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Si bien el materialismo histórico había influido en Inglaterra desde muchos años atrás, la
tendencia a la historia social y al análisis de los fenómenos revolucionarios pareció tener
buena repercusión en el intenso debate generado por la industrialización. Éste fue uno de
los motivos principales por los que el marxismo recibió una entusiasta acogida intelectual
por parte de esa historiografía. Por otra parte, desde los inicios de la historiografía
profesional en Inglaterra, hubo una conexión inmediata con el mundo de la economía.
Buena parte de esos historiadores fueron educados durante los años 30’ y 40’ en Oxford
(Hill y Hilton) y Cambridge (Hobsbawm y Thompson), donde existía una intensa atmósfera
de discusión del socialismo aplicado a las ciencias sociales. Algunos de ellos fundaron una
de las revistas de mayor trascendencia en el panorama historiográfico del siglo XX, Past and
Present, la que jugó un papel clave en los comienzos de la corriente conocida como New
Left (Nueva Izquierda). En el primer número de dicha revista, editado en 1952 se señalaba
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que el propósito era ser un foro de debate historiográfico alejado de las convenciones
academicistas.
Lo que se propusieron entonces, fue el análisis de temas históricos de gran alcance, como
el paso de la antigüedad al feudalismo, la transición del feudalismo al capitalismo y el
desarrollo de la revolución industrial, entre otros. El impulso fundamental del grupo
procedía “de la política, de un poderoso sentido político, pedagógico de la historia y de una
identidad más general con los valores democráticos de la historia popular” (Eley, 2008, pp.
31-66).
Nacido en North Sidney (Australia), en el seno de una familia anglicana de clase media,
Gordon Childe realizó sus estudios y se graduó en la Universidad de su ciudad natal. Cursó
estudios de filología clásica, pero luego, debido a la influencia de sus maestros, los
arqueólogos Arthur Evans y John L. Myers, se abocó al estudio de la arqueología prehistórica
en Oxford, donde tuvo oportunidad de vincularse con miembros del partido comunista
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inglés. Finalizados sus estudios regresó a Australia y comenzó a colaborar con el partido
laborista, desempeñándose como secretario del primer ministro de Nueva Gales del Sur,
John Storey.
Entre 1927 y 1956 se dedicó a sus clases en la Universidad y a la dirección del Instituto de
Arqueología de Londres, concentrando su actividad en los métodos de trabajo que habrían
de contribuir a la renovación de esa disciplina
A través de una abundante producción escrita Gordon Childe demostró su alto nivel de
especialización. Su visión acerca de la historia y la cultura se ve reflejada principalmente en
dos obras:
El pensamiento de Gordon Childe puede ser abordado desde dos ópticas que deben ser
analizadas en forma conjunta: por un lado sus ideas sobre la arqueología, y por otro, su
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Para Gordon Childe el progreso consiste en “lo que ha ocurrido realmente, es decir, en el
contenido de la historia”. Por ende, “la tarea del historiador será el poner al descubierto lo
que es esencial y significativo en la sucesión prolongada y compleja de los acontecimientos
que coteja” (p. 12).
La visión de esos elementos lo llevó a concebir la historia como una totalidad en la que
sobresale la idea de evolución social, aplicada al conjunto de la misma mediante un proceso
ordenado y racional de la evolución orgánica (caracterizada por el principio de veracidad y
diferenciación) y de la evolución social (cuyo criterio rector es la convergencia). Gracias a la
cultura se logra la unión entre ambas, dado que es en base al mecanismo de la herencia
social y de la aportación individual que se acaba convirtiendo en patrimonio de un conjunto
social. “…para la especie humana, el progreso ha consistido fundamentalmente en el
mejoramiento y en el ajuste de la tradición social, transmitida por medio del precepto y del
ejemplo” (p.43). Resalta así la importancia del estudio de la herencia común de la
humanidad, a través de la historia de los pueblos.
La obra está estructurada en nueve capítulos. Los capítulos V, VII y VIII están referidos a la
formulación de sus tres revoluciones: (i) la revolución neolítica, que muestra la
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Más allá del acierto o no de sus tesis, consiguió dotar a la arqueología de un método y un
sistema de estudios propio, planteando por primera vez una interpretación socioeconómica
de las primitivas sociedades europeas y aportando, entre otros, el concepto de revolución
neolítica, que en aquel momento fue muy novedoso.
Desde 1920 en que se unió al partido comunista de Gran Bretaña, mantuvo una activa y
militante participación política, destinando gran parte de su tiempo a la organización y
presentación de conferencias sobre una base ideológica consistente. En 1925 junto con
Keynes visitó la Unión Soviética, lo que le inspiró la redacción de su libro El desarrollo de la
economía de Rusia desde la Revolución (1928), el cual reescribiría veinte años más tarde
bajo el título El desarrollo de la economía soviética desde 1917 (1948). Dobb consiguió ser
simultáneamente un economista marxista y un miembro activo de la escuela de Cambridge.
A lo largo de su carrera llegó a publicar doce libros académicos, varios folletos y numerosos
artículos destinados a un público general. Escribió principalmente sobre economía política,
estableciendo la conexión entre el contexto social, los problemas de la sociedad y la forma
en que influye el intercambio del mercado.
La amplitud de su obra hace difícil trazar un panorama de sus escritos, pero es posible
agruparlos en torno a una serie de temas. A excepción de Salarios (1927), obra de carácter
monográfico, los escritos de Dobb pueden agruparse dentro de tres líneas fundamentales:
teoría económica, problemas del socialismo y desarrollo capitalista.
La publicación en 1946 de Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, dio lugar a una
polémica en torno al modo y las etapas de la transición del feudalismo al capitalismo, en la
que participaron varios economistas e historiadores, como Sweezy, Takahashi, Hilton,
Lefebvre, Hill, e incluso el propio Dobb, entre otros. Dicha polémica, recogida bajo el título
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Quizá las obras referidas a los problemas del socialismo que poseen mayor interés, son los
artículos sobre cálculo económico en una economía socialista y sobre problemas teóricos
de la planificación. En estos escritos se reconoce el aspecto más teórico de su obra.
Economía política y capitalismo (1937) y Economía del bienestar y economía del socialismo
(1969), constituyen su principal producción como crítico e historiador de la teoría
económica, hasta la aparición, en 1973, de su libro Teorías del valor y la distribución desde
Adam Smith (probablemente su obra teórica más importante).
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En 1970, al escribir sobre el problema del socialismo, mostró su veta militante en textos
como: Argumentos sobre el socialismo o el Nuevo Socialismo que cumplen una función
sobre todo propagandística. En esta última Dobb se limita a formular una crítica al excesivo
centralismo de la planificación soviética tradicional, en un marco próximo al de las
propuestas de reforma que se generalizaban en los países del Este; pero no llega a
cuestionar la institucionalidad política de estos países, pese a que la primavera de Praga
había puesto en primer plano precisamente este problema tan sólo dos años antes.
Otros dos promitentes historiadores británicos de tendencia marxista fueron Rodney Hilton
(1916-2002) y Christopher Hill (1912-2003), ambos egresados del Balliol College de Oxford.
Mientras Hilton desarrolló su carrera en la Universidad de Birmingham, especializándose en
el estudio de la Baja Edad Media y los modos de producción feudal, con énfasis en la
experiencia histórica de la clase campesina inglesa, Hill fue profesor de Historia Moderna y
luego Rector en Balliol, dedicándose a la historia de Inglaterra en el siglo XVII, y
particularmente de la Revolución Inglesa.
La producción escrita de Hilton, bajo inspiración marxista, intenta explorar algunos de los
aspectos del cambio en la estructura social medieval que dieron origen al desarrollo del
capitalismo y la revolución del siglo XVII. Su interés en éste y otros estudios referidos a la
dinámica de la lucha de clases, el reconocimiento de los campesinos como actores sociales,
sus críticas al determinismo economicista, su visión global de la sociedad, forman parte de
sus aportaciones más significativas, las cuales vincula explícitamente con problemas
contemporáneos, como los procesos de descolonización y de industrialización en
sociedades en las que la mayoría de la población continuaba siendo campesina.
Con respecto a la extensa producción de Hill, afirma Kaye (1989) que “Tanto por la cantidad
como por la calidad de su obra, Hill debe considerarse uno de los mejores historiadores en
lengua inglesa en el siglo veinte” (p. 93). A lo largo de más de cuatro décadas escribió
multitud de trabajos extraordinarios, entre los que cabe citar: Los problemas económicos
de la Iglesia (1955), Puritanismo y Revolución (1958) Los orígenes intelectuales de la
Revolución Inglesa (1965) (reeditada en 1996), El siglo de la Revolución (1961) y El mundo
trastornado (1972).
Otro de los historiadores marxistas británicos más renombrados y leídos, considerado como
un pensador clave de la historia del siglo XX fue Eric Hobsbawm (1917-1912). Sus principales
producciones se han centrado los procesos que conforman la ascensión al capitalismo y la
transformación del mundo desde fines de la Edad Media europea, razón por la cual ha sido
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Nacido en Alejandría (Egipto), cuando aun formaba parte del Imperio Británico, en el seno
de una familia de origen judío radicada luego en Berlín (Alemania) hasta el ascenso del
nazismo al poder, retornó posteriormente a Inglaterra donde cursó estudios de Historia en
el King College de la Universidad de Cambridge donde obtuvo su doctorado. Fue miembro
activo de la revista Past and Present, y a partir de 1947 fue nombrado ayudante de Historia
en el Birbeck College de la Universidad de Londres, llegando a ser catedrático de Historia
Social y Económica hasta su retiro en 1982.
A estas obras se agregan, entre otras muchas publicaciones: Industria e Imperio (1968),
Naciones y nacionalismo desde 1780 (1990), Sobre la historia (1997), Gente poco corriente
(1998), A la zaga: decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX (2006), Guerra y paz
en el siglo XXI (2007), Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo 1840-2011 (2011).
histórica, dio oportunidad a que entraran al campo de la historia otros protagonistas hasta
el momento olvidados por los historiadores marxistas, la cual desde estas primeras
investigaciones realizadas en los años 60’ se han venido renovando.
Procura de esta forma mostrar los elementos necesarios para que se den movimientos
sociales modernos en el sentido de lucha, organización y conciencia propia, así como ubicar
en forma témporo-espacial “…el momento en que los vínculos de los movimientos sociales
primitivos dejaron de ser la forma de defensa primordial contra las arbitrariedades del
mundo que los rodea” (Ibid., p. 14). Se analizan en tal sentido las causas del fracaso de estos
movimientos clásicos para comprender por qué no se dio el paso a la modernidad de una
manera adecuada.
En El mundo del trabajo: estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera
(1984) realiza un balance historiográfico general para abordar la historia de la clase obrera
y su ideología. “Es necesario establecer un modelo que permita explicar el funcionamiento
de las sociedades” (1987, pp. 24-25).
Su visión del punto de vista micro y macro histórico le brinda la capacidad de ver los
problemas estructurales de una comunidad y su repercusión en la vida cotidiana de las
personas que la componen. La conciencia de clase, en el sentido moderno, es para
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“puede ser vista y analizada como un todo y posee una estructura y una
regularidad. Algo que sin incurrir en visiones positivistas sobres leyes de desarrollo,
no me importa llamar progreso, al menos en aspectos tecnológicos. La constante y
creciente de la capacidad de la especie humana para controlar las fuerzas de la
naturaleza por medio del esfuerzo físico y mental, la tecnología y la organización
de la producción.” (1998, p. 45)
Nos hemos de enfocar por último, en la figura de quien es considerado el historiador social
más importante de la segunda mitad del siglo XX, el más ampliamente conocido y quizás
más polémico, Edward P. Thompson (1924-1993).
Thompson nació en la ciudad de Oxford (Inglaterra); era el segundo de dos hijos varones de
un matrimonio de clase media acomodada y alto nivel cultural. Su padre, un misionero
metodista, había sido un crítico liberal del imperialismo británico y de la división entre
Oriente y Occidente. El carácter de Thompson siempre estuvo fuertemente marcado por el
contexto que le tocó vivir. Durante la época del imperialismo moderno, fue un liberal
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Sus estudios estuvieron centrados en las interrelaciones entre clase social, conciencia de
clase y movimiento político-social, en los que se observa una dura crítica al estructuralismo
marxista desde posturas gramscianas. A partir de 1965 se desempeñó como docente de
educación no formal de adultos, actuando en distintas universidades de Inglaterra y Estados
Unidos. También se vinculó a la alta academia, llegando a ser Director del Centro de Historia
Social en la Universidad de Warwick.
Durante los años 80’ lideró el movimiento de intelectuales contra las armas nucleares en
Europa e intervino en la apertura del diálogo entre el movimiento pacifista de marcado
imperialismo de Europa occidental y los disidentes de Europa del Este dominada por
la Unión Soviética, por lo que desde ésta se le acusó de actuar al servicio
del imperialismo estadounidense.
“Su biografía – afirma Hernández Sandoica (2017) – ofrece transparentes las notas del
carácter marcado por el tiempo de toda obra intelectual y, en este caso, de su
autopercepción, la conciencia de que existe una estrecha imbricación entre la historia como
campo de estudio y la historia como experiencia vivida y herramienta de autocomprensión”
(p. 2).
Según Thompson, la clase obrera existe cuando emerge la conciencia de clase a través de
cierta cultura política, y cuando hay un proceso de institucionalización y participación en la
regulación social. Eso pone de manifiesto su intención de encontrar el sentido político en
los hechos históricos y de tratar la historia como búsqueda de libertad. En consecuencia, la
clase social existe por identidad colectiva y su carácter relacional se limita a esa identidad
de intereses opuesta a otros.
Estos argumentos son expuestos en la obra principal de Thompson: The Making of the
English Working Class (La formación de la clase obrera en Inglaterra) (1963). Se la considera
una de las obras más influyentes en la historiografía de la segunda mitad del siglo XX, y
según Hernández Sandoica (2017) se halla entre las más citadas, habiendo despertado
adhesiones en todo el mundo por su apuesta a una historia comprometida, pero al mismo
tiempo rigurosa, antidogmática y flexible en su definición de clase. Aun hoy, después de
más de medio siglo de su primera edición, sigue siendo catalogada por muchos, como un
texto esencial, imprescindible en historia social. En ella Thompson elabora un complejo
análisis teórico-metodológico sobre cómo deben ser estudiadas las clases sociales, en sus
relaciones entre sí y a partir de su cultura específica durante el período de transición de la
sociedad preindustrial a la sociedad industrial plenamente formada.
En el prólogo que escribiera Josep Fontana a la edición de 1977, señala que el pensamiento
historiográfico de Thompson “está situado en la corriente que abandona los rígidos
esquemas formales del pasado y pretende devolver su papel fundamental a aquello que los
propios Marx y Engels ponían en primer lugar: la concepción de la Historia como resultado
de la lucha de clases, como un perpetuo tejer y destejer de equilibrios, alianzas y
enfrentamiento colectivos” (p. 10).
Que el discurso de esos “perdedores” fuese “oscuro” o de inferior calidad expresiva no era
algo importante para Thompson, porque la calidad y el rango documental dependían de la
capacidad de los documentos para mostrar las cuestiones sociales de su tiempo, sus
tensiones y sus sentimientos colectivos, los conflictos y las emociones experimentados por
vidas concretas y reales, que de otro modo no habrían encontrado su voz y su expresión.
Rescata así a sujetos populares, históricamente anclados en la antesala del régimen
industrial, no inmersos todavía propiamente en él; “al pobre tejedor de medias, al tundidor
ludita, al obsoleto tejedor de telar manual, al artesano utópico…”, con la intención de
aclarar cómo surgen los conceptos de clase y conciencia de clase. Retoma sus gestos, sus
palabras y sus nombres, sus resistencias o sus discrepancias, su oposición. De esta manera
Thompson le da voz a un colectivo popular artesano, derivándose de su posición, un
cuestionamiento a la interpretación whig de la historia y de los supuestos de la teoría de la
modernización. Estaba convencido que aquel tipo de discurso histórico era una herramienta
mejor, más eficaz, para servir al proyecto revolucionario.
La elección moral y política de Thompson del lado de los oprimidos, de las “víctimas de la
historia”, alimenta sin duda más que el propio marxismo, esa “mirada desde abajo” que se
concretará luego, como alegato contra el olvido, en otra obra titulada Tradición, revuelta y
conciencia de clase: estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial (1979), en la que,
repudiando la idea de que “toda historia es ideológica, de derecha o de izquierda”,
Thompson afirma el imperativo del método para el ejercicio apropiado de la disciplina.
“Lo que uno intenta es acercarse a problemas objetivos muy complejos del proceso
histórico (esto es lo que hacía también Marx). Ello supone una disciplina precisa
que conlleva el distanciamiento y la objetivización — ser consciente de las propias
inclinaciones, consciente de las preguntas que estás planteando — y en gran parte
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Si bien es cierto que en más de una ocasión la vocación literaria de Thompson dominaba
sus argumentos, aún más polémica y radical fue la discusión que mantuvo con Louis
Althusser, puesto que el antiacademicismo de Thompson, sumado a su posición periférica
en el sistema educativo inglés y su antielitismo personal (fruto de un genuino carácter
democrático), así como su rechazo del esquematismo teórico, hizo que recibiera duras
críticas del estructuralista francés, cuyas teorizaciones seducían por aquel entonces a
muchos jóvenes marxistas británicos. En su defensa Thompson insistió en mantener la
tradición historicista, romántica y humanista inglesa. “Lo que podemos esperar – escribió
en Miseria de la Teoría (1973) – es que los hombres y mujeres del futuro nos retomarán,
afirmarán y renovarán nuestra voluntad” (p. 66).