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2) El vasto programa de reformas de inspiración neoliberal implementado a lo largo del

período por el gobierno de Carlos Menem contribuyó a dar por tierra con la imagen de
una sociedad integrada e igualitaria. Las transformaciones consistieron, en primer lugar,
en la reforma del Estado a través de la privatización de empresas públicas, la
descentralización administrativa y la reducción del empleo público. En segundo lugar,
en la redefinición de las formas de regulación de la economía: apertura de los mercados,
desregulación de la actividad privada y flexibilización de la legislación laboral. Por
último, la reestructuración del sistema de jubilaciones y pensiones y la renegociación y
reprogramación del pago de la deuda externa. Las consecuencias de este conjunto de
reformas sobre las condiciones de vida de la población no tardaron en hacerse sentir. En
1992 había sido implementado un seguro de desempleo, por un plazo máximo de 12
meses, implementación masiva de programas sociales destinados a aliviar la situación
de los desocupados. También aumentó el subempleo y la proporción del empleo no
registrado o en negro, se observó una creciente dispersión de las remuneraciones,
incrementándose la diferencia entre las correspondientes a los trabajadores más y menos
calificados. Argentina entró en 1991 en un período signado por la estabilidad monetaria
que se extendería durante diez años. El control de la inflación fue logrado mediante la
implementación, a comienzos de 1991, del Plan de Convertibilidad, a través del cual se
establecía la convertibilidad de la moneda nacional con el dólar estadounidense, se
fijaba una paridad entre ambas monedas de 1 a 1 y se limitaba la acción del gobierno en
materia de emisión monetaria, exigiendo que la totalidad de la oferta monetaria
poseyera un equivalente exacto en las reservas en divisas y/o en oro del Banco Central.
El control de la inflación tuvo un efecto positivo sobre el poder de compra de los
salarios, la estabilidad monetaria contribuyó a la superación de la incertidumbre propia
de los contextos inflacionarios, sobre los precios de los bienes y servicios, así como
sobre los salarios, que no se modificaban sustancialmente con el paso del tiempo. Este
control del tiempo no afectaba únicamente las decisiones económicas, sino que
alcanzaba también a todas las acciones asociadas a éstas. En consecuencia, los usos
cotidianos del dinero fueron modificados. Una de las expresiones de esta transformación
fue la difusión del crédito al consumo. Gracias a esta expansión del crédito, durante los
años 90 una parte importante de la población, especialmente la clase media urbana,
accedió al consumo de bienes durables (automóviles, electrodomésticos, etc.), así como
a la compra de inmuebles. Después de un período inicial de marcado crecimiento, se
hizo evidente la vulnerabilidad externa de la economía argentina, que en 1998 entró en
un largo período de estancamiento. En este proceso influían tanto los efectos del
contexto internacional (la crisis mexicana de 1994, la del sudeste asiático en 1997),
como las limitaciones propias del modelo de la convertibilidad, fuertemente
dependiente del ingreso de divisas para garantizar el crecimiento de la economía.
Pero el neoliberalismo no sólo trajo cambios económicos, se trató dé un proyecto de
reformulación profunda de todos los aspectos de la vida social, incluida la política y la
vida cotidiana. Uno de los cambios más evidentes fue el del papel del Estado, el Estado
argentino se había propuesto como misión ‘‘integrar’’ a las clases populares a la vida
nacional, una integración subordinada. Al principio se trató principalmente de la
educación, más tarde, la expansión de las políticas de bienestar y del gasto social desde
mediados del siglo XX creó un sentido de ciudadanía social y una cierta confianza en el
papel del Estado como garante del mejoramiento de la condición socioeconómica de
cada cual. Habían promovido un imaginario de país en el que todos los ciudadanos
tenían los mismos derechos y que se caracterizaba por una cierta homogeneidad social.
Las políticas neoliberales significaron un cambio profundo en el papel del Estado, la
premisa del momento era que cada individuo debía proveerse el acceso al bienestar por
sus propios medios. Lo público debía reducirse quienes pudieran pagarlo, deberían
adquirir en el mercado aquello que necesitaran, incluyendo servicios de salud, de
educación y seguridad. Los demás, la asistencia a cargo del Estado se reduciría a una
mínima expresión. El desmantelamiento, de vastas secciones del aparato estatal estuvo
acompañado de una importante descentralización administrativa, el Estado nacional
transfirió muchas de sus responsabilidades, a las, provincias y municipios, Estado
nacional y los estados provinciales y municipales ampliaron de manera sostenida las
políticas de asistencia focalizada. Con el Programa Alimentario Nacional que Alfonsín
lanzó, hasta los subsidios para desempleados que implemento Menem, pasando por
iniciativas que pusieron en marcha diversos gobernadores e intendentes desde mediados
de los años ochenta las políticas asistencialistas del Estado se multiplicaron, la nueva
política social procedía más bien identificando los focos posibles: de conflicto para
otorgar alguna ayuda puntual que los mantuviera encapsulados y bajo control. Las
nuevas políticas asistencialistas fueron en general implementadas aprovechando las
organizaciones no estatales y las redes informales de auto ayuda que ya existían en el
mundo popular, ONG, iglesias, militantes sociales y las organizaciones de base. En los
distritos bajo control de los peronistas esta estrategia fue particularmente exitosa, las
utilidades básicas y los referentes locales del movimiento se volcaron masivamente a
gestionar en cada barrio los recursos que venían del Estado. La militancia social se fue,
volviendo cada vez más la gestión de las necesidades puntuales del barrio mediante el
acceso a la ayuda estatal. Con el tiempo, muchos de los líderes “Naturales” de los
barrios y referentes de base terminaron convirtiéndose en “mediadores” o “punteros” al
servicio de la maquinaria asistencialista del Estado. La contracara de este mismo
proceso fue la rápida expansión del clientelismo, es decir, el intercambio de favores
personales por apoyo electoral. Los límites entre lo estatal y lo privado y lo partidario
quedaron de este modo desdibujados, la ‘'privatización” de partes del Estado en los años
del neoliberalismo se manifestó de varias maneras, la vida política comenzó a regirse
cada vez más por los principios empresariales. Alfonsín fue pionero de comunicación y
el marketing para su candidatura, desde entonces, se utilizaron “asesores de imagen” y
las encuestas de opinión al modo de los estudios de mercado, grupos empresarios ahora
tuvieron una participación directa en el manejo de la cosa pública. Una forma de
“privatización” se verificó con la Policía, el desfinanciamiento de la institución en los
años ochenta y los bajos salarios no hicieron sino acentuar la tentación de usar la
autoridad del uniforme para el enriquecimiento personal. Las actividades de
“autofinanciamiento” fueron pasando del simple pedido de coimas a quienes
desarrollaban actividades ilegales a la organización directa dé redes delictivas, en
particular dedicadas al robo o al tráfico de drogas. Esta “zona gris” en la, que
funcionarios estatales y el hampa, se entrecruzaban sé desarrolló especialmente en las
regiones más devastadas por las políticas neoliberales, particularmente en el Gran
Buenos Aires y las periferias de otras ciudades marcadas por la pobreza, donde la
vulnerabilidad de la población fue terreno propicio para la instalación de puntos de
expendio, de drogas o para el reclutamiento de personas dispuestas a integrar las bandas
delictivas. En el modelo político que proponía el neoliberalismo ya no existía una
dimensión de “ciudadanía social” que involucrara el acceso a derechos básicos
garantizados.

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