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Crónicas de Vida 2
Crónicas de Vida 2
de vida 2
por Elianora
Crónicas de vida 2
Índice
1. Mis primeros años
2. Tres nupcias
3. Mis hijos: mi vida
6. Luna de miel
7. Siempre el mar
Mis primeros años
El Pico Turquino con sus 1974 metros de altura sobre
el nivel del mar es la montaña más alta de Cuba.
Está situado en la Sierra Maestra, una cadena
montañosa en el sudeste de la isla.
Me hubiera gustado mucho haber podido escalar esa
montaña cuando aún era joven y tenía buenas piernas
y mejor salud; pero nunca se me presentó esa
oportunidad.
Lo asombroso es que yo nací precisamente allí, en la
Sierra Maestra; en un pequeño y apartado poblado al
pie de las montañas. Allí viví hasta los dos años de
edad y nuca he regresado a ese lugar.
Mis padres no eran oriundos de ese lugar y vivieron
allí solo unos pocos años. Un incidente desagradable
en la vida de mi padre hizo que huyera y encontrara
refugio en esa zona, donde nadie lo conocía y donde
se dio a conocer entre los campesinos del lugar con
otro nombre. Era finales de los años 40 del pasado
siglo XX.
En ese intrincado lugar llegamos al mundo mis dos
hermanos mayores y yo. Doce horas después de mi
nacimiento falleció mi madre por falta de asistencia
médica. De ella solo guardo una foto en sepia, desde
donde me mira con sus hermosos ojos verdes, que no
tuve la suerte de heredar, y sus bucles de azabache.
No heredé nada material de mi madre y no creo que
ella haya tenido tiempo de encargarle a alguien en
particular mi cuidado o de pedirle a mi padre que
hiciera de mí y de mis hermanos personas buenas y
felices, como sucede en algunas novelas. Pero la
realidad de la vida es muy distinta, sobre todo la
de los pobres y más aún la de los pobres que viven
en lugares tan intricados e inhóspitos como el lugar
donde me tocó nacer por obra y gracia de las
circunstancias, de la casualidad o del destino.
Dos años más tarde y por deseo expreso de mi padre
una tía materna que vivía en la capital del país me
acogió bajo su tutela. Fui para ella su única hija y
ella para mí la madre que no pude conocer. Vivimos
juntas hasta que falleció a edad avanzada.
A comienzos de los años 60 abandonó mi padre el
pueblo que le había dado refugio y tranquilidad y
vino a vivir con el resto de los hijos a la capital
del país; y fue entonces que comenzamos a conocernos
y visitarnos mutuamente.
Tuve la suerte de haber sido criada y educada por mi
tía materna, ya que mi padre era un hombre violento
y de pocas luces. Nunca me demostró afecto, y nunca
lo quise.
Mi tía, a quien siempre llamé “mima“, también tenía
un carácter muy fuerte. Es cierto que peleaba y
gritaba mucho, lo que para mí resultaba muy penoso
por los vecinos que la escuchaban. Cualquier motivo
por insignificante que fuera, era suficiente para
hacerle perder los estribos y comenzar a pelear y
gritar. Esta situación duró hasta poco antes de su
muerte. Las enfermedades y los achaques propios de
la vejez le hicieron perder poco a poco el control
doméstico y se fue apagando como una vela. A pesar
de todo ese mal humor y de sus peleas a gritos sé
que me quiso mucho y lo demostró en disímiles y
reiteradas ocasiones a lo largo de nuestra vida en
común.
Éramos muy pobres y el bregar diario marcado por las
preocupaciones económicas hizo de ella un ser duro y
amargado. Las facciones de su rostro antes hermoso
se endurecieron en el transcurso de una vida llena
de sacrificios, escasez y penalidades; reía muy
poco, quizás porque no tenía motivos para ello. Se
esforzó mucho por educarme y su preocupación por mí
era constante; así es como la recuerdo.
Cuando comenzó mi enseñanza escolar yo solo asistía
a escuelas privadas, porque según mima, y estaba en
lo cierto; las escuelas públicas en aquel entonces
no eran muy buenas, y siempre quiso lo mejor para
mí.
En esos años se ganaba su sustento sirviendo en casa
de gente adinerada o lavaba, planchaba y cocinaba
por encargo.
Limpiaba todas las tardes al finalizar las clases en
una pequeña escuela privada y con ese trabajo pagaba
la matrícula de mis clases en ese lugar. Nunca tuvo
una vida holgada y nunca pudo estudiar, aunque lo
hubiera deseado.
Antes de que las escuelas privadas desaparecieran de
mi país en los años 60 asistí durante dos cursos a
una escuela de monjas muy buena. Allí recibí a los
siete años la Primera Comunión. En ese entonces yo
era católica y deseaba ser monja.
Aunque mima solo había cursado hasta el tercer grado
de la enseñanza primaria le gustaba leer revistas y
periódicos. Por las noches cuando nos acostábamos en
su cama, que aún conservo, me leía cuentos
infantiles antes de que yo aprendiera a leer. Poco a
poco me fue comprando los cuentos de los hermanos
Grimm y de Hans Christian Andersen.
Nunca he podido olvidar el día que perdí el libro
"El Nuevo Traje del Emperador" de los Hermanos
Grimm. Ese día habíamos ido a visitar a otra tía que
ya vivía en La Habana y muy cerca de nosotras, y
llevé el libro para no aburrirme, como hago aún,
mientras mima conversaba con su hermana. Ya de noche
regresamos a la casa y dejé el libro olvidado en el
alféizar de la ventana que daba al portal. A la
mañana siguiente había desaparecido mi libro. Me
dolió mucho su pérdida, porque tenía la colección
completa. Tanto lo sentí que aún hoy cierro los ojos
y veo a la distancia de varias décadas el lugar
exacto donde lo dejé. Después tuve la oportunidad de
releer ese cuento, como muchos otros, pero aquel
libro, el primero que perdía, nunca lo pude olvidar.
Vivíamos en un pequeño apartamento en una barriada
muy limpia, bonita y tranquila. Yo leía mucho y no
tenía amigas de mi edad, porque según mima ninguna
era la correcta para mí. Tuve una infancia muy
solitaria. Sí tuve muchos juguetes y suficiente ropa
y zapatos a pesar de la precaria situación económica
de mima; pero jugaba sola con mis muñecas.
Un buen día mima comenzó a trabajar para el nuevo
estado y al fin tuvo lo que siempre había anhelado,
un sueldo fijo mensual. Trabajaba para los nuevos
alumnos y alumnas venidos de todas las provincias
del país para estudiar en la ciudad. Este cambio
también me afectó a mí negativamente, porque tuve
que ir a vivir con otras personas, ya que en su
nuevo trabajo mima solo tenía un fin de semana libre
al mes. En este nuevo hogar no la pasé muy bien y
extrañaba mucho a mima.
Yo sé que mima me quiso mucho y llegué a ser el
centro de su vida, lo más importante para ella y al
pasar el tiempo yo fui la única persona que tuvo a
su lado en las buenas y en las malas; las últimas
eran más frecuentes entre nosotras que las primeras.
Las penurias vividas tanto tiempo dejarían huellas
indelebles, y el rictus amargo en el querido rostro
de mima nunca más desaparecería.
Tres nupcias
Cuando solo tenía catorce años conocí al que sería
mi primer esposo. Asistíamos en ese entonces a la
misma escuela. Él estaba en noveno y yo en séptimo
grado.
Una tarde de otoño de 1967 nos vimos por vez primera
al salir de la escuela en un ómnibus en el que yo
regresaba a mi casa.
Días más tarde nos encontramos nuevamente, esta vez
en la escuela, y nos presentó una amiga común.
Éramos tan jóvenes, yo tenía catorce y él dieciséis
años; la relación duró solo un par de semanas... Al
terminar ese curso escolar no nos vimos más.
Entonces no podíamos saber que no nos veríamos más
hasta seis años después.
El tiempo pasó dejando sus huellas en todas las
cosas y en todos nosotros y en la noche de un sábado
de agosto de 1974 llamó alguien a la puerta de
nuestra modesta vivienda. Al abrir la misma recibí
una sorpresa enorme y el corazón golpeó fuerte en mi
pecho, pues en el umbral de la misma se hallaba
aquel joven que había sido mi primer novio.
Lo invité a entrar y pasados los primeros minutos de
saludos, mima también estaba, nos contó el motivo de
su visita. Trabajaba en ese entonces cerca de mi
casa y tenía un colega que era vecino mío, a quien
un día le preguntó por mí, si me conocía y si aún
estaba soltera. Mi amigo sabía donde yo vivía porque
durante nuestra corta relación me había visitado una
o dos veces como compañero de escuela.
Seis años después aún permanecíamos solteros, no
teníamos compromiso e iniciamos una relación que
duraría ocho años.
En el verano de 1975 finalicé el aprendizaje del
idioma alemán después de cuatro años de estudio y en
septiembre comencé a trabajar en una escuela de
idiomas como profesora de alemán para adultos. Entre
los primeros alumnos que tuve se encontraba el
hombre que trece años más tarde sería mi tercer
esposo... Solo que en ese momento no teníamos ni la
más remota idea de la trama que el destino nos
estaba tejiendo.
Dos años más tarde, en el verano de 1977, nos
casamos mi novio y yo. El fotógrafo de nuestra boda
fue ese alumno, quien ya mencioné y al que ya me
unía una muy buena y sincera amistad.
En la primavera de 1979 nació mi hija y un año más
tarde llamé a mi alumno, que ya no lo era, para que
hiciera las fotos del primer cumpleaños de mi
pequeña hija.
Después de cinco años de matrimonio, en el verano de
1982, llegó el divorcio. Las difíciles condiciones
de la vida en común acabó con el amor que un día
sentimos el uno por el otro. La separación fue
traumática, hubo muchas peleas y discusiones, pero
eso también pasó, como pasa todo en la vida.
Meses más tarde, en marzo de 1983, llegó a mi vida
de forma casual quien sería mi segundo esposo. Nos
conocimos en un ómnibus y la relación duró casi
cuatro años. De ese matrimonio nació mi hijo en el
otoño de 1986, exactamente doce horas después de que
su padre me hubiera abandonado para siempre.
Solo quien haya vivido una experiencia semejante a
la mía puede imaginar lo mucho que padecí en los
próximos dos años. Caí en un estado depresivo y de
locura tal, que aún hoy, varias décadas después de
esos acontecimientos funestos me resulta difícil
hablar de ello. De ese estado catártico pude salir
poco a poco con la ayuda de buenos amigos y colegas,
y de atención médica.
En el otoño de 1988, ya recuperada por completo de
esa pesadilla y dedicada con ahínco a mi trabajo y a
mi familia, entré a un café a comer algo y me
encontré con un amigo y colega de aquel joven que se
encontraba entre mis primeros alumnos, quien también
había sido alumno mío en aquellos lejanos tiempos.
Juntos tomamos café, conversamos algo y le pregunté
por su amigo.
Unos días después mi antiguo alumno y viejo amigo
vino a mi escuela, y salimos juntos a caminar por la
ciudad y a contarnos los sucesos de los últimos
cinco años vividos.
Días más tarde en ocasión del segundo cumpleaños de
mi hijo nos visitó e hizo las fotos de esa
celebración.
Al despedirse nos invitó a mis hijos y a mí a
pasarnos el domingo en su casa, invitación que yo
acepté con mucho gusto. Vivía solo y ese día el
almuerzo hecho por él resultó delicioso y las horas
pasaron plácidamente. A partir de ese momento y casi
sin darnos cuenta comenzó entre nosotros una
relación muy bonita.
Un martes de diciembre de ese mismo año 1988 fuimos
a un registro civil para concertar una cita para
casarnos y la notaria allí presente propuso que nos
casáramos en ese instante. Aceptamos su propuesta y
el acto matrimonial con testigos desconocidos se
realizó sin contratiempos.
Días más tarde celebramos nuestra unión en casa de
una de sus hermanas con familiares y amigos..., y
desde entonces hemos sido muy felices.
Más de treinta años después nunca hemos lamentado
aquella nuestra decisión. Hemos vivido buenos y
malos tiempos; pero entre nosotros siempre ha habido
mucho amor, comprensión, ayuda mutua, armonía y paz.
Esta es la historia de mis tres matrimonios, una
historia común que se repite a diario en cualquier
parte del mundo.
Mis dos esposos anteriores no fueron mejor ni peor
que otros esposos, solo que el amor que una vez nos
unió desapareció de nuestras vidas y la relación
dejó de funcionar.
Hace mucho tiempo pensaba yo que los padres de mis
hijos nunca me habían maltratado, porque nunca me
habían golpeado; pero sí, ambos me maltrataron mucho
y a menudo.
Muchas mujeres creen, entre ellas yo, que la
violencia física es la única forma de maltrato hacia
la mujer; y no nos damos cuenta, o no queremos o
podemos darnos cuenta, que la violencia económica,
la violencia psicológica, los celos infundados y la
infidelidad son formas de maltrato contra la mujer.
Todas esas formas de violencia las viví yo
frecuentemente durante la relación con mis dos
primeros esposos.
La paz, la dicha y el amor llegaron a nuestras vidas
en un momento crucial para nosotros y solo deseamos
permanecer juntos, amarnos y seguir siendo felices
hasta el final de nuestros días.
Luna de Miel
febrero de 2009
En la primavera del 2008 pasábamos unas maravillosas
vacaciones en Alemania en la casa de unos viejos
amigos.
Una de esas noches inolvidables en las que
conversábamos sobre asuntos terrenales y divinos
mientras degustábamos un exquisito vino del Rin nos
dice nuestra amiga que deseaban volver a Cuba el
próximo año.
Nuestra alegría fue enorme y apenas lo podíamos
creer. Ya ellos habían estado en Cuba diez años
antes, y para nosotros era un placer enorme tenerlos
nuevamente en mi país y en nuestro hogar.
Al regresar a Cuba y durante todo ese año nos
mantuvimos en contacto y de esa forma seguíamos los
preparativos de su viaje.
Al fin llegó el tan ansiado día de su llegada a
comienzos del año 2009. Los recibimos en su hotel al
llegar ellos del aeropuerto. Esa noche conversamos
solo un poco, porque ellos venían muy cansados
después de diez horas de vuelo. En La Habana solo
estuvieron una noche y al día siguiente emprendieron
un viaje por toda la isla que culminó en la Sierra
Maestra con la ascensión al Pico Turquino, la mayor
elevación del país. Este recorrido duró catorce
días.
Los últimos días de su estancia en Cuba los
pasaríamos con ellos en un hotel de playa en Santa
María del Mar, al este de La Habana. Nuestra alegría
era enorme, ya que íbamos a estar con nuestros
queridos amigos y por vez primera en un hotel junto
al mar y sería para nosotros la tan añorada Luna de
Miel después de dos décadas de matrimonio.
Las habitaciones estaban muy bien acondicionadas,
cómodas y limpias; también el desayuno y las comidas
fueron muy buenos y variados. La comida es un tema
recurrente para nosotros, los cubanos.
Los días eran muy frescos y algo soleados lo que nos
permitió disfrutar a plenitud del entorno marino.
Los paseos nocturnos por la orilla del mar tan
gratificantes como amenos fueron una experiencia
única para nosotros. Cada noche pudimos disfrutar de
un cielo estrellado como no se puede divisar en las
ciudades, mientras escuchábamos el débil rumor de
las olas al acariciar la arena.
Como todo lo bueno y agradable también esos días
pasaron muy rápido; pero con ellos visitamos también
Marina Hemingway y el paisaje marino nos volvió a
deslumbrar con su belleza.
En su último día aquí visitamos juntos a nuestros
hijos, que nos tenían preparado un almuerzo digno
del mejor restaurante del país.
Nuestros amigos estuvieron con nosotros solo seis
días; aún así disfrutamos mucho su estancia aquí.
Fueron unos días inolvidables.
No sé cómo recuerdan ellos esos días; nosotros los
recordamos con mucho cariño, como unas espléndidas
aunque cortas vacaciones junto a unos seres
maravillosos y entrañables.
Siempre el mar
marzo de 2014
Un sábado de marzo, soleado y ventoso, nos fuimos a
la playa de Guanabo, al este de La Habana, con el
único deseo de cambiar de aire y de ambiente huyendo
de la cotidianidad aplastante.
La presencia del mar aquieta mi espíritu y me
reconforta el alma. Cuando estoy cerca de él mis
pensamientos le pertenecen por entero; mis sentidos
se llenan de su olor, de su sonido y de su
inconmensurable belleza. No importan ni la época del
año, ni la hora del día, ni su estado de ánimo. En
esos raros momentos solo estamos él y yo.
Leer un buen libro junto al mar, caminar descalza
por la arena o por calles paralelas a él sabiéndolo
a mi derecha o a mi izquierda es uno de los placeres
más anhelados por mí y en los últimos años pocas
veces satisfechos.
Sabía que después mi piel me haría pagar por esa
aventura bajo el sol primaveral; pero los
acontecimientos vividos en los últimos meses me
hicieron añorar el mar de antaño como una vía de
distensión emocional.
De regreso traje en mis recuerdos su sonido en un
día apacible, los verdes y azules de sus aguas y ese
olor a sal que mi memoria olfativa a veces encuentra
en la ciudad…