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Las especificidades del feminismo lésbico decolonial caribeño bajo el

prisma de la literatura: los casos de Yolanda Arroyo Pizarro y Rita Indiana


Hernández
Sophie Large

Resumen
Este artículo procura situar el feminismo lésbico decolonial del Caribe con respecto a las
teorías feministas desarrolladas en Estados Unidos y Europa, con el objetivo de
determinar sus especificidades. A partir del análisis de la literatura feminista de ficción
producida en el Caribe en las pasadas dos décadas, trata de evidenciar los límites de
algunos conceptos occidentalocentrados empleados en la esfera caribeña, así como
dibujar los contornos de las estrategias reivindicadas por lxs activistas en contexto
neocolonial y neoliberal.

Introducción
El Caribe – aparte de Cuba – es escasamente estudiado por los especialistas de América Latina
con respecto a otras zonas del continente. Sin embargo, la participación política de las mujeres
afrodescendientes de la región y el desarrollo del activismo lésbico autónomo han contribuido a
modificar las formas del feminismo latinoamericano. Asimismo, la reapropiación de las
teorías queer llevó a una reconfiguración y confrontación de las distintas corrientes que
atraviesan este movimiento ahora plural, que busca su autonomía con respecto a los centros
conformados por Europa y los Estados Unidos.

En este artículo nos interesa estudiar la manera cómo la literatura caribeña actual se hace eco
de las especificidades del feminismo lésbico con respecto a las teorías provenientes de Estados
Unidos y Europa, a través de la obra de autoras contemporáneas como Yolanda Arroyo Pizarro
(1970, Guaynabo, Puerto Rico) y Rita Indiana Hernández (1977, Santo Domingo, República
Dominicana), activistas feministas, lesbianas y antirracistas reconocidas por los sectores queer y
lésbicos caribeños.

Veremos que sus relatos ponen de realce la despolitización de algunos conceptos o teorías claves
del feminismo occidental actual cuando se emplean en el contexto caribeño, muy influenciado
por el pasado colonial. Mediante su producción literaria, dichas autoras advierten entonces del
peligro de una interpretación dogmáticamente postmoderna de estos conceptos, y plantean la
cuestión de las estrategias del feminismo en contexto periférico.

« Género » y « queer »: la tentación del occidentalismo


El desarrollo de los estudios de género en el mundo occidental en las últimas décadas ha
acentuado de forma considerable la circulación de algunos conceptos, en particular “género” y
“queer”, contribuyendo a reorganizar los feminismos. Las llamadas regiones periféricas, entre
ellas el Caribe, no fueron ajenas a esta difusión. No obstante, varias voces van denunciando,
desde los años 2000, la inadaptación de estos conceptos a la esfera caribeña y, a nivel más
amplio, latinoamericana, subrayando una forma de neoimperialismo cultural e intelectual. Entre
las críticas más significativas a los términos “queer” y/o “género” destacan su carácter
etnocéntrico (Falconí Trávez, Castellanos y Viteri, 2014), el enfoque en la sexualidad en
detrimento de otras formas de poder como la colonialidad, la explotación de clase o el racismo
(Falquet, 2011; Curiel, Falquet y Masson, 2005; Bacchetta, Falquet y Alarcón, 2011), así como
la marginalización de las lesbianas relacionada con la despolitización del concepto de género
operada por el feminismo institucional latinoamericano (Espinosa Miñoso, 2007).
La literatura feminista de ficción producida en los años 2000 en el Caribe es muy representativa
de estos debates. La obra de las autoras estudiadas en este artículo pone de relieve el desfase
entre las teorías queer blancas estadounidenses y europeas y su apropiación en la región
caribeña, desfase que una mirada occidentalocentrada, a primera vista, podría tener la tentación
de tachar de esencialismo. En efecto, tanto los relatos de Arroyo Pizarro como los de Indiana
Hernández proporcionan representaciones de identidades fijas que parecen explotar y hasta
reforzar los estereotipos, principalmente sobre las lesbianas o lxs travestis, y tienden a
naturalizarlos – una postura contra la que precisamente pretenden luchar los conceptos de
género y de queer. En Nombres y animales, de Indiana Hernández, la narradora presenta varias
versiones de una misma anécdota que pone en escena a su abuela y a un travesti, el cual viene
a llamar a la puerta de aquélla; esta anécdota sirve de pretexto para deshumanizar al personaje
del travesti animalizándolo y exotizándolo con el fin de darle sal a la historia (el subrayado es
nuestro):

A mí no me gusta cuando mi mamá se enoja porque mi abuela la llama tres veces seguidas para
contarle el mismo cuento de un travesti que le tocó la puerta para pedirle trabajo como cocinera o de
unos perros que vienen a sentársele en el frente de la casa y que ella espanta con una olla de agua
fría. (…) es que la abuela cuando hace el cuento del travesti lo goza tanto, porque no se acuerda que
ya te lo contó, que es, por lo menos para mí, como si me lo contara por primera vez, eso sin añadir
que cada vez que lo cuenta el travesti tiene algo nuevo, y ese algo, un pañuelo, una voz de
ultratumba, unas medias de nylon por donde se cuelan pelos de medio centímetro de
diámetro (Indiana Hernández, 2013: 32-33)

 1 Este término fue definido como “a politics that does not contest dominant heteronormative
assumptions (...)

En la misma novela, la abuela de la narradora describe a su amiga de la infancia lesbiana


masculinizándola mediante el uso bastante clásico de la imagen del caballo como símbolo de
virilidad: “Amelia sabía montar caballo mejor que yo, incluso mejor que mis hermanos varones
(…) Por las tardes a veces íbamos a montar cerca de una playa escondida, ella en su caballo y yo
en mi yegua” (Indiana Hernández, 2013: 169). La situación es parecida en Caparazones, en que
la narradora lesbiana define a su pareja como una “lesbiana masculinizada” (Arroyo Pizarro,
2011: 36), indicando que “Ella es el tipo de mujer tosca, de hermosas facciones, hombros
grandes y caminar masculino que no deja lugar a dudas sobre sus predilecciones” (Arroyo
Pizarro, 2011: 6). De hecho, las relaciones entre mujeres se caracterizan en muchos casos por
su homonormatividad1, pues las parejas lésbicas de varios relatos de Arroyo Pizarro
– Violeta, Caparazones – reproducen roles de género, tanto a nivel sexual como en materia de
ropa o de función social: la maternidad se asocia en estos relatos con la mujer sumisa cuya
apariencia física se corresponde con los cánones femeninos, mientras que la mujer sexualmente
dominante y físicamente virilizada se define por su compromiso en la esfera pública. En este
sentido, la postura de Arroyo Pizarro, al igual que Indiana Hernández, parece bastante alejada
del concepto de género y de la teoría queer estadounidense y europea, las cuales, tal y como lo
subraya David Córdoba desde el contexto español, postulan “una posición antiesencialista que
niega tanto el carácter natural de la identidad como su carácter fijo y estable.” (Córdoba, 2005:
39)

Por otra parte, el espacio privado constituye en muchos casos el lugar de referencia de dichos
relatos, simbolizando por tanto la ausencia de reconocimiento social de las mujeres
lesbianas: Caparazones  se construye como el monólogo de Nessa, encerrada en el hogar donde
espera a su pareja, con quien mantiene una relación clandestina ya que ésta está casada con un
hombre. Por consiguiente, el único espacio de la enunciación en toda la narración es el hogar, lo
cual puede interpretarse no sólo como una reafirmación de los roles de género – puesto que la
mujer femenina se ve circunscrita al espacio interior cuando la mujer viril actúa en el exterior –
sino también como una metáfora del “armario”. Dicha imagen es por otra parte explícita
en Nombres y animales, en que la narradora se encierra en un armario durante una fiesta –
episodio que tiene lugar después de que ella disimuló su homosexualidad en dos ocasiones,
frente a su mejor amiga, de la que está enamorada, y frente a su madre:
Escuché voces subiendo las escaleras y, pensando que habían escuchado mis pensamientos, corrí
hacia la habitación más cercana para esconderme y allí, con sus voces mordiéndome la cola, me metí
en un pequeño armario y ya dentro pensé que no tenía idea de cómo iba a explicarle a quien me
encontrara dentro por qué me había refugiado allí. (Indiana Hernández, 2013: 146)

 2 Este estereotipo fue documentado por Maja Horn a propósito de su práctica pedagógica en un
contexto (...)

 3 Por ejemplo, Lawrence La Fountain-Stokes (2009) o José Quiroga (2000).

Esta representación del armario parece alejarse de las prácticas y


teorías queer estadounidenses, las cuales valoran por el contrario la salida del armario. En
efecto, en Estados Unidos, las “negotiations of the closet that refuse speech, visibility, and pride
have been generally viewed as suspect, as evidence of denial and internalized homophobia, or
as outright pathology.” (Decena, 2008: 339) Una mirada occidentalocentrada bien podría
entonces interpretar esta imagen del “armario” como una manera de representar, y hasta de
denunciar, la lesbofobia en el Caribe y los mecanismos de interiorización de esta lesbofobia por
los sujetos lésbicos caribeños. Sin embargo, esto implicaría caer en un estereotipo al plantear
una lesbofobia supuestamente mayor en las regiones periféricas que en los centros 2, mientras
que, como lo señalan varios críticos 3, las cosas no son tan binarias. Por lo tanto, es
imprescindible tomar en cuenta las especificidades de la región para pensar lo queer en el
Caribe. Maja Horn, por ejemplo, afirma que “The concept of the ‘tacit subject’ productively
complicates prevalent binaries of coming out vs. repression, speaking out vs. silence, visibility
vs. invisibility and offer a more nuanced approach to understanding queer Caribbean
experience.” (Horn, 2010-2011: 160) En el caso de Nombres y animales, se trata en efecto de
un “sujeto tácito”, puesto que, aunque la narradora no sale del armario de manera explícita, el
texto sugiere que su homosexualidad es una evidencia silenciosa para su entorno. Los relatos  de
Arroyo Pizarro y de Indiana Hernández manifiestan entonces una forma específica de vivir la
teoría y la práctica queer y, por consiguiente, la necesidad de considerar el contexto en el que se
desenvuelven los sujetos como un elemento clave del análisis. Sin este contexto, no se puede
explicar la complejidad de las identidades periféricas de la que, según lxs militantes y
universitarixs feministas de la decolonialidad, son incapaces de dar cuenta los conceptos de
“género” y de “queer”, tal y como se desarrollan en Estados Unidos y en Europa.

La complejidad de las identidades periféricas: unas relaciones de poder


estructurales e imbricadas
En un artículo sobre las feministas autónomas en América Latina, Jules Falquet sintetiza los
diferentes límites del concepto de género en la región latinoamericana, poniendo de realce
precisamente su falta de conexión con el contexto:

1) porque se refiere a una mujer abstracta, geográfica e históricamente descontextualizada, el género


se ha convertido en un instrumento extremadamente eficaz para la estandarización y la masificación
de las políticas de ‘género y desarrollo’; 2) jalado hacia la psicología, lo individual y una visión ‘micro’,
el concepto de género borra muchas veces la cuestión de las relaciones sociales de poder
estructurales; 3) al ser unidimensional, no permite analizar la imbricación de las relaciones sociales de
poder estructurales, en el mejor de los casos induce a pensar en la superposición de identidades; 4)
conduce por tanto a estrategias erradas: por una parte, orienta a formar alianzas en la perspectiva del
cuestionamiento de las normas de género, sin plantear el tema de las relaciones estructurales de
poder del sexo; por otra parte, aleja de las alianzas con otros grupos que comparten luchas
antirracistas y/o de clase. Es por ello que se trata de un concepto reductor y despolitizante que
conviene perfectamente al modelo neoliberal. (Falquet, 2014: 60)

 4 Por ejemplo, en Nombres y animales, la abuela de la narradora se refiere a su amiga lesbiana diciendo
que “Amelia era una sucia y loca que vivía estrujándose con cualquiera y (…) además se comentaba que
era pájara.” (Indiana Hernández, 2013: 169)
Es precisamente esta complejidad de las relaciones estructurales de dominación y la
especificidad de su imbricación para los sujetos caribeños lo que revelan los relatos estudiados
en este artículo. En primer lugar, el papel central del patriarcado como sistema es evidente: más
allá de la violencia y de los insultos sexistas y homófobos que abundan en los diferentes
relatos4, el patriarcado se vislumbra a través de su complicidad con las instituciones, en
particular el Estado y la Iglesia (católica o evangélica). En Papi, de Indiana Hernández, la unidad
familiar aparece como una metáfora de la Nación:

Y frente a cada nuevo proyecto un letrero que dice: ESTO LO HIZO PAPI. (…) Por dondequiera, en
vallas, en cruza calles, en letreros electrónicos, en murales sobre los muros salitrosos del Malecón la
cara de papi, con los colores de la bandera, debajo un lema que reza: TODOS SOMOS
FAMILIA. (Indiana Hernández, 2005: 133-135)

 5 El nombre de papi aparece sin mayúsculas en la novela, lo que ha sido interpretado como una
“desacralización propia de la sociedad espectacular moderna” (Duchesne-Winter, 2008: 292)

En esta perspectiva, papi5, el padre esperado y fantaseado por la narradora, se convierte en una
figura personalista considerada como el padre y el guía de la Nación: constituye por lo tanto una
alegoría del Estado, el cual gobierna la Nación igual que el padre gobierna la familia en una
sociedad patriarcal. Esta alegoría sugiere entonces la existencia de relaciones estructurales que
unen a la institución estatal con el sistema patriarcal. Del mismo modo, la institución religiosa
cristiana aparece como cómplice del patriarcado. En efecto, las violencias sexuales por parte de
autoridades eclesiásticas son frecuentes: en Nombres y animales, de Indiana Hernández, un
sacerdote jesuita estadounidense viola a una de las tías de la narradora y la deja embarazada;
en Los documentados, de Arroyo Pizarro, la madre de la narradora mantiene una relación con un
reverendo que la obliga a abortar clandestinamente para proteger su carrera religiosa. En estos
ejemplos, el patriarcado va de la mano con la institución religiosa, la cual reproduce la
dominación masculina y contribuye a disimularla para perpetuarla mejor.

En Papi, Indiana Hernández también subraya el papel cada vez más importante de las religiones
católica y evangélica en América Latina, así como su influencia en la preservación del sistema
patriarcal. En efecto, a papi, el patriarca y padre de la Nación, se le presenta como si fuera el
Mesías: nació como “un niño pobre, en un piso de tierra” (Indiana Hernández, 2005: 99) y,
cuando muere asesinado, su madre lo llora exclamando: “Mi hijo, coño, mi hijo, tres balas como
los tres clavos de Cristo” (Indiana Hernández, 2005: 181). Después del fallecimiento de papi, la
narradora – su hija – se imagina a sí misma como sacerdotisa de la secta de papi, en una clara
alusión, por la dimensión espectacular de los ritos que ella describe, a los movimientos
evangélicos que proliferan en el continente latinoamericano:

Y por fin comienzo: papi es como Jason. Aplausos, aleluyas, amén. Que cuando uno menos lo espera
se aparece. Aplausos, aleluyas, amén. Pero en lo que más se parece papi a Jason… Aplausos, aleluyas,
amén. Es en que vuelve siempre, aunque lo maten. La gente se pone mala, gritan, chillan, tiemblan,
hay unas muchachitas que se desmayan y las levantan para traerlas al escenario flotando sobre el
mar de manos. Los de seguridad se ocupan. Papi tiene más de todo que el tuyo, la gente se monta,
danzan en círculos, dicen alábalo que es santo. Papi tiene más carros que el diablo. Aleluyas,
aleluyas. Ovación. (Indiana Hernández, 2005: 209)

Mediante la figura central de papi, que da su título a la novela y satura el discurso con su
imagen a pesar de su ausencia casi constante a nivel diegético, Indiana Hernández muestra la
importancia del sistema conformado por el patriarcado junto con el Estado y la Iglesia, y subraya
que la invisibilización de dicho sistema – simbolizada precisamente por la ausencia en la diégesis
del personaje de papi – impide la historización de las relaciones de dominación y, por
consiguiente, la lucha contra éstas. Cabe señalar, por otra parte, la imbricación que se da en el
fragmento citado entre la religión y la cultura de masa, siendo esta última una característica de
las sociedades neoliberales. Como lo destacaron varios críticos, la puesta en escena del rito
dedicado a papi remite a la “monstruosa sociedad del espectáculo en la que tanto el espacio
como los sujetos pasan a estar condicionados por la desenfrenada participación en el consumo,
lo que genera nuevas prácticas sociales y nuevos referentes de identificación.” (Bustamante
Escalona 2013: 263) La polisemia de este episodio, que alude tanto a la influencia creciente de
los movimientos evangélicos en América Latina como a la mercantilización de las imágenes en
las sociedades capitalistas y consumistas, revela la imbricación de las instituciones religiosas y
del neoliberalismo como mecanismos copartícipes de un mismo sistema.

Se observan procedimientos parecidos en cuanto a la imbricación de las relaciones de género, de


clase y de raza. En La mucama de Omicunlé, de la misma autora, un proyecto cultural destinado
a financiar un programa ambiental reúne a varios artistas de horizontes distintos; entre ellos
está Argenis, un joven pintor negro y marginalizado que acaba excluido del grupo. Lo acompaña
a la estación uno de sus colegas, también negro:

El trabajo sucio, por supuesto, le tocó al prieto. ‘Prieto’, se escuchó decir botando humo por la boca.
Una pequeña palabra inflada a través del tiempo por otros significados, todos odiosos. Cada vez que
alguien la decía queriendo decir pobre, sucio, inferior, criminal, la palabra crecía, debía estar a punto
de explotar, y cuando por fin lo hiciera, volvería a significar lo mismo que al principio: un color. Su
cuerpo era ese globo de carne que contenía la palabra, soplado una y otra vez por la viciada mirada
de los otros, los que se creían blancos. Sabía que Argenis, curiosamente el más oscuro del grupo
después de él, lo creía menos, y su mirada condescendiente, la misma que usaba con animales,
mujeres y maricones, le dolía. (Indiana Hernández, 2015: 162-163)

 6 “el lenguaje del colono, cuando habla del colonizado, es un lenguaje zoológico. Se alude a los
movimientos de reptil del amarillo, a las emanaciones de la ciudad indígena, a las hordas, a la peste, el
pulular, el hormigueo, las gesticulaciones” (Fanon 1963: 37)

En este fragmento en que la metáfora de la explosión simboliza la violencia del insulto y la


potencia de la palabra, Indiana Hernández insiste en el funcionamiento similar del racismo, de la
homofobia y del sexismo, los cuales tienden a degradar a los sujetos minorizados – “prieto”,
“mujeres” y “maricones” – por medio de la animalización, tal y como lo demostró Frantz
Fanon6 en cuanto al racismo. Por otra parte, el extracto evidencia la ideología del
blanqueamiento, también teorizada por el psiquiatra martiniqués en Piel negra, máscaras
blancas, quien apunta que “el joven negro adopta subjetivamente una actitud de blanco”
(Fanon, 2009: 137); esta identificación se basa en un “complejo de inferioridad”, el cual se debe
a dos procesos interdependientes: una dominación económica, seguida por una “interiorización
o, mejor dicho, […] epidermización de esta inferioridad” (Fanon, 2009: 44). De hecho, la
epidermización parece evidente en este fragmento que subraya la comparación del color de piel
de ambos personajes. Por último, la elección del nombre tampoco es anodina, ya que Argenis
proviene del griego argennos, vocablo que significa “que brilla por su blancura” (Bailly, 2000) y
simboliza por consiguiente la interiorización, por este personaje negro, de los valores blancos
dominantes.

Las relaciones entre género, clase y raza también se desarrollan en Nombres y animales, novela
que destaca el racismo antihaitiano, en particular por parte de la Tía Celia quien trata a los
inmigrantes de la otra parte de la isla como si fueran mercancías, explotando la mano de obra
barata que representan: “Tía Celia, que es arquitecta e ingeniera y tiene haitianos hasta para
regalar, les dijo que no se preocuparan por [el precio], que eso era un asunto entre ella y sus
haitianos.” (Indiana Hernández, 2013: 30) Es de notar que el racismo de Tía Celia puede
relacionarse con el sexismo que ella sufrió de niña y cuyas consecuencias siguen siendo
devastadoras en el presente, como lo indica en el fragmento siguiente la metáfora de los letreros
que simbolizan la herida ontológica: “Y vi en aquel humito hediondo el combustible de todos los
letreros que Tía Celia tenía encendidos en su cabeza día y noche, el que decía ‘tu mamá es un
cuero’, el que decía ‘tu papá no te quiere’ y el que decía ‘ningún hombre te querrá’.” (Indiana
Hernández, 2013: 92-93). La narradora subraya por otro lado las relaciones de causa y efecto
entre la discriminación sufrida y la que ejerce su tía en otros grupos ya que, anteriormente en la
novela, evoca con el mismo procedimiento el placer que siente ésta al dominar: “creo que Tía
Celia por la noche cuando se acuesta ve letreros en neón en su mente que dicen ‘joder a la
humanidad’ y creo que hasta le gustan.” (Indiana Hernández, 2013: 21)

 7 Este fenómeno es estudiado por lxs investigadorxs que trabajan sobre la región caribeña: “Desde
Europa/España y Estados Unidos, Cuba es la isla caribeña privilegiada: lo que se lee y lo que se traduce
más actualmente del Caribe hispano es la literatura cubana, es la que más importa en el ‘corpus’. La
literatura dominicana sería la periferia de la periferia caribeña” (De Maeseneer, 2014: 253)

 8 La represión policial y el tráfico de migrantes dominicanos (en Arroyo Pizarro) y haitianos (en Indiana
Hernández) es un tema de primera importancia en sus respectivos relatos Los documentados y Nombres y
animales.

Esta imbricación entre género y raza también se encuentra en Los documentados, esta vez en el
contexto puertorriqueño: en este caso los inmigrantes estigmatizados pasan a ser los
dominicanos que llegan a Puerto Rico en balsas, al igual que Humberto, pretendiente rechazado
por la madre de la protagonista quien, para seducirla, había intentado hacerse pasar por
cubano: “Humberto le había explicado que había encontrado en la isla siempre más racismo y
prejuicios en contra de sus hermanos dominicanos que en contra de los cubanos. ‘De dos males,
el peor’, había mencionado él, esta vez, sin ningún falso acento cubano.” (Arroyo Pizarro, 2010:
83) La jerarquización de los inmigrantes provenientes de distintas islas hispanohablantes del
Caribe se evoca explícitamente en La mucama de Omicunlé, en que Argenis expresa su
frustración de pintor dominicano invisibilizado por la crítica que prefiere a los artistas cubanos 7:
“Nada más hay que ser cubano para que te inviten a España, a Japón.” (Indiana Hernández,
2015: 55) La comparación entre la obra de Indiana Hernández y la de Arroyo Pizarro subraya
por lo tanto la centralidad de las problemáticas migratorias en el contexto caribeño 8, y su
influencia en la complejificación de las identidades, vistas como “una construcción ‘en tránsito’,
fluida y transnacional.” (Torrado, 2013: 471) Los textos de estas autoras ponen de realce los
mecanismos de imbricación de diferentes formas de dominación, y la necesidad de considerar el
sistema en conjunto en lugar de tratar cada problemática de manera aislada, en una perspectiva
que podría calificarse como interseccional. En este sentido, se alejan de los feminismos blancos
occidentales, los cuales se centran prioritariamente en las cuestiones de sexualidad y de
relaciones entre los sexos; así muestran los límites que presenta el concepto de género para una
política feminista caribeña inclusiva. Su propuesta literaria enlaza pues con las teorías de las
feministas de la decolonialidad, como la dominicana Yuderkys Espinosa Miñoso, quien considera
que las cuestiones de género no pueden entenderse independientemente de otras formas de
dominación:

a la cuestión de la justicia redistributiva o del poder en las relaciones de producción, ha pasado a


llamársele ‘el problema de pobreza’, como si ésta fuera el problema y no su efecto (…) Lo mismo
ocurre con la forma de pensar el problema cultural de la misoginia, el androcentrismo, el
eurocentrismo, la heterosexualidad obligatoria, la violencia, el racismo, la xenofobia, entre otros. Lo
primero que se hace es fraccionar la mirada a cada uno de estos problemas, de manera que se ven
desarticulados. Como derivado de la acción anterior, se pasa al desarrollo de estrategias fragmentadas
de solución, que en realidad no van a mirar las causas sino las consecuencias observables en la
sociedad. (Espinosa Miñoso, 2007: 50)

La fragmentación de los problemas constituye uno de los elementos fundamentales del análisis
de las feministas decoloniales y queer caribeñas contemporáneas. En esta perspectiva, cabe
preguntarse hacia qué tipo de estrategias debe orientarse este feminismo en las regiones
periféricas, para ofrecer respuestas adecuadas a las problemáticas específicas que caracterizan
dichas regiones, sin acentuar aún más la fragmentación y la debilitación de las identidades
minorizadas. Esta interrogación, que plantea el problema de la praxis militante, refleja un
debate lejos de estar resuelto y al que las autoras aquí estudiadas permiten aportar elementos
de respuesta o, por lo menos, de reflexión.

¿Qué estrategias para el feminismo en contexto periférico ?


Lo que parecía, a primera vista, una forma de esencialismo, al menos desde el punto de vista de
lxs feministas occidentales blancxs, revela entonces una situación mucho más compleja de lo
que aparenta. La homonormatividad – un concepto precisamente forjado en Occidente –, puede
considerarse en este contexto como un refugio frente a la complejidad de las relaciones de poder
imbricadas que desestabilizan a las identidades minorizadas:
A pesar de la diversidad de familias existentes, la mundialización neoliberal tiende a imponer en todas
partes el ideal de lo que llamaré la familia ‘neonuclear’, en algunos casos (re)compuesta alrededor de
personas del mismo sexo. Esto, contrariamente al modelo de familia extensa de tipo campesino por
ejemplo, significa una familia 1) que no tiene autosuficiencia material (no produce lo que come ni
viste), 2) que sería la única protección posible frente a la ‘sociedad global’, en vez de ser vista como
base para otros tipos de asociaciones, comunidades o estructuras sociales de resistencia al sistema, y
3) basada en valores profundamente patriarcales, burgueses y ‘occidentales’, en especial, cierta idea
del ‘amor’ centrado en la pareja. (Falquet, 2006: 57)

La seguridad identitaria proporcionada por la familia “neonuclear” podría explicar en gran


medida los roles de género que caracterizan las representaciones de la pareja lésbica en algunos
relatos de Arroyo Pizarro. De hecho, el hogar es descrito por la protagonista
de Caparazones como la “madriguera perfecta para hacerse una de algunas pocas comodidades”
(Arroyo Pizarro, 2011: 31), una metáfora que connota el refugio animal frente a las amenazas
del mundo exterior. Por su parte, su pareja Alexia se empeñó en decorar la habitación
“utilizando las más modernas técnicas del feng shui” (Arroyo Pizarro, 2011: 14), un
arte tradicional chino cuyo objetivo consiste en equilibrar las energías de un espacio para
garantizar el bienestar de sus habitantes. Más que una esencialización de los roles de género en
la pareja lésbica, la reafirmación del modelo de familia neonuclear constituye por tanto una
invitación a reflexionar acerca de la negociación de las identidades de género en contexto
periférico.

 9 Cabe recordar el estatuto de Estado Libre Asociado de Puerto Rico, que no tiene poder de decisión en
materia de política extranjera, monetaria y de defensa. Este territorio posee pues una doble historia
colonial, primero española, luego estadounidense.

 10 En esta perspectiva se tienen que entender las elecciones onomásticas, la alusión a ritos vudú y la
transcripción fonética del criollo en Nombres y animales, La mucama de Omicunlé o Los documentados. No
desarrollaremos estos aspectos ya que merecerían un estudio aparte.

Asimismo, el anclaje en el pasado y el motivo del regreso al origen, estrategias literarias muy
presentes en estos relatos, no deben interpretarse como una mera esencialización de la figura
femenina, tradicionalmente percibida como la encarnación del tiempo cíclico. En efecto, en un
contexto neocolonial9 y neoliberal en que racismo, sexismo y clasismo conforman un sistema
que invisibiliza la experiencia de las personas minorizadas y fracciona sus luchas, estas
estrategias revelan la necesidad de dar cuenta del proceso histórico de negación de los
componentes culturales que constituyen sin embargo la base de la identidad caribeña,
empezando por lxs indígenas y lxs negrxs 10. En este sentido, el discurso psicoanalítico, que
opera mediante la voz autodiegética y sus asociaciones de ideas en Caparazones, y los
monólogos en Violeta, no significaría una patologización de la orientación sexual de las
protagonistas, sino más bien una advertencia, destinada a lxs lectorxs, de la importancia de
reconstituir la genealogía de los hechos y de las representaciones para pensar la identidad,
sobre todo en un contexto como el caribeño.

Del mismo modo, la circularidad narrativa que se encuentra por ejemplo en Los
documentados no debe reducirse a una mera representación del ciclo, el cual caracterizaría por
esencia a la temporalidad femenina. Este relato empieza con una especie de prólogo que evoca
el hallazgo de un cuerpo en una playa de Puerto Rico sin que se sepa ni de quién se trata, ni
quién lo encontró. Lo único que se sabe es que el hombre lleva “un tatuaje algo raro en la
muñeca. El tatuaje tiene forma de árbol. Surcos de raíces y ramaje de color sargazo.” (Arroyo
Pizarro, 2010: 9) No es sino mucho más tarde en el relato cuando un fragmento idéntico al
prólogo, con excepción de los tiempos verbales, viene a precisar la identidad de los
descubridores – Kapuc, la protagonista, y Samuel, un migrante dominicano de quien Kapuc se
hizo amiga –, así como su decisión de salvar al hombre del tatuaje proporcionándole refugio y
alimentación. Resulta que la relación entre Kapuc y Samuel también se construyó a partir de una
circularidad: su encuentro tuvo lugar después de que éste sorprendió a la protagonista en medio
de la reactualización de un rito que le enseñó su abuela. Por consiguiente, ambos círculos están
estrechamente imbricados. Además, juntos determinan el final del relato puesto que éste se
termina con la agresión del padre de Kapuc, del que se sabe que la abandonó cuando se enteró
de su sordera, por los perros de un hombre que lleva en la muñeca un tatuaje en forma de árbol
(Arroyo Pizarro, 2010: 183) Precisamente, este fragmento también constituye una
reactualización de una escena anterior, evocada más temprano en la novela y con los mismos
términos, a través de la voz de Kapuc quien se acuerda de su propia agresión por unos perros,
de los que la salvó su abuela, en el momento mismo en que el relato está por informarnos de la
huida irresponsable de su padre (Arroyo Pizarro, 2010: 35). La repetición de esta escena que
implica a Kapuc y después a su padre es muy significativa: en primer lugar, dicha repetición
evidencia la culpabilidad del padre, castigado en cierto modo por donde ha pecado ya que los
perros lo atacan empezando por los pies, que el padre “había puesto en polvorosa” (Arroyo
Pizarro, 2010: 46) al enterarse de la invalidez de su hija. Además, el castigo mismo se lo inflige
la propia Kapuc: el agresor del padre es en efecto un hombre que “mostraba curiosamente el
tatuaje de un árbol en la muñeca derecha. El final de esa muñeca era un puñal.” (Arroyo Pizarro,
2010: 183), de modo que, al salvar a ese hombre de una muerte segura, Kapuc ha condenado a
su propio padre. Y lo ha hecho con la ayuda de Samuel, un migrante a quien conoció mientras
estaba reactualizando un rito transmitido por su abuela, la cual la había salvado del ataque de
los perros. Nótese por último la dimensión simbólica del tatuaje, que representa raíces y ramas,
cuyo tronco sirve de lazo entre el pasado enterrado y el presente visible. Todos estos ciclos
imbricados no podrían materializar mejor la estrecha relación entre diversas problemáticas en
esta novela: al padre que huye de la invalidez de su hija, abandonando a su mujer a la miseria,
lo persigue su pasado, el cual se alía con el presente por medio de la intervención de Samuel, el
migrante dominicano. Estos ciclos narrativos tejen una red entre el capacitismo, el patriarcado y
las problemáticas migratorias cuya importancia en la esfera caribeña ya hemos señalado,
insistiendo al mismo tiempo en la necesidad de historizar estas relaciones. Así, la construcción
narrativa de este relato aparece como una estrategia de representación de la complejidad de las
identidades periféricas y posee por consiguiente una dimensión didáctica.

Sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto es perceptible este mensaje por parte de lxs
lectorxs de los relatos considerados, en particular por lxs que provienen de países centrales, que
pertenecen a categorías privilegiadas y leen los textos desde una perspectiva
occidentalocentrada. En este sentido, no se trataría de saber si estas representaciones son
esencialistas, sino más bien a quién se dirigen, cómo y en qué contexto deben ser leídas. De
hecho, tanto Arroyo Pizarro como Indiana Hernández son autoras cuyo activismo goza de mucha
visibilidad en su país. La primera, feminista negra y abiertamente lesbiana, es muy activa en las
redes sociales en que sus publicaciones no pueden mostrar de forma más clara su posición
política y su voluntad de visibilizar el amor lésbico a través de su presencia con su pareja en los
medios de comunicación; creó la Cátedra de Mujeres Negras Ancestrales, un “proyecto
performático de escritura creativa” que dirige ella y se comprometió públicamente a favor de la
liberación del preso político independentista Óscar López Rivera, encarcelado durante más de
treinta años en Estados Unidos. Del mismo modo, Indiana Hernández es una figura conocida por
el público dominicano, en particular por su trabajo musical comprometido dentro de su grupo
Rita Indiana y los Misterios, el cual la lleva a menudo a dar entrevistas en que toma posición
públicamente a favor de los derechos de las mujeres, de los LGBTQI+ y de la minoría haitiana,
asumiendo su orientación sexual. La obra literaria de estas autoras no puede entenderse
independientemente de este contexto: para lxs lectores de estos países, no cabe ninguna duda
acerca de la posición política de estos relatos, pues se entiende a la luz del compromiso
extraliterario de sus autoras. Así como los textos subrayan de forma interseccional el sistema
complejo de dominaciones imbricadas, su mensaje político no se puede comprender sino
mediante la imagen de una red, de la que la literatura es uno de los nudos, inseparable de los
demás.

Conclusión
La obra literaria de Yolanda Arroyo Pizarro y de Rita Indiana Hernández refleja pues muy bien
los debates que caracterizan al feminismo lésbico actual en el Caribe. Por su posición específica
acerca de las cuestiones de género, estos textos muestran que los conceptos desarrollados en
Europa y Estados Unidos son inoperantes en el Caribe e insisten en la necesidad de proponer
estrategias adaptadas al contexto particular de los países de la región, donde el neocolonialismo
y el neoliberalismo determinan la configuración de las identidades minorizadas de forma todavía
más significativa que en los centros. Advierten así de los riesgos de neoimperialismo cultural e
intelectual representados por las trasferencias de teorías y señalan la estrecha imbricación de
diferentes formas de dominación.

Frente a este sistema, Arroyo Pizarro e Indiana Hernández abogan entonces por estrategias
integrales, que amplíen el espectro de acciones mucho más allá de las cuestiones de normas de
género y de relaciones entre los sexos, y que contribuyan a la deconstrucción de las relaciones
de poder por medio de la representación de su imbricación y de su proceso de deshistorización.

Por último, su literatura aparece como una estrategia inseparable de otros modos de acción
feminista. Se dirige ante todo a un público concientizado, que conozca las problemáticas
caribeñas y el compromiso de ambas autoras fuera de la esfera literaria. Se trata por tanto de
una acción en red – rizomática, en términos deleuzianos –, que pretende adaptar sus estrategias
a la naturaleza misma del sistema. En efecto, éste obliga a luchar en todos los frentes al mismo
tiempo, con medios de acción imbricados y relacionados entre sí, para poner fin a la
fragmentación de las soluciones, la cual no hace sino reforzar la fragmentación de las
identidades.

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Bibliografía

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Notas

1 Este término fue definido como “a politics that does not contest dominant heteronormative
assumptions and institutions but upholds and sustains them while promising the possibility of a
demobilized gay constituency and a privatized, depoliticized gay culture anchored in domesticity and
consumption.” (Duggan, 2002: 179)

2 Este estereotipo fue documentado por Maja Horn a propósito de su práctica pedagógica en un
contexto universitario estadounidense: subraya por ejemplo que sus estudiantes “believe in the
supposed machismo of Latin American men (…) and that there is less social tolerance and acceptance
of homosexuality.” (Horn, 2010-2011: 156)

3 Por ejemplo, Lawrence La Fountain-Stokes (2009) o José Quiroga (2000).

4 Por ejemplo, en Nombres y animales, la abuela de la narradora se refiere a su amiga lesbiana


diciendo que “Amelia era una sucia y loca que vivía estrujándose con cualquiera y (…) además se
comentaba que era pájara.” (Indiana Hernández, 2013: 169)

5 El nombre de papi aparece sin mayúsculas en la novela, lo que ha sido interpretado como una
“desacralización propia de la sociedad espectacular moderna” (Duchesne-Winter, 2008: 292)

6 “el lenguaje del colono, cuando habla del colonizado, es un lenguaje zoológico. Se alude a los
movimientos de reptil del amarillo, a las emanaciones de la ciudad indígena, a las hordas, a la peste,
el pulular, el hormigueo, las gesticulaciones” (Fanon 1963: 37)

7 Este fenómeno es estudiado por lxs investigadorxs que trabajan sobre la región caribeña: “Desde
Europa/España y Estados Unidos, Cuba es la isla caribeña privilegiada: lo que se lee y lo que se
traduce más actualmente del Caribe hispano es la literatura cubana, es la que más importa en el
‘corpus’. La literatura dominicana sería la periferia de la periferia caribeña” (De Maeseneer, 2014:
253)

8 La represión policial y el tráfico de migrantes dominicanos (en Arroyo Pizarro) y haitianos (en
Indiana Hernández) es un tema de primera importancia en sus respectivos relatos Los
documentados y Nombres y animales.

9 Cabe recordar el estatuto de Estado Libre Asociado de Puerto Rico, que no tiene poder de decisión
en materia de política extranjera, monetaria y de defensa. Este territorio posee pues una doble
historia colonial, primero española, luego estadounidense.

10 En esta perspectiva se tienen que entender las elecciones onomásticas, la alusión a ritos vudú y la
transcripción fonética del criollo en Nombres y animales, La mucama de Omicunlé o Los
documentados. No desarrollaremos estos aspectos ya que merecerían un estudio aparte.
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Para citar este artículo

Referencia electrónica
Sophie Large, « Las especificidades del feminismo lésbico decolonial caribeño bajo el prisma de la
literatura : los casos de Yolanda Arroyo Pizarro y Rita Indiana Hernández », Amerika [En línea],
16 | 2017, Publicado el 01 julio 2017, consultado el 30 octubre 2020. URL:
http://journals.openedition.org/amerika/8116; DOI: https://doi.org/10.4000/amerika.8116

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