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Introducción
El paramilitarismo ha sido ampliamente referenciado y estudiado en Co-
lombia (Duncan, 2006; Gutiérrez y Barón, 2006; Romero, 2003, 2007;
2007a; Richani, 2007; Rangel, 2005; Medina, 1990; Reyes, 2007; Arjona,
2008; Medina y Téllez, 1994). Y aunque desde la década de los años no-
venta ya algunos trabajos habían alertado sobre la configuración de una
alianza conformada por distintos sectores en contra de la insurgencia y
la protesta social, solo desde principios del presente siglo se le prestó la
atención que requería dicho fenómeno, tras resonantes escándalos como
el Pacto de Ralito, que salpicaron al gobierno de Uribe Vélez y a la misma
clase política por haber sido colaboradores o indulgentes en la expansión
y consolidación del proyecto paramilitar. Así mismo, estos trabajos se-
ñalaban las alianzas que se conformaron en los años ochenta por cuatro
sectores de la sociedad: narcotraficantes, políticos regionales, ganaderos
y militares. Igualmente, se han interesado en ver cuáles fueron los distin-
tos procesos que permitieron que el proyecto paramilitar hubiese logrado
consolidarse en vastas zonas del territorio colombiano, hasta el punto de
que, en algunas ocasiones, esta organización llegó a ejercer funciones
estatales, como administrar justicia, proveer seguridad, prestar servicios
públicos y establecer un orden social de acuerdo con sus intereses.
1 El presente artículo toma como base mi trabajo de grado para obtener los títulos de
historiador y politólogo, y hoy en día hace parte de un trabajo más extenso que estoy
desarrollando en la maestría de Sociología General de la Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales (Ehess), de Francia.
2 Por pedido de algunos entrevistados, sus nombres fueron cambiados en las citas.
5 La ley de tres pasos consta de un primer momento, cuando el colono tumbaba el monte
y adecuaba la tierra para su explotación, y permanecía en ella un periodo muy corto o
hasta que el terreno se cansara y se viera obligado a dirigirse a otros lugares; un segundo
momento, cuando vende a precios bajos sus mejoras o las cede a un finquero, contratista
o intermediario que semi-explotaba el feudo. Este finquero intentaba realizar alguna
consolidación o unificación de las explotaciones. Por último, este finquero contratista cedía
a su vez ante las presiones de un latifundista empeñado en ampliar sus propiedades o en
crear una nueva hacienda.
Tabla 1
Luchas sociales, por actores
Años Cívicos Campesinos Asalariados Estudiantes Indígenas
1958 9 4 11 14
1959 39 20 57 19
1960 19 7 47 20
1961 33 14 46 16
1962 20 4 48 22
1963 26 7 77 29
1964 25 3 89 32
1965 29 1 94 28
1966 25 6 113 34
1967 23 8 74 16
1968 14 6 49 39
1969 45 13 64 61 1
1970 22 24 67 49 1
1971 44 365 56 65 3
1972 28 32 75 52 1
1973 31 20 63 32 4
1974 70 52 107 40 3
1975 177 75 246 208 11
1976 114 32 139 194 3
1977 95 29 158 114 3
1978 130 23 86 86 1
1979 96 67 62 75
1980 92 70 72 87
1981 71 73 131 77
1982 107 82 141 57
1983 119 110 121 52 2
Fuente: Mauricio Archila (2005). Elaboración propia.
dor, “El crédito”, diciembre 21, 1964). Estas posturas de resistencia, pre-
vias a la creación gubernamental de la Defensa Civil (Decreto 3398 de
1965), se justificaban no solo porque se estaba cuestionando un orden
social sino también porque estaba en juego la libertad de defensa de un
modo de producción de desarrollo rural. Por esa razón la SAC reclamaba
como acto legítimo el acto de organizarse en aras de hacer valer “el de-
recho a la vida, el derecho a los bienes legítimos y el derecho a la libertad
de trabajar consagrados en la Constitución Nacional” (El Tiempo, “Acción
decidida pide la SAC”, diciembre 22, 1964).
6 A esta altura de las cosas, cabe anotar que en el órgano legislativo colombiano ya había
adelantado un largo debate y ciertas proposiciones para organizar una Defensa Civil, por
lo cual el Decreto 3398 no debe ser considerado como una iniciativa propia del Ejecutivo
colombiano sino como una respuesta a una serie de peticiones provenientes de varias
regiones. En Bandoleros, gamonales y campesinos, Sánchez y Meertens (2006) ilustran estos
debates de forma clara y subrayan que ciertos gremios y haciendas promovían planes para
la dotación de armas y la conformación de grupos de autodefensa.
En este orden de ideas, a las vías de hecho se sumó una fuerte crítica
a la acción reformista, al buscar ligarla a ideas comunistas o a intereses
oscuros o demagógicos. Por último, los ataques también se dirigieron
contra las instituciones de la Reforma. Para esos años la SAC sostenía
que el Incora había creado inseguridad. En su comunicado consideraba
que la aplicación de la reforma agraria, en lo que concernía a aparceros y
arrendatarios, había traído al campo colombiano inseguridad económi-
ca y social, por lo que pedía una revisión de la política (El Tiempo, “ El
Incora ha creado inseguridad”, julio 18, 1968).
Tabla 2
Invasiones campesinas a tierras por departamento
Departamento 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 1977 1978 Total
Sucre 4 60 11 24 63 27 10 199
Huila 6 69 17 4 7 8 1 112
Córdoba 1 80 5 7 8 4 2 107
Magdalena 1 90 9 1 1 1 103
Antioquia 1 31 6 24 5 67
Bolívar 54 1 3 3 3 2 66
Tolima 12 43 1 5 2 63
Cauca 1 32 1 4 11 49
Meta 10 24 1 1 2 1 4 2 45
César 30 4 1 4 2 3 44
Cundinamarca 3 26 2 1 1 33
Atlántico 2 17 1 5 25
Casanare 23 23
Santander 15 2 1 3 2 23
Caldas 13 1 14
Valle 3 11 14
N. Santander 3 9 1 13
Quindío 4 2 6
Boyacá 6 1 1 8
La Guajira 2 1 3 6
Nariño 2 2 4
Caquetá 1 2 3
Risaralda 1 1 2
Chocó 2 2
Total 47 645 54 51 123 70 15 20 6 1.031
Tomado de León Zamosc (1987). Elaboración propia.
rrilla del EPL bajan a Mundo Nuevo para visitar a sus parientes y ofre-
cerles apoyo, especialmente para la vigilancia nocturna y frente a cual-
quier hecho violento”. No obstante, frente a esta relación simbiótica entre
campesinos y guerrilleros expuesta por Fals Borda hay que tener ciertas
precauciones. Tanto de las entrevistas hechas como de otro tipo de fuen-
tes consultadas se saca la evidencia de que los lazos de relación entre in-
surgencia y organización campesina no eran directos sino que obedecían
a la decisión o al voluntarismo de ciertos sectores o de miembros radica-
lizados, quienes, frente a la represión del gobierno y de los propietarios,
se volcaron a la insurgencia, sin que esto implicara en ningún momento
que toda la Anuc contemplara dicha posibilidad. De hecho, estos ires y
venires reflejaban una postura dubitativa dentro de esa organización, tal
como ocurría con otras más igualmente influidas por la izquierda en esos
años, cuando no había una clara distancia frente a la lucha armada sino
cierta ambigüedad un tanto difusa. Ese hecho allanó el camino para el
ensamblaje de la Anuc y la insurgencia política en una misma amenaza:
la organización comunista y la lucha armada.
Asimismo, la relación entre insurgencia y campesinado no estuvo
exenta de tensiones y debates, pues, en el criterio de algunos dirigentes,
las dimensiones que implicaba esta alianza “estratégica” estaban claras.
Dicha postura quedó plasmada en la revista Combate, que advertía sobre
las falencias del grupo guerrillero en materia de dirección del campesi-
nado, pues una cosa eran los lineamientos revolucionarios escritos en el
papel y otra cosa era la práctica:
“PC. ML. no ha podido dirigir al campesinado. La liga tiene for-
malmente un programa que habla de la importancia estratégica del
movimiento campesino y la revolución agraria, pero en su actividad
práctica lo deja totalmente de lado, nunca se preocupa de sustentarlo
ante las masas o los cuadros campesinos. Después de haber hecho
llamamientos para realizar levantamientos armados allí donde mayor
desarrollo hubiera alcanzado Anuc (esto hace dos años), pasó a una
posición de derecha considerando que la organización campesina se
había ido demasiado lejos” (revista Combate, citada por Bagley y Bo-
tero, 1978).
7 El subrayado del autor quiere visibilizar que los afectados son personas con apellidos de
familias notables de la región.
Tabla 3
Motivos de las luchas sociales en Córdoba, 1975-1982
Tabla 4.
Secuestros y asesinatos de ganaderos, 1980-1990
Estaban dadas, pues, todas las condiciones para que se adoptara el mo-
delo de autodefensa de los hermanos Castaño. Sin embargo, queda en evi-
dencia, como se ha expuesto en el texto, que esto no habría sido posible sin
la trayectoria que ha recorrido el Departamento en relación con su proceso
Tabla 5.
Miembros muertos y desaparecidos de la UP en Córdoba.
Tabla 6
Total de luchas Sociales en Córdoba 1983-1997.
Año Total
1983 28
1984 17
1985 52
1986 25
1987 26
1988 18
1989 26
1990 24
1991 7
1992 6
1993 4
1994 10
1995 1
1996 7
1997 20
Tabla 7
Principales motivos de lucha social en Córdoba, 1983-1997.
Motivos-Lucha 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997
Predios
10 32 14 8 7 9 20 9 2 2
rurales
Retención
5 4 6 3 4 6 13 6 3 2 3 2 3 5
Salarial
Derecho
a la vida,
3 5 2 6 3 3 2 2 1 1 3
integridad y
libertad
Energía 3 5 1 1 1 1
Agua 2 1 1 5 3 6 1 1 1 1
Vías 1 1 3 5 1 1 1 1 2
Total
40 52 52 45 52 40 41 40 23 17 14 18 8 18 26
General
campesinos que se estaba viviendo en esta zona desde los años setenta,
y expresado en invasiones campesinas de grandes propiedades y en la
reacción violenta de sus dueños para defender sus posesiones mediante
desalojos violentos, muchas veces con la colaboración de la fuerza públi-
ca. Este contexto se fue complicando todavía más, a medida que operó
una mayor presión guerrillera y el arribo a las fincas de los nuevos pro-
pietarios, ahora vinculados al narcotráfico. El panorama resultante era el
siguiente: por un lado, estaban los ganaderos, algunos de cuyos vecinos
eran ahora narcotraficantes afiliados al Cartel de Medellín, además del
hondureño Matta Ballesteros; por otro lado, los campesinos tenían como
visitantes asiduos a la guerrilla, que había logrado reclutar a algunos de
ellos, quienes le proporcionaban información y bienes a cambio de su
apoyo en los procesos organizativos.
Antes de de producirse el ingreso de los capos, cuando la presencia
guerrillera era poco cuestionada, la extracción de recursos (boleteo, ‘va-
cunas’, extorsión o secuestro) se negociaba de forma individual y los con-
venios solo afectaban al respectivo propietario, pero la aparición de estos
nuevos propietarios modificó las reglas del juego: de pagar vacunas se
pasó a resolver el problema a punta de bala. Ahora los narcos comenza-
ron a impulsar la creación de grupos de autodefensas muy diferenciados:
uno de ellos estaba anclado en el modelo de Puerto Boyacá, financiado no
solo por narcos sino también por los ganaderos “de bien” de la región, y
otro era agrarista, partidario de las invasiones y apoyado por la insurgen-
cia, sobre todo la del EPL (“Masacre”. Semana, mayo 9, 1988).
Este escenario permite entender de mejor forma los detonantes de
las matanzas. Por ejemplo, en los casos de las de El Tomate y La Mejor
Esquina, todo parece indicar que sus motivaciones estuvieron relaciona-
das no solo con una retaliación de los poderes locales y los paramilitares
en contra de la población, sino también por otros motivos subyacentes,
como la posesión de la tierra y el control territorial. El caso de El Tomate
fue interpretado como una respuesta al asalto de Saiza, donde el EPL y
las Farc habían asesinado a once militares y secuestrado a veintiuno más,
actos que provocaron que el poblado fuera prácticamente borrado del
mapa y que el ataque dejara más de 16 campesinos muertos (“El Tomate:
pueblo borrado del mapa”. Semana, octubre 3, 1988). Entre los autores in-
telectuales del hecho se ha señalado al dirigente liberal Jesús María López,
reconocido por representar a una familia política tradicional de la región.
Por otra parte, estas acciones revelaban dos elementos importantes.
Los hechos fueron ejecutados por hombres sometidos a un adiestramien-
Este tipo de terratenientes fue el que inspiró el título del presente capí-
tulo: la hacienda armada, que tuvo como su mejor exponente en Córdoba
9 Su vida ya ha sido objeto de estudios que muchas veces se asemejan más a una apología
que a una biografía. No sobra referenciar el trabajo de Glenda Martínez (2004), que
narra cómo se inició en las autodefensas, las reuniones que organizó con líderes locales,
ganaderos y miembros de la fuerza pública, además de sus operaciones al mando de grupos
de autodefensas y las épicas batallas que libró para defender no solo sus haciendas sino
también las de sus conocidos, al igual que los grupos guerrilleros que azotaron la región en
los años ochenta y noventa.
10 No en vano González, Bolívar y Vásquez muestran que las acciones bélicas presentan una
tendencia oscilante, en la cual se destaca el crecimiento de un 275% en 1992, y de 57,5% en
1993.
11 No sobra recordar las masacres de La Mejor Esquina y El Tomate (Córdoba), al igual que la
desaparición de 42 campesinos en Pueblo Bello, corregimiento de Turbo, en 1990.
70
60
50
40
30
20
10
0
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
Infracciones DIH
Armar la Hacienda: territorio, poder y conflicto en Córdoba, 1958-2012 169
Tabla 8
Principales motivos de lucha social en Córdoba, 1983-1997.
Motivos-Lucha 1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 Total
Atlántico 1 1 2 1 1 1 7
Bolivar 1 1 3 1 8 9 23
Cesar 3 2 1 1 3 10
Córdoba 1 1 2 1 4 3 6 3 1 1 4 27
La Guajira 3 2 1 1 3 10
Magdalena 1 1 3 5 2 2 2 6 11 4 37
Sucre 1 1 1 2 1 6 3 2 17
Total
0 1 0 1 2 1 1 5 3 9 6 20 9 6 6 12 24 25 131
General
Tabla 9
Masacres por Municipio 1980-1997
Municipio 1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 Total
Puerto Libertador 1 1 2
Tierralta 1 1 1 3
Montería 1 1 2 1 1 6
Chinú 1 1 2
Canalete 1 1 2
Valencia 1 1
Ayapel 1 1
Buenavista 1 1
La Apartada 0
Montelíbano 1 1
Puerto Escondido 1 1
Purísima 0
Sahagún 1 1
San Andres Sotavento 1 1
San Carlos 1 1
Total 0 0 1 0 1 2 1 0 4 3 6 0 3 0 1 1 0 0 23
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Atlántico
Sucre
5%
13%
Bolívar
174 Andrés Felipe Aponte G.
17%
Magdalena Cesar
28% 8%
Córdoba
21%
La Guajira
8%
Tabla 10
Principales Motivos de Lucha en Córdoba, 1998-2012.
Motivos-Lucha 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
Predios rurales 1 1
Retención Salarial 3 6 3 2 2 4 8 3 4 8 11
Derecho a la vida, integridad y libertad 1 2 1 6 2 1 3 1 1 1 3 2
Energía 2 4 3 2 1 2 1 5 3 1 6
Agua 2 1 2 2 4 4
Vías 1 1 1 1 10 10
Educación 1 2 2 1 5 5
Total General 4 9 6 10 4 7 5 6 11 13 12 8 31 38
Por su lado, este control territorial por parte de las Accu revelaba que
su actividad no solo estaba dirigida a salvaguardar y mantener la protec-
ción de la gran empresa agrícola. A la par de la pacificación del ámbito
rural, se retomaron las antiguas rutas del boom marimbero, y se fueron
consolidando ciertas rutas y eslabones de la economía de la coca que
aprovechaban las ventajas comparativas que, como era de conocimiento
público, ofrece el departamento para la existencia de rutas del contraban-
do y pistas aéreas. La llegada de los paramilitares y de algunos narcotrafi-
cantes significó no solo el reciclaje de esta infraestructura sino asimismo
toda una integración espacial del departamento en torno a esa actividad.
En esta dirección, para los años noventa, Córdoba no solo era noticia
en los medios de prensa por motivo de la violencia sino también por el
Cinep-Caribe.indd 176
Sin Información
Fuerza Pública 0%
10%
176 Andrés Felipe Aponte G.
Guerrillas
26%
Guerrillas
26%
Paramilitares Paramilitares
64% 64%
Tabla 11
Cultivos de coca en Córdoba, 1999-2012 (has.)
Tabla 12
Desplazamiento acumulado en Córdoba 1997-2012
Año Número de personas desplazadas
Antes de 1997 26366
1997 30509
1998 39100
1999 55561
2000 72202
2001 95737
2002 114819
2003 120835
2004 127638
2005 137492
2006 148109
2007 159541
2008 175962
2009 186434
2010 197740
2011 212739
2012 215760
Total 2116544
Ejemplo de esto era que, en esos años, las zonas del centro y el norte
del Departamento ya no requerían disponer de aparatos de inteligencia,
porque eran lo que llamaban “zonas de frontera”. Era una zona “recupe-
rada, y es difícil que caiga una vez más [...] cualquier embrión que vaya
resultando por allá, inmediatamente vienen e informan. En nuestra re-
taguardia, por donde hemos liberado [Sic.] fenómenos de delincuencia
común, fenómenos de guerrilla que vayan apareciendo, eso se sabe aquí
y va con ellos la patrulla hasta allá” (ib.). No obstante, esta situación no
era la misma en las partes altas del Departamento (el sur), donde la pre-
sencia y el control paramilitares se tornaban más difusos, lo cual permite
entender no solo esta especialización y diferenciación de las estructuras
armadas sino también que la confrontación se concentrara en el camino
a las partes montañosas, particularmente hacia el Parque Nacional del
Nudo de Paramillo. Hacia esa zona se habían replegado las Farc, forzadas
por la avanzada paramilitar en Urabá, y logrado copar exitosamente los
espacios dejados por la disidencia del EPL, así como por las estructuras
desmovilizadas en cumplimiento de las determinaciones de la Asamblea
Nacional Constituyente. De esa forma, el conflicto y la disputa territorial
se concentraron en los municipios de Tierralta, Valencia y Puerto Liber-
tador, en lo que se tiende a denominar como los altos Sinú y San Jorge.
Precisamente allí donde, en esos años, se concentraron las masacres y
otro tipo de acciones violentas, así como la confrontación directa entre
los actores armados, con mayor precisión las autodefensas y la fuerza pú-
blica enfrentadas a las Farc (Tabla 13).
Esta evolución territorial permite entender la ola violenta que soportó
esta zona desde finales del gobierno de Samper y que se extendió hasta
fines del siglo, ya que constituía claramente el último reducto de resis-
tencia con el cual contaban las Farc asentadas en la zona. Por ese motivo
las AUC enfilaron baterías en dirección a ganar el control del territorio,
teniendo como objetivo el Nudo de Paramillo. Esta posición es un admi-
rable corredor de movilidad: conecta al Chocó y el Urabá antioqueño;
hacia el norte, lleva a las sabanas de Córdoba y Sucre, y al occidente tie-
ne salidas al bajo y el medio Cauca antioqueños, y finalmente también
cuenta con la presencia de cultivos ilícitos (Tabla 10) y rutas, tanto en
dirección al océano Pacífico como al mar Caribe, por los golfos de Urabá
y Morrosquillo.
Sin embargo, la respuesta de las Farc frente a la presión paramilitar
no se hizo esperar: en 1998 lanzaron una contraofensiva en Tierralta y
en 1999 en Puerto Libertador y Montelíbano, así como en Dabeiba (An-
30
25
20
15
10
0
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
Acciones Bélicas
Armar la Hacienda: territorio, poder y conflicto en Córdoba, 1958-2012 185
la función de eje nodal (Gráfica 1 y 4). Cuando las Farc son expulsadas
del Urabá antioqueño, se ven en la necesidad de replegarse a zonas pe-
riféricas y deciden una vez más –durante los años de negociación con
Pastrana– emprender una nueva ola expansiva, que tuvo como respuesta
la incursión de los paramilitares en municipios del Chocó, Antioquia y
Córdoba (Vicepresidencia, 2002 y 2009; Suárez, 2007). Por último, todo
este proceso, con el paso de los años, convirtió a este territorio en un esce-
nario en permanente disputa entre los actores armados, tanto por las con-
diciones estratégicas señaladas anteriormente como por la incapacidad
del Estado para proveer de justicia y servicios públicos a una población
marginal que solo ha encontrado en la economía de la coca un medio
para subsistir, situación que tiene como corolario el intento de regulación
de los espacios de sociabilidad por parte de los distintos actores armados.
Por otro lado, el dominio territorial de los paramilitares no solo se
expresaba en el campo militar y social sino también en el político. Cabe
señalar que de años atrás, reconocidas figuras políticas, agremiaciones
del campo (Ganacor) y el mismo Carlos Castaño estaban demandando
el reconocimiento político de la organización, ya que, a su entender, el
fenómeno paramilitar respondía a una forma de resistencia civil en armas
frente a la incapacidad del Estado para proveer de seguridad a los ciuda-
danos de bien, así como para garantizar el orden social y el patrimonio
económico, y sobre todo para responder a la expansión de los grupos
armados de izquierda, que no solo amenazaban la paz en general sino
también la idea de Estado. En esta vía, tanto Carlos Castaño como sus
consejeros eran conscientes de la necesidad de que el movimiento no se
limitara a hacer planteamientos claros sobre su naturaleza político-mili-
tar. Basta con consultar los distintos documentos en los cuales se enun-
ciaban sus percepciones sobre el conflicto armado colombiano, la posi-
bilidad de la solución negociada y la naturaleza política del movimiento
(AUC, “Planteamientos sobre la solución política negociada al conflicto
interno”, abril 13, 1998; Naturaleza político-militar del movimiento”, ju-
nio 26, 1997). El movimiento expresaba su deseo de convertirse en un
actor de primera línea en la escalada nacional de la guerra.
Para conseguir tal objetivo su expansión se concentraba, no en zo-
nas marginales de la vida nacional sino en las que contaban con ciertas
particularidades, tales como una integración relativa al Estado central y
cierta presencia de unos segmentos más diferenciados socialmente (po-
deres locales) pero con grandes desigualdades económicas y sociales, que
estaban experimentando el asedio insurgente y la extracción de recur-
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Atlántico
Sucre 4%
10%
188 Andrés Felipe Aponte G.
Magdalena Bolívar
20% 31%
La Guajira
11% Cesar
Córdoba 11%
13%
Sin Información
7% Guerrillas
Fuerza Pública 13%
7%
Paramilitares
73%
Armar la Hacienda: territorio, poder y conflicto en Córdoba, 1958-2012 189
Tabla 14
Masacres por municipios, 1998-2008.
Municipio 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 Total
Puerto Libertador 2 2 3 1 1 2 11
Tierralta 2 2 2 3 1 10
Montería 0
Chinú 1 1
Canalete 0
Valencia 1 1
Ayapel 0
Buenavista 0
La Apartada 1 1
Montelíbano 0
Puerto Escondido 0
Purísima 1 1
Sahagún 0
San Andres Sotavento 0
San Carlos 0
Total 4 4 3 6 1 1 1 0 0 1 4 25
Tabla 15
Cultivos ilícitos por municipios (hectáreas), 2001-2011
Municipio 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011
La Apartada 6 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0
Montelíbano 37 66 233 428 1021 376 360 621 681 835 240
Puerto
278 141 193 339 978 447 1084 464 728 579 243
Libertador
Tierralta 331 178 399 669 1124 389 414 624 1360 2474 604
Valencia 0 0 13 99 13 4 0 1 12 1 1
Total 652 385 838 1535 3136 1216 1858 1710 2781 3889 1088
Tabla 16
Desplazados, por municipios, 1997-2011
Municipio Antes 1997 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
Ayapel 143 201 276 340 405 509 708 838 969 1111 1245 1397 1575 1788 2226 3473 3623
Buenavista 363 389 441 448 467 555 595 638 689 721 776 836 888 996 1560 1843 1884
Canalete 1631 1716 1823 1859 1955 2154 2262 2321 2445 2534 2684 2809 2964 3030 3090 3198 3246
Cereté 73 78 105 122 148 209 300 356 389 483 555 635 697 775 825 877 901
Chimá 51 51 67 97 124 139 159 167 181 208 230 259 286 286 289 293 294
Chinú 178 203 232 258 321 400 455 496 537 595 643 670 745 756 777 785 796
Ciénaga de Oro 27 35 61 73 102 138 196 226 271 371 462 524 580 639 657 678 688
Cotorra 7 7 11 17 25 38 60 76 104 104 104 108 118 137 143 149 152
La Apartada 20 21 33 33 33 50 50 58 68 68 73 113 152 265 798 1246 1266
Lorica 180 224 249 316 370 480 638 715 836 978 1087 1191 1379 1738 2115 2345 2384
Las Córdobas 702 736 770 828 888 986 1063 1116 1175 1217 1292 1397 1459 1510 1555 1647 1664
Momil 42 45 49 51 51 111 194 226 303 338 363 373 407 410 413 430 434
Moñitos 72 96 125 151 172 224 342 376 427 523 573 646 811 1069 1328 1463 1495
Montelíbano 1180 1365 3125 3733 4846 7155 10936 11799 12849 14344 17450 19031 21205 22829 25337 29742 30140
Montería 7021 7553 8164 8635 9376 10318 11211 11603 12124 12669 13254 13933 14681 15323 15960 16769 17004
Planeta Rica 477 562 696 838 1036 1362 1579 1708 1826 1980 2209 2386 2682 3077 3935 4437 4560
Pueblo Nuevo 1268 1318 1377 1450 1579 1750 1861 1901 1967 2072 2143 2207 2277 2347 2743 2868 2882
Puerto Escondido 90 103 130 171 232 289 356 383 463 508 544 607 774 934 1026 1086 1106
Puerto Libertador 1091 1369 2074 2914 4476 7611 10200 10716 12152 14426 16412 18596 24142 25980 27783 29773 30187
Purísima 29 36 45 65 81 130 137 146 153 178 189 207 222 230 248 252 261
Sahagún 100 143 172 230 312 510 651 707 763 821 887 977 1066 1132 1176 1256 1271
San Andrés de Sotavento 479 982 1040 1105 1239 1491 1825 1958 2237 2369 2453 2529 2588 2641 2657 2677 2694
San Antero 50 54 56 71 92 158 170 201 226 255 313 349 397 517 559 587 620
San Bernardo del Viento 35 56 78 103 149 232 353 455 524 648 759 909 1026 1315 1587 1874 1929
San Carlos 117 134 135 144 181 233 265 317 349 425 467 475 512 538 546 549 552
San José de Uré 0 0 16 37 58 67 119 125 216 267 288 355 440 830 999 1194 1241
San Pelayo 65 80 94 102 137 182 250 296 331 352 406 461 496 862 1003 1135 1158
Tierralta 7869 9549 13739 26738 38050 44690 51236 53652 55146 56909 59454 63102 67492 69928 71622 75112 76251
Valencia 3006 3403 3917 4632 5297 13566 16648 17259 17918 20018 20794 22459 23901 24552 24783 25001 25078
Total 26366 30509 39100 55561 72202 95737 114819 120835 127638 137492 148109 159541 175962 186434 197740 212739 215761
ción por 16 meses de alta criminalidad”, El Heraldo, abril 19, 2009). Por
su parte, los desplazados ese mismo año ascendían a 175.962 (Tabla 16).
Por lo demás, la capital departamental fue escenario de crecientes dis-
putas, en primer lugar por su ubicación estratégica, atravesada por los
principales ejes viales: las carreteras que vienen del Alto Sinú desembo-
can en la troncal que viene de Caucasia, Antioquia, mientras la ciudad
está cruzada por las vías que desembocan en la costa Caribe, con destino
a San Antero y Las Córdobas, municipios que se intercomunican con el
resto de zonas costaneras. Además de su ubicación estratégica, el hecho
de ser el principal centro económico de la región convertía a Montería
en el mejor escenario posible para limpiar las ganancias de la actividad
narcotraficante en distintas actividades legales (“Montería sería campo de
guerra de bandas emergentes”, El Heraldo, abril 4, 2008).
Desde mediados del nuevo siglo los medios nacionales advirtieron la
peculiar vida de los monterianos, quienes, al lado de inmensos cordones
de miseria, erigían pequeños y relucientes palacetes y se beneficiaban de
un boyante comercio de ropa y muebles de marca, que exhibía decenas de
camionetas 4x4, en tanto que se inauguraban flamantes restaurantes con
cavas y depósitos repletos de vinos finos y licores importados. En otras
palabras, Montería, la antigua capital ganadera del país, que siempre ha-
bía sido un lugar de caza y de penetrante olor a estiércol de ganado, pasó
a ser el opulento Miami de los colombianos (“El Miami costeño”, Semana,
septiembre 24, 2004).
Estas disputas evidenciaban, en primer lugar, el fracaso rotundo de
las campañas de erradicación y de las políticas antidroga, así como de
cualquier otra política estatal expedida al respecto: en vez de disminuir
la extensión de los cultivos ilícitos, se había producido su aumento, de la
mano de la consolidación de todo un cluster erigido alrededor de la eco-
nomía ilegal. En un mismo Departamento no solo estaban dados los me-
dios geográficos propicios para ella sino también un entorno social para
su desarrollo: en contraste con los datos censados por el Simci, los medios
de prensa nacionales y las propias autoridades estimaban que ahora la ex-
tensión de los cultivos ilícitos ocupaba más del doble de la existente antes
de los acuerdos de desmovilización (ver Tabla 15).
El mismo Mancuso señaló el ineficiente sistema de monitoreo del
gobierno para calcular en 160.000 hectáreas las extensiones sembradas
de coca, que producían mil toneladas de cocaína al año, de las cuales se
generaban siete mil millones de dólares, que, en su mayoría, termina-
Consideraciones finales
En primera instancia, se comprueba de qué manera un recuento históri-
co se torna fundamental para comprender un fenómeno social, político
y económico como el del paramilitarismo, ya que el recurso al relato no
se reduce a una mera recolección de eventos sino que, en sí mismo, ese
ejercicio hace parte de la explicación. En efecto, el presente intento tuvo
como objetivo superar los estudios concentrados en el mediano y el corto
plazos a fin de intentar una explicación mucho más amplia y profunda,
que subyace en la comprensión, no solo de la configuración regional sino
también de las aristas que han compuesto las estructuras societales de la
región, para evitar caer en diagnósticos sintomáticos y coyunturales. Las
principales excepciones a este tipo de estudios de corto plazo son los tra-
bajos de Duncan (2006) y Romero (2003), quienes vinculan el fenómeno
paramilitar con procesos que preceden a los años ochenta, tal vez porque
sus estudios no se interesaban solo en este caso sino en todo el fenómeno,
ocurrido en el nivel nacional.
Por eso, este capítulo quiso subrayar la invisibilización y marginación
de ciertos factores y procesos que son fundamentales para comprender
el fenómeno del surgimiento, organización y consolidación de las auto-
defensas en Córdoba así como en otros lugares del territorio nacional
(Sucre, por ejemplo). Esto hace imperioso asumir el análisis de este fenó-
meno con una temporalidad más amplia, que permita visibilizar las ten-
siones que se manifiestan en una sociedad dada, a partir de una mirada
que tenga en cuenta tanto las estructuras sociales como los procesos de
configuración regional.
Por esa razón este estudio parte del supuesto de que una mejor com-
prensión del caso cordobés debe prestar atención a los intentos pre-
vios de privatización de la justicia hechos desde los inicios del siglo XX,
mediante el empleo de matones a sueldo y escuadrones armados para
defender el tipo de ordenamiento regional prevaleciente y la consoli-
dación de la hacienda ganadera. De ahí que el concepto de presencia
diferenciada del Estado en el espacio y el tiempo (González, Bolívar y
Vásquez, 2003) termine ayudando a comprender algunos mecanismos,
así como las posturas selectivas de las elites y su capacidad de veto para
resolver o afrontar ciertas tensiones y problemáticas locales. En las oca-
siones en las cuales las directrices del Estado central estaban en sincro-
nía con los intereses de los poderes regionales (decreto de Seguridad
Civil, Pacto de Chicoral, cooperativas Convivir, entre otros), las elites
regionales no dudaron en aplicar en la región las medidas adoptadas en
el centro; en cambio, cuando vieron que las directrices del Estado afec-
taban sus intereses de propietarios (movilización campesina y reforma
agraria), se mostraron reticentes frente a ellas; y, cuando la expansión
guerrillera azotaba la región, no dudaron en alegar la ausencia del Es-
tado y reclamar su mayor presencia. Esta postura la reseña uno de los
entrevistados para este trabajo al sugerirle que los propietarios de la
tierra rechazaban precisamente la intervención estatal:
“Jamás. Al contrario, lo que hubo fue ausencia del Estado. Es más: hay
otra etapa en que usted encuentra que el crecimiento de la guerrilla
fue con Belisario, que se hace un poco –yo diría– el Shakira: sorda,
ciega, muda. Tuvo unas directrices confusas, que no daban las posi-
Por esa razón algunos analistas caracterizan este periodo como una
nueva etapa del paramilitarismo, que, a partir de zonas semiurbanas y
rurales donde se movía tradicionalmente, se está expandiendo hacia las
ciudades más grandes del país, donde asume la protección de actividades
como mercados de abastos, “sanandresitos”, extorsión a tenderos, sica-
riato, narcotráfico, el contrabando y la concertación de arreglos institu-
cionales con el poder político. Esto fue posible porque su injerencia en
maquinarias políticas, que tornan mucho más larga e incluso difícil esta
reposición y “enclasamiento”. De esta forma podemos entender las deci-
siones de Eleonora Pineda o Miguel de la Espriella: para la primera, la
parapolítica representó dar un salto desde el concejo de Tierralta hasta
la Cámara de Representantes; a de la Espriella le ofreció la posibilidad de
formar toldo aparte del grupo lopista, que de tiempo atrás dominaba el
panorama político regional.
Pero eso no es todo. La llamada parapolítica también permitió a cier-
tos barones electorales acrecentar su poder regional, reacomodarlo lue-
go de un retroceso o incluso buscar erosionar el de su rival. Es el caso
de Julio Manzur, quien buscaba ampliar su poder en la región y en la
misma institucionalidad, o el de Zulema Jattin, cuyo movimiento estaba
languideciendo desde cuando su padre fuera apresado por sus nexos con
el Proceso 8.000; sin embargo, los pactos establecidos con Mancuso le
permitieron recomponerse para las elecciones de los años 2002 y 2006.
Por último, podemos entender el referenciado “Sindicato”, que agrupaba
a distintos políticos, entre ellos casi todos los mencionados atrás, intere-
sados en unir fuerzas y empezar a resquebrajar el dominio político de la
casa López, a escala tanto regional como local.
De hecho, este último caso muestra que la llamada parapolítica no
fue un fenómeno homogéneo y mucho menos ajeno a las disputas y las
tensiones. Para Juan Manuel López Cabrales, la ascendencia paramilitar
representaba un retroceso y una amenaza frente a la maquinaria que su
familia había constituido y fortalecido desde años atrás. En este orden
de ideas, ¿qué incentivo representaba compartir con Mancuso, Castaño y
sus aliados políticos cuotas burocráticas, cargos, presupuestos, planes de
desarrollo, etc., si López ya tenía el monopolio de ellos?
Esto deja en evidencia que el concepto de “captura del Estado” ho-
mogeniza un fenómeno que tuvo enormes diferencias, de acuerdo con la
situación específica de cada política en la correlación regional de fuerzas,
que promovía posturas diferentes frente al proyecto de las AUC. Y no
solo eso: también los considera como “agentes sin agencia”, que marcha-
ban pasivamente al vaivén de los dictámenes paramilitares sin tener en
cuenta que ellos mismos contaban con cálculos estratégicos y capitales
políticos que les permitían adoptar posturas selectivas de acuerdo con
sus intereses. No en vano, esto quedó plasmado en el reconocimiento ex-
plícito de Pineda y Arias como directos beneficiados de la parapolítica;
pero dicha situación no se repite con Manzur, Jattin o personajes de otras
regiones (Araujo, Uribe, Ramírez), quienes aducen que fueron obligados