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ENSAYO SOBRE PROBLEMÁTICA ACTUAL OCASIONADA POR PANDEMIA

COVID 19

El confinamiento obligado por el Covid-19 ha hecho patente la fragilidad de un


modelo de sociedad profundamente desigual e individualista, que no valora y precariza
a quienes realmente la sostienen (las trabajadoras del hogar y los cuidados, la
agricultura y la ganadería, el personal sanitario, las educadoras, el personal de
limpieza) y donde los servicios públicos se han ido recortando hasta debilitarlos.

Para olvidar que las paredes se nos caen encima, hacemos una lista de lo que
siempre hemos querido hacer en casa. El tiempo se ha hecho profundo como un
agujero y ahora cabe dentro todo lo que antes no cabía. Un tiempo al ritmo de la vida,
que toma la forma de las cosas pequeñas: los juegos de mesa, cocinar con calma,
cuidar las plantas, coser el agujero de un pantalón, reproducir en bucle la canción
favorita y bailar como si se acabara el mundo, llamarnos y charlar durante horas,
limpiar aquellas manchas de la pared, que hace años que nos miran; leer cada noche
(sin dormirnos extenuadas en la tercera página). Tiempo para aburrirnos, y, también,
para dejar salir el miedo, la angustia, la desesperanza. Tiempo para organizarnos y
tomar impulso colectivo para parar los golpes que vendrán y los que ya están viniendo.
Tiempo para preguntarnos qué clase de vida llevábamos, que no nos dejaba tiempo
para todo esto.

Se ha escrito mucho, estos días, sobre cómo la crisis económica


desencadenada por el coronavirus es, en realidad, un aviso de la crisis profunda que
enfrenta el capitalismo. La transición ecológica también hará más profundas las
desigualdades si no se gestiona previamente. La construcción, el turismo o la industria
del automóvil son algunos de los sectores que deberían reducir su actividad. Según el
informe, el sector de la construcción debería reconvertirse hacia la rehabilitación,
enfocando su actividad principalmente en el mundo rural. El turismo debería reducir de
forma drástica la aviación internacional y reorientarse hacia el turismo interior y los
alojamientos más sostenibles, como los albergues. En cuanto a la industria del
automóvil, habría que detener la producción de vehículos de combustión interna y
producir vehículos eléctricos únicamente para el uso público o comunitario.

El confinamiento y la bajada de persiana temporal de muchos negocios han


forzado a una disminución del consumo. Estos días de paro están dejando espacio,
también, para experimentar nuevos estilos de vida: explorar nuevas aficiones, pasar
más tiempo con las personas con las que se comparte casa y, sobre todo, vivir con
menos. Esta experiencia puede ser una oportunidad para reflexionar sobre qué se
necesita realmente, qué nos hace felices y qué, en cambio, se ha convertido en
superfluo. Probablemente, muchas personas necesiten mucho más un abrazo o una
conversación presencial, que buena parte de las cosas que solían comprar.

El declive energético y la escasez de materiales requerirá, también, hacer


cambios en los estilos de vida de la población, basados, apunta Lladó, “en la reducción
drástica del consumo de las clases medias y acomodadas”. Con la emergencia
sanitaria han germinado iniciativas de organización y acción colectiva para hacer
frente a las necesidades que van surgiendo. Del mismo modo, la transición ecológica y
social deberá pasar, también, por las redes comunitarias y por el apoyo mutuo. Según
Lladó, “los movimientos sociales tendrán un papel fundamental en la próxima década
para que, si no hay voluntad política para impulsar el decrecimiento, la acabe
habiendo”.

Una oportunidad para imaginar otras vidas posibles: más lentas, seguras,
viables y enredadas. El mundo post-Covid-19 no será el mismo. Hay que decidir qué
nuevo mundo queremos construir.

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