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La figura de la casa en la narrativa de José

Donoso
Beatriz Zaplana Bebia*

Para mí la casa es el espacio donde ocurre la fábula, donde sucede la


novela, el lugar de la acción y la pasión, del orden y las reglas, y del
catastrófico, aunque a menudo insignificante, advenimiento del caos.
Insisto en el tema porque soy, esencialmente, un hombre de casas -tal vez
también de ciudades-, rara vez un hombre de paisaje y de campo (...) he
sido un hombre condenado a las ciudades, y amante de las ciudades. Y
dentro de las ciudades, de las casas; y dentro de las casas, de las
habitaciones y las familias.1

El espacio del que el hombre se apropia por la vía cultural, comprendida


en ella la vía arquitectónica, es un elemento activo de la conciencia
humana. La conciencia, tanto la individual como la colectiva (la cultural),
es espacial. Se desarrolla en el espacio y piensa con las categorías de éste.
(...). También la arquitectura debe ser valorada en el marco de la actividad
cultural general del hombre.2

La Casa es el espacio sobre el que se sustenta el imaginario literario del chileno José
Donoso. El orden estructural de ésta y de lo que la circunda parte de un centro que hace
girar en torno sí un cúmulo de concentricidades espaciales e íntimas. Se presenta
inicialmente como una construcción que cumple una función básica: protección contra
los elementos y distribución del clan en la función básica de “habitar” 3. Aún así, no se
conforma únicamente desde una estructuración material del espacio, sino que representa
y envuelve las necesidades más humanas (protección, consuelo, recogimiento...) todo un
imaginario de la intimidad, cuyos valores integrantes se prefiguran en cada una de las
estancias, esquindades... conformándose así en ella los diferentes arquetipos,
jerarquizaciones de poder u orden en valores familiares y humanos.

Al igual que nuestros “espacios de intimidad” están repletos de pliegues temporales e


imágenes domésticas, la casa se conforma en la propia necesidad de proteger ese cuerpo
del “espacio feliz”4. Se configura como el centro inmóvil del universo de lo doméstico,
poseyendo una fuerza centrípeta que atrae el resto de jerarquizaciones que la configuran
y delimitan espacialmente. Es el principio del orden espacial, el equilibrio sobre el que
se establece el poder y su estructuración estamental. La Casa se desmiembra en multitud
de “subespacios”, los cuales serán ocupados según una clasificación familiar
preestablecida. En este punto se hallan los dos centros de fuerza5 de este universo
concéntrico: La Casa; espacio básico en la “distribución y ambientación del clan”: La
Familia; estamento fundamental en el “ordenamiento humano”. Estos aspectos se
conforman como los “centros” básicos en la novelística del chileno. Unidos y
dependientes el uno del otro. La Casa recoge y “ordena espacialmente” a la familia, y
ésta llena proyecta su vida, desde el interior, en cada estancia asignada. El arquetipo
familiar se estructura fundamentada en una distribución del poder preestablecido. El
centro se sitúa en el estamento, socialmente, más fuerte; los parentescos más antiguos.
Desde este punto principal se irradian el resto de las relaciones familiares. Como una
araña que teje su madeja, cada uno de los miembros de la familia cumplen las funciones
que se esperan de ellos desde siempre, al compás que dicta el respeto infundido como
un miedo ancestral. Nadie recuerda quién organizó su jerarquización 6, quién constituyó
las leyes que lo encarnan, quién originó esa subliminalidad del respeto entre mayores.
Ningún miembro se atreve a transgredir el carácter “sagrado” que rodea y ambienta el
orden de las familias desde tiempos ancestrales, con normas y castigos que ninguno de
sus integrantes sabe especificar el por qué. Dentro de ella se dibujarán, como una
espiral, valores personales y sociales, basados en el orden o el caos. Todo ello señalado
por unos límites sobreentendidos, en ocasiones ausentes y fácilmente transgredibles.

La casa se predetermina como centro generador de un orden social y familiar, un lugar


desde donde irradia los fundamentos de la convivencia humana. Como se ha ido
avanzando, cada vez pierde más su sentido de construcción inane. Se contamina de
todos los valores humanos, sentimentales, íntimos que se han proyectado sobre su
estructura. El topos se desvincula de lo “racional”, así se convierte en algo vivo, en algo
que muta y crece con cada uno de sus integrantes. Un espacio que esconde secretos,
rememora voces de antepasados, tiembla, se estremece... así queda proyectada toda la
interioridad de los sentimientos adquiriendo vida. Devora la intimidad de los habitantes,
la casa ya forma parte de cada conciencia individual 7. La atribución de elementos
antropomórficos a cualquiera de los espacios, puede ser dada por varios mecanismos:
bien debido a las proyecciones sentimentales vertidas sobre ese lugar, bien a razón de la
metaforización del “yo-cuerpo” y “yo-casa”.

Desde una visión antropológica, Nigel Barley expone el por qué de tal metaforización:
si el sueño se identifica con la muerte y la tumba es un lecho (en ocasiones un casa, un
panteón), por tal asociación también puede tratarse del cuerpo humano 8. La
identificación de los propios valores humanos y su proyección hacia este espacio
conducen a una inevitable caracterización. Cada estancia se identificará con los
habitantes, proyectando a su vez imágenes propias para dibujar los diferentes niveles
que conviven en concentricidad con su núcleo natural.

El topos interior es el centro de los espacios de la intimidad, conformado con valores y


sentimiento humanos. La Casa en sí se eleva a un nivel interiorista identificándose con
sus moradores: No hay nada en el torreón que no haya crecido y evolucionado en el
transcurso de las décadas y con lo que yo no esté unido. Todo tiene su y mi historia y
aquí hay espacio para el ilimitado reino del subinconsciente.9 La creación de la casa de
los Buendía, en Cien años de soledad, es el principio generador de Macondo, a raíz de
la construcción de lo que será durante cien años el centro de la estirpe condenada, se
funda el resto del pueblo alrededor de ella. La familia es la fuerza principal que la
habita, la dota de vida desde el interior de cada una de sus habitaciones, se identifica
con los personajes que las ocupan: ...Amaranta y sus amigas bordando en el corredor,
Rebeca chupándose el dedo en el dormitorio, Úrsula en la cocina, Aureliano en el
taller y hasta José Arcadio Buendía bajo el castaño solitario...10

Los subespacios en los que se divide el interior, tienden a limitar cada lugar a una
determinada función fisiológica y emocional. Las habitaciones se clasifican en
definiciones de lo público y lo privado, del recogimiento íntimo y el no intrusismo de
elementos extraños. Cada apartado interior de la Casa se identifica con los propios
sentimientos humanos; el altillo (hacia el cual se sube) es la luz, la soledad. El sótano
por el contrario, se identifica con lo subterráneo, la oscuridad (se baja hacia él). Los
rincones son estadios intermedios, el rechazo a la realidad; la identificación con el
muro11: (...) estoy a salvo aquí dentro de esto de donde jamás he salido, dueño de esta
oquedad que me aloja perfectamente porque ella es mi dueña. Dicen que hay pasadizos
efímeros, patios inútiles, pasillos de largas perspectivas simuladas (...) habitaciones
repletas de ese silencio que jamás nadie ha interrumpido (...) alguien se agita en un
rincón afuera...12

Es el poder del orden familiar el que distribuye las estancias al resto de los habitantes.
Partiendo de los parentescos más fuertes, los cuales residirán en las estancias más
elevadas y escondidas (como modo de preservar la intimidad), la servidumbre (la
supuesta periferia del mundo doméstico)13 habitará los sótanos y los pasadizos, por ser
considerados un lugar relegado, apartado. Aspecto que no será del todo acertado, ya que
la Casa se sustenta sobre pilares y sótanos. La base del espacio material, lo que la
conforma desde la raíz de su construcción, está ocupada por ese estamento repudiado a
las lindes “marginales”. La estirpe de los “desposeídos” habita sus estancias claramente
delimitadas, conociendo los vericuetos escondidos tras las paredes: los secretos
rincones, las puertas falsas, dobles espejos, ventanas ciegas, sótanos o altillos 14. Todo
debe estar en su lugar adecuado, perfectamente jerarquizado: la casa reúne, distribuye
constantemente en todas y cada una de sus estancias, rincones y esquindades, a sus
integrantes con sus respectivas funciones dentro de tal orden.

El arquetipo de la familia está compuesta a su vez por una infinidad de círculos


concéntricos, de periferias que la rodean y subrayan. Ésta impone una jerarquización
que se fundamenta según las categorías familiares, las cuales a su vez ocuparán su lugar
asignado dentro del principio estructurador y protector del orden. Ésta ocupa un espacio
y un tiempo. La temporalidad marca las diferencias y la familia las distribuye. El
espacio “humanizado” y el orden de parentescos que la estructura se convierten
entonces en “unidad”. Forman un “todo” sin poder deslindarse la una de la otra.
Convirtiéndose así la Casa familiar en el centro de la unidad idílica15. En terminología
de Bajtin: El Cronotopo idílico (...) se caracteriza por una singular relación del tiempo
con el espacio, que supone la fijación orgánica, la atadura de la vida y sus hechos al
lugar, al país natal16. Esa “fijación orgánica” es representada por el centro inmóvil de la
familia, con un orden propio también fijo e inviolable, el cual impone leyes que castigan
al pecador, al que desestabilice el núcleo idílico familiar.

Se ha considerado el universo de lo doméstico como un “mundo”, “un todo” o “cuerpo


de imágenes”. La atribución de esta nomenclatura lo dota de una independencia casi
absoluta. La Casa es una estructura única y central, la cual se ha ido alimentando a
través de sus múltiples ocupantes, es un ente vivo que se desarrolla en un tiempo propio.
El cronotopo de lo doméstico transfigura y destruye los órdenes temporales. Fragmenta
el espacio y su tiempo asociado. José Donoso en sus novelas dota a la casa de una
importante desfiguración de los esquemas temporales. El futuro y el pasado están
poblados de valores caducos que deben caer, el derrumbe avasalla cualquier posibilidad
de desvinculación del espacio y el tiempo ajenos: Son mundos de postimetrías,
exhaustos y agonizantes, a punto de caer -retornando- al origen, a la nada17. Al
atribuirle a la Casa tal independencia, se organizará “dentro” de ella misma un devenir
distinto al del “afuera”, un “presente hechizado” (como en la fiesta mejicana que
describe Octavio Paz). Este espacio mágico circunda a todos los personajes de Donoso.
Los envuelve en un tiempo que fluye de modo distinto, en una eterna “fluctuación”, se
confunden los minutos, los días... consiguiendo que el desarrollo de la lectura traslade a
una temporalidad lenta, pausada, que se agiliza en los momentos más imprevisibles...

Los caracteres de los protagonistas se adecuan al espacio en el que viven, una


cosmogonía totalmente nueva, un universo paralelo que se desenvuelve con su propia
concepción de la realidad. Donoso crea los ambientes de sus novelas dentro de los
límites infranqueables de las grandes casas burguesas18. Pobladas por fuertes y
arraigadas estructuras familiares. Las cuales conforman ese orden fijo e inmóvil de un
modo hipnótico y dislocado, adecuándolo a sus propias artes de la simulación.

Se ha hablado del chileno en múltiples ocasiones como un escritor de la “destrucción”,


del derrumbe de todo orden establecido. La inestabilidad de los personajes que pueblan
sus ambientes contrasta de un modo muy peculiar con la fortaleza de esas viejas
construcciones inmemoriales: La Casa de Ejercicios Espirituales de la Chimba, La
Rinconada, la casa de la abuela Chepa.... tantos muros y pasadizos destinados al
derrumbe junto con sus habitantes. Son espacios inmensos, casi inabarcables y no del
todo descubiertos... casas laberínticas (como su narrativa), llenas de escaleras, sótanos,
altillos... Tan complejas estructuralmente como sus propios habitantes. Es obvio que el
espacio de la gran casa burguesa tiene una importancia fundamental en el imaginario
literario de Donoso, pero tan destacable como esto son los personajes que la pueblan...
Ellos dan aliento propio a tales lugares, reviven las habitaciones y los pasillos con sus
propios miedos y obsesiones.

Cómo son habitadas es también una de las cuestiones fundamentales. En el particular


imaginario de Donoso, existen dos paralelismos sociales, los cuales, como todo en su
universo literario, se complementan y delimitan: los dueños propios de tales espacios y
la periferia que rodea este centro: el universo de la servidumbre, uno de los elementos
fundamentales y constitutivos del arquetipo burgués. Establecen su propio orden y se
distribuyen en las estancias reservadas para cada uno de ellos. La convivencia de estos
dos estamentos dentro de los mismos límites hace que vivan en el tiempo marcado por
ese espacio. La contaminación de los roles sociales se convierte en algo inevitable.
Conviven en un mundo al margen, unos se nutren de los otros 19, y crean relaciones
ambiguas de necesidad. La clase alta; decadente y moribunda, la clase baja; los criados,
servidores domésticos: sangre nueva que circula por los pasadizos.

El espacio-tiempo se contagian del declive y su futura destrucción, Velimir Curgus en


su ensayo equipara la violenta desaparición de la Casa-Patria a la anulación de la
Memoria y del lenguaje que la articula: Una Casa es el sitio adecuado para
desparramar cosas y mezclarlas. El desorden que prevalece en cada Casa es parte de
su propio código. Por eso la demolición de una casa no significa sólo su supresión
física, sino un trabajo prolongado de entierro y olvido de su lenguaje 20. Los personajes
son decadentes y por tanto los valores insuflados a la casa son de la misma naturaleza.
Todos (tiempo y espacio) están condenados. Pero no debe ser confundida esta
perspectiva de Donoso. Cada lugar creado por él es distinto y no es reflejo de los demás.
Cada casa y su complementación es única e intransferible: Los pasillos tortuosos, los
patios viscosos, las puertas falsas, las ventanas abiertas al vacío, las escaleras
suspendidas, los sonámbulos dormitorios de la Casa de los Ejercicios Espirituales de la
Encarnación de la Chimba, no fueron puestos allí como modelo en escala reducida del
sistema planetario humano, son su misma y propia suma.21

La destrucción, o el infierno, se cristaliza en la imagen de la casa, encerrando el


imaginario de Donoso dentro de un juego de espejos deformantes y realidades
deformadas por el propio cronotopo del “hogar”. Un cronotopo que se ubicará de
distinta manera en su periferia, siempre ambientada en un momento de crisis realista.
Por lo que los personajes y su espacio crean un universo paralelo dentro de sí mismos,
para seguir simulando y ahuyentando de manera inconsciente lo que no desean ver.
Pueblan sus paredes de mentiras adecuadas a su existencia deseada. La casa crece en
fantasmas y pasadizos empapelados para “disimular” o acallar las voces del “afuera”.

Como consecuencia fundamental de la creación de este imaginario (y rasgo destacable


de la “Nueva Novela”), la acción exterior será sustituida por la “interiorización”. El
narrador, o el propio espacio, expone alternativas esferas de la realidad, presentando así
nuevas relaciones en el interior del ser22. José Donoso en su narrativa se apropia del
“sistema” y lo retuerce en un reflejo alegórico, un espejo deformante en el cual la
actualidad es transfigurada o representada tras la ley de lo “grotesco”; artificialidad,
exageración, fragmentarismo, parodia (usada como mecanismo distanciador de la
realidad), travestismos... El escritor reestructura la cotidianidad para volcarla en un
“universo autónomo”, su mundo personal, desdibujando las fronteras como un espejo
que proyecta el otro lado de la realidad.

Notas:

[1] José Donoso. Conjeturas sobre la memoria de mi tribu. Alfaguara. 1996. pp. 327,
328

[2] Iuri M. Lotman. «La arquitectura en el contexto cultural» en La Semiosfera. III.


Frónesis Cátedra Universitat de València. Ediciones Cátedra. 2000. p. 112

[3] Las casas para hombres son una institución de tipo especial, peculiar de la
ordenación del clan (...) Su origen se relaciona con la caza, como forma fundamental
económica de la vida material, y con el totemismo como reflejo ideológico de ella (...)
las casas para hombres se distinguían justamente por su sorprendente tamaño: eran
enormes construcciones, adecuadas para la convivencia de todos los jóvenes solteros
del poblado. Vladimir Propp. Las raíces históricas del cuento. Editorial Fundamentos.
Madrid. 1974. pp. 162-164

[4] Gaston Bachelard. La Poética del Espacio. ED. Fondo de Cultura Económica .
Méjico. 1965. p. 10

[5] Desde el centro como punto de mayor reconcentración del sentido (luz), la
periferia (sombra) era concebida como borde de indefinición. Su alejamiento del medio
significaba la degradación simbólica de una pérdida de nitidez: de una caída hacia lo
irrepresentable. El Centro simboliza el paradigma de autoridad que la periferia debía
traducir respetando su valor de original. Nelly Richard. «Alteridad y descentramientos
culturales», Revista Chilena de Literatura, nº 42, 1993. p. 214.
[6] Cf. Antonio Campillo. Variaciones sobre la vida humana. Akal. 2001.

[7] Con la imagen de la casa tenemos un verdadero principio de integración


psicológica (...) tomar la casa como instrumento de análisis para el alma humana (...)
Nuestra alma es una morada (...) las imágenes de la casa marchan en dos sentidos:
están en nosotros tanto como nosotros estamos en ellas. Gaston Bachelard, op. cit. , pp.
29, 30, 31.

[8] Nigel Barley. Bailando sobre la tumba (Encuentros con la muerte). ED.
Anagrama. Barcelona. 1995. pp. 220,221

[9] Cf. C.G. Jung. Recuerdos, sueños y pensamientos. Seix Barral. 1999. pp. 264, 265-
267. Habla de la construcción del Torreón de Bollingen.

[10] Gabriel García Márquez. Cien años de soledad. Edición de Jacques Joset.
Cátedra. p. 186

[11] Cf. David Viñas. «Niños y Criados favoritos» en Literatura argentina y realidad
política. De Sarmiento a Cortázar. Buenos Aires. Ediciones Siglo XX. 1974.

[12] José Donoso. El obsceno pájaro de la noche. Alfaguara. 1999. p. 560.

[13] Lo marginal que siempre había tenido la connotación de lo descartado o


excluido por el centro, es hoy resemantizado por el léxico postmoderno de la crisis de
la centralidad (...). Esto es lo nuevo dato postmoderno, que complica la relación
centro/periferia reconvertida en centro-descentramiento/periferia. Nelly Richard, op.
cit., p. 215.

[14] (...) Huele a fiera. ¿De qué infecta buhardilla donde por la noche recibe a los
criados, trae usted esos olores? ¡La buhardilla! ¡La habitación de las criadas! ¡El
desván!.... Jean Genet. Las criadas. Alianza Losada.1996. p. 25.

[15] Mijail Bajtin. Problemas literarios y estéticos. Editorial arte y literatura. La


Habana. 1975. p. 382

[16] Ibid. p. 432.

[17] José Promis Ojeda. «La desintegración del orden en las novelas de José Donoso»
en José Donoso. La destrucción de un mundo. Buenos Aires. Fernando García
Cambeiro. 1975. pp. 29, 30.

[18] Cf. Peter Gay. La experiencia burguesa. De Victoria a Freud I. La educación de


los sentidos. De los nombres a las cosas. Siglo XXI. 1992. pp. 24, 36.

[19] (...) el sector de la clase baja se manifiesta en su más puro y avasallador


vitalismo como una fuerza que asciende impetuosamente para alcanzar el dominio del
mundo... José Promis Ojeda, op. cit., p. 16.

[20] Velimir Curgus Kazimir. «Casas» en Diccionario de los vientos. Galaxia


Gutenberg. Barcelona. 2001. p. 105.
[21] José Saramago. «Donoso y el inventario del mundo», Diario 16 [Culturas], 3 de
diciembre de 1994. p. 2. También en Revista Chilena de Literatura, nº 46, 1995, pp.
111-115.

[22] Cf. Cedomil Goic. «Coronación, la espectacularidad de lo grotesco» en José


Donoso. La destrucción de un mundo. Buenos Aires. Fernando García Cambeiro. 1975.

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