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DISMINUYEN CATOLICOS EN MEXICO

+ Felipe Arizmendi Esquivel


Obispo Emérito de SCLC

VER
Según los resultados del último censo, que se acaban de publicar, aunque el número de
mexicanos que nos declaramos católicos creció de 92.92 millones en 2010, a 97.86 millones
en 2020; sin embargo, disminuimos en porcentaje. En el país, somos un poco más de 126
millones de habitantes. De éstos, el 77.7% somos católicos, cuando en 2010 éramos el
82.7%. Decrecimos en 5 puntos porcentuales. ¿A qué se debe esta disminución?

Indudablemente afectaron los casos de pederastia clerical, aunque su porcentaje es mínimo


en comparación con la inmensa mayoría de los sacerdotes que se mantienen fieles a su
consagración celibataria. Nuestra Iglesia ha tomado muchas medidas para impedir que se
repita este vergonzoso delito y que quede impune. Sin embargo, este decrecimiento de
católicos ya viene de años atrás: En 1950, éramos el 97.84%; en 1960, el 97.09%; en 1970,
el 96.17%; en 1980, el 92.63%; en 1990, el 90.14; en 2000, el 87.27%; en 2010, el 82.7%; en
2020, el 77.7%.

El secularismo, en su dimensión negativa de alejarse de Dios y de no tener más norma que


los gustos y criterios personales, es un factor decisivo, pues muchos nunca se enteraron de
los casos de pederastia clerical, como los indígenas de la selva chiapaneca; también entre
ellos ha decrecido la práctica religiosa. Cuando yo iba a sus comunidades, eran pocos los
jóvenes que participaban, sobre todo por influencia de lo que sus maestros les decían en la
escuela secundaria, en bachilleratos y universidades.

Muchos otros factores influyen para esta disminución de católicos. La migración hacia el
Norte y hacia centros urbanos, por razones de trabajo o de estudio, quita la presión social
de las áreas rurales y se abandonan las prácticas religiosas consuetudinarias. La ausencia
del padre de familia influye para que la religión se considere algo propio de mujeres. Los
medios de comunicación resaltan más lo negativo de la jerarquía eclesiástica, que los
múltiples ejemplos de santidad del pueblo fiel y de los consagrados.

Pero haciendo un sincero examen de conciencia, reconocemos también nuestras fallas.


Necesitamos una evangelización más kerigmática, mayor formación religiosa de los fieles,
más animación bíblica de toda pastoral, celebraciones más participativas, ser más
samaritanos con los pobres, etc. Algo de lo que se quejan muchas personas, y que es motivo
para que se alejen o cambien de religión, son los malos tratos de algunos sacerdotes, su
prepotencia. Dicen que los sienten lejanos a la vida ordinaria de su pueblo, pues sólo los
ven en ceremonias sociales. No culpan a todos. También se quejan de tantas normas para
recibir los sacramentos, y que en las oficinas parroquiales las secretarias les exijan sólo
documentos y el pago de los servicios religiosos, sin la presencia del párroco que les reciba
con un corazón de pastor, que les explique las cosas y que les ayude a resolver lo que
necesiten. Este distanciamiento pastoral es determinante.
Algunos de los que se alejan de la Iglesia Católica, emigran hacia confesiones evangélicas,
protestantes o simplemente cristianas. La mayoría lo hace de buen corazón, porque buscan
a Dios, sienten necesidad de su Palabra y de la oración comunitaria; otros lo hacen porque
allá no encuentran las mismas normas y se les recibe con gran cariño, aunque con el tiempo
les resulta gravoso tener que cubrir diezmos de todo.

Los que declararon en el censo pertenecer a confesiones cristianas no católicas aumentaron


de 9.7 a 14.09 millones. Lo más preocupante es que 3.1 millones se declararon creyentes,
pero sin adscripción religiosa; es decir, son como independientes, con una religión a su
manera. A estos hay que agregar 9.48 millones que dicen no tener ninguna religión. Entre
ambos grupos, ascienden al 9.98% de la población nacional: más de 12 millones. Son estos
los más alejados, algunos enemigos acérrimos, la mayoría indiferentes a cualquier religión.
Algunos se refugian en movimientos esotéricos. Hay un fuerte movimiento mundial de
deshacerse de todo tipo de institución, para irse por la libre; pero pueden acabar en el
despeñadero. Si un ciego guía a otro ciego…

PENSAR
El Papa Francisco, en su exhortación Evangelii gaudium, en que nos presenta su sueño de
renovación eclesial, nos dice: “Quiero invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada
por la alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (1). “Un
evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y
acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay
que sembrar entre lágrimas. Ojalá el mundo actual pueda recibir la Buena Nueva, no a
través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de
ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí
mismos, la alegría de Cristo” (10).

“Cristo es el Evangelio eterno. Su riqueza y su hermosura son inagotables. Él siempre puede,


con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad. Aunque atraviese épocas
oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también
puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende
con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar
la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas
de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el
mundo actual” (11).

“La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos
de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes, no la frialdad de
unas puertas cerradas. Hay otras puertas que tampoco se deben cerrar. Tampoco las
puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. A menudo nos
comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. La Iglesia no es una
aduana. Es la casa paterna, donde hay lugar para cada uno, con su vida a cuestas” (47).

“Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Prefiero una Iglesia


accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el
encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia
preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y
procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es
que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con
Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.
Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las
estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces
implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una
multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Denles ustedes de comer!»
[Mc 6,37]” (49).

“¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más
fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!” (261).

ACTUAR
Que el Espíritu Santo nos ayude a hacer un examen de conciencia y reconocer nuestras
deficiencias personales y eclesiales, para que sigamos esforzándonos por una
evangelización que sea nueva en su ardor, en sus métodos y expresiones.

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