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1

Rector
José Antonio González Treviño

Secretario General
Jesús Áncer Rodríguez

Secretario de Extensión y Cultura


Rogelio Villarreal Elizondo

Centro de Estudios Humanísticos


Alfonso Rangel Guerra

Anuario Humanitas es una publicación trimestral de humanidades editada por la


Universidad Autónoma de Nuevo León, a través del Centro de Estudios
Humanísticos. Certificado de Licitud de Título y Contenido número 04-2007-
070213552900-102. Oficina: Edificio de la Biblioteca Universitaria “Raúl Rangel Frías”,
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México. Redacción y corrección de estilo: Francisco Ruiz Solís. Portada, diseño y
formación: Yolanda N. Pérez Juárez.

2
HUMANITAS
ANUARIO
CENTRO DE ESTUDIOS HUMANÍSTICOS DE LA UNI-
VERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN

Director Fundador
Dr. Agustín Basave Fernández del Valle

Director
Lic. Alfonso Rangel Guerra

Jefe de la Sección de Filosofía


M. A. Cuauhtémoc Cantú García

Jefe de la Sección de Letras


Dra. Alma Silvia Rodríguez Pérez

Jefe de la Sección de Ciencias Sociales


Lic. Ricardo Villarreal Arrambide

Jefe de la Sección de Historia


Profr. Israel Cavazos Garza

3
4
ANUARIO
HUMANITAS 2007

HISTORIA

5
6
ÍNDICE

Israel Cavazos Garza, El Colegio Jesuita de San Francisco


Javier de Monterrey 9

Tomás Mendirichaga Cueva, La antigua plaza de armas


de Monterrey, lado norte 29

Isabel Ortega Ridaura, La administración pública de


Nuevo León en el siglo XX. De la Constitución de 1917
a la Ley Orgánica de la Administración Pública 45

Rafael Aguilera Portales, Pensamiento novohispano


de Pablo Olavide y las reformas borbónicas de Carlos III 81

Juan Antonio Delgadillo Esquivel, La masacre olvidada:


la matanza de chinos en Torreón 101

William B. Taylor, Meeting our lady of Guadalupe in


eighteenth-century Mexico 129

Josefina Zoraida Vázquez, Reconsideraciones sobre la


guerra entre México y los Estados Unidos 153

7
Ernesto de la Torre Villar, Aspectos de la política de
población y colonización en América 177

Moisés González Navarro, Alfonso Reyes, viajero 203

Jesús Alfonso Arreola Pérez, Saltillo y Monterrey en la


historia del noreste 213

Manuel Ceballos Ramírez, La formación de los


historiadores en el noreste 225

Reseñas y Comentarios

Moíses González Navarro, Seis libros de José Medina


Echavarría 235

José Roberto Mendirichaga, El nuevo número de Roel 243

Wiliam B. Taylor, Actas del Ayuntamiento de Monterrey 247

8
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

Israel Cavazos Garza


Universidad Autónoma de Nuevo León

De los lugares históricos de Monterrey, indudablemente uno de los


más importantes es el de la esquina N.O. de las calles de Morelos y
Escobedo. Una placa en el muro oriente del actual edificio, nos
recuerda que en el siglo XVIII estuvieron ahí un colegio de la
Compañía de Jesús y una capilla de San Francisco Javier. Nos dice,
además que, desaparecidos estos, el edificio del colegio fue adaptado
en el siglo XIX como palacio de gobierno; que fue sede del gobierno
nacional, durante la estancia de Juárez en la ciudad y que lo fue del
gobierno del estado hasta 1901.
De lo que fue el lugar en siglo XIX, hay referencias más o menos
amplias.1 Del colegio y de la capilla son, en cambio, punto menos
que escasas. El padre Francisco Javier Alegre en su Historia de la
Compañía de Jesús en la Nueva España, apenas si dedica al tema unos
cuantos párrafos, con la única inexactitud de hacer villa a Monte-
rrey.2 El Dr. José Eleuterio González reproduce lo del padre Alegre
1
Para antecedentes del palacio de gobierno, véase: Samuel Flores Longoria, El
palacio de gobierno de Nuevo León, Monterrey, 1991. Para datos de Monterrey, capital del
país: Jorge Pedraza Salinas, Juárez en Monterrey, dos ediciones, 1970, 1972.
2
Historia de la provincia de la Compañía de Jesús de la Nueva España.

9
Israel Cavazos Garza

en sus Apuntes para la historia eclesiástica..., ed. 1882.3 Lamentable-


mente los libros de uno y otro son de difícil acceso y, por lo mismo,
la presencia de la Compañía de Jesús en Monterrey, es casi desco-
nocida.

Jesuitas en el Nuevo Reino de León

La capilla de San Francisco Javier —que no debe de ser confundida


con la iglesia y convento de San Francisco de Asís— existió en
Monterrey en gran parte del siglo XVIII. El Colegio de la Compañía
de Jesús, en cambio, apenas si estuvo en actividad durante escasas
tres décadas, de la primera mitad de ese mismo siglo.
Es importante asomarnos a los antecedentes de la presencia de
la compañía del Nuevo Reino de León; si no en su calidad de insti-
tución esencialmente educativa, sí en el aspecto económico, esen-
cialmente necesario también para el sostenimiento de sus fines pri-
mordiales.

Ganadería trashumante

Propiciado por el gobernador Martín de Zavala, se observó en el


Nuevo Reino de León desde la primera mitad del siglo XVII, un
auge extraordinario de ganadería trashumante, proveniente del in-
terior de la Nueva España. Ricos hacendados y grandes criadores
recibieron en merced vastas extensiones de tierra para que entraran
con sus pastorías de ganado lanar y cabrío. Este fenómeno
económico fue equiparable al que se vivió entre Castilla y
Extremadura en la Edad Media. Personajes de la nobleza criollas y
algunas instituciones religiosas, con obligación de poblar.4
3
Apuntes para la historia eclesiástica de las provincias, que formaron el obispado de Linares...
Tip.: Religiosa de J. Chávez. Monterrey, 1877, 153 pp. Para este estudio se consultó
la edición de La India, Monterrey, Imp. De Gobierno, en Palacio, a cargo de Viviano
Flores, 1882, 164 p. El capítulo VI, Los Jesuitas, pp. 60 a 68.
4
El gobernador Nicolás de Azcárraga censuró a don Martín de Zavala por haber

10
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

Fue la Compañía de Jesús una de las órdenes con mayor partici-


pación en esta bonanza ganadera. Los jesuitas de Querétaro fueron
los primeros. En 1646, el gobernador Zavala los hizo merced de
treinta sitios de ganado mayor, veinte de menor y ocho caballerías
de tierra, en el río del Pilón y en el del Pilón Grande. Fueron dueños
también los jesuitas de Querétaro, de enormes extensiones de tierra
comprendiendo la hacienda de San Miguel, de la Pesquería Chica y
otras desde la Ciénega de Flores, hasta las lomas de Mamulique, y
otras más en la zona del valle, zona de San Cristóbal de los Hual-
ahuises.5
Por su parte los jesuitas de Valladolid (hoy Morelia) en la segun-
da mitad del siglo XVII, poseían también grandes latifundios a don-
de enviaban a pastar sus ganados.6
La Compañía de Jesús de San Luis Potosí, por su parte era dueña
de grandes agostaderos en el Valle del Carrizal, comprendido ac-
tualmente en los municipios de Gral. Zuazua, Higueras y Dr. Gon-
zález.7
Finalmente la Sagrada Compañía de Jesús de las Californias, pas-
taba sus numerosos rebaños en la región de San Antonio de los
Llanos (actual Hidalgo, Tamaulipas), perteneciente entonces al
Nuevo Reino de León.8
Otra institución religiosa, el convento y Hospital Real de
otorgado estas mercedes, porque debían de ser a condición de poblar y de no
convertirlas en bienes eclesiásticos. Véanse sobre el tema a: Eugenio del Hoyo.
Señores de ganado. Nuevo Reino de León, siglo XVII. Monterrey, 1967. 67pp. Cuadernos
del Archivo/4 y “Haciendas y ganados en el Nuevo Reino de León. Siglos XVII y
XVIII”, en Humanitas N° 26.
5
Presentación de títulos por Cristóbal de Perales. Archivo Municipal de Monterrey,
UANL, p. 441-461 (en lo sucesivo se citará AMM), Ramo Civil, Vol.11, Exp. 9,
(1968). Los títulos de las Higueras en ibíd. Vol. 19, Exp. 6. Los del Valle de San
Cristóbal de los Hualahuises en ibíd., Vol. 23, Exp. 13 (1684).
6
Referencias en Reclamación de un indio por el mayordomo Juan de Maltos,
AMM, Civil, Vol. 13, Exp. 11, fol. 15, 1663.
7
Inventario..., AMM, Civil, Vol. 38, Exp. 29 y 30 (1713).
8
Visita del gobernador José Antonio Fernández de Jáuregui. AMM, Vol. 60,

11
Israel Cavazos Garza

Bethlemitas de San Miguel, de Guadalajara, poseyó hasta 1762, el


agostadero de Ntra. Señora del Rosario, en Cerralvo. A solicitud de
fray Juan de Santa Anna, fue rematado en ese año a don Pedro de
Ugarte.9
Al parecer Ugarte lo vendió o lo cedió al Convento Capitular y
Hospital Real de Convalecientes, de la misma orden, de la ciudad
de México. Esta institución le dio en arrendamiento en 1791 a Mi-
guel Alanís, vecino de Cerralvo.10
Hacendados, órdenes religiosas, etc., enviaban a pastar a estas
posesiones sus enormes cantidades de ganado, por medio de ma-
yordomos. Por lo que hace a las pertenecientes a los jesuitas de San
Luis Potosí, ya mencionados hemos visto el inventario fecho en
1713, por enfermedad del mayordomo Pedro de Valle. Sólo en la
hacienda de La Parada traía 10,832 cabezas de ganado menor.11

Inicios culturales

El auge económico de la mesta, propició algunas expresiones


culturales. Un ganadero, Antonio Leal entró con sus ovejas en 1635.
Con él llegó un hombre excepcional; Alonso de León, su yerno,
quién habría de legarnos una magnífica crónica. Y resulta sumamente
interesante advertir que éste poblador y soldado, tenía antecedentes
jesuitas. Al dedicar su historia al inquisidor don Juan de Mañozca,
deja entrever que fueron condiscípulos, al expresar: Pues cuando como
muchachos deseábamos la desocupación de los gimnasios de la Compañía
para dar un rato al tiempo lo que era suyo.12
Durante todo el siglo XVII hubo en el Nuevo Reino de León
Exp. 1, fol. 43.
9
Remate..., ordenado por la Real Audiencia de Guadalajara, AMM, Civil, Vol. 91,
Exp. 4.
10
Arrendamiento..., AMM, Protocolos, Vol. 21, fol. 183 vto., N° 99, Monterrey.
7 de febrero de 1791.
11
Inventario..., AMM, Civil, Vol. 38, Exp. 30, 1713.
12
“Al muy ilustre señor don Juan de Mañozca...”, en Alonso de León, Historia...,

12
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

ausencia absoluta de centros de enseñanza. La educación elemen-


tal de los niños estuvo a cargo de los religiosos franciscanos. En las
celdas de su convento, convertidas en aulas, enseñaban los rudi-
mentos de lectura, aritmética y a tañer algún instrumento. Hubo
también algunos educadores seglares empíricos. Nada había e cuanto
a la educación llamada en nuestros días media o superior. Mineros y
hacendados pudientes enviaron a sus hijos a estudiar en México,
Guadalajara o San Miguel el Grande. Aunque sea de paso citaré
algunos ejemplos. Lucas de las Casas, nacido en Monterrey en 1693,
doctor por la Universidad de México, cura de Saltillo en 1722; ca-
nónigo de la catedral de Guadalajara, autor de considerable núme-
ro de obras jurídicas y literarias. El padre Nicolás López Prieto,
originario de Monterrey, donde nació en 1696. Colegial de Tepoztlán,
jesuita. Llegó a ser rector del Colegio de San Borja en Guatemala y
del de Mérida, donde murió en 1751.13 El maestro Juan de Dios
García de Pruneda, también jesuita y natural de Cadereyta; colegial
de San Ildefonso, en 1706, rector del Colegio del Espíritu Santo, en
Puebla y muerto en México en 1754, etc.14
Lamentablemente para nuestra región estos personajes florecie-
ron en otras latitudes y raro fue el que volvió.

El Colegio del padre López Prieto

En los albores del siglo XVIII, se observó en Monterrey mayor


movimiento cultural. Uno de los estudiantes que habían abrevado
en centros escolares de otras partes, volvió. Se trataba del padre
Jerónimo López Prieto, quien llegó a Monterrey en 1701. Oriundo
del valle del Huajuco fue a estudiar a Guadalajara en la Sagrada

ed. 1961, p. 3.
13
Beristáin de Sousa, José Mariano. Biblioteca americana septentrional, México, oficina
de don Alexandro Valdés, 1819, p. 504.Edición facsimilar. UNAM, México. 1981.
14
Ibíd., p. 506.
15
José Eleuterio González, Op. cit., p. 62.
16
Ms., Testimonio de la merced y posesión..., AMM, Civil, Vol.36, Exp. 19. La

13
Israel Cavazos Garza

Congregación de Clérigos Seculares Oblatos, institución fundada


en Italia en el siglo XVI por San Carlos Borromeo. Ordenado
sacerdote, fue nombrado teniente de cura de la parroquia de
Monterrey por el obispo Camacho y Ávila, de Guadalajara. Al año
siguiente sustituyó con carácter de interino al padre José Guajardo,
cura de la ciudad.15
El padre López Prieto abrigaba el propósito de construir una
capilla a San Francisco Javier y la de establecer un colegio. Debido
a ello solicitó al gobernador don Juan Francisco de Vergara y Men-
doza el terreno necesario. En la petición, expresó que lo pedía

para dicha obra y vivienda de los padres Oblatos que en él hubieran


de vivir y asistir a la educación y estudios de los hijos vecinos de este
reino que quisieren seguirlos.

El gobernador le otorgó merced de

el sitio de cuadra en cuadro..., atendiendo a la mayor ampliación que


este reino puede tener de que en él esté funcionando dicho colegio.16

El predio mercedado “de cuadra en cuadro” comprendió la manza-


na situada entre las actuales calles de Morelos, al sur, Escobedo, al
Oriente, Padre Mier, al Norte, y Parás al poniente.
Considerando el ayuntamiento que el gobernador no estaba
facultado para otorgar la merced la validó “por ser bien y útil desta
ciudad y lustre della”, y comisionó a José Ramón de Arredondo para
que midiera resultando tener “225 varas de frente a la calle Real”
(Morelos) por 90 y media de fondo.
Habiendo llegado a Monterrey don Manuel de Campuzano Cos
y Cevallos, juez privativo de tierras y aguas, le fueron presentados
los títulos de las que poseía el Colegio. El juez los confirmó, sin
merced fue otorgada el 13 de marzo de 1702 (Testimonio otorgado en Monterrey, el
7 de enero de 1709).
17
Ibíd.
18
Ibíd.

14
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

costo alguno de composición. Hizo también “reconocimiento y vista de


ojos” del terreno y dio posesión al padre López Prieto, “a cuyo cargo
está la superintendencia del Colegio Seminario como fundador de él”.17

El Colegio y la capilla

No son muy amplias las referencias sobre el principio de las


actividades del colegio. El juez privativo de tierras y aguas, al
confirmar la merced, menciona la utilidad de su fundación “para la
mejor educación, doctrina y enseñanza de los niños hijos de los vecinos de este
reino”.18 Pero es incuestionable que en el nuevo plantel educativo, si
bien impartía educación a niños fue de mayor nivel, con calidad de
seminario.
Así se demuestra en una carta poder otorgada, en 1704, a dos
años de otorgada la merced, por un clérigo de entonces. El diácono
Juan de la Rea, quien asienta que era a la sazón “maestro de filosofía
en Monterrey”.19
Prueba irrefutable también es otra carta poder otorgada en 1706
por el bachiller Antonio Jiménez, quien expresa ser

clérigo y a la sazón de evangelio, maestro de estudiantes en grado de


gramática en el Colegio de esta ciudad.20

Un testimonio más de que el Colegio fundado en 1702, por el


padre López Prieto fue todo un seminario, es la confirmación de los
títulos en 1709 por el mismo juez privativo de tierras y aguas. En
este documento se lee:

19
Poder..., AMM, Civil, Vol. 27, Exp. 11, fol. 36, Monterrey, 4 de noviembre de
1704.
20
Poder otorgado a favor del Lic. Tomás Romero Villalón, superior de la Sagrada
Congregación de Padres Oblatos, de Guadalajara, AMM, Protocolos, Vol. 8, fol. 84,
N° 38, Monterrey, 9 de julio de 1706.

15
Israel Cavazos Garza

... habiendo reconocido que su dirección fue al mayor servicio de


ambas majestades y que la fundación del Colegio es para la mejor
educación, doctrina y enseñanza y que por este medio tengo previsto
el que adelantan en la virtud y política, y que algunos de ellos por la
presente han logrado la conclusión del santo estado sacerdotal y
espero que en lo de adelante se ilustrará dicho reino por medio de tan
santa empresa, doy por buena y valedera... la merced... en que está
fundada la capilla... y el Colegio Seminario...21

El gobernador don Francisco de Mier y Torre, realizó más tarde,


en 1711, una “vista de ojos”, al colegio. Después de describir la obra
material, reafirmó lo expresado por el juez privativo, al hacer cons-
tar que:

Se ven ya logrados dos sacerdotes y otros de sacros órdenes de epístola


y evangelio y otros de cuatro grados, y que en su consecución se está
leyendo gramática y filosofía a los hijos de este reino, en doctrina y
educación, de donde se deduce el acrecentamiento y lustre de esta
ciudad por la buena enseñanza.22

No cabe duda que fue éste el primer Seminario de Monterrey,


como una extensión de la Congregación de padres oblatos de Gua-
dalajara.
La construcción del edificio del Colegio debe de haber sido em-
pezada tan pronto, recibió el padre López Prieto la merced del te-
rreno. No hemos encontrado una descripción de sus primeros años.
La más cercana a ese tiempo es la que nos dejó el gobernador Mier
y Torre. En su visita de 1711 encontró que el Colegio tenía siete cuar-
tos bajos “capaces y fuertes para clases, refectorio y vivienda”. En los
altos, “un cuarto sobre la sacristía, con su corredor”. El patio era bas-
tante amplio. Encontró el gobernador empezada una cabecera del por-
tal y “en la otra cuadra... los cuartos y dormitorios fabricados”. En la

Ms. Testimonio de la merced y posesión..., véase nota 16.


21

Ms. Copia simple que contiene varias determinaciones de buen gobierno.


22

AMM, Civil, Vol. 38, Exp. 29, folios 4 y 5.

16
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

fachada una puerta grande, algunos de los muros inconclusos pero la


fábrica en general “de piedra (sillar) toda fuerte y decente”.23
Una referencia importante en esta descripción es la que en el
edificio, clérigos y estudiantes tenían su “vivienda en clausura”.
En cuanto a la capilla, es constante que fue edificada en forma
simultánea. En la merced de unos solares otorgada a Luis de Salazar,
se expresa que están “detrás de la capilla que están fabricando de
San Francisco Javiel” (sic). El documento está fechado el 15 de
mayo de 1703, esto es al año siguiente de la merced concedida al
padre López Prieto.24
Para 1711, ya estaba concluida. El gobernador Mier y Torre, sólo
asienta: “la iglesia, con sacristía muy capaz”.25 El mismo goberna-
dor en un informe al obispo de Guadalajara la describe como “muy
buena iglesia, techada de tejas, bien adornada y alhajada, con bue-
na sacristía”.26
La capilla había sido techada de teja en 1710 y por esos años
sirvió de parroquia por haberse incendiado la de la ciudad (actual
catedral) y hallarse ésta en obras de restauración.

El Seminario Jesuita

El obispo de Guadalajara don Diego Camacho y Avila, estaba


pendiente de la obra del padre López Prieto, y elogiaba “su desvelo
y aplicación”. Decidido a impulsarla concibió el propósito de
establecer en Monterrey un Seminario en toda forma. En una carta
de 21 de abril de 1711 se expuso esta idea al gobernador don Fran-
cisco de Mier y Torre, solicitándole informes sobre el estado actual
del Colegio expresándole además:

23
Ibíd.
24
Merced de solar, AMM, Civil, Vol. 26, Exp. 4, fol. 26.
25
Copia simple..., véase nota 22.
26
José Eleuterio González. Op. cit., p. 63.

17
Israel Cavazos Garza

... y porque deseo... se eduquen cuatro o seis muchachos con sus


maestros de gramática y artes para cuya manutención he aplicado y
aplicaré los efectos que pudiere y para que ésta puede tener título de
Colegio Seminario... suplico su licencia.27

Pronto respondió el gobernador. Informó del estado material y


académico del colegio y, tras de hacer eruditas referencias al celo
de la corona española sobre el establecimiento de seminarios con-
cedió la autorización solicitada. Señaló que la fundación del semi-
nario se haría:

...arreglada a las leyes... con todos los fueros y derechos que le


pertenecen por razón de seminario... [y] por el bien que de ello recibe
el reino, sacando a los hijos de él de la total ignorancia y entrando en
la política y doctrina por lo cual he tenido a bien conceder dicha
licencia y para su cumplido efecto mando dar la presente. Monterrey,
en 19 de mayo de 1711, firmada de mi nombre y sellada con el sello
de mis armas.28

Dos razones frustraron la fundación del seminario. Una, la de-


mora de la autorización real solicitada por el ayuntamiento29 que no
consideraba al gobernador facultado para darla (hay la referencia
de que los documentos se perdieron por el hundimiento de uno de
los barcos de la flota). Otra, el fallecimiento del obispo Camacho y
Avila, ocurrida durante su visita pastoral a Zacatecas el 19 de octubre
de 1702.30
El Colegio del padre López Prieto continuó abierto. Uno de sus
maestros que enseñaba filosofía en 1712, era el bachiller Juan Este-
ban de Arellano, a quien el colegio donó un solar “por haber sido yo
tan insigne en servirle”.31 En enero de 1713, a petición del padre
27
Ms. Copia simple..., véase nota 22.
28
Ibíd.
29
José Eleuterio González, Op. cit., p. 65.
30
J. Ignacio Dávila Garibi. Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara. Edit.
Cultura, México, 1963, tomo tercero, 1 p. 219.
31
Ms. Testamento del padre Arellano, AMM, Protocolos, Vol. 11, fol. 357,
Monterrey, 17 de abril de 1728. El otorgante murió cuatro días después.

18
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

López Prieto, el gobernador certificó “que había en el colegio, pa-


dres, estudiantes y algunos de estos tonsurados”.32
Pasó tiempo para que el propósito del extinto obispo Cama-
cho y Avila se cumpliera. En su Historia de la Compañía de Jesús,
el padre Francisco Javier Alegre, cronista de la orden, escribe:

.... 1714. Muy a principios de este año se comenzó a tratar con calor de
una nueva fundación en la villa (sic) de Monterrey...33

El padre Alegre concede gran influencia para esta fundación, a


un valioso donativo económico del padre Francisco de la Calancha
y Valenzuela, acaudalado vecino de Monterrey. Efectivamente, este
rico minero, presbítero, encomendero y comisario del Santo Oficio
de la Inquisición, de acuerdo con el padre Alonso Arrevillaga, pro-
vincial de la Compañía, donó a los jesuitas una gran parte de sus
bienes.
La donación, en realidad fue espléndida. En escritura de prime-
ro de febrero de ese año del 714, otorgada en Monterrey ante Fran-
cisco de Mier Noriega, escribano público y de cabildo, cedió a la
Compañía de Jesús lo siguiente: ocho caballerías de tierra, con la
saca de agua del río de las Sabinas; la casa con sus trojes, despen-
sas, oficinas y cuartos anexos. Mil reses, 25 manadas de yeguas, de
25 cada una; o sea 625 yeguas, con siete burros. 60 bueyes mansos,
con las aperos de quince yuntas; 15 mulas mansas, 1,200 cabras;
una carreta y un trapiche con el avío necesario y la sementera de
caña. La donación incluyó “la gente de servicio de la hacienda, así
los de servicio como todos los de salario”.34 En el documento ori-
ginal esta tachado “dos rancherías de indios de encomienda”. Ce-
dió el Lic. Calancha estos cuantiosos bienes.

32
José Eleuterio González, Op. cit., p. 63.
33
Alegre, Historia... citado por J. E. González, Apuntes..., p. 60.
34
Donación... AMM, Protocolos, Vol. 15, fol. 311, N° 106, 1° de febrero de 1716.

19
Israel Cavazos Garza

.... para que dicha compañía y sus superiores funden en la ciudad de


Monterrey... un colegio o casa... para que dicha ciudad y reino tenga...
la espiritual doctrina y enseñanza... y también para que la juventud de
dicho reino tenga la enseñanza en doctrina y buenas letras... y que
haya de haber un maestro que enseñe letras humanas y gramática y...
si alcanzan los réditos haya también maestro de leer y escribir... y un
maestro que enseñe filosofía y artes... y que la iglesia que se funde
tenga por patrón al apóstol de las gentes. San Pablo y que [se] celebre
su fiesta todos los años.35

Tres condiciones quedaron impuestas. 1ª Que de no convenir a


la compañía tener colegio o casa en Monterrey, la donación sea
entregada a la compañía en la villa de Palma, en Andalucía, “mi
patria”. 2ª Que ningún pariente alegue derecho o patronato, entie-
rro o llave a otra cualquiera honra. 3ª Que por cuatro años é pastará
sus ganados en las tierras donadas.36
Algo desconcierta que haya otro texto de la misma escritura y de
igual fecha en otro volumen del mismo escribano y con ligeras va-
riantes.37 También debe hacerse notar que esta donación la había
hecho ocho años antes, ante el gobernador don Gregorio de Salinas
Varona, el 23 de agosto de 1706. El propósito había sido el mismo
de un colegio y casa de la compañía en Monterrey.38
La donación de las haciendas en Sabinas, no obligaba a la Com-
pañía a abrir un colegio tan pronto tomara posesión de lo donado.
La falta de casa fue resuelta por el padre López Prieto, quien hizo
cesión a los jesuitas “del Colegio Seminario, [y] de la iglesia de San
Francisco Javier a él contigua, con todos sus ornamentos y alha-
jas”.39
El Colegio de San Francisco Javier de la Cía. de Jesús, empezó
en Monterrey, sus actividades a fines de 1714, o en los primeros
35
Ibíd.
36
Ibíd.
37
Este otro texto está en el Vol. 10, fol. 96 vto., N° 50.
38
Donación..., AMM, Protocolos, Vol. 8, fol. 85, N° 39.
39
Relación de documentos solicitados por el padre rector Francisco Ortiz. En J.

20
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

meses de 1715,40 sin que hasta ahora haya sido posible precisar la
fecha. En mayo de 1715, ya era rector el padre Francisco Ortiz. Al
otorgar un poder sobre donaciones expresa que el gobernador man-
dó darle “la posesión en que actualmente se halla del colegio y su
capilla en nombre de la provincia”.41
La apertura del seminario fue posible también a fondos donados
por el propio padre López Prieto y por don Manuel Mimbela, obis-
po de Guadalajara. Hubo aportaciones específicas: el general don
Pedro de Echeverz, 1,000 pesos; el sargento mayor don Pedro Gua-
jardo 1,000 cabras y 500 carneros; el general don Francisco Báez
Treviño 1,000 pesos “y toda la cal que se necesitara para la fábrica
del edificio”.42

Cátedras y rectores

El historiador José Eleuterio González, quien abordó con brevedad


el tema llegó a afirmar que vinieron a fundar un colegio; que
“recibieron una buena casa [y] que se fueron con el dinero a fundarlo
a la villa de Palma...” 43
Le faltó al Dr. Gonzalitos encontrar y analizar más documentos,
existentes en el Archivo Municipal. El colegio sí fue establecido y
en los treinta años sí ejerció labor educativa. Ya hemos visto que en
mayo de 1715 fue primer rector el padre Francisco Ortiz. Había
llegado un año antes con otro compañero a tomar posesión de la
donación del Lic. Calancha. En 1716, obtuvo el registro del hierro
de los ganados propiedad de la Compañía. Fue a la vez catedrático
y dejó el rectorado en 1717. Sustituyó al padre Manuel Fernández y
seis años después en 1723 ejerció la rectoría el padre Ignacio de
E. González, Op. cit., p. 65, lamentablemente sin fecha.
40
Poder a favor del padre Joaquín Antonio Villalobos, AMM, Protocolos, Vol.
10, fol. 214, N° 127. Monterrey, 14 de mayo de 1715.
41
José Eleuterio González, Op. cit., p. 61 y 65.
42
Ibíd.
43
Alegre, Historia... citado por J. E. González, Op. cit., p. 61.

21
Israel Cavazos Garza

Treviño. Nacido en Monterrey el 8 de mayo de 1683, fue hijo del


gobernador Francisco Báez Treviño y de doña Catalina de Maya.
Estudió en el Colegio Jesuita de Tepozotlán. Sus padres fueron cons-
tantes benefactores del colegio, al grado de que en su testamento
ambos dispusieron ser sepultados en su capilla, donde también fue
enterrado el padre Ignacio, su hijo.44

Clausura del Colegio

En el testamento del padre Juan Esteban de Arellano, como que da


idea de que ya para 1728 no existía el Colegio, porque dice “que se
intituló de San Francisco”.45 Sin embargo, hay constancias posteriores
en sentido contrario. En 1732 era rector el padre Marcelino Bazaldúa.
En ese año entabló demanda contra doña Margarita Buentello, viuda
del escribano Francisco de Mier Noriega, por 300 pesos, más 134
de réditos, que el padre Ortiz, rector del colegio, le había prestado
16 años antes.46
En 1731 el mismo padre rector Bazaldúa solicitó vender en su-
basta los bienes donados por el licenciado Calancha, por haber
recibido orden de sus superiores de clausurar el colegio. Pero él
mismo pidió suspender el remate “porque había recibido contraorden
para que permaneciera aquí el colegio”.47
Del aspecto académico son muy escasas las referencias en los
documentos del Archivo Municipal de Monterrey. Habría que loca-
lizar el archivo del colegio. Los libros de matrícula de estudiantes,
los planes de estudio, el otorgamiento de grados, etc. Hay un largo
ayuno de información sobre este importante renglón. A finales de
la década de 1730 se advierte un lapso de decadencia. “Persevera-
ron los padres —dice el cronista Francisco Javier Alegre— luchan-

44
Archivo de la curia de la Catedral de Monterrey. Entierros.
45
Testamento..., AMM, Protocolos, Vol. 11, fol. 357, N° 146.
46
Instancia sobre deuda... AMM, Civil, Vol.59, Exp. 11, 15 fojas.
47
José Eleuterio González, Op. cit., p. 66.

22
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

do con la escasez de rentas y poco favorables disposiciones del


terreno”.48
El argumento no parece muy convincente. Hay constancias de
que los ingresos del colegio eran considerables.
El cronista franciscano fray José Arlegui asienta que los jesuitas
abandonaban el colegio “porque aquí no pudieron mantenerse por
la pobreza de la tierra”.49 Otra inexactitud, a nuestro juicio, porque
nunca faltó la generosidad de las donaciones.
El mismo padre Calancha y Valenzuela había donado un vasto
terreno desde espaldas del colegio hacia el norte hasta el ojo de
agua. Los jesuitas tuvieron ahí una huerta, abrieron una acequia y
el producto de hortalizas era abundante.50 En los protocolos de la
época se ven frecuentes fundaciones de capellanías a su favor, rédi-
tos por préstamos, etc. Uno de los más ricos mineros del Nuevo
Reino, don Antonio López de Villegas, en su testamento otorgado
en 1723 dejó al Colegio de San Francisco Javier como heredero de
sus cuantiosos bienes.51 Lo cierto es que había el propósito de tras-
ladarse a Parras, lugar de mejor clima, aunque no de mejores pers-
pectivas.
Tampoco ha sido posible precisar la fecha de clausura. El 4 de
junio de 1745 el provincial de la Compañía de la Nueva España,
padre Cristóbal de Escobar y Llamas, facultó al padre rector Juan
José de Nava, para vender la hacienda de San Francisco Javier de
Sabinas, donada por el Lic. Calancha y Valenzuela. El primero de
febrero del año siguiente (1746), en pública subasta fue vendida,

48
Alegre, Historia..., citado por J. E. González, Op. cit., p. 61.
49
Citado por J. E. González, Op. cit., p. 67.
50
Donación..., AMM, Civil, vol. 41, Exp. 27, 1714.
51
Testamentos de don Antonio López de Villegas, natural de Toranzo,
arzobispado de Burgos y de doña María González Hidalgo, su esposa . AMM,
Protocolos, Vol. 11, fol. 251 y ss, N° 96. Monterrey, 12 de junio de 1723. Otro de
don Antonio, otorgado por el Lic. Marcos González Hidalgo, Ibíd., fol. 346, N° 134.
Monterrey, 11 de febrero de 1727.

23
Israel Cavazos Garza

en 10,000 pesos al mejor postor don Manuel Flores de Valdés.52


Es interesante asomarnos a esta escritura, a treinta años de dis-
tancia de la donación. Observamos algunas diferencias. Los padres
jesuitas no supieron o no quisieron incrementarla. Las ocho caba-
llerías, y los catorce sitios de ganado mayor y tres de menor eran los
mismos. De la casa con sus trojes, despensas y oficinas con sus
cuatro anexos sólo se consignaban ahora “la casa de vivienda con
siete oficinas y un cuarto alto, todas muy maltratadas”. No se men-
cionaron ahora las mil reses ni las mil doscientas cabras. De las 25
manadas de yeguas de 25 cada una, ahora sólo había seis yeguas
viejas. De las 15 yuntas de bueyes, en la nueva escritura se regis-
tran sólo tres. De quince mulas mansas, quedaban cinco, tres de
éstas cerreras. No es mencionada tampoco la gente de servicio, ni
la de salario, que incluía la escritura de donación.53
Otro aspecto que queda claro en relación a la compra de la ha-
cienda por don Manuel Flores de Valdés, no consignado en la escri-
tura, es el de que sólo sería la mitad para él y la otra mitad para el
general Francisco Ignacio de Larralde. Así lo habían establecido en
convenio firmado en Monterrey el 28 de enero de 1746, cubriendo
por mitad el costo. Fue hasta mucho más tarde, en 1805, cuando el
bachiller José Fernando Flores, hijo del comprador, traspasó la mi-
tad de la hacienda a Agustín de Larralde, nieto del general. Declaró
el bachiller que su padre, ya difunto, no alcanzó a otorgar escritura
al general Larralde, pero que, en la cláusula 23 de su testamento,
otorgado en Boca de Leones el 7 de octubre de 1755, expresó haber
recibido 5,300 pesos por la mitad de la hacienda.54 Al parecer los
sucesores del general fueron dueños después de toda la hacienda,
que ahora no se llama San Francisco Javier sino La Larraldeña.

52
Venta, AMM, Protocolos, Vol. 14, fol.219, N° 77, 1° de febrero de 1746.
53
Ibíd.
54
Traspaso..., AMM, Protocolos, Vol.25, fol. 203, N° 82. Real de Santiago de las
Sabinas, 19 de octubre de 1801.

24
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

Después de la clausura

El edifico del colegio y la capilla quedaron abandonados. Solares,


ornamentos y alhajas de la desaparecida institución fueron
entregados a la parroquia (actual catedral) de Monterrey. Para las
diligencias de entrega hubo, una petición del gobernador Vicente
Bueno de la Borbolla y del ayuntamiento de la ciudad, de 5 de julio
de 1847; un despacho de 23 de enero de 47 del virrey conde de
Revillagigedo; un decreto de 30 de abril de 48, del teniente de
gobernador, general Larralde y una junta del cabildo y vecinos, del
14 de julio.55
Monterrey perdió entonces óleos debidos al pincel de artistas de
renombre. Al visitar la residencia de Parras hemos admirado su co-
lección magnífica de pinturas. Al ver las de la época del Colegio de
Monterrey, nos ha dolido que no hubiesen quedado aquí.
El colegio jesuita siguió viviendo en el recuerdo de la ciudad.
No hubo, a partir de su clausura, contrato alguno de compraventa
de solares y casas de sus cercanías, en el que no se consigne como
referencia en sus colindancias: “a espaldas del colegio que fue de la
compañía; en la calle que pasa por el Colegio de San Javier”; etc. La
actual calle de Escobedo, fue conocida durante casi todo el siglo XVIII,
como: callejón de la Compañía. En alguna escritura se agrega: “que
pasa por detrás del corral de las Casas Reales”. Esto es, el corral del
contiguo Palacio Municipal (actual Museo Metropolitano). Fue hasta
1797 cuando el gobernador Herrera y Leyva lo suprimió, para conver-
tirlo en Plazuela del Mercado, actual Plaza Hidalgo.
Nadie ocupó el edificio, “con la esperanza de que los padres
volvieran; se arruinó muy pronto, porque nadie cuidaba de él; el
general Salvador Lozano reedificó la capilla, pero pronto volvió a
caerse”, comenta el Dr. José Eleuterio González.56
55
Testimonio..., AMM, Protocolos, Vol. 13, fol. 368, N° 171. Ante el escribano
Juan José Roel y Andrade. Monterrey, 29 de agosto de 1749, 10 fojas.
56
José Eleuterio González, Op. cit., p. 67.

25
Israel Cavazos Garza

La esperanza de que volvieran acabó con el destierro de los je-


suitas acordada por Carlos III y decretada por el breve del Papa
Clemente XIII expulsándolos de los dominios españoles. Pero no
acabó del todo con su recuerdo. En el plano de la ciudad, atribuido
a fray Cristóbal Bellido y Fajardo, se ve dibujada la capilla, y en la
descripción señalada con una F mayúscula se lee: “Yglesia caída y
solar de San Francisco Javier de los Jesuitas”. El plano es de 1791.
Otro recuerdo continuaba latente entre los reineros. Considera-
ban sagrado el sitio en el que la capilla semiderruida se negaba a
caer. Ahí estaban (y estarán todavía) sepultados el gobernador Fran-
cisco Báez Treviño, muerto en 1727; su esposa doña Catalina de
Maya y el padre jesuita Ignacio de Treviño, su hijo. Documentos de
la época y los libros de entierros del archivo de la catedral, registran
otros sepulcros en la capilla. El del capitán Joaquín de Escamilla,
“junto a la pila del agua bendita”, por haberlo dispuesto así en su
testamento, otorgado el 10 de enero de 1711.57 El de Alonso Muñoz,
originario de Querétaro, muerto aquí en ese mismo año.58 El de
doña Juana de Treviño y el de Antonia González, su nieta, muerta
ella en 1724.59
La solidez del edificio del colegio lo hacía mantenerse en pie. Ya
en la segunda década del XIX, en 1815, el general Joaquín de
Arredondo decidió ocuparlo y convertirlo en sede del gobierno y en
asiento de la Comandancia de las Provincias Internas de Oriente.60
El ayuntamiento, por su parte empezó a dar los solares a los veci-
nos.
Así concluyó todo. El edificio cobró su prestancia. Elevado a la
dignidad del palacio de gobierno, fue testigo de importantes y agita-
57
Testamento del capitán Joaquín de Escamilla. AMM, Protocolos, Vol. 9, fol.
241, N° 89, Monterrey, 10 de enero de 1711.
58
Memoria testamentaria... AMM, Protocolos, Vol.9, fol. 260, N° 97, Monterrey,
3 de junio de 1711.
59
Testamento de Juana de Treviño... AMM, Protocolos, Vol. 11, fol. 287, N° 110.
Monterrey, 26 de marzo de 1724.
60
José Eleuterio González, Op. cit., pp. 67 y 68.

26
El Colegio Jesuita de
San Francisco Javier de Monterrey

dos episodios de la historia local y nacional. En particular el de


haber sido asiento de la presidencia de la república durante la es-
tancia de Juárez en Monterrey, en 1864; y de 1815 a 1901, sede de
los poderes del estado hasta su traslado al palacio de gobierno ac-
tual, entonces en construcción. La finca fue vendida en 1897 a
Eduardo Bremer, quien estableció allí la Botica de El León. Pasó
luego a otra empresa, la familia Benavides, ligada también al mun-
do de la medicina y, con todo y las adaptaciones requeridas, algo ha
de conservar, de lo que fue en la primera mitad del siglo XVIII.
Una reflexión final. La institución fundada en 1702 por el padre
López Prieto, como Colegio Seminario de la Congregación de los Padres
Seglares Oblatos, que perduró durante casi trece años; y el Colegio
Seminario de San Francisco Javier, de la Compañía de Jesús, con
permanencia de treinta años, constituyen el antecedente más anti-
guo de la educación superior en Monterrey.

27
28
La antigua Plaza de Armas de
Monterrey, lado Norte
Tomás Mendirichaga Cueva
Sociedad Nuevoleonesa de Historia,
Geografía y Estadística

E
n agosto de 1626, al tomar posesión don Martín de Zavala
como gobernador del Nuevo Reino de León, ordenó redactar
un documento, llamado Vista de Ojos, que es una
descripción de la ciudad de Monterrey y está fechada el 7 de
septiembre del mismo año. En el mencionado documento se asentó
que las casas están distantes unas de otras... sin orden ni contigüidad unas
con otras, sin calles, policía ni comercio, ni modo de él, ni república... Es
decir que la población, fundada en 1596 y trasladada a un nuevo
emplazamiento en 1612, aun no había sido trazada, treinta años
después, en 1626.
Las casas se habían levantado sin orden, alejadas unas de otras.
Las viviendas estaban situadas a poco trecho, a unos veinte, cuarenta
o cincuenta pasos o a un tiro de arcabuz poco más o menos, decía la
Vista de Ojos.
El gobernador Zavala seguramente emprendió el nuevo trazo de
la ciudad, teniendo como centro del núcleo urbano la plaza prin-
cipal “y, desde allí, sacando las calles...”, como lo estipulaban las
Ordenanzas de Nuevas Poblaciones de 1573.
En el perímetro de la plaza debieron repartirse los solares para la
iglesia, al oriente, y las casas reales, al poniente, así como los sola-

29
Tomás Mendirichaga Cueva

res de los vecinos. Sin embargo, no se sabe quiénes fueron los pri-
meros dueños de terrenos en la nueva traza urbana.
Los solares al norte de la plaza eran extensos pues su fondo,
hacia el norte, llegaba hasta la siguiente calle, o sea la que después
se llamó de Morelos, ahora desaparecida en dicho tramo, es decir
entre la avenida Zaragoza y la calle de Zuazua.
La calle que limitaba el lado norte de la plaza principal no tuvo
nombre hasta que, a principios del siglo XX, se denominó calle del
doctor Pedro Noriega. En 1924 se nombró de la Corregidora y desapa-
reció en la década de 1980 con la construcción de la Macroplaza.
La extensa cuadra del lado norte de la plaza, comprendía desde
las actuales avenida Zaragoza hasta la calle de Zuazua.
Mencionaremos las casas que hubo al norte de la plaza,
recorriéndolas de poniente a oriente.
En la esquina noreste de la avenida Zaragoza y la calle Corre-
gidora tuvo su vivienda el capitán Nicolás de la Serna, fallecido en
1663. En el inventario de sus bienes se dice que la casa, techada
con vigas y morillos, tenía dos salas, una tienda rematada con un
torreón, cocina, otros dos aposentos, cochera y huerta.
A la muerte de su viuda, Leonor de la Garza, ocurrida en 1688,
heredó la propiedad su hijo el capitán Nicolás de la Serna el Mozo,
quien contrajo dos matrimonios y falleció en 1693.
En 1712 María Botello, viuda del capitán José de la Serna, her-
mano de Nicolás de la Serna el Mozo, adquirió la propiedad que, a
su muerte, en 1725, heredó su hijo único José Antonio de la Serna.
José Antonio de la Serna también contrajo dos matrimonios y falle-
ció en 1752.Uno de sus hijos, Bartolomé de la Serna, reconstruyó
la finca y en su testamento, dictado a fines del siglo XVIII, afirma
que la casa tenía zaguán, dos salas, recámara, tienda, trastienda,
cocina, cochera, dos corrales, noria y huerta.
La casa del capitán Juan Cavazos también estuvo en el costado
norte de la plaza. Es citada a mediados de 1650, en la venta, que
hizo Mateo de Villafranca de su casa al capitán Blas de la Garza.

30
La antigua Plaza de Armas de Monterrey, lado Norte

Cavazos dio la finca en dote a su hija María al casarse, hacia


1660, con el capitán Ignacio Guerra. Los hijos de Ignacio y María
heredaron la propiedad y, a principios del siglo XVIII, uno de ellos,
Juan Guerra, adquirió las partes de sus hermanos. Hacia 1769, al-
gunos hijos de éste vendieron la finca al general José Joaquín de Mier
Noriega, quien, a su vez, la vendió en 1785 a Pedro Manuel de Llano.
La casa del capitán Juan Guerra, casado con Juana Flores de
Abrego, colindaba, al oriente, con la del capitán Antonio Leal, la
cual es mencionada a principios del siglo XVIII, en la citada com-
pra que hizo Guerra a sus hermanos. A mediados del siglo, la finca
de Leal estaba en ruinas.
La cuadra terminaba con unas casas que eran del padre José
Guajardo, quien fue cura párroco de Monterrey más de un cuarto
de siglo, desde 1676 hasta poco antes de su muerte, ocurrida a fines
de diciembre de 1703.
La propiedad del padre Guajardo estaba situada en la esquina
noroeste de las calles después nombradas de Zuazua y Corregidora.
Como hemos dicho, esa cuadra desapareció al llevarse a cabo la
construcción de la Gran Plaza, en la década de 1980.
Resumiendo lo anterior: en el lado norte de la plaza estuvieron,
de poniente a oriente, a mediados del siglo XVII y principios del
XVIII, las casas de los capitanes Nicolás de la Serna, Juan Cavazos
y Antonio Leal y la del padre José Guajardo. La más antigua refe-
rencia que conocemos es sobre la de Juan Cavazos, que aparece
mencionada en 1650. A la finca de Nicolás de la Serna se alude en
el inventario de sus bienes, fechado a principios de 1663, y las ca-
sas de Antonio Leal y el padre José Guajardo se mencionan a princi-
pios del siglo XVIII, pero también deben haber sido muy antiguas.
En seguida nos referiremos a los cuatro solares que hubo en el
costado norte de la plaza principal de Monterrey.

31
Tomás Mendirichaga Cueva

El capitán Nicolás de la Serna dictó su testamento el 9 de enero de


1663, el cual está parcialmente destruido, y el 18 de marzo del mismo
año otorgó un codicilo.
De la Serna falleció unos días después, el 23 de marzo, “como a
las tres de la tarde...” En el inventario de sus bienes se mencionan
“las casas de su morada, que son una sala, aposento que sirve de
tienda, con su torreón encima; otra sala, cocina, otros dos aposen-
tos y una carrocera (cochera); todo techado con vigas y morillos y
sus jacales, con más la huerta que está conjunta a la dicha casa”.l
Su viuda, Leonor de la Garza, en su testamento, fechado el 15
de octubre de 1687, dice: “declaro por mis bienes la casa en que
vivo con su solar, huerta y corral...” Añade que “consta de una sala,
aposento alto y bajo y una cocina...” Dispone que, cuando muera,
el “aposento bajo con su alto” se le entregue a su nieto José Anto-
nio. Lo demás de la propiedad sería para su hijo Nicolás.2
Leonor de la Garza falleció el 2 de agosto de 1688. En el inven-
tario de sus bienes se menciona la “casa de vivienda, de adobes,
vieja, envigada (con techo de vigas) y cubierta de jacal, que se com-
pone de una sala y aposento, con un alto, una cocina caída y con el
solar que le corresponde...” La casa se valuó en 200 pesos “con
solar y todo...” 3
Nicolás y Leonor tuvieron tres hijos varones: Nicolás, Francisco
y José.

1
Testamento, codicilo e inventario de bienes del capitán Nicolás de la Serna en
Civil, volumen 10, años 1663-1667, expediente 1. Lo referente a las casas en el folio
17. Archivo Municipal de Monterrey.
2
Testamento de Leonor de la Garza, viuda del capitán Nicolás de la Serna, en
Protocolos, volumen 5, años 1691-1694, número 26. Archivo Municipal de
Monterrey.
3
Inventario de bienes de Leonor de la Garza en Protocolos, volumen 5, años
1691-1694, número 25. AMM.

32
La antigua Plaza de Armas de Monterrey, lado Norte

El capitán Nicolás de la Serna el Mozo contrajo dos matrimo-


nios, con Agustina de Sepúlveda y Margarita de las Casas. “Murió
repentinamente” el 30 de marzo de 1693; no testó.
En el inventario de bienes, levantado el 8 de abril de ese año, se
mencionan “las casas de su morada, que se componen de una sala y
un aposento, sobre el cual está otro cuarto; todo techado de vigas,
con jacal encima, puertas y ventanas, y con el sitio de solar que está
inmediato a ella”. Además se menciona “otro solar que está enfren-
te de esta dicha casa, hacia la banda del poniente, y en él hay edifi-
cado un aposento pequeño con un alto encima, techado todo de
morillos con su jacal.” 4
La casa del capitán Nicolás de la Serna el Mozo estuvo en la es-
quina noreste de la que ahora se llama avenida Zaragoza y la calle
Corregidora, ésta desaparecida en el tramo comprendido entre Zara-
goza y Zuazua, al trazarse, en la década de 1980, la Gran Plaza. El
otro solar de su propiedad, que estaba enfrente de su casa, “hacia la
banda del poniente”, se ubicaba en la esquina noroeste de Zarago-
za y Corregidora.
El 6 de febrero de 1697 Margarita de las Casas, quien había con-
traído segundo matrimonio con el capitán Nicolás Ochoa de Elejalde
el Mozo, vendió en 140 pesos al sargento mayor Pedro Guajardo el
terreno que tenía frente a su casa.
La propiedad “se compone de un aposento bajo y encima del
otro (así dice) con su jacal y con el solar que le corresponde...”
Estaba, como hemos dicho, en la esquina noroeste de Zaragoza y
Corregidora. Colindaba al norte con la casa y solar del general An-
tonio.
Fernández Vallejo (predio que ocupa desde 1930 el hotel Mon-
terrey, esquina suroeste de Morelos y Zaragoza), al sur tenía su frente
a la calle Corregidora y a las casas reales (antiguo palacio munici-
pal); al levante estaba otra calle (Zaragoza) y la casa de Margarita y
4
Inventario de bienes del capitán Nicolás de la Serna el Mozo, en Civil, volumen
28, año 1705, expediente 7, folio 1. AMM.

33
Tomás Mendirichaga Cueva

al poniente la casa y solar de Diego Galván, en la misma calle Co-


rregidora, en el lado norte de la plaza que después se llamó de Hi-
dalgo.5
Margarita falleció a principios de julio de 1710. Su segundo es-
poso, el capitán Nicolás Ochoa de Elejalde el Mozo, vendió el 30
de julio de 1712, en 180 pesos de oro común en reales, a María
Botello, también nombrada María Buentello de Morales, viuda del
capitán José de la Serna, una casa ubicada “en la esquina que hace
la plaza de esta ciudad a la calle que va para el ojo de agua de
ella...” Es decir en el costado norte de la antigua plaza de armas,
esquina noreste de Zaragoza y Corregidora. Era “una sala techada
de vigas, que tendrá de largo doce varas (diez metros) poco más o
menos, con el solar de largo que le corresponde...” La propiedad
colindaba al norte con “la calle que va para (la iglesia y colegio de
San Francisco Xavier...”, después llamada avenida Morelos; al sur
con la plaza pública, nombrada desde 1864 de Zaragoza; al oriente,
también sobre el costado norte de la plaza, con las casas del capitán
Juan Guerra Cañamar, y al poniente con “la calle en que vive el
sargento mayor Pedro Guajardo ...”, actual avenida Zaragoza. La
casa de Guajardo estaba, como ya vimos, en la esquina noroeste de
Zaragoza y Corregidora, en el terreno que, a principios de 1697, le
había comprado a Margarita de las Casas.6
El capitán José de la Serna fue hermano de Nicolás de la Serna
el Mozo, quien había heredado la casa de sus padres. José murió el
10 de abril de 1686 y su viuda, como hemos visto, compró la pro-
piedad en 1712.
Hijo único del capitán José de la Serna y María Botello fue José
Antonio de la Serna y Alarcón, quien contrajo nupcias dos veces:
con María Josefa de la Garza y Antonia Francisca de Villarreal. En
su testamento, fechado el 29 de diciembre de 1751, José Antonio
declaró entre sus bienes “la casa de mi morada en que actualmente
5
Protocolos, volumen 6, años 1695-1700, número 29. AMM.
6
Protocolos, volumen 9, años 1709-1712, número 134. AMK.

34
La antigua Plaza de Armas de Monterrey, lado Norte

vivo, con su solar, la cual se halla en la plaza pública desta ciudad,


que heredé de mis padres, a que se añade la sala de la esquina, ya
destruida, que compré a los demás mis coherederos...” Además “un
solar que se halla en esta ciudad, junto al ojo de agua...” 7
José Antonio falleció a fines de marzo de 1752. Su viuda, Antonia
Francisca de Villarreal, declaró entre sus bienes “la casa con su
solar..., aunque ya casi arruinada del todo su fábrica...” Dicha casa,
solar y huerta “que se halla en la esquina de la plaza pública desta
ciudad, con todo lo que comprende...”, fue valuada en 500 pesos.8
José Antonio tuvo de sus dos enlaces ocho hijos y ocho hijas.
Uno de los hijos de su segundo matrimonio, con Antonia Francisca
de Villarreal, fue Bartolomé de la Serna y Alarcón quien reconstru-
yó la finca. En su testamento, dictado el lo. de agosto de 1796,
dice: “declaro por mis bienes la casa de mi morada, que está en la
Calle Real (Zaragoza), con zaguán, sala, recámara, tienda, trastien-
da, cocina y corral, todo fabricado de calicanto, con otro corral y
cochera de lo mismo, todo nuevo en sus maderas, fábrica y herraje,
y la tienda con su armazón...” Añade que la casa, “cuyo frente mira
a la plaza por la parte del sur,” constaba de “una sala grande hecha
de piedra de laso y techada con morillo, una tienda y otra sala de
sillar, y la tienda con armazón y tapanco, cocina de adobe, techada
con zacate, una noria con su brocal y carrillo y una huerta de árbo-
les frutales cercada con piedra de laso...” 9
El 18 de diciembre de 1817 José Ignacio Martínez vendió, en
4,000 pesos, a Mateo Quiroz la casa ubicada “en la esquina de la
Plaza Mayor de esta Ciudad...”, que había sido de Bartolomé de la
Serna y Alarcón. La finca colindaba al norte con la casa de “las
señoras Canales,” de la familia de Salvador Canales; al sur con la
7
Testamento de José Antonio de la Serna y Alarcón, en Protocolos, volumen 15,
años 1748-1755, número 69. Testimonio en Civil, volumen 8l, año 1752, expediente
2. AMM.
8
Civil, volumen 81, año 1752, expediente 2, folios 12 y 19 vuelta. AMM
9
Testamento de Bartolomé de la Serna y Alarcón, en Protocolos, volumen 23,
años 1796-1797, número 64. AMM.

35
Tomás Mendirichaga Cueva

calle después llamada Corregidora, hoy desaparecida, y la plaza; al


oriente con la casa del Pedro Manuel de Llano y al poniente con la
actual avenida Zaragoza. La propiedad adquirida por Quiroz esta-
ba en la esquina noreste de Zaragoza y Corregidora.
Martínez había comprado la citada casa a los hijos de Bartolomé
de la Serna y de su segunda esposa, María Francisca de la Garza.10
En agosto de 1844 Mateo Quiroz vende, en 8,500 pesos, a Mariano
de la Garza, la casa de su morada, que constaba de “doce piezas y
sus corrales...” La cual lindaba al norte, donde tenía el fondo, con la
casa de María Gregoria de la Garza Benavides, viuda de Antonio
de la Garza Saldívar. (La casa de María Gregoria y Antonio estaba
ubicada en la esquina sureste de las calles después llamadas de
Morelos y Zaragoza, en contra esquina del predio donde se levan-
tó, a principios del siglo XX, el edificio del Banco Mercantil de
Monterrey, que aun está en pie). La finca adquirida por Mariano de
la Garza lindaba al sur, donde tenía su frente, con la plaza principal; al
oriente con la del difunto licenciado Rafael de Llano y al poniente con
la primera calle del Seminario, ahora avenida Zaragoza.11
A fines del siglo XIX ocupó la finca la casa comercial de Pedro
Maiz y Compañía, llamada El Palacio de Cristal, y, posteriormente,
la negociación de Martín Vizcaya. En el siglo XX se construyó en
el predio el edificio Layer, con ornamentación “colonial”. Todo esto
desapareció al trazarse la Gran Plaza o Macroplaza de Monterrey,
en la década de 1980.
II

Ahora trataremos de la casa del capitán Juan Cavazos. A mediados


de 1650 Mateo de Villafranca vendió al capitán Blas de la Garza su
vivienda, que “hace esquina con casa, de Juan Cavazos, quedando

10
Protocolos, volumen 30, años 1816-1818, folios 292 a 295. AMM.
11
Protocolos del escribano Bartolomé García. Tomo I. Años 1842-1844. Folios
13 y 14, 102 vuelta-105 y 107 vuelta-109. Archivo General del Estado de Nuevo
León.

36
La antigua Plaza de Armas de Monterrey, lado Norte

calle en medio...” 12 La finca adquirida por De la Garza estaba en


parte del terreno que ahora ocupa, el Casino de Monterrey, en la
esquina de las calles Zuazua y Abasolo. Sin embargo, en el testa-
mento de Elena de la Garza, esposa del capitán Juan Gavazos,
fechado a fines de 1659, no se menciona su casa. Tampoco en el de
Cavazos, dictado tres décadas después, a mediados de 1680, ni en
dos codicilos suyos, añadidos al testamento y fechados en 1681 y
1683, se hace referencia a alguna vivienda de su propiedad en esta
ciudad. Esto se debe, seguramente, a que Juan y Elena, vivieron
casi siempre en su hacienda de Santo Domingo, en el actual
municipio de San Nicolás de los Garzas (Nuevo León).
La casa del capitán Juan Cavazos, que “hacía esquina” con la de
Mateo de Villafranca, estuvo en el costado norte de la plaza, “quedan-
do en medio” de ambas propiedades la actual calle de Zuazua.
Hacia 1660 María Cavazos, una de las cuatro hijas del capitán
Juan Cavazos y Elena de la Garza, contrajo matrimonio con el ca-
pitán Ignacio Guerra, quien había entrado al Nuevo Reino de León
como poblador en 1659. En su testamento, fechado a fines de no-
viembre de 1701, Guerra declara haber recibido como dote, entre
otros bienes, “esta casa en que vivo al presente, con dos solares
accesorios...”, valuado todo en 400 pesos. Una parte del terreno lo
donó, al padre Francisco de la Calancha, quien hizo una tienda “que
hoy (1701) posee el capitán Joaquín de Escamilla...” Añade que a
los hijos de su segundo matrimonio, con Catarina Fernández, les
deja “la parte de casa y solar en que vivo...” 13
María Cavazos falleció en 1675 e Ignacio Guerra en 1701. Poco
después Juan Guerra, hijo de ambos, adquiere por compra a sus
hermanos Andrés e Ignacio, en diciembre de 1703 y febrero de 1704,
las partes de éstos en la casa que habían heredado de su madre.
Juan Guerra pagó a Andrés 40 pesos en reales y a Ignacio 40 pesos
de oro común en reales.
12
Protocolos, volumen 3, años 1650-1679, números 8 y 9. AMMM
13
Testamento del capitán Ignacio Guerra en Protocolos, volumen 7, años 170-
1704, número 73. AMM.

37
Tomás Mendirichaga Cueva

La finca estaba en el costado norte de la plaza principal; co-


lindaba al poniente con la de María Botello (viuda de José de la
Serna) y al oriente con la del capitán Antonio Leal. El solar lle-
gaba, por el norte, hasta la calle “que viene del camino de La Silla”
y “de la villa de Cadereyta”, es decir la que después se llamó calle
de Morelos, en su tramo comprendido entre las de Zaragoza y
Zuazua, tramo hoy desaparecido al delimitarse la Gran Plaza.14
En junio de 1714 Guerra adquiere, por permuta con su herma-
no Antonio, otra parte de la casa heredada de su madre, “que se
compone de una sala, aposento y una cocina, con un corral y huerta
de plantas frutales...” 15 Y, en abril de 1715, compra a su hermano
José su parte, en 50 pesos de oro común en reales.16
El capitán Juan Guerra, mejor conocido como Juan Guerra Caña-
mar, y su esposa Juana Flores de Abrego tuvieron catorce hijos. Ha-
cia 1769 el general José Joaquín de Mier Noriega compró, en 125
pesos, las partes de la propiedad que había sido del capitán Juan
Guerra y que heredaron cuatro de los hijos: Pedro de Alcántara,
José Antonio, Luisa y Bernardo.17
Casi dos décadas después, en 1785, el general De Mier Noriega
vende en 225 pesos a Pedro Manuel de Llano las partes compradas
a los cuatro herederos. El terreno estaba “en la acera del norte de la
plaza pública de esta dicha ciudad...” Colindaba al norte con el
solar y huerta de los herederos del alférez real Salvador Canales, al
sur con la plaza, al oriente con casa de María Petra Gómez de Cas-
tro (viuda del general José Salvador Lozano) y al poniente con la
casa que fue de Antonio de la Serna y Alarcón.18
La finca de Pedro Manuel de Llano, frente a la plaza principal, la
ocuparon después su hijo el licenciado Rafael de Llano, casado con
María Josefa de Arrese, y sus herederos.
14
Protocolos, volumen 7, años 1700-1704, números 102 y 166. AMM.
15
Protocolos, volumen 10, años 1713-1716, número 70. AMM.
16
Protocolos, volumen 10, años 1713-1716, número 124. AMM.
17
Protocolos, volumen 18, años 1774-1779, número 165. AMM.
18
Protocolos, volumen 20, años 1786-1789, número 107. AMM.

38
La antigua Plaza de Armas de Monterrey, lado Norte

Al ocurrir el incendio del Casino de Monterrey, en 1914, la ins-


titución ocupó varias fincas, instalándose en la antigua residencia
de la familia De Llano desde abril de 1918 hasta mediados de 1921.
Posteriomente fue transformada y ahí estuvieron, a mediados del
siglo XX, los hoteles Bermuda y Plaza.

III

A principios del siglo XVIII, la casa del capitán Juan Guerra y Juana
Flores de Abrego colindaba, al oriente, con la del capitán Antonio
Leal, quien, en realidad, no la habitó pues vivió la mayor parte de
su vida en la villa de Cadereyta.
El capitán Antonio Leal fue alcalde ordinario de dicha pobla-
ción y, además, alcalde mayor y capitán de su guarnición militar.
Contrajo dos matrimonios, aunque sólo del primero hubo descen-
dencia. Falleció en 1707 y, a mediados del siglo XVIII, la finca es-
taba arruinada, ya que un documento de esa época menciona “la
casa que llamaban de los Leal, hoy caída...”
En 1755 Antonio Marcos de Cosío compra la propiedad, en dos
partes, a los herederos de los generales Pedro de la Barreda y Ebra
y Juan García de Pruneda, quienes eran dueños del antiguo solar de
los Leal. El predio tenía casi 42 varas (35 metros) de fondo hacia el
norte, o sea hacia la calle después llamada de Morelos, y su frente
daba, hacia el sur, a la plaza principal. Cosío pagó en total 170
pesos.19
Al oriente de la casa del capitán Antonio Leal tuvo una vivienda,
a fines del siglo XVII y principios del XVIII, el sacerdote José Gua-
jardo. En dicho solar, con el cual concluía la cuadra, se construye-
ron, a través de los años, varias fincas de las cuales trataremos en
seguida.

19
Protocolos, volumen 15, años 1748-1755, número 152. AMM.

39
Tomás Mendirichaga Cueva

IV

El sacerdote José Martínez Guajardo, también nombrado José


Guajardo, en su testamento, dictado a fines de 1703, declara entre
sus bienes “una casa caída” y deja como albacea y heredero a Juan
de Arizpe, “mi sobrino”.20
Dos meses después, a principios de 1704, Juan de Arizpe vende
en 300 pesos de oro común al sargento mayor Antonio López de
Villegas unas casas de vivienda, ubicadas en la plaza pública, las
cuales había heredado de su tío el padre Guajardo.21
En un documento de 1715 se mencionan dos casas de altos que
pertenecían a López de Villegas, una que “hace frente y mira a la
plaza pública”, y la otra, “contigua a ella, hace esquina al sur en una
calle..., próxima a dicha plaza...” 22
López de Villegas dictó dos testamentos, en 1723 y 1725.23 En
el primero afirma que tiene dos casas, una en la esquina de la plaza,
aunque no dice en cuál de las cuatro esquinas, y la otra inmediata
hacia el oriente, “ambas dobles”. El testamento fechado en 1725
fue redactado con poder suyo, después de su muerte, y en él se
mencionan dos casas de altos, “una cercana de la otra, calle de por
medio (Zuazua), haciendo esquina con la plaza”, que tenía once
piezas; la otra estaba a mitad de la cuadra de la calle que corría ha-
cia el ojo de agua, o sea la actual de Zuazua; tenía doce piezas,
“con un corredor todo de cal y canto, con su patio y huerta que
confina con la otra calle”, quizás la actual de Morelos. La primera
finca se ubicaba en la esquina noroeste de las calles después llama-
das Corregidora y Zuazua. La segunda se hallaba enfrente, cruzan-
do la calle de Zuazua, en terrenos del actual Casino de Monterrey.
Ambas fincas se dice que eran “dobles”, o sea “dos pares de casas”.

20
Protocolos, volumen 7, años 1700-1704, número 104. AMM.
21
Protocolos, volumen 7, años 1700-1704, número 108. AMM.
22
Protocolos, volumen 10, años 1713-1716, número 128. AMM.
23
Protocolos, volumen 11, años 1717-1725, números 96 y 134.AMM.

40
La antigua Plaza de Armas de Monterrey, lado Norte

A la muerte de López de Villegas, ocurrida en 1725, la propie-


dad de la plaza fue adquirida por el general Juan García de Prune-
da. El predio colindaba al oriente con “la calle que sale de la parro-
quia”, ahora de Zuazua, y al poniente con la casa y solar del capitán
Antonio Leal.
A fines de 1756, los herederos de García de Pruneda vendieron,
en 200 pesos en reales, el solar en el que había estado la morada de
López de Villegas, en el lado norte de la plaza, al gobernador Pedro
de Barrio Junco y Espriella.24 Y, en un documento de 1768, se dice
que el general José Salvador Lozano era dueño del terreno en el que
estuvo la casa de López de Villegas.25 En su testamento, fechado en
1773, el general Lozano afirma que son dos los solares que tiene en
la plaza pública. Una década despues, en 1784, María Petra Gómez
de Castro, viuda del general Lozano, menciona en una memoria
testamentaria “la casería” que había construido en la plaza pública
de esta ciudad.26 Esta propiedad estaba en la mencionada esquina
de Zuazua y Corregidora, o sea en el solar que fue de López de
Villegas. En el año 1807 la adquirió el canónigo Juan Isidro Cam-
pos en 3,157 pesos y 4 reales.27
El canónigo Campos falleció a mediados de 1821. Su casa la o-
cupaba, en 1823, el cuartel de la Guardia Nacional. El 2 de julio de
1830 el padre Cecilio Páez, vecino de Durango y apoderado de
Luisa Páez y Arenas, vendió la propiedad que había sido del padre
Campos a Ramón de la Garza Flores.28
José Sotero Noriega, en su relato sobre el ataque a Monterrey
durante la Invasión Americana de 1846, menciona un hecho histó-
rico relacionado con esta casa. Noriega afirma que, en el asalto de
24
Protocolos, volumen 16, años 1756-1769, número 5.AMM
25
Protocolos, volumen 16, años 1756-1769, número 103. AMM. 26. Protocolos,
volumen 17, años 1769-1773, número 32. AMM.
26
Protocolos, volumen 20, años 1786-1789, número 101. AMM.
27
Protocolos, volumen 28, años l808-l8ll, folios 8l vuelta a 84 vuelta. AMM.
28
Protocolos del escribano Bartolomé García. Tomo 5. Año 1850. Folios 263 a
264 vuelta. Archivo General del Estado de Nuevo León.

41
Tomás Mendirichaga Cueva

las tropas invasoras a la plaza principal, se destacó “en la casa del


Sr. Garza Flores” la joven María Josefa Zozaya, quien arengaba a
los soldados “a despreciar los peligros”. Este autor recuerda a la
heroína con admiración, por su valor y su belleza.29
Poco después, el 24 de diciembre de 1850, De la Garza Flores,
quien era vecino de San Fernando (Tamaulipas), vendió la finca en
9,000 pesos a Jacinto Lozano.
La vivienda constaba de diecisiete piezas, incluyendo la coche-
ra. Al norte colindaba con la casa del general Francisco Mejía, cuyo
frente daba a la calle después llamada de Morelos, ahora desapare-
cida en el tramo comprendido entre las de Zaragoza y Zuazua; al
sur tenía su fachada a la plaza mayor o principal; al oriente lindaba
con la calle del Puente (actual de Zuazua) y al poniente con la casa
de los herederos del licenciado Rafael de Llano. El terreno era de
53 varas (44 metros y medio) de frente a la plaza y 44 varas (casi 37
metros) de fondo al norte, hasta colindar con la mencionada casa
del general Mejía.30
Unos meses después, Jacinto Lozano ensancha la propiedad al
comprar, el 26 de septiembre de 1851, en 3,000 pesos, a Manuel
María de Llano, apoderado de su madre María de Jesús Lozano, viu-
da de Pedro Manuel de Llano, tres cuartos de la casa que ella tenía
en el lado norte de la plaza principal, con otro frente a la primera
calle del Puente (Zuazua). Los cuartos estaban contiguos a la vi-
vienda que Lozano había comprado a De la Garza Flores, lindando
por el norte, poniente y sur con la citada casa de la viuda de De
Llano.31

29
Sobre el sitio y toma de Monterrey en 1846, véase el artículo de José Sotero
Noriega en el Diccionario universal de historia y de geografía. México, 1853-1856. Apéndice
II. Tomo IX. Pp. 878-883.
30
Protocolos del escribano Bartolomé García. Tomo 5. Año 1850. Folios 263 a
264 vuelta. Archivo General del Estado de Nuevo León.
31
Protocolos del escribano Bartolomé García. Tomo 6. Año 1851 Folios 179 a
181. Archivo General del Estado de Nuevo León.

42
La antigua Plaza de Armas de Monterrey, lado Norte

Después de las compras a De la Garza Flores y De Llano, en


1850 y 1851, Lozano reedificó la propiedad. Casi dos décadas des-
pués, el 5 de diciembre de 1869, María de Jesús Zambrano y su hijo
Francisco A. Lozano, viuda e hijo de Jacinto Lozano, vendieron a
Patricio Milmo, en 35,200 pesos, la casa situada en la esquina de la
plaza de Zaragoza, antes plaza principal, y la calle del Puente Nue-
vo (Zuazua). La finca tenía “varias piezas de bajos y altos...” El
terreno constaba de 53 y tercia varas (44 metros) de frente a la
plaza, por donde tenía los números 1 y 3 de la nomenclatura de la
referida plaza, y 47 y media varas (39 metros) de fondo hacia el
norte, lindando con las casas de Josefa Borrego de Méndez y con la
que había sido de José María Ramos y pertenecía a Francisco Oli-
ver. La casa adquirida por Milmo también tenía frente al oriente, es
decir a la calle del Puente Nuevo, por donde ostentaba los números
2 y 4; al poniente lindaba con la casa del licenciado Manuel P. de
Llano y sus hermanos, hijos del licenciado Rafael de Llano y María
Josefa de Arrese.32
Muchos años después, en el siglo XIX, estuvieron en el mismo
predio: la residencia del destacado regiomontano José Rafael de la
Garza, casado con María Gertrudis de la Garza, y el edificio del
Contrarresguardo Aduanal o Gendarmería Fiscal, corporación de-
dicada a evitar el contrabando.
En el mencionado terreno también estuvo el soberbio edificio
del Hotel de Monterrey (con una “r”, como se escribía a fines del
siglo XIX), después llamado Hotel Continental, que cerró sus puer-
tas a mediados de 1975 y cuya demolición se inició a principios de
junio de 1976.
Toda la cuadra comprendida entre las actuales avenida Zaragoza y
calle de Zuazua, es decir el costado norte de la Plaza Principal de Mon-
terrey, desapareció al trazarse la Gran Plaza en la década de 1980.
32
Protocolos del escribano Tomás Crescencio Pacheco. Tomo 14. año 1869.
Número 177. Folios 250 vuelta a 252 vuelta. Archivo General del Estado de Nuevo
León.

43
44
La administración pública de
Nuevo León en el siglo XX
De la Constitución de 1917 a la Ley Orgánica de la
Administración Pública1

Isabel Ortega Ridaura


Instituto de Investigaciones Sociales

“En la administración, los medios son el todo.”


Melchor Ocampo
“La administración no existe en el vacío, sino que forma parte de
un sistema social global y refleja históricamente los valores de
dicho sistema, no es un fin en sí misma… debe considerársela un
medio para alcanzar los fines que se proponga una sociedad
jurídicamente organizada.”
Alejandro Carrillo Castro

Introducción

Desde su origen, los estados modernos han requerido de un aparato


instrumental del gobierno a través del cual buscan cumplir las
funciones o atribuciones que le han sido asignadas por la ley.
Tradicionalmente, la administración pública se define como el
conjunto de dependencias y entidades paraestatales adscritas
directamente al titular del órgano o poder ejecutivo de un gobierno.
En este caso, el gobierno estatal de Nuevo León.

1
Gran parte de este artículo se basa en: Isabel Ortega Ridaura, Génesis y evolución
de la administración pública de Nuevo León. Fondo Editorial Nuevo León/ UANL/
INAP, Monterrey, 2005.

45
Isabel Ortega Ridaura

A lo largo de la historia, la administración pública ha ido adqui-


riendo mayor complejidad en virtud de las nuevas y variadas atri-
buciones que se van encomendando al estado en diferentes épo-
cas.2 Su estructura y funciones se modifican con el tiempo a medida
que la dinámica social y económica conlleva el aumento en las ne-
cesidades y requerimientos de la población y, consecuentemente,
de sus demandas de satisfactores ante el poder público.
No entraremos en la discusión de las teorías del cambio organi-
zacional en la administración pública porque rebasa los objetivos
de este estudio.3 No obstante es necesario aclarar que en el caso de
la administración estatal que nos ocupa, los cambios responden a
una doble -o triple- injerencia: 1. La dinámica socio-económica y la
política local que plantean demandas y retos específicos que deben
ser atendidos por el gobierno; 2. La dinámica político-económica
nacional, y las modificaciones en la estructura administrativa fede
2
Alejandro Carrillo Castro, La reforma administrativa en México. Instituto Nacional
de Administración Pública, México, 1973, p. 47. En cuanto a la evolución del estado
según el tipo de funciones que históricamente le han sido asignadas, el autor alude
a una primera etapa, del estado-gendarme, cuyo propósito era asegurar ciertas garantías
por medio de disposiciones legales y ejercer facultades coercitivas para mantener el
orden público y la defensa del país. Posteriormente, la necesidad de promover
ciertas conductas y actividades que se consideraba conveniente estimular, dio lugar al
estado promotor o de fomento, que participó de una manera más directa, sobre todo en
el ámbito económico, procurando la consecución de ciertos objetivos considerados
valiosos para el progreso del país. Entrado el siglo XX se delineó el estado de bienestar,
que interviene directamente en la vida económica y social, prestando aquellos servicios
que el sector privado no producía adecuadamente o que se consideraban indispens-
ables para el desarrollo integral de la sociedad. Esto lo llevó a la producción de
bienes y servicios y a la búsqueda de redistribución de la riqueza material y cultural en
su conjunto Pp. 49-50.
3
Una breve discusión de las principales teorías y variables del cambio organizacional
aplicadas al caso de la administración pública de Nuevo León puede encontrarse en
la obra de Carlos Michelsen Terry, “Cincuenta años de evolución histórica de la
estructura organizacional del gobierno de Nuevo León.” Ponencia presentada en el
XVI Congreso Internacional de Ciencias Administrativas, México, D.F., julio de
1974, pp. 1-36.

46
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

ral, que en cierta manera sirve de modelo para modificaciones en la


estructura estatal, o en el peor de los casos, impone dichos cambios
al realizar “sugerencias” o buscar replicar en el nivel local las de-
pendencias federales; 3. Aunque en menor medida, la dinámica in-
ternacional que directa o indirectamente afecta las decisiones y
políticas a seguir.
El presente texto describe la evolución de la estructura y funcio-
nes de la administración pública del estado de Nuevo León desde
1917, -fecha en que se fijaron los marcos constitucionales a nivel
nacional y estatal-, hasta la promulgación de la primera Ley Orgá-
nica de la Administración Pública del Estado de Nuevo León. Bus-
ca mostrar a grandes rasgos, la manera como va modificándose la
organización de la AP a lo largo del tiempo en respuesta a los retos
y realidades que le plantea tanto el contexto local como el nacional.
Más que describir por sexenios, se destacarán aquellos momentos
en que hubo modificaciones de mayor significación. Con el fin de
facilitar el análisis, hemos dejado aparte los rubros de educación,
salud y cultura, cuya evolución será abordada en otra ocasión.
La visión que se presenta es descriptiva y parte de la óptica ins-
titucional, organizativa; no pretende hacer juicios sobre el funcio-
namiento de las distintas dependencias, ni sobre la eficacia o resul-
tados de sus programas.
En lo que a Nuevo León se refiere, las principales fuentes con-
sultadas fueron las memorias e informes de gobierno y el Periódico
Oficial del Estado, además de algunas entrevistas a ex-funciona-
rios públicos. La mayoría de las referencias a la administración pú-
blica federal han sido tomadas de las aportaciones de Carrillo Cas-
tro4 y otras fuentes bibliográficas; y en otros casos directamente del
Diario Oficial de la Federación.

4
Particularmente nos referimos a: Alejandro Carrillo Castro, La reforma
administrativa en México. Instituto Nacional de Administración Pública, México, 1973;

47
Isabel Ortega Ridaura

El marco legal de 1917

Un Estado –especialmente aquél que surge de una Revolución–


consolida su legitimidad, no sólo jurídica sino históricamente, en la
medida en que va traduciendo en realidades los objetivos que recoge
en su plataforma ideológica. Dichos objetivos presuponen el
ejercicio de atribuciones del Estado o el empleo de los medios con
que cuenta la administración pública para tratar de resolver las
demandas populares que le dieron origen.5
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos promulgada
el 5 de febrero de 1917, retomó gran parte de los lineamientos de la
de 1857, especialmente lo referente a las garantías individuales, a
la vez que incorporó los ideales revolucionarios como derechos
sociales. Estableció un nuevo ordenamiento para el reparto agrario;
determinó la libertad de culto, la enseñanza laica y gratuita y la
jornada de trabajo máxima de ocho horas, y reconoció como liber-
tades las de expresión y asociación de los trabajadores.
La nueva Constitución federal no sólo estableció los principios
fundamentales a que se comprometían las entidades en cuanto a su
forma de gobierno y los derechos y deberes de los ciudadanos, también
instituyó las bases legales para un fuerte intervencionismo estatal
Después de establecido el marco jurídico nacional, en mayo de
1917, el Congreso de Nuevo León, instituido como constituyente,
comenzó la elaboración de la Constitución General del Estado de
Nuevo León6, que en lo esencial fue una adaptación a las condicio-
nes locales de la promulgada en Querétaro.

y a “Génesis y evolución de la Administración Pública Centralizada”, conferencia


impartida el 22 de abril del 2004 en el IAP Nuevo León. Otro autor que trata la
evolución histórica de la administración pública federal es Romeo Flores Caballero,
Administración y política en la historia de México. Instituto Nacional de Administración
Pública / FCE, México, 1988.
5
Alejandro Carrillo, La reforma... O p. cit., p. 71
6
Publicada en el Periódico Oficial del Estado de Nuevo León, núm. 100, del 16 de
diciembre de 1917, entró en vigor el 1º de enero de 1918.

48
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

La nueva ley (vigente en la actualidad), retomó la estructura y


los títulos que componían la anterior7 adicionando en sus conteni-
dos los logros sociales de la Revolución. Está dividida en dos sec-
ciones: La primera consagra los derechos del individuo y las garan-
tías de igualdad, libertad, seguridad y propiedad, tuteladas por el
Estado. En ésta se incorporaron las principales banderas de la lu-
cha social como los derechos de libertad de educación, trabajo, pro-
fesión, oficio, manifestación verbal o por escrito de las ideas, de
asociación, de reunión, de libre tránsito, en fin, todas las garantías
de los individuos incluso de aquéllos inculpados en delitos, la abo-
lición de la pena de muerte y de las penas corporales en general.
La segunda parte, estatuye la forma de gobierno (republicano,
representativo y popular); define la estructura de los tres poderes
del Estado y sus respectivas facultades; señala la división territorial
del estado, que tiene como base al municipio libre; y establece el
procedimiento que debe seguirse para reformar la Constitución.

De la postrevolución a la Segunda Guerra Mundial, 1917-1943

Los años que siguieron a 1917 así como la década de los veinte
transcurrieron en medio de severas dificultades políticas y
económicas. En el plano nacional, los sucesivos asesinatos de
Carranza, Villa y Obregón, intercalados por el alzamiento
Delahuertista y la guerra cristera, generaron un clima de inestabilidad
y desorden social. A ello habría de sumarse en 1929, la Gran
Depresión que azotó a los Estados Unidos y que tan negativamente
impactó en la economía mexicana que apenas iniciaba su
recuperación.
7
Los apartados contenidos en la Constitución de 1874 y reproducidos en la de
1917 son: Título I. De los Derechos del Hombre; II. Del Estado en General, Forma
de Gobierno Nuevoleoneses y Ciudadanos; III. Del Proceso Electoral; IV. Del
Poder Legislativo; V. Del Poder Ejecutivo; VI. Del Poder Judicial; VII. De Las
Responsabilidades De Los Servidores Públicos; VIII. De los Municipios; IX. De la
Hacienda Pública del Estado; X. Prevenciones Generales; XI. De las Reformas a la
Constitución y XII. De la Inviolabilidad de la Constitución.

49
Isabel Ortega Ridaura

Por su parte, en Nuevo León el movimiento armado revolucio-


nario dejó tras de sí una estela de devastación. Los ranchos y las
haciendas más prósperas habían sido saqueados y destruidos; los
campos de cultivo arrasados; y por si fuera poco, entre 1914 y 1917
tuvieron lugar las más fuertes sequías de las que se tenía memoria
en los últimos años. La difícil situación en el campo generó una
intensa migración de la fuerza de trabajo a los centros urbanos.
En Monterrey, las fuerzas productivas se hallaban paralizadas;
muchas fábricas habían sido abandonadas por sus dueños que hu-
yeron al extranjero durante la guerra; los ferrocarriles estaban des-
organizados y en manos del gobierno; y escaseaban los artículos de
primera necesidad, provocando alza de precios, inflación y desempleo.
Aunado a este panorama estaba la inseguridad derivada de la
existencia de algunos brotes armados en el sur de Nuevo León que
continuaron hasta entrados los años veinte. Esta inestabilidad polí-
tica se manifestó también en el gobierno; durante quince años des-
filaron una serie de gobernadores, ninguno de los cuales logró ter-
minar su periodo constitucional.8
En lo referente a la administración pública, la nueva Constitu-
ción estatal supuso pocos cambios en su organización. El goberna-
8
A Nicéforo Zambrano (1917-1919) lo sucedió por la vía electoral José E. Santos
(1919- 1920) quien fue depuesto durante el alzamiento contra Carranza. Lo remplazó
Porfirio E. González (1920) adepto al Plan de Agua Prieta. La inestabilidad política
se hizo latente cuando, en febrero de 1921, fue sustituido por Juan M. García, con
carácter de constitucional y éste, depuesto por el congreso, a su vez fue sucedido en
calidad de interino por el doctor Ramiro Tamez quien era diputado local. Época de
lucha política apasionada y violenta, se recrudeció la situación en 1923, año en el cual
llegó a haber dos legislaturas y hasta tres gobernadores simultáneamente. Israel
Cavazos, Breve Historia de Nuevo León. FCE, México, 1994, p. 198.
En las elecciones de 1923, fecha en que terminaba el periodo constitucional de
Santos, resultó electo Porfirio E. González que había ocupado la gubernatura
interinamente un par de años atrás. En 1925 fue derrocado ocupando el ejecutivo
Jerónimo Siller por los siguientes dos años (1925-1927). Finalmente la estabilidad
llegó cuando Aarón Sáenz fue designado gobernador en la elecciones de 1927 para
los siguientes cuatro años.

50
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

dor controlaba tres grandes grupos de funciones: el gobierno inter-


no, la administración de la hacienda pública y la procuración de la
justicia, a través de las figuras del secretario General de Gobierno,
el tesorero General (ambas existentes desde 1825) y el procurador
General de Justicia, puesto creado en 1919 al separar la impartición
de justicia, antes asignada al poder judicial.
Esta última modificación llevó a crear la Procuraduría de Justi-
cia que dependía de manera inmediata y directa del Ejecutivo del
Estado y a la cual se adscribieron los funcionarios del Ministerio
Público, encargados de “velar por la exacta observancia de la ley de
interés general y procurar la persecución, investigación y
reprehensión de los delitos de orden común”.
En este periodo el estado se encuentra aún en su fase de gendar-
me, cuya función primordial es mantener el orden. Para ello, creó en
1917 un Cuerpo de Seguridad Pública9 (después sustituido por las
Fuerzas Rurales del Estado) que se encargó de recorrer las regiones
afectadas por salteadores y bandidos, para su detención y encarce-
lamiento. Asimismo, de sofocar a los grupos rebeldes que aún exis-
tían dispersos por el territorio estatal. Años más tarde, se integró la
Inspección General de Policía (1925) con la policía estatal y la
municipal.
Por otra parte, la inclusión en la Constitución de los derechos
laborales, llevó a la creación en todos los estados de Juntas de Con-
ciliación y Arbitraje10 (que quedaron bajo la supervisión del secre-
tario de Gobierno), cuya tarea era impartir justicia en las relaciones
obrero-patronales.
Asimismo, se establecieron los mecanismos para hacer realidad
una de las principales banderas revolucionarias: el reparto agrario.

9
El Cuerpo de Seguridad Pública pasó a depender de la federación en diciembre
de ese mismo año, con el nombre de Cuerpo Regional, continuando su obra de
pacificación.
10
La Junta Central de Conciliación y Arbitraje del estado fue creada el 25 de marzo
de 1918.

51
Isabel Ortega Ridaura

En 1923 se organizó la Comisión Local Agraria, nombrándose


Comités en los municipios. Ante dicha Comisión se ventilaban las
solicitudes de restitución y dotación de tierras.11
Las necesidades de reconstrucción tras la devastación revolu-
cionaria y el crecimiento acelerado de la ciudad en las siguientes
décadas, plantearon numerosos retos a la administración pública.
Comienzan a aparecer dentro de la estructura del gobierno organis-
mos y dependencias que cumplen funciones específicas, algunas de
las cuales dependían directamente del ejecutivo o estaban adscritas
a la Secretaría de Gobierno.
Durante los años veinte y subsiguientes, una de las principales
tareas a la que el gobierno dedicó mayor atención fue la
pavimentación de la ciudad de Monterrey, para lo cual se organizó
una Junta de Mejoras Materiales,12 que logró pavimentar 300 mil
metros cuadrados a lo largo de casi una década.
La importancia que la obra material adquirió en el proyecto de
reconstrucción estatal, llevó a la creación en 1924 de la Dirección
de Obras Públicas. Ésta, se encargó de la parte técnica de los servi-
cios municipales y la construcción de nuevas obras, conservación
de las existentes y la parte de ingeniería correspondiente a las “ne-
cesidades y comodidades públicas”.
11
A grandes rasgos, para la dotación de ejidos la Comisión Local Agraria, recibía
las solicitudes, levantaba censos de los peticionarios, diseñaba los planos y sugería
los dictámenes para la resolución del gobierno que podía otorgar posesiones
provisionales o definitivas.
12
Juntas similares se organizaron en varios municipios de la entidad, dedicadas
al embellecimiento de parques, dotación de infraestructura a escuelas y edificios
públicos, reparación de caminos vecinales, instalación de postes reglamentarios
indicadores de la dirección de los caminos, tendido de tuberías para
aprovisionamiento de agua, alumbrado público, establecimiento de redes telefónicas,
entre otros. Esta junta en particular estaba integrada por representantes del gobierno
del estado, de la Cámara Nacional de Comercio, industriales y minería del estado de
Nuevo León, de la prensa regiomontana, de la Unión de Comerciantes e Industria
en pequeño, de la Cámara de Propietarios de Bienes Raíces y del Ayuntamiento de
Monterrey.

52
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

Más adelante, con el objeto de guiar en cierto sentido el creci-


miento urbano de la ciudad, se dictó en 1927 la Ley de Planificación y
Construcciones Nuevas para la ciudad de Monterrey. Un reglamento com-
plementario creó la Junta de Planificación (integrada por represen-
tantes de todas las actividades de la ciudad), como cuerpo consul-
tivo del ejecutivo y del ayuntamiento en esa materia. Una de sus
primeras sugerencias fue la ampliación de las calles de Zaragoza y
Morelos, para asegurar la importancia del viejo centro comercial.
Otra creación de ese tiempo fue la Comisión de Caminos del
Estado, entre cuyas facultades estaba el estudio de los proyectos de
caminos por construirse en el estado y la decisión sobre el orden
para la ejecución de los proyectos. Con ésta, inició uno de los más
ambiciosos proyectos gubernamentales para la construcción de ca-
minos carreteros, en complemento a la obra del gobierno federal
para comunicar México con Laredo. Se edificó una red de caminos
principales, transversales y de penetración que dejarían comunica-
das entre sí las principales poblaciones y centros de producción del
estado.
La citada comisión fue sustituida en 1937 por la Junta Local de
Caminos, ante el imperativo federal13 que determinó la unificación
de actividades en la construcción de caminos.

La década de los treinta

En este decenio el Estado recuperó el control físico del territorio,


empezó a definir una nueva filosofía para su existencia y un papel
distinto en la ejecución de sus objetivos; creó un conjunto de
poderes y generó instituciones14 que serían la base de su futuro
desarrollo.

13
Ley Federal de Cooperación para la Construcción de Caminos, expedida el 20 de
abril de 1934.
14
Raymond Vernon, El dilema del desarrollo económico de México. Editorial Diana,
México, 1981, p. 77.

53
Isabel Ortega Ridaura

Como mencionamos anteriormente, el periodo inició bajo una


difícil situación económica producto del impacto de la recesión
norteamericana y la consiguiente disminución en las exportaciones
mexicanas. A ello se sumó la deportación masiva de trabajadores
indocumentados que realizó ese país como medida para aliviar par-
cialmente el desempleo.15
Los conflictos armados se habían solucionado con la creación
en 1929 del Partido Nacional Revolucionario (PNR), que sirvió
como un canal de transición pacífica del poder entre los miembros
de la clase gobernante, que hasta entonces se lo habían disputado
de manera violenta. No obstante, surgieron otros problemas deri-
vados de las demandas sociales y el cumplimiento de los postula-
dos de la Constitución de 1917. Particularmente difícil fue el sexenio
de Lázaro Cárdenas (1934-1940) cuya actuación suscitó en Nuevo
León el rechazo del sector empresarial que lo acusó de “tendencias
comunizantes” y de poner en riesgo la propiedad privada.16
Las empresas regiomontanas habían comenzado su recuperación
y la planta industrial creció al amparo de la Ley de Protección a la
Industria de 1927. Sin embargo, en el segundo lustro de la década, la
política obrera cardenista se reflejó en un aumento considerable de
15
Era tal la cantidad de deportados nuevoleoneses, que en 1931 “debido a la
urgente repatriación de millares de mexicanos residentes en Estados Unidos, se
consiguió, a través de la Secretaría de Gobernación y Ferrocarriles Nacionales, un
descuento de un 60 % del pasaje individual en el Ferrocarril”. Informe Administrativo
del Gobernador Constitucional del Estado de Nuevo León, C. Francisco A. Cárdenas, ante el
H. Congreso del Estado, correspondiente al periodo de 1931 a 1932.
16
Juan Martínez Nava, Conflicto estado empresarios en los gobiernos de Cárdenas, López
Mateos y Echeverría. Editorial Nueva Imagen, México, 1984, hace un recuento detallado
de los conflicto entre empresarios y gobierno en distintos momentos del siglo XX.
Destaca que los empresarios regiomontanos han lidereado en numerosas ocasiones
la organización patronal para la defensa de sus intereses o para presentar sus demandas
y exigencias al Estado. En los años treinta, el reparto agrario, la educación socialista,
la política obrera (con la que las huelgas aumentaron considerablemente) y la Ley de
Expropiación de 1936 que se materializó entre otras medidas, en la expropiación
petrolera, generó conflictos y desaveniencias entre capital y gobierno.

54
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

huelgas y por parte de los patrones en un paro generalizado de dos


días para demostrar su inconformidad con las medidas tomadas por
Cárdenas.
A pesar de los problemas sociales que se suscitaron, el gobierno
estatal17 logró consolidar varias de sus principales dependencias,
reorganizó la administración pública y las finanzas y dio especial
impulso a la educación, el fortalecimiento del campo y los derechos
laborales.
Los años treinta inauguraron un periodo de paz que se prolonga-
ría por varias décadas. Al no tener que destinar la mayor parte de
sus ingresos al gasto militar, como había sucedido desde principios
del siglo, el Estado pudo ocuparse de las demás funciones de su
competencia.
A medida que los asuntos del gobierno fueron aumentando y
complejizándose como reflejo de los cambios políticos, sociales y
económicos de la época, fue necesario fortalecer la organización de
la administración pública estatal (APE) para hacer frente a las nue-
vas necesidades. Comenzó entonces un proceso de especialización
administrativa. En 1931, se creó el Departamento18 de Proveeduría
del estado que concentraría la administración de las compras y ser-
vicios requeridos por las diferentes fracciones de la APE.
17
Ocuparon la gubernatura de Nuevo León en la década en cuestión: Francisco A.
Cárdenas (1931-1933); Pablo Quiroga (1933-1935); Ángel Santos Cervantes (1935);
Gregorio Morales Sánchez (1935-1936); Anacleto Guerrero Guajardo (1936-1939) y
Bonifacio Salinas Leal (1939-1943). Por fines prácticos esta sección abordará hasta la
gestión del gobernador Anacleto Guerrero.
18
Según Carrillo Castro, una de los más importantes modificaciones que hizo
Venustiano Carranza a la forma de organización de la administración pública [fed-
eral] fue la creación de los ‘departamentos administrativos’, los cuales, a diferencia
de las ‘Secretarías de Estado’, deberían tener a su cargo sólo funciones de apoyo
administrativo para el aparato gubernamental en su conjunto, como serían las de
abastecimientos generales, y los de establecimientos fabriles y militares, o de
contraloría. (Conferencia “Génesis y evolución de la administración pública
centralizada”, 22 de abril de 2004). Este concepto es perfectamente aplicable a la
administración estatal.

55
Isabel Ortega Ridaura

Con la finalidad de combatir la criminalidad, se creó en 1932 un


Cuerpo de Policía Judicial, bajo las órdenes del procurador General
de Justicia.
Al año siguiente, se formó el Consejo Local de Economía,19 re-
produciendo el esquema que a nivel nacional había implementado
el presidente Abelardo Rodríguez, que tenía por objeto promover
las riquezas del estado y buscar las bases indispensables para el
equilibrio de la producción, así como estudiar los problemas de di-
versa índole económica y proponer ante quien corresponda las me-
didas estimadas convenientes para resolverlos.
Para vigilar el cumplimiento de los reglamentos y demás disposi-
ciones relativas a la industria y su funcionamiento (operación de
calderas, prevención de accidentes, seguridad de los trabajadores,
higiene, etc.), se creó en 1937, el Departamento de Previsión So-
cial del estado.

La coyuntura bélica

Los años cuarenta iniciaron bajo el sombrío panorama bélico que


se vivía en Europa, enfrascada en la segunda guerra mundial, a la
cual pronto se unirían los norteamericanos y, tardíamente, México.
La guerra europea puso en alerta al país pero también significó
grandes oportunidades económicas. Se incrementaron las exporta-
ciones de materias primas, alimentos y mano de obra, y la industria-
lización tuvo un auge importante gracias a la creciente demanda de
productos mexicanos para la industria bélica.
En Nuevo León20 la guerra también dejó sentir sus efectos. La
Secretaría de Gobierno amplió sus actividades. Con el fin de tener
19
Lo integraban miembros de los distintos sectores económicos y de gobierno,
mediante la representación individual del ejecutivo estatal; ayuntamientos; agricultura
y ganadería; industria; minería; comercio; instituciones de crédito; empresas locales
de transportes; asociaciones de propietarios; organización de patrones, obreros y
campesinos; consumidores e inquilinos y organizaciones de profesionistas.
20
En ese periodo gobernó el general Bonifacio Salinas Leal (1939-1943,) el último
mandatario con rango militar.

56
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

un mejor conocimiento de la población que conformaba la entidad,


el Departamento de Economía y Estadísticas, que hasta fines de
1939 había sido un mero auxiliar de las Oficinas Estadísticas Fami-
liares, se reorganizó para ofrecer una visión clara de los hechos so-
ciales del estado. También fue creada la Oficina Estatal del Regis-
tro Extranjero para el control y empadronamiento de aquéllos radicados
en la entidad, particularmente los de las “Potencias del Eje”.
En 1941 se creó el Comité de Defensa Civil y se instalaron Co-
mités de Finanzas21 y de Publicidad y Propaganda. Este último te-
nía “la finalidad de crear el espíritu patrio, orientar al pueblo sobre
la situación de la guerra y sus consecuencias”. 22 Asimismo, se tras-
mitía todos los lunes un programa de radio llamado la Hora de la
Patria para mantener el fervor patriótico entre los ciudadanos.
El comité devino en Departamento de Prensa y Publicidad que
posteriormente se convirtió en el Departamento de Radio Comuni-
cación el cual contaba con una red de 28 estaciones de radio,
difusoras y receptoras que transmitían la “Hora regional” por “Ra-
dio Gobierno”. Dentro de su programación también estaba la re-
producción en los municipios de grabaciones de discursos, fiestas y
programas culturales. Años después se convertiría en “Radio Nue-
vo León”.
En lo que respecta al ámbito económico, en 1942 se organizó el
Consejo Mixto de Economía Regional, presidido por el ejecutivo y
conformado por ciudadanos y funcionarios de la APE, con el fin de
discutir las medidas a tomar para superar la crítica situación deriva-
da del conflicto armado.

21
A solicitud de organizaciones sociales de empresarios y obreros de Nuevo
León, se creó un impuesto de carácter extraordinario que gravó por única vez a todos
los causantes con un bimestre de contribuciones, al que se llamó “bimestre de
emergencia”. La intención fue crear un fondo de aportación de Nuevo León ante la
posibilidad de participar en la contienda bélica.
22
Informe Administrativo del Gobernador Constitucional del Estado de Nuevo León, C.
Gral. Bonifacio Salinas, ante el H. Congreso del Estado, correspondiente al periodo de 1940.

57
Isabel Ortega Ridaura

Ese mismo año, se creó el Departamento de Control de los Artí-


culos de Consumo Necesarios, “para prevenir la crisis económica
causada por el estado de guerra, imponiendo mayor participación
estatal en el proceso de la producción y distribución de los artículos
de primera necesidad”. 23

Bonanza económica y primeros periodos sexenales, 1943-1973

El periodo que va de 1940 hasta principios de los ochenta, conocido


como “el milagro mexicano”, se caracterizó por el elevado
crecimiento económico,24 así como por la fuerte participación estatal
en la economía.
El desarrollo industrial se dio al amparo del proteccionismo “na-
tural” generado por el periodo bélico, que después se prolongó como
una política del Estado para estimular a las nacientes industrias.
En Nuevo León,25 fueron tiempos de expansión industrial y bo-
nanza económica sin precedentes. Aunado a ello, la capital del es-
tado y municipios circunvecinos, que pronto se conformarían en
área metropolitana de Monterrey, experimentó un crecimiento desme-
dido con serias implicaciones en el desarrollo urbano. A la vez, se ob-
servaba un marcado desequilibrio: mientras que en materia industrial
el progreso era considerable, en el campo era notoria la pobreza.

23
Informe Administrativo del Gobernador Constitucional del Estado de Nuevo León, C.
Gral. Bonifacio Salinas, ante el H. Congreso del Estado, correspondiente al periodo 1942 a
1943.
24
Entre 1940 y 1970 México tuvo tasas de crecimiento del 6.5% anual, frente a un
crecimiento poblacional del 3.5% anual. (René Villarreal, Industrialización, deuda y desequilibrio
externo en México. Un enfoque neoestructuralista (1929-1997), FCE, México, 1997.
25
De 1943 a 1973 ocuparon el gobierno de Nuevo León: Arturo B. De la Garza
y Garza (1943-1949), primer gobernador bajo periodo sexenal; Ignacio Morones
Prieto (1949-1952) y José S. Vivanco (1952-1955) quien fungió como sustituto de su
antecesor quien fue llamado por el presidente Adolfo Ruiz Cortines para ocupar la
Secretaría de Salubridad y Asistencia en el gabinete federal; Raúl Rangel Frías (1955-1961);
Eduardo Livas Villarreal (1961-1967); Eduardo A. Elizondo (1967-1971) y Luis M.
Farías (1971-1973).

58
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

En lo político destacan dos hechos: la reforma al Artículo 84 de


la Constitución local mediante la cual se extendió el periodo guber-
nativo de cuatro a seis años; y el reconocimiento (a nivel municipal)
de la igualdad de la mujer para votar y ser votada,26 medida que se
anticipó en varios años al derecho al voto femenino a nivel nacional.
Al final de este periodo, la situación se vería considerablemente
trastocada. La insostenible situación del campo más los problemas
derivados de la aglomeración urbana desencadenaron una serie de
conflictos sociales a los cuales la administración pública debió res-
ponder, tal como veremos más adelante.

Los años cuarenta y cincuenta

La demanda de mano de obra de la industria en expansión estimuló


la migración a Monterrey tanto del campo como de otras entidades.
En 1950, Nuevo León se convirtió en un estado más urbano que
rural al concentrar en su área metropolitana el 52% de la población
total.27 El acelerado crecimiento poblacional trajo aparejados una
serie de problemas: falta de vivienda, insuficiente dotación de
servicios, crecimiento urbano desordenado, etc.
Así pues, este periodo se caracterizó por los primeros esfuerzos
de planificación del crecimiento urbano, el recrudecimiento de los
problemas relacionados con el agua, una mayor atención al campo
y la continuación del fenómeno ya señalado, de especialización de
la administración pública estatal.

26
Reforma a la Constitución en lo referente a las elecciones municipales, publicada
en el Periódico Oficial del Estado de Nuevo León, núm. 78 del 29 de septiembre de 1948.
27
Los porcentajes de la concentración poblacional en el área metropolitana, respecto
al resto del estado fueron: 37% en 1930; 39% en 1940; 52% en 1950; 66% en 1960
y de 73% en 1970. Isabel Ortega Ridaura, Política fiscal e industria en Monterrey, 1940-
1960. Tesis de maestría. Fac. de Filosofía y Letras, UANL, Monterrey, 2000, p. 45.

59
Isabel Ortega Ridaura

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y mitigados al-


gunos de sus efectos, el Departamento de Control de Artículos de
Consumo Necesario devino en 1949 en la Oficialía Mayor de Go-
bierno. Ésta tuvo muy corta vida ya que en 1952 desapareció pa-
sando a realizar sus funciones el Departamento de Proveeduría del
Estado que a principios de los sesenta se llamó simplemente
Proveeduría General del Gobierno.
En los años cuarenta y cincuenta los municipios rurales fueron
fuente de preocupación para la AP que construyó una red de cami-
nos para comunicarlos, sobre todo en el sur del estado.
En lo que respecta al campo, la reforma agraria era ya una reali-
dad. El reparto de tierras continuaría hasta bien entrado el siglo
XX; no obstante, la mera dotación era insuficiente, el agro nuevo-
leonés demandaba cada vez más acciones por parte del estado para
apoyar a los pequeños propietarios y coadyuvar a la autosubsistencia
alimentaria del país.
En 1948, se creó el Departamento de Maquinaria Agrícola para
la realización de toda clase de labores (construcción de presas para
riego, canales, perforación de pozos, desmontes de tierras para cul-
tivo, caminos vecinales), que impulsaran la agricultura y ganadería
en el estado. Dicho departamento fue sustituido en 1950 por la
Junta de Fomento Agrícola y Ganadero y de Administración de
Maquinaria Agrícola en el estado, organismo público descentraliza-
do que conjuntó en una sola dependencia todas las acciones de
atención al campo.
La junta se ocupó del estudio de todo lo relativo a la organiza-
ción, fomento, mejoramiento, defensa y mejor aprovechamiento de
los recursos agrícolas y ganaderos así como de administrar la ma-
quinaria agrícola de propiedad estatal.
Hacia fines de los cincuenta, la Junta de Fomento Agrícola se
disolvió, reactivándose el antiguo Departamento de Maquinaria del
estado que realizaría múltiples obras en los municipios del sur.
Posteriormente, éste desapareció en 1959 al traspasar sus funcio-

60
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

nes y patrimonio a la Facultad de Agronomía de la Universidad de


Nuevo León.
Otra dependencia establecida en relación a este sector fue la
Junta Local de Irrigación, producto de un convenio celebrado en
1947 con la Secretaría de Recursos Hidráulicos (de carácter fede-
ral) para la realización de obras de riego.
Como ya se mencionó, el crecimiento conurbado en torno a
Monterrey comenzó a plantear problemas al gobierno que debía
dotar de servicios públicos e infraestructura urbana (calles, alum-
brado, vialidad, zonas de recreación...). Para enfrentar esta situa-
ción, la Junta de Planificación, que hasta principios de 1940 depen-
día de la alcaldía de Monterrey, pasó a depender del ejecutivo
estatal28. Denominada Junta de Planificación del Estado, su fun-
ción era planificar el desarrollo ordenado de la mancha urbana,
mediante la propuesta de proyectos que en materia de obras públi-
cas debía realizar el estado29.
En 1952, con una nueva Ley de Planificación, dio origen a la Di-
rección General de Planificación del estado, encargada de coordi-
nar las tareas en esta materia.
Como auxiliar en la toma de decisiones, se creó en 1949 el Cuer-
po Consultivo de Administración del Ejecutivo del Estado, encar-
gado del estudio y planeación de los problemas administrativos.
Dicho cuerpo se componía de comisionados en las ramas de finan-
zas, economía, agricultura y ganadería, obras públicas, comunica-
ciones, educación y deportes, salubridad, asistencia social, trabajo,
estadística y las demás que estimara necesarias el ejecutivo quien
lo presidía.

28
El cambio en la estructura obedeció a la convicción que desde entonces se tenía
ya de que la planeación debía ir más allá de la capital del estado.
29
Entre sus primeras tareas estuvieron el estudio de la localización de una nueva
central ferrocarrilera, la urbanización de los terrenos ganados al río Santa Catarina y
la instalación de obras de drenaje.

61
Isabel Ortega Ridaura

El surgimiento de los organismos públicos descentralizados

La figura de organismo público descentralizado alude a una


estructura o institución que forma parte de la administración pública
y cuenta con recursos del erario público, pero tiene personalidad
jurídica y patrimonio propios, así como independencia en sus
acciones respecto al ejecutivo estatal.
Este tipo de organismos ya existían desde el siglo XIX,30 mas
adquieren relevancia a partir de los años cuarenta. En 1947 por
primera vez son mencionados como tales en un informe de gobier-
no que hacía alusión a “Organizaciones Descentralizadas Regidas
por Leyes Especiales”, refiriéndose a la Junta de Mejoras de Mon-
terrey y lasjuntas foráneas; la beneficencia pública, y a la institución
del drenaje pluvial.31 Asimismo, a los Servicios de Agua y Drenaje de
Monterrey (cuya administración había asumido el gobierno estatal en
1944) ) y a la Unión Regional Ganadera de Nuevo León.
En los años siguientes se sumaron a los organismos descentrali-
zados ya citados, el Departamento de Maquinaria Agrícola (poste-
riormente Junta de Fomento Agrícola y Ganadero y de Administra-
ción de Maquinaria Agrícola en el Estado), y la Comisión Estatal
de Turismo.

Los años sesenta

A principios de esta década, Monterrey estaba en pleno auge indus-


trial y comercial. Las oportunidades de un mejor nivel de vida atraían
nuevos pobladores que en 1966 llegaron al millón de habitantes.
En contraste con ello, el campo seguía en una situación difícil
derivada de la falta de agua, la emigración de mano de obra y el

30
Ejemplo de éstas serían en Nuevo León las Juntas de Mejoras Materiales
creadas por Bernardo Reyes.
31
Informe del Gobernador Constitucional del Estado de Nuevo León Lic Arturo B. de la
Garza, 1947-1948. Impresora Monterrey, S.A., 1948.

62
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

abandono de parcelas, los problemas en los títulos de propiedad y


la baja capitalización e inversión, por mencionar algunos.
Por ello, desde 1962 se destinó parte del presupuesto estatal al
fomento a las actividades agrícolas y ganaderas, mismas que fueron
coordinadas por el recién creado Departamento de Agricultura y
Ganadería del Estado.
Hacia fines de los sesenta, el desarrollo económico del país em-
pezó a desacelerarse, lo que tuvo consecuencias negativas en el
mercado de laboral. Miles de egresados, jóvenes profesionistas, se
encontraban sin trabajo, frustrados en sus aspiraciones de tener
mejores niveles de vida. Al mismo tiempo, la educación, en parti-
cular la superior, entró en crisis ya que la masificación de la matrí-
cula (que a pesar de todo seguía siendo insuficiente para la deman-
da) incidió en la baja calidad de la misma. Finalmente, en el aspecto
político, la creciente clase media que se había formado durante el
periodo del desarrollo estabilizador, comenzó a cuestionar la es-
tructura de la autoridad gubernamental, que era vertical, rígida y
en muchos casos represora.32
La población empezó a cobrar mayor conciencia de sus dere-
chos y a exigirlos de distintas maneras: marchas, protestas, huelgas,
plantones... generando un clima de inestabilidad social e inseguridad.
Nuevo León no sería la excepción. La segunda mitad de los se-
senta estuvo marcada por los conflictos sociales, principalmente el
de los universitarios que buscaban mayor acceso a la educación, la
autonomía de la Máxima Casa de Estudios y la democratización de
las oportunidades de acceder a un mejor nivel de vida.
Estas exigencias se acompañaron de otro tipo de demandas ciu-
dadanas derivadas de la excesiva aglomeración de habitantes en el
área metropolitana de Monterrey que exigían servicios básicos, edu-
cación y seguridad a un ritmo superior al que el estado podía brin-
32
La situación descrita llegó a su punto más álgido en octubre de 1968 cuando el
gobierno y los estudiantes se vieron envueltos en un enfrentamiento que dejó
numerosos muertos y desaparecidos, y que marcó la vida posterior de la nación.

63
Isabel Ortega Ridaura

dar. Esto obligó al aparato administrativo a diversificar su estruc-


tura para poder atender los requerimientos de la sociedad.
Siguiendo en la línea de la planeación del desarrollo metropoli-
tano, en enero de 1962 se creó el Departamento del Plano Regula-
dor de la Dirección General de Planificación del estado, para la
elaboración de un Plan Regulador de Monterrey mismo que crista-
lizó en 1967 con el denominado Plan Director de la Subregión
Monterrey, el primer plan de desarrollo urbano propiamente dicho.
Mientras tanto, la Dirección de Planeación seguía regulando el
crecimiento urbano mediante la aprobación de nuevos fracciona-
mientos, proyección de obras de vialidad y mejoramiento de la in-
fraestructura básica.
Se amplió el radio de acción de la Dirección de Obras Públicas
hacia la asesoría y la planeación, y se hizo cargo de las obras de
mantenimiento y de construcción de carácter urgente; pero la obra
gruesa, como puentes, pasos a desnivel, ampliación de calles,
pavimentación, drenaje pluvial, entre otros, quedaron sólo bajo su
vigilancia.33
Producto de la Ley de Planificación y Urbanización del Estado de
1967, se creó el Comité de Planificación como un organismo técni-
co que pasó a depender de la Dirección de Planificación del estado.
Dicha dirección comenzó trabajando en el análisis financiero del
plan de obras viales; en el estudio de la solución del problema de la
vivienda popular; en planes de vialidad, zonificación y edificación;
en la planeación de las uniones de colonos; en la actualización de
planes urbanísticos del Área Metropolitana de Monterrey, de con-
trol y modificación de fraccionamientos, y otros.
Por otra parte, se estableció el Comité de Urbanización, del que
derivó en 1968 la Dirección de Urbanización, encargada de formu-
lar estudios para llevar a cabo las obras y proyectos propuestos por
33
Primer Informe de Gobierno que rinde ante el H. Congreso del Estado el Gobernador
Constitucional del Estado de Nuevo León, C. Lic. Eduardo A. Elizondo, Monterrey.
(correspondiente a los años de 1968, 1969 y 1970).

64
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

el Comité de Planificación. De su labor dependía, en gran parte, la


marcha adecuada de la obra pública en el estado.
Posteriormente, la Dirección de Obras Públicas del estado se
ocupó de la construcción de escuelas y de dar asistencia a munici-
pios para la realización de obra pública. Se coordinaba con la Di-
rección de Urbanización, vigilando las obras realizadas en el área
metropolitana de Monterrey. Ambas a su vez, trabajaban conjunta-
mente con la Dirección de Planificación.
Como encargado de guiar el proyecto del desarrollo del campo,
se creó en 1962 el Departamento de Agricultura y Ganadería del
estado. Posteriormente, con la finalidad de reunir –una vez más–,
bajo un sólo mando todas las acciones enfocadas a este sector, se
creó en 1968 la Dirección de Fomento Agropecuario. Ésta, brinda-
ba asistencia técnica; promovía la creación de viveros, estimulaba
el establecimiento de huertas familiares; dirigía campañas de vacu-
nación al ganado, entre muchas otras acciones cuya finalidad era
elevar la capacidad del campesino, y eventualmente, sus condicio-
nes de vida.
Para promover el crecimiento industrial se estableció en 1964
un organismo público descentralizado denominado Comisión de
Fomento Industrial y Desarrollo Económico (COFIDE), que
coadyuvó en la tarea de impulsar el desarrollo económico y la in-
dustrialización de la entidad. Enfocó sus acciones en la promoción
industrial, el otorgamiento de franquicias fiscales, la elaboración de
un directorio industrial, la realización de estudios económicos, fa-
cilitar información y atender las relaciones públicas.
En 1971, la creación de la Dirección de Integración y Desarrollo
(DID) vino a fortalecer las acciones en pro del crecimiento econó-
mico de Nuevo León. Puso en marcha varios programas como el
Plan Integral de Desarrollo Industrial; Plan de Mejoramiento Tec-
nológico y Social de Zonas Áridas (enfocado a elevar el nivel de
vida de los campesinos y a incorporar esas zonas a la actividad
productiva del Estado), Plan de Desarrollo Rural-Ejidal y Plan de

65
Isabel Ortega Ridaura

Desarrollo de los municipios. Todos ellos en coordinación con otras


dependencias tanto estatales como federales y municipales.
También promovió la creación de un polo alterno de desarrollo
fabril fuera del Área Metropolitana de Monterrey con el fin de ini-
ciar un necesario proceso de desconcentración urbana e industrial.
Esto se tradujo en el proyecto de parque industrial en Linares
Por último, el acelerado crecimiento de la población trajo apare-
jados problemas de inseguridad y aumento de los índices delictivos.
Con el fin de salvaguardar la seguridad personal y material de los
habitantes, se creó en 1971 la Dirección de Seguridad como una
nueva dependencia reestructurando la antigua Dirección de Poli-
cía. Se le dotó de un edificio en el que se instalaron las distintas
oficinas, técnicas y administrativas así como la Academia de Poli-
cía (posteriormente Academia de Seguridad Pública).

La reforma administrativa de Pedro Zorrilla, 1973-1979

Los apartados anteriores dan cuenta de cómo fue creciendo y


diversificándose la administración pública estatal a medida que las
tareas y funciones realizadas se incrementaban. A principios de los
setenta, el organigrama administrativo mostraba ya bastante grado
de complejidad, no obstante, aún no existía un marco legal que le
diera sustento jurídico ni que estableciera claramente las funciones
y competencias de sus múltiples dependencias.
La llegada de Pedro Zorrilla a la gubernatura (1973-1979), cons-
tituye un parteaguas en la historia institucional de la entidad, al
promulgarse primera Ley Orgánica de la Administración Pública del Es-
tado de Nuevo León.

Los años setenta

A mediados de la década comenzó a resquebrajarse el modelo


económico imperante desde los cuarenta basado en la industria-

66
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

lización como motor del desarrollo y caracterizado por una amplia


intervención estatal en la esfera económica.
La devaluación de 197634 poco antes de la llegada a la presiden-
cia de José López Portillo, cambió el panorama de optimismo y
marcó una nueva línea en la participación del estado en la vida
nacional, sobre todo en el ámbito económico. Desde la federación
se hizo un llamado a todos los sectores productivos para que bajo
la denominada Alianza para la producción, se aglutinaran en un es-
fuerzo por incrementar los empleos y la producción para sacar al
país de la difícil situación económica que enfrentaba.
Respondiendo al llamado del presidente de la República, y en
apoyo a la mencionada Alianza, la legislatura del estado aprobó en
1977 reformas legislativas y normas para fomento de la urbaniza-
ción, fraccionamientos y construcción, sobre todo en el área
metropolitana de Monterrey, y a la vivienda de interés social; estí-
mulos para la producción agropecuaria -considerada prioritaria-, y
para el impulso a la industria, especialmente mediana y pequeña.
La reforma administrativa emprendida por Zorrilla, iniciada an-
tes de que se agudizaran los problemas económicos, se inscribe en
la reforma de este tipo que a nivel federal promovió Luis Echeve-
rría35 buscando “agilizar, mejorar y humanizar la administración
pública”.
Habiendo sido, Zorrilla, Procurador General de Justicia del
Distrito y Territorios Federales durante el sexenio echeverrista, vivió
de cerca la citada reforma y participó activamente en la Comisión
de Administración Pública. Al llegar a Nuevo León, puso en práctica
la experiencia adquirida proponiendo nuevas formas de ser y de
actuar para la administración pública.
34
El peso se devaluó de $12.50 a $19.70 después de veintidós años de tipo de
cambio fijo.
35
Cabe señalar que desde 1965 se había creado en el gobierno federal la Comisión
de Administración Pública en la Secretaría de la Presidencia, para realizar un diagnóstico
del funcionamiento de la administración y sugerir reformas a su estructura y
procedimientos. Alejandro Carrillo Castro, “Génesis y evolución”, op. cit., p. 14.

67
Isabel Ortega Ridaura

En términos generales la reforma apuntaba al aprovechamiento


máximo de los recursos humanos, materiales y financieros por par-
te del estado, al diseño e implantación de un sistema de personal
más completo y justo para los servidores públicos del gobierno del
estado de Nuevo León y al establecimiento de una mejor comunica-
ción con los ciudadanos en atención a los servicios públicos prestados.

La Comisión de Administración Pública

La coordinación central del proceso de reestructuración fue liderada


por la Comisión de Administración Pública (CAP),36 un órgano
colegiado integrado por los titulares de las dependencias de
colaboración directa con el ejecutivo estatal, creada ex profeso. Ésta,
determinaría los lineamientos y políticas a seguir, en lo referente a
la integración de programas económicos, sociales y de inversiones
públicas, así como el establecimiento de criterios para el
mejoramiento administrativo y funcional de las distintas
dependencias del gobierno.

Cambios en la estructura administrativa

Pedro Zorrilla fue el primer gobernador que creó nuevas secretarías.


Anteriormente, la gran mayoría de las dependencias gubernamen-
tales eran direcciones que pendían de la Secretaría General de
Gobierno o del ejecutivo.
La reorganización de la estructura de gobierno tuvo como idea
central la racionalización y simplificación del aparato administrati-
vo y la necesidad de hacer converger las tareas antes dispersas, en
áreas bien delimitadas. Así mismo, reagrupar correctamente las fun-
ciones y evitar duplicar esfuerzos, al delinear claramente los ámbi-
tos de autoridad y niveles de decisión de los distintos órganos y por
36
Como podrá verse en este y otros casos, se siguió muy de cerca el modelo
federal.

68
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

ende, las responsabilidades de los funcionarios públicos.


El criterio seguido fue el denominado departamentalizador, se-
gún funciones de gobierno, lo que necesariamente implicó una gran
coordinación entre áreas y dependencias.37 La desaparición de di-
recciones así como la creación de otras nuevas, respondió a la ne-
cesidad de actualizar y dar mayor flexibilidad al aparato administra-
tivo del estado.
La reestructuración dio por resultado la creación de tres nuevas
secretarías: de Fomento Económico y Obras Públicas; de Finanzas
y Tesorería y de Servicios Sociales y Culturales.
Bajo una nueva visión de conjunto, la Secretaría de Fomento
Económico y Obras reunió funciones que tenían relación directa
con el fomento económico y con el desarrollo de las obras públicas,
que anteriormente se encontraban dispersas, con el consiguiente
desperdicio de esfuerzos y recursos. Sustituyó y amplió las funcio-
nes que desempeñaban las direcciones de Integración y Desarrollo;
de Urbanización, de Planificación y de Obras Públicas. Además, se
creó la Dirección de Fomento Industrial con el propósito de conju-
gar la acción estatal, federal y de organismos descentralizados e
instituciones de fomento y financiera, para la promoción de nuevas
industrias y actividades comerciales en el estado, todas incluidas
dentro del área de fomento económico y dependientes de la men-
cionada secretaría.
En 1975 se promulgó la Ley de Planificación Física y Desarrollo Ur-
banístico del Estado de Nuevo León, que entre sus fines tenía el de
crear más y mejores fraccionamientos y construcciones, para evitar
la marginación y generar paz social. También, orientar la expan-
sión, evitando la dispersión de los asentamientos, para favorecer la
ocupación de áreas baldías.
La mencionada Ley dispuso la creación de la Dirección de Fo-
37
Este esfuerzo de coordinación ya se había intentado con éxito en el ámbito
económico, cuando en la administración anterior se creó la Dirección de Integración
y Desarrollo.

69
Isabel Ortega Ridaura

mento Urbano para promover ante los ciudadanos, las autoridades


municipales, las dependencias federales y otras oficinas del gobier-
no del Estado, la realización de obras y la aplicación de procedi-
mientos que mejoren las ciudades y en especial la congestionada
Monterrey.
La Secretaría de Finanzas y Tesorería amplió las funciones de la
Tesorería General del Estado la cual, además de la recaudación y
pagos, debía conseguir un óptimo manejo de los fondos públicos.
Con este fin, se estructuró una Dirección de Finanzas y Presupuestos.
La Secretaría de Servicios Sociales y Culturales, integró tareas
que no existían o se encontraban atomizadas como la acción cívica
y cultural, servicios deportivos, salud pública y educación, en la
porción que compete al estado. Sus actividades comprenderían áreas
muy bien definidas y necesariamente coordinadas: educación, salud,
deporte y acción cívica y cultural.
Con fines esencialmente preventivos y de auxilio a la población
en general, se creó la Dirección de Protección Ciudadana, que asu-
mió las funciones de la antigua Dirección de Seguridad.
El difícil clima laboral que se vivía en Nuevo León en los seten-
ta llevó a la creación, dentro de la Secretaría General de Gobierno,
de la Dirección de Servicios a los Trabajadores y Productividad,
primera en su tipo. Su tarea fue la de coordinar la política obrera
determinada por el ejecutivo, con fundamento en la Ley Federal del
Trabajo. También serviría como una instancia previa de concilia-
ción y gestión entre las autoridades y las fuerzas del capital y del
trabajo. En su concepción dicha Dirección tenía un espíritu
asistencial en el orden técnico y de la seguridad industrial, buscan-
do el aumento de la productividad sin mermar los derechos obreros.
En la Secretaría de Gobierno y para servir de enlace entre los
cabildos por una parte y el ejecutivo del estado y la federación por
otra, se abrió la Dirección de Gestiones Municipales y Coordinado-
ra de Juntas de Mejoramiento Moral, Cívico y Material. Se mantuvo
dentro de la misma, la Oficina Coordinadora de Juntas de

70
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

Mejoramiento Moral, Cívico y Material, ya existente con ante-


rioridad, para orientar, auspiciar y coordinar el funcionamiento de
las mencionadas juntas.
En el área de la Oficialía Mayor, que debía ser el apoyo adminis-
trativo general, se creó la Dirección de Patrimonio y Servicios Ge-
nerales para cuidar de los bienes y del mantenimiento general de las
instalaciones y servicios internos. Esta dirección asumió las fun-
ciones que tenían la Dirección de Proveeduría y la Sub-dirección
de Patrimonio.
El impulso a la industrialización debía ir aparejado de una buena
relación capital-trabajo, elementos indispensables para elevar la
productividad. Reconociendo su importancia, ya avanzado el
sexenio, se elevó al rango de secretaría la antigua Dirección de Ser-
vicios a los Trabajadores y Productividad. Su labor consistía en ase-
gurar la exacta aplicación de la Ley Federal del Trabajo en los dis-
tintos ámbitos; y de los contratos colectivos celebrados entre los
trabajadores y empresas; propiciar la libertad de asociación sindi-
cal; promover la existencia de las adecuadas condiciones de trabajo
en los centros de producción; y colaborar con trabajadores y em-
presarios en el diseño de sistemas, mecanismos y, sobre todo, de
actitudes, tendientes al incremento de la productividad dentro del
mayor respeto de la legislación y de una política de justa distribu-
ción de los bienes o servicios producidos. Asimismo, puso énfasis
en la capacitación y adiestramiento permanentes de los trabajado-
res y en la existencia de condiciones de seguridad e higiene del tra-
bajo, a través de la instalación de comisiones mixtas con funciones
específicas.
La reforma administrativa no sólo implicó cambios estructura-
les sino también procedimentales y de personal. Se simplificaron
los sistemas administrativos para agilizar las tareas, apurar los pro-
cesos resolutivos y brindar un servicio más expedito en todos los
servicios públicos. Asimismo se puso mucho empeño en la selec-
ción y profesionalización de los servidores públicos.

71
Isabel Ortega Ridaura

Ley Orgánica de la Administración Pública del Estado de Nuevo León

Las modificaciones a la estructura y funciones de la organización


administrativa se sustentaron legalmente en la Ley Orgánica de la
Administración Pública del Estado de Nuevo León.38
En su exposición de motivos el ejecutivo señaló que los linea-
mientos esenciales de la reforma administrativa atendían al apro-
vechamiento máximo de los recursos humanos, materiales y finan-
cieros; al diseño e implantación de un sistema de personal más
completo y justo para los servidores públicos del gobierno de Nue-
vo León; al perfeccionamiento de los mecanismos de participación
de los ciudadanos en los asuntos y tareas públicas y al estableci-
miento de nuevos y mejores canales de información y comunica-
ción entre gobernantes, funcionarios públicos y ciudadanos; al es-
tablecimiento, en fin, de una administración pública que permita
mayor eficiencia en el cumplimiento de los objetivos de mejora-
miento económico y social que el gobierno se había fijado.
También destacó la necesidad de reestructurar la organización
administrativa del gobierno del estado, a fin de adaptarla mejor a
las necesidades de una nueva acción gubernamental. Dicha rees-
tructuración fue concebida teniendo en mente el propósito de re-
solver uno de los problemas más difíciles de toda administración
pública: la coordinación de la actividad administrativa, entendida
como coordinación interna entre las diversas dependencias de la
administración estatal; coordinación externa, entre el estado y la
federación, atendiendo a la tesis de un nuevo federalismo de parti-
cipación activa, conciente y responsable del estado, en las decisio-
nes federales que lo afecten; y coordinación del estado con sus
municipios en una acción conjunta para resolver problemas cada
vez más complejos de la comunidad.39

38
Publicada en el Periódico Oficial el 5 de febrero de 1975.
39
Ley Orgánica de la Administración Pública del Estado de Nuevo León, 1975, p. 4.

72
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

En esta ley se estableció de manera precisa la estructura de la


administración pública estatal así como las distintas competencias
y funciones de trabajo de cada dependencia. Ello, además de facili-
tar la coordinación, permitiría una mejor y más clara definición de
los distintos ámbitos de autoridad y de decisión de los funcionarios
públicos facilitando a su vez, la prestación de los servicios públicos
que el estado debe asegurar a la comunidad y una mayor compren-
sión por parte de ésta de las distintas tareas del gobierno.
Cabe señalar que esta ley fue la primera en su tipo a nivel nacio-
nal, decretándose incluso antes que la Ley Orgánica de la Administra-
ción Pública Federal.40 Una vez más Nuevo León mostraba ser un
estado de vanguardia en la organización y el manejo eficiente de los
recursos públicos.

Los comienzos de la planificación gubernamental

La complejidad creciente de los problemas socioeconómicos a los


que se enfrentaba el estado mexicano llevó a sus gobernantes y
miembros de la administración pública a diseñar e implantar
instrumentos administrativos y mecanismos de coordinación más
eficaces en el cumplimiento de los objetivos de desarrollo económico y
social, de justicia y de libertad en todos los ámbitos de la actividad
nacional.
El arreglo ordenado de la acción gubernamental y del empleo de
todo tipo de recursos públicos para promover el desarrollo exigían
necesariamente la utilización de la planeación como instrumento
para el establecimiento de proporciones, de prioridades, de tiem-
pos y de modos, en función de metas que fueran no sólo económi-
cas, sino de calidad de vida de la población.41 Era necesario buscar
40
Publicada en el Diario Oficial de la Federación el 29 de diciembre de 1976.
41
Ernesto Rangel Domene, “Nueva estructura organizacional como expresión
de una política: Descentralización administrativa y nuevo federalismo de
participación.” Ponencia presentada en el XVI Congreso Internacional de Ciencias
Administrativas, México, D. F., julio de 1974, p. 56.

73
Isabel Ortega Ridaura

la mayor eficacia para aprovechar los programas federales y los re-


cursos al máximo, en un escenario que no dista mucho del actual,
de recursos escasos ante necesidades siempre crecientes.
Estas reflexiones llevaron al ejecutivo estatal a plantear ante el
presidente de México y sus colaboradores, el Plan de Desarrollo Eco-
nómico y Social de Nuevo León, resultado de la conjugación de las acti-
vidades privadas, de las autoridades municipales, la autoridad esta-
tal y de los servidores públicos de la federación. Éste, comprendía
obras y servicios educativos, agropecuarios, hidráulicos, un plan
vial, turístico, y un programa de incorporación de las zonas preca-
rias de la Ciudad de Monterrey. 42

El Instituto de Administración Pública de Nuevo León

Constituido en agosto de 1973 como asociación civil, aunque


promovido por el gobierno del estado, el Instituto de Administración
Pública de Nuevo León (IAPNL) se fundó con el propósito de
“mejorar la relación entre los servidores públicos y el pueblo a quien
deben servir; interesados también en las técnicas, organización,
mecanismos, vocación de servicio y contexto político, social y
económico en que la administración pública y los servidores públicos
se mueven para propiciar ambientes generales, actitudes y fomentar
el desarrollo en beneficio de la colectividad, en la apertura de cam-
pos a la vida económica, humana... y a las iniciativas en el orden
cultural, económico y político...” 43
Durante su existencia, el IAPNL realizó cursos y programas de
formación de funcionarios estatales y municipales; participó en cá-
tedras universitarias y apoyó la postulación de becarios nuevoleo-
neses para estudios de postgrado en el extranjero.

42
Ibid., pp. 58-59.
43
Palabras del gobernador Pedro Zorrilla, presidente fundador del IAPNL en la
constitución del mismo. IAP Nuevo León, 1978: 11.

74
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

La participación ciudadana

Un último elemento que cabe destacar de la reforma administrativa


instrumentada en los setenta es el interés prestado a la participación
ciudadana en los asuntos públicos de la entidad. En su Segundo
Informe de Gobierno (1976) el gobernador afirmó: “Mi equipo de
gobierno es el pueblo de Nuevo León. Por ello, la Administración
Pública que presido ha reforzado y fomentado la creación de
organismos de participación popular que tienen como funciones
tareas de interés público.” Y más adelante añadía: “Exhorto a todos
los sectores a que nos propongan nuevas fórmulas y mecanismos
para que este propósito de aportación ciudadana en la solución de
nuestros problemas se incremente permanentemente durante mi
gestión.” Impulsó con esto, y probablemente sin proponérselo, el
proceso de ciudadanización, que en la actualidad ha cobrado tanta
importancia.
De acuerdo con la Ley de Urbanismo y Planificación, se creó el Con-
sejo General de Urbanismo que constituyó un foro de participación
y consulta ciudadana, en cuya primera reunión se aprobó el Plan
General de Desarrollo Urbano 1975-76. Los ciudadanos se hicie-
ron presentes también en la integración de las Juntas de Operación,
Administración y Mantenimiento de Agua Potable, encargadas del
manejo de los sistemas en algunas colonias del área metropolitana
y diversos poblados del estado.
En materia de finanzas, recogió opiniones de particulares para
formular iniciativas de leyes de ingresos y de hacienda del estado y
de los municipios. Promovió la conformación de patronatos pro-
cultura así como la intervención de ciudadanos en el Consejo Esta-
tal de Salud. Y continuó con la ya larga tradición de participación
ciudadana que constituían las Juntas de Mejoramiento Moral, Cívi-
co y Material, las cuales en 1977 sumaban 398.

75
Isabel Ortega Ridaura

Atención a los municipios

Si bien es cierto que desde los años cincuenta administraciones como


la de Rangel Frías se habían preocupado por los municipios rurales
de Nuevo León, en este sexenio se buscó fortalecer la comunicación
con éstos. En un inicio, propiciando reuniones de trabajo del
gobernador, secretarios, directores y jefes de Oficina del gobierno
estatal con los presidentes municipales, y luego a través de la Oficina
de Gestiones Municipales y Coordinación de Juntas.
Además de la asesoría y asistencia, se descentralizaron fondos a
algunos municipios y se incrementó asimismo la participación mu-
nicipal en el “Impuesto sobre Compraventa o Permuta de Ganado”.

Derechos humanos

En 1979, se expidió la Ley para la Defensa de los Derechos Humanos en


el Estado de Nuevo León44 que sentó las bases para su defensa, acción
que debía realizarse de manera gratuita, de oficio y para beneficio
de toda persona, especialmente los de escasos recursos.
A raíz de dicha ley, se constituyó la Dirección para la Defensa de
los Derechos Humanos, dependiente de la Secretaría de Gobierno,
diez años antes de que, con ese mismo nombre, se estableciera a
nivel federal en la Secretaría de Gobernación. De nuevo el estado
se adelantaba en un tema considerado crucial en cualquier socie-
dad moderna.

A manera de conclusión

La administración pública existe y acompaña al estado desde su


origen. Con el tiempo ésta va evolucionando para cumplir de la
mejor manera posible, las funciones que le son encomendadas.

44
Publicada en el Periódico Oficial del Estado de Nuevo León el 3 de enero de 1979.

76
La administración pública de Nuevo León en el siglo XX

Si bien es cierto que en México desde la independencia misma e


incluso desde tiempos coloniales, ésta se hallaba reducida a las fun-
ciones de hacienda pública y a mantener el orden.
La Constitución federal de 1917 y posteriormente su réplica es-
tatal, determinaron una serie de nuevas obligaciones que el estado
debía atender, derivadas de las demandas de los grupos sociales
que participaron en la Revolución. Sin embargo, no se fijaron clara-
mente los mecanismos y/o estructuras para llevar a cabo las accio-
nes requeridas para su cumplimiento.
Con el paso del tiempo, poco a poco fueron estableciéndose a
nivel federal las bases institucionales para hacer realidad los postu-
lados revolucionarios: reparto agrario (comisiones agrarias); dere-
chos y mejores condiciones laborales (juntas de conciliación y
arbitraje); educación (Secretaría de Educación Pública); apoyo al
campo mediante obras de riego; construcción de caminos (Junta
Local de Caminos), etc. Algunas de estas dependencias se replica-
ron a nivel estatal como extensiones de la administración pública
federal en las entidades. Sin embargo, existían diversas tareas y fun-
ciones cuya competencia era estrictamente estatal. Su cumplimien-
to dio origen a una serie de dependencias cada vez más especializa-
das que conformaron y engrosaron la estructura de la administración
pública de Nuevo León.
Así pues, durante casi medio siglo la administración pública es-
tatal vio incrementadas sus instancias de manera considerable. No
obstante, este crecimiento se dio con cierto grado de improvisación
-e incluso desorganización- al no tener una idea clara de conjunto y
un marco legal que delimitase funciones y atribuciones.
La estructura administrativa creció de manera reactiva, abrien-
do departamentos, direcciones u otras dependencias sobre la mar-
cha, respondiendo a las demandas que la sociedad y el desarrollo de
la entidad iban planteando al estado. En otras ocasiones, respon-
diendo a requerimientos del ejecutivo federal. Esta situación dio
un giro de considerable importancia a principios de los años setenta

77
Isabel Ortega Ridaura

con la promulgación de la Ley Orgánica de la Administración Públi-


ca del Estado de Nuevo León.
Con una amplia visión de conjunto, basada en un concienzudo
análisis de las funciones y obligaciones del estado frente a la ciuda-
danía y buscando una mayor eficiencia en las dependencias admi-
nistrativas, la citada ley definió claramente una nueva estructura para
la administración estatal delimitando funciones y atribuciones.
Con el gobernador Pedro Zorrilla inició una nueva etapa de la
administración pública (inscrita, como ya mencionamos, en el mar-
co de la reforma administrativa federal), en la que además de existir
un marco legal para la estructura de gobierno, se reflexiona profun-
damente sobre los mecanismos y acciones a seguir buscando el mejor
aprovechamiento de los recursos. Se crean nuevas secretarías que
aglutinan funciones antes dispersas en departamentos y direccio-
nes diversas, y se adelgaza la estructura gubernamental.
Por último, esta “nueva forma de ser y de actuar” de la adminis-
tración pública se reflejará también en la inclusión de nuevas pre-
ocupaciones y temas, como la incorporación de la ciudadanía en la
toma de decisiones, la importancia dada al municipio y los dere-
chos humanos.

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80
Pensamiento Novohispano de
Pablo Olavide y las reformas
borbónicas de Carlos III
Dr. Rafael Aguilera Portales*

SUMARIO:
1. Introducción. 2. Las reformas borbónicas de Carlos III en la América española. 3. Polémica de
Olavide: ¿afrancesado o ilustrado novohispano? 4. Influencias ilustradas volterianas. 5. Actitud
religiosa de Olavide y la difícil tensión Iglesia y Estado 6. Conclusiones finales 7. Bibliografía.

1. Introducción.

El propósito de este artículo es abordar el influjo volteriano y el


conflicto religioso en la obra y pensamiento novohispano de Pablo
de Olavide, particularmente, en un momento político crítico de
tensión entre la Iglesia y Estado durante las reformas borbónicas

*
El presente trabajo es producto y resultado de una ponencia presentada en el
Congreso Internacional sobre “La Ilustración: Pablo de Olavide y su época”,
organizado por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en Jaén
del 4 de noviembre de 2002. El autor es profesor de filosofía del derecho de la
Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL),
investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, doctor en filosofía política y
jurídica por la Universidad de Málaga (España), miembro del Sistema Nacional de
Investigadores (CONACYT).

81
Rafael Aguilera Portales

emprendidas por Carlos III. Me he centrado, sobre todo, en analizar


tanto su influencia francesa, en concreto volteriana, como su actitud
e ideas religiosas, en un contexto de secularización ilustrada
novohispana que sentará los cimientos de la sociedad y la historia
de los siglos posteriores XIX y XX.

2. Las reformas borbónicas de Carlos III en la América


española.

El reinado de Carlos III representa la culminación del siglo XVIII


español, es decir, aquel momento en que la Ilustración española
alcanza su máximo esplendor. Las características típicas del periodo
-enciclopedismo, criticismo, optimismo individualista, iluminismo-
quedan patentes en el caso español, si bien con algunas diferencias
que lo tipifican. Así pues, la exaltación europea de la razón, como
expresión ilustrada máxima de la lucha contra la ignorancia, la
opresión y la reacción, queda en España sustituida por la exaltación
de la cultura, como instrumento básico para reeducar al pueblo y
elevar la sociedad de su atraso secular . De aquí, el impulso al teatro,
el periodismo, la reforma universitaria, la dedicación al estudio y la
investigación.
Llama la atención que casi todos los reformadores más impor-
tantes del reinado de Carlos III ocuparon cargos oficiales destaca-
dos: Jovellanos, Campomanes, Olavide, Floridablanca, Caburrús...
Todos ellos tratan de limitar el poder de la Iglesia que había identi-
ficado el catolicismo con las posturas más reaccionarias sobre la
sociedad, la cultura y la política. Aunque, por regla general, los ilus-
trados españoles no traspasaron las fronteras de la ortodoxia, su
postura no deja lugar a dudas al respecto: frente a la intromisión
eclesiástica en la política, defienden las regalías de la Corona; fren-
te a la acumulación de propiedades en manos muertas por las orde-
nes religiosas, proclaman la necesidad de leyes desamortizadoras,

82
Pensamiento novohispano de Pablo Olavide y las reformas borbónicas de Carlos III

frente a la moral laxa e hipócrita de tipo tradicional, predican la


austeridad evangélica de índole jansenista; frente a una educación
religiosa proponen la enseñanza secularizada. De este modo, se puede
comprender que la diana de sus críticas fueran la religión tradicio-
nal y sus instituciones: la Iglesia Católica, la Compañía de Jesús, la
Inquisición, el escolasticismo. No quiere esto decir que los ilustra-
dos no fueran religiosos, pero de una religión depurada de dogmas,
liturgias y rigideces de todo tipo, cayendo en un deísmo o un “cris-
tianismo ilustrado”. En España, la lucha irá, más que contra la Igle-
sia Católica, contra el espíritu de la Contrarreforma y del Barroco,
que anquilosó el catolicismo y lo encerró en un callejón sin salida:
por eso se vuelve ahora al erasmismo, al evangelismo y a lo que
entonces se llamó “jansenismo”.
El reformismo borbónico1 se manifiesta en todos los campos. El
reformismo articuló una política económica tardomercantilista en
los diversos sectores de la producción e intercambios comerciales,
racionaliza la Administración pública en todos sus ramos, centrali-
za la acción de la política exterior (la Hacienda, el Ejército, la Ma-
rina, la diplomacia), recupera el prestigio perdido en el ámbito in-
ternacional, patrocina unas veces y ampara otras veces el
movimiento de profunda renovación cultural de la Ilustración.
La Ilustración había sido un eficaz instrumento a favor del refor-
mismo, el clima ideológico alterado por la Revolución Francesa
1
Para el estudio del reformismo borbónico en sus aspectos económico, político,
administrativo, cultural pueden verse las obras magníficas de Domínguez Ortiz, A.:
Carlos III y la España de la Ilustración, Alianza, Madrid, 1988. y Domínguez Ortiz,
A.:Sociedad y Estado en el siglo XVIII español. Ariel, Barcelona, 1984, (2ª reimpresión).
Igualmente, he utilizado los estudios de Carlos Martínez Shaw. Las reformas de
estos “príncipes ilustrados” tendían a mejorar, en alguna medida las condiciones de
sus súbditos y se vieron asistidos por destacados exponentes de la filosofía de la
luces, como el caso de Voltaire, o bien por gabinetes de notables consejeros inspirados
en los textos de la Ilustración. En diferentes lugares de Europa se comenzó a hablar
de “reyes-filósofos” o “déspotas ilustrados”, preocupados por el bienestar de sus
pueblos como el caso de Federico II de Prusia, Catalina de Rusia, o en nuestro caso,
Carlos III de España.

83
Rafael Aguilera Portales

convierte en sospechosos a los colaboradores de la víspera, al mis-


mo tiempo que se produce una radicalización de signo opuesto que
genera la aparición del movimiento liberal en España y del movi-
miento independentista en la América española. Cuando quedó in-
vadida España por las tropas napoleónicas, fue depuesto el rey Fer-
nando VII, y en su lugar quedó el hermano de Napoleón, llamado
José, motejado como “Pepe Botella”. La situación política de Es-
paña condujo a varios intelectuales a reclamar la independencia.
Posteriormente, en 1812 las Cortes de España aprobaron la Consti-
tución de Cádiz, con la participación de diputados novohispanos
criollos. Esta Constitución entró en vigor en 1820; pero sirvió de
base y guía, para dar forma a la Carta de Apatzingán que inspiró la
Constitución mexicana de 1824.
La cultura ilustrada fue el fundamento intelectual del reformis-
mo. Los intelectuales ilustrados teorizaron el protago-nismo de la
Monarquía como motor de la modernización, la prioridad del fo-
mento económico, la utilización de la crítica como herramienta para
el perfeccionamiento de la organización social, la aplicación del
conocimiento científico al bienestar general, la finalidad educativa
de la creación literaria y artística, el progreso y la felicidad como
metas últimas del pensamiento y la práctica reformistas. La Ilustra-
ción se dotó de sus propios instrumentos de difusión cultural que al
mismo tiempo lo eran de acción reformista: las academias, las uni-
versidades intervenidas para acompasarlas a las exigencias del mo-
mento, una serie de nuevas instituciones de enseñanza superior, las
Sociedades Económicas de Amigos del País, los consulados y la
letra impresa en libros o en publicaciones periódicas. La Ilustración
finalmente obtuvo resultados muy considerables en todos los campos:
el pensamiento económico, la crítica social, la renovación eclesiástica,
el pensamiento científico y la producción literaria y artística.
2
La implantación y el progreso de la cultura ilustrada en la América española no
se comprende sin la intervención de la autoridades metropolitanas y virreinales, que
tratan de promover la creación intelectual impulsando un proceso de
institucionalización. Sin embargo, la Luces no alcanzan a toda América. Por un lado,

84
Pensamiento novohispano de Pablo Olavide y las reformas borbónicas de Carlos III

La Ilustración americana2 fue en buena medida, aunque con


muchas matizaciones, una prolongación de la Ilustración metropo-
litana, con similitudes evidentes en el programa de modernización,
en las instituciones y en las realizaciones. Las nuevas ideas se di-
fundieron a través de las Universidades reformadas, Academias,
las Sociedades Económicas de Amigos del País, como las Universi-
dades de México, Lima, Los Colegios de Cirugía, la Escuela o Se-
minario de Minería de México, la Academia de San Carlos de Méxi-
co... Esta fue una de las razones para que la afirmación del orgullo
criollo del siglo precedente alcanzase una nueva expresión. Este
fue un factor de diferenciación importante entre la Ilustración es-
pañola y la americana que desencadenó el despertar de la concien-
cia de América y su posterior independencia. Es el sentido que puede
atribuirse a las proclamaciones de las élites ilustradas de las capita-
les virreinales, que ante el crecimiento de la población (se superan
los quince millones de habitantes), el progreso de la urbanización,
el embellecimiento de las ciudades, la proliferación de las obras
públicas (fuentes, alamedas, paseos) o la edificación de nuevos pa-
lacios o nuevas iglesias no pueden por menos de creer que la Lima
del virrey Amat es una de las más bellas poblaciones del orbe y que
México, que ha superado en número de habitantes a la capital me-
tropolitana, es la “Roma del Nuevo Mundo”. La novedad de la Ilus-
tración en el pensamiento político fue, mientras que en España las
Luces sirvieron para poner en entredicho las bases del sistema, des-
de el reformismo a la opción liberal (liberalismo político o constitu-

la cultura ilustrada fue una cultura progresista que hubo de enfrentarse a los partidarios
de la tradición. Del mismo modo, que fue una cultura minoritaria, que se difundió
entre los reducidos círculos de intelectuales españoles y criollos. Por otra parte, fue
una cultura elitista diseñada para las clases dominantes quedando excluidas las clases
subalternas (indios, mestizos, mulatos, negros). En América los los obstáculos
opuestos a la difusión de las Luces fueron de la mismo índole que en la metrópoli.
Por ejemplo, la cruzada educativa reformista tropezó con la resistencia de las Iglesia
y las Instituciones universitarias.

85
Rafael Aguilera Portales

cionalismo), en América las Luces permitieron formular una alter-


nativa a la consideración misma del carácter colonial de los reinos
de América.
Pablo Antonio de Olavide Jáuregui3 (Lima 1725- Jaén-1803) es
uno de los mejores representantes de la cultura americana del siglo
XVIII. Su impulso utópico universalista y cosmopolita no tiene
parangón en el contexto hispanoamericano de su época. El histo-
riador y filósofo J. L. Abellán nos dirá: “Pablo de Olavide es, por
antonomasia, la víctima propiciatoria que ofrece el movimiento ilus-
trado español a la Inquisición. Se ha dicho y repetido, por numero-
sos autores, que el Santo oficio lo eligió como la figura más repre-
sentativa de nuestra Ilustración, y que al juzgarle quiso condenar

3
Tenemos que destacar que D. Pablo de Olavide Jáuregui fue criollo nacido en
Lima(Perú) . La Ilustración francesa hizo presencia en la generación de criollos.
Pronto se vio favorecido en sus estudios y en su carrera por una doble condición. A
los quince años ya se había graduado de doctor en Teología por la Universidad de
San Marcos, y a los diecisiete años avía llegado a Catedrático, por oposición, en la
Facultad de Teología. En 1716, un terremoto destruyo gran parte de la ciudad de
Lima, esto provocaría un cambio trascendental en su vida. Parece que se dedicó a
negocios fraudulentos, siendo procesado judicialmente a consecuencia de la cual fue
sentenciado a destierro y inhabilitación pública,. En 1750 llegó a España donde se
casó con una mujer acaudalada que le impulsó en su vida política e intelectual. La
nueva posición económica y social le permitió viajar largamente por toda Europa. El
hecho es que estos viajes por numerosas ciudades y villas de Francia e Italia, le
permitieron entrar en contacto con la alta burguesía comercial e intelectual . Conoció
a los intelectuales más prestigiosos, Voltaire. La admiración por el ilustrado francés
debió ser sincera como lo muestra el análisis de su Biblioteca, donde predominan
las obras francesas por encima de todo lo demás, y entre ellos las obras de Voltaire.
4
José Luis: Historia del pensamiento español Espasa Calpe, Madrid, 1981, vol. IV, p.
594. El profesor J.L. Abellán está utilizando el término “filósofo” como sinónimo
de hombre ilustrado que busca el progreso y la transformación de la sociedad, con
una ser de rasgos muy típicos: tolerancia religiosa, sentido crítico respecto al pasado,
optimismo frente al futuro, confianza en el poder de la razón, oposición a la autoridad
eclesiástica, y al poder tradicional de la Iglesia; interés por los problemas sociales y el
desarrollo técnico de la sociedad, impulso hacia lo natural y valoración positiva de la
experiencia.

86
Pensamiento novohispano de Pablo Olavide y las reformas borbónicas de Carlos III

en él, más que a una persona, a todo una época. En Olavide se


condena un siglo y un espíritu, de donde proviene el carácter ejem-
plar de su proceso”.4
Aquí, nace el mito europeo de Olavide, que a partir de su proce-
so se convierte en “mártir de la Inquisición”. Las gacetas y los pe-
riódicos europeos ponen de moda su nombre, desde el día que fue
arrestado por los esbirros del terrible Tribunal y, mucho más, desde
el momento de su condena.

3. Polémica de Olavide: ¿afrancesado o ilustrado novohispano?

Existen diversas hipótesis sobre la polémica de Olavide, un


afrancesado o un ilustrado español. ¿Podemos considerarlo un
conocedor de las corrientes intelectuales europeas pero sin
impregnarse de las mismas? o ¿un afrancesado intelectualmente?.
Y una tercera hipótesis que considera a Olavide, un ilustrado español
que fusiona las ideas intelectuales nacionales con las foráneas.
José Luis Abellán deja sentado que su producción no responde a
lo que clásicamente entendemos por filosofía y se le ha tenido por
afrancesado, y defiende la tesis de que nadie estuvo entre nosotros
más imbuido que él de lo que en la época llamaban “espíritu filosó-
fico” […] En éste, y sólo en este sentido, decimos que este insigne
ilustrado fue un filósofo, más preocupado por cambiar y transfor-
mar las sociedad de acuerdo con los principios de la razón ilustra-
da, que por entender el mundo y explicarlo intelectivamente al modo
clásico”5
Manuel Capel Margarito mantiene tajantemente que Olavide en
ningún modo le cuadra la etiqueta, precipitada, de afrancesamiento,

5
Ibidem, p. 596, Abellán responde así a la visión de Menéndez Pelayo que tildaba
la Ilustración española de afrancesamiento, dejando entrever con ello lo que para el
catolicismo tradicionalista podía significar este adjetivo: los afrancesados tenían algo
de traidor y algo de afeminado, se caracterizaban por una inteligencia desvergonzada
, y se distinguían por su ánimo corrupto y frívolo.

87
Rafael Aguilera Portales

pues ni se alimentó en las fuentes del naturalismo enciclopedista,


sino en las doctrinas político-teológicas tradicionales del Siglo de
Oro español, ni coreó las concepciones seudo-originales del siglo
francés prerrevolucionario. Según Marcelin Defourneaux, en su li-
bro Pablo de Olavide, el afrancesado, Olavide se convirtió en un doble
símbolo: “Símbolo de la España ilustrada, que bajo el impulso del
conde de Aranda, había empezado a remontar su atraso secular;
símbolo de los prejuicios del fanatismo, que se había despertado
para abatir a los innovadores y acabar con su obra”. 6

4. Influencias ilustradas volterianas.

En 1761, durante uno de sus largos viajes por Italia y Francia, se


detuvo una semana en “Les Délices”, la famosa finca de Voltaire,
que vio en él “un filósofo muy instruido y muy amable”;
enorgulleciéndose de esa visita que luego contribuirá a su caída. El
gusto y la afición por el teatro lo había recogido Olavide de su
admiración por Voltaire, de quien quería reproducir la imagen en
España. Hablando de ello dice Defrourneaux: “su más alta ambición
era llegar a parecer o ser un Voltaire, al menos de dimensiones
españolas”. Impulsado por ese deseo de convertirse en árbitro de la
refinada cultura de salón, instaló en su propio domicilio un teatro
privado en el que representar las obras de su gusto. Esta afición
comenzó a cultivarla en su mansión madrileña, continuándola
después en su residencia del Alcazar sevillano. En ese salón se
representaban las primeras comedias neoclásicas, traducidas por
Olavide y por sus amigos; obras de Racine, de Moliere y, por
supuesto, de Voltaire.
De esta forma, Olavide se convirtió en uno de lo más eficaces
impulsores del nuevo gusto, su proyecto era dar a España y todos
sus virreinatos en América Latina un teatro ilustrado y , de este
6
Defourneaux Marcelin: Pablo de Olavide, el afrancesado, (trad. española), presses
Univesitaries de France, p. 365.

88
Pensamiento novohispano de Pablo Olavide y las reformas borbónicas de Carlos III

modo, educar cívicamente tanto a la nobleza como al pueblo. El


teatro era visto, por Olavide, como la mejor escuela para mejorar
las costumbres del pueblo, así como estimular la civilidad y honra-
dez. El teatro no solamente es visto por su valor puramente estéti-
co y representativo, sino como medio para cambiar mentalidades y
hábitos sociales e instrumento de transformación social. Desde su
profundo interés por él, construyó un conservatorio de arte dramá-
tico, a fin de mejorar la educación de los actores, y formar nuevos
comediantes. Igualmente, construyó un colegio para jóvenes con
vocación teatral. Igualmente, la obra escrita de Olavide no destaca
por su valor literario, sino por su profundo sentido ilustrado que
busca la transformación racional de la sociedad y las costumbres.
Prácticamente, todo lo que escribió está impulsado por ese afán
revolucionario de cambio.
El supuesto volteranismo y enciclopedismo de Olavide lo basa-
ron los inquisidores en la tenencia de libros prohibidos y en el con-
tacto que tuvo con Voltaire. En diversos escritos de 1776, Olavide
declara que nunca ha faltado a la religión católica aunque hubiese
tenido algún desorden en su juventud.
El profesor Defourneaux califica a don Pablo De Olavide de
símbolo de la España ilustrada que luchaba por acabar con el retar-
do secular y por otra el de las fechorías del fanatismo que surgía de
nuevo para destruir las reformas emprendidas. Alrededor de Olavide
se tejerá una leyenda que se tomará como un símbolo de lucha por
la libertad de pensamiento y de expresión. España, en esa época,
aparece como un país dominado por los eclesiásticos y en donde
reina la superstición. Fernando VI estuvo supeditado a su confesor,
el padre Rávago, que le había inculcado el deber de someterse a la
voluntad de los ungidos del Señor y el pobre Rey estaba convenci-
do de ir al infierno si no cumplía este deber de todo príncipe católi-
co. Carlos III comenzó su reinado con buen pie, pues su “primer
acto” fue cercenar el poder de la Inquisición; pero inmediatamente
el confesor real, padre Osma, “recoleto, hombre avaro, ignorante,

89
Rafael Aguilera Portales

hipócrita, envidioso, sentina de todos los vicios” y el nuevo Inqui-


sidor, persuadieron al rey de que revocara su dictamen. Así renació
de sus cenizas y con más fuerzas el Santo Tribunal.
El Santo Oficio7 había sido un instrumento precioso en la de-
fensa de la unanimidad religiosa y espiritual en el interior de las
fronteras, cuando los intereses del catolicismo se confundían con
los intereses del imperialismo español, ahora la Corona se encon-
traba en una situación de obstáculo a su política de modernización
de país. “La posibilidad de actualizar la cultura española y de adap-
tarla al ritmo europeo dependía del arrinconamiento de la inquisi-
ción y de su inhabilitación para ocuparse de aquellos temas para los
que el proceso de secularización reclamaba radical autonomía res-
pecto de los temas ideológicos”.8
Los infortunios de Olavide, según Diderot,9 también están pro-
vocados por los clérigos. La causa de su destitución como Oidor de
7
Las ordenes religiosas y el Santo Oficio ejercieron funciones de vigilancia y
control ideológico como demuestra la denuncia de lo dominicos a Mutis, por impartir
las lecciones de astronomía copernicana en 1773 y como la expresa la prohibición
inquisitorial dictada en México en 1764 de leer a Voltaire y Rousseau, a razón de sus
errores opuestos a la religión, a las buenas costumbres, al gobierno civil.
8
Martíez Shaw, Carlos: “El siglo de las luces” en Historia de España. Historia16,
temas de hoy n°19, p. 10 Nota: El estado español, debilitado por tantos años de
guerra y por la gestión de los últimos Habsburgo, se presenta débil ante una Iglesia
que controlaba grandes extensiones de tierra, de modo que, la Corona se encuentra
en una situación delicada ante el enorme poder de la Iglesia. Los motines sociales de
Esquilache respecto al uso de capas y sombreros en 1776, cuando los precios del
trigo subieron desorbitadamente, generaron una conmoción en el Rey y un cambio
de orientación política en su gabinete reformista, sobre todo de Aranda,
Campomanes y Olavide, para tratar de reorientar las cofradías hacia el culto religioso,
a fin de hacerlas menos conflictivas y peligrosas.
9
Diderot: Don Pablo de Olavide: précis historique redigés sus des mémories frunis a M.
Diderot par un espagnol, 1782. Denis Diderot (1713-1784) fue el fundador y director de
la Enciclopedia. Se le reconoce por haber sido quizá el más ardiente propagador de
las ideas filosóficas del siglo XVIII francés. Materialista y ateo profundamente
convencido declaraba en vísperas de su muerte que “el primer paso de la filosofía es
la incredulidad”.

90
Pensamiento novohispano de Pablo Olavide y las reformas borbónicas de Carlos III

la Audiencia de Lima y de su encarcelamiento posterior fue su per-


secución “sin descanso” por los sacerdotes; Pero felizmente” en
España, como en todas partes, el oro es el medio más poderosos
para allanar las dificultades, especialmente las procedentes del cle-
ro, y así pronto fue puesto en libertad.

Olavide es convertido en mito vivo, es el ejemplo de un hombre que


intentó renovar su país de acuerdo con las nuevas ideas y a quien la
Inquisición (símbolo de oscurantismo) condenó por ello. Olavide,
cuando se estableció en París, después del autillo de fe, intentó eludir
esta popularidad, no quiso ser el “mártir de la Inquisición” y por ello
cambió su nombre. En adelante se llamó conde de Pilos.10

Luis Perdices Blas en su libro Pablo de Olavide, el ilustrado sostie-


ne que Olavide y sus compañeros de viaje ilustrados intentaron
reformar España y para ello cogieron ideas del otro lado de los
Pirineos, pero no ideas religiosas o políticas. Así, pues junto a su
formación intelectual, “su fidelidad al Trono y al Altar” no se pue-
de considerar a Olavide un ilustrado afrancesado o una excepción
entre los ilustrados españoles. En Olavide confluyen lo nacional y
lo foráneo, tomando todo aquello que fuese “útil” viniera de donde
viniese. Así, en su producción literaria, encontramos influencias
francesas, inglesas y españolas, al igual que sus escritos de reforma
agraria o educativa.

5. Actitud religiosa de Olavide y la difícil tensión Iglesia y


Estado

Uno de los temas más polémicos en la obra de Olavide es su actitud


religiosa. Su formación racionalista y el carácter desenfadado del
peruano contribuyeron a propagar la imagen de filósofo incrédulo y
volteriano que utilizó la Inquisición, un personaje impío, blasfemo

Perdices Blas, Luis: Pablo de Olavide, el ilustrado, Editorial Complutense, Madrid,


10

1993 , p. 76

91
Rafael Aguilera Portales

y enemigo de la religión. Olavide comparte con sus amigos ilustrados


españoles el respeto al Trono y al Altar y éste respeto marca la
diferencia más patente entre éstos y los “philosophes” franceses.
No obstante, nada más alejado de la realidad, Olavide se rebeló
contra las supersticiones, contra las manifestaciones irracionales
del culto, contra la hipocresía de muchos creyentes, contra la co-
rrupción e inmoralidad del clero, pero albergaba en su alma senti-
mientos religiosos. Olavide mantuvo una religiosidad ilustrada, una
comunión crítica y racional con la Iglesia católica y una visión utó-
pica de la fecundidad y semilla del cristianismo originario. Junto a
la utopía social y política que llevaba a cabo como intendente de
Andalucía con las nuevas repoblaciones de Sierra Morena, su pro-
grama utópico ambicionaba la formación moral y religiosa de los
ciudadanos, cuya responsabilidad caerá también sobre “filósofo”, con
lo cual se producirá una renovación material y moral de toda la
comunidad. Así pues, El evangelio del triunfo no es sólo la exposi-
ción del ideario religioso de un filósofo desengañado o reconvertido,
sino la exposición del ideario religioso de un filósofo desengañado
o reconvertido, sino la extensión sublimada y utópica de un ilustra-
do que no renunció a serlo a pesar de las desdichas y los sufrimien-
tos que la vida le deparó por ello. Olavide trata de compatibilizar el
ideario ilustrado con una exaltación de los sentimientos cristianos.
Al año de haber asumido sus primeras responsabilidades políti-
cas, en 1767 fue nombrado asistente de Sevilla e intendente de
Andalucía. Sus amplísimos poderes constituían el instrumento de
la nueva política ministerial. No obstante, el partido de los detrac-
tores no cesó de aumentar: el cabildo de Sevilla, las corporaciones
gremiales, las órdenes religiosas, las cofradías y hermandades. He
aquí a la nobleza local y al clero regular: la reacción al cambio, la
defensa de los intereses creados. La nueva planta universitaria detonó
las pesquisas más temibles: la Inquisición. Era el año 1768, des-
pués vino la colonización de la Sierra Morena y la fisiocracia como
telón de fondo, también las refriegas con los frailes y las intrigas
políticas. Sin saberlo, Olavide se halló al albur de lo que se dirimía

92
Pensamiento novohispano de Pablo Olavide y las reformas borbónicas de Carlos III

en los pasillos de la corte.


El desenlace resultó demoledor: en 1776, a instancia del confe-
sor real, fray Joaquín de Eleta, el monarca autorizó el proceso
inquisitorial. El notable ilustrado fue acusado y preso en 1776 en
Madrid, por lecturas impías de Rousseau y Voltaire. A finales de
1778 se produjo un Autillo de fe ante unas setenta personas distin-
guidas, la mayoría de sus amigos. Fue declarado hereje y condena-
do a confiscación de bienes, inhabilitación para el ejercicio de car-
gos públicos, destierro perpetuo de la Corte y ocho años de reclusión
en un convento. Su condena fue instruida con el propósito explíci-
to de dar un “escarmiento”: es decir, partía de la convicción de que
a los ilustrados se les podía doblar la cabeza primero, para humillar-
les luego en nombre de su impotencia. Olavide, anonadado por la
desesperación y la vergüenza, irrumpió la lectura de los cargos di-
ciendo: “yo nunca he perdido la Fe”. Un negro manto de ausencia y
silencio cubrió su persona durante dos años. La protesta europea
fue sonada: Voltaire, Diderot, Catalina de Rusia, Federico de Prusia
abominaron del atraso hispano. La leyenda negra se extendía y pro-
pagaba más allá de los Pirineos…A pesar de muchas protestas, fue
condenado por la Inquisición, dentro de un contexto político de
lucha de intereses que enfrentaba la Iglesia y la monarquía de Car-
los III.11 Como bien ha planteado Marcelin Defourneux, autor del
libro más completo sobre nuestro ilustrado novohispano, Olavide
se convirtió en doble símbolo: Símbolo de España ilustrada junto a
muchos pensadores como el Conde de Aranda, Jovellanos...; sím-

11
No olvidemos como Carlos III intento asentar la subordinación del Santo
Oficio a la Corona, en ocasión del asunto del Catecismo de Mésenguy, que aceptado
por el Rey fue condenado por el inquisidor General, quién hubo de soportar el
destierro de Madrid y su confinamiento en un monasterio hasta obtener el perdón
del soberano. La corona y los gobiernos reformistas trataron de mantener a la
Inquisición bajo un cierto control y evitar que se convirtiera en un elemento
perturbador de la política de modernización, permitiendo sin embargo su actuación.

93
Rafael Aguilera Portales

bolo de la intolerancia y fanatismo, que se había desatado frente a


estos innovadores y reformistas.

6. Conclusiones finales

Sin lugar a dudas, con la figura de don Pablo de Olavide nos


encontramos ante un pensador novohispano que entiende que no
hay tribunal más alto que la propia conciencia moral para determinar
nuestro deber ético, el cual puede chocar en un momento dado con
ciertas instituciones socio-jurídicas que podemos considerar injustas.
Un verdadero disidente solitario o desobediente ilustrado, que pese
a ser víctima propiciatoria del enfrentamiento Iglesia-Estado, asume
su papel libertador de una sociedad con retraso ilustrado. Entiendo
que existen dos formas de luchar por los propios ideales. Una la
que escoge la senda del fanatismo y pretende hacer valer sus criterios
recurriendo a la violencia. Otra, la del disidente cuya conciencia no
le permite acatar una determinada norma y decide incumplirla con
la esperanza de que se modifique dicha injusticia. Como defendía
Voltaire nunca podemos mostrarnos tolerantes con la intolerancia,
pues está en juego nuestra dignidad.
Tanto Olavide como Voltaire sufrieron prisión como exilio; pero
también un reconocimiento personal como pocos autores han al-
canzado durante su vida. Sin entrar a analizar la obra maestra de
Olavide o Voltaire, y , a pesar de toda su producción intelectual, lo
realmente relevante es que ambos filósofos encarnan el prototipo
de intelectual, esto es, de persona más o menos culta e informada
que decide incidir en la opinión pública mediante sus escritos para
pronunciarse sobre las cosas y las cuestiones del momento,
denunciando cuantos desmanes e injusticias vayan compare-ciendo
ante sus ojos, a fin de movilizar las conciencias para reparar los
atropellos cometidos contra la moral y el derecho.
A partir de la condena se le recluyó en el Monasterio de Sahagún
(León) para cumplir sentencia; pero afectado por el duro clima se le

94
Pensamiento novohispano de Pablo Olavide y las reformas borbónicas de Carlos III

trasladó al convento de Caldos (Gerona) para tomar unos baños


que le aliviasen su mal de gota. La proximidad de la frontera le
incita a la huida. En Francia permaneció diecisiete años, converti-
do en ese “mito europeo”. Una víctima inocente de un poder si-
niestro y fanático, un mártir por la causa de la libertad, del progreso
y de la Ilustración: el filósofo que había pretendido colaborar
entusiastamente a una transformación de la sociedad española para
acomodarla a los dictados de la razón. En este ultimo periodo de
su vida en Francia siguió muy de cerca los acontecimientos revolu-
cionarios, que le impresionaron profundamente por el horror y es-
panto. En 1798 su suerte ha cambiado España, y Carlos IV no sólo
consiente que vuelva, sino que le devuelve sus dignidades y le concede
una renta anual de 90.000 reales. Olavide vive el último periodo de su
vida tranquilamente en Baeza (Jaén) donde fallece en 1803.
Olavide testimonia plenamente la historia contada por Voltaire
en su cuento el Cándido, una historia de ascensos y caídas radicales,
de contingencias históricas y azares que nos acercan hacia una acti-
tud escéptica ante la vida y nos alejan del mito optimista del triunfo
de la razón ilustrada sobre las tinieblas de la ignorancia. Aunque,
debemos advertir que ni si quiera el mismo Voltaire está exento en
vida de la moraleja de su propio cuento, pensemos en su encarcela-
miento en la Bastilla o su exilio a Inglaterra. En este cuento el Cán-
dido o el optimismo critica la visión optimista e ingenua de Leibniz y
su creencia en la divina providencia. A raíz de un terremoto que
tuvo lugar en Lisboa en 1755, causando miles de muertos, Voltaire
se replanteó el problema de dios y el mal, rechazando el optimismo
metafísico según el cual “este es el mejor de los mundos posibles”. Desde
el comienzo y a lo largo del relato se van reiterando las enseñanzas
del preceptor Pangloss, de un optimismo impermeable a todo tipo
de catástrofes: “Todo está hecho para un fin”. “Este mundo es el
mejor que se pueda imaginar”. Después de la odisea de desgracias,

95
Rafael Aguilera Portales

Cándido se retira a una granja, resuelto a cultivarla, y sin darle más


vueltas a la cuestión metafísica de: ¿Qué importa que haya bien o
mal en el mundo? El final del relato filosófico es un canto al
escepticismo:12 “Lo único que hemos de hacer es cultivar nuestra huerta”.
Con esto se acerca al final feliz campestre de Rousseau o vuelta al
estado de naturaleza. La moraleja volteriana no es una huida egoísta
e insolidaria, sino el aprendizaje de que el radio de acción humana
es limitado: alcanza sólo la extensión de una huerta. La solución
sería, por tanto, ya que no podemos mejorar el mundo, mejoremos
al menos nuestro huerto más cercano. Todo es vanidad, dice Voltaire,
las guerras, con sus miles de muertos y sus sufrimientos sustanciales
son producto del capricho de algún gobernante. ¿Y qué es la vani-
dad? Una enfermedad del yo, una dependencia patológica de la mi-
rada de los demás.
Una idea común que define a Voltaire y Olavide es su enfrenta-
miento al fundamentalismo religioso de su época. Un fanatismo
que había degenerado en guerras, matanzas y todo tipo de convul-
siones políticas en Europa. Aunque, tenemos que destacar que existe
una diferencia sustancial entre Voltaire y Olavide. Éste último aun-
que era crítico con el poder de la Iglesia mantuvo fidelidad a la
monarquía y la fe católica. No obstante, Voltaire criticó el poder y
los privilegios de la Iglesia, aunque es sus obras mostró cierta debi-
lidad por los déspotas ilustrados y, tampoco, censuró los privilegios
de la aristocracia. Para él, las religiones son una forma de someti-
miento y de alienación de los hombres. Aunque, éste va a ser un
representante de la visión deísta o religión natural. Frente al caos
12
Shafterbury había dicho que no hay mejor remedio que el buen humor contra
la superstición y la intolerancia. Voltaire puso en práctica mejor que nadie este principio
con los inagotables recursos de su espíritu genial: el humorismo, la ironía, la sátira,
el sarcasmo, la burla franca o velada, las emplea de vez en cuando, contra la metafísica
escolástica y las creencias religiosas tradicionales. Además de su misión intelectual, al
igual que Olavide, Voltaire acuñó un famoso eslogan: “¡Écrasez l´Infâme! ¡Aplastad al
infame! Refiriéndose al oscurantismo, la intolerancia y la estupidez humana, que no
es precisamente poca.

96
Pensamiento novohispano de Pablo Olavide y las reformas borbónicas de Carlos III

religioso donde se mezclan el fanatismo y la religión, los ilustrados


se esfuerzan en identificar un núcleo natural de la religión. Las dis-
tintas tradiciones religiosas no habrían hecho más que deformar
ese fondo natural con mil aditamentos inútiles que no han servido
más que para sumir a la humanidad en disputas sin cuento.
En el siglo XVII y, especialmente en el XVIII, el término “secula-
rización” adquiere un sentido propio y específico; Olavide junto a
otros ilustrados dará un impulso frente a ese retraso secular, símbo-
lo de los prejuicios y fanatismo de España y su virreinatos. En el
siglo de las luces, el término “filósofo” viene a convertirse en sinó-
nimo de hombre ilustrado que busca el progreso y la transforma-
ción de la sociedad, con una ser de rasgos muy típicos: tolerancia
religiosa, sentido crítico respecto al pasado, optimismo frente al
futuro, confianza en el poder de la razón, oposición a la autoridad
eclesiástica, y al poder tradicional de la Iglesia; interés por los pro-
blemas sociales y el desarrollo técnico de la sociedad, impulso ha-
cia lo natural y valoración positiva de la experiencia. La religión se
presentaba como legitimadora de todos aquellos valores vincula-
dos al antigua régimen, que obstaculizaban la difusión de los prin-
cipios ilustrados. La Ilustración supuso un deterioro creciente y pro-
ceso de degradación de la tradición religiosa.
El siglo de la luces es el siglo de la razón y su aventura, y al
mismo tiempo, el de la aurora de la razón. La razón iluminará a
todos los hombres y los sacará de las tinieblas de la superstición y la
ignorancia. La razón triunfará sobre las fuerzas irracionales y nos
conducirá hacia la mayoría de edad y la felicidad. Voltaire trató de
luchar por una sociedad laica, secular, pluralista y tolerante, desde
la libertad de expresión y de conciencia. La Ilustración creyó descu-
brir en la historia humana, la historia del progreso llevada por un
progreso moral y técnico ilimitado. La Razón lejos de liberar a los
hombres de todo dominio y de todo dogma ha conducido a las so-
ciedades actuales a nuevas y más sofisticadas formas de domina-
ción, bajo nuevos dogmas y mitos. Ortega y Gasset opinaba que

97
Rafael Aguilera Portales

con el “siglo de las luces” el hombre tenía la impresión de haber con-


seguido por fin ver claro y comprobar la extinción de la ignorancia,
se percibe rodeado de tinieblas y oscuridad, y ante esa nueva situa-
ción, la que sufrieron aquellas personas del siglo XVIII y la que hoy
no es familiar, “faltos de suelo firme nos sentimos caer en el va-
cío”. Y paseamos de acá para allá nuestro “personal vivir” y, confun-
didos, frustrados y, en cierta medida, descarriados, vivimos “la de-
sazón de ese perdimiento”, suspirando por la luz verdadera.

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99
100
La masacre olvidada: la matanza de
Chinos en Torreón
Juan Antonio Delgadillo Esquivel
Facultad de Filosofía y Letras, UANL

Introducción

E
n la actualidad, la conciencia colectiva de la humanidad
asocia los términos “genocidio” y “racismo”, justificada-
mente, con episodios ampliamente conocidos de la segunda
guerra mundial. Un ejemplo son los cientos de miles de asesinatos
selectivos cometidos por el ejército alemán, en el campo de
concentración de Auschwitz, en Polonia.
Difícilmente se podría creer que en alguna ciudad de México,
país tradicionalmente amistoso con los extranjeros, haya ocurrido
algo similar. Y sin embargo, tal vez no en cantidad de personas
asesinadas, pero sí en brutalidad, crueldad y racismo, Torreón, Coa-
huila, fue testigo del exterminio de cientos de personas integrantes
de la colonia china de esa ciudad. Esto sucedió durante la revolu-
ción, a manos de tropas maderistas, el mes de mayo de 1911.
Pero, ¿Cuáles fueron las circunstancias que posibilitaron el que
algo así haya ocurrido? ¿Por qué había en Torreón una colonia de
ciudadanos de un país tan distante, tanto geográfica como cultural-
mente? Además, ¿Por qué se les llegó a odiar, a tal grado que
existió un “movimiento anti chino”, no sólo en Torreón, sino a ni-
vel nacional?
El conocer y dar a conocer un segmento de la historia nacional
es el objetivo primordial de esta investigación, a través de la cual se

101
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

dará respuesta a tales cuestionamientos, sobre un episodio de la


historia de México que pareciera haber sido eliminado, más que de
los libros de historia, de nuestra conciencia.

México: “El país más rico del mundo”

A principios del porfiriato México era considerado por muchos


nacionales y extranjeros, el país más rico del mundo en recursos
naturales, creencia que también tuvieron muchos gobiernos
anteriores de la joven nación. Este supuesto encerraba una paradoja:
México era inmensamente rico y la mayoría de su escasa población
vivía en la pobreza. Se llegó a la conclusión de que “la falla estaba
en el elemento humano, escaso y mal dotado”, la solución mas obvia:
la inmigración. Ésta aumentaría la población nacional, además de
enriquecerla, “y con el tiempo al mezclarse con la población
autóctona, la mejoraría también cualitativamente.”1 Siguiendo esta
lógica, México necesitaba ser “colonizado” y para llevar a cabo esa
labor se requerían miles de pobladores, además de ferrocarriles y
obras de irrigación.
El geógrafo Alfonso Luis Velazco aseguró que en México se re-
petía una situación universal: “las razas aborígenes eran un obstá-
culo para la civilización”. La población nativa de México era consi-
derada improductiva, y al mismo tiempo no se creía que ésta pudiera
convertirse en una clase obrera que sirviera a los intereses del in-
dustrialismo. Se llegó a esta conclusión debido principalmente a su
falta de ambición, motor del capitalismo. Pero había otra razón por
la que los indios eran despreciados: su aspecto físico. Algunos sec-
tores tenían actitudes discriminatorias, por ejemplo las clases so-
ciales altas, que consideraban más bella a la raza blanca. A los in-
dios se les tenía por sucios, demacrados, de baja estatura y muy
feos. De aquí surgió el otro motivo para traer la inmigración extran-
1
Moisés González Navarro, Historia moderna de México, El Porfiriato. La vida social,
tercera edición, México: Editorial Hermes, 1980, pp. 134, 138.

102
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

jera: embellecer al pueblo mexicano. La falta de trabajadores era,


en todo caso, la razón primordial para promover la inmigración.2
En todas las regiones del país se requería con urgencia mano de
obra. Debido a esto, el presidente Díaz informó al Congreso de la
Unión en septiembre de 1877 que la inmigración era “una de nues-
tras imperiosas necesidades”. Muchas empresas ferrocarrileras y
mineras se quejaban de esta falta de trabajadores, y en algunas zo-
nas del país, la situación llegó a ser crítica; en San Luis Potosí se
ocupó incluso a mujeres para el corte de leña, y en La Laguna en
1906 se requirió al ejército para levantar las cosechas.3
Una de las características de las elites del porfiriato era la xenofilia,
la cual se expresaba abiertamente en diversos aspectos de la vida
social, rindiendo pleitesía al extranjero y a lo extranjero, principal-
mente al originario de la Europa occidental. En tal contexto, los
extranjeros llegaron a dominar en importantes sectores de la econo-
mía del país. Empero, el resentimiento que generaban tantos privi-
legios al extranjero crecía entre la población; un sector de la prensa
exigió atender “primero al nacional”, lo cual no era una prioridad.
Esta actitud xenofílica no era compartida por el pueblo razo, que
igual abiertamente, mostraba su desagrado y repulsión por lo extra-
ño.4 Pero, considerando principalmente que el país tenía un territo-
rio muy vasto que explotar, y una cantidad insuficiente de trabaja-
dores, el gobierno mexicano había decidido fomentar la inmigración.5

Criterios para la selección de inmigrantes

El 25 de agosto de 1877 la Secretaría de Fomento comenzó a


cuestionar que clase de trabajador era requerido en cada región del
país y el tipo de colonización más favorable que se implantaría. En

2
González Navarro, Op.cit, pp. 150, 152.
3
Ibid, pp. 146-47.
4
Ibid, pp. 153, 157, 155.
5
Ibid, p. 153.

103
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

Papantla Veracruz, por ejemplo, pedían alemanes, y en caso de no


ser esto posible, individuos de cualquier otra nacionalidad serían
aceptados, exceptuando negros y chinos. Se solicitaba
principalmente la inmigración europea, prefiriendo a belgas y
alemanes, pero se insistía más en pedir latinos, como españoles,
franceses e italianos, debido a que éstos eran católicos y se creía
que era más fácil que se integraran a la sociedad mexicana.
Tajantemente se insistía también: no había que atraer bajo ninguna
circunstancia a chinos y japoneses, debido a que eran débiles y feos.6
Quedaba muy claro la preferencia por la inmigración europea, y
esto era por tres razones: fácil integración a la sociedad mexicana
por parte de los europeos latinos, efectivo contrapeso a la influen-
cia norteamericana y el más singular de todos, “belleza física”.
La labor gubernamental que fomentó la inmigración fracasó.
Fueron pocos los extranjeros que llegaron a residir al país. Entre
esos extranjeros estaban algunos de los menos deseados: chinos.7
El arribo a México de ciudadanos chinos, hacia el final del siglo 19,
fue un fenómeno social causado más por la situación imperante en
China, que por las políticas migratorias del gobierno mexicano.

China: Un imperio en problemas

Durante el siglo 19, el imperio chino enfrentó la presión de los


gobiernos de las potencias occidentales, que exigían la apertura de
los puertos chinos al comercio exterior, objetivo que finalmente
lograron en 1842, mediante el Tratado de Nanjin, firmado con
Inglaterra. Como resultado de ese tratado se abrieron los puertos de
Guangohou, Shangai, Ningbo y Amoy.8
6
Ibid, pp. 160, 162.
7
Ibid, pp. 163, 184, 183.
8
Francisco Romero Estrada. “Factores que provocaron las migraciones de chi-
nos, japoneses y coreanos hacia México: siglos XIX y XX”, Dirección electrónica:
http://www.gknla.net/history_resources/Factores_que_provocaron las
_FRomero.htm.

104
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

Las políticas internas del gobierno de la dinastía Qing desaten-


dieron las necesidades más elementales de la clase campesina. Mi-
llones de campesinos quedaron sin tierra ni medios de subsistencia,
debido en gran parte a que el gobierno chino decidió aumentar sus
ingresos aumentando la renta de los suelos y los impuestos, lo que
los orilló a la miseria. Tras pérdidas constantes de cosechas causa-
das por plagas y desastres naturales, las hambrunas cundieron de
una región a otra, provocando miles de muertes. A esta situación se
sumaba el desastroso estado del país, dejado por la primera guerra
del opio, sostenida con Inglaterra de 1840 a 1842, y posteriormente
la de 1856 a 1860. Estas guerras tuvieron como consecuencia la
legalización del comercio del opio en china, lo cual estimuló el au-
mento exponencial de drogadictos, principalmente entre burócra-
tas y comerciantes.9 Por si fuera poco, la sobrepoblación, conflictos
internos y rebeliones campesinas, particularmente la llamada Tai
Ping (Paz Universal) de 1850 a 1864, aplacada con un costo de
millones de vidas y que estuvo a punto de derrocar la dinastía go-
bernante, aumentaron la ya desesperada crisis social y económica
vivida en el “imperio celeste”.10
Este conjunto de factores degradó a tal grado la condición de
vida de millones de chinos que, sin esperanzas aún de sobrevivir,
no tuvieron más remedio que emigrar. El éxodo masivo se dirigió
primero a las ciudades chinas más grandes y luego al exterior, en
una ola migratoria de proporciones gigantescas, principalmente ha-
cia Indochina, la península malaya, Australia, a Centroamérica, Cuba,
Perú, y sobre todo, a Estados Unidos. En éste último país se había
descubierto oro en 1848, en los territorios recién conquistados a
México, particularmente en California, hecho que desencadenó la
llamada fiebre del oro, es decir, la llegada a ese territorio de emi-
grantes del este de Estados Unidos y aventureros de muchas regio-
9
Romero Estrada, “Factores”.
10
Juan Puig, “La matanza de chinos en Torreón”, dirección electrónica:
http://wwwjornada.unam.mx/2004/06/28n1sec.html.

105
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

nes del mundo. Entre todos estos grupos estaban incluidos nume-
rosos chinos cantoneses, que fueron a aportar mano de obra barata.11
El gobierno chino encontró en la migración un desahogo para la
explosiva situación que se vivía en su país, creyendo que con esto
se frenaría la tensión social y la explosión demográfica, por lo cual
alentó la salida de sus desesperados ciudadanos, que a su vez creían
que les resultaría más fácil sobrevivir en cualquier otro país. China,
país origen de una cultura milenaria, se había convertido en un
expulsor de desamparados.12

La migración china hacia Estados Unidos

Los primeros grupos de emigrantes chinos llegaron a Estados Unidos


entre 1847 y 1862. Fueron transportados mayormente por un
monopolio de compañías norteamericanas. Esas compañías
transportaban a miles de chinos en embarcaciones pesqueras, en
condiciones insalubres, lo que ocasionaba el brote de enfermedades
como la disentería y la tifoidea.13
Los emigrantes chinos que mayormente trabajaban para las com-
pañías mineras estadounidenses (la mayoría de estos llegados entre
1848 y 1849 durante “la fiebre del oro”) enfrentaron, a pesar de su
dedicación y esfuerzo al trabajo, numerosas dificultades en su rela-
ción con trabajadores europeos y estadounidenses, debido princi-
palmente a su comportamiento. La comunidad china era portadora
de un instinto gregario muy fuerte, sus miembros sólo se relaciona-
ban entre ellos mismos, no aprendían el inglés y preservaban sus
ancestrales tradiciones. Pero había algo que era más molesto para
los demás grupos de trabajadores: no participaban en la defensa de
aumentos salariales y aceptaban sueldos más bajos que los que los
11
Puig, “La matanza”.
12
Carlos Castañón Cuadros, “Una aproximación a la migración china hacia Torreón:
1924 – 1963”. Revista electrónica Las dos repúblicas, p. 44. Dirección electrónica:
http://www.torreon.gob.mx/imdt/lasdosrepublicas.
13
Castañón Cuadros, “Migración china”, p. 45.

106
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

conseguían los europeos y estadounidenses. Debido a esta última ra-


zón, se consideraba a los chinos como una especie de competencia
desleal.14
Adicionalmente, la fricción surgida de la diferencia entre ambi-
ciones económicas provocó resentimientos muy fuertes contra la
comunidad china, resentimientos que llegaron a transformarse en
odio y racismo. Los chinos comenzaron a tomar un papel relevante
en sectores económicos muy importantes como lo eran el comercio
y el área de trabajadores de contrato. Esto dio origen a restricciones
legales y a ataques directos a las comunidades chinas.15
La importancia de la participación de los chinos en la economía
agrícola y comercial, dio origen al surgimiento de leyes restrictivas
y a ataques directos. Como resultado de ésta situación, el Congreso
de Estados Unidos decretó un acta de exclusión el 6 de mayo de
1882, para restringir el ingreso de inmigrantes chinos. Tal exclusión
tenía una validez de diez años, pero en 1888 se amplió a 20 años.
La consecuencia inmediata de la restricción a la inmigración china
hacia Estados Unidos fue la migración legal e ilegal a México.16

La migración China hacia méxico

Los chinos llegaron a ser apreciados por los hacendados de Yucatán


desde 1877 debido a su subordinación, celo y sobriedad, aunque
también se les distinguía por sus pocas aspiraciones y su tendencia
a regresar a China.17 Formalmente comenzaron a llegar a México en
1880, año de la firma del Tratado de Amistad, Comercio y
Cooperación con China desembarcando principalmente en los
puertos de Mazatlán, Salina Cruz y Manzanillo.18

14
Romero Estrada, “Factores”.
15
Castañón Cuadros, “Migración china”, p. 48.
16
Castañón Cuadros, “Migración china”, p. 48.
17
González Navarro, Vida social, p. 163.
18
Castañón Cuadros, “Migración china”, p. 49.

107
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

En 1889, aprovechando que los chinos pasaban una difícil si-


tuación en California, ya que Estados Unidos tenía restringido el
ingreso de más chinos al país, se instó al gobierno de Porfirio Díaz
a negociar un tratado que permitiera la inmigración china formal-
mente a México, para que trabajaran en la agricultura, la industria y
los ferrocarriles. La base de la negociación sería la legalización del
peso de plata como moneda corriente en China, creando un pode-
roso mercado para el producto de exportación más importante de Méxi-
co. A cambio, se permitiría la inmigración china a México. En aquel
momento había elogios para los futuros trabajadores inmigrantes. 19
La mayoría de los chinos que llegaron a México eran campesinos
y comerciantes, y sus primeras actividades estaban ligadas a la agri-
cultura. También fueron empleados con bajos salarios en la cons-
trucción de vías para el ferrocarril en Yucatán, Sonora y Baja Cali-
fornia, y en puertos y ciudades como Tampico, Torreón y Mazatlán,
donde se dedicaron a atender lavanderías y, sobre todo, al pequeño
comercio de abarrotes. Los “culíes” (trabajadores a destajo) eran
por lo general varones solteros, austeros casi al nivel de la miseria,
al grado de comer y beber muy poco, con una disciplina casi de
autómata y ajenos por completo de los movimientos obreros de sus
lugares de trabajo.20
Los chinos se establecieron inicialmente en poblaciones de
Sinaloa, Coahuila, Tamaulipas, Yucatán y la capital del país.21 A
principios del siglo 20 existían numerosas colonias chinas en Baja
California, Sonora, Tamaulipas y la joven ciudad de Torreón, Coa-
huila.22 Ésta última ciudad se convirtió en el principal lugar de
asentamiento de los chinos en México. A pesar de la comprobada
laboriosidad de los inmigrantes chinos, su presencia, por diversos
motivos, no fue bien percibida por una gran parte del pueblo mexi-

19
González Navarro, Vida social, p. 164.
20
Puig, “La matanza”.
21
Romero Estrada, “Factores”.
22
Castañón Cuadros, “Migración china”, p. 52.

108
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

cano, lo que propició un ambiente hostil generalizado hacia estos


inmigrantes asiáticos. 23

El movimiento anti chino en México

El pueblo mexicano durante el porfiriato contenía entre sus


elementos de cohesión e identidad nacional un añejo resentimiento
hacia los extranjeros, explicable en cierta medida tras el sometimiento
y explotación ejercidos por los españoles durante tres siglos, guerras
con Estados Unidos que habían mutilado el territorio nacional y
constantes intervenciones, como la francesa que instauró al
emperador Maximiliano. Pero no todos los sectores compartían este
resentimiento, ya que la élite gobernante había llegado a la
conclusión de que el país necesitaba ser colonizado debido a su
vastedad, escasa población y supuesta riqueza que necesitaba ser
explotada. Además, estaba al tanto de las necesidades de la burguesía,
y ésta no estaba conforme ni con la calidad ni con la cantidad de la
mano de obra existente en el país, la cual limitaba la consecución
de sus ambiciones.
Fue así que coexistieron la xenofobia del común del pueblo mexi-
cano, que creía firmemente que la llegada de competencia laboral
sólo le perjudicaría abaratando los salarios, y la xenofilia pro Euro-
pa de la clase gobernante y la burguesía. Ambas condiciones coin-
cidían en un punto fundamental: argumentos profundamente racis-
tas. En ese ambiente comenzó la inmigración a México.
Los inmigrantes chinos causaron repudio aún antes de su llegada
a México, en 1880. La prensa liberal independiente, la conservado-
ra, además de la prensa obrera, se opusieron fuertemente, argumen-
tando razones tanto económicas como sociales. Esto fue el inicio
de una campaña anti china, que, si bien no era oficial, si era genera-
lizada, y abiertamente racista. “Los chinos eran débiles y feos. Se
trataba en suma, de seres inferiores”.24
23
Puig, “La matanza”.
24
González Navarro, Vida social, p. 170.

109
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

Diversas publicaciones hicieron eco del sentimiento anti chino de


la población. La Revista de Mérida comentó sobre los chinos, con base
en su experiencia local, “que además de haraganes, eran opiómanos,
jugadores y vengativos que no temían cometer asesinatos”.
Un periódico de Nogales denunció el desaseo de los colonos
chinos y concluyó que “debía combatirse su inmigración no solo
por razones de economía y moralidad sino de higiene”. El periódi-
co El País, lamentó que “mexicanas estrechadas por la miseria con-
tinuaran casándose con individuos tan raquíticos y degenerados
como los chinos”.25
Un periódico de Guaymas fue mucho más allá en 1901 al criti-
car corrosivamente “la unión del enclenque chino con la prostituta
mexicana degenerada de las últimas capas de la escoria social”, unión
que daría por resultado, “el hongo de los gérmenes más infectos”.
Se concluía que esa mezcla inmunda no merecía más que el despre-
cio de todos. Se llegó incluso al extremo de asegurar en 1907 que
las mexicanas que se casaran con hombres tan feos merecían “una
soberana paliza”. ¿El remedio propuesto para poner fin a esta si-
tuación?, prohibir el arribo de chinos al país.26
Los chinos originalmente habitaron en las costas, pero en 1886,
cuando comenzaron a movilizarse hacia la capital, se pidió por par-
te de un diario católico la suspensión de la garantía de libre tránsito,
para evitar el avance chino. La misma prensa católica afirmó que
Estados Unidos “al arrojar estas basuras (chinos y otras minorías)
convertía a México en su albañal, una olla podrida, pero tan podri-
da que ya apesta”. Esa prensa había afirmado ya en 1854 que “su
indolencia y suciedad eran naturales; por eso despedían una peste
insoportable” y eran “repugnantes”. Esto muestra que la intoleran-
cia permeaba también entre “las buenas conciencias”.27

25
Ibid., p. 170.
26
Ibid., pp. 170-71.
27
Ibid., pp. 171-180.

110
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

La situación se radicalizaba cada vez más, incluso con violencia


física. En 1886 en Mazatlán, al salir de una plaza de toros, el públi-
co se enteró de que estaban a punto de desembarcar algunos chi-
nos, noticia suficiente para que los ánimos se caldearan y se co-
menzaran a “gritar mueras”, tras lo cual llegaron a golpear a un
chino, antiguo vecino del puerto. En junio de ese mismo año, gente
“de la hez del pueblo” del barrio de las Vizcaínas de la capital del
país “injurió y apedreó, sin motivo, a un chino, hasta que varias
personas lo protegieron, calificándose el acto de verdadero salva-
jismo”. En la misma ciudad, en marzo de 1888, “una multitud de
léperos persiguió a un chino, causando la diversión de la gente”.28
En 1899, un grupo de pequeños comerciantes y dependientes
de Guaymas pidió que a los chinos “se les aislara en un lugar exclu-
sivo para ellos”, como en Estados Unidos. La petición se basaba en
perjuicios comerciales causados por el monopolio chino, “su falta
de higiene y el peligro de que las mexicanas siguieran casándose
con ellos.” El argumento económico de la depreciación del jornal
de los mexicanos fue el más argumentado, aunque un periódico
mazatleco explicó que la oposición era más bien porque los chinos
eran una raza “degradada”, de aspecto “repugnante”.29
Una comisión nombrada en 1904 por Porfirio Díaz para estudiar
los problemas de la inmigración china en México encontró que moral
e intelectualmente, no había manera de que nuestro pueblo fuera
alterado en forma alguna a causa del contacto chino, porque “no
podía verificarse” tal contacto, lo cual comprobaba la fuerte inte-
gración y cerrazón grupal de los colonos chinos. Esta fue la opinión
oficial, la cual claramente contrastaba con la de importantes gru-
pos sociales, que levantaron la voz en contra de la posición guber-
namental. Una explícita frase expresada hacia el final del porfiriato
explica a la perfección la aversión que se sentía hacia los chinos en
aquellos años: “todo lo que no sea de Europa no es más que plaga
28
Ibid., p. 171.
29
Ibid., pp. 172, 178.

111
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

en materia de migración.” En este sentido, no se requiere decir más.30


El movimiento anti chino, a pesar de que era un fenómeno na-
cional, tuvo mayor intensidad en el norte del país. Pero esto no
detuvo a los inmigrantes chinos que buscaban medios para sobrevi-
vir. Por lo tanto, se decidieron a probar suerte en Torreón, localidad
del estado de Coahuila, la cual estaba experimentando un creci-
miento vertiginoso.

Torreón

La importancia de Torreón, entonces una localidad de rancherías


ubicadas al oeste del estado de Coahuila, comenzó a acrecentarse
hacia finales del siglo 19, debido primordialmente a la llegada, en
1883, del Ferrocarril Central que llegaba del Paso del Norte, hoy
Ciudad Juárez, y que continuaba hacia la ciudad de México. Cinco
años después, llegó el Ferrocarril Internacional, procedente de
Ciudad Porfirio Díaz, hoy Piedras Negras, hacia la ciudad de
Durango, con lo cual Torreón se convirtió en un punto estratégico,
ya que era el cruce de las dos importantes líneas ferroviarias, en la
entonces “estación del Torreón”.31
En 1911 la ciudad de Torreón tenía apenas cuatro años de ha-
ber sido designada oficialmente como tal, y 18 de su fundación
como villa. Este rápido desarrollo se debió en gran parte al éxito
obtenido con el cultivo de algodón. Por ello, Torreón se convirtió
en un punto de atracción para trabajadores, tanto nacionales como
extranjeros, que se ocupaban como jornaleros a cambio de un sala-
rio muy bajo. 32
El ferrocarril fue un factor determinante para el desarrollo de la
joven ciudad, ya que facilitaba la salida de la producción local, al
30
Ibid., pp. 166, 167, 161.
31
Juan Mauricio Magín Puig Llano, Entre el río Perla y el río Nazas. La China
decimonónica y sus braceros emigrantes, la colonia china de Torreón y la matanza de 1911,
México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1992, p. 150.
32
Puig Llano, Entre el río Perla, p. 147.

112
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

mismo tiempo que permitía la llegada de la mano de obra que la


misma producción requería. Este flujo migratorio y comercial con-
virtió a Torreón en una ciudad próspera, con mexicanos llegados de
todas partes del país, además de extranjeros; su importancia comer-
cial y poblacional era tanta que en 1910 contaba con 6 casas banca-
rias y consulados de 6 países: Francia, Estados Unidos, China, Ara-
bia, España y Alemania. 33 Bajo estas circunstancias la población de
Torreón se incrementó constantemente, y para 1911 alcanzó la can-
tidad de 14,000 habitantes. Había, entre los grupos de extranjeros,
una comunidad que, ya fuera por su aspecto o sus costumbres, era
muy diferente a las demás: la comunidad china.34

Los chinos de Torreón

Los primeros grupos importantes de chinos que arribaron a Torreón,


lo hicieron a llamado de Foon Chuck, un comerciante de artesanías
chino. Este vendedor, que trabajaba en los ferrocarriles,
posteriormente fue animado por don Andrés Eppen, fundador de
Torreón, a establecerse ahí. Foon Chuck estableció, en 1890, un
restaurante y un hotel en un mismo edificio de madera, el cual estaba
ubicado junto a la propia estación del tren. La planta baja servía
como restaurante y la alta como hotel. Fue tanto el éxito de este
chino que logró una concesión que le permitió abrir más locales
que ofrecían los mismos servicios en las demás estaciones del
Ferrocarril Internacional. La buena fortuna de Foon Chuck fue un
gran aliciente que animó la movilización de sus paisanos hacia la
comarca lagunera, como también se le conoce a la región de
Torreón.35

33
Abelardo Salazar Suárez, “La historia de Torreón”, dirección electrónica:
http://www.s88677838.onlinehome.us/lagunet/torreon.html.
34
Puig, “La matanza”.
35
Salazar Suárez. “Historia de Torreón”.

113
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

La procedencia de los grupos de chinos que se movilizaron ha-


cia Torreón era muy diversa: estaban los que habían sido expulsa-
dos de Estados Unidos y vivían miserablemente en Mexicali,
Guaymas, Mazatlán, Chihuahua y Tampico, así como los que traba-
jaban en condiciones muy adversas en la construcción del ferroca-
rril de Tehuantepec y en el cultivo de henequén en Yucatán o el del
café en Chiapas y Tabasco. Había algo que estimuló grandemente
el deseo de emigrar a trabajar a los restaurantes y hoteles de Foon
Chuck, y en lo cual todos estos chinos coincidían: la estaban pasan-
do terriblemente mal.36
Al percibir la enorme cantidad de compatriotas que llegaban
deseosos de un empleo, Foon Chuck decidió ayudarlos ofreciéndo-
les trabajo en el cultivo de hortalizas en un terreno que arrendó y
después compró, así como en restaurantes, lavanderías y pequeñas
tiendas abarroteras. El éxito de los cultivos de Foon Chuck, fue
emulado por otros chinos que invirtieron en el negocio de hortali-
zas. Toda esta actividad cambió el aspecto de Torreón y le dio un
ambiente cosmopolita desconocido en gran parte de la república.37
Hacía 1911, la colonia china estaba integrada aproximadamente
por 700 personas. La gran mayoría de estos trabajadores eran po-
bres, aunque también llegó a haber unos cuantos empresarios capi-
talistas. Los más importantes eran los del banco Wah Yick, empre-
sa que también poseía tranvías y los del Casino y Asociación
Imperial. 38 Solo estos últimos vestían a la moda de las clases altas
de Torreón, mientras que los demás chinos, aún en tiempos del
inicio de la revolución mexicana, vestían conforme a su tradición,
es decir, “un blusón de seda china, un rústico pantalón de manta,
sandalias y el pelo recogido en una apretada trenza que les caía
hacia atrás”.39

36
Ibidem.
37
Ibidem.
38
Puig, “La matanza”.
39
Salazar Suárez. “Historia de Torreón”.

114
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

Al igual que había ocurrido en Estados Unidos, el fuerte sentido


de unión grupal que caracterizaba a los chinos, hizo que estos se
siguieran comunicando sólo en su lengua materna, sin la menor in-
tención de aprender el español, se mantenían siempre juntos, no
convivían con los mexicanos ni en lo social ni en lo laboral, ya que
los empresarios chinos sólo contrataban a sus compatriotas. Y tam-
bién, al igual que en Estados Unidos, estas formas de ser y de rela-
cionarse con la población mayoritaria generaron fricciones y resen-
timientos, que desencadenarían un hostigamiento racista directo y
sin censura alguna, que no sólo se presentó en la región de Torreón,
sino en toda la república, pero que tendría en la mencionada ciudad
su episodio más brutal y sanguinario.

La matanza de chinos de la colonia de Torreón*

El inicio de la revolución mexicana fue el contexto social que


posibilitó, en gran parte, el desahogo de añejos odios y resentimientos
hacia la colonia china de Torreón. Por este motivo, es importante
ubicar brevemente la situación de la comarca lagunera en ese entorno
específico.
Hacia el mes de mayo de 1911, el ejército federal estaba en se-
rias dificultades, no sólo en el norte sino en casi todo el país. Para
entonces, la revolución estaba entrando en su sexto mes. Madero
había ingresado a México el 14 de febrero, cerca de Paso del Norte,
hoy ciudad Juárez. Ahí se puso al frente de 300 hombres armados
e inició la marcha hacia el sur.40
El puerto ferroviario de Torreón, Coahuila, era estratégico para
los revolucionarios, ya que ahí se unían las líneas que conectaban a
Durango con Coahuila y el centro del país con Paso del Norte. Así
* La información contenida en este apartado, proviene en su mayor parte del
capítulo número 5 del libro Entre el río Perla y el Nazas. La China decimonónica y sus
braceros emigrantes, la colonia china de Torreón y la matanza de 1911 de Juan Puig.
40
Santiago Portilla et al., Así fue la revolución mexicana, Tomo 2, México: Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, 1992.

115
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

fue que el día 2 de mayo comenzó el asedio a esa ciudad por parte
de tropas maderistas. Ese mismo día fue tomada Lerdo, Durango, y
el día 5, Gómez Palacio, ciudad contigua a Torreón.41 Las tropas
maderistas que tomaron Gómez Palacio celebraron ese día la bata-
lla de Puebla con un desfile. Además hubo discursos públicos en
los que se hicieron severas críticas al gobierno de Díaz y también a
la comunidad china, a la que se le acusaba de grandes perjuicios a
los nativos del país, como el quitarles empleos aún a las mujeres.42
Días antes del ataque a Torreón, mediante un comunicado escri-
to en chino hecho por Woo Lam Po, gerente del banco Wah Yick, se
advirtió a la colonia china del peligro que corrían. En otras zonas
del país habían ocurrido atentados contra el comercio. Se les exhor-
taba a no salir de sus casas y a no oponer resistencia alguna al
saqueo de sus propiedades. Ya para entonces, la comunidad china
entendía seriamente la advertencia de Woo. Pocos meses atrás, du-
rante las celebraciones del centenario de la independencia, hubo
personas que apedrearon las fachadas de tiendas, propiedad de chi-
nos, hasta romper los vidrios de aparadores y ventanas. Es difícil
que este hecho en particular no haga recordar otro infame atentado
ocurrido dos décadas después, en Alemania, contra comercios de
integrantes de otra minoría étnica. En ese caso fue contra judíos: la
“Kristal Nacht”.43
El jefe de las tropas federales en Torreón era el general Emiliano
Lojero, quien comandaba a no más de 700 soldados. En tanto, las
tropas rebeldes dispuestas a atacar esa ciudad eran probablemente
más de 2000, dirigidas por Emilio Madero. El jefe político de To-
rreón era el coronel Francisco del Palacio, quien, ante el inminente
asedio, mandó cavar zanjas y barricadas y distribuyó sus tropas entre
puntos estratégicos. Entre estos puntos estaban el cruce de las líneas
ferroviarias, ubicadas estas al oriente, en las afueras de la ciudad.
41
Portilla, Así fue la revolución, p. 224.
42
Puig Llano, Entre el río Perla, p. 173.
43
Ibidem., p. 173.

116
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

Lojero decidió también apostar elementos armados en las casas


de los chinos que tenían huertas por ese rumbo. A ese sector la
gente lo llamaba “El Pajonal”. Se instalaron especialmente en las
casas de la huerta de Do Sing Yuen, la cual era probablemente la
más grande y rica de la comarca.44
Alrededor de las 10 de la mañana del 13 de mayo, los maderistas
de La Laguna, entre los cuales había gente muy pobre de Torreón,
Lerdo y Gómez Palacio, iniciaron el ataque a la guarnición federal
de Torreón. Cabe la posibilidad de que Madero no haya dirigido
todas las operaciones, con lo cual es probable que esa función haya
quedado en manos de los coroneles Orestes Pereyra y Sixto Ugalde.
Bajo su mando habrán quedado los demás jefes y líderes de origen
campesino. Entre estos estaban Benjamín Argumedo y Sabino Flo-
res. El fuego de los rebeldes cercó entonces la ciudad. Los federales
respondieron al fuego rebelde desde las zanjas, barricadas, e inclu-
so desde las huertas de los chinos. También dispararon desde edifi-
cios y azoteas. Entre estos edificios estaban los de propiedad china,
como el del banco Wah Yick, la Lavandería de Vapor Oriental y el
Hotel del Ferrocarril. 45
Al caer la tarde se detuvo la lucha, con todo y que hubo disparos
aislados por la noche. Las tropas federales, al abandonar las huertas
de los chinos los dejaron a merced de los revolucionarios. Según
parece, los rebeldes no se replegaron al cuartel general, ubicado en
una casa del rancho La Rosita, propiedad de Do Sing Yuen. Mu-
chos quedaron diseminados en la huerta del mismo rancho y en las
demás huertas de chinos, e incluso pasaron la noche ahí. Los rebel-
des obligaron a los chinos a darles agua y alimentos, a lo que estos
accedieron obedientemente. Asimismo les robaron el dinero, armas
y monturas que tenían ahí. En este abuso participó gente muy po-
bre de Lerdo y Gómez Palacio, incluso mujeres, que acompañaban
a las tropas. Ahí ocurrieron los primeros asesinatos de chinos, que
44
Ibid., p. 174.
45
Ibid., p. 178.

117
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

tal vez se resistieron al robo. También fueron balaceados algunos


que intentaron huir a Torreón, tal vez a avisar a sus paisanos. Los
demás chinos de la huerta quedaron secuestrados. En alguna de las
huertas llegaron a encerrarlos en un pajar o caballeriza, sin darles
nada de comer o de beber.46
El domingo 14 de mayo la lucha terminó en la tarde sin el domi-
nio claro de alguno de los bandos. Los rebeldes maderistas habían
estado disparando, esporádicamente, a las tropas federales aposta-
das en los edificios altos, esta vez más intensamente. Aprovechan-
do el movimiento de las tropas revolucionarias de los frentes sur y
este, los federales se reapostaron en algunas huertas chinas, desde
donde causaron gran estrago a los rebeldes. Después de esto, se
replegaron en la ciudad. Durante esa tarde, después del tiroteo, en-
traron a las huertas otros grupos revolucionarios, la mayoría de
Gómez Palacio. Estos soldados maderistas reunieron a los chinos
de cada huerta para después comenzar a matar a tiros a algunos.
Los disparos fueron posteriormente al grupo, para rematar mutilan-
do y ultimando bestialmente a los que todavía se movían. El ran-
chero mexicano, Francisco Almaráz, reclamó a los revolucionarios
la injusticia que cometían, al asesinar a don Juan Maa o Mah, dueño
de la tienda El Pabellón Mexicano, lo cual le costó la vida al ser
fusilado inmediatamente, tras lo cual fue arrojado entre los cadáve-
res de los chinos. Muchos cadáveres fueron enterrados hasta dos
días después, mientras tanto, quedaron tirados a la intemperie.47
Durante el día 15 de mayo se cometió la mayor y más despiadada
parte de los asesinatos de chinos en Torreón. El día comenzó con la
huida de las tropas federales, durante la madrugada, muy antes del
amanecer, de la cual nadie se enteró. Ya que ignoraban la salida de
los federales, los principales jefes maderistas habían pernoctado en
Lerdo y Gómez Palacio. Debido a esto, quienes quedaron a cargo
del ataque a la ciudad fueron los cabecillas de los grupos campesi-
46
Ibid., p. 180.
47
Ibid., pp. 180-81.

118
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

nos, entre ellos Benjamín Argumedo, Sabino Flores y un tal Orduña.


Los grupos de revolucionarios que entraron a la ciudad, alrededor
de las cinco de la mañana, lo hicieron sin resistencia alguna, dispa-
rando al aire, visiblemente sin el liderazgo de algún jefe. Se consi-
deró que este grupo era de sólo unos 400 integrantes de las fuerzas
rebeldes.48
De inmediato se dedicaron al saqueo de comercios y a liberar a
los presos de la cárcel. Muchos de estos presos se unieron a los
soldados. Se prendió fuego a la prisión, al edificio de la jefatura
política y al de la presidencia municipal. A esta horda se unió mu-
cha gente pobre de la ciudad. Comenzó entonces el saqueo a gran
escala de almacenes y, sobre todo, de cantinas y cavas como las del
Casino de Torreón y las del ferrocarril. Tras esto, la borrachera fue
generalizada. Algunas de esas primeras tiendas y comercios saqueados
eran propiedad de chinos quienes se convirtieron en las primeras
víctimas del día, al ser asesinados a tiros ahí mismo. Todo esto ocu-
rrió antes de las seis de la mañana.49
Los maderistas que dirigían el saqueo, entre ellos algunos jefes
menores como Benjamín Argumedo y Sabino Flores, preguntaban
a la gente pobre que los seguía, de cuales edificios les dispararon
los federales. Después, con la tropa, entraban a la fuerza a los edifi-
cios señalados y permitían que esa gente robara a placer, cosa que
ellos mismos hicieron. Se acabó por señalar invariablemente loca-
les comerciales, especialmente si eran propiedad de chinos, infor-
mando a los maderistas que de estos últimos se originó el fuego
más nutrido que recibieron los días 13 y 14. En estos locales se
perpetró el saqueo sin miramiento alguno. Mientras robaban, tro-
pas rebeldes y torreonenses pobres buscaban a los chinos y los ma-
taban a tiros donde estuvieran escondidos. Al parecer, a algunos los
mataron a machetazos debido a la existencia de cadáveres mutila-
dos. Otros fueron abatidos en la calle tras ser sacados a la fuerza.
48
Ibid., p. 183.
49
Ibid., p. 184.

119
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

La rapiña fue total; no se salvaron ni las duelas ni las puertas, ni


las ventanas ni los sanitarios. La brutalidad fue tal, que los cadáve-
res de los tenderos chinos y sus empleados eran arrojados por arriba
de las bardas, o arrastrados, para quedar tendidos en la calle. Al-
guien testificó cómo unos pequeños mexicanos patearon las cabe-
zas de dos cadáveres de chinos. La rapiña no sólo fue en los locales.
Se descubrió que muchos chinos llevaban sus ahorros escondidos
en sus zapatos, debido a lo cual conforme se convertían en cadá-
veres, eran descalzados.50
En muchas zonas de la ciudad se vio al yerbero y curandero
local, llamado José María Grajeda, cabalgando y llevando una ban-
dera mexicana, al tiempo que incitaba a saquear propiedades de
chinos. Alguien declaró oírlo gritar: “A matar chinos, muchachos”.
Esto fue una clara muestra del profundo odio acumulado entre la
población mexicana, y que encontró desahogo en la momentánea
anarquía que los cobijó durante la toma de Torreón.51
El saqueo de tiendas y el asesinato de chinos continuaban en el
centro de la ciudad. Confluyeron los diferentes grupos de ladrones
y asesinos cerca de la plaza central, alrededor del edificio de la Com-
pañía Bancaria y de Tranvías Wah Yick, que también era sede de la
Asociación Reformista del Imperio Chino. Un grupo de maderistas
comenzó a romper las puertas principales del edificio, en medio de
una muchedumbre que llenaba las calles de seis cuadras aledañas.
La gente profirió amenazas y maldiciones en contra de los chinos.
Adentro había alrededor de 25 personas escondidas, eran emplea-
dos del banco, los de la Asociación, los inquilinos de los cuartos y
algunos huéspedes y empleados del Hotel del Ferrocarril. Todos
eran chinos.52
Argumedo había dado a sus soldados la orden de matar a los
chinos, y el pueblo clamaba por ello, de manera que al entrar al

50
Ibid., p. 186.
51
Ibid., p. 186.
52
Ibid., p. 187.

120
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

edificio, no quedó ningún ocupante vivo. Los 24 cadáveres amon-


tonados en la calle, fueron también descalzados. Algunos jinetes
revolucionarios lazaron cadáveres, ya fuera por los pies o el cuello,
y los arrastraron a galope a buena distancia del lugar de los asesina-
tos. De una ventana del edificio salió despedida a la calle, la cabeza
de un chino. Posteriormente, salió rodando la caja fuerte del Banco
Wah Yick, la cual fue abierta a punta de balazos, hachas y fierros.
Había en su interior mucho dinero, que obviamente fue robado. La
inmensa cantidad de gente que entró a robar al edificio salía con
todo lo imaginable: escritorios, sillas, alfombras, persianas, pantu-
flas, ropa interior… El mejor almacén chino era El Puerto de
Shangai, ubicado junto al edificio Wah Yick. En él había 12 chinos
escondidos, los cuales fueron también asesinados.53
La orden de Argumedo se cumplió en muchas tiendas más, aún
en los más modestos locales. En todos ellos se escondían los due-
ños y en algunos, viajeros chinos que habían llegado de paso para
luego quedar atrapados en la ciudad debido al ataque maderista. A
ninguno de ellos ni a sus propiedades se respetó. Tal era la matanza
que había mujeres mexicanas llorando a gritos en las calles. El
vicecónsul británico, H. A. Cunard Cummins, testigo presencial,
declaró después que los asesinos con quienes se topó se veían tan
fuera de sí que “no parecían saber lo que estaban haciendo”. Entra-
ron entonces a la ciudad nuevos grupos maderistas, marchando en
doble fila, con los rifles al hombro, con sus jefes y sin romper la
formación. A pesar de que nunca se integraron a la multitud que
estaba ebria y en pleno saqueo, tampoco hicieron nada para impe-
dir el desorden.54
Uno de los negocios chinos más prósperos de la ciudad era la
Lavandería de Vapor Oriental. Estaba ubicada a un lado de la re-
cién incendiada Presidencia Municipal. Dentro de la lavandería había
unos 25 empleados escondidos. Las puertas fueron estalladas por la
53
Ibid., p. 189.
54
Ibid., p. 190.

121
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

multitud. El gerente, Wong Nong Jum, junto a cuatro empleados,


se escondieron bajo un gran montón de leña, que fue lo último que
saquearon los amotinados. Entonces alguien grito: “aquí hay un
chino”, tras lo cual fueron asesinados a tiros, para después arrojar-
los a la calle. A dos de estos cadáveres los lazaron unos jinetes
rebeldes y se los llevaron a rastras. “No los queremos”, fue la res-
puesta de alguien que iba pasando, a la pregunta de un viejo comer-
ciante estadounidense que llevaba casi 25 años de vivir en México,
sobre el por qué los mataban.55
Las sangrientas tropelías continuaban, así como los saqueos, en
medio de un estado colectivo de manía desenfrenada. Por todas
partes resonaban los balazos, gritos, vidrios rotos, y el llanto de
mujeres mexicanas, impactadas por la tragedia. Entre los muertos,
hubo también mexicanos, que se opusieron a los asesinatos. En
restaurantes y puestos del mercado municipal, continuaban los
asesinatos y el robo de mercancías.56 Existen también descripciones
sobre chinos arrastrados tres pisos hacia las azoteas, a los cuales
suspendieron cabeza abajo en el vacío, para aterrorizarlos y luego
soltarlos y ver cómo les explotaba el cráneo. Y en un acto de ex-
trema crueldad, niños chinos fueron tomados de los pies para ser
estrellados contra paredes y arbotantes. Este tipo de escenas eran
presenciadas pasivamente por la muchedumbre de saqueadores, cuyo
único interés era robar cualquier objeto de valor que estuviera en-
tre las ropas de los cadáveres amontonados.57

55
Ibid., p. 192.
56
Ibid., p. 193.
57
Sergio Corona Páez, “Otra vez el genocidio”, Revista electrónica Mensajero del
archivo histórico, no. 87. p. 2. Dirección electrónica:http://www.lag.uia.mx/publico/
publicaciones/revistaselectronicas/archivohistorico/mensajero/Edición-
087.pdf#search=%22matanza%20chinos%20torreon%22.
La presencia de algunos niños chinos, a pesar de que en Torreón en 1911 sólo
había una mujer china, se entiende debido a la edad a la que muchos chinos emigraban
de China. El mismo iniciador de la colonia china de Torreón, Foon Chuck, salió de
su patria a la edad de 12 años. http://www.eaglepass.lib.tx.us/goldenage.html.

122
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

No se respetó a nadie. La gente de Torreón también insultó e


intentó golpear a un miembro chino de la Cruz Roja, al ser “arresta-
do” y llevado fuera de la ciudad por maderistas. Por otra parte, la
única mujer china que habitaba en la ciudad, fue violada brutal-
mente, mientras recibía amenazas de asesinato sobre toda su fami-
lia, además del posterior saqueo. Mientras, los asesinatos continua-
ban, pero, no sólo la vida de los colonos chinos estaba en peligro.
El intento de oponerse a los asesinatos, ponía en riesgo de morir
también a cualquier mexicano que se compadeciera de los asiáti-
cos. Es probable que sea ésta la razón por la que los documentos
sólo hablan de cinco torreonenses que protegieron a los chinos.58
Emilio Madero se encontraba ya en Torreón a las diez de la ma-
ñana del 15 de mayo, hospedado en el hotel Salvador. Además de él
habían llegado también el coronel Orestes Pereyra y el jefe Agustín
Castro. Se sabe que Madero y Pereyra ordenaron detener la matan-
za, y concentrar a los sobrevivientes en el cuartel maderista de la
ciudad, que era el local de una maderería. La mayor parte de la
fuerza rebelde que entró al final intentó contener la matanza y el
saqueo, y fueron no pocas las discusiones acaloradas que sostuvie-
ron con los verdugos de los chinos para salvar la vida de sus presas.
El trato que recibieron los sobrevivientes chinos al ser llevados al
cuartel no fue precisamente “humanitario”. A algunos los llevaban
atados por el cuello, sujetos a la silla de montar de un jinete; a otros
los llevaban atados en grupos de cuatro o cinco, mientras los solda-
dos que los custodiaban les echaban los caballos encima.59
Al caer la tarde, disminuyó el furor anti chino. Alrededor de las
cinco, los jefes revolucionarios decidieron hacer desfilar sus tropas
por las avenidas de la ciudad. Había aún en ellas decenas de cadá-
veres tirados: en la avenida Miguel Hidalgo yacían nada menos que
69. El vicecónsul británico Cummins reconoció a Agustín Castro y
le recomendó con urgencia que recogiera y enterrara a esos chinos.
58
Puig Llano, Entre el río Perla, pp. 196, 197, 200.
59
Ibid., pp. 194-95.

123
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

Castro asignó 20 hombres a Cummins y le pidió que se encargara


del asunto. Éste mando cavar, junto al muro del panteón munici-
pal, por fuera, un socavón de 40 metros, a manera de fosa común.
Así comenzaron a llegar, en coches de mulas, los cadáveres. Se fue
llenando macabramente aquel socavón con montones de cuerpos,
algunos muy descompuestos, otros mutilados. La generalidad fue
que todos estaban severamente golpeados.60
Pero la tragedia humana no terminaba todavía. El día 16 había
chinos detenidos a quienes se tenía sufriendo privaciones y maltra-
tos, acusados de tomar las armas contra los maderistas. Estos car-
gos fueron negados por los asiáticos. Cuando otro chino los interro-
gó en su lengua, estos negaron los cargos “con el espanto en el
rostro y con lágrimas”. Al final fueron liberados con la condición de
volver a comparecer si se los pedían.61
Los poco menos de 200 chinos recluidos en la maderería fueron
tratados de muy mala manera; ahí estuvieron tres días retenidos a la
fuerza, además de que no les dieron ni alimentos ni agua. Una me-
dianoche de ese cautiverio, los maderistas golpearon cruelmente a
algunos chinos y los despojaron del dinero que traían. Al ser libera-
dos los chinos el jueves 18, los demás extranjeros de la ciudad, a
petición de George C. Carothers, el cónsul estadounidense, organi-
zaron una colecta de dinero, ropa y calzado para proteger a los ul-
trajados orientales. Un grupo de 75 chinos seguía escondido el día
17 en un restaurante, muriéndose de hambre, cosa que no pasó
porque un niño, que estaba en ese grupo, se animó a salir a pedir
ayuda. Una nueva colecta organizada por el cónsul estadouniden-
se, salvó la vida de esos chinos. Para el día 18 no se habían encon-
trado sobrevivientes en las huertas, pero sí mucha destrucción.
Después de los conteos de cadáveres hechos en Torreón, se llegó a
la cifra de 249 muertos, pero la legación china alegó que habían
sido 303. Esta cifra fue el resultado de la diferencia entre un censo
60
Ibid., p. 198.
61
Ibid., p. 201.

124
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

previo y otro posterior a la matanza. La fase más violenta del movi-


miento anti chino había concluido. Tres días después, el triunfo
maderista fue total en todo el país.62

Consecuencias de la matanza

Tras tener noticia de los sucesos de Torreón, el gobierno chino exigió


justicia y compensación hacia su pueblo. Las exigencias fueron
cuatro: expresión de condolencias de parte del gobierno mexicano,
desagravio a la bandera china, indemnización a los deudos y
sobrevivientes de la matanza y castigo a los culpables.63 Después de
negociar con el gobierno de Francisco I. Madero, la cifra que se fijó
para la indemnización fue de 3 millones cien mil pesos de oro
mexicano. El protocolo de indemnización firmado el 16 de
diciembre de 1911, estableció el primero de julio de 1912 como
fecha para realizar el pago.64
Pero entonces comenzaron los retrasos para concretar la indem-
nización. En China estalló una guerra civil, lo que desestabilizó al
gobierno de ese país. El Senado mexicano aprovechó esto y no rati-
ficó el protocolo pactado, actitud que molestó al gobierno chino.
Entonces el gobierno mexicano propuso un resarcimiento parcial,
que el gobierno chino se negó a aceptar. Se fijó una nueva fecha
para cumplir lo acordado, ahora el 15 de febrero de 1913. De nueva
cuenta hubo un retraso, ahora debido a que en México ocurrió la
Decena Trágica. Para cuando el gobierno chino pudo renegociar el
pago con el nuevo gobierno mexicano, ofreció descontar un 5 por
ciento del aduedo, a cambio de cobrar de inmediato. La respuesta
del gobierno mexicano fue la de pagar si el descuento aumentaba al
10 por ciento. Esta nueva cantidad tampoco se saldó, ya que Vic-

62
Ibid., pp. 199, 200, 201, 202.
63
Ibid., p. 204.
64
Juan Ramón Jiménez de León, “El rapto de las Sabinas”, dirección electrónica:
http://remoto.dgb.uanl.mx:2048/menu.

125
Juan Antonio Delgadillo Esquivel

toriano Huerta disolvió la Cámara de Diputados, cuya aprobación


era necesaria. En 1921 se reanudó la solicitud de indemnización
por parte del gobierno chino.
Los siguientes años el gobierno mexicano pidió rebajas, facilida-
des y descuentos, sin llegar a ningún arreglo. En 1927 el secretario
de Hacienda ofreció pagar sólo el diez por ciento de la suma inicial.
Tras seis años más de reclamaciones, el gobierno chino recibió una
última respuesta en 1934, la cual le comunicaba que el gobierno
mexicano no podía “por ahora” pagar la indemnización. Nunca se
pagó nada.65
En lo que a la petición de justicia se refiere, la investigación
mexicana, ordenada por Jesús Flores Magón, subsecretario de Justi-
cia, encontró culpables a sólo nueve personas. Como principal ins-
tigador se encontró a Jesús María Grajeda, el yerbero. Benito Bradley
hijo, fue quien mató a Juan Maa. Anastasio Rosales, jefe de un gru-
po de maderistas, asesinó a más de 19 chinos. Estaba también
Estrada Baca, otro líder maderista además de Anastasio Saucedo,
Benigno Escajeda, Gonzalo Torres, Aureliano Villa y Florencio
Menchaca. De estos individuos, al momento de la investigación,
sólo Grajeda, Saucedo, Escajeda y Torres estaban presos. Al final
de esta lista se mencionó a uno de los principales culpables, tal vez
el mas culpable de todos, y al que a su vez cubrió la impunidad: “la
masa anónima”.66
Se podría pensar que la matanza en Torreón habría disminuido
la intensidad del movimiento anti chino mexicano, pero ésta fue
solo el punto más alto del mismo. La prensa fue de nuevo portadora
de la hostilidad generalizada hacia los chinos. “El Ahuizote” del 17
de junio de 1911, comparó a los chinos con ratas portadoras de
enfermedades. También afirmó que el gobierno chino debería pa-
gar algo por la destrucción de algunos de sus “millones de chinos

65
Jiménez de León, “El rapto de las Sabinas”.
66
Puig Llano, Entre el río Perla, p. 206.

126
La masacre olvidada: la matanza de Chinos en Torreón

sobrantes”, e insinuó burlonamente que tal vez los chinos de To-


rreón se merecían lo que les pasó.67
Es de entenderse entonces, que la comunidad china de Torreón
siguiera sintiéndose en peligro. Para protegerse, fundaron un club
en 1918. A mediados de 1924, los chinos expresaron sus temores al
cabildo de Torreón, y en diciembre de ese año, le solicitaron permi-
so para la portación de armas. En contraparte, el comité anti chino
de Torreón solicitó también al cabildo su reconocimiento legal.
Además de esto se presentaron denuncias de bienes baldíos, esto
para arrebatar a los chinos sus propiedades.68
Sin embargo, la consecuencia más perdurable de la matanza de
Torreón está en la conciencia nacional, que guarda silencio, que
nos dice que por ser mexicanos somos diferentes, humanitarios. Esto,
aún a sabiendas de que la historia brinda todavía hoy a esos seres
humanos, que en inocencia fueron asesinados cobardemente y sin
piedad, la oportunidad de ser escuchados. Ya no podemos hacer
mucho por ellos, pero los ecos de esas vidas extintas hace tanto
tiempo, nos hablan fuerte y claro, y nos dicen que tenemos, y debe-
mos hacer mucho por nosotros, por nuestra dignidad.

Bibliografía

González Navarro, Moisés. Historia moderna de México, El porfiriato. La vida


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128
Meeting Our Lady of Guadalupe in
Eighteenth-Century Mexico
William B. Taylor
University of California, Berkeley

T
he main story of guadalupanismo in Mexico during the eigh
teenth century is well known. It is a story of vigorous pro
motion and widespread devotion in which the 1730s, 1740s,
and 1750s were the watershed. Early in the terrifying epidemic of
1737 peninsular Archbishop-Viceroy Juan Antonio de Vizarrón y
Eguiarreta proclaimed Our Lady of Guadalupe patroness of Mexico
City and New Spain and renewed the campaign for papal recogni-
tion of the apparition story.1 His initiatives were well received at
home and abroad, culminating in a papal bull of 1754 in which
Pope Benedict XIV officially announced the miracle and recognized
Mary of Guadalupe as patroness of New Spain, borrowing the words
of Psalm 147, Non fecit taliter omni nationi (He -God- has favored no
other people in this way).2 A closer consideration of how the devo
1
Many other saints and advocations were invoked as well. See Cayetano Cabrera
y Quintero, Escudo de armas de México …, Mexico: Viuda de J. B. de Hogal, 1746.
2
In a sermon delivered in the Mexico City cathedral on august 18, 1808, Arch-
bishop Lizana y Beaumont claimed Benedict XIV was so enamored of Our Lady
of Guadalupe and so convinced of the authenticity of the apparitions that when he
heard the representative to Rome from New Spain, Juan Francisco López, S.J., was
wearing shoes he had worn to visit the shrine at Tepeyac, he asked for them and
remarked that if he were in America he would go to the shrine on his knees, in bare
feet, Sermón que en las solemnes rogativas que se hicieron en la santa Iglesia metropolitana de
México implorando el auxilio divino en las actuales ocurrencias de la monarquía española
predicó …, México: María Fernández de Jaúregui, 1808.

129
William B. Taylor

tion grew in the eighteenth century, especially how it grew without


Tepeyac becoming a magnet for pilgrims from distant places, is the
aim of this essay.

I. Promotion and Growth

By just about any measure a historian can summon, the devotion


seems to have grown as never before after 1754. Great celebrations
of thanksgiving were ordered and undertaken in the cities of the
viceroyalty after the bull was published in America in 1756. (This
was the beginning of annual december 12 celebrations in much of
the territory of modern Mexico.) Soon every diocesan capital had a
shrine to Our Lady of Guadalupe, and many other towns received
licenses to construct their own church or resplendent altar to
Guadalupe.3 Copies of the image dating from 1740 to 1810 sur-
vive in far greater numbers in churches, archives, and private col-
lections than from the seventeenth and early eighteenth centuries,
and more are recorded then in church inventories and wills of all
classes of people. Thousands of houses, probably tens of thou-
sands, boasted a painting or cheap print of the image over a home
altar. Young scholars at the university in Mexico City dedicated
their academic theses to Our Lady of Guadalupe in unprecedented
numbers after 1754. More places were named or renamed for her;
Guadalupe became a widely popular baptismal name for the first
time;4 and there are more reports of marvelous events, including

3
For example, the reports from 1760-1761 by parish priests in the Diocese of
Michoacán in response to a circular requesting information about their parishes and
properties mention a dozen or so recently-acquired images of or altars to Our Lady
of Guadalupe, Oscar Mazín Gómez, ed., El gran Michoacán: Cuatro informes del
obispado de Michoacán, 1759-1769, Zamora: El Colegio de Michoacán, 1986, pp. 37-
180, 247-431.
4
The Catálogo de Ilustraciones for the Archivo General de la Nación, lists 236
theses dedicated to Guadalupe between 1651 and 1808. Of these, 203 date from
1701-1808, clustering especially in 1756-1765 (42) and the 1780s (36). The index to

130
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

healings, rescues, and sightings of the image in nature from the


1750s forward.5
The most telling signs of familiarity and spreading devotion at
the time are the quotidian ones that begin to dot the written record:
Indians invoking Our Lady of Guadalupe in their petitions to colo-
nial officials; prisoners making their petitions for pardon in her name;
mission Indians in Sonora said to observe her feast day on december
12; and disputes among family members over a coveted home altar
image in central mexican villages.6 For a parade of pupils from the
primary school run by the Franciscan missionary college in Pachuca,

the 3,691 volumes of the Archivo General de la Nación (AGN), Ramo de Tierras
(Tierras), records few places named Guadalupe before 1691. Nearly all of the
Guadalupe place names date from the eighteenth century, especially after the 1730s,
with the Tenango del Valle district of the modern state of México unusually promi-
nent. There was also a pocket of new places called Guadalupe in San Luis Potosí.
The fifty-one haciendas called Guadalupe before 1750 were mainly located in the
center (the Valley of Mexico and districts of the modern states of Mexico and
Hidalgo) and two areas to the north where guadalupanismo became important in the
seventeenth century: Querétaro and San Luis Potosí. The sixty-nine new references
to haciendas called Guadalupe after 1750 continued the regional concentration in
the center, but with a range that now reached into Puebla, the west (Michoacán and
Jalisco), and north (the Bajío, Durango, and Nueva Vizcaya).
5
Sutro Library (San Francisco), manuscript efemérides of Felipe Zúñiga y Ontiveros
(1763-1773), entry for 1764 includes a description of Guadalupe’s “prodigious”
protection of the city against rising flood waters that year; Sutro Library BT 660.G8,
1864 copy of documents dated 1755-1759, said to be in the cathedral archive of
Puebla: investigation into a reputed more of healing for Madre Nicolasa María
Jascinta de San José; José Joaquín Granados y Gálvez’s Tardes americanas: gobierno
géntil y católico …, Mexico: Zúñiga y Ontiveros, 1778, pp. 537-538 mentions that a
hailstorm in the Valley of Mexico in 1678 deposited a hailstone with a perfectly
formed image of Our Lady of Guadalupe.
6
For example, AGN Clero Regular y Secular (CRS) 68 exp. 3 f. 296, “que por
amor de Dios y Nuestra Señora de Guadalupe suplican al presente Sr. Juez el
arancel”, petition of the town of San Agustín, 1772; Gazetas de México, compendio
de noticias de Nueva España , Mexico: Zúñiga y Ontiveros, 1784-1809, october 4, 1794
issue, Indians of the mission San Pedro de Aconchi reportedly observed the day of
Our Lady of Guadalupe; AGN, Tierras 2474, exp. 5, Capultitlán (Toluca, juris.),

131
William B. Taylor

Hidalgo on august 12, 1797, nearly all the little boys reportedly
were dressed up as Guadalupe’s indian protege, Juan Diego. And at
his trial for robbery in 1804 a mestizo muleteer from Tequila, Jalisco
in western Mexico complained that he had been arrested without
cause because he was a humble man without influential friends:
“que a él lo castigarían porque no tenía mujer bonita ni hijos, y que
solo que fuera la Guadalupe”.7
The mounting written record in which the Virgin of Guadalupe
is mentioned suggests both popular enthusiasm and a denser, more
prescribed and institutionalized web of regulations and observances.
The december 12 celebrations, popular in various cities and towns
after the first oaths of allegiance (juras) ordered by Archbishop-
Viceroy Vizarrón in 1737 acquired new layers of commemorative
meaning as the century unfolded. The oaths were repeated in 1747
to mark the tenth anniversary and remember with gratitude both
the providential apparition in 1531 and Mary’s efficacious
intervention in the epidemic in 1737. 8 Still grander acts of
thanksgiving took place in 1756-57 to celebrate the papal bull
recognizing the authenticity of the apparitions. The symphony of
december fiestas after 1757 commemorated both the apparition and
the papal proclamation.9 In other institutional developments, lay

1730, and AGN Tierras 2544 exp. 14, Tianguistengo (Meztitlán juris., Hidalgo),
1795, cases of villagers litigating over family images of Guadalupe. The appeals to
the criminal court of the Acordada by five plebeian prisoners in 1799 are in AGN
Acordada 15. The petitioners were from Mexico City and the Bajío. For an earlier
appeal to Our Lady of Guadalupe, there is the 11709 new year’s petition of Manuel
del Barrio y Sedano for her help in his efforts to shed “las vestiduras viejas de
tibieza, flojedad, y frialdad y vista las nuevas de fervor, amor, y caridad”, AGN
Inquisición 74,1 fols. 306r-307v.
7
Gazetas de México, september 2, 1797 issue, “casi todos los niños se vistieron
galanamente en trage del dichoso Neófito Juan Diego”; the muleteer’s lament is in
Archivo Judicial de la Audiencia de la Nueva Galicia (Biblioteca Pública del Estado,
Guadalajara, Jalisco) bundle formerly labeled “1806 (120), exp. 1.”
8
Antonio Pompa y Pompa, in La Voz Guadalupana, february 12, 1947, pp. 6-7.
9
More major anniversaries were still to come, including the 250th anniversary of

132
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

confraternities dedicated to Our Lady of Guadalupe grew in number


from the 1740s. In the 1760s and 1770s wealthy occupational
groups, including leading hacendados of central Mexico and the Real
Colegio de Abogados of Mexico City, began sponsoring annual
novenas at the shrine and publishing the keynote sermon they
commissioned for it.10 In the eighteenth century licenses were
required to collect alms for a shrine, and by the 1780s they were
usually restricted to short periods and small areas, if not denied
altogether. Our Lady of Guadalupe was the exception to these
tighter restrictions on alms collectors. Licenses to collect for Gua-
dalupe were granted routinely and often without limits, especially
after 1756.11 Even during the late eighteenth-century reforms in
the name of oversight and efficiency, itinerant and local collectors
for the annual Indian fiesta at Tepeyac were waved through with
two-year licenses on the grounds that it was a “time immemorial”
custom.
Other formal acts meant to encourage the devotion and
underwrite the cult at Tepeyac include a 1757 royal decree requiring
all future wills to include a provision for the shrine;12 circulars by

the apparition in december 1780, which led to another burst of publications, stu-
dent theses, and baptisms.
10
Luis Beltrán de Beltrán, El poder sobre las aguas … . Sermón que en el día 23 de junio
y último del novenario que … hicieron los caballeros hazendados … , Mexico: Imprenta de
la Bibliotheca Mexicana, 1765; AGN Escribanos 20 exp. 6, 1780 notes that the Real
Colegio de Escribanos had sponsored an annual fiesta in honor of Our Lady of
Guadalupe since 1772.
11
AGN General de Parte, 41, exp. 133.
12
Real Cédula of july 29, 1757, issued by the Marqués de las Amarillas. (See
Council of the Indies recommendation on september 7, 1756 “que se sirva mandar
que en los testamentos que se otorgaren en la Nueva España se exprese por manda
forzosa el santuario y simulacro de aquella santa imagen”, AGI México legajo 2531.)
Evidently the proceeds from this decree were disappointing. In a letter of september
5, 1786 the colegiata priests complained that in many places no one took responsibil-
ity for the collections and that the shrine was short of revenue as a result. Tulane
University, Latin American Library, Viceregal and Ecclesiastical Mexican Collection
50 exp. 11.

133
William B. Taylor

the bishops encouraging devotions on the 12th of every month;13


and an array of promotional publications including novena booklets,
sermons, leaflets and single sheets of special prayers and poems;
testimonial texts, including Miguel Cabrera’s Maravilla Americana y
conjunto de raras maravillas (1756); and the first booklet designed
expressly for religious tourists to Tepeyac, published in 1794.14 Our
Lady of Guadalupe’s intercession was sought in all kinds of
calamities during the eighteenth century; no longer just for floods,
illness, and accidents, but especially for support and protection in
time of war.15
From the 1730s the search was on for guadalupan relics and
fresh evidence to authenticate the miracle. Italian savant Lorenzo
Boturini was caught up in this groundswell of guadalupanismo when

13
The first “día doce” booklet apparently was published in 1763 or shortly
before: Día doce de cada mes, para celebrar el singular mysterio de la concepción en gracia de
María Santíssima Nuestra Señora, y el estupendo milagro de su aparición prodigiosa en su
soberana y divina imagen de Guadalupe ..., Mexico: Imprenta de la Bibliotheca Ameri-
cana, 1763 (said to be “reimpressa”). Other versions were published by the Zúñiga
y Ontiveros publishing house in 1782 and 1797.
14
José Francisco Valdés, Salutación a María Santíssima de Guadalupe. Práctica devota
para venerarla en su santuario, quando se le hace la visita, Mexico: Zúñiga y Ontiveros,
1794; reprinted in 1808 and 1819.
15
For example, during the War of Spanish Succession, Manuel de Argüello,
Acción de gracias … en virtud de … las victorias que consiguió … los días 8 y 11 de diziembre
del año de 1710 …, Mexico: Vda. de Ribera, 1711; during the War of Austrian
Succession, José de Arlegui, Sagrado paladion del americano orbe. Sermón … que hizo a
María Sma. de Guadalupe la muy noble e ilustre ciudad de San Luis Potosí por el feliz sucesso
de las cathólicas armas ..., Mexico: Vda. de Hogal, 1743; during the Seven Years’ War,
acta de cabildo of the Mexico City ayuntamiento, September 13, 1762 records a viceregal
decree calling for a novena in honor of Our Lady of Guadalupe for “divino auxilio
por la amenaza de la Nación inglesa a estos dominios”, and in an entry of february
20, 1765, Zúñiga y Ontiveros recorded in his efemérides (Sutro Library) that a mass
had been offered to Our Lady of Guadalupe as patroness of the troops (patrona de
la tropa); and during the wars with France and Britain during the 1790s, AGN
Colegios 426 exp. 16 noted on january 13, 1796 that the special novena was being
celebrated at Tepeyac to appeal for victory.

134
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

he arrived in Mexico City in 1736, just as the great epidemic was


about to strike. Over the next seven years he acquired an
extraordinary collection of manuscripts relating to pre-columbian
Mesoamerica and the apparitions and the shrine at Tepeyac, before
his arrest and deportation to Spain in 1744.16 Mariano Fernández
de Echeverría y Veytia, a young creole attorney who represented
his father’s legal affairs in Europe from 1738-1750 took Boturini
into his home in Madrid for nearly two years (1744-46) and became
fascinated by his Mexican studies. For the rest of his life, Echeve-
rría y Veytia devoted his spare time to his own studies of pre-
columbian civilizations, the history of his hometown, Puebla, and
a manuscript he called Baluartes de México, a providential history of
the Virgin Mary in New Spain that focused on Our Lady of Guada-
lupe and Mexico City.17 He recounted in Baluartes a trip in 1746 to
Valladolid, Spain, hometown of Juan de Zumárraga, the bishop to
whom Juan Diego reportedly revealed the miracles, but who left no
trace of the encounters or his devotion. Entering the cathedral
church there Echeverría y Veytia glimpsed a large painting of
Mexico’s Virgin of Guadalupe next to the altar railing of the main
chapel. His heart skipped a beat. Here, he thought, was the long
sought evidence of Zumárraga’s personal connection to the
apparition story. He hurried forward only to be disappointed. The
painting could not have been the gift of Zumárraga himself or a
contemporary for it was dated 1667, at the time of the first wave
of petitions to Rome for recognition of the apparitions.18 In the
same spirit of eager anticipation, a reconstruction project at the
shrine in 1751 included an unsuccessful search for the bones of
16
An inventory of Boturini’s guadalupan manuscripts appears in Ernesto de la
Torre Villar and Ramiro Navarro de Anda, Testimonios históricos guadalupanos, México:
Fondo de Cultura Económica, 1982, pp. 405-412.
17
None of these works was published during his lifetime. He died in 1780.
18
Baluartes de México. Descripción histórica de las cuatro milagrosas imágenes de Nuestra
Señora que se veneran en la … ciudad de México …, México: Impr. de A. Valdés, 1820,
pp. 37-38.

135
William B. Taylor

Juan Diego.19 Later in the century more sites associated with the
apparitions were developed for devotees. The extraordinary little
Capilla del Pocito was constructed in the sanctuary grounds between
1777 and 1791, and in 1789 a license was issued for the construction
of a chapel in the village of Tolpetlac at a place said to have been
the home of Juan Diego’s uncle Juan Bernardino, where Mary of
Guadalupe had appeared and cured him.20
But there are twists in this story of promotion and continuous
development of guadalupanismo from the 1730s. Take the role usually
assigned to archbishop-viceroy Vizarrón as the architect of the
watershed events from 1737-1754. He certainly proved himself an
enthusiastic guadalupanista before the epidemic of 1737 and was a
determined and skillful promoter until death overtook him in 1747.21
From the time he arrived as archbishop-elect in late 1731 he
organized and attended ceremonies at the shrine, including, the
bicentennial of the apparition and the groundbreaking for a capuchin
convent on site in november and december 1731, donated an
exquisite italian vestment embroidered with gold thread in 1735,
and pushed for formal recognition of the settlement at Tepeyac as
a pueblo and a villa.22 Then during the epidemic he declared Our

19
Echeverría y Veytia, Baluartes, p. 27.
20
AGN Bienes Nacionales 575 exp. 11, license granted to the parish priest and
people of Tolpetlac. The chapel was still unfinished in 1803 when an appeal for
donations was published in the Gazetas de México, december 16, 1803 issue.
21
He was archbishop from 1731to1747, and viceroy from 1734 to 1740. Other
peninsular officials were among the ardent guadalupanistas of the late eighteenth century.
For example, Archbishop Francisco Antonio de Lorenzana (1766-1772), as well as most
viceroys (perhaps especially Frey Antonio María de Bucareli, who served from 1771 to
1779 and was buried at the shrine). One exception among viceroys seems to have been
the second Conde de Revilla Gigedo (1789-1794), who ordered the removal of the
image of Our Lady of Guadalupe from several locations on the grounds of the royal
palace in Mexico City, and did not attend the december 12 festivities at the shrine in 1791,
José Gómez, Diario curioso … 1789-1794, México: UNAM, 1986, pp. 12, 14, 44.
22
Gazeta de México, november 19, 1731, december 12, 1731, august 1735. The
Capuchin convent was completed 1737. As Vizarrón requested, the crown approved in

136
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

Lady of Guadalupe patroness of the city and the viceroyalty, and


afterwards reignited the campaign for papal recognition and pursued
the elevation of the shrine as a collegiate church. But it was the
city government rather than the archbishop-viceroy that first pushed
for recognition of Our Lady of Guadalupe as official patroness
during the early weeks of the epidemic in January 1737, and Vizarrón
firmly resisted the city councilors’ plea for the image to be brought
from the shrine to the cathedral, as had been done during the great
flood of 1629-33.23
Above all, the record of guadalupanismo in Mexico before Vizarrón
arrived suggests that his efforts to promote the devotion depended
on initiatives and momentum that had been building for more than
thirty years. New shrines to Guadalupe were already established or
under construction in provincial cities of Valladolid, Zacatecas,
Antequera, and Pachuca during that time, and more of the
guadalupan sermons being published in the early eighteenth century
were originally delivered in provincial churches. The planning for a
college of ecclesiastical dignitaries (colegiata) at Tepeyac –one of
Vizarrón’s pet projects– dates back to the completion of the great
temple there in 1709, and petitions for licenses to found the college
met with success from the crown and papacy in 1717 and 1725,
long before he arrived. The college was not inaugurated until 1750,
after Vizarrón’s death, because the site lacked the required
settlement and infrastructure to qualify as a villa. The bicentennial
celebrations and founding of a capuchin convent at the shrine also
were planned before Vizarrón’s arrival and point to a new interest
in commemorative events that added to the popularity of the image
principle the elevation of the settlement at Tepeyac as a villa, AGN Reales Cédulas
Originales (RCO) 42 exp. 134. The cédulas completing the process of making the
settlement a villa were issued on august 21, 1748 and july 22, 1749, AGN RCO 68
exp. 32 and 69 exp. 16.
23
Archivo Histórico del Ayuntamiento de la Ciudad de México (AHACM) núm.
de inventario 62ª, the acta de cabildo for january 27, 1737 records the viceroy’s reply to
the ayuntamiento’s request for the image to be brought to the city.

137
William B. Taylor

and the apparition story before 1737. As a run-up to the bicentennial


of the apparition in 1731 (There had been no centennial celebration
in 1631.), the great church at Tepeyac was lavishly re-dedicated in
May 1722 and the cathedral dignitaries undertook a second inquiry
into the authenticity of the apparition story as part of a new petition
to Rome.24 A string of commemorations before the great epidemic
and declaration of the Virgin of Guadalupe as patroness followed.
On december 12, 1728 the 197th anniversary of the apparition was
celebrated in MC; in 1729 the centennial of the flood that marked
Guadalupe’s first great public miracle was observed, along with the
198 th anniversary of the apparition. Then the bicentennial
celebrations in 1731, and the 50th anniversary of the confraternity
to Guadalupe at Tepeyac in 1735.25
While a flowering of guadalupan devotion and sponsorship from
1737 to the end of the eighteenth century is abundantly documented,
the story becomes more complicated and fluid when particular
situations –places, people, and times– are considered. For example,
the history of confraternities dedicated to Guadalupe does not follow
a smooth trajectory of greater activity everywhere. For the
Archdiocese of Mexico the pastoral visit of 1683-85 found five
confraternities dedicated to Guadalupe in the ninety or so parishes
visited outside the Valley of Mexico, four of them in or near the
Valley of Toluca; the visit in 1717 found eleven guadalupan

24
The investigation was carried out in 1723, Informaciones sobre la milagrosa aparición
de la Santísima Virgen de Guadalupe recibidas en 1666 y 1723, Fortino Hipólito Vera, ed.,
2nd ed., México: Imprenta Gallarda, 1948, pp. 189-247.
25
1722-23: Boletín del Instituto Bibliográfico Mexicano (BIBM), núm. 5 (1905), p.
995, Gazeta de México, May 1722, Informaciones … en 1666 y 1723, pp. 189-247; 1728:
BIBM, núm. 4 (1903), p. 82, Gazeta de México, december 1728; 1729, BIBM, núm. 4
(1903), pp. 134-135, Gazeta de México, september 1729, pp. 152-153. Gazeta de México,
December 1729; BIBM, núm. 4 (1903), pp. 291-292, Gazeta de México, december
1731; 1735: BIBM, núm. 4 (1903), p. 583, Gazeta de México, december 1735. Men-
tion of these commemorations is also found in the actas de cabildo of Mexico City’s
ayuntamiento, AHACM.

138
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

confraternities, but only two of them near Toluca and most of the
new ones concentrated in parishes of the modern states of Morelos
and Querétaro situated close to the Valley of Mexico; and the pas-
toral visits of 1752-58 found fifteen, with a yet different regional
distribution. By then, only one was still active around Toluca, but
nine new ones appeared in the modern state of Hidalgo.26 So, these
formal institutions of lay devotion rose and fell in popularity and,
in a few cases, rural communities actively resisted the promotion
of guadalupanismo in their parishes.27 No place, except perhaps Mexico
City or the city of San Luis Potosí and its hinterland, fits the pattern
of steady growth to a tee, not even the community that grew up
around the shrine at Tepeyac in the seventeenth and eighteenth
centuries.28 Developments there during the eighteenth century
appear to be more the result of promotion by authorities in Mexico
City and opportunities for employment in construction than from
waves of ardent devotees moving to the holy site as if it were a
New World Varanasi.29
26
Archivo Histórico del Arzobispado de México (AHAM), pastoral visit books
of Archbishops Aguiar y Seixas, Lanciego, and Rubio y Salinas.
27
E.g. Tejupilco 1760, AGN Clero Regular y Secular (CRS) 204 exp.9; Tepetlaostoc
1758, AGN CRS 156 exp. 5; Acatlán, j. Tulancingo 1817, AGN CRS 136 exp. 8.
28
The set of reports on parishes and shrines in the Archdiocese of Mexico in
1743 rarely mention Our Lady of Guadalupe, Francisco de Solano, ed., Relaciones
geográficas del Arzobispado de México. 1743, 2 vols., Madrid: Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 1988. An example of the particular appeal of Our Lady
of Guadalupe in the vicinity of San Luis Potosí is the request by the parish priest of
San Francisco del Valle and his parishioners for permission to build a shrine to
Guadalupe in 1802. In his petition, the priest recalled the shrine in the city of San
Luis (“Hago memoria de el santuario de la ciudad de San Luis Potosí”) and said it
was difficult for his parishioners to go there or to other shrines, AGN, Civil 1806
exp. 2.
29
Support for the colegiata was never in doubt—endowments began to accumu-
late from influential devotees in Mexico City as early as 1708; a proposal was made
to the Council of the Indies in 1717 and approved in principle (Archivo General de
Indias, Audiencia de México, legajo 2531); a papal decree authorized its establish-
ment in 1725 (Delfina López Sarrelangue, Una villa mexicana en el siglo XVIII, México:

139
William B. Taylor

How much of this growth in guadalupan devotion was promotion


by elite devotees and how much was popular fervor? What was
guided by authorities and what was spontaneous and inner-directed?
The answers no doubt vary by place and time, and disentangling
promotion and devotion is next to impossible unless there is evidence
of coercion or direct resistance. Especially by the eighteenth century,
it was rarely a simple matter of promotion followed by devotion,
but whether leading or following, the official promotion seems to

Imprenta Universitaria, 1957, p. 32); and the next year a judge on the Audiencia de
México was named Protector Especial de la Colegiata in order to move the project
along (Gazeta de México, July 1728). To complete the process of establishing a
colegiata, however, it had to be located in a substantial, formal community desig-
nated as a villa. At Archbishop-Viceroy Vizarrón’s request, the crown authorized
the erection of a villa there in 1733, but certain physical requirements had not yet
been met (AGN RCO 52 exp. 134, december 28, 1733). The audiencia followed up
in 1735, authorizing first the formation of a lesser town, a pueblo de indios, although
the settlement at Tepeyac did not develop the structure of a recognized pueblo until
1741 (López Sarrelangue, Una villa, p. 33, 34). Population and organization were
part of the problem. In 1721 there were 918 souls dispersed among five Indian
barrios in the vicinity of the shrine, without a nucleated center (AGN Bienes
Nacionales [BN] 912 exp. 16). Lack of a regular water supply was part of the
problem. A water grant had been made in 1679 and attempts to build an aqueduct
to the site for domestic use were started in 1714 and 1727, but not completed until
1751 (López Sarrelangue, Una villa, pp. 84-90). On august 21, 1748 the standing of
the settlement at the shrine as a villa was affirmed by royal cédula and in 1749 the
townsite was reformed according to an approved plan, AGN RCO 68 exp. 32 and
AGN RCO 69 exp. 16, July 22, 1749. Soon thereafter, in 1750, the colegiata was
finally established.
By 1797 the parish of the villa of Guadalupe had grown to 2,168 souls, with the
town center accounting for half of the total (1,089), AHAM caja 1717-1797. Sur-
prisingly, the proportion of residents named Guadalupe had declined substantially
since 1721, even in most of the outlying Indian barrios of the jurisdiction. Six per
cent of Santa Ysabel Tola’s people were named Guadalupe in 1721, 3.8% in 1797;
10.7% of San Juan Sigualtepec’s people were named Guadalupe in 1721, 2.5% in
1797; in Santiago Zacualco, 4.5% in 1721 and .65% in 1797; and in San Pedro
Zacatengo, 2.6% in 1721 and 5.4% in 1797. In the villa itself only 1.1% of the
residents carried the name Guadalupe, and over half of them were living on the Ca-

140
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

have been well received for the most part across classes and regions.
Well received, but often taken in directions not intended or always
welcomed by official promoters. Images of Guadalupe and materials
associated with them circulated well beyond the reach of the carriers
who represented them officially, into the hands, homes, and chapels
of individuals, families, and landed estates, and into churches that
were visited by a priest perhaps once a year.30 Local enthusiasm
spilled beyond the official even in Mexico City where neighborhoods
and occupational groups like the street vendors of the Zócalo and
the honey merchants of the Calle de la Azequia celebrated their
own guadalupan fiestas and rosary processions on the twelfth of
every month and organized themselves into semi-for mal
brotherhoods without official license or close supervision. 31
Unlicensed, reportedly unruly guadalupan processions were
particularly worrisome to officials in the capital and elsewhere, as
lengthy cases against the Barrio del Hornillo in Mexico City in 1772-
73 and in Toluca in 1751 show.32 A campesino’s appeal for the
-lle de la Caxa de Agua. In all, 2% of the residents of the parish of the Villa de
Guadalupe in 1792 were named Guadalupe, compared to 4.2% in Arandas, Jalisco,
another parish dedicated to Our Lady of Guadalupe. Small numbers of Indians
from other parts of the Valley of México moved to the vicinity of Tepeyac in the late
sixteenth and seventeenth centuries; e.g. from Zumpango de la Laguna in 1587,
AGN Tierras 2948 exp. 60. Whether the early settlers were attracted by the aura of
divine presence more than by economic opportunity or dislocation the record does
not say.
30
Most were produced in Mexico City.
31
AGN CRS 27 exp. 2, 1797 “tratantes de la plaza”; AGN CRS 27 exp. 6, 1798
“comerciantes meleros de la calle de la azequia”; AGN CRS 151 exp. 7, Barrio San
Hipólito was in trouble over its unlicensed hermandad and irregularly licensed Rosary
processions.
32
AHAM caja 1751, Toluca; AGN BN 976 exp. 5 Barrio del Hornillo, parish of
Santa Cruz y Soledad. In 1776 Ignacio Vilchiz, a barber-surgeon who lived in the
portal de Santo Domingo in Mexico City reported to the Inquisition a procession
with pigskins filled with pulque and covered with flowers accompanied by many
horsemen who carried as a sort of banner an image of Our Lady of Guadalupe,
AGN, Inquisición 1099, exp. 11.

141
William B. Taylor

Virgin of Guadalupe’s intercession in his humble petition to a


colonial judge for mercy and justice might, in other circumstances,
become his battle cry, as a startled royalist commander at
Tlalpujahua, Michoacán reported in 1811: “… comenzó una alga-
zara de voces gritando ‘ahora es tiempo, Viva Nuestra Señora de
Guadalupe y mueran todos,’ y al instante descargaron sobre noso-
tros una lluvia inmensa de piedras”.33
The main point to be made about promotion and devotion during
the eighteenth century is that there was plenty of each. Promotion
and devotion rarely moved along entirely separate tracks or followed
one causal line. Simultaneously there was more institutionalization
of the devotion and more unauthorized contagion and enthusiasm.
A paradox contained in this history of guadalupan devotion and
promotion that further complicates the main story of dramatic
growth is that while the devotion was spreading throughout the
viceroyalty there was no corresponding movement of devout visitors
to Tepeyac from distant places.

II. Popularity without pilgrimage

Thinking about the medieval and early modern european tradition


of pilgrimage, I expected to find pilgrims and a pilgrimage literature
33
Gazeta del Gobierno de México, tomo 2, num. 23, 1811, pp. 151-152. While the
promotion/devotion conundrum makes too neat a separation and resists a general
answer, it is worth broaching and approaching with particulars as a way to guard
against timeless or poorly supported propositions like: guadalupanismo has always
been first and foremost an indian devotion; or its opposite, that guadalupanismo was
born creole in the mid-seventeenth century. Without much evidence or attention to
time, guadalupanismo is still assumed to have been a wildly popular indian devotion
from the early years of spanish colonization. Octavio Paz is only the most famous
writer to suppose that guadalupanismo was born indian and that indians turned to
this image of the Virgin Mary for consolation in their “spiritual orphanhood” in
the aftermath of conquest. Recent scholarship, based largely on apologetic texts
that were written by priests and published during the colonial period, has taken the
opposite tack, positing that early indian devotion is a myth, that guadalupanismo was
born and raised urban and creole spaniard. But clearly there were indian devotees of

142
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

for guadalupan devotion in the colonial Mexico. Guidebooks, books


of miracles, and scores of personal accounts of pilgrimage circu-
lated in Europe during the Middle Ages; and there are other records
in the form of certificates of pilgrimage and papal indulgences for
those who completed the journeys to Rome, Jerusalem, and
Compostela. Few christians undertook those great journeys, or
perhaps even went to a less remote regional shrine, but the idea of
the long-distance journey of hardship, penance, spiritual cleansing,
and reward was familiar to all and desired by many. Sacred jour-
neys have an important place in pre-columbian Mexican lore, too,
so I was surprised to find no guide books or accounts of long-dis-
tance pilgrimage to Tepeyac, no network of shrines and sacred routes
leading there during the colonial period, especially during the eigh-
teenth century when guadalupanismo was so obviously expanding.
Our Lady of Guadalupe from the Valley of Mexico and surrounding highland
communities who visited the shrine at Tepeyac by the early seventeenth century.
The celebration at that time of separate fiesta seasons at the shrine for indians and
spaniards is hard to account for otherwise. (See William B. Taylor, “Mexico’s Virgin
of Guadalupe in the Seventeenth Century: Hagiography and Beyond”, in Allan
Greer and Jodi Bilinkoff, eds., Colonial Saints: Discovering the Holy in the the Americas,
New York: Routledge, 2003, pp. 277-298.) And there is widely scattered evidence of
indian interest in Our Lady of Guadalupe during the eighteenth century, especially
in central Mexico. However, the growing prominence of indians in the record of
guadalupanismo during the eighteenth century may well owe as much to promotion
by leading creole and peninsular churchmen as to locally-generated Indian devotion.
The baptism and census records for parishes in central and western Mexico that I
have reviewed for the eighteenth century typically show about twice as many non-
indians as indians named Guadalupe. In a 1987 article, “The Virgin of Guadalupe
in New Spain: An Inquiry into the Social History of Marian Devotion”, American
Ethnologist 14: 1 (february 1987): 9-33, I examined baptism records for six Jalisco
parishes (the Guadalajara sagrario, Tlajomulco, Zacoalco, Arandas, Acatlán, and
Tonalá), one for the Valley of Oaxaca (Mitla), and one for the Estado de México
(Tenango del Valle). Recently I have added matrículas (lists of residents) for the
districts of El Cardonal and Zimapán in the state of Hidalgo, AGN BN 388, exp.
19, AGN BN403, exp. 17 and AGN BN 818, exp. 8. With the exception of Arandas,
the general pattern of more non-indian than indian Guadalupes holds for these
places. It is from evangelizing priests, more than from indian devotees

143
William B. Taylor

The literature on Mexican guadalupanismo imagines otherwise. To


Victor and Edith Turner, for example, the Virgin of Guadalupe
was Mexico’s “dominant symbol” presiding over what they called
“the total symbolic system” –situated at the apex of pilgrimage
routes, above an orderly hierarchy of shrines and images. The
Turners were persuaded that what they took to be a European
tradition of Christian pilgrimage had moved to America. They
wrote, “The medieval mode of Catholic pilgrimage was given a
new lease on life in the overseas empires of Spain, Portugal and
France… Foremost among the shrines of the major pilgrimage sys-
tems are those dedicated to the Mother of God… All are subordinate
in fame and catchment scope to the cultus of the Virgin of Guada-
lupe … The system ensures the constant crisscrossing of pilgrimage

themselves, that we have the main testimonials to an Indian essence of the cult in
the late colonial period. The affectionate term “la morenita”—the dark little Lady—
by which Guadalupe is universally known today does not appear in the records I
have examined before the 1740s, and was used to Spain as well as the New World to
refer to dark images of Mary. While many eighteenth-century sermons, especially
after the 1730s, referred to Our Lady of Guadalupe as favoring indians especially,
and indian devotion was being promoted in other ways, the sermons rarely state
that the image has an Indian appearance. A clear example is in mercedarian Cristóbal
de Aldana’s Crónica de la Merced de México, but it is quite late, probably from the
1770s: “Uno de los principales empeños de N.V.P. fue encender en los corazones de
aquellos Neófitos el amor y devoción a María Sma … No la mientan sino con el
tierno renombre de N. muy amada Madre: Totlatzo Nantze, y la Soberana Reyna ha
dado las más auténticas pruebas de lo que que se agrada del amor y ternura destas
pobres gentes, hasta aparecerce en su proprio trage su mismo modo de tocado, y
remedando su mismo color como se admira en la portentosa Imagen de
Guadalupe”, México: Biblioteca Nacional, 1953, p. 27. Even though promoted in
this way, Our Lady of Guadalupe was increasingly regarded as a sign of the sacred
for everyone. This was as true of sermons as of popular devotion. See, for
example the december 12, 1744 sermon delivered in Guanajuato by Joaquín Osuna
which develops the theme that Our Lady of Guadalupe is “from both Spains”, El
Iris Celeste de las católicas Españas, la aparición y patrocinio de N.S. de Guadalupe en las
Indias occidentales, Mexico: F.X. Sánchez, 1745.

144
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

ways, as in medieval Europe”.34 But Our Lady of Guadalupe and


Tepeyac did not predominate in this way. Hundreds of shrines
attracted devotees from beyond the immediate vicinity. While the
image of the Virgin of Guadalupe became the most widely known
object of faith in New Spain by the late eighteenth century, there is
little to suggest that the legendary site of the Virgin Mary’s
apparitions to Juan Diego was much more popular as a destination
for sacred travel beyond its vicinity than were half a dozen shrines
to other miraculous images, not to mention the hundreds of other
shrines that were regarded as essential to the wellbeing of people
living closer by. Little in the way of an interlocking system of
pilgrimage routes developed (even with the advent of railroads in
the late nineteenth century, when great streams of visitors began to
travel there), and there were about as many shrines to miraculous
images in Mexico 1850 or 2000 as in 1700. This is not a history in
which other shrines fell away in the face of irresistible attraction
and relentless promotion of Our Lady of Guadalupe.35
How could people be so attracted to the image of Guadalupe
without being equally interested in Tepeyac, where the image had
appeared on the cloak of a humble indian and was still displayed?
I am emphasizing attachment to place, but there are other
considerations, too. Few people could afford to go unless they
regarded it as the final journey, and the broken terrain, great distances,
and dangers of the road also discouraged long-distance travels.
Another consideration is the lack of official encouragement, if not
active discouragement, for european-style great pilgrimages on the
34
Image and Pilgrimage in Christian Culture: Anthropological Perspectives, New York:
Columbia University Press, 1978, p. 172. The eighteenth-century urban shrines in
diocesan capitals expressed the intention of building a network.
35
The subject of faith in territorial terms is a daunting challenge for historical
study. Tracking shrine visitors, migrants, and long-distance travelers including mu-
leteers, traders, hermits attached to shrines, missionaries, parish priests, alms collec-
tors, and bishops on pastoral visits is one approach, but it is easier said than done.
Locating images of Our Lady of Guadalupe is another.

145
William B. Taylor

grounds that pilgrims would contribute to vagrancy, social disorder,


and economic dislocations. Long penitential sojourns to a shrine
were part of the mental world of Hispanized subjects in New Spain,
but indulgences for actual pilgrimages were not issued by colonial
bishops, and when a creole spanish woman from Monterrey in
northern Mexico promised to go to Tepeyac if she recovered from a
grave illness in 1758, the bishop of Guadalajara was quick to excu-
se her from the vow.36 When christianity broke in on America is part
of an explanation. The new politics of religion in Europe during
the sixteenth century also worked against holy wanderers and travel
to remote destinations.37 Border crossings became riskier, and in
protestant regions religious pilgrimages were virtually eliminated.
In catholic areas they were regulated more closely, if not
discouraged, and sacred travel often was channeled toward shorter
journeys to regional shrines that reinforced the importance of
dioceses and state territories.38 Nevertheless, there remained more
36
Bancroft Library, 87/190m Mexican Miscellany, carton 2, “Sumaria ynformación
en orden a la marabilla de Nuestra Señora del Nogal”, 1758. The earliest long-
distance pilgrimage to Tepeyac I have seen documented was made by a small group
of Ópata people in early 1840, C. Dora Tabanico, “De Tuape a la Basílica de
Guadalupe”, in Memorias: IV Simposio de la Sociedad Sonorense de Historia, Hermosillo:
Instituto Sonorense de Cultura, 1991, pp. 133-138. It would be surprising if some
of the visitors to Mexico City for litigation and appeals to the viceroy or audiencia
during the seventeenth and eighteenth centuries did not make the short side trip to
Tepeyac, but I have not yet found mention of this in colonial records. Even when
Manuel Altamirano seemed to observe a change toward long distance pilgrimage to
Tepeyac in the late nineteenth century, he noted that the visitors were mainly people
from Mexico City: “[Es] una de las mayores fiestas del Catolicismo mexicano, la
primera seguramente por su popularidad, por su universalidad. … Es la ciudad de
México entera que se traslada al pie del santuario, desde la mañana hasta la tarde”,
Paisajes y leyendas. Tradiciones y costumbres de México, México: Porrúa (Sepan Cuantos,
375), 1979, p. 55.
37
Ronald C. Finucane, Miracles and Pilgrims: Popular Beliefs in Medieval England,
Totowa, NJ: Rowman and Littlefield, 1977, p. 217.
38
Philip M. Soergel, Wondrous in his Saints: Counter-Reformation Propaganda in
Bavaria, Berkeley: University of California Press, 1993.

146
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

long-distance travel to sacred places in Europe than in the


viceroyalty.
Another piece of the puzzle of limited pilgrimage may be found
in the notion of beauty and the significance of copies of religious
images in early modern catholic culture, before the age of mechanical
reproduction. Most of the painted copies that found their way into
parish churches and regional shrines were the same size as the image
at Tepeyac and executed with the greatest care to replicate it as
faithfully as humanly possible. If we take the viewpoint of the
consumers and makers of these many images, something more
complex was going on than slavish imitation emptied of spiritual
content. The standard of beauty for religious images had to do
with reception, more than originality -if a representation of Christ
or Mary or another saint evoked feelings of intense love and
contrition from devotees and thereby was pleasing to God and
invited his presence and favor, it could be considered beautiful.39
The effects -including miracles- were the proof. Accurate,
painstaking representation of the form and spirit of the subject
was understood to be especially pleasing to God. The richer the
materials and the more polished and exquisite the execution, the
more beautiful, perfect, and holy the result. And the more a copy
resembled the matrix image. the more it, too, invited Mary’s presence
and inspired a sense of awe. If a particular image was thought to
be of great beauty, thanks especially to its association with miracles,
what could be better than a nearly perfect copy, especially if the
two had touched? This was a conception of beauty that could

39
All were copies -“portraits”, as Florencia put it. There was only one original.
That was Mary, herself. As the lettering on one eighteenth-century painting of the
image put it, this was “viva copia de la copia viva de María Santísima” (on the first
illustration in Jaime Cuadriello and others, Zodíaco mariano: 250 años de la declaración
pontificia de María de Guadalupe como patrono de México, México: Museo de la Basílica de
Guadalupe, 2004).

147
William B. Taylor

value replication as the real thing.40 With a fine copy of the image
in a church within reach, or even a cheap print on a home altar,
there was less reason, rather than more, to go to Tepeyac on
pilgrimage. Guadalupe was already with you, if approached in the
right way.
If few devotees of Guadalupe were going to Tepeyac from great
distances, were they going somewhere else? Yes, they were going
to local and regional sites, usually on foot, or they were finding
Guadalupe at home.41 Even as concentration of the sacred in one
place was being promoted by viceregal and archiepiscopal officials
and spread out from there after 1737, decentralization was at work.
Mexico City and its officials always had difficulty convincing the
viceroyalty’s thousands of outlying settlements that they were not
the navel of the universe. Local copies of the Virgin of Guadalupe
were said to come alive—sweating, crying, bleeding, changing
expression—all signs of divine presence that beckoned to devotees.42
40
Art historian Clara Bargellini finds originality in this seemingly endless fascina-
tion with the image in eighteenth-century Mexico. In doing so she criticizes earlier
generations of art historians for not regarding the Guadalupe paintings as art, and
for ignoring the originality of Baroque production, “Originality and Invention in
the Painting of New Spain”, in Donna Pierce, ed., Painting a New World: Mexican Art
and Life, 1521-1821, Denver: Denver Art Museum, 2004, pp. 79-91.
41
The sensory experience of surroundings conferred by pedestrian travel seems
to be a key to past place-centered european experiences of location, and walking was
the common means of conveyance in Mexico until the twentieth century. Walking
was virtually the only means of travel over land before the arrival of european draft
animals, and it was fundamental to much colonial-era movement and place making.
I think of colonial land grant ceremonies in which the judge and interested parties
walked the boundaries of the property, pulling up grass and tossing stones in the
air as they went, and the circumambulations and other religious processions that
both marked the liturgical year and traced physical boundaries.
42
Other guadalupan images elsewhere were associated with miracles before the
eighteenth century, including a famous image in Antequera that remained untouched
by a fire in 1665, Francisco de Florencia, La estrella del norte de México (1695),
Guadalajara: 1895, pp. 146-149; a Guadalupana in the mission church of San
Francisco de Conchos, Chihuahua that sweated for three days in 1695, Lauro López

148
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

For example, at Temamatla, near Chalco in the Valley of Mexico,


local people announced in 1737 that their copy of Our Lady of
Guadalupe sweated and spoke to them-Mary was fully present right
there, in their image.43 And a millenarian movement at Tututepec in
the Sierra of Meztitlán (Hidalgo) in 1769 made even stronger claims
for the Virgin’s presence. The old man said to be the New Savior
was paired with a young woman who was reputed to be the
incarnation of Our Lady of Guadalupe. She had come to Tututepec
in the flesh, said one witness, because “Nuestra Señora de Guada-
lupe, la que apareció en México, cayó de su grandeza allá”.44 In less
provocative ways, most devotees living beyond the Valley of Mexico
were satisfied with the likeness of Guadalupe that was close at
hand, set among the other revered images in their local church or
on a home altar, or in a regional capital. Few seem to have felt
themselves powerfully “drawn to the image” at Tepeyac from great
distances, as so many devotees do today.

Beltrán, La Guadalupana que sudó tres días, Chihuahua: Editorial Camino, 1989; and
an image or incident in Apam, Hidalgo before 1722 mentioned by Br. José de
Lizardi y Valle in his prologue to the 1722-1723 inquiry, Informaciones sobre la milagros
aparición ..., p. 203. Omitting the details, Lizardi also mentions that there were many
other miracles associated with Our Lady of Guadalupe. Our Lady of Guadalupe
became a prominent patron in ex-voto paintings during the eighteenth century.
Several are published in Horacio Sentíes, La Villa de Guadalupe: Historia, estampas y
leyendas, México: Departamento del Distrito Federal, 1991, p.104, and Dones y promesas:
500 años de arte ofrenda (exvotos mexicanos), México: Fundación Cultural Televisa,
1996, pp. 55, 57.
43
Juan Francisco Sahagún Arévalo Ladrón de Guevara, ed., Gacetas de México,
1728-1742, in Nicolás León, ed., Bibliografía mexicana del siglo XVIII, México: Imp. de
Díaz de León, 1902-1908, Boletín del Instituto Bibliográfico, núm. 5, p. 722 (gaceta
for september 1737).
44
AGN Criminal 308 exp. 1, fols. 32-34, testimony of Diego Agustín. In his
summary of events, the alcalde mayor mentioned that followers brought to the
Savior’s “mosque” (mezquita) images of Our Lady of Guadalupe and San Mateo
from their home churches, fol. 12v.

149
William B. Taylor

Conclusion

The flowering of guadalupanismo in the eighteenth century, then,


leads back to many sacred places other than Mexico City and Tepeyac
more than it undercut their importance. Long-distance pilgrimages
themselves were rare, in part because distant places were not imag-
ined as more central than one’s own, except for a particular pur-
pose. While some shrines were better known and more visited than
others, devotees did not act as if there were a hierarchy of shrines
or a single dominant symbol in the Turners’ terms. For example,
the indians of Huejutla on the edge of the Valley of Mexico pre-
ferred to go with their musicians to the district headtown of Texcoco
to honor Our Lady of Guadalupe on december 12 in the 1770s
rather than either making the day-long trek to Tepeyac or staying
home and worshipping at the altar to Guadalupe in their village
church.45
This lure of the local in Mexican guadalupanismo has not
disappeared with the rise of Tepeyac as a great pilgrimage destination
since the advent of rapid transit. In conversation with a huichol
man from the mountains of southwestern Zacatecas who had visited
Tepeyac, historian Thomas Calvo recently brushed up against one
of those transforming acts of possession in which distance and
time collapse, and circulation of people and objects comes to rest
in place, as it did for Tututepec’s Guadalupe-in-the-flesh in 1769.
Calvo writes:
45
This practice is known because their parish priest pursued a two-pronged
formal complaint: that they did not celebrate the holiday at home and that the
district governor of Texcoco charged them half a real to attend the festivities there.
In response, the audiencia ordered the district governor not to collect fees for atten-
dance, but did not address the question of where the indians should celebrate the
holiday, AGN, General de Parte 59, exp. 251 (1777). Pilgrimages to the regional
shrine at San Luis Potosí are mentioned in the 1792 sermon preached there by
Antonio López Murto, El incomparable patronato mariano …, Mexico: Zúñiga y
Ontiveros, 1793, p. 19.

150
Meeting Our Lady of Guadalupe in Eighteenth-Century Mexico

En una de mis visitas a los huicholes, un hombre, que había visitado


la ciudad de México y el santuario de Guadalupe me enseñaba un
templo tuki, donde había un altar con ofrendas votivas y otros
símbolos, entre otros dos cuadros de la Virgen de Guadalupe. Yo
pregunté intencionadamente a mi informante huichol si esa “Virgen”
no era “Mexicana”, ya que era igual a la vista por él en México. Él
contestaba invariablemente a mis insistentes preguntas con una frase
lacónica: ‘No, la Virgen de guadalupe no es mexciana, es huichol’. Yo
intentaba hacerle ver que era un “símbolo tomado de México”, aunque
ellos la identifiquen también con la diosa Tanana. Finalmente
contestó: ‘Ya le he dicho que la Virgen de Guadalupe es nuestra, es huichol;
los vecinos [mexicanos] nos la robaron hace tiempo ...’ .46

As the fame of Our Lady of Guadalupe reached into remote


corners of the future Mexico, the image was on the way to becoming
a dominant symbol. But it was a peculiar kind of dominant symbol,
one that tended to reinforce the importance of many localities and
many images more than ordering a vast spiritual geography.
Territories of recognition and devotion were much larger than
territories of sacred travel; and, as important as alms collectors,
missionaries, pastoral visitors, and other official carriers may have
been to the territorial reach of particular images and shrines, much
of the dissemination occurred in secondary ways, from provincial
places and unofficial sources rather than from the main shrine. The
painstakingly executed eighteenth-century copies of Our Lady of
Guadalupe were likely to take on lives of their own rather than
propel the viewer to Tepeyac. To many guadalupan devotees, Mary
was as present in an admired copy or a found object that resembled
the Virgin of Guadalupe47 as she was in the matrix image.
This conception of immanence is more than a historical curiosity.
It continues to be expressed now and far from home. In addition to

46
“Prólogo” in Félix Báez Jorge, La parentela de María, Xalapa: Universidad
Veracruzana, 1994, p. 18.
47
For example, La Virgen de la Piedrita of Canalejas, Estado de México, found
in 1868. See Jesús García Gutiérrez, La Virgen de la Piedrita, 2nd ed., n.p.: 1993.

151
William B. Taylor

the paintings and mechanical reproductions of the image that they


own or visit, people find Mary-as-Guadalupe in the shadows cast
on the bark of a tree in Watsonville, California; in a pool of spilled
ice cream on a sidewalk in Houston, Texas; in a water stain on a
bedroom wall in Holly, Colorado; on the glass sheathing of an office
building in Clearwater, Florida; and on the back of a highway sign
in Yakima, Washington. People go to these places “to be with her,”
they say. Even in our time, then, when Tepeyac has become the
most visited of catholic shrines, in one of the world’s largest cities,
it is not just a center and periphery story. It was even less so in the
colonial period, when pious wayfarers sought less for individual
salvation in faraway places than for divine presence and favor in
the landscape of home.

152
Reconsideraciones sobre la guerra entre
México y los Estados Unidos

Josefina Zoraida Vázquez


El Colegio de México

L
a guerra entre México y Estados Unidos es tema traumático
para los mexicanos. Sin reconocer su inevitabilidad, se le ha
interpretado como pérdida total, una muestra de la debilidad
del México posindependentista.
México apareció como país independiente sin la suerte que el
destino reservó a los Estados Unidos. Éstos habían contado con
aliados en su lucha indenpentista contra una Gran Bretaña aislada
diplomáticamente, en una guerra ni muy larga ni muy sangrienta y
terminada con el reconocimiento formal del nuevo país a escasos
siete años. La suerte le concedió además otras bendiciones. Al tiempo
de aprobarse su segunda Constitución, se desató la Revolución Fran-
cesa que crearía veinticinco años de conflictos en el sistema inter-
nacional. De esa manera, el nuevo Estado pudo experimentar su
nuevo sistema de gobierno sin la interferencia de los poderes euro-
peos, aprovechar su estatus de poder neutral para comerciar con
los contendientes, pagar la deuda de la guerra de independencia,
beneficiarse con la emigración que arrojaban los beligerantes y apro-
vechar la oferta de Napoleón en 1803 de comprar la Luisiana.

153
Josefina Zoraida Vázquez

En 1804, los Estados Unidos y el Reino de la Nueva España


eran comparables en territorio y población. Mas el otrora rico reino,
puente entre continentes, cuya minería lo había hecho legendario,
con una agricultura, una ganadería y un comercio florecientes, en-
traba en una lenta bancarrota debido al costo de las desacertadas
guerras de su metrópoli y de las reformas realizadas para moderni-
zar el Imperio para obtener mayores recursos de los reinos america-
nos. Para principios del siglo XIX, la Nueva España empezaba a
dar muestras de descapitalización, situación que habría de agravar-
se con la larga y sangrienta guerra de independencia, enfrentada sin
aliados y que, además de fragmentar su sociedad y su territorio,
arruinaría su economía y le haría perder la mitad de la fuerza de
trabajo.
Por si fuera poco, el nuevo Estado entró al concierto de las na-
ciones en un momento poco propicio. España, fortalecida por la
Santa Alianza y el legitimismo surgido en el seno del Congreso de
Viena, pudo amenazar constantemente a su ex-colonia, a la que no
reconoció sino quince años más tarde, forzándola a endeudarse.
En circunstancias poco propicias, el nuevo Estado inició la bús-
queda del sistema de gobierno que iba a regirla y el liberalismo que
le sirvió de guía, resultó una fuerza desestabilizadora como en otras
partes. Por si fuera poco, la importancia que tenía el país para el
comercio o para las ambiciones territoriales de las nuevas poten-
cias económicas, la haría víctima de amenazas constantes y de in-
terferencia en sus asuntos internos. Así, la aquejó una inestabilidad
muchas veces fomentada por comerciantes y ministros extranjeros.

La utopía de Texas y sus resultados

México heredó un gran territorio de la Nueva España, pero poblado


de manera desigual y los habitantes se concentraban en el centro y
en el sur. Testigo de los buenos resultados que había obtenido su
vecina del norte, trató de colonizar los territorios fronterizos. Ofreció

154
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

generosas condiciones, pero limitó la admisión a colonos católicos,


prohibió la esclavitud y la venta de las tierras concesionadas y exigió
el respeto a sus instituciones, que en el momento de la primera y
más importante concesión, eran monárquicas y centralistas, lo que
deslegitima posteriores protestas por la intolerancia religiosa y el
cambio de sistema gubernamental. En realidad, las verdaderas
causas de la independencia de Texas fue el antiesclavismo mexicano,
los intereses de los especuladores y expansionistas norteamericanos
y la apertura de las primeras aduanas.
El fracaso del experimento texano provocó una gran amargura.
El gobierno había hecho toda clase de esfuerzos para sentar bases
privilegiadas que permitieran liberar la fértil área del norte, de to-
dos los problemas heredados del colonialismo y convertirla en un
área de progreso que enriqueciera a la nación y sirviera de modelo
para el desarrollo de todo el septentrión. Por eso se habían concedi-
do privilegios y excepciones que los texanos no aquilataron. Pero
no sólo se atrevieron a enajenar la tierra recibida, sino que reclama-
ron fronteras que Texas nunca había tenido y desataron toda una
campaña de descrédito contra México, para convencer al público
norteamericano que su lucha era un paralelo de la gesta del 1776.
La campaña fue tan exitosa que todavía se atribuye la independen-
cia texana a una “lucha por libertad”, contra la instauración del
centralismo y la dictadura militar. Se pasa por alto que paradójica-
mente extendiera el área de la esclavitud. A más de 150 años es
imprescindible despejar los mitos y comprender el pasado.
Era natural que el asunto de Texas afectara las relaciones entre
México y los Estados Unidos, sobre todo por las viejas ambiciones
que tenían sobre el territorio de Texas desde la compra de Luisiana,
pero también por el apoyo popular a la lucha texana, con el patente
disimulo de las autoridades norteamericanas. Es probable que los
mexicanos confundieran la opinión pública con la acción guberna-
mental, pero no faltaban bases para ello, pues el presidente Jackson
se declaró neutral, pero sin aplicar las leyes de neutralidad vigentes

155
Josefina Zoraida Vázquez

y ordenando en forma provocadora la movilización del ejército del


general E. P. Gaines frente a la frontera del río Sabinas, con autori-
zación de adentrarse “hasta Nacogdoches, en caso de necesidad”, 1
lo que llevaría a cabo. El ministro mexicano, Manuel Eduardo de
Gorostiza presentó constantes protestas ante el gobierno norteame-
ricano que las ignoró o justificó por la necesidad,2 causa inevitable
de la ruptura de relaciones.3

Un medio de presión: las reclamaciones

Por otra parte, el segundo ministro norteamericano, el especulador


texano Anthony Butler, empeñado en lograr la deseada venta de
Texas, había acumulado reclamaciones de sus conciudadanos y
presionaba por su pago. Las reclamaciones eran una maraña de
diverso orden. Algunas databan de la época colonial y de la lucha
independentista y muchas eran a todas luces inaceptables. La mayor
parte atañían al área comercial y fiscal: préstamos forzosos, doble
cobro de impuestos, daños en propiedad durante disturbios; otras
se relacionaban con el ejercicio de la justicia ante la conducta de
sus nacionales: acusaciones de concubinato, asesinato, participación
en invasiones o introducción de efectos no prohibidos expresamente,
como en el intento de un capitán norteamericano de descargar una
nave cargada de moneda falsa de cobre.
El gobierno mexicano insistía que las reclamaciones se presen-
taran ante sus tribunales y sólo ante la denegación de justicia, los
casos se presentaran diplomáticamente, pero franceses y norteame-
ricanos no sólo se negaron, sino que ni siquiera discriminaron las
reclamaciones. El Foreign Office británico, en cambio, las revisó y
1
Don Manuel Eduardo de Gorostiza y la cuestión de Texas. México, SRE, 1924,
51-59.
2
Dickins a Gorostiza, 13de octubre, 1836. Citado por Rives, op. cit., I, p. 380.
3
Correspondencia que ha mediado entre la legación extraordinaria de México y el
Departamento de Estado de los Estados Unidos sobre el paso del Sabina por las tropas que
mandaba el general Gaines. Filadelfia, 1836.

156
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

exigió sólo el cumplimiento estricto cuando se trataba de violación


de convenios o garantías amparadas por el tratado entre los dos
países e instó a sus nacionales a presentarlas ante los tribunales
mexicanos.
Durante la guerra de Texas, el secretario John Forsyth instruyó
al nuevo ministro, Powathan Ellis, a presionar el inmediato pago de
las reclamaciones, esperando que la comprometida situación, con-
vencería al país a vender la provincia. Jackson pensaba que había
razones suficientes para justificar “a los ojos de todas las naciones,
una guerra inmediata”, pero el Senado prefirió pedir las pruebas de
los agravios, pero no se pudo evitar la ruptura de relaciones.4 La
presión de los abolicionistas obligó a Jackson a descartar la anexión
de Texas y retardar el reconocimiento, según mencionó en su men-
saje anual de 1836, para evitar la suspicacia de los otros países,5
pero antes de entregar el mando a su sucesor, el 7 de marzo de
1837, el presidente reconoció a la nueva República.
La depresión económica y los enfrentamientos partidistas die-
ron un respiro a México y los Estados Unidos aceptaron en 1838 la
oferta del Ministro de Relaciones Exteriores, Luis Gonzaga Cue-
vas, de someter las reclamaciones a arbitraje. La negociación de
criterios y condiciones del arbitraje se ultimó en 1839. El Tribunal
lo constituirían dos mexicanos, dos norteamericanos y un represen-
tante del Rey de Prusia. Las reclamaciones presentadas importaban
7 585 114 pesos que quedaron reducidas a 2 016 139.6 El gobierno
norteamericano se negó a incluir las reclamaciones mexicanas, por
su “carácter nacional”, lo que inició la práctica de dejar las mexica-
nas, relegadas y sin reparación. En 1842, al concluir el arreglo de la
primera convención, ya había otras nuevas que requirieron una nue-
va, firmada en 1843.
4
Callahan, pp. 92-93.
5
Jackson al Congreso. Washington, 21 de diciembre de 1836, Richardson, op.cit.,
IV, 1484-1488.
6
Francisco de Arrangóiz, México desde 1808 a 1867. México. Porrúa, 1974. p. 308.

157
Josefina Zoraida Vázquez

El interés de Francia y Gran Bretaña por el comercio texano y la


posibilidad de detener el expansionismo norteamericano, le dieron
una dimensión internacional al asunto texano, por lo que para fines
de 1840 habían reconocido a la nueva república. Los británicos
aceptaron convertirse en mediadores con México para lograr el re-
conocimiento, con el estímulo de que la indemnización ofrecida a
México, les sería entregada a cuenta de la deuda mexicana. México
estaba inclinado a concederlo, convencido de la imposibilidad de
reconquistar la provincia perdida, pero el clamor público por las
agresiones texanas en el Golfo y el expansionismo de la República
que intentó anexarse Nuevo México en 1842, lo impediría.

El expansionismo y el espejismo de California

Para ese momento, empezaba a hacerse patente la fiebre expan-


sionista que el presidente Tyler aprovechaba para alcanzar popular-
idad. La prensa y la retórica política norteamericana no tenían la
menor restricción. Curiosamente, el general Santa Anna, que
gobernaba por entonces, también recurrió a una retórica belicosa,
lo que volvió a deteriorar las relaciones México-Estados Unidos y
ahora de manera progresiva, pues no faltaron ni incidentes, ni
pretextos, como el apresamiento de los aventureros norteamericanos
que habían participado en la expedición a Nuevo México, lo que
provocó el bloqueo de Estados Unidos al puerto de Veracruz.
Santa Anna, por otro lado, estaba convencido de la posibilidad
de que Texas volviera a anexarse a México, a cambio de una amplia
autonomía como la que concedida a Yucatán. Los texanos, apre-
miados por las deudas, deseosos de negociar se atrevieron a ofrecer
un soborno a Santa Anna. En una carta enviada por conducto del
ministro británico, a la indemnización de un millón de pesos que
los texanos ofrecían a México, agregaban 200 000 dólares “como
obsequio a los agentes de México que sean instrumentales en faci-
litar un arreglo entre las dos naciones”. 7 No lograron otra cosa que
7
Pakenham a Aberdeen, 17 de febrero de 1842, PRO FO 50, 153, 143-146.

158
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

apenar al ministro Pakenham que fue el intermediario de la enojosa


oferta. El presidente, Houston, que tramitaba la anexión a Estados
Unidos, por su parte se mostraba ansioso de ganar tiempo y ofreció
un armisticio;8 apenas negociado, el 22 de febrero de 1844, Houston
lo denunció al haber asegurado la anexión a Estados Unidos.

California, tierra prometida

Al problema texano se había sumado el peligro que corría Califor-


nia. Desde 1836, el presidente Jackson le había comunicado a Santa
Anna su interés por comprar el norte de California con la bahía de
San Francisco en 3.5 millones de dólares. El interés hizo que el
Departamento de Marina, entre 1838 y 1842, inspecionara la costa
del Pacífico. Las cartas y publicaciones de norteamericanos
establecidos, del vicecónsul británico, Alexander Forbes y de viajeros
ocasionales como el francés Eugene Duflot de Maufras, al difundir
las riquezas de la región, alimentaron el deseo anexionista.9
En la imaginación popular de todas las regiones de Estados Uni-
dos, el oeste parecía la respuesta a sus sueños, por lo que se exigía
la incorporación del Oregón y del norte de California, contagiando
al secretario de Estado Daniel Webster,10 a quien el ministro en
México había asegurado que México canjearía Texas y California
por las reclamaciones norteamericanas.
A los intentos abiertos, se sumaron los planes secretos, cuya prue-
ba está el incidente provocado por el comandante del Escuadrón
8
Pakenham a Aberdeen, 23 de marzo de 1843, Public Record Office, Londres,
Foreign 0ffice50, 161, 127-131 (en adelante PRO F050).
9
Entre ellos, las conferencias y artículos publicados por John J. Warner durante
su visita al este en 1840-1841, que predicaba la incorporación del territorio y la
construcción de un ferrocarril transcontinental para evitar que cayera en manos
británicas. Alexander Forbes publicó un libro en el que ensalzaba clima, recursos y
puertos y se avocaba por que Gran Bretaña se apoderara del territorio.
10
El ministro Waddy Thompson le hacía el entusiasta comentario: “Texas tiene
poco valor comparado con California, la tierra más rica, la más hermosa y saludable”.

159
Josefina Zoraida Vázquez

Naval en el Pacífico, Thomas Ap Catesby Jones que el 19 de octu-


bre de 1842 ocupó sorpresivamente el puerto de Monterrey, ante la
noción “errónea” de que existía estado de guerra entre los dos países.
El ministro Waddy Thompson explicó al gobierno mexicano que ha-
bía actuado sin instrucciones, pero nunca fue sancionado.
Nadie intentaría soslayar la responsabilidad del gobierno mexi-
cano que, por falta de recursos, mantuvo abandonado el remoto y
deshabitado departamento. Las escasas tropas que lo vigilaban ca-
recían de armas, uniformes, alimento y, por supuesto, de sueldo. El
abandono atizó movimientos federalistas, en los que se sospechó
intervención norteamericana. El gobierno mexicano trató de prohi-
bir la residencia de norteamericanos en los departamentos del no-
roeste,11 pero Thompson y otros diplomáticos alegaron que violaba
los tratados vigentes12 y la medida tuvo que ser abolida.
México no podía detener la avalancha expansionista. La marcha
hacia el oeste, iniciada desde la fundación de las colonias, desde
tiempos de Jefferson empezó a estar coordinada desde la Casa Blan-
ca y para la década de 1840 se había convertido en doctrina y ban-
dera de los partidos. Texas se consideraba un fruto maduro que
todos esperaban ver caer. En cambio, en medios comerciales y po-
líticos privaba la idea de que California bien valía una guerra, aun-
que todavía se confiaba en que la pobreza del erario, obligara al
gobierno mexicano a venderla.

Anexión, causa de guerra

Para fines de 1843, aunque los planes anexionistas se habían


consolidado, Texas provocaba disensiones entre los partidos y las
regiones, a causa del esclavismo. Dentro de ese marco, los rumores

11
Tornel al gobernador y comandante general de Sinaloa. 4 de julio de 1843. PRO
FO 50, 165, 101-102.
12
Bocanegra a Thompson, 21 de julio y 23 de agosto de 1843, William R. Man-
ning, Diplomatic Correspondence. VIII, pp. 547-548 y 555-557.

160
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

sobre proyectos abolicionistas británicos, iban a proporcionar la


justificación al anexionismo. Un agente texano llegó afirmar que
los británicos pretendían convertirla en “un refugio de esclavos
fugitivos de los Estados Unidos y después en una nación negra, una
especie de Haití”. 13 Las disenciones entre el norte y el sur,
presentaban a los anexionistas el dilema de que la anexión no fuera
asociada con la esclavitud y con una guerra con México. El secretario
Abel Upshur logró evitar toda retórica belicosa y se concentró en
negociar con el ministro mexicano, al que trató de convencer que
Estados Unidos tenían que anexarse Texas para neutralizar la
influencia inglesa, los problemas del contrabando y de los esclavos
fugitivos, pero que México obtendría “total justicia”, en su
compensación por la pérdida de Texas. El ministro Juan N. Almonte
interpretó esto positivamente, como prueba de que los Estados
Unidos reconocían los derechos mexicanos sobre Texas.14 De acuerdo
con esa tónica, en el mensaje de 1843, Tyler no mencionó los
“agravios” mexicanos, sólo la interferencia británica. Mas Upshur
murió en un accidente y su sucesor, el líder y teórico del esclavismo,
John C. Calhoun, tenía prioridades diferentes y se empeñó en
solucionar la exigencia de Houston de que los Estados Unidos
garantizaran la defensa de Texas en caso de ataque mexicano y
aunque sobrepasaba las facultades constitucionales del ejecutivo,
se comprometió15 y el 12 de abril se firmó el tratado para someterlo
al senado.
Calhoun trató de mantener una actitud conciliadora con México
y le preguntó a Almonte si México aceptaría una compensación. El
ministro mexicano contestó que era posible si se le garantizaban las
fronteras vigentes, es decir, el Río Nueces. Pero al firmarse el trata-

13
Smith a Calhoun, 19 de junio de 1843, citado por David Pletcher, The Diplomacy
of Annexation, Texas. Pregón and the Mexican War. Columbia, University of Mis-
souri Press, 1973, p. 80.
14
Rives, op.cit. I, 600-601.
15
Ibidem., pp. 608-609.

161
Josefina Zoraida Vázquez

do, Almonte consideró que el no haber consultado a México, en un


asunto que le concernía, hería la dignidad nacional. Calhoun le ofre-
ció enviar un agente a explicar la situación. Almonte confiaba que
el tratado no se aprobaría y que, en caso de guerra, México contaría
con el apoyo de dos y medio millones de esclavos rebeldes, negros
libres, indios y abolicionistas, pero recibió instrucciones de que si
se aprobaba la anexión, presentara una protesta vigorosa y pidiera
sus pasaportes.16 Para explicar la posición norteamericana, Calhoun
eligió al coronel Gilbert Thompson, a quien se instruyó expresar
interés en la adquisición de otros territorios. La visita de Thompson
a Santa Anna, sirvió para que éste decidiera organizar una expedi-
ción a Texas y envió un mensajero para solicitar fondos, al congre-
so que le era hostil.
El Conde de Aberdeen, ministro británico de Asuntos Extranje-
ros, que promovía el reconocimiento mexicano de Texas, en un despa-
cho al ministro en Washington, sintetizaba la posición británica. El
interés británico en el reconocimiento de México lo dictaban los
beneficios que daría al comercio, sin el menor designio de dominio;
en cambio lo estaba en “ver abolida la esclavitud”. Estas palabras
provocaron que Calhoun hiciera una confesión abierta de credo
esclavista, la que condenó al fracaso al tratado, rechazado el 8 de
junio por el senado. Tyler no se dio por vencido y envió el docu-
mento a la cámara de representantes para buscar una alternativa, mien-
tras la noticia hacía a Santa Anna, con su acostumbrada imprevi-
sión, abandonar la organización de la expedición a Texas.
Para entonces, el candidato demócrata a la presidencia, James
K. Polk, había logrado conjugar la simpatía del norte y del sur al
clamar por “la reanexión de Texas” y la “reocupación de Oregón”.
California no se mencionaba, pero los expansionistas empezaban a
invadirla.
En momentos tan delicados, la situación política mexicana volvió
a dar muestras de inquietud y la postergación de la campaña de
16
Bocanegra a Almonte, 10 y 30 de mayo de 1844. Pletcher, op. cit., p. 154.

162
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

Texas dio pretexto para una revolución cívica que hizo caer al
gobierno de Santa Anna el 6 de diciembre de 1844. Unos días antes,
el ministro británico había logrado convencer a Santa Anna a fijar
las condiciones del reconocimiento de Texas, advirtiéndole el peligro
que significaba para California el expansionismo norteamericano.17
En una entrevista con el ministro mexicano el 29 de mayo de 1844,
el Conde de Aberdeen había llegado a ofrecer la garantía franco-
británica para la frontera mexicana, a cambio del reconocimiento
de Texas, que se comprometía a no anexarse a otro país,18 pero Santa
Anna fue incapaz de percatarse del alcance de la oferta y cuando lo
aceptó en noviembre, era tarde.
Para febrero de 1845, el Congreso norteamericano había discu-
rrido aprobar el tratado de anexión Resolución Conjunta de las dos
cámaras, como si fuera asunto interno. Al enterarse, Aberdeen y su
ministro en México decidieron hacer un último intento e instaron
de nuevo al gobierno mexicano. Los agentes de Gran Bretaña y
Francia en Texas lograron que Texas solicitara el reconocimiento
mexicano el 29 de marzo de 1845, comprometida a no anexarse a
otro país y a someter a un arbitraje el desacuerdo sobre las fronte-
ras. El propio agente británico condujo el documento a bordo de un
barco francés y luego volvió con el documento mexicano. Este lle-
gó en un ambiente impregnado de anexionismo y el 21 de junio fue
rechazado al aprobarse la anexión que fue ratificada por una con-
vención en julio.
Al llegar la noticia oficial de la resolución conjunta, el ministro
de Relaciones Luis Gonzaga Cuevas comunicó al representante nor-
teamericano la decisión del gobierno de México de interrumpir las
relaciones.19
17
Banknead a Aberdeen, 29 de noviembre, 1844. PRO, FO 50, 177, 76-82 y
Josefina Zoraida Vázquez, “Santa Anna y el reconocimiento de Texas”. Historia
Mexicana, XXXVI:3 (1987), pp. 553-562.
18
Aberdeen a Banhead, 3 de junio de 1844, PRO FO 50, 172, 33-36;
Memorándum, 31 de mayo de 1844, Ibid., 180, 21-25.
19
Cuevas a Shannon, 2 de abril de 1845, PRO FO 50,185, 6-7.

163
Josefina Zoraida Vázquez

La noticia de la anexión y el intento fallido mexicano selló la


suerte del mejor gobierno que había regido a México desde la inde-
pendencia. Para los norteamericanos, ahí terminaba la cuestión de
Texas, pero no para los mexicanos. Carente de recursos, el gobierno
mexicano trató de prepararse para la guerra que anunciaba el
expansionista James Polk en la Casa Blanca. Su agente especial en
Texas, Robert Stockton, aparentemente buscó la forma de que se
provocara una guerra con México, para que Estados Unidos se vie-
ran forzados a intervenir en defensa del nuevo estado.20
La fiebre del “Manifest Destiny” permeaba el ambiente y aun-
que los comunicados oficiales afirmaran que se abstendrían de ac-
tos hostiles contra México, todo parecía desmentirlos. La retórica
tramposamente hablaba de “resistir la invasión” mientras las flotas
de guerra norteamericanas se presentaban frente a puertos mexica-
nos en las dos costas y el movimiento expansionista, bajo la inspi-
ración de Polk llegó por entonces al paroxismo y consolidada la
anexión de Texas, clamaba por todo el Oregón (54o 40’or fight!).
En su discurso inaugural, Polk afirmaba que los títulos al Oregón
eran incuestionables y los norteamericanos se preparaban “para ra-
tificarlos ocupándolo con sus esposas e hijos”. 21 Esto despertó una
esperanza mexicana en una guerra entre Gran Bretaña y Estados
Unidos, pasando por alto la advertencia británica constante de que
en caso de un enfrentamiento, mantendrían la neutralidad.
Consumada la anexión de Texas, todos sabían que California era
la verdadera meta de Polk. Su situación era débil, con apenas una
población de 24, 800 mexicanos, divididos políticamente. A los
680 extranjeros, empezaron a unirse los que la invadían por todos
lados. Como en el caso de Texas, los expansionistas insistían en la
necesidad de intervenir para evitar que la rica provincia se convir-
tiera en protectorado británico.
20
Glenn W. Price, Origins of the War with México: the Polk Stockton Intrigue.
Austin, University of Texas Press, 1967.
21
Richardson, op.cit, IV.

164
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

En México se vio con pesimismo el destino de California y se


llegó a sugerir en el Congreso la conveniencia de venderla o cederla
a Gran Bretaña a cambio de la deuda. El ministro mexicano en
Londres aconsejó formar con ella un estado independiente garanti-
zado por Francia y Gran Bretaña y el cónsul británico Erwin
Mackintosh se atrevió a elaborar un ambicioso proyecto para una
concesión de 20 años para colonizar y explotar minas, pesquería,
agricultura e industria en Califonia, por la que estaba dispuesto a
pagar 10 millones de pesos.
A pesar de lamentar la ocupación norteamericana de California,
Aberdeen mantuvo como prioridad “el equilibrio europeo” y su de-
seo de no comprometer la cuestión del Oregón,22 de manera que se
limitó a aconsejar que México evitara declarar la guerra para que
los Estados Unidos “no tuvieran derecho a ocupar ninguna parte
de su territorio”. 23

Camino inexorable hacia la guerra

Los norteamericanos consideraban la cuestión de Texas como asunto


concluido, pero “lamentando sinceramente que el gobierno de
México se hubiera ofendido”, decidieron enviar a William Parrot
como agente confidencial para convencer al gobierno mexicano de
que era en “el verdadero interés de su país... renovar relaciones
amistosas”24. Parrot no logró acercarse al gobierno, por lo que en
septiembre Buchanan ordenó al cónsul norteamericano que
averiguara si el gobierno mexicano recibirla un comisionado espe-
cial.25 Dada la comprometida situación mexicana, tanto interna como
externa, el ministro mexicano aceptó la oferta, pero insistió en que
22
Murphy a Relaciones, 1 de febrero de 1846, ibidem, pp. 62-64.
23
Murphy a Relaciones, 1 de agosto de 1845. Antonio de la Peña, Lord Aberdeen,
Texas y California. México, SRE, 1935, pp. 36-38.
24
Buchanan a Parrott, 28 de marzo de 1845. Carlos Bosch García, Las reclamaciones,
la guerra y la paz. México, UNAM, 1985, pp.474-476.
25
Buchanan a Black, 17 de septiembre de 1845. Bosch, op.cit., pp. 584-585.

165
Josefina Zoraida Vázquez

sólo se recibiría un comisionado “con plenos poderes... para


arreglar de un modo pacífico, razonable y decoroso la contienda
presente”, y que se retirara la totalidad de “la fuerza naval que
está a la vista en nuestro puerto de Veracruz”. 26
El secretario de Estado eligió a John Slidell, pero le dio a su
misión el carácter de enviado y ministro plenipotenciario para
arreglar las reclamaciones norteamericanas, “que habían puesto a
prueba la paciencia de los Estados Unidos”. Se le instruyó que pues-
to “que es hecho bien sabido a todo el mundo que el gobierno mexi-
cano no está en condiciones de satisfacer estas reclamaciones por
pago directo”, podría cumplir con ellas con un ajuste de la frontera
y el pago lo asumiría el gobierno norteamericano. Aunque inistían
en que la frontera justa era el Río Grande, tanto por la declara-
ción del Congreso texano en 1836 como por haber sido parte
de la vieja Luisiana, se ofrecía que si México aceptaba la línea del
río Bravo, desde su desembocadura hasta su nacimiento, los Esta-
dos Unidos asumirían las reclamaciones. A cambio de la parte de
Nuevo México al este del Río Grande, el presidente ofrecía cinco
millones. El segundo punto de “gran importancia para los Estados
Unidos” era la obtención de California, antes de que Gran Bretaña
y Francia se apoderaran de ella. Se intruía también a Slidell restau-
rar las relaciones amistosas que habían existido y contrarrestar la
influencia europea contraria a Estados Unidos27 y como “materia
de suma importancia”, averiguar los designios de México para ce-
der California a Gran Bretaña y Francia, porque:

la posesión de la bahía y puerto de San Francisco es de gran


importancia para E.U... California es apenas nominalmente parte de
México... el presidente desea que Ud. ponga sus mejores esfuerzos
en obtener una cesión de esa provincia... El dinero no será problema,
comparado con el valor de la adquisición... el presidente no dudará
en dar, además de el pago de las reclamaciones... veinticinco millones

26
De la Peña a Black, 15 de octubre de 1845. Bosch, op. cit., pp.613-623.
27
Rives, op. cit. , II, pp. 67-69.

166
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

de dólares por la cesión... No necesito prevenirlo de que no vaya herir


la vanidad nacional... sería difícil que hubiera un problema de honor
entre los E.U. y un poder tan débil y degradado como México.28

Slidell no podía llegar en peor momento. El movimiento de tro-


pas norteamericanas hacia el río Grande y la aparición de la escuadra
frente a los puertos del Golfo habían inquietado la opinión públi-
ca, justo al momento en que un movimiento militarista, en
connivencia con la conspiración monarquista patrocinado por la
corona española, estaba a punto de derribar al gobierno constitucio-
nal. Este, debilitado por los rumores de que recibiría al agente norte-
americano para vender Texas y California, esperaba un comisiona-
do especial para aclarar la situación creada por la anexión de Texas,
pactar la indemnización y reanudar relaciones. Los puntos de vista
no podían ser más distantes, pues para el secretario de Estado Buchanan
el asunto de Texas era “materia cerrada y no debía convertirse en
cuestión”, su único objetivo era la compra de territorio.
El gobierno deseaba evitar la guerra, pero le era imposible reci-
bir a Slidell. Este decidió esperar a que el nuevo gobierno fuera más
receptivo, pero sus esperanzas resultaron vanas, pues éste tampoco
lo recibió.

En vísperas de la guerra inevitable

México se encontraba en la peor encrucijada de su historia. A la


bancarrota total y el acoso de sus acreedores se sumaba la la ruptura
de relaciones con Francia, por un incidente baladí y la discordia
que causaba la incapacidad de los gobiernos de defender con
eficiencia al país. Conservadores y federalistas se disputaban el poder,
los unos para traer un príncipe europeo y los otros para hacer volver
a Santa Anna, que estaba exiliado en Cuba. La Corona española no
podía haber elegido peor momento para patrocinar la reinstauración
28
Buchanan a Slidell, 10 de noviembre de 1845. Bosch, op. cit., pp. 613-623.

167
Josefina Zoraida Vázquez

monárquica en México, proyecto que contaba con el visto bueno de


Francia y Gran Bretaña,29 pues la intriga española dejaba a México
sin aliados en la guerra que se avecinaba e introducía una causa
más de disidencia política en México.
El movimiento militarista dirigido por el general Mariano Pare-
des despertó esperanzas por su fama de honestidad y eficiencia,
pero fue incapaz de sacar a la economía mexicana del marasmo en
que se encontraba y la propaganda monarquista que propició, sirvió
para unificar los esfuerzos federalistas, hasta entonces divididos.
Mientras en México debatían republicanos y monarquistas, Polk
al recibir las noticias del fracaso de Slidell en diciembre de 1845,
ordenó el avance de las tropas del general Zachary Taylor hacía el
río Grande, es decir, dentro de territorio mexicano o en el peor de
los casos territorio en disputa. Para marzo de 1846, Taylor había
llegado a la boca del río Grande; uno de los oficiales norteamerica-
nos, el coronel Ethan Hitchcok, confiaba a su diario: “no tenemos
una partícula de derecho de estar aquí... parece como si el gobierno
hubiera enviado una pequeña fuerza para provocar la guerra y tener
un pretexto para tomar California”. 30
El incidente que Polk ansiaba no tardó en tener lugar y el 25 de
abril hubo un tiroteo y algunos muertos en el Río Grande. Taylor
envió un mensaje lacónico: “las hostilidades pueden considerarse
iniciadas”, que llegó a Washington el 9 de mayo. Polk tenía listo su
mensaje de declaración de guerra, al que sólo agregó la frase “san-
gre norteamericana se ha derramado en suelo norteamericano” y lo
envió al congreso. El mensaje hacía un largo recordatorio “los agra-
vios perpetrados por México en nuestros ciudadanos desde hace
mucho tiempo” y puesto que había iniciado la guerra, era necesario
vindicar el honor, los derechos y los intereses del país.31
29
Papeles del Ministro en México, Salvador Bermúdez de Castro, Archivo Histórico
Nacional, Madrid. Estado, leg. 5869.
30
Ethan Alien Hitchcock, Fifty years in Camp and Field. Diarv of Maior General...
Nueva York, Putnam’s and Sons, 19 09, p. 213.
31
Richardson, op.cit., V, pp. 1382-1414.

168
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

Los recursos solicitados por Polk para la guerra fueron aproba-


dos por una enorme mayoría de diputados. En el senado hubo una
pequeña oposición a la afirmación, a todas luces falsa, de que la
guerra hubiera sido iniciada por el vecino país. A muchos les pre-
ocupaba el carácter que tendría la guerra y en especial que el objeto
de conquistar territorio extendiera la “institución peculiar”. Pero
nadie se atrevió a bloquear los recursos para una guerra que conta-
ba con apoyo popular.
Con toda anticipación se habían dado órdenes a la escuadra norte-
americana para ocupar San Francisco y otros puertos mexicanos del
Pacífico en cuanto se declarara la guerra, como bloqueo a los puertos
del Golfo. Mas difícil era la organización de la invasión terrestre, pues
no existían cartas topográficas y cartográficas del interior de México, el
servicio autorizado para voluntarios era corto y fue difícil decidir quien
debía dirigir el ejército que seguiría la “ruta de Cortés”, de Veracruz a
México. Como lo más importante era ocupar Nuevo México y Califor-
nia, se ordenó al general Stephen Kearny, estacionado en Missouri,
avanzar en esa dirección, la verdadera meta de la guerra. Finalmente se
designó al general Winfield Scott para la invasión del centro.

Una intervención de muchos frentes

Polk deseaba sólo una pequeña guerra, “suficiente para requerir un


tratado de paz”, seguro de que la imposibilidad de que México
pagara, lo obligarla a ceder territorio. Pero Polk prefería evitar los
costos de una guerra, pues sabía bien que cualquier tema podía
atizar las diferencias regionales. Por ello había autorizado entablar
negociaciones con el general Santa Anna, a través de un agente
especial que viajó a La Habana. Según Polk,32 Santa Anna estaba en
favor de un tratado que ajustara la frontera entre los dos países en
el río Grande y en ceder Nuevo México y California por 30 millones.33
32
13 de febrero de 1846 en el Diario de Polk, citado por Rives, II, pp. 119-120.
33
Durante gran parte del siglo XIX el dólar y el peso estuvieron a la par. Fue en
la década de 1890 que el peso empezó a devaluarse con la baja continua de la plata.

169
Josefina Zoraida Vázquez

Santa Anna, que venía preparando su vuelta al poder necesitaba


a todas luces poder cruzar a través del bloqueo, lo que lo hizo simu-
lar aceptar que facilitaría las negociaciones de paz. Pero el supues-
to arreglo con el agente norteamericano trascendió a la prensa mexi-
cana lo que despertó dudas sobre la lealtad del general en jefe del
ejército, más tarde presidente de la República, un factor más de
desmoralización mexicana.
Las primeras derrotas mexicanas ante las tropas de Taylor en
mayo de 1846, terminaron por desacreditar a la administración de
Paredes y al ejército mexicano, lo que facilitó el triunfo federalista
el 4 de agosto del mismo año. Antes de terminar ese mes, Santa
Anna había vuelto a México. De inmediato partió rumbo a San Luis
Potosí para organizar la defensa, casi al tiempo que Monterrey caía
en manos de Taylor.
L a movilización de voluntarios sin entrenamiento, la falta de recur-
sos y escasez y atraso técnico de la artillería, iban a hacer muy sangrien-
to el intento mexicano de defensa. Nuevo México y las Californias
estaban prácticamente indefensas y los intentos hechos por sus habi-
tantes contra la invasión, fueron incapaces de evitar que Kearny y la
escuadra norteamericana consolidaran la conquista en enero de 1847 y
las declarara anexadas.
Taylor enfrentó la mayor resistencia de la guerra cerca de Saltillo,
en la Angostura, el 21 y 22 de febrero. Santa Anna se había
multiplicado para reunir dinero, armas y hombres; había pensado
entrenar sus voluntarios, pero la falta de municiones y acusado de
traición por el retardo necesario, decidió avanzar por el extenso
semidesierto entre San Luis y Saltillo, sin los debidos
abastecimientos, en lugar de dejar a Taylor acometiera la empresa.
La derrota desarticuló el ejército mexicano y por ello, en adelante,
el norteamericano se enfrentaría sólo a los restos que hicieron
intentos desesperados en Churubusco y Chapultepec. En Veracruz
y la ciudad de México resistió el pueblo.
Desde los primeros meses de 1847, Polk había nombrado a
Nicholas Trist como ministro plenipotenciario para unirse a las fuer-

170
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

zas de Scott y estar en todo tiempo dispuesto a negociar la paz.


Aunque Santa Anna hubiera querido cumplir con el “compromiso”
hecho con Polk, el Congreso mexicano anuló toda posibilidad, al
prohibir que el ejecutivo negociara la paz.
La confianza de los norteamericanos en la superioridad de sus
instituciones, confió en que muchos estados del norte las preferi-
rían y se separarían, por lo se ordenó favorecer todo intento de
secesión. Taylor revivió el viejo intento texano de crear la Repúbli-
ca del Río Grande. Polk temía a la Iglesia como fuente de resisten-
cia y tramó medidas para neutralizarla, aprovechando el descon-
tento de la Iglesia por las medidas anticlericales del gobierno. Para
ello se envió un prominente católico, Moses Beach, para entrevis-
tarse con la jerarquía mexicana, sin que lograra resultados. También
se dirigieron proclamas dirigidas al pueblo afirmador que la guerra
era contra el gobierno y que

su religión, altares e iglesias, la propiedad de estas y de sus ciudadanos,


el emblema de su fe y sus ministros serán protegidos y permanecerán
inviolables... En cada ciudad y villa de la Unión, existen iglesias católicas
y los sacerdotes desempeñan sus funciones sagradas en paz y
seguridad.34

Poco después de iniciada la invasión del ejército de Scott, en junio


llegó el comisionado norteamericano Nicholas Trist. El avance se re-
tardó por la necesidad de asegurar la retaguardia amenazada por las
guerrillas mexicanas. Trist también tenía instrucciones para hacer
ofertas de compra por diversas extensiones de territorio, con un máxi-
mo de indemnización de 30 millones. Las adquisiciones prioritarias
eran California y Nuevo México, pero se incluía la posibilidad de
compra de Baja California y el libre y perpetuo tránsito por el Itsmo
de Tehuantepec.
A través de los británicos, Trist anunció al gobierno mexicano su
presencia e hizo algunos intentos por sobornar a Santa Anna, que
34
Proclama enviada por Marcy a Taylor, 4 de junio de 1846, Rives, op.cit., p. 228.

171
Josefina Zoraida Vázquez

de nuevo simuló aceptar para ganar tiempo en la organización de la


defensa de la ciudad de México. Pero las condiciones financieras y
el deplorable estado del ejército era casi imposible, lo que facilitó
que a fines de agosto se negociara un corto armisticio, durante el
cual tuvieron lugar las primeras pláticas entre Trist y los
comisionados mexicanos nombrados por Santa Anna. Para los
mexicanos, las exigencias territoriales de Estados Unidos resultaron
desproporcionadas y con poco sentido de la realidad se negaban a
admitir la frontera del río Grande e hicieron una contrapropuesta
en que aceptaban la cesión hasta el paralelo 37o, incluyendo San
Francisco, pero no Monterrey y, desde luego, tampoco Nuevo
México, exigiendo que Gran Bretaña garantizara la frontera.
Las limitadas facultades de los comisionados mexicanos, las exi-
gencias de Trist y la reacción popular contra el armisticio, rompie-
ron las negociaciones y al reanudarse las hostilidades no tardó en
caer la capital de la República. Después de la batalla de Chapulte-
pec era evidente de que se carecía de recursos para defenderla, por
lo que Santa Anna decidió ordenar la retirada, no sin antes renun-
ciar a la presidencia. El pueblo hizo los más desesperados esfuer-
zos por defender su ciudad, pero a pesar de las grandes bajas
inflingidas al invasor, la ciudad fue ocupada el 15 de septiembre.
La incertidumbre asaltó a los miembros del gobierno acéfalo en
tan terribles circunstancias. Por fortuna, Manuel de la Peña, presi-
dente de la Suprema Corte de Justicia, indicado por la Constitución
para suceder al presidente, aceptó el difícil reto y se trasladó a Que-
rétaro. El reconocimiento de los gobiernos de los estados y la re-
unión del Congreso Nacional que lo respaldaba se logró, a pesar de
las diferencias partidistas.
Para entonces no cabía duda de que era una guerra de conquista
y no de reparación de “agravios inflingidos por México”, lo que
suscitó divisiones regionales en Estados Unidos. Los representantes
de los estados antiesclavistas pretendieron que se garantizara que
la esclavitud no se extenderla a los territorios conquistados, pero

172
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

las victorias estimularon el apetito territorial de los expansionistas,


que empezaron a exigir la absorción total de México. Polk también
se alucinó y amplió sus ambiciones que ahora incluían los estados
deshabitados al norte de la Sierra Madre, por eso, al recibir las
noticias del fracaso de las negociaciones de Trist, en septiembre,
con el pretexto de que había que esperar a que México fuera el que
solicitara la paz, ordenó el regreso de Trist. En su mensaje de
diciembre 7, Polk advertía que la testarudez mexicana sólo le
ocasionaría mayores pérdidas.
La organización del gobierno provisional y el éxito de De la Peña
en imponer su autoridad hasta el grado de arrebatar el mando del
ejército a Santa Anna, animó a Trist a dirigirse al ministro de Rela-
ciones en octubre. Mas cuando éste había nombrado a los nuevos
comisionados, llegaron las órdenes de Polk y Trist anunció su parti-
da. Los comisionados mexicanos y el propio general Scott lo insta-
ron a quedarse puesto que las negociaciones podían considerarse
iniciadas y existía el peligro de que los partidarios de continuar la
guerra, radicales y conservadores, lograran imponerse. Trist vaciló,
pero convencido de los deseos de su país de hacer la paz, terminó
por quedarse.
Los comisionados mexicanos Bernardo Couto, Luis G. Cuevas y
Miguel Atristáin cargaron con la amarga tarea de negociar el ingrato
tratado de paz. Media República estaba ocupada, por lo que su mi-
sión era salvar lo posible. Trist, ante el problema de haber desafia-
do órdenes de volver, tenía menos flexibilidad y tuvo que ceñirse
estrictamente a las instrucciones originales y exigió la cesión de
San Diego, el valle del Gila y la frontera hasta el río Grande. Los
comisionados pudieron salvar Baja California y que quedara unida
por tierra a Sonora y evitar hacer concesiones sobre Tehuantepec.
Preocupación primordial de los comisionados mexicanos fue ase-
gurar los derechos de sus conciudadanos que vivían en las zonas
cedidas.
El artículo 5 fijo la frontera entre los dos países de acuerdo al
mapa de Disturnell de 1847 que, por desgracia, contenía varios erro-

173
Josefina Zoraida Vázquez

res que resultaron costosos a México. Los artículos 7 y 9 garantiza-


ban los derechos de los mexicanos que decidieron permanecer en
aquéllas regiones:

...those who shall prefer to remain in the said territories may either
retain the title and right of Mexican citizen, or acquire those of citi-
zens of the United States... In the said territories property of
everykind, now belonging to Mexicans now established there, shall
be inviolably respected.

Para evitar cualquier duda, el artículo 9 insistía en que los


mexicanos que no expresaran mantener su nacionalidad mexicana,
adquirirían la norteamericana con

all the rights of the citizens of the U.S. according to the principies of
the Constitution... and secured in the free exercise of their
religión,without restriction.

El único artículo favorable a los intereses mexicanos fue el 11, que


garantizaba protección de la frontera norte de los ataques indígenas.
Trist aceptó el compromiso puesto que el gobierno norteamericano
había utilizado la incapacidad mexicana para controlar esas incursio-
nes, como argumento para presionar la venta del territorio:

Considering that a great part of the territorios which, by the present


Treaty, are to be comprehended for the future within the limits of
the United States, is now occupied by savage tribes, who will hereaf-
ter be under the exclusive control of the Government of the U.S.
and whose incursions within the territory of México would be
perjudicial in the extreme: it is solemnly agreed that all such incur-
sions shall be forcibly restrained by the Government of the U.S.,
whensoever this may be necessary and the when they cannot be
prevented, they shall be punished by the said Government, and
satisfaction for the same shall be exacted: all in the same way, and
with equal diliqence and enerqy. as if the same incursions were medi-
ated or committed within its own territory against its own citizens.

174
Reconsideraciones sobre la Guerra
entre México y los Estados Unidos

El articulo 12 fijó una indemnización de 15 millones, que no


pagaba la tierra conquistada por las armas, sino que se conside-
raba como el prorrateo que correspondía a los territorios perdidos,
de la deuda exterior adquirida por la nación. El 14 exoneraba a la
República Mexicana de todas las reclamaciones “not heretofore
decided against the Mexican Government” y el 17 renovaba la vi-
gencia del Tratado de 1831. Se añadían previsiones sobre las sali-
das de tropas, la anulación de los impuestos que los norteamerica-
nos habían estado cobrando a la población mexicana para el
sostenimiento de sus tropas, y la entrega de las instalaciones ocu-
padas. Para cumplir estas previsiones se nombró una comisión mix-
ta que, en marzo, acordó el cese del fuego.
El tratado fue firmado en la Villa de Guadalupe el 2 de febrero
de 1848. Trist lo envió y Polk lo recibió en Washington el 19 de
febrero, causándole un gran disgusto pues después de la ocupación
de la capital mexicana, consideraba indispensable exigir Baja Cali-
fornia, el tránsito de Tehuantépec y tal vez la cesión del norte hasta
la Sierra Madre. La lucha política y el hecho de que Trist hubiera
seguido las instrucciones originales y disminuido el monto de la
indemnización, lo decidió a enviarlo al senado sin recomendación.
Señaló también que el artículo 10 se refería a concesiones de tierra
en Texas después de la independencia de esa provincia. Para el 10
de marzo, después de pequeños cambios y eliminar el artículo 10, el
senado lo aprobó por considerable mayoría.
La situación del gobierno mexicano era más delicada. De la Peña
no quiso someter el texto del tratado hasta que fuera aprobado por
los Estados Unidos. El radical Manuel Crecencio Rejón lanzó un
duro ataque, al tiempo que los monarquistas se preparaban para un
gran movimiento político, que no tuvo éxito. En el nuevo congreso,
reunido el 7 de mayo, sometió el Tratado De la Peña, con un senci-
llo discurso, en el que recordó las terribles circunstancias en las que
se habían llevado a cabo las negociaciones y la importancia de haber
salvado “la nacionalidad del país” y sus instituciones.

175
Josefina Zoraida Vázquez

El que quiera calificar de deshonroso el Tratado de Guadalupe por la


extensión del territorio cedido, hará esos cargos a las primeras naciones,
y no resolverá como podrá terminarse una guerra tan desgraciada...
Yo no quiero ocultar ...el sentimiento profundo que me causa la
separación de la unión nacional de los mexicanos de la Alta California
y del Nuevo México; y quiero dejar consignado un testimonio del
interés con que mi Administración ha visto a aquellos ciudadanos...
su suerte futura ha sido la dificultad más grave que he tenido para la
negociación.

Además de la desmoralización y depresión colectiva que sufría


el país, la amenaza de un levantamiento militar, la guerra había
propiciado sublevaciones indígenas, sobre todo en la península de
Yucatán. El congreso pareció comprender la responsabilidad
que enfrentaba y el tratado fue ratificado. El 30 de mayo se
intercambiaron en Querétaro las ratificaciones con los senadores
norteamericanos A.H. Sevier y Nathan Clifford y el ministro de
Relaciones Exteriores mexicano, Luis de la Rosa.
El tratado fue decisivo para los dos países. Para los Estados
Unidos el tratado significó el medio para consolidar los sueños de
sus fundadores de convertirse en una potencia continental. Para
México significó la renuncia al brillante destino que parecía
prometerle su gran territorio y la prosperidad y poder que había
tenido el Reino de la Nueva España. La amarga realidad obligó a
sus habitantes a definir sus proyectos de nación y a reorganizarse.
Además, la guerra permitió una ampliación de la conciencia nacional
que fortalecería al país y enfrentara con mayor éxito el embate
imperialista francés en la década de 1860. En este sentido podríamos
decir que la guerra permitió despertar a la nación, un resultado que
hasta ahora no hemos podido reconocer.

176
Aspectos de la política de población y
colonización en America

Ernesto De La Torre Villar


Universidad Nacional Autonoma de México

N
o es fácil hablar de una política de población y colonización
en América. Más bien habría que referirse a políticas
seguidas por España en su labor colonizadora. Es indudable
que el Estado Español, cuya acción en ese campo era amplia y
antigua, utilizó sistemas diversos en los varios estadios de ese
proceso, métodos distintos originados por cambios de hombres, ideas
y circunstancias. Considerando las experiencias africanas e insulares
como la de Canarias y la reconquista y repoblación de la España
musulmana, en América empleo tanto por su ámbito diverso, como
debido al cambio de situaciones, a las condiciones sociales y
culturales reinantes, y al simple transcurso del tiempo, diferentes
políticas.
A partir de 1492, el mundo americano comienza a integrarse y
cada una de sus vastas provincias representa una situación geográ-
fica y cultural singular. Las diversas porciones del Mundo Nuevo
son desiguales por su naturaleza así como los seres que las ocupan.
Amplio mosaico de pueblos se da en una geografía tan rica como
variada y la acción de España tiene que adaptarse a esas deseme-
janzas. El archipiélago antillano representa la primera experiencia;
más la vastedad continental, la existencia de elevadas culturas con
macizos conglomerados humanos, al lado de pueblos en ciclos ele-
mentales de civilización, requiere que los primeros métodos sean

177
Ernesto De La Torre Villar

cambiados, rectificados, principalmente para corregir fallas irrepa-


rables como las cometidas en las islas. Por otra parte, la sucesión de
hombres empeñados en esa acción, tanto los que rigen la política
como los que actúan a lo lejos, distintos en ideales y posibilidades,
imprimen a la obra colonizadora nuevas modalidades, sentidos di-
ferentes a los iniciales.
Esa política fue comprensiva de aspectos muy diversos, pues
uno fue el que se tuvo para los americanos, los naturales de este
nuevo mundo y otro el que se siguió hacia los españoles, los descu-
bridores y conquistadores de estas tierras. Aun más, hay que seña-
lar que la introducción de una etnia diferente, la negra, la africana,
dejando a un lado por su poca importancia la oriental, asiática, im-
puso modalidades específicas a la actitud del Estado.
Obligados como estamos a la brevedad, concentremos nuestra
atención a la política española frente a los naturales, los aboríge-
nes, y aún así a un aspecto tan sólo de ella.
La descripción que todos los descubridores y autores de la con-
quista americana nos han dejado acerca de la población autóctona,
de su número y extensión es unánime en cuanto abundan en señalar
su importancia y amplitud. Las narraciones que van desde las pri-
migenias y asombradas de Colón y Vespucio, las de Pigafetta, Cor-
tés, Bernal, Pizarro, Las Casas y otros más que sería largo enume-
rar, coinciden en las continuas menciones que hacen relativas a la
crecida, a la abundosa población americana. Muchos de los solda-
dos y misioneros cronistas, prodíganse en señalar la riqueza de ha-
bitantes que numerosas ciudades tenían, la densa población de ex-
tensas provincias; pero también esos mismos descriptores señalan
que fuera de ciertos núcleos urbanos muy importantes, principal-
mente en el continente, asiento de grandes y viejas culturas, el res-
to de la población se encontraba dispersa, diseminada por toda la
tierra, en vegas y montañas, en llanos y barrancos, tanto situada a
lo largo del litoral, como en las estribaciones de altas sierras. Y esta
dispersión general en Indias era debida no sólo a formas culturales

178
Aspectos de la política de población y colonización en America

distintas, sino principalmente a condiciones geográficas peculiares,


a razones ecológicas determinantes de esa diseminación.
A la actividad descubridora y colonizadora importaron no solo
las riquezas de los nuevos territorios, los recursos naturales ilimi-
tados que ofrecían, sino fundamentalmente la población encontra-
da en las Indias, usufructuaria hasta entonces de aquellas riquezas
y además poderosa fuerza de trabajo para su explotación. Múltiples
como fueron los incentivos de la conquista: deseo de poder, ansia
de riquezas, anhelos de aventura y prodigiosas hazañas, espíritu
misional y de cruzada, apertura de conocimientos y curiosidad cien-
tífica, etc., la presencia de hombres en este continente, indepen-
dientemente de la calificación que se les haya querido dar, lo cual
dio origen a larga y fructuosa polémica que no nos corresponde
tocar en este momento, representó uno de los elementos más im-
portantes, uno de los factores decisivos de la política española de
colonización.
El hombre americano tuvo que ser considerado en múltiples di-
mensiones: como fuerza de trabajo indispensable para satisfacer
sus propias necesidades y las de los colonos europeos y la creación
de un régimen socio-político que España inicio en el Nuevo Mun-
do; como sujetos de una obra evangelizadora, de conversión al cris-
tianismo, de asimilación a la Iglesia universal para ser salvados;
como elementos constitutivos de un Imperio sobre los cuales había
que volcar la acción y preocupación del Estado, con el fin de inte-
grarlos en su política general, dentro de la cual la existencia de gru-
pos sociales y económicos múltiples y diversos era evidente; y como
objetos de una acción cultural que les permitiera incorporarse a
formas más amplias y elevadas de civilización, de adelanto espiri-
tual y material.
Estas consideraciones diferentes y varias fueron las que orien-
taron en forma decisiva, la política española. El Estado de acuerdo
con las circunstancias en que se desenvolvió el proceso coloniza-
dor, los intereses propios o ajenos que presionaron con mayor o

179
Ernesto De La Torre Villar

menor intensidad a las autoridades y sus ejecutantes, las corrientes


ideológicas, impregnadas tanto de espiritualidad y de cristianos y
ecuménicos designios, como de materiales complacencias, de
encubrimientos falaces, orientó sus decisiones, expidió normas más
o menos rigurosas y realizó una labor que sólo es posible calificar
en su totalidad dentro de su complejo devenir histórico; pero que
no cabe duda que en muchos momentos y aspectos fue positiva.
Nueva España, no la primera fracción del continente hallado,
pues hubo varias antes que ella, pero sí la que resulto más impor-
tante por sus recursos y habitantes, presentó ante los ojos de Cor-
tes y sus compañeros la común impresión de diseminación de sus
pobladores, aún cuando también advirtieran que los indios “tienen
manera e razón para vivir política y ordenadamente en sus pue-
blos”. El propio don Hernando tanto en las Cartas como en diver-
sas órdenes resaltó la conveniencia de verlos reunidos en sus pro-
pios pueblos y aun conminó a diversas comunidades que los habían
abandonado a retornar, a proseguir su vida política como en las
provincias de Champagua y Papayeca. También subrayó la conve-
niencia de que los indios no escapasen a la acción estatal múltiple:
política, económica, religiosa. Bien imbuido estaba Cortés y con
plena sinceridad, de que los naturales debían estar reunidos, con-
gregados, y no dispersos. Tácticas militares, astuta visión política,
convicción firme de que a través de un control religioso, y econó-
mico de esa sociedad se garantizaría la paz y estabilidad de las tie-
rras conquistadas, le hacen insistir en continuas disposiciones en la
conveniencia de agrupar a los dispersos, utilizar su fuerza de traba-
jo, adoctrinarlos, principalmente a los jóvenes, instruirlos en la fe y
en la cultura europea para garantizar su adhesión al nuevo orden y
más aún, arraigar fuertemente a los europeos a la tierra para que no
la explotasen y abandonasen, imposibilitando como había ocurrido
en las islas que tan bien conocía, toda acción penetrante y benéfica.
La capacidad del extremeño como estadista, auténtico poblador y
colonizador es bien conocida: la introducción de animales domésti-

180
Aspectos de la política de población y colonización en America

cos, nuevos cultivos y sistemas agrícolas que aún cuando perse-


guían fines capitalistas, que era lo moderno en su época, significa-
ron un cambio esencial en la organización socio-económica de la
Nueva España.
Los sucesores de Cortés, de menos visión y mayores apetencias
materiales, aniquilaron buena parte de su positiva labor. Los miem-
bros de la Primera Audiencia iniciaron una explotación destructiva
y anárquica, movidos como estaban por los intereses más ruines,
las pasiones más absurdas y principalmente por exterminar lo reali-
zado por Cortés. Quien designó a Nuño de Guzmán al frente del
gobierno y a los bribones Matienzo y Delgadillo, trato torpe e inú-
tilmente de arrasar la labor de don Hernando, de destruirla, de aca-
bar aún hasta con su memoria, pero los resultados de ello no pudie-
ron ser más contrarios. Acrecentaron la acción y personalidad de
Cortés y afectaron gravemente a la población que él trató de apro-
vechar, provocando daños que agudizaron la parte negativa de la
conquista y los cuales tardaron mucho tiempo en ser remediados.
De los informes de Cortés y de algunos funcionarios civiles y
religiosos, relativos a la organización institucional de los naturales
de la Nueva España, a su capacidad de gobierno y “buena policía”,
débense las disposiciones reales para aprovechar el buen natural y
habilidad de estos en formas institucionales a ellos referidas: nom-
bramientos de alcaldes, regidores y alguaciles y la constitución de
un régimen acomodado tanto al sistema romano hispánico del mu-
nicipio como a instituciones indígenas tradicionales.
Sin embargo de ésto, y tal vez por los efectos mismos de la con-
quista, la población continuo dispersa. La Segunda Audiencia en
una carta de 1531 señala al monarca:

....que los pueblos e asientos de los naturales no tienen orden ni manera


política; están las poblaciones dispersas e derramadas, en que se extienden
algunas dellas cuatro e cinco leguas, e otras no tanto, e con estar así
divididos e apartados o en partes remotas, no se les puede dar orden
alguna de policía, ni se puede tener con ellos cuenta de lo que fazen en sus
retraimientos , para odiar a sus sacrificios, idolatrías e borracheras.

181
Ernesto De La Torre Villar

Este primer informe, base de toda acción en este aspecto, aña-


día que la catequesis de los indios resultaba infructuosa en virtud
de que ésta era escasa y de que los indígenas perseveraban en sus
prácticas idolátricas. Señalaban también los oidores que la disper-
sión tenía un fundamento ecológico, el que los indios vivían en
torno de sus sementeras, en los sitios en donde obtenían los recur-
sos para subsistir, e indicaban que si había que congregarlos por
atendibles razones, lo cual tendría que hacerse a base de trasladar-
los a otro sitio, ello presentaba serios inconvenientes, como sería
afectar su economía, su sistema y organización de trabajo, y presen-
taban finalmente al monarca como un dilema que él debía resolver:
mantener el sistema de población como existía, con los inconve-
nientes políticos y religiosos apuntados, o transformarlo afectando
la economía y organización laboral de los indios.
Mencionaban los oidores, que con ayuda de los franciscanos ha-
bían proseguido eficazmente su labor de adoctrinar a niños y jóve-
nes, y que ante el hecho de que al volver a sus hogares aferrados a
sus creencias y costumbres, olvidaban lo recién aprendido, en detri-
mento de la cristiandad, policía y repúblicas concertadas, habían
“comenzado a fazer otro ensayo” consistente en crear con esos mu-
chachos una población en la cual bajo cierta vigilancia vivieran
cristianamente, pudieran formar sus familias, subsistir de su trabajo.

Para ello -agregaban- habían encomendado al Lic. Quiroga buscase


un sitio acomodado, a cuatro leguas de la ciudad, cercano a Coyoacán,
en donde han construido casillas de madera para albergarlos. Que
otro tanto harían en otros puntos de diversas comarcas, y que esto lo
habían hecho por conciencia y hacer lo que son obligados en servicio
del Rey y para que el Consejo adquiera experiencia de lo que hay que
hacer, aún cuando muchos consideren que eso es sembrar en el aire.

Este documento surgido de prudentes gobernantes, hombres


concientes y responsables, de amplia experiencia y avezados en los
menesteres de gobierno, revela como ellos entendían y atendían el

182
Aspectos de la política de población y colonización en America

problema del poblamiento indígena encauzado en normas e institu-


ciones europeas y como deseaban que ese encauzamiento se reali-
zara sin afectar gravemente la situación de los indios. Ellos pensa-
ban era necesario reagrupar a éstos para tornar eficaz la predicación,
el traspaso de normas culturales para ellos más valederas y la ins-
tauración de un mundo ideal que ellos creían posible forjar, salvan-
do el impedimento religioso que lo obstaculizaba. También creían
que con los neófitos, alejados de las prácticas paganas, podrían cons-
truir una sociedad mejor. Al trazar estas líneas, delineaban la tra-
yectoria futura por la que tenderían a ir muchos hombres más pre-
ocupados por este ingente problema. Al proponer estas soluciones,
volcaban sus justas ideas, conocimiento y experiencia política ad-
quirida tanto en España, África y Antillas en donde habían convi-
vido con poblaciones heterogéneas en raza y cultura. La labor de
Quiroga, a la cual nos referimos adelante, y la de Ramírez de Fuenleal
que trató de pacificar, convertir y reducir a los indios indómitos del
noroeste próximo, revelan cómo unían la doctrina y teoría a la prác-
tica y cómo ante madura reflexión, aplicaban en la realidad que les
circundaba eficaces ideas de transformación política y social.
Las dos posibilidades señaladas por la Audiencia, representarán
durante largo tiempo las vías de solución al problema a que se en-
frentaban. Congregando a los indios en poblaciones trazadas bajo
los cánones europeos, obtendrían su control religioso, político y
económico, pues va a hacerse evidente que tanto para el pago del
tributo como para el servicio a que estaban obligados se requería su
agrupamiento. Esta podía ser la medida general si se salvaban los
inconvenientes por ellos señalados, principalmente los referentes a
la propiedad de la tierra que ellos con inteligente penetración seña-
laban. La otra vía, la de reunir a los jóvenes separándolos de su
comunidad para formar núcleos ideales, selectos, sujetos a la aséptica
vigilancia de religiosos y hombres probos y rectos, tendía a crear
una especie de élite que coadyuvaría a administrar las comunidades
indígenas a través de líderes o promotores debidamente capacitados.

183
Ernesto De La Torre Villar

Esos jóvenes, con su ejemplo podrían encauzar a los suyos en la


labor de regir la república, que aspiraban fuera una república ideal.
El pensamiento de los oidores coincidió con el manifestado re-
petidas veces al Monarca por los religiosos. Estos a partir de 1523
en que llegaron los flamencos, Gante, Ayora y Tecto, pero princi-
palmente en 1524 al arribar Fray Martín de Valencia y sus compa-
ñeros, percibieron las dificultades que tendrían que salvar para doc-
trinar una población tan vasta y derramada como la que existía en
México. A medida que su acción se amplio por las provincias ale-
dañas y los activos aunque escasos religiosos se distribuyeron por
ella, el problema de la abundancia y de la dispersión se les presentó
en toda su magnitud. Una junta convocada por Fray Martín a fina-
les de 1524, a cuyos inicios asistió Cortés, se avocó al examen de la
situación general. Los puntos tratados por esta junta o congrega-
ción de varones apostólicos, al decir de Mendieta, fueron diversos
y trascendentales, como que ellos implicaban variaciones funda-
mentales en la administración de los sacramentos en la predicación
y en la constitución de una auténtica Iglesia. Varios de ellos que no
consideraron posible resolver ni definir, fueron remitidos a la auto-
ridad del Pontífice. Los diez y nueve religiosos asistentes, cinco
clérigos y tres letrados que asistieron se avocaron a planear todo un
programa evangélico que a la vez que atendiera la salvación de las
almas por la conversión de los naturales, provocara un cambio de
mentalidades en conquistadores y conquistados, una transforma-
ción en la organización política y social hasta entonces existente y
que además sentara las bases para la formación de una comunidad
debidamente integrada, dentro de los cañones que la mente euro-
pea impregnada por entonces de amplias y nobles aspiraciones es-
pirituales tenía. ¡Difícil y gigantesca labor! ¡Sólo porque estos reli-
giosos humildes y pobres estaban poseídos y predestinados por el
Señor, impregnados de su amor y del del prójimo, pudieron lanzar-
se a realizar una obra que hoy admira y espanta por su magnitud.
La diseminación de los naturales de Nueva España si bien la ob-
servaron, no les conturvó tanto como su cantidad. Ellos pudieron

184
Aspectos de la política de población y colonización en America

aún percibir dentro de un territorio de antiguo organizado, centros


importantes de población. México, pese a estar destruido, continuó
concentrando poder y habitantes. Texcoco, Tlaxcala, Cholula,
Huexotzingo, etc., eran poblaciones de consideración, centros de
donde irradiaba cultura y política. Aún no desaparecían del todo
los grupos dirigentes y la existencia de estos centros favorecía su
acción. Pero a medida que la presencia de las viejas estructuras se
debilitó extinguió para ser sustituida por funcionarios españoles y
por encomenderos, la cohesión de la población indígena se resque-
brajo, disminuyeron los vínculos que la configuraban y mantenían
unida y prodújose una diáspora que se confunde y agrava con las
epidemias que afligieron a México en aquellos años.
Fray Pedro de Gante, de los primeros franciscanos llegados a
México con licencia expresa y directa del emperador Carlos V de
quien era deudo muy próximo, al arribar a estas tierras y penetrar
con su clara inteligencia, perspicaz entendimiento acostumbrado a
resolver delicados y quebradizos problemas de gobierno por su es-
tancia en la corte imperial, percibe diáfanamente la labor religiosa y
social que la realidad de este país ofrecía: Un mundo extraño en el
cual la infraestructura religiosa motivaba todo o casi todo y el cual
se destruía debido a la conquista europea. El y sus compañeros,
hermanados de iguales ideales, anhelaron transformar esa realidad.
Al quedar fray Pedro solo, su labor se concentró en la enseñanza
de los jóvenes, en su conversión, en dotarlos de instrumentos cul-
turales, técnicos y espirituales que él creía superiores para elevar-
los, purificar su naturaleza corrompida por el temor y el miedo. Desde
el primer instante, fray Pedro comprendió que:

...los nacidos en esta tierra son de bonísima complexión y natural,


aptos para todo y más para recibir nuestra santa fe. Pero tienen de
mal -agregaba- el ser de condición servil, porque nada hacen sino
forzados y cosa ninguna por amor y buen trato; aunque en esto no
parecen seguir su propia naturaleza, sino la costumbre, porque nunca
aprendieron a obrar por amor a la virtud, sino por temor y miedo...

185
Ernesto De La Torre Villar

Para ello, reunió en sus primitivos conventos, a los hijos de los


principales siguiendo aquel principio que señalaba que el pueblo
seguiría la religión de sus señores a quienes enseñó a leer, escribir,
cantar, predicar y celebrar el oficio divino a uso de la iglesia, a más
de enseñarles pintura, canto y otras artes y oficios que los capacita-
ron, empleando para ello todo su tiempo durante largos años. En
1529 cuando escribe, esto es a siete años de haber llegado, señala
tenía recogidos en su escuela monasterio más de quinientos, los
cuales le auxiliaban en sus predicas por toda la provincia, en la
edificación de iglesias y en la conversión de los mayores. En la for-
mación de los jóvenes cifraba sus esperanzas para formar una cris-
tiandad ejemplar, libre de todo contagio.
El propio Fray Martín de Valencia cuya autoridad espiritual y
moral fue reconocida por las autoridades novohispanas y metropolita-
nas, en diversos momentos se manifiesta partidario de la reducción
de los indios y de la separación de niños y jóvenes de los adultos
para preservarlos de las costumbres paganas de sus antecesores. Él,
tan ligado a la acción de Cortés y quien no sabemos si por motu-
propio o influido por los religiosos exigió a caciques y señores en-
viaran a sus hijos al lado de los misioneros para que fueran catequi-
zados, aprendieran el español y se aculturaran preservándose de la
idolatría, va a insistir en esas dos medidas. En una carta escrita al
emperador el año de 1532, expresa su pensamiento y la labor que
todo su grupo realizaba. Al hacerlo pinta el mismo cuadro que fray
Pedro trazara años atrás e indica que la acción de esos jóvenes,
activos prosélitos, encuentra resistencia en los grupos tradiciona-
les, por lo cual ellos se han valido de las propias autoridades indíge-
nas nombradas por los europeos, para defender a esos nuevos
apostóles y perseguir ritos y ceremonias gentílicas.
Fray Pedro, años más tarde, en 1552, al escribir al emperador
que había deseado tornar a Europa para informarle de viva voz
acerca de los problemas espirituales y materiales que planteaba la
colonización de Nueva España, pero que debido al paso de los años
-tenía ya cerca de setenta cuando esto escribía- no se consideraba

186
Aspectos de la política de población y colonización en America

con fuerzas para hacerlo por lo cual lo hacía por escrito, imploraba
su ayuda, le pedía el envío de religiosos “que sean de Flandes y de
Gante, porque en pensar los indios, que quedan cuando me muera,
gente de mi tierra, pensarán que no les haré falta”, e impetraba de
Carlos V, confirmara sus ordenes:

...sobre que se junten los indios y no estén derramados por los


montes sin conocimiento de Dios, porque para acabar de se convertir
esta gente, es necesarísimo, y para que los religiosos tengan cuenta
con ellos y no anden buscándoles por los montes, pues de estar en
los montes, no se sigue sino idolatrerías; y de estar juntos y visitarlos,
se sigue cristiandad y provecho a sus ánimas e cuerpos y que no se
mueran sin fe e bautismo e sin conocer a Dios, y pues una de las
principales cosas para su salvación es, bien creo que pues se les sigue
provecho en todo, V.M. lo proveerá como conviene.

En otra parte de su carta subraya la importancia de realizar una


auténtica conversión, basada en una real transformación social o
mejor dicho, una transformación social verdadera, apoyada en una
sincera y voluntaria conversión. Al mencionar como se realizaba la
conquista de la Nueva Galicia y cual era la naturaleza de sus habi-
tantes, indómita y dura, considera que la pacificación de esa vasta
provincia de los teules de Xalisco sólo podría realizarse si se atraía
a los indios en paz y concordia, dejándolos en libertad y tan sólo en
contacto con los religiosos, sin imponerles tributo ni servicio per-
sonal durante veinte o treinta años hasta que su conversión fuera
auténtica y pudiesen poblar y asentarse debidamente, sin in-
tervención de los españoles que les toman lo que tienen y se sirven
de ellos. Pensaba Fray Pedro que sólo mediante un auténtico con-
vencimiento, sin coacción alguna podrían multitud y naciones indí-
genas, convertirse, adoptar las formas de civilidad que los religio-
sos les proporcionarían, aprender sus técnicas y oficios y capacitarse
para llevar una vida digna, pues de hacerse en otra forma jamás
poblarían, el emperador perdería sus vasallos y Cristo las ánimas
que se podían salvar.

187
Ernesto De La Torre Villar

Sólo mediante la aplicación de esos métodos: realizar las con-


gregaciones en forma pacífica en las zonas de frontera y por conven-
cimiento en las regiones más pobladas, pero con intervención de
los religiosos en todos momentos, y también mediante la separa-
ción de las nuevas comunidades de cristianos, siguiendo con ello
los ideales milenarios y primitivistas de sus hermanos de religión,
podría consolidarse religión y cultura en la Nueva España.
Al tiempo que los oidores manifestaban al emperador y consejo
su preocupación, comenzaron a tomar medidas prudentes y efecti-
vas para encauzar a México en recta y sana política. Ramírez de
Fuenleal convencido de que los verdaderos protectores del reino y
sus habitantes eran ellos, justicias en su acepción más amplia de su
majestad, comisionó a dos de los oidores, uno de ellos Quiroga,
para visitar parte del territorio y remediar sus necesidades. De esa
visita, don Vasco aportará crecida experiencia, un conocimiento
amplio de la naturaleza, de la tierra y de sus habitantes y una confir-
mación a sus propios anhelos de renovación social que va a realizar
en varias formas.
Quiroga, encendido como decía Zumárraga de “viceral amor”
por los indígenas y sin que hubiera otro que le igualara en estas tie-
rras, a poco de llegar a México, basado en la experiencia tenida en
África y en Granada con los moros, imbuido de las ideas de los
franciscanos por restaurar la iglesia de los primeros tiempos y “po-
ner y plantar un género de cristianos a las derechas, como primitiva
iglesia”, más también impregnado de renacentistas ideales basados
en la Utopía de Tomás Moro, inicio una obra cuya significación ulti-
ma fue una transformación social tan profunda que aún perdura en
nuestros días. El oidor advirtió, como buena parte de sus contem-
poráneos, la doble vertiente que el problema presentaba. Como
Gante, Valencia y otros propugnó por la separación de los cristia-
nos nuevos, “tabla rasa y cera muy blanda” semejantes a aquellos
de la Edad Dorada, con los cuales podría levantar en cada provin-
cia nuevos núcleos de población, dotados de tierras y recursos sufi-

188
Aspectos de la política de población y colonización en America

cientes con que subsistir, vigilados por religiosos ejemplares y los


cuales al crecer impregnarían con su influjo todo el Reino.
En este aspecto la acción de Quiroga se dejó sentir desde los
primeros años. Los hospitales de Santa Fe, vecino a México uno y el
de la Laguna, así como sus intentos de levantar otras poblaciones
en zonas de frontera que no fructificaron, revela su decisión de
resolver práctica y eficazmente parte del problema.
La otra solución propuesta, reunir a los indios dispersos, fue así
mismo apoyada y ejecutada por él. Desde el año de 1531 en que
escribe al Consejo, le indica la necesidad de reducir a los indios
dispersos en “orden y arte de pueblos muy concertados y ordena-
dos”, porque “como viven tan derramados, sin orden ni concierto
de pueblos, sino cada uno donde tiene su pobre pegujalero de maíz,
alrededor de sus casillas, por los campos, donde sin ser vistos ni
sentidos pueden idolatrar y se emborrachar y hacer lo que quisieren”.
Multiplicación de núcleos nuevos bajo normas culturales, políti-
co religiosas europeas y reducción del resto de la población en donde
pudiera ser vigilada e influida con el ejemplo de los centros recién crea-
dos, fue la solución que don Vasco dio a este problema.
Al tomar Zumárraga posesión de su obispado, entrar en contacto con
la realidad del mismo y recibir además la experiencia de sus hermanos
de religión, percibe el problema de la dispersión. A tal punto llega a
preocuparle, que en una instrucción dada a sus procuradores para el
Concilio, les pide obtengan la autorización para que:

...los pueblos se junten y estén en policía y no derramados por las


sierras y montes, en chozas como bestias fieras, porque así se mueren
sin tener quien les cure cuerpo ni alma, ni hay número de religiosos
que baste a administrar sacramentos ni doctrinar a gente tan
derramada y distante, que ni se pueden ver unos a otros en sus
necesidades, y así nunca o tarde entrará en ellos la fe y la policía si no
se juntan.

El año de 1537, al reunirse en la ciudad de México, el obispo


Zumárraga con los prelados de Oaxaca y Guatemala, convencidos

189
Ernesto De La Torre Villar

de la extensión de este problema, en carta dirigida al monarca seña-


laban que la labor de los religiosos siendo tan importante por sus
resultados, no podía acrecentarse, por “el gran estorvo” de “estar
estos naturales derramados de sus habitaciones y tan lejos unos de
otros”, e imploraban para que se dilatase entre ellos la fe católica y
aprovechasen la policía humana en ellos, se diese orden para que “a
manera de españoles y naciones cristianas” viviesen “juntos en pue-
blos, en orden de sus calles y plazas concertadamente, y que de
esto Vuestro Visorrey e Gobernadores de estas partes tuviesen es-
pecial cuidado”.
Don Antonio de Mendoza recto y honesto, paradigma de funcio-
nario público, quien llega a Nueva España en 1535 para ocupar el
recien creado puesto de virrey, recibe con humildad y prudencia la
experiencia y consejos que Audiencia, arzobispo y religiosos le trans-
miten, y aún cuando convencido de la existencia de los inconvenien-
tes de la diseminación y de la bondad de las medidas solicitadas por
sus consejeros, tiene que enfrentarse a resolver la pacificación de la
Nueva Galicia, decidir la creación de numerosas poblaciones, tras-
ladar otras y en fin, a asentar el reino. Sus años de administración
fecunda en aciertos y efectiva en realizaciones, consolidaron la ad-
ministración novohispana y fijaron las bases por las que en el futu-
ro se iría, más su acción en el campo de la congregación de los
indios, salvo aquellas determinaciones concretas que autorizó, por
razones político-militares, no fue extensa. El mismo confiesa a su
sucesor, Luis de Velasco -al marchar a Perú en donde igual que en
México, coloca los cimientos de las futuras administraciones, prin-
cipalmente la del licenciado Castro y el virrey Toledo- que varias
disposiciones reales como la tasa del tributo en beneficio de la ha-
cienda real y de la iglesia no la había podido realizar por dos razo-
nes: “la una porque no hay asiento en tributo ni iglesia, y hasta
ahora todo ha sido hacer y deshacer edificios y mudar pueblos de
unas partes a otras”.
Mendoza inteligente y perspicaz, con experiencia gubernativa y

190
Aspectos de la política de población y colonización en America

política, explicaba a su sucesor que la disposición de reunir a los


indios por medios coactivos, contradecía la política del rey, pues él
mismo había provisto, de acuerdo con una larga tradición que los
indios gozasen de la facultad que gozan los demás vasallos del rey,
de mudarse de unos pueblos a otros, vivir y morar en ellos, sacar
sus ganados y bienes muebles que tuvieren en los pueblos donde
vivieren y avecindarse en otros. Que eso había tratado de hacer
para evitar las extorsiones y molestias que se hacían a los indios y
que por ello había ordenado que viviesen donde quisieran y por
bien tuviesen sin que se les hiciese fuerza.

Más después, -agrega- proveyó S.M. que los indios se juntasen y


vivan juntos. Queriendo dar esta orden, estando ya el pueblo junto,
ha acaecido amanecer sin ninguno, de manera que lo uno contradice
lo otro. De tener los indios libertad que se vayan de un pueblo a otro,
redunda inconveniente, porque es muy ordinario entre ellos,
cumpliéndose el tributo que deben, o mandándoles que entiendan
en alguna obra pública, o queriéndolos castigar por amancebados y
que hagan vida con sus mujeres, pasarse a otros pueblos. Esta es la
vida que traen y a los que por estas causas se iban, yo mandaba a las
justicias que siendo así, diesen orden como los tales indios se
volviesen a sus pueblos.

Y recomendaba a su sucesor:

Vuestra Señoría mire bien este negocio para que no provea en él de


golpe, sino después de bien entendido, poco a poco lo que le pareciere
que conviene, porque de hacerse de otra manera redundarán algunos
inconvenientes.

En 1546, varios prelados congregados para atender situaciones


concernientes a sus diócesis, asuntos relativos a la fe, administra-
ción de sacramentos y organización de sus nacientes iglesias, insis-
tirán ante el rey pidiéndole la reducción de los indios. En el docu-
mento remitido a la corona, le dicen:

191
Ernesto De La Torre Villar

La causa más principal porque se ha hecho esta Congregación y lo que


todos más deseamos y oramos a Dios con todo afecto, es que estos
indios sean bien instruidos y enseñados en las cosas de Nuestra
Santa Fe Católica y en las humanas y políticas; y porque para ser
verdaderamente cristianos y políticos, como hombres razonables
que son, es necesario estar congregados y reducidos en pueblos y no
vivan derramados y dispersos por las sierras y montes, por lo cual
son privados de todo beneficio espiritual y temporal, sin poder tener
socorro de ningún bien, Su Majestad debía mandar con toda instancia
a sus Audiencias y Gobernadores, que entre las cosas que tratan de
Gobernación, tengan por muy principal, que se congreguen los indios
como ellos más cómodamente vieren que conviene, con acuerdo a
personas de experiencia...

La creación de las congregaciones y su desarrollo


El monarca, atento a esta petición, a partir de 1549 por medio de
una Real Cédula que hizo extensiva al Perú, ordenó al virrey y a las
audiencias que después de haberse asesorado con los prelados,
persuadieran a los indios:

...por la mejor, más blanda y amorosa vía que ser pudiese en su


provecho y beneficio, se juntasen e hiciesen pueblos de muchas casas
juntas en las comarcas que ellos eligiesen, porque estando derramados
no pueden ser doctrinados como convendría ni promulgarles las
leyes que se hacen en su beneficio. Y que en todos los pueblos se
creasen y proveyesen alcaldes ordinarios para que hiciesen justicia en
las cosas civiles, y también regidores cadañeros elegidos por ellos
para procurar el bien común, y también en cada pueblo de indios
hubiese mercados y plazas donde hubiese mantenimientos y se
instituyesen algunas otras formas institucionales que beneficiaran
tanto a los indios como a los españoles que transitasen por ellos.

Esta disposición se reiteraría a don Luis de Velasco, a Martín


Enriquez de Almanza y a otros mandatarios, repitiéndoles la propues-
ta literal de la congregación de prelados. Estos que se enfrentaban
dentro de sus extensísimos obispados y provincias a la dificultad de
catequizar a los indios dispersos, al celebrar su primer concilio en

192
Aspectos de la política de población y colonización en America

1555 y posteriormente el de 1565, ambos debidos al zelo infatiga-


ble de fray Alonso de Montufar, insistirán en su petición inicial. En
el Capítulo LXXIII del de 1555 se repite el texto de la Congrega-
ción de 1546 y se recomienda además a todos los diocesanos, pon-
gan mucha diligencia en la ejecución de lo por ellos pedido y acor-
dado por el rey, porque, conviene -esbozando aquí concepciones
políticas, reales y valederas y de gran trascendencia:

...en que los indios se junten, porque será pequeña predicación trabajar
de primero hacer los hombres políticos, y humanos, que no sobre
costumbres ferinas fundar la fe, que consigo trae por ornato la vida
política, y conversación cristiana y humana.

No sólo los franciscanos propusieron y apoyaron la congrega-


ción de los indios, sino también otras religiones auspiciaron su rea-
lización, al igual que elementos civiles muy diversos. Algunos ejem-
plos muestran ese interés entre los integrantes de los principales
grupos socióeconómicos novohispanos.
En 1548, al remitir junto con unas letras varios regalos a Bar-
tolomé de las Casas, cuyas experiencias y ensayos colonizadores
fueron numerosos, su hermano de religión fray Domingo de Santa
María, infórmale que varios intentos de congregar a los indios ha-
bían fracasado por culpa de autoridades civiles y religiosas y le pide
obtenga una provisión real directa para que “se tenga diligencia en que
se pueblen juntos, amonestándoles, que ellos lo harán voluntariamen-
te, si hay diligencia en decirles el bien que de ello les vendría”.
Francisco de Terrazas, en 1544 manifestaba convenía se con-
centrase a los indios, pues dispersos vivían y comían con lo que
nacía en los campos como los animales y su producción era nula.
Subrayaba este aspecto al asentar que cien casas de los naturales
con sus haciendas no igualaban a la de un labrador español. La
argumentación de Terrazas revela las razones económicas de los
colonizadores que tenían que ser igualmente atendidas. Ellas escla-

193
Ernesto De La Torre Villar

recen uno de los múltiples aspectos que motivo las reducciones.


El oidor Tomás López quien señalaba en 1550 que las poblacio-
nes que se fundaban de indios y españoles eran:

...niñas y aun muy tiernas por lo cual era menester manejarlas con
gran prudencia y tino para que diesen los frutos que de ellas se
esperaban, hechasen raíces y llegaran a madura edad con sencillez,
recomendaba estrecha vigilancia a los naturales y auténtica y sencilla
predicación por limpios y competentes ministros.

Agregaremos que fray Jerónimo de Mendieta al escribir al padre


general de su orden y en otros testimonios suyos, resalta la conve-
niencia de las reducciones y aclara que él mismo hacia 1571 había
ya participado activamente en la constitución de:

...nuevas comunidades ordenadas y concertadas de los mismos indios


que solían estar derramados por lugares desiertos, fuera de toda
policía humana y muy necesitados de doctrina.

En cambio otros religiosos como Dávila Padilla, consideraron


que las reducciones no fueron del todo benéficas, porque muy bue-
no era el intento, pero vanos los deseos, y ofreciendo una imagen
muy plástica de lo que ocurría escribía:

Por ventura se trata por aquí, como la peste se los lleve más apiñados
y juntos cuando les tocare, faltándoles el aire fresco y el resuello que
tenían en sus cacerios. Demás de que allí, como se conserva el pece en
el agua y el ciervo en el monte, allí el indio en su natural estado goza
de la soledad en su vivienda. No hay para el venado aflicción mayor
que asirle de los pies, como para el indio la de detenerle en poblado
fuera de su nacimiento y querencia.

Así de tan encontradas opiniones, va formándose una concien-


cia en torno del problema, conciencia que el Estado manifestará
pronto en forma definitiva.
Correspondió a Luis de Velasco, el primero, llevar a la práctica
esa idea tan acariciada y solicitada por funcionarios civiles y ecle-

194
Aspectos de la política de población y colonización en America

siásticos. Al efecto dispuso a partir del inicio de su gobierno en


1550 la congregación de grupos de indios en varios pueblos, una
vez enterado de las condiciones en que vivían, situación de la tierra
y recursos naturales y humanos con que contaba y habiendo desta-
cado previamente funcionarios que levantaron padrones, planea-
ron y trazaron las nuevas poblaciones al modo europeo. Los resul-
tados obtenidos en este primer intento, fueron negativos. Los
naturales ni aun conminándolos con la fuerza pública y justicia acep-
taron el cambio de sus casas. Las deserciones de esos pueblos fue-
ron tantas como las dificultades para reunirlos. Pese a ordenes apre-
miantes que se les dirigieron, los afectados rehusaron tornar a los
nuevos poblados. Velasco había previsto el fracaso de ese intento,
al escribir al monarca, meditando en lo que Mendoza con gran tino
le indicara, que esa obra se dificultaría por las contradicciones de la
política estatal surgidas de la escasa experiencia en Indias, que con-
cedía por una parte plena libertad a los indios para mudarse a vivir
de unos pueblos a otros, esto es garantizarles la libertad de movi-
miento, y por otra coaccionarlos a reducirse, a fijarse permanente-
mente en uno determinado por la autoridad. Sugería el virrey que
únicamente a los que deseasen escapar de los pueblos por mante-
ner sus “dúolatrías” y por encubrir sus flaquezas que eran muchas,
se les forzase a permanecer en donde se les había asignado releván-
doles también del pago del tributo exigido, en tanto duraba la mu-
danza. Señalaba además al monarca el cumplimiento con pruden-
cia de sus designios: “Hacese poco a poco y con tiento, porque no
es gente que sufre apretarlos por las causas dichas y otras”.
El fracaso que lo fue, de este primer intento, es atribuible a di-
versas circunstancias: la primera, la resistencia natural de los indios
a abandonar sistemas seculares de asentamiento en sitios en los
que tenían los recursos que requerían y que les permitían formar
parte de una comunidad organizada social y económicamente con-
forme a una estructura específica; razones sentimentales y religio-
sas hondamente arraigadas en ellos les inducían igualmente a opo-

195
Ernesto De La Torre Villar

nerse, así como un connatural sentido de defensa que trataba de


evitar ser absorvidos totalmente por los europeos; en segundo tér-
mino la empresa se frustro por los errores cometidos por funciona-
rios secundones encargados de su ejecución, por el apresuramiento
en su realización, por los intereses materiales que compelían a los
funcionarios a ejecutar la obra a toda prisa para beneficiarse con
salarios, mano de obra, posibilidad de contar con mayor número de
indios encomendados, venta de provisiones y fundamentalmente la
apetencia de las tierras que los indios poseían y que muchos desea-
ban se les otorgaran. Esta última razón, de la que nos ocupamos en
otra parte, va a constituir todo un aspecto muy amplio de este pro-
blema.
Ante las dudas de Velasco, surgidas del poco éxito de las reduc-
ciones hechas, la corona reiteró en 1560 la orden para congregar a
los naturales, indicándole viese que los indios no perdiesen sus tie-
rras, antes bien se les garantizase su propiedad. Con ello se trataba
de evitar creciera un nuevo problema: el despojo de las tierras a los
naturales. La recopilación formada por el oidor Zorita, después de 1570
para complacer a Felipe II recoge estas disposiciones iniciales.
Luis de Velasco el Mozo, al pasar a gobernar el Virreinato del
Perú, señalo las dificultades que su padre tuvo para ejecutar esa
disposición y menciona que el, apoyado en el buen resultado de las
congregaciones de Perú realizadas por el virrey Toledo, había dis-
puesto se continuasen, pagando a los funcionarios que deban ha-
cerlas, pues es obra “de gran consideración y servicio de Nuestro
Señor y muy importante para la conservación de los indios”. Men-
ciona que esa obra tiene muchos contradictores, algunos de los cuales
eran los que la apoyaban en principio y luego la consideraron perni-
ciosa. Si bien el segundo Velasco pudo adelantar un tanto esa obra,
principalmente en el norte, valiéndose de los misioneros para redu-
cir a los indios insumisos, con lo cual se entraba en una fase especí-
fica de esta labor, la reducción misional, no pudo efectuar la con-
gregación general.

196
Aspectos de la política de población y colonización en America

El conde de Monterrey, recibe en 1598 reiteradas disposiciones


del monarca para ejecutar la reducción. En esas ordenes que reco-
gen las recomendaciones hechas desde Mendoza hasta el segundo
Velasco, se le indica: que para facilitarlas, se asegure la propiedad
de las tierras a los indios y se les exima durante dos años del pago
de la mitad de los tributos; y que a los funcionarios encargados de
la obra se les pague su trabajo y que se ejecute sin excusa ni pretex-
to. El conde de Monterrey no fue reacio a la voluntad del monarca,
y por otra parte, habiéndose en diversos lugares del Virreinato, aún
en el lejano Yucatán y en Guatemala realizado reducciones bastan-
tes positivas, acelerará el proceso y lo terminará. De esta suerte,
muy resumidamente expresada, la política estatal trató de resolver
durante el siglo XVI el problema de la diseminación de los indíge-
nas, de concentrarlos para hacerlos participar dentro de su política
general: cultural, religiosa, económica, social. El imperio se consoli-
daba al incorporar a su cuerpo físico, y a sus complejos designios, a
la población indígena americana. Tres cuartos de siglo había du-
rado esta primera fase del proceso en el centro de México; en otras
regiones, al igual que en el resto de América se prolongaría cerca de
tres centurias.
El Estado español, que de una monarquía medieval se transfor-
maba en un estado moderno, no podía escapar del todo a las anti-
guas concepciones, por tanto sintióse responsable no sólo de la paz,
de la seguridad, de la justicia sino también de la salvación de sus
súbditos. Desde los primeros documentos de Colón y los reyes cató-
licos se desprende esta idea totalizadora que cubría, apoyada en la
Iglesia, la vida entera de los naturales. Los consejeros de los reyes
percatáronse que los nuevos vasallos que en su mayoría vivían en
los estados primeros de la naturaleza, deberían elevar su situación,
adquirir una condición humana material y espiritual equiparable a
la europea. Consideraban apoyados en el apóstol que había que
atender primero lo corporal y animal y luego lo espiritual e interior,
que era necesario hacer hombres perfectos para obtener cristianos

197
Ernesto De La Torre Villar

perfectos. El mejoramiento exterior de los indios, les conduciría a


la elevación de su vida interior. Acción política, civil, íntimamente
unida a la religiosa representó la misión esencial y primera del Esta-
do. Una conjunción de acciones con el fin de ordenar, de ensamblar
a los componentes del Imperio; el deseo de considerarlos a todos
parte integrante de un cuerpo político y de un cuerpo místico que el
Estado tenía también la obligación de constituir y preservar, es la
que mueve a España a impedir que escapen a su control, mejor
dicho a esa alta finalidad, los integrantes de su imperio, y los natu-
rales lo fueron en forma abrumadora.
Por otra parte, al Estado moderno que tendía a la centraliza-
ción, a las formas absolutas que requerían la concentración de fuer-
zas políticas y económicas no escapó en momento alguno, la nece-
sidad de contar con la cooperación económica de sus vasallos, la de
sustentarse con su esfuerzo pecuniario. Para ello utiliza secular meto-
do, la tributación, esto es, la imposición de un gravamen, de un
símbolo de su autoridad, el reconocimiento de su poder. Esta obli-
gación extensiva a todos los miembros de su imperio, va aparejada
a la necesidad de premiar el esfuerzo particular, la acción personal
de los conquistadores a quienes se otorgan indios en repartimientos
primero y luego en encomienda y a quienes se beneficia concediéndo-
les el que los naturales trabajen para ellos las tierras que origi-
nalmente les pertenecían.
Poderosas razones económicas originan una serie de institucio-
nes que afectan a la sociedad indígena en mil maneras, aún cuando
también en mil diversas formas se haya tratado de acuerdo con
ideas nobles y altruistas de hacerlas benéficas y positivas. Los inte-
rese particulares que realizaron la conquista fueron tan potentes
que se impusieron, y unidos a razones político-administrativas obli-
garon a Estado a cuidar que nadie se eximiera de contribuir a su
fortalecimiento como entidad superior. Una población derramada
en inmenso territorio, representaba no un auxilio, sino una carga.
Era necesario alterar los términos para que ella procurara a los go-

198
Aspectos de la política de población y colonización en America

bernantes contar con recursos con que atenderla y también satisfa-


cer sus específicas necesidades, americanas y europeas. El costo de
una administración estatal cada día mayor y más cara, tenía que
encontrarse en el Nuevo Mundo. Para esto había que tener un con-
trol político y económico de los aborígenes y este sólo era posible
en la medida en que estuvieran reunidos, concentrados en centros
en donde la autoridad pudiera ejercer su acción económico- coacti-
va. Si el Estado atiende las peticiones de los religiosos para reunir a
los indios y así permitirles desenvolver su labor apostólica, tam-
bién escucha las de oficiales reales, autoridades y particulares que
le indican no pueden realizar sus funciones ante una población que
escapa a su acción las de los encomenderos que no pueden contro-
lar a sus encomendados sino mediante su proximidad.
Es evidente que esta decisión política puso en crisis una con-
cepción amplia y generosa de que se encuentra impregnada la legis-
lación y la filosofía política española, a saber: la de que deben todos
los hombres gozar de los derechos que la naturaleza les otorga: li-
bertad de creencias, movimiento, residencia, trabajo, etc., con las
exclusivas limitaciones que todo organismo social impone a sus
miembros en beneficio común.
La libertad humana como presupuesto a toda acción política,
que se declara y ordena en los primeros años de la colonización, va
a limitarse por una serie de consideraciones de muy diverso tipo.
Esa limitación, que representa una disyuntiva, una crisis de toda
una corriente amplia y generosa, se convertirá a lo largo del tiempo
y a los ojos de los más eminentes hombres que en América actua-
ron, en motivo ya no sólo de discusión o enconada polémica, sino
en justificación de amplios movimientos de rebeldía tendientes a
hacer prevalecer la libertad por sobre otras consideraciones de po-
lítica gubernamental.
Estas y otras razones más, fueron las que condujeron a la coro-
na a propiciar la labor de reducción de los naturales, a dictar las
disposiciones que hemos señalado y muchas otras que abrazan este
largo proceso durante tres centurias.

199
Ernesto De La Torre Villar

En estas páginas referidas tan sólo a las ideas más generales


escogitadas en el siglo XVI en torno a este problema y a la acción
gubernamental realizada para resolverlo, no es posible comprender
los diversos puntos de vista que las teorías y sus realizaciones cu-
brieron, ni mencionar a todos los participantes de esa larga discu-
sión ni sus motivaciones que cubren infinidad de aspectos materia-
les y espirituales, teóricos y prácticos que configuran la formación
ideológica y también social y económica de Nueva España en el
siglo XVI. Este problema, con otros muchos, está tan íntima y
complejamente tramado que es difícil separar en ocasiones uno del
otro. Su origen que arranca de las consideraciones en torno de la
naturaleza del indio americano y de sus posibilidades espirituales e
intelectuales, de su libertad o servidumbre, de su reconocimiento
como parte integrante de la sociedad y de la economía imperiales,
conduce al Estado español a aplicar sistemas y métodos, nuevos
unos, tradicionales otros, los cuales aplicados en muy diversa ma-
nera, configuran nuestro ser social, nuestra realidad histórica que
empieza a integrarse en medio de polémicas fructíferas, de ensayos
nobilísimos, de realizaciones extraordinarias, pero también de erro-
res, de fallas en la aplicación de la ley y en la interpretación de los
fenómenos sociales, de irregulares procedimientos y deshonestidades
administrativas. Todo ello entrelazado constituye un amplio proce-
so, de cuyo contenido total este trabajo es sólo un anticipo.
Si esas fueron las razones que motivaron parte de la política de
colonización y población del Estado español en América, digamos
tan sólo unas breves y finales palabras en cuanto a las consecuen-
cias que acarreó a los aborígenes del Nuevo Mundo.
Estos, distribuidos de acuerdo con los recursos naturales exis-
tentes en torno a configuraciones socio-políticas y culturales de muy
diversa forma y contenido, constituían un mosaico de distribución
demográfica, muy variado. Al lado de simples agrupamientos, re-
veladores de formas socio políticas muy primarias: familias, clanes,
federaciones o confederaciones por razones de origen, de asenta-

200
Aspectos de la política de población y colonización en America

miento territorial, de cultura en las que hay que pensar en afinida-


des lingüísticas, religiosas y económicas, tenemos otras que obede-
cen a organizaciones sociales más desarrolladas y complejas como
aquellas que constituían verdaderas ciudades estado, o agrupamien-
tos que de acuerdo con la terminología europea podríamos deno-
minar señoríos, o cacicazgos, reinados con formas monárquicas
hereditarias o democrático-electivas, y aún imperios como el azte-
ca y el inca. Cualesquiera que hayan sido las formas de agrupa-
miento, ellas habían dado lugar con evidentes transformaciones en
su proceso histórico, a una organización socio-económica-cultural
muy arraigada y fija.
La organización de esos grupos, tenía una realidad que apoyaba
la geografía. La cohesión, mayor o menor existente, estaba en rela-
ción con la riqueza natural y su aprovechamiento. Aun las grandes
organizaciones, excepto casos muy singulares, sustentaban su fuer-
za material en los auténticos frutos de la tierra, en la capacidad de
mano de obra de la población. Los tributos de Moctezuma que mues-
tran la organización económica de su supuesto imperio, revelan el
conocimiento que se tenía de los recursos de cada región y de sus
posibilidades de explotación. Las rivalidades entre grupos vecinos,
se producían también por el deseo de controlar elementos indis-
pensables para la vida: el agua, la tierra, la sal, el maíz. Cada agru-
pación humana debería contribuir con elementos de su propia loca-
lidad. En un conocimiento básico de la potencialidad económica
del territorio, se asentaban las organizaciones sociopolíticas más
relevantes, y todo estaba tan bien e íntimamente tramado que las
instituciones estatales crecían y la población, aún la aparentemente
muy dispersa, estaba cada vez más sujeta a la acción de los grandes
centros político-económico- culturales.
El modificar esa distribuición demográfica por variadas y jus-
tificadas razones que el Estado español tuvo, originó un grave tras-
torno en la organización socio-económica prehispánica. Rompió una
estructura formada a través de largos años, desajustó la vida social

201
Ernesto De La Torre Villar

de los grupos indígenas, su organización económica y sus relacio-


nes culturales. La imposición de nuevos patrones a la sociedad pre-
colombina se facilitó en la medida en que fue quebrantada su anti-
gua organización social y se implantó un sistema económico complejo
en el cual formas feudales figuraban al lado de formas precapitalistas
que beneficiaban a una entidad política superior.
En resumen, las reducciones de los indios, a partir del siglo XVI,
rompen todo un sistema en muchos casos milenario que había per-
mitido la creación de organismos socio-políticos muy diversos y
valiosos, para dar lugar a una sola forma de organización semejante
a la europea, que con todas las diferencias de carácter económico-
social que entre sus distintos elementos presenta, constituye una
forma de organización, que habrá que imponerse con todas sus con-
secuencias a nuestro desarrollo histórico.

202
Alfonso Reyes, viajero

Moisés González Navarro


Profesor-investigador emérito de
El Colegio de México

E
l joven Alfonso Reyes escribió que el Porfiriato (“pintoresca
palabra”) o antiguo régimen venía dando síntomas de
caducidad y había durado “más allá de lo que la naturaleza
parecía consentir”. En opinión de Reyes, el miedo al contagio y un
“concepto estático de la patria” hacían ignorar la tormenta que se
avecinaba; “creíamos o se nos quería hacer creer, que hay hombres
inmortales, en cuyas rodillas podían dormirse los destinos del
pueblo”. 1 En efecto, el estallido de la Revolución sorprendió a
muchos miembros de la clase dominante.
El fracaso de Bernardo Reyes en el asalto al Palacio Nacional,
en 1913, obligó a sus hijos Rodolfo y Alfonso a emigrar a Europa.
El joven Alfonso Reyes, ya enrolado en el servicio exterior al esta-
llar la primera guerra mundial propuso a las demás legaciones his-
panoamericanas que viajaran conjuntamente a la frontera españo-
la; en cumplimiento de ese plan todos los días se añadía un vagón
americano a la cola del expreso español. Reyes y su esposa sufrie-
ron mucho para alojarse en Burdeos por el gentío que se refugió en
esa ciudad y los precios “criminales” de las habitaciones; afortuna-
1
Reyes, El pasado inmediato y otros ensayos, 1941, pp. 58, 8 y 32.

203
Moisés González Navarro

damente el vicecónsul Contreras les consiguió una buhardilla; ha-


bía tanta gente que era preciso hacer largas colas para entrar a los
restaurantes. Por temor al espionaje, Mauricio Barrés fue aprehen-
dido por un bordóles a quien preguntó por una calle porque no
hablaba el francés como en Burdeos; la policía se disculpó al liberarlo
“entre la rechifla general”. Don Alfonso presenció la llegada del
fugitivo gobierno de París a Burdeos en 1914 y cinco años después
la alegría de la victoria. Soldados y estudiantes americanos partici-
paron en esa celebración, convencidos de que no todos los france-
ses eran ligeros, del mismo modo que los galos aprendieron que no
todos los americanos eran acróbatas. Reyes comprobó que en
Burdeos casi todos entienden el español, pues cuando Azorín y él
hablaban en francés en los mercados, las mujeres les contestaban
en correcto castellano.2 México salió del aislamiento en que vivió
en la primera guerra mundial con un “airecillo de altanería” que,
afortunadamente, duró poco pero que no ha dejado de estimular
una “discolería nacionalista”,3 acota Reyes.
En España saludó a algunos mexicanos exiliados. Pablo Macedo
le confesó un día en Madrid que los mexicanos habíamos vivido
muy engañados sobre el verdadero valor de España.4 Reyes supo
valorar a las madrileñas; todas, rudas o finas, eran hermosas, acaso
con la excepción de las empleadas en una taberna para soldados.
Como buen regiomontano recordó las andanzas del padre Mier en
Castilla, quien dio clases de literatura a la engreída nobleza. El re-
giomontano, reprochó al arqueólogo Gómez Moreno que vivía pre-
so entre los muros del “dialecto castellano”, pero aquél se defendía
argumentando que el mexicano le quería enseñar castellano a él,
nativo de Toro. Así se enfrascaban en dimes y diretes, cuando Re-
yes decía “No más eso faltaba”, Gómez Moreno castizo y directo le
reprochaba que no empleara la frase: “¡No faltaba más!”.5 El joven
2
Reyes, Las vísperas de España, 1937, pp. 130 y 222-231.
3
Reyes, Norte, p. 7.
4
Reyes, Pasado inmediato y otros ensayos, 1941, p. 31
5
Reyes, Las vísperas, pp. 51, 98 y 102.

204
Alfonso Reyes,viajero

Alfonso se desquita aludiendo a los tópicos de los cafés madrile-


ños, en los que durante varias horas se hacían vagas alusiones a una
realidad que escapaba a la mente misma.

Una tenuísima corriente de evocaciones pasa cosquilleando el espíritu.


No se define nada. Precisar, duele... ¡Oh, voluptuosidad. Rueda, por
las terrazas de Alcalá! calle arriba, allá abajo un vago rumor de almas
en limbo.6

Reyes disfrutó de la compañía de Ramón del Valle Inclán en el


café Regina y fue testigo de la ternura y de la aspereza de las madres
madrileñas con sus hijos, y también de la corte de los milagros ma-
drileña: guitarristas, cantadores, recitadores, implorantes, salmistas
y maldicientes; unos se hacían acompañar de mujeres, otros de ni-
ños y otros más de perros. Remata con una paradoja: el mendigo
español se vestía de mendigo. Una horda de carne seca y de harapos
vociferando y alzando los puños, no sabían si para amenazar o para
pedir, se les acercó amenazadoramente en San Esteban del Casti-
llo; para su fortuna la sacristana del lugar los salvó haciéndolos
entrar por una puerta y salir por otra, pero todavía los siguieron
“unas cuantas mujeres con la cría a cuestas y los senos desnudos”.7
La polémica latinos versus sajones la sintió muy cerca en España;
por ejemplo, un agricultor andaluz rechazó que los latinos fueran
mutilados porque la luz del sol no baña a la vez toda la Tierra:
“Que hoy estemos así. Qué más da, si por nosotros pasó la luz y ha
de volver”. Cuando ese agricultor le preguntó si los hispanoameri-
canos creían en España, le respondió que los de su edad ya todos
creían en España; él antes de visitarla creía en la grandeza de su
pasado, ya estando en España creía en su presente y en su porvenir.
La lucha de clases asoma en la respuesta de ese agricultor: sólo
tenía un revólver frente a 40 de sus trabajadores, y éstos pretendían
no sólo ventajas justas sino aniquilar sus bienes. Maura era incapaz
6
Reyes, “Calendario”, en Obras completas, vol. II, p. 278.
7
Reyes, Las Vísperas, pp. 8, 15-16, 18, 22, 28, 49 y 99.

205
Moisés González Navarro

de resolver esos problemas. En Sevilla descansó de la gritería de


Madrid y de la bufonada que confundían con la gracia andaluza,
“fuerza ligera, libélula de color, querubín del alma”. El americano,
al llegar a Sevilla, sentía que había llegado a la puerta del mundo.
En el hampa sevillana se reclutaron marineros y soldados que con-
quistaron y colonizaron el Nuevo Mundo: “¡Hasta los patios y na-
ranjas de Sevilla me recuerdan mi casa de Monterrey!” Consignó
que a los gitanos los llamaban “egicios”, y mucho llamó su atención
un verdadero Cristo suave, rubio, dulcísimo, a quien no herían los
clavos de la cruz, y que parecía flotar sobre las olas, que iba a “lan-
zarse del madero; en un vuelo de vaivenes líricos”.8
El país vasco era otro mundo. Mes y medio disfrutó la estación
veraniega en San Sebastián a partir de septiembre de 1914. Ahí
platicó con Pablo Martínez del Río y compartió con Ángel Zárraga
horas “atléticas”. En compañía de este pintor viajó en ferrocarril,
en tercera clase, entre la servidumbre de las clases ricas que retor-
naban del veraneo, y no faltó mozo que le enseñara las piernas de
una chica dormida y que guiñándole el ojo le dijera: “¡menos mal
que hay cine!”, chiste rudo y grosera bondad, comenta. En el tren
de Santander a San Sebastián les preguntaban lacónicamente: “¿De
fueras de España?” Cuando respondían que procedían de Madrid
les preguntaban por las marquesas. La muchacha de una fonda les
ofreció “jamón y paño”, así “anda ya el español por estas tierras, a
trastazos con el vascuence”. Le sorprendió que la Guadalupana de
México tuviera una capilla en Santa Ana. Por otra parte les desagra-
dó la visita a un taller porque los obreros (por el abuso del vascuen-
ce y las juergas dominicales facilitadas por la proximidad de la fron-
tera) habían perdido el don de expresarse y querían que “con gestos,
contorsiones del cuerpo y vagos mugidos” entendieran la fabrica-
ción de escopetas y pistolas. Delicado, Reyes se molestó porque
estos hombrones rudos no supieran distinguir el tenedor para la
fruta del tenedor para carne. Los hombres viejos y fuertes, vestían
8
Ibid, pp. 143-148 y 207.

206
Alfonso Reyes,viajero

trajes negros y boinas azules, las mujeronas, feas, gordas, comelonas


y viejas, vestían de manera igualmente insípida; contrastaban sus
pendientes de piedras riquísimas “con sus zapatos torcidos y de
tacón bajo y con sus peinados innobles”. Los muchachos eran “unos
becerros entre atontados y rabiosos”; él escuchaba “siempre con
recogimiento y temor” su lengua que suena a disparate sagrado.
Sorprendido averiguó que esos mal vestidos y mal lavados habían
abandonado el balneario en espléndidos autos propios. En fin, Azorín
le preguntó si ya conocía el balneario Zaldívar, “lugar codiciado para
hombre casado”. (Las cursivas son de Alfonso Reyes). 9
El joven diplomático y literato Alfonso Reyes tachó a quienes
deseaban atraer orientales a México de “snobismo literario” o de
vagas generalidades antropológicas (pómulos salientes y ojos obli-
cuos), quienes se apoyaban en la eterna historia del chino y del
indio que en un día se entendieron hablando cada uno su propia
lengua. Esas personas olvidaban que los orientales sólo contaban
en el mundo actual en la medida en que habían logrado
“desorientalizarse”, sustituyendo las pasividades budistas y la no
resistencia al mal “por el victorioso optimismo activo y creador del
Mediterráneo y de Occidente”. Al entonces parisiense Reyes le pa-
recía increíble que por una mera manía basada en libros norteame-
ricanos algunos pensaran en la conveniencia de la cruza del
semisueño en que vivían ciertos autóctonos mexicanos con otra
modorra semejante: “¡Sobre el pulque y la melancolía -por si eran
poco-, el opio y el nirvana!”, escribe con palabras que recuerdan el
racismo porfirista. Sin embargo el joven Reyes no era eurocentrista;
con buen ojo distingue la migración española golondrina a Cuba al
compás de la zafra, de la inmigración a México donde los españoles
venían en calidad de sargentos a:

[...] buscar al grupo de indios a quien mandar y gobernar en el campo


y en el real minero. Aislados esos sargentos arraigaban en su localidad,

9
Ibid, pp. 132-133 y 167-168.

207
Moisés González Navarro

donde pronto con su tesón y su virtud de ahorro se convertía en


personaje de cierto peso pero que a cada rato invocaba su calidad de
extranjero, que en la realidad de las cosas había dejado de
corresponderle .10

Cuando Alfonso Reyes escribió sobre la inmigración francesa


todavía se sabía poco de San Rafael, Veracruz, (en cierta forma
don Alfonso sabía más de Francia que de México). Aunque a causa
del éxodo rural Francia necesitaba atraer con urgencia agricultores,
el Estado francés había intentado responder a esa necesidad con un
laberinto de decretos particulares. México tenía como vecino a Es-
tados Unidos, país de inmigración, potencia “algo invasora” dice
Reyes con piadoso eufemismo. Nuestro país debía robustecer en su
población blanca un sentimiento de equidad y de respeto a la digni-
dad humana del indio, estimularle su apego a los bienes terrenos; la
educación, por otra parte, podía corregir estos escollos en un siglo,
pero una inmigración intensa podría ayudar a disolverlos “con rela-
tiva rapidez”.
Se refirió a las ya mencionadas semejanzas con los chinos, y a
que otros, por afición a la disciplina militar o por mera aversión a
Francia, pedían una mezcla germánica; otros más por novedad que-
rían húngaros, polacos o checos. En fin, algunos pensaban en el
ejemplo fecundo, “aunque no sin peligros”, de los italianos en Nue-
va York o en Argentina. Pocos deseaban la mezcla española que,
pese a algunos errores, había producido “repúblicas y pueblos ca-
paces de vida autonómica y civilizada”. Otros por un nacionalismo
extremo rechazaban toda mezcla extranjera como una perversión.
Reyes no estaba convencido de las facilidades que daba Francia a
la docencia de profesores extranjeros, en realidad, nunca se habían
autorizado escuelas privadas extranjeras por el temor a crear mino-
rías étnicas inasimilables. Este problema, en nuestro país, referido
a los españoles era grave por el individualismo español y por su

10
Reyes, La inmigración en Francia (1927), 1947, pp 7, 10 y 32.

208
Alfonso Reyes,viajero

dispersión en México, cuestión también ya aludida. Recordó que


Charles Maurras denunció la influencia del meteco en la literatura y
en las artes en Francia: “París mismo apenas comienza a sentirse,
después de la guerra, una capital cosmopolita”.11
En 1939 con un grupo de intelectuales y artistas, se fundó la
Casa de España en México. El primero en pensar en esta casa fue
Daniel Cosío Villegas, quien compartió esta responsabilidad con
Alfonso Reyes, presidente de esta benemérita institución.
Por otra parte, según Alfonso Reyes los alemanes sólo se ocupa-
ban de la industria pesada y los franceses de la suntuaria; los ingle-
ses sólo enviaban su dinero pero ellos mismos no venían, y los nor-
teamericanos (gerentes o turistas) no convivían con el pueblo. Los
rudos españoles, en cambio, se convertían en pequeños caciques y
aun tomaban parte en aventuras revolucionarias, pero si perdían se
acordaban de que eran extranjeros y reclamaban ayuda por la vía
diplomática. La solución era reconocer que constituían “una nacio-
nalidad intermedia, crepuscular”. Al fin y al cabo si América existía
era porque había habido españoles que al venir habían quemado
sus naves quedándose para siempre aquí:

Esta incómoda y activa masa de embriones -inmigración bárbara en


cierto modo, pero orgullosa de su ascendencia que un día dominó el
mundo- no es ya España, no es todavía América: es el último envío
de sangre de la conquista.12

Alfonso Reyes dejó amplio testimonio de su estancia en París.


Es significativo que muchos escritores hispanoamericanos se co-
nocieran en la capital de Francia, no en sus respectivos países. En
esta ciudad, Leopoldo Lugones y Rubén Darío tuvieron frecuente
trato.13 El argentino dijo a Alfonso Reyes en 1913 que México era
casi europeo porque era un país con tradiciones, tenía cuentas históri-
11
Reyes, La inmigración en Francia (1927), en Archivo de... , 1947, pp. 5-11, 18 y 30-32.
12
Reyes, Los siete sobre Deva. Sueño de una tarde de agosto, pp. 24.25.
13
Cabrera de Tablada, José Juan Tablada en la intimidad, 1954, p. 85.

209
Moisés González Navarro

cas que liquidar y podía jouer a l’autochtone con los indios; en fin, era
un pueblo vuelto de espaldas. Argentina, en cambio, miraba al por-
venir, al igual que Estados Unidos y Australia, pueblos sin historia,
cuenta Reyes que Keyserling, pese a reconocer su poco conoci-
miento sobre México, encontraba la principal diferencia entre Ar-
gentina y México en que nuestro país era melodramático, es decir,
exagerado; don Alfonso entonces acota lo obvio: la letra de los tan-
gos “deja muy poco que desear en materia de melodrama”, si bien
tenían un dudoso valor como documento histórico. Trece años des-
pués, al recordar esa conversación Reyes comentó que, al parecer,
los argentinos llevaban en todos sus actos, por insignificantes que
fueran, “una secreta y arrogante consigna nacional”.14 Ramos Mar-
tínez asombró a París con cuadros pintados por niños de ocho a 15
años, y Picasso mismo retrasó un viaje para conocerlos. Algunos
dudaron que fueran obra de tan pequeños artistas, pero según Al-
fonso Reyes aun si eran obra de cuarentones era “una exposición
admirable y desconcertante”. Cuando alguien preguntó cómo man-
tendría el gobierno mexicano a tantos pintores, Reyes contestó:
“Hacer revoluciones. Tolondrones a los preguntones”.15
Alfonso Reyes, tan justamente elogiado por Vasconcelos, y en
general sereno, caracterizó a Francia como un país más campesino
que comercial, más artista y artesanal que industrial, y no omitió el
mal chiste que comparaba a Francia con el queso holandés: “rojo
por fuera, blanco por dentro”. En realidad, a quienes habían vivido
en Francia les constaba su “perfecto equilibrio entre la ‘soofrosynee’
griega y las romanas ‘gravitas’, ‘pietas’ y la ‘constantia’; entre la curio-
sidad intelectual del humanista y la fe católica, entre la profunda
lealtad familiar y el sólido individualismo”. A los ojos extranjeros
parecían confusos los hilos de la política francesa porque cada pe-
queño grupo económico y social tenía su partido y ninguno podía
aspirar a la mayoría parlamentaria. Alfonso Reyes (tan republicano
14
Reyes, Norte y Sur (1925-1942), 1944, pp. 31, 33-34 y 38.
15
Ibid, pp. 25-27 .

210
Alfonso Reyes,viajero

como su hermano Rodolfo) se burla de la “popularidad boba” de


que entonces gozaban las testas coronadas en las repúblicas extran-
jeras. También recoge las burlas al embajador soviético porque
paseaba en París en un lujoso auto y todas las noches, de frac, iba a
los más afamados restaurantes, por éstas y otras razones no lo lla-
maban Krassine sino “Aristo-Krassine”.16
Según Alfonso Reyes, el pueblo español recibió con “anormal
indiferencia” la derrota de 1898; España olvidaba sus penas en las
corridas de toros. Veintitrés años después, en cambio, la gente pe-
día el castigo a los delincuentes de Melilla. Reyes, igual que otros
mexicanos consideró que si Cataluña se separaba se convertiría en
la “más débil nacioncilla” del mundo. ¿A quién si no a España,
iban a vender sus telas de Tarrasa? En septiembre de 1923 se ha-
blaba de alianza de tres nuevas naciones: Cataluña, Vasconia y el
Rif; ese trío consideraba al castellano “la lengua del opresor”.17
Tal vez lo más perdurable del paso de la delegación de México
por Río de Janeiro en 1922 fue la donación de una estatua de Cuauh-
témoc. Un miembro del Partido Socialista Argentino consideró una
“gaffe” ese obsequio porque nadie sabía “quién” es el indio ese,
argumentando que “ni en Argentina ni en Brasil había indios”, en
este último país había sólo negros; evidentemente nada de eso venía
a cuento, pues se trataba de un héroe mexicano. Corrobora el racismo
de ese socialista argentino su reproche al gobierno mexicano por
hacerse representar “con un símbolo que no tiene resonancias en el
resto de América latina”.18 Alfonso Reyes criticó el “rincón sombrío”
en que se colocó la estatua, refugio de enamorados, pero tomó las
cosas con buen humor: el altivo indio, viendo fijamente a las parejas,
les decía: “Quietos muchachos, que allá va’ el golpe”. Por razones
que Reyes no explica se creó la superstición de que dando tres

16
Reyes, Crónica de Francia (enero a abril de 1925), 1947, pp. 6,8, 11 y 58-59.
17
Reyes, Momentos de España. Memorias políticas (1920-1923), 947, pp. 31, 35-36 y
35-55.
18
Vasconcelos, El Desastre, pp. 178-179.

211
Moisés González Navarro

vueltas en torno al monumento haciéndole una pequeña reverencia


se conjuraban los peligros. Supersticiones y bromas aparte, los actos
mexicanos del zócalo de ese monumento eran un “aderezo vegetal
apropiado” para ese “carioca honorario”.19
Años después varios intelectuales españoles preguntaron a
Chávez Camacho por algunos de sus colegas mexicanos. El sabio
Ramón Menéndez Pidal le preguntó con vivo interés por la salud de
Alfonso Reyes. Cuando Chávez Camacho le preguntó a Ortega y
Gasset qué le había hecho Alfonso Reyes respondió que “nada con-
creto ni personal. Pero ha hecho tal porción de tonterías... -¿Como
cuáles maestro? -Gestecillos de aldea- dijo con ademán de disgusto
y desprecio”. Ortega y Gasset no explicó esos gestecillos. En cam-
bio, Jules Romains no olvidaba México, donde se refugió en la se-
gunda guerra mundial; recordaba con afecto a sus amigos mexica-
nos, en primer término a Alfonso Reyes.

19
Reyes, Norte y sur (1925-1942), 1944, pp. 79-80 y 116.

212
Saltillo y Monterrey
en la historia del noreste
Discurso de ingreso a la Sociedad
Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística

Jesús Alfonso Arreola Pérez

E
l título asignado a esta intervención es sugerente. Mucho
se ha contado y escrito de la historia de estas dos poblaciones
y no se ha dicho todo. Mucho se ha escrito desde luego de
Monterrey y desde la temprana edad de la población, cuando era
incierto aún su destino.
En años no lejanos, en la década de los treintas Vito Alessio
Robles, publicó tres monografías: Saltillo en la historia y en la leyenda;
Acapulco en la historia y en la leyenda y Monterrey en la historia y en la
leyenda. Dijo su propósito: “contribuir a la divulgación de la histo-
ria; promover el turismo dando a conocer la influencia política de
estas ciudades en la región”.
El esquema de las monografías, cambiando de una a otra el or-
den de los temas, incluía, además de lo histórico, aspectos de geo-
grafía, economía, vías de comunicación y de religión. Las mono-
grafías de Saltillo y Monterrey tocaban el asunto de la judería.
Don Vito sentenció:

Cuando se conoce, así sea someramente, la historia de un lugar, las


piedras hablan y el espíritu se enciende.

213
Jesús Alfonso Arreola Pérez

Por lo mucho que se ha avanzado en el conocimiento de los


orígenes y desarrollo de esta comunidad, aquí se ha producido ya
un inmenso y constante vocerío y se siente la calidez de la flama
que ilumina el camino donde se han unido Monterrey y Saltillo.
Pero no siempre fue así para los saltillenses. Tuvieron que pasar
casi doscientos años luego de establecida la población, para que se
esbozara su primera historia; borrosa por la lejanía en la perspecti-
va, traslpando fechas y nombres, por la falta de datos. Explicable
aquella confusa visión histórica, pero loable y extraordinario es-
fuerzo del bachiller Pedro Fuentes, su autor, por producirla cuando
Saltillo crecía y hacia crecer las torres de la iglesia de Santiago con
pretensiones tempranas de ser catedral.
Cuando Alonso de León, Juan Bautista Chapa y Fernando Sán-
chez de Zamora, en aquella primera historia de Nuevo León, en el
siglo XVI, a pocos más de 50 años de fundado Monterrey y refirién-
dose a los pobladores de esta ciudad, dijeron:

...Pasaron algunos años desde la salida que hicieron los españoles de


este reino y como la villa de Saltillo es corto albergue a hombres de
ánimos magnánimos y el Capitán Diego de Montemayor lo era...

Encendieron animadversiones y estériles dimes y diretes en los


que obliga y vulgar respuesta aludía a la condición de ofendido de
Montemayor en cuestiones de honor por Alberto del Canto.
La historia de Monterrey y Saltillo comparten, la que las ha lle-
vado a fecundos encuentros y la que cada una por su cuenta ha
realizado, es más profunda y positiva que los agravios cruzados y
sentidos entre los que salieron en 1596 de aquel valle y los que ahí
quedaron.
Fundar Nuestra Señora de Monterrey, fue mucho más que repo-
blar donde otros habían intentado hacerlo.
Requirió audacia y arrojo en Montemayor y en sus seguidores.
Confianza en su valer y tomar para sí privilegios y encomiendas
dadas a Carvajal, a otros, por el monarca. Significó negociar con la

214
Saltillo y Monterrey en la historia del noreste

autoridad virreinal lo nuevamente establecido y entregar total es-


fuerzo para mantener la vigencia de una ciudad que no lo era y de
un reino, delineado apenas con los desconocidos lindes entre la Flo-
rida y el Virreinato de la Nueva España.
Venir, fue también forma de escapar a la zozobra ante la justicia
real, celosa y persecutoia de toda manifestación del judaísmo.
Salir de Saltillo fue también escapar de la dominante presencia
de los tlaxcaltecas, utilizados por el virrey y por la gobernación de
la Nueva Vizcaya, para deshacer y recomponer mercedes de tierras
y aguas otorgadas por Alberto del Canto.
San Esteban de la Nueva Tlaxcala, establecida en 1591, calle de
por medio junto a la villa española disfrutó de grandes privilegios y
derechos, sobre todo autonomía, respecto de los saltillenses.
De muchas cosas escaparon de Saltillo, unos, con Gaspar Casta-
ño de Sosa con pretensión de repoblar Almadén, Monclova; otros,
con Diego de Montemayor, a repoblar Santa Lucía y fundar Monte-
rrey. Tenían razones y razón para salir, las condiciones de vida para
aquellos españoles, vizcaínos y portugueses algunos, se habían es-
trechado, habían mudado radicalmente. De pronto, se encontraron
en situación manejada por extraños, ajena y poco propicia a sus
interes y expectativas.
Y unos salieron: a los que llegaron a Monterrey, el tiempo coro-
nó aquel esfuerzo, los que salieron a Monclova, el tiempo no les
alcanzó para triunfar.
Otros, quedaron atrincherados en el lomerío, replegados al oriente
de la villa, en la falda de la serranía de Zapalinamé y prestos a
escapar, si era necesario, a la montaña por el “puerto” de Arteaga.
Estos, fueron los primeros saltillenses, encerrados, hoscos; los que
crearon por largo tiempo una cerrada sociedad.
Acá, a Monterrey, llegaron los saltillenses que hicieron camino y
que caminando se hicieron regiomontanos y luego nuevoleoneses.
Su movilidad ha sido desde entonces incesante. Ha permitido
crear una sociedad abierta, plural, tolerante y dinámica, superando

215
Jesús Alfonso Arreola Pérez

los vicios y manchas de la encomienda y de la congrega; del tiempo


culpas.
Caminar, les dio sentido de temporalidad y el tiempo los impul-
so a buscar horizontes de magnitud. El que camina sabe de lo
macro y lo busca.
Los que quedaron, echaron raíces; ellos generaron el sentido de
espacio, el de estar. Por esto, sin sentido de temporalidad no escri-
bieron temprano su historia.
Los de allá y los que salieron, buscaron ambos cambios con su
decisión, acomodo y posibilidad de participar en la aventura de nueva
vida; al decidir y hacerlo en diferente forma, dieron lugar a ritmos y
modos distintos.
A partir de la empresa de Diego de Montemayor, desde Monte-
rrey se genera y alienta la historia de Nuevo León y con ella la del
primitivo Coahuila, en Monclova, y se irrumpe en la de Texas y en
la de Tamaulipas. Tempranamente los rasgos de los regiomontanos
dan vida a la imagen del nuevoleonés.
Esta aventura, por crear una nueva vida en estas latitudes reineras,
la asumieron hombres y mujeres que a la vez, asumieron el compro-
miso de crear nueva identidad; hombres de cuyas obras y hazañas
hubo un pronto testimonio escrito.
Otra fue la suerte para los de Saltillo. Retener y conservar iden-
tidad, en circunstancias nuevas y también difíciles condiciones vol-
vió los ojos a lo íntimo, se dejó de contar lo externo. Aquí y allá, el
temple fue el mismo. Largo tiempo pasó para tener allá historia.
Los de “San Esteban de la Nueva Tlaxcala” habían hecho desti-
no en Saltillo. Hombres libres, con dependencia directa al virrey,
con derechos a tierras y aguas, a usar armas y sin sujeción ni a
clérigos ni a sus vecinos, también eran audaces hombres que ha-
bían caminado y adquirido el sentido del tiempo. El suyo, atado a
la capitulación real, el de los de Monterrey, tiempo suelto y franco.
La diáspora tlaxcalteca a Saltillo y luego la que desde ahí multipli-
caron los de San Esteban, está por escribirse y debe hacerse pronto;

216
Saltillo y Monterrey en la historia del noreste

es una historia indispensable para integrar la del noreste.


Junto aquellos altivos tlaxcaltecas se fue dibujando penosamen-
te la identidad de los saltillenses. La historia la hacían los que
caminaron desde Tizatlán; los que levantaron huertos y semente-
ras, los que abrieron acequias y plantaron frutales. La historia la
hacían ellos, que salían a poblar y a colonizar, de General Cepeda y
Parras, hasta la Laguna; y por el norte a Monclova, San Buenaven-
tura, Nadadores y Candela; y a Texas y a Nuevo León.
Los de Saltillo, conservaban identidad, por largo tiempo, los tlax-
caltecas hacían caminos. Luego a paso lento y de la mano con el
pueblo, la villa de españoles se abrió a un complicado despegue
propio. A raíz del enconado litigio por las tierras de Monclova, en-
tre los del Nuevo Reino de León y los de la Nueva Vizcaya, Saltillo
perdió su acta de nacimiento. La tuvo en sus manos Martín de
Zavala, para fijar límites a sus fundaciones. La refiere Luis de Valdés,
Gobernador de la Nueva Vizcaya al alegar jurisdicciones. Sin acta
de nacimiento, la identidad de aquellos saltillenses fue borrosa.
Monterrey tuvo la suya desde su primer momento y esto motivó
de siempre el fortalecimiento y sustento en los regiomontanos; su
espíritu emprendedor, su hospitalidad generosa y su solidaridad.
El perfil saltillense no acaba aún de dibujarse; en el trazo se han
colado rasgos de la recia cultura tlaxcalteca y a medida que Saltillo
avanza en su integración a Coahuila, otros rasgos se le incorpora-
ron. La apertura, en el último tercio del siglo XX que se ha dado en
la ciudad hace más complejo este proceso. El de Saltillo seguirá
siendo un perfil esbozado, urgido aún de afirmación.
Condiciones favorables para tenerlo se dieron a partir del siglo
XVIII, cuando el Imperio español, instrumentó reformas políticas
y económicas, buscando salir de crítica situación frente a otras po-
tencias europeas.
Entre otras medidas, se decidió impulsar la colonización del in-
menso territorio norteño, amenazado ya por ingleses y franceses,
además amplio corredor de contrabandos.

217
Jesús Alfonso Arreola Pérez

También se decidió poblar las tierras de frontera con los indios


en el Bolsón de Mapimí. El noreste se convulsionó y se transformó:
empresarios de Querétaro asumieron la colonización del Nuevo
Santander y Tamaulipas cobró forma en el noreste junto a Nuevo
León, Coahuila y Texas. Los nuevoleoneses, los coahuilenses y los
de Saltillo, se desplazaron en gran migración interna. Los noresten-
ses antiguos, los nuevoleoneses, se movieron de nuevo para poblar
y colonizar; aquellos ires y venires, agudizaron enfrentamientos con
los indígenas.
Los de Saltillo fueron protagonistas. Habían creado raíces y aho-
ra recorrieron caminos, desarrollando sentido de comunidad frente
a lo extraño, frente a otros. Caminar les llevó a intercambios propi-
cios para madurar social y políticamente. Los de Monterrey, habían
hecho camino, ahora echaban sólidas raíces.
Las reformas habían creado una nueva división política en el
Virreinato y acorde con ella se dio nueva división eclesiástica. En
Monterrey se estableció la sede de la diócesis flamante y con ella el
Real Tridentino Seminario Conciliar, institución, la única de alto
vuelo para la juventud entonces de las Provincias de Oriente, se
afirmaba el papel nuclear de esta ciudad en el noreste.
Los de Saltillo, al impulso político de las reformas prevalecieron
por vez primera, sobre los de San Esteban de la Nueva Tlaxcala,
Estos no lograron prever el alcance de las medidas borbónicas y
perdieron su autonomía, con ella, al poco tiempo sus espacios pú-
blicos y luego tierras y aguas comunales. Finalmente integrado a
Saltillo desaparece el pueblo.
Monterrey enraizaba instituciones, mientras que Saltillo y la par-
te sur de lo que hoy es Coahuila, Parras y la Laguna dejaban de
pertenecer a la Nueva Vizcaya, Monterrey enraizaba en el noreste y
Saltillo irrumpía en Coahuila, cuya capital era Monclova. Saltillo
era la más poblada y organizada políticamente, las demás poblacio-
nes de la entidad estaban desgastadas por la lucha contra los gru-
pos indígenas. Las lejanas disposiciones de reforma habían puesto

218
Saltillo y Monterrey en la historia del noreste

a Saltillo en posibilidad de ser núcleo de Coahuila, un Coahuila, al


norte ligado con mucho al noreste, configurado desde Nuevo León.
Miguel Ramos Arizpe, alumno fundador en el Seminario de Mon-
terrey, refiriéndose al noreste, señalaba en las Cortes de Cádiz:

La naturaleza al paso que las unió entre sí, haciéndolas comunicables


por espaciosas llanuras como por el curso de sus ríos y la producción
de diferentes frutos en ellas, que hace necesario su tráfico le ha
impuesto límites impenetrables respecto de la Nueva España e
Internas del Poniente....

En aquel aislamiento, la región así significada, giraba ya en torno


a Monterrey.
Ramos Arizpe y Fray Servando Teresa de Mier Guerra y Noriega,
norestenses de entonces, saltan hasta el horizonte nacional y en-
cumbran momentos decisivos para la independencia de México.
Pragmático, como si fuera regiomontano, Ramos Arizpe da forma
definitiva al Acta Constitutiva del Federalismo en 1824. Cauto como
si hubiera sido saltillense, Fray Servando, también federalista y
profundo conocedor de la realidad política heredada de la Colonia,
señalaba los riesgos de aquel federalismo, que con audacia y confiado
en la igualdad natural, sentaba Ramos Arizpe.
Es el de Mier un federalismo atento al inevitable centralismo
histórico de la Colonia. Con esta disyuntiva, en donde finalmente
predominó la tesis del Chantre y se hizo realidad el vaticinio del
regiomontano, se abrió desde el siglo XIX, una serie de encuentros
y desencuentros entre los saltillenses, ya capital su ciudad y los
regiomontanos preponderantes también ya en el noreste.
Nuevo León crece, se conforma y expande a partir del esfuerzo
de Monterrey. Coahuila es la presencia de varias regiones con nú-
cleo propio cada una, con tiempos y ritmos también propios y dis-
tintos. Piedras Negras en la frontera; la región Carbonífera en el
centro, Torreón en la Laguna y Saltillo en el sureste.
Tres de estas regiones se integran, dinámicas, en la segunda mitad

219
Jesús Alfonso Arreola Pérez

del siglo XIX alentadas por la minería, por el paso del ferrocarril y
por las inversiones en el algodón. Frente a las centenarias ciudades
de Saltillo y de Monclova, las jóvenes, Torreón, Sabinas y Piedras
Negras con vida propia quieren vuelo propio.
La identidad histórica de Saltillo la toma en su lucha por inte-
grarse; primero frente a los tlaxcaltecas y luego a Coahuila; y ya
capital de la entidad, su lucha por mantener integradas las
desacompasadas regiones de la entidad. Difícil tarea. La lucha con-
tra Estados Unidos, el resultado de esa guerra, obligaron a reorga-
nizarlo todo. Lo que había sido gobierno coahuiltejano desapare-
ció. Había que empezarlo todo, Constitución, finanzas y sobre la
realidad política de los ayuntamientos y las jefaturas políticas, acre-
ditar al estado, y encima de todo seguir combatiendo a los indios, refu-
giados en el Bolsón de Mapimí. Lo andado, desde 1824 no contó y a
empezar de nuevo, ahora bajo el liderazgo de Santiago Rodríguez.
Los ayuntamientos, carentes de recursos, agobiados, pensaron
en un camino corto para tener gobierno; más corto y eficaz que el
propuesto por Rodríguez: sumarse políticamente a Nuevo León,
donde gobernaba Santiago Vidaurri.
Hubo quienes se opusieron, pero no lograron impedir la anexión,
desde luego, con la simpatía y actividad de Vidaurri. Luego del cho-
que de voluntades entre el cacique fronterizo y el abanderado de la
República, Juárez decreta que Coahuila reasuma su independencia.
Una vez más, una decisión externa, ahora del ejecutivo federal,
permitió a Saltillo su afirmación histórica, creando un sólido lazo
hacia las instituciones nacionales.
El encuentro político con el Porfiriato, se dá con el noreste más
que con las entidades que lo integran. Bernardo Reyes, desde Mon-
terrey prolonga aquella presencia a las tres entidades. En Coahuila
se venían desarrollando dos ejes, uno educativo, articulado al Ate-
neo Fuente y otro, para construir caminos. Los dos finalmente
integradores.
En Nuevo León se dio una gran expansión industrial, comercial

220
Saltillo y Monterrey en la historia del noreste

y financiera. Su dinámica, alcanzó a la región y desbordó el noreste.


Monterrey fue presencia permanente en el país.
Aquella modernidad produjo vacíos políticos y marginación so-
cial, que encontraron eco en la periferia de Coahuila, en la región
lagunera, en la frontera, en el desierto, allá se dieron las luchas de
magonistas, de maderistas y las primeras magonistas, de maderis-
tas y las primeras de los carrancistas, contra el gobernador Garza
Galán.
Antes de estos hechos, casi a finales de siglo, Esteban L. Portillo
publicó una Historia de Coahuila y Texas, primera intentona por arti-
cular la memoria histórica de la entidad.
La revolución hizo protagonistas a miles y movilizó nuevamente
a los del noreste, unos en un bando, otros en el contrario, desde
todos se hizo y se acumuló la historia. Personajes, acciones, institucio-
nes y hazañas, se apilaron sobre la historia anterior, había mucho que
escribir, pero antes, había que reconstruir y modernizar al país.
El eje de la modernización, en el noreste, lo dictó desde Monte-
rrey Aarón Sáenz. También en lo educativo, a nivel nacional, otro
regiomontano Moisés Sáenz, impulsó la educación rural y creó la
escuela secundaria que luego expandió las preparatorias e hizo ne-
cesarias las universidades.
En Coahuila, la modernización federal alentó el crecimiento y
desarrollo de la Comarca Lagunera. Allá la infraestructura hidráuli-
ca, allá el reparto agrario. Allá todo el linaje a las reivindicaciones
revolucionarias. Torreón exigió ser capital del estado, no sin razón,
núcleo de un impulso financiero y político, incluso, se pensó y aún
se piensa, en formar el “estado de la Laguna”.
Ha sido prioritario siempre mantener la integración de Coahuila
y desde los años treinta de este siglo, hacerlo con vigencia. La edu-
cación y la cultura han sido los ejes para lograrlo.
La creación de la Universidad del Norte en Monterrey, origen de la
de Nuevo León y detonador de decenas de instituciones de educación
superior, se debatió en ejemplar proceso, antes de instalarla.
Acá se discutió el rumbo ideológico de la casa de estudios; allá

221
Jesús Alfonso Arreola Pérez

en monumental esfuerzo, Vito Alessio Robles escribió la historia


de Coahuila y en torno suyo, nació un grupo político y cultural que
articuló y tejió hilos, anudó y mantuvo unido a Coahuila.
Cuando llegan los tiempos del recuento y estos lo son, cuando
otra modernidad impone perspectivas, Nuevo León llega al nuevo
milenio con múltiples visiones de su memoria histórica. Desde la
de Alonso de León, la de Gonzalitos, la de Cossío, la de Roel hasta
la del propio Israel Cavazos y la de jóvenes que se agrupan en el
tecnológico y en la universidad para investigarla y escribirla.
No quiero dejar de lado, en este esfuerzo de gran aliento que
aquí se realiza para mantener viva y presente la memoria histórica,
el trabajo de quienes en momentos de transición, ante urgencias de
tiempos cortos y para que no se pierdan rumbo y perspectiva,
compendían la historia de Nuevo León, y profundizar su cauce, tal
y como una vez Alfonso Reyes lo hiciera, con la historia de México.
Y aquí otra vez los nombres de Gonzalitos, de David Alberto Cossío y
de Israel Cavazos y también el de don Raúl Rangel Frías, con su ex-
traordinaria Teoría de Monterrey y con su Teorema de Nuevo León, éstos sí,
muy cercanos al México en una Nuez, de Alfonso Reyes.
Caminos de constante ida y vuelta los de estas historias breves;
reclaman amplio análisis y síntesis al extremo.
A Saltillo y a Monterrey los unen muchos aspectos de su desa-
rrollo. Cada uno, a su tiempo y paso, caminó y echó raíces, o enraizó
y luego se extendió y extendió fronda.
Es innegable la fuerte presencia regiomontana en el noreste. Hay
que reconocerla y con el esfuerzo propio, enriquecerla y complemen-
tarla. La consolidación de esta común región de afanes, el noreste,
es tarea de todos, los saltillenses también somos parte del noreste.
Saltillo y Monterrey, cada una con su historia y las dos con la
historia que comparten, han contribuido en mucho a integrar la his-
toria del noreste de México. Una historia de esfuerzo, tesón y vo-
luntad, para crecer en lo económico, para producir y convivir.

222
Saltillo y Monterrey en la historia del noreste

La cultura las ha enlazado y sigue enlazándolas en la educación.


Las ideas de fraternidad y libertad que alientan las mejores causas
de sus generaciones, derivan de un modo de ser común a los naci-
dos en Nuevo León, en Coahuila y en Tamaulipas. Muchos en Mon-
terrey, en el de hoy, dejaron padres y abuelos en Saltillo. Muchos en
Coahuila han entregado hijos y nietos para que Nuevo León pros-
pere y crezca. Es hora de conciliar la memoria de una historia en
mucho compartida y desde ese testimonio, escribir la historia del
noreste de México. Indispensable en ésta es la obra del caballeroso
Juan Fidel Zorrilla, estudioso investigador tamaulipeco.
Vivimos urgencias nuevas en el país. Los valores cívicos de nues-
tra sociedad, nuestras instituciones abiertas al interés general, fortale-
cerán los caminos amplios e interminables del inicio del nuevo siglo.
Al fin y al cabo y luego de cuatrocientos años de historia, los de
Monterrey, como Fray Servando tienen ya mucho de saltillenses y no-
sotros, como Ramos Arizpe, tenemos ya mucho de regiomontanos.
Me honra la invitación a formar parte de esta Sociedad, es un
camino que ya recorrieron entre otros, Ildefonso Villarello y Ma-
nuel Neira Barragán, coahuilenses. Lo caminaré, no como ellos lo
hicieron, con gran solvencia, si con entero compromiso, y consien-
te de que en la tarea de escribir la historia del noreste hay mucho
que aportar y es tarea que reclama a todos.
He buscado ir desde las historias de Saltillo y de Monterrey,
esquematizadas, hasta las historias de Nuevo León y de Coahuila;
obras en las que valiosas historias temáticas, de su industria, gana-
dería, iglesia, cultura y muchas más les han dado amplitud; histo-
rias generales las de estas entidades que suman, constantes, las vo-
ces de cronistas amorosos, con la de sus pueblos. Historia de lo
macro e historia de lo íntimo, van de la mano en nuestro entorno.
Recuperémoslas con positiva visión. Mucho hay que caminar aún
juntos. Para los de Monterrey y Saltillo, el trecho es aún largo.

223
224
La formación de los
historiadores en el noreste

Manuel Ceballos Ramírez


El Colegio de la Frontera Norte

E
l noreste histórico mexicano que comprende básicamente
las antiguas Provincias Internas de Oriente, es decir, los
estados actuales de Nuevo León, Coahuila, Texas y
Tamaulipas, ha sido considerado como objeto de estudio por
numerosos historiadores. Sin duda que han sido los hechos mismos
y sus actores los que han definido a la región como una unidad,
incluido el espacio estadounidense que, a pesar de los decretos le-
gales, sigue teniendo una intensa interacción con su contraparte
mexicana; en concreto nos referimos al espacio de la franja del río
Nueces y las áreas de San Antonio y Houston. Y esto se puede
afirmar de modo enfático cuando se habla de cuestiones de historia
económica, cultural o social, y no de historia política. Se trata de
una auténtica e identificable “provincia social”, como lo ha
aseverado frecuentemente Israel Cavazos Garza. Esto ha llevado a
crear instituciones regionales: desde la instauración del obispado
de Linares —en el último cuarto del siglo XVIII—, que comprendía
las cuatro provincias nororientales, hasta el Museo del Noreste
inaugurado en septiembre de 2007 en la ciudad de Monterrey. Por
otra parte, con excepción de ésta última, y San Antonio y Houston,
el noreste está constituido por un polígono de ciudades medias,

225
Manuel Ceballos Ramírez

con puertos marítimos y fronterizos que definen una estructura de


intensa interacción e intercambio, en la que las grandes poblaciones
actúan como los polos más importantes y que definen las diversas
centralidades de la región.
Con respecto a los conocimientos históricos, éstos se han
desarrollado tendiendo en cuenta la conciencia de constituir una
región derivada de las actividades económicas, del desplazamiento
demográfico, de las relaciones familiares. Y también derivada del
repliegue que supuso la guerra con los Estados Unidos y la reconfor-
mación de la región que, si bien en un primer momento sólo supuso
la modificación política, jurídica, fiscal y geográfica, con el tiempo
ha abarcado también cuestiones éticas y culturales. En todo el
proceso de construcción de la identidad y de diferenciación frente
a una identidad negativa, la historia ha sido uno de los elementos
básicos para conceptualizar al noreste.
Para la cuestión de la formación de los historiadores en la región
hay que atender a la que se realiza de modo formal con el fin de
obtener un grado académico o un reconocimiento curricular, y por
otra parte la que se lleva a cabo de manera informal, pero que es
igualmente válida para la formación de recursos humanos en este
terreno o para el desarrollo de los conocimientos históricos. La na-
turaleza del oficio de historiador recoge gran cantidad de intereses
escritos y personas que buscan rescatar el pasado. Desde quienes
dicen que “les gusta” la historia hasta quienes por formación profe-
sional deben investigarla y actualizarla.

Las instituciones formales

La educación formal de los historiadores en el noreste mexicano se


ha llevado a cabo básicamente en la Universidad Autónoma de
Nuevo León (UANL), en la Universidad Autónoma de Tamaulipas
(UAT), en la Universidad Iberoamericana de Saltillo y, en menor
medida, en El Colegio de Tamaulipas. Desde luego que es necesario

226
La formación de los historiadores en el noreste

tener en cuenta las diversas normales superiores en las cuales, con


orientaciones más pedagógicas, también se forma a los maestros de
historia. En este mismo sentido hay que anotar a la Universidad
Pedagógica Nacional. Recientemente el rector de la Universidad
Autónoma de Coahuila anunció su proyecto de instaurar dos carreras
nuevas, la de historia y la de filosofía.
En la UANL ha sido en la Facultad de Filosofía y Letras (FFL)
donde el Colegio de Historia desde 1974 ha formado a los historia-
dores de la región a través de a licenciatura en historia. En 1975 la
División de Estudios de Posgrado de la propia FFL instauró una
maestría en historia de la frontera norte que desafortunadamente
no llegó a concluirse. Hay ahora un doctorado en filosofía con acen-
tuación en estudios culturales y educativos. En la UAT ha sido en
el Instituto de Investigaciones Históricas fundado en 1963, donde
se han desarrollado programas de diplomado, de especialidad y de
maestría en historia. Los más recientes se han coordinado con el
Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM). En el año 2002 concluyó la prime-
ra generación de la especialidad en historia de México cuyos cursos
sirvieron de antecedente obligatorio para quienes iniciaron la
maestría en historia ese mismo año. Tres años después inició de
nuevo un curso de especialidad y también un diplomado general
sobre la materia que se denominó “Un acercamiento a la historia”,
y otro dedicado a estudiar a los presidentes mexicanos. En la Facul-
tad de Ciencias de la Educación de la propia UAT se ha instaurado
también la licenciatura en historia de la que está por egresar la pri-
mera generación. En cuanto a la Universidad Iberoamericana de
Saltillo ha instaurado en esta ciudad una maestría en historia de la
que ya han egresado al menos cuatro generaciones. Además en 1998
inició un programa de doctorado en historia al que inscribieron una
veintena de estudiantes de los cuales ya algunos han obtenido el
grado. La Iberoamericana ha organizado también diplomados en
diversos aspectos de la historia, tanto en Saltillo como en Monclo-

227
Manuel Ceballos Ramírez

va. Por su parte en El Colegio de Tamaulipas, establecido en Ciu-


dad Victoria en 2002, de inmediato se iniciaron programas de di-
plomado en historia. Actualmente ha variado sus objetivos y se ha
modificado su ley orgánica y la historia no parece ser ya una de sus
prioridades.

Las instituciones informales

En cuanto a las instituciones que han contribuido de manera no


escolarizada a la formación de historiadores o al desarrollo de
programas y seminarios sobre historia se debe tener en cuenta a las
siguientes: 1. La propia UANL donde en la Facultad de Filosofía y
Letras, Mario Cerutti instauró el Seminario de Estudios
Sociohistóricos a mediados de los años de 1990 y también la
Asociación de Historia Económica del Norte de México (Monterrey,
1992), además de la revista Siglo XIX en sus dos épocas; 2. También
en la UANL el Centro de Estudios Humanísticos y el Centro de
Información de Historia Regional han contribuido a la formación
de historiadores; 3. En El Colegio de la Frontera Norte funcionó el
Seminario de Historia entre 1992 y 1997 y lo integraron historiadores
mexicanos y norteamericanos; 4. En Coahuila cuatro instituciones
han contribuido también a la formación de historiadores: el Archivo
del Estado conocido también como Centro Estatal de
Documentación, el Colegio de Historia de Coahuila (CHC), el
Centro de Estudios Sociales y Humanísticos (CESHAC) y el Centro
Cultural Vito Alessio Robles (CECUVAR). En ellos se han
desarrollado seminarios, coloquios, conferencias, cursos y
presentaciones de libros; 5. En Monterrey también han realizado
actividades semejantes para la formación de historiadores la
Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística
(SNHGE), el Archivo General del Estado de Nuevo León
(AGENL), el Archivo Municipal de Monterrey (AMM), el Instituto
de Antropología e Historia (INAH), el Museo de Historia Mexicana

228
La formación de los historiadores en el noreste

(MHM), la Asociación de Historiadores del Noreste de México


(ADHINOR), el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León
(CONARTE), el Fondo Editorial Nuevo León, la Asociación Río
Bravo y el Centro de Investigaciones Superiores en Antropología
Social (CIESAS, Programa Noreste) de reciente instauración y en
donde se desarrolla un seminario específico sobre el tema del agua
en la región; 6. También en otras poblaciones de la región como
Monterrey, Reynosa, Matamoros, Saltillo, Monclova o Tampico
funcionan asociaciones estatales o locales de cronistas que
contribuyen a su modo al desarrollo de los conocimientos históricos.
Por otra parte, es menester nombrar las publicaciones periódicas
de historia que se elaboran en la región. Se debe registrar entonces
al Anuario Humanitas del Centro de Investigaciones Humanísticas
de la Universidad Autónoma de Nuevo León, a la Revista de Historia
del Colegio de Historia de Coahuila, a Provincias Internas del Centro
Cultural Vito Alessio Robles, a la revista Roel de la Sociedad Nue-
voleonesa de Historia, Geografía y Estadística, el Anuario del Ar-
chivo General del Estado de Nuevo León, titulado Historia del No-
reste Mexicano y a dos que están por aparecer: Septentrión del
Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autóno-
ma de Tamaulipas, y otra del Colegio de Historia de la Universidad
Autónoma de Nuevo León. La Universidad Autónoma de Tamauli-
pas publica también la revista Sociotam en la que han aparecido artí-
culos de historia. Una publicación de importancia para la historia
regional fue Actas editada por la Universidad Autónoma de Nuevo
León y dirigida por Israel Cavazos Garza, que luego conoció una
segunda época entre los años 2002 y 2003.
En la que consideramos parte estadounidense de la región no-
reste varias instituciones universitarias sobresalen en la formación
de historiadores: la Universidad de Texas en Austin, El Paso,
Brownsville, Edimburgo y San Antonio; además Texas A&M Uni-
versity en College Station, Laredo, Kingsville y Corpus Christi; en
San Antonio la Saint Mary’s University; y en Dallas la Southern

229
Manuel Ceballos Ramírez

Methodist University. Existen también una serie de asociaciones


que de manera informal agrupan a los historiadores como la Texas
State Historical Association, la Texas Historical Commission, el
National Park Service, la agrupación de Los Caminos del Río, la
Texas Tejano Association y algunas asociaciones de genealogistas.
La inclusión de esta área geográfica no sólo responde a determina-
ciones de tipo cultural o económico como se especificaba al princi-
pio. Responde también a la consideración de que parte del pasado
mexicano y de su documentación ha quedado o a sido conseguido
por las universidades antes nombradas; y que la coordinación de
actividades con los colegas estadounidenses es y ha sido una opor-
tunidad para la formación de recursos humanos en el desarrollo de
los conocimientos históricos en el noreste. Y no es que sea el re-
ciente fenómeno de la globalización el que lleve a reconsiderar como
integrante del noreste la región aludida. Para el historiador el mis-
mo Tratado de Guadalupe Hidalgo no fue más que un accidente
político o jurídico establecido por los hombres en el poder de am-
bos países que no modificó de manera sustancial lo que ya habían
establecido la historia, la geografía, las actividades comerciales o
las relaciones familiares.

Conclusión

Tres circunstancias pueden contribuir a la formación de los


historiadores: 1) La actitud teórica a la que nos hemos referido y
que desarrolla el concepto de identidad norestense que encuentra
en la historia uno de los fundamentos principales; 2) La existencia
de instituciones y personas dedicadas a la investigación y difusión
de los diferentes campos de la historia que, aunque no ha tenido
aún el desenvolvimiento adecuado, pueden ser la base de una nueva
reformulación del estudio del pasado; 3) La existencia de fuentes
primarias para la historia norestense en los archivos y bibliotecas
de la región. Ya hemos hablado de algunos de ellos como el Archivo

230
La formación de los historiadores en el noreste

General del Estado de Nuevo León, el Archivo Municipal de


Monterrey o el Centro de Documentación de Coahuila; pero hay
que añadir el Fondo del Centro Cultural Vito Alessio Robles, los
archivos diocesanos de Monterrey, Tampico, Ciudad Victoria,
Saltillo, Corpus Christi y San Antonio, el archivo jesuita de Parras,
los diversos archivos municipales o parroquiales. Y también los
archivos públicos de la propiedad y los de los congresos de los
estados. En cuanto a las bibliotecas que contienen fondos
bibliográficos y documentales de relevancia se debe nombrar, entre
otras, a la Capilla Alfonsina y a la Biblioteca Magna ambas de la
Universidad Autónoma de Nuevo León, a la Biblioteca Cervantina
del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, a
los fondos de la Universidad de Texas en Austin y al fondo de historia
de la biblioteca de la Universidad de Monterrey con la que la
Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística hizo
un comodato para la atendieran y conservaran.
En la parte mexicana del noreste los poco más de 25 doctores en
historia constituyen ya una masa crítica que uniendo esfuerzos e
iniciativas podrían contribuir a la formación de recursos humanos
en este terreno. A ello podrían ayudar también quienes tienen el
grado de maestría o licenciatura que son muchos más, y desde lue-
go los colegas de la parte norteamericana con quienes se ha tenido
frecuentes reuniones.
Aún así es mínima y elemental la atención que se presta en la
región, particularmente en su parte mexicana, a la formación de los
historiadores. Al igual que las ciencias sociales y las humanidades
parece que hemos perdido la partida dentro de la educación formal
y la ha ganado la instauración de escuelas profesionales. Hay una
anécdota de Eugenio Garza Sada, fundador del Tecnológico de
Monterrey, que da cuenta de la resistencia a aceptar entre las carre-
ras de esa institución a la historia y a la sociología. Pero también el
empeño de Alfonso Reyes o de Raúl Rangel Frías por instaurar en
Monterrey la Universidad del Norte que fuera émula de la Universi-

231
Manuel Ceballos Ramírez

dad Nacional y que fuera para la región la síntesis entre el comercio


y la inteligencia: “o para decirlo en la metáfora mitológica grata a
los humanistas, las bodas de Mercurio y Minerva” (Alfonso Reyes).
Esta universidad, tal como la pensaban sus promotores no vio la
luz primera. Pero sí quedaron personas e instituciones que promo-
vieron los conocimientos históricos, humanísticos y filosóficos. Hoy
los tiempos parecen cambiar y hasta las instituciones más reacias
del pasado han instaurado ya cátedras o carreras referentes a la his-
toria, a los estudios regionales o a las humanidades. Sin duda que la
formación de historiadores es una demanda aún no del todo atendi-
da en el noreste de modo conveniente y en todos sus niveles, sin
embargo existen los elementos humanos y materiales para, por un
lado profesionalizar el oficio y por el otro contribuir a la formación
de nuevos historiadores. La profesionalización se podría referir a la
educación continua de quienes ya ejercen el oficio y consiste, tal
como lo estableció Max Weber, en la especificación de los conteni-
dos, en la especialización de los conocimientos, en la coordinación
de actividades y en el aseguramiento de la subsistencia. La forma-
ción de nuevos historiadores podría resultar de la organización re-
gional de un grado académico –doctorado por ejemplo– que pudie-
ra implantarse en alguna de las instituciones ya existentes y fuera
apoyada por las demás.

232
Reseñas
y
Comentarios

233
234
Seis Libros de
José Medina Echavarría

Moisés González Navarro


El Colegio de México

SOCIOLOGÍA CONTEMPORÁNEA fue el primer libro que


MedinaEchavarría publicó en México, en 1940; W, K. J, lo reseño
en Books in Sapnish, Summer 1942. Aunque lo califica de uno de los
libros más encouraging que han llegado de South America (sic), los
sociólogos de ese país encontrarían en él poco nuevo.
Luis Recaséns Siches publicó una amplia reseña de este libro en
la Revista Mexicana de Sociología de enero-marzo de 1940. Ese libro
publicado con toda pulcritud por el Fondo de Cultura Económica
prestaría un máximo servicio a los estudios de sociología y a todos
cuantos laboraban en esos temas, llenaba un vacío que habían sen-
tido quienes deseaban orientarse en la bibliografía sociológica y
quienes deseaban una información sintética de la producción en
esa materia, Recaséns Siches ya conocía las páginas de ese libro
desde hacía tres años cuando el autor preparaba su publicación en
España, frustrada por los trágicos acontecimientos. Esas páginas
formaban la primera parte, dedicada a la información histórica, de
una obra más amplía, Introducción a la sociología, con cuya lectura le
había obsequiado Medina “compañero fraternal de labores y de pre-
ocupaciones científicas y filosóficas”. Recaséns Siches la recomendó
a sus colegas y discípulos.
235
Moisés González Navarro

Por fin aparecía la parte histórica, puesta al día con las debidas
adiciones. Muy pronto sería la guía histórica más conocida y
manejada por los estudiantes de lengua española. Medina había ido
a la labor sociológica procediendo de la filosofía del derecho en que
propugnaba por su articulación dialéctica y su ensayo de ontología
jurídica en la filosofía de Heidegger. A él le había ocurrido algo
similar, Medina con más amplitud estudiaba al gran coloso de la
sociología contemporánea, a Max Weber y a Freyer (que acaso
merecía una exposición más extensa). Sostenía la diferencia entre
sociología y psicología. En fin el apéndice sobre la psicología social
era una tarea sugestiva, “abierta hacia el futuro”.1
Medina Echavarría publicó su segundo libro en México, Sociolo-
gía: Teoría y Técnica en agosto de 1941, en el Fondo de Cultura Eco-
nómica, producto de 5 conferencias que había impartido en el Co-
legio de San Nicolás, Morelia, en mayo de 1940. En 1946 hizo una
segunda edición y en 1982 una tercera bajo el pie de El Colegio de
México y el Fondo de Cultura Económica. En junio de ese año
impartió conferencias sobre “la Reconstrucción, de las ciencias
sociales” en el Colegio del Estado de Guanajuato.2
Cuadernos Americanos publicó en marzo-abril de 1942 bajo el tí-
tulo de “En busca de la ciencia del hombre. Una polémica”, la que
sostuvieron los condiscípulos y amigos, José Gaos y José Medina
Echavarría, cuando el primero reseñó Sociología: teoría y técnica. Gaos
dirigió una carta a Medina Echavarría:

Querido, tu ‘pequeño libro’ es una mise au point de la Sociología de


una información y de una justeza y de una claridad cabales, admirables.
Para interesar no sólo a los interesados en la Sociología, sino a todos
los interesados por su cultura general.

Su preocupación fundamental era deslindar la sociología como


1
Revista Mexicana de Sociología, Vol. 2, No. 1 enero-marzo, 1940, pp. 137-142.
2
José Medina Echavarría, La responsabilidad de la inteligencia, México, Fondo de
Cultura Económica, 1943, pp. 155-168.

236
Seis Libros de José Medina Echavarría

sociología general, por un lado, de la filosofía social, por otro, de las


ciencias sociales especiales, disciplinas que le parecían amenaza-
ban la sociología general. La pugna entera se movía en último
término en torno al concepto de ciencia. En su notorio buen deseo
de hacer justicia a todos concedía demasiado al bando de la socio-
logía general. El “ideal” de las ciencias sociales era el ideal “natura-
lista” del positivismo. El neopositivismo, la persistencia del positi-
vismo incluso donde el nombre no se recordaba y hasta se rechazaría,
testimoniaban el arraigo del afán.
La concepción de una ciencia económica universal y absoluta
no resultaba sólo por los hechos, que revelaban en ella la concep-
ción propia de un periodo histórico y en las concepciones económi-
cas en general una sucesión históríca; resultaba asimismo en co-
nexión con su fracaso por falta de una moral, pues una ciencia tal,
universal y absoluta, no podía menos de ser una convención abs-
tracta o abstraída de la concepción humana, con todas sus morales
posibles, o una ciencia amoral. La verdad absoluta requería para no
ser el instrumento específico de lo satánico, en su poseedor la mo-
ralidad absoluta. Por ello sin duda no ha hecho a los hombres el
beneficio sumo de reservársela para sí Dios.
Medina replicó a Gaos el 8 de febrero de 1942 preguntándose sí
era susceptible a nuestra civilización una cura racional o había que
abandonarse sin esperanza al propio juego de las fuerzas ciegas. Las
ciencias sociales serían en todo caso miembros del círculo más
amplio de unas ciencias humanas irreducibles a la racionalidad de
las naturales. Así planteada, la cuestión reanudaba una methodenstreit
que parecía superada, cosa que por lo visto no había podido expo-
ner con claridad aunque tal había sido su intención. Las ciencias
naturales llevaban una gran distancia a las llamadas sociales, pero
no parecía que pudiera sostenerse en serio que aquellas derivaran
mayores imitaciones a nuestra libertad que las padecidas por cau-
sas marcadamente extracientíficas: rutina, tradición, superstición e
instintos de poderío. El fracaso de las ciencias sociales -la necesidad

237
Moisés González Navarro

de su reconstrucción- no dependía de su carácter científico, sino al


contrario, de su carencia de el. O las masas incorporaban a los valores
ganados por la civilización o ésta perecía. Y para eso sólo eran
posibles dos caminos: o el del conventículo que Gaos propugnaba, o
el de la revolución abierta del foro científico. Él, Medina Echavarría,
no sostenía que las ciencias sociales tuvieran que construir como
algunos propugnaban -un simbolismo idéntico al de las ciencias
naturales, pero si que fuera análogo en su intención; sus conceptos
debían tender a la precisión, prefería el magisterio de los hechos al
magisterio de las personalidades desvigorosas. La filosofía era visión,
iluminación, reconstrucción total, Pero dudaba mucho que recupe-
rara ese papel, si en lo futuro se volvía de espaldas a lo que la ciencia
representaba ya definitivamente para la vida humana y la política
como destino colectivo.3
Según el periódico español El País, Sociología: teoría y técnica era
un “texto básico en los estudios universitarios latinoamericanos...”,
a lo que don Pepe no dio nunca importancia.4
J. F, Noyola comentó en El Trimestre Económico, La responsabilidad
de la inteligencia, que Medina Echavarría dedicó a Daniel Cosío
Villegas, una colección de ensayos con marcada unidad, en el estilo
pero sobre todo en los temas: el discutido libro de Mannheim,
Ideología y utopía, un fragmento de la polémica que sostuvo con Gaos,
ya mencionada. Medina Echavarría defendía una actitud científica
frente a una cierta dosis de irracionalismo que se colaba en la meta-
física o el historicismo. El tercer capítulo, “Reconstrucción de la
ciencia social”, era un “magistral análisis” de las crisis de las disci-
plinas sociales, de su relativa incapacidad para resolver los problemas
de hoy y de su consecuente desprestigio ante el hombre medio. En
“Economía y sociología” afirmaba que la sociología proporcionaba los
supuestos teóricos de la economía, pero esta a su vez era indispen
sable a aquella para la comprensión de una sociedad histórica
determinada, particularmente la actual.
5
Cuadernos Americanos, marzo-abril, 1942, pp. 103-706, 108-113.
4
Cuadernos Americanos, mayo-junio, 1959, pp. 97-98, 103.

238
Seis Libros de José Medina Echavarría

De las relaciones entre ambas nació una ciencia intermedia, la


“sociología económica”. En “Arte y sociedad” evita la confusión
de crítica con sociología. En “Ciencias sociales en la educación”
hacía brillantes reflexiones y en “Configuración de la crisis” defendía
la imposibilidad de dar normas generales. “Soberanía y neutralidad”
le parecía a Noyola el más apasionado y combativo de esos ensayos,
lo que no restaba un ápice a la objetividad característica del autor.
En “Cuerpo del destino”, sondeaba la comunidad hispanoamericana,
valiéndose de Historia de la cultura de Alfredo Weber. En fin, en
“John Dewey y la libertad”, seguía de cerca el análisis sobre el naci-
miento y evolución de la democracia norteamericana.5
En ese libro Medina Echavarría expone su dolorosa experiencia
sobre la emigración: “La íntima conexión de la misma con una co-
munidad y los peligros y sufrimientos de lo que es en si una vida
vicaria o sustituta de la real”.

Implica un vivir de segundo grado en donde no se participa en


ninguna de las actividades creadoras día a día de los hechos y
acontecimientos que nos rodean. La existencia vicaria sabe de muchas
cosas, pero participa realmente de ella. Muestra típica es la del profesor.6

Revista Mexicana de Sociología publicó en 1945 una nota bibliográ-


fica anónima sobre Responsabilidad de la inteligencia, fruto parcial de
los tres primeros años del autor en México, ensayos ocasionales
pero unidos por la preocupación que daba el título de ese libro.
De ese conjunto destacaban “Economía y sociología”, “Tipolo-
gía bélica” y “Soberanía y neutralidad”, clave de todo ese libro va-
liente, y responsable. La incapacidad del hombre para hacer frente
a sus crisis, la guerra, se originaba en la falta de responsabilidad del
intelectual, en consecuencia el “hombre de la calle” había respecto
a estos problemas a su manera.

5
El Trimestre Económico, vol. XI, No. 41, 1944, pp. 150-152.
6
Medina Echavarría, Responsabilidad, pp. 9-11.

239
Moisés González Navarro

Medina se proponía la reconstrucción de lo social, porque el mal


de su época derivaba de la absurda separación entre la teoría y la
practica, la ciencia y la realidad. El intelectual refugiado en este
continente tenía ahora la ocasión para rehabilitarse con ello a la
inteligencia. “Tipología bélica” era uno de los ensayos más intere-
santes de ese libro; esa guerra era, a pesar de quienes trataban de
ocultarlo, una continuación de la guerra civil española, la actual
seguía siendo también una guerra civil, “aunque luchen naciones
contra naciones”. En fin, Medina mostraba la imposibilidad de apa-
ciguamiento.7
En 1943 la Dirección General de Banco de México creó un pe-
queño grupo de investigadores compuesto del personal técnico de
esa institución y de personas ajenas a ella, invitadas expresamente
para iniciar el estudio de diversos problemas económicos genera-
les, que se plantearían al terminar la guerra. A Medina Echavarría
se le pidió estudiara los posibles marcos de organización política
internacional. Fruto de ese proyecto fueron las 181 páginas de Con-
sideraciones sobre el tema de la paz, que el Banco de México publicó en
1945. Tal vez una de las ideas de este libro que convendría rescatar
es su afirmación de que “el ideal” estaría en que el pensador tendiera
a participar de la responsabilidad del político y que el político se
contagiara un poco del desinterés y la curiosidad del intelectual.8
Esta tesis weberiana, recuerda las palabras que José Gaos dedi-
có a “Pepe Medina”: habla de la vida intelectual como vida vicaria
porque es un nostálgico de la política.9
Ramón Fernández y Fernández (1906-1987) ingeniero agróno-
mo zacatecano, graduado en la Escuela Nacional de Agricultura
hizo estudios de postgrado en el Departamento de Agricultura de
Estados Unidos, y presidió el Centro de Economía Agrícola de
postgraduados de Chapingo. Se especializó en tenencia de la tierra,
7
Revista Mexicana de Sociología ,Vol. 7, No. 1 enero-abril, 1945, pp. 151-155.
8
Medina Echavarría, Consideraciones, pp. 7, 20.
9
Lira, “José Gaos y José Medina Echavarría” en Estudios Sociológicos, No. 10.
enero-abril, 1986, p. 23. 10

240
Seis Libros de José Medina Echavarría

crédito agrícola y cooperativas. Conviene recordar su curriculum para


entender mejor la severa crítica con tintes xenofóbicos, que hizo a
Consideraciones sobre el tema de la paz. La preocupación por ese tema
hizo que se hablara de “miedo a la paz” o, expresión menos cruda,
de “ganar la paz”. En México esta preocupación se originó al fun-
darse la Comisión Nacional para el Estudio de los Problemas de la
Paz, que después de un año no había cumplido su misión, igual
cosa ocurrió con “cenáculos sin vida aparente”.
Los editores del libro de Medina Echavarría formaban parte de
uno de esos cenáculos activos, dejaron escapar ese libro según mente
porque lo creyeron inocuo. Ese libro no era ambicioso, aspiraba
simplemente a presentar una parte de la abundante literatura sobre
el tema, señalando la casi nula aportación de los países de habla
española. No había propiamente tesis, sino exposición, crítica de
ideas. Por ejemplo, en el capítulo sobre la idea federal, dejaba en
blanco la pretendida federalización de Centroamérica (salvo alguna
referencia incidental al final del libro). Tampoco tocaba la iniciati-
va que México podría tomar con respecto a los países centroameri-
canos o del Caribe, o quizá hasta a algunos de Sudamérica. Podía
ser cierto que esto tema poco que ver con la paz mundial, pero
también era cierto que México poco tenía que ver con la guerra

ha faltado iniciativa, creación interior de hechos, historia endógena.


El autor, español en exilio, improvisó en México su minarete, como
lo podría haber levantado en África, para observar los problemas de
Europa, y los de las grandes potencias mundiales, sin preocuparse de
las cuestiones que tenía inmediatamente debajo de sus pies.

Por lo demás Medina Echavarría concreta poco. Pretende diluci-


dar, en un plano elevado, algo que podríamos llamar la metafísica
de la paz. El estilo, de pesada elegancia, ayuda poco al lector que
busque apresuradamente grano. Todo parece envuelto en un vago
tal, que el autor nunca descorre.10
10
El Trimestre Económico, Vol. XII, No. 47, 1915, pp, 553-554.

241
Moisés González Navarro

El 30 de enero de 1953 se terminó la impresión de Presentaciones


y planteos. Papeles de sociología publicado por el Instituto de Investiga-
ciones Sociales de la UNAM. Incluye, entre otros capítulos, una
reseña a la Teoría del Derecho, de Bodenheimer y su presentación al
tomo I de Economía y Sociedad de Max Weber.11 Según Oscar Uribe
Villegas la mano experimentada del autor de este libro planteaba
bien para el matemático, más que para el sociólogo, eso representa-
ba casi de por si la solución de un problema, eso era lo que hacía
Medina Echavarría en esos ensayos sociológicos. En su tersa prosa
sostenía el mismo ímpetu porque sin dejar de ser científico transpa-
rentaba
la tortura de una inteligencia amenazada por los problemas presentes,
los latidos de un corazón que, en vez de batirse en retirada, se esfuerza
y se esforzará aun en momento agónico- por hacer luz para Si y para
los demás.

Uribe Villegas elogia la tercera posición de Medina Echava-


rría frente a la universidad, le agradeció que gracias estos ensayos
tomó conciencia de la encrucijada en que se encontraban las
disciplinas sociales.12
En fin, en 1970 publicó Filosofía, educación y desarrollo, México,
Siglo XXI, editores; XI. 323 pp.

11
Archivo Histórico FCE, Carpeta: José Medina Echavarría 83/137.
12
Ibidem.

242
El nuevo número de Roel

José Roberto Mendirichaga


Universidad de Monterrey

CON EL VOLUMEN enero-junio de 2007, la revista Roel llega al


número 1, volumen IV, de la VII época. El nuevo número ha
aparecido gracias a la conjunción de esfuerzos de la Sociedad
Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, A.C., la que
preside la profesora María Luisa Santos Escobedo de Delgado
Moya, y del patrocinio de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Muy valiosos materiales contiene el nuevo número de Roel, ór-
gano académico de la SNHGyE, los que líneas abajo intentaremos
sintetizar, con miras a que más lectores vayan a sus páginas y dis-
fruten de estas investigaciones y opiniones de quienes colaboran
en esta nueva edición que levanta las 216 páginas.
Pero antes, así sea de paso, habrá que decir que Roel mantiene su
vida y presencia gracias a un amplio equipo de miembros de nues-
tra SNHGyE que participan en el directorio de la misma, tales como
María Luisa Santos, Héctor Mario Treviño, Napoleón Nevares Pe-
queño, Juan Antonio Vázquez y Fernando Vázquez Alanís, quienes
tienen que ver con lo relativo a redacción, circulación y relaciones
externas, contando siempre con el consejo y aval intelectual del
maestro don Israel Cavazos Garza.
El consejo editorial, en el que se ubican algunos de los ya citados,

243
José Roberto Mendirichaga

incluye también a Martín Almagro, Arturo Delgado Moya, Jorge


Villegas, Celso José Garza, Arturo Berruelo, Patricia Galeana, Jesús
Arreola Pérez, Samuel Flores Longoria, Alvaro Matute y Sergio León
Caraveo, siendo el diseño de Claudio Tamez Garza y colaborando
en la corrección de estilo Margarita Alvarez Torres.
Como son 17 los materiales incluidos, habré de ser lo más breve
posible en la reseña. Luego de una presentación a cargo de la presi-
denta de la Sociedad de Historia y de una introducción del secreta-
rio de Redacción de la misma, Héctor Mario Treviño Villarreal,
aparece la colaboración “Homenaje a los expresidentes”, de María
Luisa Santos, artículo que destaca el impulso que cada uno de los
directivos máximos de la SNHGyE y consejeros ad vitam de la mis-
ma han aportado.
Las letras que leyera Martín Almagro Gorvea al recibir la meda-
lla “Alonso de León” el próximo pasado mayo, “Comparación del
proceso de colonización del nuevo y viejo mundo”, integran el se-
gundo trabajo, el que puntualiza que, lamentablemente, el excesivo
afán de poder y riqueza de algunos malos conquistadores dieron al
traste con las ordenanzas reales. El tercer material es de Alvaro
Matute, el que titulado “La responsabilidad social del historiador”
señala que la sociedad no le concede al historiador-docente el sitio
que merece, indicando que “la nuestra es una misión ética”. Y “Las
seis nominaciones de Monterrey” es el cuarto trabajo, material pós-
tumo de Leonardo Contreras López, quien escribe sobre las villas y
ciudades de Santa Lucía, San Luis, Cerralvo y Monterrey.
Continúan las colaboraciones: Aureliano Tapia Méndez escribe
sobre “Templos y capillas antiguas de Monterrey”, describiendo los
de los Dulces Nombres, San Francisco, Santa Rita, San Francisco
Javier y San Caralampio. Jesús Arreola describe en “Fronteras es-
pañolas en América del Norte. Tlaxcaltecas y canarios” la relación
entre quienes llegaron al noreste en el mismo siglo XVI, y quienes
dos siglos después, procedentes de Florida y California, arribaron a
las inmediaciones de Coahuila y Texas en el siglo XVIII.

244
El nuevo número de Roel

Pedro GómezDanés, en “El documento de Lozada, 1728”,


permite que profundicemos en la evangelización y la civilización
de Hualahuisas-Linares, lo que equivale a decir la puerta al sur de
Nuevo León.
“Los caudillos norteños”, de Héctor Mario Treviño, destaca que,
entre los caudillos liberales y republicanos enfrentados a los con-
servadores e imperialiastas, no todo fue cordialidad. Aparecen en
la relación, Mariano Escobedo, Ignacio Zaragoza, Jerónimo Trevi-
ño, Francisco Naranjo, Juan Zuazua, Santiago Vidaurri, José Sil-
vestre Aramberri, Lázaro Garza Ayala, Ruperto Martínez. Arturo
Berrueto aborda el tema de “Las constituciones de México y Coa-
huila”, indicando que de 1821 a 1917, se reunieron en México ocho
congresos constituyentes. Y Patricia Galeana, en “Margarita Maza,
una mujer liberal”, indica cómo, a su muerte, acontecida el 2 de
enero de 1871, la sociedad mexicana sin distinción de partidos la
reconoció como mujer eminente.
Samuel Flores Longoria escribe sobre “Diplomacia y diplomáti-
cos durante el régimen del presidente Francisco I. Madero”, po-
niendo en las antípodas al cubano Manuel Márquez Sterling y al
norteamericano Henry Lane Wilson. Antonio Guerrero documenta
“El desarrollo municipal de Nuevo León en el siglo XX”, dejando
constancia de la deuda moral que tiene nuestra zona metropolitana
de Monterrey para con estos municipios. Y Juan Alanís Tamez in-
vestiga sobre “Los toreros panzones de Villa de Santiago“, en un
material que recrea la fiesta brava en el coso de San Javier, con
personajes como Carmelo Sánchez y Juan M. Almaguer, los que
hicieron reír a miles con esas mojigangas.
“Un proyecto de cultura de la higiene escolar en Monterrey, 1941-
1942” es el trabajo de Ana María Herrera Arredondo, el que da
cuenta de la labor sanitaria realizada por el Dr. Julián Garza Tijeri-
na y su equipo, en lo concerniente a la lucha contra el paludismo, la
difteria, la fiebre para-tífica, la viruela y otras enfermedades, trans-
mitidas por insectos y agravadas por insalubres condiciones.

245
José Roberto Mendirichaga

Jorge Pedraza Salinas aborda el tema del “Centenario de Andrés


Henestrosa”, ese singular oaxaqueño que, de haber aprendido el
castellano a los 15 años, se convirtió en uno de los escritores mexi-
canos en los que “confluyen de manera tan afortunada las dos ver-
tientes étnicas que conforman nuestra nacionalidad”.
Gerardo Merla Rodríguez, en “Unión Europea”, describe lo que,
además de estudiado en libros y red electrónica, fue constatado por
el autor en un viaje realizado a ese continente, concediendo a Eu-
ropa el papel que en el desarrollo y la cultura mundial ejerce. Y,
finalmente, “Las cartas de navegación política” son una síntesis del
trabajo de ingreso a nuestra SNHGyE del estadístico local Salva-
dor Borrego, el que informa de sus trabajos de los últimos tres años
en tan interesante tema, lo que vincula este mapa de ciencia esta-
dístico-política, con la geografía y la historia. Se llega así al decimo-
séptimo trabajo.
El volumen de Roel incluye en algunos materiales una bibliogra-
fía-hemerografía consultada. En los anexos hay una relación de
quienes han presidido esta sociedad y quienes han recibido la máxi-
ma presea que ésta otorga. Y en la contraportada de la edición apa-
rece la relación de las comisiones de trabajo de la actual directiva.

246
Actas del Ayuntamiento de Monterrey,
vol. I, 1596-1690 (1994, 2004);
vol. II, 1691-1775 (2004);
vol. III, 1776-1821 (2006),
Supervisión y cuidado de Israel Cavazos Garza, Monterrey:
R. Ayuntamiento de Monterrey, 2004, 2006

Wiliam B. Taylor

IN 2006 a major scholarly project for the early history of one of


Mexico’s great cities reached an important milestone. Volume III
of the Actas del Ayuntamiento de Monterrey completes the publication
of actas de cabildo for the colonial period, under the direction of
Mtro. Israel Cavazos Garza, cronista of the city and renowned his-
torian, professor, librarían, and archivist who has labored tirelessly
and with consummate care to protect, share, and interpret the
historical record of his city and state.
The proceedings of few city-gevernments in México have been
published or closely studied in their entirety. Recently, Tlaxcala’s
actas in náhuatl from the mid-sixteenth century were translated and
published, as were the proceedings of Guadalajara’s ayuntamiento
during the early seventeenth century (1607-1638). Earlier, México
City’s ayuntamiento was the object of an ambitious project to publish
its early actas. In the spirit of the great multi-volume documentary
projects undertaken in Spain and Latin America during the late
nineteenth century, a first tall, slender volume of early sixteenth-
century actas for the capital appeared in 1889, followed for nearly

247
Wiliam B. Taylor

twenty years by other volumes, presented in the same format,


covering the rest of the sixteenth century in chronological order,
the first three decades of the seventeenth century, and 1706-1713.
Guides to the later, unpublished actas of the México City
ayuntamiento have appeared, but the project to complete the publi-
cation of the actas themselves has not been revived.
These three large, handsome volumes of actas for Monterrey
have the appearance and weight of those ambitious nineteenth-
century publication projects. Partly because the minutes of
Monterrey’s ayuntamiento meetings were left unbound at the time,
and because they seem to have been comparatively few to begin
with during the seventeenth century and part of the eighteenth,
Monterrey’s surviving actas are neither as numerous or complete as
those of México City. And only with patient gathering of scattered
ayuntamiento records for the seventeenth and eighteenth centuries
by Israel Cavazos and his colleagues has the core of the collection
-1688-1701, 1722-1821- been enlarged to cover most of Monterrey’s
colonial period. It is this enlarged collection that are contained in
these three invaluable volumes.
Maestro Cavazos invites readers to regard these actas as reflec-
tions of the changing life of Monterrey before national inde-
pendence. His introductions to each volume and the documents
themselves make good on this invitation, pointing to characteristic
features and changes in the history of Monterrey during the years
encompassed: 1596-1690, 1691-1775, and 1776-1822. The actas
and other documents in volume I chart the founding years of this
frontier settlement during the seventeenth century, with the
ayuntamiento actively engaged in defining physical boundaries,
establishing government offices and working out relationships
among them, and defending against attack by indigenous neighbors.
The actas in volume II document sharp ups and downs in the city’s
eighteenth-century development. Sale of offices sapped much of
the vigor of municipal government during the early decades —often

248
Actas del Ayuntamiento de Monterrey

only one regidor was active in city administration; sometimes there


was no regidor at all. Indian wars preoccupied the ayuntamiento
less during this period, but the royal project to settle Nuevo
Santander in the 1740s and 1750s temporarily drained much of the
population and economic energy from Monterrey and Nuevo León.
In the period covered in volume III the keynote is a revival of the
ayuntamiento, initiating important public works, including an
aqueduct and an alameda, despite a chronic shortage of funds.
Threading through the financial affairs and ceremonies promoted
by the ayuntamiento during the colonial period is an unbroken
association between the city and devotion to the Virgin Mary of
Immaculate Conception. In each volume, events break in on the
city from outside-epidemics and “guerra viva” with indians in volume
I; the imperial project for settling Nuevo Santander and the hurricane
of 1751 in volume II; and the insurgency in volume III. Nevertheless,
it is the more routine aspects of public administration that come
through most often in the record-the acuerdos on new initiatives,
attending to municipal properties and the propios de la Virgen,
generating income, and sponsoring public ceremonies. Although
Monterrey was a small, remote, and fragile city during the colonial
period, when the ayuntamiento was active it was capable of taking
the initiative in ways that its larger, more institutionalized
counterpart in Mexico City-where the authority of the city fathers
was hemmed in by the presence of more powerful institutions just
across the zocalo in the viceregal offices and audiencia chambers-
could not.
Readers of these large and impressive volumes can hope that
there will be more to come, carrying the history of Monterrey through
the work of the city’s municipal council up to the present. Monte-
rrey awaits its twenty-first century don Israel Cavazos and a far-
sighted mecenas.

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250
Normas de publicación

1.- El Anuario Humanitas recibe contribuciones de excelencia


académica y de investigación en los campos de filosofía, historia,
textos sobre literatura, lingüística y ciencias sociales.

2.- Se reciben trabajos originales e inéditos. Se respeta la estructura


fundamental de cada contribución o ensayo, sin embargo se sugiere:
a) marcar los apartados con subtítulos; b) en caso de la utilización
de referencias numéricas, utilizar el sistema decimal; c) las citas
textuales deberán manejarse con comillas y no con cursivas; d) toda
cita breve debe mantenerse en el párrafo donde se produzca la
referencia; en el caso de citas mayores a 4 líneas, deberán colocarse
a bando, a un espacio, sin comillas y sin cursivas.

3.-Todo trabajo debe presentarse en formato electrónico Word. Las


referencias se consignarán en nota de pie de página y en su caso,
también las fuentes, para facilitar la lectura seguida del texto.

4.- Se aceptan ensayos, investigaciones y contribuciones con una


extensión mínima de 15 y máxima de 25 cuartillas, en el tipo o
fuente Times New Roman de 12 puntos a espacio y medio para el
cuerpo del texto, y de 9 puntos para las referencias bibliográficas.
Queda a criterio del Consejo Editorial aprobar colaboraciones con
características diversas a lo aquí establecido.

5.- El consejo de cada área de Humanitas tendrá en todo momento


el derecho a someter a dictamen las contribuciones recibidas para

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su publicación y comunicará al autor sobre el procedimiento y su
resultado.

6.- Las contribuciones se reciben por correo electrónico, por escrito


y con copia electrónica, por entrega personal, vía mensajería, o ser-
vicio postal.

7.- Debe anexarse a cada trabajo una referencia breve académico-


biográfica del autor, dirección postal y correo electrónico.

252
Este libro se terminó de imprimir en
el mes de enero de 2008, en los talleres
de la Imprenta Universitaria de la
Universidad Autónoma de Nuevo León.

El tiraje fue de 500 ejemplares.

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