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Prólogo
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Epílogo
Próximamente
Agradecimientos
Sobre la Autora
Créditos
Uno... Dos... Tres... Cuatro...
Declaro la Guerra
Serah siempre creyó que el mundo a su alrededor era perfecto. Como Power, uno de
los ángeles guerreros, ella ha pasado su vida defendiendo a los inocentes del mal.
Luego de que la tragedia golpea, arrebatando a su hermano de su vida, se ha dado a la
tarea de detener el apocalipsis que se acerca antes de que sea demasiado tarde.
Sólo una cosa: ella tiene que aventurarse al infierno para hacerlo.
Friedrich Nietzsche
Traducido por flochi
La piel en los brazos y piernas de Serah se erizó a la vez que temblaba, retirando el
cabello marrón de su rostro cuando voló a sus ojos. Su largo vestido de verano
ondeaba en el viento, ennegrecido con suciedad, oscureciendo el bonito color
melocotón que solía tener. Una vez arreglada y reluciente, había sido destrozada,
manchada con pecado y cubierta con el deshonor.
¿Cómo había llegado tan lejos? ¿Cómo había caído tan rápido, con tanta fuerza? La
respuesta a su pregunta apareció delante de su rostro.
Lo sintió antes de verlo, sintió su presencia como una brisa amarga. Él olía a fósforos
encendidos, fuego crepitante con un toque de menta. La electricidad en el aire se
intensificó, el cielo agitándose, un remolino de nubes rojas y negras bloqueando la
muy necesitada luz del sol. Una tormenta estaba acercándose con rapidez, y esa
tormenta tenía nombre.
—Lucifer.
Serah miró a través del patio de juegos cuando él apareció de la nada detrás de un
tobogán desgastado de metal. Aunque se encontraba a varios metros, supo que él la
había escuchado cuando susurró su nombre. Alto, sombrío, y apuesto, aunque era
abiertamente cliché, era de la única manera en que podía empezar a describirlo. Su
cabello corto y oscuro era un revoltijo de rizos gruesos, su camisa de mangas largas
exponiendo indicios de un pecho sólido. De hombros anchos y piel bronceada, Lucifer
parecía fornido pero aun así inofensivo, su media sonrisa con hoyuelos casi amistosa.
Con sólo una mirada, una calculada curva en sus labios, te invitaba a quedarte para
siempre. Y no se le podía negar a esta criatura carismática. Aunque tal vez no en el
Cielo, ciertamente él se encontraba en casa.
Pero sus ojos contaban otra historia, una muy diferente, más irascible y sangrienta,
sigilosamente disfrazada con encanto. Una vez de un azul tan brillante como una tarde
de verano, ahora ardían negros y rojos como el intenso cielo nocturno, un pequeño
vistazo del monstruo enconándose debajo de la bella piel.
—Lucifer, van a…
Él la interrumpió.
—Lo sé.
—También sé eso.
—Entonces, ¿por qué? —le preguntó, rogando, pidiendo una respuesta que
entendiera—. ¿Por qué estás haciendo esto?
Él dudó, dando un paso más hacia ella, sus manos agarrando las cadenas de su
columpio. Inclinándose, presionó su febril frente con la de ella y la miró fijamente a los
ojos, buscando algo, mientras ella igualmente buscaba la verdad en los de él.
“Todos en círculo,
¡Cenizas! ¡Cenizas!
Las dos niñas cayeron en el exuberante césped verde. La rubia de siete años,
Emily Ann Dryer, pateó su pie con alegría, mientras que su mejor amiga de cabelló
castaño, Nicki Marie Lauer, reía alegremente a su lado. Sus compañeros de clase,
corrían a su alrededor, jugando y gritando, disfrutando cada segundo que quedaba del
receso de medio día.
—Tal vez —respondió Serah, meciéndose de adelante hacia atrás en el columpio del
centro—. O tal vez es solo una canción de cuna.
—Ese es el punto. —Serah observó como las chicas se ponían de pie, se agarraban de
las manos, y daban vueltas en círculos de nuevo—. Se supone que sea una tontería.
Justo entonces, un niño pequeño pasó corriendo, Johnny Lee Smith de ocho años, y
agarró la larga cola de caballo de Nicki. Jaló duro, alejándola de su mejor amiga y
tirándola al suelo antes de salir corriendo.
Suspirando, Serah chasqueó sus dedos. Johnny patinó, deteniéndose, y se dio la vuelta,
pausando menos de un segundo antes de correr para ayudar a Nicki a que se pusiera
de pie.
Son las cosas básicas, amor, respeto y compasión, lo que hacía una gran diferencia
algunas veces. El niño y la niña compartieron una sonrisa antes de separar sus
caminos de nuevo.
—Deberías ser santificada —dijo Hannah—. No podría lidiar con pequeñas criaturas
inconstantes todos los días.
—Hay peores cosas ahí afuera —le recordó Serah—. Además, los niños son los más
fáciles. Todavía tienen conciencia.
Las chicas se tomaron las manos de nuevo y regresaron a su juego como si nada
hubiera pasado. Criaturas resistentes, los niños. Serah había sido exaltada a tomar la
tarea de observarlos, una tarea que la mayoría de su especie no entendía o
apreciaba—. Me dan esperanza. Me recuerdan por qué todos hacemos lo que hacemos
todos los días.
—Podría decir lo mismo sobre el pasto o los árboles, pero no me ves ofreciéndome
para hacer trabajo de jardinería, ¿verdad?
Mientras los niños se alineaban obedientemente para ir a sus aulas, algo se agitó en el
aire. El sol vibrante desapareció detrás de una repentina cubierta de densas nubes, el
cielo azul oscureciéndose en la sombra de medianoche.
Hannah sacudió lentamente su cabeza—. No se supone que haya una tormenta hoy.
Electricidad crepitó a través de la piel de Serah, el cielo gritando lo que las palabras no
dirían.
Las dos se teletransportaron al mismo tiempo que muchos otros, una vasta extensión
de tierra brillando sobre un plano diferente, muy alejado del alcance humano.
Susurros frenticos corrían a través del aire blanco puro mientras pasaban lista,
asegurándose de que todos sus amigos estuvieran ahí, Grace seguía intacta.
Hannah voló a través del grupo, tratando de obtener respuestas, mientras que Serah
se instaló en la periferia, sus ojos escaneando la multitud, buscando a sus hermanos y
hermanas. Era imposible llevar la cuenta de todos mientras miles y miles de su
especie descendían. Era raro que se reunieran así, solo en momentos de
inconmensurable desesperación.
Un ángel caído, para ellos, era la tragedia más grande. Se supone que eran
comprometidos, su fe inquebrantable, su fuerza sin igual, pero cuando uno de los
suyos caía de su pedestal proverbial, perdido a las trasgresiones terrenales, servía
como un recordatorio de que incluso los invencibles no eran inmunes a las
tentaciones del pecado.
Hannah reapareció. Serah la miró con los ojos muy abiertos. Pocas cosas las afectaba,
no sentían hambre, frío, dolor físico, pero ni siquiera los ángeles eran ajenos al miedo.
Fueron entrenados para sentirlo, para detectar las pistas más pequeñas de peligro que
los rodeara—. ¿Quién fue? ¿Quién cayó?
Estirándose, Hannah agarró la mano de Serah y la apretó dándole confianza. Las dos
habían estado juntas desde el comienzo. Observaron juntas con asombro como Dios
creaba el universo, observaron en fascinación mientras Él creaba al hombre, y
observaron con dolor como esa creación persiguió a Su hijo.
—Puedo sentir todas las Virtudes —dijo Hannah, relajándose visiblemente—. No fue
uno de nosotros que cayó. Estamos bien.
Serah se congeló, deseando sentir el mismo alivio. Algo dentro de ella se agitó, un
vacío expansivo, una conexión perdida. Fue como si una extremidad hubiera sido
cortada, una parte de ella arrancándose poco a poco.
—Samuel.
El coro de susurros cesó mientras una fuerte y masculina voz interrumpió. Llegó a lo
largo y ancho, independiente y estoica, pero el sonido de la misma llevaba angustia
devastadora entre la multitud. Serah lo sintió más que nadie, confirmando su vacío.
Lentamente, se volteó y quedó cara a cara con Miguel, sus enormes alas iridiscentes,
dos veces más grandes que la de todos los demás. La aparición de un Arcangel hizo
que la mayoría de los que estaban ahí desaparecieran en cuestión de segundos, pero
Serah no se movió. No podía. No todavía.
Pecado.
La monótona voz alejó los ojos de Serah de Miguel. Se volteó a un Dominion que
esperaba, su voz velada mientras respondía—. Por supuesto.
El agarre de Hannah se apretó por un breve momento antes de que la dejara ir con un
estallido de electricidad estática. Luego, una mano grande agarró el hombro de Serah,
pesada y fuerte, llevándola hacía abajo y levantándola al mismo tiempo. Era
reconfortante pero preocupante, acogedor pero temible. La presencia de un Arcángel
era poco común, el toque de uno prácticamente inexistente. Los ángeles que quedaban
desaparecieron en un agitado murmullo de chismes, dejando a Serah y Miguel solos
con el Dominion.
Él asintió, confirmando.
—Tiene que haber un error —dijo Serah—. Mi vocación es con los niños, no en esta
guerra.
—No hay errores —dijo el Dominion—. Eres un Poder. Esto lo que tu especie hace.
Proteger a los inocentes del mal, y no hay mayor amenaza que lo que existe ahí.
—Vas a exigir un alto al fuego del líder de la revuelta. La lucha ha durado mucho
tiempo y sin descanso. Muchos han caído. Tienes hasta que la nieve caiga para
establecer la tregua.
—Hay una posibilidad de que lo haga, si ella puede apelar a su naturaleza original.
Serah ha probado ser paciente y persistente en conectar con la conciencias de las
almas. Es su talento. Lo cultiva. Si tú vas, Miguel, el plan nunca funcionará.
—¿No es mi trabajo? —La ira agitó la voz de Miguel—. Cuando la batalla final llegue,
es mi deber enfrentarme a él, mío y sólo mío.
—Aunque es cierto, Príncipe —se mofó el Dominion, el primer rastro de emoción que
Serah había escuchado provenir de uno de ellos—, no es nuestra orden.
—Es de Él.
Serah reacia negó con la cabeza. Entumecimiento cubría su mente, retardando sus
reacciones. Estaba sorprendida. ¿Las Puertas? Nunca había escuchado de nadie que
haya ido, sólo escuchado historias de los horrores que existían allí.
No fue difícil convencerla. Serah se relajó contra Miguel, sus doradas, brillantes alas
envolviéndola. Su espalda alineada contra el pecho de él, soltó un profundo y sumiso
suspiro.
La guerra había estado gestándose desde el comienzo del tiempo. Una noche no haría
la diferencia, ¿cierto?
Miguel envolvió sus robustos brazos alrededor de ella mientras se inclinaba hacia
abajo, acariciándole el cuello.
—Escoge tú.
No, el Cielo es una idea. El Cielo es el espacio donde un alma libre habita una vez que
ha sido expulsada de su cuerpo, la energía que una vez vivió dentro de una persona
restallando en su propia esquina de la atmósfera. Podría llamarse una ilusión, pura
imaginación, pero es más profundo que eso. Es un sueño magnífico en un bucle eterno.
Todavía existiendo, aunque técnicamente ya no sea así.
El Cielo es lo que lo haces, lo que quieres que sea. Una vida de obediencia te concede
una eternidad de libertad.
—Es tan hermoso este lugar —dijo Serah, dando unos pocos pasos en el campo, sus
pies desnudos hundiéndose en la suave tierra.
—No tan hermoso como tú. —Miguel arrancó una flor rosa del suelo y la giró entre sus
dedos—. Este es el tono en que me imagino que tu piel sería si te pudieras ruborizar.
Se aproximó, barriendo su largo cabello marrón de su hombro antes de meter la flor
detrás de su oreja, el pálido rosa brillaba junto a su piel sin color. Su gran mano
ahuecó su mejilla.
—Lo era —estuvo de acuerdo Miguel, acariciando con su pulgar suavemente sobre su
labio inferior—. No debes pensar en eso.
—Pero…
Incluso así, con sus alas ocultas, su verdadera naturaleza oculta, Miguel seguía siendo
inhumanamente hermoso.
Hicieron el amor en medio del campo, rodando sobre el césped, dos ángeles
fusionándose en uno. Fue sensual, una bola hormigueante de energía y luz
inagotables. Aquí, ocultos en el medio de la serenidad oscura de alguien, los dos
podían pedir prestado un momento a solas en un universo caótico.
Este era su Cielo, tocando los nervios crudos enterrados profundamente dentro de
ellos. Muy pocos de ellos lo encontraban, muy pocos sabían que siquiera existía, pero
ellos habían sido afortunados de toparse con ello juntos. Lo que tenían era puro,
inmaculado, razón por la cual tenían permitido tenerlo.
Ella pasó su mano a través de su cabello rubio despeinado y sucio y puso un beso
casto sobre sus labios.
—Lo estarás —estuvo de acuerdo, apartándose para ponerse de pie. Chasqueó los
dedos, sus ropas regresando a su lugar y las alas expandiéndose con un repentino
zumbido, de hombre vulnerable a arcángel infalible en una fracción de segundo. La
miró desde lo alto mientras ella todavía yacía tendida en el suelo y sonrió—. Después
de todo, todavía tienes a Dios de tu lado.
A diferencia del Cielo, el Infierno es concreto. Se extiende unos dos mil novecientos
kilómetros debajo de tus pies, oculto entre el duro manto y el núcleo abrasador de la
tierra. El foso ardiente es literal, aunque es mucho más que eso. Se compone de cada
pesadilla jamás concebida, torturando a sus habitantes día tras día.
Desatar lo que habita allí sería catastrófico, razón por la cual se encuentra guardado y
sellado. Sin embargo, eso igual sucede. Encuentran alguna manera de deslizarse a
través de las grietas, volviendo a aparecer en la tierra y causando estragos hasta que
son enviados de regreso. Sin embargo, por cada uno que es atrapado, otros dos
parecen lograr escapar. Es un interminable círculo sangriento de persecución que se
traduce en muertes todos los días.
Sólo hay una manera de llegar a Infierno. En lo profundo del bosque de Pennsylvania
en Hellum Township, no muy alejado del pequeño pueblo de Chorizon, hay una serie
de siete puertas que se deben atravesar. Muchos han intentado seguir el sendero,
escuchando las leyendas, pensando que es una broma, pero ningún mortal ha logrado
pasar más allá de la quinta puerta. Los sentimientos de desesperación y muerte, la
sensación amenazante del mal, son tan abrumadoras que ningún hombre se atreve a
seguir adelante.
Serah se dirigió por el estrecho camino lleno de malezas, pasando sin contemplaciones
por las primeras cinco puertas. Llegó a una verja de hierro forjado antiguo
inclinándose al cielo y la atravesó, bajando por el camino de grava, directamente hacia
un enorme edificio de piedra. El exterior estaba quemado y cubierto con suciedad, la
cáscara de un asilo viejo y quemado. Las altas paredes y enormes columnas lo hacían
parecer un castillo largamente olvidado, abandonado por toda la realeza. El mal
irradiaba de él, pegándole a ella como ondas de choque, una tras otra, intentando
advertirle y obligarla a darse la vuelta.
Serah abrió la pesada puerta chirriante, encontrando nada más que difusa oscuridad
frente a ella. Entró, cruzando el umbral del edificio abandonado y atravesando la sexta
puerta.
Sobresaltada, se encontró parada frente al límite con el Infierno, con los pies
plantados en el duro sedimento mientras con su mirada exploraba el terreno por
primera vez. Nada viviente prosperaba aquí, nada que respirara o creciera, nada
florecía. La tierra estaba agrietada y abandonada, la sensación de inminente muerte se
aferraba a todo, doliente y miserable. Nubes oscuras cubrían el cielo infinito,
mezcladas con remolinos de ardientes rojos mientras rayos continuamente
destellaban, los relámpagos golpeando en la distancia, sus feroces retumbos vibrando
bajo sus pies. En la distancia, al final de un camino delgado como un lápiz, Serah pudo
distinguir vagamente una torre alta de piedra, un espeluznante castillo erigido por el
Rey del Infierno.
Tomando un respiro hondo y necesario, un hábito que había cogido en la tierra, Serah
se acercó sigilosamente, deteniéndose a unos pocos metros de la puerta. Del otro lado
todo estaba silencioso, pareciendo abandonado, nada más que tierras yermas y
montañas de roca envueltas en sombras.
—¿Hola?
Serah se alisó el vestido y lo movió con nerviosismo, otro hábito humano sin sentido,
mientras esperaba a que algo, lo que sea, pasara.
Minutos pasaron, luego horas. Medio día se marchitó en un abrir y cerrar de ojos,
persistiendo la completa quietud. Físicamente, no sintió agotamiento, pero
mentalmente había tenido suficiente del lugar.
—Esto es increíble.
—Lo es.
A pesar de su aspecto inquietante, parecía más humano de lo que había esperado que
fuera, un hecho que la ponía nerviosa. Él era fuerte como Miguel, oscuro donde su
Arcángel era luz, pero se comportaba como un hombre. Sus pasos tenían un ligero
contoneo, sin prisa y sin gracia.
Esta cosa, este hombre, ¿era el gran enemigo? ¿La mayor amenaza para ellos? ¿Para la
humanidad?
—Quiero decir, esto es absurdo —dijo ella vacilantemente—. No hay nada bueno con
respecto a este lugar. He estado parada aquí durante horas.
—Lo sé.
Comenzó a contestar a su mofa infantil, pero él la detuvo antes de que pudiera hacerlo,
con su voz una octava más alta, forzó a sus palabras cuando se las espetó.
—Se supone que tenías que estar aquí anoche. Te esperaba anoche, pero me
mantuviste esperando. Así que era justo que, cuando tú finalmente decidiste que era
importante mostrar tu rostro, te mantuviera esperando el mismo tiempo.
—No me di cuenta que teníamos una cita —dijo a la defensiva ella. ¿Quién era él para
hablarle de esa manera?—. Estaba ocupada.
—Apuesto que lo estabas —él inhaló profundamente, inclinando la cabeza hacia atrás
mientras cerraba los ojos. Un coincidente vórtice de viento sopló por su lado,
removiendo la suciedad y la parte inferior de su vestido mientras le azotaba el cabello
en la cara. Lo apartó cuando el aire se calmó, reabriendo lentamente los ojos—.
Hueles como mi hermano. Su esencia esta por todas partes en ti. Apesta.
Sarah tartamudeó.
—Detente —dijo él, el tono mordaz más fuerte en su voz—. Mi nombre no es Satán.
—Lucifer.
—Lucifer —dijo ella otra vez—. Solo vine aquí para pedirte…
—¿Para pedirme que detenga la pelea? ¿Para dar a la paz una oportunidad? —se rió
con amargura—. Sé porque viniste aquí, y puedes dar la vuelta e irte ahora. No tendré
a alguien entrando a mi territorio y faltándome el respeto, tratándome como si no
fuera nada, llamándome por esa asquerosa palabra como si fuera mi nombre. Quieres
1
Este tipo de ave imita las llamadas de otras aves, sonidos animales e incluso ruidos de máquinas.
hablar conmigo, ¿ángel? ¿Quieres tener esa conversación? Vuelve cuando no apestes
tan jodidamente tanto.
Se estremeció. Espeluznante.
—¿Hiciste qué?
—Sí.
—Se supone —contesto ella—. Michael dice que no funcionará, pero tengo que
intentarlo.
—Por supuesto que no funcionará. ¿Se supone que debamos creer que él lo terminará
solo porque tú lo pediste? Sí, claro. No hay un solo hueso compasivo en su cuerpo.
Cada onza de él fue reclamada por el mal cuando cayó de la Gracia.
Hannah estuvo en silencio mientras asimilaba eso. Su voluntad, Su palabra, era todo.
—¿Desde cuándo negociamos con terroristas? Pensaba que estábamos a bordo con
ese tipo Ronald Reagan.
—Es bueno saberlo —dijo Hannah—. Sin embargo, no estoy segura que tú seas así de
exitosa.
Serah sonrió con tristeza. Probablemente ella tenía razón, por supuesto.
—Bueno, primero que todo, se quejaría de que él no estaba. Sabes que él amaba estar
al frente y al centro en esta guerra.
—Cierto.
—Luego se burlaría de ti sobre ello. Ya sabes, sobre ir al infierno. —Hannah bajó más
la voz, imitando el familiar y masculino tono—. Siempre supe que era el bueno,
hermanita.
Serah se echó a reír, a pesar de que la tristeza agobió su pecho. Que ganas tenía de
escuchar su voz de nuevo.
—Pero entonces, mientras estabas allí y nadie estaba prestando atención, él estaría
paseándose frenéticamente, probablemente aquí en este parque, esperando a que
regresaras, para asegurarse de que estuvieras bien. Él siempre se preocupaba por ti.
—No hacemos preguntas cuando ellos caen, Serah. Lo sabes. Solo decimos adiós y nos
alejamos.
El terreno estaba en silencio una vez más cuando Serah se acercó a la séptima puerta
unos días después. El peculiar tinte rojizo de la oscuridad otra vez envolvía el cielo
mientras los segadores se dispersaban por encima, supervisando. Nada había
cambiado desde su última visita, y se imaginó que nada nunca lo haría. El infierno
estaba tan estancado como la muerta en su interior.
Hizo una pausa a unos metros de distancia y suspiró. Antes de que pudiera gritar, una
ráfaga de viento se arremolinó a su alrededor. Sus alas se agitaron, resplandecientes,
cuando fue levantada un par de metros del suelo.
Una vez de vuelta en tierra firme, Serah miró a través de la traslúcida barricada
mientras Lucifer se materializaba en el otro lado.
—¿Lo hago?
—Sí. Hueles como la primavera. Ahora, ese sí que es un olor que extraño. ¿El otro?
Puedo estar sin olerlo a él otra vez.
Se paseó más cerca, con los hombros relajados, sus manos metidas casualmente en los
bolsillos de sus pantalones negros. Parecía a gusto. Incluso su voz rezumbaba un poco
de alegría silenciosa, su actitud muy diferente a la de la criatura que había conocido el
primer día.
Tal vez había esperanza, después de todo. Tal vez tenía una oportunidad.
—Estoy aquí para pedirte que te detengas —dijo ella—. Ponerle fin a la lucha.
—Sé porque estás aquí —dijo él, con su mirada tan intensa que quemaba a través de
ella—. Eres mucho más bonita que la última que enviaron.
—Yo, uh… —fue tomada por sorpresa por el cumplido—. Si sabes porque estoy aquí…
—Sobre ti, ángel. Hablemos de ti. Dime porque te tomó tanto tiempo regresar.
—Hmmm, pero no ocupada con mi hermano esta vez —la comisura de sus labios se
curvaron en una sonrisa con hoyuelos—. ¿Cómo sucedió eso, de todos modos? Con
seguridad no eres un Arcángel, y sin duda no eres uno de los Serafines. Recuerdo cada
uno de ellos. Pero tú… no te recuerdo en absoluto. Basado en el hecho de que estás
aquí, diría que eres uno de los muchos ángeles guerreros. ¿Correcto?
—Entonces, ¿Cómo atrajiste la atención de Miguel? Sin ofender, pero tus poderes son
comunes, los soldaditos de Dios en la Gran Guerra contra…bueno…mí. ¿Cómo un
Arcángel siquiera se da cuenta de que existes?
—Solo porque tú no puedas ver más allá de ti mismo no significa que tu hermano sea
del mismo modo —contesto ella—. No todos son autoindulgentes como tú.
Él agarró dramáticamente su pecho—. Oh, ouch, estoy dolido. Por favor, retráctate.
—No me importa. No podría importarme menos que tarea te ha dado nuestro Padre
—escupió la palabra como si ofendiera a su lengua, su conducta tranquila
desvaneciéndose mientras la opresión tomaba su cuerpo, carne caliente
transformándose en piedra fría—. ¿Quieres hablar, ángel? Es a mi manera o de
ninguna manera.
—Mi nombre es Serah —dijo ella, levantando su voz a propósito para igualar la
suya—. Y no me darás órdenes, Satán.
—Pero…
Un trueno estalló, y una vez más desapareció justo ante sus ojos. Se quedó mirando la
tierra estéril que él hace segundos había ocupado, frunciendo el ceño.
El aire gélido siguió a Luce mientras caminaba por el Infierno, alimentando los
pozos de embravecido fuego a través de la tierra. A pesar de ser el centro de la tierra,
la abrasadora lava rodeándolos, la temperatura se hacía más fría mientras más
profundo en la fosa iba.
Satán.
A pesar del tumulto en su cabeza, dificultándole pensar con claridad la mitad del
tiempo, podía fácilmente recordar el momento que había cruzado esa línea final, el
momento en que se había condenado a este destino. La guerra había comenzado, la
chispa ya encendida cuando él había aparecido en el campo de batalla de Israel.
—Es tu última oportunidad, hermano —advirtió Miguel—. Termina esto ahora mismo.
—No.
Satán.
Había sido maldecido, y mientras recorría los corredores del Infierno, adentrándose
profundamente en el agujero oscuro del interminable sufrimiento, la ira de ese día
permanecía dentro de él. Enconándose, erigiéndose y erigiéndose, acrecentándose y
acrecentándose, hasta que llegó a ser demasiado de soportar.
Rápidamente, entró a una jaula, aferrando un pesado látigo de cuero de látigo. Gruesas
paredes de piedra lo rodeaban, la siniestra oscuridad cubriendo el calabozo cerrado.
Ira en su forma más pura hervía bajo su piel, reprimida hostilidad royendo, rogando,
ser liberada.
El hombre encadenado a la pared dentro gritó, el sonido agudo resonando entre los
oídos zumbando de Luce. Sin pronunciar una sola palabra, golpeó salvajemente al
hombre, rasgándolo con el chasquido del látigo. Gruñidos feroces sacudieron la jaula,
vibrando en el pecho de Luce mientras el monstruo dentro de él mostraba su fea
cabeza, jubiloso por ser invitado a salir a jugar,
Nada ayudó a aliviar la tensión de Luce. Sus músculos estaban tensos, su cabeza
todavía latiendo cuando el hombre quedó sin fuerzas e inmóvil, su cuerpo destrozado.
Se repondría durante la noche, para de nuevo gritar a primeras horas de la mañana,
junto cuando la furia de Luce crecía nuevamente.
Era un círculo vicioso, uno imposible de romper. La misma mierda sin sentido. La
misma brutalidad sangrienta. Una y otra vez. Sin aplazamiento.
—Mi señor.
Los demonios eran lo más cercano que tenía a aliados, pero incluso él desdeñaba tales
criaturas engañosas. Ellos lo adoraban, sin embargo, otra parte de su Infierno. Dado
que había sido castigado por su orgullo, era una especie de broma retorcida y
enfermiza.
Los demonios eran producto de incontables años de tortura. Una persona podía sufrir
poco antes de que algo irrevocablemente lo quiebre, infectándolos con letal malicia
una vez que alcanzaban ese punto de quiebre. Cada gramo de humanidad de
desintegra, dejando nada más que almas oscuras y mortales.
Estaba arraigado dentro de ella, en cierto sentido, una parte de sus instintos como un
Poder. Había sido creada para combatir criaturas como él, para erradicar el vil veneno
filtrándose en el universo, y de acuerdo al Dominion, era su destino hacerse cargo de
Satán. Sin importar cuánto él empujara e incitara, cuánto incitara y provocara, ella
necesitaría conservar la ventaja si quería ganar.
Y mientras más pronto ganara, más pronto podría despedirse de este miserable
infierno para siempre.
Apareció frente a ella tan abruptamente que la sobresaltó. Hasta ahí llegaba su
ventaja. Su confianza vaciló un segundo.
—¿Ningún?
—Hueles a polvo. Sin ofender, pero prefiero la luz del sol sobre ti.
Ella lo miró con curiosidad mientras él se erguía allí, nuevamente con las manos en los
bolsillos, esperando expectantemente.
—No.
—Entonces, ¿cómo?
—¿Nos escuchas?
—No tan fuerte como antes, pero todavía puedo escuchar a la mayoría de ustedes. El
volumen simplemente se ha vuelto más bajo estos días.
—¿Cómo es posible?
—Pero…
Soltó una carcajada, el sonido bullicioso y alegre sorprendiéndola tanto que retrocedió
un paso.
—Ves lo que quiero que veas, no más, no menos. No tengo mucho uso para las alas
aquí abajo. No tiene sentido desplegarlas si no voy a usarlas, si sabes a lo que me
refiero.
—Pero ¿las tienes? —preguntó con curiosidad—. ¿Todavía tienes tus alas?
Serah cerró los ojos a la vez que apartaba la vista de él, robando un momento para
calmarse.
Ella lo había visto una vez antes, hace años cuando él había sido el ángel de ojos azules
de allá arriba. Como el favorito de Dios, había pasado la mayor parte de su tiempo
cerca del trono, un lugar que para aquellos como Serah no tenían permitido ir. Pocas
veces se aparecía ante nadie, más pocos aún sabían cómo se veía hasta su notoria
caída. Serah había estado allí con su hermano Samuel cuando estalló la batalla por
primera vez en el campo, no muy diferente a las que Miguel solía llevarla. Lucifer se
había materializado en el medio de la batalla, justo frente a su hermano.
—En cierto sentido, sí, pero fui lanzado aquí en esta forma. Estoy maldecido a
recordar, cuando todos los demás llegan a olvidar.
—¿Es por eso qué está haciendo esto? ¿Por qué sigues luchando después de todo este
tiempo?
Se encogió de hombros casualmente otra vez, pero no ofreció ninguna respuesta real a
la vez que se daba la vuelta alejándose.
—¡Espera!
—Sí, pero eso no es a lo que me refiero. Haces tu trabajo, pero ¿alguna vez quieres
simplemente, ya sabes… hacer más?
—¡Orden!
Las camareras en faldas a rayas y blusas se patinaban alrededor, tomando pedido y
ayudando a los comensales, mientras el infeccioso sonido de alguna canción doo wop2
se reproducía en una rockola cercana.
Los ojos de Serah cayeron sobre una mujer de mediana edad esperando junto a la
registradora. Usaba una falda gris y una chaqueta, su cabello rubio retirado en un
moño apretado.
—Tómala a ella por ejemplo —dijo Serah, moviéndose hacia la mujer—. Es su primer
día en un nuevo trabajo, un trabajo de oficina como secretaria, y se ha rasgado las
medias. Es una lucha ya difícil en el mercado laboral para las mujeres
estadounidenses. Nadie va a tomarla en serio así.
—¿En serio, Ser? Estás sonando como este movimiento feminista. ¿No quieres
conseguir la igualdad en la remuneración ya que estamos en ello?
—Bueno… sí. —Serah suspiró en tanto su hermano se reía—. Es 1960. Tendrían que
aceptarlo con los tiempos que corren.
—Estoy de acuerdo —dijo—. Para eso es que sirven los Guardianes, sin embargo. Ellos
controlan a los humano, no nosotros.
—Sí, pero ¿por qué no podemos? —Cuando la mujer pasó a su lado, dirigiéndose a la
puerta con su café, Serah extendió la mano y tocó su pierna, instantáneamente
remendando las medias—. Acabo de darle un buen comienzo.
2El doo wop (conocido en español con el nombre onomatopéyico du duá)1 es un estilo vocal de música
nacido de la unión de los géneros rhythm and blues y góspel.2
Serah pudo sentir la presencia maliciosa girando profundamente dentro del hombre.
Samuel lo había estado acechando desde la noche anterior, esperando el momento
perfecto para erradicar al demonio albergado sin causar una escena.
—Adoro eso de ti, hermanita —continuó Samuel—. Planeas por encima y más allá,
mientras que yo sólo salto directo en las trincheras. Y supongo que si yo fuera
humano, agradecería que haya alguien como tú allá afuera que se preocupa. Ya sabes…
en caso de que tenga un agujero en mis pantalones.
Otros no eran tan amables. Era tan fácil destruir al demonio con la hoja de un cuchillo
mágico hundido en el pecho del humano como lo era desterrarlos con un hechizo.
Ella no había estado allí mucho tiempo cuando el aire detrás de ella graznó y unos
fuertes brazos se envolvieron inmediatamente alrededor de su pequeña cintura. Una
sonrisa tiró de sus labios mientras descansaba en silencio contra Miguel, buscando
consuelo en su abrazo.
—Siempre sé que si me cuesta detectarte, es porque estás aquí abajo mezclándote con
estos mortales.
—Es tranquilo aquí —dijo—. Las personas trabajan fuerte y aman mucho más fuerte.
Parece tan... simple. Vivir una existencia tan pasiva.
Justo en ese momento, un fuerte silbido rugió cuando la puerta de la fábrica se abrió
de golpe. La gente entró volcándose, riéndose y charlando, rezumando alegría. Habían
estado trabajando durante doce largas horas, sin embargo la mayoría de ellos todavía
estaban llenos de energía mientras se dirigían a casa por la noche.
—Sí, claro. —Los dos hombres caminaban directo hacia ellos, tan cerca que Serah se
estiró y tocó al padre de Nicki mientras pasaba. Pasó sus dedos suavemente sobre la
frente de él, aliviando al instante su agonía. Sus pasos se detuvieron mientras
parpadeaba rápidamente—. En realidad, me siento mejor, así que creo que voy a
caminar. Gracias, sin embargo.
—Aneurisma cerebral —pensó Miguel, mirando a los hombres mientras se iban por
caminos separados—. ¿Hay alguna razón por la que acabas de salvar la vida de ese
hombre en particular?
—Es uno de los buenos. Podemos utilizar todo lo que podemos obtener de nuestra
parte.
Miguel besó la parte superior de la cabeza de Serah mientras tiraba de ella con fuerza
contra él, su cuerpo fundiéndose con el suyo. Permanecieron tranquilos, su mirada
pasando al desvanecimiento de las nubes de humo una vez que las personas se habían
ido por el día.
—Estoy pensando en Samuel —dijo ella—. Preguntándome qué pasó con él.
—No importa.
—Quiero decir que él cayó, Serah —dijo—. Donde terminó no hace ni un poco de
diferencia. Perdió su Gracia. Se ha ido de nosotros para siempre.
—Pero él es mi hermano.
—No más.
—Vamos —dijo él—. Salgamos y olvidémonos de las cosas por un tiempo. Los dos, sin
duda, nos lo hemos ganado durante esta semana.
Ella exploró su esculpida espalda, sólo sintiendo ligeramente los nudos de sus alas
escondidas sobre sus omóplatos. Sus manos recorrieron sus cabellos claros y rodó el
pelo alrededor de su cuello mientras sus labios se encontraron en dulces, besos
sensuales.
Los dos estuvieron en silencio durante un rato antes de que Serah hablara.
—Sí, pero también lo están todos los otros ángeles. De todos ellos, ¿por qué yo?
—Es él, ¿no? —preguntó Miguel—. Es esta asignación ridícula en la que te encuentras.
—No. —Hizo una pausa—. Bueno, tal vez... no lo sé.
—No le hagas caso, Serah, no importa lo que dice. No puedes dejarlo hundirse en tu
piel. Él te manipulará si lo haces. No hay una palabra que dice en la que incluso se
pueda confiar. ¿Me oyes?
—Sí, y sé que Satán es una serpiente venenosa que desea envenenarnos a todos
nosotros. —Las palabras salían de sus labios como si estuviera leyendo un folleto de
propaganda—. Es solo…
Dos días más tarde, cuando los restos de Miguel habían desaparecido de su cuerpo,
Serah hizo el viaje a través de las puertas de nuevo. Se había pasado la mañana
aventurándose alrededor de Chorizon, viendo a los niños jugar a la pelota en la
escuela, mientras que el jardinero cortaba el césped por última vez ese año. Las
estaciones están cambiando, el profundo otoño sobre ellos con el invierno a la vuelta
de la esquina. Era lo de siempre, en la Tierra y abajo.
Lucifer ya estaba esperando cuando ella se acercó. Al igual que todas las otras veces,
se detuvo a unos metros mientras tomaba una profunda, calculada respiración,
inhalando su presencia.
—Recuerdo cosas.
—¿Cómo?
Él suspiró dramáticamente—. Solo porque estoy atrapado aquí abajo no significa que
no tenga conexiones allí.
—Así es.
—Yo siento.
—No —insistió ella, vacilando antes de añadir en voz baja—, siento cuando estoy con
él.
—Cualquiera que sea el miserable, pequeño hormigueo que Miguel te ofrece palidece
en comparación con la sensación real. Los Ángeles saben cosas. Estamos creados con
simpatía. Puedes detectar el dolor, el hambre y el deseo, y sabes lo que significan, lo
que necesitan, pero no puedes sentirlos.
—¿Y tú puedes?
—Sí.
—¿Cómo?
Él se acercó, deteniéndose cuando estaba casi al ras contra la barrera, más cerca de lo
que los dos nunca habían estado antes. Si ella no lo hubiera sabido mejor, durante su
apresurado enfoque, ella habría jurado que tenía la intención de venir directamente a
su lado. Una voz en su mente, su reflejo angelical, le advirtió a alejarse del alma
inmoral, pero su grave expresión la solidificó en su lugar mientras esperaba su
respuesta.
—No sólo estaba obligado a recordar, pero fui maldecido con algo que hizo todo
mucho, mucho peor; empatía.
Una amarga carcajada se desarraigó de su pecho, la barrera entre ellos no evitaba que
la golpeara.
—¿Una bendición? ¿Crees que es una bendición? Siento todo. Cada onza de
sentimientos que tienen, cada pequeña sensación; estoy obligado a soportarlo. ¿Sabes
lo que se siente al estar tan hambriento, estar tan jodidamente muerto de hambre, que
se siente como si estuvieras siendo comido vivo desde adentro hacia afuera? Está ahí
constantemente, pero nada de lo que hago satisface el hambre, la necesidad, el anhelo.
Al instante se desvaneció en un fuerte crujido de trueno, tan audaz que incluso los
Segadores revoloteando pausaron para tomar nota. Serah se quedó allí, demasiado
asustada para moverse, aún con la boca abierta.
—¿Sat…, uh, Lucifer? —gritó, mirando a través de los terrenos vacíos. No tenía idea de
dónde había ido, pero ella esperaba que él la oyera cuando quiera que fuese—. Puede
que no sienta todas esas cosas; el hambre, el dolor, la necesidad; pero sí siento algo
que tú no.
El silencio reinó. Ella seguía de pie allí, observando, esperando, pero nada ocurrió
durante unos minutos. Resignada, se dio la vuelta para irse cuando el aire siseó detrás
de ella—. ¿Qué?
Gruesos brazos se cruzaron sobre su pecho mientras miraba hacia ella, ni un gramo de
diversión en su expresión. Él no dijo nada en respuesta a su declaración.
—¿Por qué debería preocuparme por ellos? —preguntó él—. Ellos no se preocupan
por mí. Nadie lo hace.
—¿Así que es por eso por lo que esto está sucediendo? ¿Venganza? ¿Resentimiento?
¿Lo haces por odio?
—¿Por qué?
Él se fue de nuevo, esta vez tan silencioso que Serah sabía que no iba a volver hoy.
—Otra absurda. —Hannah rodó sus ojos mientras las niñas trataban por tercera
vez—. Hablando de muerte y cosas absurdas… ¿Cómo te va en el Infierno?
—¿Tan mal?
—Bueno, la guerra sigue en pie —dijo—. Él no parece interesado en dar marcha atrás
pronto… o en realidad, nunca.
—No me sorprende —dijo Hannah—. Así que, ¿eso significa que te vas a rendir?
—No.
—Tú y tu fuente inagotable de paciencia. De todos modos, ¿Qué haces allá abajo?
¿Mirarlo? —Hannah se estremeció—. Debe ser espeluznante.
Las niñas corrieron juntas, brazo con brazo, mientras Hannah y Serah estaban
sentadas en silencio. El patio de juegos estuvo completamente desierto después de
unos cuantos minutos.
Hannah iba a hablar cuando un perro callejero flaco y huesudo, paso vagando por ahí.
Dudaba mientras se acercaba, su enfoque moviéndose hacia los columpios mientras
un gruñido vibraba en su garganta. El pelaje amarillo sucio sobre su espalda se erizó
mientras bajaba su cabeza amenazadoramente, preparándose para atacar.
Serah miró alrededor con confusión—. En el nombre del cielo, ¿Qué fue eso?
Hannah hizo girar su dedo en el aire provocando una pequeña y fuerte ráfaga de
viendo que sorprendió al perro. Aulló y salió corriendo, alejándose del patio de
juegos—. No puedo decir que eso haya pasado antes.
—No pudo haber sido a menos que estuviera poseído. No sentí ninguna presencia
demoniaca.
Tampoco Serah la había sentido. No, todo lo que había sentido era una sospecha
inherente y algo de miedo irradiando del perro. Se había sentido amenazado,
sintiendo de alguna manera que no estaba solo.
—Como sea —dijo Hannah, poniéndose se pie—. El deber llama. Hay luna llena hoy.
Buena suerte con Satán.
Samuel agarró la cuerda con fuerza, forzando sus tensos músculos mientras jalaba.
Tres cuerpos detrás de él trabajan en armonía mientras los cuatro frente a ellos
jalaban con todas sus fuerza.
—¿Cuánto tiempo crees que tomará esto? —preguntó Hannah, descansando a su lado.
—No estoy segura —respondió ella—. La última se prolongó por tres días antes de
que el Dominion apareciera con órdenes de regresar a trabajar.
—Ugh, son tan humanos a veces. —Hannah rodó sus ojos—. Deberían simplemente
sacar sus genitales y zanjar esta discusión de una vez por todas.
—¿No es eso lo que los hombres mortales hacen? Aparentemente, el tamaño del pene
es un indicativo de verdadera hombría ahora, lo que no entiendo muy bien.
—Uh… —Serah no tenía idea de que decir.
—¿Recuerdas los días cuando tener seis dedos en los pies era una gran cosa? De eso
estaban hechos los verdaderos reyes. Pero cada hombre tiene un pene. Son muy
comunes, como extremidades en miniatura.
—Entonces, no entiendo que es lo que tiene el sexo que le fascina a todos. Los fluidos,
el sudor, los ruidos, el empalamiento. Es tan… confuso. Parece doloroso.
—Es placentero.
—Ambos cayeron.
—Benjamin y Luna.
—Cian y Maylin.
—Es cierto —concedió Hannah—. De todos modos, no veo el atractivo. Nunca tomaría
el riesgo. ¿Tú lo harías?
Serah permaneció callada mientras observaba a sus hermanos y a los otros luchar por
el control. ¿Lo haría? Había visto a miles, millones, de humanos enamorarse,
observado como las emociones consumían cada onza de ellos, contralando sus
pensamientos y alterando su ser. Conocer tal pasión sería glorioso. ¿Pero valdría la
pena abrirse a tentaciones terrenales? No estaba segura.
Era un terreno resbaloso, el amor y la lujuria. Ellos podían disfrutar del amor, pero
entregarse a la lujuria sería su final.
Pocos minutos habían pasado cuando el aire crujió y un Arcángel apareció en medio
del parque. Su presencia sorprendió a todos menos a Samuel, quien tomó la repentina
distracción para tomar ventaja. Jaló duro, tirando a sus oponentes directo en el lodo.
Riendo mientras los ángeles trataban de limpiarse, Samuel caminó hacia la loma
herbosa. Tomó asiento al lado de Serah, su cara se iluminó con una eufórica sonrisa.
Su cabello castaño alcanzaba su barbilla, cayendo en su rostro. Ignoró sus
desordenados mechones y tiró sus brazos sobre los hombros de Serah, jalándola con
dureza hacia él en una llave.
—Hola, hermanita.
—Samuel —dijo ella, tratando de escapar de su agarre—. ¿Has olvidado que soy tres
nanosegundos más vieja que tú?
Sin embargo, Samuel parecía inafectado. Siempre tan rejalado, siempre tan amistoso.
—Esta es mi hermana, Serah —dijo Samuel, notando donde había ido su atención—.
Serah, este es…
Los otros Poderes gritaban para una revancha, llevando a Samuel de regreso al
parque.
—Serah —dijo Miguel, su nombre una cálida brisa de verano saliendo de sus labios—.
Me disculpo, pero no puedo decir que estoy tan al tanto de ti como tú de mí.
—Exquisita.
Ella palideció. Ciertamente eso no era algo que esperaba que él dijera.
—Tu hermano es un gran guerrero. No pude pedir por un mejor aliado en la batalla
contra el mal.
—No tengo duda de que ya lo eres —dijo él, volteándose hacia ella—. Sin embargo,
nunca te he visto en la batalla.
—Es una pena —dijo Miguel—. Si te tuviera cada día a mi lado, tal vez no se sentiría
absolutamente monótono.
Antes de que Serah pudiera incluso darle sentido a sus palabras, Miguel se alejó.
Rompió el juego de jalar la cuerda agarrando el medio de la cuerda y con una sola
mano, mandando a los ocho hombres volando hacia el charco antes de desaparecer.
Hannah se aclaró la garganta—. Bueno, supongo que sabemos quién tiene el pene más
grande aquí.
—Eso mismo dijo él sobre ti —dijo ella—. Parece que tiene una afición por ti.
—Satán.
—Síp —dijo Samuel—. Imagina tener a ese tipo como hermano. ¿Me hace quedar un
millón de veces mejor, huh?
—Fue mi hermano.
Las cejas de Lucifer se arrugaron mientras miraba al otro lado de la puerta a Serah.
—¿Tu hermano?
—Ah. —Pateó el suelo casualmente, alterando la tierra seca. Se nubló al aire alrededor
de él, girando alrededor de sus tobillos—. Eres un Poder, entonces tienes que tener
qué, ¿cientos o miles de hermano?
Sabía que él entendería, ya que era uno de los pocos que sabía cómo era. Una parte de
él existía fuera de su cuerpo, la misma fórmula de Gracia que una vez se había
cocinado en sus venas todavía flotaba a través de otro.
Miguel.
—¿Lo eran?
—Él, uh… ha caído.
Los ojos de Lucifer encontraron instantáneamente los de ella, el rojo remolinando con
intriga—. ¿Cayó conmigo?
—Ah, Samuel.
—¿Lo sabes?
—Sí, sé que cayó. Sé el momento en el que todos caen. —Golpeó su sien—. Red de
Ángel, ¿recuerdas? Para ser sincero, me sorprende que Samuel haya durado tanto
tiempo. Traté de conseguir que viniera conmigo desde el principio, pero se resistió.
Sin embargo, quería hacerlo.
La convicción en la suave voz de Lucifer hizo que Serah se detuviera y que en realidad
considerara sus palabras, a pesar de sus defensas hormigueando por lo contrario. No
escuches a la serpiente vengativa. No confíes en una cosa infame, de esa boca
serpenteante. Ella no quería creer que Samuel se convertiría, y hasta hace dos
semanas, ella ni siquiera lo habría pensado. Pero la verdad no podía ser negada… él
perdió su Gracia en cierto modo, de una manera u otra.
Absurdo.
—¿Él está aquí? —preguntó, las palabras saliendo antes de que tuviera plenamente
sentido de todo—. ¿Samuel es ahora como tú? O él es… ¿tú sabes…?
—¿Importa?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque es mi hermano.
—Sí.
—No puedo decirte donde está. Te invito a entrar y echar un vistazo, sin embargo.
—¡Estás loco!
Lucifer pateó una piedras en el suelo, enviándolas disparadas directo hacia la puerta.
Titubeo cuando le pegó, atravesando el brillante campo de fuerza en cámara lenta,
quien vio cuando la piedra voló por el otro lado. Vino directo a Serah, rodando hasta
detenerse cerca de sus pies descalzos.
—Es sólo magia simple —explicó, como si hubiera escuchado sus pensamientos
inquietos—. Algunas cosas son inmunes a los hechizos.
—Y los ángeles.
Ella lo miró fijamente con conmoción—. Si los ángeles son inmunes, ¿Cómo estás…?
Levantando el brazo, Lucifer lentamente trazó la marca con las puntas de sus dedos
encallecidos, haciendo un gesto de dolor.
—Sí.
—Parece… sutil. —Para tal criatura, ella esperaba más seguridad que un simple tatuaje
glorificado—. Superficial.
—¿Por qué?
—Tengo carta blanca en el hoyo —ofreció después de un momento—. Los otros están
atrapados en sus propias jaulas pequeñas, sus pesadillas personales. Ellos se escapan
de sus restricciones, escapan de su Infierno, y su único obstáculo es conseguir pasar a
los segadores de almas. Soy el único encarcelado por este portal.
—Hay una razón para eso —dijo ella. —Estás retenido aquí por una razón.
Él se burló.
Ella no estaba segura de porqué dijo eso, conociéndolo solo podría provocarlo.
—Sólo estoy diciendo, ya sabes… que por eso voy a permanecer en este lado.
—¿Crees que te voy a lastimar? —preguntó, levantando una ceja de manera inquisitiva—
. ¿Tú crees, que si estás muy cerca de mí, gustosamente voy a soltar a la bestia? ¿Que
Satán podría aniquilar al lindo angelito?
—Bueno… sí.
—¿No puedes?
—Nop.
—No te creo.
—Mira, si viertes hielo en una cubeta de agua muy caliente, ¿con qué vas a terminar? —
preguntó.
—Con agua tibia, supongo.
—¿Por qué? —preguntó—. Tú tenías todo lo que tengo, incluso más, pero renunciaste
a todo eso.
—Lo hice —dijo, con su voz dura—. Y no me arrepiento. Lo que hice estaba justificado,
lo creas o no. Pero eso no significa que no extrañe partes de esa vida… partes de ese
mundo. Extraño la primavera, y la lluvia, y el sol, y el jodido aire fresco. ¿Sabes lo que
daría por aire fresco, por no tener que respirar esta horrible porquería cada día?
Ella estuvo buscando a Miguel pero cambió de opinión, decidiendo bajar a las puertas
en lugar de esperar a que apareciera el Arcángel.
—Por supuesto —dijo ella—. Son una de las creaciones más hermosas de nuestro
Padre. ¿No estás de acuerdo?
No ofreció respuesta mientras se volvió para marcharse.
La familia Lauer se reunió alrededor de una pequeña mesa, los platos apilados con
comida. Los tres unieron sus manos e inclinaron sus cabezas mientras Nicholas Lauer
elevaba una oración silenciosa.
—Señor, bendice esta comida y a todos nosotros en esta mesa. Por favor, ayúdanos a
ser conscientes de las necesidades de los otros. Amén.
—Sí, estoy bien —farfulló—. Me sentí un poco rara hoy. Creo que me estoy enfermando
con algo.
—Un dibujo familiar —respondió ella, sujetando la libreta—. ¿Ves? ¡Eres tú, y mami y
yo!
Con curiosidad, los ojos de Serah corrieron como un rayo de regreso a la libreta,
impactada cuando vio la pequeña incorporación en el dibujo. La cuarta figura de palo
se cernía en el cielo, pequeñas alas alargadas que sobresalían de su espalda.
—Es un ángel.
Nicki dio una risita—. Papi tonto, las hadas no son reales.
Caminó a zancadas de vuelta al pasillo para revisar a su esposa mientras Nicki negaba
con la cabeza.
Gracias al cielo.
Después de un momento, la niña volteó hacia su comida, devorando algo de eso antes
de salir corriendo a jugar. Serah se quedó ahí, boquiabierta con el dibujo abandonado
en la mesa.
—Buscándote.
—¿Por qué?
Frunció el ceño.
—¿Necesito un motivo?
—Sí, lo sé. Me puse a pensar acerca de la familia y me pregunté cómo sería para ellos,
así que pensé en… tu sabes… unirme a ellos para cenar una vez.
—Esa es una cosa extraña para preguntarse. ¿Qué te hizo pensar en eso?
—Creí que determinamos que él ya no era relevante, que sólo nos olvidaríamos de él.
—Tú determinaste eso —dijo ella—. Lo dejaste bastante claro. Pero él todavía es mi
hermano, Miguel.
—¿A qué huele? —la urgió ansiosamente—. ¿Fuego? ¿Algo se está quemando?
—No. Huele como esa vez que mami y tú me llevaron al lago y fuimos a nadar y yo
tenía los flotadores rosados y tú llevaste esa hielera con sándwiches. ¿Te acuerdas?
¡Era tu cumpleaños! ¡Vino la tía Maggie!
—Si.
Después de que la pequeña salió del cuarto, Miguel volvió a sujetar a Serah,
separándolos a ambos de la casa. Ella estaba demasiado sobresaltada para resistirse,
atrapada todavía en la conversación entre el padre y la niña.
—¿Qué está pasando contigo? —le preguntó Miguel una vez estuvieron afuera—.
Sabes cómo funcionan las cosas. Esta es la base de nuestra existencia.
—Samuel no era solamente mi hermano, era mi amigo. Y era tu amigo, también. ¿No te
molesta?
—No. No dejo que lo haga. Desearía que no hubiera caído, pero lo hizo. No hay nada
más que decir. Él se ha ido. Fin de la historia. Tenemos que seguir adelante.
—¿Cómo es que puedes simplemente dar por perdido a mi hermano de esa manera?
¿Cómo es que puedes dar por perdido a tu propio hermano tan fácilmente?
—Lucifer ya no existe. Esa cosa de allá abajo, esa corrupta monstruosidad, mitad ángel
mitad demonio, es Satán. No importa lo que haya dicho para negarlo, él no es nada
distinto a la maldad. Él no quiere nada distinto de buscar vengarse de todos nosotros.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Cómo lo sé? —Él se acercó a ella, la cabeza en alto, autoridad en su pose. Serah
estaba determinada a mantener su posición, pero el movimiento la hizo dudar—.
¿Estás cuestionando lo que digo? ¡Soy un Arcángel! ¡Me he parado junto al trono! ¡He
estado en Su presencia!
Miguel sacudió la cabeza mientras apretaba sus manos, cerrándolas en puños. Si Serah
no lo conociera mejor, habría sospechado que él estaba sintiendo un poco de ira justo
en ese momento.
—Tú no sabes nada sobre él. Esta misión está jugando con tu lógica. ¡Esto debe parar!
Estás cuestionando cosas que no puedes cuestionar; estás imponiéndote con esta
familia humana. Voy a ponerle un fin a esto ya.
Por lo menos él no había ido allá. La presencia de Miguel frente a Lucifer, dentro del
territorio de Lucifer, seguramente desataría el apocalipsis.
Serah se congeló mientras Lucifer se aparecía en la luz, sus fosas nasales dilatándose y
su cuerpo temblando. Oscuro y peligroso.
—¿Qué?
—Vienes aquí, oliendo así, como él, después de que te dije específicamente que no lo
hicieras. ¿Crees que mi palabra no significa nada? ¿Piensas que soy un chiste? ¿Qué
puedes simplemente ignorar lo que sale de mi boca? Aquí abajo, mi palabra es oro.
Aquí abajo yo tengo la última palabra. Te apareces aquí, irrespetando mi autoridad…
Si pudiera, te destrozaría justo ahora, te rompería en putos pedacitos.
Serah sintió algo entonces, una sacudida en su interior, una sensación fría y amarga la
invadió mientras sus sentidos se hacían más intensos. Dio un paso atrás, apartándose,
su estómago contraído en nudos, su cara cenicienta de alguna forma más blanca.
—¿Qué te pasa ángel? —se mofó—. ¿Tienes miedo? ¿De mi viejo y pequeño yo?
—Esto fue un error —susurró ella, forzando apenas las palabras a salir por sus labios
temblorosos—. Miguel tenía razón con respecto a ti.
—Mi amoroso hermano, siempre tiene razón ¿no es así? Es por eso que él es el
glorioso príncipe.
—Te defendí —dijo ella—. Lo molesté, y se fue. Sugerí que tal vez él estaba
equivocado con respecto a ti, que tal vez tú no eras pura maldad. Creí que él había
venido acá a probarme lo contrario.
—No debí haberlo hecho —dijo ella—. No debí haber venido aquí en lo absoluto. Él
tenía razón. No tiene sentido. Lucifer está muerto. Tú eres Satán.
El columpio se balanceaba ligeramente, una flor de color rosa pálido oscilaba a través
de él, los pétalos delicados aleteando con la brisa matutina. Era domingo, y todos los
habitantes de Chorizon estaban todavía en la cama, profundamente dormidos.
Despertarían pronto, algunos para ir con esmero a la iglesia, otros para pasar el día
con sus familias. El parque de juegos de la escuela estaría vacío por lo menos durante
unas horas. Nada ahí a excepción de Serah y la flor misteriosa que ocupaba su lugar de
siempre.
Miró alrededor, para volver a comprobar que se encontraba sola, antes de acercarse
con cautela. Arrancó la flor, dándole vueltas entre los dedos, mientras se sentaba.
Vacilante, la acercó a su nariz e inhaló, profunda y exageradamente, pero no había
nada, ninguna esencia, ninguna sensación, nada en lo absoluto. Nada nuevo. Nada
diferente. Simplemente… nada. No era más que una simple flor, del tipo que crecía
esporádicamente en los parches de tierra que el hombre no hubiese tocado todavía.
—Miguel —susurró para sí misma, medio esperando que apareciera tras llamar su
nombre, pero no lo hizo. El aire permaneció estático, el parque de juegos vacío. Se
quedó ahí sentada un rato, apreciando el silencio pacífico, antes de tener que
desvanecerse hacia los Cielos cuando el pueblo volviese a la vida.
Agarrando una flor amarilla, tras tropezar con el pórtico de la casa de los Lauer, Serah
apareció en el campo del Cielo. En el momento en que llegó, detectó la fuerte
presencia de Miguel. Lanzó una mirada a su alrededor, encontrándolo algunos metros
más allá, de rodillas sobre la exquisita hierba, con el rostro inclinado hacia el cielo sin
nubes.
—Hola, Miguel.
—¿Pero ya no lo haces?
—Si —murmuró ella—. Resultó ser que tenías razón sobre él.
—No es por eso —dijo ella—. Te estaba agradeciendo por las flores.
—Me parece que tu amiga Hannah merece más tu gratitud que yo —dijo él cuando ella
no se explicó—. Los Virtuosos supervisan la naturaleza.
—Claro. —Con el ceño fruncido Serah dejó caer la flor. ¿No las había mandado él?—.
Supongo que tienes razón.
Miguel caminó más cerca, su inmenso cuerpo elevándose sobre el de ella, más
pequeño. Envolviendo sus brazos alrededor de ella con firmeza, la envolvió en un
abrazo, besando la parte superior de su cabeza.
Serah intentó encontrar algo de consuelo entre sus brazos, pero, al igual que con la
flor, no sintió nada. Los brazos que una vez le habían traído consuelo ahora eran
portadores de vacío. Ellos estaban juntos, tocándose, abrazándose; sin embargo, algo
se interponía en su camino. Se había creado un obstáculo, una masa de
malentendimiento, atada con preguntas sin contestar.
De mala gana, Miguel soltó su agarre sobre ella, dándole un beso casto suavemente
sobre la frente.
El demonio errante se volvió hacia ella. Sus ojos negros brillaron con una luz
mortecina mientras un gruñido defensivo vibraba dentro de su pecho. Serah miró
fijamente a los pozos sin fondo que eran sus ojos antes de que su atención se desviara
hacia sus puños cerrados. Instintivamente, la criatura abrió su mano, un racimo de
flores entre rosadas y purpuras cayó al suelo. Los retoños eran pequeños, cada uno de
cuatro pétalos, que combinados juntos hacían un arbusto en miniatura.
—Yo soy quienquiera que elija ser. —Una sonrisa presumida se extendió por su cara,
mientras pasaba sus manos por su cara, admirando el cuerpo que había poseído—.
Como que me gusta este traje, sin embargo. Creo que me lo quedaré por un tiempo.
—Tú hiciste esto. —Lo acusó, sacudiendo el puño donde tenía apretadas las flores—.
¡Tú!
—Porque nadie más envía demonios a hacer su trabajo sucio —escupió—. ¿En qué
estás pensando? ¿Cuál es el punto? Ordenándole a tu esbirro vil que me siguiera como
una sombras a todas partes ¡Dejando flores dondequiera que fuera! ¡Eres horroroso!
¡Verdaderamente vergonzoso! ¡Es enfermo!
Con las manos en los bolsillos, Lucifer la miró fijamente, su tono cuidadosamente
controlado viajó a través de la puerta.
—¿Estás enojada porque fui yo quien lo hizo? —preguntó él—. ¿O lo estás porque no
lo hizo mi hermano?
Ella abrió su boca, lista para responder, para darle un latigazo verbal por jugar con
ella, pero las palabras se quedaron atrapadas dentro de ella, aprisionadas, incapaces
de escapar del confinamiento dentro de su cabeza. No era posible para ella mentir,
incluso mientras hablaba con el mayor mentiroso jamás creado, y la amarga verdad
surgió en su interior.
—No sabes nada —hirvió ella—. Tu orgullo te hace pensar que lo haces, ¡pero no es
cierto! ¡Rabia arrogante llena cada fibra de ti! ¡Eres insufrible!
—¡A ti! ¡El pecado te envenenó! Te crees un líder todopoderoso, digno de alabanza, ¡Y
no lo eres! Solo existe un Dios, y Él ciertamente no vive aquí abajo, ¡Satán!
—¡No!
Movió frívolamente su mano para que ella procediera, pero Serah no podía pensar en
nada más que decir. No estaba segura de a donde estaba yendo su argumento o qué
punto estaba tratando de establecer, cuando él ni siquiera estaba poniendo en duda
sus palabras.
Serah vaciló.
—Bien —dijo él—. Ahora que sacaste todo eso de tu sistema, es mi turno.
Lucifer abrió su boca, con sus diabólicos ojos ardiendo, pero su voz fue un suave
murmullo en lugar de un portentoso grito.
—Tal vez soy el enemigo. Tal vez soy malvado. Tal vez soy esta criatura satánica por la
que me haces pasar, la que los niños de arriba llaman el diablo. —Él sonrió con
suficiencia, el perverso rojo de sus ojos desapareciendo a medida que sus rasgos se
suavizaron, la tensión retrocediendo de su mandíbula—. Es posible, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Pero, por otra parte, tal vez no lo soy. Tal vez sólo soy incomprendido, y tú nunca lo
sabrás porque te niegas a tener una mente abierta al respecto.
Ella se burló.
—Joder no. Nunca pienses eso. No soy el héroe aquí, ángel, y no quiero serlo. Pero
tampoco soy el malo.
Él se encogió de hombros.
—¿Yo?
—Ningún juego.
—Entonces, ¿qué?
—Una disculpa.
Una disculpa.
¿Él se estaba disculpando? Si Serah no había estado confundida antes, sin duda lo
estaba ahora.
—¿Puedo?
—¿Puedes qué?
—Ellos están aquí. Aquí abajo todo es real. Si puedes imaginarlo, existe en algún lugar
en una de estas jaulas. Pero eso no viene al caso. La verdad del asunto es que no soy
un vampiro, ni soy un hombre lobo, ni un cambiaformas, ni un exterminador, ni un
hada.
Ella parpadeó rápidamente, con pensamientos del dibujo de Nicki invadiendo su
mente.
—¿Hada?
—Sí, está bien, así que caí —no se puede negar eso— pero tu hermano también lo
hizo. Tú no le temes ni piensas que sea malvado, ¿verdad?
La miró fijamente en contemplación antes de echar un vistazo hacia abajo a los sellos
en sus antebrazos.
—Estos no son sólo decoración. Mi hermano los talló en mí con su espada de fuego
para que no les hiciera daño a los inocentes. Así que incluso si deseara hacerte daño, lo
cual no deseo, él lo hizo de modo que no pudiera hacerles daño a ustedes.
Él trazó las líneas negras con su dedo índice, deletreando las palabras que lo
condenaban, mientras dejaba escapar un largo suspiro de exasperación. Tímidamente,
Serah dio un calculado paso hacia adelante, luego otro, y otro, hasta que cerró la
distancia entre ellos. La puerta estaba tan cerca que podía oír la electricidad
crepitando, el aire brillando trémulamente como una enorme burbuja de jabón. Poco a
poco, estiró la mano hacia ella, casi tocando la puerta cuando Lucifer voló hacia
adelante, abruptamente cerrando la distancia entre él y la entrada. Sobresaltada,
Serah dejó escapar un suspiro tembloroso, con los ojos llenos de sospecha enfocados
en él. Él sonrió con aire de culpabilidad, levantando las manos mientras le asentía para
que procediera.
No hubo fuegos artificiales, ni gritos de tormento, ni enormes explosiones o
erupciones de dolor brutal. Los segadores del alma difícilmente notaron cuando sus
dedos rozaron la superficie del cercado, hundiéndolos cuidadosamente en los
encantamientos. Medio había esperado que la burbuja se reventara, pero en su lugar
parpadeó, extendiéndose alrededor de sus dedos y moldeándose a su piel como si
hubiese sumergido su mano bajo el agua.
Lucifer observaba fijamente, sin decir una palabra, con las manos todavía levantadas
mientras permanecía escultural, más rígido que el suelo bajo sus pies. Él esperó hasta
que su temblorosa mano apareció en su lado, sujetando el tallo de las flores, para
romper su postura.
Serah retiró la mano y se agarró de la muñeca, con los ojos ensanchados mirando a
Lucifer mientras él daba un paso lejos de la Puerta.
Ella había respondido a su propia pregunta. Ese sentimiento. Había sentido algo,
realmente sintió algo crudo y potente por primera vez.
—Sí, es algo, está bien —dijo—. Nuestro Padre le ofreció más libertad a ella de lo que
lo hizo con nosotros. Esta cosa hace lo que quiere sin ningún respeto, crece donde no
se supone que crezcan las flores, se apodera de campos y ahoga todo lo que vive ahí,
matándolo, y sin embargo es aclamada como una de Sus magníficas creaciones. A una
jodida planta se le da más indulgencia que a mí.
—¿Y qué hay de los mortales? —preguntó él—. Sus amados seres humanos, Su
creación favorita. Él los absuelve de todo en tanto ellos se lo pidan. ¿Por qué no se me
mostró esa misma misericordia? Ni siquiera se me dio la oportunidad de pedir
perdón.
—¿Nada malo? —preguntó ella con incredulidad—. ¡Intentaste adueñarte del mundo!
Él se mofó.
—¿Es por eso que estás haciendo esto? —preguntó ella—. ¿Es por eso que la guerra
sigue en pie?
Lucifer le tendió la mano, con la punta del tallo de las flores penetrando el escudo
transparente. Serah dio un paso adelante, asiéndolas, halando las flores de nuevo a su
lado sin hacer contacto con él. Una vez que las tuvo, Lucifer se dio la vuelta,
desapareciendo en silencio sin decir ni una palabra más.
Vacilante, Serah se llevó la flor a la nariz y olfateó por segunda vez, preguntándose qué
fue lo que él inhaló, queriendo saber cómo él degustaba el aire.
Samuel saltó desde el suelo, con las alas completamente extendidas mientras
despegaba hacia el cielo como un cohete. La oscuridad de la noche se lo tragó en
cuestión de segundos, enviando a una desconcertada Serah corriendo tras él.
Luchó por alcanzar a su hermano mientras él volaba por el aire, sin disminuir nunca la
velocidad, negándose a ser clemente con ella. Cuatrocientos metros los separaban a
ambos mientras ondeaban dentro y fuera de las nubes, pasando a toda velocidad los
aviones como si éstos simplemente estuviesen planeando, cerrando la distancia entre
ellos y las radiantes estrellas. Los orbes de magnífica luz ardían en la atmósfera,
mucho más allá de la capa de ozono, sus explosivos gases liberando una fuerte
energía… la misma energía que fluía por el cuerpo de Serah. Una pequeña estrella
ardía dentro de ella, avivándola, emanando Gracia, como la sangre bombeando a
través de un frágil corazón humano.
Los dos corrieron de un lado del mundo al otro: más allá de los manifestantes
cubriendo las calles de Pekín, a lo largo del muro de Berlín que pronto sería demolido,
a través de la Estación Purley en Londres, todavía aturdida por un mortal choque de
trenes. Volaron a través del Océano Atlántico, con Samuel sumergiéndose en las
profundidades del agua mientras Serah permaneció en el aire, sus dedos rozando la
superficie del océano y provocando que aparecieran olas.
Cruzaron la frontera hacia Estados Unidos, donde Samuel se detuvo bruscamente en
mitad del aire. Serah patinó hasta detenerse mientras él se dejaba caer, arrojándose
hacia el suelo como un misil atómico. Aterrizó sobre sus pies con un ruido sordo en el
patio de recreo de una escuela primaria mientras Serah aparecía a su lado, sacudiendo
la cabeza.
—¿Dónde estamos?
Ondeó las manos frente a él, haciendo un gesto hacia un edificio al otro lado de la
carretera, con una pancarta de “Gran Apertura” todavía colgando del techo. Centro
Comunitario de Chorizon. Los autos se arremolinaban en el área alrededor de éste, con
la fuerte música sonando a todo volumen desde el interior. Más allá del ruido,
enredándose con el vibrante bajo, Serah podía oír el frenético palpitar de más de cien
latidos.
Detrás de ellos, el aire cambió cuando una corriente crepitó, con Hannah apareciendo.
Serah apenas tuvo tiempo para mirar a su amiga cuando otro ruido sonó, más fuerte,
menos restringido. Miguel apareció, silenciando a ambas chicas antes de que pudieran
iniciar su parloteo.
—Me alegra que hayas podido venir, hombre —dijo Samuel, saludándolo.
Fulminó a su hermano con la mirada. Él había estado invitando a Miguel a todas partes
recientemente, y Serah todavía no se había acostumbrado a su imponente presencia.
—Es grande —confirmó Samuel—. Por lo que he oído, de todos modos. Sin embargo,
todavía estoy un poco oxidado en las costumbres humanas, así que puedo estar
equivocado. Tan pronto como llego a entenderlas, éstas cambian.
—Baile de graduación.
Tanto Hannah como Miguel lo miraron fijamente sin comprender, ni saber a qué se
refería Samuel, pero esas palabras le dijeron a Serah todo lo que necesitaba saber.
Baile de graduación.
—¿En serio?
Hannah desapareció mientras Serah y Samuel se dieron la vuelta hacia Miguel. Serah
esperaba que se retirara, pero se quedó, su apariencia perpleja no cambió mientras
asentía al cruzar la calle.
—Tú.
Frunció su ceño.
—¿Yo? ¿Cómo?
—Supongo que con toda tu charla estas últimas décadas sobre estos seres humanos y
ayudándoles, finalmente me alcanzó —respondió—. El otro día estaba en esta ciudad,
persiguiendo a un demonio en el interior de un maestro de la escuela, cuando escuché
a un chico llamado Nicholas decir que quería llevar al baile de graduación a una chica
llamada Samantha. A Samantha le gusta Nicholas, pero ambos eran demasiado tímidos
para incluso decir hola.
—Podrías decir eso —dijo—. Me mostré por una fracción de segundo y los empujé
físicamente juntos en el pasillo. Ella dejó caer sus libros, él los recogió, y voila... están
bailando justo detrás de ti.
Serah se dio la vuelta, tan cerca que prácticamente podía tocar a la pareja. Se
balanceaban con la música, sus manos sobre las caderas de ella, sus brazos alrededor
de sus hombros mientras ella suavemente jugueteaba con su cabello en su nuca. Sus
ojos conectados, algo fuerte agitándose en ellos, algo puro y celestial.
Amor.
—Aún no he terminado —dijo en voz baja—. ¿Ves el Arcángel por ahí, junto a la
pared? Ve a pedirle un baile.
—Samuel, él es el príncipe.
—Es solo un ángel… un ángel que no tiene absolutamente ningún interés en bailes o
costumbres humanas, o en mezclarse, o controlando de forma excesiva, pero sé de
buena fuente que no hay ningún lugar en el universo en el que él preferiría estar que
en esta habitación.
—¿Por qué?
—Me encantaría hacer algo más contigo, Serah, absolutamente cualquier cosa, pero
me temo que bailar está fuera de mis habilidades.
—Maravilloso.
—¿Ves? —dijo en voz alta—. ¿Qué te dije? Esta noche sería jodidamente genial.
La vieja acera serpenteaba alrededor del patio de la escuela, rotas donde las raíces de
un árbol empujaban por debajo de ella, creando una joroba resquebrajada. El
pavimento se encontraba con grietas en el centro, un grupo de dientes de león
sobresalían de la línea irregular.
Hannah se rió.
Por un momento, Serah se quedó mirando fijamente el diente de león antes de colocar
su pulgar debajo de la flor y hacer estallar la parte superior de la raíz. Se rió mientras
volaba en el aire y cayó en la acera, rodando de nuevo directamente en la grieta.
Hannah frunció su ceño ante la planta destruida.
—Es un juego que los niños juegan —dijo Serah—. Mamá tenía un bebé y su cabeza
saltó.
—¿Qué?
—Que macabro.
Una campana sonó, el estridente sonido pulsando a través del aire mientras la escuela
primaria los dejaba libres por el día. Serah se quedó quieta mientras los niños se
apresuraron pasando en su camino a casa. Nicki Lauer se pavoneaba, de la mano con
su mejor amiga, las dos jóvenes deteniéndose junto al enorme árbol.
Nicki se agachó, arrancando de la grieta los restantes dientes de león, raíces y todo.
Tierra húmeda goteaba sobre la acera por los pies de Serah.
Después de que los niños se fueran, alejándose a saltitos, Serah se animó a bajar,
caminando sin prisa hacia la Puerta. Lucifer se quedó en el otro lado, ya esperando,
aguardando como de costumbre su llegada.
—Hueles a flores —dijo—. Ya no las dejan para ti, ¿verdad? Los suspendí, pero los
demonios tienden a ser lentos para comprender. Realmente, idiotas.
—Bueno... sí.
—Me disculpo por hacértelo más difícil, pero no lo siento. Es mejor de esta manera.
—Si tú lo dices.
—No.
Serah vaciló.
—No.
—Yo lo hago.
Se rió secamente.
—¿Miguel?
—¿Qué, no sabes tú amante es quién hace los recortes? Solo un ángel puede matar a
otro ángel, ¿recuerdas? Es el destino de Miguel. Castigar cualquier cosa que
desobedece. Se pasan de la raya y... —Lucifer levantó su mano, usando sus dedos para
imitar tijeras—, ...cortar, cortar.
Parpadeó rápidamente.
—¿Samuel?
—¿Cómo es que ustedes dos están juntos y ni siquiera sabes lo que hace?
—Así que lo sabes —dijo, brevemente cerrando sus ojos mientras la realidad se
hundía en ella—. Sabes dónde está mi hermano. Sabes lo que le ocurrió.
Miró otra vez, brillando en sus ojos la desesperación, solo para encontrar
repentinamente vació el otro lado de la puerta.
Serah revoloteó alrededor aturdida al día siguiente, evitando a Miguel mientras con
poco entusiasmo se ocupaba a si misma con trabajo tedioso. A la tarde, fue a la puerta,
su mente llena de preguntas que ansiosamente quería hacer. Esperaba que Lucifer
estuviera esperándola como siempre, pero el otro lado se encontraba vació.
Pasó una hora. Luego dos. Gritó su nombre, pero nunca apareció. Después de tres
horas, se dio por vencida y caminó alejándose.
La siguiente tarde fue lo mismo, como fue después de la primera. Pasó una semana de
manera similar y no había señales de Lucifer. No importa cuánto tiempo se quedó ahí,
esperando, gritando por él, no mostró su cara otra vez.
La confusión sacudía sus cimientos, avivándola que ese viernes cuando se encontraba
sentada sola en el patio de la escuela, viendo a los niños jugar. Nicki y su mejor amiga
se inclinaban contra un árbol a unas yardas de distancia, acurrucándose en sus
abrigos, compartiendo un grupo de lápices de colores mientras dibujaban en sus
cuadernos sobre sus regazos. Un estallido de electricidad vibró el aire delante de ella
balanceándose mientras un Dominion aparecía, bloqueándole a Sarah ver a los niños.
Serah frunció el ceño. La amargura se filtraba a través de su piel fría, tomando parte
de sus entrañas, revolviéndose y estirándola, atándola en nudos. El Dominion inclinó
su cabeza en señal de saludo cortés antes de salir tan repentinamente como había
llegado.
Mensaje recibido.
—No te sentí.
—Eran especiales para Samuel —dijo ella—. Sí te acuerdas de él, ¿verdad? Una vez fue
tu amigo.
—Claro que lo recuerdo —dijo Miguel, su tono cortante—. ¿Por qué me preguntas
eso?
—¿Lo recordaste cuando tomaste sus alas? —preguntó ella, la ira amenazando en su
interior—. ¿Olvidaste que eran amigos cuando lo destruiste?
—Entonces cuéntame.
—No puedo.
—¡Pero es mi hermano!
—¡No. Lo. Es! —Miguel escupió a través de dientes apretados, enfatizando cada
palabra—. ¿Crees que obtengo placer de esto, Serah? Es el por qué existo. Entre más
pronto lo aceptes, más pronto las cosas pueden llegar a ser normales.
Normales. Estaba empezando a preguntarse qué significaba eso siquiera. Normal era
Samuel merodeando, riendo y bromeando, aliviando algo de la presión de sus
hombros arropados por alas, recordándole que las cosas estaban bien, que el mundo
era un hermoso lugar. Recordándole que aunque pierdas algunas batallas no significa
que perderás la guerra entera. Todo parecía tan triste ahora que no estaba. ¿Cómo
algo podría estar bien sin él? ¿Cómo algo podría ser normal de nuevo?
—No hay tal cosa —susurró ella—. No puedes dejar de saber algo una vez que ya lo
sabes.
Serah se levantó y caminó donde Nicki y su amiga se sentaban, todavía pintando. Bajó
la vista hacia sus cuadernos, sonriendo a las mariposas inclinadas de Nicki, pero se
congeló mientras estudiaba el dibujo que cubría la página de la otra chica. Monstruos
de todo tipo tomaban el espacio, con dientes grandes, garras afiladas y pequeños ojos,
furiosos y brillantes. En el centro del papel había una criatura roja masiva, grandes
cuernos sobresaliendo de su cabeza oblonga, una cola larga y puntiaguda
arrastrándose por detrás.
—Oh. —La otra chica estudió su cuaderno mientras agarraba una crayola negra,
dibujando alas de gran tamaño desde la espalda de la criatura. Sonrió cuando
terminó—. Ahora está bien.
—Es estúpido —murmuró Nicki—. Dibujas como un chico. A los chicos les gustan las
cosas feas, como los monstruos y las películas de terror.
La chica rompió el papel, tirándolo al suelo a su lado, y pasó a dibujar mariposas con
su mejor amiga, en su lugar.
Unos pocos minutos después, la campana para la clase sonó, y las chicas corrieron
para reunirse con los otros estudiantes. El papel todavía estaba en el césped cerca del
árbol, descartado, los monstruos hace mucho tiempo olvidados. Serah esperó hasta
que el área estuviera inhabitada para recogerlo, teletransportándose a Hellum
Township con el dibujo en su mano.
Caminó a través de las primeras seis puertas sin dudarlo, su estómago en sus pies
cuando llegó a la séptima. El lote estaba de nuevo abandonado, nadie y nada ahí para
recibirla. Irritada, gritó su nombre, demandando que se dejara ver, pero la nada se
agitó en el viento.
Luce se sentó de nuevo, tamborileando sus dedos sobre el brazo de su silla, su enorme
complexión trivializada por el alto respaldo de su asiento. Decenas de blancas,
columnas de velas alumbraban tenuemente la habitación, proyectando sombras
parpadeantes sobre el rostro del hombre sentado frente a Luce, en el otro extremo de
la mesa. El miedo brilló de los ojos del hombre, una vez de color verde brillante, ahora
amarillentos y moribundos igual que el resto en el hoyo.
Luce movió con ligereza su dedo índice, volcando cartas desde lo alto, una desgastada
baraja en el otro extremo de la mesa, cuando el hombre agarró la inferior e incompleta
baraja, sus manos temblaban mientras volcaba sus cartas una por una a la vez. Luce se
encorvó hacia abajo, un desinteresado ceño fruncido cubría su rostro, sus ojos en
todas partes, pero en el juego. Parecía ni siquiera estar jugando, por lo menos a veinte
pies de sus cartas, pero él estaba prestando mucha atención a lo que estaba
sucediendo.
Vio cada movimiento, señaló todas las manos, capaz de predecir qué cartas serían las
próximas en la línea.
Ambos arrojaron tres. Luce tocó sus dedos deslizando sus tarjetas boca abajo sobre la
mesa.
Volvió otro... rey, y suspiró cuando el hombre jugó un dos. Luce agitó su mano, las seis
tarjetas mágicamente se deslizaron sobre el fondo de la pila.
—Estas agotando las cartas allí, Robert —reflexionó Luce—. No augura nada bueno
para ti.
—Bien por ti —murmuró Luce, volcando otra carta cuando una ráfaga de viento se
apoderó de la habitación, apagando todas y cada una de las velas. Luce chasqueó los
dedos, encendiéndolas de nuevo a la vez, mientras la escuchó en su mente, por encima
del caos que usualmente lo consumía.
Serah.
—Voy a ser un hijo de puta —dijo, incapaz de detener la sonrisa que curvaba la
esquina de sus labios, se le escapó una risa mientras exhalaba.
Pasos corrieron por el pasillo, las grandes puertas dobles de madera abriéndose.
—Estoy al tanto. —La mirada de Luce se volvió hacia el demonio que irrumpió. Lire, el
líder de la Legión Oscura, fue uno de los pocos que le fue dado rienda suelta para
vagar por el infierno. Se consideraba la mano derecha de Luce, pero Luce lo trató
como mensajero—. ¿Crees que soy un imbécil? ¿Piensas que no sé lo que pasa en mi
reino?
—¡Fue un error! —gritó—. ¡Lo siento, por favor, No voy a hacerlo de nuevo!
El rojo en los ojos de Luce se encendió, superando a la oscuridad, mientras el piso bajo
sus pies vibraba. El suelo detrás del hombre se abría hacia un negro remolino
turbulento, tortuosos gritos quemándose con el fuego salvaje, tan feroz que Luce hizo
una mueca. Sacudiendo su mano, Luce envió al hombre volando hacia atrás fuera de la
silla, directamente al infierno embravecido, las llamas anaranjadas brillantes se lo
tragaron entero. Sus gritos fueron silenciados cuando el remolino se cerró
bruscamente, todo quieto y en silencio.
Se encorvó de nuevo hacia atrás en su silla, tamborileando con sus dedos un poco más,
a la espera. Podía sentirla a medida que se acercaba, el aire se agitaba con algo que no
había sentido en mucho tiempo. Ella trajo a la luz del sol, aligerando oscuridad,
mientras irradiaba aire fresco.
En el momento que se abrieron las puertas, cerró sus ojos y apoyó la cabeza hacia
atrás, tomando una profunda respiración. Estaba hablando, su voz se alzaba con
pasión, pero él no hizo caso de sus palabras, también consumidos por su fragancia. Era
tan fuerte fuera de la puerta filtrándose, tan intenso que temblaba mientras inhalaba.
El resplandor llenó sus pulmones y se filtraba a través de su cuerpo como el oxígeno,
alimentando su fuerza vital.
Luce abrió los ojos de nuevo, mirándola fijamente. Arqueó una ceja ante su postura,
sus ojos entrecerrados, sus manos en las caderas.
—No.
—No.
—Sí, Mi Señor.
Luce trató de mantenerse serio, pero su diversión era demasiado. Una media sonrisa
volvió a sus labios mientras negaba con la cabeza.
—Eres valiente, ángel. Te voy a dar eso. Sinceramente, no pienso que tuvieras las
agallas para hacerlo. Esperaba que lo hicieras, por supuesto, pero nunca nadie ha
hecho antes. Ni siquiera pienso que mi hermano sea lo suficientemente valiente como
para venir aquí.
—¿No?
—¿Lo soy?
—Solo un ángel puede hacer daño a otro ángel —dijo ella con confianza—. Y te
prohibieron hacerle daño a un inocente, así que nada aquí puede herirme.
—Es cierto —dijo—. E incluso si pudiera hacerte daño, no lo haría... Pero hay algo más
que me gustaría hacer, algo posiblemente aún peor.
Su cuerpo se tensó.
—¿Qué?
—Conservarte.
—Relájate —dijo, haciendo un gesto hacia la silla de nuevo—. Dije que lo haría, no lo
haré. Es tentador, sin embargo. Debo admitir.
—Oh.
—Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es girar volviendo la primera carta.
Quienquiera que tiene el número más alto gana la mano. El primero en perder todas
sus cartas pierde. Un niño podría hacerlo. —Dividió la baraja por la mitad, veintiséis
cartas cada uno, y deslizó la mitad de ellos por la mesa hacia ella—. Un juego. Si ganas,
haces tus preguntas y entonces te puedes ir.
—Porque realmente no tienes otra opción, ángel —dijo—. Quieres respuestas, quiero
la compañía.
—Está bien.
Comenzaron su juego, Luce giró ligeramente sus cartas con magia mientras Serah
eligió la manera tradicional. La confianza de Serah subió al ganar las primeras manos,
pero no duró mucho. Luce comenzó a dominar el juego, robando carta tras carta, su
pila creció constantemente a medida que la suya disminuía. Ella frunció el ceño y
resopló con frustración, lanzándole miradas de enojo de vez en cuando, pero ninguno
dijo una palabra.
Unos minutos más tarde, Serah se había reducido a una sola carta. Suspirando, le dio
la vuelta. Luce ni siquiera tuvo que mirar para saber que era un dos, la carta más baja
posible.
Luce arrojó por encima la carta superior... un ocho, y deslizó todas las cartas que
quedaban en la parte inferior de su mazo.
—Yo gano.
—Jugamos de nuevo.
—No lo creo. —Se burló—. He estado defendiendo el libre albedrío de los ángeles toda
mi existencia. No estoy en el negocio de quitárselo. ¿Quieres irte? Entonces hazlo y
lárgate de aquí. Pero si quieres que conteste tus preguntas, vas a tener que vencerme
en un juego.
Ella lo miró, con los ojos entrecerrados, sus labios una línea dura, delgada de
desprecio.
—Eres insoportable.
—Eres linda, ángel —bromeó, sus labios curvándose en una sonrisa—. ¿Eso quiere
decir que estás adentro?
Serah agarró su mazo de cartas y las deslizó por la mesa hacia él.
Irritación fluía por su cuerpo mientras ella golpeaba sus cartas sobre la mesa,
gimiendo cada vez que ganaba. Lucifer permaneció encorvado en su trono de mármol,
lanzando con desdén sus cartas. Sus penetrantes ojos se clavaron en ella, rompiendo
su concentración mientras trataba de seguir la pista de lo que quedaba en su cubierta.
Ella se había reducido a cinco cartas ya.
Lucifer hizo girar su dedo, tirando por encima de un nueve, y deslizó las cartas en su
mazo.
—Por supuesto que no —dijo ella, jugando a un rey. Sonrió, la esperanza se desintegró
en el momento en que giró un as—. Ugh ¡eres imposible!
—Eso he oído —dijo, jugando el siguiente seis. Serah dio vuelta un cinco y golpeó su
mano contra la mesa mientras él tomaba las cartas, dejándola con solo dos.
Él volteó otro de seis; ella estalló en una risa amarga mientras negaba con la cabeza.
Antes de que él pudiera responder, ella tiró la última carta en la mesa delante suyo. Se
elevó en el aire, agitándose y girando antes de aterrizar justo en su regazo. Él miró
hacia abajo.
—Por supuesto —murmuró, cruzando los brazos sobre su pecho mientras lo miraba,
viendo la mirada ufana de satisfacción en su rostro—. Mezcla las cartas.
—¿Por qué? —Él arqueó una ceja—. En primer lugar, porque me lanzaste una carta. Si
alguien más lo hubiese hecho, sufriría un dolor insoportable en estos momentos. En
segundo lugar, porque si golpeas mi mesa con más fuerza, serás responsable de
hacerle una grieta, y resulta que soy fanático de mi mesa. Y en tercer lugar, porque
maldita sea, lo digo yo. Yo hago las reglas aquí, ángel. ¿No te gustan? Sabes dónde está
la salida.
—¿Qué pasa con ellas? Tenías que ganar. ¿Quieres jugar otra vez? Vuelve mañana.
—Alzó la mano, poniendo la mano en su pecho sobre el símbolo tallado en su carne—.
Desde luego, yo no voy a ninguna parte, ¿recuerdas?
Las luces amarillas de East York brillaban como estrellas en la distancia. Serah se
sentó en un acantilado a cinco kilómetros de la ciudad, sus pies desnudos colgando
sobre el borde. El sonido de Haven de Warrant atronaba desde los pequeños altavoces
en un carro cercano, la canción amortiguada por las ventanas cerradas.
—Es lo mismo —dijo, sentándose a su lado—. Supongo que lo llaman Coito Cliff por
una razón.
—Eh, podrían —dijo él—. Es un poco pegadiza, ¿no es así? Casi tan pegadizo como
esta canción. Es mi himno.
Antes de que Serah pudiera decir una palabra en respuesta, Samuel comenzó a cantar.
Su voz gritando rebotó en los árboles y se hizo eco a través de la ciudad a sus pies,
ahogando todos los otros ruidos en la noche. Nadie más lo oyó, sin embargo, sin poder
recoger la frecuencia de su voz cuando cantó la balada rock desde el fondo de sus
pulmones.
Cuando el coro subió, Serah no pudo contenerse de cantar junto con él. Samuel se
inclinó hacia atrás, golpeando violentamente sus piernas, sus manos moviéndose
frenéticamente mientras imitaba un solo de guitarra en el aire, sus dedos
expertamente rasgueando y punteando las cuerdas invisibles. En el momento en que
la canción llegó a su fin, Serah se dobló de la risa mientras una radiante sonrisa
iluminaba el rostro de Samuel.
—Definitivamente podría ser una estrella de rock —dijo—. Bueno, si fuera humano, de
todos modos.
—Debe ser agradable, ya sabes, ser capaz de hacer lo que quieras. Las opciones son
infinitas para ellos. Nuestra existencia está pre-escrita, pero los mortales reciben este
grande y hermoso libre albedrío para hacer lo que quieran. Y muchos no lo aprecian.
Sólo me pregunto cómo sería ser capaz de elegir... si fuéramos nosotros quienes
recibieran ese don precioso y no ellos.
—Serah, no.
—¿No qué?
—He escuchado esas palabras antes —dijo, un borde duro en su voz baja—. Ellas me
fueron dichas apenas unas horas antes de que viera a mi amigo echar a su propio
hermano al lago del fuego eterno. Y no puedo... Serah, no puedes pensar de esa
manera.
Ella abrió la boca, sus ojos como platos cuando se dio cuenta de lo que significaban sus
palabras.
—Samuel, ¡yo nunca…! Lucifer odia a los mortales. Está lleno de ira, orgullo y envidia.
¡Yo no!
—Lo sé —le dijo en voz baja—. Pero también sé que hay una delgada línea entre el
bien y el mal. Hay una zona gris, una en la que todos están. Y eso está bien, creo.
Nosotros no somos inmunes a las emociones. Sólo prométeme que nunca vas a pasar
sobre ella. Que nunca vas a dejar que te consuma. Que tendrás cuidado.
—Lo prometo —dijo ella—. No tienes que preocuparte por mí. Tengo todo lo que
puedas necesitar. Tengo amigos, tengo mi trabajo, y tengo a ti, mi hermano. Mientras
te tenga a ti, sería una tonta si pidiera más.
Las cosas estaban tranquilas mientras los dos se sentaban perdidos en sus
pensamientos. Música de rock continuó saliendo del auto cerca de ellos con los dos
jóvenes amantes dentro. Nicholas y Samantha, celebrando seis meses juntos, un hito
que podría nunca haber llegado si no hubiera sido porque Samuel había intervenido
en sus vidas.
—Sí. Siempre me he preguntado cómo sería poder conducir un auto. Son una de las
creaciones más asombrosas del humano, una que sigue en evolución. Los autos son
prácticos, pero emocionantes. Y la gente les paga por correr en ellos, ¡como un
deporte! ¿Puedes creer eso?
—Guau. —Samuel la miró con sorpresa—. Por primera vez en más de un milenio,
estoy aprendiendo algo nuevo sobre ti. Nunca me di cuenta de que te gustaran los
autos.
Serah miró uno estacionado cerca de ellos.
—Ese es mi auto favorito. Es un Pontiac 1966 GTO convertible, color rojo cereza.
—Eso es porque está en mal estado —dijo Serah—. Es hermoso cuando está cuidado.
—¿Cuál?
Rodando los ojos, Serah lo empujó con fuerza, haciéndole salirse del borde del
acantilado. Se dejó caer un par de metros en picado hacia el suelo, entonces amplió sus
alas y voló de vuelta hacia ella. Él volvió a tomar su asiento con una risa, empujándola
en broma.
—Lo hacemos.
—No estarías del todo en lo correcto hace un tiempo, ya sabes. Claro, los seres
humanos tienen un sinfín de opciones, pero sus vidas están tan escritas como las
nuestras. Basta con mirar a Nicholas y Samantha. Sabemos todo lo que van a hacer a
partir de hoy hasta el día en que mueran. Nicholas trabajará en una fábrica, y
Samantha será ayudante de un profesor. Tendrán un hijo, una niña llamada Nicole. En
el momento en que los junté, su futuro estaba decidido, y la única manera que va
cambiar alguna vez es si uno de nosotros lo cambia por ellos. Nosotros, Ser.
—Pero eligieron esas vidas —dijo Serah—. Nosotros simplemente sabemos lo que
ellos van a elegir.
—Sí, lo sabemos —dijo él—. Ese es el punto. No hay sorpresas cuando se trata de los
mortales. Nosotros somos los que sorprenden a Dios. Nosotros somos los que desvían
de su camino. Di lo que quieras acerca de Lucifer, pero una cosa es innegable: él fue el
primero en desafiar al destino. Y ser el primero en hacer cualquier cosa necesita
coraje.
Serah entregó un nueve, sin sorprenderse en absoluto cuando Lucifer volcó una reina.
—¿Cuántas veces tengo que decirlo? Tienes que ganar para obtener respuestas.
—No se trata de eso —dijo ella, jugando un rey. Lucifer soltó un dos. Serah sonrió
mientras agarraba las cartas—. Es acerca de este lugar... sobre ti.
Ojos curiosos la miraban desde el otro lado de la habitación mientras Lucifer hacía
girar su dedo, volcando un siete.
—¿Qué?
—Dijiste que sientes todo lo que los demás sienten —dijo ella, jugando un tres—.
Dijiste que era angustioso, que el estar aquí abajo era un tormento, que la empatía era
una maldición. Dijiste…
—Sé lo que dije —respondió él entre dientes apretados—. ¿Hay una pregunta en
alguna parte? Porque no la oigo.
—¿Tranquilo?
—Sí. Supongo que me esperaba más de este lugar. El inframundo se supone que es
más, bueno, infernal.
Lucifer no dijo nada. En silencio, volcó su carta, mirándola con impaciencia mientras
esperaba a que ella jugara la suya. El silencio se extendió mientras jugaban unas pocas
manos, carta tras carta yendo a favor de él. Hizo girar su dedo despreocupadamente,
volteando un as, mientras la mano de Serah se cernía sobre su última carta.
Los dos sabían que era un Jack. Ambos sabían que había ganado.
El espacio alrededor de ellos se sacudió violentamente cuando el suelo bajo los pies de
Serah se fracturó en dos, al instante tragándose la mesa y las sillas. En el momento en
que el suelo se abrió, gritos horribles y llantos de angustia se derramaron desde el
hueco, chillidos que helaban la sangre desgarrando el aire. Llamas se derramaron
fuera del agujero mientras las paredes a su alrededor se derrumbaban. Presa del
pánico, los ojos de Serah recorrieron el espacio mientras sus alas se expandían en
defensa. Ella se elevó desde el suelo, flotando por encima de las llamas que
consumieron la habitación y todo lo que contenía. Lucifer permaneció en su silla de
mármol, sin ser tocado por el fuego. Sus alas habían aparecido en su espalda, escudos
negros masivos que se mezclaban con la nube repentina de espeso humo que llenaba
la habitación.
Serah se tapó los oídos con las manos, tratando de bloquear el alboroto, pero sólo hizo
el eco más fuerte, más tortuoso. La agonía parecía estar dentro de ella, los gritos
inexplicablemente incrustados en su mente, insoportables e inevitables. Ella cerró los
ojos, gritando para que se detuvieran.
—¿Qué fue eso? —preguntó ella mientras doblaba sus alas, aterrizando en el suelo.
—El infierno —dijo él en voz baja—. Lo diluí un poco para ti, pero captaste su esencia.
—¿Eso es el infierno?
Él asintió.
—Ves lo que quiero que veas, ángel. ¿Pero eso? Esa es la realidad. Y no sólo la veo y la
escucho, también la siento. Cada segundo de cada día.
—Yo, eh...
Él negó con la cabeza antes de que pudiera continuar y señaló su solitaria carta, de
alguna manera todavía sobre la mesa, boca abajo.
—Así que si me haces ver lo que quieras que yo viera, ¿significa eso que podrías
hacerme ver algo?
—Este lugar se alimenta de las pesadillas —explicó, arrastrando los pies—. Es como el
Cielo, pero a la inversa. En el Cielo, un alma ve lo que lo hace feliz. Aquí abajo, reviven
lo que les aterroriza.
—Bueno, al igual que conseguiste rienda suelta arriba y puedes invadir el Cielo de
cualquiera, puedo invadir el Infierno de cualquiera. Puedo entrar en la jaula de
cualquiera y hacer lo que quiero. Pero también hay un terreno común, al igual que tu
casa arriba.
—Sí.
—Sí.
Su ceño se frunció. ¿Suyo? Ella no preguntó, no fisgoneando más. Podía decir por su
expresión tensa que él había dicho todo lo que haría en el asunto. Ella ya no
conseguiría más de él a menos que jugara por sus respuestas y las ganara justa y
honestamente.
Los juegos iban y venían, tanto que Serah ya no se molestó en realizar un seguimiento
de cuántos habían jugado. Lucifer ganó todas las veces, a veces en unos pocos minutos,
mientras que otras veces, la batalla se prolongó durante horas. Ella se perdió en un
mar de cartas y números, todo lo demás cayendo en el camino en su búsqueda para
ganar.
—No entiendo cómo me sigues ganando —dijo ella, jadeando después de un particular
juego largo—. Estaba segura de que te tenía esa vez.
Lucifer hizo un gesto a las cartas, pero Serah las agarró antes de que él pudiera poner
sus manos sobre ellas. Ella se echó hacia atrás en su silla y comenzó a arrastrar los
pies, los ojos fijos en ángulo recto en él, esperando a que él objetara. Una sonrisa
volvió a sus labios mientras él le indicaba que siguiera adelante.
—Puedes mezclar todo lo que quieras —dijo—. La guerra es un juego de azar. Es toda
la suerte del sorteo, no más calculado que el giro de un cañón de la pistola en la ruleta
rusa.
—Creo que prefiero jugar eso en este momento —murmuró—. Es una pena que seas
inmune a las balas.
Él se echó a reír—. Ah, no seas amargada. Debes aceptar el hecho de que tal vez se
supone que no obtengas tus respuestas. Tal vez estás destinada sólo a pasar más
tiempo conmigo.
—Basura —dijo ella, entrecerrando los ojos—. Dios está de mi lado. Voy a ganar.
Ella dividió la baraja por la mitad y volteó su primera carta, más decidida que nunca a
ganarle en su juego. Menos de diez minutos después, Serah retenía una última carta
miserable mientras la pila de Lucifer se alzaba por encima de la de ella.
—¿Pensaste que ibas a ganar, ángel? ¿Pensaste que papá estaba de su lado?
—Eres exasperante.
—Igualmente.
Serah volvió su última carta y se puso de pie, sin molestarse en esperar a que él
volteara la suya. Caminó hacia las puertas dobles de madera y salió sin decir una
palabra.
Orbes de colores manchados a través del cielo negro como la boca de un lobo, ni una
nube se veía en cualquier lugar. Rojos y azules y verdes, y amarillos vibrantes
quemados vivos, patrones de luz que se originándose desde las profundidades del
espacio. Estrellas fugaces, los mortales les llamaban. Decenas de manchas por encima
de ellos, los senderos de fuego ardiendo en la atmósfera.
—No he visto una lluvia de meteoritos así de mala en mucho tiempo —dijo Serah,
mirando hacia el cielo. A pesar de la hermosura, ella sabía que no era una buena señal.
Nunca era bueno cuando reinaba el caos.
—Hicimos todo lo posible para alejar el asteroide, pero mucho de ello pasó —dijo
Hannah—. La próxima vez, puede no ser tan afortunado. El universo es un caos, y sólo
se está poniendo peor. Los huracanes, los tsunamis, los terremotos, es sólo cuestión de
tiempo.
—El Apocalipsis.
—No entiendo —dijo Serah en voz baja, sin dejar de mirar al frenético cielo. Lucifer
parecía tan sedentario. ¿Cómo podría él acercarlos al apocalipsis, cuando estaba
atrapado debajo y no había forma de escapar? Él parecía casi aceptar ese hecho.
—En realidad, no conozco a nadie que gane la Guerra. Todo el mundo pierde.
La frente de Hannah se frunció mientras miraba a Serah, sus ojos dejando el agitado
cielo por primera vez esa noche—. ¿Un juego? Sabes más acerca de los pasatiempos
humanos que yo.
—Dije que no iba a funcionar —dijo Miguel inmediatamente—. Basta con mirar a ese
profético cielo. El Día del Juicio estará pronto sobre nosotros.
—No necesito una lección de "te lo dije" —dijo Serah—. Esto no ayuda a ninguno de
nosotros.
—No le estoy dando ninguna lección a nadie —dijo Miguel—. Simplemente estoy
diciendo la verdad, Serah. Todo este tiempo que estás gastando con ese depravado
engendro es irracional.
—Te extraño —dijo Miguel—. Nos extraño. ¿No te sientes de la misma manera?
—Sí —admitió. Ella lo hizo. Era cierto. Extrañaba la comodidad que él solía traerle,
como de segura se sentía con él, cómo de infalible él solía parecer.
—¿Todavía me amas?
Ella no podía estar segura, pero pensó que sentía un poco de duda en su voz.
—Por supuesto que sí, Miguel. No solo dejas de amar a alguien. El amor te cambia.
—¿Entonces por qué estás tan distante? —preguntó.
—Si tiene —discrepó—. Todo cambia con el tiempo, no necesariamente para mal,
pero no siempre para bien, tampoco.
—Todavía no lo entiendo.
Serah caminaba rápidamente por el largo pasillo, que conducía a la habitación del
final. Se encontró con las enormes puertas dobles de madera, y tiró de ellos para
abrirlas, su boca moviéndose mientras las palabras comenzaron a derramarse de sus
labios. Ella esperaba que Lucifer estuviera sentado en su trono, barajando las cartas,
pero la visión con la que se encontró fue todo lo contrario.
La luz del sol le atacó cuando salió por la puerta y en un largo y sinuoso, camino
asfaltado, flanqueado por las aceras recién pintadas. Modestas casas de dos pisos se
alineaban a ambos lados de la carretera, sus calzadas llenas de carros y minivans. Los
árboles estaban esparcidos por todas partes, las hojas verdes vibrantes susurrando en
la suave brisa mientras la deliciosa hierba recubría los patios. Podía oír a los pájaros
piando mientras volaban por el aire, dando vueltas alrededor del tranquilo barrio.
Serah estaba tan pasmada que solo se quedó allí de pie, mirando, sin poder moverse
hasta que oyó un ruido detrás de ella. Se dio la vuelta el tiempo justo para ver a un
niño en una bicicleta moviéndose rápidamente directo hacia ella, la calle continua
hasta donde sus ojos podían ver, las puertas por las que había pasado se habían ido. Se
quedó inmóvil, esperando que él se moviera directo a través de ella como si no
existiera, pero el chico se desvió hacia la acera fallando en golpearla.
—¡Lo siento, señora! —gritó mientras pedaleaba pasándola—. ¡No la he visto!
—¿Qué es este lugar? —preguntó ella, lanzando los ojos alrededor—. ¿Dónde
estamos?
—Es uno de mis favoritos —continuó Lucifer—. La mayoría de las jaulas son oscuras y
feas, pero ésta… se siente casi como estar realmente fuera. Bueno, excepto por el
hecho de que huele a sangre y carne quemada, pero tomo lo que puedo conseguir.
Serah estaba en silencio mientras trataba de procesar eso. Parecía tan tranquilo e
inocente, casi una réplica exacta de unos Cielos que había encontrado en el camino.
Era extraño para ella, viendo a Lucifer de pie en medio de un barrio residencial,
rodeado de árboles resistentes mientras la luz del sol caía por encima. Su bronceada
piel parecía brillar bajo los rayos, el rojo completamente ido de sus ojos; mucho más
marrón hoy que el negro al que estaba acostumbrada.
—Vamos —dijo, asintiendo con la cabeza para que lo siguiera mientras daba unos
pasos hacia atrás—. Déjame mostrarte los alrededores un poco.
Ella negó lentamente con la cabeza, negándose, pero sus pies no parecieron captar el
mensaje. Curiosidad alimentó sus pasos mientras se movía hacia adelante, detrás de él
por la calle. Lucifer se metió entre dos casas, saltando por encima de la bicicleta
descartada del chico, y se dirigió a un patio trasero. Serah continuó siguiéndolo,
viendo como él saltaba por encima de una alta, cerca de madera y salió fuera de vista.
Serah escaló la valla, sorprendida cuando saltó al otro lado y se encontró en otro lugar,
en otro tiempo. Una multitud rugía a su alrededor mientras ella y Lucifer se ponían de
pie en medio de una polvorienta arena, gladiadores en plena marcha apaleándose
unos a otros a uno a escasos pasos de ella. Jadeando, se apartó, mirando a Lucifer con
horror mientras la sangre salpicaba en su dirección.
Lucifer chasqueó los dedos otra vez, todo volviéndose negro. Serah parpadeó
rápidamente, tratando de ver en la oscuridad, pero no había nada allí… nada en
absoluto. El espacio parecía completamente vacío de todo, un enorme agujero negro
de vacío.
—¿Y el último? —ella preguntó con vacilación. —¿De quién diablos era eso?
—¿Mío?
Un frondoso bosque de árboles de invierno rodeaba el agua azul cristalina, tan nítida y
transparente que parecía el reflejo de un vaso de cristal. Un acantilado rocoso al norte
alimentaba al rio, el agua baja en cascadas por los peldaños de piedra natural de las
cataratas. Serah se puso de pie en el borde del río, contemplándolo, mientras Lucifer
desgarraba su camisa y la arrojaba al suelo. Agarrando una rama arriba de ellos, se
levantó en un alto árbol sinuoso y lo escaló sin mucho esfuerzo a donde un columpio
de cuerda largo y anudado colgaba. Sin hablar, tomó un salto, balanceándose por
delante de Serah y saliendo fuera del agua.
Él la soltó cuando alcanzó el centro, agitando sus brazos y piernas mientras caía en el
río con una gigantesca salpicadura. El agua se precipitaba sobre la orilla de las olas
mientras más ondeaba directo a Serah, salpicando ligeramente su vestido melocotón.
Ella retrocedió un poco, aturdida porque Lucifer desapareció en el agua profunda.
Pasó un minuto sin señales de él, después dos. Empezó a aterrorizarse después de que
cinco minutos iban y venían. Ella gritó su nombre y caminó hacia el borde justo
cuando surgió del río a simples treinta centímetros de ella, empapado, el agua
chorreando de su cara y goteando de su cabello.
—Entra —dijo él, agitando su mano hacia ella—. El agua está jodidamente fría pero
eso no te importa tanto, supongo, desde que no puedes sentir ninguna maldita cosa.
Ella entrecerró los ojos un poco, sus manos en sus labios—. No voy a entrar ahí.
—¿Por qué?
Lucifer no la esperó para que cambiara de opinión. Golpeó sus manos bajo la
superficie del río, enviando montones de agua salpicando su camino. Empapó todo el
frente de su vestido, el material aferrándose a su piel mientras el agua goteaba sobre
sus pies descalzos.
Gruñendo, ella saltó en el río, salpicándolo a su vez. En el momento en que abrió sus
ojos bajo el agua, ella se encontró con colores vibrantes, un universo entero existente
bajo la superficie. Plantas multicolores floreciendo, creciendo y entremezclándose,
mientras que las criaturas revoloteaban alrededor. Bancos de peces animados la
rodeaban mientras las tortugas marinas nadaban a un ritmo lento. Serah parpadeó
rápidamente mientras volvía a la superficie, dando vueltas hasta que vio a Lucifer.
—Lo sé.
—Es mejor no preguntárselo —dijo él—. Sólo déjate llevar, ángel. Confía en mi… es
mejor de esa manera.
Las horas pasaron, los dos perdiéndose en el mundo submarino, todo lo demás
olvidado y desapareciendo mientras Serah, por primera vez desde que perdió a su
hermano, realmente percibió el sentido de la alegría de nuevo.
Ella asintió.
—Y lo quiero decir en el buen sentido esta vez. Esto es increíble. Tú… tú eres increíble.
—No había reído de esta manera en mucho tiempo —ella siguió, mirando fijamente al
sol, dando un vistazo a las brechas en los árboles. Parecía tan real.
—Yo, tampoco —masculló, flotando en el río junto a ella—. Ha pasado mucho tiempo
para mí. Un muy largo tiempo.
—Yo, uh… —Ella le dio un vistazo, completamente pasmada cuando lo vio a los ojos,
viendo la salpicadura del cielo azul mezclándose con la oscuridad—. Tal vez.
—Es momento de irnos —dijo, agarrándola firmemente y tirándola fuera del agua,
poniéndola de pie. Los truenos retumbaron mientras las luces destellaban en el cielo,
el viento levantándose. El rio cambiaba, girando en un remolino turbulento, un ciclón
submarino.
—¿Qué es eso? —preguntó, tratando de dejar de temblar.
—Te lo dije… es mejor que no hagas preguntas —respondió—. Hay cosas en esa agua
que preferirías no encontrar.
Lucifer chasqueó sus dedos. En un abrir y cerrar de ojos, Serah estaba parada en
medio de la oscura sala de reuniones, velas centelleando en todas partes. Su vestido
estaba totalmente seco, su suave cabello caía en cascada por sus hombros. Ella pasó
sus dedos a través de él, intentando encontrar humedad, pero no había nada. Era
como si las últimas horas ni siquiera hubieran pasado.
—Toma asiento —dijo Lucifer, su tono cortó mientras apuntaba hacia la silla del final.
Él no la miró cuando se puso la camisa de nuevo y se sentó en su trono, su expresión
tan dura e inquebrantable como el mármol—. O no. Como quieras.
Volteó una carta y siguió su ejemplo. Ellos jugaron unas pocas manos en silencio antes
de que dejara salir un largo y exagerado suspiro.
—Vamos a seguir este juego así puedes irte. Estoy seguro de que tienes mejores cosas
que hacer que estar sentada aquí conmigo todo el día, cada día.
—No, no en realidad.
Todo cambió ese momento, aunque sólo fue percibido ligeramente en el sombrío
caparazón de la habitación. Una brisa suave se agitó en las llamas centelleantes de las
velas, susurrando en el cabello de Serah, llevando su fragancia a Lucifer. Él la inhaló,
cerrando sus ojos por un momento mientras se arrastraba a través de él, el perfume
golpeando algo en lo más profundo de su cuerpo, un pequeño pico penetrando el
muro que hace tanto tiempo construyó… el muro que mantenía a todo y cualquier
cosa de escabullirse de algún modo bajo su endurecida piel.
El agujero en su barricada, apenas perceptible, era suficiente para que todo por lo que
había luchado por mantener se empezara a escurrir, emociones puras fluyendo a
través de su cuerpo, mezclándose con el pecado puro que siempre parecía inundar su
sistema. La necesidad, el deseo, la lujuria… el orgullo, la codicia, la envidia… gritaba
fuera de él, empezando a saciarlo, cediendo ante las ganas.
Él trataba de ignorarlo.
—Oh, bueno… supongo que es difícil describirlo. Él es fuerte y leal, lleno de amor y
compasión. Él es un alma hermosa.
—Él entiende.
—¿Entiende qué?
Lucifer encogió un hombro, devolviendo su atención a las cartas. Serah llevaba las de
ganar en este juego, rebajando las cartas de Lucifer a solo siete. Él podía sentir su
esperanza, una presencia fuerte en la habitación que emanaba de ella, tan potente que
casi se sintió culpable al lanzar un As y terminar con su racha ganadora.
—Fiu —dijo ella, formando un puchero con los labios—. No puedes ganar siempre.
—Ya veremos.
Treinta minutos después, Serah lanzó su última carta con fastidio, cruzando los brazos
sobre su pecho, pues él había vuelto a ganar.
En lo que avanzaba el día Serah pasó cada vez más tiempo en la fosa con Lucifer y
menos tiempo atendiendo sus obligaciones mundanas. Las cosas en la tierra estaban
colapsando paulatinamente, un desastre natural tras otro, azotando las tierras. La
enfermedad se expandía por los países, pandemias letales infectando mortales,
mientras la maldad empezaba a crecer lentamente.
Nadie en la tierra hizo la conexión, pero los ángeles sabían lo que significaba.
Era difícil para Serah conectar toda esa locura con la criatura que tenía enfrente,
volcando improvisadamente sus cartas, juego tras juego, como si no tuviera nada más
que hacer en el universo entero. ¿Cómo era posible que estuviera destruyendo a la
humanidad y conspirando para tomar el control, cuando pasaba casi todo su tiempo
jugando un tonto juego de cartas con ella? Él no se escabullía para ir a reuniones
secretas, no tenía ejércitos malvados entrenando a su lado. De hecho, aparte del que
encontró el primer día y le mostró el camino adentro, no había visto a un solo
demonio en su presencia.
La atmósfera era ligera, cualquier tensión que hubieran tenido se desvaneció mientras
bromeaban y reían, por primera vez sus juegos siendo más como diversión que como
un deber. Había dos lados en él, dos seres demasiado diferentes que de alguna manera
coexistían en un mismo cuerpo. Estaba Satán, el demonio de ojos rojos, quien agredía
envuelto en rabia e invocaba la maldad… Y luego estaba Lucifer, logrando lo mejor con
lo que le había sido dado, todavía encontrando color en un mundo muy, muy oscuro.
Y esa parte, el persistente pedazo del ángel, optimista y entusiasta , la fascinaba como
nada lo había hecho nunca.
Lucifer revolvió las cartas y partió la baraja por la mitad. Estaba a punto de pasarle su
parte cuando ella levantó una mano y lo detuvo.
—¿Disculpa?
—¿Estás renunciando?
Lucifer soltó una risa seca—. Esto es la Guerra. No existe otra forma de jugar.
—Sí, si la hay —aclaró ella—. Puedes jugar como una persona normal.
—¿Entonces?
—Bien —dejó salir, casi como si fuera físicamente doloroso es estar de acuerdo—.
Terminemos con esto.
El juego empezó con normalidad, una cantidad equitativa de dar y tomar, mientras
Lucifer volteaba las cartas manualmente por primera vez. Serah empezó a destacar
eventualmente, ganando partida tras partida. La mano de Lucifer fue encogiéndose
mientras el juego avanzaba, dejándolo solo con tres cartas.
—Me sorprende que no hayas dicho que era trampa antes. Gané ciento veintitrés
juegos seguidos. Tenías que saber que algo no estaba bien ahí.
—Por supuesto —dijo él—. Vamos. ¿De verdad creíste que jugaría limpio? Si quiero
algo, lo consigo. Te lo dije, yo creo todas las reglas por aquí.
—¡No puedo creerlo! —escupió ella—. Lo he dedicado todo para ganar este juego,
para que así pudiéramos tener finalmente una conversación honesta, ¡y todo este
tiempo has estado haciendo trampa! ¡Me es imposible ganar!
—Porque me dejaste.
Ella lo miró fijamente mientras golpeaba la mesa con su mano. Agarró las últimas dos
cartas, metiéndolas al fondo de la baraja.
Se encogió de hombros.
—¿Por favor?
—No.
—¿Hice todo esto por nada? ¿En serio? ¿No me vas a dar nada?
Se dio la vuelta para marcharse cuando él la agarró del brazo, tirándola de vuelta a la
silla. Ella empujó para alejarse de él, alejando sus manos de ella, mientras algo surgió
bajo su piel. Era tan intenso que su cuerpo se sintió como si estuviera vibrando.
—¿Quién?
—Tu hermano.
—¿Cuándo?
—Hace algunas semanas —dijo él—. Fue la primera vez que te olí. Tu esencia estaba
impregnada en él ese día.
—No, me refiero a eso. ¿Por qué vino aquí? —preguntó ella—. ¿Qué quería?
—¿Qué pregunta?
—Quería saber por qué no me daba por vencido. Lo tenía todo, y renuncié a ello por
esto. —Agitó las manos a su alrededor, señalando hacia el sombrío cuarto—. Él quería
saber si caer valía la pena.
—¿Qué le respondiste?
—Le respondí que prefería soportar una eternidad de dolor por elección propia que
no sentir nada para siempre a la fuerza —respondió él, tocando su sien—. Al día
siguiente los ángeles estaban frenéticos. Samuel había caído, dijeron. Nadie sabía por
qué, o como, pero yo sí.
—¿Por qué?
Lucifer se deslizó más cerca de ella. Ella lo miró fijamente, la desesperación brillaba
en sus ojos mientras esperaba una explicación, algo que pudiera darle sentido a todo
finalmente. Samuel era tan leal, dedicado a la inocencia. ¿Qué había hecho para
merecer tal destino?
—Él cayó porque decidió que caer valía la pena —dijo Lucifer—. Le pidió a Miguel que
le quitara sus alas.
—Estás equivocado.
Lucifer suspiró.
—No lo estoy. Él fue el primero, sabes. El resto de ellos cayeron como castigo. Samuel
cayó porque estaba listo para irse.
—No estás sola —dijo él—. Me gusta pensar que te dejó en manos capaces.
—Miguel.
Él no dudó mientras movía su cabeza hacia un lado, presionando sus labios ásperos a
los de ella. Ella se quedó quieta, tambaleándose mientras él la besaba gentilmente, su
lengua barriéndole el labio inferior. Ella dejó salir suspiro tembloroso, la lengua de él
explorando su boca al segundo en que la abrió, suavemente acariciando la suya. Algo
se sacudió en el interior de ella en ese momento. Algo deslumbrante. Algo
completamente nuevo. Ella levantó una mano temblorosa y la pasó por su oscuro
cabello. Cada parte de ella que lo tocaba hormigueó, alfileres y agujas bajo su piel,
como si estuviera despertando por primera vez.
Hubo fuego entonces, pasión haciendo erupción cuando sus manos lo tocaron. Su beso
fue más firme, sus labios se movieron más fervientemente. Ella trató de devolverle el
beso, trató de corresponder sus movimientos frenéticos, pero todo a la vez era
demasiado, demasiado abrumador, demasiado desconocido, demasiado intenso. Ella
se empujó lejos de él, sacudiendo la cabeza. Lucifer se congeló, respirando
pesadamente, el azul de sus ojos siendo consumido por el café mientras la miraba
perdidamente. Su expresión se transformó rápidamente a confusión.
—Oh, mierda.
Imposible.
Ella se levantó, aterrorizada, y corrió a toda velocidad hacia la puerta. Lucifer trató de
detenerla, corriendo justo detrás de ella, pero era demasiado rápida. Saltó por la
entrada y remontó hacia la puerta a la velocidad del rayo, pasando a través de ésta.
Lucifer trató de seguirla y golpeó el escudo a toda marcha.
Un agudo chillido se propagó por el cielo mientras los encantamientos forcejeaban por
mantenerlo encarcelado, tan fuerte que Serah retrocedió y se llevó las manos a los
oídos para tapárselos. Se volteó, viendo que Lucifer había traspasado la mitad del
escudo antes de que éste lo repeliera brutalmente.
Un grito insoportable salió de su pecho mientras sus ojos ardían de un brillante
carmesí, sus labios retorciéndose en una mueca monstruosa. Él cayó de rodillas, su
piel bronceada tornándose anaranjada como si el fuego rugiera por debajo, con ese
lugar en su pecho donde Miguel había tallado la marca resplandeciendo tan
brillantemente que Serah podía verla a través de su camisa negra. Las llamas parecían
explotar desde el círculo, chamuscando su ropa.
Él lanzó la cabeza hacia atrás y apretó sus manos en puños cuando otro ruido rebotó a
través de la tierra. La tierra temblaba mientras los centinelas exterminadores
descendían sobre él, los monstruos negros sin rostro y sin forma desgarrando su piel.
Sus gritos se hicieron más fuertes a medida que su cuerpo los absorbía antes de
arrojar las masas, como meras sombras atravesándolo.
La visión de Serah se hizo más borrosa, con su pecho apretándose mientras luchaba
por recobrar la compostura, jadeando por un aire innecesario, incapaz de tomar un
respiro que no era necesario. Se cubrió la boca mientras las lágrimas corrían por sus
mejillas y apartó la mirada de él, incapaz de soportarlo. Corrió de nuevo, sin detenerse
hasta que puso un pie de nuevo en el suelo de los bosques en Hellum Township.
—Samuel.
Serah suspiró cuando su hermano se teletransportó desde atrás hacia el frente de ella
en el momento en que se volteó a mirarlo. Ella se dio la vuelta, levantando una ceja
cuando lo miró a los ojos, al ver la mirada de diversión en su rostro.
—¿Por qué?
Él sonrió con suficiencia.
—¿En serio?
—Oh, bueno, entonces supongo que para nada te conseguí una sorpresa.
—¿Una sorpresa?
—Creo que me estás confundiendo contigo —dijo Hannah—. Estoy bastante segura de
que ayer los escuché a ti y a Miguel hablando sobre la paz mundial.
—Oye, ese es un gran concepto —dijo Samuel—. Ciertamente haría nuestro trabajo
mucho más fácil si todo el mundo simplemente pudiera llevarse bien.
—Bueno, no lo harán. —Hannah se puso de pie, dándole a Serah una pequeña sonrisa,
antes de voltearse hacia Samuel. Levantó dos dedos mientras le sacaba la lengua—.
Adiós.
—¿A dónde?
—Sí.
—¿Qué es?
—Ya lo verás.
Caminaron por unas cuantas cuadras, bajando la velocidad cuando llegaron a una
pequeña cafetería. Serah echó un vistazo por la ventana, viendo unos pocos clientes en
el interior, nada en particular que pudiera despertar su interés.
Él se echó a reír.
—¿Qué hay?
—¿Y? —Él se encogió de hombros—. No podemos conducir a este chico malo a menos
que nos materialicemos. Llamará demasiado la atención sin alguien al volante.
—¿Por qué?
—No robarás.
—Lo estamos pidiendo prestado. ¿Ves? Las llaves ya están ahí para nosotros. Sin
robar.
—No codiciarás.
Serah suspiró.
—¿Cómo lo sabes? Nunca lo has intentado. —Él ondeó las manos, haciendo un gesto
hacia el auto—. Vamos. Parezco demente, sólo quedándome aquí parado hablando
conmigo mismo.
Serah miró a su alrededor con desconfianza, esperando que nadie estuviera mirando
mientras se materializaba junto a su hermano. Él le sonrió mientras corría hacia el
auto, saltando al asiento del pasajero. Serah caminó hacia el lado del conductor y abrió
la puerta, deslizándose tímidamente en el asiento. Se puso el cinturón de seguridad,
ganándose una dramática rodada de ojos.
—No, sin embargo hay una ley sobre cinturones de seguridad —dijo ella—, pero sigue
adelante y deja el tuyo desabrochado si quieres que un oficial de policía nos detenga.
Serah encendió el auto, con una sonrisa apoderándose de sus labios cuando éste cobró
vida, el auto vibrando a medida que el motor ronroneaba. Trató de recordar qué era lo
que hacían los mortales cuando conducían y comprobó sus espejos, ajustando el
asiento para alcanzar mejor los pedales. Puso el intermitente para hacer señas y miró
a su alrededor con cautela, asegurándose de que nada estaba viniendo mientras salía a
la calle.
Samuel miró alrededor del vehículo, abriendo las consolas y buscando en los
compartimientos.
—¿Qué?
—Pisa el acelerador.
—Lo hago.
Samuel estiró el cuello para mirar el velocímetro. Serah bajó la mirada a éste: 30
kilómetros por hora.
—Fíngelo —dijo él, levantando una ceja—. Pisa el acelerador o lo haré yo.
Serah golpeó con el pie el pedal del acelerador, sabiendo que su hermano haría lo que
advirtió. El auto se sacudió, rugiendo ruidosamente mientras aceleraba rápidamente
por la calle. Se acercaban a un semáforo tras otro, cada uno peculiarmente cambiando
al verde justo antes de llegar a él. Serah miró por encima, viendo a su hermano agitar
su dedo casualmente, cambiando las luces para ella.
Fueron a toda velocidad por todo Chorizon y fuera de los límites de la ciudad,
serpenteando por sinuosas carreteras secundarias, sin pasar ni un solo auto en el
camino. El Pontiac, a pesar de tener casi cincuenta años, funcionaba muy bien, sin
ningún contratiempo mientras cambiaba automáticamente las velocidades, rugiendo
cada vez que ella pisaba más fuerte el acelerador. El velocímetro se movía poco a poco
hacia arriba más y más lejos —110, 120, 130, 140— mientras el viento azotaba el
largo cabello de Serah, enviándolo a arremolinarse locamente en el aire alrededor de
ellos. Samuel se reclinó hacia atrás, sonriendo mientras la observaba conducir por
primera vez.
Samuel la miró.
—Hasta ahora. Tendrás muchos más como ese, si no mejores, en el futuro. —Él sonrió,
estirando la mano y empujándola juguetonamente debajo de la barbilla—. Ambos los
tendremos, hermanita. Simplemente lo sé.
—Uf, qué canción tan terrible —dijo Hannah, dejándose caer en el columpio junto a
Serah—. Déjame adivinar: es sólo otra tonta rima infantil, ¿verdad?
Serah sacudió lentamente su cabeza mientras las palabras corrían por su mente.
—Y yo —susurró mientras las niñas comenzaban otra vez, cantando las rimas desde el
principio. Cometió un error y beso a una serpiente...—. ¿Lo fue?
—¿Estás bien? —la preocupación se entrelazaba con la voz de Hannah—. Serah, me
estás preocupando.
Las niñas comenzaron por tercera vez, pero Serah no se quedó alrededor para
escuchar. Se fue sin despedirse de Hannah, teletransportándose al prado en el Cielo.
Tan pronto como apareció, una sensación inquietante nadó a través de ella. Con una
respiración profunda, una dulzura suculenta entró en sus pulmones, el perfume de las
incontables flores silvestres cubriendo la tierra. Recogió un puñado de la tierra y se lo
llevó hacia su nariz. Aspirando, desconcertada por la fragancia, tan fuerte un sabor
amargo le hizo cosquillas en la parte posterior de su garganta.
—Por favor, ayúdame —susurró, suplicándole—. Ángel del Señor, ruego por tu
misericordia.
Antes de que Serah incluso pudiera pensar en cómo responder, Lucifer levantó su
brazo, cerrando metódicamente su mano en un puño, quitándole la voz al alma
torturada. El hombre continuó súplica, sus labios se movían frenéticamente, pero
ningún sonido se escapaba. Agarró su garganta, el terror alcanzando su expresión
mientras sus ojos se dirigieron de nuevo al Rey del Infierno.
—Aquí.
—Tómalas.
—No.
—Huélelas.
—Huélelas tú.
—Sabes, él hace trampa. Es tan cobarde, sin carácter que ni siquiera puede jugar
limpio.
—¿Por qué? —exigió, negándose a dar marcha atrás. Empujó las flores hacia él,
golpeando su pecho con ellas apretándolas fuertemente en su puño—. ¿Qué me está
pasando?
—Lo que te está pasando, ángel, es que finalmente estás empezando a darte cuenta de
que este perfecto mundo en el que vives no es tan perfecto como lo hicieron —dijo
Lucifer, arrebatándole las flores—. Estás empezando a darte cuenta de que Papi no es
tan bueno como es.
—Blasfemia.
—Puedes maldecirme todo lo que quieras —continuó—. No por ello es menos cierto.
Los indicios están todos ahí.
—Te equivocas.
—¿Lo estoy? —Arqueó una ceja—. Dime que no sientes el frío en el aire, que no
puedes sentir mi aliento en tu piel. —Se extendió, pasando el dorso de su mano a lo
largo de su pálida mejilla. Se estremeció ante la sensación, hormigueo corriendo por
su cuerpo mientras su mano recorría su cuello, arrastrándose a lo largo de su pecho,
entre sus pechos—. Dime que no sientes nada de eso. Jodidamente te desafío.
Golpeó su mano.
—Eres vergonzoso.
—Oh, no te he hecho nada, ángel. —Se inclinó hacia delante, sus labios cerca de su
oído mientras susurraba—: Aún.
Lucifer dio un paso atrás mientras las velas se encendían de nuevo, sus ojos
lentamente arrastrándose a lo largo de ella, antes de que de nuevo se diera la vuelta y
se dirigiera de nuevo hacia su trono. Se sentó y estiró sus piernas, haciendo señas
hacia ella para que tomara asiento, pero ella no se movió.
—¿Lloras?
Se burló.
—Lo sé.
Se rió secamente.
Frunció su ceño.
—¿Entonces por qué te pones a ti mismo a través de eso? ¿Por qué simplemente no
me detuviste si podías?
—Te lo dije... no estoy en el asunto de quitar el libre albedrío. Quería que cambiaras de
opinión, que eligieras volver. Pero no lo hiciste, ni siquiera después de que los
segadores de las almas me atacaron. Mensaje recibido, ángel, en voz alta y
jodidamente claro.
No hay respuesta.
—¡Detén esto!
—¡Lucifer!
—¡Eres horrible!
Lucifer ignoró el golpe e indicó la mesa frente a él por segunda vez desde que
irrumpió en la habitación.
—Siéntate.
Serah se le acercó indecisamente. En lugar de sentarse en una de las sillas negras, se
subió a sí misma sobre la mesa, pies colgando hacia el costado mientras lo enfrentaba.
Estaba tan cerca que podía empujar su pie y darle una patada, si así lo deseaba.
Con el estado de ánimo en el que se encontraba, desde luego era una posibilidad.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó en voz baja—. Eso es todo lo que quiero saber. ¿Por
qué?
—He hecho un montón de cosas, así que vas a tener que ser más específica —dijo—.
¿Por qué me rebelé? ¿Por qué no renuncio a todo? ¿Por qué hago trampa en la Guerra?
¿Por qué me estrello en la puerta como un puto imbécil suicida?
Serah sacudió su cabeza exasperada y miró hacia otro lado, frustrada. Lucifer se
incorporó y se estiró, agarrando su mentón y estirando su cara para que lo mirara de
nuevo.
—Dime algo. —Su voz era baja, un susurro áspero—. ¿Alguna vez has hecho algo
simplemente porque querías? ¿No porque te ordenaron hacerlo, no porque pensabas
que tenías que hacerlo, pero por egoísmo? ¿Avaricia pura? ¿Lo hiciste, porque no
podías imaginar no hacerlo? Las consecuencias que se vayan a la mierda.
—No.
—Que detenga la lucha —dijo él, interrumpiéndola—. Y me lo has pedido... más de una
vez. Y me he negado... más de una vez. Sin embargo, aquí estás todavía. ¿Por qué?
Se encogió de hombros.
Lucifer sonrió.
—Exactamente.
—No podemos hacer esto —dijo—. Está mal. ¡Todo está mal!
—¿Y?
Lo miró incrédulamente.
—¡Es un pecado!
—Ah, pecado —dijo Lucifer—. Como la serpiente que engañó a Eva para que coma el
fruto prohibido. Lo comió vorazmente, sabiendo que no debería.
—Lo fue —convino Lucifer—, pero si piensas por un momento que de verdad se
arrepintió, estás equivocada. Esa fruta fue la cosa más gloriosa que jamás probó, la
más dulce, la más madura, y una vez que has experimentado algo que te quita el
aliento, jamás lo olvidas. Jamás te arrepientes.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque es la misma cosa cuando sientes —dijo—. Una vez que sabes lo que es oler
una flor, no puedes regresar a verla sólo como una planta. Es más que eso, mucho,
mucho más. Y es lo mismo con el placer. Una vez que sientes el escalofrío del toque de
un amante, no puedes regresar a estar entumecida de nuevo.
—Pero Eva no solamente se hirió a ella misma cuando pecó.
—Le das demasiado crédito —dijo Lucifer—, se comió una maldita manzana. Eso es
todo. No pudo ignorar su hambre. La tentación fue demasiada. Y en tal caso, en lugar
de estar en contra de Eva, el mundo debería envidiarla, realmente.
—¿Por qué?
—¿Rendirme a qué?
—Sé que lo sientes, muy dentro de ti, gritando para ser reconocido, para ser saciado.
—Él continuó como si ella no hubiera hablado—. Puedo sentirlo, desgarrando debajo
de tu piel, rogando para ser liberado, rogando para ser invitado a jugar.
—Dime —gruñó—. Dime que no sientes a tu cuerpo tomar vida. Dime que no quieres
más de eso, que estás satisfecha regresando a tu existencia miserable y sin fin donde
un maldito cosquilleo es suficiente para aplacar tu sed. Dime, y nunca te lo preguntaré
de nuevo.
Serah abrió su boca para decirle, para terminar la farsa, pero no pudo forzar las
palabras de sus labios. No podía mentir. Tragó pesadamente, su respiración
acelerándose mientras frotaba sus manos contra su vestido, limpiando la súbita
humedad de sus palmas.
Lucifer saltó de su asiento, golpeando sus manos en ambos lados de Serah en la mesa.
Se elevaba sobre ella, sus ojos de un rojo furioso por su silencio prolongado.
—¡Dime!
—No.
El patético chillido de una palabra, apenas audible, fue suficiente chispa para encender
un fuego en la habitación. Sin dudarlo, ni una onza de duda de sí mismo, sin pensarlo
dos veces, Lucifer aplastó sus labios en los de Serah, besándola con un fervor que no
había percibido antes. Él la hizo golpearse contra su espalda en la mesa, forzando sus
piernas a separarse mientras se presionaba contra ella, las capas de ropa entre ellos
no eran suficientes para contener el calor que emanaba de él. Su erección palpitaba en
sus pantalones, pulsando entre sus muslos mientras ella pasaba sus manos a través de
su cabello.
Oh, Cielos…
Las manos de Lucifer se deslizaron por la parte exterior de sus muslos, empujando su
vestido alrededor de su cintura, mientras enganchaba las piernas de ella en sus
caderas. No había consideración en sus movimientos, ni gentileza en su toque, nada de
la dulzura que ella siempre había asociado con el acto. Esto era lujuria, pura y
auténtica, un deseo sin filtrar que se fermentaba entre ambos, desatado por primera
vez.
Lucifer se separó de sus labios lo suficiente para arrancarle la ropa y tirarla a través
del cuarto. Se retiró mientras ella yacía en la mesa, ni una pizca de ropa protegiéndola
de sus ojos. Tiró de su camiseta y la soltó en el piso cerca de sus pies, su oscura mirada
fija en su pecho desnudo. Sus manos frotaron sus pezones, la piel sensible
frunciéndose bajo su toque. Un solo dedo se arrastró por su estómago, circundando su
ombligo, antes de sumergirse en la carne desnuda entre ellos.
—¿Te gusta eso? —Él murmuró contra su boca—. ¿Se siente bien tenerme dentro de
ti, follándote?
Lucifer mordió su labio, perforando la piel mientras salía de ella. Agarrando sus
caderas, la volteó, su dura mano inmovilizándola, sus pechos planos contra la mesa.
Un grito sobresaltado hizo eco a través del cuarto mientras él la tomaba por detrás,
llenándola más profundamente que antes. Una salinidad nauseabunda cubrió la
lengua de Serah mientras lamió sus labios. Hizo una mueca de dolor por la aguda
quemadura y pasando su dedo por su boca, sorprendida de ver la mancha de rojo.
Sangre.
Casi no tuvo tiempo de considerar lo que eso significaba mientras él empezó a golpear
dentro de ella, más y más fuerte, más y más profundo. Un grito fuerte se desgarró
desde ella mientras arañaba la mesa, el mármol desmoronándose mientras sus uñas
cavaban surcos profundos en la dura roca. Sensaciones sobrecogedoras pululaban en
su cuerpo, nada como el hormigueo que había sentido antes. Esto era el golpe
despiadado del relámpago agitándose a través de cada centímetro de su cuerpo,
impulsando cada célula, alterándola hasta lo más profundo. Podía sentir su cuerpo
volviendo a la vida, volviéndose más fuerte cada segundo, mientras otra parte de ella
se deterioraba, involuntariamente convirtiéndose en algo más. Su pecho dolía
cruelmente, como si estuviera atornillado, desencadenando pulsaciones bajo su piel.
Ella podía escucharlas sobre el sonido de su piel golpeándose, el aporreo de un pulso,
latiendo por primera vez.
Pareció explotar dentro de ella mientras su corazón se impulsó, mandando todos sus
sentidos al agotamiento. El olor amizclado del sexo y el sudor se filtró a sus pulmones,
su visión borrosa, con piel de gallina. Una fría brisa sopló a través del cuarto, una
diferencia completa del fuego ardiente de las manos de Lucifer en su piel. Él agarró
fuertemente una de sus caderas mientras su otra mano acarició la parte baja de su
espalda y la curva de su trasero, los ásperos callos de sus dedos como papel de lija
contra su piel sensible.
Él la maltrató, una y otra vez, sin tener misericordia con su cuerpo. Le dolía donde se
conectaban, una punzada dolorosa mientras él se estiraba y la llenaba. Encajaban
estrechamente, como cuero pegándose a la piel mojada, donde él terminaba y ella
empezaba era un borrón de sensaciones. Serah trató de aclarar su cabeza, trató de
darle sentido a todo, pero los sentimientos eran demasiado abrumadores, demasiado
nublado para ver a través.
Lucifer se inclinó sobre ella, su pecho presionado contra su espalda, su calidez casi
quemando su piel. Su aliento frío la abanicó mientras su lengua se arremolinaba a lo
largo del lóbulo de su oreja, una risa ligera vibrando en su pecho mientras ella se
estremecía violentamente.
El aire cambió en ese momento, en una fracción de segundo, una decisión automática
donde se había comprometido a él cambiando todo. Un fuerte crujido de trueno partió
el techo, las paredes empezando a desmoronarse alrededor de ellos mientras Lucifer
la golpeaba fuertemente desde atrás. Ondas de choque brutales se apoderaron de su
cuerpo mientras estallaba en el orgasmo, temblando de placer, gritos de éxtasis
quemando su garganta en carne viva. Ella se apretó contra él cuando él se soltó, un
grito salvaje rasgando su pecho mientras los dos llegaron juntos al orgasmo. Ella podía
sentirlo, pulsando mientras se venía dentro de ella, calentándola desde el interior. Un
cosquilleo familiar, el hormigueo de su Gracia energizada, se agitó en su cuerpo, más y
más fuerte, más y más alto, construyéndose hasta el punto de la detonación.
—Gracias, ángel.
Su Gracia, se dio cuenta. Se la había dado a él. Ella había sanado sus heridas mientras
se agitaba a través de su cuerpo, reaprovisionándolo como Miguel lo había hecho con
ella en innumerables ocasiones. El terror la recorrió, apoderándose de su ahora
corazón latiente, mientras sacudía la cabeza frenéticamente, no queriendo creerlo.
Lucifer solo la miró fijamente, ni una onza de sorpresa en su expresión. Él sabía que
esto pasaría.
En otro trueno, se había ido. Serah miró fijamente el punto que él ocupaba hace unos
segundos, horrorizada, mortificada, mientras envolvía sus brazos fuertemente
alrededor de su pecho, tratando de mantener la compostura. El suelo retumbó
brutalmente, agrietándose, abriéndose mientras las llamas estallaban desde abajo. Los
ruidosos gritos de agonía rompieron el aire mientras todo empezaba a colapsar sobre
sí mismo, el Rey del Infierno no estaba ahí para contener nada.
Serah podía sentir que era temprano en la mañana, pocas horas después de la salida
del sol, pero el día estaba tan tormento y oscuro como la medianoche. El rojo había
teñido el cielo, espesas y sangrientas nubes bloqueando la luz del sol. Meros minutos
habían pasado desde que ella había estado en ese horrible cuarto con Lucifer, pero
parecía como si toda la vida se hubiera marchitado en la Tierra. Todo estaba seco y
quebradizo, una sequía arrebatando el suelo, mientras que el aire estaba viciado con
un almizcle, mal olor.
—Puedo escuchar tu corazón —presionó Miguel—, ¡Un corazón que no debería latir!
—Cometí un error.
—¿Un error? —Miguel levantó su ceja en sincronía con su voz—. ¡Desataste el Infierno
en la Tierra!
—¡Es Satán! —gritó Miguel, dando un paso más cerca, rabia nublando su rostro—.
¡Permitiste que el diablo te sedujera!
Miguel desapareció, uniéndose a los otros. Él era el que había encerrado a Satán, en
primer lugar, por lo que sólo él sabría cómo volver a sellar la puerta. La devastación
golpeó a Serah mientras dejaba caerse de rodillas, doblándose en sollozos.
Estática apareció justo en frente de ella. Miró hacia arriba, de manera irracional
buscar a su hermano perdido, pero se encontró con Hannah parado allí en su lugar.
Hannah frunció el ceño, agarrando el brazo de Serah y la tiró para que se pusiera de
pie.
—Contrólate —dijo ella, con voz dura, pero no había rabia en su expresión—. No
podemos tenerte en pedazos en este momento.
—Sí, lo que significa que de alguna manera eres parte en cómo todo esto se desarrolla.
—No soy nada. Sucumbí a la tentación de la serpiente. Desaté a Satán.
—Fuiste seducida por Lucifer. —Hannah suspiró, negando con la cabeza—. Era un
Arcángel, Ser, el más glorioso alguna vez creado. No puedo culparte por caer
enamorada por él.
Una ráfaga de sombras negras pasó azotando, entonces, cubriendo la tierra tan rápido
como los ojos podían ver. El oxígeno parecía ser absorbido de la atmósfera mientras
Serah se quedó sin aliento dolorosamente, luchando por respirar.
—Miguel liberó a los segadores —dijo Hannah, viendo las criaturas mórbidas
descendiendo sobre la Tierra—. Es sólo cuestión de tiempo antes de que lo rastrean.
—Ya sabes la profecía, Satán destruirá todo de una vez y por todas. —Su mirada se
volvió hacia Serah de nuevo—. Miguel viene. Necesitas salir de aquí.
—A donde sea que te sientas a salvo —dijo Hannah—. Una vez que el dragón esté
domado, verá las cosas con claridad. Estoy segura de ello.
Serah se mantuvo de bajo perfil, fuera de vista, fuera de sí, mientras los ángeles
luchaban para contener el desorden que había hecho. Criaturas de todo tipo se habían
desbocado por la puerta, poniendo un pie en la Tierra por primera vez: vampiros,
hombres lobo, incluso hadas. El reino sobrenatural había explotado, dirigido por una
horda de demonios que se había liberado.
Era como que esperaban que el Armageddon sería, peor en algunos aspectos, pero
algo claramente faltaba.
Pasó una semana. Siete días de disturbios, y los ángeles tenían los combates un tanto
contenidos en América. Serah observaba desde la distancia mientras los viles
monstruos cayeron, uno a uno encerrados de nuevo en sus jaulas, pero no escapó de
su conocimiento que su líder no se encontraba por ninguna parte. Nadie informó de
ningún avistamiento, ni un solo incidente.
—Relájate, ángel —dijo una voz suave—. No estoy aquí para herirte.
Luchó con más fuerza al sonido de la voz, sólo para liberarse porque él
voluntariamente soltó su agarre. Volteándose, ella dio un paso atrás con rapidez.
—Satán.
Dio un paso hacia ella, provocando un retroceso en ella. Presionó su espalda contra el
frío cristal de la ventana. Se quedó inmóvil, levantando las manos a la defensiva.
—¿Molesta? —dijo entre dientes—. ¡Estoy furiosa! ¡Me usaste! ¡Sabías que esto iba a
pasar!
—Lo es —insistió—. Fui una tonta al pensar lo contrario. Tú, Satán, estás destinado a
aniquilar el mundo.
—Lo estoy —admitió de nuevo—, pero como te dije, no todo es así de blanco y negro.
—Me has infectado —escupió—. Los números pueden no estar marcados en mi piel,
pero la marca de la bestia está en mi ahora.
—Estás siendo dramática —dijo él—. No hice nada sin tu permiso. Te diste a mí.
—¡Me coaccionaste!
—¡Pura mierda! —espetó mientras caminaba hacia ella, sin disuadirse esta vez
cuando ella trató de escapar. Cerró sus manos contra el cristal de la ventana, su cara a
escasos centímetros de la de ella—. Tú querías. Todavía lo quieres. Puedo oler el
deseo en ti, lo siento dentro de ti, pidiendo más libertad.
—¡Mentiste!
—¡Te odio!
—Tal vez, pero todavía me deseas. Todavía me necesitas. Me atrevo a decir, quizás
incluso hay una parte de ti muy en lo profundo que en realidad se preocupa por mí.
—¡Nunca!
Ella esperaba que le desalentara, pero sus labios se curvaron en una sonrisa burlona
mientras daba un paso calculado en su dirección.
—¿Qué quieres de mí? —hirvió ella—. Te has liberado. Obtuviste lo que querías.
—No todo.
—Tú.
—No he caído.
—Todavía.
—No lo hay —escupió ella, cortándolo mientras amargas lágrimas salían de sus ojos.
Ella las apartó mientras caían por sus mejillas—. No sé qué me va a pasar.
—Es eso por lo que vine —dijo Lucifer—. Quiero enseñarte algo.
—"No confío en la gente como tú —dijo ella—. Fui estúpida al pensar que eras
diferente. No lo eres. No eres más que…
Lucifer se lanzó hacia ella, tan rápido que sus disueltos sentidos no podían seguir su
ritmo. La tomó, tirándola hacia él, e hizo desaparecer a los dos de la sala en el
segundo que trató de luchar contra él. Aparecieron en el patio delantero de una casa
en los suburbios, donde la soltó mientras luchaba contra él. Miró a su alrededor,
reconociendo de inmediato, una pizca de pánico burbujeando dentro de ella.
La residencia Lauer.
Se quedó mirando la casa modesta, una sutil luz parpadeante en el interior de las velas
encendidas. No había luz allí, al igual que en todas partes en la comunidad. Apagones
inesperados, dijeron, causada por el disparo de la central eléctrica. No funcionaba por
un poco más de una semana, desde que Lucifer había roto sus ataduras.
No era coincidencia.
—No lo evoques —dijo entre dientes en su oído. Dios—. Y yo no he hecho nada a estos
pequeños seres humanos molestos. ¿Por quién me tomas?
—Háblame de ellos.
—Tres personas, sin embargo hay cuatro latidos del corazón —dijo Lucifer—. ¿Por
qué es eso?
—¿De cuánto?
Serah se quedó mirando la casa, viendo sombras moverse por el interior. Podía oír
tenues risitas infantiles y se dio cuenta que ellos estaban sacándole el mejor partido a
el apagón jugando a las escondidas como familia.
—Cinco semanas y seis días, para ser preciso —la corrigió Lucifer.
—Curioso, ¿no? Solo estaban destinados a tener un niño. Pero sin embargo, hay otro,
concebido la misma tarde que el rayo golpeó el cielo de la espada de fuego de Miguel.
—Samuel.
—Una hija, llamada como su padre —dijo él—. Y ahora un hijo, con el nombre de su
madre, Sam.
—Mi hermano.
—¿Cómo? —susurró ella, su visión nublándose con las lágrimas—. ¿Cómo puede ser?
Suspirando, Lucifer la atrajo con más fuerza hacia él, sus brazos envolviéndola en un
fuerte y cálido abrazo. Apoyó su barbilla en la parte superior de su cabeza.
—Te dije que, cuando caes, tu mortalidad está asegurada. Pero lo que no te he dicho es
que cuando Miguel toma tus alas con su espada, las heridas son fatales. Un mortal no
puede competir con su espada.
—¿Moriré?
—Lo harás.
Perdió la batalla con sus lágrimas otra vez cuando un sollozo brotó de ella.
—Samuel murió libre de pecado —dijo Lucifer—. Se le dio a su alma una segunda
oportunidad. Un borrón y cuenta nueva.
—Pero a mí no.
—A ti no.
Cerró los ojos, fijando su atención en el suave revoloteo del pequeño latido dentro de
la casa, una vida apenas comenzando, el mundo a su alcance.
—¿Él sabrá? —preguntó ella—. ¿Sabrá lo que es, lo que era? ¿Recordará su otra vida?
¿Me… recordará?
—Pero no es tan blanco y negro —continuó él—. Nada lo es. ¿Cuántas veces tengo que
decirte eso? Él no sabrá quién eres, o lo que eras para él, o lo que él era, pero si alguna
vez alguien pronuncia tu nombre en su presencia, sentirá un apretón en su pecho, una
familiaridad donde sus almas estuvieron conectadas. Y él sabrá entonces, lo sentirá,
solo no lo entenderá.
Respirando profundamente para ponerse firme, Serah se apartó de Lucifer y
lentamente se acercó a la casa. Hizo una pausa afuera de la ventana de la sala de estar
y escudriñó el interior. A través de la oscuridad, podía ver a Nicholas y Sam corriendo
por la habitación, fingiendo a propósito que no podían ver a Nicki, quien estaba
envuelta en la cortina, escondida. Serah levanto su mano y la presiono contra el frío
cristal, evocando cada onza de energía que pudo mientras buscaba esa conexión, la
que había estado perdida desde el día que Samuel cayó.
Serah abrió los ojos otra vez y se volvió hacia Lucifer—. Estará bien.
—Yo no.
—¿Eso es lo que te preocupa? Te digo que vas a morir, que Miguel va a matarte, ¿y tú
estás preocupada por el plan de seguro de salud de esta familia? Increíble.
A pesar de la angustia, se las arregló para sonreír entre lágrimas mientras echaba otra
mirada hacia la casa. Una carga seguía siendo una carga, sin importar lo trivial que
pueda parecer.
—Estás tomando esto endiabladamente mucho mejor de lo que pensé que lo harías.
—Podrías culpar a todos los demás, también —dijo él—. A mí, Miguel, incluso a
Samuel…
—Podría, pero no tiene sentido —dijo ella—. No cambiará mi destino. Además, como
puedo culparlos, o a ti, ¿cuándo fue mi libre albedrío lo que lo hizo?
La gran sala de conferencias ocupaba casi la mitad del segundo piso de la torre central,
miles de metros cuadrados de suelo de mármol, una alfombra de terciopelo andrajosa
que conducía desde la puerta de entrada hasta un magnifico trono posado en una
plataforma. El trono de oro brillaba y resplandecía bajo la luz de las velas, el asiento
ocupado una vez más por un rey.
—Bueno, sí —tartamudeó él—. Sería más fácil, ¿no? Aniquilarlos en una gran redada.
—¿Con que beneficio? —preguntó Luce—. ¿Qué quedará para mí? ¿Una roca
radioactiva con nada en ella salvo por un grupo de ángeles enojados y escorias como
tú?
Antes de que la criatura pudiera terminar, Luce sacudió su muñeca, el cuchillo de oro
volando por la habitación a la velocidad del rayo. Golpeó al demonio en la garganta,
interrumpiendo sus palabras. Estallo en llamas antes de explotar en una nube de
humo negro, desintegrándose cuando Luce asintió con la cabeza, el cuchillo volando
de vuelta hacia él. Lo atrapó en su mano izquierda mientras utilizaba la derecha para
señalarle al siguiente que avanzara. Docenas esperaban para hablar con él, para verlo,
para tener la oportunidad de estar en su presencia y decir su nombre.
Uno tras otro marcharon hacia él, trayendo noticias, ofreciendo sugerencias. Escuchó
a algunos, ignoró a otros, destruyó unos pocos, pero no se tomó a ninguno muy en
serio. Estaba distraído, su mente continuamente a la deriva hacia el ángel que lo
perseguía cada momento. Pensamientos de ella alimentaban sus frustraciones.
No se suponía que le importara una mierda, pero ella había cavado su camino bajo su
piel. Y ahora estaba en problemas, graves problemas. Aunque ella se culpaba, Luce
sabía que era todo por su culpa.
—En el primer piso de esta torre está la capilla —dijo él—. Este trono se sitúa
directamente encima de ella. Ningún hombre se pone a si mismo por encima de Dios.
¿Cuántas veces hemos oído decirlo?
—Incontables veces.
—Y aun así, quien sea que construyó este castillo se puso literalmente encima de Dios.
En un tiempo donde todos le temían, este rey solitario desafió abiertamente sus reglas
—Luce le echó un vistazo a la habitación, sus ojos cayendo en el demonio una vez
más—. ¿Crees que ese rey se hubiera sentado aquí quejándose de que el enemigo era
demasiado fuerte? ¿Qué aparecer en la cima era imposible?
—Entonces, ¿Por qué lo haces tú? —preguntó Luce—. ¿Es un mero rey mortal más
valiente que nosotros?
—Entonces sal de mi vista y haz lo que te digo —hirvió—. No estoy pidiéndote que
ganes la guerra. ¡Solo estoy pidiéndote que hagas tu parte!
Luce se puso de pie cuando el demonio se precipito de la habitación. Paso por alto al
siguiente con un movimiento de su mano mientras se acercaba hacia la salida,
deslizando el cuchillo en su bolsillo.
—A Pensilvania.
—No soy un cobarde —gritó—. No voy a sentarme aquí con ustedes idiotas y esperar
a que vengan. Ya que son inútiles en defensa, lo menos que puedo tener es un buen
ataque.
Fue fácil localizar a Serah esta vez, todavía resguardada en el desolado pueblo de
Chorizon. Se sentaba en la esquina del centro comunitario vacío, con las rodillas
encogidas a su pecho, su cabeza gacha. Luce se aproximó en silencio, viendo sus ojos
cerrados, su pecho levantarse y caer al respirar de manera constante.
Abrió sus ojos y lo miró. Su piel estaba sonrojada, sus ojos inyectados en sangre e
hinchados de tanto llorar. Se veía más humana hoy.
Él chasqueó los dedos, con la mano todavía extendida. La habitación fue llenada al
instante con una canción suave y clásica.
—¿Por qué?
—Porque hay música —dijo él—. ¿Por qué habría música si no se supone que
fuéramos a bailar?
Ella no respondió su absurda pregunta, pero le dio su mano y la dejo tirarla para
ponerla de pie. Envolvió los brazos a su alrededor, meciéndolos a la música mientras
ella descansaba su cabeza contra su pecho.
A su pesar, Luce se rió ante eso. Incluso cuando se vino abajo por la Gracia, el fuego en
su interior quemaba fuerte, siempre luchadora.
Él sonrió.
—Ahora, ¿por qué haría una cosa así? —preguntó Luce, levantando las cejas—. Acabo
de llegar.
—Sí, sí, sí —dijo Luce, cortándolos—. Lo siento, señores, pero va a tomar mucho más
que algunos miserables poderes para retroceder y encerrarme. Así que ahórrate el
problema y corre a casa antes de tenga que hacerte daño.
—No voy a advertirte de nuevo. Retírate de aquí, o me veré obligado a acabarte frente
a este ser precioso. —Luce hizo un gesto detrás de él a Serah mientras asomaba su
cabeza, el miedo en sus ojos mientras observaba a los ángeles—. Y prefiero que no lo
vea.
En un abrir y cerrar de ojos, Luce metió la mano en su bolsillo y sacó el cuchillo de oro.
Con un golpe de muñeca, se disparó a través de la habitación, golpeando entre los ojos
a uno de los ángeles antes que cualquiera de ellos tuviese tiempo a reaccionar. El
ángel parpadeaba, cambiando su forma rápidamente entre planos como si su cableado
se estropeara, una señal de que luchaban por la recepción.
—Protege tus ojos, ángel —gritó, agachándose cuando la energía explotó en una
ráfaga de luz ardiente. Luce se lanzó a través del cuarto, arrebatándole el cuchillo
antes de que tocara el suelo, se balanceó alrededor, degollando a otro ángel. La hoja
dentada desgarraba su piel mientras Luce lo hundía más profundo, casi decapitándolo.
Otra ráfaga de luz vibraba la habitación cuando los últimos cuatro ángeles saltaron
hacia Luce. Luchó contra su ataque, dando palizas a su alrededor y rebanando piel,
golpeándolos donde quiera que pudiese alcanzar. Uno de los ángeles sacó una
pequeña espada y la balanceó a Luce, pero no fue lo suficientemente rápido. Luce se
agachó, metiendo el cuchillo en el muslo del otro ángel, usando la distracción para
agarrar la empuñadura de la espada celestial. Retorció el brazo del ángel y clavó la
espada en su estómago mientras nuevamente con su mano libre tomó el cuchillo,
apuñalando a otro en el pecho.
Las explosiones se apagaron, una tras otra, los ángeles efervecían cuando su Gracia se
destruía en sus torsos. Luce se puso de pie erguido, con la espada en una mano y el
cuchillo en la otra, y se volvió hacia el último ángel que quedaba. La energía se detuvo,
con ojos entrecerrados, sin hacer ningún movimiento para atacar.
—Elige tu veneno —dijo Luce, sosteniendo las armas—. ¿Deberías irte por la espada
de tu hermano o con el cuchillo de tu enemigo?
Dejó caer la espada cuando dio la vuelta, deslizando su cuchillo en el bolsillo buscando
a Serah. Ella se agachó en la pared del fondo, mirando boquiabierta por la conmoción,
pero el miedo había desaparecido de sus ojos.
—Los mataste.
—Sí —dijo—. Sé que son tu familia y todo eso, pero era ellos o yo, por lo que me
declaro en defensa propia... o demente. Cualquiera funciona para mí, creo.
Miguel.
—Estás sudando.
Suspiró.
—¿Quién puede decir lo que los ángeles pueden o no pueden hacer, de todos modos?
Es como decir que el malvado no puede sentir remordimiento, o la gente virtuosa no
puede cometer un asesinato.
—Ellos no lo hacen.
—Miguel lo hace.
Sus labios se separaron como si hubiese planeado argumentar su punto, pero las
palabras no salieron.
—Detén esto —suplicó Serah por lo que debía haber sido la vigésima vez, sentada en
medio del columpio del patio de juegos abandonado, el borde de su sucio vestido
rozando el suelo. Pasaron seis semanas desde que comenzó su tarea, y estaba más
cerca de tener éxito como lo tenía al principio—. Por favor.
—No puedo.
El cielo rojo y negro revuelto, las gotas de lluvia ácida cayendo sobre ambos.
Ellos van a destruirte. ¿Por qué ese pensamiento apretaba su pecho, se alojaba en su
corazón?
La interrumpió.
—Lo sé.
Dio un paso más hacia ella, sus manos apretando las cadenas del columpio.
Inclinándose, presionó su frente contra la suya y la miró a los ojos. Después de un
momento, dejó escapar un profundo suspiro y presionó sus labios en los suyos,
besándola suavemente.
—No entiendes lo que estás pidiendo. ¿Quieres que simplemente regrese a mi prisión?
¿Entonces qué? ¿Eh?
—Está bien —susurró, con voz temblorosa—. De todas formas, seré castigada. Moriré
sea como sea.
—La muerte no es nada para temer —dijo—. No es el final. Es sólo otro comienzo.
A pesar de la situación, Serah sonrió ante eso. Recordaba no hace mucho una época
que dijo las mismas cosas sobre él. ¿Qué había cambiado?
—Creo que eres mi manzana —dijo ella en voz baja—. No me arrepiento de probarte.
No puedo. No eres perfecto, de cualquier modo, hay más dulce por ahí, y tienes
algunos lugares podridos, Pero nunca había encontrado una manzana tan jugosa en
ningún lugar del mundo.
—No voy meter mi rabo y correr como una perra. Así no es como termina esta
historia.
—Desafié al destino una vez. ¿Quién dice que no puedo hacerlo de nuevo? —Se volvió
hacia ella, tendiéndole la mano cuando sus dientes comenzaron a castañear, el frío
filtrándose en sus huesos. La lluvia caía con más fuerza, salpicando el vestido de
Serah—. Vamos. Salgamos de la lluvia.
Ella se acercó y tomó su mano. Al momento en que lo agarró, la atrajo a sus pies, y
ambos aparecieron lejos del patio de juegos. En medio de una casa cercana, silenciosa
y tranquila, sin una mota de luz en ningún lugar. Lucifer la soltó y chasqueó sus dedos,
una chimenea junto a la pared se encendió rápidamente. El cálido resplandor naranja
iluminó la habitación. Serah miró a su alrededor, contemplando la enorme cama,
cubierta con una colcha de color celeste.
—¿Un dormitorio? —reflexionó tranquilamente, pasando la mano por la manta,
sintiendo la suavidad bajo sus dedos—. ¿Ni siquiera me invitarás a cenar en primer
lugar?
Su cabeza giró en su dirección, sus ojos se estrecharon mientras le lanzaba dagas, pero
su molestia no podía durar. En cuanto vio su expresión, la sonrisa con hoyuelos, las
líneas de expresión alrededor de los ojos, sorprendentemente azul brillante en el
momento, ella se derritió con facilidad.
—Sin comentarios.
—También eres valiente —dijo, dando un paso hacia ella. Pasó los dedos por su
cabello, metiendo algunos de detrás de su oreja. Sus dedos se arrastraron la línea de
su mandíbula, corriendo por su cuello y a lo largo de su clavícula—. Tienes las agallas
para pararte aquí, delante de mí.
—Gracias.
—Esos no son cumplidos —dijo—. Pero a pesar de todo eso, sé que no me lastimarás.
Él sonrió, inclinándose hacia abajo, sus labios cerca de su oído mientras le susurró:
Serah se estremeció cuando besó suavemente la piel sensible debajo de su oreja, los
labios deslizándose por su cuello. Llegó a la unión entre el cuello y el hombro, un poco
hacia abajo, sus dientes mordiendo su suave carne. Un grito sorprendido escapó de su
garganta por el repentino escozor, el dolor aumentaba sus sentidos. Pasó las manos
por su espalda, debajo de la camisa, sintiendo sus músculos esculpidos y los leves
bultos de sus alas en los omóplatos. Su cuerpo se estremeció cuando sus uñas
rasparon suavemente la piel.
Sus labios se encontraron cuando Lucifer agarró sus muslos, estirando sus piernas por
su cintura. Serah se aferró fuertemente, envuelta a su alrededor, tocaba el suave
cabello de su nuca. Gemidos suaves sacudían su pecho cuando la dejó en la cama,
nunca apartándose de su boca mientras se subía encima de ella.
Sus puños apretaron las sábanas de la cama, incapaz de soportar la presión, sus ojos
se abrieron mientras se acercaba a la explosión. Se quedó sin aliento, un grito se alojó
en su garganta cuando miró su cuerpo desnudo. Su piel ardía en un color naranja
brillante, tan radiante y brillante como el sol. La visión de ello la atrapó con la guardia
baja, la conmoción embestía esas sensaciones de regreso en su interior. Se empujó
lejos de Lucifer y se sentó, acurrucándose en sí misma mientras lo miraba, con ojos
muy abiertos.
Lucifer se rió entre dientes, sujetando sus piernas y acercándola de nuevo. Su piel
volvió a un tono normal, teñido en un ligero rubor rosado.
—Esa fuiste tú dejándote ir —dijo, cerniéndose sobre ella. Se inclinó, besando sus
labios castamente.
La besó en el cuello, mordiendo su piel mientras empujaba para abrir sus piernas. Sin
vacilar, sin temor, se deslizó dentro de ella, ambos uniéndose sinuosamente como si
siempre se hubiesen pertenecido de esa manera. Fue diferente esta vez, más sensual,
más seductor, menos apresurado e impulsivo. Cada golpe fue deliberado, cada
respiración medida, cada gemido, gruñido y jadeo constante. Se habían perdido a sí
mismos en el abandono por última vez, ahogándose en las aguas poco profundas de la
lujuria, mientras flotaban en algo mucho, mucho más profundo ahora.
Amor prohibido.
Las horas se desvanecieron en una nube vaporosa, palabras murmuradas entre besos,
gritos apagados por la carne, mientras orgasmo tras orgasmo sacudió a los
amantes. Lucifer se detuvo finalmente, aquietándose dentro de ella, respirando
fuertemente contra su pecho. Las llamas todavía rugían en la chimenea, pero la
habitación se había puesto significativamente más oscura a medida que pasaba el
tiempo. El mundo exterior estaba siendo azotado por tormentas, lluvia torrencial
golpeando contra el techo mientras el cielo se ponía más rojo, extendiéndose como
sangre derramándose y filtrándose en un suelo de madera.
—No.
—No puedo —dijo ella—. No puedo pelear más de lo que tú puedes parar.
—Porque no está en mí —dijo—. Sigo siendo una creyente. Todavía tengo esperanza
en el mundo, para todos y todo en él. Miro por la ventana, y en lugar de la fealdad, en
lugar de la oscuridad, puedo ver los dientes de león amarillos creciendo una vez más
en la grieta del concreto de una calle.
—He pasado toda mi existencia velando por los niños, tratando de mantener el mal
lejos de ellos. Miro a los niños y veo su bondad inherente, su inocencia, y su
compasión. Han nacido así. Sólo cambian, sólo dan la espalda al mundo, cuando el
mundo les da la espalda a ellos. —Se dio la vuelta, frente a él. Parándose de puntillas,
presionó un suave beso, casto contra sus labios—. Veo la belleza y la bondad en todo,
incluso en ti, Luce. Y mientras esté ahí, nunca podré darle la espalda.
Luce se paraba en lo alto de las montañas de Eilat en Israel. La piedra arenisca bajo
sus pies había cambiado desde la última vez que había puesto un pie en esta región,
pasando de un color marrón amarillento frágil a una oscuridad macabra, fluyendo por
la ladera de la montaña como si alguien hubiera derramado un cubo de pintura negro.
A través del caos, había poco tiempo para que los ángeles se centraran en la búsqueda
de Luce, momentáneamente dándole ventaja. Vio a lo lejos, esperando su momento
mientras disfrutaba de las delicias del infierno finalmente reinando en la Tierra.
Luce hasta ahora había logrado mantenerse un paso por delante de su hermano, pero
era sólo cuestión de tiempo antes de que Miguel lo alcanzara. Era un enfrentamiento
que Luce había estado esperando por siempre, según le parecía. Y esta vez, se juró que
Miguel no obtendría lo mejor de él. Había estado infestado con orgullo en su primer
encuentro y subestimado la fuerza de su hermano y la pura determinación de su
Padre. Eso no iba a suceder de nuevo. En este momento estaba lleno de algo mucho
más poderoso, algo más profundo, más convincente: el odio.
Lo único en lo que el ángel oscuro había pensado más que en sí mismo y en sus
propios deseos materialistas y egoístas en los últimos años era en vengarse de su
hermano. Él lo había lanzado al lago de fuego, atrapándolo en ese hoyo por toda la
eternidad, sin siquiera mostrar una pizca de angustia.
Así que incluso si era lo último que hacía, haría sufrir a Miguel, de una manera u otra.
—Mi Señor...
Luce no se volvió al oír la voz de Lire. Sus ojos seguían enfocados intensamente en la
batalla frente a él. Sus secuaces no eran rivales para los ángeles, a excepción de unas
pocas armas celestiales que habían logrado robar y contrabandear a lo largo de los
años, los ángeles eran invencibles al toque del demonio. Sólo Luce tenía el poder de
masacrar a su clase, pero ese no era su objetivo. Él sólo quería destruir a uno, y por la
destrucción de ese, esperaba que el resto cayera como fichas de dominó.
Podía sentir cómo los ángeles inundaban el área, tratando de proteger la tierra
sagrada y limpiar el desorden. Sólo había pasado poco más de una semana desde su
fuga y el mundo ya estaba en caos, los mares apareciendo abiertos uno por uno,
desatando la anarquía en suelo de Dios. Los jinetes se habían soltado de sus jaulas,
atrayendo la destrucción masiva en los lugares que tocaban.
—Mi Señor, por favor. Debe salir antes de que…
Demasiado tarde.
Un rayo violento golpeó la montaña, desmoronando parte de ella alrededor de los pies
de Luce. Él no se inmutó, no se movió ni un centímetro mientras el demonio era
cortado a la mitad, un gorgoteo repugnante haciéndose eco de su garganta. El olor
pútrido instantáneamente se infiltró en su cuerpo, concentrándose en el aire
alrededor de la cara de Luce, haciéndola contorsionarse. Lentamente, se dio la vuelta,
sus ojos carmesí encontrando los azul cielo de Miguel. La espada de fuego lanzaba un
resplandor sofocante en el rostro de Luce mientras su hermano la sostenía, Lire
empalado al final de la misma.
Sin que sus ojos dejaran nunca a Luce, Miguel sacó la espada del demonio, enviándolo
lejos en una explosión de fuego y humo negro. Se movió entonces, señalando con la
espada a Luce.
—Satán.
—No lo suficiente.
Miguel dio un paso adelante, la punta de su espada apenas a unos centímetros del
pecho de Luce.
En un abrir y cerrar de ojos, Miguel empujó la espada hacia adelante para empalar a
Luce, pero no fue lo suficientemente rápido. Luce lo esquivó, agarrando el brazo de su
hermano y la empuñadura de la espada, tirando violentamente de él hacia
adelante. Lanzó a Miguel por un lado de la montaña, no dudando un momento antes
de saltar detrás de él. Las alas de Miguel se expandieron, capturándolo en pleno vuelo,
pero Luce lo golpeó antes de que pudiera volar. La fuerza de la colisión los envió a los
dos ángeles cayendo en picado hacia el suelo, luchando por el control. Miguel
esgrimía la espada, tratando de perforar a Luce con la cuchilla de fuego, pero la fuerza
de Luce igualaba la suya. La rabia hervía debajo de su piel, pura adrenalina
bombeándose a través de él, mezclándose con la punzada de la sangre en su
organismo y alimentándolo. Luchó con todo lo que tenía, acaparando y arañando,
golpeando y empujando, tratando de tener en sus manos la espada celestial.
Los dos golpearon el suelo duramente, el camino de tierra cediendo por debajo de
ellos. Ángel y Demonio, atrapados en medio de la batalla, se desplomaron en un cañón
creado por la fuerza del golpe. El agua del Mar Rojo se precipitó hacia adelante,
llenándolo, la suciedad roja recubriéndolos. Las llamas de la espada se extinguieron
momentáneamente, reavivándose cuando Miguel se apartó de Luce y se paró, un rayo
golpeando desde el cielo.
Michael se abalanzó sobre él, los dos hundiéndose bajo el agua, luchando por el
control de nuevo. Luce sacó su cuchillo de oro y lo clavó en Miguel, cortando su ropa,
pero no pudiendo romper su piel. Rodaron y rodaron, envueltos en una prueba de
voluntad y fuerza. Tan pronto como uno conseguía superioridad, la oportunidad de
hundir su espada en el pecho del otro, para aniquilar la fuerza de la vida dentro suyo,
el otro tenía una explosión de fuerza y lo igualaba.
Una batalla que duró apenas unas horas la primera vez, una batalla entre dos
hermanos, dos Arcángeles: uno oscuro, uno luminoso, continuó durante días. No había
ningún final a la vista, sin señal de que cualquiera amainara, mientras la batalla más
grande seguía librándose a su alrededor. Innumerables seres humanos fueron
masacrados, algunos por los demonios, otros por los propios ángeles, ya que purgaban
los espíritus malignos en sus cuerpos con la fuerza física. A pesar de todo, el poder de
Luce prosperó, cada baja inocente provocando algo dentro de él, el monstruo
levantándose y tomando el control.
Miguel alejó a Luce finalmente, lanzándolo a metros de distancia y hacia otro ángel. El
ángel trató de poner sus manos en Luce, pero empujó el cuchillo de oro en él antes de
que pudiera. Una gran explosión ocurrió cuando la Gracia salió de su pecho,
envolviendo brevemente a Luce como una manta.
Él cerró los ojos, saboreando la sensación. Oh, cómo le gustaba esa sensación…
—… y los reúno a todos en un solo lugar, para que la tierra seca aparezca, para que
descubras todos los engaños del Enemigo, y eches fuera de ti todas las impurezas...
Miguel dejó su bendición. Sostuvo su mano libre sobre la superficie del agua, un
resplandor emanando de él y difundiéndose a través del mar a su alrededor. El rojo
turbio se desvaneció, despejándose a un azul cristalino.
Una risa amarga se arrancó del pecho de Luce. Él entrecerró los ojos, la ira
recorriéndolo. El mar alrededor suyo se movió y empezó a burbujear, engrosándose e
hirviendo en forma de vapor que se elevaba en el cielo. Tan pronto como Miguel
purificaba una parte, Luce volvía a contaminarla.
—Te llevaste todo de mí. —Luce hervía—. Así que ahora, lo tomo todo de ti. Tu tierra,
tu mar, tus seres humanos... tu amante.
Por primera vez en su existencia, los ojos de Miguel se nublaron con rabia,
oscureciéndose como tinta. Luce se mantuvo de pie, levantando las cejas en desafío
mientras sonreía burlonamente.
Sobresaltado, Luce se quedó mirando el agua vacía frente a él, tratando de sentir a
Miguel en la atmósfera. Era débil, pero podía sentir a su hermano lejos, todavía unido
a la Tierra.
Luce lo siguió inmediatamente. Tan pronto como se materializó frente a Miguel,
Miguel volvió a desaparecer en una grieta de electricidad. Luce lo siguió, acechándolo
de un lugar al otro, apenas consiguiendo una vista de él antes de que se transportara a
otro lugar. La confusión recorrió a Luce mientras trataba de dar sentido al acto al
parecer cobarde de su hermano, correr del enemigo, evitando la confrontación,
cuando apareció en un lugar que lo respondió todo.
Chorizon.
Serah se dirigió afuera en el frío aire, paseando tranquilamente lejos del centro de la
comunidad abandonada. El cielo oscuro se arremolinaba, las nubes rojas más gruesas
que antes, más imponentes. Estaba empeorando, lo sabía. El mundo se estaba
muriendo a su alrededor, y ella no podía hacer nada para detenerlo.
—Luce… —Se dio la vuelta, cortando su nombre a medias cuando sus ojos se posaron
sobre la espada resplandeciente de fuego—. Miguel.
—Yo, eh...
—No hables —ordenó, moviéndose hacia ella, que se retiraba aún más—. Nada de lo
que digas va a absolverte de tu culpa. Te has avergonzado a ti misma. Has
avergonzado al mundo. Me has avergonzado a mí. Y por eso, debes ser declarada
responsable.
Otra grieta se hizo eco por la calle. Los ojos de Serah se lanzaron hacia esa dirección,
su mirada cayendo sobre Lucifer. Antes de que pudiera mirar de vuelta a Miguel, presa
del pánico, fue dominada y brutalmente arrojada sobre el duro asfalto. El pie de
Miguel se estrelló contra su pecho, sacando el aire fuera de sus pulmones. Ella se
quedó sin aliento, lágrimas brotando de sus ojos mientras la hoja de la espada se
presionaba contra su garganta. Tragó espesa saliva, sintiéndola casi perforar su piel.
—¿Has venido a ver, Satáns? —La mirada de Miguel permaneció en Serah mientras se
dirigía a su hermano—. ¿A disfrutar el resplandor de su Gracia por última vez?
—Y dicen que yo soy el cruel —dijo Lucifer—. Se supone que debes ser misericordioso
cuando tomas sus alas.
—¿No?
—No.
—¡No lo hagas! —aulló Lucifer con voz tan furiosa que vibró en las estructuras que los
rodeaban—. ¡Detente!
Un grito brotó de Serah, y ella arqueó la espalda mientras las llamas se intensificaban,
quemando su carne. Agudo dolor le recorrió el cuerpo, quemando como lava
profundamente dentro de ella, donde la sangre debía estar. Su piel burbujeaba y
ampollas de color rojo brillante salían, mientras la marca de color negro carbón se
formaba, el símbolo ritual tallado en su pecho.
—Es tiempo que aprendas una lección de humildad —dijo Miguel—. No puedes
comandarme. No puedes afectarme. No eres nada para mí. Nada.
—Eso puede ser cierto, Príncipe, pero no es para mí. Hazlo por ella.
—¿Por qué?
—Ya no.
—Puedes mentirte a ti mismo, y a todos los demás, pero no puedes mentirme a mí,
Miguel —se mofó Lucifer—. Estamos conectados, siempre lo hemos estado, y siempre
lo estaremos. Y sé que la amas, hermano, porque puedo sentirlo. Lo siento en cada
latido de mi jodido corazón. Lo siento cada vez que la miro, o la huelo, o estoy a veinte
metros de ella.
—¿Por qué?
—Porque… —un gruñido rasgó el pecho de Lucifer—, porque la amo, maldición, ¿sí?
—¡Sucumbió a tu maldad!
—¡No! ¡Miró más allá de ella! —escupió él—. Encontró algo en mí, algo que nadie más
pudo ver. Le importó, cuando a nadie más le importó un carajo. Ella trató, cuando
todos dijeron que no tenía sentido. ¡Y la descartaste! ¡La condenaste a una eternidad
en el Infierno por eso!
—¿La querías, Satán? Puedes tenerla. —Ni una pizca de emoción podía ser encontrada
en la voz de Miguel—. Deja que exista para siempre en el lago de fuego, atrapada entre
los vivos y los muertos como tú.
Miguel dio un paso atrás, dándole a ella una mirada prolongada antes de cerrar
lentamente sus ojos y darse la vuelta. Desapareció con un trueno.
—Estoy muriendo —susurró Serah mientras más oscuridad alcanzaba el cielo—. Los
segadores de almas han venido.
—Está bien —dijo Serah, girando ligeramente su cabeza para mirar a Lucifer. Su
rostro estaba vuelto hacia el cielo, bloqueado de su visión—. Mírame, Luce. Está bien.
Lucifer miró hacia abajo. La conmoción recorrió a Serah en olas cuando miró que sus
ojos estaban vidriosos. Su expresión contradecía la tristeza en sus ojos, su labio
curvándose mientras enseñaba los dientes.
—¡No está bien! —Su atención se lanzó hacia arriba de nuevo, y la mirada de Serah
siguió la de él. Los segadores de almas se habían cuadruplicado en cuestión de
segundos—. ¡Miguel! ¡Muéstrate, maldición!
A través de la bruma de su visión, ella pudo ver unos cuantos copos blancos
esponjosos flotando desde el cielo, como diminutas bolas de algodón. Nieve.
—Estoy muriendo.
Lucifer agarró su cuchillo dorado y lo aferró con fuerza, su rostro contorsionado con
agonía. La mirada de Serah se volvió hacia él, pero no tuvo tiempo de tomarle sentido
a nada. Él cerró sus ojos, murmurando por lo bajo.
De repente, el dolor hizo erupción dentro de Serah, una bola vibrante de luz estallando
desde su pecho. Todo a su alrededor, explotó en llamas. Cada mota de color se
arremolinó, cambiando y mezclándose, convirtiéndose en gris mate. Se desvaneció a
un blanco dolor abrasador antes de ser superado por oscuridad mientras que el
entumecimiento se tragaba por completo a Serah.
Luce se sentó en medio de la calle vacía, su cabeza inclinada, sus piernas estiradas
enfrente de él. Serah yacía a su lado, su cabeza en su regazo, el cuchillo todavía
sobresalía de su pecho que se movía. Puntitos de luz parpadeaban alrededor de ellos
como estrellas diminutas, el brillo dorado de la Gracia siendo absorbido por la
atmósfera. Danzó a través de la piel de Luce, pero en lugar de deleitarse, sintió nada
más que aversión hacia la sensación.
Inconsciente.
El aire frente a él crepitó, el repulsivo olor llenando los pulmones de Luce mientras
inhaló. Olía como a agua estancada, rancia y contaminada. Era un olor que
frecuentemente había viciado la luz del sol en la piel de Serah.
—¿Qué hiciste?
—Quería que sufrieras —explicó Luce—. Quería lastimarte, quitarte todo, pero me
doy cuenta ahora que es imposible. No puedo esperar que sientas algo, cuando no
sientes nada, hermano. No puedo esperar que seas más que alguien sin corazón
cuando tienes un corazón que no late.
—Nada, ya. —El aire alrededor de Luce pareció brillar más claro mientras hablaba—.
No espero nada de nadie. Pelear contigo ya no vale la pena. Todo lo que he sentido,
todo lo que he pasado, no se compara con lo que ella me dio.
—¿Qué es?
Amor.
No lo dijo, pero no tuvo que hacerlo. Miguel escuchó la declaración de todas formas.
—Si remueves ese cuchillo, ella se extinguirá de este mundo para siempre.
—Aún si no lo hago, se habrá ido de todas maneras —dijo—. Se está desangrando. Su
corazón ya está latiendo más despacio.
—Te di lo que querías —dijo Miguel—. No entiendo. ¿Prefieres que muera, entonces?
—¡Sí, maldita sea, lo prefiero! —Luce alejó la mirada de Serah y sus ojos encontraron
los de Miguel—. La muerte sería mejor que esto. La muerte sería mejor que
recordarme a mí.
Luce sacó el cuchillo justo cuando Miguel dejaba caer su espada, una mirada perpleja
en su rostro. Se arrodilló junto a Serah cuando Luce arrancó el cuchillo de su pecho. La
mano de Miguel cubrió inmediatamente la herida sangrante. Luz irradió de la yema de
sus dedos, surgiendo a través de su cuerpo, su piel brillando en un luminoso naranja,
conteniendo la fuerza vital en su cuerpo herido.
Cuando Miguel retiró la mano, la herida había sido sanada, sólo una tenue cicatriz
permanecía donde había estado la marca.
Luce suspiró.
—Por ella.
Traducido por flochi
El aire estaba tranquilo y caluroso, la luz del sol derramándose a través de las
ramas de un gran roble, reflejándose en las hojas verdes y abundantes. Unos pocos
rayos se salpicaban sobre la mujer recostada contra el tronco del árbol, sus pies
desnudos plantados a ambos lados de la grieta de la acera. Su mirada estaba fija
directamente frente a ella, sus ojos mirando el cartel recién pintado en el edificio del
otro lado de la calle.
Una estridente campana retumbó desde la escuela primaria detrás de ella, seguida por
la risa y el sonido de decenas de pares de pies corriendo por la libertad. El último día
de escuela había llegado a su fin, los estudiantes embarcándose en las vacaciones de
verano. Los niños pasaron corriendo junto a ella sin echarle un vistazo, ansiosos por
llegar a sus casas a jugar.
Nikki Lauer, de ocho años, vagaba por la acera al fondo del grupo, su mejor amiga,
Emily, a su lado. Las dos chicas iban dando saltitos, brazo con brazos, sin prisas
mientras cantaban felizmente.
Fueron más lento cuando se acercaron al gran roble. Emily saltó sobre la grieta, con
cuidado de no pisarla. Nikki hizo lo mismo antes de tironear del brazo de su amiga,
haciéndola detenerse, cuando su mirada se volvió hacia el árbol. Con cuidado, soltó a
Emily, una expresión de curiosidad en su rostro.
Un par de cálido ojos marrones vagaron sin rumbo desde el otro lado de la calle hacia
la niña frente a ella. Lentamente, ella negó con la cabeza.
—No, no lo creo.
—Yo fui nombrada por mi papi. Su nombre es Nick, como Nicholas. Todos piensan que
es gracioso, porque soy una chica y él un chico, pero me gusta mi nombre. —Nicki
tentativamente se acercó—. ¡Oye! ¡Quizás ese también sea tu nombre!
—No lo creo.
—Quizás sea Sam —dijo Nicki—. Esa es el nombre de mi mamá. Suena más como a
chico, sin embargo, pero su nombre verdadero es Samantha. Ella va a tener un bebé
pronto. Su nombre va a ser Sam, también, pero como Samuel y no como Samantha,
porque ese definitivamente es un nombre de chica.
—Sam. —Una suave sonrisa curvó los labios de la mujer mientras algo en su pecho
tiraba y le apretaba, como si reconociera la palabra—. Samuel.
—Tal vez —dijo la mujer—. Aunque, creo que podría ser Serah.
Serah.
—Nikki —siseó Emily, tirando del brazo de su amiga, su cara arrugada con
preocupación—. Sabes que no debes hablar con extraños.
La niñita puso sus ojos en blanco y se dio la vuelta, empezando a alejarse dando
pisotones.
—¡Mi mamá tuvo eso! —declaró Nikki—. Fue al doctor porque estaba mareada, y le
tomaron sangre con una aguja y dijeron que era debido a la am-nesia. Aunque, ella no
se olvidó de su nombre.
—Oh. —Nikki lo descartó con una risa—. ¿Cómo es que tienes amnesia?
—Tuve un accidente hace unos meses. —Serah hizo un movimiento hacia la calle
transitada frente a ellas—. Desperté en el medio de esa calle, justo en este lugar. No
tengo ningún recuerdo de nada antes de ese momento. Mi primer recuerdo es de un
par de ojos azul cristal mirándome desde arriba.
—¡Nicki! —gritó Emily calle más abajo, con las manos en las caderas a la vez que
entrecerraba sus ojos—. ¡Ven!
Nicki suspiró dramáticamente hacia su amiga antes de darse la vuelta para volver a
enfocarse en Serah.
—¿Estás segura que no estás perdida? Soy buena con las direcciones. ¡Ni siquiera
necesito un mapa!
Nicki salió corriendo para unirse a su amiga, un breve saludo de despedida con su
mano, mientras la mirada de Serah se desviaba al otro lado de la calle. El tráfico
pesado de la tarde fluía, una fila de autobuses escolares ocultando su vista del centro
comunitario. Cuando todo estuvo despejado otra vez, su mirada cayó sobre la figura
en pie afuera del edificio. Estaba vestido completamente de negro, ojos azules
intensos en comparación con su cabello oscuro y piel bronceada. Estaba parado en
medio de las sombras, protegido de ella, la oscuridad rodeándolo. Serah miró
fijamente en eso penetrantes ojos, perdiéndose en ellos, sintiendo como si flotara en
las nubes, literalmente perdiendo la cabeza por él. Soltó un tembloroso suspiro, el
nombre de él en la punta de la lengua, pero no salía, sin importar cuánto se esforzara
en luchar por recordarlo.
Suspirando, se dio la vuelta y agarró sus zapatos desechados del suelo, llevándolos
mientras que con pies descalzos recorría el patio de juegos de la escuela. Evitó los
columpios, apenas dándoles un vistazo mientras se mecían ligeramente con una brisa
inexistente.
Algún día recordaría, juró. Algún día sabría el nombre de él. Algún día sabría el suyo. Y
algún día, sabría por qué: por qué él la perseguía en cada pensamiento, por qué,
cuando lo miraba a los ojos, sentía que estaba en casa.
Porque el tiempo pasa, y los recuerdos se desvanecen, pero un corazón latiendo nunca
olvida algo verdaderamente.
Nunca.
Extinguish #2
https://www.facebook.com/Bookzinga
En primer lugar, tengo que reconocer a mi gran familia por su apoyo y amor
incondicional Gracias chicos por estar siempre ahí para mí. Soy verdaderamente una
chica con suerte.
Muchas gracias a Sarah Anderson por empujarme a seguir adelante con mi primera
historia paranormal. Puedo decir honestamente que este manuscrito no habría visto la
luz del día si no fuera por tu insistencia. Espero con interés el momento en que por fin
tenga la oportunidad de celebrar tu primer libro en mis manos, mientras que el resto
del mundo descubre tus hermosas palabras.
Para Iris Jurado por ser generosa con su tiempo y prelectura, y para Lisa Hollett por la
edición de este chico malo. Para Nicki Bullard, mi hermana sustituta, por estar ahí a
través de todos los altibajos. Para Traci Blackwood, y Krystal Vélez, y Vanessa Díaz, y
todos mis otros amigos en Twitter y Facebook, y para toda comunidad del fac fiction.
Las palabras no pueden expresar adecuadamente mi amor por todos ustedes. Son
extraordinarios. Vamos a besarnos, ¿bien?
Y para todos los que leen quienes quieres escribir pero son disuadidos en el camino...
no se rindan en sus sueños, y nunca escuchen a los pesimistas. Si hay una historia
dentro de ti, déjala escapar. Hermosas cosas suceden cuando lo haces.
J.M. Darhower es autora de innumerables cuentos y
poemas, la mayoría de los cuales sólo ella ha leído. Vive en
un pequeño pueblo en la zona rural de Carolina del Norte,
donde produce en serie más palabras de las que jamás
verán la luz del día. Tiene una profunda pasión por la
política y habla en contra de la trata de personas, y cuando
no está escribiend está generalmente despotricando sobre
esas cosas. Beligerante crónica con una boca vulgar, ella
admite que tiene una adicción a Twitter. Puedes
encontrarla allí. @JMDarhower
Moderadoras
ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ
flochi
Traductoras
Jessy
Jadasa Youngblood
MaEx
IvanaTG
Otravaga
Fanny
magdys83
Shilo
Malu_12
HeythereDelilah1007
Isa 229