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notas fenomenológicas a la teoría

performativa de john l. austin


NOTAS FENOMENOLÓGICAS A LA TEORÍA
PERFORMATIVA DE JOHN L. AUSTIN1

Jesús González Fisac


Universidad de Cádiz

Resumen
El propósito de este trabajo es mostrar por qué puede hablarse con propiedad de “feno-
menología” en el trabajo de Austin. Como es sabido, Austin se sirvió de la expresión
“lingüística fenomenológica” para referirse a su trabajo. En lo que sigue intentaremos
mostrar que, con independencia de la justeza filológica del uso de ‘fenomenológico’,
en el análisis de Austin puede reconocerse la necesidad de esta clase de trabajo como
respuesta a la propia naturaleza de las emisiones performativas, que ante todo no son
ni dependen de ninguna clase de entidad, ni lógica ni psicológica.
Palabras clave: lingüística fenomenológica, Austin, mundo, clarificación, análi-
sis del lenguaje.

Abstract
The aim of this paper is to show why it can be properly named Austin’s work “phe-
nomenology”. As it is well known, Austin once used the expression “linguistic phe-
nomenology” to refer to his own work. In what follows we will try to point out that,
apart from the philological adequacy of the word ‘phenomenological’, we can rec-
ognize in Austin’s analysis the necessity of this kind of work according to the very
nature of performative utterances, which, before all, do not depend on any kind of
entity, neither logical nor psychological.
Key words: Austin, linguistic phenomenology, world, clarification, analysis of
language.

1  Inicialmente este trabajo fue leído en el IV Congreso Internacional de la Sociedad Aca-


démica de Filosofía (Madrid, 4, 5 y 6 de febrero de 2009), aunque no pudo aparecer en la edi-
ción de los trabajos presentados que se hizo para el Congreso. Desde entonces, para nosotros
la cuestión del método en la filosofía de Austin ha ido creciendo hasta comprometer al menos
otros dos trabajos más. El que aquí presentamos se ocupa de abrir la posibilidad de una lectura
fenomenológica de la teoría de Austin, precisamente en lo que las performative utterances, en
un sentido señalado que vamos a intentar poner a la vista tienen de “fenómeno”.
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1. Situación de lo “fenomenológico” en Austin y los límites del


campo. Escapar a la filosofía.

1. Como es sabido, la expresión que vincula a Austin con la feno-


menología aparece en el texto “Un alegato en pro de las excusas”. Sin
embargo, se trata de una afirmación que, con un rango metódico claro,
quiere ante todo fijar la posición de lo que hace alguien como Austin en
relación a algo así como el lenguaje. Decimos esto con toda esta pre-
caución, toda vez que la dificultad de situar lo fenomenológico en Aus-
tin estriba justamente en su condición marginal o, cuando menos, elu-
siva, tanto respecto de la clase de trabajo que quiere llevar adelante,
digamos respecto a la filosofía, como respecto a la clase de cosa que
quiere considerar, digamos el lenguaje. Pero vayamos por partes.
Para empezar, Austin tiene serias reticencias de lo que ha venido
haciendo la filosofía. Estas reticencias están dirigidas básicamente
al modo de proceder (reticencia que alcanza por igual al término
“método”). En el texto que hemos comenzado citando es claro que
importa replantearse “el modo de hacer filosofía” (Austin 2007a:182)2.
Pero no sólo porque haya otro modo, lo porque el modo pertinente no
sea el que ha hecho la filosofía al uso (que, ahora lo veremos, ha sido
básicamene un modo reductivo), sino porque es el propio trabajo, el
reconocimiento de ese trabajo como el de la filosofía, lo que se pone en
juego. ¿Por qué?
En la obra de Austin, decimos, hay una reticencia esencial a la filo-
sofía. O habría que decir mejor, una reticencia a cualesquiera traba-
jos producidos dentro de la academia y dentro de una tradición o en
un modo de trabajo sancionado por alguna tradición. Esta reticencia se
hace desde un lugar que no es el de la propia filosofía, o al menos no
el de la filosofía o cualquier otra disciplina que se ocupe del lenguaje
de una manera estándar (Austin, como se sabe, era profesor de filoso-
fía moral en Oxford), que es el lugar del lenguaje ordinario. El lenguaje
ordinario hace las veces de punto de partida pero también de instan-
cia para dirimir cuestiones que no han sido resueltas por otras discipli-
nas. En el diálogo recogido en los Cahiers de Royamount Austin reco-
noce que la filosofía tiene que reparar en aquello que todavía no haya
sido hollado. En realidad, se ocupa de los problemas irresueltos, de los

2  Salvo que se indique lo contrario, las traducciones de los textos de Austin son nuestras.
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“residuos”, résidus, de las demás disciplinas. Para lo cual tendrá que


ocuparse de un objeto inopinado, el lenguaje ordinario, que se revela
como el objeto en cierto modo inasequible a cualquier disciplina nor-
mativa o prescriptiva. En cierto modo el lugar de la filosofía es el de
la crítica, el lugar fronterizo y, por eso, en cierto modo, el lugar más
libre. “No hay frontera”, el campo “está abierto”, est libre, para que
cualquiera lo atraviese y el lugar de estancia, place, el que competerá
a esta o aquella disciplina, será para el primero que lo ocupe (AA.VV.
1962:293).
El territorio de la filosofía es un territorio en sí mismo colindante,
que empieza allí donde otros se han quedado, donde otros ya no tie-
nen nada que hacer y donde, por tanto, sólo se puede avanzar (y sólo,
como vamos a ver, en una determinada forma). Este carácter fronterizo
resuena retóricamente en la ambigüedad de Austin, que circula todo
el tiempo por todos sus textos, a la hora de reconocerse como filósofo
(donde habla de “los filósofos”, de “nosotros los filósofos” y hasta de
“la gente (los filósofos)”). En cualquier caso, pensemos que el lenguaje
ordinario no es solo lo que queda, sino que lo es porque constituye un
ámbito que ciertamente no se puede acotar y ni reservar metódicamente
a menos que se pierda la claridad y la comprensibilidad del mismo. Lo
que quiere decir, a menos que se pierda inmediatamente como lenguaje.
Si esto es así, el objeto de la filosofía será un objeto paradójico, o tam-
bién, digámoslo así, un objeto imposible, el objeto-límite, si se nos per-
mite expresarlo kantianamente (en lo que sigue confirmaremos esto).
El único lugar desde el que es posible hablar de la filosofía es el
lugar del lenguaje y del significado3. Pero no porque haya un disciplina
que lo haya fijado, que haría entonces las veces de lugar privilegiado,
sino porque se da ya, siempre y de un modo que el uso confirma irrevo-
cablemente, el lenguaje de todos, el lenguaje ordinario. De este modo,
lenguaje (el lenguaje ordinario, el lenguaje en uso) y filosofía se engar-
zan internamente en el trabajo de Austin.
Decimos, pues, que la reticencia de Austin hacia la filosofía es
paralela a su reticencia al tratamiento que la filosofía ha hecho del

3  Los primeros trabajos de Austin se ocupan justamente de precisar el significado, así


como las distinciones, entre términos, o bien el significado de ese mismo significado y de cua-
lesquiera distinciones. Nos referimos a los textos previos a How to do Things with Words, tex-
tos que se dirigen al, vamos a decirlo así, núcleo duro de la filosofía, como “Are There A Priori
Concepts?” (1939), “The Meaning of a Word” (1940) o “Truth” (1950).
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lenguaje. Y esto en tanto que, de alguna manera, la filosofía no se ha


hecho cargo del lenguaje.
2. En el trabajo aludido Austin llama concretamente a ese su modo
de hacer filosofía “fenomenología lingüística” (Austin 2007a:182).
Este modo quiere hacerse cargo del lenguaje en una manera hasta
entonces inédita4, lo que significa que, antes que nada, quiere guardar
distancia respecto de la “filosofía ‘analítica’ o ‘lingüística’, o de ‘el aná-
lisis del lenguaje’ (Austin 2007ª: 182). Pensemos que el trabajo de Aus-
tin, que quiere ser un trabajo filosófico, no renuncia a habérselas con
el lenguaje. Pero, dada la condición fronteriza de la filosofía, tampoco
deja de contemplar que en algún momento aparezca una disciplina cien-
tífica del lenguaje, llamada “lingüística”5, que dejará nuevamente a la
filosofía un residuo (pues el residuo es una condición inalienable del
lenguaje, en sí mismo irreducible, como ahora veremos).
Para Austin el análisis es un modo formal de proceder con el len-
guaje. Un modo que vamos a llamar reductivo. Y esto doblemente (en
una doblez que, nos parece, apunta a un tramiento fenomenológico
del lenguaje). Por una parte, porque toma el lenguaje como una forma
rígida, como un sistema de reglas, en cualquier caso no tanto como algo
que es o que funciona de una determinada manera sino más bien como
algo que debería ser de cierta manera. Con lo cual el mismo proceder
analítico termina convirtiéndose en un modo de reglamentación.

“Una cosa, sin embargo, sería la más peligrosa, ... dar por hecho que de
alguna manera sabemos [J.L. Austin] que el uso primario o primitivo de las
oraciones debe de ser, must be, enunciativo o constatativo, porque debería
ser, ought to be, así [J.G.F.]” (Austin 1975:72)

4  El otro autor que sigue una trayectoria parecida, digamos en paralelo, al menos en
punto a la recurrencia al lenguaje ordinario es, obviamente, Wittgenstein, que con frecuen-
cia ha sido vinculado con Austin (cf. S. Cavell, S. Felman, etc.). También, incluso, en lo que
sería una fenomenología de hondo calado aporético, como la que nos parece que es la propia
de Austin. En todo caso, debe tenerse en cuenta que las Philosophische Untersuchungen apa-
recen en 1953 (Wittgenstein muere en 1951) y que todas sus clases y notas producidas en la
década de los cuarenta van a ir apareciendo a partir de esta fecha (y así hasta nuestros días).
5  AA.VV. 1962, p. 293. “Lo mismo sucederá con la lingüística: una ciencia del lenguaje
terminará por desprenderse o liberarse, dégager, de la filosofía y abarcará un gran número de
cosas de las que la filosofía se ocupa hoy”.
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La reducción se logra procediendo de un modo prescriptivo. Este es


el modo característico del tratamiento analítico de la filosofía así como,
en general, de cualquier tratamiento lingüístico (de una ciencia lingüís-
tica), y contraviene, para empezar, la propia condición del lenguaje, el
cual no se da de ese modo. Como señala Austin en otro lugar, lo que
suele faltar en la filosofía es ponerse de acuerdo acerca de “el ‘datum’
inicial” del que partir” (AA.VV. 1962: 334). Uso y regla son de alguna
manera nociones inalienables que deben permanecer separadas so pena
de abandonar el fenómeno mismo del lenguaje, en su fáctico darse
como tal, que está en su ejercicio o ejecución. Respecto al cual, deci-
mos, el modo ajustado de embocar el fenómeno no es prescriptivo, que
supone una reducción a reglas (amén de un proceder deductivo, como
veremos), sino descriptivo. Por eso -entre otras razones- para Austin el
punto de partida son las expresiones que llama realizativas, porque son
justamente aquellas que se agotan en sí mismas -son, vamos a decirlo
así, un fenómeno puro, en cuanto tal irreducible- y para las que algo así
como una reglamentación es totalmente ajena.
Lo primero que se exige del fenómeno es que sea de por sí un punto
de partida que no requiera ninguna presuposición, ni formal, como
decimos, ni tampoco institucional. En cierto modo, ésta es una exi-
gencia fenomenológica básica, la de que el trabajo que se saque ade-
lante sea en cuanto tal un trabajo que pueda hacer cualquiera, porque
en realidad tiene que ser hecho por primera vez. El fenómeno tiene que
responder a la exigencia de irreductibilidad, o de inmediatez, como se
quiera. “Nosotros comenzamos por el comenzar mismo, porque pode-
mos comenzar” (AA.VV. 1962:355)6. En un modo particularmente retó-
rico, Austin apunta que esta necesidad de comenzar por el comienzo es
la posibilidad mínima pero también la única para nosotros “hombres
pequeños”, que no somos Descartes o Husserl. En realidad, es la propia
condición de lo que tenemos delante, el campo, la que exige que este
comienzo sea un comienzo en cierto modo absoluto (que sea absoluta-
mente comienzo queremos decir), pues es un comienzo que sólo puede
tener lugar por abajo, desde la multiplicidad y la complicación del len-
guaje ordinario. Por eso dice Austin que el lenguaje ordinario es la “pri-
mera palabra” (Austin 2007ª:185). Por eso, también, lo que se elabore
no será, no podrá ser, una “doctrina general”, como señala Austin en

6  El subrayado es mío.
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algún momento (Austin 1975: 21), pues ello supondría comenzar más
bien por el final, al menos desde el punto de vista fenomenológico, para
el que lo primero son los casos y el campo y lo último las reglas (donde
fenomenológico se opone a analítico-deductivo). Y por eso, para ter-
minar, Austin será particularmente reticente a hablar de un “método”,
que sería el nombre que ha asumido el examen, pero también el proce-
der interno, que da cuenta reductiva y prescriptivamente del lenguaje,
en fin, el proceder que estaría contemplado por teorías generales, prefi-
riendo más bien, para referirse a su propio trabajo (y dada esta particu-
lar reverberación entre objeto y proceder), el término “técnica” (Austin
1975:348).
La facticidad del lenguaje ordinario no está en su condición mos-
trenca sino en su ejecutividad o efectividad. En primer lugar -luego
vendremos sobre le especificidad del fenómeno performativo- porque
el lenguaje es algo que está ahí y se ha podido sostener todo el tiempo
como herramienta de nuestras ocupaciones, bussines. Sean éstas las
ocupaciones de cualquiera, sean las de los filósofos, el lenguaje no tiene
ningún sentido si no se comprende en ese ámbito de sentido que es la
vida de cada uno, eso que en otro lugar Austin llama “hechos vivien-
tes, que constituyen nuestra experiencia”(AAVV 1962:333). Porque,
siguiendo con el paralelismo con Wittgenstein, los hombres concuer-
dan en el lenguaje, concordancia que “no es una concordancia de opi-
niones, sino de forma de vida, Lebensform”.

2. Desajuste y apariencia del campo (más sobre la situación de lo


“fenomenológico” en Austin). Escapar a la gramática.

3. Austin, de la misma manera que quiere escapar a la filosofia, espe-


cialmente a la filosofía académica, no renuncia sin embargo a ganar una
comprensión del lenguaje que se ajuste a su propia condición. Si ésta puede
ser llamada “gramática” o no, ésta es otra cuestión. En un texto en el que
resuena el prólogo B de la primera Crítica de Kant, Austin se pregunta
si, tras ganar su “estadio final”, final state, las matemáticas y la física, no
habrá llegado el tiempo de una “verdadera y comprehensiva ciencia del
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lenguaje”(Austin 2007b:232) 7. Se trataría de ir más allá de la “logical gra-


mmar”, que es en lo que ha devenido el tratamiento matemático del len-
guaje, hacia una gramática “revisada y aumentada”, que consideraría la
experiencia del lenguaje en su totalidad. Una gramática fenomenológica,
si se nos permite la expresión, que haría justicia al campo, field. Y lo haría
porque se ocupa de aquello que las demás disciplinas han dejado sin tocar,
un campo que Austin llama en algún lugar “libre”. (AAVV 1962:293)
La gramática, entendida en su sentido estrecho, es defectuosa por-
que no hace justicia al fenómeno, que siempre y únicamente se da en
su totalidad. Que el nombre señalado de enfrentar gramaticalmente el
lenguaje sea el del análisis indica esta estrechez de miras, al poner por
delante la parte como clave hermenéutica. Esto es así porque es justa-
mente ante las partes, con el lenguaje debidamente minimizado (recuér-
dese el nombre -que es una declaración de este principio- de la filoso-
fía analítica ha sido la de “atomismo lógico”), que la prescripción o
la reglamentación son eficaces. Pues ante la totalidad, ante el campo
abierto, fracasan.

“En conclusión, vemos que para explicar qué es lo que puede andar mal con
los enunciados, statements, no podemos concenctrarnos únicamente en la
proposición, proposition, en juego (sea lo que fuere esto), tal como se ha
hecho tradicionalmente. Debemos considerar la situación total en que la que
la emisión es producida, the utterance is issued, -el acto de habla, speech-act,
total-, si es que vamos a ver el paralelo entre los enunciados y las emisiones
performativas y cómo unos y otros pueden andar mal” (Austin 1975:52)

4. Pero el texto nos indica además otra cosa. Porque, ¿qué es lo que
nos revela la situación lingüística total?, es decir, si el fenómeno no es
la “proposición”, que sería un constructo lógico-analítico, ¿qué es lo
que funciona inmediatamente como índice de esta situación total? Pues
bien, son los “casos especiales”, aquellos en los que la situación comu-
nicativa per se, en cuanto situación, fracasa. Porque es entonces cuando
el lenguaje se dirime por su eficacia, funcionando en el hecho comuni-
cativo mismo, y no aisladamente en el entorno formal y reglamentador
del análisis, que es cuando la regla, y no la excepción, domina la escena
(porque la escena, decimos, ha quedado debidamente minimizada y

7  El subrayado es de Austin. Para esto cf. también el texto citado anteriormente del colo-
quio de Royamount (AA.VV. 1962, pp. 292-293).
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reducida a la sola proposición). Por eso Austin se sirve del término pro-
posición, que sería el nombre lógico sensu stricto, mientras que el de
enunciado, statement, lo mismo que el de emisión, utterance, apuntan,
cada uno a su manera, al sentido de la proposición -en el primer caso
como constatación de algo, en el segundo como acto.
Entre otros, Felman ha apuntado que para Austin la capacidad de
faltar o de malograr, manquer, el objetivo o la consumación del acto es
algo constitutivo del acto performativo, que la pérdida o en el fracaso,
ratage, es una dimensión fundamental del mismo (Felman 1980: 111ss).
Pero esto tiene un valor fenomenológico fundamental. Pensemos que
cuando un acto performativo fracasa, cuando tiene lugar una misfire,
como la llama Austin, no sucede simplemente que nada haya tenido
lugar. El acto es “sin efecto”, without effect, lo que no significa que
sea “sin consecuencias, resultados, efectos, effects” (Austin 1975:17).
No pronunciar correctamente la fórmula de juramento o no hacerlo en
las circunstancias debidas no significa que no se haya producido una
cierta emisión, que no se haya pretendido llevar a cabo un juramento
ni muchas otras cosas, cosas que, en realidad, pertenecen a la situación
total. Por eso en ambos casos, para explicar qué no significa sin efecto
no se puede renunciar a precisar que, no obstante, hay efectos, que son
los que pertenecen a la situación que rodea a la emisión. Así, mien-
tras que gramaticalmente el acto ha fracasado si no se cumple la fór-
mula, a la que la convencionalidad impone una rigidez inalienable (es
la marca y el criterio de la convención), fenomenológicamente es rele-
vante lo que no ha tenido lugar, es decir, fenomenológicamente es rele-
vante que no ha tenido lugar, que es algo que hay que considerar por
igual, porque es algo que se revela igualmente. No es una simple nega-
ción de la regla lo que se da aquí sino que acontece algo que es positi-
vamente fenómeno. Estamos ante una negación que revela su amplitud,
la amplitud del campo (si ha habido un fallo, misfire (Austin 1975:16 y
ss), literalmente un “tiro errado”, es porque hay un espacio que rodea
al lugar concreto del acierto). Por eso dice Austin que una de las difi-
cultades del análisis gramatical es que oculta o vela el campo. La estre-
chez de la forma gramatical y de sus exigencias obvia la presencia de
algo más que la forma. De la misma manera que su subversión, que en
cuanto a la forma asume la figura de la sola contradicción, no revela en
absoluto nada. O si revela algo es, justamente, la sola fuerza de la regla,
tan estricta como estrecha. Esta estrechez, pero también la fuerza que
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tiene la no-contradicción como principio, hacen de la forma gramatical


(y lo mismo podría decirse de su fracaso) una apariencia que vela efi-
cazmente el campo y la condición performativa de los enunciados (su
sentido más que proposicional).
5. Si la propuesta filosófica de Austin es rigurosamente fenomeno-
lógica nada de lo que tenga lugar en y como lenguaje puede hurtarse
al campo, léase, nada puede no ser un fenómeno reconocible. A veces,
como decimos, lo que se muestra es justamente que el campo se hurta,
y esto, nos parece, es en lo que consiste, en oposición al fenómeno, la
apariencia, aparience, y que Austin llama “disfraz”, disguise, o “mas-
carada”, masquerade (Austin 1975:4). Concretamente éste es el disfraz
que constituye la gramática.

“Comencé llamando su atención, por medio del ejemplo, sobre unas pocas
emisiones conocidas como de la clase de las performatorias o performati-
vas. Estas tienen en su rostro la apariencia, look -o cuando menos el aliño o
arreglo, make-up, gramatical-, de ‘enunciados’; sin embargo, siempre que
han sido inspeccionadas más de cerca no han sido tenidas, obviamente, por
emisiones que pudieran ser ‘verdaderas’ o ‘falsas’” (Austin 1975:12)

Por eso un fracaso gramatical revela que todavía queda algo, el


enunciado mismo, su utterance, que es lo que no se deja comprender si
no es abriendo la perspectiva del campo, que es la situación o las cir-
cunstancias8. De otro modo no habría en realidad acontecido nada. Tan
sólo estaríamos ante una contradicción que, en cierto sentido al menos,
no deja de ser un ‘acontecimiento’, pero un acontecimiento meramente
lógico, esto es, un acontecimiento interno.
Podría decirse entonces que una gramática comprehensiva como
la buscada sería justamente aquella que comprendiera tanto la efica-
cia y la efectuación de la regla como la apariencia, igualmente efec-
tiva, de la forma gramatical. Pero veamos, finalmente, cómo la condi-
ción particular de los actos-de-habla da cuenta de estos dos hechos de la

8  Nos atreveríamos a decir que Austin se sirve del término “circunstancia”, circums-
tance, en su sentido etimológico estricto. Digamos que se hace cargo de ese carácter superfi-
cial y lleno de sentido de que carecen los términos de la tradición filosófica, y que, por tanto,
la palabra circun-stancia es un modo expreso de significar la amplitud del campo, frente a
la reducción de la regla. De una manera, por qué no decirlo, no muy distinta a la que llevó a
Ortega a elegirla como término fenomenológico (si es que, como han sostenido los críticos,
en las Meditaciones hay ecos innegables de la fenomenología).
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filosofía de Austin: su ocupación sobre un terreno esquivo para la filo-


sofía, pero que se imponía fenomenológicamente, y su percepción, por
esto mismo, del malogro como un fenómeno posible.

3. Lenguaje performativo y criterio fenomenológico. La performa-


tive utterance como fenómeno puro.

6. Si hay una particular reticencia de Austin ante la filosofía acadé-


mica, ello se debe a que se ha conducido como cualquiera de las disci-
plinas especializadas. Cuando a Austin se le preguntó en el coloquio de
Royaumont sobre el uso que hacen los filósofos anglosajones de crite-
rios que no son “estrictamente lingüísticos”, su respuesta fue que su tra-
bajo es específico, lo que quiere decir que está atenido y viene exigido
por las circunstancias en las que se utiliza una u otra expresión (AAVV
1962:332-333). Donde, entendemos, específico se opone a genérico o
a general, como una exigencia del trabajo que se las ha con un campo
libre y abierto, como hemos dicho, y que aquí Austin califica como el
campo de “la multiplicidad y la riqueza de nuestras experiencias”. Por
lo mismo, esta condición específica de los criterios no es sino su con-
dición fenomenológica, donde aquí específico se opone a hipotético.
En efecto, como hemos señalado antes, lo propio del ensayo de Austin
sobre el lenguaje ordinario es que ante todo pretende dejar atrás cua-
lesquiera supuestos. Los supuestos, que son básicamente dos, el de la
forma (el supuesto gramatical al que nos hemos referido ahora) y el de
la materia (que consiste en la eliminación de algo así como la “natu-
raleza” -incluyendo la psicología- del análisis de los actos de habla9),
están a la base del velamiento y la distorsión de los análisis de los actos
de habla habidos hasta ahora, pero también del velamiento y la distor-
sión del fenómeno mismo (pues, como hemos dicho reiteradamente, lo
fenomenológico alcanza igualmente a aquello con lo que nos hemos y
al habérnoslas mismo).
A nuestro juicio, la emisión performativa, performative utterance,
constituye el fenómeno en sentido estricto, pues por su propia condición
no se deja remitir a supuestos. Esta condición fenomenológica pura,

9  El análisis de estos supuestos (en modo en que podría hablarse de una particular reduc-
ción en Austin) ocupará la tercera de parte de nuestro trabajo.
Notas fenomenológicas a la teoría performativa de John L. Austin 89

como la hemos llamado, se compadece perfectamente con lo que hasta


ahora hemos encontrado en la condición fenomenológica del estudio.
Para empezar con el hecho de la limitación del fenómeno.
7. Lo propio del fenómeno performativo es su singularidad. Esta
singularidad no está reñida con la amplitud del campo, que es cuasi-
infinito10 (ahora explicaremos esta expresión), sino que se nutre de la
misma. En realidad, el campo ha sido descrito como totalidad o como
situación total. Esta última expresión es seguramente la más adecuada
pues indica que el todo no es abstracto sino que está vertido y se com-
prende únicamente en punto al caso de la expresión performativa. El
caso, decimos, pero no el caso de un regla sino el caso situado, lo con-
creto mismo (el caso de una casuística, que es distinto de la ocurren-
cia de un concepto). Lo contrario de esta determinación total o absoluta
sería la determinación lógica, donde lo único que convendría a la emi-
sión es la avenencia o la renuencia lógica, la identidad o contradicción,
a los predicados que la definen. Pensemos que éste es el sentido en el
que Austin (1975:44) habla de aislar, isolate, el fenómeno, entendido
como el trabajo de dejar atrás toda regla y todo supuesto.
Así, el “criterio” -que es el término que se aviene mejor en la tra-
dición11- para poder llevar a cabo un “análisis” -hágase la misma sal-
vedad- del lenguaje ordinario bien puede ser la pregunta “¿qué debe-
ríamos decir cuando?”, what we should say when? (Austin 2007ª:181).
La respuesta a esta pregunta constituye el conocimiento cabal de una
expresión performativa. Concretamente es el conocimiento de la perti-
nencia de la expresión, esto es, del significado en tanto que requerido
por la situación. Ni más ni menos. Además, a la situación pertenece
igualmente el propio habérselas con los casos, el que Austin llama “tra-
bajo de campo”, field work, expresión que deber en toda su ambigüe-
dad, tanto como el campo en el que tiene lugar el trabajo, es decir, el
campo que sólo se puede trabajar, como la clase de trabajo, un trabajo
persistente y continuado, que sólo puede tener lugar en punto al len-
guaje ordinario. Porque, en realidad, no hay uno sin el otro y el fenó-
meno no se deja dilucidar si no es desde dentro del campo, que afecta

10  En otro lugar Austin (2007c:.233) señala que, si tuviera que hacerse un catálogo de los
usos, sería un catálogo infinito.
11  A la tradición de la “filosofía analítica”, que es el título de las Conferencias de Royau-
mont. La expresión está en AA.VV. 1962, p. 334.
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igualmente al modo de habérselas con él. Ésta es la razón de que Austin


prefiera hablar de técnica más que de método, pues no se trata de una
suerte de imposición analítico-deductiva sino, antes bien, de una ope-
ración, una suerte de manipulación diríamos, dentro de un campo que
ya está constituido y que no deja de imponer, como entidad fáctica que
es, sus propias condiciones (para empezar la de la complicación).
La especificación requerida necesita de un trabajo previo, el trabajo
de reconocer el campo y, hasta donde sea posible, su complicación.
Austin (1975:25) habla en algún lugar de “mapeado”, mapping, como
de la clase de trabajo que hace falta. En cualquier caso, es un trabajo no
reductivo, pues no se trata de dar con reglas (para después deducir con-
secuencias); justo al contrario, es un trabajo abierto y permanentemente
sometido a revisión. Un trabajo de reconocimiento. Cuanto mayor sea
la complicación constatada mayor será la precisión de la respuesta a la
pregunta por la pertinencia de la expresión. Por eso, aunque Austin dice
que el número de usos de una palabra es infinito, se pretende hacer una
lista lo más completa posible. Los intentos continuos en Cómo de hacer
listas avalan esta pretensión y constituyen la indicación fenomenoló-
gica de que el fenómeno no puede ser reducido lógicamente a ninguna
regla, que no puede ser simplemente de-ducido, sino que, antes bien,
sólo puede ser re-conocido, es decir, subsumiendo el fenómeno bajo
una serie de circunstancias (y no al contrario), subsumiéndolo bajo una
situación (digamos, en una subsunción de grado cero), que va a permi-
tir que lo comprendamos como tal fenómeno, singularmente. Si la lista,
o la clase de lista, que se va a lograr es ciertamente “caótica” (AAVV
1962:333), la técnica propuesta no podrá ser sino la de una reflexión
que encuentre para el caso concreto el sentido que sólo puede tener
gracias a la situación total. Un trabajo, digámoslo con Kant, de carác-
ter reflexionante, no determinante12. En lugar de subsumir el caso bajo
la regla, siendo la regla el método que impondría qué cabe o qué no
cabe en el fenómeno, el trabajo consiste en inspeccionar la multiplici-
dad para entre-ver por qué ésta y no otra es la expresión pertinente (para
entender su sentido como pertinencia).
8. Todas estas apreciaciones en cuanto al campo/técnica vienen
requeridas por la propia naturaleza de la emisión performativa. El

12  Austin podrá decir que las técnicas, que no son propiamente métodos sino modos de
proceder, vienen a ser un arte (AA.VV. 1962, p. 332).
Notas fenomenológicas a la teoría performativa de John L. Austin 91

criterio, como lo hemos llamado, es una pregunta muy particular que


pone en claro la condición misma de esta emisión, porque es la pre-
gunta adecuada (porque es la pregunta que se ajusta formalmente a la
naturaleza de lo preguntado). Pues, ¿qué puede responder a la doble
pregunta qué/cuándo? Lo performativo, es bien sabido, es la condición
de una acción muy particular, una acción que consiste en decir algo, o
un decir que consiste en hacer algo. Esto es, cuando decir/hacer se con-
vierten en una pareja de términos irreversibles pero complicados. Pen-
semos que las acciones tienden a obrar cosas, a dar como resultado
cierta realidad en el mundo, y que lo particular de las emisiones perfor-
mativas es que obran algo, pero algo muy particular, porque obran un
significado, o más exactamente, porque obran un significado conven-
cional. Ahora no podemos detenernos en esto. Lo que queremos apuntar
tan sólo es que esto que es obrado en y como la emisión performativa
no lo es de un modo prístino sino que propicia algo que ya está; concre-
tamente propicia el ámbito en el que ya se está o mundo.
Esto que decimos se aviene únicamente a las expresiones ilocuciona-
rias, pues también hay otra clase de performatividad, que es la perlocucio-
naria, donde el lenguaje se muestra como parte de un curso de acciones
en el mundo que son sus resultados13. En las expresiones perlocucionarias
siempre se produce algo debido a, per-, la locución, pero algo que no es pro-
piamente o que no pertenece propiamente al régimen de sentido del mundo.
De hecho, las expresiones perlocucionarias tienen que considerar aspectos
psicológicos de la acción, lo que quiere decir que tiene que atender al curso
de la naturaleza de la que la emisión performativa, vía motivaciones o emo-
ciones, sería sólo una parte. En tal caso, y esto es lo fundamental, tendría-
mos que hablar de psicología, con lo que la emisión sólo podría conside-
rarse performativa en un modo impuro, pues en realidad hace algo que no
dice. Porque sus acciones, dicho en términos austinianos, no son nada más
que consecuencias14. Las emisiones performativas sensu propio, las ilocu-
ciones, no aseguran la realidad de algo, ni siquiera, pues no son emisiones
constatativas, aseguran la relación con las cosas (llamada “verdad” -y que,

13  Cf., p.e., Austin 1975, p. 109.


14  Austin distingue básicamente la ilocución de la perlocución en que esta última tiene
consecuencias, consequences, sean queridas o no (las consecuencias no deseadas se llaman
secuelas, sequels), mientras que la primera carece por completo de ellas. Sin embargo, el acto
ilocucionario no deja por ello de “tomar efecto”, takes effect (1975, p. 117), que es lo que está
vinculado a su propia ejecución (al acting mismo, como dirá Austin).
92 Jesús González Fisac

cuando menos, sería un algo psicológico, una certeza). Lo que obran tales
acciones es un sentido, algo que es real pero sólo a cuenta de considerarse
como parte (en realidad como nudo) de la trama del mundo, pero no de la
naturaleza (que es el peligro que corren las acciones perlocucionarias). En
fin, la acción ilocucionaria es la in-stauración de la trama en la que sólo
va a poder reconocerse quien habla, la instauración de la trama del len-
guaje en y como el ámbito del hablante.
En realidad, las emisiones peformativas (sea como logradas, pero
también como malogros) no obran nada distinto del mundo mismo, es
decir, son una confirmación de la trama y de la complicación de las
experiencias que constituyen el mundo. Las emisiones performativas
re-stauran el mundo (o nos ponen en la necesidad de hacerlo) cada vez
que una de ellas es puesta en obra. Cada vez que esto pasa el mundo
destella en ellas de una vez por todas, como situación total pero también
como momento absoluto. Por eso Austin ha apuntado que las expresio-
nes performativas son iterativas, pero que lo son en un modo muy parti-
cular. Esta iteración no supone una repetición monódica de un modelo.
En tal caso estaríamos nada más que ante la reproducción de casos, ante
un uno-y-uno-y-uno ... indefinido, unos idénticos que podrían compren-
derse bajo una representación común que los subsumiría. La iteración
es en cierto modo productiva, ya que en ella el sujeto que habla se con-
vierte en una singularidad de la trama del mundo. Por eso no basta
una pregunta por el qué y hace falta además que lo que se diga, el qué,
incluso el modo incluso en que se diga, la fórmula (Austin habla de
performativos explícitos), esté igualmente, es decir, simultáneamente
supeditado a un cuándo, que es donde se agotaría el qué y donde que-
daría convertido en un singular. Y al contrario, toda vez que el cuándo
pertenece a una trama de circunstancias y es puntual, tiene que estar
supeditado al qué, que lo devuelve sobre la trama otorgándole un esta-
tuto abierto y mundano.
Lo que acontece en la emisión performativa es, pues, una suerte de
quiasmo simultáneo de la acción, abierta en una particular doblez de
esencia y existencia que funcionan como términos intercambiables.
De acuerdo con esto, las emisiones performativas exigen un modo de
dilucidación que, para empezar, no consiste en el establecimiento de cade-
nas causales. La explicación, que sería el nombre señalado para este modo,
no se atiene al campo sino que lo obvia y, en realidad, lo termina reduciendo
a una regla de concatenación entre términos uniformes (los términos que
Notas fenomenológicas a la teoría performativa de John L. Austin 93

componen algo así como la naturaleza). En cambio, el campo y el mundo


sólo se pueden embocar mediante un trabajo descriptivo que vaya reco-
giendo y dando cuenta de la multiplicidad que se aviene en cada caso a la
emisión, que no es una línea sino una trama. Una trama de carácter fác-
tico, producto de un lenguaje precicipitado con el tiempo y asegurado por
el uso. El resultado de este trabajo, el mapa del campo, no será sin embargo
un dibujo definitivo sino que estará todo el tiempo expuesto a ser enrique-
cido. Como ha señalado Derrida (1989:363), el trabajo de Austin es el de
“un análisis paciente, abierto, aporético, en constante transformación”. Un
trabajo, por tanto, que sin poder reconocerse como infinito, pues la emi-
sión obra la concreción de la totalidad (la concreción de una singularidad
de la trama del lenguaje ordinario y de todas las circunstancias), al menos
sí parece presentarse como un trabajo insistente y, cuando menos, in-defi-
nido. Un trabajo que, en sí mismo, pertenece al mundo que, en cuanto tal,
está sometido a las mismas condiciones e incertidumbre.

Referencias bibliográficas

AA.VV.:La Philosophie Analytique. Cahiers de Royamount, Paris, Minuit, 1962.


Austin, John L.: How to do Things with Words, Cambridge, Harvard Uni-
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dós, 1990.)
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Cavell, S.: Un tono de filosofia, Madrid, Machado Libros, 2002.
Derrida, J.: “Firma, acontecimiento, contexto”, en Márgenes de la filosofía,
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Felman, S.: Le Scandale du corps parlant, Paris, Seuil, 1980.

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