Está en la página 1de 5

La aldea y el puzle:

algunas observaciones incómodas


sobre el librito de la señorita Prim

"¿Le gustan los puzles?"


cap.6
N. S.Fenollera

No es mi intención desalentar la lectura del librito sobre la señorita Prim, in fine agrego algunas
frases interesantes del texto, además de lo atractivo que pueda resultar en su conjunto. Insisto
mi intención no es desalentar su lectura. 
Quizás el problema está en lo que esperaba encontrarme en el texto y no encontré, o a lo mejor
se trata de un estilo que no frecuento y me resulta extraño. ¿Esperaba encontrarme con un
manual de combate encubierto? ¿Un manifiesto? ¿Un objeto contundente para la lucha
cultural? ¿Algo que pudiera hacerle frente a tanto arte escéptico, indiferente, aburrido,
minimalista, o dramático hasta unos paroxismos banales? ¿Algo bellamente indecible hasta
ahora?
Y se nos viene a lo camión a contramano, el debate sobre la bendita y maldita bajada de línea.
Pero el libro no alcanza a plantear esa discusión. No logra llegar a ese punto. No alcanza con lo
que hay escrito. El trívium, por ejemplo, en el texto, es eso, gramática griega y latina, retórica y
dialéctica. No hay más. Solo unos lindos guiños desencontrados, inconexos. Los guiños son
para todos, eso hay que decirlo, es un texto inclusivo, tanto para el lector guiñado como para el
que se inicia. Y en tal caso el que se inicia deberá buscar que es la égloga IV, el Barroux,
Donne, Beda, la liturgia antigua, el distributismo, etc. En un punto el lector avisado, no sabe
que hacer, si decir la verdad de sus impresiones o callarse la boca y recomendar fervientemente
el libro. ¿Cómo desechar que alguien ponga en el corazón del prójimo, o, entre sus razones,
unos queridos guiños tan escasos en estos tiempos?
Por momentos, al comienzo, el libro parece reproducir el ambiente idílico y opresivo de “La
aldea” de Shyamalan. En otros momentos es como si el televisor se hubiera prendido solo, y
estuviera ante “La niñera” y una Fran Fine inaudible, cerebral. Después de todo, “el hombre del
sillón” ha fundado una “colonia”. Llegando al final del libro casi podemos aplaudir y celebrar
la ocurrencia de este mote, pero tampoco es que al teórico “hombre del sillón” se le oponga una
especial practicidad de la señorita Prim. No existe esa oposición en el texto. No hay Darcy y
Lizzy Bennet. Los dos son extremadamente teóricos. Por otra parte la bibliotecaria es una
trabajadora sobrecalificada. Y solo con ver la contratapa se advierte que la autora parece saber
bastante de la escritura de las finanzas y los mercados. ¿No se da cuenta que ese, si, es un gran
problema de la modernidad? Trabajos mal pagos para empleados sobrecalificados. Encima
quien la contrata (“el señor del sillón”) le tira en la cara “me parece que el anuncio era muy
claro” (esto es que no quería una empleada con muchos títulos). Y la justificación que da la
señorita Prim da un poco de lástima, y vergüenza ajena. Casi que dice por favor quiero trabajar,
no tengo dinero, y yo se que afuera, afuera hay un ejército de reserva esperando este puesto,
que para mi es una increíble oportunidad. (El trabajo sobrecalificado en una próspera y selecta
aldea, ¡uy!, ¿de donde me suena eso?) 
La señorita Prim llega a una colonia. Cruza un perímetro al que solo le falta estar electrificado.
O no hace falta nada de eso. Porque la amenaza una vez en la aldea es personal, ¿interna o
interior? Y a ese territorio la autora describe como “una sociedad extraordinariamente
tradicional”. Aunque entonces un kibutz también lo sería. Un kibutz evolucionado en “una
comunidad de pequeños propietarios que se enorgullecía de autoabastecerse a través del
comercio, la producción artesanal de bienes y servicios y el encanto de la cortesía vecinal”. Por
otra parte la única vecindad que retrata el libro es una vecindad de contigüidad, cuerpo a
cuerpo, no hay otras vecindades, a penas en algún momento se nombra la ciudad, y hacia el
final a Italia. Ciertamente la vecindad conflictiva es la del mundo que es algo que está afuera, y
no se lo dice sino con el muy abstracto, extremo y fantasmal término de “modernidad”. Incluso
el gran antagonista, la modernidad, que en principio parecería estar a unos “doscientos
kilómetros” en cualquier urbe (moderna) se transforma después en un “hueco en el centro de la
cabeza”, en donde debería haber algo, pero donde no hay nada, absolutamente nada, excepto un
ruido ensordecedor”. Así, la mentalidad y la sensibilidad modernas serían un vacío llenado por
ruido. En donde falta “una pieza” como en un “puzle”. El antagonista es la falta de actitud por
no dar con la pieza que falta para completar el puzle. En el puzle o rompecabezas no hay
tensiones. No hay contradicciones profundas. No hay guerras. Está todo previamente
planificado. Y la pieza que no encaja se tira. “El análisis de textos” por ejemplo es una pieza
que no encaja. “El odia todo eso de los análisis de textos” sin embargo quien odia eso jamás
podría haber citado la égloga iv si antes alguien no hubiera analizado ese magnífico texto de
Virgilio y asociado al nacimiento de Jesús, o no existiría el distributismo sin un análisis previo
de muchos textos de muchas disciplinas. Solo para poner algún ejemplo. El anti-intelectualismo
no es solo una pose, es un uso político que dice “-¡ey! vos callate y no analices nada”. Así de
brutal. 
El trabajo de puzle en la aldea no parece ser otro que el de unas preocupaciones de superficie “a
su lado, el resto de las mujeres discutían sobre como proteger del viento los cirios que
decorarían el árbol de Navidad”. Y ciertamente en un puzle de aldea, como es este, todos se
encuentran pendientes de las piezas vecinas, “¿es que no se podía hacer nada en aquel pueblo
que pasara inadvertido a los ojos de los vecinos?”.
La colonia está limpia de modernidad. Porque “quieren proteger a sus hijos del influjo del
mundo, volver a la pureza de las costumbres, recuperar el esplendor de la vieja cultura”. La
colonia es por lo tanto “un pequeño reducto para exiliados de la confusión y agitación
modernas”. Un lugar de “privilegio”. No se trata de una utopía clásica porque “lo que hay es un
enorme privilegio. Hoy en día para vivir en una forma tranquila y sencilla hay que refugiarse en
una pequeña comunidad, en una aldea, en un pueblecito adonde no lleguen el estruendo y la
hostilidad de esas urbes desmesuradas”. Pero la “hostilidad” llega, señoras y señores, con…
-digámoslo en términos del siglo XVIII- la naturaleza humana. La colonia de san Irineo no es
por lo tanto una utopía sino una utopía en una distopía. En el juego de esa inscripción lo que
hay afuera desaparece y toda la lucha contra la modernidad o el espíritu modernista, que
comparto, se reduce a una mera lucha interiorista salpicada de eventualidades estetizantes. 
Aunque por otra parte la colonia está “infectada” de prácticas muy modernas, los
interrogatorios, las clases sin maestros, el miedo a la soltería, marcaciones de lo que es útil e
inútil, arqueologismos, anti-intelectualismo, pensamiento común, telenovelismo amoroso….. 
Dos temáticas rematan el texto con severa insistencia, la diferencia entre sentimentalismo y
sentimiento, y el romanticismo, la confesión amorosa. “Está claro que en San Ireneo de Arnois
(“la aldea”) tenemos a un hombre que rompe fácilmente corazones, aunque lo más interesante
de todo es que lo hace sin enterarse”. Y esta no es sólo una frase al pasar, de pronto la novela se
pone de color amoroso rococó rozado. Y asistimos dentro de la aldea a otra práctica muy
moderna: es de los “fans”. Las fans del señor del sillón. En ese punto un grueso volumen de
teorías de psicología infantil “moderna” resulta más apasionante que el melodrama de “los
amores del cómodo y excéntrico señor del sillón”.

Algunas citas interesantes: 


“La Redención no se parece en nada a los cuentos de hadas, señorita Prim. Son los cuentos de
hadas y las viejas leyendas los que se parecen a la Redención”.

(Para referirse a los pibitos, a la niñería) : “la aspirante contó treinta brazos, treinta piernas,
treinta cabezas..” .

“las homilías de san Juan Crisostomo en la despensa, entre los tarros de mermelada y los
paquetes de lentejas”.

“Lo que ocurre es que usted solo reconoce la verdad cuando esta se viste de manera secular”.

“Yo soy un gran defensor del matrimonio, por eso me opongo rotundamente a incluir a las
autoridades civiles en su celebración”.

“Siempre he sido de la opinión de que la ausencia del objeto amado purifica el amor”.

“Una conversión es algo tan teórico como un disparo en la cabeza”.

“No se podía entender a Esquilo o a Sófocles sin moverse de las estrecheces de un pupitre”.

“Diez mil mujeres desfilaron un día por las calles de Londres al grito de “¡No queremos que se
nos dicte!” y poco después se convirtieron en mecanógrafas”.

Alguna cita ininteligible:

“lo que el mundo llamaba literatura, San Irineo (la colonia) lo llamaba perder el tiempo”.

“…lo había comprobado en diferentes situaciones de su vida- a renunciar, siquiera en parte, a


sus juicios sobre las cosas” (resulta muy conveniente en la aldea pareciera renunciar a un juicio
personal sobre las cosas y adoptar el sentido común aldeano¿?)

Gustavo Nózica

También podría gustarte