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VER
Según los resultados del último censo, que se acaban de publicar, aunque el número de
mexicanos que nos declaramos católicos creció de 92.92 millones en 2010, a 97.86 millones
en 2020; sin embargo, disminuimos en porcentaje. En el país, somos un poco más de 126
millones de habitantes. De éstos, el 77.7% somos católicos, cuando en 2010 éramos el
82.7%. Decrecimos en 5 puntos porcentuales. ¿A qué se debe esta disminución?
Muchos otros factores influyen para esta disminución de católicos. La migración hacia el
Norte y hacia centros urbanos, por razones de trabajo o de estudio, quita la presión social
de las áreas rurales y se abandonan las prácticas religiosas consuetudinarias. La ausencia
del padre de familia influye para que la religión se considere algo propio de mujeres. Los
medios de comunicación resaltan más lo negativo de la jerarquía eclesiástica, que los
múltiples ejemplos de santidad del pueblo fiel y de los consagrados.
PENSAR
El Papa Francisco, en su exhortación Evangelii gaudium, en que nos presenta su sueño de
renovación eclesial, nos dice: “Quiero invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada
por la alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (1). “Un
evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y
acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay
que sembrar entre lágrimas. Ojalá el mundo actual pueda recibir la Buena Nueva, no a
través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de
ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí
mismos, la alegría de Cristo” (10).
“La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos
de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes, no la frialdad de
unas puertas cerradas. Hay otras puertas que tampoco se deben cerrar. Tampoco las
puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. A menudo nos
comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. La Iglesia no es una
aduana. Es la casa paterna, donde hay lugar para cada uno, con su vida a cuestas” (47).
“¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más
fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!” (261).
ACTUAR
Que el Espíritu Santo nos ayude a hacer un examen de conciencia y reconocer nuestras
deficiencias personales y eclesiales, para que sigamos esforzándonos por una
evangelización que sea nueva en su ardor, en sus métodos y expresiones.