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LA ABADÍA

Fantasía Gótica
del Suroriente Antioqueño

Hoy el pálido numen de lo inerte


a su callada soledad convida
al que vive soñando con la Muerte
y al que muere soñando con la Vida.
Guillermo Valencia

Ø
Antonio Vivaldi
Cantate Cessate, Omai Cessate
(Ah, Ch’Infelice Sempre)

Irma recorre la curvatura del viento que se va de volada entre sus axilas; miente al hado
riendo y bailando por los campos otoñales de Amberg. Siente en el codo la nariz helada de
Kreisel, que retoza a su lado intentando comerse un diente de León.
Eres aún —pequeña Irma Engelhard— dulce y rubia como la miel de las campiñas; el
cielo de otra era crece bajo tus pupilas de ópalo1.
La gran guerra terminó. El último Kaiser y su pueblo orgulloso son casi ceniza. La
pira del gran fratricidio ahumó los cielos mientras tú —dueña de aquel mundo amorfo de
prismas dispares— corrías entre los vientos vespertinos: Die Grenzwacht hielt im Osten
saltando contigo a flor de labio; saltando con los estallidos que presagiaban un nuevo terror;
saltando con el tiempo y con Kreisel, que ahora caza unos grillos y ladra —dando los
tumbos sobre su propio eje que le valieran un nombre y hasta un hogar.
Es el sonido de los campos meciendo los frutos del tiempo, un augurio eternamente
veraniego, pagano y a la vez sacramental: la campiña dorada por el otoño, las cigarras
excitadas, ascendiendo en griteríos hacia los espirales del mañana y la tibieza de la
primavera que en algún momento vendrá. Es la añoranza de las vidas perdidas, el olor de la
avena que cubre el pan rústico, el tufo amargo de las cecinas y el mugido de la leche fresca,
helada por la mañana germánica y bendecida por este sol otoñal.

1
Otoño de 1930 en los campos de Amberg, Baviera. Diez años antes, un 16 de julio, nace Irma en
la casa de su padre, ubicada en una de las plantaciones aledañas. El señor Engelhard es un
hombre parco y obstinado, pero admite sin reservas que la nariz redondeada de la pequeña
Irma le enternece sobremanera. Morirá dos años más tarde, de neumonía.
Mas abruptamente la pequeña Irma es transformada en die schwester Engelhard2. La
infancia esplendorosa se funde en la contundencia de la realidad y es arrojada, cayendo en
el brillo abrazador de un destino que ninguna inocencia podría detener. Sólo resta esta
nueva vida de espera y sumisión: horribles comidas criollas que enferman, gentes
ignorantes perdidas en una especie de remembranza medieval; atrás quedaron las fábricas
enormes de Frankfurt y los campos amados de Amberg. Queda endurecer y esperar: queda
este nuevo frío empastado por la misma vieja penumbra. Las paredes mohínas de bareque,
el olor a estera mojada, olor del desarraigo, del exilio y la austeridad. Y este frío, no ya el
frío cristalino de los inviernos escarchados, sino un frío húmedo que ablanda los huesos y
empapa de tiniebla y ansiedad; es la humedad ponzoñosa que anega los pulmones como un
rapto fatal de la peste blanca, siempre acompañada de aquel olor a flores podridas y selva
ultrajada. Es el soplo endemoniado de los montes, enfriando la vida sin helarla con su
empuje mortal, drenando el zumo de la existencia en un escarnio peor que el de la lujuria
mal-contenida.
Piernas trémulas de carne advenediza; pechos tensos por contener un pálpito así de
errático. Miedo al miedo, al odio y, sobre todo, al amor. Ésta otra humedad mítica —
leyenda anticristiana— se come viva cada noche a nuestra heroína virginal; una humedad
más espesa que la del hálito de la tisis y más apremiante que la tibieza evocada por la
muerte del pensamiento; más blanda que el conocido sopor que cancela la movilidad y
retrasa la vida.
Irma acude a santa Teresa; la invoca entre sollozos —a ella y a santa Dorotea—.
También recuerda a San Juan de la Cruz en el monte Carmelo y anhela que este nuevo frío
y la melancolía que alimenta se disuelvan en los martirios de la santidad; pero es inútil, el
alma fangosa de las serranías inhóspitas ataca sus sentidos llenándola con anhelos impuros,
y ya sólo llega a sustraerse al peso de su carne mortal apegándose a esperanzas destructivas,
a la bella posibilidad de partir siendo nadie; mejor enfilar al purgatorio desde aquel
recóndito lugar perdido en las Américas de cuento, lejos de la madre patria, ahora desolada
por la guerra; lejos de amigos, conocidos y familiares; lejos de sí, de todo cuanto fue o
creyó haber sido. Querría abandonar estos campos lluviosos tanto como los del recuerdo
cobrizo. Hacerlos desaparecer sin posteriores condolencias ni aviso previo.
Éste —amado lector menos que potencial— es un relato acerca del relato que alguien
pudo haberle contado a otro que quizás existió; es una narración perfecta y objetiva
evocada desde las entrañas del entramado de la historia, arrancada literal e incompleta al
cauce mismo del devenir: al barrido accidentado de la realidad. Es el cuento de un cuento
sobre lo funesto y lo irrecuperable, y claro, sobre el deseo, el deseo de carne y su horror,
que es siempre al final un deseo profundo de muerte; y sobre aquella espantosa fuerza de la

2
Abril de 1941 en Granada, Antioquia. «Terminada la semana santa de 1914 el padre [Policarpo
María Gómez] invitó a Evangelina [Sanín Cano] para fundar un colegio de señoritas, así en la
primera mitad de 1914, se fundó el “colegio Nuestra Señora de Lourdes”. Era deseo del padre
“Polito” poner religiosas al frente de esta obra. En ese tiempo llegaron desde Cartagena de
Indias las Madres Franciscanas con deseos de fundar una casa en las regiones de Antioquia,
hablaron con el Párroco de la Iglesia San José de Medellín, Presbítero Miguel Giraldo –
granadino- y él les dijo: “sé que en Ganada están fabricando una casa para religiosas, vayan a
ver si les gusta” […] La erección canónica de la casa de Hermanas Franciscanas en Granada
Antioquia se da el 20 de abril de 1940 por el Arzobispo de Medellín, Monseñor Tiberio de J.
Salazar y Herrera.»
oscuridad que relame las paredes de los claustros, lo que brota desde los nichos apestados
bajo la forma de una recóndita humanidad.

I
Franz Lizt
Mephisto Waltz

Hace apenas tres años que Zöste —Gerhard Thomas Hansen de bautismo— era una
pequeña rata citadina corriendo por los tejados de Frankfurt, escabulléndose entre las
callejas abiertas de Römerberg, arañando monedas en los bolsillos de los pasantes a todo lo
largo de la calle Zeil, durmiendo largas siestas en las estaciones del tren y en los parques
aledaños a la iglesia de san Paul. Pasó un año en París vendiendo muebles robados, y dos
más en aquel pequeño poblado austriaco, escapando a los fantasmas del juego, la lujuria y
la bebida, montado en la excusa increíble de atender una vieja granja familiar. Fue allí
donde la forma de lo imposible empezó a enraizar en su espíritu y sus primeros dibujos y
pinturas vieron la luz. El aburrimiento campestre debe haber empujado la historia del arte al
menos un par de pares de centenares de veces. La creación ya se hacía más grande que el
tedio para aquel entonces, sin embargo, años pasarían antes de que Hansen hallase su
verdadero talento, el arte negro que consagraría su alma a la perfección del abismo.
Mientras Hansen mira la cúpula altísima de la kathedrale desde su cafetín mohíno3,
Vásquez el novelista y su querida acompañante María Helena4 repasan una versión difusa
de lo que fuera la gran historia de su vida, esta cruenta y pasional —a la vez que
gratificante— trama, en que gime el mórbido silbido de todos los romances de ultratumba
habidos y por haber. En esta otra línea temporal que comparte más que un espacio, tanto
más que un simple punto de referencia en la escala geográfica, los cinco años más intensos
y significativos en la existencia de dos almas enamoradas saltan con el autobús durante diez
minutos de frívola curiosidad y apatía narrativa. No podría ser más cruda y menos empática
la versión que llega desde los labios de Vásquez —como en cascadas de ruido blanco—
hasta los oídos hastiados, estupefactos, entumecidos de “su” María. Nada une el alma
trashumada de Hansen a las inexistentes y perfectamente modernas conciencias de Andrés
y María Helena; mucho menos albergan cosa alguna en común con el aura trágica y
trascendental de la bella Irma, y sin embargo algo los une en el holograma total del amante-
oscuro, una radiografía del tiempo fuera del tiempo mismo: una esperanza de descenso
antiquísima que se instala contradictoriamente en la estela del porvenir. Hay un nexo en lo
común a toda emoción o impulso hacia otros que los enlaza fuera del tiempo, al interior
total del humano-divino, pero no es sólo por este lazo común a todas los seres y edades.
Hay algo más personal y específico: se encuentran hermanados por lo que haríamos bien en
llamar ‘erotismo de lo abyecto’. Esta historia es un hilillo de terror que se origina en la
carne ansiosa para reclamar un instante imperecedero de la vida de los unos casi ochenta
años antes de depositarlo en la de los otros. Una noche, la misma horrible noche de todos
los tiempos, la penumbra los sorprendió vigilados por los postes de una misma techumbre.
El misterio de la descomposición les entregó a los cuatro lo que el amor necesita, pero que
3
Primavera de 1939. El 8 de enero de 1914 nace Hansen, en el hospital humilde de su pequeño
poblado natal en Austria.
4
Su visita al municipio de Granada se realiza entre la mañana del viernes 3 y el mediodía del
domingo 5 de noviembre del año 2017. Andrés G. Vásquez nace en Medellín, Antioquia el 24 de
enero de 1990. María Helena Molano nace en 4 de agosto de 1989, en Palmira, Valle del Cauca.
no se puede asimilar. Obtuvieron un pequeño vistazo del rostro burlón que se oculta al otro
lado de la cortina… El tiempo malogró en mezclas nauseabundas sus sensaciones y
sentimientos más bellos —los más adversos y agresivos—, engendrando esta irregularidad
en el entramado de lo plausible.
Estás de vuelta en tu año parisino5 por obra y gracia de mi voluntad, y se nota
fácilmente que te la estás pasando de lo peor. Casi fuiste aplastado… Corriste desde las
calles aledañas al Palais-Royal intentando escabullirte hacia los guetos; te sangra el costado
copiosamente y alrededor todo es truenos y ráfagas de viento levantado; los oídos zumban:
te palpita el cráneo con el fragor de los puñetazos en las sienes y el griterío de víctimas
excitadas reclamando tus sesenta kilos de hueso y pellejo. Golpiza cuando menos, aunque
linchamiento es un término más preciso. La futura cicatriz de cuchillada a un lado del
vientre deberá recordarte que la sacaste barata aquella noche. Te salvaste por los pelos, pero
eres un cachorro de gato mugroso y malherido; la suciedad y el vicio debilitaron tu cuerpo
de niño recién adiestrado y ahora te faltan las fuerzas para terminar el escape. Te ocultas en
un callejón, te ocultas de la mirada de tus posibles perseguidores para evitar que se
conviertan en captores y luego en victimarios; estás agitado y la desorientación te llena de
angustia; no imaginas ni de lejos que en realidad ya te olvidaron, y qué esperabas: eras un
pobre ladronzuelo y no le importabas un bledo a nadie, ni siquiera a los afectados... Te
ocultas de la vergüenza de ser un extranjero con acento germánico, paria de un pueblo
vencido que siempre ha querido dominar al mundo. Tu ocultas de la frustración y la
adicción a lo insensato, del auto-repudio que trajo la orfandad y la soledad tremenda
cernida como la sombra de una tarde gris que devora los pasos y las suertes; y te ocultas de
tu dios, mancha cuya existencia no logras descartar del todo, de ese dios de la niñez al que
te aferraste en secreto en noches de tugurios plutónicos, de arrabales negros anegados en
danzas grotescas y bebidas irascibles que ayudan a olvidar el dolor; mas no te engañes,
pequeño Hansen: no queda adónde huir, este ojo que no es un ojo ni ve ni existe, pero que
se extiende más allá de la razón, lejos de lo imaginable y los anaqueles estructurales de la
realidad te ve cada milímetro, parte por parte, desde cada rincón y en todo momento; te ve
desde todos los ángulos posibles de todo lo que te compone, de todo lo que pudo
conformarte desde antes del inicio de la eternidad.
Una nueva tarde se repite. Han pasado tres años desde el día en que Hansen
recordaba las calles de París sentado en su cafetín grasiento del centro. El sol que cae ya
sólo es una yema de huevo expandiéndose en su caída sobre la línea fingida en el simulacro
de la luz. Es domingo; un silencio religioso empapa los párpados de los pocos transeúntes
que pisan las calles fantasmagóricas de Frankfurt.

II
Hildegard von Bingen
O Vis Aeternitatis
5
Noche de verano de 1936. París rutila efervescente de vida cultural y artística, mas no es ésta,
empero, la única actividad urbana floreciente. Cientos de inmigrantes venidos de los Balcanes,
el alto mediterráneo y los países miserables al este de Europa conforman nuevas colonias:
pululan las áreas vedadas de la urbe ensamblando hormigueros colosales. Una nueva hampa —
más que todo venida de las colonias africanas, la arabia norte y los territorios eslavos— se toma
lentamente el submundo parisino. En cosa de dos años estallará la segunda gran guerra que
aguardaba el momento más propicio para reducir el continente a cenizas; la muerte sueña y
espera como un dragón ovillado en la placida calidez de su caverna.
III
Friedrich Nietzsche
Eine Sylvesternacht

IV
Antonio Salieri
Requiem in Do Minore

[I historia del taxidermista libertino, II luego en otro apartado la de Irma haciéndose


monja, su viaje hasta ese lugar, comentarios de las otras abadías, III en el siguiente apartado
se conocen: morbid romance. Intercalar reflexiones sobre el tiempo y la muerte (como
tantas veces antes), volver más narrativo para no cansar con lo poético, en apartado
siguiente IV historia del viaje del taxidermista, muerte de la monja, embalsamamiento y
sacralización por parte de las monjas; meter bien los pies de página con el decurso histórico
en términos netamente positivistas…
Monasterio_Eberbach(famosa, la del nombre de la rosa)
Abadía_de_Quedlinburg(luterana)
Amberg, Baviera.
María Helena Molano
die Franziskanerinnen.]

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