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Bogotá distorsionada en la pantalla
Czestochowa Molina Serrano

1. El Cine en Colombia

Colombia es un país de importante tradición cinematográfica desde


que el cinematógrafo llega a Colombia en 1897, tan sólo dos años des-
pués de que lo crearan los hermanos Lumière. A pesar de esta pronta lle-
gada, habrá que esperar hasta 1922 para ver el primer largometraje de
temática típicamente colombiana, María, basado en la clásica y ro-
mántica novela de Jorge Isaacs.
En un primer momento, los filmes se reducirán a recoger la rea-
lidad del paisaje, no tendrán una intención narrativa concreta. Con la
llegada del cine mudo este hecho varía y comienza a crecer lo que lle-
gará a ser una floreciente industria del cine en el citado país iberoame-
ricano, hasta la crisis de los años ´30. El aspecto económico incide en
un momento de transición entre el cine mudo y el sonoro. Al ser este
último mucho más costoso que el anterior, no encontró en esta famosa
década el apoyo que necesitaba. Esto, sumado a que la inversión que
podía hacerse en el cine colombiano en ningún caso alcanzaba la cifra
hollywoodiense y a la creciente competencia que encontraba en otros
países cercanos como Argentina o México, propició que los estudios co-
lombianos cerraran sus puertas para dar paso únicamente a proyeccio-
nes extranjeras.
Habrá que esperar a la década siguiente para asistir al resurgir del
cine en este país, y años más tarde, en 1978 se crea FOCINE, la Compa-

Francisco Salvador Ventura (Ed.): Cine y ciudad. Santa Cruz de Tenerife:


Intramar Ediciones, 2010, XXXX.
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ñía de Fomento Cinematográfico que administraba el Fondo de Fo-


mento Cinematográfico. Éste se mantendrá hasta la década de los ´90
en que desaparece, a pesar de lo cual se seguirán haciendo celuloides de
gran calidad. En 2003, por iniciativa del gobierno de Álvaro Uribe
Vélez, se aprueba la Ley del Cine para fomentar y salvaguardar la acti-
vidad cinematográfica en Colombia, evitando la financiación de los mis-
2 mos con el presupuesto nacional que oscila por el déficit fiscal.
La tradición fílmica en Colombia, desde el inicio de ésta, ha sido
importante pero no siempre uniforme en su temática. Si el primer cine
fue reflejo de la realidad circundante, poco a poco éste va consolidán-
dose como forma de expresión, adquiriendo su nueva dimensión artís-
tica y explotando los filmes como un nuevo lenguaje lleno de
posibilidades. Pero si bien podemos hablar de películas colombianas, la
falta de homogeneidad en su estilo nos impide hacer lo propio con el
concepto de cine colombiano. Cada película se verá marcada por la im-
pronta del director de tan diversa manera que esto nos hace hablar de
la falta de estilo unificado.
En general, el cine en Colombia se ha enfocado a reflejar la rea-
lidad nacional, el asunto es quién ve la realidad y cómo la interpreta. Es
grande el número de películas dedicadas al conflicto armado, (el sica-
riato, el narcotráfico, la guerrilla…), pero, ¿no hay más asuntos del pue-
blo colombiano que sean interesantes para llevar a la gran pantalla? ¿o
es que el público no está preparado para esta temática diversa pero sí se
interesa morbosamente por los problemas de aquel que denominamos
como «Tercer Mundo»? En cualquier caso, lo que sí es cierto, es que las
películas colombianas son reflejo de una realidad o espíritu colombiano,
como La gente de la Universal (Felipe Aljure, 1993) o La estrategia del
Caracol (Sergio Cabrera, 1993), entre otras. Sólo si se conoce la idio-
sincrasia del pueblo colombiano se puede llegar al total entendimiento
de los mismos, aunque la ausencia de éste no será impedimento para la
positiva valoración de estos filmes, dada su elevada calidad artística.

2. Bogotá en el cine internacional


Colombia no ha sido un país afortunado en cuanto a lo que de él se ha
publicitado. Ni siquiera el propio país Iberoamericano ha sido cuida-
doso con respecto a la imagen que hacia el exterior transmitía. Y así
como dicen que «el que no tiene fama no existe», que «cría fama y échate
a dormir, críala mala y échate a morir», que «buena fama es buena cama»
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y que «buena fama merece quien por su patria muere», también podrí-
amos decir que «la mala fama vuela como el ave y rueda como la mo-
neda, mientras que la buena en casa se queda».
Colombia es un país marcado por la huella del narcotráfico de
los años ´90, por Pablo Escobar y las Guerrillas, pero la realidad co-
lombiana no se reduce tan sólo a esto. En España también hay terro-
rismo y no es el rasgo distintivo de éste, nuestro país. En Alemania hubo 3
nazis y nadie piensa ahora en los teutones como meros asesinos. Qui-
zás sea por la tendencia generalizada a esgrimir las miserias ajenas, por
el testimonio nada afortunado y parcial de algunos ciudadanos de este
país y a la proximidad de la década «del terror», por lo que, en general,
todo aquel que no ha tenido un poco de curiosidad por conocer la re-
alidad de esta nación precolombina, asocia directamente su nombre con
cocaína, asesinos, terroristas y caos en general.
Esta particular visión es la que tienen en Hollywood. El estigma
de Colombia traspasa fronteras gracias a un cine, de alto presupuesto y
con actores reconocidos, otorgando una visión parcial e irreal, que si
bien es cierto que del todo lícita en el cine, es siempre la misma. En
este caso, nos centraremos en Bogotá, capital de Colombia, y en cómo
esta ciudad se ha visto transformada en selva unas veces, en Caribe en
otras, pero siempre para ser señalada como un lugar tenebroso en el que
la vida es cualquier cosa menos fácil y segura. Son numerosos los filmes
que desarrollan su acción, o parte de ésta, en Bogotá, o al menos eso
dicen. No podríamos entrar a comentarlos todos, pero de igual forma
no sería necesario debido a, como acabamos de señalar, la similitud en
la visión de gran parte de ellas.
Comenzaremos con un éxito de taquilla de no hace muchos años,
Sr. Y Sra. Smith (Doug Liman) de 2005 y protagonizada por Angelina
Jolie y Brad Pitt. Un matrimonio supuestamente aburrido busca ayuda
en un terapeuta para remediar su situación. Pero este tedioso estado fi-
nalizará por sí solo cuando ambos descubren que son asesinos a sueldo
y sus respectivos jefes les ordenan que acaben con la vida de su contra-
rio. Al comienzo de la película hacen referencia al día en que se cono-
cieron, situando esta acción en Bogotá. La escena arranca con un plano
aéreo de la ciudad, ardiendo en llamas por impactos de bomba y con el
sonido de las balas en las calles. Ya como ciudadanos de a pie, descu-
brimos una Bogotá de clima caliente, con ventiladores, gente ataviada
con ropa veraniega e incluso una Angelina Jolie con una vestimenta de
corte «ibicenco». La escena debió ser rodada en algún lugar del sur de
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Estados Unidos, o incluso fabricada en estudio, pero desde luego, eso


no es Bogotá. La capital de Colombia está a más de dos mil seiscientos
metros de altitud sobre el nivel del mar. No hace ni mucho menos calor
y además las precipitaciones son constantes. El toque definitivo lo pone
el Sr. Smith cuando le lleva románticamente el desayuno a la que será
su esposa en el futuro, y le dice que ha tenido que ordeñar una cabra
4 para poder tener leche en el desayuno porque allí no se puede comprar
envasado el citado alimento. Una ciudad de mas de ocho millones de
habitantes, con uno de los centros financieros, culturales e industriales
más importantes de Sudamérica y con una oferta gastronómica recono-
cida mundialmente, no tiene donde vender leche y para conseguirla hay
que ordeñar una cabra. Creo que esto no amerita mayor comentario.
De 2008 y también estadounidense es Tras de la Línea enemiga:
Colombia (Tim Matheson). Está rodada en Puerto Rico, hecho que no
es en este caso especialmente grave ya que la mayor parte de la película
es en parajes naturales donde se oculta la guerrilla. El problema se pre-
senta a la hora de mostrar a Bogotá como una población de tierra ca-
liente y sus habitantes, a falta de actores colombianos, están
interpretados por mexicanos y portorriqueños. Se tiende a pensar que
Iberoamérica es un país, en el que todo el mundo es igual, hay los mis-
mos problemas y que son étnicamente similares. Iberoamérica es más de
medio continente, con semejanzas culturales que se deben a la etapa
colonial española pero en el que conviven más de veinte países con una
identidad cultural propia. Por tanto no es igual ser mexicano que co-
lombiano como no es lo mismo ser chino que japonés. Ésta es la típica
película americana de guerra, con una acción que podría estar suce-
diendo en Corea, en Vietnam o en cualquier parte del mundo en la que
haya habido un conflicto con esta nación, con bombas, explosiones y
soldados fornidos que ponen sus vidas en peligro al servicio de su pa-
tria, que se lanzan presta y desinteresadamente a ayudar a un estado en
guerra, enviando allí un gran contingente de ayuda militar que luchará
contra el terrorismo de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia1). Estados Unidos se presenta una vez más como redentora
del mundo.

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Hablar de la visión de las ONG de las FARC, que creen que son un ejército co-
munista redentor del pueblo colombiano.
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En 2011 se estrenará Colombiana, coproducida por Estados Uni-


dos y Francia, dirigida por Oliver Megaton y escrita por Luc Besson.
Trata sobre una joven que, tras presenciar el asesinato de sus padres, no
descansa hasta convertirse en una asesina a sueldo que en su tiempo
libre busca al verdugo para poder vengarse. De ésta aún no existen imá-
genes, pero sí sabemos que la acción se desarrolla en Bogotá, o al menos
parte de ésta, pero las locaciones se sitúan, únicamente en Estado Uni- 5
dos y México, así que suponemos que esta capital se mostrará con el
ambiente Tex Mex de tantas otras.
A esta práctica de utilizar México como locación para suplantar
Bogotá, se une Ecuador, concretamente Quito, que también ha servido
en más de una ocasión para hacerse pasar por la ciudad colombiana. La
distancia entre Estados Unidos y Ecuador es prácticamente la misma
que entre el país norteamericano y Colombia, por lo que no creemos
que sea una cuestión de cercanía. Asimismo, tampoco creemos que el
factor económico sea el determinante, por lo que suponemos que este
hecho es debido al temor de los directores y sus equipos de producción
de grabar en una ciudad en la que piensan se concentran todos los males
del mundo: corrupción, terrorismo, delincuencia callejera… No se
puede negar, y tampoco es el propósito, que Colombia no siempre ha
gozado de un estado de gracia en lo que a sus asuntos sociales se refiere,
incluso es cierto que aún queda mucha labor por hacer. Pero también
es cierto que, incluso en la etapa más ardua de las guerrillas, Bogotá
nunca ha sido un territorio dominado por éstas, que siempre se han
mostrado más proclives a terrenos más agrestes y que les proporciona-
ran un lugar de fácil refugio. Por tanto, Bogotá no ha sido ni más ni
menos peligrosa que una gran urbe de cualquier país del mundo.
Como ejemplo, podemos citar Peligro Inminente (Phillip Noyce),
basada en la novela de Tom Clancy, estrenada en 1994 y con estrellas
de Hollywood como Harrison Ford y Willem Dafoe. Un amigo perso-
nal del presidente de los Estados Unidos es asesinado por miembros de
un Cartel2 de la droga en Colombia. Harrison Ford es nombrado Jefe
en Funciones del FBI (por enfermedad del titular) y tendrá que investi-
gar el asunto y su verdadero trasfondo. Este filme está rodado en Esta-
dos Unidos, en México (en la capital y en Veracruz) y en Ecuador

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Aclarar aquí que es «Cartel» y no «Cártel» como se acostumbra. Este error se
debe a la pronunciación anglosajona.
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(Quito). En los países iberoamericanos se graban, obviamente, los pla-


nos en los que debería aparecer alguna ciudad colombiana. Pero en el
caso de esta película, a pesar de que hay muchos detalles que permiten
adivinar al espectador que eso no es Bogotá, no es tanto la imagen fo-
tográfica de esta ciudad la que falla como el concepto de la situación so-
cial y cultural del país. En el aeropuerto que suplanta al Dorado en
6 Bogotá, advertimos la presencia de diversos aviones ecuatorianos, las
haciendas son las típicas mexicanas, y en las calles de la recreada Bo-
gotá las placas con el nombre de las calles son las de México D.F. y no
como las de la urbe que nos incumbe. Pero como hemos dicho, estos de-
talles pueden no resultarnos gravosos, si bien sí lo son aspectos como
que se afirme abiertamente que la comida colombiana y la mexicana,
además de ser malas, son iguales, y que en Bogotá no se puede beber
agua del grifo. Esto último quizá sea como prevención para no conta-
giarse o permutar en un terrorista despiadado y sangriento, después del
asco o la gastroenteritis trepidante que seguro que contraen.
La visión equívoca que, en general, el cine estadounidense tiene
de Bogotá, se hace extensiva al resto de ciudades colombianas, y cual-
quiera de los aspectos de su cultura. Así, la lista de películas, además de
las comentadas, que podemos citar, con este rasgo distintivo, son nu-
merosas (Daño colateral, dirigida por Andrew Davis en 2002, protago-
nizada por Schwarzenegger; y Tras el corazón verde, dirigida por Robert
Zemeckis y con Michael Douglas…). Vemos locaciones diversas en sus-
titución de las ciudades mencionadas en cuestión, manifestaciones cul-
turales inexistentes en los supuestos lugares en los que se desarrolla la
acción (festivales, ferias…), los actores que interpretan a los colombia-
nos son de diversas nacionalidades (ecuatorianos, portorriqueños, me-
xicanos…) con sus consiguientes entonaciones y matices lingüísticos, y
un sinfín de elementos, que, si bien es cierto no son malintencionados,
sí pueden llegar a resultar, cuando menos, bastante molestos. Al espec-
tador no le queda más que disfrutar, si puede, del tiempo que dure la
proyección y, en el mejor de los casos, difundir entre los círculos más
cercanos la verdadera situación de un país tan vituperado.

3. Bogotá en el cine colombiano


A la visión, anteriormente comentada, que se tiene de Colombia en el
extranjero, contribuye bastante la ausencia de propaganda positiva por
parte de las altas personalidades de esta nación e incluso por los ciuda-
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danos de a pie. Insistimos en que los problemas sociales, ciertamente,


han acuciado a este país y lo han marcado durante un periodo de tiempo
nada despreciable. Pero hay mucho más que exportar de este país ibe-
roamericano y ésa es una labor que, si no la emprenden los propios co-
lombianos, no la va a emprender nadie.
La heterogeneidad del cine en Colombia, no permite hablar de éste
como un todo unitario. En general, las temáticas mas frecuentes en estos 7
celuloides son el conflicto armado y aspectos cotidianos de la vida desde
un punto de vista puramente colombiano. El primero es más conocido y
más fácil de comprender por cualquiera. El segundo ya requiere, más es-
pecíficamente, de un mínimo de impregnación de la cultura colombiana
por parte del espectador. Por esto es más fácil, y sobre todo más rentable,
entregarse a la primera opción que a la segunda. Lo que sí es común a
todas ellas, como no podía ser de otra manera, es que en cualquier caso
Bogotá sí es Bogotá, lo que, visto lo visto, ya es de agradecer.
De muy escasa calidad cinematográfica es El Arriero, de 2009 y
dirigida por Guillermo Calle. Producida gracias a los Fondos de Des-
arrollo Cinematográfico de Colombia y a Radio Cadena Nacional de
Colombia (RCN), y cuya producción de sonido fue llevada a cabo en
España. Ancízar López, interpretado por Julián Díaz, para mejorar su
nivel de vida y poder estar con la mujer que ama, debe conseguir dinero
y opta por la vía fácil, convertirse en «mula» (correo humano del nar-
cotráfico). Tan exitoso es en el citado puesto, que sus superiores lo as-
cienden a «arriero» (el encargado de captar las «mulas»). Pero diversas
circunstancias lo llevan a perder casi todo lo que tiene, incluida su
mujer. Las ciudades protagonistas de esta película son Barranquilla y
Madrid, que son las ciudades en donde principalmente se desarrolla la
acción. Bogotá aparece tan levemente y escasa de protagonismo que ni
siquiera merece comentar.
En Soñar no cuesta nada (Rodrigo Triana, 2006), la acción no
ocurre en la capital colombiana. Unos soldados del Ejército Nacional
de Colombia, son enviados a la selva a rescatar a unos estadounidenses
que han caído en manos de la guerrilla. En el transcurso del rescate en-
cuentran una «caleta3» con millones de dólares. Lejos de devolver este
dinero, optan por quedárselo y hacerse millonarios, aunque la dicha no
durará apenas nada. Lo que sí sale de Bogotá es este film, es el lugar de

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Agujero en el que los narcos suelen guardar armas, droga o dinero.
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«recreación» de los soldados, tanto antes como después de «dar el golpe»:


el lupanar «La Piscina», uno de los más famosos que hay en Bogotá,
desde los ´90, ya que era uno de los favoritos de los «traquetos» (narcos
de poca monta). Característico éste por contar con una piscina (como
su nombre indica), alrededor de la que se disponen las mesas en las que
los clientes disfrutan de los espectáculos que tienen que ver con el acuá-
8 tico lugar.
Más conocida es María, llena eres de gracia, opera prima del di-
rector Joshua Merston, estrenada en 2004 y coproducida por Estados
unidos y Colombia. La acción comienza en la Sabana de Bogotá, en la
que la ocupación laboral fundamental es la crianza, limpieza y comer-
cio de flores. María, interpretada por Catalina Sandino, se dedica a esta
labor hasta que queda embarazada y se despide para probar suerte en la
capital. Allí es captada como «mula» y enviada a Estados Unidos. En el
aeropuerto de Nueva York es detenida, pero las autoridades no pueden
probar su culpabilidad como traficante de drogas, ya que no pueden
radiografiarle el estómago (donde llevaba la droga) por estar «en estado
de gracia». El director consideró de extremado peligro rodar el filme en
Colombia, por lo que tuvieron que recurrir a las triquiñuelas ya citadas.
Los pueblos están recreados en Ecuador, teniendo que pintar gran nú-
mero de fachadas de diversos colores, hecho éste no recurrente en el
país de acogida del rodaje. Sí es cierto que hay imágenes de la verdadera
Bogotá, pero serán únicamente aquellas que muestren planos genéricos
ambientales de la gran urbe. Los planos más cerrados en los que se ve a
la protagonista, no son en la citada capital.
Basada en un hecho real recogido en la novela «Satanás» de Mario
Mendoza es la película colombiana del mismo nombre, dirigida por
Andrés Baiz Ochoa y estrenada en 2007. Campo Elías Delgado, co-
lombiano reclutado en Estados Unidos para la Guerra de Vietnam,
vuelve a Bogotá y se gana la vida como profesor de inglés. Su interés por
la literatura le lleva a cursar estudios superiores en la Pontificia Univer-
sidad Javeriana, donde coincide con Mario Mendoza. Ser reprimido y
antisocial, un día asesinó a más de veinte personas en la capital de Co-
lombia, la mayor parte de ellas en un restaurante italiano llamado Po-
zetto. Entre los asesinados se hallaban su madre, su alumna y la madre
de ésta. La misma mañana de la tragedia, el autor de la novela había
compartido una charla con Campo Elías, hecho que marcó profunda-
mente al escritor y que lo llevó a crear su relato. Según comenta el pro-
pio Mendoza, la novela no trata de violencia militar, es violencia
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interior, «en la novela Satanás es una fuerza psíquica que ronda a los
personajes, que los desdobla, que los abre de mala manera. A cada uno
de ellos les espera un precipicio, una caída, un viaje a los infiernos». Bo-
gotá es el escenario de la masacre, pero la película está rodada, en su
mayor parte en interiores. No obstante no dejan de mostrar el centro de
Bogotá con la espectacular Avenida de Gonzalo Jiménez de Quesada
(fundador de la insigne ciudad), calle ésta recurrente en diversos celu- 9
loides por su gran belleza.
Esta avenida también aparecerá incesantemente en La gente de la
Universal, comedia negra dirigida por Felipe Aljure Salame en 1993.
Diógenes Hernández, ex policía, tiene una agencia de detectives en un
céntrico apartamento en Bogotá, donde además habita con su mujer
Fabiola. Su sobrino le ayuda en sus labores, además de mantener un ro-
mance con la esposa de éste. La verdadera trama se desencadena cuando
Gastón Arzuaga, mafioso español apresado en Colombia, recurre a la
Universal para que vigilen a su amante, una actriz porno llamada Mar-
garita. Además de poder ver insistentemente edificios insignes como el
Bancafé de la Avenida Jiménez, el apartamento en el que está sita la
agencia es realmente un apartamento de esta calle. También hay esce-
nas rodadas en el Centro Internacional de Bogotá, uno de los centros
financieros más importantes de Iberoamérica, situado en el centro de la
ciudad y que, contrastando con la arquitectura colonial recurrente en
esta zona, conforma una de las imágenes más distinguidas de la ciudad.
Con la participación de Canal+ España y el apoyo del Instituto
de la Cinematografía y las Artes Variadas (Ministerio de Cultura de Co-
lombia) y de los Fondos de Desarrollo Colombianos, se estrena Perder
es cuestión de método, en 2004. El director es Sergio Cabrera, hijo de
Fausto Cabrera, actor español emigrado por la Guerra Civil, que apa-
recerá en una de las escenas finales de filme, junto a su hijo, también co-
nocido en España por, entre otras, haber colaborado en la dirección de
la afamada serie de Televisión Española, Cuéntame cómo pasó. Un día,
la policía descubre un cuerpo empalado en la afueras de Bogotá, donde
tendrá lugar la mayor parte de la acción. El periodista Víctor Silampa
investiga el caso junto al que cree que es el hermano del empalado (in-
terpretado por César Mora, quien además de actor también es músico
e incluso interpreta uno de sus temas en la película). El dueño de la casa
de lenocinio a la que acude regularmente Silampa, está mezclado en el
turbio asunto, hecho que no favorece a Quica, una joven meretriz que
mantiene una relación más que profesional con el protagonista. El es-
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cenario de este film también será el centro de Bogotá, sus alrededores y


los barrios de invasión situados sobre la Autopista Circunvalar, zonas de
la periferia de la capital, en la que se instalan miembros de la clase des-
favorecida, tomando posesión sin derecho legal, impulsados por su mala
situación económica.
Once años antes el mismo director había estrenado La estrategia
10 del caracol, catapultándose a la fama. Promovida por FOCINE, obtuvo
gran número de galardones en festivales de todo el mundo, entre los
que podemos contar con Huelva o Valladolid. Con un guión especta-
cular y un elenco de actores colombianos muy reconocidos (Víctor Ma-
llarino, Alberto Camargo, Humberto Dorado, Frank Ramírez, Vicky
Hernández, Florina Lemaitre…) además de la gran actuación de Fausto
Cabrera, esta película se recrea en Bogotá, sobre todo en el histórico ba-
rrio de la Candelaria, que se ha ido fraguando desde la llegada de los pri-
meros españoles durante la colonia. Los inquilinos de una casa en el
centro de Bogotá van a ser desalojados por el dueño del edificio, por
puros intereses económicos, después de toda una vida viviendo en él.
Éstos, con Don Jacinto a la cabeza (Fausto Cabrera) traman una «es-
trategia» para evitar el desalojo o marcharse lo más dignamente posible.
Esta película es de los ´90, década en la que muchos de los directores
hollywoodienses no rodaban en Bogotá por temor a ser aniquilados por
las fuerzas del mal. Pues bien, este film está íntegramente rodado en
Bogotá, con multitud de exteriores en diversas zonas de la ciudad, y po-
demos percatarnos de que no hay bombas, ni llamas, ni la gente camina
asustada y temerosa de sus vidas. La ciudad no es un escenario del ho-
rror y del terror, es una más en la película. Es protagonista la pillería co-
lombiana, la agudeza del que no tiene, del pobre al que la ley atropella
sin más remedio ni defensa, de David contra Goliat. Es una cinta con
una música, guión, ambientación, estructura narrativa, fotografía, etc.,
impecables, donde los protagonistas, están desposeídos de un sinfín de
cosas materiales, pero aún les queda lo más importante, su dignidad,
una dignidad que reclamamos para una ciudad espléndida como lo es
Santa Fé de Bogotá.

4. Conclusiones
En estas páginas se ha abordado la cuestión del cine en Colombia, y
más concretamente, la representación de Bogotá en la pantalla, desde
dos puntos de vista completamente diferentes. El de aquellos que no
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conocen el país más que por las noticias que remotamente les llegan a
través de los medios de comunicación, y el de aquellos otros que lo co-
nocen tan sobradamente que no tienen que ceñirse a las penurias este-
reotipadas, tan de todos conocidas, sino que pueden darle una
dimensión verdaderamente colombiana al cine que realizan.
Las conclusiones que en este momento podemos extraer de este
escrito, podrían no ceñirse estrictamente al cine, y extrapolarse a cual- 11
quier aspecto de la vida, que tenga que ver con la realidad, o con las
«realidades» que cada quien asume por conocimientos transmitidos a
través de distintas vías. ¿Cuál es la realidad de Colombia? ¿Cuál es la
realidad de Bogotá? La verdad de las cosas sólo puede ser aquella que
percibe cada uno sobre la existencia de las cosas. La verdad es un con-
cepto absoluto imposible de alcanzar. Pero lo que sí podemos lograr es
una verdad parcial, percibida gracias a la experiencia propia de las cosas,
a la percepción particular que se tenga de la realidad.
Experiencia propia de las cosas. Parece fácil. Pero en un mundo
en el que los medios de comunicación están presentes las veinticuatro
horas del día, en cualquier punto del planeta, para ocuparse de cual-
quier cosa (y digo cualquier cosa con todo el sentido del término «cual-
quiera», en el de su indeterminación y en el de su indignidad), es más
fácil asumir como propios los criterios que ya nos ofrecen elaborados
estos medios, que confeccionar unos propios. ¡Pobre de aquél que los
medios de comunicación decidan que es culpable! Porque ese estigma
será difícilmente obliterado.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de la Alemania Nazi,
decía que «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad».
Huelga comentar el desastre que llegó a provocar la brillantez de su es-
trategia. Quizá esto sea un tanto extremo a la hora de abordar el tema
que aquí tratamos. Pero creemos que ilustra bastante bien la esencia de
nuestro pensamiento.
Bogotá, y en general, Colombia, han pasado por momentos po-
líticos y sociales, muy complejos. Durante la década de 1990, las gue-
rrillas, el narcotráfico y el sicariato, marcaron estos años de una forma
muy dura para el país. Esto es un hecho, una realidad. Pero igualmente
lo es, que esa condición de país marcado por la violencia no sea indele-
ble. Colombia fue un país lleno de conflictos, pero poco a poco se han
ido superando. Y es triste que una nación con el encanto y la riqueza na-
tural, cultural, artística y social de Colombia, sólo sea publicitada por
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su violencia. Y esto también es un hecho, otra realidad. Otra realidad


que parece ser menos atractiva que la primera.
Dejemos de hacer juicios perpetuos. Abramos realmente nuestra
mente a otros puntos de vista y, sobre todo, seamos capaces de percibir
la realidad con un criterio propio.

12 Bibliografía

CADAVID MARULANDA, Álvaro, La memoria visual de la narrativa colombiana en el


cine, Premios nacionales de cultura, Universidad de Antioquia, Antioquía,
2006.
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tálogo de la exposición organizada en el citado museo del 18 de octubre de
2007 hasta el 28 de enero de 2008, Bogotá, 2007.

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