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Crónicas

de vida 2

por Elianora









Crónicas de vida 2

Índice

1. Mis primeros años

2. Tres nupcias
3. Mis hijos: mi vida

4. Vacaciones en la Isla del Tesoro


5. San Diego, un paraíso olvidado

6. Luna de miel
7. Siempre el mar
Mis primeros años
El Pico Turquino con sus 1974 metros de altura sobre
el nivel del mar es la montaña más alta de Cuba.
Está situado en la Sierra Maestra, una cadena
montañosa en el sudeste de la isla.
Me hubiera gustado mucho haber podido escalar esa
montaña cuando aún era joven y tenía buenas piernas
y mejor salud; pero nunca se me presentó esa
oportunidad.
Lo asombroso es que yo nací precisamente allí, en la
Sierra Maestra; en un pequeño y apartado poblado al
pie de las montañas. Allí viví hasta los dos años de
edad y nuca he regresado a ese lugar.
Mis padres no eran oriundos de ese lugar y vivieron
allí solo unos pocos años. Un incidente desagradable
en la vida de mi padre hizo que huyera y encontrara
refugio en esa zona, donde nadie lo conocía y donde
se dio a conocer entre los campesinos del lugar con
otro nombre. Era finales de los años 40 del pasado
siglo XX.
En ese intrincado lugar llegamos al mundo mis dos
hermanos mayores y yo. Doce horas después de mi
nacimiento falleció mi madre por falta de asistencia
médica. De ella solo guardo una foto en sepia, desde
donde me mira con sus hermosos ojos verdes, que no
tuve la suerte de heredar, y sus bucles de azabache.
No heredé nada material de mi madre y no creo que
ella haya tenido tiempo de encargarle a alguien en
particular mi cuidado o de pedirle a mi padre que
hiciera de mí y de mis hermanos personas buenas y
felices, como sucede en algunas novelas. Pero la
realidad de la vida es muy distinta, sobre todo la
de los pobres y más aún la de los pobres que viven
en lugares tan intricados e inhóspitos como el lugar
donde me tocó nacer por obra y gracia de las
circunstancias, de la casualidad o del destino.
Dos años más tarde y por deseo expreso de mi padre
una tía materna que vivía en la capital del país me
acogió bajo su tutela. Fui para ella su única hija y
ella para mí la madre que no pude conocer. Vivimos
juntas hasta que falleció a edad avanzada.
A comienzos de los años 60 abandonó mi padre el
pueblo que le había dado refugio y tranquilidad y
vino a vivir con el resto de los hijos a la capital
del país; y fue entonces que comenzamos a conocernos
y visitarnos mutuamente.
Tuve la suerte de haber sido criada y educada por mi
tía materna, ya que mi padre era un hombre violento
y de pocas luces. Nunca me demostró afecto, y nunca
lo quise.
Mi tía, a quien siempre llamé “mima“, también tenía
un carácter muy fuerte. Es cierto que peleaba y
gritaba mucho, lo que para mí resultaba muy penoso
por los vecinos que la escuchaban. Cualquier motivo
por insignificante que fuera, era suficiente para
hacerle perder los estribos y comenzar a pelear y
gritar. Esta situación duró hasta poco antes de su
muerte. Las enfermedades y los achaques propios de
la vejez le hicieron perder poco a poco el control
doméstico y se fue apagando como una vela. A pesar
de todo ese mal humor y de sus peleas a gritos sé
que me quiso mucho y lo demostró en disímiles y
reiteradas ocasiones a lo largo de nuestra vida en
común.
Éramos muy pobres y el bregar diario marcado por las
preocupaciones económicas hizo de ella un ser duro y
amargado. Las facciones de su rostro antes hermoso
se endurecieron en el transcurso de una vida llena
de sacrificios, escasez y penalidades; reía muy
poco, quizás porque no tenía motivos para ello. Se
esforzó mucho por educarme y su preocupación por mí
era constante; así es como la recuerdo.
Cuando comenzó mi enseñanza escolar yo solo asistía
a escuelas privadas, porque según mima, y estaba en
lo cierto; las escuelas públicas en aquel entonces
no eran muy buenas, y siempre quiso lo mejor para
mí.
En esos años se ganaba su sustento sirviendo en casa
de gente adinerada o lavaba, planchaba y cocinaba
por encargo.
Limpiaba todas las tardes al finalizar las clases en
una pequeña escuela privada y con ese trabajo pagaba
la matrícula de mis clases en ese lugar. Nunca tuvo
una vida holgada y nunca pudo estudiar, aunque lo
hubiera deseado.
Antes de que las escuelas privadas desaparecieran de
mi país en los años 60 asistí durante dos cursos a
una escuela de monjas muy buena. Allí recibí a los
siete años la Primera Comunión. En ese entonces yo
era católica y deseaba ser monja.
Aunque mima solo había cursado hasta el tercer grado
de la enseñanza primaria le gustaba leer revistas y
periódicos. Por las noches cuando nos acostábamos en
su cama, que aún conservo, me leía cuentos
infantiles antes de que yo aprendiera a leer. Poco a
poco me fue comprando los cuentos de los hermanos
Grimm y de Hans Christian Andersen.
Nunca he podido olvidar el día que perdí el libro
"El Nuevo Traje del Emperador" de los Hermanos
Grimm. Ese día habíamos ido a visitar a otra tía que
ya vivía en La Habana y muy cerca de nosotras, y
llevé el libro para no aburrirme, como hago aún,
mientras mima conversaba con su hermana. Ya de noche
regresamos a la casa y dejé el libro olvidado en el
alféizar de la ventana que daba al portal. A la
mañana siguiente había desaparecido mi libro. Me
dolió mucho su pérdida, porque tenía la colección
completa. Tanto lo sentí que aún hoy cierro los ojos
y veo a la distancia de varias décadas el lugar
exacto donde lo dejé. Después tuve la oportunidad de
releer ese cuento, como muchos otros, pero aquel
libro, el primero que perdía, nunca lo pude olvidar.
Vivíamos en un pequeño apartamento en una barriada
muy limpia, bonita y tranquila. Yo leía mucho y no
tenía amigas de mi edad, porque según mima ninguna
era la correcta para mí. Tuve una infancia muy
solitaria. Sí tuve muchos juguetes y suficiente ropa
y zapatos a pesar de la precaria situación económica
de mima; pero jugaba sola con mis muñecas.
Un buen día mima comenzó a trabajar para el nuevo
estado y al fin tuvo lo que siempre había anhelado,
un sueldo fijo mensual. Trabajaba para los nuevos
alumnos y alumnas venidos de todas las provincias
del país para estudiar en la ciudad. Este cambio
también me afectó a mí negativamente, porque tuve
que ir a vivir con otras personas, ya que en su
nuevo trabajo mima solo tenía un fin de semana libre
al mes. En este nuevo hogar no la pasé muy bien y
extrañaba mucho a mima.
Yo sé que mima me quiso mucho y llegué a ser el
centro de su vida, lo más importante para ella y al
pasar el tiempo yo fui la única persona que tuvo a
su lado en las buenas y en las malas; las últimas
eran más frecuentes entre nosotras que las primeras.
Las penurias vividas tanto tiempo dejarían huellas
indelebles, y el rictus amargo en el querido rostro
de mima nunca más desaparecería.

Tres nupcias

Cuando solo tenía catorce años conocí al que sería
mi primer esposo. Asistíamos en ese entonces a la
misma escuela. Él estaba en noveno y yo en séptimo
grado.
Una tarde de otoño de 1967 nos vimos por vez primera
al salir de la escuela en un ómnibus en el que yo
regresaba a mi casa.
Días más tarde nos encontramos nuevamente, esta vez
en la escuela, y nos presentó una amiga común.
Éramos tan jóvenes, yo tenía catorce y él dieciséis
años; la relación duró solo un par de semanas... Al
terminar ese curso escolar no nos vimos más.
Entonces no podíamos saber que no nos veríamos más
hasta seis años después.
El tiempo pasó dejando sus huellas en todas las
cosas y en todos nosotros y en la noche de un sábado
de agosto de 1974 llamó alguien a la puerta de
nuestra modesta vivienda. Al abrir la misma recibí
una sorpresa enorme y el corazón golpeó fuerte en mi
pecho, pues en el umbral de la misma se hallaba
aquel joven que había sido mi primer novio.
Lo invité a entrar y pasados los primeros minutos de
saludos, mima también estaba, nos contó el motivo de
su visita. Trabajaba en ese entonces cerca de mi
casa y tenía un colega que era vecino mío, a quien
un día le preguntó por mí, si me conocía y si aún
estaba soltera. Mi amigo sabía donde yo vivía porque
durante nuestra corta relación me había visitado una
o dos veces como compañero de escuela.
Seis años después aún permanecíamos solteros, no
teníamos compromiso e iniciamos una relación que
duraría ocho años.
En el verano de 1975 finalicé el aprendizaje del
idioma alemán después de cuatro años de estudio y en
septiembre comencé a trabajar en una escuela de
idiomas como profesora de alemán para adultos. Entre
los primeros alumnos que tuve se encontraba el
hombre que trece años más tarde sería mi tercer
esposo... Solo que en ese momento no teníamos ni la
más remota idea de la trama que el destino nos
estaba tejiendo.
Dos años más tarde, en el verano de 1977, nos
casamos mi novio y yo. El fotógrafo de nuestra boda
fue ese alumno, quien ya mencioné y al que ya me
unía una muy buena y sincera amistad.
En la primavera de 1979 nació mi hija y un año más
tarde llamé a mi alumno, que ya no lo era, para que
hiciera las fotos del primer cumpleaños de mi
pequeña hija.
Después de cinco años de matrimonio, en el verano de
1982, llegó el divorcio. Las difíciles condiciones
de la vida en común acabó con el amor que un día
sentimos el uno por el otro. La separación fue
traumática, hubo muchas peleas y discusiones, pero
eso también pasó, como pasa todo en la vida.
Meses más tarde, en marzo de 1983, llegó a mi vida
de forma casual quien sería mi segundo esposo. Nos
conocimos en un ómnibus y la relación duró casi
cuatro años. De ese matrimonio nació mi hijo en el
otoño de 1986, exactamente doce horas después de que
su padre me hubiera abandonado para siempre.
Solo quien haya vivido una experiencia semejante a
la mía puede imaginar lo mucho que padecí en los
próximos dos años. Caí en un estado depresivo y de
locura tal, que aún hoy, varias décadas después de
esos acontecimientos funestos me resulta difícil
hablar de ello. De ese estado catártico pude salir
poco a poco con la ayuda de buenos amigos y colegas,
y de atención médica.
En el otoño de 1988, ya recuperada por completo de
esa pesadilla y dedicada con ahínco a mi trabajo y a
mi familia, entré a un café a comer algo y me
encontré con un amigo y colega de aquel joven que se
encontraba entre mis primeros alumnos, quien también
había sido alumno mío en aquellos lejanos tiempos.
Juntos tomamos café, conversamos algo y le pregunté
por su amigo.
Unos días después mi antiguo alumno y viejo amigo
vino a mi escuela, y salimos juntos a caminar por la
ciudad y a contarnos los sucesos de los últimos
cinco años vividos.
Días más tarde en ocasión del segundo cumpleaños de
mi hijo nos visitó e hizo las fotos de esa
celebración.
Al despedirse nos invitó a mis hijos y a mí a
pasarnos el domingo en su casa, invitación que yo
acepté con mucho gusto. Vivía solo y ese día el
almuerzo hecho por él resultó delicioso y las horas
pasaron plácidamente. A partir de ese momento y casi
sin darnos cuenta comenzó entre nosotros una
relación muy bonita.
Un martes de diciembre de ese mismo año 1988 fuimos
a un registro civil para concertar una cita para
casarnos y la notaria allí presente propuso que nos
casáramos en ese instante. Aceptamos su propuesta y
el acto matrimonial con testigos desconocidos se
realizó sin contratiempos.
Días más tarde celebramos nuestra unión en casa de
una de sus hermanas con familiares y amigos..., y
desde entonces hemos sido muy felices.
Más de treinta años después nunca hemos lamentado
aquella nuestra decisión. Hemos vivido buenos y
malos tiempos; pero entre nosotros siempre ha habido
mucho amor, comprensión, ayuda mutua, armonía y paz.
Esta es la historia de mis tres matrimonios, una
historia común que se repite a diario en cualquier
parte del mundo.
Mis dos esposos anteriores no fueron mejor ni peor
que otros esposos, solo que el amor que una vez nos
unió desapareció de nuestras vidas y la relación
dejó de funcionar.
Hace mucho tiempo pensaba yo que los padres de mis
hijos nunca me habían maltratado, porque nunca me
habían golpeado; pero sí, ambos me maltrataron mucho
y a menudo.
Muchas mujeres creen, entre ellas yo, que la
violencia física es la única forma de maltrato hacia
la mujer; y no nos damos cuenta, o no queremos o
podemos darnos cuenta, que la violencia económica,
la violencia psicológica, los celos infundados y la
infidelidad son formas de maltrato contra la mujer.
Todas esas formas de violencia las viví yo
frecuentemente durante la relación con mis dos
primeros esposos.
La paz, la dicha y el amor llegaron a nuestras vidas
en un momento crucial para nosotros y solo deseamos
permanecer juntos, amarnos y seguir siendo felices
hasta el final de nuestros días.

Mis hijos: mi vida



Ellos son el fruto del amor que sentí un vez por sus
padres y también de la necesidad espiritual que
sentía de ser madre. Yo sí deseaba tener hijos,
hijos propios. Cuando era soltera soñaba con tener
tres hijos. Fue bueno que solo tuviera dos;
suficiente para desarrollar el amor materno.
La crianza y educación de mis hijos en un medio tan
hostil como precario me desgastó, me aniquiló, me
dejó sin fuerzas.
Como me crié rodeada de violencia, también fui algo
violenta con ellos; a pesar de haberme propuesto
desde muy joven no ser nunca con ellos como mima fue
conmigo. Pero tuvimos que seguir viviendo juntas,
ella continuó con sus gritos y peleas y la vida
siguió siendo el mismo infierno que siempre fue,
excepto en contadas ocasiones.
Nunca me he ufanado delante de los demás de mis
arranques de ira; porque siento mucha vergüenza por
haberme dejado llevar por mis impulsos y en muchas
ocasiones me dejé manipular por los demás. No me
justifico, sé que no debieron haber ocurrido nunca.
Nunca debí dejarme arrastrar por la violencia,
porque eran actos desprovistos de todo raciocinio.
Después de cada incidente yo quedaba aniquilada
psíquica y espiritualmente durante varios días. Todo
esto se repitió una y otra vez por muchos años. En
contadas ocasiones fui injusta con ellos, y eso
debido a la presión doméstica.
Días hubo en los que yo no deseaba regresar a la
casa y muchas veces salí de ella con mis hijos de la
mano huyendo de la atmósfera pesada y agobiante que
se respiraba entre aquellas paredes.
Fue muy triste que mis hijos también se hayan tenido
que criar en ese ambiente, siempre rodeados de los
gritos y peleas de mima. Sé que ella los quiso mucho
y los cuidó y atendió con esmero; pero estaba en su
naturaleza ser así, no podía cambiar, no se le podía
exigir más. Hizo por mí y por mis hijos todo lo
humanamente posible para que saliéramos adelante. Si
la forma que empleó no fue la mejor es que ella no
conocía otra. Dio todo lo mejor de sí y segura estoy
que muchas veces se sintió defraudada por mí y por
mis hijos; tampoco podía ser de otra manera.
Fui muy feliz con mis hijos, porque traté de
educarlos lo mejor posible; les dediqué mucho tiempo
y les di mucho amor. Gracias a ellos soy una mujer
conforme, aunque no satisfecha. Hubiera deseado que
todo hubiera sido distinto, mucho mejor. Pero si no
fuera por ellos sería hoy una mujer frustrada y
amargada. Quizás mi vida hubiera sido más
placentera, cómoda, holgada; pero no me imagino mi
vida sin ellos al lado, llevándolos al círculo
infantil, a la escuela, atendiendo sus necesidades
materiales y espirituales, leyéndoles cuentos
infantiles y enseñándoles todos los juegos que yo
también jugué. No me imagino mi vida sin las
reuniones en sus aulas, sin participar de las
actividades escolares de ellos, sin revisarles las
libretas y ayudarles en las tareas, sin sufrir a su
lado cada vez que enfermaban.
En cada paseo que di con ellos fui muy feliz, porque
me imaginaba que era eso lo que ellos deseaban y
necesitaban.
No importa lo que ellos pensaran o piensen de mí,
no; lo que importa es la convicción que tengo de que
yo estuve ahí en cada momento para ellos.

Vacaciones en la Isla del Tesoro


verano de 1989

En el verano de 1989 viajamos a Nueva Gerona, la
capital de la Isla de la Juventud, al sur de la isla
de Cuba o como se llamó hasta 1976, Isla de Pinos;
también fue llamada por escritores y poetas la Isla
del Tesoro. Allí vivía mi cuñada con su esposo,
ambos ceramistas de profesión.
Sería la primera y única vez que yo viajaría a la
isla. Con nosotros viajaron también nuestros dos
hijos y tres sobrinos adolescentes. Éramos siete
personas en total. Viajamos en una embarcación
rápida llamada “Cometa”, que salía del puerto de
Batabanó, al sur de la provincia de Mayabeque. Fue
un viaje muy agradable que duró dos horas y que los
niños y nosotros disfrutamos mucho.
Llegados a esta pequeña ciudad nos hospedamos en la
casa de mis cuñados y pasamos allí diez días
maravillosos. Diariamente salíamos a recorrer el
pueblo o a visitar diferentes e interesantes lugares
y también hicimos algunas excursiones. Subimos a una
loma, cuyo nombre nunca supe, desde la cual se
divisaba toda la ciudad. Pudimos conocer y disfrutar
la playa Bibijagua, famosa por sus arenas grises y
visitamos el Presidio Modelo convertido en museo.
Subir la loma fue una de las experiencias más
agradables de aquel viaje. Era una elevación
bastante alta y la subimos con la ayuda de un guía.
Al llegar sin contratiempos a su cima contuvimos el
aliento por el magnífico paisaje que desde allí se
divisaba. Sentados sobre la tierra áspera pudimos
disfrutar de lo que la naturaleza nos brindaba tan
pródigamente. En un extraordinario picnic
improvisado dimos buena cuenta de las provisiones
que habíamos llevado.
El ascenso se había hecho por tramos ayudándonos de
pies y manos. Al descender fue casi igual, excepto
que en algunos trechos teníamos que deslizarnos
cuesta abajo. Fue un día muy divertido y placentero.
Esta vez por suerte se pudieron hacer muchas fotos
de aquellos días inolvidables para mí, que como
siempre sucede pasaron volando.

San Diego, un paraíso olvidado


mayo de 2003

La isla donde habito es un lugar hermoso, rodeada
como está por las aguas cálidas del Mar Caribe y
poseedora de una vegetación exuberante. Sus extensas
playas de aguas claras y finas arenas y sus pequeños
poblados, que parecen dormidos al pie de sus siempre
verdes montañas o en sus pintorescos valles remontan
al visitante a paradisíacos lugares.
Uno de esos sitios encantadores es San Diego de los
Baños, un pueblo al oeste de La Habana en la
provincia de Pinar del Río, el cual es muy conocido
por sus aguas minero-medicinales.
Unos amigos nuestros van dos veces al año por dos
semanas a recibir tratamiento médico en el balneario
que existe en ese pueblo. En una ocasión nos
invitaron para que pasáramos con ellos un fin de
semana. Respirar aire puro y estar rodeados de
naturaleza es para nosotros un anhelo casi siempre
insatisfecho, por eso aceptamos gustosos la
invitación.
El día de la partida nos levantamos muy temprano y
una hora después estábamos en la estación de
ómnibus. Puntualmente en la mañana partió el ómnibus
hacia nuestro destino, el balneario de San Diego de
los Baños. El viaje resultó ser muy agradable y
cómodo. Mientras contemplábamos el paisaje campestre
por la ventanilla iban quedando atrás muchos
pueblos, todos iguales. Poco antes de llegar a San
Diego se hizo una parada en el pueblo Los Pinos,
donde merendamos un pan con jamón y un refresco.

Primer día

Cerca del mediodía llegamos a San Diego. Nuestros
amigos nos estaban esperando y después de los
saludos de rigor nos dirigimos a un kiosco donde
ellos nos tenían reservada una sorpresa: un brindis
con agua de coco y aguardiente en el propio coco.
Esta bebida típica de los campos de Cuba se conoce
con el nombre de saoco. Fue una pena no haber
llevado una cámara fotográfica. Hubiera sido una
foto memorable.
De ahí nos llevaron a su hospedaje y en su
habitación dejamos el equipaje y salimos a conocer
el pueblo. El hotel Saratoga donde ellos se hospedan
siempre es una construcción del año 1926 que ha
recibido muy poco mantenimiento en los últimos años.
El mobiliario de las habitaciones es el original,
escaparate y coqueta antiguos. El hotel tiene serios
problemas con el abastecimiento de agua, porque las
tuberías son muy viejas; pero está limpio y es muy
barato, ya que está concebido solo para pacientes
nacionales. En el pueblo hay otro hotel que tiene
mejores condiciones, pero es para los pacientes de
Pinar del Río, hotel Libertad. Existe otro hotel, El
Mirador, solo para turismo internacional. También
hay un motel particular con cuatro habitaciones
climatizadas y mucho confort.
El pueblo de San Diego es muy pequeño, todo el mundo
se conoce y tiene pocos lugares de esparcimiento. De
no haber sido por el descubrimiento de las aguas
termales en el siglo XVIII este pueblo sería uno más
en la geografía de la isla. Antes de 1959 había aquí
ocho hoteles.
Después de recorrer el pueblo nos llevaron a la
habitación que nos tenían reservada en una casa
particular muy bonita; mejor amueblada y más bonita
que la nuestra en la capital.
La habitación nuestra, construida detrás de la casa,
estaba muy limpia y ventilada y era muy acogedora.
En el cuarto había refrigerador y en la pequeña
cocina una hornilla eléctrica de fabricación casera
muy bien hecha me invitaba a hacer café.
Delante de la habitación un portal pequeño, techado,
con una mesa y dos sillones invitaba al descanso en
un ambiente tranquilo y campestre, ideal para
desayunar cada mañana mientras nos deleitábamos
contemplando las matas de mango rebosantes de
frutos, las gallinas, los pollos, dos perros
hambrientos y un gatico escuálido que durmió una
siesta con nosotros en la cama.
Nos cambiamos de ropa, dejamos el equipaje y nos
fuimos a caminar por el pueblo nuevamente. Esta vez
fuimos a la casa de unos campesinos donde nos
recibieron con un vaso de batido de plátano
exquisito.
En la tarde regresamos a nuestra habitación y
descansamos un poco. Al caer la noche nos reunimos
con nuestros anfitriones en el hotel El Mirador,
donde en un ranchón de madera rústica y techo de
guano cenamos una comida típica criolla: moros y
cristianos, masas de cerdo asadas, ensalada mixta,
vianda hervida y cerveza.
Conversamos mucho mientras disfrutábamos de la
opípara cena, a la que se le dio justo fin con una
exquisita taza de café; después de lo cual nos
sentamos a una mesa al borde de la piscina y
seguimos conversando hasta pasada la medianoche;
conversación salpicada cada cierto tiempo por una
cerveza y acompañada siempre por la paz y el
silencio propios del campo, solo interrumpidos por
la música de los grillos y el canto de las ranas del
lugar. Así terminó nuestro primer día en San Diego
de los Baños.

Segundo día

Después de un sueño reparador nos levantamos al día
siguiente bien temprano en la mañana para ir al
balneario. Antes de salir desayunamos jugo de mango
natural, dulce de coco rayado, platanitos, la mitad
de un mamey, pan con queso blanco casero y no podía
faltar una taza de buen café.
Cuando llegamos al balneario ya nuestros amigos
estaban en los baños de vapor, y nosotros fuimos
para los baños termales, que se encuentran a varios
metros por debajo del nivel de la calle. Se baja por
una rampa ancha, en forma de caracol, con pasamanos
a los lados. Las paredes están pintadas de esmalte
blanco, todo muy limpio e iluminado. Mientras
bajábamos iban quedando atrás otros salones de
tratamientos: parafina, podología, fangoterapia,
masajes, baños de vapor, etc.
Al llegar al nivel más bajo, donde están los baños
termales, se encuentra el visitante en un salón de
espera grande con suficientes butacones en muy buen
estado. En ese lugar y oculto a la vista de los
pacientes hay a derecha e izquierda piscinas
termales, los llamados baños colectivos; una para
hombres y otra para mujeres. Piscinas grandes y muy
limpias y bonitas, revestidas con pequeños azulejos
de diferentes colores. También existen los llamados
baños individuales o privados. Estos son cubículos
cerrados con sus paredes azulejadas hasta arriba, en
los que los pacientes se pueden bañar desnudos. En
una especie de plataforma alta, también recubierta
de azulejos, se depositan las pertenencias
personales.
En cada cubículo hay una poceta, también azulejada,
con unos escalones o peldaños por los que se accede
a la misma, y ya dentro de la poceta a disfrutar del
baño tibio sulfuroso. El agua el primer día estaba
algo turbia a pesar o por haber llovido mucho el día
anterior. Cada vez que una pareja termina el
tratamiento se le vacía el agua a la poceta y se
llena nuevamente con un gran surtidor de agua limpia
procedente de los manantiales subterráneos; por eso
cuando una nueva pareja entra debe esperar varios
minutos a que se llene la poceta. Los baños no deben
durar más de quince minutos y la primera vez solo
cinco minutos.
Después de recibir el beneficio de las aguas
medicinales los pacientes no deben ducharse más
durante ese día, solo asearse si fuera necesario,
para dejar que el azufre haga su efecto. Pero yo me
tuve que duchar al caer la tarde, pues el calor era
sofocante.
Al salir de los baños nos dirigimos al nivel
superior y allí descansamos cinco minutos en unos
cómodos divanes. Al finalizar ese corto descanso una
enfermera nos trajo en sendos vasos un poco de agua
sulfurosa para tomar.
Ese segundo día en San Diego, después de los baños,
nuestros amigos nos mostraron el balneario y en uno
de sus departamentos fuimos atendidos por el
podólogo del lugar; un hombre joven, muy capaz y
atento.
Más tarde regresamos al hotel y mientras los hombres
disfrutaban de una amena conversación aderezada con
unas cuantas cervezas Hatuey mi amiga y yo recibimos
un masaje corporal. Era ese el primer masaje que
recibía yo y tuvo en mí un efecto adormecedor y
relajante extraordinario.
Ese día conversamos mucho con el cantinero del bar
del hotel y con otro parroquiano del lugar, que nos
contaron interesantes historias del pueblo y del
balneario.
En una cafetería cercana nos sentamos al mediodía a
comer costillas de cerdo en salsa. Cuando terminamos
de degustar tan delicioso almuerzo nos fuimos a
descansar, no sin antes recoger la salsa sobrante en
un frasco de cristal, el cual guardé en el
refrigerador de nuestra habitación.
Esa noche estábamos invitados a una cena en casa de
un campesino de la zona, a quien llamaré Pepe, para
celebrar nuestra vieja amistad y nuestros
cumpleaños. Esa tarde llovió a cántaros en San
Diego. Cuando hubo un escampado salimos a reunirnos
con nuestros amigos en el hotel, y al llegar a él la
lluvia arreció y no pudimos llegar a la hora
acordada al lugar de la cena, la casa de Pepe.
A las seis de la tarde nos vimos obligados a salir
bajo una fuerte llovizna, pues su hija nos había ido
a buscar por encargo de él. Esta cena había sido
encargada por nuestros amigos desde su llegada a San
Diego unos días antes.
Estos campesinos viven en una finca en las afueras
del pueblo y hacen almuerzos y cenas por encargo.
Por detrás de su casa corre un riachuelo que no
pudimos ver porque había mucho fango esa tarde por
causa de la lluvia. Pepe nos contó que si los
comensales lo desean sirve la comida a orillas del
río y mientras ellos esperan por el almuerzo pueden
disfrutar de un refrescante baño en el río.
La comida que hacen es sencillamente exquisita. El
menú esa noche era moros y cristianos muy sabroso y
desgranado; ensalada de calabaza, habichuelas,
tomates y cebollas, aderezada con un aliño
exquisito; deliciosos tamales (un plato hecho con
maíz tierno, típico de la cocina cubana) y carnero
asado en parrilla sobre hojas de guayaba. ¡Y yo que
pensé que aquello era cerdo asado…! ¡Qué exquisitez
para el paladar más exigente! De tomar cerveza y de
postre casquitos de toronja con queso y como colofón
de esa maravillosa cena una taza de buen café.
Desgraciadamente, como sucede casi siempre en estos
casos, aún estábamos llenos con las costillas de
cerdo del mediodía. ¡Qué pena de comida! Para colmo
de males cuando llegamos nos habíamos sentado en el
portal de la casa y mientras conversábamos Pepe nos
trajo lonjas de carnero asado, chicharrones y
chicharritas. Antes y después de la cena caminamos
un poco por la finca. La historia de este campesino
tan amable como buen cocinero nos fue contada al
llegar a San Diego y ahora se las cuento a ustedes.
El día de nuestra llegada a San Diego nuestros
amigos nos comentaron de la cena en la casa de Pepe
y nos dijeron que cuando lo conociéramos no íbamos a
poder creer que ese hombre fuera capaz de matar a
alguien. Quisimos saber más detalles y nos contaron
lo siguiente:
Hace muchos años viajaba Pepe una noche en una
guagua rumbo a San Diego, que finalizaba su
recorrido en la ciudad de Pinar del Río, a muchos
kilómetros de San Diego. Al llegar la guagua a su
pueblo Pepe le pidió al chofer que parara el ómnibus
para bajarse allí; pero el chofer no le hizo caso y
siguió viaje hasta Pinar del Río. A pesar de las
súplicas primero y de los insultos de Pepe después
el chofer no detuvo el ómnibus hasta Pinar del Río.
Teniendo en cuenta la soledad de los campos cubanos
en la noche y sin otro medio de transporte para
llegar a su destino, con la agravante de tener que
pernoctar en una estación de ómnibus o en un parque,
el escenario entonces no es nada alentador, es más
es aterrador. Dicen que Pepe bajó de la guagua y
cuando el chofer también lo hizo lo apuñaló, y el
hombre murió. Hasta ahí los hechos. Pepe cumplió su
condena en prisión, saldó su deuda con la justicia y
aquí termina esa historia. Al escucharla sentí
curiosidad y hasta cierto temor al ir hacia su casa,
cosa que no expresé en voz alta.
Qué tristeza sentí al conocer a Pepe. Es un hombre
de edad indefinida, de piel blanca, muy pequeño,
envuelto en carnes y con una voz muy fina y fea,
gangosa, como de mujer muy vieja. Me imaginé todas
las burlas, los motes, las chanzas, el desprecio que
ese pobre hombre ha tenido que soportar a lo largo
de toda su vida por su aspecto físico. Me lo imaginé
aquella noche en la guagua soportando quizás
humillaciones y burlas. En situaciones extremas el
hombre llega a un punto en el que ya no puede o no
quiere dar marcha atrás. Es muy triste también que
el chofer haya muerto por semejante banalidad.
Al retirarnos de su casa agradeciéndole sinceramente
por la velada tan agradable que habíamos pasado
junto a ellos no pude menos que extenderle mi mano
como los demás y darle un beso a él y a su esposa.
Esa noche nos despedimos temprano de nuestros amigos
y al llegar a nuestra habitación hice café y nos
sentamos en el portal a jugar dados y dominó.
Habíamos llevado algunos juegos de mesa por si nos
aburríamos, pero esa fue la única vez que jugamos.
Más tarde vino la dueña de la casa y conversó con
nosotros un buen rato y prometió hacernos jugo de
mango para el desayuno del día siguiente. Nos
acostamos pasadas las once de la noche.

Tercer día

Al día siguiente nos levantamos temprano para tomar
un último baño de azufre y sin desayunar nos fuimos
para el balneario que queda a 400 o 500 metros de la
casa donde nos hospedábamos. Lo recomendable es
desayunar algo antes de darse los baños.
Nos dimos el último baño y regresamos a desayunar.
Por el camino compramos pan para llevar para La
Habana y ya en la habitación preparamos un suculento
desayuno: pan caliente con jamón y queso, dulce de
toronja con queso, jugo de mango, platanitos y café.
Recogimos y fregamos todo e hicimos el equipaje. El
dueño de la casa nos regaló diez mangos enormes y
nos compró por encargo nuestro diez mameyes.
Después del desayuno nos despedimos de tan amables
personas y les prometimos volver en unos meses por
más tiempo, y fuimos para el hotel de nuestros
amigos, donde dejamos el equipaje.
Ellos nos estaban esperando en un parque frente al
balneario donde los sábados se celebra una feria con
mucha comida y buena música. En estas ferias
campesinas se canta, se hace humor criollo,
controversias, décimas guajiras y se come y se bebe
opíparamente. Cuando llegamos ya estaban ellos
comiendo arroz amarillo con cerdo, tomando caldosa
en vaso que es lo típico; aunque a mí me guste en
plato, y cerveza, a pesar de que eran solo las once
de la mañana. Nosotros no quisimos comer nada, solo
yo me tomé una cerveza Tínima que nunca había
probado.
Al mediodía nos despedimos de nuestros amigos y
fuimos para la estación de ómnibus. La guagua, que
ya había llegado de La Habana partió de regreso un
rato más tarde. Llovió mucho durante el viaje y
dormimos todo el tiempo. A las cuatro de la tarde
llegamos a nuestra zona de residencia.
Pensábamos que nuestros hijos nos estarían esperando
para ayudarnos con el equipaje, tal y como habíamos
acordado con ellos esa misma mañana por teléfono.
Ilusos que fuimos…, no había nadie esperándonos. Nos
dividimos el equipaje y bajo una fina llovizna
llegamos a la casa.
Y ahí comienzan las excusas de ellos, los hijos. Uno
que se lo dijo al otro. El otro que llegó una hora
más tarde y abrió mucho los ojos cuando nos vio en
la casa y hasta se atrevió a preguntar: “¿Pero ya
ustedes están aquí?” Como si regresáramos de Marte
en barco. Pero eso sí, enseguida probaron los panes,
los mangos y los mameyes y hasta uno pidió que le
vendiéramos un mango para hacer dieta…. Esos son
nuestros hijos…
Al día siguiente cada uno se comió un mamey en el
desayuno, un gran lujo por lo menos en La Habana.
También trajimos queso blanco y jamón, mucho más
baratos que en la capital. Con la salsa de las
costillas de cerdo del día anterior hice un arroz
salteado con jamón que le gustó mucho a mi pequeña
familia.
La dueña de la casa de San Diego me había regalado
una mata preciosa que se llama “grano de arroz” y
que al verla por vez primera pensé que era
artificial hasta que me di cuenta que la maceta
tenía tierra. Ya la sembramos. Tal vez se dé y
entonces podremos disfrutar de ella.
Así terminó nuestra corta luna de miel; sí, esa fue
nuestra primera luna de miel, nuestra primera salida
solos por más de un día y ojalá haya muchas más.
FIN

Año 2003: La mata “grano de arroz” nunca se nos dio.

Año 2008: Desde hace más de un año el balneario de
San Diego de los Baños y sus
instalaciones hoteleras están cerrados por
reparación.

Año 2016: Nuestros queridos amigos ya no están entre
nosotros.

Año 2021: Nunca más hemos vuelto a San Diego.

Luna de Miel
febrero de 2009

En la primavera del 2008 pasábamos unas maravillosas
vacaciones en Alemania en la casa de unos viejos
amigos.
Una de esas noches inolvidables en las que
conversábamos sobre asuntos terrenales y divinos
mientras degustábamos un exquisito vino del Rin nos
dice nuestra amiga que deseaban volver a Cuba el
próximo año.
Nuestra alegría fue enorme y apenas lo podíamos
creer. Ya ellos habían estado en Cuba diez años
antes, y para nosotros era un placer enorme tenerlos
nuevamente en mi país y en nuestro hogar.
Al regresar a Cuba y durante todo ese año nos
mantuvimos en contacto y de esa forma seguíamos los
preparativos de su viaje.
Al fin llegó el tan ansiado día de su llegada a
comienzos del año 2009. Los recibimos en su hotel al
llegar ellos del aeropuerto. Esa noche conversamos
solo un poco, porque ellos venían muy cansados
después de diez horas de vuelo. En La Habana solo
estuvieron una noche y al día siguiente emprendieron
un viaje por toda la isla que culminó en la Sierra
Maestra con la ascensión al Pico Turquino, la mayor
elevación del país. Este recorrido duró catorce
días.
Los últimos días de su estancia en Cuba los
pasaríamos con ellos en un hotel de playa en Santa
María del Mar, al este de La Habana. Nuestra alegría
era enorme, ya que íbamos a estar con nuestros
queridos amigos y por vez primera en un hotel junto
al mar y sería para nosotros la tan añorada Luna de
Miel después de dos décadas de matrimonio.
Las habitaciones estaban muy bien acondicionadas,
cómodas y limpias; también el desayuno y las comidas
fueron muy buenos y variados. La comida es un tema
recurrente para nosotros, los cubanos.
Los días eran muy frescos y algo soleados lo que nos
permitió disfrutar a plenitud del entorno marino.
Los paseos nocturnos por la orilla del mar tan
gratificantes como amenos fueron una experiencia
única para nosotros. Cada noche pudimos disfrutar de
un cielo estrellado como no se puede divisar en las
ciudades, mientras escuchábamos el débil rumor de
las olas al acariciar la arena.
Como todo lo bueno y agradable también esos días
pasaron muy rápido; pero con ellos visitamos también
Marina Hemingway y el paisaje marino nos volvió a
deslumbrar con su belleza.
En su último día aquí visitamos juntos a nuestros
hijos, que nos tenían preparado un almuerzo digno
del mejor restaurante del país.
Nuestros amigos estuvieron con nosotros solo seis
días; aún así disfrutamos mucho su estancia aquí.
Fueron unos días inolvidables.
No sé cómo recuerdan ellos esos días; nosotros los
recordamos con mucho cariño, como unas espléndidas
aunque cortas vacaciones junto a unos seres
maravillosos y entrañables.

Siempre el mar
marzo de 2014

Un sábado de marzo, soleado y ventoso, nos fuimos a
la playa de Guanabo, al este de La Habana, con el
único deseo de cambiar de aire y de ambiente huyendo
de la cotidianidad aplastante.
La presencia del mar aquieta mi espíritu y me
reconforta el alma. Cuando estoy cerca de él mis
pensamientos le pertenecen por entero; mis sentidos
se llenan de su olor, de su sonido y de su
inconmensurable belleza. No importan ni la época del
año, ni la hora del día, ni su estado de ánimo. En
esos raros momentos solo estamos él y yo.
Leer un buen libro junto al mar, caminar descalza
por la arena o por calles paralelas a él sabiéndolo
a mi derecha o a mi izquierda es uno de los placeres
más anhelados por mí y en los últimos años pocas
veces satisfechos.
Sabía que después mi piel me haría pagar por esa
aventura bajo el sol primaveral; pero los
acontecimientos vividos en los últimos meses me
hicieron añorar el mar de antaño como una vía de
distensión emocional.
De regreso traje en mis recuerdos su sonido en un
día apacible, los verdes y azules de sus aguas y ese
olor a sal que mi memoria olfativa a veces encuentra
en la ciudad…

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