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Consejo de Formación en Educación Curso de Historia de la Historiografía II

Instituto de Profesores Artigas Prof. Ma. Guadalupe López Filardo

EL MARXISMO EN LAHISTORIOGRAFÍA BRITÁNICA DE POSGUERRA

En la presentación de su libro “Los historiadores marxistas británicos” Kaye (1989) comienza


diciendo: “A finales de los años cincuenta la historia que se enseñaba en las universidades
inglesas era básicamente la historia de las instituciones y de los acontecimientos políticos.
Una narrativa cronológica que convertía al núcleo de lo político-diplomático-militar en el
factor esencial del cambio social” (p. XI). No obstante ello, los veinte años que siguieron a
la Segunda Guerra Mundial vieron un descenso agudo en la historia política y religiosa, y un
giro sorprendente hacia la historia socioeconómica y hacia la explicación histórica en
términos de "fuerzas sociales" (Momigliano, 1966, pp. 108-109).

Si bien el materialismo histórico había influido en Inglaterra desde muchos años atrás, la
tendencia a la historia social y al análisis de los fenómenos revolucionarios pareció tener
buena repercusión en el intenso debate generado por la industrialización. Éste fue uno de
los motivos principales por los que el marxismo recibió una entusiasta acogida intelectual
por parte de esa historiografía. Por otra parte, desde los inicios de la historiografía
profesional en Inglaterra, hubo una conexión inmediata con el mundo de la economía.

A partir de 1895 la fundación de la London School of Economics (Escuela de Economía y


Ciencia Política) de Londres, donde trabajaron prestigiosos historiadores, muestra el peso
de la historia económica en ese país, por lo que es fácil concluir que los historiadores
británicos anteriores a la Segunda Guerra Mundial ya conocían suficientemente las bases
económicas del marxismo. Sin embargo, hasta 1945 esa tendencia nunca había logrado
concretarse en una escuela verdaderamente historiográfica. Ésa fue precisamente la
función que ejercieron, de un modo más o menos consciente, el grupo de historiadores del
Partido Comunista Británico fundado en 1946, que contó con figuras de tanta trascendencia
historiográfica como Christopher Hill, Rodney Hilton, Eric Hobsbawm, Edward Thompson,
todos ellos nacidos entre 1912 y 1924, a los que cabe añadir el economista Maurice Dobb
y el arqueólogo australiano Gordon Childe.

Buena parte de esos historiadores fueron educados durante los años 30’ y 40’ en Oxford
(Hill y Hilton) y Cambridge (Hobsbawm y Thompson), donde existía una intensa atmósfera
de discusión del socialismo aplicado a las ciencias sociales. Algunos de ellos fundaron una
de las revistas de mayor trascendencia en el panorama historiográfico del siglo XX, Past and
Present, la que jugó un papel clave en los comienzos de la corriente conocida como New
Left (Nueva Izquierda). En el primer número de dicha revista, editado en 1952 se señalaba
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que el propósito era ser un foro de debate historiográfico alejado de las convenciones
academicistas.

Las aspiraciones de este los historiadores marxistas británicos, apuntaban a plantear, en el


interior de los marcos conceptuales del marxismo, una historia que no fuera solamente
económica del capitalismo inglés, aunque valoraran la historia económica. Procuraban ir
más allá de los límites de la interpretación marxista dominante en la época, señalando la
importancia y la autonomía relativa de otros niveles de análisis (político, social y cultural) y
haciendo hincapié en la relevancia de estudios históricamente localizados, en los que dichos
niveles pudieran ser observados en su interrelación dinámica.

Lo que se propusieron entonces, fue el análisis de temas históricos de gran alcance, como
el paso de la antigüedad al feudalismo, la transición del feudalismo al capitalismo y el
desarrollo de la revolución industrial, entre otros. El impulso fundamental del grupo
procedía “de la política, de un poderoso sentido político, pedagógico de la historia y de una
identidad más general con los valores democráticos de la historia popular” (Eley, 2008, pp.
31-66).

En 1956, influido por los dramáticos acontecimientos de la intervención soviética en


Hungría, el grupo dio un importante giro metodológico y vivencial. Algunos de estos
historiadores se desafiliaron del partido comunista, aunque no abandonaron la inspiración
marxista de su trabajo histórico. Sin embargo sus obras se orientaron a partir de entonces,
hacia una historia más cultural e intelectual que propiamente socio-económica.

Vamos a referirnos en primer término, al australiano-británico Vere Gordon Childe (1892-


1957), reconocido como el arqueólogo y pre-historiador más importante del siglo XX,
“considerado como el creador de una escuela arqueológica cuya aportación fundamental
consiste en el hecho de haber sabido incorporar a los métodos asépticos y positivistas del
arqueólogo la imprescindible interpretación teórico-metodológica sobre la realidad
estudiada” (Pagés, 1983, p. 233), y cuyas hipótesis e interpretaciones sirvieron de base a
buena parte de los estudios arqueológicos posteriores.

Nacido en North Sidney (Australia), en el seno de una familia anglicana de clase media,
Gordon Childe realizó sus estudios y se graduó en la Universidad de su ciudad natal. Cursó
estudios de filología clásica, pero luego, debido a la influencia de sus maestros, los
arqueólogos Arthur Evans y John L. Myers, se abocó al estudio de la arqueología prehistórica
en Oxford, donde tuvo oportunidad de vincularse con miembros del partido comunista
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inglés. Finalizados sus estudios regresó a Australia y comenzó a colaborar con el partido
laborista, desempeñándose como secretario del primer ministro de Nueva Gales del Sur,
John Storey.

Desencantado de la política, en 1921 resolvió viajar al centro y al este de Europa para


conocer los restos arqueológicos hallados en esos lugares. Tras este viaje se estableció en
Londres, donde ejerció como bibliotecario en el Instituto Real de Antropología, al tiempo
que continuó investigando la prehistoria europea a través de varios viajes por el continente.
La publicación en 1925 de su investigación sobre Los orígenes de la civilización europea, le
brindó la oportunidad de que la Universidad de Edimburgo le ofreciera la cátedra recién
creada de arqueología, lo que le permitió convertirse en uno de los pocos arqueólogos
profesionales de aquel momento. Publicó diversos trabajos en los que introdujo por
primera vez en la comunidad arqueológica británica, el concepto de historicismo cultural,
ya presente en la arqueología europea continental.

Entre 1927 y 1956 se dedicó a sus clases en la Universidad y a la dirección del Instituto de
Arqueología de Londres, concentrando su actividad en los métodos de trabajo que habrían
de contribuir a la renovación de esa disciplina

A través de una abundante producción escrita Gordon Childe demostró su alto nivel de
especialización. Su visión acerca de la historia y la cultura se ve reflejada principalmente en
dos obras:

 Los orígenes de la civilización (1925), en la que discurre sobre el proceso de evolución de


las sociedades primitivas hasta llegar a la civilización, describiendo a su vez, la naturaleza
social de cada período de acuerdo con los medios con que los hombres procuraban su
subsistencia, y definiendo la prehistoria como continuación de la historia natural, lo que
le permite establecer una analogía entre la evolución biológica y el progreso cultural y
social; y
 ¿Qué sucedió en la historia? (1942), un texto situado en el contexto de una época en que
el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano parecían dispuestos a destruir los
fundamentos de la civilización europea, y amenazaban, por lo mismo, la idea de
continuidad del orden histórico, ante lo cual Gordon Childe reafirma su confianza en el
progreso de las civilizaciones.

El pensamiento de Gordon Childe puede ser abordado desde dos ópticas que deben ser
analizadas en forma conjunta: por un lado sus ideas sobre la arqueología, y por otro, su
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concepción acerca de la historia y su evolución. Respecto de la arqueología, se propuso


superar la consideración en que se la tenía en aquel momento como mera ciencia auxiliar,
por entender que la información que transmiten los restos arqueológicos constituye un
valioso documento histórico, incluso superior al que pueden proporcionar los textos
escritos, lo que, sumado a la aplicación de una compleja metodología de estudio e
interpretación, hacen de ésta una ciencia independiente.
“El arqueólogo colecta, clasifica y compara los utensilios y las armas de nuestros
precursores, examina las casas que edificaron, los campos que cultivaron y los
alimentos que comieron o, más bien, que arrojaron. Tales son las herramientas e
instrumentos de producción característicos de sus sistemas económicos, que no se
encuentran descritos en ningún documento escrito. Al igual que las máquinas o las
construcciones modernas, estas reliquias y monumentos antiguos son aplicaciones
del conocimiento contemporáneo o de la ciencia existente cuando fueron hechos.”
(Los orígenes…, 1996, pp. 15-16)

Otro aspecto de singular incidencia en su pensamiento es la ideología marxista que permea


toda su obra y que se ve reflejada en las tesis defendidas en torno al proceso de control
gradual del hombre sobre la naturaleza mediante el uso de la tecnología y a la importancia
que otorga a los aspectos sociales y económicos.
“Marx insistió en la importancia primaria que tienen las condiciones económicas, las
fuerzas sociales de producción y las aplicaciones de la ciencia, como factores en el
cambio social. (…) Para el público en general, lo mismo que para los investigadores, se
viene tendiendo a convertir la historia en historia cultural…(…) Este tipo de historia
puede elaborarse, naturalmente, con lo que se llama prehistoria.” (p. 15)

Lo que Gordon Childe se propuso fue reconstruir la prehistoria ordenando


cronológicamente los conjuntos de objetos que eran exponentes de los desplazamientos o
de la influencia de unos pueblos sobre otros, a partir de la premisa de que la “cultura
arqueológica” es una unidad formal y por tanto, debe ser definida en función de sus
artefactos constituyentes.

Dentro del campo de la arqueología se lo ha calificado como partidario de la corriente


difusionista, según la cual las “culturas” se definen a través de los restos materiales, y una
vez definidas pueden ordenarse cronológicamente, atendiendo en todo momento a
criterios empíricos a partir del registro arqueológico.
“La arqueología puede observar cambios en el sistema económico y adelantos en
los medios de producción, presentándolos en una sucesión cronológica. Las
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divisiones arqueológicas del período prehistórico en edades de piedra, de bronce y


de hierro, no son del todo arbitrarias. Se basan en los materiales utilizados para
fabricar los utensilios cortantes, particularmente las hachas, ya que tales utensilios
se encuentran entre los más importantes instrumentos de producción.” (p. 17)

Tales cambios pueden responder a modificaciones étnicas debidas a migraciones,


invasiones, o como consecuencia de la difusión de un objeto y/o una idea, pero el progreso
cultural se logra, según Gordon Childe, a través de la ruptura del aislamiento de los grupos
históricos y de la puesta en común de sus ideas a escala cada vez más amplia, en función de
las intenciones humanas. “Las modificaciones a la cultura y a la tradición pueden ser
iniciadas, controladas o retardadas por la opción consciente y deliberada de sus autores y
ejecutores humanos” (p. 28).

Desde el punto de vista de su concepción histórica, supo conciliar los descubrimientos


arqueológicos con los análisis etnográficos y con un planteamiento progresista de la
historia. Al escribir Los orígenes de la civilización, su propósito fue “señalar cómo la historia,
enfocada desde un punto de vista científico impersonal puede aún justificar la confianza en
el progreso, tanto en los días de depresión como en el apogeo de la prosperidad del siglo
pasado.” (p. 10)

Para Gordon Childe el progreso consiste en “lo que ha ocurrido realmente, es decir, en el
contenido de la historia”. Por ende, “la tarea del historiador será el poner al descubierto lo
que es esencial y significativo en la sucesión prolongada y compleja de los acontecimientos
que coteja” (p. 12).

La visión de esos elementos lo llevó a concebir la historia como una totalidad en la que
sobresale la idea de evolución social, aplicada al conjunto de la misma mediante un proceso
ordenado y racional de la evolución orgánica (caracterizada por el principio de veracidad y
diferenciación) y de la evolución social (cuyo criterio rector es la convergencia). Gracias a la
cultura se logra la unión entre ambas, dado que es en base al mecanismo de la herencia
social y de la aportación individual que se acaba convirtiendo en patrimonio de un conjunto
social. “…para la especie humana, el progreso ha consistido fundamentalmente en el
mejoramiento y en el ajuste de la tradición social, transmitida por medio del precepto y del
ejemplo” (p.43). Resalta así la importancia del estudio de la herencia común de la
humanidad, a través de la historia de los pueblos.

La obra está estructurada en nueve capítulos. Los capítulos V, VII y VIII están referidos a la
formulación de sus tres revoluciones: (i) la revolución neolítica, que muestra la
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transformación de la economía humana en la que el hombre adquiere “el control sobre su


propio abastecimiento de alimentos” (p. 85) a través de la aplicación de una selección
inteligente que le permitió descubrir el cultivo y la domesticación de los animales; (ii) la
revolución urbana, generada por un excedente de producción en algunas zonas debido a la
agricultura de regadío, lo que motivó la aparición de centros urbanos bien organizados y
técnicamente desarrollados, gracias al conjunto de conocimientos científicos y destrezas
prácticas acumulados por el hombre “aplicables a la agricultura, la mecánica, la metalurgia
y la arquitectura, y de creencias mágicas que también eran consagradas como verdades
científicas” (p. 173); (iii) la revolución del conocimiento, mediante el saber acumulativo
transmitido a través de la escritura y la organización de las ciencias.

En el prefacio de la obra Gordon Childe hace explícita la preceptiva metodológica, al


plantear que no se trata de:
“un manual de arqueología, ni menos de historia de la ciencia. Tratamos de que
resultara legible a quienes no se interesan por los problemas de detalle que los
especialistas discuten con calor. Por tanto, el libro ignora tales problemas y evita
además, los términos técnicos y los nombres raros que dan carácter científico a los
textos sobre prehistoria (…) pero lo hacen más difíciles de seguir (…) para simplificar
los temas y el vocabulario hemos tenido que sacrificar precisión (…) ha sido
imposible embrollar el texto con explicaciones minuciosas, ajenas a la tesis
principal. Sin embargo, sostenemos que los hechos han sido establecidos con
precisión suficiente a los propósitos de este libro, y que las enmiendas admisibles
no afectarían a las explicaciones en manera alguna.” (p. 7)

Pese a que su ideología trasciende el enfoque general de la obra, en varias ocasiones se


advierte la búsqueda de objetividad y actitud científica en el tratamiento de los temas,
procurando, como él mismo expresa “… abandonar los prejuicios personales, así como la
subordinación a las preferencias y aversiones particulares. (…) La actitud científica se
muestra en el hábito de formular juicios imparciales sobre los hechos, dejando a un lado los
sentimientos personales” (p. 10).

Más allá del acierto o no de sus tesis, consiguió dotar a la arqueología de un método y un
sistema de estudios propio, planteando por primera vez una interpretación socioeconómica
de las primitivas sociedades europeas y aportando, entre otros, el concepto de revolución
neolítica, que en aquel momento fue muy novedoso.

Pasando ahora al grupo de historiadores marxistas británicos, cabe destacar en primer


término la figura del economista e historiador económico Maurice H. Dobb (1900-1976),
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cuyo principal interés estuvo centrado en comprender las teorizaciones económicas,


contextuándolas dentro de las coordenadas témporo-espaciales, y tratar de desmitificar los
antagonismos entre la economía política y la economía neoclásica, para concluir que ambas
se ocupaban de cuestiones diferentes.

Dobb nació en un suburbio de Londres (Inglaterra) dentro de una familia perteneciente a la


iglesia presbiteriana. Comenzó sus estudios en la escuela Charterhouse (un internado en
Surrey) y en 1918 fue admitido en Pembroke College para estudiar economía. En 1920
Keynes lo invitó a unirse al grupo de economía política y más tarde, después de su
graduación lo ayudaría a asegurar una posición en Cambridge. En 1922 ingresó a la Escuela
de Economía de Londres hasta finalizar los estudios de grado. Luego de obtener su
doctorado en 1924, volvió a Cambridge para ocupar un cargo de profesor de Economía en
dicha Universidad, donde permaneció durante más de cincuenta años. En 1948 fue elegido
miembro del Trinity College.

Desde 1920 en que se unió al partido comunista de Gran Bretaña, mantuvo una activa y
militante participación política, destinando gran parte de su tiempo a la organización y
presentación de conferencias sobre una base ideológica consistente. En 1925 junto con
Keynes visitó la Unión Soviética, lo que le inspiró la redacción de su libro El desarrollo de la
economía de Rusia desde la Revolución (1928), el cual reescribiría veinte años más tarde
bajo el título El desarrollo de la economía soviética desde 1917 (1948). Dobb consiguió ser
simultáneamente un economista marxista y un miembro activo de la escuela de Cambridge.

A lo largo de su carrera llegó a publicar doce libros académicos, varios folletos y numerosos
artículos destinados a un público general. Escribió principalmente sobre economía política,
estableciendo la conexión entre el contexto social, los problemas de la sociedad y la forma
en que influye el intercambio del mercado.

La amplitud de su obra hace difícil trazar un panorama de sus escritos, pero es posible
agruparlos en torno a una serie de temas. A excepción de Salarios (1927), obra de carácter
monográfico, los escritos de Dobb pueden agruparse dentro de tres líneas fundamentales:
teoría económica, problemas del socialismo y desarrollo capitalista.

La publicación en 1946 de Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, dio lugar a una
polémica en torno al modo y las etapas de la transición del feudalismo al capitalismo, en la
que participaron varios economistas e historiadores, como Sweezy, Takahashi, Hilton,
Lefebvre, Hill, e incluso el propio Dobb, entre otros. Dicha polémica, recogida bajo el título
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La transición del feudalismo al capitalismo, problematizaba los factores determinantes de


la transición entre dos modos de producción distintos. Dobb retomó este tema – que aun
hoy mantiene vigencia – en una conferencia dictada en 1962 en Bolonia, la que forma parte
del primer capítulo de Ensayos sobre capitalismo, desarrollo y planificación (1927). De
acuerdo con los postulados marxistas, Dobb sostenía que el desarrollo económico y el
aumento de la productividad laboral no pueden ser entendidos sino dentro de los límites y
posibilidades apuntadas por el análisis histórico de las relaciones sociales de producción
específicas de una época determinada; de modo que la clave para el surgimiento de nuevos
modelos de evolución económica es la aparición de nuevas relaciones de producción.
“Si bien nadie podría seriamente negar que hay rasgos comunes a diferentes tipos
de sociedad económica y que esas analogías merecen estudio y revisten su
importancia cuando se las pone en el lugar que les corresponde, parece estar bien
claro que las preguntas esenciales sobre el desarrollo económico (…) no podrán
responderse sin sobrepasar las lindes de este tipo tradicional, limitado, de análisis
económico, que tan inmisericordiosamente sacrifica el realismo en aras de la
generalidad, y sin abolir la frontera entre los que suelen denominarse ‘factores
económicos’ y ‘factores sociales’.” (La transición…, 1971, p. 48)

Para Dobb la causa de la declinación del feudalismo estuvo generada por la


sobreexplotación del campesinado.
“…los testimonios que poseemos señalan con insistencia que fueron la ineficacia
del feudalismo como sistema de producción, ligada a las crecientes necesidades de
renta de la clase dominante, los principales responsables de su declinación, puesto
que esta necesidad de renta adicional promovió un incremento en la presión sobre
el productor hasta un punto en que ella se hizo literalmente insoportable. (…) el
resultado eventual para el sistema en general fue desastroso, pues al cabo condujo
a un agotamiento o a una efectiva desaparición de la fuerza de trabajo que lo
alimentaba. ” (Ibid., p. 61)

Quizá las obras referidas a los problemas del socialismo que poseen mayor interés, son los
artículos sobre cálculo económico en una economía socialista y sobre problemas teóricos
de la planificación. En estos escritos se reconoce el aspecto más teórico de su obra.
Economía política y capitalismo (1937) y Economía del bienestar y economía del socialismo
(1969), constituyen su principal producción como crítico e historiador de la teoría
económica, hasta la aparición, en 1973, de su libro Teorías del valor y la distribución desde
Adam Smith (probablemente su obra teórica más importante).
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En 1970, al escribir sobre el problema del socialismo, mostró su veta militante en textos
como: Argumentos sobre el socialismo o el Nuevo Socialismo que cumplen una función
sobre todo propagandística. En esta última Dobb se limita a formular una crítica al excesivo
centralismo de la planificación soviética tradicional, en un marco próximo al de las
propuestas de reforma que se generalizaban en los países del Este; pero no llega a
cuestionar la institucionalidad política de estos países, pese a que la primavera de Praga
había puesto en primer plano precisamente este problema tan sólo dos años antes.

Otros dos promitentes historiadores británicos de tendencia marxista fueron Rodney Hilton
(1916-2002) y Christopher Hill (1912-2003), ambos egresados del Balliol College de Oxford.
Mientras Hilton desarrolló su carrera en la Universidad de Birmingham, especializándose en
el estudio de la Baja Edad Media y los modos de producción feudal, con énfasis en la
experiencia histórica de la clase campesina inglesa, Hill fue profesor de Historia Moderna y
luego Rector en Balliol, dedicándose a la historia de Inglaterra en el siglo XVII, y
particularmente de la Revolución Inglesa.

La producción escrita de Hilton, bajo inspiración marxista, intenta explorar algunos de los
aspectos del cambio en la estructura social medieval que dieron origen al desarrollo del
capitalismo y la revolución del siglo XVII. Su interés en éste y otros estudios referidos a la
dinámica de la lucha de clases, el reconocimiento de los campesinos como actores sociales,
sus críticas al determinismo economicista, su visión global de la sociedad, forman parte de
sus aportaciones más significativas, las cuales vincula explícitamente con problemas
contemporáneos, como los procesos de descolonización y de industrialización en
sociedades en las que la mayoría de la población continuaba siendo campesina.

Con respecto a la extensa producción de Hill, afirma Kaye (1989) que “Tanto por la cantidad
como por la calidad de su obra, Hill debe considerarse uno de los mejores historiadores en
lengua inglesa en el siglo veinte” (p. 93). A lo largo de más de cuatro décadas escribió
multitud de trabajos extraordinarios, entre los que cabe citar: Los problemas económicos
de la Iglesia (1955), Puritanismo y Revolución (1958) Los orígenes intelectuales de la
Revolución Inglesa (1965) (reeditada en 1996), El siglo de la Revolución (1961) y El mundo
trastornado (1972).

Otro de los historiadores marxistas británicos más renombrados y leídos, considerado como
un pensador clave de la historia del siglo XX fue Eric Hobsbawm (1917-1912). Sus principales
producciones se han centrado los procesos que conforman la ascensión al capitalismo y la
transformación del mundo desde fines de la Edad Media europea, razón por la cual ha sido
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catalogado además, como el historiador de la modernidad: de las revoluciones, la


industrialización, las ideologías que la conforman, reflejo de los tensos vínculos entre
historia global e historia intelectual. Comprometido con su tiempo, en sus memorias ha
señalado que los trastornos de la historiografía contemporánea no son inteligibles sin
considerar la evolución del marxismo como método de análisis y como “instrumento para
cambiar el mundo a través del conocimiento”.

Nacido en Alejandría (Egipto), cuando aun formaba parte del Imperio Británico, en el seno
de una familia de origen judío radicada luego en Berlín (Alemania) hasta el ascenso del
nazismo al poder, retornó posteriormente a Inglaterra donde cursó estudios de Historia en
el King College de la Universidad de Cambridge donde obtuvo su doctorado. Fue miembro
activo de la revista Past and Present, y a partir de 1947 fue nombrado ayudante de Historia
en el Birbeck College de la Universidad de Londres, llegando a ser catedrático de Historia
Social y Económica hasta su retiro en 1982.

La vastísima producción escrita de Hobswam contempla una gran variedad temática de


amplio espectro internacional y tramas cronológicas bastante extensas. Como historiador
marxista se centró en el análisis de la "revolución dual" (la Revolución francesa y
la Revolución industrial británica). Los temas referidos a la historia de las revoluciones, la
industrialización y las ideologías en el siglo XIX están condensados en la trilogía de las tres
eras: La Era de la Revolución: Europa 1789-1848 (1962), La era del capital: 1848-1875 (1975)
y La era del imperio: 1875-1914 (1987), a las que en 1994 se añade The Age of Extremes:
the short twentieth century, 1914-1991, publicada en español como Historia del siglo XX.

A estas obras se agregan, entre otras muchas publicaciones: Industria e Imperio (1968),
Naciones y nacionalismo desde 1780 (1990), Sobre la historia (1997), Gente poco corriente
(1998), A la zaga: decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX (2006), Guerra y paz
en el siglo XXI (2007), Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo 1840-2011 (2011).

Además de los temas económico-sociales su trabajo se ha centrado en una reflexión en


torno a grupos como las clases trabajadoras, por ejemplo a través del estudio sobre
cambios en el nivel de vida durante la Revolución Industrial. Tales aspectos se aprecian en
sus obras: Bandidos (1969), Revolucionarios. Ensayos contemporáneos (1973), o El mundo
del trabajo: estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera (1984).
Observando su producción sobre el tema, algunos análisis historiográficos lo ubican dentro
del enfoque histórico denominado historia desde abajo iniciado por E. Thompson en 1966
y que Hobsbawm denomina historia de la gente corriente. Esa ampliación de la perspectiva
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histórica, dio oportunidad a que entraran al campo de la historia otros protagonistas hasta
el momento olvidados por los historiadores marxistas, la cual desde estas primeras
investigaciones realizadas en los años 60’ se han venido renovando.

Los estudios históricos de Hobsbawm sobre la experiencia de clase no se limitaron a la clase


obrera británica durante la revolución industrial; también realizó importantes trabajos
sobre las experiencias de las clases obreras urbanas y especialmente rurales. Su primer
trabajo en esta área, publicado en 1959, fue Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas
arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX, donde “trata de recuperar a
gentes que pocas veces son conocidas por sus nombres, que en ocasiones no saben
expresase o cuyos movimientos ni carecen de importancia ni son marginales” (2001, pp. 11-
13).

En esta obra busca un acercamiento a los procesos de desarrollo de los movimientos


sociales llamados "primitivistas", para lo cual hace un recorrido en el que destaca las
rebeliones primitivas como el bandolerismo social, con el propósito de incorporar a los
estudios históricos la categoría de movimientos sociales arcaicos que no deben
considerarse como elementos aislados de la historia. Para ello “…se estudian algunos casos
de este tipo de movimientos que realizaban formas primitivas de agitación social,
especialmente en el ámbito europeo occidental desde 1789” (p. 11).

Procura de esta forma mostrar los elementos necesarios para que se den movimientos
sociales modernos en el sentido de lucha, organización y conciencia propia, así como ubicar
en forma témporo-espacial “…el momento en que los vínculos de los movimientos sociales
primitivos dejaron de ser la forma de defensa primordial contra las arbitrariedades del
mundo que los rodea” (Ibid., p. 14). Se analizan en tal sentido las causas del fracaso de estos
movimientos clásicos para comprender por qué no se dio el paso a la modernidad de una
manera adecuada.

En El mundo del trabajo: estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera
(1984) realiza un balance historiográfico general para abordar la historia de la clase obrera
y su ideología. “Es necesario establecer un modelo que permita explicar el funcionamiento
de las sociedades” (1987, pp. 24-25).

Su visión del punto de vista micro y macro histórico le brinda la capacidad de ver los
problemas estructurales de una comunidad y su repercusión en la vida cotidiana de las
personas que la componen. La conciencia de clase, en el sentido moderno, es para
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Hobswam, propio de la economía capitalista. La conciencia juega un rol importante en la


organización de cualquier movimiento, sea social u obrero, y gracias a su labor el historiador
ubica temporalmente la aparición de esa conciencia. Se analizan por tanto, los rituales de
la clase obrera otorgando una identificación a sus miembros. En esta obra escribe:
“Los rituales que he tratado de bosquejar eran en esencia autoafirmaciones y
autodefiniciones de una clase nueva (…) y dentro de ella, de un nutridito cuadro de
militantes extraídos de dicha clase o identificados con ella, que afirman su propia
clase para organizar, para hacer política tan bien como la antigua élite, para
demostrar su propia ascensión por medio de su clase.” (p. 114)

La concepción histórica marxista puede apreciarse especialmente en su libro Sobre la


Historia (1997) en que, siguiendo lo planteado por Marx, la historia

“puede ser vista y analizada como un todo y posee una estructura y una
regularidad. Algo que sin incurrir en visiones positivistas sobres leyes de desarrollo,
no me importa llamar progreso, al menos en aspectos tecnológicos. La constante y
creciente de la capacidad de la especie humana para controlar las fuerzas de la
naturaleza por medio del esfuerzo físico y mental, la tecnología y la organización
de la producción.” (1998, p. 45)

La visión de la historia en Hobsbawm es inseparable de su vinculación al materialismo


histórico. “La inteligibilidad de la historia – afirma – es lo que la convierte en una
herramienta útil para ayudar a fundamentar nuestra acción y planificación, en algo mejor
que la clarividencia, la astrología o una sociedad comunista, las pautas y mecanismo del
cambio histórico en general nos proporciona una cierta capacidad de prevenir el futuro” (p.
23). La historia posee, por tanto, una utilidad social y en consecuencia al historiador le cabe
“una misión cívica fundamental e inexcusable: destruir los mitos, por ejemplo los construidos
por los movimientos identitarios” (p. 40).

Nos hemos de enfocar por último, en la figura de quien es considerado el historiador social
más importante de la segunda mitad del siglo XX, el más ampliamente conocido y quizás
más polémico, Edward P. Thompson (1924-1993).

Thompson nació en la ciudad de Oxford (Inglaterra); era el segundo de dos hijos varones de
un matrimonio de clase media acomodada y alto nivel cultural. Su padre, un misionero
metodista, había sido un crítico liberal del imperialismo británico y de la división entre
Oriente y Occidente. El carácter de Thompson siempre estuvo fuertemente marcado por el
contexto que le tocó vivir. Durante la época del imperialismo moderno, fue un liberal
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disidente y comprometido políticamente con la izquierda. Militante comunista, pacifista,


antifacista, formó parte de una corriente de intelectuales de izquierda que consideraba
necesaria una apertura ideológica del comunismo, incluso antes de la Guerra Fría.

Cursó estudios en la Universidad de Cambridge (primeramente de literatura y luego de


historia). En 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió como oficial del ejército
luchando en Italia y Francia. A su regreso a Inglaterra en 1946 y luego de graduarse, inició –
junto a un grupo de jóvenes estudiantes marxistas de la generación más radical de los años
30’ – la creación del Grupo de Historiadores del Partido Comunista o Grupo de Cambridge.
Dos años más tarde, en 1948 se casó con Dorothy Towers, también historiadora de la misma
tendencia. Fue miembro del partido comunista entre 1942 y 1956 en que su postura crítica
lo llevó a abandonarlo, a raíz de la invasión soviética de Hungría.

Sus estudios estuvieron centrados en las interrelaciones entre clase social, conciencia de
clase y movimiento político-social, en los que se observa una dura crítica al estructuralismo
marxista desde posturas gramscianas. A partir de 1965 se desempeñó como docente de
educación no formal de adultos, actuando en distintas universidades de Inglaterra y Estados
Unidos. También se vinculó a la alta academia, llegando a ser Director del Centro de Historia
Social en la Universidad de Warwick.

Durante los años 80’ lideró el movimiento de intelectuales contra las armas nucleares en
Europa e intervino en la apertura del diálogo entre el movimiento pacifista de marcado
imperialismo de Europa occidental y los disidentes de Europa del Este dominada por
la Unión Soviética, por lo que desde ésta se le acusó de actuar al servicio
del imperialismo estadounidense.
“Su biografía – afirma Hernández Sandoica (2017) – ofrece transparentes las notas del
carácter marcado por el tiempo de toda obra intelectual y, en este caso, de su
autopercepción, la conciencia de que existe una estrecha imbricación entre la historia como
campo de estudio y la historia como experiencia vivida y herramienta de autocomprensión”
(p. 2).

En función de su amplia producción escrita, Thompson es calificado como un prolífico


ensayista y articulista, autor de biografías, además de un gran número de libros y artículos
en los que aborda, en un sentido genérico, el estudio de las clases populares, no sólo a partir
de sus determinaciones económicas – aunque éstas siempre están presentes – sino sobre
todo, a partir de los componentes culturales que definen su conciencia de clase y
determinan sus formas de vida y sus luchas. Estas propuestas y sus trabajos se inscriben en
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el marco más general de su interpretación de la historia, que cabe encuadrar dentro de la


tendencia del socialismo humanista.

Thompson propugna una visión de clase que se aleja de la rigidez y el determinismo


económico que estaban presentes en los análisis de la historiografía marxista de su tiempo.
“Por clase entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares
y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a la materia prima de la
experiencia como a la conciencia. Y subrayo que se trata de un fenómeno histórico.
No veo la clase como una ‘estructura’, ni siquiera como una ‘categoría’, sino como
algo que tiene lugar de hecho (y se puede demostrar que ha ocurrido) en las
relaciones humanas.” (Thompson, 1989, Prefacio La formación de la clase obrera en
Inglaterra, pp. XIII-XVIII)

En su opinión, la clase no es un concepto estático e intemporal, sino una realidad


cambiante, inserta en el juego de relaciones sociales e inseparable de ellas. “La clase la
definen los hombres mientras viven su propia historia y, al fin y al cabo, esta es su única
definición” (Ibid.)

La conciencia de clase no está directamente determinada por las relaciones de producción,


sino que entre una y otra los elementos culturales ejercen un papel mediador. Rechaza por
ende, la doctrina según la cual la clase obrera sería el resultado de las nuevas formas
productivas. Thompson concibe a la clase como algo que efectivamente tiene lugar en las
relaciones entre seres humanos. Esto no significa un "culturalismo” puro.
“…la clase cobra existencia cuando algunos hombres, de resultas de sus
experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad
de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y frenan a otros hombres cuyos
intereses son distintos de (y habitualmente opuestos a) los suyos. La experiencia de
clase está ampliamente determinada por las relaciones de producción en que los
hombres nacen o en las que entran de manera involuntaria.
La conciencia de clase es la forma en que se expresan estas experiencias en
términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas
institucionales. Si bien la experiencia aparece como algo determinado, la
conciencia de clase no lo está. Podemos ver una cierta lógica en las respuestas de
grupos laborales similares que tienen experiencias similares, pero no podemos
formular ninguna ley. La conciencia de clase surge del mismo modo en distintos
momentos y lugares, pero nunca surge exactamente de la misma forma.” (Ibid.)
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Según Thompson, la clase obrera existe cuando emerge la conciencia de clase a través de
cierta cultura política, y cuando hay un proceso de institucionalización y participación en la
regulación social. Eso pone de manifiesto su intención de encontrar el sentido político en
los hechos históricos y de tratar la historia como búsqueda de libertad. En consecuencia, la
clase social existe por identidad colectiva y su carácter relacional se limita a esa identidad
de intereses opuesta a otros.

Estos argumentos son expuestos en la obra principal de Thompson: The Making of the
English Working Class (La formación de la clase obrera en Inglaterra) (1963). Se la considera
una de las obras más influyentes en la historiografía de la segunda mitad del siglo XX, y
según Hernández Sandoica (2017) se halla entre las más citadas, habiendo despertado
adhesiones en todo el mundo por su apuesta a una historia comprometida, pero al mismo
tiempo rigurosa, antidogmática y flexible en su definición de clase. Aun hoy, después de
más de medio siglo de su primera edición, sigue siendo catalogada por muchos, como un
texto esencial, imprescindible en historia social. En ella Thompson elabora un complejo
análisis teórico-metodológico sobre cómo deben ser estudiadas las clases sociales, en sus
relaciones entre sí y a partir de su cultura específica durante el período de transición de la
sociedad preindustrial a la sociedad industrial plenamente formada.

En el prólogo que escribiera Josep Fontana a la edición de 1977, señala que el pensamiento
historiográfico de Thompson “está situado en la corriente que abandona los rígidos
esquemas formales del pasado y pretende devolver su papel fundamental a aquello que los
propios Marx y Engels ponían en primer lugar: la concepción de la Historia como resultado
de la lucha de clases, como un perpetuo tejer y destejer de equilibrios, alianzas y
enfrentamiento colectivos” (p. 10).

Desde el punto de vista metodológico, una característica que se distingue en la obra es el


uso de las fuentes en la escritura histórica, lo que constituye una novedad en el marco del
marxismo, pues además de incluir fuentes literarias como evidencia histórica, también
incorpora documentos anónimos y de orden circunstancial. Resulta significativa la
jerarquización ponderada que realiza respecto de las fuentes y sus recursos para
proporcionar información de peso sobre las luchas de poder, así como su suspicacia ante la
pretendida objetividad de los escritos públicos.

En el capítulo XIV de La formación de la clase obrera en Inglaterra hay consideraciones


metodológicas sobre fuentes de archivo relativas a organizaciones ilegales y clandestinas
de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Para Thompson era un hecho que las
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pruebas que “las autoridades presentaban referentes a una clandestinidad conspiradora


entre 1789 y 1820, son dudosas y algunas veces carecen de valor”, por lo que a su juicio no
debían usarse. A su vez, fuentes que venían “de abajo” y que eran supuestamente
subjetivas, no producidas por un “observador objetivo”, tendrían para el historiador un
“valor incalculable”. Si bien clandestinas y “oscuras” debería el historiador sospechar de su
naturaleza “contrarrevolucionaria”, de su intención de negar el móvil de la acción popular.
De ahí se deriva una elección jerárquica, en sentido contrario al usual y más extendido, en
aras de una reconstrucción más verdadera, susceptible de traer al primer plano la palabra
y la obra de los “perdedores”, o sea, los seres anónimos, de apariencia insignificante,
mayoritariamente ignorados hasta aquel momento.

Que el discurso de esos “perdedores” fuese “oscuro” o de inferior calidad expresiva no era
algo importante para Thompson, porque la calidad y el rango documental dependían de la
capacidad de los documentos para mostrar las cuestiones sociales de su tiempo, sus
tensiones y sus sentimientos colectivos, los conflictos y las emociones experimentados por
vidas concretas y reales, que de otro modo no habrían encontrado su voz y su expresión.
Rescata así a sujetos populares, históricamente anclados en la antesala del régimen
industrial, no inmersos todavía propiamente en él; “al pobre tejedor de medias, al tundidor
ludita, al obsoleto tejedor de telar manual, al artesano utópico…”, con la intención de
aclarar cómo surgen los conceptos de clase y conciencia de clase. Retoma sus gestos, sus
palabras y sus nombres, sus resistencias o sus discrepancias, su oposición. De esta manera
Thompson le da voz a un colectivo popular artesano, derivándose de su posición, un
cuestionamiento a la interpretación whig de la historia y de los supuestos de la teoría de la
modernización. Estaba convencido que aquel tipo de discurso histórico era una herramienta
mejor, más eficaz, para servir al proyecto revolucionario.

La elección moral y política de Thompson del lado de los oprimidos, de las “víctimas de la
historia”, alimenta sin duda más que el propio marxismo, esa “mirada desde abajo” que se
concretará luego, como alegato contra el olvido, en otra obra titulada Tradición, revuelta y
conciencia de clase: estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial (1979), en la que,
repudiando la idea de que “toda historia es ideológica, de derecha o de izquierda”,
Thompson afirma el imperativo del método para el ejercicio apropiado de la disciplina.

“Lo que uno intenta es acercarse a problemas objetivos muy complejos del proceso
histórico (esto es lo que hacía también Marx). Ello supone una disciplina precisa
que conlleva el distanciamiento y la objetivización — ser consciente de las propias
inclinaciones, consciente de las preguntas que estás planteando — y en gran parte
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de tu trabajo como historiador intentas o bien hacer patente la intrusión de las


propias actitudes y valores, si es que están influyendo, o mantenerlas a distancia y
evitar que esta intrusión ocurra. De otro modo lo que se hace es suponer que el
proceso histórico no presenta problemas para los cuales las propias convicciones
no tengan respuesta. Y eso no es cierto.” (Thompson, 1979, p. 300).

Si bien es cierto que en más de una ocasión la vocación literaria de Thompson dominaba
sus argumentos, aún más polémica y radical fue la discusión que mantuvo con Louis
Althusser, puesto que el antiacademicismo de Thompson, sumado a su posición periférica
en el sistema educativo inglés y su antielitismo personal (fruto de un genuino carácter
democrático), así como su rechazo del esquematismo teórico, hizo que recibiera duras
críticas del estructuralista francés, cuyas teorizaciones seducían por aquel entonces a
muchos jóvenes marxistas británicos. En su defensa Thompson insistió en mantener la
tradición historicista, romántica y humanista inglesa. “Lo que podemos esperar – escribió
en Miseria de la Teoría (1973) – es que los hombres y mujeres del futuro nos retomarán,
afirmarán y renovarán nuestra voluntad” (p. 66).

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES RECOMENDADAS PARA EL ESTUDIO DEL TEMA

- Kaye, H. J. (1989). Los historiadores marxistas británicos. Un análisis introductorio.


Zaragoza: Universidad, Prensas Universitarias – Caps. 2, 3, 4, 5, 6 (pp. 23-198)
- Gordon Childe, V. (1996). Los orígenes de la civilización. México: FCE
- Dobb, M. (1971). Estudios sobre el desarrollo del capitalismo. Buenos Aires: Siglo XXI
Thompson, E. P. (1989). La formación de la clase obrera en Inglaterra (Prefacio)
Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales: www.cholonautas.edu.pe

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