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Jesucristo nos exhortó a la vivencia de esta virtud cuando dijo a sus discípulos: “amad a
vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad
por los que os difamen” (Lc 6,27-28). La enseñanza del cristianismo no consiste en no
odiar, no maldecir, no dañar. Por el contrario, el Maestro nos invita a trabajar en positivo:
Amad, bendecid, rogad.
Se puede crear un ambiente muy positivo si al llegar de la escuela los hijos, en lugar de
criticar a sus maestros del colegio, comentaran aquello que han aprendido ese día de ellos.
Si la esposa recibe a su esposo, no con una queja por llegar tarde a comer, sino con un
saludo cariñoso. Si el esposo al regresar de sus compromisos, comentase los proyectos que
tiene en su trabajo y no los defectos que tienen su jefe o sus empleados. Hablar bien no
significa mentir, no significa adular, comporta más bien reconocer las cualidades y virtudes
de los demás.
Es importante silenciar los defectos de los demás. En algunos ambientes el chismorreo es la
comidilla de todos los días. Esta es la influencia que recibimos diariamente gracias a las
“revistas del corazón” y a ciertos programas televisivos que únicamente buscan ventilar las
intimidades de los otros. El hombre que domina su lengua es un hombre perfecto, nos dice
el apóstol Santiago. Al mismo tiempo, nos advierte que la lengua, aun siendo un miembro
muy pequeño, puede ser fuego que incendie el ambiente o un veneno mortífero. Y termina
diciendo que no podemos con la misma boca bendecir a Dios y maldecir a los hombres. (cf.
St 3,1-12).