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Calicanto

12 Feb 2021

Vacunémonos de verdad
Hernando Llano Ángel

Vacunémonos de verdad
Hernando Llano Ángel

Este es el año de las vacunas, aunque para nosotros su aplicación comience con retraso
y, por los previsibles problemas logísticos, su administración se prolongue por lo
menos hasta el 2022. Solo entonces probablemente alcancemos la anhelada inmunidad
de rebaño. Pero este año los colombianos recibiremos otra vacuna, más necesaria,
poderosa y vital que las aplicadas contra el Sars-CoV2. La vacuna de la verdad. Desde
hace dos años y dos meses la ha venido preparando la Comisión para el
Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición. La Comisión hace
parte del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, junto a la
JEP y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, conformadas para
el cumplimiento del punto 5 del Acuerdo de Paz sobre víctimas en el conflicto armado.
La Comisión fue creada mediante el Decreto 588 de 2017 “para conocer la verdad de
lo ocurrido en el marco del conflicto armado y contribuir al esclarecimiento de las
violaciones e infracciones cometidas durante el mismo y ofrecer una explicación
amplia de su complejidad a toda la sociedad”, como puede leerse en su magnífico
portal: Comisión de la verdad.  Portal que deberíamos consultarlo frecuentemente todos
los colombianos, pues en él podemos encontrar los testimonios, los eventos y los
informes que son la materia prima de la vacuna de la verdad que necesitamos para
convivir. La Comisión debe rendir su informe final en noviembre de este año. Es decir,
dispone de menos tiempo que las vacunas contra la pandemia para brindarnos y
aplicarnos la inyección más vital que requerimos los colombianos: el conocimiento de
los factores, los actores y las circunstancias que nos han convertido en un pueblo letal,
que lleva más de medio siglo aniquilándose de todas las formas posibles e
inimaginables. Y continúa haciéndolo todos los días. Hasta el 6 de febrero ya se han
cometido 12 masacres que dejan 37 víctimas, según Indepaz. Pero quizá no haya que
esperar hasta noviembre para conocer esa verdad, pues ya la Comisión nos ha
entregado valiosos testimonios de las víctimas y reconocimientos auténticos de las
atrocidades cometidas por sus victimarios. El testimonio de Ingrid Betancur sobre su
secuestro es una de las verdades más desgarradoras y reveladoras de la degradación
alcanzada por la política cuando ésta se convierte en rehén de la violencia y se ensaña
contra miles de colombianos. Así lo reconocieron sus victimarios, el Secretariado de
las Farc-Ep: «El secuestro solo dejó una profunda herida en el alma de los afectados e
hirió de muerte nuestra legitimidad y credibilidad…El secuestro fue una práctica de la
que no podemos sino arrepentirnos, sabemos que no hay razón ni justificación para
arrebatarle la libertad a  ninguna persona”.
Sin duda, uno de los componentes de la vacuna de la verdad contra el odio y su letal
venganza, será nuestra capacidad para superar todos los maniqueísmos que están a
nuestro alcance para justificar y legitimar la violencia. Desde la violencia insurgente
con su invocación de la justicia social como justificación de sus acciones, pasando por
la institucional con su cinismo de invocar la defensa a ultranza de una precaria y casi
inexistente legitimidad, hasta la violencia interpersonal cuyo ejercicio se camufla bajo
prejuicios y conductas arraigadas en millones de colombianos como la formación de
autodefensas, la “justicia por propia mano”, el machismo y la xenofobia. Ya
deberíamos tener absolutamente claro que la violencia no legítima ninguna causa, sino
más bien todo lo contrario. Que la violencia deslegitima la autoridad, así ella invoque
la defensa de valores superiores como la seguridad y el orden público, incluso hasta la
democracia, en cuyo nombre comete crímenes tan atroces como los “falsos positivos”,
las torturas, desapariciones y el asesinato de ciudadanos inermes. Porque la única forma
de recobrar la legitimidad una institución es procesando y penalizando ejemplarmente
a los agentes responsables de las violaciones a los derechos humanos, jamás
protegiéndolos, felicitándolos o ascendiéndolos en sus carreras oficiales, mucho menos
cobijándolos con impunidad bajo el fuero penal militar, como lamentablemente ha
sucedido en muchos casos. Así como es inaceptable la negación del reclutamiento de
menores de edad por parte de las Farc con el pretexto de que dicha práctica jamás
figuró en su Reglamento Guerrillero, menos lo es toda legitimación institucional de las
violaciones sistemáticas a los derechos humanos, más aún las amparadas en Directivas
oficiales como la 029 de los “falsos positivos”. En ambos casos se trata de
comportamientos y operaciones criminales, que deben ser plenamente reconocidas ante
la Comisión de la Verdad y la JEP.  Ya los miembros del Secretariado de las Farc lo
están haciendo, en el CASO 01 por toma de rehenes y graves privaciones de la libertad,
así como cientos de miembros de la Fuerza Pública por los “falsos positivos”, que
conoce la JEP como CASO 03. Respecto de la Directiva 029 es urgente conocer la
versión del exministro de defensa Camilo Ospina Bernal, que la promovió en
cumplimiento de la “seguridad democrática”, y tener así una explicación de su fatal
deriva en la comisión de 2.248 asesinatos, según el informe número 5 de la Fiscalía
enviado a la JEP.
Sin Verdad no hay Justicia ni futuro
Según lo establecido por el Decreto 588 de 2017, el fin primordial de la Comisión de la
Verdad es cognitivo y no punitivo, por eso todas las versiones que reciba de las
víctimas y de los victimarios no tendrán efectos judiciales. Su objetivo principal es
aportar el esclarecimiento de la verdad, contribuir a la convivencia y evitar en lo
posible la continuidad de las causas y factores de este prolongado y degradado
conflicto que a todos nos avergüenza y cada día se repite. De allí el valor inestimable
del conocimiento que han aportado miles de víctimas, con su sufrimiento inefable y
dolor inolvidable, para develar la identidad y responsabilidad de sus victimarios,
protagonistas y antagonistas en este conflicto. Por eso también la obligación
indeclinable e indelegable de esos protagonistas para que den sus versiones sobre sus
decisiones y actuaciones. Hasta ahora, han comparecido los antagonistas de la
insurgencia y falta por recibir las versiones de los más importantes protagonistas del
establecimiento, como los expresidentes y la actual Vicepresidenta, Marta Lucía
Ramírez, ministra de defensa de Álvaro Uribe Vélez, cuando se desarrolló la operación
Orión. Sin dichas versiones no se podrá develar esa verdad compleja y dolorosa del
conflicto que, como un caleidoscopio, tiene miles de formas y rostros, que lo expresan
y explican. Cada protagonista tiene su verdad subjetiva y narrativa justificadora de sus
actuaciones, que debe ser confrontada con los hechos públicos, para completar así el
rompecabezas de la realidad fragmentada y disputada del pasado y el presente. Por eso
es imprescindible conocer las versiones de todos los expresidentes, quienes, por acción
u omisión, tienen muchas piezas de esa verdad dolorosa, oscura y astillada de sangre
como un espejo roto en miles de fragmentos. Hasta ahora solo ha comparecido en dos
ocasiones el expresidente Samper para dar su versión sobre la sombra inextinguible del
proceso 8.000 que empaña la legitimidad de su mandato. Pero los expresidentes César
Gaviria, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos tienen muchas valiosas
piezas por aportar, sin las cuales no será posible conocer la verdad completa de lo
acontecido y mucho menos honrar la memoria de miles de víctimas. Tampoco será
posible identificar aquellos factores y actores que confrontaron en sus respetivos
mandatos y todavía persisten en nuestros días, profundizando con su violencia y
codicia el conflicto y el número creciente de víctimas. De no hacerlo, serían inferiores
al compromiso con la verdad, la historia y el futuro que, como expresidentes, nos
deben a todos, empezando por las víctimas irredentas de ayer y las evitables del
mañana. Y, lo que es más grave, dejarían a la posteridad, como Belisario Betancur
(Q.E.P.D), toda suerte de interpretaciones y conjeturas sobre sus indelegables
responsabilidades, competencias y dignidades. De alguna forma su silencio los
condenaría irremediablemente, bien como pusilánimes incompetentes, vanidosos
insaciables, autócratas impunes o jugadores astutos del poder, pero en cualquier caso
como inferiores a sus responsabilidades frente a la vida, la historia y el futuro de
Colombia. Deberían sentir vergüenza por el espectáculo deplorable que nos dan con
sus rencillas y odios personales, con sus cálculos mezquinos para las próximas
elecciones. Si todavía tienen alguna noción de su responsabilidad histórica,
honorabilidad personal y dignidad de lo público, deben ir a la Comisión de la Verdad y
dar sus respectivas versiones para que las próximas generaciones comprendan mejor el
pasado y eviten su repetición en el futuro. Quizás así aprendamos a convivir como
ciudadanos, sin permitir que existan más víctimas y tolerar más victimarios o, lo que es
peor, seguir siendo gobernados por vengadores impunes que deciden el futuro de todos
en defensa de instituciones cacocráticas. Instituciones sustentadas en prejuicios atávicos,
corrupción pública-privada y odios viscerales contra enemigos imaginarios, sostenidas
por la ignorancia y la indolencia de millones de ciudadanos amnésicos que precisan
con más urgencia la vacuna de la verdad que alguna de las existentes contra la
pandemia del Covid-19. Una vacuna que por fin los libere de la estupidez de rebaño e
inocule para siempre en sus conciencias el repudio por la política asociada con el
crimen, la violencia, la corrupción y la apropiación de lo público por cacocracias
codiciosas, que gobiernan impunemente en nombre de una falaz e inexistente
democracia.

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