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El Perdón

«Existen tan solo dos modos de probar que se ama. El primero consiste en dar la vida a
quien se ama. El segundo, sin duda alguna, consiste en perdonar a quien nos ha hecho
mal, hasta el punto de bendecirle y amarle». – CONSTANTIN VIRGIL GHEORGHIU
la posibilidad del perdón, sobre su disponibilidad a concederlo.
Hay que desconfiar de quien perdona demasiado fácil y rápidamente, de quien proclama
el perdón «tocando la trompeta por delante» para que los demás lo vean (cf. Mt 6,2), de
quien declara que está dispuesto a perdonar sin un verdadero cambio de sentimientos, de
actitudes, de palabras y de gestos con respecto al ofensor – Enzo Bianchi
En primer lugar, el perdón no puede significar olvidar la ofensa y a quien la ha
cometido. Tenemos la facultad de la memoria, y esta graba en nuestra persona el mal
que se nos ha hecho y a su autor: aunque queramos, no podríamos olvidar. Solo Dios
puede perdonar olvidando. En su omnipotencia, Él puede hacer lo que nosotros no
podemos: cuando perdona, elimina los pecados, no los ve más, no los recuerda más.
Dios perdona olvidando; el hombre perdona, pero conserva el recuerdo. Quien dice que
ha perdonado porque ha olvidado, expresa mal y de modo impreciso el perdón
eventualmente concedido. Ciertamente, quien perdona logra que la ofensa y el ofensor,
con el paso del tiempo, no constituyan ya una presencia obsesiva e inquietante, no tiene
ya la herida abierta, pero reconoce la cicatriz que lleva y se acuerda de la herida y de
quien le hirió. El perdón ayuda a la memoria a curar, no a morir.
Los contendientes no pueden recrear una situación quebrantada, a pesar de que se
prometan que todo volverá a ser como antes. Dice al respecto un proverbio: «¿Se puede
tener de nuevo la harina después de haber cocido el pan?». Afirmar que no ha sucedido
nada, que no ha cambiado nada, cuando de hecho se ha producido la ofensa, significa
restablecer una relación en la mentira.
¿Qué significa, entonces, perdonar?
Perdonar es un proceso largo y difícil que debe llevar a un cambio de los sentimientos,
de las intenciones, de los comportamientos de la víctima, de quien ha sido ofendido, con
respecto al ofensor. Se trata, en primer lugar, de saber leer y discernir lo más posible,
con sinceridad total, la ofensa recibida; por consiguiente, renunciar a corresponder,
elaborar una transformación en sí mismo y, simultáneamente, vivir una empatía con el
ofensor, hasta el acto del perdón, acto libre, acto realizado en el amor y en la paz.
Somos seducidos por el mal, nos habituamos a él, podemos nutrirlo y hacerle crecer
hasta llegar a negar al otro y a los otros. Seamos sinceros con nosotros mismos: ¿no
somos tal vez seducidos por el eros hasta cosificar al otro? ¿Seducidos por la riqueza
hasta no reconocer ya al otro necesitado que está a nuestro lado? ¿Seducidos por el
poder hasta dominar sobre los otros? ¿No conocemos a veces el deseo, aunque
posiblemente rechazado de inmediato, de que se muera la persona que nos ha hecho
mal? ¿No nos sentimos tentados a pagar con el mismo mal a quien nos ha herido? ¿No
llegamos a esperar que sufra quien nos ha hecho sufrir?
queremos vivir, y vivir a toda costa, aunque sea eliminando al otro.
El duro camino del perdón, perdón es donar hasta el extremo. se perdona para que el
otro pueda vivir, y vivir sin verse aplastado por la culpa. Pero esto requiere un camino
difícil: perdonar no es natural, no es un sentimiento espontáneo, hasta el punto de que
un perdón concedido inmediata y fácilmente tiene todas las probabilidades de no ser
auténtico. Quien ha llegado a perdonar sabe que se trata de un camino que exige
discernimiento: un camino largo, porque exige tiempo; difícil, porque requiere
disciplina y ejercicio; muy costoso, porque exige sacrificio. Es un camino que debe
siempre corroborarse y reemprenderse.
Algunas etapas del perdón
a) La tentación de la venganza – es la tentación de responder al mal con el mal.
Cuando esta mide sus propias fuerzas para pagar al ofensor con la misma
moneda, entonces surge la posibilidad de la venganza. A veces puede ser
incubada durante tiempo, pensada, proyectada y perseguida, conservando un
recuerdo obsesivo de la ofensa recibida. El resentimiento y la ira son
característicos de quien reabre constantemente la herida recibida, herida que no
cura, de modo que el recuerdo del pasado exacerba el sufrimiento, el presente
está ocupado por la recriminación obsesiva del mal sufrido, y el futuro aparece
dominado por la posibilidad de la venganza. ¿Por qué seduce tanto la venganza?
un cierto sentido narcisista: no estamos solos en el dolor; es más, el dolor recae
también en quien ha sido su responsable, «dar una lección», en hacer que el otro
entienda y asuma el mal provocado. Puede ocurrir también que la venganza
aspire a restablecer una justicia quebrantada, a igualar las cuentas, según el
principio veterotestamentario de reciprocidad –«ojo por ojo, diente por diente»
(Ex 21,24; Lv 24,20; Dt 19,21; Mt 5,38)–, pero en realidad la venganza hace
aumentar la agresividad y multiplica la violencia, en una espiral que la difunde y
pervierte también las relaciones humanas. Nos engañamos creyendo que la
venganza se detiene en la reciprocidad, pero a menudo se convierte en un
crescendo que se asemeja más al canto de Lamec: «Por un cardenal mataré a un
hombre, a un joven por una cicatriz. Si la venganza de Caín valía por siete, la de
Lamec valdrá por setenta y siete» (Gn 4,23-24).
b) Conocerse a si mismo para cambiar - Todo camino largo comienza por un
primer paso, y el primer paso del camino del perdón es una renuncia, un «no»
categórico a «hacerla pagar». Se necesita mucha valentía, mucha determinación
y también un cierto control de uno mismo. Debe acontecer algo en el corazón –
una «conversión», podríamos decir que impida seguir deseando la venganza y
predisponga a la benevolencia hacia el ofensor, hasta asumir actitudes que se
contrapongan a todo sentimiento negativo.
c) Comprender al ofensor - El ser humano no es un delito que tiene personalidad;
es y sigue siendo un ser humano. Lamentablemente, estamos habituados y este
es un vicio también de la comunidad cristiana a identificar y definir a las
personas a partir de un comportamiento negativo; pero en realidad es preciso
comprender que los hombres y las mujeres cometen acciones negativas... ¡pero
no son el mal ni la fuente del mal! El perdón afirma que la relación con el
ofensor es más importante que la ofensa que este ha provocado a la relación, y
lleva al ofendido a asumir como pasado el mal injustamente sufrido, para que
este no impida el futuro de la relación. De este modo, quien ha sido ofendido no
niega la dignidad de quien le ha herido, sino que cree en ella; la visión del
monstruo se diluye y permite ver al otro, hermano o hermana en humanidad,
como un ser frágil, pero capaz de cambiar y de convertirse.
d) Manifestar el perdón - Al final del difícil camino del perdón (pero existe
realmente un final...?) se requieren palabras, gestos y actitudes que narren el acto
del perdón madurado en el corazón. Perdonar es un evento que instaura en las
relaciones una confianza más grande, una acogida más cordial, una comunión
más intensa. No es mera casualidad que, según la tradición cristiana, constituya
la alegría más grande de Dios.
El camino del perdón es el camino de la humanización, es el camino de Dios para
nosotros, los seres humanos. Ha habido hombres y mujeres que han perdonado:
perdonaron en Auschwitz; perdonaron en los gulags; perdonaron al salir de las cárceles
del apartheid; perdonaron en el conflicto entre Israel y Palestina; perdonaron en
innumerables vidas modestas y anónimas siguiendo a Jesús, que perdonó a sus
perseguidores (cf. Lc 23,34), pero movidos además por su conciencia de seres humanos
ejercitados en el amor a los hermanos.

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