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Capítulo 4 Manejo sustentable del suelo para la producción agrícola " A nation
that destroys its soil destroys itself "

Chapter · June 2015

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J. D. Etchevers Vinisa Saynes


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Capítulo 4

Manejo sustentable del suelo para


la producción agrícola
Jorge D. Etchevers, Vinisa Saynes y Mariana Margarita Sánchez

Colegio de Postgraduados (CP), Campus Montecillo, Programa de Edafología, km. 36.5 carretera Mé-
xico-Texcoco, Montecillo 56230, Estado de México, México.
Correo electrónico: jetchev@colpos.mx.

“A nation that destroys its soil destroys itself”


Franklin D. Roosevelt

Resumen
La demanda de alimentos de México requiere que el país desarrolle nuevas prácticas y tecnologías
de producción que permitan incrementar los rendimientos de granos, carne, leche, fruta y otros,
para asegurar un nivel cercano a la autosuficiencia alimentaria sin deterioro de la calidad del
suelo. La mayoría de los alimentos que consumimos son producidos directamente en el suelo,
el cual ha experimentado cambios profundos en sus propiedades químicas, físicas y biológicas
comparados con su condición prístina. Ello se atribuye a la transformación de su uso original
para ser destinado e incorporado a la producción agrícola, pecuaria y forestal. El cambio de uso
ha conducido a una pérdida física de la capa superficial (erosión), a la pérdida de sus propiedades
químicas originales (principalmente materia orgánica y nutrientes), y a una disminución de la
fuente energética (carbono fácilmente oxidable) fundamental para el desarrollo de la microbiota
transformadora de los residuos orgánicos y la detoxificación de productos químicos para el control
de plagas y enfermedades. En este proceso, la agricultura moderna, comercial o empresarial ha
afectado en mayor extensión a la pérdida de la calidad del suelo que la agricultura convencional.
Prácticas como el monocultivo, el uso de químicos, la producción intensiva o el laboreo excesivo
son factores fundamentales en el deterioro del recurso suelo. Para contrarrestar este problema
han surgido ideas como la agricultura sustentable y la sustentabilidad en el manejo del suelo que
incluyen la recuperación de la materia orgánica del suelo, el incremento de la disponibilidad de
nutrientes, la reducción del laboreo, la disminución del uso de agroquímicos, técnicas consi-
deradas en el manejo agroecológico de los sistemas de producción. En este trabajo se analizan
algunas de éstas prácticas y se fundamentan las razones urgentes para no postergar el cambio
del manejo del suelo y de la producción agrícola.

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ciencia, tecnología e innovación

Palabras clave: agricultura sustentable, calidad del suelo, degradación del suelo, manejo
agroecológico.

Abstract
Sustainable management of soil for agricultural production.
Food demand in Mexico requires the country to develop new practices and technologies that
may increase production and yields of grain, meat, milk, fruits and others in order to secure
a level close to food self-sufficiency without deteriorating soil quality. The soil produces most
of the food consumed by human and animals undergoing in the process a major change in its
chemical, physical and biological properties compared to its pristine condition. The process of
incorporation into the agricultural, livestock and forestry production originates these changes.
Land use change has led to a physical loss of the topsoil (erosion), and to the change of original
chemical properties (mainly organic matter and nutrients). A decrease of the main energy source
also occurs (easily oxidizable carbon) as a consequence of land use change. This oxidizable
carbon is essential for the development of microbiota capable of transforming organic wastes
and the detoxification of chemical products to control pests and diseases. Modern, commercial
or corporate agriculture has affected to greater extent the loss of soil quality compared to
conventional agriculture. Practices as monoculture, use of chemicals, intensive production, and
excessive tillage are critical in the deterioration of the soil. To counter these problems, ideas
have emerged, like sustainable agriculture and sustainability of land management, including
the recovery of soil organic matter, increased nutrient availability, reduced tillage, lessen use of
agrochemicals, agro-ecological techniques for management of production systems. This paper
discusses some of these practices, giving reasons for the urgent need of not postponing a change
of soil management and crop production.

Key words: agroecological management, soil degradation, soil quality.

I. Introducción
La demanda de alimentos de México requiere desarrollar nuevas tecnologías que permitan in-
crementar la producción de granos, carne, leche, fruta y otros, para asegurar un nivel cercano
a la autosuficiencia alimentaria. Se estima que en el año 2050 el país tendrá 150 millones de
habitantes (CONAPO, 2102). Considerando la situación en que se encuentra actualmente el
campo, éste no tiene la competencia suficiente para satisfacer la demanda de alimentos que
impone y que impondrá la población y la industria productora de alimentos. En los últimos
años se ha debido recurrir a importaciones masivas de granos, leche y productos para el sector
alimentario. Se estima que el valor de éstas ascenderán a aproximadamente 14 000 millones
de dólares en el 2014, siendo maíz, trigo, soya y leche los principales productos de esa cartera
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(INEGI, 2014). En general, se calcula que al menos 45 % de los alimentos que consumirán en
este año en el país serán importados. Por ello resulta obvio que la gestión de la producción de
alimentos en el país no está siendo exitosa.
Al cierre de 2012 las importaciones de granos, como el maíz, eran de 10.8 millones de
toneladas, un millón más que en 2011, mientras que las de trigo pasaron de 4.3 a 6.1 millo-
nes; y las de soya de 3.8 a 4.4 millones, según lo estableció un análisis del Grupo Consultor
de Mercados Agrícolas (2013). Cifra que contrasta con los 14 millones de toneladas que se
estima se importarán este año. Durante los primeros cinco meses del 2014, la importación
de maíz amarillo creció 110 %, al sumar 3.9 millones de toneladas, cuando durante el mismo
periodo del 2013 sólo se importaron 1.8 millones de toneladas. En el caso de maíz blanco la
importación durante este mismo lapso fue de casi 381 mil toneladas, lo cual equivale a un
aumento del 105 % respecto al periodo homólogo en 2013, cuando las compras al exterior
acumularon alrededor de 185 mil 500 toneladas. La importación estimada de ambos tipos de
maíz en el presente año contrasta con la producción de maíz cosechada en el 2013 que fue de
22 millones de toneladas, es decir, que importamos casi un 64 % del maíz que consumimos
(Perea, 2014).
Desde el punto de vista económico, y según información de la Secretaría de Agricul-
tura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), entre enero y mayo
del presente año (2014) México desembolsó USD $893 670 000 dólares para comprar maíz
amarillo, un aumento del 50.6 % respecto al mismo periodo del año pasado y una cantidad
superior a los 100 millones de dólares para pagar por la compra de maíz blanco (Chávez
Rojas, 2014).
Los datos señalados nos llevan a pensar que la situación de la producción interna de
alimentos y de las importaciones necesarias para suplir la demanda nacional se torna compleja
y que su situación requiere atención de alta prioridad. La situación es difícil y tiene múltiples
aristas, su origen no puede ser atribuido a un solo factor y su solución es multifactorial. Abarca
desde las políticas públicas y aspectos legales plasmados en las recientes reformas, que paradójica-
mente no están relacionadas con instancias propias del campo, como son las referentes a energía
y telecomunicaciones, costo del dinero y abandono del campo por parte de las administraciones
central y estatales, por lo que los productores prefieren emigrar a hacia centros urbanos dentro
y fuera del país. No podemos dejar de mencionar el impacto provocado en el sector a partir de
la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la política de precios
para los productos del agro, el incremento de los energéticos y el abandono de la investigación
para el campo que privilegia a un sector de los productores, dejando en un semiabandono a un
importante sector de los hombres del campo.
En esta introducción hemos hecho énfasis en el maíz, porque es el cultivo más importante
de y para México, por varias razones: su producción cercana a los 18 millones de toneladas en

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ciencia, tecnología e innovación

una superficie de aproximadamente 8.5 millones de hectáreas, lo que representa más de un


tercio de la superficie cultivada del país. La mayoría de esta superficie pertenece a 3.2 millones
de productores. Hay que recordar que en el país existen 4 millones de productores agrícolas, lo
cual destaca la importancia del sector en la producción de este grano (Turrent et al., 2012).
En el país existen dos tipos de productores. El primer grupo, donde se encuentra aproxi-
madamente el 92 % de los productores, que poseen predios que varían entre 1 y 5 hectáreas y
que representan 56.4 % de la producción total. En general, más de la mitad de ésta se destina
al autoconsumo (52 %) y sus rendimientos fluctúan entre 1.3 y 1.8 toneladas por hectárea. En
el segundo grupo sólo se ubica el 7.9 % de los productores, con predios arriba de 5 hectáreas
por productor que aportan el 43.6 % de la producción. Sus rendimientos van de 1.8 a 3.2 to-
neladas por hectárea, existiendo excepciones de productores empresariales que pueden cosechar
por encima de 15 toneladas por hectárea. Este grupo sólo destina el 13.5 % de su producción
al autoconsumo, que contrasta con el 52 % que destina el grupo de los pequeños productores
(Turrent et al., 2012).
En México existen entre 20 y 25 millones de personas que habitan en el sector rural.
Oficialmente el gobierno reconoce que existen 52 millones de mexicanos viviendo en esta si-
tuación, aunque hay estimaciones que la elevan hasta cerca del 75 % de la población. De ésta
se estima que 15 millones de niños que viven en el campo lo hacen en condiciones de miseria
y muchos de ellos en condiciones de pobreza alimentaria (SEDESOL, 2013).
Esta trágica situación es el resultado de una crisis sectorial creada por políticas agríco-
las que por décadas han descuidado al sector agrícola, pero particularmente por las políticas
agrícolas que subordinan a la agricultura mexicana y en especial a los pequeños productores
y los intereses de una agricultura de corte empresarial. El gobierno mexicano dejó de apoyar
el campo en 1995, ese año 6.4 % del total del presupuesto federal era para el campo, pero
en el 2000 sólo fue del 2.9 %. Hay que reconocer que en 2013 y 2014 hubo un incremento
y éste alcanzó 75 mil 403 millones de pesos en 2013 y 81 mil 461.9 millones de pesos en
la propuesta para 2014, pero aún este monto es insuficiente para atender la totalidad de las
necesidades del campo (CNC, 2014).

II. ¿Qué hacer?


La agricultura de los últimos 70 años, particularmente la empresarial, dejó de ser una actividad
que hacía un uso racional y renovable de los recursos naturales. Hoy, la capacidad de las plantas
para transformar energía luminosa en energía química biomasa, mediante la fotosíntesis, se
encuentra condicionada por recursos que no pueden considerarse totalmente renovables (como
combustibles fósiles, recursos minerales, fertilizantes, introducción de moléculas que no tiene
un origen en la naturaleza sino han sido creadas por el hombre, etc.), lo que significa que su
capacidad regenerativa es nula o cercana a cero.

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Un factor adicional es la escasez de agua. En México, el 77 % del agua disponible se


utiliza en actividades agrícolas, 13 % es para uso público y 10 % para uso industrial (CONA-
GUA, 2014). La disminución continua del nivel de los acuíferos por el excesivo y mal uso
del 77 % del agua del país, es un fenómeno que perjudica fuertemente a las mejores zonas
agrícolas de México. Éste es un punto focal ya que ninguna política de mejoramiento de la
fertilidad de los suelos ni de sostenibilidad de las prácticas agrícolas podría ser efectiva si no
hay agua.
El creciente aumento de la dependencia de los agroquímicos (insecticidas, herbicidas,
fungicidas, fertilizantes, etc.), ha ocasionado el desarrollo de resistencia a los plaguicidas de
ciertas malezas, insectos y enfermedades y, por último, la pérdida de variabilidad genética de
los principales cultivos.
Se ha modificado el esquema tradicional de las fincas en que se integraban las actividades
agrícolas, ganaderas y forestales, con una recirculación interna de los ciclos biogeoquímicos y
una exportación reducida de nutrientes. Hoy, la agricultura empresarial o comercial, emplea
monocultivos, a veces varios ciclos anuales, un intenso uso de combustibles fósiles, un ingreso
de energía al suelo (producto del laboreo intenso del suelo con maquinaria, que modifica la
entropía del sistema), culminando en una degradación de los sistemas de producción, motivo
de preocupación de instancias internacionales relacionadas con el agro.
Éstas últimas llaman cada vez con mayor frecuencia por un lado a examinar críticamente
el curso y los efectos de esas prácticas y, por otro, a intentar restituir el balance nutrimental
inicial, en especial, la recuperación de los niveles de carbono del suelo, para evitar que se con-
tinúe degradando. Esta agricultura moderna se caracteriza por su alta y creciente dependencia
de combustibles fósiles (recurso no renovable), por la pérdida de la capacidad productiva de
los suelos, debido a los procesos de erosión, degradación, salinización y desertificación, que se
manifiestan en una disminución de la eficiencia de los sistemas productivos en término energé-
tico. De acuerdo con SEMARNAT (2003), aproximadamente el 45 % de los suelos mexicanos
presentan algún nivel de degradación. El 18 % tiene degradación química, el 6 % degradación
física y el 21.5 % están erosionados eólica o hídricamente. La actividad agrícola junto con el
sobrepastoreo representa la primera causa de degradación de los suelos. Especial mención me-
rece la disminución de los nutrientes del suelo porque este tipo de agricultura ha generado un
desbalance entre los nutrientes que se exportan o pierden por lixiviación, volatilización, desni-
trificación, etc. y su reposición incompleta, que aunado a lo mencionado anteriormente y a la
baja eficiencia del uso de los fertilizantes, nos ha llevado a este estado de preocupación actual.
Se requiere de una acción decidida y multifactorial para revertir este orden de cosas y evitar un
colapso del sistema, como puede ocurrir con la situación del cambio climático.
¿Qué hacer, entonces, para abordar este problema e intentar restablecer el equilibrio
perdido? La tendencia que se ha venido discutiendo e imponiendo en la producción agrícola es

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ciencia, tecnología e innovación

el enfoque llamado agricultura sustentable, sostenible o durable. Este enfoque debemos ligarlo
al concepto de la autosuficiencia alimentaria para evitar el deterioro de los capitales naturales
que se emplean en esa actividad (suelo, planta, clima).
La agricultura sostenible es un término genérico que supone tanto una filosofía, valores
y una concepción del mundo en la relación sociedad-naturaleza, como prácticas y sistemas agrí-
colas. La sostenibilidad abarca aspectos ecológicos, económicos y culturales, en cuyo examen se
deben emplear las herramientas conceptuales y los aportes derivados de la investigación en las
ciencias agronómicas y sociales (FUNDACRUZ, 2012). Sería largo y fuera del propósito de
este escrito intentar analizar todos estos conceptos, sin embargo, tocaremos tangencialmente lo
más relevante.
No podemos negar que la agricultura moderna trajo consigo algunas ventajas (híbridos,
manejo eficiente del agua, mecanización, fertilizantes, etc.), pero no previó los problemas que
algunas de esas tecnologías introducidas generarían en el conjunto de componentes que consti-
tuyen un sistema de producción. Al no tomarse las medidas preventivas adecuadas, se ha causado
en la población incertidumbre acerca de la calidad de los alimentos que consume, iniciándose
movimientos a nivel mundial que exigen mayor claridad en su control. Sin embargo, muchos
gobiernos no han sido receptivos a esta demanda y los grandes consorcios que controlan una
parte importante de los alimentos procesados se oponen a un etiquetado más claro, que defina
que contienen dichos alimentos. Tal situación preocupa por lo que pudiésemos estar legando a
las generaciones futuras.

III. El deterioro del capital natural suelo


Quizás uno de los problemas más agudos que ha experimentado la agricultura en los últimos
años y que no lo apreciamos claramente aún, es el deterioro de la calidad del suelo, uno de los
tres componentes principales del sistema de producción. Los mecanismos para su protección no
han recibido la atención requerida desde hace muchos lustros, con la consecuente pérdida física
del mismo y de su fertilidad. Este capital natural se está perdiendo y su recuperación es sensi-
blemente costosa. El país sufre una pérdida de suelo por erosión y por el uso de una agricultura
extractiva, y no presta la suficiente atención a su conservación. La pérdida de la fertilidad, de
la materia orgánica y la erosión son síntomas inequívocos de que algo estamos haciendo mal y
debemos meditar las consecuencias de esta situación, en particular, su efecto para las generaciones
futuras y para la viabilidad de la nación como un todo (SEMARNAT, 2003).
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO,
2010) ha enfatizado que la agricultura debe someterse a una transformación profunda para
responder a los retos relacionados con la seguridad alimentaria y dar respuesta a los efectos del
cambio climático global (CCG). Ello requiere implementar una serie de prácticas, enfoques
y herramientas dirigidas a aumentar la resiliencia de los sistemas agrícolas y de su producción

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y simultáneamente reducir emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Esto permitiría


transitar hacia una agricultura climáticamente inteligente (FAO, 2010). Un modelo de
producción agrícola inteligente requiere estrategias de fertilización sostenibles, es decir, que
mantengan y/o incrementen la producción sin dañar el ambiente ni la salud humana, para
asegurar la autosuficiencia.
Uno de los problemas más graves que se oponen al propósito de la autosuficiencia y la
seguridad alimentaria es la pérdida de la fertilidad del suelo, junto a su erosión, degradación,
desertificación, acidificación y contaminación. Es urgente rescatar el suelo de su actual condición
de deterioro si se desea mejorar la producción interna de alimentos. Sin una acción concertada
de políticas públicas apropiadas, el empleo de la ciencia y la tecnología disponible, no será
posible producir los alimentos que la nación mexicana requiere para sacar de la pobreza a más
de 52 millones de personas y de la pobreza alimentaria a 12 millones, según cifras oficialmente
reconocidas en 2013 (SEDESOL, 2013).
Si atendemos a la tipografía de los productores, a grandes rasgos podemos dividirlos según
el modo de producción. Se clasifican en tres grandes grupos: los productores empresariales que
manejan extensiones relativamente grandes de terreno y sin mayores limitaciones de capital y
acceso al crédito, los pequeños productores que producen para los mercados periféricos y los
productores de autoconsumo que generan lo que consumen ellos y su grupo familiar. La situa-
ción del deterioro del recurso suelo adquiere diferentes dimensiones en estas tres categorías y
las soluciones para los tres grupos no pueden ser las mismas.
En general, en las primeras dos tenemos un laboreo intensivo, uso de maquinaria agrícola
moderna, empleo de insumos en cantidades relativamente grandes, en especial de fertilizantes,
y moléculas extrañas a las existentes en la naturaleza, ya que han sido sintetizadas por el ser
humano y no siempre encuentran los mecanismos de detoxificación en el suelo, transmitiéndose
en la cadena trófica y a los cuerpos naturales de agua, creando contaminación y efectos que
desconocemos. El empleo de monocultivo es una característica de este tipo de agricultura, que
se enfoca más en el rédito de la inversión que en la conservación del capital natural que es el
suelo y la biodiversidad.
En el último grupo encontramos a los pequeños productores de autoconsumo, cuya
conciencia del valor de la tierra es mucho mayor que la de los productores empresariales,
porque seguramente es el único bien que les pertenece y les ha pertenecido por generaciones.
Ello hace que le asignen al cuidado de este bien una atención especial, aunque la mayoría de
las veces sin el debido sustento científico. El envejecimiento de la población en esta categoría,
el abandono del campo de los jóvenes hijos de esa población, y la cada vez mayor participación
del contingente femenino en las labores agrícolas, amenaza con cambiar los paradigmas tra-
dicionales de esta clase de productores, en particular, en su visión con respecto a la necesidad
de conservar el suelo.

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ciencia, tecnología e innovación

El segundo grupo, el de los pequeños productores, se ubica en un rango entre los dos
conjuntos anteriores, abarcando un espectro que adquiere mayores características de uno u
otro, según el tamaño de la propiedad, lo que producen, la calidad de su suelo, la cercanía a los
mercados consumidores, etc.
Es claro que no podemos seguir por la senda que hemos transitado en estas últimas
décadas, particularmente en las últimas seis o siete, que han significado una pérdida de la
salud o la calidad de nuestro más valioso capital natural: el suelo y de la capacidad productiva
del agro. Ello implica que debemos comenzar a plasmar nuevas formas de hacer agricultura
y a definir conceptualmente modalidades que permitan conservarlo y aún mejorarlo, para
asegurar la independencia alimentaria del país y disminuir los recursos destinados a la im-
portación de alimentos.
Un aspecto que requiere especial atención es la relación entre nuestra necesidad de pro-
ducir más alimentos y la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). La producción nacional
de granos básicos está por debajo del valor de 75 % para lograr la seguridad alimentaria como
lo recomienda la FAO, pero a pesar de ello las actividades del sector agrícola son la segunda
mayor fuente de emisiones de GEI del país. Éstas representan 12 % de las emisiones nacionales
de CO2 equivalente (INECC-SEMARNAT, 2013). En este rubro merecen particular atención
las altas emisiones de óxido nitroso N 2 O que contrastan con la baja producción promedio
nacional de granos básicos como el maíz, situación que evidencia la baja eficiencia en el uso
del nitrógeno presente en los fertilizantes. Entendemos por eficiencia de uso la cantidad de
nitrógeno recuperado en los alimentos producidos por cada unidad de nitrógeno aplicado
(Erisman et al., 2008).
Desde el punto de vista de los GEI, el nitrógeno fertilizante, precursor de N2O, es
un elemento que requiere especial atención. El nitrógeno es necesario para el crecimiento y
desarrollo de las plantas y a diferencia del resto de los elementos esenciales, no se encuentra
presente en ningún mineral del suelo. Su único almacén en ese medio lo constituyen por un
lado la fijación natural de nitrógeno, la cual solo pueden realizar las leguminosas y cierto
tipo de microorganismos y, por el otro, la materia orgánica, especialmente la fresca que se
incorpora al suelo y es cada vez más escasa en los esquemas productivos actuales. Por ello, la
agricultura en México requiere de la aplicación de fertilizantes nitrogenados; en particular,
porque el 61 % de la superficie terrestre nacional son suelos poco profundos, escasamente
desarrollados y poco fértiles, incapaces de suministrar el nitrógeno demandado por los cul-
tivos que en ellos se desarrollan (SEMARNAT, 2013) y que además han sido sujetos de una
elevada degradación antrópica. El uso de los fertilizantes, en especial su dosis de aplicación,
la forma de aplicación, la oportunidad de ésta y la forma química, aún requieren de mucho
más estudio para evitar pérdidas, contaminación e ineficiencia. Hay regiones donde la apli-
cación de los fertilizantes está concentrada, es intensiva y sólo medianamente tecnificada

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(Peña-Cabriales et al., 2001), pero los fertilizantes también son aplicados en áreas dispersas
y pequeñas en la agricultura de subsistencia, que representa más del 70 % de los agricultores
mexicanos (FAO, 2013).
El uso de fertilizantes, en especial el nitrogenado, es fundamental para incrementar los
rendimientos, los ingresos para los productores y el bienestar de su familia. Su uso continuará
por muchos años hasta que logremos establecer un equilibrio entre la demanda de nitrógeno y
el suministro por el suelo, cosa que se puede lograr incrementando la materia orgánica que le
regresemos al suelo. Este proceso es lento, pero se puede revertir. De la misma manera que se
fue perdiendo lentamente el carbono del suelo, éste se puede recuperar, quizás no para alcanzar
el nivel inicial, pero sí un nivel cercano a ese. Sin el uso de fertilizantes y la recuperación del
carbono perdido del suelo, no lograremos alcanzar la seguridad alimentaria. El empleo de éstos
debe hacerse de una manera racional. FAO (2011) estima que a nivel mundial para el año 2050
habrá un tercio más de bocas que alimentar y en México seremos 150 millones de personas,
30 millones más que las actuales, según los estudios demográficos (CONAPO, 2014), por lo
que debemos prepararnos para producir los alimentos que serán requeridos y evitar el hambre
y la pobreza. Dicho incremento en la producción deberá hacerse en prácticamente la misma
superficie histórica (aproximadamente 22 millones de hectáreas cultivadas) y requerirá usar con
mayor eficiencia los escasos recursos naturales que aún nos quedan y simultáneamente adaptarse
al cambio climático. Estos son los principales retos de la agricultura nacional y mundial en las
próximas décadas (FAO, 2009).
Regresando a la situación de los fertilizantes, en los últimos 60 años la producción an-
tropogénica de fijación nitrógeno para su uso como fertilizantes se ha duplicado con respecto
a los mecanismos naturales de ingreso del nitrógeno a los ecosistemas (Sutton et al., 2011).
Globalmente cada año se añaden 100 Tg a los suelos en forma de nitrógeno (Erisman et al.,
2008). El incremento en el uso de este elemento fertilizante en los cultivos ha modificado el ciclo
global del nitrógeno debido a que grandes cantidades de él en su forma reactiva (Nr), también
llamado nitrógeno reactivo, están siendo añadidas a los ecosistemas agrícolas (Delgado y Follet,
2010) causando un daño del ecosistema en cascada (Galloway et al., 2003).
Desde un punto de vista de la eficiencia del uso de este nitrógeno que se adiciona,
se estima que únicamente la mitad del aplicado a los cultivos es incorporado en la biomasa
de éstos, mientras que la otra mitad se pierde en forma gaseosa a la atmósfera o se lixivia
(transporte de partículas por el agua) desde el suelo hacia cuerpos de agua (Galloway et
al., 2003). Ésto en el mejor de los casos, ya que frecuentemente sólo se aprovecha el 30 %
mientras que el restante 70 % se pierde hacia el subsuelo y a la atmósfera. Es obvio que el
uso excesivo de fertilizantes en la agricultura o hiperfertilización, una práctica cada vez más
común en la agricultura comercial, incrementa el potencial de pérdida del nitrógeno reac-
tivo. El Nr es dispersado en la naturaleza por transporte hidrológico en forma de amoníaco

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ciencia, tecnología e innovación

 NH3 , amonio  NH4  y nitrato  NO3 , y por emisiones hacia la atmósfera en forma de
óxidos de N NO x y N 2 O (Galloway et al., 2003). El Nr al pasar por otros ecosistemas
terrestres, reduce la biodiversidad, contamina el aire, el agua y agrava el calentamiento global
(Schlesinger, 2009).
El peligro es que este Nr se está acumulando en el ambiente porque las tasas de creación
de Nr son mayores que las tasas de remoción de nitrógeno. Esto implica un problema grave que
debe ser investigado y resuelto porque se desconoce cuáles son los aportes de Nr de las formas
orgánicas e inorgánicas. El auge de una agricultura sustentable basada en el empleo de fuentes
orgánicas de este elemento debe ser críticamente analizado para evitar mayores alteraciones al
ciclo del nitrógeno. Como se ha indicado, cuando los fertilizantes nitrogenados son utilizados en
exceso, no todas las moléculas de Nr que se liberan en el suelo son aprovechadas por los cultivos,
dejando un exceso que incrementa el almacén de Nr. El incremento de este Nr, producto de la
hiperfertilización nitrogenada a los cultivos, no solamente tiene efectos negativos en el medio
ambiente, sino que también es perjudicial para la salud humana (Olivares, 2011).

IV. Fertilizantes, emisión de N2O y el cambio climático global


Uno de los aspectos que nos preocupa desde el punto de vista de la sustentabilidad del suelo
y del medio ambiente en general y su relación con la autosuficiencia alimentaria es la nece-
sidad de emplear, al menos por varios lustros más, fertilizantes nitrogenados en sus formas
inorgánicas u orgánicas. Las pérdidas de nitrógeno no son únicamente una fuente de con-
taminación atmosférica y acuática, también son una de las causas del calentamiento global
por las emisiones de N2O (Sutton et al., 2011). La mayor fuente de emisiones de N2O es el
uso excesivo de fertilizantes nitrogenados (Reay et al., 2012; Sutton et al., 2011; Follet et al.,
2010). Es altamente probable que con el incremento que experimentará la población humana
y la necesidad de producir más alimentos en las próximas décadas continúen incrementándose
las emisiones de N2O, tanto por el aporte del área destinada a la producción agrícola, como
por emisiones provenientes de otras fuentes. Como México es el décimo primer país más
poblado del mundo, tenemos un enorme reto para transitar hacia la seguridad alimentaria
sin contribuir al cambio climático.
Una de las ideas que se manejan desde hace algunos años es el concepto de sustentabili-
dad (Altieri, 1994; Astier-Calderón et al., 2002). Se entiende por manejo agrícola sustentable
o sostenible a un tipo de gestión que permite tener una producción de alimentos, fibra u otros
productos vegetales o animales, empleando técnicas que protegen el medio ambiente, la salud
pública, las comunidades humanas y el bienestar de los animales. Esta forma de agricultura nos
asegura producir alimentos sanos sin comprometer la habilidad de las generaciones futuras para
que hagan lo mismo.

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V. Algunas prácticas antiguas y nuevas para la agricultura sustentable


Se consideran indicadores de sustentabilidad del manejo de suelos en la producción agrícola,
en primer lugar, un nivel adecuado de carbono y nutrientes en el suelo capaces de sustentar
el rendimiento máximo posible del agroecosistema; una densidad aparente de la capa arable,
estrechamente relacionada con capacidad para retener suficiente agua y aire, que permita
una desarrollo radical temprano, sano y fuerte, y sostener a la planta en caso de periodos de
estrés hídrico; la presencia de un cobertura vegetal que proteja al suelo de potencial erosión
hídrica y eólica; los rendimientos del cultivo en función de las características que imponen los
factores no controlables de la producción, porque se parte de la base que aquellos controlables
se mantienen en un nivel cercano al óptimo; la ausencia o presencia en niveles umbrales de
plagas y enfermedades; un uso intensivo de insumos generados en la finca, sin excluir el uso
de recursos externos cuando haya necesidad de mejorar un condición que esté restringiendo
la producción, como son estiércoles, compost, lombricompost y aún fertilizantes inorgánicos,
entre otros.

1. Biocarbón (Biochar)
El biocarbón es un material sólido que se obtiene al carbonizar la biomasa. Se puede agregar al
suelo para mejorar sus funciones y reducir las emisiones de GEI que se producen naturalmente
por la descomposición de esa biomasa. Adicionado al suelo, el biocarbón puede permanecer
por años en él sin que se oxide, por lo que se considera como una manera de secuestro del
carbono ambiental.
El uso de biocarbón es una tecnología que tiene aproximadamente 2 000 años. En Japón
y la Amazonia brasileña ha sido usado desde tiempos inmemoriales. El biocarbón se genera
combustionando todos los residuos generados por los sistemas agroforestales y los seres huma-
nos. Es empleado como mejorador de suelos ya que incrementa la porosidad, ayuda a regular
los flujos de agua, contribuye al mantenimiento de la biodiversidad y adicionalmente ayuda a
combatir el calentamiento global, incrementa la producción de alimentos y desanima la defo-
restación. Es una técnica relativamente barata, de amplia aplicación y rápidamente escalable,
pero que requiere estudios más básicos, a pesar de su cada vez más extensivo uso en el mundo,
por el principio precautorio que nos conduce a ser cautelosos con nuestras recomendaciones
(Lehmann y Joseph, 2009).

2. MIAF (Milpa Integrada con Árboles Frutales)


El sistema MIAF es un sistema agroforestal de cultivo intercalado, constituido por tres especies,
el árbol frutal (epicultivo), el maíz (mesocultivo) y frijol u otra especie comestible, de preferen-
cia leguminosa (sotocultivo) en intensa interacción agronómica y que tiene como propósitos
la producción de maíz y frijol que son estratégicos para la seguridad alimentaria de las familias
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ciencia, tecnología e innovación

rurales, incrementar de manera significativa el ingreso neto familiar, aumentar el contenido de


materia orgánica, controlar la erosión hídrica del suelo y con ello lograr un uso más eficiente
del agua de lluvia y la mano de obra familiar (Cortés et al., 2005). El concepto detrás de MIAF
va más allá de cultivar maíz y frijol, sino disponer realmente de una verdadera milpa, en la cual
tienen cabida cucurbitáceas, plantas medicinales, arvenses y hasta flores.
El sistema MIAF es una propuesta conjunta del Colegio de Postgraduados y el Instituto
Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), cuyo desarrollo se inició
en el valle de Puebla y, a partir del año 1999, en el Proyecto Manejo Sustentable de Laderas
(PMSL) y en microcuencas de la parte norte del Estado de Oaxaca y ahora en Chiapas.
Este sistema se plantea como una alternativa de producción para las áreas planas y
también para zonas de cultivos con laderas de diferentes pendientes. La milpa le permite al
pequeño productor enfrentar posibles fenómenos que amenacen su producción, liberando a
su vez al cultivo del maíz de la presión económica de la cual es objeto; al tiempo que es una
alternativa viable para la conservación de los recursos naturales. El MIAF tiene además las
siguientes cualidades: a) Capacidad para secuestrar carbono de manera similar a la de otros
sistemas vegetales que usan especies forestales, en vez de frutales; b) La capacidad para mejorar
la producción de alimentos prácticamente desde la instalación del sistema; y c) La posibili-
dad de incidir en el incremento de los ingresos de los productores a través de participar en el
mercado de fruta fresca a mediano y largo plazos (López, 2005). Adicionalmente, en terrenos
de laderas constituye un excelente elemento para el control de la erosión, ya que las hileras de
árboles que contienen las parcelas constituyen sistemas que semejan presas filtrantes cuando
los residuos de los cultivos anuales se depositan al pie de los árboles. Este sistema permite
que con el tiempo se vayan desarrollando terrazas que facilitan la labor de los productores al
reducir la pendiente.

3. Otros sistemas con árboles frutales y forestales


El uso de frutales en las cercanías de las casas de habitación o en los terrenos de los productores
adquiere nuevo interés en el mundo. Un trabajo realizado recientemente en Etiopía (Derero et al.,
2014) muestra la estrecha relación entre seguridad alimentaria, árboles frutales y alimento para
los animales, salud, nutrición e ingreso. Algo parecido a lo demostrado por el MIAF en México
(Cortés et al., 2005). Las principales razones por las cuales los productores establecieron estas
especies fueron obtención de leña, ingresos adicionales, sombra, muros vivos y madera. Estos
eran establecidos como cercas en los terrenos de cultivo. Como ésta se trata de una actividad
relativamente nueva para muchos productores es preciso pensar en la manera de demostrar la
utilidad que esta actividad tiene para la seguridad alimentaria de la familia. Se requiere un mayor
énfasis en la preparación del capital humano para atender las necesidades técnicas de iniciativas
que tengan que ver con la agricultura de traspatio.

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etchevers et al.

4. Intensificación de los sistemas de cultivo (System of Crop Intensification)


En la última década, en Asia y África se han venido adaptando a los procesos productivos algunas
ideas que originalmente se desarrollaron para intensificar la producción de arroz (Abraham et
al., 2014). Estos principios se refieren a: 1) Establecimiento cuidadoso del cultivo, mediante
siembras directas o trasplante de ejemplares sanos (que conserven el potencial para nutrirse a
través de su propio sistema radical y para el desarrollar macollos, en el caso de las gramíneas);
2) Disminución de la competencia entre las plantas (reduciendo la densidad de plantas, para
que éstas tengan mayor volumen de exploración tanto en la parte aérea como en la radical; ello
invita a reflexionar profundamente sobre la práctica tradicional de sembrar maíz en golpes de
4 o 5 semillas); 3) Incremento de la materia orgánica (enriquecer el suelo con materia orgánica
mediante varias prácticas: conservación y adición de estiércoles, abonos verdes, labranza reducida
o mínima, manejo apropiado de los residuos); 4) Aireación activa del suelo (para que se desa-
rrolle mejor el sistema radical y se beneficie a la biota del suelo); y 5) La aplicación cuidadosa
del agua de riego donde corresponda (para evitar la hipoxia y afectar el desarrollo radical y de
los microorganismos). La aplicación de estos principios básicos ha permitido incrementar la
productividad y las utilidades en diferentes cultivos y al mismo tiempo reducir los costos de
producción, la aplicación de insumos y tener mayor resiliencia del sistema a los efectos adversos
del cambio climático.
La intensificación que depende casi exclusivamente de un mayor uso de los insumos
externos, como ocurrió con la revolución verde, no es la única especie de intensificación exis-
tente. Hay otros enfoques a la intensificación que están descritos fundamentalmente en lo que
llamamos la agroecología. En este campo se trata de hacer el mayor uso posible de los recursos
naturales disponible, por ejemplo biodiversidad genética y de especies que se encuentran natu-
ralmente en la región. A ello hay que agregar las experiencias ganadas en otros campos como
son la agroforestería, la agricultura de conservación, el manejo integrado de pestes y el manejo
integrado de las pasturas y el ganado. Behera et al. (2013) elaboraron un reporte para el Banco
Mundial, relatando las experiencias con la aplicación de este programa de intensificación de
los sistemas de cultivo en el Estado de Bihar, en la India, y concluyeron que se habían logrado
incrementos en la productividad y en las utilidades, en particular en aquellos hogares clasifi-
cados con inseguridad alimentaria. Los incrementos reportados para arroz, trigo y oleaginosas
y otros pulsos, alcanzaron entre 50 % y 86 % y en hortalizas 20 %. Desde un punto de vista
económico, las ganancias aumentaron entre 47 % y 250 % para los cultivos mencionados.

5. Siete sencillos métodos de agricultura doméstica sustentable (Ecoosfera, 2013)


a) Administración del agua
La calidad de la tierra puede mejorarse con un drenado eficiente de la misma. Una incorrecta
administración del agua afecta no sólo la calidad del suelo, sino a los ríos y a la vida silvestre
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ciencia, tecnología e innovación

que dependen de ella. Además del drenado de la tierra para que esta no se pudra, los granjeros
deben tratar de cultivar solamente productos propios de la región, pues será más sencillo que tales
alimentos se adapten al clima local. Implementar un sistema de recolección y almacenamiento
de agua de lluvia es necesario para irrigar la tierra sin utilizar los mantos freáticos.

b) Mantenimiento de la tierra
Métodos tradicionales como el arado aseguran que la tierra tenga movimiento y que puedan
aprovechar el aire. Los fertilizantes naturales como el estiércol o los cultivos de cobertura, así
como el uso de cenizas de carbón natural también pueden mejorar la calidad de la tierra, y por
ende, la calidad del cultivo.

c) Limpiar la tierra a mano


En grandes extensiones esto ha dejado de ser posible, pero eliminar las malezas utilizando quí-
micos es contraproducente. Lo mejor es cortar el pasto o pastorear antes que la maleza aparezca
y se reproduzca.

d) Variedades de cultivo
No es recomendable plantar siempre el mismo tipo de semilla. Utilizar distintas variedades de
la misma especie asegura que la diferencia genética produzca cultivos más fuertes. Las semillas
transgénicas tratan de sustituir este proceso que las semillas realizan por sí mismas a través del
tiempo; cabe decir que es mejor utilizar semillas no transgénicas. Utilizar semillas locales no
sólo reduce la huella de carbono, sino que permite que los beneficios económicos del cultivo
permanezcan en la comunidad.

e) Venta de cultivos localmente


Empacar, transportar y almacenar cultivos también genera un consumo innecesario de energía.

f) Atraer animales que no dañen el cultivo


Antes de la aparición de los pesticidas, el hombre atraía a los depredadores de aquellos animales
que diezman el cultivo. Algunos granjeros construyen refugios para pájaros y murciélagos que
se alimentan de insectos; incluso compran catarinas para alimentarse de las plagas.

g) Rotación de cultivo
Otra técnica milenaria para mantener la calidad del suelo y permitir que los nutrientes vuelvan
a estar disponibles para las siguientes siembras. También puede ayudar a deshacerse de enfer-
medades o plagas que afectaron a los cultivos anteriores.

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etchevers et al.

VI. Conservación del suelo y adaptación al cambio climático


en escalas locales
La situación de los pequeños productores en el campo mexicano es un excelente ejemplo del
vacío que existe en las políticas públicas, en la investigación científica y en las tecnologías para
abordar el cambio climático desde una escala local. Uno de los retos para enfrentar el cambio
climático es la escala. Los modelos no proveen información específica para la adaptación en
escalas pequeñas (Oreskes et al., 2010). La adaptación efectiva al cambio climático requiere el
entendimiento de los efectos de la variación climática en circunstancias específicas locales. Esta
situación es especialmente relevante en un país como México con tanta diversidad topográfica,
biológica y cultural, por lo cual muchas veces las estrategias que funcionan en un lugar pueden
no ser adecuadas o totalmente inadecuadas para otro sitio. Este problema puede enfrentarse con
el uso de metodologías interdisciplinarias para ayudar a los pequeños productores a prepararse
y enfrentar la variabilidad climática (Rogé et al., 2014). Un caso exitoso es la investigación
científica en conjunto con el conocimiento local de los productores y de los habitantes de la
Mixteca en Oaxaca. En este sitio, Rogé et al. (2014) recopilaron información donde los produc-
tores reportaron que sus sistemas de producción agrícola están cambiando debido a una mayor
sequía, retrasos del inicio de las lluvias, disminución de la mano de obra, y la introducción de
tecnologías que reducen el esfuerzo en el campo. Ha habido incrementos en la temperatura
y la intensidad de las lluvias. En una serie de talleres discutieron las condiciones climáticas
presentes e históricas, indicadores locales como las características biofísicas de su producción
agrícola. Posteriormente, se hizo una evaluación de los sistemas de producción utilizando estos
indicadores. Con base en los conocimientos locales de los productores (del clima, de sus cam-
bios y de los sistemas agrícolas) se identificaron cuáles eran las mejores prácticas agrícolas que
se pueden aplicar en la región para enfrentar el cambio climático y, además, conservar el suelo.
Este estudio indica claramente como en el caso de los pequeños productores la adaptación al
cambio climático incluye mucho más que una serie de buenas prácticas agrícolas, se requieren
también acciones comunitarias para enfrentar los problemas colectivos.

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