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HISTORIA MODERNA DE EUROPA EXPANSIÓN ECONÓMICA CAPÍTULO II-HAYES

 LA AGRICULTURA EUROPEA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVI.


Al comenzar el siglo XVI no sufrieron cambio alguno notable los fundamentos de la
sociedad europea, que siguió apoyándose, como lo hizo inmemorables siglos, en la agricultura.
La gente seguía contando su riqueza y posición social por la extensión de tierra laborable que
poseyera. La agricultura seguía siendo la ocupación de la inmensa mayoría de los habitantes de
los Estados europeos. Las “masas” vivían en el campo, no en la ciudad. Era seguro encontrar a
la población rural netamente dividida en dos clases sociales: nobles y campesinos. Comprendía
la nobleza las familias que se ganaban la vida de la tierra sin prestar un trabajo manual. Tenían
sobre la tierra un dominio feudal. Por el XVI las siguientes generaciones de nobles no servían
ya de la manera tradicional al rey, al país ni a los villanos, aunque continuaran disfrutando, por
derecho de herencia, de los ingresos económicos y de la posición social que sus antepasados
conquistaron. La nobleza se sentía atraída cada vez más hacia una vida de diversiones y molicie
en las cortes regias. Los campesinos, siendo villanos de nacimiento, eran considerados
socialmente inferiores, estúpidos y groseros. La servidumbre había tendido a desaparecer
gradualmente de la Europa occidental, en tanto que se intensificaba, por otra parte, durante
los siglos XVI y XVII, en Prusia, Hungría, Polonia y Rusia. Hacia fines de la Edad Media, a
consecuencia de las Cruzadas y guerras civiles, y de la aparición de las monarquías nacionales,
así como de las “pestes”, simultáneamente mortales para hombres y animales, apareció un
profundo cambio agrícola muy notorio ya hacia el 1500. Iba desapareciendo el feudalismo. Los
nobles, en lugar de labrar sus propios señoríos con los servicios habituales y tradicionales de
los siervos, se iban convirtiendo en rentistas; empezaban a considerar sus fincas como
empresas capitalistas y a esperar de ellas no sólo el sostenimiento, sin beneficios. Implicaba
esto el que buen número de los campesinos se fueran convirtiendo en renteros libres,
arrendatarios o labradores asalariados. Mientras los labradores más prósperos se convertían
en colonos, muchos de sus vecinos más pobres estaban dispuestos a renunciar a todo derecho
a sus pequeños terrenos y dedicar su tiempo íntegro a trabajar por un salario fijo las tierras
que el noble cultivaba para él mismo. Así, se iba formando un grupo de labradores asalariados
que no tenían derecho a más tierra que aquella en que se alzaban sus chozas miserables y
acaso sus pequeños huertecillos. Además de éstos y los colonos, iba apareciendo un tercer
grupo de labradores en lugares en los que el noble propietario no gustaba de ocuparse en
dirigir el cultivo de sus tierras. En estos casos la parcelaba entre campesinos determinados,
suministrándoles ganado y un arado, y exigiendo, en cambio, una proporción fija de los
productos. Al llegar el siglo XVI las antiguas obligaciones de la servidumbre resultaron acerbas
para el campesino y demasiado poco provechosas para el noble. La emancipación no había
librado en modo alguno a los campesinos de la Europa Occidental de las trabas que como
siervos hubieran de sufrir. El sistema señorial perduró, en otro aspecto, mucho después de
comenzar la decadencia de la servidumbre, en los métodos de cultivo. Los toscos sistemas de
cultivo y los fuertes tributos que exigía el señor debían de dejar a los labradores muy poco para
sí mismos. Había un sitio en el que el noble y el campesino se encontraban en condiciones de
igualdad: la iglesia del lugar. El cura de la aldea, a menudo, de humilde cuna también, era a un
tiempo amigo y protector del pobre y director espiritual del señor. En las demás ocasiones no
había gran cosa que viniera a perturbar la monotonía de su vida rural. No eran indispensables
las relaciones con otros lugarejos. La Europa de aquellos tiempos carecía casi de caminos. El
magnífico sistema de las antiguas calzadas romanas estaba destruido. Las comunicaciones a
larga distancia resultaban, por tanto, difíciles e inseguras; el transporte de gran volumen sólo
era posible por vía fluvial o marítima. Aisladas del mundo exterior y bastándose a sí mismas,
las aldeas perduraban siglo tras siglo conservando sus costumbres antiguas y atesorando sus
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tradiciones. La campiña desconfiaba instintivamente de todas las novedades; prefería las


costumbres antiguas a las nuevas; era profundamente conservadora.
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 CIUDADES Y COMERCIO EUROPEOS A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVI.


En los nacientes Estados nacionales, los monarcas favorecían habitualmente a las
ciudades para combatir al feudalismo, y los ciudadanos se convirtieron, naturalmente, en
fervientes partidarios de una fuerte monarquía nacional. En la mayor parte de las ciudades
europeas existía de mucho tiempo atrás una organización urbana típica, denominada gremio o
asociación de mercaderes. Estaban en decadencia, pero conservaban aún muchas de sus
primitivas y más gloriosas tradiciones. Fueron éstos particularmente eficaces como
organización protectora: consiguieron hacer frente al “señor”, que insistía en reclamar sus
derechos feudales sobre la ciudad. Para fomentar los negocios del gremio, a veces era
conveniente pactar convenios especiales con ciudades vecinas. La función más importante de
los gremios consistía en la ordenación del mercado propio. No se permitía sacar de la ciudad
mercancía alguna que los habitantes estuvieran dispuestos a adquirir, y todas las que entraban
en ella habían de pagar un impuesto. Al sobrevenir la expansión del comercio y la industria en
los siglos XIV y XV, el gobierno de los antiguos gremios de mercaderes quedó limitado, se hizo
arbitrario o pasó a ser simplemente nominal. En aquellos lugares, en que los gremios de
mercaderes se convirtieron en asociaciones oligárquicas, perdieron su ascendiente ante la
sublevación de los “gremios de artesanos” más democráticos. Estos gremios salieron a la luz en
los siglos XIII y XIV, y fueron algunas veces, como en Alemania, producto de un levantamiento
popular contra los gremios corruptos y oligárquicos de los mercaderes; y otras trabajaban en
perfecta armonía con ellos. Más, a diferencia de los gremios de mercaderes, el de artesanos se
formaba con el personal de una sola industria, y manejaba en detalle la fabricación y la venta
de los artículos. Los gremios de artesanos sufrían, al llegar el siglo XVI, diversas enfermedades
internas que minaban gradualmente su vitalidad. Tendían a hacerse monopolizadores y a
encauzar su poder y riqueza por surcos hereditarios. Muchos gremios mostraban una
tendencia a dividirse, en cierto modo, según las líneas modernas de capital y trabajo. Los
gremios de artesanos habían de seguir disfrutando de influencia durante algún tiempo, a
despecho de todas sus imperfecciones, para ir decayendo lentamente a medida que surgían
nuevos oficios que escapaban a su intervención; sucumbiendo gradualmente a la competencia
con capitalistas, que se negaban a someterse a las ordenanzas del gremio y habían de
desarrollar un nuevo sistema de “artesanía”; y sufriendo, finalmente, en las monarquías
tradicionales, la lenta disminución de prestigio que la intervención real implicaba. A pesar del
relativo atraso y desaliño de las ciudades, sus habitantes (la burguesía, más bien que el
paisanaje o la nobleza) fueron quienes estaban echando ya los cimientos de la sociedad
predominantemente burguesa de los tiempos modernos. Crecían las ciudades, se extendía su
comercio, sus fabricantes se hacían más peritos y sus mercaderes más emprendedores. Por lo
que entonces, se comenzaba a buscar nuevas y remotas fuentes de riqueza y a establecer el
régimen del capitalismo moderno. La revolución económica, manifiesta ya en el siglo XVI, no
fue un levantamiento brusco. Se había ido desarrollando subrepticiamente con el comercio
renaciente de fines de la Edad Media, dentro de Europa, y entre ésta y Asia. Las cruzadas no
sólo permitieron a los mercaderes italianos traer a Occidente artículos orientales, sino que
aumentaron la demanda de los mismos. Estas mercaderías eran en primer lugar, especias:
canela, jengibre, nuez moscada, clavo pimienta. Las especias eran lo más indicado para prestar
incentivo a la alimentación monótona y sencilla que se llevaba en ese tiempo, y el epicúreo del
siglo XVI se hubiera considerado verdaderamente desdichado sin ellas. Existía entonces, como
siempre, gran demanda de piedras preciosas para el adorno personal y la decoración de
relicarios y vestiduras eclesiásticas. Oriente no sólo era un emporio de especias, joyas y
medicamentos, sino la fábrica de artículos y mercancías de maravillosa delicadeza, con las que
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Occidente no podía rivalizar: vidrios, porcelanas, sedas, rasos, alfombras, tapices y metal
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A cambio de los múltiples productos de Oriente, Europa sólo podía dar el paño burdo de
lana, arsénico, antimonio, mercurio, estaño, cobre plomo y coral; y había siempre, por tanto,
una diferencia para el mercader europeo, que tenía que pagar en plata y oro, con lo que las
monedas de estos metales empezaron a escasear en Occidente. Fueron las ciudades de los
Países Bajos las únicas que mostraron una vitalidad comercial duradera y, al consolidar su
posición bajo los príncipes de la casa de Habsburgo en el XVI, se hizo patente que el centro de
gravedad del comercio y la industria europeos se iba trasladando, gradualmente, desde el
Mediterráneo y el Báltico, a la costa atlántica. El desarrollo de fuertes monarquías nacionales
en la Europa occidental, que coincidió con este traslado, lo apresuró indudablemente. Las
monarquías nacionales de la costa atlántica se dedicaban a combatir el feudalismo y fomentar
la burguesía, y por razón de la expansión territorial el gobierno centralizado se hallaban en
mejor posición para proteger y aumentar el comercio de sus ciudadanos burgueses, castigar a
los piratas y bandoleros, conservar los caminos y reprimir los excesos de peaje y portazgos.

 ORIGEN DEL CAPITALISMO MODERNO.


En el plano de las estructuras económicas, la Edad Moderna se caracteriza por el tránsito
del feudalismo al capitalismo. La evolución de uno a otro sistema fue desigual, progresiva y a
menudo incompleta. La Europa feudal agraria convivió con la Europa capitalista y en los países
centro-orientales del Continente el feudalismo incluso se recrudeció. El capitalismo moderno
se caracteriza por ser un sistema económico en el que se verifica una separación entre capital y
trabajo. Los medios de producción son apropiados por una clase capitalista, mientras los
trabajadores sólo disponen de su fuerza de trabajo, convertida en mercancía. Las relaciones de
producción se basan en el trabajo asalariado jurídicamente libre. Este sistema se diferencia
sustancialmente del feudal, en el que la apropiación de la plusvalía del trabajo campesino por
los señores de la tierra se hallaba jurídicamente reforzada por lazos de dependencia
personal. En la historia del capitalismo clásico pueden distinguirse dos grandes etapas: la
del capitalismo mercantil o inicial y la del capitalismo industrial. La Edad Moderna viene
prácticamente a coincidir con la primera de ellas. En la jerarquía de las esferas económicas,
dentro del capitalismo mercantil la primacía le correspondía a la circulación y no a la
producción. No fue el capital manufacturero sino el capital comercial el que marcó la faz
económica de la época y le dio esa dinámica que superaba todo límite. En efecto, el
capitalismo inicial se caracterizó por constituir una economía monetaria, en la que los
intercambios jugaban un papel primordial. Ello lo alejaba del modelo feudal, de base
exclusivamente agraria, tipo de economía basado en la autosuficiencia y en el que el
comercio jugaba un papel muy limitado. Una de las consecuencias más significativas de la
expansión de Europa en el siglo XVI fue el estímulo que constituyó para la aparición del
capitalismo en ella. El “capitalismo” se ha definido como “la organización en gran escala de los
negocios por un patrono o sociedad de patronos que, poseyendo reservas acumuladas de
riqueza (capital), pueden adquirir con ellas materias primas y herramientas, y contratar mano
de obra, de modo que produzcan una mayor cantidad de riqueza, que constituye el beneficio”.
Ahora bien, en el plano social y mental el capitalismo vendría también caracterizado por la
aparición de una clase social capitalista, la burguesía, que aplicaría actitudes y técnicas de
racionalización al afán sin límites de ganancias. El capitalismo estaría así definido por la
existencia de un espíritu capitalista (W. Sombart, M. Weber). Otros autores afirman que la
transición del feudalismo al capitalismo vino determinada por las propias contradicciones
internas del sistema feudal, es decir, por la lucha de clases entre campesinos y propietarios
feudales, agudizada a partir de la crisis del siglo XIV. En cualquier caso, el papel de los
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intercambios en la economía europea de comienzos de la Edad Moderna es innegable.


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Las posibilidades de enriquecimiento que deparaba el comercio impulsó la actividad


mercantil, que se fue perfeccionando mediante nuevas técnicas e instrumentos. La necesidad
de dinero como medio de pago estimuló, al mismo tiempo, la búsqueda de fuentes de
aprovisionamiento de metales preciosos e impulsó el fenómeno de la expansión europea,
creador a su vez de la dinámica colonial. El papel del Estado en el proceso fue esencial.
Capitalismo y Estado moderno constituyeron dos realidades en gran medida
interdependientes. Las empresas comerciales necesitaban de un poder estabilizador y
homogeneizador, que superara la arbitrariedad de la fragmentación feudal. A veces, por su
propia envergadura, no era sino la propia Monarquía la única que podía asumir la iniciativa y
dirección de tales empresas, como sucedió en el caso del capitalismo de Estado portugués.
Sobre la riqueza generada por el comercio y las colonias se levantaba en parte el edificio del
Estado, necesitado de grandes recursos económicos y financieros para afirmar su autoridad. 
El capitalismo comercial dio lugar, por vez primera, a la aparición de una economía-mundo. En
ella los papeles quedaron claramente distribuidos. El centro estaba en Europa occidental y,
más concretamente, en la zona noroccidental del Continente. Allí, en los Países Bajos,
en Inglaterra, se localizaron ya en los siglos XVI y XVII las formas más avanzadas del
capitalismo, que desarrollaron las técnicas alumbradas en el norte de Italia en los siglos
medievales.

 EL MERCANTILISMO: ECONOMÍA Y ESTADO


El papel de la riqueza como medio de poder no dejaba de ser una evidencia para los
gobernantes europeos a comienzos de la Edad Moderna. El dinero permitía levantar y
mantener ejércitos, financiar guerras, sostener complejas burocracias y, en definitiva, costear
ambiciosos programas de gobierno. No es de extrañar, por ello, el interés mostrado por el
poder político en intervenir en los asuntos económicos, particularmente los comerciales.
Máxime, cuando "era opinión ampliamente arraigada en aquellos tiempos la de que el total de
la prosperidad del mundo era constante, y el objetivo de la política comercial de cada país en
particular era el de conseguir para la nación la mayor parte posible del pastel" A la praxis
económica derivada de estos conceptos se la conoce con el nombre de mercantilismo. El
mercantilismo no constituye exactamente una escuela sistemática de pensamiento económico.
Más bien se trata de un conjunto de ideas y prácticas en el plano de la política económica,
definidas por características comunes. La primera de ellas, como se deriva de la anterior
afirmación, es la orientación nacionalista. El fomento de la economía nacional y la defensa de
los intereses propios subyacen en todo programa de política mercantilista. Los Estados
intentaban promover el crecimiento material de sus súbditos como condición indispensable de
su propio poder. Se trata, por tanto, y en segundo lugar, de una política económica
proteccionista e intervencionista, pues se entendía que era la propia acción del poder político,
ejercida mediante leyes y prohibiciones, el más eficaz medio de conseguir los objetivos
trazados. El comercio se consideraba la forma más eficaz de promover la riqueza de la nación.
La política económica mercantilista se orientó, en este sentido, a garantizar una balanza de
pagos favorable para la economía nacional mediante la promulgación de medidas legales de
carácter proteccionista. Las leyes aduaneras desempeñaban un importante papel como medio
de conseguir este objetivo. De lo que se trataba, en definitiva, era de favorecer la exportación
de mercancías manufacturadas producidas en el propio país y de impedir la importación de las
producidas en países extranjeros. Exportar más que importar era una regla de oro. Ello se
pretendía lograr mediante una política de tasas aduaneras que penalizara las mercancías
foráneas hasta el punto de hacer poco rentable su comercialización y de perder capacidad
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competitiva respecto a las manufacturas nacionales. 

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