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-Ssabes que eso no es cierto, Harry - dijo John, mientras se sentaba en un sofá
roto que habían puesto en el balcón. Pretendemos conocer a las mujeres pero ni
ellas se han podido conocer, solo a veces logramos identificar algunas de las
máscaras que normalmente usan, porque detrás de esas dulces expresiones, no
se encuentra nada, no existen ojos, ni labios, no hay parpados, no hay cejas, solo
dos huecos cerca a la nariz que diariamente hacen brotar un líquido etéreo que se
va esparciendo poco a poco, moldeando los rostros de los cuales nos
enamoramos, pero eso no lo sabemos y ellas no dejan que sepamos, van cinco
matrimonios y nunca lo habíamos adivinado, nunca habíamos adivinado que
Narciso se enamoró de Baubo mientras ella vivía en esa fuente, que no importa el
sufrimiento ni la traición solo si estos son sinceros. Así que no podemos suponer
nada de lo femenino, Harry, toda su esencia es sibilina, mira las hienas, las
jodidas tienen pene y he visto a una en el zoológico que la tiene más grande que
los machos. Solo verlos causa gracia, intimidados por una hembra, agachando sus
colas cada vez que ella pasa, porque de seguro piensan que se los cogerán, así
de estúpidos podemos llegar a ser, acariciando el sueño de que alguna volverá, de
que alguna nos ama mientras la sostienen otros brazos.
Uno de los papelillos que Harry sostenía, escapóo, por un momento quedóo quieto
frente a él, sin alegría, sin soledad, ninguna fuerza influía. El viento se había
fugado y la nostalgia trataba de desaparecer. John lo tomóo de esa pared
inexistente en el cual había quedado pegado y esparció un poco de tabaco sobre
éel, pegóo un fino cigarrillo. Lo tiróo luego de haberle dado un par de bocanadas,
era una molestia hacer el trabajo de otros y era una molestia que Harry fumara, y
se aseguró que no lo hiciera. Escondió el mechero en un bolsillo que Harry no
conocía. Uno de los lugares que solo eran suyos. La llama se fue perdiendo en el
vacío, hasta que chocóo en el piso, donde algún indigente lo recogió. Harry fue
reaccionando, metió la mano al bolsillo y sacóo otro papel.
-Vete al carajo- dijo John mientras sorbía su trago con una sonrisita.
-Así es, John, todas ellas sabían liar muy bien un cigarrillo. Deberías haberlas
visto, tan magnificas, todas unas amazonas en lo que se refiere al manejar las
manos, sus dedos eran mágicos, cada una emanaban una sensualidad que me
alteraba. Para mí, sus facciones nunca significaron nada, como no significarono
nada sus almas o sus mentes, nunca amée nada físico, ni espiritual de ellas, era el
modo en que lograban el cigarrillo perfecto lo que me cautivaba, lo que me hacía
querer enamorarlas. ¿Recuerdas a Linda? La pobre se la pasóo liando cigarrillos
en nuestra luna de miel. Ella amaba hacerme feliz y cuando sus manos se
hincharon y su saliva se terminó, comenzó a liar con las muñecas y a humedecer
el papel con sus lágrimas, nunca olvidarée eso, nunca olvidarée tal expresión de
amor, tan sincero y tan dispuesto.
-Sabes que fue su culpa. Un día, de repente, me dijo que no podía más, que no le
había hecho el amor lo suficiente, que dudaba de mí, de mi amor, de mi
existencia. ¿Cómo no la iba a amar? Si era mi mayor benefactora ¿Cómo no iba a
existir? Si eran mis manos la que la tocaban y mi aliento el que empañaban sus
gafas, dime, John ¿Cómo se le ocurría dudar? Si todo era tan real y tan estúpido,
no como esta noche, que solo nos tiene bebiendo y fumando porque otra más se
ha marchado. Por eso el día que se marchó no me entristecí del todo, lo vi como
otra oportunidad, ya que, alguna había de llegar o volver.
El trago que John había tomado se fue deslizando de las manos de Harry, sus
manos sudaban, siempre lo hacían cuando se alteraba y este era uno de los
motivos del porque no era bueno liando cigarrillos; dañaba los papelillos. El vaso
se dirigió al vacío como había hecho el cigarrillo anterior. Sintió que un pozo lo
había tragado, se sujetó de la baranda y se percató que estaba solo, su mente le
estaba haciendo pasar por una mala jugada y él no estaba dispuesto a aceptarla.
Buscóo entre sus bolsillos el mechero; necesitaba encender el extraño cigarrillo
que había podido liar, lo necesitaba para entender la situación, para entender la
oscuridad, pero no encontró el mechero por ningún lado. Sintió que algo lo
escupió, el abismo lo había devuelto y en ese momento, mientras se sujetaba con
miedo a la baranda, John le entregóo el mechero. Son algunos problemas del
alcohol, se dijo al ver el fuego crecer sobre esa pequeña boquilla. Aun esperaba el
estruendo del vaso, pero no llegaba, ningún ruido, ningún vidrio quebrándose, tal
vez, había matado a alguien, pero la realidad es que eso no le importaba, si lo
había hecho, dormiría y dejaría que otro se ocupara de ese asunto. Algo llamóo su
atención, posóo su mirada al final de la cuadra y una pequeña sonrisa apareció.
-Mira a ese pobre tonto en la calle- señalóo. Está apuñalando la luna, mira como
ensucia su navaja y su gabardina en ese charco, tal vez, por culpa de algún amor,
alguna mujer u hombre lo habráa destrozado.
-A pesar de todo, aquí estamos, viendo a una mancha grisácea abatir un charco,
esperando que un vaso se estrelle contra el piso, y quiéen sabe cuánto tiempo,
haciendo esperar al que está tocando la puerta.
John se acercó a la puerta y abrió ampliamente sus ojos, no esperaba tal visita, no
era adecuado. Cuando bebía, él no podía controlar a Harry, el licor le daba una
fuerza difícil de superar, pero ni la mirilla, ni sus ojos mentían, era Morry, la última
ex-mujer de Harry. Separóo rápidamente sus verdosos ojos de la puerta, tratóo de
componerse, sabía que en la condición que estaba solo tendría unos cuantos
minutos, podría arrinconar a Harry, lo haría dormir un momento y atendería sus
deseos.
-Es Morry.
-Ya veo.
John dudóo en abrir la puerta, solo pensaba y era algo que debía evitar si quería
controlarse. Era tarde y estaba cansado, quería ver a Morry, quería que ella le
contara su día, escuchar cuáantos semáforos tuvo que esperar para llegar,
cuáantos vasos de café tomóo y cuáantas veces ella lo había nombrado, pero
temía lo que pudiese pasar, siempre había sido débil, y, por ello, enamoraba
fácilmente a las mujeres, por esa misma debilidad giróo la manilla. Encontró a
Morry envuelta en un abrigo azul, estaba preciosa, un ópalo podría compararse
fácilmente con ella o tal vez un circón, sus pómulos delineados realzaban sus
voluminosos labios, era delgada, sí, pero esa ausencia de grasa y carne le daban
un aspecto mucho más refinado, como una zorra de la clase alta. Su cabellera era
una noche, una lúgubre y larga noche que John deseaba.
-John?
-Sí, él me lo ha contado.
-¿Puedo pasar?
-Claro, siéntate
-John, fue horrible, él estaba ahí parado, en silencio, estaba tan triste, que no
apartóo la mirada de sus zapatos, por un momento pensé que se iba a derrumbar
cuando el juez nos despidió, santo dios ¿qué he hecho? John, abrázame, no me
dejes sola, hice esto por ti, para que supieras que te amo, abrázame. Johnny, no
podemos dejar que Harry vuelva, sabes lo que podría hacer, prométeme que no lo
dejaráas volver.
-Eres un desgraciado, yo seré la que cargue con todo. No sabes cómo le temo, el
verde de sus ojos da mucho miedo, cuando se inyectan en sangre y sus parpados
se tensan, dan mucho miedo. John, no me vayas a dejar, no me dejes con Harry.
-No lo harée, pero no puedes aparecer así no más, avísame antes de venir.
-¿Acaso no eres un hombre? No puedes dejarlo en su lugar ¿cierto? siempre has
necesitado de él, de su dinero, de sus mujeres y de su talento. No has podido
hacer algo por tu cuenta. Eres tan inútil que vives de un escritor arruinado.
-Ssí, querida, mañana nos iremos temprano, así que mejor vete, ve a descansar
que yo haré lo mismo
Morry se despidió con un largo beso, John sabía que Harry no la merecía, nunca
la mereció, como no mereció a Carmen ni a Eliza, pero cóomo iba a explicarlo, en
algún momento Harry volvería y encontraría a su ex mujer en su habitación y
sabría que algo no estaba bien. John cerró la puerta y detrás de ese pensamiento
apareció Harry tomándolo por el cuello.
-Tú, maldito hijo de puta, debí haberlo sabido, eras tú el que se cogía a mis
mujeres, te voy a matar, malnacido.
Morry llegó temprano, traía una sonrisa perfecta y una maleta vacía. Pensaba
pasar esas vacaciones lejos de la ciudad, en alguna finca o en el hotel de un
pueblo. Aún no había amanecido y una luz tranquilizadora emanaba de su rostro,
le emocionaba la idea de perderse con John en algún lugar del mundo. Él la miro y
sus ojos se llenaron de paz, de un amor insondable. Se levantó del sofá y
comenzó a hacer el desayuno, todo era tranquilo y casi perfecto. Morry tomóo algo
de tabaco que encontró en la mesa de la sala y comenzó a liarse un cigarrillo, él
se acercó taciturno, la beso y ella sintió sus dedos apartando el cabello de su
rostro, dejo caer su cabeza hacia atrás y su oscuro cabello toco el fin de su
espalda, sintió como algo húmedo comenzaba a rodear su cuello y escucho una
respiración familiar.
Querida, has liado un cigarrillo, magnifico- dijo él con una sonrisita burlona.
En ese momento Morry entendió que John había perdido, que el amor que alguna
vez le declaróo no era tan fuerte como Harry. Intentóo dar un grito pero su voz no
estaba, no acertó ninguna patada y sus uñas estaban muy arregladas como para ir
por sus ojos, escuchóo un extraño sonido que salía de su pecho así que cedió
ante esos dedos húmedos y envejecidos que alguna vez amóo.
El sol evaporóo todo alrededor de Harry, dejándolo con una botella vacía y un
cigarrillo mal enrollado entre sus dedos. Él recibía la luz de la mañana. El sol
expectante bañóo sus ojos con un terciopelo blanco, borrando unas arrugas cerca
de su frente y marcando otras al lado de sus mejillas. Aplastóo un mosquito que
hace poco había muerto por beber de su sangre y asombrosamente se animó. El
sujeto que estaba arrodillado frente al charco guardo su navaja, su musa no
estaba y ahora era solo luz lo que se reflejaba en el agua. El bronce que absorbía
las nubes le recordó a cierta chica que había conocido en terapia, era algo baja
con una cabellera castaña como su piel, no conocía su sonrisa pero sería igual de
hermosa que sus ojos y teniendo algo de suerte, tal vez, ella también sabría liar un
cigarrillo.