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net/publication/304581117
Capítulo 4 Manejo sustentable del suelo para la producción agrícola " A nation
that destroys its soil destroys itself "
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Colegio de Postgraduados
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Colegio de Postgraduados (CP), Campus Montecillo, Programa de Edafología, km. 36.5 carretera Mé-
xico-Texcoco, Montecillo 56230, Estado de México, México.
Correo electrónico: jetchev@colpos.mx.
Resumen
La demanda de alimentos de México requiere que el país desarrolle nuevas prácticas y tecnologías
de producción que permitan incrementar los rendimientos de granos, carne, leche, fruta y otros,
para asegurar un nivel cercano a la autosuficiencia alimentaria sin deterioro de la calidad del
suelo. La mayoría de los alimentos que consumimos son producidos directamente en el suelo,
el cual ha experimentado cambios profundos en sus propiedades químicas, físicas y biológicas
comparados con su condición prístina. Ello se atribuye a la transformación de su uso original
para ser destinado e incorporado a la producción agrícola, pecuaria y forestal. El cambio de uso
ha conducido a una pérdida física de la capa superficial (erosión), a la pérdida de sus propiedades
químicas originales (principalmente materia orgánica y nutrientes), y a una disminución de la
fuente energética (carbono fácilmente oxidable) fundamental para el desarrollo de la microbiota
transformadora de los residuos orgánicos y la detoxificación de productos químicos para el control
de plagas y enfermedades. En este proceso, la agricultura moderna, comercial o empresarial ha
afectado en mayor extensión a la pérdida de la calidad del suelo que la agricultura convencional.
Prácticas como el monocultivo, el uso de químicos, la producción intensiva o el laboreo excesivo
son factores fundamentales en el deterioro del recurso suelo. Para contrarrestar este problema
han surgido ideas como la agricultura sustentable y la sustentabilidad en el manejo del suelo que
incluyen la recuperación de la materia orgánica del suelo, el incremento de la disponibilidad de
nutrientes, la reducción del laboreo, la disminución del uso de agroquímicos, técnicas consi-
deradas en el manejo agroecológico de los sistemas de producción. En este trabajo se analizan
algunas de éstas prácticas y se fundamentan las razones urgentes para no postergar el cambio
del manejo del suelo y de la producción agrícola.
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Palabras clave: agricultura sustentable, calidad del suelo, degradación del suelo, manejo
agroecológico.
Abstract
Sustainable management of soil for agricultural production.
Food demand in Mexico requires the country to develop new practices and technologies that
may increase production and yields of grain, meat, milk, fruits and others in order to secure
a level close to food self-sufficiency without deteriorating soil quality. The soil produces most
of the food consumed by human and animals undergoing in the process a major change in its
chemical, physical and biological properties compared to its pristine condition. The process of
incorporation into the agricultural, livestock and forestry production originates these changes.
Land use change has led to a physical loss of the topsoil (erosion), and to the change of original
chemical properties (mainly organic matter and nutrients). A decrease of the main energy source
also occurs (easily oxidizable carbon) as a consequence of land use change. This oxidizable
carbon is essential for the development of microbiota capable of transforming organic wastes
and the detoxification of chemical products to control pests and diseases. Modern, commercial
or corporate agriculture has affected to greater extent the loss of soil quality compared to
conventional agriculture. Practices as monoculture, use of chemicals, intensive production, and
excessive tillage are critical in the deterioration of the soil. To counter these problems, ideas
have emerged, like sustainable agriculture and sustainability of land management, including
the recovery of soil organic matter, increased nutrient availability, reduced tillage, lessen use of
agrochemicals, agro-ecological techniques for management of production systems. This paper
discusses some of these practices, giving reasons for the urgent need of not postponing a change
of soil management and crop production.
I. Introducción
La demanda de alimentos de México requiere desarrollar nuevas tecnologías que permitan in-
crementar la producción de granos, carne, leche, fruta y otros, para asegurar un nivel cercano
a la autosuficiencia alimentaria. Se estima que en el año 2050 el país tendrá 150 millones de
habitantes (CONAPO, 2102). Considerando la situación en que se encuentra actualmente el
campo, éste no tiene la competencia suficiente para satisfacer la demanda de alimentos que
impone y que impondrá la población y la industria productora de alimentos. En los últimos
años se ha debido recurrir a importaciones masivas de granos, leche y productos para el sector
alimentario. Se estima que el valor de éstas ascenderán a aproximadamente 14 000 millones
de dólares en el 2014, siendo maíz, trigo, soya y leche los principales productos de esa cartera
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(INEGI, 2014). En general, se calcula que al menos 45 % de los alimentos que consumirán en
este año en el país serán importados. Por ello resulta obvio que la gestión de la producción de
alimentos en el país no está siendo exitosa.
Al cierre de 2012 las importaciones de granos, como el maíz, eran de 10.8 millones de
toneladas, un millón más que en 2011, mientras que las de trigo pasaron de 4.3 a 6.1 millo-
nes; y las de soya de 3.8 a 4.4 millones, según lo estableció un análisis del Grupo Consultor
de Mercados Agrícolas (2013). Cifra que contrasta con los 14 millones de toneladas que se
estima se importarán este año. Durante los primeros cinco meses del 2014, la importación
de maíz amarillo creció 110 %, al sumar 3.9 millones de toneladas, cuando durante el mismo
periodo del 2013 sólo se importaron 1.8 millones de toneladas. En el caso de maíz blanco la
importación durante este mismo lapso fue de casi 381 mil toneladas, lo cual equivale a un
aumento del 105 % respecto al periodo homólogo en 2013, cuando las compras al exterior
acumularon alrededor de 185 mil 500 toneladas. La importación estimada de ambos tipos de
maíz en el presente año contrasta con la producción de maíz cosechada en el 2013 que fue de
22 millones de toneladas, es decir, que importamos casi un 64 % del maíz que consumimos
(Perea, 2014).
Desde el punto de vista económico, y según información de la Secretaría de Agricul-
tura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), entre enero y mayo
del presente año (2014) México desembolsó USD $893 670 000 dólares para comprar maíz
amarillo, un aumento del 50.6 % respecto al mismo periodo del año pasado y una cantidad
superior a los 100 millones de dólares para pagar por la compra de maíz blanco (Chávez
Rojas, 2014).
Los datos señalados nos llevan a pensar que la situación de la producción interna de
alimentos y de las importaciones necesarias para suplir la demanda nacional se torna compleja
y que su situación requiere atención de alta prioridad. La situación es difícil y tiene múltiples
aristas, su origen no puede ser atribuido a un solo factor y su solución es multifactorial. Abarca
desde las políticas públicas y aspectos legales plasmados en las recientes reformas, que paradójica-
mente no están relacionadas con instancias propias del campo, como son las referentes a energía
y telecomunicaciones, costo del dinero y abandono del campo por parte de las administraciones
central y estatales, por lo que los productores prefieren emigrar a hacia centros urbanos dentro
y fuera del país. No podemos dejar de mencionar el impacto provocado en el sector a partir de
la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la política de precios
para los productos del agro, el incremento de los energéticos y el abandono de la investigación
para el campo que privilegia a un sector de los productores, dejando en un semiabandono a un
importante sector de los hombres del campo.
En esta introducción hemos hecho énfasis en el maíz, porque es el cultivo más importante
de y para México, por varias razones: su producción cercana a los 18 millones de toneladas en
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el enfoque llamado agricultura sustentable, sostenible o durable. Este enfoque debemos ligarlo
al concepto de la autosuficiencia alimentaria para evitar el deterioro de los capitales naturales
que se emplean en esa actividad (suelo, planta, clima).
La agricultura sostenible es un término genérico que supone tanto una filosofía, valores
y una concepción del mundo en la relación sociedad-naturaleza, como prácticas y sistemas agrí-
colas. La sostenibilidad abarca aspectos ecológicos, económicos y culturales, en cuyo examen se
deben emplear las herramientas conceptuales y los aportes derivados de la investigación en las
ciencias agronómicas y sociales (FUNDACRUZ, 2012). Sería largo y fuera del propósito de
este escrito intentar analizar todos estos conceptos, sin embargo, tocaremos tangencialmente lo
más relevante.
No podemos negar que la agricultura moderna trajo consigo algunas ventajas (híbridos,
manejo eficiente del agua, mecanización, fertilizantes, etc.), pero no previó los problemas que
algunas de esas tecnologías introducidas generarían en el conjunto de componentes que consti-
tuyen un sistema de producción. Al no tomarse las medidas preventivas adecuadas, se ha causado
en la población incertidumbre acerca de la calidad de los alimentos que consume, iniciándose
movimientos a nivel mundial que exigen mayor claridad en su control. Sin embargo, muchos
gobiernos no han sido receptivos a esta demanda y los grandes consorcios que controlan una
parte importante de los alimentos procesados se oponen a un etiquetado más claro, que defina
que contienen dichos alimentos. Tal situación preocupa por lo que pudiésemos estar legando a
las generaciones futuras.
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El segundo grupo, el de los pequeños productores, se ubica en un rango entre los dos
conjuntos anteriores, abarcando un espectro que adquiere mayores características de uno u
otro, según el tamaño de la propiedad, lo que producen, la calidad de su suelo, la cercanía a los
mercados consumidores, etc.
Es claro que no podemos seguir por la senda que hemos transitado en estas últimas
décadas, particularmente en las últimas seis o siete, que han significado una pérdida de la
salud o la calidad de nuestro más valioso capital natural: el suelo y de la capacidad productiva
del agro. Ello implica que debemos comenzar a plasmar nuevas formas de hacer agricultura
y a definir conceptualmente modalidades que permitan conservarlo y aún mejorarlo, para
asegurar la independencia alimentaria del país y disminuir los recursos destinados a la im-
portación de alimentos.
Un aspecto que requiere especial atención es la relación entre nuestra necesidad de pro-
ducir más alimentos y la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). La producción nacional
de granos básicos está por debajo del valor de 75 % para lograr la seguridad alimentaria como
lo recomienda la FAO, pero a pesar de ello las actividades del sector agrícola son la segunda
mayor fuente de emisiones de GEI del país. Éstas representan 12 % de las emisiones nacionales
de CO2 equivalente (INECC-SEMARNAT, 2013). En este rubro merecen particular atención
las altas emisiones de óxido nitroso N 2 O que contrastan con la baja producción promedio
nacional de granos básicos como el maíz, situación que evidencia la baja eficiencia en el uso
del nitrógeno presente en los fertilizantes. Entendemos por eficiencia de uso la cantidad de
nitrógeno recuperado en los alimentos producidos por cada unidad de nitrógeno aplicado
(Erisman et al., 2008).
Desde el punto de vista de los GEI, el nitrógeno fertilizante, precursor de N2O, es
un elemento que requiere especial atención. El nitrógeno es necesario para el crecimiento y
desarrollo de las plantas y a diferencia del resto de los elementos esenciales, no se encuentra
presente en ningún mineral del suelo. Su único almacén en ese medio lo constituyen por un
lado la fijación natural de nitrógeno, la cual solo pueden realizar las leguminosas y cierto
tipo de microorganismos y, por el otro, la materia orgánica, especialmente la fresca que se
incorpora al suelo y es cada vez más escasa en los esquemas productivos actuales. Por ello, la
agricultura en México requiere de la aplicación de fertilizantes nitrogenados; en particular,
porque el 61 % de la superficie terrestre nacional son suelos poco profundos, escasamente
desarrollados y poco fértiles, incapaces de suministrar el nitrógeno demandado por los cul-
tivos que en ellos se desarrollan (SEMARNAT, 2013) y que además han sido sujetos de una
elevada degradación antrópica. El uso de los fertilizantes, en especial su dosis de aplicación,
la forma de aplicación, la oportunidad de ésta y la forma química, aún requieren de mucho
más estudio para evitar pérdidas, contaminación e ineficiencia. Hay regiones donde la apli-
cación de los fertilizantes está concentrada, es intensiva y sólo medianamente tecnificada
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(Peña-Cabriales et al., 2001), pero los fertilizantes también son aplicados en áreas dispersas
y pequeñas en la agricultura de subsistencia, que representa más del 70 % de los agricultores
mexicanos (FAO, 2013).
El uso de fertilizantes, en especial el nitrogenado, es fundamental para incrementar los
rendimientos, los ingresos para los productores y el bienestar de su familia. Su uso continuará
por muchos años hasta que logremos establecer un equilibrio entre la demanda de nitrógeno y
el suministro por el suelo, cosa que se puede lograr incrementando la materia orgánica que le
regresemos al suelo. Este proceso es lento, pero se puede revertir. De la misma manera que se
fue perdiendo lentamente el carbono del suelo, éste se puede recuperar, quizás no para alcanzar
el nivel inicial, pero sí un nivel cercano a ese. Sin el uso de fertilizantes y la recuperación del
carbono perdido del suelo, no lograremos alcanzar la seguridad alimentaria. El empleo de éstos
debe hacerse de una manera racional. FAO (2011) estima que a nivel mundial para el año 2050
habrá un tercio más de bocas que alimentar y en México seremos 150 millones de personas,
30 millones más que las actuales, según los estudios demográficos (CONAPO, 2014), por lo
que debemos prepararnos para producir los alimentos que serán requeridos y evitar el hambre
y la pobreza. Dicho incremento en la producción deberá hacerse en prácticamente la misma
superficie histórica (aproximadamente 22 millones de hectáreas cultivadas) y requerirá usar con
mayor eficiencia los escasos recursos naturales que aún nos quedan y simultáneamente adaptarse
al cambio climático. Estos son los principales retos de la agricultura nacional y mundial en las
próximas décadas (FAO, 2009).
Regresando a la situación de los fertilizantes, en los últimos 60 años la producción an-
tropogénica de fijación nitrógeno para su uso como fertilizantes se ha duplicado con respecto
a los mecanismos naturales de ingreso del nitrógeno a los ecosistemas (Sutton et al., 2011).
Globalmente cada año se añaden 100 Tg a los suelos en forma de nitrógeno (Erisman et al.,
2008). El incremento en el uso de este elemento fertilizante en los cultivos ha modificado el ciclo
global del nitrógeno debido a que grandes cantidades de él en su forma reactiva (Nr), también
llamado nitrógeno reactivo, están siendo añadidas a los ecosistemas agrícolas (Delgado y Follet,
2010) causando un daño del ecosistema en cascada (Galloway et al., 2003).
Desde un punto de vista de la eficiencia del uso de este nitrógeno que se adiciona,
se estima que únicamente la mitad del aplicado a los cultivos es incorporado en la biomasa
de éstos, mientras que la otra mitad se pierde en forma gaseosa a la atmósfera o se lixivia
(transporte de partículas por el agua) desde el suelo hacia cuerpos de agua (Galloway et
al., 2003). Ésto en el mejor de los casos, ya que frecuentemente sólo se aprovecha el 30 %
mientras que el restante 70 % se pierde hacia el subsuelo y a la atmósfera. Es obvio que el
uso excesivo de fertilizantes en la agricultura o hiperfertilización, una práctica cada vez más
común en la agricultura comercial, incrementa el potencial de pérdida del nitrógeno reac-
tivo. El Nr es dispersado en la naturaleza por transporte hidrológico en forma de amoníaco
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NH3 , amonio NH4 y nitrato NO3 , y por emisiones hacia la atmósfera en forma de
óxidos de N NO x y N 2 O (Galloway et al., 2003). El Nr al pasar por otros ecosistemas
terrestres, reduce la biodiversidad, contamina el aire, el agua y agrava el calentamiento global
(Schlesinger, 2009).
El peligro es que este Nr se está acumulando en el ambiente porque las tasas de creación
de Nr son mayores que las tasas de remoción de nitrógeno. Esto implica un problema grave que
debe ser investigado y resuelto porque se desconoce cuáles son los aportes de Nr de las formas
orgánicas e inorgánicas. El auge de una agricultura sustentable basada en el empleo de fuentes
orgánicas de este elemento debe ser críticamente analizado para evitar mayores alteraciones al
ciclo del nitrógeno. Como se ha indicado, cuando los fertilizantes nitrogenados son utilizados en
exceso, no todas las moléculas de Nr que se liberan en el suelo son aprovechadas por los cultivos,
dejando un exceso que incrementa el almacén de Nr. El incremento de este Nr, producto de la
hiperfertilización nitrogenada a los cultivos, no solamente tiene efectos negativos en el medio
ambiente, sino que también es perjudicial para la salud humana (Olivares, 2011).
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1. Biocarbón (Biochar)
El biocarbón es un material sólido que se obtiene al carbonizar la biomasa. Se puede agregar al
suelo para mejorar sus funciones y reducir las emisiones de GEI que se producen naturalmente
por la descomposición de esa biomasa. Adicionado al suelo, el biocarbón puede permanecer
por años en él sin que se oxide, por lo que se considera como una manera de secuestro del
carbono ambiental.
El uso de biocarbón es una tecnología que tiene aproximadamente 2 000 años. En Japón
y la Amazonia brasileña ha sido usado desde tiempos inmemoriales. El biocarbón se genera
combustionando todos los residuos generados por los sistemas agroforestales y los seres huma-
nos. Es empleado como mejorador de suelos ya que incrementa la porosidad, ayuda a regular
los flujos de agua, contribuye al mantenimiento de la biodiversidad y adicionalmente ayuda a
combatir el calentamiento global, incrementa la producción de alimentos y desanima la defo-
restación. Es una técnica relativamente barata, de amplia aplicación y rápidamente escalable,
pero que requiere estudios más básicos, a pesar de su cada vez más extensivo uso en el mundo,
por el principio precautorio que nos conduce a ser cautelosos con nuestras recomendaciones
(Lehmann y Joseph, 2009).
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que dependen de ella. Además del drenado de la tierra para que esta no se pudra, los granjeros
deben tratar de cultivar solamente productos propios de la región, pues será más sencillo que tales
alimentos se adapten al clima local. Implementar un sistema de recolección y almacenamiento
de agua de lluvia es necesario para irrigar la tierra sin utilizar los mantos freáticos.
b) Mantenimiento de la tierra
Métodos tradicionales como el arado aseguran que la tierra tenga movimiento y que puedan
aprovechar el aire. Los fertilizantes naturales como el estiércol o los cultivos de cobertura, así
como el uso de cenizas de carbón natural también pueden mejorar la calidad de la tierra, y por
ende, la calidad del cultivo.
d) Variedades de cultivo
No es recomendable plantar siempre el mismo tipo de semilla. Utilizar distintas variedades de
la misma especie asegura que la diferencia genética produzca cultivos más fuertes. Las semillas
transgénicas tratan de sustituir este proceso que las semillas realizan por sí mismas a través del
tiempo; cabe decir que es mejor utilizar semillas no transgénicas. Utilizar semillas locales no
sólo reduce la huella de carbono, sino que permite que los beneficios económicos del cultivo
permanezcan en la comunidad.
g) Rotación de cultivo
Otra técnica milenaria para mantener la calidad del suelo y permitir que los nutrientes vuelvan
a estar disponibles para las siguientes siembras. También puede ayudar a deshacerse de enfer-
medades o plagas que afectaron a los cultivos anteriores.
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