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“Los barrocos amaban los equívocos.

 
Calderón y otros como él elevaron el equívoco a metáfora del mundo. 
Supongo que les animaba la confianza de que, 
el día que despertáramos del sueño de estar vivos, 
nuestro equívoco terrestre quedaría finalmente aclarado. 
Les deseo que no hayan encontrado un Equívoco sin apelación. 
Esto, de todos modos, ya se verá.”
Antonio Tabucchi[1]

De un tiempo a esta parte, escucho a una persona hablarme sobre su vida, sobre lo que piensa, lo que le pasó,
lo que no tiene apelación, algo que es irreversible. Creo que le viene bien que la escuche, pero más todavía que
haya habido un encuentro.[2] Según desde dónde se lo mire, ha sido un encuentro sin importancia. Por azar.
Por suerte, diría. De tan poco importante que es nuestro encuentro, y eso es lo bueno, han empezado a surgir
en nuestros encuentros, de a poco, cada vez más, diálogos sobre asuntos de menor importancia, que son
mucho mejores que los asuntos inapelables.[3]  
Lo que sí juzgo importante es que -“cualquiera sea la manera en que se puedan juzgar” las cuestiones que
hacen a tal encuentro, y las que hacen a sus asuntos inapelables- he conservado por esta persona “el respeto
que merece como persona humana, como enfermo y como caso.”[4] 
¿Sabés con qué podrías ayudarme?  No.  Nunca pude tener una pareja, vos podrías orientarme con eso. Así
terminó nuestra primera conversación.
Eso le habían dicho sus médicos, que tal vez yo podría ayudar. Y eso repetí cuando me preguntó qué me habían
contado. Me dijeron que tenías algunos problemas con los que tal vez podría ayudarte, tu nombre y que tenías
cuarenta y nueve años. Me guardé que también habían dicho otras cosas, pero deslicé la palabra  confianza, y
dije que habían tenido confianza al decirle que viniera a verme.    
La primera conversación empezó de manera difícil, aunque un poco me lo esperaba, como si a ambos nos
costara escuchar lo que tarde o temprano se iba a terminar diciendo. Los veinte minutos iniciales tuvieron un
tono trágico donde la palabra hombre se empleó diez veces, y la palabra mujer veinticuatro. La palabra hijos se
pronunció cincuenta veces, nueve de ellas en vano. La palabra Chile se dijo en siete ocasiones. Buenos Aires,
en ocho. La palabra médicos se pronunció dos veces, una cada uno. La palabra burla se pronunció en tres
ocasiones. Más tarde se pronunciaron la palabra perder y la palabra confianza. Las palabras podés y elegir,
junto con la frase “lo que me quieras contar”, en una (la usé yo). La palabra vergüenza se dijo en siete
ocasiones. La palabra quitar en once. La palabra honor en doce. La palabra intimidad en once también. La
palabra dignidad, en catorce (al menos tres veces la usé yo). La palabra engendro, en singular y en plural, en
cinco. Las palabras muerto y morirse y matarse en diecinueve. Después la conversación se hizo más fluida. Me
contó que ya no creía en Dios y yo le dije que yo tampoco y se rió. Después me preguntó mi edad y se la dije y
me dijo que parecía más joven y yo también me reí. Entonces le dije que me parecía que estaba muy solo, por
lo que me había contado, y me repitió que había perdido la confianza en todos. Le dije que en su lugar yo
también la hubiera perdido y que eso también debía de haberlo dejado muy solo. Que no esperaba que confiara
en mí rápidamente, pero que así y todo iba a estar esperando si quería seguir viniendo a hablar conmigo, de lo
que había estado hablado o de lo que quisiera, ya se lo había dicho.[5]
Me parecía haber escuchado a una persona de lo más despierta, que tenía muy presente y veía muy bien eso
que lo atormentaba, y que lo describía y relataba con una riqueza conmovedora. Pero también me parecía que
esta persona ignoraba que, eso de lo que hablaba, sonaba inverosímil y disparatado. Lo que menos le parecía
era inverosímil. Y todo lo contrario: lo que le resultaba imposible era soportarlo, y se le notaba. Un dolor
escandaloso. Una gran tristeza. En realidad, no sólo tristeza, pienso. Esta persona no podía ver más allá de su
inapelable convicción, estaba como ciega. Pero veía muy bien, no podía dejar de ver, su dolor tan injusto, con
un  impresionante compromiso.[6] Me parecía que esta persona padecía de una ignorancia como la que
padecen los ilusionados, los enamorados y los religiosos. Ese tipo de ceguera, pero mucho más drástica. Entre
otras cosas porque ni siquiera era una ceguera compartida, sino solitaria. Como un punto ciego, muy suyo. Que
en algún momento parecía haberle quedado al descubierto y, en su lugar, había aparecido eso que veía con
extraordinaria claridad. Como un agujero desde el cual hubiera empezado a surgir una luz que encandilaba. Y
que esa luz sonaba a disparate y que, desde que había aparecido, se había instalado como una profunda
convicción (a la que, como las convicciones de los ilusionados, de los enamorados y de los religiosos, no puede
apelárseles mucho argumento, ni muy poco[7]). 
Yo también estoy sumida en una profunda ignorancia.[8] Al principio fue notable. No sabía por dónde andaba
esta persona, ni quién era, cómo pasaba el día, si era capaz de matarse o meterse en problemas. Nadie que
responda en su lugar, que salga en respuesta suya. Nadie más a quien preguntarle cuando sus respuestas, en
mayor parte, me resultaban muy ambiguas, salvo las que respondían, inapelables, sobre su sufrimiento. 
Y en ese estado esperé de una semana a la otra. Esto también, pienso, tuvo su valor y su peso. No da lo mismo
esperar a alguien que no tener sobre su encuentro ninguna esperanza. Yo te espero, le decía, como quien va a
echar de menos. Y esperaba como quien espera que ocurra un hecho inesperado. 
Por lo demás, esta persona estaba muy sola. Había llegado sola hacía unos meses por primera vez a Buenos
Aires y en soledad se había tratado de conseguir un alojamiento. Y no sólo un alojamiento sino también asilo
político. 
Vino al hospital cada semana.  
Llegó un día, se sentó y me dijo: No te preocupes por mí. No tiene sentido que te preocupes, mis problemas no
tienen solución, vos no podés ayudarme. ¿Para qué voy a seguir viniendo a contarte mis dramas?  Me limité a
responderle que durante nuestra primera conversación yo también le había contado algún drama. Me
sorprendió que lo recordara, suponía erróneamente que aquella vez no había podido escuchar nada de lo que le
había dicho. Esta vez le dije que al menos nos acompañábamos un poco, contándonos nuestros dramas, y que
esperaba que eso le diera alivio.[9] 
Nunca negué que me preocupase lo que me contaba. Más bien me ponía a la par de su tono de exasperación y
su enojo. Si decía (gritando) que le habían robado la dignidad, yo golpeaba el escritorio con el puño y le decía
que eso no era cierto, que su indignación y su bronca daban cuenta de que era alguien muy digno y que eso
nadie podía quitárselo. Si decía que le habían robado la intimidad, intentaba que pudiera recuperarla en nuestro
encuentro, vos hablás de esto conmigo, le decía, esto que es tan íntimo, no lo hablás con cualquiera. Después
de un tiempo me contó algún secreto y después, que había cosas que no iba a hablar conmigo porque prefería
hablarlas con su médico, y que había cosas que prefería hablar conmigo. 
Lo de su problema para hacer pareja vino a retomarlo el día que sacó de su billetera tres o cuatro tarjetas
personales y papeles con números telefónicos.  No quiero que se me regalen. Me dan su número y me dicen
que van a esperar mi llamada, pero yo nunca llamo porque así no me interesa, dijo. El número se lo dan
cuando les tira las cartas de tarot, lo que hace en Buenos Aires para arreglárselas con sus gastos. La mayoría
consultan al tarot para saber si les son infieles. Pensé que era una buena pista. ¿Cuáles son las cosas por las
que más te consultan las mujeres? ¿Y los hombres? Claro, decía yo, esas son cosas más “de los hombres”, o
decía que tales cosas no eran exclusivas de mujeres o de hombres. Después hablamos de las armas de
seducción femeninas y las armas de seducción masculinas. Sobre la forma de comportarse de los hombres y la
de las mujeres. Las sociedades más machistas y las más matriarcales.Lo delicado de las mujeres y lo
agresivo de los hombres. Lo que aportan las hormonas femeninas y lo que aportan las masculinas.   
Hay otra cuestión, emparentada a la de no poder conseguirse pareja, que es una cuestión para relacionarse en
general. Empezó en mi infancia, dijo, yo tenía tics y mi mamá me llevó al médico. El médico dijo que para que
los tics se me vayan tenían que hacerme burla. Y por más que no haya sido con mala intención, eso me
mató.  Con la burla le llegó la soledad.
Pero es que tampoco es fácil acercarse a las personas si uno las mira como desde un pedestal, si los otros son
tan mediocres  que no pueden conversar de otra cosa que de sus chaturas y vulgaridades. Como es una
persona educada, no les dice nada de lo que piensa. Pero a veces sí, y dice cosas que generanviolencia,
se  apasiona demasiado y termina ofendiendo a los demás con sus comentarios. Pero, además, se paraliza ante
las respuestas violentas de los otros. Le gustaría decir algo, si hiciera falta, usar la fuerza,defenderse, pero se
queda en blanco. 
A veces para tirar las cartas hace falta usar un poco de psicología, me explicó, los que tienen problemas
quieren hablarlos con alguien. A veces vienen con más ganas de contarme sus problemas que ver lo que les
dicen las cartas. A veces les relativizo un poco lo que las cartas dicen, trato de ver qué quieren o qué pueden
escuchar, antes de decirles algo. 
Tengo que confesar que estoy encantada con su nuevo noble oficio.[10] Tirar las cartas, no sólo le hace ganar
unos pesos, sino que le sirve, como dice, para hacer algo, para pasar el tiempo. Mientras oficia de tarotista no
tiene tan presente su sufrimiento. Mientras habla del tarot, tampoco. Claro que lo que escucha de quienes le
consultan le termina refrescando lo miserables que somos los seres humanos. Pero al menos el engaño no cae
sobre sí por un momento, mientras hay otros que son los engañados. Además, en la feria donde es tarotista,
alguien le regaló una lapicera, una compañera de feria, alguien con quien puede hablar de lo lindo o lo frío que
está el clima, sin terminar discutiendo.
Hace unos días me dijo que, aunque le sabe mal seguir preocupándome con sus problemas, le viene bien
hablarme, y le consuela un poco pensar que tal vez a mí también me venga bien que me hable, que al escuchar
sus problemas, puede que me olvide un poco de los míos.
“¿Qué hacer con la realidad? Es un problema. Habría que engañarla, hacerla creer que no es un estorbo (…). No
llegar a decirle a la realidad que es maravillosa, pero sí halagarla un poco para que se deje de incordiar. Pero
no sé si incordia tanto la pobre realidad. ¡Si la realidad es como la muerte! `Dejadme en paz`, dice la pobre
Muerte”.[11]
Tengo que buscarme una teoría de mi vida, dijo un día, el día que se internó en la sala de salud mental del
hospital al que viene a tratamiento. Una internación que fue propuesta pero a la vez voluntaria, porque fue una
propuesta que pudo tomarse varios días para pensarla. No estoy bien, tengo miedo de hacer alguna locura,
dijo.La internación duró veinte días, después siguió viniendo por consultorios externos. 
Esta persona tiene la ilusión de tener hijos. La posibilidad de tenerlos, que le hubiera dado su cuerpo, ya no la
tiene, aunque no se resigna. Si es así, me mato, dice.  Y cree, con una convicción inapelable, que semejante
posibilidad, su posibilidad de tener hijos, no la tiene perdida. Pero además tiene la ilusión de que el mundo se
está poblando hijos suyos. Por la época en que perdió la posibilidad de tener hijos, un grupo de médicos,
cuenta, en alianza con su familia y hasta con sus amigos, le robaron sus células reproductivas, las vendieron, y
se hicieron la América a costa suya. Lo descubrió diez años después. Y empezó a denunciarlos. Se dieron
cuenta y quisieron hacer pasar  sus  denuncias como actos de locura. Pero entonces se escapó y, después de un
tiempo, cruzó la Cordillera. Lo que son las cosas. Cuando vino a Buenos Aires empezó a sospechar que acá
también se había manipulado su material genético y entonces empezó a ver, como en Chile, niños que son sus
hijos. 
Ahora también se burlan, aunque con muchísimo peor gusto que en la infancia. Porque lo que hicieron
fuemezclar sus células con gente de la peor calaña, gente con la que no se hubiera relacionado nunca, con
susenemigos. Eso en Chile, acá con desconocidos, gente del peor tipo. Y todos esos se andan paseando con sus
hijos de la mano, se los andan mostrando, y así se burlan: ellos andan por ahí con mis hijos y a mí me quieren
hacer pasar por un engendro. 
Mientras los otros están acompañados, por sus hijos, su vida sigue transcurriendo solitaria. Esta cagada no la
puedo soportar, dice. Esta vida es lo mismo que estar muerto.  Lo dice como si dijera yo ya no tengo remedio.
Lo que dice es yo ya estoy mancillado. Esto no se le hace a ningún ser humano. 
Un día me planteó que yo podría averiguar si al hospital habían llegado células suyas, si habían nacido hijos
suyos. Y que después, cuando le contara qué había averiguado, se daría cuenta si le estaba mintiendo. ¿Y si me
mienten a mí?, atiné a desentenderme. Tenés razón, me dijo.  Vos sos transparente como yo. Y no volvió a
ocurrírsele esa buena idea de que yo vaya a averiguar sobre sus cosas. 
Un día me preguntó si yo tenía hijos. Respondí que no, todavía. ¿Estás segura de que no? Me quedé aterrada,
no sabía qué podía decirle. Le dije otra vez que todavía no tengo, pero agregué un invento para intentar salir
del paso. Que me gustaría algún día tener hijos, y que mi pareja sí tiene y que yo los quiero como si fueran
míos.
¿Cómo me ves? me pregunta casi siempre. Al principio le decía que cómo iba a ser, que con los ojos, y nos
reíamos. Después dejé de eludir a su pregunta. Como una persona respetable, suelo decirle. O, una persona
sensible. O, como alguien que sufrió mucho. También le digo que a veces me da miedo cuando no contiene su
furia, pero que entiendo esa furia. 
En realidad, no es eso lo que le digo. Pero no es que no lo piense. La verdad es que veo un ser humano, una
persona, una persona respetable, sensible, que sufrió mucho y que da miedo cuando no da más de furia. 
Pero un ser humano adulto es un hombre o una mujer, ¿no? ¿O no?
Yo a él le digo que es un hombre respetable. Un hombre sensible. Un hombre que sufrió mucho. Un hombre al
que, como mujer, le tengo miedo cuando lo veo furioso. 
Para todos los seres humanos es difícil el tránsito por la sexualidad. A él le resulta inhumano.[12]
Si bien fue niña, siempre fue como un niño. De joven conoció a una mujer de la que se enamoró, cómo él
dice, harto, y sintió lo que siente un hombre cuando se enamora de una mujer. Fueron ocho años de un amor
no correspondido. Nunca le declaró su amor, primero porque no se sentía completo y después, porque ella se
había casado. Pero siguió esperando a conocer algún día a otra mujer, y tener una familia, como quisiera
cualquier hombre. 
Aunque entiende, me dice, esto no lo entiende todo el mundo, hay mujeres a las que les gustan las mujeres,
ese no es mi caso. Hay muchos hombres que no están con mujeres, los sacerdotes por ejemplo, pero no por
eso dejan de ser hombres y sentirse hombres. 
“El sol (…), la luna, el mar, los hombres y las mujeres, que son criaturas impulsivas, son poéticos y tienen en sí
algún atributo inmutable”[13].
Yo soy un hombre, dice, y como así lo siente, a los treinta y tres años dio un paso para que su cuerpo no dijera
lo contrario.[14]
Él piensa que dio ese paso muy solo. Y dice todo el tiempo que tendrían que haberlo acompañado un poco.
Antes de dar ese paso, una sola vez me vio un psiquiatra, ¿cómo puede ser?, me dijo una vez. Y otra,deberían
haberme ofrecido ver a un psicólogo. Pero no porque la decisión no la tuviera tomada, sino porque todo ese
camino fue muy doloroso para hacerlo solo.

Notas

[1] Tabucci, Antonio, Pequeños equívocos sin importancia, Anagrama, Barcelona, 1998.

[2] Según una lectura de Tomasa San Miguel del Seminario 20 de Lacan, “la transferencia es encuentro de
cuerpos, contingencia corporal, eso es lo primero”. (Clase del 10/09/09 en el Hospital Álvarez). Nombro a este
encuentro “sin importancia”, por ubicarlo en la serie de lo contingente y lo azaroso, donde puede surgir algo
nuevo, en contraposición con la serie de lo “inapelable”.

[3] Planteando como posible, como “presuntivo”, el diagnóstico de Parafrenia, entendiendo al delirio en el


sentido freudiano, es decir, restitutivo, y dado el compromiso afectivo que el paciente presentaba respecto de
su delirio, Julio Moscón, durante las supervisiones (2 y 13 de Junio de 2009),  me ha transmitido una idea sobre
la dirección de la cura en este caso, que intento expresar del siguiente modo: que comiencen a tener lugar,
durante las entrevistas, “asuntos sin importancia” o de “menor importancia” en relación a lo inapelable, lo
“importante”, del delirio. 
La idea de Moscón es que podrían pensarse algo así como “andariveles”. Por un “andarivel” iría el delirio, por
otros, otras cuestiones (por ejemplo laborales –ver 7ª nota al pie). La apuesta en el tratamiento sería la de
que, al tomar mayor lugar durante las entrevistas lo que llamo en el trabajo “asuntos sin importancia”, estos
vayan restando lugar al andarivel delirante, por decirlo de algún modo, sin eliminarlo o sin suponer con esto
que podría eliminárselo, sin siquiera tener la expectativa de eliminarlo. Que otros asuntos puedan comenzar a
darle algún nuevo sentido a la vida del paciente, algún sentido menos delirante. Es decir, sin dejar de escuchar
al paciente cuando retoma entre sus dichos al delirio, ir restándole lugar de a poco, en el sentido de restarle
importancia. “Asuntos sin importancia”, se entiende entonces, se refieren al lugar que otros asuntos, en la vida
de este paciente, vienen teniendo en relación con lo delirante. Quiero decir, lo de “sin importancia”, es bien
relativo. Y es, a su vez, la clave de la apuesta del tratamiento. Además de la importancia, ahora sí, de alojar al
paciente, cuestión subrayada tanto en las supervisiones con Julio Moscón como en la supervisión que hemos
tenido junto al resto del  equipo tratante con Gustavo Lipovesky (19 de Septiembre de 2009), lo cual también
ha sido clave (alojar) e intento transmitirlo en el presente trabajo. 
“Apelar también tiene la acepción de apelar a alguien, una terapia es, de alguna manera, una apelación”. Julio
Moscón, comentario en el Ciclo de Ateneos de Residentes del Hospital *, 16 de Julio de 2009.

[4] Lacan, Jacques, Acerca de la causalidad psíquica, en Escritos 1, Siglo Veintiuno Editores, Argentina, 1988.

[5] Sobre el estilo de la conversación, véase: Bolaño, Roberto, 2666, Anagrama, Barcelona, 2004.

[6]“Lo que ignora, es su propio compromiso subjetivo, que lo que le viene de afuera es su propia subjetividad
comprometida”. Julio Moscón, comentario en el Ciclo de Ateneos del Hospital *, 16 de Julio de 2009.

[7] En “El porvenir de una ilusión” (1927), Freud habla de “la ineficacia de los argumentos contra las pasiones”.

[8] Hago referencia a dos tipos de ignorancia. Una, la “docta ignorancia”, que Lacan propone para la formación
de los analistas, cuando toma la idea de Nicolás de Cusa en Variantes de la cura tipo  (enEscritos 1, op. cit.): “la
ciencia analítica debe volver a ponerse en tela de juicio en el análisis de cada caso” (p. 334). La otra, la
ignorancia de referentes, de personas que den una referencia sobre el paciente y que puedan acompañarlo,
responder por él, es decir, la falta de una red social, uno de los obstáculos fundamentales del caso.  

[9]“Lacan indica a los analistas ocupar el lugar de otro minúsculo, un amigo, alguien que no sabe y puede
escuchar lo que el psicótico le puede confiar (…). La transferencia no está sostenida en la disparidad subjetiva
(…). Se trata más bien de un modo de amistad (…), una relación al prójimo más que al semejante.” (Estructura
psicótica y transferencia,autor anónimo, publicado
enhttp://saludmentalsanisidro.blogspot.com/2008/10/estructura-psicotica-y-transferencia.html, 2008).

[10] Me refiero a la posibilidad de dar curso a nuevos “andariveles”, y a la posibilidad que de que el paciente
tenga un lugar diferente del que le da su delirio en relación a los otros.

[11] En una entrevista publicada por Revista Ñ, Nº 304, Año VI, Editorial Clarín, Argentina, el 25 de Julio de
2009. 

[12] Esta idea me la transmitió Julio Moscón en una supervisión, 2 de Junio de este año (2009).

[13] Keats, a quien cita, vaya a saber si con exactitud o con ninguna, Enrique Vila Matas en Bartlevy y
compañía, Anagrama, Barcelona, 2000.

[14] Me refiero a una serie de tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas para realizarse cambio de
sexo (de femenino a masculino) que ha llevado a cabo en Chile. Por esto, y por pedido del paciente, en
conjunto con los médicos psiquiatras, hemos integrado al equipo tratante a una endocrinóloga y un urólogo,
quienes han propuesto el diagnóstico de Disforia de Género,  en “comorbilidad” con el cuadro psiquiátrico.

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