombres mortales hacen? Aparentemente, el tamaño del pene
es un indicativo de verdadera hombría ahora, lo que no entiendo muy bien.
—Uh… —Serah no tenía idea de que decir.

—¿Recuerdas los días cuando tener seis dedos en los pies era una gran cosa? De eso
estaban hechos los verdaderos reyes. Pero cada hombre tiene un pene. Son muy
comunes, como extremidades en miniatura.

Serah sacudió la cabeza—. Ciertamente sabes cómo trivializar cosas.

—Claro, la procreación es importante, pero también lo es comer, y no comparan el


tamaño de sus bocas. —Pausó—. No lo hacen, ¿verdad?

—Por lo general, no.

—Entonces, no entiendo que es lo que tiene el sexo que le fascina a todos. Los fluidos,
el sudor, los ruidos, el empalamiento. Es tan… confuso. Parece doloroso.

—Es placentero.

—Como si tú supieras —dijo Hannah, empujándola—. Es un acto humano, no


destinado para los nuestros.

—Pero Azreal y Dinah…

—Ambos cayeron.

—Benjamin y Luna.

—Ellos también cayeron.

—Cian y Maylin.

Hannah dudó—. Maylin cayó.

—Pero Cian no —señaló Serah.

—Es cierto —concedió Hannah—. De todos modos, no veo el atractivo. Nunca tomaría
el riesgo. ¿Tú lo harías?

Serah permaneció callada mientras observaba a sus hermanos y a los otros luchar por
el control. ¿Lo haría? Había visto a miles, millones, de humanos enamorarse,
observado como las emociones consumían cada onza de ellos, contralando sus
pensamientos y alterando su ser. Conocer tal pasión sería glorioso. ¿Pero valdría la
pena abrirse a tentaciones terrenales? No estaba segura.
Era un terreno resbaloso, el amor y la lujuria. Ellos podían disfrutar del amor, pero
entregarse a la lujuria sería su final.

Pocos minutos habían pasado cuando el aire crujió y un Arcángel apareció en medio
del parque. Su presencia sorprendió a todos menos a Samuel, quien tomó la repentina
distracción para tomar ventaja. Jaló duro, tirando a sus oponentes directo en el lodo.

Riendo mientras los ángeles trataban de limpiarse, Samuel caminó hacia la loma
herbosa. Tomó asiento al lado de Serah, su cara se iluminó con una eufórica sonrisa.
Su cabello castaño alcanzaba su barbilla, cayendo en su rostro. Ignoró sus
desordenados mechones y tiró sus brazos sobre los hombros de Serah, jalándola con
dureza hacia él en una llave.

—Hola, hermanita.

—Samuel —dijo ella, tratando de escapar de su agarre—. ¿Has olvidado que soy tres
nanosegundos más vieja que tú?

—Más vieja, pero sigues siendo pequeña.

Se salió del agarre—. Sin embargo, igual de fuerte.

El Arcángel se acercó cuidadosamente, el único en el parque que no estaba en forma


humana. Sus alas parecían más amplias con todos escondidos, su postura intimidante.

—Miguel —lo saludó Samuel—. Es bueno verte, amigo. Siéntate. Relájate.

Todos permanecieron quietos, atentos, casi asombrados con él ahí. No adoraban a


nadie excepto a su Padre, pero Miguel inspiraba algo en ellos. Estar en su presencia,
atestiguar su resplandor, los hacía sentirse un poco más santos por un momento.

Sin embargo, Samuel parecía inafectado. Siempre tan rejalado, siempre tan amistoso.

Miguel no se sentó, no pareciendo para nada a gusto. Se quedó frente a ellos,


observando cuidadosamente, no acostumbrado a socializar. Eventualmente, sus ojos
encontraron los de Serah, el magnífico azul tan brillante y sin nubes como el cielo de la
tarde. Curiosidad brilló en los ojos de Miguel mientras sus labios se torcían en una
sonrisa, la primera sonrisa que Serah había visto en su rostro.

—Esta es mi hermana, Serah —dijo Samuel, notando donde había ido su atención—.
Serah, este es…

—Miguel —susurró ella—. Sé quién es.


Samuel rió—. Claro que sabes.

Los otros Poderes gritaban para una revancha, llevando a Samuel de regreso al
parque.

—Serah —dijo Miguel, su nombre una cálida brisa de verano saliendo de sus labios—.
Me disculpo, pero no puedo decir que estoy tan al tanto de ti como tú de mí.

—No es necesario que te disculpes —dijo ella—. Tú eres un Arcángel y yo soy…

—Exquisita.

Ella palideció. Ciertamente eso no era algo que esperaba que él dijera.

La mirada de Miguel de desvió al parque mientras el segundo juego de jala la cuerda


comenzaba.

—Tu hermano es un gran guerrero. No pude pedir por un mejor aliado en la batalla
contra el mal.

—Sí, Samuel es brillante. Espero ser justo como él algún día.

—No tengo duda de que ya lo eres —dijo él, volteándose hacia ella—. Sin embargo,
nunca te he visto en la batalla.

—Prefiero deberes terrenales.

—Es una pena —dijo Miguel—. Si te tuviera cada día a mi lado, tal vez no se sentiría
absolutamente monótono.

Antes de que Serah pudiera incluso darle sentido a sus palabras, Miguel se alejó.
Rompió el juego de jalar la cuerda agarrando el medio de la cuerda y con una sola
mano, mandando a los ocho hombres volando hacia el charco antes de desaparecer.

Hannah se aclaró la garganta—. Bueno, supongo que sabemos quién tiene el pene más
grande aquí.

Serah se sacudió de risa mientras la reunión se disolvía, Hannah desapareciendo para


regresar a trabajar mientras los Poderes se alejaban. Samuel se sacudía el lodo
mientras se paseaba hacia ella.

—Tenía el presentimiento de que iba a hacer eso.

—Él es, uh… interesante.


—Es un gran aliado.

—Eso mismo dijo él sobre ti —dijo ella—. Parece que tiene una afición por ti.

—Y yo por él —dijo Samuel—. La mayoría rehúye de Miguel, y entiendo por qué. No


importa que tan bueno es, no importa que tan puro sea, es difícil liberarse de la
sombra de alguien que, tan malamente, cayó de la Gracia.

—Satán.

—Síp —dijo Samuel—. Imagina tener a ese tipo como hermano. ¿Me hace quedar un
millón de veces mejor, huh?

Serah arrugó dramáticamente la nariz—. Eh, supongo que tú estás bien.

—Fue mi hermano.

Las cejas de Lucifer se arrugaron mientras miraba al otro lado de la puerta a Serah.

—¿Tu hermano?

—Preguntaste como Miguel me notó —dijo ella—. Fue por mi hermano.

—Ah. —Pateó el suelo casualmente, alterando la tierra seca. Se nubló al aire alrededor
de él, girando alrededor de sus tobillos—. Eres un Poder, entonces tienes que tener
qué, ¿cientos o miles de hermano?

—Técnicamente —dijo ella— pero este era mi verdadero hermano. Él y yo fuimos


creados al mismo tiempo, nacidos de la misma luz.

—Gemelos —murmuró él—. Dos mitades de un todo.

Sabía que él entendería, ya que era uno de los pocos que sabía cómo era. Una parte de
él existía fuera de su cuerpo, la misma fórmula de Gracia que una vez se había
cocinado en sus venas todavía flotaba a través de otro.

Miguel.

—¿Entonces lo tomo como que tú y tu hermano son cercanos?

—Sí —dijo ella—. Lo éramos.

—¿Lo eran?
—Él, uh… ha caído.

Los ojos de Lucifer encontraron instantáneamente los de ella, el rojo remolinando con
intriga—. ¿Cayó conmigo?

Ella sacudió la cabeza lentamente—. Hace casi dos semanas.

—Ah, Samuel.

Sarah parpadeó rápidamente mientras el diablo hablaba el nombre de su hermano.

—¿Lo sabes?

—Sí, sé que cayó. Sé el momento en el que todos caen. —Golpeó su sien—. Red de
Ángel, ¿recuerdas? Para ser sincero, me sorprende que Samuel haya durado tanto
tiempo. Traté de conseguir que viniera conmigo desde el principio, pero se resistió.
Sin embargo, quería hacerlo.

—Estás mintiendo —dijo ella—. Samuel nunca se hubiera unido a tu lado.

—Estoy diciendo la verdad. Él casi lo hizo, pero decidió no hacerlo en el último


segundo. Me parece recordarlo diciendo que tenía una hermana, estaba preocupado
por dejarla atrás. Ahora tiene sentido. No podría dejarte, tampoco.

La convicción en la suave voz de Lucifer hizo que Serah se detuviera y que en realidad
considerara sus palabras, a pesar de sus defensas hormigueando por lo contrario. No
escuches a la serpiente vengativa. No confíes en una cosa infame, de esa boca
serpenteante. Ella no quería creer que Samuel se convertiría, y hasta hace dos
semanas, ella ni siquiera lo habría pensado. Pero la verdad no podía ser negada… él
perdió su Gracia en cierto modo, de una manera u otra.

A pesar de ser un Poder, uno de los ángeles intermediarios en la gran jerarquía,


Samuel siempre había parecido tan fantástico, casi tan intimidante para Serah como
los Arcángeles. Su fuerza y su fe inalterable de que la inocencia necesitaba protección
era una contradicción con los marcados, los ángeles caídos parados enfrente de él.
¿Cómo pudo Samuel considerar unirse al lado de Lucifer?

Absurdo.

—¿Él está aquí? —preguntó, las palabras saliendo antes de que tuviera plenamente
sentido de todo—. ¿Samuel es ahora como tú? O él es… ¿tú sabes…?

—¿Importa?
—Sí.

—¿Por qué?

—Porque es mi hermano.

—¿Todavía? —presionó Lucifer—. Incluso después de la caída, incluso después de lo


que te dije, ¿aún piensas en Samuel como tu hermano?

—Sí.

Después de un momento de reflexión, Lucifer dio un medio encogimiento de hombros.

—No puedo decirte donde está. Te invito a entrar y echar un vistazo, sin embargo.

Serah tartamudeo, tomada desprevenida por su sugerencia. ¿Entrar? ¿Al infierno?

—¡Estás loco!

Se río para sus adentros.

—Me han llamado cosas peores.

—Nunca iría ahí. Es estúpido. Es imposible.

—¿Estúpido? Tal vez. ¿Imposible? Difícilmente.

Lucifer pateó una piedras en el suelo, enviándolas disparadas directo hacia la puerta.
Titubeo cuando le pegó, atravesando el brillante campo de fuerza en cámara lenta,
quien vio cuando la piedra voló por el otro lado. Vino directo a Serah, rodando hasta
detenerse cerca de sus pies descalzos.

Alarmada, ella inmediatamente retrocedió algunos pasos lejos, su mirada


frenéticamente rebotando entre Lucifer y la piedra. ¿Cómo hizo eso? Se suponía que la
puerta tenía que mantener a todo adentro.

—Es sólo magia simple —explicó, como si hubiera escuchado sus pensamientos
inquietos—. Algunas cosas son inmunes a los hechizos.

—Como las piedras —dedujo.

—Y los ángeles.
Ella lo miró fijamente con conmoción—. Si los ángeles son inmunes, ¿Cómo estás…?

—¿Cómo me mantienen aquí? —preguntó. Ella asintió con la cabeza, y él rápidamente


rasgó su camisa abierta, revelando más sigilos cubriendo su cuerpo tonificado. En su
pecho, sobre el lugar donde debería estar un corazón compasivo, un enorme
hexagrama negro distorsionado estaba grabado en su piel, la elaborada estrella de seis
puntas contenida en un círculo. Ella estudió la marca como si palpitara en su carne,
latiendo como el pulso cardiaco estable.

Levantando el brazo, Lucifer lentamente trazó la marca con las puntas de sus dedos
encallecidos, haciendo un gesto de dolor.

—Mientras más cerca me encuentre del portal, más doloroso es.

—¿Te mantiene encerrado ahí adentro?

—Sí.

—Parece… sutil. —Para tal criatura, ella esperaba más seguridad que un simple tatuaje
glorificado—. Superficial.

—También lo pensaba. En realidad me reí cuando lo vi. Me reí de nuestro Padre, de


Miguel, así como de todos los molestos ángeles perfectos cuando fui arrojado en este
hoyo con esas marcas. Yo era un Arcángel, ¿y ellos esperaban que esto me mantuviera
encarcelado? —Él rio amargamente—. Lo primero que hice fue ir directamente a la
salida. En el momento en que la alcancé, el momento en que me tuvo en sus garras,
sentí la verdadera tortura por primera vez. Sentí como si fuera desgarrado. Y después
los segadores de alma se abalanzaron, totalmente resueltos en mantenerme encerrado
aquí, y destruyeron cualquier pizca de bondad que quedaba dentro de mí.

Él abrochó su camisa dando marcha atrás, cubriendo la marca.

—¿Todos los que están aquí abajo tienen una de esas?

Negó con la cabeza—. Sólo yo.

—¿Por qué?

—Ya sabes, es bastante triste en cuanta oscuridad Él te mantiene. En lugar de


interrogarme, ¿por qué no sólo le preguntas a nuestro Padre?
Ella no podía, y él lo sabía. Nadie lo cuestionaba a Él. Su palabra era de oro. Él sólo te
decía lo que necesitabas saber.

—Tengo carta blanca en el hoyo —ofreció después de un momento—. Los otros están
atrapados en sus propias jaulas pequeñas, sus pesadillas personales. Ellos se escapan
de sus restricciones, escapan de su Infierno, y su único obstáculo es conseguir pasar a
los segadores de almas. Soy el único encarcelado por este portal.

—Hay una razón para eso —dijo ella. —Estás retenido aquí por una razón.

Él se burló.

—¿Crees que jodidamente no sé eso?

Ella no estaba segura de porqué dijo eso, conociéndolo solo podría provocarlo.

—Sólo estoy diciendo, ya sabes… que por eso voy a permanecer en este lado.

—¿Crees que te voy a lastimar? —preguntó, levantando una ceja de manera inquisitiva—
. ¿Tú crees, que si estás muy cerca de mí, gustosamente voy a soltar a la bestia? ¿Que
Satán podría aniquilar al lindo angelito?

—Bueno… sí.

Él pateó de nuevo el suelo.

—No tengo deseos de lastimarte, pero incluso si lo hiciera, no podría.

—¿No puedes?

—Nop.

—No te creo.

Lucifer negó con la cabeza, suspiró exasperadamente.

—Estás empezando a fastidiarme, ángel.

Serah no estaba segura de qué decir. No estaba ahí para entretenerlo.

—Mira, si viertes hielo en una cubeta de agua muy caliente, ¿con qué vas a terminar? —
preguntó.
—Con agua tibia, supongo.

—Precisamente —dijo—. Los dos extremos se equilibran. Es lo mismo aquí, tú y yo…


ángeles en el Infierno.

—Excepto que yo todavía tengo mi Gracia.

—La tienes —agregó—. Puedo sentirla, tú sabes. La siento emanar de ti. Es


extremadamente poderosa. Me hace extrañar la mía.

—¿Eso es envidia? —se burló—. Todavía pecando, ya veo.

—Encanto, ni siquiera conoces la mitad de eso. Te envidio más de lo que posiblemente


podrías entender.

—¿Por qué? —preguntó—. Tú tenías todo lo que tengo, incluso más, pero renunciaste
a todo eso.

—Lo hice —dijo, con su voz dura—. Y no me arrepiento. Lo que hice estaba justificado,
lo creas o no. Pero eso no significa que no extrañe partes de esa vida… partes de ese
mundo. Extraño la primavera, y la lluvia, y el sol, y el jodido aire fresco. ¿Sabes lo que
daría por aire fresco, por no tener que respirar esta horrible porquería cada día?

—¿Renunciar a esta guerra?

Él se rio—. Buen intento.

Ella se encogió de hombros. Valía la pena el intento.

—Sobretodo, sin embargo, envidio tu inocencia. Envidio tu ignorancia. Deseo no saber


las cosas que sé. —Él negó con la cabeza mientras refunfuñaba con enfado a sí mismo,
las palabras incoherentes para ella—. Hoy hueles como flores, por cierto.

—Estuve en un campo antes. Ahí había flores silvestres.

Ella estuvo buscando a Miguel pero cambió de opinión, decidiendo bajar a las puertas
en lugar de esperar a que apareciera el Arcángel.

—¿Te gustan las flores silvestres?

—Por supuesto —dijo ella—. Son una de las creaciones más hermosas de nuestro
Padre. ¿No estás de acuerdo?
No ofreció respuesta mientras se volvió para marcharse.

La familia Lauer se reunió alrededor de una pequeña mesa, los platos apilados con
comida. Los tres unieron sus manos e inclinaron sus cabezas mientras Nicholas Lauer
elevaba una oración silenciosa.

—Señor, bendice esta comida y a todos nosotros en esta mesa. Por favor, ayúdanos a
ser conscientes de las necesidades de los otros. Amén.

Samantha y su hija Nicki ofrecieron discretamente un ¨Amén¨ mientras Serah


bruscamente se deslizó en la única silla vacía en la mesa del comedor.

Nicholas y Samantha comenzaron a comer, compartiendo una conversación casual


acerca del trabajo y los amigos, mientras que la atención de Nicki estaba enfocada en
su libreta de Hello Kitty y en un paquete viejo de crayones quebrados. Su comida
siguió en gran parte sin tocar mientras dibujaba una imagen, figuras de palos
largiruchos de su madre y padre ocupaban la mayor parte de la página. Ella se agregó
a sí misma, parada entre sus padres, completando su pequeña familia.

Un cuarto latido de corazón tranquilamente hizo ruido en la habitación, tan


desconocido para la familia como la presencia de Serah. Una pequeña vida, no más
grande que una semilla de sésamo, revoloteaba dentro de Samantha Lauer. El latido
del corazón, aunque débil, golpeó a Serah como un bombo de batería con cada simple
latido.

Samantha dejó su tenedor, gimiendo suavemente a si misma mientras se agarraba el


estómago.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Nicholas, mirando a su esposa con preocupación—. Te


ves pálida.

—Sí, estoy bien —farfulló—. Me sentí un poco rara hoy. Creo que me estoy enfermando
con algo.

—Espero que no sea nada serio.

—Estoy segura de que no lo es. —Samantha se levantó y tiró su servilleta sobre el


plato—. Sólo me voy a recostar un poquito.
La mirada de Serah la siguió por el pasillo. Después de que se fue, Nicholas enfocó su
atención en su hija.

—¿Qué estas dibujando por allá, pequeñita?

—Un dibujo familiar —respondió ella, sujetando la libreta—. ¿Ves? ¡Eres tú, y mami y
yo!

—¿Y quién es el otro?

Con curiosidad, los ojos de Serah corrieron como un rayo de regreso a la libreta,
impactada cuando vio la pequeña incorporación en el dibujo. La cuarta figura de palo
se cernía en el cielo, pequeñas alas alargadas que sobresalían de su espalda.

—Es un ángel.

—Ah. —Nicholas levantó una ceja—. Creí que era Campanita.

Nicki dio una risita—. Papi tonto, las hadas no son reales.

—Tienes razón —dijo Nicholas, levantándose y agarrando su plato. Los dejó en el


fregadero, besando la parte superior de la cabeza de su hija cuando pasaba—.
Olvidaste dibujar su halo, sin embargo.

Caminó a zancadas de vuelta al pasillo para revisar a su esposa mientras Nicki negaba
con la cabeza.

—Los ángeles reales no la tienen.

Serah se quedó de piedra, pensamientos del perro perdido en el parque infantil


vinieron a su mente. Algo estaba pasando, aunque no estaba segura de qué, o cómo
podía ser. Nicki siguió dibujando, llenando en su imagen, mientras Serah poco a poco
levantó su mano hacia la cara de la niña. Ella la agitó, esperando ser detectada, sin
saber lo que haría de ser así, pero Nicki no reaccionó al movimiento en absoluto.

Gracias al cielo.

Después de un momento, la niña volteó hacia su comida, devorando algo de eso antes
de salir corriendo a jugar. Serah se quedó ahí, boquiabierta con el dibujo abandonado
en la mesa.

—¿Qué en el mundo está pasando?


Un destello de estática pasó detrás de ella, como una pequeña brisa agitaba el dibujo
de la niña.

—Esa es una buena pregunta.

Serah se volteó rápidamente mientras Miguel aparecía, su enorme cuerpo llenando el


pequeño comedor.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Buscándote.

—¿Por qué?

Frunció el ceño.

—¿Necesito un motivo?

—Oh—. Ella se puso de pie, cayendo en sus brazos inmediatamente en un abrazo —.


Claro que no.

—Te extrañé —dijo—. Me tomó un tiempo encontrarte. Generalmente no vas adentro de


sus casas.

—Sí, lo sé. Me puse a pensar acerca de la familia y me pregunté cómo sería para ellos,
así que pensé en… tu sabes… unirme a ellos para cenar una vez.

Miguel suspiró, su cara nublada con confusión.

—Esa es una cosa extraña para preguntarse. ¿Qué te hizo pensar en eso?

Ella titubeó—. Samuel.

Miguel se apartó de ella, frunciendo el entrecejo.

—Creí que determinamos que él ya no era relevante, que sólo nos olvidaríamos de él.

—Tú determinaste eso —dijo ella—. Lo dejaste bastante claro. Pero él todavía es mi
hermano, Miguel.

—No, no lo es Serah. Ya no. Tienes que aceptarlo.


Nicki entró corriendo a la habitación entonces, y arrebató su cuaderno y crayones de
la mesa. Ella empezó a irse, pero dudó, su ceño arrugándose mientras pasaba su
mirada por la habitación.

—Papi, la cocina huele raro.

—¿A qué huele? —la urgió ansiosamente—. ¿Fuego? ¿Algo se está quemando?

—No. Huele como esa vez que mami y tú me llevaron al lago y fuimos a nadar y yo
tenía los flotadores rosados y tú llevaste esa hielera con sándwiches. ¿Te acuerdas?
¡Era tu cumpleaños! ¡Vino la tía Maggie!

—Si.

—Huele como olía ese día —dijo ella.

Nicholas rió—. ¿Entonces la cocina huele como a Abril? ¿A Primavera?

Nicki se encogió de hombros—. Supongo.

Después de que la pequeña salió del cuarto, Miguel volvió a sujetar a Serah,
separándolos a ambos de la casa. Ella estaba demasiado sobresaltada para resistirse,
atrapada todavía en la conversación entre el padre y la niña.

Primavera. Así era exactamente como Lucifer había descrito su olor.

—¿Qué está pasando contigo? —le preguntó Miguel una vez estuvieron afuera—.
Sabes cómo funcionan las cosas. Esta es la base de nuestra existencia.

Ella se sacudió saliendo de su estupor.

—Samuel no era solamente mi hermano, era mi amigo. Y era tu amigo, también. ¿No te
molesta?

—No. No dejo que lo haga. Desearía que no hubiera caído, pero lo hizo. No hay nada
más que decir. Él se ha ido. Fin de la historia. Tenemos que seguir adelante.

—¿Cómo es que puedes simplemente dar por perdido a mi hermano de esa manera?
¿Cómo es que puedes dar por perdido a tu propio hermano tan fácilmente?

Miguel se tensó, su expresión endureciéndose mientras sacaba su pecho, sus alas


agitándose a la defensiva.
—Yo no tengo un hermano.

—Sí lo tienes Miguel. Lucifer siempre será tu hermano.

Miguel se quedó mirándola, en una definición de la frase “matar con la mirada”.

—Lucifer ya no existe. Esa cosa de allá abajo, esa corrupta monstruosidad, mitad ángel
mitad demonio, es Satán. No importa lo que haya dicho para negarlo, él no es nada
distinto a la maldad. Él no quiere nada distinto de buscar vengarse de todos nosotros.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Cómo lo sé? —Él se acercó a ella, la cabeza en alto, autoridad en su pose. Serah
estaba determinada a mantener su posición, pero el movimiento la hizo dudar—.
¿Estás cuestionando lo que digo? ¡Soy un Arcángel! ¡Me he parado junto al trono! ¡He
estado en Su presencia!

—Al igual que Lucifer.

Miguel sacudió la cabeza mientras apretaba sus manos, cerrándolas en puños. Si Serah
no lo conociera mejor, habría sospechado que él estaba sintiendo un poco de ira justo
en ese momento.

—Tú no sabes nada sobre él. Esta misión está jugando con tu lógica. ¡Esto debe parar!
Estás cuestionando cosas que no puedes cuestionar; estás imponiéndote con esta
familia humana. Voy a ponerle un fin a esto ya.

Miguel se desvaneció. Serah tanteó el terreno inmediatamente, buscando su esencia,


intentando sentirlo y así descifrar donde se encontraba, pero no pudo sentir nada. Un
ángel que no quisiera ser encontrado no podía ser encontrado, especialmente uno que
se encontraba en algún lugar muy, muy lejano.

Entrando en pánico, inmediatamente se apareció frente a Las Puertas, pasando


rápidamente a través de ellas, el alivio la recorrió cuando encontró que la última
estaba vacía.

Por lo menos él no había ido allá. La presencia de Miguel frente a Lucifer, dentro del
territorio de Lucifer, seguramente desataría el apocalipsis.

Sacudiendo la cabeza, dio un suspiro profundo, y estuvo a punto de irse nuevamente


cuando una voz llena de enojó la golpeó, afilada como la hoja de un cuchillo.
—Tienes muchas putas agallas.

Serah se congeló mientras Lucifer se aparecía en la luz, sus fosas nasales dilatándose y
su cuerpo temblando. Oscuro y peligroso.

—¿Qué?

—Vienes aquí, oliendo así, como él, después de que te dije específicamente que no lo
hicieras. ¿Crees que mi palabra no significa nada? ¿Piensas que soy un chiste? ¿Qué
puedes simplemente ignorar lo que sale de mi boca? Aquí abajo, mi palabra es oro.
Aquí abajo yo tengo la última palabra. Te apareces aquí, irrespetando mi autoridad…
Si pudiera, te destrozaría justo ahora, te rompería en putos pedacitos.

Serah sintió algo entonces, una sacudida en su interior, una sensación fría y amarga la
invadió mientras sus sentidos se hacían más intensos. Dio un paso atrás, apartándose,
su estómago contraído en nudos, su cara cenicienta de alguna forma más blanca.

—¿Qué te pasa ángel? —se mofó—. ¿Tienes miedo? ¿De mi viejo y pequeño yo?

—Esto fue un error —susurró ella, forzando apenas las palabras a salir por sus labios
temblorosos—. Miguel tenía razón con respecto a ti.

—Mi amoroso hermano, siempre tiene razón ¿no es así? Es por eso que él es el
glorioso príncipe.

—Te defendí —dijo ella—. Lo molesté, y se fue. Sugerí que tal vez él estaba
equivocado con respecto a ti, que tal vez tú no eras pura maldad. Creí que él había
venido acá a probarme lo contrario.

Él la miró fijamente—. ¿Tú me defendiste?

—No debí haberlo hecho —dijo ella—. No debí haber venido aquí en lo absoluto. Él
tenía razón. No tiene sentido. Lucifer está muerto. Tú eres Satán.

El columpio se balanceaba ligeramente, una flor de color rosa pálido oscilaba a través
de él, los pétalos delicados aleteando con la brisa matutina. Era domingo, y todos los
habitantes de Chorizon estaban todavía en la cama, profundamente dormidos.
Despertarían pronto, algunos para ir con esmero a la iglesia, otros para pasar el día
con sus familias. El parque de juegos de la escuela estaría vacío por lo menos durante
unas horas. Nada ahí a excepción de Serah y la flor misteriosa que ocupaba su lugar de
siempre.

Miró alrededor, para volver a comprobar que se encontraba sola, antes de acercarse
con cautela. Arrancó la flor, dándole vueltas entre los dedos, mientras se sentaba.
Vacilante, la acercó a su nariz e inhaló, profunda y exageradamente, pero no había
nada, ninguna esencia, ninguna sensación, nada en lo absoluto. Nada nuevo. Nada
diferente. Simplemente… nada. No era más que una simple flor, del tipo que crecía
esporádicamente en los parches de tierra que el hombre no hubiese tocado todavía.

—Miguel —susurró para sí misma, medio esperando que apareciera tras llamar su
nombre, pero no lo hizo. El aire permaneció estático, el parque de juegos vacío. Se
quedó ahí sentada un rato, apreciando el silencio pacífico, antes de tener que
desvanecerse hacia los Cielos cuando el pueblo volviese a la vida.

Serah se mantuvo ocupada los días siguientes, sumergiéndose a sí misma en trabajo


extra. “Microgestión” lo habría llamado Samuel. Únicamente había encontrado a otro
ángel, a Hannah, que se aparecía a veces en el parque de juegos.

Aunque no hubiese pista de Miguel mientras el tiempo pasaba, recordatorios de él


surgían en todas partes. Parecía que en cualquier esquina por la que Serah volteara, a
donde fuera que ella fuese, una flor estaría yaciendo en su camino, un toque de
radiante belleza y color entre el bullicio monótono del día a día.

Agarrando una flor amarilla, tras tropezar con el pórtico de la casa de los Lauer, Serah
apareció en el campo del Cielo. En el momento en que llegó, detectó la fuerte
presencia de Miguel. Lanzó una mirada a su alrededor, encontrándolo algunos metros
más allá, de rodillas sobre la exquisita hierba, con el rostro inclinado hacia el cielo sin
nubes.

Se dio la vuelta lentamente, sintiéndola—. Serah.

—Hola, Miguel.

—No esperaba verte —dijo él—. Creí que estabas evitándome.

—Eso hacía —admitió ella.

—¿Pero ya no lo haces?

Ella sacudió su cabeza—. Ya no.


—Me alegro —dijo él—. Escuché del Dominion que no has ido a las puertas en más de
una semana… no desde el día de nuestro desacuerdo.

—Si —murmuró ella—. Resultó ser que tenías razón sobre él.

—Por supuesto que la tenía.

Un suspiro se escapó de entre los labios de Serah mientras miraba la flor.

—Gracias, por cierto.

—No tienes que agradecerme por advertirte.

—No es por eso —dijo ella—. Te estaba agradeciendo por las flores.

Miguel frunció el ceño—. ¿Qué flores?

La confusión genuina marcaba su expresión. No tenía ni idea de lo que ella estaba


hablando.

—Me parece que tu amiga Hannah merece más tu gratitud que yo —dijo él cuando ella
no se explicó—. Los Virtuosos supervisan la naturaleza.

—Claro. —Con el ceño fruncido Serah dejó caer la flor. ¿No las había mandado él?—.
Supongo que tienes razón.

Miguel caminó más cerca, su inmenso cuerpo elevándose sobre el de ella, más
pequeño. Envolviendo sus brazos alrededor de ella con firmeza, la envolvió en un
abrazo, besando la parte superior de su cabeza.

—Siempre tengo razón Serah, no deberías sonar tan sorprendida.

Serah intentó encontrar algo de consuelo entre sus brazos, pero, al igual que con la
flor, no sintió nada. Los brazos que una vez le habían traído consuelo ahora eran
portadores de vacío. Ellos estaban juntos, tocándose, abrazándose; sin embargo, algo
se interponía en su camino. Se había creado un obstáculo, una masa de
malentendimiento, atada con preguntas sin contestar.

¿Qué estaba pasando?

Serah se alejó de Miguel y forzó una sonrisa en sus labios.

—Realmente debería estar yéndome.


—Quédate conmigo.

Ella lentamente sacudió la cabeza, ignorando la voz tentadora en su cabeza que


gritaba “¡Quédate con él!”

—No debería. Realmente no puedo.

De mala gana, Miguel soltó su agarre sobre ella, dándole un beso casto suavemente
sobre la frente.

—La próxima vez, entonces.

Serah volvió al parque de juegos en Chorizon, sobresaltando a una figura que se


escondía entre las sombras. Era tarde, se acercaba la medianoche, la única cosa más
espesa que la oscuridad natural era la malevolencia que se sentía en el aire.

El demonio errante se volvió hacia ella. Sus ojos negros brillaron con una luz
mortecina mientras un gruñido defensivo vibraba dentro de su pecho. Serah miró
fijamente a los pozos sin fondo que eran sus ojos antes de que su atención se desviara
hacia sus puños cerrados. Instintivamente, la criatura abrió su mano, un racimo de
flores entre rosadas y purpuras cayó al suelo. Los retoños eran pequeños, cada uno de
cuatro pétalos, que combinados juntos hacían un arbusto en miniatura.

—¿Quién eres? —demandó ella—. ¿Por qué estás aquí?

—Yo soy quienquiera que elija ser. —Una sonrisa presumida se extendió por su cara,
mientras pasaba sus manos por su cara, admirando el cuerpo que había poseído—.
Como que me gusta este traje, sin embargo. Creo que me lo quedaré por un tiempo.

—Tú no harás tal cosa.

—¿Quién va a detenerme? —preguntó—. ¿Tú?

La respuesta de Serah salió en latín, mientras ella tacleaba al hombre y lo tiraba al


piso, el encantamiento para el exorcismo volando de sus labios. El demonio peleó con
fuerza antes de estallar finalmente entre risas, rindiéndose. Sabía que no podía ganar.
No tenía sentido pelear.

—Él dijo que eras de las difíciles.


El cuerpo convulsionó, el demonio salió expedido en un estallido de luz, mientras el
latido del corazón del hombre volvía a comenzar. Serah se le quedó mirando, su mano
todavía presionada sobre su pecho, mientras sus palabras se repetían en su cabeza

Él dijo que eras de las difíciles.

Un quejido de irritación salió de ella mientras agarraba las flores desechadas y se


dirigía directo hacia el Infierno. Pisaba fuertemente sobre el sedimento mientras se
dirigía hacia la última puerta, sosteniendo en alto el ramillete, sin esperar a que
apareciera antes de dirigirse a él.

—¿Eras tú? ¿En serio? ¿Tú?

Un momento de silencio pasó antes de que él apareciera enérgicamente entre el


estallido de un trueno—. ¿Disculpa?

—Tú hiciste esto. —Lo acusó, sacudiendo el puño donde tenía apretadas las flores—.
¡Tú!

—¿Qué te hace pensar eso?

—Porque nadie más envía demonios a hacer su trabajo sucio —escupió—. ¿En qué
estás pensando? ¿Cuál es el punto? Ordenándole a tu esbirro vil que me siguiera como
una sombras a todas partes ¡Dejando flores dondequiera que fuera! ¡Eres horroroso!
¡Verdaderamente vergonzoso! ¡Es enfermo!

Con las manos en los bolsillos, Lucifer la miró fijamente, su tono cuidadosamente
controlado viajó a través de la puerta.

—Pareces un poco enojada, ángel.

Lo fulminó con la mirada

—¡Por supuesto que estoy enojada!

—¿Estás enojada porque fui yo quien lo hizo? —preguntó él—. ¿O lo estás porque no
lo hizo mi hermano?

Ella abrió su boca, lista para responder, para darle un latigazo verbal por jugar con
ella, pero las palabras se quedaron atrapadas dentro de ella, aprisionadas, incapaces
de escapar del confinamiento dentro de su cabeza. No era posible para ella mentir,
incluso mientras hablaba con el mayor mentiroso jamás creado, y la amarga verdad
surgió en su interior.

No estaba realmente enojada con él.

—Eso es lo que pensé —murmuró él.

—No sabes nada —hirvió ella—. Tu orgullo te hace pensar que lo haces, ¡pero no es
cierto! ¡Rabia arrogante llena cada fibra de ti! ¡Eres insufrible!

Lucifer alzó sus cejas—. Tú eres la única agrediendo por aquí.

—¡A ti! ¡El pecado te envenenó! Te crees un líder todopoderoso, digno de alabanza, ¡Y
no lo eres! Solo existe un Dios, y Él ciertamente no vive aquí abajo, ¡Satán!

Lucifer se limitó a mirarla, estremeciéndose cuando gritó su nombre como una


maldición, pero manteniendo su aparente indiferencia, soportando el insulto con
calma—. ¿Ya terminaste?

—¡No!

Movió frívolamente su mano para que ella procediera, pero Serah no podía pensar en
nada más que decir. No estaba segura de a donde estaba yendo su argumento o qué
punto estaba tratando de establecer, cuando él ni siquiera estaba poniendo en duda
sus palabras.

Serah vaciló.

—Está bien. Sí. Terminé.

—Bien —dijo él—. Ahora que sacaste todo eso de tu sistema, es mi turno.

Cada músculo en el cuerpo de Serah se paralizó en anticipación mientras se preparaba


para toda la fuerza de la ira de Lucifer. Ella había visto destellos del monstruo aquí y
allá, pero aún tenía que enfrentarlo completamente al descubierto.

Lucifer abrió su boca, con sus diabólicos ojos ardiendo, pero su voz fue un suave
murmullo en lugar de un portentoso grito.

—Puede que tengas razón acerca de mí.


—¡Oh, eres tan arrogante! Tú... —Ella se detuvo, perpleja por sus palabras—. Espera,
¿qué?

—Tal vez soy el enemigo. Tal vez soy malvado. Tal vez soy esta criatura satánica por la
que me haces pasar, la que los niños de arriba llaman el diablo. —Él sonrió con
suficiencia, el perverso rojo de sus ojos desapareciendo a medida que sus rasgos se
suavizaron, la tensión retrocediendo de su mandíbula—. Es posible, ¿verdad?

—Por supuesto.

—Pero, por otra parte, tal vez no lo soy. Tal vez sólo soy incomprendido, y tú nunca lo
sabrás porque te niegas a tener una mente abierta al respecto.

Ella se burló.

—¿Esperas que me crea que eres el bueno?

Soltó una carcajada.

—Joder no. Nunca pienses eso. No soy el héroe aquí, ángel, y no quiero serlo. Pero
tampoco soy el malo.

—Entonces, ¿quién es?

Él se encogió de hombros.

—Demonios, no lo sé. Tal vez eres tú.

—¿Yo?

—Bueno, tú simplemente te apareciste aquí y me reprendiste por mi amabilidad.

—¿Llamas amabilidad el pedirle a tus despreciables demonios que me acosen?

—Me refería a las flores, no a los seguidores —dijo—. ¿O es que no te gustaron?

Los ojos de ella se dirigieron rápidamente a la flor todavía en su mano.

—Me gustaban más cuando pensaba que eran de Miguel.

—Oh, no deberías juzgar a una flor por quien la eligió.

—Tú no la elegiste. Uno de tus lacayos lo hizo.


—Técnicamente —dijo—. Inevitable, dadas las circunstancias, pero la intención
todavía estaba allí.

—¿Por qué? —preguntó ella—. ¿Qué clase de juego estás jugando?

—Ningún juego.

—Entonces, ¿qué?

—Una disculpa.

Una disculpa.

¿Él se estaba disculpando? Si Serah no había estado confundida antes, sin duda lo
estaba ahora.

Lucifer extendió la mano.

—¿Puedo?

—¿Puedes qué?

—Ver la flor —dijo—. La devolveré enseguida.

Ella lo miró boquiabierta.

—¿Cómo esperas que eso suceda?

—Sólo tiéndela a través de las Puertas —dijo—. Ya te he dicho, no pueden hacerte


daño.

—No son las Puertas las que me preocupan.

—Vamos, no voy a morderte. No soy un vampiro.

Ella puso los ojos en blanco.

—Los vampiros no son reales.

—Ellos están aquí. Aquí abajo todo es real. Si puedes imaginarlo, existe en algún lugar
en una de estas jaulas. Pero eso no viene al caso. La verdad del asunto es que no soy
un vampiro, ni soy un hombre lobo, ni un cambiaformas, ni un exterminador, ni un
hada.
Ella parpadeó rápidamente, con pensamientos del dibujo de Nicki invadiendo su
mente.

—¿Hada?

—Pequeñas bastardas malvadas. Zigzaguean en el aire, mordiendo cualquier cosa en


la que puedan poner sus dientes. Son mortales, así que me aseguro de que estén
encerradas a cal y canto. Por supuesto, no podrían matar a un ángel, sin embargo. Muy
poco puede lograrlo.

Ella asintió lentamente.

—Sólo otro ángel.

—Que es lo que soy —dijo él—. Un ángel.

—Un ángel caído.

—Sí, está bien, así que caí —no se puede negar eso— pero tu hermano también lo
hizo. Tú no le temes ni piensas que sea malvado, ¿verdad?

—No, pero tú no eres Samuel.

La miró fijamente en contemplación antes de echar un vistazo hacia abajo a los sellos
en sus antebrazos.

—Estos no son sólo decoración. Mi hermano los talló en mí con su espada de fuego
para que no les hiciera daño a los inocentes. Así que incluso si deseara hacerte daño, lo
cual no deseo, él lo hizo de modo que no pudiera hacerles daño a ustedes.

Él trazó las líneas negras con su dedo índice, deletreando las palabras que lo
condenaban, mientras dejaba escapar un largo suspiro de exasperación. Tímidamente,
Serah dio un calculado paso hacia adelante, luego otro, y otro, hasta que cerró la
distancia entre ellos. La puerta estaba tan cerca que podía oír la electricidad
crepitando, el aire brillando trémulamente como una enorme burbuja de jabón. Poco a
poco, estiró la mano hacia ella, casi tocando la puerta cuando Lucifer voló hacia
adelante, abruptamente cerrando la distancia entre él y la entrada. Sobresaltada,
Serah dejó escapar un suspiro tembloroso, con los ojos llenos de sospecha enfocados
en él. Él sonrió con aire de culpabilidad, levantando las manos mientras le asentía para
que procediera.
No hubo fuegos artificiales, ni gritos de tormento, ni enormes explosiones o
erupciones de dolor brutal. Los segadores del alma difícilmente notaron cuando sus
dedos rozaron la superficie del cercado, hundiéndolos cuidadosamente en los
encantamientos. Medio había esperado que la burbuja se reventara, pero en su lugar
parpadeó, extendiéndose alrededor de sus dedos y moldeándose a su piel como si
hubiese sumergido su mano bajo el agua.

Lucifer observaba fijamente, sin decir una palabra, con las manos todavía levantadas
mientras permanecía escultural, más rígido que el suelo bajo sus pies. Él esperó hasta
que su temblorosa mano apareció en su lado, sujetando el tallo de las flores, para
romper su postura.

En el momento en que se movió, los sentidos de Serah se pusieron a toda marcha, su


intuición enviando alarmas a su cabeza cuando él la agarró del brazo. Una sensación
increíble se apoderó de ella, extraña y aterradora. Un cosquilleo, el fondo de sus
entrañas, encendió una chispa que desgarró su espalda, tan intensa que sus dientes
castañetearon. Jadeando, se preparó para ser halada con fuerza hacia su lado, pero él
simplemente se limitó sacar la flor de su mano antes de soltarla.

Serah retiró la mano y se agarró de la muñeca, con los ojos ensanchados mirando a
Lucifer mientras él daba un paso lejos de la Puerta.

—¿Qué fue eso?

—¿Qué fue qué? —preguntó él.

—Esa cosa dentro de mí. Esa sensación. Ese sentimiento.

Ella había respondido a su propia pregunta. Ese sentimiento. Había sentido algo,
realmente sintió algo crudo y potente por primera vez.

Ignorándola, la atención de Lucifer se fijó en las flores, marchitándose ligeramente en


el aire infernal, la luz púrpura casi tan vibrante como lo había sido en su mano. Eso la
conmocionó tanto como la entristeció, ver algo tan hermoso, tan vivo, atrapado en su
lado con él. Casi había esperado que el color muriera, que desapareciera, contaminado
por su toque.

—Esta es llamada una…

—Cleome serrulata —susurró ella, interrumpiéndolo. Podía identificar cada planta en


existencia.
—Yo iba a decir Flor Araña, pero eso también funciona —dijo él—. Son plantas
oportunistas y eso es exactamente el por qué sobreviven. Crecerán en cualquier lugar:
campos abandonados, solares, grietas en el concreto. Dondequiera que las semillas
caigan, brotarán raíces.

—Increíble, ¿no? —preguntó Serah.

—Sí, es algo, está bien —dijo—. Nuestro Padre le ofreció más libertad a ella de lo que
lo hizo con nosotros. Esta cosa hace lo que quiere sin ningún respeto, crece donde no
se supone que crezcan las flores, se apodera de campos y ahoga todo lo que vive ahí,
matándolo, y sin embargo es aclamada como una de Sus magníficas creaciones. A una
jodida planta se le da más indulgencia que a mí.

—Una planta no piensa. No toma decisiones conscientes.

—¿Y qué hay de los mortales? —preguntó él—. Sus amados seres humanos, Su
creación favorita. Él los absuelve de todo en tanto ellos se lo pidan. ¿Por qué no se me
mostró esa misma misericordia? Ni siquiera se me dio la oportunidad de pedir
perdón.

Serah lo miró boquiabierta.

—¿Habrías pedido perdón?

—No. No hice nada malo.

—¿Nada malo? —preguntó ella con incredulidad—. ¡Intentaste adueñarte del mundo!

Él se mofó.

—Simplemente hice preguntas. Tuve la osadía de dudar de Él, de pronunciarme en


contra cuando dejó que los mortales se desbocaran. Más de la mitad del mundo ni
siquiera cree en Él, duda que Él siquiera exista, y son fácilmente perdonados. Incluso a
los ángeles que cayeron conmigo, alrededor de mí, se les ofreció una oportunidad.
Pero no a mí.

—¿Es por eso que estás haciendo esto? —preguntó ella—. ¿Es por eso que la guerra
sigue en pie?

Como de costumbre, Lucifer ignoró esa pregunta, volviendo su atención a la flor en su


mano. Se la llevó a la nariz y aspiró, un escalofrío recorriendo la longitud de su cuerpo
mientras hacía una mueca.
—¿Estás consciente de que las Flores Araña apestan? Uno de los olores más viles, si
me lo preguntas, tan fuerte que puedo probar la amargura en mi lengua, pero todavía
no tan repulsivo como el olor de Miguel en ti en este momento.

Lucifer le tendió la mano, con la punta del tallo de las flores penetrando el escudo
transparente. Serah dio un paso adelante, asiéndolas, halando las flores de nuevo a su
lado sin hacer contacto con él. Una vez que las tuvo, Lucifer se dio la vuelta,
desapareciendo en silencio sin decir ni una palabra más.

Vacilante, Serah se llevó la flor a la nariz y olfateó por segunda vez, preguntándose qué
fue lo que él inhaló, queriendo saber cómo él degustaba el aire.

—¡Llego antes que tú!

Samuel saltó desde el suelo, con las alas completamente extendidas mientras
despegaba hacia el cielo como un cohete. La oscuridad de la noche se lo tragó en
cuestión de segundos, enviando a una desconcertada Serah corriendo tras él.

—¿Llegas antes que yo a dónde?

Luchó por alcanzar a su hermano mientras él volaba por el aire, sin disminuir nunca la
velocidad, negándose a ser clemente con ella. Cuatrocientos metros los separaban a
ambos mientras ondeaban dentro y fuera de las nubes, pasando a toda velocidad los
aviones como si éstos simplemente estuviesen planeando, cerrando la distancia entre
ellos y las radiantes estrellas. Los orbes de magnífica luz ardían en la atmósfera,
mucho más allá de la capa de ozono, sus explosivos gases liberando una fuerte
energía… la misma energía que fluía por el cuerpo de Serah. Una pequeña estrella
ardía dentro de ella, avivándola, emanando Gracia, como la sangre bombeando a
través de un frágil corazón humano.

Los dos corrieron de un lado del mundo al otro: más allá de los manifestantes
cubriendo las calles de Pekín, a lo largo del muro de Berlín que pronto sería demolido,
a través de la Estación Purley en Londres, todavía aturdida por un mortal choque de
trenes. Volaron a través del Océano Atlántico, con Samuel sumergiéndose en las
profundidades del agua mientras Serah permaneció en el aire, sus dedos rozando la
superficie del océano y provocando que aparecieran olas.
Cruzaron la frontera hacia Estados Unidos, donde Samuel se detuvo bruscamente en
mitad del aire. Serah patinó hasta detenerse mientras él se dejaba caer, arrojándose
hacia el suelo como un misil atómico. Aterrizó sobre sus pies con un ruido sordo en el
patio de recreo de una escuela primaria mientras Serah aparecía a su lado, sacudiendo
la cabeza.

—¿Dónde estamos?

—Una pequeña ciudad llamada Chorizon —respondió él.

—Está bien —respondió evasivamente—. ¿Y por qué estamos aquí?

Ondeó las manos frente a él, haciendo un gesto hacia un edificio al otro lado de la
carretera, con una pancarta de “Gran Apertura” todavía colgando del techo. Centro
Comunitario de Chorizon. Los autos se arremolinaban en el área alrededor de éste, con
la fuerte música sonando a todo volumen desde el interior. Más allá del ruido,
enredándose con el vibrante bajo, Serah podía oír el frenético palpitar de más de cien
latidos.

Detrás de ellos, el aire cambió cuando una corriente crepitó, con Hannah apareciendo.
Serah apenas tuvo tiempo para mirar a su amiga cuando otro ruido sonó, más fuerte,
menos restringido. Miguel apareció, silenciando a ambas chicas antes de que pudieran
iniciar su parloteo.

—Me alegra que hayas podido venir, hombre —dijo Samuel, saludándolo.

—Agradezco la invitación —respondió Miguel—. Aunque, no estoy seguro de qué nos


interesaría aquí.

—Aparentemente eso —dijo Serah, señalando al otro lado de la calle—. Realmente


todavía no sé qué es eso, pero estoy segura de que es algo grande si Samuel nos
arrastró a todos hasta aquí por ello.

Fulminó a su hermano con la mirada. Él había estado invitando a Miguel a todas partes
recientemente, y Serah todavía no se había acostumbrado a su imponente presencia.

—Es grande —confirmó Samuel—. Por lo que he oído, de todos modos. Sin embargo,
todavía estoy un poco oxidado en las costumbres humanas, así que puedo estar
equivocado. Tan pronto como llego a entenderlas, éstas cambian.

La frente de Serah se frunció.


—¿Qué está pasando?

Una amplia sonrisa casi divide el rostro de Samuel en dos.

—Baile de graduación.

Tanto Hannah como Miguel lo miraron fijamente sin comprender, ni saber a qué se
refería Samuel, pero esas palabras le dijeron a Serah todo lo que necesitaba saber.
Baile de graduación.

—¿En serio?

—¿Qué es un baile de graduación? —preguntó Hannah—. No lo entiendo.

—Es una celebración —explicó Serah—. Los adolescentes se reúnen, se visten


elegantemente, y bailan toda la noche. Es una especie de rito de iniciación humano.

Los rostros de Hannah y Miguel mostraron expresiones vacías similares, persistiendo


la confusión con una pizca de disgusto.

—Sí —dijo Hannah—. Estoy fuera.

Hannah desapareció mientras Serah y Samuel se dieron la vuelta hacia Miguel. Serah
esperaba que se retirara, pero se quedó, su apariencia perpleja no cambió mientras
asentía al cruzar la calle.

—¿Estamos quedándonos afuera aquí, o nos estamos uniendo a su celebración?

Serah tartamudeó mientras Miguel la miraba directamente, esperando la respuesta a


su pregunta. No estaba muy segura de qué decir. Samuel soltó una carcajada,
empujándola juguetonamente cuando finalmente se encogió de hombros
evasivamente.

—Vamos —dijo Samuel—. Va a ser completa y jodidamente genial.

Serah estalló de la risa mientras la expresión de Miguel, brevemente se endurecía con


desaprobación. Samuel le dio palmadas sobre su hombro, riendo entre dientes.

—Relájate, es solo algo que los niños dicen en estos días.

Los tres descendieron sobre la fiesta de graduación. Serah no perdió el tiempo


sumergiéndose en el mar de trajes de neón con adornos y cabellos peinados de forma
extravagante, girando a través de la pista de baile al son de la canción pop de moda,
sus alas plegadas mientras tomaba su forma humana. Deliberadamente permaneció
invisible, una brisa ondulaba cuando pasaba, moviéndose a través de ellos y alrededor
de ellos, mezclándose.

Samuel se mezcló entre la multitud, también en forma humana indetectable, mientras


que Miguel se encontraba de pie junto a la parte de atrás, alas completamente
extendidas como un Arcángel guardaespaldas. El poderoso guerrero parecía
incómodo con la multitud de la escuela secundaria, pero no se fue, en lugar de eso
escogió observar, sus ojos brillando con recelo, mientras permanecían fijos sobre el
ángel bailando salvajemente. Serah pudo detectar en el aire su presencia, intensa,
arrolladora. ¿Cómo podían los seres humanos estar cerca de él, alrededor de él,
rozarlo, y no sentir la potente fuerza vital? La dejaba fascinada.

Fue arrastrada, literalmente, cuando Samuel apareció detrás de ella, agarrándola


alrededor del estómago y girándola alrededor. Giró en un círculo, girando como un
tornado, y se echó a reír cuando se detuvo cara a cara con su hermano.

—¿Te diviertes? —preguntó.

Asintió, apartando el cabello de su cara.

—¿Qué en el mundo te dio esa idea?

—Tú.

Frunció su ceño.

—¿Yo? ¿Cómo?

—Supongo que con toda tu charla estas últimas décadas sobre estos seres humanos y
ayudándoles, finalmente me alcanzó —respondió—. El otro día estaba en esta ciudad,
persiguiendo a un demonio en el interior de un maestro de la escuela, cuando escuché
a un chico llamado Nicholas decir que quería llevar al baile de graduación a una chica
llamada Samantha. A Samantha le gusta Nicholas, pero ambos eran demasiado tímidos
para incluso decir hola.

Serah enarcó sus cejas.

—Así que, ¿los presentaste?

—Podrías decir eso —dijo—. Me mostré por una fracción de segundo y los empujé
físicamente juntos en el pasillo. Ella dejó caer sus libros, él los recogió, y voila... están
bailando justo detrás de ti.
Serah se dio la vuelta, tan cerca que prácticamente podía tocar a la pareja. Se
balanceaban con la música, sus manos sobre las caderas de ella, sus brazos alrededor
de sus hombros mientras ella suavemente jugueteaba con su cabello en su nuca. Sus
ojos conectados, algo fuerte agitándose en ellos, algo puro y celestial.

Amor.

Una sonrisa estiraba los labios de Serah.

—Hermano, lo hiciste bien.

—Aún no he terminado —dijo en voz baja—. ¿Ves el Arcángel por ahí, junto a la
pared? Ve a pedirle un baile.

Serah giró de nuevo hacia su hermano.

—¿Qué? ¡De ninguna manera!

—¿Por qué no?

Bajó su voz a un susurro silencioso.

—Samuel, él es el príncipe.

—Es solo un ángel… un ángel que no tiene absolutamente ningún interés en bailes o
costumbres humanas, o en mezclarse, o controlando de forma excesiva, pero sé de
buena fuente que no hay ningún lugar en el universo en el que él preferiría estar que
en esta habitación.

—¿Por qué?

—Porque Ser, aquí es donde estás.

Parpadeó rápidamente, sorprendida por esas palabras.

—Pero él es Miguel. Él es...

—Está enamorado, es lo que está —dijo Samuel—. Vamos, hermana. Míralo. Te


observa de la manera en que Nicholas a Samantha. Dale una oportunidad. No me
hagas también empujarte físicamente. Porque lo haré. Y lo sabes.

—Bien. —Cruzó la habitación. Miguel se enderezó mientras se acercaba, sus hombros


rectos, sus ojos nunca la dejaron—. Tú... no querrías bailar conmigo, ¿verdad?
Un fuerte y enfático—: No —salió de sus labios antes de que pudiera terminar
completamente su pregunta. Ella resopló, confundida por el rechazo, y comenzó a
alejarse cuando agarró su mano.

—Me encantaría hacer algo más contigo, Serah, absolutamente cualquier cosa, pero
me temo que bailar está fuera de mis habilidades.

Una sonrisa adornó sus labios.

—Podemos hacer otra cosa.

—Maravilloso.

Miguel le devolvió la sonrisa mientras Samuel se reía a través de la habitación.

—¿Ves? —dijo en voz alta—. ¿Qué te dije? Esta noche sería jodidamente genial.

La vieja acera serpenteaba alrededor del patio de la escuela, rotas donde las raíces de
un árbol empujaban por debajo de ella, creando una joroba resquebrajada. El
pavimento se encontraba con grietas en el centro, un grupo de dientes de león
sobresalían de la línea irregular.

Serah se agachó y arrancó una.

—¿Consideras un diente de león una flor o una maleza?

—Ambos —respondió Hannah—. Es una maleza floreciendo.

—Es hermoso para ser tal plaga, ¿no lo crees?

Hannah se rió.

—Es más beneficioso que molesto. Es comestible, nutricional, medicinal—la gente


juzga por su carácter predominante, sin tener en cuenta que sirve para un propósito
más grande. —Se detuvo, encogiéndose de hombros, y añadió en el último
momento—: Sí, es hermoso, supongo.

Por un momento, Serah se quedó mirando fijamente el diente de león antes de colocar
su pulgar debajo de la flor y hacer estallar la parte superior de la raíz. Se rió mientras
volaba en el aire y cayó en la acera, rodando de nuevo directamente en la grieta.
Hannah frunció su ceño ante la planta destruida.

—¿Cuál era ese punto en eso?

—Es un juego que los niños juegan —dijo Serah—. Mamá tenía un bebé y su cabeza
saltó.

Hannah la miró boquiabierta.

—¿Qué?

—Es lo que dicen cuando hacen estallar la cabeza de un diente de león.

—Que macabro.

—Es más una estupidez.

Hannah suspiró, sacudiendo su cabeza.

—Tengo que regresar al trabajo. Mientras no estoy, trata de matar demasiadas


plantas, ¿está bien? Solo hace mi trabajo más difícil.

Serah se quedó ahí después de que su amiga desapareciera, mirando a través de la


calle muy transitada en el centro comunitario en ruinas. Se cerró un par de años atrás,
la ciudad ya no era capaz de sostenerla. No había estado en el interior desde la noche
de mayo en 1989, una noche que cambió de muchas maneras su universo.

Una campana sonó, el estridente sonido pulsando a través del aire mientras la escuela
primaria los dejaba libres por el día. Serah se quedó quieta mientras los niños se
apresuraron pasando en su camino a casa. Nicki Lauer se pavoneaba, de la mano con
su mejor amiga, las dos jóvenes deteniéndose junto al enorme árbol.

Nicki se agachó, arrancando de la grieta los restantes dientes de león, raíces y todo.
Tierra húmeda goteaba sobre la acera por los pies de Serah.

—¡Le voy a dar estos a mi mamá! —chilló Nicki emocionada.

Después de que los niños se fueran, alejándose a saltitos, Serah se animó a bajar,
caminando sin prisa hacia la Puerta. Lucifer se quedó en el otro lado, ya esperando,
aguardando como de costumbre su llegada.

—Hueles a flores —dijo—. Ya no las dejan para ti, ¿verdad? Los suspendí, pero los
demonios tienden a ser lentos para comprender. Realmente, idiotas.

—No, se detuvieron —dijo—. Sin embargo, es una pena.


—¿Por qué? —Lucifer levantó una ceja inquisitivamente—. ¿Esperando exorcizar a
algunos más de mis chicos?

—Bueno... sí.

Dijo con una risa:

—Me disculpo por hacértelo más difícil, pero no lo siento. Es mejor de esta manera.

—Si tú lo dices.

—Lo hago —dijo—. Es un fastidio tenerlos que enviarlos precipitadamente de vuelta


antes de que terminen su trabajo, pero no es tan malo como podría ser. Es raro lo que
haces, ya sabes, expulsándolos sin dañar el recipiente. Hace que sea más fácil para mis
chicos encontrar conchas humanas cuando regresan a la Tierra. Una vez poseído,
fácilmente recuperable.

—Son personas, no recipientes —dijo Serah—. Gente inocente, quienes no merecen


ser heridos en esta guerra que estás declarando. Mi hermano me enseñó cómo
preservar lo humano, para salvarlos de los de tu clase.

—Ah, tu hermano. ¿Ya lo encontraste?

—No.

—¿Realmente lo has buscado?

Serah vaciló.

—No.

—¿Por qué? —preguntó Lucifer.

Era una pregunta que no estaba segura de cómo responder.

—No cuestionamos las cosas.

—Yo lo hago.

Se rió secamente.

—Y mira lo que te ocurrió.

—Sí, pero eso es porque se tomaron personalmente mi caída. Es un negocio muy


habitual para Miguel con los otros.
Esas palabras cayeron a través de Serah, sorprendiéndola.

—¿Miguel?

—¿Qué, no sabes tú amante es quién hace los recortes? Solo un ángel puede matar a
otro ángel, ¿recuerdas? Es el destino de Miguel. Castigar cualquier cosa que
desobedece. Se pasan de la raya y... —Lucifer levantó su mano, usando sus dedos para
imitar tijeras—, ...cortar, cortar.

Parpadeó rápidamente.

—¿Samuel?

Lucifer miró fijamente a través de la puerta ante ella, algo sorprendentemente


parecido a la simpatía brillando en sus ojos oscuros.

—Sí. También Samuel.

Algo se retorció en su interior, un nudo apretado donde debería haber estado su


estómago. Miguel había sido quién le quito la Gracia a Samuel, de arrancar a su
hermano de su vida, y él no mostró ninguna pizca de preocupación al respecto. No
hubo ningún conflicto, ningún remordimiento o arrepentimiento.

Miguel no acababa de perder un amigo. Personalmente eliminó uno.

—¿Cómo es que ustedes dos están juntos y ni siquiera sabes lo que hace?

—Te equivocas —susurró.

—No lo hago —dijo confiadamente—. También fui un Arcángel. Conozco nuestro


propósito.

—Así que lo sabes —dijo, brevemente cerrando sus ojos mientras la realidad se
hundía en ella—. Sabes dónde está mi hermano. Sabes lo que le ocurrió.

Miró otra vez, brillando en sus ojos la desesperación, solo para encontrar
repentinamente vació el otro lado de la puerta.

Serah revoloteó alrededor aturdida al día siguiente, evitando a Miguel mientras con
poco entusiasmo se ocupaba a si misma con trabajo tedioso. A la tarde, fue a la puerta,
su mente llena de preguntas que ansiosamente quería hacer. Esperaba que Lucifer
estuviera esperándola como siempre, pero el otro lado se encontraba vació.

Pasó una hora. Luego dos. Gritó su nombre, pero nunca apareció. Después de tres
horas, se dio por vencida y caminó alejándose.

La siguiente tarde fue lo mismo, como fue después de la primera. Pasó una semana de
manera similar y no había señales de Lucifer. No importa cuánto tiempo se quedó ahí,
esperando, gritando por él, no mostró su cara otra vez.

La confusión sacudía sus cimientos, avivándola que ese viernes cuando se encontraba
sentada sola en el patio de la escuela, viendo a los niños jugar. Nicki y su mejor amiga
se inclinaban contra un árbol a unas yardas de distancia, acurrucándose en sus
abrigos, compartiendo un grupo de lápices de colores mientras dibujaban en sus
cuadernos sobre sus regazos. Un estallido de electricidad vibró el aire delante de ella
balanceándose mientras un Dominion aparecía, bloqueándole a Sarah ver a los niños.

—No cumpliste con tu tarea.

—¿Qué supones que haga?

—No supongo nada —dijo—. Pero Él espera que tengas éxito.

—Es imposible —dijo—. No cooperará.

—Haz que lo haga.

—¿Y cómo exactamente se supone que haga eso?

El Dominion se encogió de hombros.

—Se creativa. Serah, es tu destino.

Serah frunció el ceño. La amargura se filtraba a través de su piel fría, tomando parte
de sus entrañas, revolviéndose y estirándola, atándola en nudos. El Dominion inclinó
su cabeza en señal de saludo cortés antes de salir tan repentinamente como había
llegado.
Mensaje recibido.

—Destino, maquinado —murmuró, clavando sus dedos en la tierra debajo de ella.

—El destino lo es todo.


Se dio la vuelta, sorprendida, y se encontró cara a cara con Miguel acechando cerca. Su
rostro estaba endurecido, y no encontró ni una pizca de emoción.

—No te escuché aparecer.

—Estaba aquí antes que tú.

Su ceño se frunció. ¿Qué?

—No te sentí.

—Entonces es posible que tus sentidos necesiten afinarse bien.

Serah no dijo nada. Se apartó de él, su concentración regresando al suelo. Miguel


caminó sin prisa al frente de los columpios y se detuvo ahí, haciendo ningún
movimiento para sentarse, pero no mostró señales de irse, tampoco.

—Tu apego a este lugar, a esta gente, no es saludable. Me preocupa.

—Eran especiales para Samuel —dijo ella—. Sí te acuerdas de él, ¿verdad? Una vez fue
tu amigo.

—Claro que lo recuerdo —dijo Miguel, su tono cortante—. ¿Por qué me preguntas
eso?

—¿Lo recordaste cuando tomaste sus alas? —preguntó ella, la ira amenazando en su
interior—. ¿Olvidaste que eran amigos cuando lo destruiste?

Los ojos de Miguel se estrecharon—. No sabes nada de lo que pasó.

—Entonces cuéntame.

—No puedo.

—¡Pero es mi hermano!

—¡No. Lo. Es! —Miguel escupió a través de dientes apretados, enfatizando cada
palabra—. ¿Crees que obtengo placer de esto, Serah? Es el por qué existo. Entre más
pronto lo aceptes, más pronto las cosas pueden llegar a ser normales.

Normales. Estaba empezando a preguntarse qué significaba eso siquiera. Normal era
Samuel merodeando, riendo y bromeando, aliviando algo de la presión de sus
hombros arropados por alas, recordándole que las cosas estaban bien, que el mundo
era un hermoso lugar. Recordándole que aunque pierdas algunas batallas no significa
que perderás la guerra entera. Todo parecía tan triste ahora que no estaba. ¿Cómo
algo podría estar bien sin él? ¿Cómo algo podría ser normal de nuevo?

—No hay tal cosa —susurró ella—. No puedes dejar de saber algo una vez que ya lo
sabes.

Miguel se retiró precipitadamente del jardín de juegos, por frustración, la explosión


tan ruidosa que sonó como un camión petardeando en la distancia. Algunos de los
niños pausaron lo que estaban haciendo y miraron alrededor, escuchando el ruido,
pero continuaron jugando en cuestión de segundos.

Serah se levantó y caminó donde Nicki y su amiga se sentaban, todavía pintando. Bajó
la vista hacia sus cuadernos, sonriendo a las mariposas inclinadas de Nicki, pero se
congeló mientras estudiaba el dibujo que cubría la página de la otra chica. Monstruos
de todo tipo tomaban el espacio, con dientes grandes, garras afiladas y pequeños ojos,
furiosos y brillantes. En el centro del papel había una criatura roja masiva, grandes
cuernos sobresaliendo de su cabeza oblonga, una cola larga y puntiaguda
arrastrándose por detrás.

—Así no es como en realidad se ve el diablo —dijo Nicki—. ¿Lo recuerdas? Lo dijeron


en la iglesia.

—Oh. —La otra chica estudió su cuaderno mientras agarraba una crayola negra,
dibujando alas de gran tamaño desde la espalda de la criatura. Sonrió cuando
terminó—. Ahora está bien.

—Es estúpido —murmuró Nicki—. Dibujas como un chico. A los chicos les gustan las
cosas feas, como los monstruos y las películas de terror.

La chica rompió el papel, tirándolo al suelo a su lado, y pasó a dibujar mariposas con
su mejor amiga, en su lugar.

Unos pocos minutos después, la campana para la clase sonó, y las chicas corrieron
para reunirse con los otros estudiantes. El papel todavía estaba en el césped cerca del
árbol, descartado, los monstruos hace mucho tiempo olvidados. Serah esperó hasta
que el área estuviera inhabitada para recogerlo, teletransportándose a Hellum
Township con el dibujo en su mano.

Caminó a través de las primeras seis puertas sin dudarlo, su estómago en sus pies
cuando llegó a la séptima. El lote estaba de nuevo abandonado, nadie y nada ahí para
recibirla. Irritada, gritó su nombre, demandando que se dejara ver, pero la nada se
agitó en el viento.

Diez segundos pasaron, luego veinte. Después de treinta segundos, su paciencia se


había gastado tanto que estaba completamente raída, sus puros nervios expuestos, un
indicio de agonizante emoción brillando. Un fuerte gemido vibró en su pecho,
mientras irrumpió por la puerta, titubeando sólo momentáneamente antes de
atravesarla por completo.

Él simplemente no le podía decir lo que tenía y luego desaparecer.

El aire osciló a su alrededor, electricidad recubriendo su piel, hormigueando cada


pulgada de su cuerpo mientras penetraba el campo de fuerza. Su visión borrosa, todo
brillaba blanco mientras lo cruzaba, los encantamientos empujándola, tratando de
forzarla a regresar al lado bueno. Siguió caminando con dificultad, sin inmutarse,
atravesándolo y dando su primer paso tentativo en el Infierno.
Traducido por IvanaTGIvanaTG, Malu_12, MaEx, magdys83, HeythereDelilah1007
otravaga, Jadasa Youngblood, Shilo

La larga mesa, construida completamente de mármol gris desgastado, llenaba la


habitación, haciendo coincidir con las gruesas piedras que formaban las paredes.
Nueve sillas negras la rodeaban, mientras que un bloque de mármol elaboradamente
tallado en un trono gótico se alzaba en la cabecera de la mesa.

Luce se sentó de nuevo, tamborileando sus dedos sobre el brazo de su silla, su enorme
complexión trivializada por el alto respaldo de su asiento. Decenas de blancas,
columnas de velas alumbraban tenuemente la habitación, proyectando sombras
parpadeantes sobre el rostro del hombre sentado frente a Luce, en el otro extremo de
la mesa. El miedo brilló de los ojos del hombre, una vez de color verde brillante, ahora
amarillentos y moribundos igual que el resto en el hoyo.

Luce movió con ligereza su dedo índice, volcando cartas desde lo alto, una desgastada
baraja en el otro extremo de la mesa, cuando el hombre agarró la inferior e incompleta
baraja, sus manos temblaban mientras volcaba sus cartas una por una a la vez. Luce se
encorvó hacia abajo, un desinteresado ceño fruncido cubría su rostro, sus ojos en
todas partes, pero en el juego. Parecía ni siquiera estar jugando, por lo menos a veinte
pies de sus cartas, pero él estaba prestando mucha atención a lo que estaba
sucediendo.

Vio cada movimiento, señaló todas las manos, capaz de predecir qué cartas serían las
próximas en la línea.

Ambos arrojaron tres. Luce tocó sus dedos deslizando sus tarjetas boca abajo sobre la
mesa.

Una. Dos. Tres. Cuatro.


Declaro la guerra.

Volvió otro... rey, y suspiró cuando el hombre jugó un dos. Luce agitó su mano, las seis
tarjetas mágicamente se deslizaron sobre el fondo de la pila.

—Estas agotando las cartas allí, Robert —reflexionó Luce—. No augura nada bueno
para ti.

—Esto no ha terminado todavía —Robert balbuceaba, su voz temblando tan fuerte


como sus manos—. Me siento con suerte.

—Bien por ti —murmuró Luce, volcando otra carta cuando una ráfaga de viento se
apoderó de la habitación, apagando todas y cada una de las velas. Luce chasqueó los
dedos, encendiéndolas de nuevo a la vez, mientras la escuchó en su mente, por encima
del caos que usualmente lo consumía.

Serah.

Lucifer, gritó. Voy por ti.

—Voy a ser un hijo de puta —dijo, incapaz de detener la sonrisa que curvaba la
esquina de sus labios, se le escapó una risa mientras exhalaba.

Pasos corrieron por el pasillo, las grandes puertas dobles de madera abriéndose.

—¡Hay un intruso en la puerta!

—Estoy al tanto. —La mirada de Luce se volvió hacia el demonio que irrumpió. Lire, el
líder de la Legión Oscura, fue uno de los pocos que le fue dado rienda suelta para
vagar por el infierno. Se consideraba la mano derecha de Luce, pero Luce lo trató
como mensajero—. ¿Crees que soy un imbécil? ¿Piensas que no sé lo que pasa en mi
reino?

—¡No, mi Señor! —Negó con la cabeza frenéticamente—. Es solo... Es uno de ellos.


¿Qué quieres que hagamos?

—Muéstrale el camino —ordenó—, y se agradable sobre ello, ¿lo harás? ofendes a mi


invitado, y serás el uno de los atados a la pared esta noche.

El demonio flaqueó, asintiendo sumisamente antes de volver a salir corriendo de la


habitación. Los ojos de Luce instantáneamente se cerraron de golpe desde la puerta de
Robert, capturándolo cuando trataba de mirar de reojo sus próximas cartas. Luce
furiosamente apretó la mano en un tenso puño, sus nudillos reventando de la tensión.
El hombre soltó un fuerte grito de dolor mientras se agarraba el brazo, su mano
derecha se retorcía mientras los huesos crujían desagradablemente, rompiendo en
pequeños fragmentos y arrancando a través de la piel. La sangre corría por su brazo,
goteando sobre el piso de concreto.

—¿Crees que me puedes engañar? —escupió—. ¿Crees que no voy a saber?

—¡Fue un error! —gritó—. ¡Lo siento, por favor, No voy a hacerlo de nuevo!

El rojo en los ojos de Luce se encendió, superando a la oscuridad, mientras el piso bajo
sus pies vibraba. El suelo detrás del hombre se abría hacia un negro remolino
turbulento, tortuosos gritos quemándose con el fuego salvaje, tan feroz que Luce hizo
una mueca. Sacudiendo su mano, Luce envió al hombre volando hacia atrás fuera de la
silla, directamente al infierno embravecido, las llamas anaranjadas brillantes se lo
tragaron entero. Sus gritos fueron silenciados cuando el remolino se cerró
bruscamente, todo quieto y en silencio.

—Estas jodidamente en lo correcto que no lo harás de nuevo.

Se encorvó de nuevo hacia atrás en su silla, tamborileando con sus dedos un poco más,
a la espera. Podía sentirla a medida que se acercaba, el aire se agitaba con algo que no
había sentido en mucho tiempo. Ella trajo a la luz del sol, aligerando oscuridad,
mientras irradiaba aire fresco.

En el momento que se abrieron las puertas, cerró sus ojos y apoyó la cabeza hacia
atrás, tomando una profunda respiración. Estaba hablando, su voz se alzaba con
pasión, pero él no hizo caso de sus palabras, también consumidos por su fragancia. Era
tan fuerte fuera de la puerta filtrándose, tan intenso que temblaba mientras inhalaba.
El resplandor llenó sus pulmones y se filtraba a través de su cuerpo como el oxígeno,
alimentando su fuerza vital.

—¿Estás escuchándome? —preguntó, golpeando algo sobre la mesa frente a él.

Luce abrió los ojos de nuevo, mirándola fijamente. Arqueó una ceja ante su postura,
sus ojos entrecerrados, sus manos en las caderas.

—No.

—Eres es insufrible. Absolutamente imposible.


—Gracias —dijo, agitando la mano hacia la mesa, la recientemente desocupada silla se
desplazaba hacia afuera—. Toma asiento.

—No.

Él suspiró ante su terquedad, volvió su mirada a Lire acechando en la puerta.

—Déjanos. Asegúrate de que no haya interrupciones.

—Sí, Mi Señor.

—Mi Señor —imitó, encrespando su labio en una mueca de desprecio—. Blasfemia.

Luce trató de mantenerse serio, pero su diversión era demasiado. Una media sonrisa
volvió a sus labios mientras negaba con la cabeza.

—Eres valiente, ángel. Te voy a dar eso. Sinceramente, no pienso que tuvieras las
agallas para hacerlo. Esperaba que lo hicieras, por supuesto, pero nunca nadie ha
hecho antes. Ni siquiera pienso que mi hermano sea lo suficientemente valiente como
para venir aquí.

La feroz expresión de Serah se suavizó.

—¿No?

Luce negó con la cabeza.

—Eres el primero sin duda en pasar voluntariamente a través de esa puerta.

Sorpresa parpadeaba a través de su rostro.

—¿Lo soy?

—Sí —dijo—. Lo ves, es peligroso aquí. Muy peligroso.

—Solo un ángel puede hacer daño a otro ángel —dijo ella con confianza—. Y te
prohibieron hacerle daño a un inocente, así que nada aquí puede herirme.

—Es cierto —dijo—. E incluso si pudiera hacerte daño, no lo haría... Pero hay algo más
que me gustaría hacer, algo posiblemente aún peor.

Su cuerpo se tensó.
—¿Qué?

—Conservarte.

Ella se le quedó mirando fijamente como si estuviese tratando de procesar eso.


Después de un momento, algo cruzó su rostro, algo que él conocía bien, algo parecido
al puro maldito terror.

Se dio cuenta de que podía.

—Relájate —dijo, haciendo un gesto hacia la silla de nuevo—. Dije que lo haría, no lo
haré. Es tentador, sin embargo. Debo admitir.

Serah vaciló antes de trasladarse hacia la silla y sentarse tímidamente. Permaneció en


silencio, sus ojos cautelosos mientras lo observaba. La mirada de Luce se desviaba de
ella al papel arrugado que golpeó sobre la mesa, sus ojos cayendo inmediatamente
sobre el dibujo del diablo. Dejó escapar una fuerte, risa amarga, dejándolo a un lado
mientras agitaba su mano, la baraja de cartas volando hacia él. Las recogió y
casualmente comenzó a barajar.

—¿Sabes cómo jugar a La Guerra?

—La Guerra no es un juego.

—En este caso, lo es. Es un juego de cartas.

—Oh.

—Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es girar volviendo la primera carta.
Quienquiera que tiene el número más alto gana la mano. El primero en perder todas
sus cartas pierde. Un niño podría hacerlo. —Dividió la baraja por la mitad, veintiséis
cartas cada uno, y deslizó la mitad de ellos por la mesa hacia ella—. Un juego. Si ganas,
haces tus preguntas y entonces te puedes ir.

—¿Por qué iba a jugar una partida contigo?

—Porque realmente no tienes otra opción, ángel —dijo—. Quieres respuestas, quiero
la compañía.

Ella se lo quedó mirando, contemplando, antes de asentir levemente.

—Está bien.
Comenzaron su juego, Luce giró ligeramente sus cartas con magia mientras Serah
eligió la manera tradicional. La confianza de Serah subió al ganar las primeras manos,
pero no duró mucho. Luce comenzó a dominar el juego, robando carta tras carta, su
pila creció constantemente a medida que la suya disminuía. Ella frunció el ceño y
resopló con frustración, lanzándole miradas de enojo de vez en cuando, pero ninguno
dijo una palabra.

Unos minutos más tarde, Serah se había reducido a una sola carta. Suspirando, le dio
la vuelta. Luce ni siquiera tuvo que mirar para saber que era un dos, la carta más baja
posible.

Luce arrojó por encima la carta superior... un ocho, y deslizó todas las cartas que
quedaban en la parte inferior de su mazo.

—Yo gano.

—¿Y ahora qué?

—Jugamos de nuevo.

—¿Qué pasa si no quiero? —preguntó—. ¿Vas a tenerme de rehén? ¿Obligarme a


seguir jugando tus estúpidos juegos?

—No lo creo. —Se burló—. He estado defendiendo el libre albedrío de los ángeles toda
mi existencia. No estoy en el negocio de quitárselo. ¿Quieres irte? Entonces hazlo y
lárgate de aquí. Pero si quieres que conteste tus preguntas, vas a tener que vencerme
en un juego.

Ella lo miró, con los ojos entrecerrados, sus labios una línea dura, delgada de
desprecio.

—Eres insoportable.

—Eres linda, ángel —bromeó, sus labios curvándose en una sonrisa—. ¿Eso quiere
decir que estás adentro?

Serah agarró su mazo de cartas y las deslizó por la mesa hacia él.

—Solo cállate y baraja.


Pasaron interminables horas jugando a La Guerra; una mano tras otra, batalla tras
batalla, partido tras partido. Tan pronto como empezó Serah a salir adelante, tan
pronto como ella creía que por fin tenía la oportunidad de vencer al ángel arrogante,
él tiraba una carta alta y terminaba su racha de buena suerte.

Irritación fluía por su cuerpo mientras ella golpeaba sus cartas sobre la mesa,
gimiendo cada vez que ganaba. Lucifer permaneció encorvado en su trono de mármol,
lanzando con desdén sus cartas. Sus penetrantes ojos se clavaron en ella, rompiendo
su concentración mientras trataba de seguir la pista de lo que quedaba en su cubierta.
Ella se había reducido a cinco cartas ya.

—¿Podrías dejar de mirarme? —escupió, golpeando abajo a un siete.

Lucifer hizo girar su dedo, tirando por encima de un nueve, y deslizó las cartas en su
mazo.

—No estoy bajo tu piel, ¿lo estoy?

—Por supuesto que no —dijo ella, jugando a un rey. Sonrió, la esperanza se desintegró
en el momento en que giró un as—. Ugh ¡eres imposible!

—Eso he oído —dijo, jugando el siguiente seis. Serah dio vuelta un cinco y golpeó su
mano contra la mesa mientras él tomaba las cartas, dejándola con solo dos.

El dio la vuelta a un seis; ella volteó un cinco.

Él volteó otro de seis; ella estalló en una risa amarga mientras negaba con la cabeza.

—Tres seises en una fila. Qué típico.

Antes de que él pudiera responder, ella tiró la última carta en la mesa delante suyo. Se
elevó en el aire, agitándose y girando antes de aterrizar justo en su regazo. Él miró
hacia abajo.

Un dos, sabía Serah.

—Yo gano —declaró él—. Una vez más.

—Por supuesto —murmuró, cruzando los brazos sobre su pecho mientras lo miraba,
viendo la mirada ufana de satisfacción en su rostro—. Mezcla las cartas.

Él negó con la cabeza, recogiendo el dos.


—Creo que hemos terminado.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¿Por qué? —Él arqueó una ceja—. En primer lugar, porque me lanzaste una carta. Si
alguien más lo hubiese hecho, sufriría un dolor insoportable en estos momentos. En
segundo lugar, porque si golpeas mi mesa con más fuerza, serás responsable de
hacerle una grieta, y resulta que soy fanático de mi mesa. Y en tercer lugar, porque
maldita sea, lo digo yo. Yo hago las reglas aquí, ángel. ¿No te gustan? Sabes dónde está
la salida.

Ella lo miró mientras él se levantaba y caminaba hacia la puerta.

—¿Qué pasa con mis respuestas?

—¿Qué pasa con ellas? Tenías que ganar. ¿Quieres jugar otra vez? Vuelve mañana.
—Alzó la mano, poniendo la mano en su pecho sobre el símbolo tallado en su carne—.
Desde luego, yo no voy a ninguna parte, ¿recuerdas?

Las luces amarillas de East York brillaban como estrellas en la distancia. Serah se
sentó en un acantilado a cinco kilómetros de la ciudad, sus pies desnudos colgando
sobre el borde. El sonido de Haven de Warrant atronaba desde los pequeños altavoces
en un carro cercano, la canción amortiguada por las ventanas cerradas.

Un estallido de electricidad estática onduló en el aire detrás de Serah. Una fracción de


segundo antes de que algo la golpeara dolorosamente.

—Incómodo —dijo Samuel, arrastrando la palabra—. Están fornicando menos de tres


metros de ti, Ser.

Ella rodó los ojos.

—Sólo están manoseándose.

—Es lo mismo —dijo, sentándose a su lado—. Supongo que lo llaman Coito Cliff por
una razón.

Serah se echó a reír.


—No lo llaman así.

—Eh, podrían —dijo él—. Es un poco pegadiza, ¿no es así? Casi tan pegadizo como
esta canción. Es mi himno.

Antes de que Serah pudiera decir una palabra en respuesta, Samuel comenzó a cantar.
Su voz gritando rebotó en los árboles y se hizo eco a través de la ciudad a sus pies,
ahogando todos los otros ruidos en la noche. Nadie más lo oyó, sin embargo, sin poder
recoger la frecuencia de su voz cuando cantó la balada rock desde el fondo de sus
pulmones.

Cuando el coro subió, Serah no pudo contenerse de cantar junto con él. Samuel se
inclinó hacia atrás, golpeando violentamente sus piernas, sus manos moviéndose
frenéticamente mientras imitaba un solo de guitarra en el aire, sus dedos
expertamente rasgueando y punteando las cuerdas invisibles. En el momento en que
la canción llegó a su fin, Serah se dobló de la risa mientras una radiante sonrisa
iluminaba el rostro de Samuel.

—Creo que has encontrado tu verdadera vocación, Samuel.

—Definitivamente podría ser una estrella de rock —dijo—. Bueno, si fuera humano, de
todos modos.

—Debe ser agradable, ya sabes, ser capaz de hacer lo que quieras. Las opciones son
infinitas para ellos. Nuestra existencia está pre-escrita, pero los mortales reciben este
grande y hermoso libre albedrío para hacer lo que quieran. Y muchos no lo aprecian.
Sólo me pregunto cómo sería ser capaz de elegir... si fuéramos nosotros quienes
recibieran ese don precioso y no ellos.

La sonrisa de Samuel se desvaneció gradualmente a medida que la miraba fijamente.

—Serah, no.

—¿No qué?

—He escuchado esas palabras antes —dijo, un borde duro en su voz baja—. Ellas me
fueron dichas apenas unas horas antes de que viera a mi amigo echar a su propio
hermano al lago del fuego eterno. Y no puedo... Serah, no puedes pensar de esa
manera.
Ella abrió la boca, sus ojos como platos cuando se dio cuenta de lo que significaban sus
palabras.

—Samuel, ¡yo nunca…! Lucifer odia a los mortales. Está lleno de ira, orgullo y envidia.
¡Yo no!

—Lo sé —le dijo en voz baja—. Pero también sé que hay una delgada línea entre el
bien y el mal. Hay una zona gris, una en la que todos están. Y eso está bien, creo.
Nosotros no somos inmunes a las emociones. Sólo prométeme que nunca vas a pasar
sobre ella. Que nunca vas a dejar que te consuma. Que tendrás cuidado.

—Lo prometo —dijo ella—. No tienes que preocuparte por mí. Tengo todo lo que
puedas necesitar. Tengo amigos, tengo mi trabajo, y tengo a ti, mi hermano. Mientras
te tenga a ti, sería una tonta si pidiera más.

Las cosas estaban tranquilas mientras los dos se sentaban perdidos en sus
pensamientos. Música de rock continuó saliendo del auto cerca de ellos con los dos
jóvenes amantes dentro. Nicholas y Samantha, celebrando seis meses juntos, un hito
que podría nunca haber llegado si no hubiera sido porque Samuel había intervenido
en sus vidas.

—¿Qué harías? —preguntó él después de un rato—. Si fueras humana, ¿qué querrías


ser?

Su respuesta fue cierta, no dudando de sus palabras.

—Una piloto de carreras.

La respuesta al instante iluminó el estado de ánimo de Samuel, quien rompió en otra


sonrisa.

—¿De verdad, hermanita? ¿Una piloto de carreras?

—Sí. Siempre me he preguntado cómo sería poder conducir un auto. Son una de las
creaciones más asombrosas del humano, una que sigue en evolución. Los autos son
prácticos, pero emocionantes. Y la gente les paga por correr en ellos, ¡como un
deporte! ¿Puedes creer eso?

—Guau. —Samuel la miró con sorpresa—. Por primera vez en más de un milenio,
estoy aprendiendo algo nuevo sobre ti. Nunca me di cuenta de que te gustaran los
autos.
Serah miró uno estacionado cerca de ellos.

—Ese es mi auto favorito. Es un Pontiac 1966 GTO convertible, color rojo cereza.

Samuel arrugó la nariz.

—Parece naranja para mí.

—Eso es porque está en mal estado —dijo Serah—. Es hermoso cuando está cuidado.

—Así que, eh, hay un problema con todo esto.

—¿Cuál?

—Me han dicho que las mujeres son pésimas conductoras.

Rodando los ojos, Serah lo empujó con fuerza, haciéndole salirse del borde del
acantilado. Se dejó caer un par de metros en picado hacia el suelo, entonces amplió sus
alas y voló de vuelta hacia ella. Él volvió a tomar su asiento con una risa, empujándola
en broma.

—Estrella de rock y piloto de carreras —dijo—. Hacemos todo un par.

Ella envolvió su brazo alrededor de él y se apoyó en su hombro.

—Lo hacemos.

—No estarías del todo en lo correcto hace un tiempo, ya sabes. Claro, los seres
humanos tienen un sinfín de opciones, pero sus vidas están tan escritas como las
nuestras. Basta con mirar a Nicholas y Samantha. Sabemos todo lo que van a hacer a
partir de hoy hasta el día en que mueran. Nicholas trabajará en una fábrica, y
Samantha será ayudante de un profesor. Tendrán un hijo, una niña llamada Nicole. En
el momento en que los junté, su futuro estaba decidido, y la única manera que va
cambiar alguna vez es si uno de nosotros lo cambia por ellos. Nosotros, Ser.

—Pero eligieron esas vidas —dijo Serah—. Nosotros simplemente sabemos lo que
ellos van a elegir.

—Sí, lo sabemos —dijo él—. Ese es el punto. No hay sorpresas cuando se trata de los
mortales. Nosotros somos los que sorprenden a Dios. Nosotros somos los que desvían
de su camino. Di lo que quieras acerca de Lucifer, pero una cosa es innegable: él fue el
primero en desafiar al destino. Y ser el primero en hacer cualquier cosa necesita
coraje.

—¿Puedo preguntarte algo?

Serah entregó un nueve, sin sorprenderse en absoluto cuando Lucifer volcó una reina.

Él suspiró, deslizando las cartas en la parte inferior de su pila.

—¿Cuántas veces tengo que decirlo? Tienes que ganar para obtener respuestas.

—No se trata de eso —dijo ella, jugando un rey. Lucifer soltó un dos. Serah sonrió
mientras agarraba las cartas—. Es acerca de este lugar... sobre ti.

Ojos curiosos la miraban desde el otro lado de la habitación mientras Lucifer hacía
girar su dedo, volcando un siete.

—¿Qué?

—Dijiste que sientes todo lo que los demás sienten —dijo ella, jugando un tres—.
Dijiste que era angustioso, que el estar aquí abajo era un tormento, que la empatía era
una maldición. Dijiste…

—Sé lo que dije —respondió él entre dientes apretados—. ¿Hay una pregunta en
alguna parte? Porque no la oigo.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

Él arqueó una ceja.

—¿Tranquilo?

—Sí. Supongo que me esperaba más de este lugar. El inframundo se supone que es
más, bueno, infernal.

Lucifer no dijo nada. En silencio, volcó su carta, mirándola con impaciencia mientras
esperaba a que ella jugara la suya. El silencio se extendió mientras jugaban unas pocas
manos, carta tras carta yendo a favor de él. Hizo girar su dedo despreocupadamente,
volteando un as, mientras la mano de Serah se cernía sobre su última carta.
Los dos sabían que era un Jack. Ambos sabían que había ganado.

El espacio alrededor de ellos se sacudió violentamente cuando el suelo bajo los pies de
Serah se fracturó en dos, al instante tragándose la mesa y las sillas. En el momento en
que el suelo se abrió, gritos horribles y llantos de angustia se derramaron desde el
hueco, chillidos que helaban la sangre desgarrando el aire. Llamas se derramaron
fuera del agujero mientras las paredes a su alrededor se derrumbaban. Presa del
pánico, los ojos de Serah recorrieron el espacio mientras sus alas se expandían en
defensa. Ella se elevó desde el suelo, flotando por encima de las llamas que
consumieron la habitación y todo lo que contenía. Lucifer permaneció en su silla de
mármol, sin ser tocado por el fuego. Sus alas habían aparecido en su espalda, escudos
negros masivos que se mezclaban con la nube repentina de espeso humo que llenaba
la habitación.

Serah se tapó los oídos con las manos, tratando de bloquear el alboroto, pero sólo hizo
el eco más fuerte, más tortuoso. La agonía parecía estar dentro de ella, los gritos
inexplicablemente incrustados en su mente, insoportables e inevitables. Ella cerró los
ojos, gritando para que se detuvieran.

De repente, el ruido se interrumpió en un chillido, como la aguja de un tocadiscos que


es arrancada, el silencio total superando todo. Los ojos de Serah se abrieron,
sorprendidos de encontrar la habitación en orden, todo como había sido. Ella flotaba
en el aire mientras Lucifer permanecía en su silla, su cara una máscara de indiferencia,
pero el rojo arremolinándose con locura en sus ojos cuando la miraba.

—¿Qué fue eso? —preguntó ella mientras doblaba sus alas, aterrizando en el suelo.

—El infierno —dijo él en voz baja—. Lo diluí un poco para ti, pero captaste su esencia.

—¿Eso es el infierno?

Él asintió.

—Ves lo que quiero que veas, ángel. ¿Pero eso? Esa es la realidad. Y no sólo la veo y la
escucho, también la siento. Cada segundo de cada día.

Ella lo miró boquiabierta.

—Yo, eh...
Él negó con la cabeza antes de que pudiera continuar y señaló su solitaria carta, de
alguna manera todavía sobre la mesa, boca abajo.

—Dale la vuelta para que podamos terminar este juego.

Serah se sentó de nuevo y volcó la carta, ni siquiera mirándola. Sus ojos se


mantuvieron enfocados en él.

—Así que si me haces ver lo que quieras que yo viera, ¿significa eso que podrías
hacerme ver algo?

Él suspiró con frustración mientras agarraba las cartas.

—Eres muy tenaz.

—Me han dicho eso una o dos veces antes.

—Este lugar se alimenta de las pesadillas —explicó, arrastrando los pies—. Es como el
Cielo, pero a la inversa. En el Cielo, un alma ve lo que lo hace feliz. Aquí abajo, reviven
lo que les aterroriza.

—Sé eso mucho.

—Bueno, al igual que conseguiste rienda suelta arriba y puedes invadir el Cielo de
cualquiera, puedo invadir el Infierno de cualquiera. Puedo entrar en la jaula de
cualquiera y hacer lo que quiero. Pero también hay un terreno común, al igual que tu
casa arriba.

—Y eso, el fuego, y los gritos, ¿eso es tu casa?

—Sí.

—Así que, ¿puedes mostrarme el infierno de cualquiera?

—Sí.

Echó un vistazo alrededor de la habitación—. ¿De quién en este Infierno?

—Supongo que puedes decir que es mío.

Su ceño se frunció. ¿Suyo? Ella no preguntó, no fisgoneando más. Podía decir por su
expresión tensa que él había dicho todo lo que haría en el asunto. Ella ya no
conseguiría más de él a menos que jugara por sus respuestas y las ganara justa y
honestamente.

Los juegos iban y venían, tanto que Serah ya no se molestó en realizar un seguimiento
de cuántos habían jugado. Lucifer ganó todas las veces, a veces en unos pocos minutos,
mientras que otras veces, la batalla se prolongó durante horas. Ella se perdió en un
mar de cartas y números, todo lo demás cayendo en el camino en su búsqueda para
ganar.

—No entiendo cómo me sigues ganando —dijo ella, jadeando después de un particular
juego largo—. Estaba segura de que te tenía esa vez.

Lucifer hizo un gesto a las cartas, pero Serah las agarró antes de que él pudiera poner
sus manos sobre ellas. Ella se echó hacia atrás en su silla y comenzó a arrastrar los
pies, los ojos fijos en ángulo recto en él, esperando a que él objetara. Una sonrisa
volvió a sus labios mientras él le indicaba que siguiera adelante.

—Puedes mezclar todo lo que quieras —dijo—. La guerra es un juego de azar. Es toda
la suerte del sorteo, no más calculado que el giro de un cañón de la pistola en la ruleta
rusa.

—Creo que prefiero jugar eso en este momento —murmuró—. Es una pena que seas
inmune a las balas.

Él se echó a reír—. Ah, no seas amargada. Debes aceptar el hecho de que tal vez se
supone que no obtengas tus respuestas. Tal vez estás destinada sólo a pasar más
tiempo conmigo.

—Basura —dijo ella, entrecerrando los ojos—. Dios está de mi lado. Voy a ganar.

Ella dividió la baraja por la mitad y volteó su primera carta, más decidida que nunca a
ganarle en su juego. Menos de diez minutos después, Serah retenía una última carta
miserable mientras la pila de Lucifer se alzaba por encima de la de ella.

Perdió. Otra vez.

—¿Pensaste que ibas a ganar, ángel? ¿Pensaste que papá estaba de su lado?

—Eres exasperante.
—Igualmente.

Serah volvió su última carta y se puso de pie, sin molestarse en esperar a que él
volteara la suya. Caminó hacia las puertas dobles de madera y salió sin decir una
palabra.

Orbes de colores manchados a través del cielo negro como la boca de un lobo, ni una
nube se veía en cualquier lugar. Rojos y azules y verdes, y amarillos vibrantes
quemados vivos, patrones de luz que se originándose desde las profundidades del
espacio. Estrellas fugaces, los mortales les llamaban. Decenas de manchas por encima
de ellos, los senderos de fuego ardiendo en la atmósfera.

—Pide un deseo —murmuró Hannah.

—No he visto una lluvia de meteoritos así de mala en mucho tiempo —dijo Serah,
mirando hacia el cielo. A pesar de la hermosura, ella sabía que no era una buena señal.
Nunca era bueno cuando reinaba el caos.

—Hicimos todo lo posible para alejar el asteroide, pero mucho de ello pasó —dijo
Hannah—. La próxima vez, puede no ser tan afortunado. El universo es un caos, y sólo
se está poniendo peor. Los huracanes, los tsunamis, los terremotos, es sólo cuestión de
tiempo.

—El Apocalipsis.

—Conquista, Guerra, Hambre, y Muerte pronto emergerá, y luego la vida como la


conocemos, habrá terminado —dijo Hannah—. Satán se levantará.

—No entiendo —dijo Serah en voz baja, sin dejar de mirar al frenético cielo. Lucifer
parecía tan sedentario. ¿Cómo podría él acercarlos al apocalipsis, cuando estaba
atrapado debajo y no había forma de escapar? Él parecía casi aceptar ese hecho.

Necesitaba respuestas, y las necesitaba rápido.

—Hannah, ¿sabes algo acerca de la Guerra?

—En realidad, no conozco a nadie que gane la Guerra. Todo el mundo pierde.

—No la guerra de ahora.


—¿El Jinete, entonces?

—No, el juego de cartas.

La frente de Hannah se frunció mientras miraba a Serah, sus ojos dejando el agitado
cielo por primera vez esa noche—. ¿Un juego? Sabes más acerca de los pasatiempos
humanos que yo.

El aire en el campo crujió detrás de Serah, la abrumadora esencia de Miguel


irradiando a través de la tierra alrededor de ellos. Hannah lo miró, pero Serah no se
movió. Ella fijó su mirada en el cielo, evitándole adrede.

—Dije que no iba a funcionar —dijo Miguel inmediatamente—. Basta con mirar a ese
profético cielo. El Día del Juicio estará pronto sobre nosotros.

—No necesito una lección de "te lo dije" —dijo Serah—. Esto no ayuda a ninguno de
nosotros.

—No le estoy dando ninguna lección a nadie —dijo Miguel—. Simplemente estoy
diciendo la verdad, Serah. Todo este tiempo que estás gastando con ese depravado
engendro es irracional.

Serah se mordió la lengua, la mandíbula rígida mientras intencionalmente retenía las


palabras que anhelaba decir: Ese engendro es tu hermano, te guste o no.

Hannah suspiró, empujando el brazo de Serah suavemente y dándole una sonrisa de


simpatía antes de teletransportarse lejos. Serah permaneció inmóvil mientras Miguel
caminaba detrás de ella y la envolvía con sus brazos alrededor de su cintura, tirando
de ella hacia él. Ella no luchó contra él, no haló de su abrazo, pero ella no se fundió en
sus brazos como si fuera el pasado.

—Te extraño —dijo Miguel—. Nos extraño. ¿No te sientes de la misma manera?

—Sí —admitió. Ella lo hizo. Era cierto. Extrañaba la comodidad que él solía traerle,
como de segura se sentía con él, cómo de infalible él solía parecer.

—¿Todavía me amas?

Ella no podía estar segura, pero pensó que sentía un poco de duda en su voz.

—Por supuesto que sí, Miguel. No solo dejas de amar a alguien. El amor te cambia.
—¿Entonces por qué estás tan distante? —preguntó.

—Porque el amor cambia, también.

—No tiene por qué.

—Si tiene —discrepó—. Todo cambia con el tiempo, no necesariamente para mal,
pero no siempre para bien, tampoco.

—¿Qué significa eso, Serah?

—Esto significa que el mundo no siempre es blanco y negro —respondió—. A veces,


es de color gris, y a veces estalla en colores grises que nunca antes sabías que existían.

—Todavía no lo entiendo.

Serah frunció el ceño. No creía que él lo haría.

Serah caminaba rápidamente por el largo pasillo, que conducía a la habitación del
final. Se encontró con las enormes puertas dobles de madera, y tiró de ellos para
abrirlas, su boca moviéndose mientras las palabras comenzaron a derramarse de sus
labios. Ella esperaba que Lucifer estuviera sentado en su trono, barajando las cartas,
pero la visión con la que se encontró fue todo lo contrario.

La luz del sol le atacó cuando salió por la puerta y en un largo y sinuoso, camino
asfaltado, flanqueado por las aceras recién pintadas. Modestas casas de dos pisos se
alineaban a ambos lados de la carretera, sus calzadas llenas de carros y minivans. Los
árboles estaban esparcidos por todas partes, las hojas verdes vibrantes susurrando en
la suave brisa mientras la deliciosa hierba recubría los patios. Podía oír a los pájaros
piando mientras volaban por el aire, dando vueltas alrededor del tranquilo barrio.

Serah estaba tan pasmada que solo se quedó allí de pie, mirando, sin poder moverse
hasta que oyó un ruido detrás de ella. Se dio la vuelta el tiempo justo para ver a un
niño en una bicicleta moviéndose rápidamente directo hacia ella, la calle continua
hasta donde sus ojos podían ver, las puertas por las que había pasado se habían ido. Se
quedó inmóvil, esperando que él se moviera directo a través de ella como si no
existiera, pero el chico se desvió hacia la acera fallando en golpearla.
—¡Lo siento, señora! —gritó mientras pedaleaba pasándola—. ¡No la he visto!

Sus ojos se abrieron con sorpresa—. ¿Qué en el nombre del Cielo?

Ella se dio la vuelta de nuevo, lanzándose en un círculo, y dejando escapar un grito


sobresaltado cuando se encontró cara a cara con Lucifer. Él la agarró por los brazos
para estabilizarla, su repentina presencia confundiéndola. Ella jadeó al tocar su piel
desnuda, ondas de choque de electricidad corriendo por su cuerpo, fluyendo hacia
abajo por su espina dorsal. Inmediatamente, ella se alejó de él.

—Relájate —dijo, levantando sus manos a la defensiva—. No puedo hacerte daño,


¿recuerdas?

—¿Qué es este lugar? —preguntó ella, lanzando los ojos alrededor—. ¿Dónde
estamos?

—En el infierno —respondió—. En el infierno de alguien, de todos modos.

Ella lo miró boquiabierta. ¿Este es el infierno de alguien?

—Es uno de mis favoritos —continuó Lucifer—. La mayoría de las jaulas son oscuras y
feas, pero ésta… se siente casi como estar realmente fuera. Bueno, excepto por el
hecho de que huele a sangre y carne quemada, pero tomo lo que puedo conseguir.

Serah estaba en silencio mientras trataba de procesar eso. Parecía tan tranquilo e
inocente, casi una réplica exacta de unos Cielos que había encontrado en el camino.
Era extraño para ella, viendo a Lucifer de pie en medio de un barrio residencial,
rodeado de árboles resistentes mientras la luz del sol caía por encima. Su bronceada
piel parecía brillar bajo los rayos, el rojo completamente ido de sus ojos; mucho más
marrón hoy que el negro al que estaba acostumbrada.

—Vamos —dijo, asintiendo con la cabeza para que lo siguiera mientras daba unos
pasos hacia atrás—. Déjame mostrarte los alrededores un poco.

Ella negó lentamente con la cabeza, negándose, pero sus pies no parecieron captar el
mensaje. Curiosidad alimentó sus pasos mientras se movía hacia adelante, detrás de él
por la calle. Lucifer se metió entre dos casas, saltando por encima de la bicicleta
descartada del chico, y se dirigió a un patio trasero. Serah continuó siguiéndolo,
viendo como él saltaba por encima de una alta, cerca de madera y salió fuera de vista.
Serah escaló la valla, sorprendida cuando saltó al otro lado y se encontró en otro lugar,
en otro tiempo. Una multitud rugía a su alrededor mientras ella y Lucifer se ponían de
pie en medio de una polvorienta arena, gladiadores en plena marcha apaleándose
unos a otros a uno a escasos pasos de ella. Jadeando, se apartó, mirando a Lucifer con
horror mientras la sangre salpicaba en su dirección.

—Me gusta el otro mejor.

Él sonrió, sacando su dedo, su entorno cambiando al instante. Estaban de pie en una


enorme tienda de campaña roja, los espectadores rodeando la periferia mientras un
grupo de payasos actuaba en medio de ellos. Las risas pululaban en la tienda, por
encima de ella el sonido del rugido de un tigre en las afueras de la solapa de la
entrada.

—Bueno, los payasos son aterradores, supongo.

Lucifer chasqueó los dedos otra vez, todo volviéndose negro. Serah parpadeó
rápidamente, tratando de ver en la oscuridad, pero no había nada allí… nada en
absoluto. El espacio parecía completamente vacío de todo, un enorme agujero negro
de vacío.

Pero entonces ella lo sintió, la sensación espinosa en la parte posterior de su cuello, el


aire cálido de un aliento estremecedor contra su piel. Ella dio la vuelta, sin encontrar
nada ahí, pero los escuchó. Podía oír el bajo gruñido agresivo, hambriento y enojado,
como si ansiaran devorarla. Ella tembló con el pensamiento.

—Está bien, lo tengo. Suficiente.

Se escuchó un chasquido ruidoso, y Serah se encontró a si misma parada en la calle del


vecindario tranquilo con Lucifer de nuevo.

—Justo en la calle, en la casa azul con la bicicleta en el patio, un hombre es forzado a


ver a su familia ser asesinada cada día —dijo—. El gladiador es aporreado hasta la
muerte cada hora, a la hora. El director del circo es comido vivo por el tigre.

—¿Y el último? —ella preguntó con vacilación. —¿De quién diablos era eso?

Lucifer arqueó una ceja hacia ella—. Tuyo.

—¿Mío?

—Curioso, ¿no es así? Tu peor miedo es el olvido.


—¿Qué es esa cosa que está ahí? —preguntó—. ¿Ese… monstruo?

Una pequeña sonrisa de superioridad tiró de la comisura de sus labios.

—Ése era yo, ángel.

Un frondoso bosque de árboles de invierno rodeaba el agua azul cristalina, tan nítida y
transparente que parecía el reflejo de un vaso de cristal. Un acantilado rocoso al norte
alimentaba al rio, el agua baja en cascadas por los peldaños de piedra natural de las
cataratas. Serah se puso de pie en el borde del río, contemplándolo, mientras Lucifer
desgarraba su camisa y la arrojaba al suelo. Agarrando una rama arriba de ellos, se
levantó en un alto árbol sinuoso y lo escaló sin mucho esfuerzo a donde un columpio
de cuerda largo y anudado colgaba. Sin hablar, tomó un salto, balanceándose por
delante de Serah y saliendo fuera del agua.

Él la soltó cuando alcanzó el centro, agitando sus brazos y piernas mientras caía en el
río con una gigantesca salpicadura. El agua se precipitaba sobre la orilla de las olas
mientras más ondeaba directo a Serah, salpicando ligeramente su vestido melocotón.
Ella retrocedió un poco, aturdida porque Lucifer desapareció en el agua profunda.

Pasó un minuto sin señales de él, después dos. Empezó a aterrorizarse después de que
cinco minutos iban y venían. Ella gritó su nombre y caminó hacia el borde justo
cuando surgió del río a simples treinta centímetros de ella, empapado, el agua
chorreando de su cara y goteando de su cabello.

—Entra —dijo él, agitando su mano hacia ella—. El agua está jodidamente fría pero
eso no te importa tanto, supongo, desde que no puedes sentir ninguna maldita cosa.

Ella entrecerró los ojos un poco, sus manos en sus labios—. No voy a entrar ahí.

—¿Por qué?

—Porque —dijo—, éste no es un momento para la diversión. Tenemos un juego que


jugar.

Él se rio—. Sí, eso tiene mucho sentido. ¿Te escuchaste?


Incluso ella tuvo que admitir cuan absurdo se había escuchado. Se encogió de
hombros con poco entusiasmo, sin humor para discutir con él cuando estaba siendo
de alguna manera agradable por una vez.

Lucifer no la esperó para que cambiara de opinión. Golpeó sus manos bajo la
superficie del río, enviando montones de agua salpicando su camino. Empapó todo el
frente de su vestido, el material aferrándose a su piel mientras el agua goteaba sobre
sus pies descalzos.

Gruñendo, ella saltó en el río, salpicándolo a su vez. En el momento en que abrió sus
ojos bajo el agua, ella se encontró con colores vibrantes, un universo entero existente
bajo la superficie. Plantas multicolores floreciendo, creciendo y entremezclándose,
mientras que las criaturas revoloteaban alrededor. Bancos de peces animados la
rodeaban mientras las tortugas marinas nadaban a un ritmo lento. Serah parpadeó
rápidamente mientras volvía a la superficie, dando vueltas hasta que vio a Lucifer.

—¡Es hermoso allá abajo!

—Lo sé.

—¿Cómo? —Ella negó con la cabeza, completamente estupefacta—. No tiene sentido


de cómo podría ser. ¿Cómo algo tan glorioso existe en este lugar miserable?

—Es mejor no preguntárselo —dijo él—. Sólo déjate llevar, ángel. Confía en mi… es
mejor de esa manera.

Ella se encogió de hombros, sin presionar el tema, y se sumergió bajo la superficie.


Lucifer se unió a ella, los dos explorando las profundidades, agua viva. Él la llevó a una
cueva debajo de las cataratas donde pululaban pequeños peces amarillos, brillando en
la oscuridad como luciérnagas en una noche oscura. Se salpicaron y jugaron, Lucifer
agarrando sus pies y tirándola más profundo en el agua, la sonrisa en su cara se
extendió como nunca antes la había visto. Ella se apartó de él con el pie, carcajadas
silenciosas estallaron de su pecho en forma de un chorro de burbujas.

Las horas pasaron, los dos perdiéndose en el mundo submarino, todo lo demás
olvidado y desapareciendo mientras Serah, por primera vez desde que perdió a su
hermano, realmente percibió el sentido de la alegría de nuevo.

Volvió a la superficie, todavía riéndose, mientras Lucifer apareció de repente detrás de


ella. En el momento en que apareció, salpicó agua en su cara. Él la salpicó de regreso
mientras trataba de salir corriendo, sin llegar muy lejos antes de que él la abordara,
arrastrándola de vuelta bajo el agua brevemente.

—Esto es increíble —dijo, volviendo a la superficie de nuevo.

Lucifer levantó las cejas—. ¿Increíble?

Ella asintió.

—Y lo quiero decir en el buen sentido esta vez. Esto es increíble. Tú… tú eres increíble.

La sorpresa se dibujó en su cara.

—No había reído de esta manera en mucho tiempo —ella siguió, mirando fijamente al
sol, dando un vistazo a las brechas en los árboles. Parecía tan real.

—Yo, tampoco —masculló, flotando en el río junto a ella—. Ha pasado mucho tiempo
para mí. Un muy largo tiempo.

Una cubierta de nubes apareció mientras hablaba, espesas y despiadadas, tapando


cada fragmento de rayo de sol. La oscuridad dominó al río, el agua azul cristalina
enturbiándose, transformándose a la sombra. Un frío abatió la espina dorsal de Serah,
la piel de gallina cubriendo cada centímetro de su carne. Ella tiritó enérgicamente, sus
dientes castañeando, el sonido haciendo eco a través del aire turbio.

Lucifer la miró boquiabierto—. ¿Tienes frío?

—Yo, uh… —Ella le dio un vistazo, completamente pasmada cuando lo vio a los ojos,
viendo la salpicadura del cielo azul mezclándose con la oscuridad—. Tal vez.

Algo nadó para entonces, un bloque enorme de aguas torrenciales rodeándolos.


Alcanzó a Serah desde atrás, empujándola brutalmente contra Lucifer. Su pecho
oprimido mientras ella se quejaba, una presión se construyó debajo de su piel,
apretándola contra su caja torácica. Al mismo tiempo el azul desapareció de los ojos
de Lucifer, sustituido por el remolino rojo mientras su cara se endurecía.

—Es momento de irnos —dijo, agarrándola firmemente y tirándola fuera del agua,
poniéndola de pie. Los truenos retumbaron mientras las luces destellaban en el cielo,
el viento levantándose. El rio cambiaba, girando en un remolino turbulento, un ciclón
submarino.
—¿Qué es eso? —preguntó, tratando de dejar de temblar.

—Te lo dije… es mejor que no hagas preguntas —respondió—. Hay cosas en esa agua
que preferirías no encontrar.

—Ellas no pueden lastimarme —dijo ella—. Sólo un ángel puede.

—Sí, bueno, no vamos a correr ningún riesgo.

Lucifer chasqueó sus dedos. En un abrir y cerrar de ojos, Serah estaba parada en
medio de la oscura sala de reuniones, velas centelleando en todas partes. Su vestido
estaba totalmente seco, su suave cabello caía en cascada por sus hombros. Ella pasó
sus dedos a través de él, intentando encontrar humedad, pero no había nada. Era
como si las últimas horas ni siquiera hubieran pasado.

—Eso fue…—. No estaba segura de que decir—. Wow.

—Toma asiento —dijo Lucifer, su tono cortó mientras apuntaba hacia la silla del final.
Él no la miró cuando se puso la camisa de nuevo y se sentó en su trono, su expresión
tan dura e inquebrantable como el mármol—. O no. Como quieras.

Con vacilación, Serah se deslizó en la silla, mirándolo particularmente mientras


barajaba el mazo de cartas y las partía por la mitad. Él volteó la carta superior con un
golpe fuerte de un dedo, todavía sin mirarla mientras la esperaba para jugar.

—¿Estás bien? —preguntó, volteando un as y tomando ambas cartas.

Él se burló—. No necesito tu compasión, ángel. No la quiero.

—No es compasión —dijo tranquilamente—. Era una pregunta sincera. Estaba…

—¿Preocupada? —preguntó—. Pobre patético Satán, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza—. No creo que seas patético.

—Pero soy Satán.

—Tú lo dijiste, yo no.

Volteó una carta y siguió su ejemplo. Ellos jugaron unas pocas manos en silencio antes
de que dejara salir un largo y exagerado suspiro.
—Vamos a seguir este juego así puedes irte. Estoy seguro de que tienes mejores cosas
que hacer que estar sentada aquí conmigo todo el día, cada día.

Abatimiento enlazó su voz suave mientras mostraba un indicio de vulnerabilidad.


Serah negó con la cabeza lentamente.

—No, no en realidad.

Todo cambió ese momento, aunque sólo fue percibido ligeramente en el sombrío
caparazón de la habitación. Una brisa suave se agitó en las llamas centelleantes de las
velas, susurrando en el cabello de Serah, llevando su fragancia a Lucifer. Él la inhaló,
cerrando sus ojos por un momento mientras se arrastraba a través de él, el perfume
golpeando algo en lo más profundo de su cuerpo, un pequeño pico penetrando el
muro que hace tanto tiempo construyó… el muro que mantenía a todo y cualquier
cosa de escabullirse de algún modo bajo su endurecida piel.

El agujero en su barricada, apenas perceptible, era suficiente para que todo por lo que
había luchado por mantener se empezara a escurrir, emociones puras fluyendo a
través de su cuerpo, mezclándose con el pecado puro que siempre parecía inundar su
sistema. La necesidad, el deseo, la lujuria… el orgullo, la codicia, la envidia… gritaba
fuera de él, empezando a saciarlo, cediendo ante las ganas.

Él trataba de ignorarlo.

Ella lo hacía imposible.

—Cuéntame sobre tu hermano.

Serah surcó las cejas—. Te conté sobre Samuel.

—Me contaste de él —dijo—. Cuéntame sobre él.

—Oh, bueno… supongo que es difícil describirlo. Él es fuerte y leal, lleno de amor y
compasión. Él es un alma hermosa.

—¿Así que es muy parecido a ti?


Ella se encogió de hombros—. Supongo que somos un tanto parecidos.

—¿Qué lo hace tan especial para ti?

—Él entiende.

—¿Entiende qué?

Ella titubea—. Mi deseo de más.

Deseo. Lucifer sabía todo acerca del deseo.

—¿Qué es lo que vas a hacer si lo encuentras?

—¿Si? ¿No querrás decir cuando lo encuentres?

Lucifer asintió—. Cuando lo encuentres, entonces.

—No lo sé —respondió—. Supongo que depende de lo que le haya pasado.

—¿Estás en absoluto preocupada acerca de lo que vas a encontrar? —preguntó.

Ella arqueó una ceja hacia él—. ¿Debería estarlo?

Lucifer encogió un hombro, devolviendo su atención a las cartas. Serah llevaba las de
ganar en este juego, rebajando las cartas de Lucifer a solo siete. Él podía sentir su
esperanza, una presencia fuerte en la habitación que emanaba de ella, tan potente que
casi se sintió culpable al lanzar un As y terminar con su racha ganadora.

—Fiu —dijo ella, formando un puchero con los labios—. No puedes ganar siempre.

—Ya veremos.

Treinta minutos después, Serah lanzó su última carta con fastidio, cruzando los brazos
sobre su pecho, pues él había vuelto a ganar.

En lo que avanzaba el día Serah pasó cada vez más tiempo en la fosa con Lucifer y
menos tiempo atendiendo sus obligaciones mundanas. Las cosas en la tierra estaban
colapsando paulatinamente, un desastre natural tras otro, azotando las tierras. La
enfermedad se expandía por los países, pandemias letales infectando mortales,
mientras la maldad empezaba a crecer lentamente.

Nadie en la tierra hizo la conexión, pero los ángeles sabían lo que significaba.

Era difícil para Serah conectar toda esa locura con la criatura que tenía enfrente,
volcando improvisadamente sus cartas, juego tras juego, como si no tuviera nada más
que hacer en el universo entero. ¿Cómo era posible que estuviera destruyendo a la
humanidad y conspirando para tomar el control, cuando pasaba casi todo su tiempo
jugando un tonto juego de cartas con ella? Él no se escabullía para ir a reuniones
secretas, no tenía ejércitos malvados entrenando a su lado. De hecho, aparte del que
encontró el primer día y le mostró el camino adentro, no había visto a un solo
demonio en su presencia.

La atmósfera era ligera, cualquier tensión que hubieran tenido se desvaneció mientras
bromeaban y reían, por primera vez sus juegos siendo más como diversión que como
un deber. Había dos lados en él, dos seres demasiado diferentes que de alguna manera
coexistían en un mismo cuerpo. Estaba Satán, el demonio de ojos rojos, quien agredía
envuelto en rabia e invocaba la maldad… Y luego estaba Lucifer, logrando lo mejor con
lo que le había sido dado, todavía encontrando color en un mundo muy, muy oscuro.

Y esa parte, el persistente pedazo del ángel, optimista y entusiasta , la fascinaba como
nada lo había hecho nunca.

Lucifer revolvió las cartas y partió la baraja por la mitad. Estaba a punto de pasarle su
parte cuando ella levantó una mano y lo detuvo.

—Esto no está funcionando.

—¿Disculpa?

—La forma en la que estamos jugando —aclaró ella—. No está funcionando.

—¿Estás renunciando?

—No, solo quiero hacerlo diferente.

Lucifer soltó una risa seca—. Esto es la Guerra. No existe otra forma de jugar.

—Sí, si la hay —aclaró ella—. Puedes jugar como una persona normal.

—No soy normal —dijo él—. Y tampoco una persona.

—Tal vez no, pero puedes fingir.


—¿Por qué?

—Porque yo te lo estoy pidiendo.

—¿Entonces?

Ella suspiró—. Inténtalo, por mí. ¿Por favor?

Él se quedó mirándola, su expresión en blanco. Una pequeña oleada de tensión se


extendió por todas partes, pero se disolvió cuando él se paró y caminó a través de la
habitación, deteniéndose junto a ella. Sacó una silla, Serah esperaba que se sentara,
pero en cambio trepó hasta la mesa, elevándose por encima de ella mientras se
sentaba, sus largas piernas colgando por un lado.

—Bien —dejó salir, casi como si fuera físicamente doloroso es estar de acuerdo—.
Terminemos con esto.

El juego empezó con normalidad, una cantidad equitativa de dar y tomar, mientras
Lucifer volteaba las cartas manualmente por primera vez. Serah empezó a destacar
eventualmente, ganando partida tras partida. La mano de Lucifer fue encogiéndose
mientras el juego avanzaba, dejándolo solo con tres cartas.

Serah lanzó una K; Lucifer un seis.

Serah lanzó un diez; Lucifer un seis.

Serah lanzó un ocho y lo observó mientras su mano mantenía suspendida su última


carta.

—Si lanzas otro seis, digo que es trampa.

Se rió entre dientes, sin dar señas de querer voltear su carta.

—Me sorprende que no hayas dicho que era trampa antes. Gané ciento veintitrés
juegos seguidos. Tenías que saber que algo no estaba bien ahí.

Ella arqueó sus cejas—. ¿Has estado haciendo trampa?

—Por supuesto —dijo él—. Vamos. ¿De verdad creíste que jugaría limpio? Si quiero
algo, lo consigo. Te lo dije, yo creo todas las reglas por aquí.

—Tu… Tu… Tu… —La rabia nubló su expresión—. ¡Idiota!


Los ojos de Lucifer se ampliaron.

—Dime cómo te sientes realmente, ángel.

—¡No puedo creerlo! —escupió ella—. Lo he dedicado todo para ganar este juego,
para que así pudiéramos tener finalmente una conversación honesta, ¡y todo este
tiempo has estado haciendo trampa! ¡Me es imposible ganar!

Lucifer volteó su carta, un seis, por supuesto.

—Me ganaste esta vez.

—Porque me dejaste.

—No, porque me pediste que jugara limpio.

Ella lo miró fijamente mientras golpeaba la mesa con su mano. Agarró las últimas dos
cartas, metiéndolas al fondo de la baraja.

—Quiero mis respuestas.

—Haz tus preguntas.

—¿Dónde está mi hermano?

—No podría decirlo.

—¿Por qué sigues peleando?

Se encogió de hombros.

—Para —insistió ella—. Termina la guerra.

—Esa no es una pregunta.

—¿Por favor?

—No.

Un gemido bajo de frustración retumbó en la habitación mientras Serah se levantó,


tirando su silla al suelo. Enojadamente, le tiró su baraja de cartas, las cincuenta y dos
dispersándose a su alrededor, algunas golpeándolo en el pecho.

—¿Hice todo esto por nada? ¿En serio? ¿No me vas a dar nada?
Se dio la vuelta para marcharse cuando él la agarró del brazo, tirándola de vuelta a la
silla. Ella empujó para alejarse de él, alejando sus manos de ella, mientras algo surgió
bajo su piel. Era tan intenso que su cuerpo se sintió como si estuviera vibrando.

—Él vino aquí.

—¿Quién?

—Tu hermano.

El enojo de Serah se desvaneció un poco con sus palabras—. ¿Qué?

—Él vino a la Puerta. Me convocó.

—¿Cuándo?

—Hace algunas semanas —dijo él—. Fue la primera vez que te olí. Tu esencia estaba
impregnada en él ese día.

—¿Por qué? —preguntó ella.

Él se encogió de hombros—. Probablemente porque antes estaba contigo.

—No, me refiero a eso. ¿Por qué vino aquí? —preguntó ella—. ¿Qué quería?

—Quería hacerme una pregunta.

—¿Qué pregunta?

—Quería saber por qué no me daba por vencido. Lo tenía todo, y renuncié a ello por
esto. —Agitó las manos a su alrededor, señalando hacia el sombrío cuarto—. Él quería
saber si caer valía la pena.

—¿Qué le respondiste?

—Le respondí que prefería soportar una eternidad de dolor por elección propia que
no sentir nada para siempre a la fuerza —respondió él, tocando su sien—. Al día
siguiente los ángeles estaban frenéticos. Samuel había caído, dijeron. Nadie sabía por
qué, o como, pero yo sí.

—¿Por qué?

Lucifer se deslizó más cerca de ella. Ella lo miró fijamente, la desesperación brillaba
en sus ojos mientras esperaba una explicación, algo que pudiera darle sentido a todo
finalmente. Samuel era tan leal, dedicado a la inocencia. ¿Qué había hecho para
merecer tal destino?

—Él cayó porque decidió que caer valía la pena —dijo Lucifer—. Le pidió a Miguel que
le quitara sus alas.

Serah sacudió furiosamente la cabeza—. No, él no lo haría.

—Él lo haría —dijo él—. Y lo hizo.

—Estás equivocado.

Lucifer suspiró.

—No lo estoy. Él fue el primero, sabes. El resto de ellos cayeron como castigo. Samuel
cayó porque estaba listo para irse.

Un sentimiento de devastación se arremolinaba a través de Serah mientras ella seguía


sacudiendo su cabeza, negándose a creer que su hermano haría eso.

—Él no lo haría… Él no podría hacer eso. Él no podría simplemente dejarme sola. No lo


haría.

—No estás sola —dijo él—. Me gusta pensar que te dejó en manos capaces.

Serah frunció el ceño mientras procesaba esas palabras. ¿Podría ser?

—Miguel.

Lentamente, cuidadosamente, Lucifer se inclinó hacia adelante, su cara cerca de la de


ella mientras susurraba—: Me refería a mí.

Un escalofrío atravesó su cuerpo mientras el aliento de él abanicaba su piel. La mejilla


de Lucifer cepillo la suya, despertando un hormigueo donde fuera que tocaba. Ella lo
miró mientras él se movía incluso más cerca, las puntas de sus narices cepillándose
juntas. El aliento de Serah estaba atrapado en su garganta, su pecho estaba encendido
con un ardor poco familiar mientras los ojos cafés se derretían suavemente, trayendo
al azul familiar de vuelta.

Él no dudó mientras movía su cabeza hacia un lado, presionando sus labios ásperos a
los de ella. Ella se quedó quieta, tambaleándose mientras él la besaba gentilmente, su
lengua barriéndole el labio inferior. Ella dejó salir suspiro tembloroso, la lengua de él
explorando su boca al segundo en que la abrió, suavemente acariciando la suya. Algo
se sacudió en el interior de ella en ese momento. Algo deslumbrante. Algo
completamente nuevo. Ella levantó una mano temblorosa y la pasó por su oscuro
cabello. Cada parte de ella que lo tocaba hormigueó, alfileres y agujas bajo su piel,
como si estuviera despertando por primera vez.

Hubo fuego entonces, pasión haciendo erupción cuando sus manos lo tocaron. Su beso
fue más firme, sus labios se movieron más fervientemente. Ella trató de devolverle el
beso, trató de corresponder sus movimientos frenéticos, pero todo a la vez era
demasiado, demasiado abrumador, demasiado desconocido, demasiado intenso. Ella
se empujó lejos de él, sacudiendo la cabeza. Lucifer se congeló, respirando
pesadamente, el azul de sus ojos siendo consumido por el café mientras la miraba
perdidamente. Su expresión se transformó rápidamente a confusión.

—Oh, mierda.

Ella trató de alejarse de él mientras su mano salía disparada, la larga palma de él


cubriendo la mejilla de ella. Su pulgar cepilló a través de su piel, secando algo
rápidamente mientras la visión de Serah se volvía borrosa, escondiéndolo de su vista.

La quemazón en su pecho se intensificó mientras su garganta se cerraba, las palabras


apenas lograron pasar la obstrucción.

—¿Qué me está pasando?

—Estás llorando —susurró él—. Estás jodidamente llorando.

Serah se empujó lejos de él nuevamente, levantando sus manos para limpiar


frenéticamente su cara. ¿Llorando? Podía ver las lágrimas brillando en sus dedos
mientras las cepillaba lejos, como pequeños diamantes centellantes bajo la
iluminación sombría.

Imposible.

Ella se levantó, aterrorizada, y corrió a toda velocidad hacia la puerta. Lucifer trató de
detenerla, corriendo justo detrás de ella, pero era demasiado rápida. Saltó por la
entrada y remontó hacia la puerta a la velocidad del rayo, pasando a través de ésta.
Lucifer trató de seguirla y golpeó el escudo a toda marcha.

Un agudo chillido se propagó por el cielo mientras los encantamientos forcejeaban por
mantenerlo encarcelado, tan fuerte que Serah retrocedió y se llevó las manos a los
oídos para tapárselos. Se volteó, viendo que Lucifer había traspasado la mitad del
escudo antes de que éste lo repeliera brutalmente.
Un grito insoportable salió de su pecho mientras sus ojos ardían de un brillante
carmesí, sus labios retorciéndose en una mueca monstruosa. Él cayó de rodillas, su
piel bronceada tornándose anaranjada como si el fuego rugiera por debajo, con ese
lugar en su pecho donde Miguel había tallado la marca resplandeciendo tan
brillantemente que Serah podía verla a través de su camisa negra. Las llamas parecían
explotar desde el círculo, chamuscando su ropa.

Él lanzó la cabeza hacia atrás y apretó sus manos en puños cuando otro ruido rebotó a
través de la tierra. La tierra temblaba mientras los centinelas exterminadores
descendían sobre él, los monstruos negros sin rostro y sin forma desgarrando su piel.
Sus gritos se hicieron más fuertes a medida que su cuerpo los absorbía antes de
arrojar las masas, como meras sombras atravesándolo.

La visión de Serah se hizo más borrosa, con su pecho apretándose mientras luchaba
por recobrar la compostura, jadeando por un aire innecesario, incapaz de tomar un
respiro que no era necesario. Se cubrió la boca mientras las lágrimas corrían por sus
mejillas y apartó la mirada de él, incapaz de soportarlo. Corrió de nuevo, sin detenerse
hasta que puso un pie de nuevo en el suelo de los bosques en Hellum Township.

Serah y Hannah se balanceaban suavemente en los columpios del tranquilo patio de la


escuela. Todos los niños estaban en clase, el recreo no era hasta dentro de una hora,
dejando solas a las dos ángeles por un rato. El aire detrás de Serah crepitó segundos
antes de que su columpio se sacudiera bruscamente, casi haciéndola caer de él. Se
agarró a las cadenas con fuerza, aguantando, mientras Hannah miraba detrás de ellas.

—Samuel.

Serah suspiró cuando su hermano se teletransportó desde atrás hacia el frente de ella
en el momento en que se volteó a mirarlo. Ella se dio la vuelta, levantando una ceja
cuando lo miró a los ojos, al ver la mirada de diversión en su rostro.

—¿No tienes nada mejor que hacer que molestarme?

—Nop —dijo él—. Nada es más importante que mi hermana hoy.

—¿Por qué?
Él sonrió con suficiencia.

—¡Feliz Día de la Creación!

Serah puso los ojos en blanco.

—Fuimos creados en verano. Es otoño.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Ya lo sabes, Samuel.

—Oh, bueno, entonces supongo que para nada te conseguí una sorpresa.

La frente de Serah se frunció mientras lo miraba con curiosidad.

—¿Una sorpresa?

Él asintió, cambiando su atención a Hannah.

—Lo siento, hippie, no te conseguí nada.

Hannah sacudió la cabeza.

—No sé por qué insistes en llamarme así.

—Haces cosas de hippie, como jugar con la naturaleza y contemplar el cosmos. Si


fueses mortal, de seguro te fumarías un porro y cantarías “Kumbaya” con tus amigos
marihuaneros.

—Creo que me estás confundiendo contigo —dijo Hannah—. Estoy bastante segura de
que ayer los escuché a ti y a Miguel hablando sobre la paz mundial.

—Oye, ese es un gran concepto —dijo Samuel—. Ciertamente haría nuestro trabajo
mucho más fácil si todo el mundo simplemente pudiera llevarse bien.

—Bueno, no lo harán. —Hannah se puso de pie, dándole a Serah una pequeña sonrisa,
antes de voltearse hacia Samuel. Levantó dos dedos mientras le sacaba la lengua—.
Adiós.

Ella desapareció en una grieta de electricidad. Samuel se echó a reír, sacudiendo la


cabeza mientras se volteaba hacia Serah. Le pateó los pies cuando ella se columpió
hacia él.
—Vamos, levántate. Vámonos.

—¿A dónde?

—Tu sorpresa, ¿recuerdas?

Suspirando, Serah se puso de pie, esperando que Samuel se teletransportara a alguna


parte y ella tuviera que tantear el terreno para captar su ubicación, pero él no lo hizo.
En su lugar, comenzó a caminar por el patio hacia la acera. Le llevó el paso, ellos dos
paseando casualmente por la calle en Chorizon.

—¿Mi sorpresa está aquí?

—Sí.

—¿Qué es?

—Ya lo verás.

—¿Por qué no me lo dices?

—Porque eso arruinaría la sorpresa.

Caminaron por unas cuantas cuadras, bajando la velocidad cuando llegaron a una
pequeña cafetería. Serah echó un vistazo por la ventana, viendo unos pocos clientes en
el interior, nada en particular que pudiera despertar su interés.

—¿Café? —preguntó—. Siempre me pareció un poco desagradable, Samuel.

Él se echó a reír.

—No, tu sorpresa está detrás de ti.

La mirada de Serah se movió. En la ventana de cristal, podía ver el reflejo de la calle


detrás de ella. Allí lo vio, un Pontiac GTO 1966 color rojo cereza estacionado junto a la
acera, con el techo abajo, la pintura fresca reluciendo bajo la luz del sol. Ella se dio la
vuelta.

—¡Mi auto favorito!

—Sip —dijo él, empujándola con el codo—. ¿Sorprendida de que lo recordara?


Antes de que pudiera responder, el aire alrededor de ellos brilló mientras Samuel
cambiaba, adquiriendo su forma humana completa. Un hombre saliendo de la
cafetería se sobresaltó, alarmado, dejando caer su bebida cuando Samuel apareció
justo frente a sus ojos. Samuel echó un vistazo hacia atrás al hombre, asintiendo
casualmente.

—¿Qué hay?

Serah siseó entre dientes apretados.

—¿Qué estás haciendo? ¡La gente puede verte!

—¿Y? —Él se encogió de hombros—. No podemos conducir a este chico malo a menos
que nos materialicemos. Llamará demasiado la atención sin alguien al volante.

—¿Conducirlo? —Ella lo miró boquiabierta—. No podemos conducir, Samuel.

—¿Por qué?

—¡Porque es contra las reglas!

—Oh, ya déjalo —dijo él—. Dime cuál de los mandamientos se incumple.

—No robarás.

—Lo estamos pidiendo prestado. ¿Ves? Las llaves ya están ahí para nosotros. Sin
robar.

Serah miró fijamente las llaves.

—No codiciarás.

—No estamos codiciando. Estamos conduciendo.

Serah suspiró.

—No sé cómo conducir.

—¿Cómo lo sabes? Nunca lo has intentado. —Él ondeó las manos, haciendo un gesto
hacia el auto—. Vamos. Parezco demente, sólo quedándome aquí parado hablando
conmigo mismo.

Ella miró a su hermano, contemplándolo.


—¿Estás seguro de esto?

—Absolutamente, hermanita —dijo, la convicción en su voz tranquilizándola. Él se


frotó las manos—. Vamos a hacer esto.

Serah miró a su alrededor con desconfianza, esperando que nadie estuviera mirando
mientras se materializaba junto a su hermano. Él le sonrió mientras corría hacia el
auto, saltando al asiento del pasajero. Serah caminó hacia el lado del conductor y abrió
la puerta, deslizándose tímidamente en el asiento. Se puso el cinturón de seguridad,
ganándose una dramática rodada de ojos.

—No podemos hacernos daño.

—No, sin embargo hay una ley sobre cinturones de seguridad —dijo ella—, pero sigue
adelante y deja el tuyo desabrochado si quieres que un oficial de policía nos detenga.

Samuel se encogió de hombros.

—Eh, sin duda sería interesante.

Serah encendió el auto, con una sonrisa apoderándose de sus labios cuando éste cobró
vida, el auto vibrando a medida que el motor ronroneaba. Trató de recordar qué era lo
que hacían los mortales cuando conducían y comprobó sus espejos, ajustando el
asiento para alcanzar mejor los pedales. Puso el intermitente para hacer señas y miró
a su alrededor con cautela, asegurándose de que nada estaba viniendo mientras salía a
la calle.

Samuel miró alrededor del vehículo, abriendo las consolas y buscando en los
compartimientos.

—¡Ja! —gritó después de un momento, agarrando un par de gafas de sol de la


guantera. Se recostó en su asiento mientras se las ponía, casualmente apoyando su
brazo contra la puerta—. Muy bien, hermanita. Aceléralo.

Sus ojos se ensancharon.

—¿Qué?

—Pisa el acelerador.

—Lo hago.
Samuel estiró el cuello para mirar el velocímetro. Serah bajó la mirada a éste: 30
kilómetros por hora.

—Dame un respiro. ¿Qué piloto de carreras va así de lento?

—No soy una verdadera piloto de carreras —dijo con incredulidad.

—Fíngelo —dijo él, levantando una ceja—. Pisa el acelerador o lo haré yo.

Serah golpeó con el pie el pedal del acelerador, sabiendo que su hermano haría lo que
advirtió. El auto se sacudió, rugiendo ruidosamente mientras aceleraba rápidamente
por la calle. Se acercaban a un semáforo tras otro, cada uno peculiarmente cambiando
al verde justo antes de llegar a él. Serah miró por encima, viendo a su hermano agitar
su dedo casualmente, cambiando las luces para ella.

Fueron a toda velocidad por todo Chorizon y fuera de los límites de la ciudad,
serpenteando por sinuosas carreteras secundarias, sin pasar ni un solo auto en el
camino. El Pontiac, a pesar de tener casi cincuenta años, funcionaba muy bien, sin
ningún contratiempo mientras cambiaba automáticamente las velocidades, rugiendo
cada vez que ella pisaba más fuerte el acelerador. El velocímetro se movía poco a poco
hacia arriba más y más lejos —110, 120, 130, 140— mientras el viento azotaba el
largo cabello de Serah, enviándolo a arremolinarse locamente en el aire alrededor de
ellos. Samuel se reclinó hacia atrás, sonriendo mientras la observaba conducir por
primera vez.

Él se acercó y encendió la radio, girando el dial y explorando a través de las estaciones


hasta que consiguió una que venía bien. 30 Seconds to Mars sonó estrepitosamente en
los altavoces mientras Samuel le subía el volumen a todo lo que daba, coreando las
palabras de la canción “Kings and Queens”.

Serah los condujo de nuevo hacia Chorizon, escuchando la melódica voz de su


hermano mientras la pasión brotaba de su pecho a la música. La canción llegó a su fin
tan pronto como alcanzaron los límites de la ciudad de nuevo. Navegaron por la
ciudad a 60 kilómetros por hora, y Serah estacionó el auto de nuevo en su lugar junto
a la acera en frente de la cafetería. Ella sonrió, apartándose del rostro el cabello
despeinado por el viento mientras apagaba el motor.

Samuel la miró.

—¿Soy el mejor hermano de todos, o qué?


—Lo eres —acordó ella—. Ese fue el mejor momento de mi existencia.

—Hasta ahora. Tendrás muchos más como ese, si no mejores, en el futuro. —Él sonrió,
estirando la mano y empujándola juguetonamente debajo de la barbilla—. Ambos los
tendremos, hermanita. Simplemente lo sé.

Samuel se teletransportó fuera de allí, desapareciendo del auto mientras Serah


cambiaba una vez más, invisible a cualquier persona que caminara por ahí. Se quedó
sentada agarrando el volante, sin saber, mientras saboreaba el momento, que había
sido la última vez que pondría los ojos en la forma inmortal de su hermano.

Cenicienta, vestida de amarillo

Fue arriba a besar a su noviecillo

Un error cometió y a una serpiente besó,

¿Cuántos doctores por eso visitó?

Nicki y su mejor amiga Emily saltaban la cuerda mientras cantaban armoniosamente,


comenzando a contar cuando llegaban al final del verso. Serah las observaba aturdida.

—Uf, qué canción tan terrible —dijo Hannah, dejándose caer en el columpio junto a
Serah—. Déjame adivinar: es sólo otra tonta rima infantil, ¿verdad?

Serah sacudió lentamente su cabeza mientras las palabras corrían por su mente.

—Podría ser sobre Lucifer.

Hannah arrugó su nariz.

—¿En serio? ¿Satán?

—Y yo —susurró mientras las niñas comenzaban otra vez, cantando las rimas desde el
principio. Cometió un error y beso a una serpiente...—. ¿Lo fue?
—¿Estás bien? —la preocupación se entrelazaba con la voz de Hannah—. Serah, me
estás preocupando.

—No sé —dijo en voz baja—. No sé nada de nada.

Las niñas comenzaron por tercera vez, pero Serah no se quedó alrededor para
escuchar. Se fue sin despedirse de Hannah, teletransportándose al prado en el Cielo.
Tan pronto como apareció, una sensación inquietante nadó a través de ella. Con una
respiración profunda, una dulzura suculenta entró en sus pulmones, el perfume de las
incontables flores silvestres cubriendo la tierra. Recogió un puñado de la tierra y se lo
llevó hacia su nariz. Aspirando, desconcertada por la fragancia, tan fuerte un sabor
amargo le hizo cosquillas en la parte posterior de su garganta.

Eso por sí solo rompió la duda que había tenido en su mente.

Se dirigió al Hellum Township, se apresuró a través de las puertas y corrió


directamente al Infierno, ninguna duda en sus pasos mientras rompía a través del
escudo magnético, con las flores aún en su mano. Corrió a toda velocidad hacia la
torre, apresurándose a bajar por el pasillo, y entró por las puertas de madera en la
sala de reuniones.

Lucifer se encontraba sentado sobre su trono, se veía ligeramente peor por el


desgaste, pero todavía en una pieza mientras frívolamente volcaba las cartas con un
movimiento del dedo. Su expresión era dura, sus ojos se nublaron con una mirada
lejana mientras evitaba su mirada. Al otro lado de la habitación, en la silla que Serah
había ocupado día tras día, estaba sentado un hombre flaco y tembloroso. Miró a
Serah con ojos aterrorizados.

—Por favor, ayúdame —susurró, suplicándole—. Ángel del Señor, ruego por tu
misericordia.

Antes de que Serah incluso pudiera pensar en cómo responder, Lucifer levantó su
brazo, cerrando metódicamente su mano en un puño, quitándole la voz al alma
torturada. El hombre continuó súplica, sus labios se movían frenéticamente, pero
ningún sonido se escapaba. Agarró su garganta, el terror alcanzando su expresión
mientras sus ojos se dirigieron de nuevo al Rey del Infierno.

—Juega —vociferó Lucifer.

El hombre volteó rápidamente la siguiente carta sobre su escaso montón.


—Como puedes ver, estoy ocupado, así que di lo que tengas que decir y vete.

Serah extendió su mano.

—Aquí.

Lucifer miró y arqueó una ceja.

—¿Me trajiste flores?

—Tómalas.

—No.

—Huélelas.

—Huélelas tú.

—Lo hice —dijo—. Hace apenas un momento.

Frunció su ceño ligeramente mientras la miraba fijamente. Serah esperó su reacción,


que la presionara por una explicación, pero después de un momento simplemente se
dio la vuelta alejándose, volviendo de nuevo a su juego como si no estuviera allí.
Lentamente, bajó su mano, sin soltar las flores, mientras la ira se apoderaba de ella
por haber sido ignorada.

Se dio la vuelta, frente al hombre aterrorizado.

—Sabes, él hace trampa. Es tan cobarde, sin carácter que ni siquiera puede jugar
limpio.

—Suficiente —soltó Lucifer entre dientes.

—Cree que lo encuentro patético, pero en realidad, yo soy la patética —continuó—.


Patética porque pensé que quizás había para él más que esto. Que quizás él no estaba
esperanza. Estúpida, ¿verdad? En realidad pensé por un segundo que Satán…

Lucifer se puso de pie, un trueno inesperado rasgo a través del techo e


interrumpiéndola a mitad de despotricar. Todas las velas apagándose en un silbido,
dejándolos en la oscuridad. De repente, el suelo cerca de Serah se abrió, fuego
ardiendo desde la grieta mientras Lucifer lanzaba al hombre en ella, sus gritos
interrumpidos mientras una vez más el suelo se sellaba. Lucifer caminó hacia
adelante, dirigiéndose directamente hacia ella, deteniéndose cuando se encontraban
cara a cara, elevándose por encima de ella, su pecho presionado contra el de ella. La
furia irradiaba de él mientras bajaba su mirada hacia ella, sus ojos en llamas en el
cuarto oscuro, sus fosas nasales dilatadas.

—Tienes un jodido descaro.

—¿Por qué? —exigió, negándose a dar marcha atrás. Empujó las flores hacia él,
golpeando su pecho con ellas apretándolas fuertemente en su puño—. ¿Qué me está
pasando?

—Lo que te está pasando, ángel, es que finalmente estás empezando a darte cuenta de
que este perfecto mundo en el que vives no es tan perfecto como lo hicieron —dijo
Lucifer, arrebatándole las flores—. Estás empezando a darte cuenta de que Papi no es
tan bueno como es.

—Blasfemia.

—Puedes maldecirme todo lo que quieras —continuó—. No por ello es menos cierto.
Los indicios están todos ahí.

—Te equivocas.

—¿Lo estoy? —Arqueó una ceja—. Dime que no sientes el frío en el aire, que no
puedes sentir mi aliento en tu piel. —Se extendió, pasando el dorso de su mano a lo
largo de su pálida mejilla. Se estremeció ante la sensación, hormigueo corriendo por
su cuerpo mientras su mano recorría su cuello, arrastrándose a lo largo de su pecho,
entre sus pechos—. Dime que no sientes nada de eso. Jodidamente te desafío.

Golpeó su mano.

—Eres vergonzoso.

—Pero estoy en lo correcto.

—Hiciste esto —acusó—. Esto es tú culpa.

—Oh, no te he hecho nada, ángel. —Se inclinó hacia delante, sus labios cerca de su
oído mientras susurraba—: Aún.

Lucifer dio un paso atrás mientras las velas se encendían de nuevo, sus ojos
lentamente arrastrándose a lo largo de ella, antes de que de nuevo se diera la vuelta y
se dirigiera de nuevo hacia su trono. Se sentó y estiró sus piernas, haciendo señas
hacia ella para que tomara asiento, pero ella no se movió.

—Nos parecemos mucho, tú y yo —dijo—, no importa si lo quieres creer o no. Siento


cosas. Saboreo cosas. Siempre he querido más. Joder, incluso también puedo llorar.

Sus ojos se abrieron.

—¿Lloras?

Se burló.

—Dije que podía, no que lo hago.

—Entonces, ¿cómo sabes que puedes?

—Derrame algunas lágrimas un par de veces o dos —admitió—. Golpear la puerta


duele como un hijo de puta.

—Lo vi —dijo—. Ayer.

—Lo sé.

—No debiste venir detrás de mí —insistió—. No podrías detenerme.

Se rió secamente.

—Ahí es en donde estás equivocada. En cualquier momento, podría haberte detenido.


Te fuiste porque te deje ir.

Frunció su ceño.

—¿Entonces por qué te pones a ti mismo a través de eso? ¿Por qué simplemente no
me detuviste si podías?

—Te lo dije... no estoy en el asunto de quitar el libre albedrío. Quería que cambiaras de
opinión, que eligieras volver. Pero no lo hiciste, ni siquiera después de que los
segadores de las almas me atacaron. Mensaje recibido, ángel, en voz alta y
jodidamente claro.

—¿Cómo podrías haberme detenido? —preguntó—. No puedes lastimarme.


Lucifer chasqueó sus dedos, la habitación desvaneciéndose hasta el negro puro. Serah
sentía como si estuviera flotando en el vacío del espacio y no había manera de
escaparse, sin entrada, no hay salida, no hay nada. Su infierno.

—Está bien, lo entiendo. Suficiente.

No hay respuesta.

Se dio la vuelta en un círculo, buscando a Lucifer, pero no había ni rastro de él en


ningún lugar. Trató de correr, pero no tenía sentido de orientación. Era como si la
gravedad ya no existiera.

—¡Detén esto!

Aún no hay respuesta.

El tiempo debilitándose, su pánico intensificándose. Intentó volar, sus alas


rápidamente extendidas, pero no podía decir si se encontraba yendo a alguna parte
sin suelo del que elevarse. Podría haber sido un minuto o una hora, un día o una
semana, el tiempo no significaba nada en un vasto abismo de la nada.

El terror corrió a través de ella, una sensación de frío sobre su cuerpo.

—¡Lucifer!

Al sonido de un chasquido, Serah instantáneamente estaba de vuelta sobre sus pies en


la sala de reuniones, ojos desorbitados, cabello despeinado por el viento. Lucifer se
sentó en su trono, no parecía haberse movido ni una pulgada. La mayor parte de las
flores yacían en un montón a sus pies, pero sostenía una… una flor silvestre de color
rosa pálido.

—Aterrador, ¿no es así? ¿Estar atrapado? No me sorprende que sea tu Infierno.

—¡Eres horrible!

Lucifer ignoró el golpe e indicó la mesa frente a él por segunda vez desde que
irrumpió en la habitación.

—Siéntate.
Serah se le acercó indecisamente. En lugar de sentarse en una de las sillas negras, se
subió a sí misma sobre la mesa, pies colgando hacia el costado mientras lo enfrentaba.
Estaba tan cerca que podía empujar su pie y darle una patada, si así lo deseaba.

Con el estado de ánimo en el que se encontraba, desde luego era una posibilidad.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó en voz baja—. Eso es todo lo que quiero saber. ¿Por
qué?

—He hecho un montón de cosas, así que vas a tener que ser más específica —dijo—.
¿Por qué me rebelé? ¿Por qué no renuncio a todo? ¿Por qué hago trampa en la Guerra?
¿Por qué me estrello en la puerta como un puto imbécil suicida?

—No —dijo ella—. ¿Por qué me besarías?

Hizo girar la flor entre sus dedos, llevándola a su nariz e inhalo.

—¿Por qué no?

—Esa no es una buena respuesta.

—Es la única que tengo.

Serah sacudió su cabeza exasperada y miró hacia otro lado, frustrada. Lucifer se
incorporó y se estiró, agarrando su mentón y estirando su cara para que lo mirara de
nuevo.

—Dime algo. —Su voz era baja, un susurro áspero—. ¿Alguna vez has hecho algo
simplemente porque querías? ¿No porque te ordenaron hacerlo, no porque pensabas
que tenías que hacerlo, pero por egoísmo? ¿Avaricia pura? ¿Lo hiciste, porque no
podías imaginar no hacerlo? Las consecuencias que se vayan a la mierda.

Sacudió su cabeza lentamente.

—No.

—Estás mintiendo —dijo—. De lo contrario, no estarías aquí conmigo.

—Fui enviada a pedirte…

—Que detenga la lucha —dijo él, interrumpiéndola—. Y me lo has pedido... más de una
vez. Y me he negado... más de una vez. Sin embargo, aquí estás todavía. ¿Por qué?
Se encogió de hombros.

—¿Por qué no?

Lucifer sonrió.

—Exactamente.

Se miraron el uno al otro por un momento antes de que él lentamente,


deliberadamente se movió poco a poco. Serah contuvo de nuevo su respiración
mientras él presionaba sus labios en los de ella por segunda vez, besándola
suavemente. Ella temblaba, devolviéndole el beso, por primera vez saboreando la
menta en su boca, cosquilleando su lengua. Gimió ante la sensación, el sonido
estimulando a Lucifer. Intentó profundizar el beso, pero Serah se apartó de él, ambas
manos presionadas contra su pecho plano, manteniéndolo a un brazo de distancia.

—No podemos hacer esto —dijo—. Está mal. ¡Todo está mal!

—¿Y?

Lo miró incrédulamente.

—¡Es un pecado!

—Ah, pecado —dijo Lucifer—. Como la serpiente que engañó a Eva para que coma el
fruto prohibido. Lo comió vorazmente, sabiendo que no debería.

—Y fue castigada por ello.

—Lo fue —convino Lucifer—, pero si piensas por un momento que de verdad se
arrepintió, estás equivocada. Esa fruta fue la cosa más gloriosa que jamás probó, la
más dulce, la más madura, y una vez que has experimentado algo que te quita el
aliento, jamás lo olvidas. Jamás te arrepientes.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque es la misma cosa cuando sientes —dijo—. Una vez que sabes lo que es oler
una flor, no puedes regresar a verla sólo como una planta. Es más que eso, mucho,
mucho más. Y es lo mismo con el placer. Una vez que sientes el escalofrío del toque de
un amante, no puedes regresar a estar entumecida de nuevo.
—Pero Eva no solamente se hirió a ella misma cuando pecó.

—Le das demasiado crédito —dijo Lucifer—, se comió una maldita manzana. Eso es
todo. No pudo ignorar su hambre. La tentación fue demasiada. Y en tal caso, en lugar
de estar en contra de Eva, el mundo debería envidiarla, realmente.

—¿Por qué?

—Porque experimentó un placer que ninguno de ellos tendrá, satisfacción a la que


ninguno de ellos se acercará. Aunque no sepa lo que es morder esa manzana, y nunca
me he negado nada. —Lucifer acarició su mejilla con el pulgar, una pequeña sonrisa
seductora torciendo la comisura de sus labios—. Ríndete, ángel.

—¿Rendirme a qué?

—Al hambre —dijo, su lengua pasando suavemente por su labio inferior—. La


necesidad. Ríndete al anhelo. Ríndete a mí.

—Nunca —susurró, la palabra tropezando impulsivamente de sus labios, sin


convicción en su voz débil.

—Sé que lo sientes, muy dentro de ti, gritando para ser reconocido, para ser saciado.
—Él continuó como si ella no hubiera hablado—. Puedo sentirlo, desgarrando debajo
de tu piel, rogando para ser liberado, rogando para ser invitado a jugar.

Ella sacudió la cabeza, refutando silenciosamente sus palabras.

—Entonces dime que no lo sientes, el aleteo en tu pecho; el vello de tu nuca


levantándose mientras se sacuden tus terminaciones nerviosas, tus dedos
hormigueando con la necesidad de extenderse y acariciar algo. —Sus ojos examinaron
su forma—. Dime que tu cuerpo no duele ante el puro pensamiento de mí entre tus
muslos, sobre ti, dentro de ti, dándote lo que mi hermano nunca podrá, sensaciones
reales, el tipo de sensación que te hace gritar tan fuerte que sientes que tu garganta
está sangrando. Placer agonizante, el tipo que te atormenta en cada pensamiento,
conduciéndote al filo de la locura, sólo para volver a empujarte al borde, una y otra y
otra vez. Placer insoportable, el tipo que hace que ruegues que pare, pero en el
momento en el que termina, no sientes más que una cáscara inútil y vacía, una cáscara
que necesita más.
Calidez inundó su cuerpo, empezando desde la parte superior de su cabeza y
corriendo hacia abajo, tragando ese punto en el extremo de sus muslos que parecía
responder involuntariamente a su perorata.

—Dime —gruñó—. Dime que no sientes a tu cuerpo tomar vida. Dime que no quieres
más de eso, que estás satisfecha regresando a tu existencia miserable y sin fin donde
un maldito cosquilleo es suficiente para aplacar tu sed. Dime, y nunca te lo preguntaré
de nuevo.

Serah abrió su boca para decirle, para terminar la farsa, pero no pudo forzar las
palabras de sus labios. No podía mentir. Tragó pesadamente, su respiración
acelerándose mientras frotaba sus manos contra su vestido, limpiando la súbita
humedad de sus palmas.

Lucifer saltó de su asiento, golpeando sus manos en ambos lados de Serah en la mesa.
Se elevaba sobre ella, sus ojos de un rojo furioso por su silencio prolongado.

—¡Dime!

—No.

El patético chillido de una palabra, apenas audible, fue suficiente chispa para encender
un fuego en la habitación. Sin dudarlo, ni una onza de duda de sí mismo, sin pensarlo
dos veces, Lucifer aplastó sus labios en los de Serah, besándola con un fervor que no
había percibido antes. Él la hizo golpearse contra su espalda en la mesa, forzando sus
piernas a separarse mientras se presionaba contra ella, las capas de ropa entre ellos
no eran suficientes para contener el calor que emanaba de él. Su erección palpitaba en
sus pantalones, pulsando entre sus muslos mientras ella pasaba sus manos a través de
su cabello.

Oh, Cielos…

Las manos de Lucifer se deslizaron por la parte exterior de sus muslos, empujando su
vestido alrededor de su cintura, mientras enganchaba las piernas de ella en sus
caderas. No había consideración en sus movimientos, ni gentileza en su toque, nada de
la dulzura que ella siempre había asociado con el acto. Esto era lujuria, pura y
auténtica, un deseo sin filtrar que se fermentaba entre ambos, desatado por primera
vez.

Lucifer se separó de sus labios lo suficiente para arrancarle la ropa y tirarla a través
del cuarto. Se retiró mientras ella yacía en la mesa, ni una pizca de ropa protegiéndola
de sus ojos. Tiró de su camiseta y la soltó en el piso cerca de sus pies, su oscura mirada
fija en su pecho desnudo. Sus manos frotaron sus pezones, la piel sensible
frunciéndose bajo su toque. Un solo dedo se arrastró por su estómago, circundando su
ombligo, antes de sumergirse en la carne desnuda entre ellos.

Sus ojos se cerraron cuando su dedo se frotó contra su clítoris, electricidad


sacudiéndola. A través de la oscuridad, ella vio fuegos artificiales, su mundo
explotando en vastos colores que nunca había visto antes. Un gemido retumbó en su
pecho mientras movía sus caderas involuntariamente, buscando más fricción. Él no la
negó, captando sus señales de inmediato. Se frotó en círculos en el mismo sitio,
mientras se quitaba los pantalones con la mano libre, pateándolos cuando bajaron a
sus tobillos.

Los ojos de Serah se abrieron en el segundo en el que la conexión se perdió, pero no


tuvo un momento disponible para lanzarle una mirada curiosa. Se hundió dentro de
ella, llenándola en un solo golpe duro. El aliento quedó atrapado en la garganta de
Serah, escapando como un gemido estrangulado mientras lanzaba hacia atrás su
cabeza, arqueando su espalda con la sensación. La boca de Lucifer fue directa a su
cuello, lamiendo y sorbiendo la piel expuesta mientras se estrellaba dentro de ella, sus
caderas golpeando los muslos de ella.

Sus manos inseguras exploraron su espalda esculpida mientras su cuerpo trató de


ajustarse a él dentro de ella, sus dedos aclimatándose a la textura áspera de su piel.
Dejó salir un respiro estremecido cuando sus labios encontraron los de ella de nuevo,
besándola desordenadamente con abandono, dientes crujiendo juntos.

—¿Te gusta eso? —Él murmuró contra su boca—. ¿Se siente bien tenerme dentro de
ti, follándote?

—Sí —jadeó, un escalofrío derribando su columna por sus palabras sucias.

—No es suficiente —gruñó—. Todavía puedes hablar.

Lucifer mordió su labio, perforando la piel mientras salía de ella. Agarrando sus
caderas, la volteó, su dura mano inmovilizándola, sus pechos planos contra la mesa.
Un grito sobresaltado hizo eco a través del cuarto mientras él la tomaba por detrás,
llenándola más profundamente que antes. Una salinidad nauseabunda cubrió la
lengua de Serah mientras lamió sus labios. Hizo una mueca de dolor por la aguda
quemadura y pasando su dedo por su boca, sorprendida de ver la mancha de rojo.
Sangre.

Casi no tuvo tiempo de considerar lo que eso significaba mientras él empezó a golpear
dentro de ella, más y más fuerte, más y más profundo. Un grito fuerte se desgarró
desde ella mientras arañaba la mesa, el mármol desmoronándose mientras sus uñas
cavaban surcos profundos en la dura roca. Sensaciones sobrecogedoras pululaban en
su cuerpo, nada como el hormigueo que había sentido antes. Esto era el golpe
despiadado del relámpago agitándose a través de cada centímetro de su cuerpo,
impulsando cada célula, alterándola hasta lo más profundo. Podía sentir su cuerpo
volviendo a la vida, volviéndose más fuerte cada segundo, mientras otra parte de ella
se deterioraba, involuntariamente convirtiéndose en algo más. Su pecho dolía
cruelmente, como si estuviera atornillado, desencadenando pulsaciones bajo su piel.
Ella podía escucharlas sobre el sonido de su piel golpeándose, el aporreo de un pulso,
latiendo por primera vez.

Pareció explotar dentro de ella mientras su corazón se impulsó, mandando todos sus
sentidos al agotamiento. El olor amizclado del sexo y el sudor se filtró a sus pulmones,
su visión borrosa, con piel de gallina. Una fría brisa sopló a través del cuarto, una
diferencia completa del fuego ardiente de las manos de Lucifer en su piel. Él agarró
fuertemente una de sus caderas mientras su otra mano acarició la parte baja de su
espalda y la curva de su trasero, los ásperos callos de sus dedos como papel de lija
contra su piel sensible.

Él la maltrató, una y otra vez, sin tener misericordia con su cuerpo. Le dolía donde se
conectaban, una punzada dolorosa mientras él se estiraba y la llenaba. Encajaban
estrechamente, como cuero pegándose a la piel mojada, donde él terminaba y ella
empezaba era un borrón de sensaciones. Serah trató de aclarar su cabeza, trató de
darle sentido a todo, pero los sentimientos eran demasiado abrumadores, demasiado
nublado para ver a través.

Lucifer se inclinó sobre ella, su pecho presionado contra su espalda, su calidez casi
quemando su piel. Su aliento frío la abanicó mientras su lengua se arremolinaba a lo
largo del lóbulo de su oreja, una risa ligera vibrando en su pecho mientras ella se
estremecía violentamente.

—Ríndete —le gruñó en la oreja—. Ríndete a mí.


Nunca. Una voz estridente en la parte de atrás de su mente gritó, advirtiéndola, pero
estaba demasiado lejos para escuchar. Sus labios se movieron suavemente mientras
decía “soy tuya”, las palabras apenas un susurro, apenas un aliento tembloroso, pero
fue suficiente para él.

El aire cambió en ese momento, en una fracción de segundo, una decisión automática
donde se había comprometido a él cambiando todo. Un fuerte crujido de trueno partió
el techo, las paredes empezando a desmoronarse alrededor de ellos mientras Lucifer
la golpeaba fuertemente desde atrás. Ondas de choque brutales se apoderaron de su
cuerpo mientras estallaba en el orgasmo, temblando de placer, gritos de éxtasis
quemando su garganta en carne viva. Ella se apretó contra él cuando él se soltó, un
grito salvaje rasgando su pecho mientras los dos llegaron juntos al orgasmo. Ella podía
sentirlo, pulsando mientras se venía dentro de ella, calentándola desde el interior. Un
cosquilleo familiar, el hormigueo de su Gracia energizada, se agitó en su cuerpo, más y
más fuerte, más y más alto, construyéndose hasta el punto de la detonación.

Lucifer dejó salir un suspiro, haciendo cosquillas en su piel mientras acariciaba su


cuello. Colocó un beso suave y puro cerca de su oreja mientras susurró.

—Gracias, ángel.

Un viento feroz estremeció el cuarto, extinguiendo las candelas, mientras parecía


deshacerse de la energía de su cuerpo de un latigazo, tomando el aliento de sus
pulmones. Lucifer se forzó a alejarse de ella con otro crujido del trueno. En el brillo del
relámpago, Serah pudo ver las sombras masivas en el suelo donde las alas negras de
Lucifer habían surgido de su espalda. Se forzó a sí misma a bajarse de la mesa y se dio
la vuelta, con los ojos muy abiertos mientras aceptaba la visión enfrente de ella.

La piel bronceada de Lucifer brillaba naranja, los sigilos y marcas en su pecho


pulsando como lo habían hecho cuando golpeó la puerta. Pero ahora, en lugar de
quemar más brillantes, frenándolo, forzando a la criatura a regresar a su prisión,
condenándolo por siempre herir a un alma inocente, las marcas brillaban naranjas,
gradualmente mezclándose en su piel.

Serah parpadeó rápidamente, su respiración acelerada mientras Lucifer se elevaba


lentamente del suelo, flotando en el aire enfrente de ella. Inclinó la cabeza hacia atrás
mientras una bola de luz explotó en su pecho, tan brillante e intensa que Serah tuvo
que cubrir sus ojos y desviar la mirada. Era como si su cuerpo entero hubiera sido
envuelto por las llamas.
Cuando el brillo se desvaneció, lo miró, encontrando sus ojos. Eran azules brillantes,
vibrantes y frescos, arremolinándose como el lago en el que habían ido a nadar juntos.
Ella estaba tan atrapada en sus ojos, tan hechizada por su inhumana belleza de
Arcángel, la forma de su mandíbula, la inmensa envergadura de las alas, los hoyuelos
alrededor de su suave sonrisa, que casi no se da cuenta que su piel estaba ahora libre y
limpia de marcas.

Su Gracia, se dio cuenta. Se la había dado a él. Ella había sanado sus heridas mientras
se agitaba a través de su cuerpo, reaprovisionándolo como Miguel lo había hecho con
ella en innumerables ocasiones. El terror la recorrió, apoderándose de su ahora
corazón latiente, mientras sacudía la cabeza frenéticamente, no queriendo creerlo.
Lucifer solo la miró fijamente, ni una onza de sorpresa en su expresión. Él sabía que
esto pasaría.

Había sido su plan desde siempre.

—Lo lamento —susurró, el azul desvaneciéndose de nuevo en oscuridad—. Maldición,


lo lamento.

En otro trueno, se había ido. Serah miró fijamente el punto que él ocupaba hace unos
segundos, horrorizada, mortificada, mientras envolvía sus brazos fuertemente
alrededor de su pecho, tratando de mantener la compostura. El suelo retumbó
brutalmente, agrietándose, abriéndose mientras las llamas estallaban desde abajo. Los
ruidosos gritos de agonía rompieron el aire mientras todo empezaba a colapsar sobre
sí mismo, el Rey del Infierno no estaba ahí para contener nada.

Sin darse cuenta, ella había liberado al monstruo de su jaula.


Traducido por ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ, Jessy, IvanaTG, Malu_12 & Shilo

—¿Qué has hecho?


La baja, venenosa voz estaba tan cerca que el vello de la parte de atrás del cuello de
Serah se erizó. Lentamente se giró, poniéndose cara a cara con Miguel en las sombras
de los bosques de Hellum Township.

Serah podía sentir que era temprano en la mañana, pocas horas después de la salida
del sol, pero el día estaba tan tormento y oscuro como la medianoche. El rojo había
teñido el cielo, espesas y sangrientas nubes bloqueando la luz del sol. Meros minutos
habían pasado desde que ella había estado en ese horrible cuarto con Lucifer, pero
parecía como si toda la vida se hubiera marchitado en la Tierra. Todo estaba seco y
quebradizo, una sequía arrebatando el suelo, mientras que el aire estaba viciado con
un almizcle, mal olor.

¿Siembre había sido así?

—Puedo escuchar tu corazón —presionó Miguel—, ¡Un corazón que no debería latir!

—Cometí un error.

—¿Un error? —Miguel levantó su ceja en sincronía con su voz—. ¡Desataste el Infierno
en la Tierra!

—No sabía que Lucifer…

—¡Es Satán! —gritó Miguel, dando un paso más cerca, rabia nublando su rostro—.
¡Permitiste que el diablo te sedujera!

—Perdóname —susurró, una solitaria lágrima bajando por su mejilla.

La mirada fría y dura de Miguel quemó a través de ella—. No.


Un rugido, entró por el bosque mientras los árboles a su alrededor se inclinaban
bruscamente. La maldad rozó su piel, rebotando de ella, volando directo, mientras
almas se volcaban fuera de las puertas, saliendo con toda libertad en la estela de
Lucifer.

O Satán, pensó Serah. Tal vez Lucifer no existía en lo absoluto.

Los ángeles descendieron sobre la zona, apareciendo en manadas mientras corrían,


tratando de detener que nada más se escapara. Miguel se apartó de Serah mientras
sus hermanos y hermanas aparecieron, preparados para la batalla, ni uno solo
reconociéndola.

—Deberías permanecer callada —dijo Miguel, un desapego firme en su voz—. Esto no


va a terminar bien para ti, hereje.

Hereje. La palabra era como una puñalada en el pecho apretado de Serah.

Miguel desapareció, uniéndose a los otros. Él era el que había encerrado a Satán, en
primer lugar, por lo que sólo él sabría cómo volver a sellar la puerta. La devastación
golpeó a Serah mientras dejaba caerse de rodillas, doblándose en sollozos.

Ella había hecho esto.

—Samuel —lloró—. Te necesito.

Estática apareció justo en frente de ella. Miró hacia arriba, de manera irracional
buscar a su hermano perdido, pero se encontró con Hannah parado allí en su lugar.
Hannah frunció el ceño, agarrando el brazo de Serah y la tiró para que se pusiera de
pie.

—Contrólate —dijo ella, con voz dura, pero no había rabia en su expresión—. No
podemos tenerte en pedazos en este momento.

—Lo hice —dijo Serah—. Fui yo.

—Lo sé. Todos lo sabemos. El momento en que ocurrió, el momento en que él se


levantó, el polo magnético se movió muchísimo. Va a ser difícil de revertir, si es que
podemos.

Pestañeó rápidamente—. Desaté el apocalipsis.

—Sí, lo que significa que de alguna manera eres parte en cómo todo esto se desarrolla.
—No soy nada. Sucumbí a la tentación de la serpiente. Desaté a Satán.

—Fuiste seducida por Lucifer. —Hannah suspiró, negando con la cabeza—. Era un
Arcángel, Ser, el más glorioso alguna vez creado. No puedo culparte por caer
enamorada por él.

Caer por él.

—Así es —susurró—. Literalmente.

Una ráfaga de sombras negras pasó azotando, entonces, cubriendo la tierra tan rápido
como los ojos podían ver. El oxígeno parecía ser absorbido de la atmósfera mientras
Serah se quedó sin aliento dolorosamente, luchando por respirar.

—Miguel liberó a los segadores —dijo Hannah, viendo las criaturas mórbidas
descendiendo sobre la Tierra—. Es sólo cuestión de tiempo antes de que lo rastrean.

—Entonces, ¿qué? —preguntó Serah.

—Ya sabes la profecía, Satán destruirá todo de una vez y por todas. —Su mirada se
volvió hacia Serah de nuevo—. Miguel viene. Necesitas salir de aquí.

—¿A dónde voy?

—A donde sea que te sientas a salvo —dijo Hannah—. Una vez que el dragón esté
domado, verá las cosas con claridad. Estoy segura de ello.

Serah no estaba tan segura.

El apocalipsis. El final de los días.

El mundo no se acabó en una hora. No se acabó en un día. En realidad, no se terminó


del todo. La mayoría de los rincones del planeta permanecían ajenos al infierno
barrido a través de la tierra. Mientras se envenenaban los suministros de agua, el aire
se contaminaba, los cultivos morían, era lo de siempre en el reino de los mortales.
Ellos fueron a la escuela, se pusieron a trabajar; estudiaron y tomaron pruebas,
llevaron a cabo reuniones y llevaron a cabo negocios, adaptándose instintivamente a
las condiciones peligrosas.
El calentamiento global fue el culpable, como era una ficcional Madre Naturaleza. La
tormenta del siglo estaba sobre ellos, decían, mientras se atrincheraron y esperaron a
que todo eventualmente se desapareciera.

Serah se mantuvo de bajo perfil, fuera de vista, fuera de sí, mientras los ángeles
luchaban para contener el desorden que había hecho. Criaturas de todo tipo se habían
desbocado por la puerta, poniendo un pie en la Tierra por primera vez: vampiros,
hombres lobo, incluso hadas. El reino sobrenatural había explotado, dirigido por una
horda de demonios que se había liberado.

Era como que esperaban que el Armageddon sería, peor en algunos aspectos, pero
algo claramente faltaba.

Y ese algo era Satán.

Pasó una semana. Siete días de disturbios, y los ángeles tenían los combates un tanto
contenidos en América. Serah observaba desde la distancia mientras los viles
monstruos cayeron, uno a uno encerrados de nuevo en sus jaulas, pero no escapó de
su conocimiento que su líder no se encontraba por ninguna parte. Nadie informó de
ningún avistamiento, ni un solo incidente.

Serah se encerró en el centro cerrado de la comunidad en Chorizon, viendo todo


desarrollarse desde la distancia. Había estado sola toda la semana, rodeada de
absoluto silencio y quietud. Estaba mirando por la ventana en el octavo día por la
mañana cerca de la madrugada, con la esperanza de que el sol se las arreglara para
encontrar un camino a través de las nubes rojizas hoy, cuando algo se movió en la
habitación detrás de ella.

Ella fue a dar la vuelta, pero era demasiado tarde.

Un grueso brazo se envolvió alrededor de su cintura, sujetándola en su lugar, mientras


una mano de inmediato tomó medidas drásticas sobre su boca. Su cuerpo fue
violentamente atrás hacia otro, un aroma filtrado vagamente familiar en su torrente
sanguíneo. Ella trató de luchar contra el atacante, pero estaba todavía algo debilitada,
y era demasiado fuerte.

—Relájate, ángel —dijo una voz suave—. No estoy aquí para herirte.
Luchó con más fuerza al sonido de la voz, sólo para liberarse porque él
voluntariamente soltó su agarre. Volteándose, ella dio un paso atrás con rapidez.

—Satán.

Su rostro se desencajó, torciendo sus labios mientras enseñaba los dientes.

—Ya te he dicho que no me llames así.

—¡Es lo que eres!

Dio un paso hacia ella, provocando un retroceso en ella. Presionó su espalda contra el
frío cristal de la ventana. Se quedó inmóvil, levantando las manos a la defensiva.

—Mira, sé que estás molesta…

—¿Molesta? —dijo entre dientes—. ¡Estoy furiosa! ¡Me usaste! ¡Sabías que esto iba a
pasar!

—Lo sabía —admitió—, pero no todo es así de blanco y negro.

—Lo es —insistió—. Fui una tonta al pensar lo contrario. Tú, Satán, estás destinado a
aniquilar el mundo.

—Lo estoy —admitió de nuevo—, pero como te dije, no todo es así de blanco y negro.

—Me has infectado —escupió—. Los números pueden no estar marcados en mi piel,
pero la marca de la bestia está en mi ahora.

—Estás siendo dramática —dijo él—. No hice nada sin tu permiso. Te diste a mí.

—¡Me coaccionaste!

—¡Pura mierda! —espetó mientras caminaba hacia ella, sin disuadirse esta vez
cuando ella trató de escapar. Cerró sus manos contra el cristal de la ventana, su cara a
escasos centímetros de la de ella—. Tú querías. Todavía lo quieres. Puedo oler el
deseo en ti, lo siento dentro de ti, pidiendo más libertad.

—¡Mentiste!

—Lo hago —dijo, pero no acerca de esto.

—¡Te odio!
—Tal vez, pero todavía me deseas. Todavía me necesitas. Me atrevo a decir, quizás
incluso hay una parte de ti muy en lo profundo que en realidad se preocupa por mí.

—¡Nunca!

Alzó una ceja—. ¿Ahora mientes tú, angel?

Lucifer avanzó hacia delante, inclinando la cabeza, dispuesto a besarla. Serah se


escabulló antes de que sus labios pudieran tocar, agachándose bajo el brazo y
corriendo por la habitación, lejos de su alcance. Lucifer dejó escapar un suspiro de
exasperación mientras lentamente se volvió para mirarla.

—Lo llamaré —amenazó—. Da un paso más, y gritaré para llamar a Miguel.

—Nos matará a los dos.

—Lo hará —dijo Serah—. Pero al menos salvaré al mundo de ti.

Ella esperaba que le desalentara, pero sus labios se curvaron en una sonrisa burlona
mientras daba un paso calculado en su dirección.

—Hazlo —se burló—. Te reto.

Ella lo miró, permaneciendo en silencio.

—Eso es lo que pensaba.

—¿Qué quieres de mí? —hirvió ella—. Te has liberado. Obtuviste lo que querías.

—No todo.

—¿Qué más hay?

—Tú.

—Eres un egocéntrico traidor repulsivo lleno de imperdonable pecado.

—¿Estamos recitando currículos? Si es así, tú eres un ángel caído.

—No he caído.

—Todavía.

—¿Crees que no lo sé? —Su voz tembló—. Me has robado todo.


—Te di más de lo que te quité. —Miro alrededor del cuarto oscuro, su expresión
suavizándose mientras su sonrisa caía—. Si algún consuelo, yo…

—No lo hay —escupió ella, cortándolo mientras amargas lágrimas salían de sus ojos.
Ella las apartó mientras caían por sus mejillas—. No sé qué me va a pasar.

—Es eso por lo que vine —dijo Lucifer—. Quiero enseñarte algo.

—No estoy interesada, así que podrías irte.

—Oh, quieres ver esto. Confía en mí.

—"No confío en la gente como tú —dijo ella—. Fui estúpida al pensar que eras
diferente. No lo eres. No eres más que…

—Satán, ya lo entiendo —dijo, furiosamente negando con su cabeza—. Suenas como


una maldita grabación. ¿Incluso te crees a ti misma? No tienes que confiar en mi. No
tienes que estar interesada. Pero vas a ver esto, quieras o no.

Lucifer se lanzó hacia ella, tan rápido que sus disueltos sentidos no podían seguir su
ritmo. La tomó, tirándola hacia él, e hizo desaparecer a los dos de la sala en el
segundo que trató de luchar contra él. Aparecieron en el patio delantero de una casa
en los suburbios, donde la soltó mientras luchaba contra él. Miró a su alrededor,
reconociendo de inmediato, una pizca de pánico burbujeando dentro de ella.

La residencia Lauer.

Se quedó mirando la casa modesta, una sutil luz parpadeante en el interior de las velas
encendidas. No había luz allí, al igual que en todas partes en la comunidad. Apagones
inesperados, dijeron, causada por el disparo de la central eléctrica. No funcionaba por
un poco más de una semana, desde que Lucifer había roto sus ataduras.

No era coincidencia.

—Si has herido a esta familia, ayúdame Dios para…

Apretó su mano sobre su boca al momento en que pronunció esas palabras.

—No lo evoques —dijo entre dientes en su oído. Dios—. Y yo no he hecho nada a estos
pequeños seres humanos molestos. ¿Por quién me tomas?

—Un monstruo —murmuró contra su palma.


Él se rió sombríamente—. Toma uno para conocer uno.

Se negó a liberarla, agarrándola fuertemente y atrayéndola hacia él, pero su mano


cayó de su boca.

—¿Por qué estamos aquí? —exigió ella.

—Háblame de ellos.

Suspiró exasperadamente—. Los Lauers, Nicholas y Samantha. Tienen una hija


llamada Nicki.

—Sientes una conexión especial con esta familia.

No era una pregunta. De algún modo, él sabía.

—Tres personas, sin embargo hay cuatro latidos del corazón —dijo Lucifer—. ¿Por
qué es eso?

Serah vaciló—. Samantha está embarazada.

—¿De cuánto?

Serah se quedó mirando la casa, viendo sombras moverse por el interior. Podía oír
tenues risitas infantiles y se dio cuenta que ellos estaban sacándole el mejor partido a
el apagón jugando a las escondidas como familia.

—Un par de semanas —dijo ella—. Un niño.

—Cinco semanas y seis días, para ser preciso —la corrigió Lucifer.

—Curioso, ¿no? Solo estaban destinados a tener un niño. Pero sin embargo, hay otro,
concebido la misma tarde que el rayo golpeó el cielo de la espada de fuego de Miguel.

El frío recorrió a Serah mientras su cabeza se mareaba. Su cuerpo parecía volver a


caer contra Lucifer, sus brazos envolviéndose firmemente a su alrededor mientras la
solitaria palabra caía de sus labios.

—Samuel.

—Una hija, llamada como su padre —dijo él—. Y ahora un hijo, con el nombre de su
madre, Sam.
—Mi hermano.

—Ya no —dijo él—. Él es su hermano ahora.

—¿Cómo? —susurró ella, su visión nublándose con las lágrimas—. ¿Cómo puede ser?

Suspirando, Lucifer la atrajo con más fuerza hacia él, sus brazos envolviéndola en un
fuerte y cálido abrazo. Apoyó su barbilla en la parte superior de su cabeza.

—Te dije que, cuando caes, tu mortalidad está asegurada. Pero lo que no te he dicho es
que cuando Miguel toma tus alas con su espada, las heridas son fatales. Un mortal no
puede competir con su espada.

Las rodillas de Serah se debilitaron ante esas palabras.

—¿Moriré?

—Lo harás.

Perdió la batalla con sus lágrimas otra vez cuando un sollozo brotó de ella.

—Samuel murió libre de pecado —dijo Lucifer—. Se le dio a su alma una segunda
oportunidad. Un borrón y cuenta nueva.

—Pero a mí no.

—A ti no.

Cerró los ojos, fijando su atención en el suave revoloteo del pequeño latido dentro de
la casa, una vida apenas comenzando, el mundo a su alcance.

—¿Él sabrá? —preguntó ella—. ¿Sabrá lo que es, lo que era? ¿Recordará su otra vida?
¿Me… recordará?

—¿La respuesta corta? No.

Si no fuera por su fuerte abrazo, hubiera golpeado el suelo.

—Pero no es tan blanco y negro —continuó él—. Nada lo es. ¿Cuántas veces tengo que
decirte eso? Él no sabrá quién eres, o lo que eras para él, o lo que él era, pero si alguna
vez alguien pronuncia tu nombre en su presencia, sentirá un apretón en su pecho, una
familiaridad donde sus almas estuvieron conectadas. Y él sabrá entonces, lo sentirá,
solo no lo entenderá.
Respirando profundamente para ponerse firme, Serah se apartó de Lucifer y
lentamente se acercó a la casa. Hizo una pausa afuera de la ventana de la sala de estar
y escudriñó el interior. A través de la oscuridad, podía ver a Nicholas y Sam corriendo
por la habitación, fingiendo a propósito que no podían ver a Nicki, quien estaba
envuelta en la cortina, escondida. Serah levanto su mano y la presiono contra el frío
cristal, evocando cada onza de energía que pudo mientras buscaba esa conexión, la
que había estado perdida desde el día que Samuel cayó.

Cerrando los ojos, las imágenes la golpearon rápida y frenéticamente: un pequeño


bebé tomando su primer aliento tembloroso; un niño de cabello oscuro con ojos
brillantes untando pintura por toda la pared en vez de en un pedazo de papel; un niño
yendo a su primer día de jardín de infancia, una etiqueta con su nombre dice “Sammy”
clavada en su camisa polo azul oscuro; un incómodo preadolescente haciendo una
prueba para el coro; un adolecente rasgueando la nueva guitarra que recibió para
Navidad; un apuesto joven formando una banda con sus amigos. Había chicas,
primeros amores y segundas citas, bailes de secundaria y una boda. Había una larga
vida, llena de amigos y familia, niños y nietos. Había música y éxito, amor y felicidad.

La vida perfecta para Samuel.

Serah abrió los ojos otra vez y se volvió hacia Lucifer—. Estará bien.

—Estará más que bien.

—Yo no.

Él la quedo mirando, con los ojos llorosos mientras susurraba.

—Lo siento tanto, Serah.

Serah. Nunca la había llamado por su nombre antes.

—Tienen un seguro horrible —murmuró.

La risa de Lucifer la golpeó.

—¿Eso es lo que te preocupa? Te digo que vas a morir, que Miguel va a matarte, ¿y tú
estás preocupada por el plan de seguro de salud de esta familia? Increíble.

A pesar de la angustia, se las arregló para sonreír entre lágrimas mientras echaba otra
mirada hacia la casa. Una carga seguía siendo una carga, sin importar lo trivial que
pueda parecer.
—Estás tomando esto endiabladamente mucho mejor de lo que pensé que lo harías.

Ella suspiró—. No tengo a nadie que culpar más que a mí misma.

—Podrías culpar a todos los demás, también —dijo él—. A mí, Miguel, incluso a
Samuel…

—Podría, pero no tiene sentido —dijo ella—. No cambiará mi destino. Además, como
puedo culparlos, o a ti, ¿cuándo fue mi libre albedrío lo que lo hizo?

En lo profundo de los bosques en una remota parte de Europa, un castillo medieval


estaba vivo con actividad por primera vez en siglos. La media docena de torres
alzaban diez niveles hacia el cielo, la estructura de piedra fortificada rodeado por
todos lados por un foso enorme de lodos tóxicos. Todas las cientos de habitaciones
estaban llenas de figuras, algunas en forma normal, mientras que otras eran meras
sombras monstruosas y predominantes masas de solidificada maldad.

La gran sala de conferencias ocupaba casi la mitad del segundo piso de la torre central,
miles de metros cuadrados de suelo de mármol, una alfombra de terciopelo andrajosa
que conducía desde la puerta de entrada hasta un magnifico trono posado en una
plataforma. El trono de oro brillaba y resplandecía bajo la luz de las velas, el asiento
ocupado una vez más por un rey.

Esta vez, era el Rey del Infierno.

Luce sostenía un pequeño cuchillo de oro, caprichosamente girándolo en su mano,


pasando sus dedos por la afilada hoja. De forma deliberada cortó su palma, haciendo
una mueca cuando la sangre fluyó del corte, y observó con fascinación como su cuerpo
la absorbía otra vez, la herida sanando instantáneamente, la cicatriz desvaneciéndose
en cuestión de segundos.

Por lo general era un fastidio, estar atrapado entre la mortalidad y la inmortalidad, no


del todo humano aunque ya no fuera un Arcángel en toda regla, pero estaba
disfrutándolo en este momento. Motas de la Gracia de Serah todavía permanecían en
sus células, inclinando la balanza de nuevo a su sobrenatural e indestructible mitad.
El demonio a los pies de su trono parloteaba y parloteaba de esto y esto otro, pero
Lucifer apenas oía algo de ello. Legiones y choques, venenos e infecciones, desastres
naturales y catástrofes provocadas por el hombre, se iban por un oído y salían por el
otro mientras se fijaba en la hoja del cuchillo. Habían sido sus años atrás y le había
tomado toda una semana en rastrearla después de ser liberado. La hoja, forjada con el
mismo material que la espada de Miguel, era su único medio de protección contra su
hermano.

El demonio en frente de él continuaba su incesante charla. Todos sabían que para


caminar en su presencia tenían que asumir su forma humana, pero el delincuente
frente a él no pareció comprender el mensaje. Su forma seguía cambiando, su rostro
retorciéndose de un John Doe del motón a algo salido de una pesadilla.

Agitó la ira de Luce.

—Armas nucleares —dijo Luce, interrumpiendo al tonto divagando—. ¿Estás


sugiriendo que ponga bombas nucleares?

—Bueno, sí —tartamudeó él—. Sería más fácil, ¿no? Aniquilarlos en una gran redada.

—¿Con que beneficio? —preguntó Luce—. ¿Qué quedará para mí? ¿Una roca
radioactiva con nada en ella salvo por un grupo de ángeles enojados y escorias como
tú?

—Con todo el debido respeto…

Antes de que la criatura pudiera terminar, Luce sacudió su muñeca, el cuchillo de oro
volando por la habitación a la velocidad del rayo. Golpeó al demonio en la garganta,
interrumpiendo sus palabras. Estallo en llamas antes de explotar en una nube de
humo negro, desintegrándose cuando Luce asintió con la cabeza, el cuchillo volando
de vuelta hacia él. Lo atrapó en su mano izquierda mientras utilizaba la derecha para
señalarle al siguiente que avanzara. Docenas esperaban para hablar con él, para verlo,
para tener la oportunidad de estar en su presencia y decir su nombre.

—“Con el debido respeto” es la manera de un hombre ignorante de decir “no tengo ni


un puto respeto por ti”. Si escuchó a otro de ustedes decirlo, los haré arrepentirse de
alguna vez aprender a hablar en absoluto.

Uno tras otro marcharon hacia él, trayendo noticias, ofreciendo sugerencias. Escuchó
a algunos, ignoró a otros, destruyó unos pocos, pero no se tomó a ninguno muy en
serio. Estaba distraído, su mente continuamente a la deriva hacia el ángel que lo
perseguía cada momento. Pensamientos de ella alimentaban sus frustraciones.

No se suponía que le importara una mierda, pero ella había cavado su camino bajo su
piel. Y ahora estaba en problemas, graves problemas. Aunque ella se culpaba, Luce
sabía que era todo por su culpa.

Un demonio particularmente rudo se paró delante de él, despotricando sobre un duelo


injusto entre él y algunos ángeles.

—Son demasiado fuertes. Hay demasiados.

Luce hizo girar la hoja en su mano otra vez.

—¿Sabes porque elegí el castillo?

La criatura vaciló—. No.

—En el primer piso de esta torre está la capilla —dijo él—. Este trono se sitúa
directamente encima de ella. Ningún hombre se pone a si mismo por encima de Dios.
¿Cuántas veces hemos oído decirlo?

—Incontables veces.

—Y aun así, quien sea que construyó este castillo se puso literalmente encima de Dios.
En un tiempo donde todos le temían, este rey solitario desafió abiertamente sus reglas
—Luce le echó un vistazo a la habitación, sus ojos cayendo en el demonio una vez
más—. ¿Crees que ese rey se hubiera sentado aquí quejándose de que el enemigo era
demasiado fuerte? ¿Qué aparecer en la cima era imposible?

El demonio negó con la cabeza—. No, mi Lord.

—Entonces, ¿Por qué lo haces tú? —preguntó Luce—. ¿Es un mero rey mortal más
valiente que nosotros?

—Por supuesto que no.

—Entonces sal de mi vista y haz lo que te digo —hirvió—. No estoy pidiéndote que
ganes la guerra. ¡Solo estoy pidiéndote que hagas tu parte!
Luce se puso de pie cuando el demonio se precipito de la habitación. Paso por alto al
siguiente con un movimiento de su mano mientras se acercaba hacia la salida,
deslizando el cuchillo en su bolsillo.

—¿Dónde va, su majestad?

—A Pensilvania.

—¿Tan cerca de casa? Es peligroso allá. Estarán buscándolo.

—No soy un cobarde —gritó—. No voy a sentarme aquí con ustedes idiotas y esperar
a que vengan. Ya que son inútiles en defensa, lo menos que puedo tener es un buen
ataque.

Fue fácil localizar a Serah esta vez, todavía resguardada en el desolado pueblo de
Chorizon. Se sentaba en la esquina del centro comunitario vacío, con las rodillas
encogidas a su pecho, su cabeza gacha. Luce se aproximó en silencio, viendo sus ojos
cerrados, su pecho levantarse y caer al respirar de manera constante.

No se movía de su lugar, no reaccionó a su llegada. Se paró en frente de ella, con el


ceño fruncido. ¿Estaba dormida? ¿Estaba así de ida?

—Puedo olerte —susurró ella.

—Mi, mi… como han cambiado las cosas.

Abrió sus ojos y lo miró. Su piel estaba sonrojada, sus ojos inyectados en sangre e
hinchados de tanto llorar. Se veía más humana hoy.

Luce no estaba seguro de que decir. Se había disculpado, su arrepentimiento genuino.


No lamentaba hacerlo, lamentaba haber tenido que hacerlo. Ella era una
desafortunada víctima de la guerra, un medio para un fin. Sencillamente no se pudo
evitar. Fue su manera de salir de la fosa. Sucedía todo el tiempo, inocentes muriendo.
Había observado caer a tantos ángeles, a algunos los había considerado amigos en un
momento u otro, pero el pensamiento de este desangrándose a sus pies alborotaba
algo en su interior: algo vengativo, algo peligroso. Algo que apenas mantenía
contenido.

—Baila conmigo —dijo él, extendiendo su mano.


Serah se la quedó mirando—. No hay música.

Él chasqueó los dedos, con la mano todavía extendida. La habitación fue llenada al
instante con una canción suave y clásica.

—Ahora baila conmigo.

—¿Por qué?

—Porque hay música —dijo él—. ¿Por qué habría música si no se supone que
fuéramos a bailar?

Ella no respondió su absurda pregunta, pero le dio su mano y la dejo tirarla para
ponerla de pie. Envolvió los brazos a su alrededor, meciéndolos a la música mientras
ella descansaba su cabeza contra su pecho.

—No quiero tu lastima —dijo ella—. No necesito que vengas a cuidarme.

A su pesar, Luce se rió ante eso. Incluso cuando se vino abajo por la Gracia, el fuego en
su interior quemaba fuerte, siempre luchadora.

—No te compadezco más de lo que me compadeces a mí —dijo él—. Francamente,


solo estoy aburrido, y tú eres una compañía medio decente.

—Gracias —refunfuñó—. ¿El apocalipsis no es lo suficientemente entretenido para ti?

—Nah —apoyó la cabeza en la parte superior de la de ella—. Es un poco


decepcionante hasta ahora. He esperado este momento durante mucho tiempo, y no
ha sido tanto como una fiesta sorpresa en mi honor. Nadie parece interesado en
celebrar mi llegada. Supongo que nadie me extrañaba aquí arriba.

Se apartó un poco para mirarlo.

—Es difícil de creer, siendo el alma de la fiesta y todo.

Él sonrió.

—Ellos simplemente no saben lo que se pierden.

Antes de que pudiera responder, la habitación comenzó a temblar, la música


cortándose bajo un rugido del viento.
—O... tal vez lo hacen —murmuró Luce, girando rápidamente. Empujó a Serah detrás
de él, protegiéndola cuando media docena de ángeles se materializaron en la
habitación. Les echó un vistazo, evaluándolos rápidamente. Todos los poderes,
algunos de los mejores guerreros de Miguel en base a su tamaño—. Ah, debe ser el
comité de bienvenida.

—¡Ríndete, Satán! —uno de ellos exigió—. ¡Retírate de vuelta a tu prisión!

—Ahora, ¿por qué haría una cosa así? —preguntó Luce, levantando las cejas—. Acabo
de llegar.

—No eres bienvenido en la Tierra.

—Así que eres el comité de no-bienvenida entonces —dijo casualmente—. ¿Vigilancia


vecinal, tal vez?

—Somos los Ángeles del Señor y...

—Sí, sí, sí —dijo Luce, cortándolos—. Lo siento, señores, pero va a tomar mucho más
que algunos miserables poderes para retroceder y encerrarme. Así que ahórrate el
problema y corre a casa antes de tenga que hacerte daño.

—No te tenemos miedo, serpiente.

—No voy a advertirte de nuevo. Retírate de aquí, o me veré obligado a acabarte frente
a este ser precioso. —Luce hizo un gesto detrás de él a Serah mientras asomaba su
cabeza, el miedo en sus ojos mientras observaba a los ángeles—. Y prefiero que no lo
vea.

—¡Ordenamos que dejes este lugar, tú y la traidora!

Lucifer sacudió lentamente la cabeza, rabia endureciendo su rostro.

—Ustedes son los únicos que hoy abandonaran las instalaciones.

En un abrir y cerrar de ojos, Luce metió la mano en su bolsillo y sacó el cuchillo de oro.
Con un golpe de muñeca, se disparó a través de la habitación, golpeando entre los ojos
a uno de los ángeles antes que cualquiera de ellos tuviese tiempo a reaccionar. El
ángel parpadeaba, cambiando su forma rápidamente entre planos como si su cableado
se estropeara, una señal de que luchaban por la recepción.
—Protege tus ojos, ángel —gritó, agachándose cuando la energía explotó en una
ráfaga de luz ardiente. Luce se lanzó a través del cuarto, arrebatándole el cuchillo
antes de que tocara el suelo, se balanceó alrededor, degollando a otro ángel. La hoja
dentada desgarraba su piel mientras Luce lo hundía más profundo, casi decapitándolo.

Otra ráfaga de luz vibraba la habitación cuando los últimos cuatro ángeles saltaron
hacia Luce. Luchó contra su ataque, dando palizas a su alrededor y rebanando piel,
golpeándolos donde quiera que pudiese alcanzar. Uno de los ángeles sacó una
pequeña espada y la balanceó a Luce, pero no fue lo suficientemente rápido. Luce se
agachó, metiendo el cuchillo en el muslo del otro ángel, usando la distracción para
agarrar la empuñadura de la espada celestial. Retorció el brazo del ángel y clavó la
espada en su estómago mientras nuevamente con su mano libre tomó el cuchillo,
apuñalando a otro en el pecho.

Las explosiones se apagaron, una tras otra, los ángeles efervecían cuando su Gracia se
destruía en sus torsos. Luce se puso de pie erguido, con la espada en una mano y el
cuchillo en la otra, y se volvió hacia el último ángel que quedaba. La energía se detuvo,
con ojos entrecerrados, sin hacer ningún movimiento para atacar.

—Elige tu veneno —dijo Luce, sosteniendo las armas—. ¿Deberías irte por la espada
de tu hermano o con el cuchillo de tu enemigo?

No hubo respuesta. El ángel desapareció inmediatamente de la habitación, escapando


ileso. Luce negó con la cabeza mientras gritaba al espacio vacío frente a él:

—¡Esa no era una de las opciones, maldito cobarde!

Dejó caer la espada cuando dio la vuelta, deslizando su cuchillo en el bolsillo buscando
a Serah. Ella se agachó en la pared del fondo, mirando boquiabierta por la conmoción,
pero el miedo había desaparecido de sus ojos.

—Los mataste.

—Sí —dijo—. Sé que son tu familia y todo eso, pero era ellos o yo, por lo que me
declaro en defensa propia... o demente. Cualquiera funciona para mí, creo.

—Lo sé —dijo—. Pero los mataste... a todos. Solo.

Se arrodilló frente a ella.


—Te lo he dicho antes, tu energía es común y corriente. Ustedes se consideran una
fuerza en contra de mis secuaces, puedes masacrar a miles de demonios sin siquiera
sudar, pero no eres rival para mí. Solo uno lo es.

Miguel.

—Los ángeles no sudan —le recordó.

Alargó su mano, ahuecando su cálida mejilla, sintiendo la humedad en su piel.

—Estás sudando.

—Como dije —susurró—, los ángeles no sudan.

Suspiró.

—¿Quién puede decir lo que los ángeles pueden o no pueden hacer, de todos modos?
Es como decir que el malvado no puede sentir remordimiento, o la gente virtuosa no
puede cometer un asesinato.

—Ellos no lo hacen.

—Miguel lo hace.

—Miguel solo mata a los malos.

—Sin embargo, él mata.

Sus labios se separaron como si hubiese planeado argumentar su punto, pero las
palabras no salieron.

—No es blanco y negro —dijo—. Si lo fuera, no estaría aquí en este momento, ni


tampoco tú. Somos la zona gris, ángel. Somos las piezas del rompecabezas con las que
no saben qué hacer, las piezas que no terminan de encajar en su imagen perfecta, por
lo que optan por descartarnos, para mantener su imagen impoluta, pero solo nosotros
podemos ser ignorados por tanto tiempo. Porque eventualmente, si quieren admitirlo
o no, todos los de su negro y blanco sangrarán juntos, de todos modos.

—Detén esto —suplicó Serah por lo que debía haber sido la vigésima vez, sentada en
medio del columpio del patio de juegos abandonado, el borde de su sucio vestido
rozando el suelo. Pasaron seis semanas desde que comenzó su tarea, y estaba más
cerca de tener éxito como lo tenía al principio—. Por favor.

Lucifer dio un paso adelante cuando Serah se estremeció intensamente.

—No puedo.

—Tienes que hacerlo —insistió—. Se ha ido demasiado lejos.

El cielo rojo y negro revuelto, las gotas de lluvia ácida cayendo sobre ambos.

—Lucifer, ellos van a...

Ellos van a destruirte. ¿Por qué ese pensamiento apretaba su pecho, se alojaba en su
corazón?

La interrumpió.

—Lo sé.

—No puedes ganar.

—Sé eso, también.

—¿Entonces por qué? —preguntó—. ¿Por qué haces esto?

Dio un paso más hacia ella, sus manos apretando las cadenas del columpio.
Inclinándose, presionó su frente contra la suya y la miró a los ojos. Después de un
momento, dejó escapar un profundo suspiro y presionó sus labios en los suyos,
besándola suavemente.

—Tengo que intentarlo —murmuró—, por ti.

—No lo hagas —imploró—. Ya basta. Por favor.

Lucifer frunció el ceño mientras se apartó.

—No entiendes lo que estás pidiendo. ¿Quieres que simplemente regrese a mi prisión?
¿Entonces qué? ¿Eh?

—Entonces las cosas vuelven a la normalidad.

Incluso Serah no creía en esas palabras, Lucifer gritó:


—Tonterías. ¿Qué crees que va a sucederte? Miguel querrá castigar a alguien. Si me
retiro, ¿adivina quién obtendrá toda la fuerza de su rabia? Tú, ángel. Nadie más que tú.

—Está bien —susurró, con voz temblorosa—. De todas formas, seré castigada. Moriré
sea como sea.

Entrecerró sus ojos.

—¿Cómo puedes estar tan despreocupada por eso?

—La muerte no es nada para temer —dijo—. No es el final. Es sólo otro comienzo.

—Eres desesperante —se quejó—. Completamente exasperante.

A pesar de la situación, Serah sonrió ante eso. Recordaba no hace mucho una época
que dijo las mismas cosas sobre él. ¿Qué había cambiado?

—Creo que eres mi manzana —dijo ella en voz baja—. No me arrepiento de probarte.
No puedo. No eres perfecto, de cualquier modo, hay más dulce por ahí, y tienes
algunos lugares podridos, Pero nunca había encontrado una manzana tan jugosa en
ningún lugar del mundo.

Suspiró, un pesado sonido con derrota, pero su expresión se mantuvo firme.

—No voy meter mi rabo y correr como una perra. Así no es como termina esta
historia.

—Termina contigo perdiendo.

—Desafié al destino una vez. ¿Quién dice que no puedo hacerlo de nuevo? —Se volvió
hacia ella, tendiéndole la mano cuando sus dientes comenzaron a castañear, el frío
filtrándose en sus huesos. La lluvia caía con más fuerza, salpicando el vestido de
Serah—. Vamos. Salgamos de la lluvia.

Ella se acercó y tomó su mano. Al momento en que lo agarró, la atrajo a sus pies, y
ambos aparecieron lejos del patio de juegos. En medio de una casa cercana, silenciosa
y tranquila, sin una mota de luz en ningún lugar. Lucifer la soltó y chasqueó sus dedos,
una chimenea junto a la pared se encendió rápidamente. El cálido resplandor naranja
iluminó la habitación. Serah miró a su alrededor, contemplando la enorme cama,
cubierta con una colcha de color celeste.
—¿Un dormitorio? —reflexionó tranquilamente, pasando la mano por la manta,
sintiendo la suavidad bajo sus dedos—. ¿Ni siquiera me invitarás a cenar en primer
lugar?

—Nah, no tiene sentido —dijo, su voz suave, casi bromeando—. Ya sabes,


considerando que abriste las piernas antes de la primera cita.

Su cabeza giró en su dirección, sus ojos se estrecharon mientras le lanzaba dagas, pero
su molestia no podía durar. En cuanto vio su expresión, la sonrisa con hoyuelos, las
líneas de expresión alrededor de los ojos, sorprendentemente azul brillante en el
momento, ella se derritió con facilidad.

—Eres excesivamente arrogante.

Abrió su boca para responder de forma inmediata, risa brotó en su lugar.

—Sin comentarios.

Rodando sus ojos, Serah se apartó, centrándose de nuevo en la cama. La calidez de la


chimenea la envolvía mientras pasaba por al lado, calentándola, la piel de gallina se
desvanecía en su piel.

—¿Por qué yo? —murmuró—. De todos en el mundo...

—Eres ardiente —dijo Lucifer—. Eres terca, agresiva y exasperante.

—Esos no suenan como cumplidos.

—Están viniendo de mí.

—Bueno, gracias —dijo, deteniéndose cerca de él.

—También eres valiente —dijo, dando un paso hacia ella. Pasó los dedos por su
cabello, metiendo algunos de detrás de su oreja. Sus dedos se arrastraron la línea de
su mandíbula, corriendo por su cuello y a lo largo de su clavícula—. Tienes las agallas
para pararte aquí, delante de mí.

—No me asustas —dijo—. Eres un poco imbécil, completamente egoísta, y sin


mencionar lo confiado...

—Gracias.
—Esos no son cumplidos —dijo—. Pero a pesar de todo eso, sé que no me lastimarás.

Él sonrió, inclinándose hacia abajo, sus labios cerca de su oído mientras le susurró:

—¿Ahora quién está siendo demasiado confiado, ángel?

Serah se estremeció cuando besó suavemente la piel sensible debajo de su oreja, los
labios deslizándose por su cuello. Llegó a la unión entre el cuello y el hombro, un poco
hacia abajo, sus dientes mordiendo su suave carne. Un grito sorprendido escapó de su
garganta por el repentino escozor, el dolor aumentaba sus sentidos. Pasó las manos
por su espalda, debajo de la camisa, sintiendo sus músculos esculpidos y los leves
bultos de sus alas en los omóplatos. Su cuerpo se estremeció cuando sus uñas
rasparon suavemente la piel.

Sus labios se encontraron cuando Lucifer agarró sus muslos, estirando sus piernas por
su cintura. Serah se aferró fuertemente, envuelta a su alrededor, tocaba el suave
cabello de su nuca. Gemidos suaves sacudían su pecho cuando la dejó en la cama,
nunca apartándose de su boca mientras se subía encima de ella.

Se desnudaron lentamente, cuidadosamente, sin ninguna prisa por llegar a alguna


parte, sin ninguna prisa para que termine. Se recostó en la cama mientras Lucifer
besaba y acariciaba cada centímetro de su cuerpo, cautivándola, saboreando su carne.
Sus piernas temblaron, su cuerpo se estremeció cuando su boca encontró el vértice
entre sus muslos. Ella gritó su nombre, agarrando fuertemente puñados de su cabello
mientras arqueaba su espalda. Un hormigueo tiro a través de ella por la presión que se
acumulaba adentro, comenzando en su pecho y fluyendo a los dedos de sus pies. Cerró
los ojos, perdiéndose en la sensación, mientras lo montaba y montaba, robándole el
aliento. Su cuerpo se excitó, su calor creciendo más y más, hasta que sintió como si
fuese a estallar en un millón de pedazos diminutos. Su lengua, suave y húmeda,
amable aunque frenética, la conducía cada vez más a la locura absoluta.

Sus puños apretaron las sábanas de la cama, incapaz de soportar la presión, sus ojos
se abrieron mientras se acercaba a la explosión. Se quedó sin aliento, un grito se alojó
en su garganta cuando miró su cuerpo desnudo. Su piel ardía en un color naranja
brillante, tan radiante y brillante como el sol. La visión de ello la atrapó con la guardia
baja, la conmoción embestía esas sensaciones de regreso en su interior. Se empujó
lejos de Lucifer y se sentó, acurrucándose en sí misma mientras lo miraba, con ojos
muy abiertos.

—¿Qué fue eso?


Levantó sus cejas, su expresión crispada con diversión.

—Creo que tus mortales lo llaman sexo oral.

—Lo sé —escupió—. Sé lo que es el sexo oral. Me refería a lo resplandeciente.

Lucifer se rió entre dientes, sujetando sus piernas y acercándola de nuevo. Su piel
volvió a un tono normal, teñido en un ligero rubor rosado.

—Esa fuiste tú dejándote ir —dijo, cerniéndose sobre ella. Se inclinó, besando sus
labios castamente.

—Se sintió bien, ¿no?

Sonrió tímidamente. Lo hizo.

La besó en el cuello, mordiendo su piel mientras empujaba para abrir sus piernas. Sin
vacilar, sin temor, se deslizó dentro de ella, ambos uniéndose sinuosamente como si
siempre se hubiesen pertenecido de esa manera. Fue diferente esta vez, más sensual,
más seductor, menos apresurado e impulsivo. Cada golpe fue deliberado, cada
respiración medida, cada gemido, gruñido y jadeo constante. Se habían perdido a sí
mismos en el abandono por última vez, ahogándose en las aguas poco profundas de la
lujuria, mientras flotaban en algo mucho, mucho más profundo ahora.

Amor prohibido.

Las horas se desvanecieron en una nube vaporosa, palabras murmuradas entre besos,
gritos apagados por la carne, mientras orgasmo tras orgasmo sacudió a los
amantes. Lucifer se detuvo finalmente, aquietándose dentro de ella, respirando
fuertemente contra su pecho. Las llamas todavía rugían en la chimenea, pero la
habitación se había puesto significativamente más oscura a medida que pasaba el
tiempo. El mundo exterior estaba siendo azotado por tormentas, lluvia torrencial
golpeando contra el techo mientras el cielo se ponía más rojo, extendiéndose como
sangre derramándose y filtrándose en un suelo de madera.

—Me tengo que ir —susurró Lucifer, besando su pecho.

—No.

—Tengo que —dijo—. Es casi la hora.


Salió de ella, sentándose sobre sus rodillas brevemente, sus ojos se arrastraron sobre
su cuerpo desnudo lentamente, de manera consciente. En el momento en que llegaron
a los de Serah de nuevo, el azul había desaparecido, la oscuridad arrastrándose de
vuelta en su alma.

Serah se puso en pie, vistiéndose, y poco a poco se acercó a la ventana para


contemplar afuera.

—Ven conmigo —dijo Lucifer, de pie detrás de ella—. Lucha conmigo.

—No puedo —dijo ella—. No puedo pelear más de lo que tú puedes parar.

—¿Por qué? —la presionó, desesperación entrelazándose en su voz.

—Porque no está en mí —dijo—. Sigo siendo una creyente. Todavía tengo esperanza
en el mundo, para todos y todo en él. Miro por la ventana, y en lugar de la fealdad, en
lugar de la oscuridad, puedo ver los dientes de león amarillos creciendo una vez más
en la grieta del concreto de una calle.

—Pero estas personas... estos mortales...

—He pasado toda mi existencia velando por los niños, tratando de mantener el mal
lejos de ellos. Miro a los niños y veo su bondad inherente, su inocencia, y su
compasión. Han nacido así. Sólo cambian, sólo dan la espalda al mundo, cuando el
mundo les da la espalda a ellos. —Se dio la vuelta, frente a él. Parándose de puntillas,
presionó un suave beso, casto contra sus labios—. Veo la belleza y la bondad en todo,
incluso en ti, Luce. Y mientras esté ahí, nunca podré darle la espalda.

Luce se paraba en lo alto de las montañas de Eilat en Israel. La piedra arenisca bajo
sus pies había cambiado desde la última vez que había puesto un pie en esta región,
pasando de un color marrón amarillento frágil a una oscuridad macabra, fluyendo por
la ladera de la montaña como si alguien hubiera derramado un cubo de pintura negro.

En la distancia podía ver el mar Rojo, volviéndose lentamente de un rojo brillante en


la noche mientras la sangre de miles se derramaba por toda la tierra y se filtraba en el
agua, manchándola. Los ángeles y los demonios combatían ferozmente a lo largo de
las estribaciones de la montaña y hacia el litoral, cada uno enviado para fines
contrarios.
Los demonios, en libertad para destruir a la humanidad. Los ángeles, habiendo jurado
defenderla.

A través del caos, había poco tiempo para que los ángeles se centraran en la búsqueda
de Luce, momentáneamente dándole ventaja. Vio a lo lejos, esperando su momento
mientras disfrutaba de las delicias del infierno finalmente reinando en la Tierra.

Luce hasta ahora había logrado mantenerse un paso por delante de su hermano, pero
era sólo cuestión de tiempo antes de que Miguel lo alcanzara. Era un enfrentamiento
que Luce había estado esperando por siempre, según le parecía. Y esta vez, se juró que
Miguel no obtendría lo mejor de él. Había estado infestado con orgullo en su primer
encuentro y subestimado la fuerza de su hermano y la pura determinación de su
Padre. Eso no iba a suceder de nuevo. En este momento estaba lleno de algo mucho
más poderoso, algo más profundo, más convincente: el odio.

Lo único en lo que el ángel oscuro había pensado más que en sí mismo y en sus
propios deseos materialistas y egoístas en los últimos años era en vengarse de su
hermano. Él lo había lanzado al lago de fuego, atrapándolo en ese hoyo por toda la
eternidad, sin siquiera mostrar una pizca de angustia.

Así que incluso si era lo último que hacía, haría sufrir a Miguel, de una manera u otra.

—Mi Señor...

Luce no se volvió al oír la voz de Lire. Sus ojos seguían enfocados intensamente en la
batalla frente a él. Sus secuaces no eran rivales para los ángeles, a excepción de unas
pocas armas celestiales que habían logrado robar y contrabandear a lo largo de los
años, los ángeles eran invencibles al toque del demonio. Sólo Luce tenía el poder de
masacrar a su clase, pero ese no era su objetivo. Él sólo quería destruir a uno, y por la
destrucción de ese, esperaba que el resto cayera como fichas de dominó.

Una casa es sólo tan fuerte como sus bases.

—Mi Señor, estamos cerca...

Podía sentir cómo los ángeles inundaban el área, tratando de proteger la tierra
sagrada y limpiar el desorden. Sólo había pasado poco más de una semana desde su
fuga y el mundo ya estaba en caos, los mares apareciendo abiertos uno por uno,
desatando la anarquía en suelo de Dios. Los jinetes se habían soltado de sus jaulas,
atrayendo la destrucción masiva en los lugares que tocaban.
—Mi Señor, por favor. Debe salir antes de que…

Demasiado tarde.

Un rayo violento golpeó la montaña, desmoronando parte de ella alrededor de los pies
de Luce. Él no se inmutó, no se movió ni un centímetro mientras el demonio era
cortado a la mitad, un gorgoteo repugnante haciéndose eco de su garganta. El olor
pútrido instantáneamente se infiltró en su cuerpo, concentrándose en el aire
alrededor de la cara de Luce, haciéndola contorsionarse. Lentamente, se dio la vuelta,
sus ojos carmesí encontrando los azul cielo de Miguel. La espada de fuego lanzaba un
resplandor sofocante en el rostro de Luce mientras su hermano la sostenía, Lire
empalado al final de la misma.

Sin que sus ojos dejaran nunca a Luce, Miguel sacó la espada del demonio, enviándolo
lejos en una explosión de fuego y humo negro. Se movió entonces, señalando con la
espada a Luce.

—Satán.

—Príncipe. —Luce inclinó la cabeza en señal de saludo informal—. ¿Cuánto ha


pasado? ¿Seis mil, siete mil años?

—No lo suficiente.

—Te he echado de menos, hermanito.

Miguel dio un paso adelante, la punta de su espada apenas a unos centímetros del
pecho de Luce.

—No soy tu hermano.

—Eres bienvenido a pensar eso, pero no cambia el hecho de que lo eres.

En un abrir y cerrar de ojos, Miguel empujó la espada hacia adelante para empalar a
Luce, pero no fue lo suficientemente rápido. Luce lo esquivó, agarrando el brazo de su
hermano y la empuñadura de la espada, tirando violentamente de él hacia
adelante. Lanzó a Miguel por un lado de la montaña, no dudando un momento antes
de saltar detrás de él. Las alas de Miguel se expandieron, capturándolo en pleno vuelo,
pero Luce lo golpeó antes de que pudiera volar. La fuerza de la colisión los envió a los
dos ángeles cayendo en picado hacia el suelo, luchando por el control. Miguel
esgrimía la espada, tratando de perforar a Luce con la cuchilla de fuego, pero la fuerza
de Luce igualaba la suya. La rabia hervía debajo de su piel, pura adrenalina
bombeándose a través de él, mezclándose con la punzada de la sangre en su
organismo y alimentándolo. Luchó con todo lo que tenía, acaparando y arañando,
golpeando y empujando, tratando de tener en sus manos la espada celestial.

Los dos golpearon el suelo duramente, el camino de tierra cediendo por debajo de
ellos. Ángel y Demonio, atrapados en medio de la batalla, se desplomaron en un cañón
creado por la fuerza del golpe. El agua del Mar Rojo se precipitó hacia adelante,
llenándolo, la suciedad roja recubriéndolos. Las llamas de la espada se extinguieron
momentáneamente, reavivándose cuando Miguel se apartó de Luce y se paró, un rayo
golpeando desde el cielo.

—Ríndete —escupió Miguel—. Vete al infierno.

Una lenta sonrisa apareció en los labios de Luce.

—Todavía estoy allí. Sólo lo traje hacia ti.

Michael se abalanzó sobre él, los dos hundiéndose bajo el agua, luchando por el
control de nuevo. Luce sacó su cuchillo de oro y lo clavó en Miguel, cortando su ropa,
pero no pudiendo romper su piel. Rodaron y rodaron, envueltos en una prueba de
voluntad y fuerza. Tan pronto como uno conseguía superioridad, la oportunidad de
hundir su espada en el pecho del otro, para aniquilar la fuerza de la vida dentro suyo,
el otro tenía una explosión de fuerza y lo igualaba.

Iguales en habilidad, igualmente impulsados por una motivación.

Una batalla que duró apenas unas horas la primera vez, una batalla entre dos
hermanos, dos Arcángeles: uno oscuro, uno luminoso, continuó durante días. No había
ningún final a la vista, sin señal de que cualquiera amainara, mientras la batalla más
grande seguía librándose a su alrededor. Innumerables seres humanos fueron
masacrados, algunos por los demonios, otros por los propios ángeles, ya que purgaban
los espíritus malignos en sus cuerpos con la fuerza física. A pesar de todo, el poder de
Luce prosperó, cada baja inocente provocando algo dentro de él, el monstruo
levantándose y tomando el control.

Miguel alejó a Luce finalmente, lanzándolo a metros de distancia y hacia otro ángel. El
ángel trató de poner sus manos en Luce, pero empujó el cuchillo de oro en él antes de
que pudiera. Una gran explosión ocurrió cuando la Gracia salió de su pecho,
envolviendo brevemente a Luce como una manta.
Él cerró los ojos, saboreando la sensación. Oh, cómo le gustaba esa sensación…

—Yo te exorcizo, Criatura del Agua, por Él que te ha creado...

Los ojos de Luce se abrieron de golpe, buscando a Miguel al instante.

—¿Agua Bendita? ¿En serio?

—… y los reúno a todos en un solo lugar, para que la tierra seca aparezca, para que
descubras todos los engaños del Enemigo, y eches fuera de ti todas las impurezas...

—No va a funcionar —escupió Luce—. En caso de que no lo hayas notado, príncipe, el


mar está envenenado con sangre. Ya no es agua.

Miguel dejó su bendición. Sostuvo su mano libre sobre la superficie del agua, un
resplandor emanando de él y difundiéndose a través del mar a su alrededor. El rojo
turbio se desvaneció, despejándose a un azul cristalino.

Una risa amarga se arrancó del pecho de Luce. Él entrecerró los ojos, la ira
recorriéndolo. El mar alrededor suyo se movió y empezó a burbujear, engrosándose e
hirviendo en forma de vapor que se elevaba en el cielo. Tan pronto como Miguel
purificaba una parte, Luce volvía a contaminarla.

—Te llevaste todo de mí. —Luce hervía—. Así que ahora, lo tomo todo de ti. Tu tierra,
tu mar, tus seres humanos... tu amante.

Por primera vez en su existencia, los ojos de Miguel se nublaron con rabia,
oscureciéndose como tinta. Luce se mantuvo de pie, levantando las cejas en desafío
mientras sonreía burlonamente.

Juega, hijo de puta.

Esperó a que su hermano atacara de nuevo, que se superara de indignación y


sucumbiera a la venganza, el pecado abrumador, pero sus ojos se iluminaron de nuevo
casi inmediatamente.

Antes de que pudiera decir otra cosa, Miguel desapareció de su vista.

Sobresaltado, Luce se quedó mirando el agua vacía frente a él, tratando de sentir a
Miguel en la atmósfera. Era débil, pero podía sentir a su hermano lejos, todavía unido
a la Tierra.
Luce lo siguió inmediatamente. Tan pronto como se materializó frente a Miguel,
Miguel volvió a desaparecer en una grieta de electricidad. Luce lo siguió, acechándolo
de un lugar al otro, apenas consiguiendo una vista de él antes de que se transportara a
otro lugar. La confusión recorrió a Luce mientras trataba de dar sentido al acto al
parecer cobarde de su hermano, correr del enemigo, evitando la confrontación,
cuando apareció en un lugar que lo respondió todo.

Chorizon.

Serah se dirigió afuera en el frío aire, paseando tranquilamente lejos del centro de la
comunidad abandonada. El cielo oscuro se arremolinaba, las nubes rojas más gruesas
que antes, más imponentes. Estaba empeorando, lo sabía. El mundo se estaba
muriendo a su alrededor, y ella no podía hacer nada para detenerlo.

Salió a la calle, en dirección a la zona de juegos, cuando una grieta de electricidad


sacudió el aire detrás de ella.

—Luce… —Se dio la vuelta, cortando su nombre a medias cuando sus ojos se posaron
sobre la espada resplandeciente de fuego—. Miguel.

Se alzaba sobre ella, su expresión dura mientras balanceaba la espada en su


dirección. Ella al instante retrocedió unos pasos, su corazón tratando de ganar un par
de compases mientras miraba la hoja abrasadora.

—Yo, eh...

—No hables —ordenó, moviéndose hacia ella, que se retiraba aún más—. Nada de lo
que digas va a absolverte de tu culpa. Te has avergonzado a ti misma. Has
avergonzado al mundo. Me has avergonzado a mí. Y por eso, debes ser declarada
responsable.

Otra grieta se hizo eco por la calle. Los ojos de Serah se lanzaron hacia esa dirección,
su mirada cayendo sobre Lucifer. Antes de que pudiera mirar de vuelta a Miguel, presa
del pánico, fue dominada y brutalmente arrojada sobre el duro asfalto. El pie de
Miguel se estrelló contra su pecho, sacando el aire fuera de sus pulmones. Ella se
quedó sin aliento, lágrimas brotando de sus ojos mientras la hoja de la espada se
presionaba contra su garganta. Tragó espesa saliva, sintiéndola casi perforar su piel.
—¿Has venido a ver, Satáns? —La mirada de Miguel permaneció en Serah mientras se
dirigía a su hermano—. ¿A disfrutar el resplandor de su Gracia por última vez?

—Y dicen que yo soy el cruel —dijo Lucifer—. Se supone que debes ser misericordioso
cuando tomas sus alas.

—Oh, no tengo ninguna intención de tomar sus alas —dijo Miguel.

La frente de Lucifer se frunció.

—¿No?

Miguel negó con la cabeza.

—No.

La esperanza corrió a través de Serah, energizándola, pero se desvaneció rápidamente


cuando la espada de Miguel se arrastró a lo largo de su piel, lejos de su garganta. Él la
apretó contra su pecho, sobre su corazón acelerado, la espada de fuego cortando
ligeramente su piel.

—¡No lo hagas! —aulló Lucifer con voz tan furiosa que vibró en las estructuras que los
rodeaban—. ¡Detente!

Un grito brotó de Serah, y ella arqueó la espalda mientras las llamas se intensificaban,
quemando su carne. Agudo dolor le recorrió el cuerpo, quemando como lava
profundamente dentro de ella, donde la sangre debía estar. Su piel burbujeaba y
ampollas de color rojo brillante salían, mientras la marca de color negro carbón se
formaba, el símbolo ritual tallado en su pecho.

Ella se retorcía en el suelo, un aguijón feroz construyéndose dentro de ella, superando


todos sus sentidos. Su visión se puso borrosa, las lágrimas corrían por sus mejillas y
salpicaban el asfalto frío. Su pecho se sentía como si fuera a explotar, la luz juntándose
en la zona de la herida y escapando a través de su piel, la marca pulsando con el latido
de su corazón.

Lucifer estaba sobre ella al parpadeo de un ojo, agachándose a su lado en el suelo. La


tomó en sus brazos, acunándola. Sus pulgares acariciaron sus mejillas, secando sus
lágrimas. Cuando apartó sus manos, vio que estaban cubiertas de rojo.

Ella estaba llorando sangre.


—¿Estoy muriendo? —preguntó, las palabras apenas audibles. Miró fijamente al cielo
mientras una nube rojiza era tragada por oscuridad pura.

Un segador de almas, se dio cuenta.

—¡Arregla esto! —demandó Lucifer—. ¡Arregla esto ahora!

—Es tiempo que aprendas una lección de humildad —dijo Miguel—. No puedes
comandarme. No puedes afectarme. No eres nada para mí. Nada.

—Eso puede ser cierto, Príncipe, pero no es para mí. Hazlo por ella.

—¿Por qué?

—¡Porque ella no es nada para ti! ¡La amas!

—Ya no.

—Puedes mentirte a ti mismo, y a todos los demás, pero no puedes mentirme a mí,
Miguel —se mofó Lucifer—. Estamos conectados, siempre lo hemos estado, y siempre
lo estaremos. Y sé que la amas, hermano, porque puedo sentirlo. Lo siento en cada
latido de mi jodido corazón. Lo siento cada vez que la miro, o la huelo, o estoy a veinte
metros de ella.

—Estás equivocado —insistió Miguel.

—¡Detén esto! —gritó Lucifer—. ¡No la castigues por lo que he hecho!

—¿Por qué?

—Porque… —un gruñido rasgó el pecho de Lucifer—, porque la amo, maldición, ¿sí?

—Imposible —dijo Miguel—. Eres incapaz de amar.

—Y tú estás jodidamente ciego —escupió Lucifer—. Qué fácil accionas el interruptor.


Puedo aceptar que me des la espalda, ¿pero a ella? ¡No ha hecho más que mostrarles
compasión a todos!

—¡Sucumbió a tu maldad!

—¡No! ¡Miró más allá de ella! —escupió él—. Encontró algo en mí, algo que nadie más
pudo ver. Le importó, cuando a nadie más le importó un carajo. Ella trató, cuando
todos dijeron que no tenía sentido. ¡Y la descartaste! ¡La condenaste a una eternidad
en el Infierno por eso!

—¿La querías, Satán? Puedes tenerla. —Ni una pizca de emoción podía ser encontrada
en la voz de Miguel—. Deja que exista para siempre en el lago de fuego, atrapada entre
los vivos y los muertos como tú.

Miguel dio un paso atrás, dándole a ella una mirada prolongada antes de cerrar
lentamente sus ojos y darse la vuelta. Desapareció con un trueno.

—¡Miguel! —bramó Lucifer, su voz quebrándose mientras la emoción se desbordaba


de su pecho—. ¡Regresa aquí!

—Estoy muriendo —susurró Serah mientras más oscuridad alcanzaba el cielo—. Los
segadores de almas han venido.

Lucifer gruño, antes de gritar de nuevo.

—¡Sé que puedes oírme! ¡No me ignores!

—Está bien —dijo Serah, girando ligeramente su cabeza para mirar a Lucifer. Su
rostro estaba vuelto hacia el cielo, bloqueado de su visión—. Mírame, Luce. Está bien.

Lucifer miró hacia abajo. La conmoción recorrió a Serah en olas cuando miró que sus
ojos estaban vidriosos. Su expresión contradecía la tristeza en sus ojos, su labio
curvándose mientras enseñaba los dientes.

—¡No está bien! —Su atención se lanzó hacia arriba de nuevo, y la mirada de Serah
siguió la de él. Los segadores de almas se habían cuadruplicado en cuestión de
segundos—. ¡Miguel! ¡Muéstrate, maldición!

A través de la bruma de su visión, ella pudo ver unos cuantos copos blancos
esponjosos flotando desde el cielo, como diminutas bolas de algodón. Nieve.

Tienes hasta que la nieve caiga para establecer la tregua.

—Es demasiado tarde —susurró Serah. El viento se agitó, soplando cruelmente. Un


chillido atravesó el aire mientras que la oscuridad se arremolinaba salvajemente,
amenazante e inflexible. Miles de segadores de almas se habían apoderado del cielo.
Los rodeaban, moviéndose cada vez más cerca, un ciclón descendiente de muerte.
Serah los miró fijamente, su cuerpo temblando mientras sus dientes castañeteaban—.
Se acabó.
—No. —Lucifer se mantuvo—. Todavía no.

—Estoy muriendo.

—No lo estás —dijo él, pausando antes de agregar—, pero lo harás.

Lucifer agarró su cuchillo dorado y lo aferró con fuerza, su rostro contorsionado con
agonía. La mirada de Serah se volvió hacia él, pero no tuvo tiempo de tomarle sentido
a nada. Él cerró sus ojos, murmurando por lo bajo.

—Ayúdame, Dios —antes de clavar ferozmente la hoja en su pecho.

De repente, el dolor hizo erupción dentro de Serah, una bola vibrante de luz estallando
desde su pecho. Todo a su alrededor, explotó en llamas. Cada mota de color se
arremolinó, cambiando y mezclándose, convirtiéndose en gris mate. Se desvaneció a
un blanco dolor abrasador antes de ser superado por oscuridad mientras que el
entumecimiento se tragaba por completo a Serah.

La última cosa que escuchó, mientras se deslizaba a la oscuridad, fue el estallido


delator del trueno desgarrando el cielo, notificando al mundo:

Otro ángel había caído hoy.

Luce se sentó en medio de la calle vacía, su cabeza inclinada, sus piernas estiradas
enfrente de él. Serah yacía a su lado, su cabeza en su regazo, el cuchillo todavía
sobresalía de su pecho que se movía. Puntitos de luz parpadeaban alrededor de ellos
como estrellas diminutas, el brillo dorado de la Gracia siendo absorbido por la
atmósfera. Danzó a través de la piel de Luce, pero en lugar de deleitarse, sintió nada
más que aversión hacia la sensación.

Un charco de sangre se reunió a lo largo de la calle, empapando los pantalones de


Luce. No le prestó atención mientras acariciaba dulcemente su suave cabello castaño.
Ella parecía tan tranquila, sus ojos cerrados mientras dormía profundamente por
primera vez.

Inconsciente.

El aire frente a él crepitó, el repulsivo olor llenando los pulmones de Luce mientras
inhaló. Olía como a agua estancada, rancia y contaminada. Era un olor que
frecuentemente había viciado la luz del sol en la piel de Serah.
—¿Qué hiciste?

Luce rió oscuramente a la pregunta de su hermano.

—Hice lo que fuiste demasiado glacial para hacer.

Luce alcanzó el cuchillo, agarrando su empuñadura, pero no tuvo una oportunidad


para sacarlo. Miguel reaccionó defensivamente cuando Luce tocó el arma. Sacando su
espada, apuntó a la frente de Luce, cerrando la distancia entre ellos.

—¡Ríndete ahora, Satán!

La voz de Luce era baja—. Ya lo hice.

La espada se movió ligeramente, cayendo del rostro de Luce, mientras Miguel lo


observó con cautelosa sospecha.

—Quería que sufrieras —explicó Luce—. Quería lastimarte, quitarte todo, pero me
doy cuenta ahora que es imposible. No puedo esperar que sientas algo, cuando no
sientes nada, hermano. No puedo esperar que seas más que alguien sin corazón
cuando tienes un corazón que no late.

—No soy alguien sin corazón.

—¡Sólo te paras ahí mientras ella sangra!

—¿Qué esperas de mí?

—Nada, ya. —El aire alrededor de Luce pareció brillar más claro mientras hablaba—.
No espero nada de nadie. Pelear contigo ya no vale la pena. Todo lo que he sentido,
todo lo que he pasado, no se compara con lo que ella me dio.

—¿Qué es?

Amor.

No lo dijo, pero no tuvo que hacerlo. Miguel escuchó la declaración de todas formas.

—La amas de verdad.

—Te dije que lo hacía.

—Si remueves ese cuchillo, ella se extinguirá de este mundo para siempre.
—Aún si no lo hago, se habrá ido de todas maneras —dijo—. Se está desangrando. Su
corazón ya está latiendo más despacio.

—Te di lo que querías —dijo Miguel—. No entiendo. ¿Prefieres que muera, entonces?

—¡Sí, maldita sea, lo prefiero! —Luce alejó la mirada de Serah y sus ojos encontraron
los de Miguel—. La muerte sería mejor que esto. La muerte sería mejor que
recordarme a mí.

Luce sacó el cuchillo justo cuando Miguel dejaba caer su espada, una mirada perpleja
en su rostro. Se arrodilló junto a Serah cuando Luce arrancó el cuchillo de su pecho. La
mano de Miguel cubrió inmediatamente la herida sangrante. Luz irradió de la yema de
sus dedos, surgiendo a través de su cuerpo, su piel brillando en un luminoso naranja,
conteniendo la fuerza vital en su cuerpo herido.

Cuando Miguel retiró la mano, la herida había sido sanada, sólo una tenue cicatriz
permanecía donde había estado la marca.

—Por ella, entonces —dijo Miguel.

Luce suspiró.

—Por ella.
Traducido por flochi

Seis meses después.


(Precisamente... ni un momento antes, ni un segundo después)

El aire estaba tranquilo y caluroso, la luz del sol derramándose a través de las
ramas de un gran roble, reflejándose en las hojas verdes y abundantes. Unos pocos
rayos se salpicaban sobre la mujer recostada contra el tronco del árbol, sus pies
desnudos plantados a ambos lados de la grieta de la acera. Su mirada estaba fija
directamente frente a ella, sus ojos mirando el cartel recién pintado en el edificio del
otro lado de la calle.

Centro Comunitario Chorizon.

Una estridente campana retumbó desde la escuela primaria detrás de ella, seguida por
la risa y el sonido de decenas de pares de pies corriendo por la libertad. El último día
de escuela había llegado a su fin, los estudiantes embarcándose en las vacaciones de
verano. Los niños pasaron corriendo junto a ella sin echarle un vistazo, ansiosos por
llegar a sus casas a jugar.

Nikki Lauer, de ocho años, vagaba por la acera al fondo del grupo, su mejor amiga,
Emily, a su lado. Las dos chicas iban dando saltitos, brazo con brazos, sin prisas
mientras cantaban felizmente.

¡Tuvo al mundo entero en sus manos,

Tuvo al mundo entero en sus manos,


Tuvo al mundo entero en sus manos,

Tuvo al mundo entero en sus manos!

Fueron más lento cuando se acercaron al gran roble. Emily saltó sobre la grieta, con
cuidado de no pisarla. Nikki hizo lo mismo antes de tironear del brazo de su amiga,
haciéndola detenerse, cuando su mirada se volvió hacia el árbol. Con cuidado, soltó a
Emily, una expresión de curiosidad en su rostro.

—¿Señora? —llamó—. ¿Está perdida?

Un par de cálido ojos marrones vagaron sin rumbo desde el otro lado de la calle hacia
la niña frente a ella. Lentamente, ella negó con la cabeza.

—No, no lo creo.

—Mi nombre es Nicki —dijo ella—. ¿Cuál es tu nombre?

La mujer frunció el ceño levemente ante la pregunta.

—No estoy segura.

El ceño de Nicki se frunció.

—¿No sabes tu nombre?

—No. —Un suave suspiro escapó de sus labios—. No puedo recordar.

—Yo fui nombrada por mi papi. Su nombre es Nick, como Nicholas. Todos piensan que
es gracioso, porque soy una chica y él un chico, pero me gusta mi nombre. —Nicki
tentativamente se acercó—. ¡Oye! ¡Quizás ese también sea tu nombre!

Ella negó con la cabeza.

—No lo creo.

—Quizás sea Sam —dijo Nicki—. Esa es el nombre de mi mamá. Suena más como a
chico, sin embargo, pero su nombre verdadero es Samantha. Ella va a tener un bebé
pronto. Su nombre va a ser Sam, también, pero como Samuel y no como Samantha,
porque ese definitivamente es un nombre de chica.
—Sam. —Una suave sonrisa curvó los labios de la mujer mientras algo en su pecho
tiraba y le apretaba, como si reconociera la palabra—. Samuel.

—¿Podría ser tu nombre? ¿Sam?

—Tal vez —dijo la mujer—. Aunque, creo que podría ser Serah.

Serah.

—Nikki —siseó Emily, tirando del brazo de su amiga, su cara arrugada con
preocupación—. Sabes que no debes hablar con extraños.

—Está bien —insistió Nikki—. No es una extraña… no realmente. Y además, la Sra.


Mallory dijo que deberíamos ayudar a las personas si podemos, ¿lo recuerdas?

La niñita puso sus ojos en blanco y se dio la vuelta, empezando a alejarse dando
pisotones.

—Entonces, ¿cómo es que no sabes tu nombre? —preguntó Nikki, encogiéndose de


hombros ante a brusca salida de su amiga—. Todos saben su nombre, incluso Johnny
Lee, y él no sabe nada. Es un cabeza hueca.

—Los médicos dicen que tengo amnesia.

—¡Mi mamá tuvo eso! —declaró Nikki—. Fue al doctor porque estaba mareada, y le
tomaron sangre con una aguja y dijeron que era debido a la am-nesia. Aunque, ella no
se olvidó de su nombre.

Serah sonrió con suavidad.

—Creo que te refieres a la anemia.

—Oh. —Nikki lo descartó con una risa—. ¿Cómo es que tienes amnesia?

—Tuve un accidente hace unos meses. —Serah hizo un movimiento hacia la calle
transitada frente a ellas—. Desperté en el medio de esa calle, justo en este lugar. No
tengo ningún recuerdo de nada antes de ese momento. Mi primer recuerdo es de un
par de ojos azul cristal mirándome desde arriba.

—¿Fue cuándo sucedió la tormenta? —preguntó Nikki—. Porque muchas personas


sufrieron accidentes entonces. El papá de Emily se lastimó, también, pero ahora se
encuentra bien. Todavía sabe su nombre.
—Sí, creo que sí —contestó Serah—. Dijeron que desperté en cuanto terminó.

—¡Nicki! —gritó Emily calle más abajo, con las manos en las caderas a la vez que
entrecerraba sus ojos—. ¡Ven!

Nicki suspiró dramáticamente hacia su amiga antes de darse la vuelta para volver a
enfocarse en Serah.

—¿Estás segura que no estás perdida? Soy buena con las direcciones. ¡Ni siquiera
necesito un mapa!

—Estoy segura —respondió Serah, volviendo su mirada hacia el centro


comunitario—. Creo que estoy exactamente donde se supone que debo estar.

Nicki salió corriendo para unirse a su amiga, un breve saludo de despedida con su
mano, mientras la mirada de Serah se desviaba al otro lado de la calle. El tráfico
pesado de la tarde fluía, una fila de autobuses escolares ocultando su vista del centro
comunitario. Cuando todo estuvo despejado otra vez, su mirada cayó sobre la figura
en pie afuera del edificio. Estaba vestido completamente de negro, ojos azules
intensos en comparación con su cabello oscuro y piel bronceada. Estaba parado en
medio de las sombras, protegido de ella, la oscuridad rodeándolo. Serah miró
fijamente en eso penetrantes ojos, perdiéndose en ellos, sintiendo como si flotara en
las nubes, literalmente perdiendo la cabeza por él. Soltó un tembloroso suspiro, el
nombre de él en la punta de la lengua, pero no salía, sin importar cuánto se esforzara
en luchar por recordarlo.

En un abrir y cerrar de ojos él se había ido, desapareciendo como una aparición, un


vago recuerdo fuera de su alcance. Lo veía por todas partes: a veces cuando estaba
despierta, a veces cuando estaba dormida. Una vez, él le habló, sus labios moviéndose,
su voz baja susurrando lo que creía que era su nombre.

Suspirando, se dio la vuelta y agarró sus zapatos desechados del suelo, llevándolos
mientras que con pies descalzos recorría el patio de juegos de la escuela. Evitó los
columpios, apenas dándoles un vistazo mientras se mecían ligeramente con una brisa
inexistente.

Algún día recordaría, juró. Algún día sabría el nombre de él. Algún día sabría el suyo. Y
algún día, sabría por qué: por qué él la perseguía en cada pensamiento, por qué,
cuando lo miraba a los ojos, sentía que estaba en casa.
Porque el tiempo pasa, y los recuerdos se desvanecen, pero un corazón latiendo nunca
olvida algo verdaderamente.

Nunca.
Extinguish #2

Para más información sigue

https://www.facebook.com/Bookzinga
En primer lugar, tengo que reconocer a mi gran familia por su apoyo y amor
incondicional Gracias chicos por estar siempre ahí para mí. Soy verdaderamente una
chica con suerte.

Muchas gracias a Sarah Anderson por empujarme a seguir adelante con mi primera
historia paranormal. Puedo decir honestamente que este manuscrito no habría visto la
luz del día si no fuera por tu insistencia. Espero con interés el momento en que por fin
tenga la oportunidad de celebrar tu primer libro en mis manos, mientras que el resto
del mundo descubre tus hermosas palabras.

Para Iris Jurado por ser generosa con su tiempo y prelectura, y para Lisa Hollett por la
edición de este chico malo. Para Nicki Bullard, mi hermana sustituta, por estar ahí a
través de todos los altibajos. Para Traci Blackwood, y Krystal Vélez, y Vanessa Díaz, y
todos mis otros amigos en Twitter y Facebook, y para toda comunidad del fac fiction.
Las palabras no pueden expresar adecuadamente mi amor por todos ustedes. Son
extraordinarios. Vamos a besarnos, ¿bien?

Y para todos los que leen quienes quieres escribir pero son disuadidos en el camino...
no se rindan en sus sueños, y nunca escuchen a los pesimistas. Si hay una historia
dentro de ti, déjala escapar. Hermosas cosas suceden cuando lo haces.
J.M. Darhower es autora de innumerables cuentos y
poemas, la mayoría de los cuales sólo ella ha leído. Vive en
un pequeño pueblo en la zona rural de Carolina del Norte,
donde produce en serie más palabras de las que jamás
verán la luz del día. Tiene una profunda pasión por la
política y habla en contra de la trata de personas, y cuando
no está escribiend está generalmente despotricando sobre
esas cosas. Beligerante crónica con una boca vulgar, ella
admite que tiene una adicción a Twitter. Puedes
encontrarla allí. @JMDarhower
Moderadoras
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Traductoras
Jessy
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Corrección, Recopilación y Diseño


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