Está en la página 1de 5

Desde los primeros decenios del siglo Colombia presenta un incipiente desarrollo

industrial, así como una lenta modernización. Las exportaciones de café, la


indemnización del canal de Panamá, los préstamos y las inversiones extranjeras en
petróleo, minería y servicios públicos, así como el florecimiento de industrias
manufactureras y la inversión estatal en obras de infraestructura, son algunos de los
elementos que constituyeron la dinámica de estas transformaciones. Fenómenos como la
urbanización, la expansión demográfica y las migraciones rural-urbanas, llevaron a que
nuevos grupos generaran expectativas en materia de participación social, salud,
educación y servicios públicos. Estos fenómenos estuvieron acompañados por sucesos
internacionales que contribuyeron a precisar el perfil de estas décadas, incidiendo
profundamente en el plano nacional; dentro de ellos puede mencionarse el cambio de
eje económico de Inglaterra hacia los Estados Unidos—que repercute en la intervención
directa de este país en diversos territorios de América Latina—, la primera y segunda
guerra mundial, el auge del autoritarismo en diversos países europeos, el surgimiento de
movimientos nacionalistas en algunos países de América Latina (como México y Perú),
así como el despertar del movimiento estudiantil en Córdoba-Argentina. Estos
acontecimientos influyeron de una u otra manera en Colombia, bien a través de la crisis
de recesión internacional en la década del treinta y la redefinición de la división
internacional del trabajo, o bien por la irradiación y confrontación de ideologías que
permearon algunos grupos en el país. Podemos agregar, por último, que los múltiples
procesos generaron nuevas modas pedagógicas y modelos educativos en diversas partes
del mundo, los cuales fueron conocidos en Colombia e incluso en algunos casos se les
trató de buscar aplicación en el contexto de una reforma a la educación colombiana.
Es durante el cuatrienio conocido como “la revolución en marcha” (1934-1938), cuando
las reformas cobran mayor alcance, colocando de modo decidido la educación al
servicio de la integración nacional. Las políticas educativas formuladas por el presidente
Alfonso López Pumarejo, hacían parte de un plan global que intentaba dotar al estado
de los elementos necesarios para ejercer una mayor intervención económica, política y
social. Este plan se consagró a nivel jurídico en el proyecto de reforma constitucional de
1936, en donde se impulsó el cambio de algunos artículos de la Constitución de 1886.
Allí se propuso una reforma fiscal que reforzaba la tasa tributaria, así como la
prerrogativa del Estado para intervenir en asuntos privados y en los litigios obrero-
patronales; además se introdujo la noción de utilidad social que reemplazaría a la de
utilidad pública. A nivel de las relaciones Estado-Iglesia el proyecto propuso la
renegociación de los términos del Concordato, con el objeto de recuperar para la esfera
del Estado, ciertas órbitas de lo social dentro de las que se encontraba la educación. El
Acto Legislativo No. 1 de 1936 dio curso a la reforma constitucional y buscó precisar la
injerencia estatal en el terreno educativo, pero de igual modo dejó expresas las estrechas
dimensiones de este intento. Por un lado, a pesar de las pretensiones discursivas de
extender la educación a la mayoría del pueblo colombiano, la reforma no declaró la
educación primaria gratuita y obligatoria. Por otra parte, no se redefinieron las
relaciones Estado-Iglesia con las consecuentes modificaciones del Concordato, el cual
ponía cortapisas en algunos de sus artículos a las aspiraciones de acción estatal en la
educación. A pesar de esto, la reforma asignó al Estado la inspección y vigilancia de la
educación, al tiempo que declaró la libertad de cultos y de conciencia, lo cual es un
indicio que señala la tendencia a delimitar las órbitas de lo civil y religioso en el terreno
social y educativo.
El Ministerio de Educación constituyó el organismo a través del cual el Estado
pretendió, al igual que en otras órbitas de lo social, tener mayor presencia y aunque su
influencia diferirá bastante de las pretensiones de control y centralización que tenían los
gobernantes, las diversas fuerzas comprometidas en la educación tuvieron que tenerlo
en cuenta y someterse en muchos de los casos a sus disposiciones. Para hacer más
efectiva la acción de esta entidad, se esbozaron medidas para precisar su estructura
orgánica y administrativa, así como sus diversas funciones. Se reglamentó la Ley 56 de
1927 que había dispuesto la reorganización del ministerio y su cambio de nombre,
pasando de ser Ministerio de Instrucción y Salud Pública para convertirse en Ministerio
de Educación Nacional. Se dividió el ministerio en un departamento técnico y otro
administrativo, al tiempo que se separaron de él las secciones de lazaretos, leproserías y
beneficencia pública, definiendo la órbita educativa desligada del campo de la salud.
El Ministerio de Educación constituyó el organismo a través del cual el Estado
pretendió, al igual que en otras órbitas de lo social, tener mayor presencia y aunque su
influencia diferirá bastante de las pretensiones de control y centralización que tenían los
gobernantes, las diversas fuerzas comprometidas en la educación tuvieron que tenerlo
en cuenta y someterse en muchos de los casos a sus disposiciones. Para hacer más
efectiva la acción de esta entidad, se esbozaron medidas para precisar su estructura
orgánica y administrativa, así como sus diversas funciones. Se reglamentó la Ley 56 de
1927 que había dispuesto la reorganización del ministerio y su cambio de nombre,
pasando de ser Ministerio de Instrucción y Salud Pública para convertirse en Ministerio
de Educación Nacional. Se dividió el ministerio en un departamento técnico y otro
administrativo, al tiempo que se separaron de él las secciones de lazaretos, leproserías y
beneficencia pública, definiendo la órbita educativa desligada del campo de la salud.
La Extensión Cultural fue el universo institucional a través del cual el ministerio
expresó su visión sobre la educación y la cultura. Se desarrolló una tarea de edición
cultural, se fomentó la creación de bibliotecas y la generación de hábitos de lectura, a la
vez que se promovieron conferencias culturales, espectáculos públicos, así como la
adquisición de cinematógrafos y aparatos radiofónicos. Simultáneo a la labor editorial
se estimuló la creación y fortalecimiento de las bibliotecas. La Biblioteca Nacional fue
reorganizada, se multiplicaron sus adquisiciones y se incrementó el número de lectores
llegando a tener 127.875 en 1935; además se fomentó el que las direcciones de
educación a nivel departamental y municipal estuvieran dotadas de bibliotecas. En
distintas regiones del país las bibliotecas escolares registraron progresos, en el año de
1936 existían cerca de 900 a las cuales se les distribuyeron 95.462 volúmenes, cifra que
contrasta con la de 1934 que fue de 2.924. Para 1937 el número de bibliotecas era de
1.000 y estaban en mayor concentración en los departamentos de Antioquia, Caldas y
Cundinamarca; estas bibliotecas llegaron a tener individualmente un promedio mensual
de 114 lectores, y en total unos 76.386 lectores anuales.
Niveles educativos.
Educación popular: Los planteamientos en torno a la educación de los sectores
populares tuvieron gran importancia en estas décadas, en donde existió la preocupación
por ampliar la acción educativa a una franja mayor de la población. La creación de un
consenso social fue uno de los objetivos centrales de la educación popular, objetivo
coherente con el momento de transformaciones que ocurrían en el país como
consecuencia de la modernización de sus estructuras, momento que señalaba la urgencia
de elaborar e inculcar valores ideológicos que legitimaran la nueva situación económica,
política y social. De esta manera se abrió paso el concepto de educación para los
sectores populares con el que se pretendió formar “hombres útiles a la sociedad”, con
una moral y una conducta adecuadas a la categoría de ciudadanos, aptos para producir
económicamente y colaborar con el interés general de la nación. Alfonso López
Pumarejo expresó durante el ejercicio de su presidencia, la decisión de hacer de la
educación del pueblo la preocupación central de la política gubernamental, para ello se
llevaron a cabo acciones que se valieron de recursos más amplios que el aula escolar,
queriendo cubrir los sectores de la población que no asistían a la escuela. Dentro de
estas acciones se puso en marcha la campaña de cultura aldeana, se crearon las
bibliotecas populares y se contrataron maestros ambulantes; dichas iniciativas
recogieron en parte las experiencias mexicana y española sobre educación popular que
se ponían en práctica en aquellos países por este mismo período.
Educación primaria: Las directrices trazadas para la educación primaria se orientaron
hacia la ampliación del número de escuelas existentes, la edificación de construcciones
adecuadas para su funcionamiento, la dotación de materiales escolares y la asignación
de maestros para impartir la enseñanza. En 1933 existían 9.500 escuelas que
proporcionaban educación a medio millón de alumnos, estas cifras habían variado para
1946 a 16.650 escuelas, con un total de 711.798 alumnos. La educación era impartida
por 8.708 maestros en 1930 y ascendió en 1945 a 14.831. Igual que en décadas
anteriores, las contribuciones de la nación a la educación primaria se limitaron a la
dotación de material escolar, mientras que los departamentos continuaron asumiendo el
pago de los maestros y los municipios la dotación de localidades y mobiliario escolar.
Para solucionar la anarquía a la que esta triple injerencia daba lugar, el ministro de
Educación, Jorge Eliécer Gaitán, presentó en 1940 un proyecto al parlamento en donde
se contemplaba la nacionalización de la educación primaria, pero esta idea no encontró
apoyo debido a la oposición presentada por los intereses regionales y partidistas. Los
programas educativos elaborados por el ministerio trataron de adecuarse a las teorías de
la Escuela Activa europea y especialmente a los postulados del pedagogo belga Ovidio
Decroly, quien visitó al país en 1925 y dictó numerosas charlas sobre su método de
enseñanza globalizada y con base en los centros de interés.
Educación secundaria: Desde principios de siglo la educación secundaria era uno de los
eslabones más débiles del sector estatal, los establecimientos oficiales eran escasos y su
dirección había sido confiada a las órdenes religiosas. En 1933 el número de
establecimientos era de 288, de los cuales el 76% eran privados, con un total de 19.543
estudiantes, registrándose un notable crecimiento a lo largo del período. En este nivel el
Estado apoyó la iniciativa privada puesto que era incapaz de cubrir esta franja de la
educación, pero también impuso criterios que posibilitaron la normalización de un
sector que prácticamente escapaba a la vigilancia oficial en los primeros decenios del
siglo. Se puso en vigencia un plan de estudios obligatorio, se especificaron las materias
cursadas, los programas de estudio y su intensidad horaria, al tiempo que el Ministerio
de Educación monopolizó la expedición de los diplomas de bachiller. La ausencia de
instituciones para la formación de docentes en el nivel de educación secundaria, uno de
los mayores problemas de la educación oficial, fue superado con la creación de tres
facultades de educación (1932-1934) convertidas posteriormente en la Escuela Normal
Superior. Igualmente, para garantizar una mayor vigilancia en este nivel, se creó la
inspección nacional de secundaria. A esta serie de reglamentaciones se opusieron
intereses privados y especialmente religiosos, dando pie a discusiones sobre la libertad
de enseñanza, argumento con el que se defendía la autonomía de los establecimientos
educativos. Simultáneamente los colegios católicos continuaron su vigorización, no sólo
a nivel cuantitativo sino también a nivel de cohesión ideológica. En 1938 se fundó la
Confederación de Colegios Católicos tendiente a la promoción y defensa de la
educación católica de la juventud. Reconociendo su carácter elitista, en una conferencia
episcopal se afirmaba que el nervio central de la educación católica de las clases
dirigentes se hallaba en los colegios privados de segunda enseñanza. La confederación
alcanzó perspectivas internacionales al transformarse en 1942 en Confederación
Interamericana de Colegios Católicos, editando la Revista Interamericana de Educación,
la cual jugó un papel importante en la difusión de los principios de la Pedagogía
Católica.
Universidades: La reforma universitaria ha sido considerada como uno de los mayores
logros en las transformaciones acaecidas en este período, pues en ella se concentró gran
parte del presupuesto y tuvieron mayor coherencia las disposiciones legislativas. En los
diversos planteamientos se encuentra latente la preocupación por formar un cuerpo de
intelectuales, que elabore desde nuevas perspectivas, teorías explicativas sobre diversos
ámbitos de la realidad nacional, y que se desempeñe en las ocupaciones surgidas como
consecuencia de una sociedad en crecimiento, fenómenos que dieron paso a la
diversificación de las profesiones académicas. Más que un cambio en las estructuras
materiales, la reforma universitaria requería de una transformación en el orden
ideológico, que le permitiera cumplir con los fines propios de la educación profesional,
los cuales se consideraron de índole científica, social y académica. En el orden
científico se debía desarrollar la investigación prácticamente inexistente en el país. A
nivel social debía darse una mayor democratización al tiempo que una mejor
especialización, elemento “imperioso en el trabajo racionalizado”. En el aspecto
económico la universidad debía cumplir una finalidad “nacionalista y política” puesto
que ella tenía que formar “los equipos de gobierno, dirección y administración del país”.
Además de formar estos equipos, se conceptuó que la universidad debía elaborar
discursos sobre las nuevas formas de existencia social, convirtiéndose en órgano de
difusión cultural por excelencia. La Universidad Nacional, situada en la capital de la
República y fundada en 1867, se concibió como el punto neurálgico de la reforma y
modelo a emular por las demás universidades del país. Se pretendía agrupar las
facultades dispersas, escuelas profesionales e institutos de investigación, en un todo que
les diera organicidad y que permitiera la racionalización de recursos. La unificación de
estas entidades, debía ser facilitada por la construcción de una ciudad universitaria que
le diera viabilidad a la propuesta. A estas ideas se les dio curso a través de la Ley 68 de
1935 en donde se consagró la reforma orgánica de la Universidad Nacional, se le otorgó
autonomía académica y administrativa, así como la posibilidad de allegar recursos
propios. El presupuesto educativo del período fue absorbido en buena parte por la
construcción de la ciudad universitaria (considerada entonces como uno de los
proyectos más ambiciosos en América Latina), a mediados de 1939 se habían invertido
2.056.498 en las obras y se proyectaba un gasto de cinco millones más entre 1940 y
1945. La ciudad universitaria inició la mayoría de sus labores en 1940, en 1946 contaba
con 3.673 estudiantes que representaban el 67% de los estudiantes adscritos en las
universidades oficiales y el 50% del total de los estudiantes universitarios.
Educación femenina
Los anhelos que en la década del veinte propendían por el acceso de la mujer a la
educación superior y al bachillerato completo, se vieron realizados en los decenios
siguientes. En 1933 el decreto 227 hizo extensiva la reforma de la enseñanza primaria y
secundaria a los establecimientos de educación femenina y posibilitó la emisión de
diplomas de bachiller, con lo cual se le permitió ingresar a la universidad. Buena parte
de la educación para la mujer se dirigió a inculcar conocimientos relacionados con su
condición de madre y esposa. En la enseñanza normalista se fortalecieron instituciones
femeninas que proporcionaron el personal docente para las escuelas primarias
femeninas; en el año de 1935 se fundaron las normas rurales que acogieron inicialmente
personal exclusivamente femenino. De las dos facultades de educación creadas en
Bogotá entre 1933 y 1934, una de ellas abrió sus puertas a la mujer, ya que como se
decía en la época “por nuestra educación y nuestro medio la carrera pedagógica es la
que menos obstáculos ofrece para el perfeccionamiento universitario de nuestras
mujeres”. Estas facultades y la creada en la ciudad de Tunja por estos mismos años,
dieron pie en 1936 a la Escuela Normal Superior en donde se impartió educación mixta.
La Universidad Nacional admitió mujeres a partir de 1936 en carreras como bellas artes,
farmacia, enfermería, arquitectura y odontología, calificadas como compatibles con la
función de servicio social que debía desempeñar la mujer. En 1937 se profesionalizó la
carrera de servicio o trabajo social, de carácter básicamente femenino. En 1946 el
Congreso autorizó la creación de los Colegios Mayores, concebidos como colegios
universitarios para mujeres, de los cuales se fundaron inicialmente uno en el
departamento de Cundinamarca y otro en el departamento de Antioquia. Allí se
ofrecieron estudios de filosofía y letras, secretariado, bacteriología, delineantes, servicio
social, periodismo, bibliotecología y cerámica. En 1943 la mujer representaba el 43% de
la población estudiantil, lo que, si bien en términos generales no parece un mal
porcentaje, es necesario matizarlo a medida que se asciende en los niveles educativos,
especialmente en el nivel de educación superior donde sólo representa el 2% de los
5.113 estudiantes inscritos en él. No cabe duda que la ampliación de la cobertura en la
educación femenina y con ella el acceso de la mujer a la universidad, constituye uno de
los hechos más importantes del período, ya que al finalizar la República Liberal cerca
de medio millón de mujeres recibían educación. Este avance se debe relacionar con los
logros alcanzados en el terreno de los derechos civiles y políticos, que fueron
consagrando a nivel de leyes los forcejeos de la mujer por acceder a los derechos
ciudadanos en pie de igualdad con el hombre.

También podría gustarte