Desaciertos en La Mañana

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Desaciertos en la mañana

El teléfono sonaba y por leves momentos me parecía desconocido, como si su


sonido hubiese cambiado, era más dulce, como el mugido de un soprano, tal vez,
había cambiado o tal vez me estaba quedando sordo, el hecho es que estaba en
mi cuarto, y el juicio de parís se dibujaba mohosamente por el techo, era un
arcoíris húmedo el cual se esparcía y la manzana que celosamente era
arrebatada por las diosas se llenaba de un color negro. El día era caluroso y no
me había desvestido, toda mi ropa estaba empapada, algo de linfa y vomito se
agrupaban hasta mis suelas, había pasado una noche de juerga y mi existencia
estaba en pedazos, algunas aspas cobrizas y rosas deambulaban, atravesaron las
ventanas, estaba amaneciendo. Acerque el teléfono a mi cara.

-Diga

-Hola, John ¿te desperté?

-Claro que no, querida.

-Muy bien, entonces ¿podemos vernos hoy, en la cafetería de Jimmy?

-Claro, vamos a coger ¿cierto?

-si John, vamos a coger pero primero comeremos algo.

-Genial, lo preguntaba para fantasear en el camino, detesto desgastar mi


imaginación en mujeres que no me tirare.

-sí, lo sé, me dijiste lo mismo ayer.

-¿ayer?

-sí, John ¿no recuerdas que nos conocimos ayer?

-conozco y olvido a muchas personas, es fácil cuando siempre vas ebrio.

-que romántico eres, me encanta eso de ti.

-lo sé, a todas les gusta eso de mí, dame un momento, me baño y voy.

Colgué y me dirigí al baño, llevaba tanto tiempo estreñido que mi vientre


comenzaba a hincharse, me senté en el sanitario y tome el periódico, nada
interesante, los periódicos tiran la misma basura siempre, escándalos de
corrupción, extravagancias de celebridades, mierda en los deportes, asesinatos
de buenas personas y asesinatos de malas personas, en fin, cada día la mismas
cosas, solo una cosa me alegro y fue el suicidio de un viejo colega, se había
colgado al frente de la casa de su ex. Pobre imbécil, el sujeto era un genio, el
problema es que sabía amar y en esta época es un pecado grave. Solté un par de
carcajadas y sentí como mis intestinos se revolvían, seguí riendo cada vez con
más fuerza, las carcajadas pasaron a llantos, los llantos a gozo, el gozo a tristeza
y la tristeza a dolor, el mojón que había cagado me había abierto el culo.

Fui hasta la cocina en busca de una cerveza mientras un hilo de sangre se


escapaba de mis nalgas, era como la cola de un diablillo, y por ello me sentía algo
orgulloso, había dado a luz una serpiente roja. Un lazo que me conecta al infierno
se escurría por el apartamento, la cerveza estaba fría y el cigarrillo era barato, era
un hombre feliz, hasta que note que me habían robado el televisor.

Pase el día sentado, esperando que por alguna casualidad apareciera ese viejo
trasto, que tocara a la puerta arrepentido y famélico, como muchas mujeres lo han
hecho, pero sé que no volvería por su cuenta. Ese pedazo de basura viejo y
oxidado valía mucho más que los intentos de poemas que me recitaban estúpidas
viajeras, esa basura valía más que muchos de mis relatos y ahora se había ido,
por lo menos algunas putas daban una explicación, un, ya no te amo, o un, me he
dado cuenta que me tengo que amar a mi primero, excusas estúpidas de mujeres
estúpidas, que solo lo dicen para salir a coger con otros sujetos, pero de mi viejo
amigo no encontré ningún pretexto, solo se había ido dejando una silueta de polvo
donde estuvo tantos años.

La noche llego y ahí estaba yo, un hombre acercándose a los sesenta con el culo
ensangrentado y sin televisión, llevaba un rato sonando el teléfono, no quería
contestar, de seguro seria la zorra que quede por tirarme y no es saludable
cogerse la misma mujer más de una vez, pero digo esto más por mi perdida,
nunca le he dicho a una mujer que no y esta vez tampoco saldría de mi boca
negarme, es más fácil ignorar a las malditas, aman eso, que las ignores, que le
demuestres que no les importa, joder, se pone calientes cuando saben que no las
aman, pero tal vez, fuera el, llamándome desde alguna estación de buses,
esperando que fuera a recogerlo, si, tal vez, era el, ya que dejo su antena y su
control remoto seguía en la mesa.

Dormitaba en el silencio, en ese incomodo silencio que ocultaba con la distorsión


del televisor, dormitaba porque estaba solo, bueno, me sentía solo. La soledad es
algo relativa y en mi caso, soy feliz conmigo mismo, si tengo que escuchar las
idioteces de alguien prefiero escuchar las mías o las que decían por la tv, pero ya
no lo recordare más, si se marchó o lo obligaron a irse, fue más por su decisión,
¿por qué no peleo? Yo hubiera escuchado la estática de sus luchas. Esa caja
mugrosa me quiso abandonar y está bien, al diablo con el, buscare algo que
detenga el silencio, que detenga los murmullos de mis lóbulos.
Al siguiente día golpearon la puerta con tanta fuerza que jure que era el loco de
Steven, un tipo al que le debía dinero; el cual no pensaba pagar ¿cómo carajos
habría dado con mi dirección? Recuerdo darle la dirección del puticlub donde
mantenía, y ya no pensaba volver a ese sitio, fue una buena decisión, así no
volvía a tirarme a los abscesos que merodeaban el lugar y no le vería ese pelo
pasudo que le salía de la nariz a ese lunático.

Me escurrí hasta el rabillo de la puerta, era el, por dios, era el, no Steven, era mi
viejo televisor, mi viejo y leal amigo. Abrí la puerta de golpe y lo tome entre mis
brazos, lo arrebate de las manos de Nicole, lo alce por los aires como si se tratara
de un niño.

-Joder, John ¿porque no contestas el maldito teléfono?

-¿Por qué debería de hacerlo?

-Pues para que me ayudaras a subir ese trasto a tu piso.

-¿Por qué lo tenías? ¿Quién carajos, te dio permiso de tenerlo?

-Acaso no recuerdas que lo empeñaste por algo de vino la noche pasada.

-Cómo iba a recordar eso.

-Fui a la prendería por el, me prometiste que escucharías uno de mis poemas si te
daba el dinero para algo de vino, pero como no lo tenía te dije que empeñaras tu
televisor, así que hoy fui por el ¿escucharas mi poema?

-Dispara.

-Tus ojos son mi flor favorita.

-Muy bien, continúa.

-Eso es todo ¿qué te pareció?

-Vete a la mierda.

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