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Bogotá distorsionada en la pantalla
Czestochowa Molina Serrano
1. El Cine en Colombia
y que «buena fama merece quien por su patria muere», también podrí-
amos decir que «la mala fama vuela como el ave y rueda como la mo-
neda, mientras que la buena en casa se queda».
Colombia es un país marcado por la huella del narcotráfico de
los años ´90, por Pablo Escobar y las Guerrillas, pero la realidad co-
lombiana no se reduce tan sólo a esto. En España también hay terro-
rismo y no es el rasgo distintivo de éste, nuestro país. En Alemania hubo 3
nazis y nadie piensa ahora en los teutones como meros asesinos. Qui-
zás sea por la tendencia generalizada a esgrimir las miserias ajenas, por
el testimonio nada afortunado y parcial de algunos ciudadanos de este
país y a la proximidad de la década «del terror», por lo que, en general,
todo aquel que no ha tenido un poco de curiosidad por conocer la re-
alidad de esta nación precolombina, asocia directamente su nombre con
cocaína, asesinos, terroristas y caos en general.
Esta particular visión es la que tienen en Hollywood. El estigma
de Colombia traspasa fronteras gracias a un cine, de alto presupuesto y
con actores reconocidos, otorgando una visión parcial e irreal, que si
bien es cierto que del todo lícita en el cine, es siempre la misma. En
este caso, nos centraremos en Bogotá, capital de Colombia, y en cómo
esta ciudad se ha visto transformada en selva unas veces, en Caribe en
otras, pero siempre para ser señalada como un lugar tenebroso en el que
la vida es cualquier cosa menos fácil y segura. Son numerosos los filmes
que desarrollan su acción, o parte de ésta, en Bogotá, o al menos eso
dicen. No podríamos entrar a comentarlos todos, pero de igual forma
no sería necesario debido a, como acabamos de señalar, la similitud en
la visión de gran parte de ellas.
Comenzaremos con un éxito de taquilla de no hace muchos años,
Sr. Y Sra. Smith (Doug Liman) de 2005 y protagonizada por Angelina
Jolie y Brad Pitt. Un matrimonio supuestamente aburrido busca ayuda
en un terapeuta para remediar su situación. Pero este tedioso estado fi-
nalizará por sí solo cuando ambos descubren que son asesinos a sueldo
y sus respectivos jefes les ordenan que acaben con la vida de su contra-
rio. Al comienzo de la película hacen referencia al día en que se cono-
cieron, situando esta acción en Bogotá. La escena arranca con un plano
aéreo de la ciudad, ardiendo en llamas por impactos de bomba y con el
sonido de las balas en las calles. Ya como ciudadanos de a pie, descu-
brimos una Bogotá de clima caliente, con ventiladores, gente ataviada
con ropa veraniega e incluso una Angelina Jolie con una vestimenta de
corte «ibicenco». La escena debió ser rodada en algún lugar del sur de
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Hablar de la visión de las ONG de las FARC, que creen que son un ejército co-
munista redentor del pueblo colombiano.
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Aclarar aquí que es «Cartel» y no «Cártel» como se acostumbra. Este error se
debe a la pronunciación anglosajona.
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Agujero en el que los narcos suelen guardar armas, droga o dinero.
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interior, «en la novela Satanás es una fuerza psíquica que ronda a los
personajes, que los desdobla, que los abre de mala manera. A cada uno
de ellos les espera un precipicio, una caída, un viaje a los infiernos». Bo-
gotá es el escenario de la masacre, pero la película está rodada, en su
mayor parte en interiores. No obstante no dejan de mostrar el centro de
Bogotá con la espectacular Avenida de Gonzalo Jiménez de Quesada
(fundador de la insigne ciudad), calle ésta recurrente en diversos celu- 9
loides por su gran belleza.
Esta avenida también aparecerá incesantemente en La gente de la
Universal, comedia negra dirigida por Felipe Aljure Salame en 1993.
Diógenes Hernández, ex policía, tiene una agencia de detectives en un
céntrico apartamento en Bogotá, donde además habita con su mujer
Fabiola. Su sobrino le ayuda en sus labores, además de mantener un ro-
mance con la esposa de éste. La verdadera trama se desencadena cuando
Gastón Arzuaga, mafioso español apresado en Colombia, recurre a la
Universal para que vigilen a su amante, una actriz porno llamada Mar-
garita. Además de poder ver insistentemente edificios insignes como el
Bancafé de la Avenida Jiménez, el apartamento en el que está sita la
agencia es realmente un apartamento de esta calle. También hay esce-
nas rodadas en el Centro Internacional de Bogotá, uno de los centros
financieros más importantes de Iberoamérica, situado en el centro de la
ciudad y que, contrastando con la arquitectura colonial recurrente en
esta zona, conforma una de las imágenes más distinguidas de la ciudad.
Con la participación de Canal+ España y el apoyo del Instituto
de la Cinematografía y las Artes Variadas (Ministerio de Cultura de Co-
lombia) y de los Fondos de Desarrollo Colombianos, se estrena Perder
es cuestión de método, en 2004. El director es Sergio Cabrera, hijo de
Fausto Cabrera, actor español emigrado por la Guerra Civil, que apa-
recerá en una de las escenas finales de filme, junto a su hijo, también co-
nocido en España por, entre otras, haber colaborado en la dirección de
la afamada serie de Televisión Española, Cuéntame cómo pasó. Un día,
la policía descubre un cuerpo empalado en la afueras de Bogotá, donde
tendrá lugar la mayor parte de la acción. El periodista Víctor Silampa
investiga el caso junto al que cree que es el hermano del empalado (in-
terpretado por César Mora, quien además de actor también es músico
e incluso interpreta uno de sus temas en la película). El dueño de la casa
de lenocinio a la que acude regularmente Silampa, está mezclado en el
turbio asunto, hecho que no favorece a Quica, una joven meretriz que
mantiene una relación más que profesional con el protagonista. El es-
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4. Conclusiones
En estas páginas se ha abordado la cuestión del cine en Colombia, y
más concretamente, la representación de Bogotá en la pantalla, desde
dos puntos de vista completamente diferentes. El de aquellos que no
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conocen el país más que por las noticias que remotamente les llegan a
través de los medios de comunicación, y el de aquellos otros que lo co-
nocen tan sobradamente que no tienen que ceñirse a las penurias este-
reotipadas, tan de todos conocidas, sino que pueden darle una
dimensión verdaderamente colombiana al cine que realizan.
Las conclusiones que en este momento podemos extraer de este
escrito, podrían no ceñirse estrictamente al cine, y extrapolarse a cual- 11
quier aspecto de la vida, que tenga que ver con la realidad, o con las
«realidades» que cada quien asume por conocimientos transmitidos a
través de distintas vías. ¿Cuál es la realidad de Colombia? ¿Cuál es la
realidad de Bogotá? La verdad de las cosas sólo puede ser aquella que
percibe cada uno sobre la existencia de las cosas. La verdad es un con-
cepto absoluto imposible de alcanzar. Pero lo que sí podemos lograr es
una verdad parcial, percibida gracias a la experiencia propia de las cosas,
a la percepción particular que se tenga de la realidad.
Experiencia propia de las cosas. Parece fácil. Pero en un mundo
en el que los medios de comunicación están presentes las veinticuatro
horas del día, en cualquier punto del planeta, para ocuparse de cual-
quier cosa (y digo cualquier cosa con todo el sentido del término «cual-
quiera», en el de su indeterminación y en el de su indignidad), es más
fácil asumir como propios los criterios que ya nos ofrecen elaborados
estos medios, que confeccionar unos propios. ¡Pobre de aquél que los
medios de comunicación decidan que es culpable! Porque ese estigma
será difícilmente obliterado.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de la Alemania Nazi,
decía que «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad».
Huelga comentar el desastre que llegó a provocar la brillantez de su es-
trategia. Quizá esto sea un tanto extremo a la hora de abordar el tema
que aquí tratamos. Pero creemos que ilustra bastante bien la esencia de
nuestro pensamiento.
Bogotá, y en general, Colombia, han pasado por momentos po-
líticos y sociales, muy complejos. Durante la década de 1990, las gue-
rrillas, el narcotráfico y el sicariato, marcaron estos años de una forma
muy dura para el país. Esto es un hecho, una realidad. Pero igualmente
lo es, que esa condición de país marcado por la violencia no sea indele-
ble. Colombia fue un país lleno de conflictos, pero poco a poco se han
ido superando. Y es triste que una nación con el encanto y la riqueza na-
tural, cultural, artística y social de Colombia, sólo sea publicitada por
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12 Bibliografía