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UNA

OPERACIÓN FINANCIERA

Un buen día el cartero me trajo una postal con el siguiente mensaje:


«O me deja antes del jueves, debajo de la piedra, en la plazoleta frente al mesón,
cien mil en efectivo, o se va a enterar». Firmado: «Oswald».
Calculé que mi sueldo no me alcanzaría para pagar aquello. ¿Qué podía hacer?
No tenía ganas de perecer a mi edad. Me senté y escribí la siguiente carta: «Estimado
Señor: o bien encuentro el miércoles, a más tardar, frente al mesón, en la plazoleta,
debajo de la piedra, cien mil en efectivo, o se va a enterar. Su Calavera. P. D.: No
pido para mí, sino para alguien necesitado».
Tras una breve reflexión borré «cien mil» y puse «ciento cincuenta mil». ¿Por qué
no aprovechar la ocasión para ganar algo?
Ahora solo quedaba decidir a quién podía enviar mi mensaje, dado que nadie
tenía dinero. Por fin lo envié a un colega con el que mantengo amistad desde niño. Él
tampoco tiene pasta, pero al menos sé su dirección y es un tío legal.
El miércoles fui a la plazoleta y miré debajo de la piedra. En lugar de dinero había
una carta:
«Estimado Señor Calavera: solo puedo pagarle cincuenta mil y como más pronto
el viernes por la mañana».
«Mejor esto que nada —pensé—. Con todo, ¿de dónde puede sacar mi colega
tanta pasta?».
Sin embargo, se acercaba el jueves fatal. Como seguía sin blanca, escribí una
breve carta y la metí debajo de la piedra. La carta decía lo siguiente:
«Señor Oswald: lo siento, pero solo puedo pagarle cincuenta mil y como más
pronto el sábado por la mañana. Atentamente: la Víctima».
Tras una breve reflexión taché «cincuenta mil» y puse «veinticinco mil». ¿Por
qué no aprovechar la ocasión para ganar algo?
El viernes por la mañana debajo de la piedra no había el dinero, sino una carta:
«Estimado Señor Calavera: ruego disculpe mi retraso. Tendrá su dinero, pero el
domingo. Desgraciadamente solo la mitad».
He aquí las sucesivas cartas mías a Oswald y las de mi víctima a mí:
«Señor Oswald: acabemos con esta historia. El lunes le daré cien pelas».
«Señor Calavera: desgraciadamente hasta el lunes no recibiré cincuenta pelas de
un tipo que me las debe. Así que el miércoles como más pronto, ¿vale? Un beso en la
mandíbula».
Y una semana más tarde, el viernes siguiente, debajo de la piedra no encontré más
que un paquete de Celtas. Mejor esto que nada. Solo que los Celtas eran míos.

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