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CORAZÓN ROJO Y AZUL

Tabla de Contenido
MÁSCARAS
LEÓN EN PIEL DE CORDERO
CAPÍTULO I - LA ISLA
CAPÍTULO II - ZORRO ROJO
CAPÍTULO III - OVEJA BLANCA VS. OVEJA NEGRA
CAPÍTULO IV - OJOS BRUJOS

CONVERGENCIAS
FUEGO INTENSO
CAPÍTULO V - ELLA
CAPÍTULO VI - LA LUNA
CAPÍTULO VII - OVEJA NEGRA
CAPÍTULO VIII - ILUSIÓN O DECEPCIÓN

LÍNEAS DIFUSAS
AVE FÉNIX
CAPÍTULO IX - VISIÓN
CAPÍTULO X - ISLA & ELLA
CAPÍTULO XI - EL GRAN BAILE
CAPÍTULO XII - ENCUENTRO AL ANOCHECER
CAPÍTULO XIII - DECISIONES
NOMBRES DE LOS PERSONAJES
CORAZÓN ROJO Y AZUL

Máscaras
LEÓN EN PIEL DE CORDERO
En la vida no todo es lo que parece, las máscaras están por doquier y
cada quien puede colocarse la que más le conviene. Así, Islandia Mirabal ha
adoptado aquella que la vida le ha permitido tener. Existe una pugna en su
interior, algo lucha por desatarse. Ella es una oveja blanca, ella es una oveja
negra.
Nada más difícil que ser un león vestido en la piel de un cordero, pero
la princesa ha encontrado la manera para salir de la prisión que la vida le ha
colocado. Así, la pelirroja de ojos celestes puede convertirse en otra, una
con el poder suficiente y la fuerza como para hacer lo que le venga en gana.
Han pasado muchas noches desde la primera vez que bailó ante las
luces rojas, pero esta será distinta, un hombre se convertirá en una especie
de obsesión. Sus ojos negros encantan, sus ojos negros son brujos, ¿a dónde
van sus ojos negros? Se pregunta dónde está, y entonces, muy a su pesar,
tendrá una respuesta: La Isla se enfrenta al Zorro Rojo… y lo demás es
historia.
CAPÍTULO I
La Isla
Alessandro se tomó la última cerveza con la intención de regresar al
hotel, se sentía estragado, luego de un intenso día de trabajo, deseaba
dormir y olvidarse del mundo. Como si fuera poco, su novia le había
terminado después de dos años de relación, justo cuando él empezaba a
considerar cosas más serias. Aunque no creía en los compromisos, sabía
que para Lara era importante.
Luego de una terrible discusión, en la cual ella le recalcó que solo vivía
para su trabajo, decidió terminarle porque estaba harta de que siempre la
dejara como su segunda opción.
- ¡Tienes una amante!
- ¡Estás loca! ¡Por supuesto que no!
- Sí, la tienes, tu maldito trabajo, esa es tu amante.
- Lara, no seas absurda, a ti te apasiona tu trabajo, ¿por qué te molesta
que me guste el mío?
- Tú no tienes un trabajo, lo que tienes es una maldita obsesión.
- Eres una egoísta.
- ¡Tú eres un maldito loco!
- Bien, gracias.
- Bien.
- Entonces…
- Entonces nada, no quiero seguir con alguien así.
- Ok, bueno, como quieras, —exclamó molesto y fuera de sí—.
- Bien, si eso quieres.
- Yo no quiero nada, eso lo estás diciendo tú.
- Bien, ¿entonces no te importa? ¡Genial!
- Estás loca, no sé ni qué estás hablando.
- ¡Terminamos! Eso es lo que te estoy hablando.
- Como quieras.
- ¿Así que no te importa?
- Pero… —entonces le colgó, dejándole la idea que todas las mujeres
estaban locas de remate—.
Desde ese día no lo había llamado, ni él tampoco, suponía entonces
que ese era el final. Lara no estaba dispuesta a lidiar con las consecuencias
de un trabajo como el suyo, y él sentía que no tenía derecho a forzarla,
estaba consciente que era difícil la incertidumbre que podría experimentar,
pero no podía hacer nada al respecto.
Eso sí era tener una mala racha en la vida, demasiadas cosas que
digerir. Quería descansar, olvidarse de toda su maldita vida, al siguiente
estaba libre y contaba con suficiente tiempo para seguir cargando con el
malestar de saber que Lara le había dejado, así, sin más.
- ¿Qué haces?, —le dijo Diego—.
- Pues aquí, realmente cansado, pero ya estoy libre, —y sonrió con una
expresión algo desanimada—.
- ¡Genial! Yo también, mañana no vamos a trabajar, tenemos una buena
excusa para trasnocharnos.
- La verdad, estoy muy cansado.
- Oh vamos, no seas aguafiestas.
- Tuve un día terrible, lo que pasa es que tú eres un enfermo, que
después de 18 horas de trabajo quiere seguir de fiesta en fiesta.
- Vamos, lo único que has hecho es trabajar desde que llegamos. Pero te
estoy ofreciendo algo diferente, entretenimiento.
- ¿Entretenimiento?
- Black, ese es el lugar.
- ¿Black?, —dijo sonriendo sin ganas—.
- Créeme, en ese lugar están las chicas más hermosas de toda la ciudad,
y si eso no es suficiente para animarte, no sé qué lo sea.
- Mmm, no tengo muchas ganas.
- Tienes que olvidarte de esa mujer.
- No sé de qué hablas.
- Ok, está bien.
- Bien.
- En serio, allí están las mejores mujeres de la ciudad, necesitas a una
bella mujer para olvidarte de todo.
- Black… —dijo llevándose la cerveza a los labios—. ¿Es un club?
- Ah… ¿lo ves?, sí te interesa.
- No des tantas vueltas.
- Ya te lo dije y te puedo asegurar que son las mujeres más bellas que
verás en toda tu maldita vida.
- Sitios como esos hay en todos lados, y ya sabes que no soy aficionado
a ellos.
- Olvidaba que eres un maldito aguafiestas, pero te aseguro que no te
arrepentirás. Te digo, a primer golpe de vista, esta ciudad es un
completo aburrimiento, pero si te fijas bien, te darás cuenta que esta
gente sí que sabe cómo divertirse. Te aseguro que esta es la mejor
manera de olvidar a esa novia tuya.
- No es mi novia, pero no quiero hablar de eso.
- Bien, genial, porque soy malísimo para eso, vamos, tomémonos unos
tragos y busquemos a un par de chicas guapas.
Alessandro Giacomo era uno de esos hombres cerrados que no le
gustaba demostrar sus emociones, pero que en el fondo tenía sentimientos
nobles. Ya no se conseguían caballeros en ninguna parte, pero él lo era,
aunque no de una forma convencional. Le encantaba atender a su
perfeccionista madre y a los dos sobrinos que le había dado su hermana. Sí,
él era una extraña contraposición entre el rudo ex soldado que trabajaba de
guardaespaldas y el hombre de familia.
Él mismo resultaba visualmente una gran contradicción, tenía unos
grandes ojos negros, dulces y hermosos, de largas pestañas; los mismos
estaban enmarcados con cejas gruesas en color castaño oscuro, que
combinaban con su cabello y su barba del mismo color. Tenía ese aire
moreno y sexy, seguramente porque su familia era oriunda de Italia,
específicamente de la población de Positano.
Era muy alto, medía 1,90 metros, y tenía un cuerpo muy atlético. Era
un hombre fuerte, de ancha espalda y aspecto rudo, tenía el toque de
virilidad y dulzura necesaria para llamar la atención de todas las mujeres.
Desde que entraron a ese bar todas las chicas se le quedaron mirando. Era
imposible no hacerlo, porque, además de todo lo anterior, su mirada era
intensa y penetrante, parecía que podía profundizar hasta hacerte derretir.
En otras palabras, se podría decir que era sexy, aún sin proponérselo.
Alessandro se quedó pensativo, hasta que por fin decidió levantarse de
esa silla donde estaba rumiando su dolor para irse al sitio que Diego le
estaba ofreciendo. No tenía nada que perder, ¡qué más daba!
- ¡Te lo dije!, —exclamó al ver su cara de sorpresa cuando entraron en
el lugar—.
Era un sitio bastante extraño, con un ambiente algo circense, burlesque.
No sabía cómo definirlo, luces de colores y altos contrastes que se
prestaban para cualquier tipo de actividades. Ese era el lugar preciso para
dejar volar las inhibiciones, convertirse en quien eras realmente o en quien
deseabas ser.
- Este lugar es inmensamente grande… y extraño, algo atrevido, diría
yo.
- Esa es mi palabra favorita, —dijo sonriendo—, su amigo era un tanto
dado a ese tipo de diversiones, pero no compartía sus gustos.
Sin embargo, esta noche no quería pensar en nada, se sentía
particularmente mal. Todas las malas situaciones que había estado pasando
últimamente, incluyendo que su trabajo no era todo lo que había pensado, le
dejaban un mal sabor de boca. Necesitaba más en su vida, un nuevo reto,
porque todo se le estaba convirtiendo en una rutina.
- Claro, me imagino.
- Este sitio es lo máximo, mira qué genial, —dijo conduciéndolo a
través del lugar, como quien es un experto, se notaba que había venido
varias veces—.
Se sentaron en una mesa desde la cual podía ver el escenario, lleno de
luces y telas iluminadas con los colores luz que estas producían. El efecto
era alucinante, como salido de un sueño.
- Es bonito, pero no me parece nada del otro mundo, es simplemente un
club de mujeres bonitas.
- Es difícil complacerte.
- No es eso, es que… olvídalo.
- Cuando sea la hora del espectáculo verás a lo que me refiero.
- Bien, iré a buscar unas bebidas, espérame aquí, no te vayas a perder
cariño, —le dijo burlándose—.
- Ok, amor, —contestó siguiéndole la broma—.
Estaba distraído mirando hacia todos lados, pero hasta ese momento no
entendía a lo que se estaba refiriendo su amigo. No había nada fuera del
otro mundo en ese lugar, no entendía la emoción que parecía tener, era un
lugar normal, sí, muy bien decorado, elegante, con un estilo muy moderno,
pero nada más.
De repente, las luces cambiaron y se tornaron de un color rojo intenso.
Eso tenía que significar algo, entre las telas algo pareció moverse, era una
figura femenina, a juzgar por la forma que proyectaba. De acuerdo al
atractivo dibujo-sombra, era un cuerpo espectacular, de esos que veías en
alguna foto trucada de las redes sociales, solamente que este era verdadero.
Se movió entre las sinuosas telas, su cuerpo era tentador, sus ojos se
iban tras la sexy sombra. La mujer había captado su atención por la manera
como se movía, se notaba que sabía lo que estaba haciendo. Era toda una
seductora, avanzó lentamente, su cuerpo era un compendio de maravillas,
era real, y extrañamente le hizo olvidar su mal día, la terrible semana y ese
horrible año.
Salió lentamente de la penumbra hacia la luz, y allí pudo ver que
estaba vestida con un traje conformado exclusivamente por miles de tiras en
color negro. Su cabello rubio platinado combinaba a la perfección con esa
piel, que parecía estar hecha de porcelana, y por supuesto, el toque final era
una máscara negra que dejaba entrever su rostro como parte de la fantasía,
sobre todo en las zonas más interesantes, como esos gruesos y tentadores
labios rojo fuego.
La música que la acompañaba era un cliché del burlesque, pero ella
sabía aprovecharla en gran manera. Todos los hombres estaban hechizados
siguiendo a la sensual bailarina que hacía movimientos francamente
tentadores. Ese tipo de mujer tenía todo para volver loco a un hombre, al
que quisiera.
De pronto, ella pareció mirar hacia un punto del lugar, ¿qué tanto
miraba esa mujer?, se preguntó, y entonces se dio cuenta torpemente, era a
él, lo estaba viendo fijamente. Se dijo que quizás era parte de la rutina,
seguramente hacía lo mismo todo el tiempo, seleccionaba a alguno que
tuviera cara de estúpido, como la que él debería tener en ese instante, y
luego ¿qué...? ¿Lo subía al escenario a bailar con ella?
No tardaría en averiguarlo, la mujer bajó del escenario y pareció
avanzar justamente hacia donde estaba. Esos labios eran francamente
tentadores, y la preciosa chica se veía mucho más hermosa de cerca. Se
paró frente a él, nunca le había pasado algo así, se quedó mirándola sin
saber qué hacer. No tenía idea, pero algo le dijo que no debía tocarla, así
que se quedó paralizado sintiendo que todos los hombres a su alrededor le
miraban, seguramente envidiándolo o pensando que era una idiota.
- Eres muy guapo, —le dijo ella con una voz muy profunda, casi parecía
un ronroneo, tenía un acento muy sexy, era una forma de hablar que
jamás había escuchado—.
- Tú también, —le respondió sin saber qué más decir—, la mujer
comenzó a bailar a su alrededor, en ese instante pudo percibir el
exquisito aroma que se desprendía de su piel. Era como una especie de
mezcla floral, combinada con especias, un aroma muy cálido, tanto
como ella que parecía estar rodeada de puro fuego.
Cuando estaba comenzando a emocionarse se retiró de su lado para ir
otra vez al escenario. Era muy segura de sí misma, ese tipo de mujer que
tenía la suficiente audacia como para hacer lo que le diera la gana. Subió
nuevamente a su escenario mientras muchos de los hombres la miraban
extasiados y con cara de idiotas, incluyéndolo a él, aunque quisiera
disimularlo.
- ¡Hey!, ¿y qué?, —dijo Diego dándole un espaldarazo—. ¡Eres un
maldito bastardo con suerte! De todos los tipos que están aquí y
precisamente te ha escogido, sí que tienes suerte, ¡qué daría yo para
que esa mujer me mire así y me baile como lo ha hecho contigo!
- ¡De qué mierda hablas!, —le dijo mirándolo extrañado—, no es más
que una bailarina, eso es lo que se supone que ellas hagan.
- Pues no, esta mujer no hace eso, de hecho, baila sola y nunca baja del
escenario. Por eso te digo, ¡eres un maldito bastardo con suerte! Jamás
le había visto hacer eso en todas las veces que he estado aquí.
- Ok, ¿y quién es?, ¿tiene nombre o algo?
- No lo sé, es muy misteriosa, baila solamente los jueves y luego
desaparece.
- ¿Solo baila?
- Sí, es una persona muy misteriosa, creo que es su personaje, su arma
de seducción, supongo, lo cierto es que nadie sabe nada de ella.
- No existe nadie que pueda volar por encima del radar, siempre hay
formas de averiguar las cosas.
- ¿Para qué? ¿No te parece que es encantador el misterio?
- Pues sí, jajajaja, también tienes razón.
Tenía que admitirlo, la hermosa rubia lo tenía intrigado, su cuerpo era
el epítome de la perfección, esas hermosas piernas y la manera en que se
movía sobre el maldito tubo. No podía ver su rostro, pero si de algo estaba
seguro era que debía ser realmente hermosa, a juzgar por las facciones que
se podían adivinar a través de la máscara.
- ¿Ves que valió la pena haber venido hasta este lugar? —Le dijo
mientras notaba que su amigo no le quitaba los ojos de encima a la
rubia—.
De pronto, la música se detuvo y como por arte de magia la mujer
desapareció entre las telas. Su amigo tenía razón, el misterio era su mayor
atractivo. Parecía alguien que tenía mucho que ocultar, pero en el caso de
esta chica, ese ocultamiento resultaba realmente seductor.
- Sabes qué, conseguí a dos chicas guapas, allá en la barra. Mira, esta
noche estás de suerte, una de ellas me preguntó por ti.
- Ah… ¿sí? —Dijo despreocupadamente al tiempo que tomaba el trago
que su amigo le había pasado—.
- Me preguntó a qué nos dedicábamos, le dije que somos militares y que
estamos trabajando en una misión secreta, jajajajaja.
- ¡Rayos! ¿En serio?
- Pues sí, ya sabes lo mucho que les gustan a las mujeres los uniformes
militares, ese truco siempre me ha funcionado. Bueno, luego que
consigues lo que quieres, pues, ya ni modo.
- ¡Ja!, —dijo riendo—, no sé ni siquiera por qué me extraña, todo el
tiempo haces lo mismo. Pero esta vez no puedo acompañarte, no estoy
interesado en ir con esas chicas a ningún lado.
- ¿Acaso estás loco? Míralas, ¡están buenísimas!
Alessandro se volteó al tiempo que se llevaba la cerveza a los labios.
Efectivamente, las dos eran muy guapas, pero no estaba de ánimos para
esas cosas.
- Para que veas que soy buen amigo, yo escojo la castaña y tú puedes
quedarte con la pelinegra, está muy bien, así como te gustan.
- Jajajajaja, ¿así que eres un buen amigo?
- Pues sí, —le dijo sonriendo—.
- Te agradezco, pero paso.
- Las vas a decepcionar, esa chica está muy animada contigo.
- Lo siento.
- Si piensas que vas a tener suerte con la rubia estás muy equivocado,
puede ser que haya bailado a tu alrededor, pero eso no quiere decir que
vas a conseguir nada más con ella. Esa mujer, como te dije, es un
completo misterio, llega aquí no se sabe de dónde y se va de igual
manera.
- No he dicho nada de eso, creo que eres tú quien está obsesionado con
esa chica. Simplemente estoy cansado, este día ha sido demasiado
desastroso, y lo mejor es que me vaya al hotel. Necesito dormir y no
pienso trasnocharme, así que ¡suerte con eso! —Dijo dejando una
cantidad de billetes en la mesa y levantándose para dirigirse a la salida
—.
- Vamos, ¿me vas a dejar solo esta vez?
- No me digas que un militar rudo como tú, que anda en una misión
secreta, jajajaja, no puedes con dos chicas, ¡por favor!
- Oh… vamos.
- Adiós, nos vemos.
Sin hacerle caso fue hacia la puerta, de lo único que tenía ganas era de
ir al hotel y tirarse de cabeza en la cama, deseaba dormir hasta perder la
conciencia, para olvidarse absolutamente de todo. Cuando salió a la calle se
subió el cuello de la chaqueta, hacía un poco de frío, caminó entre las calles
iluminadas por los postes de luz amarillentos.
Fue rápidamente hacia su auto, entre la soledad del lugar y a medida
que iba avanzando, vio a una mujer recostada en la pared en una pose muy
resuelta. Comenzó a pensar cosas, como que tal vez se trataba de una chica
que había salido del lugar y que estaba allí borracha o quizás era una
trabajadora de la noche. Pero igual, su instinto protector se activó y quiso
saber si le pasaba algo o podía ayudarla.
- Buenas noches ¿estás bien? —Le preguntó desde una distancia
prudencial, notó que la mujer llevaba un sobretodo con capucha en
color negro—.
- Creo que es evidente, —entonces se quitó la capucha dejando ver su
cabellera rubia—.
- ¡Rayos!, —en ese instante se dio cuenta que era la misma chica, la
rubia del club, y se quedó paralizado ante la imponente presencia de la
mujer, ahora podía ver su rostro—. Estaba profusamente maquillada,
tanto que sus ojos ahumados en negro parecían una segunda versión de
la máscara.
- Hola, extraño, así que nos volvemos a ver, —le dijo con ese mismo
tono de voz sensual—.
Debajo de ese sobretodo llevaba unas botas negras y al parecer el
mismo enterizo. Se concentró en esos labios rojos que lo tenían hechizado,
y solamente podía imaginar lo que se sentía apoderarse de ellos, morderlos
y sentir el sabor de esa boca que prometía tantas cosas, y todas muy malas,
por cierto.
- Me da la impresión que eres nuevo por aquí, jamás te había visto en
este lugar, —y comenzó a caminar hacia donde estaba de una forma
realmente sensual, insinuante, tanto que le provocó un estremecimiento
interno, ¿qué rayos tenía esa mujer que lo hacía sentir de esa manera?
—.
- ¿Cómo sabes que soy nuevo aquí? —Dijo fiel a su estilo, como todo
hombre de estrategia nunca daba más información de la necesaria,
después de todo, no la conocía, ni tenía la menor idea de quién pudiera
ser esta mujer—.
- Eres un chico listo, así me gusta, no hay nada que deteste más que un
hombre estúpido. Pero tú pareces todo lo contrario. Como respuesta a
tu pregunta, te diré que si te hubiese visto alguna vez en este lugar, te
recordaría.
- Ah… ¿sí?
- Sospecho que eres ese tipo de hombre al cual no se le puede olvidar
fácilmente.
- Jajajaja, dime algo.
- ¿Qué?, —dijo acercándose un poco más—.
- ¿Andas por ahí diciendo ese tipo de cosas a todos los hombres con los
que te topas o simplemente lo haces con aquellos para los cuales bailas
en el club?
- Ni lo uno, ni lo otro, sencillamente cuando me gusta algo voy tras ello,
—le respondió y entonces se acercó tanto que él pudo sentir el aroma
de su perfume, tibio y sensual—.
- Sí, —dijo—.
- Sí ¿qué?
- Eres más sexy de cerca, —entonces rozó sus labios con los suyos
haciéndolo estremecer de una manera poderosa—.
¡Rayos!, dijo para sus adentros, ¿qué rayos es esto? Aunque había
estado con muchas mujeres, él no estaba acostumbrado a este tipo de cosas,
todas eran personas conocidas, novias, parejas, amigas, pero jamás se había
metido en un enredo como este. En resumen, era un hombre más bien
conservador, según algunos, un tanto aburrido. Era una persona de acción
pero en su trabajo, no en las relaciones, pero eso no contaba como una
relación, era una especie de ligue de una sola noche.
- Hay un sitio aquí cerca, donde, digamos que voy algunas veces ¿si
quieres puedes acompañarme? —Le dijo al tiempo que hacía un gesto
con la cabeza, indicándole que la siguiera, sonriéndole de una forma
muy sensual—.
- Ah… ¿sí?, dime, ¿qué es lo que quieres?, no pago por eso, lo siento,
—y se quedó parado justamente donde estaba—.
- Jajajaja, no seas idiota, no soy nada de lo que imaginas, si me he
acercado a ti es simplemente porque me gustaste, como lo haría
cualquier mujer que se fija en un chico guapo, ahora ¿vienes o te
quedas como un idiota ahí? —Dijo y siguió caminando—.
- ¡A la mierda!, —pensó que no tenía nada que perder, alguna vez debía
hacer algo arriesgado en su vida, y entonces fue tras la rubia, esa noche
tenía ganas de hacer algo diferente—.
- Buena elección guapo.
El lugar era bastante rústico, aunque no de mal gusto, parecía el sitio
ideal, aquel donde ibas cuando querías permanecer anónimo. La chica le
pasó una llave, y ella siguió por las escaleras, mientras él fue detrás de ella.
La sexy mujer caminaba como si fuera un felino, sensual, fuerte, y él
iba por el camino preguntándose ¿qué mierda estaba haciendo? Pero la
rubia lo tenía hechizado, como si lo llevara atado por un hilo invisible.
Cuando llegaron a la habitación ella le hizo una señal para que entrara
primero y cerró la puerta. Él se quedó parado en mitad de la habitación y
trató de acercarse, pero ella retrocedió.
- Tranquilo, todo a su tiempo.
- Ok, —y sonrió siguiéndole el juego—.
Se quitó la chaqueta dejando ver que llevaba el enterizo negro de tiras
debajo. Él sintió que la cabeza le daba vueltas, esa mujer estaba
completamente loca, andaba por la calle vestida de esa manera, como si
nada y ahora estaba allí, ante él, de la forma más descarada y sensualmente
posible que alguien se pudiera imaginar, mirándolo sin más, como la cosa
más natural del mundo.
- ¡Guao!, —fue lo que acertó a decir—.
- ¿Qué?, —y sonrió—.
- Nada, ese leotardo es realmente llamativo.
- Jajajajaja, esa es la idea, siéntate allá, —le dijo señalándole una silla
—.
- Espera un momento, esto es…
- Esto no es nada de lo que imaginas, —dijo con gesto decidido—.
Ahora ¡siéntate en la maldita silla!
Él fue hacia donde la mujer le estaba indicando, no se hallaba en esta
situación, pero, había terminado con su novia y se sentía un tanto desairado.
Quizás también estaba total y completamente cansado, deseaba sentir algo
diferente. Su trabajo podía ser realmente agotador, pero esta chica estaba
revolucionando su cabeza, creándole un cortocircuito cerebral.
La mujer comenzó a bailar nuevamente con destreza, como lo había
hecho en ese lugar, solamente que sin música, tal parecía que la llevaba por
dentro. Se quedó mirándola, esa mujer tenía algo que lo atraía
poderosamente, como si tuviera una especie de hechizo.
Se acercó y colocó sus labios muy cerca de los suyos, respirando sobre
ellos. La sensación era de un calor abrasador, de una expectativa intensa.
Entonces comenzó a besarlo suavemente, casi como si fuese un roce y
sintió una fuerte corriente eléctrica.
Sus manos volaron hacia esas hermosas caderas de guitarra, pero ella
retrocedió negándole con el dedo índice para indicarle que todavía no era el
tiempo. ¿Qué era lo que quería esta mujer?, ¿volverlo loco?
- Me gusta la sensación de tu barba.
Lo que ocurrió después de eso no tenía descripción, un fuego arrasador
se había adueñado de su cuerpo, un fuego rubio que no tenía nombre ni
apellido, pero sí la suficiente destreza como para volver loco a un hombre.
No tenía ningún apuro, era como si se hubiese planteado un reto personal, el
de llevarlo al delirio.
Era ese tipo de mujer que le gustaba tener el poder de la situación para
enloquecer a un hombre de la forma más extrema y placentera posible,
hasta el orgasmo. Pero no desde la ternura o la simple pasión, sino desde la
dominación completa.
Pareció decidirse, fue sobre él como un animal ávido y hambriento, sus
ojos eran dos cápsulas de veneno azul, brillantes, casi como si no fuera
humana, tenían un brillo malévolo. Alessandro también había perdido el
control, y ya no era él mismo, sino el que quería ser.
No supo en qué momento se quedó dormido, cuando abrió los ojos ya
era de día y el sol entraba levemente por la ventana azul. A su lado, el vacío
le encontró, se levantó para verificar que la chica no se había fugado con
sus pertenencias.
Pero cuando fue hacia el baño se la topó de frente y se dio cuenta que
ante la luz del día se veía más joven de lo que pensó.
- ¡Mierda! —Exclamó la chica corriendo hacia donde tenía su bolso—.
Él se le quedó mirando entre sorprendido e intrigado, parecía no
percatarse que estaba allí, como si ni siquiera le importase.
- ¡Cielos no eres rubia!, —dijo sorprendido—.
- Eres muy intuitivo.
- ¡Rayos!, —dijo tocándose, y en ese instante se dio cuenta que tenía
moretones en todos lados—.
Estaba desnuda y parecía ofuscada, como si fuese tarde para ir a algún
lado. Pudo ver su espalda llena de maravillosas pecas, y además un
encantador lunar que tenía en la parte baja de la misma, este poseía una
forma de luna y un tono castaño claro. Le pareció algo tierno y hermoso,
muy diferente a su dueña, la cual lo había roto en pedazos prácticamente.
Andaba correteando por todo el lugar recogiendo la ropa que estaba
regada por doquier. Alessandro la miraba divertido, parecía una graciosa
versión de la chica misteriosa e impenetrable de la noche anterior.
- ¿Te ayudo?
- No es necesario.
- ¿Por qué estás tan apurada? ¿Tienes alguna especie de reunión algo
así? —Dijo sonriendo—.
- Algo así, ¿qué hora es? —Preguntó sin verlo—.
- Mmm… las siete y media, —respondió luego de ver su reloj—.
- ¡Maldición!, ¡maldición!, ¡me quedé dormida!
- Jajaja, —a él le pareció encantadora la actitud de ella, ahora se veía
definitivamente mucho más… real que la noche anterior, parecía que
estaba muy apurada por llegar a algún sitio, así que vio la oportunidad
de conocerla un poco más—.
Se vistió rápidamente y se colocó el sobretodo, entonces volvió a
ponerse su peluca. Parecía que al hacerlo entraba otra vez en papel. Sin
embargo, por el gesto de su cara no estaba en ánimos de más aventuras. Era
como si su mente estuviera en otro lado, muy lejos de allí.
- Sabes, lo de anoche fue encantador, —le dijo sonriendo—, fue una
experiencia increíble.
- Bien por ti, —y tomó su cartera, luego de retocarse el profuso
maquillaje—.
- ¿Podríamos repetirlo?
- Seguramente que lo harás en tus sueños, —le dijo ella sonriendo y
tomando su bolso para ir hacia la puerta—.
- Espera, puedo llevarte en mi auto, veo que estás apurada, —le dijo
deteniéndola del brazo con delicadeza—.
- No es necesario, —le respondió y entonces giró el pomo de la puerta
para salir—.
- ¿Cómo te llamas?
- Me dicen La Isla, —dijo ella voleándose para verle por última vez—.
- ¿La Isla? ¿Por qué?
- Si te vuelvo a ver te lo explicaré.
Él todavía estaba desnudo y envuelto en la sábana. Se asomó a la
puerta, pero la chica ya había desaparecido entre las escaleras. Entonces se
quedó allí extasiado y asombrado de sí mismo, todavía obnubilado por todo
lo que había pasado la noche anterior.
Era increíble, la sensación fue como si todo hubiese sido un sueño.
Pensó en la cara de Diego, si supiera que se había acostado con esa chica a
la cual deseaba tanto, pero no, ese tipo de cosas se las reservaba solo para sí
mismo.
Buscó su ropa con tranquilidad y cierta pereza. A diferencia de esta
mujer, él tenía todo el día por delante y muy poco que hacer, y ahora sí
podría dormir tranquilamente en la cama del hotel, luego de haber
disfrutado esta noche maravillosa junto a la misteriosa y extraña a la cual
seguramente nunca más vería. ¡Qué raro!, parecía no querer nada, no lo
había robado, ni pedido dinero, dijo la verdad, solamente quería estar con él
y ya.
Cuando se miró en el espejo del baño soltó una carcajada, ¡estaba
acabado! Era una especie de pequeño desastre, parecía que un huracán
había pasado sobre todo su cuerpo. ¡Genial!, esta pequeña fierecilla había
hecho de las suyas, una bruja pelirroja, si había algo que a él le fascinaba
era precisamente una pelirroja ¿Iría al Black nuevamente? Se preguntó
mirando sus grandes ojos negros al espejo, debajo de los cuales campaban
unas ojeras malvas.
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CAPÍTULO II
Zorro rojo
El auto la estaba esperando en el sitio que había acordado y ella se
subió a este fijándose primero que nadie la estuviese mirando. Dentro, su
leal asistente Rocío Durán la estaba esperando con cara de terror. Esta vez
se había pasado de la raya, nunca le había sucedido que amaneciera fuera
del palacio.
- Señorita, casi me mata de un susto, imagínese lo que hubiese pensado
Su Majestad si… no, es que no quiero ni pensarlo y sin sus escoltas.
- No te preocupes, si no nos han descubierto hasta ahora, ya no lo van a
hacer.
- Pero, Su Alteza.
- ¿Por qué eres tan miedosa? Por eso nunca disfrutas de la vida, ¿no te
han dicho que el miedo es el peor enemigo de la diversión?
- ¡Cielos!, —dijo recobrando el aliento—.
Se quitó la peluca rubia y la miró muerta de la risa por los aspavientos
que hacia su joven asistente.
- Llévame a tu apartamento, ahí terminaré de arreglarme antes de
aparecerme en la maldita reunión.
- Su Alteza, no puedo seguir haciendo esto, me puedo meter en un grave
problema. Usted debe tener más medida en las cosas que hace, si su
madre la descubre, o peor aún, si su padre sabe esto, me voy a meter en
un gran problema. No puedo seguir haciendo esto señorita, lo siento, es
la última vez que la voy a acompañar.
- Jajajajajaja, no seas ridícula, ¿sabes qué?, deberías aprovechar de
divertirte tú también, en ese lugar hay hombres muy guapos, te viene
bien uno, eres una chica muy aburrida. Además, sus majestades no
están en palacio, no sabrán nada.
- Su Alteza, yo le digo… el palacio tiene ojos y oídos.
- Para eso estás tú y tu querido Tristán.
- Su Alteza, yo le recomiendo…
- No me digas qué hacer, sabes que lo odio, ahora conduce hacia el
apartamento para que pueda cambiarme ¿trajiste la ropa que te dije?
- Así es, princesa.
Mientras la princesa terminaba de cambiarse y arreglarse, Rocío
pensaba lo irónico de la situación. Mientras todos creían que la princesa
Isabella era la oveja negra de la familia, y que Islandia era una santa, ella
sabía la verdad, que esta chica tenía otra cara, que se fugaba del palacio
para vivir sus propias aventuras.
En el fondo la envidiaba, pocos se atrevían a vivir una existencia así, se
imaginaba las tentadoras aventuras que tendría. Esa era la Islandia real, la
que hacía lo que quería, pero el resto del tiempo estaba cubierta por una
máscara que ella sabía llevar muy bien, tanto que hasta ahora nadie había
descubierto a la verdadera persona que se escondía detrás de ella.
- Bien, ¿cómo luzco?, —ahora sí se veía como una princesa, con su
largo cabello rojizo cortado en capas, ondulado, perfecto y un hermoso
maquillaje natural—.
Llevaba un traje sastre de falda, chaqueta en color lavanda y blusa de
seda con zapatillas bajas. Estaba lista para uno de sus aburridos eventos
reales. Nadie podría adivinar que la sexy rubia era esta misma mujer,
discreta y seria.
Ella parecía de lo más tranquila mientras iba hacia el palacio. Pero
Rocío estaba nerviosa, la princesa era realmente temeraria, el que saliera
todos los jueves en la noche para hacer de las suyas, sin escoltas, ni
protección y arriesgándose, le generaba mucho temor. Pero ¿qué podía
hacer?, ¿cómo ella obligaría a una persona de la realeza?, esa chica hacía lo
que le daba la gana.
Lo cierto era que se estaba arriesgando a un grave peligro, pero no lo
entendía, por más que se lo dijese no le hacía caso. Estas chicas de la
realeza se comportaban así, como aquellos que tenían de todo en la vida, se
aburrían, nada era suficiente.
Islandia entró en el palacio a escondidas con ayuda de la chica, como
hacía siempre a través de un pasillo que daba directamente a su cuarto. Una
vez allí se dio gusto, estaba completamente a salvo, sonriente y gustosa,
recordando la maravillosa experiencia, todo lo que había vivido esa noche
había sido... bien… sin palabras.
Se sentó en su cama y comenzó a reírse de forma hilarante. Esta vez sí
que se había liado con un hombre increíble, no podía creerlo.
- ¡Qué hombre! —Exclamó—.
Esto sí que era pasársela bien y comenzó a recordar todas las locuras
que había hecho con él, y lo bien que la había pasado. Así como todas las
proporciones de su cuerpo, esos brazos fuertes y musculosos, y los sexy
tatuajes estilo japonés que tenía ese tipo.
- Mmm, ¡cielos!, ¡qué sexy!, —volvió a repetir—.
Mientras estaba más emocionada en su fantasía y gozando de lo lindo,
escuchó el sonido de la puerta. ¿Por qué todo el mundo era tan inoportuno
en ese maldito palacio?
- ¡Maldición!, —se dijo y puso los ojos en blanco—.
Seguro que era Madame, quien la venía a buscar para conducirla a uno
de los eventos que debía presidir. La reina no se encontraba en ese
momento, había ido de gira a Grecia por unos asuntos de estado, y a ella le
tocaba aguantarse todo ese tipo de eventos.
- Adelante.
- Princesa, —dijo la elegante mujer quien lucía como siempre elegante y
discreta—. Siempre he dicho que usted es una muestra del buen gusto
de la Dinastía.
- Gracias Madame, estoy segura de que Lohardam El Grande estaría
muy orgulloso de mí, —dijo sonriendo—.
Ella sabía muy bien cómo administrar su sarcasmo para no parecer
invasiva, ni grosera. Pero estos pequeños detalles le servían de desahogo,
eran un alivio a la extensa y muy aburrida rutina que debía aguantar hasta el
siguiente jueves, cuando saliera nuevamente a divertirse, y con suerte
encontrara otra vez a ese portento de hombre.
Las jornadas fueron largas, semana tras semana de eventos y reuniones
con los representantes y muchos actos protocolares. Afortunadamente, el
Viceministro Frank Ventura se encargaba de todos los eventos políticos y
reuniones. Pero todo se le había trastocado, y se preguntaba si el chico
habría ido a verla.
Dio gracias al cielo cuando vio que los reyes llegaron nuevamente.
Estaba francamente aburrida, no daba abasto con todos los compromisos y
eso la tenía realmente de muy mal humor. Isabella no estaba, así que le
tocaba hacerlo a Izzy y ella, pero sobre todo a ella, que era la segunda en la
línea de sucesión.
- Hija, —dijo la reina—, sé que has estado trabajando mucho en mi
ausencia y todos han dado muy buenas opiniones acerca de ti, de cómo
te has conducido en todos los eventos y actos, no podría estar más
orgullosa.
- Gracias madre, —dijo sonriente—, ya sabes, es un placer trabajar para
el reino y hacer todo lo que digan sus majestades.
- Estoy completamente segura de eso hija, ahora ven acá, siéntate con tu
madre ¿quieres una taza de té? —Le dijo sonriendo—.
- No, estoy bien, en realidad lo que necesitaba era un wiskhy y doble, —
dijo para sus adentros. —
Miró el haz de luz que en ese instante entró por la ventana y sin darse
cuenta recordó aquel lugar donde estuvo con ese hombre, al cual no había
vuelto a ver. Pero que, por alguna razón, se le había quedado grabado en la
mente.
- ¿En qué piensas hija? —Preguntó la reina con su agudo sentido de la
percepción—.
- En nada mamá, simplemente me siento un poco cansada, creo que
unas vacaciones me harían bastante bien.
- Es la primera vez que te escucho hablar de tomar vacaciones, pensé
que te encantaba estar aquí siempre.
- Sí, pero desde que mi hermana se fue, esto se ha vuelto, digamos que,
un tanto aburrido, jajajajaja o muy agotador.
- Sí, lo siento pequeña, y esperemos que siga todo tranquilo por nuestro
propio bien. Dime algo, ¿qué has sabido de Izzy?, tengo días que no
escucho nada de ese chico, y no sé si eso me causa tranquilidad o por
el contrario bastante nerviosismo.
- Pues, según me han dicho algunos de sus amigos, supuestamente ha
estado tranquilo, cosa rara en él. Pero ya sabes, él sin Isabella no es
nada, y ella sin él tampoco, son como dos caras de la misma moneda.
- Sí, tienes razón, esos dos son como gemelos.
Mientras tanto, Casper Hubert estaba reunido con Su Majestad. Este
último lo miró con gesto severo, pero él estaba determinado, no pensaba
dejarse convencer por su rey esta vez. La novedosa situación complicaba a
Benedict, este era su hombre de confianza, y el único al que le podía confiar
a su preciosa Islandia.
¿Qué haría ahora sin Hubert?, este era un hombre altamente
capacitado, gracias a él su familia podía estar segura, y Benedict en calma.
- Su Majestad, ya tengo 58 años, es el momento de jubilarme, no puedo
pasar toda la vida trabajando en esto. Tengo la intención de retirarme y
disfrutar de mi vida, con mi esposa y mis nietos, creo que es el
momento ideal para eso.
- ¿Y qué hago entonces? Sabes que eres mi hombre de confianza, y al
único que le puedo dejar a mi hija Islandia, ella es uno de mis más
preciados tesoros.
- Existen muy buenos agentes que pueden trabajar con usted Su
Majestad, yo mismo puedo recomendar a muy buen personal que
puede encargarse de eso.
- No, confío solo en ti y es a ti a quien quiero con mi familia.
- Usted sabe que yo siempre le he servido fielmente a usted y al reino de
Mirabal. Pero, lamentablemente esta vez no puedo dar mi brazo a
torcer, mi esposa y yo estamos de acuerdo, este es el momento de
retirarme. Lo siento, Su Majestad, pero esta vez no puedo complacerlo,
—expresó tajante—.
- Y ahora ¿qué haré?, —le dijo mirándolo con gesto severo—.
En el rostro de Su Majestad ya se podían percibir unas finas líneas de
expresión, sobre todo en su frente, quizás era porque estaba angustiado. Su
hija mayor y el príncipe Indhon, su sobrino, no eran nada fáciles, y no
envidiaba para nada su situación en ese sentido.
- Conozco a algunos agentes que tal vez podrían servirle, los conozco
personalmente, y son personas de reputación intachable que llevan
varios años sirviendo. No han trabajado aquí en palacio, por supuesto,
pero los conozco, y le puedo asegurar que son personas de mi completa
confianza.
- ¿A quién tienes en mente? —Le dijo mirándolo directamente a los
ojos. Conocía a Casper, y por el gesto de su mirada sabía que pensaba
en alguien—.
- Bueno…
- Sé preciso, dime, ¿cuál es el mejor hombre que conoces?, no quiero
perder el tiempo.
- Conozco a alguien, pero está trabajando para el embajador Montaño,
pero puedo asegurarle que es una persona excelente, antes ha trabajado
con personal diplomático, y es muy bueno en lo que hace.
- Muy bien.
- Totalmente confiable, incluso, conozco a su familia, tiene antecedentes
intachables. Por supuesto, usted se encargará de verificar todo lo que le
estoy diciendo, pero puedo poner mi mano en el fuego por él.
- Muy bien, por supuesto que lo voy a investigar, pero tu palabra es la
prueba más importante. ¿Tiene algún nombre este agente por el cual
pareces tener tanta simpatía?
- Por supuesto, se llama Alessandro Giacomo.
- Es ¿italiano?
- No, venezolano.
- Bien, quiero que lo traigas aquí, debo conocer a ese hombre en
persona.
- Como usted diga Su Majestad, —entonces hizo una reverencia para
salir—.
- Muy bien, si tú dices que es bueno…
- Lo es, —y sonrió al decirlo—. Cuando el rey escuchó a Casper
pronunciar el nombre de esa persona notó que su sonrisa era la misma
que un hombre adoptaba cuando hablaba de alguien a quien apreciaba
mucho, como a un hijo.
- Se ve que aprecias a ese muchacho.
- Así es, mucho, como le dije, puedo poner mis manos en el fuego por
él.
- Muy bien, entonces tráelo, necesito conocerlo en persona. Me gusta
conocer a mi gente de confianza, de tú a tú, y mirándolo a los ojos.
Espero que ese aprecio no disminuya tu objetividad.
- No lo hago Su Majestad, lo traeré y verá que no pondero.
El hombre alto y de pelo rapado salió de la oficina, esta era la
oportunidad que este chico estaba esperando, necesitaba un reto mucho más
grande, y qué mejor que trabajar en el palacio de un país tan importante
como Mirabal. Entonces tomó su teléfono, marcó el número, quería
decírselo lo más pronto posible. Debía aceptar, porque no se le podía decir
que no a un rey como Benedict I.
- Hola.
- Zorro Rojo, te dije que nos volveríamos a cruzar en el camino, —
exclamó sonriendo—.
- ¡Casper!, ¡rayos!, tanto tiempo sin saber de ti, —dijo sonriendo—.
¡Maldición! ¿Y qué? ¿Qué me cuentas?, ¡tu llamada sí que es una
sorpresa!
- Tenemos que vernos en persona para decírtelo.
- Ok, muy bien.
- ¿Sabes dónde queda la cafetería Expresos?
- Sí.
- Muy bien, nos vemos allá en una hora y te aseguro que va a
interesarte.
- ¡Excelente!
Cuando llegó al lugar, el hombre lo estaba esperando, se veía bastante
relajado tomándose un café, tenía un aire reflexivo. Apenas entró en la
cafetería, este se percató de su presencia y le sonrió. Alessandro fue hacia él
y notó un gesto de determinación, lo conocía, tenía algo en mente, estaba
planificando alguna cosa.
- Buenos días, —lo abrazó al tiempo que le daba un espaldarazo, y el
hombre le correspondió—.
- ¡Muchacho!, ¡tenía mucho tiempo que no te veía!, ¿dónde has estado
todo este tiempo?
- Trabajando, siempre trabajando, ya sabes cómo soy, —le dijo con una
amplia sonrisa—.
- El Zorro Rojo, apenas puedo creerlo, tantos años, ¡ya eres todo un
hombre! Siempre fuiste uno de los mejores, y mira qué lejos has
llegado.
- Sí, así parece, —dijo sonriendo, pero no se veía muy convencido de
ello—.
- Tu padre estaría muy orgulloso de ti. Lucca siempre quiso que llegaras
a este nivel, al igual que él.
- Mi padre trabajaba para el presidente, yo no hago eso, —dijo como si
estuviese por debajo del nivel se esperaba de él—. Eso era algo que
siempre lo había perseguido, el nivel de perfección que se le exigía. Su
madre siempre le recalcaba lo mismo, si hacías algo debías ser el
mejor, no uno más del montón, esa era su frase favorita.
- Bien, siéntate ¿quieres tomarte algo?
- Un café, —dijo sentándose—. Bien Casper, El Fantasma, jajajajaja.
- Hace tiempo que no me dicen así, —exclamó con aire evocador—.
- Me imagino, ahora te codeas con la realeza, atrás quedaron los días del
temido fantasma.
- Sí, —dijo mientras tomaba de su taza—.
- Bien, al grano, ¿qué es lo que quieres de mí?, ¿qué te traes entre
manos esta vez?
- Tengo para ti una excelente oportunidad, una que no vas podrás
rechazar, por lo importante que es.
- ¿A qué te refieres? —Dijo mirándolo extrañado y frunciendo el
entrecejo—. A ver, ¿qué te traes entre manos?
- El servicio a Su Majestad, eso me traigo entre manos, —y sonrió de
medio lado—.
- ¿El servicio a Su Majestad? —Dijo con rostro de incredulidad—.
- Así es, se trata de trabajar con el rey y su familia, es algo importante
muy importante.
- ¿Trabajar contigo? —Dijo mirándolo con severidad—.
- No, voy de salida, —dijo riendo y volviendo a probar de su bebida—.
- ¿En serio?
- Sabes que este trabajo es pesado y riesgoso, lo sabes mejor que nadie.
Llega un punto en que uno simplemente se cansa y quiere retirarse. Mi
esposa y yo lo hemos decidido, y ahora nos retiraremos a disfrutar por
fin de la vida, muy lejos de todo esto.
- ¡No puedo creerlo!, —dijo Alessandro sorprendido—.
- ¿Qué esperabas?, ya soy un hombre mayor, digamos que cuando
cumples casi 60 años ves la vida desde otro punto de vista.
- ¿El fantasma retirarse? ¡No puedo creerlo!, esto sí que es extraño, pero
todavía estás muy joven, tienes mucho tiempo de servicio que prestar.
- No muchacho, ya lo he decidido y me retiro de todo esto, quiero otra
vida para mi familia. Ya son demasiados años sirviendo al rey, es justo
y necesario para mi esposa y los míos, es hora de tener un poco de
tranquilidad. Pero tú estás joven, y tienes toda una vida por delante.
- Bien, eso espero, —exclamó bromeando—.
- Es en serio, cuando el rey me preguntó si podía confiar en alguien,
inmediatamente pensé en ti, no hay persona en la que confíe más, doy
fe de la excelencia con la que haces tu trabajo.
- ¿Le hablaste de mí a Su Majestad? ¡Vaya!, esto es… —dijo levantando
las cejas. Era algo que no había visto venir, un suceso completamente
inesperado—.
Ahí estaba El Fantasma, uno de sus héroes, mirándolo con sus ojos
profundos y el ceño fruncido diciéndole que se retiraba, que todo para él
había acabado. Fue su mentor en el campo militar, ese hombre era un
baluarte, un estratega.
- Bien muchacho, el rey ha pedido verte en persona, y sabes que no
puedes hacer esperar a un monarca. Me imagino que ya eso lo sabes,
—dijo enarcando una ceja y sonriendo—. Así que, ¿cuál es tu
decisión? Has estado esperando toda tu vida por un puesto tan
importante como este y cuidarás a la familia real en persona, no se
puede pedir más.
- Es decir que no cuidaré al rey.
- No, cuidarás algo muy preciado para este, su hija.
- ¡Vaya!, su hija.
- Así es, su hija menor.
- Ok.
- Es su hija favorita.
- Muy bien, pero te olvidas que estoy trabajando para Su Excelencia, en
este momento estoy…
- ¡Bah!, ¿qué es un embajador al lado de un rey? ¿Quieres volver a tu
país y seguir haciendo lo mismo? Creo que sería mejor conquistar un
nuevo reto, aquí ganarías muchísimo más dinero, y sin duda que servir
al rey Benedict te servirá en un futuro. Puedes hacerte de muchas
influencias en este mundo, tú eres un ex militar, al igual que yo, somos
hombres de acción, pero también de estrategias. Debes pensar en lo
que es mejor para tu futuro.
- Entiendo, gracias, —dijo a la chica que le colocaba la taza de café en
la mesa, la cual se le quedó mirando con un brillo en su mirada, le
había gustado—.
- Veo que sigues siendo tan exitoso con las chicas como recuerdo. Tal
vez eso te pueda servir de mucho en este mundo.
- ¡Ja! ¿Me aconsejas que me consiga una novia rica y guapa?, —dijo
sonriendo y tomando el café—.
- No propiamente, pero te haría bien enamorarte de una buena mujer, y
si es alguien de aquí mejor.
- Jajajaja, eso no se puede improvisar.
- Es una óptica muy romántica, digo, para ser un militar.
- No soy yo el que ha estado casado con la misma mujer por 25 años.
- Te aseguro que eso no tiene nada de romántico.
- No lo sé.
- Lo sabrás si buscas a alguien, jajajajaja, una mujer puede ayudarte
mucho.
- Pues, para eso te tengo a ti, —dijo riendo—, estás moviendo muchas
influencias para ayudarme.
- Te estoy hablando en serio, ya tienes que pensar en tu futuro. ¿Qué vas
a hacer?, ¿qué harás cuando tengas 50 años?, ahora tienes 26, pero
¿qué sucederá más adelante cuando el tiempo pase y te encuentres que
no eres tan joven como ahora?
- Pues, ya sabes cómo soy, un hombre de acción, eso es lo que me gusta,
no quiero estar en un puesto administrativo, ni donde tenga que…
dirigir a nadie. Soy un hombre que le gusta ensuciarse las manos y
estar activo.
- Sí, sí, hablas igual que tu padre, me lo recuerdas mucho; siempre decía
lo mismo, — entonces un gesto sombrío se posó sobre el rostro de
Alessandro, era un mal recuerdo el que ahora tenía—.
El fantasma le había recordado la muerte de su padre, y esto le dejó un
mal sabor de boca.
- Sí, lo sé.
- Lo siento, no quise traerte malos recuerdos, simplemente lo que quiero
es ayudarte a avanzar y seguir creciendo. No te quedes estancado,
tienes tantas capacidades, puedes llegar muy lejos.
- No, tranquilo, agradezco mucho tu alto concepto, jajajajaja. En serio,
agradezco esto que haces por mí.
- Bueno, hablemos de cosas más agradables, cuéntame acerca de tu vida
¿no hay nadie?
- ¿Ves que esta cara sea la de un hombre comprometido? Por supuesto
que no, estoy libre y soltero, y muy dispuesto a seguir estando de esa
manera, —dijo sonriendo—.
- Mmm, así que no hay nadie que te guste lo suficiente.
- No creo que haya nadie que sea suficiente para desear que me quiten
mi libertad, me gusta ser así, como soy, libre. Hoy estoy aquí y mañana
quién sabe. No creo que exista esa mujer.
- La verdad siempre existe esa mujer, lo que pasa es que no la has
conocido todavía.
- Bueno, puede ser… —pero se quedó con la satisfacción interna de
haber vivido una pequeña aventura—.
- ¡Oh… vaya! Veo algo en tus ojos muchacho, pero bien, tú sabrás.
- Pues, hay mujeres hermosas aquí, muy hermosas, pero, nada serio.
- ¡Rayos!, sí, hay muchas mujeres hermosas, otra razón para que te
quedes aquí.
- Es una buena motivación, sin duda.
- Bien muchacho, ¿cómo está tu madre y tu familia?, —le dijo
cambiando de tema, porque se dio cuenta que era bastante reservado, y
tampoco era su idea meterse en su vida personal, ya era un adulto y él
sabría qué rayos hacer—.
- Pues, mi madre igual que siempre, y el resto de mi familia, mi
hermana muy bien, los sobrinos, excelente, y creo que no hay nada más
que decir, —dijo sonriendo, mientras se dedicó a mirar por el ventanal
a todos los transeúntes que pasaban—.
Afuera, esos personajes anónimos iban de un lado al otro vistiendo
elegantemente, demasiado, de hecho. Este era un lugar muy diferente a todo
lo que él conocía, bastante sibarita, cosmopolita, el estilo de vida resultaba
diferente, mucho más refinados.
- La gente aquí es… rara, ¿cierto? Llevo varios años en este sitio y
todavía no puedo entenderlos, es como si vivieran en otro mundo. Allá,
de donde somos, la vida está hecha de necesidades y del día a día, pero
aquí la gente tiene tanto dinero que se dedica a disfrutar. Mira la calle y
todo ese montón de autos, creo que no he visto uno que no sea del año
en todo el día.
- Sí, lo he notado, este es un lugar donde abunda el dinero, pero también
creo que es un lugar donde faltan muchas otras cosas, —dijo sonriendo
—.
- ¿Ves?, por eso precisamente te necesito, no solamente eres un buen
soldado y un buen estratega, sino que tienes muchas otras cosas que
son necesarias en esta profesión. Como, por ejemplo, tu humildad,
autenticidad, el mantener la ética en el trabajo.
- Ok, —dijo sonriendo—.
- Tienes buenos valores, aquí hay muchas personas que hacen el trabajo
solamente por hacerlo, como si fuesen unos robots. Pero tú tienes algo
más, puedes ver más allá de lo que las personas necesitan, puedes ver a
la verdadera persona que está dentro y eso es muy importante. Si no
puedes conocer a la persona que estás protegiendo, es mejor que no lo
hagas.
- Sí, siempre me decías eso cuando me estabas entrenando, conocer a la
verdadera persona, y que las personas impredecibles son difíciles de
proteger, son inestables y pueden meterse en problemas, y en riesgos
innecesarios. Ese es el peor tipo de persona para la cual se puede
trabajar.
- Exacto.
- ¿Qué me quieres decir?
- No te mentiré, las personas de la realeza tienen cierta tendencia a esto,
por los menos las que conozco, y es por eso precisamente que pensé en
ti. Creo que eres la persona adecuada para encargarse de este trabajo.
- Mmm… —dijo él sospechando que tal vez había algún asunto en las
sombras—.
- Así que… dime, ¿sí o no? No hay mucho tiempo para pensarlo, el rey
necesita un personal urgentemente.
- ¡Cielos!, ¿no me dejarás ni siquiera meditarlo un momento?
- ¿Qué es lo que hay que meditar?, la vida es muy corta, ¿vas a perder el
tiempo pensándolo?
- No me estás ofreciendo cualquier trabajo, lo que me dices implica
mudarme, ni siquiera de ciudad, sino de país, sabes que estoy viviendo
en Venezuela, tendría que trasladarme aquí y…
- ¡Oh… vamos!, deja las excusas, has hecho cosas mucho más difíciles
que eso. Dime la verdad, ¿es por alguna novia que tienes allá o hay
otra cosa implicada?
- Terminé con mi novia, —dijo y él pudo ver que todavía eso le afectaba
—.
- Pues, entonces mucho mejor, si terminaste con ella la distancia será lo
ideal para que te olvides de todas esas tonterías.
- Ok, —dijo frunciendo el entrecejo—.
- Vamos, eres un hombre joven, guapo y exitoso, ¿qué más se puede
pedir en la vida?, y ahora te estoy ofreciendo un trabajo soñado al lado
de gente muy importante, con la cual puedes ascender y conseguir
contactos para salir adelante en tu vida. Esta es la respuesta a lo que
has estado esperando, y como te dije, tu padre estaría muy orgulloso de
ti.
Él se quedó un rato meditando, recordó las palabras de su padre antes
de morir, diciéndole que debía vivir la vida a lo máximo, salir adelante por
sí mismo, ser un hombre que experimentara las cosas con intensidad. La
aventura de los grandes, porque la vida era demasiado corta para perder el
tiempo teniendo miedo, para limitarse a estar en un solo sitio.
- Bien, acepto, —Casper sonrió con satisfacción, esa era justo la
respuesta y la actitud que esperaba de Alessandro—, por algo le decían
El Zorro Rojo en sus días como militar.
- Bien, iremos pasado mañana, te llevaré al palacio para que conozcas
personalmente a Su Majestad. ¿Vas a estar de guardia mañana porque
tengo algo en mente?
- Mañana estaré libre, ¿por qué?
- Bien, entonces tengo una sorpresa para ti. ¿Sabes dónde queda el
bosque azul? —Le dijo sonriendo—.
- Sí, sé dónde queda, es un lugar famoso, pero, ¿qué pasa con eso?, —
pensó que se la estaba ocurriendo a este hombre ahora—.
- Un buen juego de entrenamiento, eso nos hace falta, por lo menos a mí
y me imagino que a ti también. No hay nada más emocionante que eso
¿cierto muchacho? —Le dijo dándole un golpe en el brazo mientras
Alessandro le sonreía afirmando—. Digo para celebrar tu nuevo
ascenso a la realeza.
Era verdad, él también lo necesitaba, luego de eso tendría una
conversación con Su Excelencia acerca de su nuevo ascenso, eso si el rey lo
aceptaba, por supuesto. Era como un salto al abismo, pero estaba dispuesto
a hacerlo.
- Primero, hablaré con el rey, no hay que cantar victoria antes de tiempo.
Después de todo, Su Majestad puede verme y decidir que no me quiere
tener cerca de su familia o de su vida. Jajaja, ya sabes que a veces
tengo reacciones extremas ante la gente, a algunos puedo caerle bien y
a otros extremadamente mal.
- Ya verás que todo va a salir bien, este trabajo es tuyo, es casi un hecho.
Los árboles se volvieron sombras difusas que iban pasando a toda
velocidad a medida que él corría en medio del bosque, los gruesos troncos
eran un lugar especial para esconderse de los enemigos. Si hubiese sido una
situación verdadera, este sería el lugar perfecto para una guerra, él era
experto en este tipo de territorios.
Pero se estaba enfrentando a El Fantasma, el cual era un estratega con
mucha más experiencia que él, y sin embargo, le sobraba la fuerza y
destreza para aspirar a ganarle. Corrió a través del accidentado terreno,
buscando el lugar que podría ser el mejor escondite para su amigo, lo
conocía muy bien, sabía que una de sus mayores destrezas era ocultarse de
sus enemigos y esperar a que estos se diesen por vencidos, se cansaran o
creyeran haber ganado, para entonces atacarles.
Este hombre le había enseñado todo lo que sabía, y mucho más, no
solamente las estrategias del juego y la guerra, sino también de la vida.
Llevaba su pistola de aire, y luego de correr por todo ese lugar se sentía un
poco cansado. Así que se colocó debajo de un árbol, sacó su cantimplora y
comenzó a beber agua.
En ese instante el rostro de aquella mujer anónima pasó por su mente,
¿qué rayos era eso?, estaba pensando en ella en el momento menos
oportuno. Recordaba esos preciosos ojos azules que se asomaban a través
de la máscara, y luego en el gesto crispado del apuro; esa pequeña nariz
respingada en la punta, los labios gruesos y rojos, deliciosos, que había
probado durante toda esa noche, no podía olvidar ese delicioso sabor.
- ¡Cielos! ¿Será que alguna vez te volveré a ver?, —dijo en voz alta—.
Ella se dirigió hacia él mientras estaba en la silla, llevaba una cuerda
en sus manos, ¿así que esta mujer andaba por allí guardando cuerdas en su
cartera?, —se dijo sonriendo—.
- Quítate la camiseta, —le ordenó—.
- Ok… —él lo hizo y la tiró a un lado—.
- ¡Guao!, ¿sabes qué me gusta más que un hombre fuerte como tú?
- No, ¿qué?
- Los tatuajes, vas muy bien.
Lo ató a la silla con potencia, tratando de amarrarlo lo más fuerte
posible. Pero era obvio que esa hermosa “cosita rubia” no tenía la fuerza
suficiente para someter a un hombre así.
Alessandro sonrió porque, a pesar de que la chica creía haberlo
amarrado muy bien, solamente con mover sus manos hubiese podido
deshacer el nudo. Si alguien era experto en hacer nudos era él, pero le
pareció que el juego era muy divertido, y quería ver hasta dónde podía
llegar esta loca mujer.
Luego que terminó la operación, se quedó mirándolo directamente a
los ojos, tenía algo en mente. Entonces tomó un pañuelo de seda negro que
llevaba en su cartera, se aproximó a él y le vendó los ojos.
- ¡Qué rayos!, ¿qué piensas hacer? ¿Acaso me vas a robar? Jajajajaja.
- Puede ser, —dijo ella sonriendo—, pero lo que te pienso robar es muy
distinto a lo que has estado pensando, sexy cretino.
- Jajajajaja, eres… no sé qué eres.
- Ya lo vas a descubrir…
Allí estaba él, atado y con los ojos vendados como un mismo idiota.
¿Qué clase de experiencia era esta?, sentía la presencia de ella cada vez más
cerca, hasta que se sentó sobre sus piernas y comenzó a recorrer su cuello y
a morderle suavemente la oreja derecha, haciéndolo estremecer.
Bajó por su cuello, entonces comenzó a lamer su pecho y hacerlo sentir
que estaba en el delirio. Su cuerpo respondió con potencia, eran demasiados
estímulos, todos a la vez y su cerebro no sabía en qué concentrarse, estaba
teniendo una especie de cortocircuito en ese justo momento.
Sus manos comenzaron a bajar hasta entrar en ese universo que estaba
justo debajo de su pantalón. Sus manos blancas de uñas rojas comenzaron a
jugar, provocándole a una especie de delirio, llevó la cabeza hacia atrás y
cerró los ojos para sentir con mayor intensidad.
- ¡Cielos!
- Sí, esto no es nada, —dijo ella y siguió volviéndolo loco hasta que…
—.
- ¡Estás muerto, bastardo! —Este volteó y sintió la pistola justo sobre su
cabeza, el muy desgraciado había cambiado su estrategia y sonreía
mirándolo directamente a los ojos—.
- Pensé que… —dijo él—.
- Pues pensaste mal, nunca subestimes a tu enemigo, y nunca creas que
seguirá las mismas estrategias, porque entonces te puede pasar esto,
muchacho.
- ¿Así que me has atrapado? Muy bien, está bien, por lo menos me
enorgullece que seas tú el que lo haya hecho.
- Bien, andando, quiero mostrarte algo, —dijo, entonces Alessandro, se
levantó y siguió al hombre rapado que lo acababa de derrotar con sus
propias estrategias—.
Mientras caminaba detrás de él se dio cuenta que no lo había
subestimado. Su error fue pensar en cosas que no debía, ¿para qué rayos
tenía que pensar en esa persona, a la que no conocía y a la cual,
seguramente, no volvería a ver?
- Mira esto, —dijo cuando salieron al claro—, y él pudo ver un inmenso
y hermoso lago custodiado por miles de pinos. Al fondo, observó una
montaña inmensa que se coloreaba en azules y violetas. Allí, justo
delante de ellos, al otro lado del lago, una pequeña y hermosa cabaña,
hecha enteramente de madera.
- Cielos es… fantástico, este lugar me recuerda mucho a…
- La cabaña de tu abuelo ¿cierto? Sí, yo también lo pensé, ¿no me digas
que este no es el mejor lugar para tener un poco de paz y tranquilidad
en medio del estrés cotidiano?
- Ciertamente, esto parece sacado como… de un cuento o algo así, es un
lugar bastante interesante.
- Así es muchacho, y aquí pienso quedarme cuando me retire, que va a
ser lo más pronto posible.
- ¿Qué? ¿Vas a vivir aquí? No puedo creerlo, tú que eres un hombre de
acción. ¿Ahora te vas a dedicar a vivir en el campo y a tener una vida
de ermitaño? Jajajajaja, no puedo creerlo.
- Por supuesto que no, me retiraré aquí unas temporadas, y además
tengo auto, y la ciudad queda a una hora. Así que no veo cuál es el
problema, este lugar es fantástico, lo he estado explorando durante
mucho tiempo y lo conozco como la palma de mi mano.
- Entonces, por eso me encontraste tan rápido, ya veo, viniste aquí
simplemente para jugar conmigo, como si fuera una de esas presas que
cazas.
- Te falta mucho por aprender muchacho, te falta mucho todavía por
aprender en la vida. Eso es lo que quiero, que entiendas te hace falta un
cambio de aire, estás oxidado, en este ambiente te aseguro que
mejorarás, jajajaja.
- Ok, muy bien, no puedo pelear con mi maestro.
- En la vida hay que tomar decisiones importantes, que cambian nuestra
existencia para siempre, y creo que este es el momento que hagas lo
propio.
- Bien, bien, creo que ya entendí el mensaje, y ahora ¿qué rayos vamos
a hacer?
- Jajajaja, además creo que este entrenamiento te servirá de mucho si
vas a trabajar con las princesas.
- ¿Qué quiere decir eso?
- Entremos a la casa, disfrutemos de un buen café, —dijo sin agregar
más nada, entonces ambos hombres fueron hacia la cómoda y cálida
vivienda en la cual este sintió como si estuviese en su propia casa—.
- ¡Vaya! ¡Esto está increíble!, me gusta, ¡qué lugar más fantástico!, de
seguro te vas a sentir muy bien aquí.
- Eso o tal vez me aburra terriblemente y vaya corriendo a rogarle al rey
que me devuelva el maldito trabajo como escolta.
- También puede suceder eso, —dijo riendo—.
Conocía ese caso, ellos dos eran el tipo de hombres que debían estar en
acción, haciendo algo, resolviendo cosas. El estar relajados y descansando
no era el estilo que más se avenía a su tipo de personalidad. Toda la vida
Alessandro había soñado con retirarse a la cabaña de su abuelo, pero al
mismo tiempo le daba miedo hacerlo, porque cuando llegara ese lejano
momento, sentía que se iba a aburrir terriblemente.
Casper pasó a la cocina, estaba completamente equipada y lista como
si pensara mudarse al siguiente día.
- Sé lo que piensas, que te aburrirías, pero sabes, si tienes la mujer
adecuada a tu lado, no creo que eso te vaya a suceder. Ese es mi
secreto, conseguí a alguien especial mientras pude, y ahora tengo a esta
preciosa chica a mi lado. Así que no pienso aburrirme, al contrario, voy
a aprovechar todo el tiempo disponible y recuperar lo perdido. ¿Sí me
entiendes? —Entonces le picó el ojo—.
- Sí, creo que te entiendo bastante bien, y tampoco quiero que entres en
detalles, jajajaja.
- Toma, —le dijo colocando la taza de café en la rústica mesa—.
- Gracias, eres afortunado.
- Lo sé.
- Tal vez algún día también conozca a una chica así como la tuya, con la
cual permanezca 20 años o más de casado, —dijo sonriendo—. Eso era
como una utopía, luego de haberse enamorado de Lara se había
decepcionado del amor. Una persona así no podía ser confiable,
alguien que te deja de buenas a primeras, de un día para el otro.
- ¿Lo dices por tu famosa novia?, —dijo sonriendo—.
- Lo digo por todo, —respondió él, y parecía que tenía algo en mente—.
- Mmm, nunca te había visto esa mirada, creo que has conocido a
alguien especial.
- ¿De qué me estás hablando?, —preguntó serio—.
- Jajajajaja, cielos, incluso te cambió la cara, creo, querido Ale, que
usted se ha delatado, has conocido a una mujer.
- La verdad… mmm, es que eso no fue una mujer, eso fue un…
huracán.
- Jajaja, pero debió ser una sacudida muy fuerte.
- Jajajaja.
- ¿Sin comentarios?
- Sin comentarios.
Él miró al fantasma y se dio cuenta que era con un reflejo de sí mismo,
lo había soñado tantas veces, y ahora lo estaba cumpliendo, se estaba
retirando en la mejor edad y con la frente en alto. Eso era lo que quería para
su vida, tenía la cabaña, el lugar, todo, lo único que le faltaba era la buena
compañía, El Zorro Rojo, el estratega de guerra, el líder del escuadrón, el
mejor estudiante de Casper Hubert, era un zorro solitario.
CAPÍTULO III
Oveja blanca vs. Oveja negra
Ella recordó la primera vez que comenzó a hacer sus incursiones
nocturnas, primero de una manera incipiente, pero poco a poco fue
subiendo la apuesta, buscando cada vez más adrenalina. Así se habituó a la
mala costumbre de retarse y superarse tratando de hallar emociones más
fuertes.
La sensación fue tan fuerte que le había producido en su cuerpo un
golpe de adrenalina brutal, fingir que era alguien más le hacía sentirse
completamente viva. Una sensación muy parecida a lanzarse de un puente
en benji o en paracaídas a diez mil pies de altura.
Toda su vida había complacido a los demás, esta era la manera como
lograba complacerse a sí misma, una vida dentro de otra vida, dos personas
en una sola, un león en el cuerpo de una oveja. Por fuera, ella era la chica
perfecta, la princesa ideal, de la que todos hablaban maravillas, y así lo fue
durante bastante tiempo, hasta que descubrió que ya no quería serlo más.
Resultaba absurda la presión de ser perfecta, entonces descubrió que
tras la máscara de la perfección podía existir otra persona, alguien que fuese
lo opuesto, lo que ella deseaba ser realmente, una mujer libre y atrevida, a
quien no le importaba lo correcto, ni las normas sociales, que era capaz de
hacer todo lo que la otra no podía.
Desde ese día nació su alter-ego La Isla, una encantadora y sexy rubia
que bailaba en las noches, primero en las discos y luego subiendo la
apuesta, en Black, ese lugar exclusivo para la diversión y el placer de mirar
y dejarse ver. Así, casi todos los jueves, la sensual y misteriosa rubia
tomaba el escenario para bailar, de algo tendrían que servirle todos esos
años en las malditas clases de ballet.
Así, podía ser ella misma, sin las obligaciones que le imprimía su
condición de noble, definitivamente que tener a una asistente cómplice y a
su novio guardaespaldas servía de mucho para escaparse del palacio sin ser
vista. Nadie había podido descubrir hasta ese momento que ella no era ese
dechado de perfección que parecía mostrar ante los demás, ni siquiera su
madre, que era una mujer altamente intuitiva.
Miró la peluca rubia y comenzó a reírse, recordando todas las cosas
que había hecho durante el año y medio que llevaba haciendo esas
actividades. Cosas locas, muy locas, pero supremamente divertidas, había
conocido a hombres interesantes y otros no tanto.
Estaba acostada en su elegante cama, mirando hacia el techo de su
límpida y muy femenina habitación, cuando la imagen de este hombre pasó
nuevamente por su cabeza. ¿Qué era lo que tenía este tipo que se le había
quedado clavado de alguna manera y en algún lado del cuerpo?
Bueno, en realidad, en todos lados, la pregunta era ¿qué no tenía?, era
el mejor amante que había conocido en toda su vida, y además un sujeto
increíblemente guapo, con unos hermosos y grandes ojos intensamente
negros, y todos esos sexys tatuajes que llevaba en los brazos, en la
espalda... en fin.
Desde que lo vio, mientras bailaba en el escenario, había llamado
poderosamente su atención. Resaltaba entre la multitud de tipos que estaban
allí, no era ni remotamente elegante como muchos otros, pero los
sobrepasaba con creces. Era alto, increíblemente fuerte, tanto como para
hacerla tener la fantasía completa, que la levantara entre sus fuertes brazos,
en más de una forma. Se mordió los labios mientras seguía fantaseando y
recordando todo lo que este le había hecho aquella noche, hacía ya dos
meses por lo menos.
Luego que lo sometió a esa tortura, amarrado en la silla, no podía negar
que tenía bastante potencial. Comenzó a reír, el pobre hombre pensaba que
iba a pasar el momento más maravilloso de su vida, pero ella lo dejó así, sin
más, y luego se levantó para verlo allí, amarrado, con los ojos vendados, sin
camisa y sin la menor idea de lo que ella pensaba hacer. Había algo
excitante en someter a un ser tan fuerte, con un poder mucho más grande
que el de la fuerza física.
Pensó en irse como solía hacerlo en algunas ocasiones, dejando al tipo
allí, solo y maniatado, ansioso y con ganas de todo. Incluso, se volteó y
caminó hacia la puerta, pero, algo la detuvo.
Se quedó mirándolo, era muy atractivo, ella quería sentirlo muy cerca,
esos ojos le gustaron desde el primer instante que los vio; sus cejas rectas y
oscuras, con una graciosa forma curvada al acercarse a la nariz, le daba,
un… sí, un aspecto tierno, ¿para qué negarlo? Era una especie de plus,
como un capricho de la naturaleza, colocar ese par de bellezas en ese
cuerpo tan masculino y fuerte era un completo pecado.
Luego estaba su cabello castaño oscuro, esa piel tan blanca y hermosa,
la barba cerrada y perfectamente recortada, haciendo contraste con la
misma. Esos labios un tanto delgados, sexys como pocos. Él tenía un
atractivo especial, sí, era de esos, de los que se te quedaban en algún rincón
del cuerpo o peor aún, del alma.
El aroma de su piel tenía un matiz un tanto salvaje y almizclado, era
una mezcla sin nombre, pero una que deseaba descubrir con todo su ser.
¿Qué poderes guardaba?, ¿qué sutil pero magnético encanto el que yacía
bajo sus ojos de noche?
Su cuerpo se agitaba, aunque cuando bajó del escenario para recortar
las distancias, no se imaginaba lo que este hombre era capaz de hacer, pero
estaba segura que quería descubrirlo. Tanto como para esperarlo fuera del
club, para saber que había salido de este, y por dónde iba a pasar, tan solo
para encontrarlo e invitarlo a una aventura diferente, una que no esperaba
tener esa noche, tanto como para descuidarse y dejar que se le hiciera de
día.
Entonces caminó hacia él y le quitó la venda de los ojos, este se quedó
mirándola impávido y sonrió. ¡Cielos!, sonriendo se veía demasiado guapo,
no, esto no podía ser bueno.
- Ahora ¿qué viene?, —le dijo sonriendo—, ¿me atarás en algún otro
lado o me dejarás aquí sentado y robaras mi cartera?
- No soy ninguna ladrona, como te dije, lo que quiero robar de ti es otra
cosa.
- Bien, ¿y qué esperas para hacerlo entonces?, —le dijo y se quedó
mirándola fijamente, ella sintió un intenso escalofrío en su interior—.
- Tal vez, simplemente te deje esperando y me vaya.
- Si quisieras irte, lo habrías hecho hace mucho tiempo, —le contestó
sonriendo—.
- Entonces, ¿eres de lo que esperan que las mujeres lo hagan todo?, —
dijo ella—.
- Bien, pensé que eso querías.
- ¿Qué quieres tú?
- Muy bien, te lo mostraré, —entonces con un sutil movimiento de las
manos se desató rápidamente, ella pensaba que lo había amarrado con
suficiente fuerza, pero él estaba allí simplemente por gusto, en un
segundo lo tenía encima y sus manos estaban sobre sus caderas
apretándola con fuerza—.
No podía olvidar todavía la sensación que le causó su cuerpo, era tan
fuerte y cálido, una sensación enervante. Fue como un cortocircuito en su
cabeza, y no podía dejar de pensar en el maldito tipo, ni siquiera tenía la
menor idea de cómo se llamaba. Pero sí quería saber el secreto de ese zorro
rojo en su espalda o del dragón japonés que tenía en el brazo izquierdo.
Había ido varios jueves a ese lugar, pero no lo había encontrado. Era la
primera vez que alguien se quedaba anclado en su pensamiento, era la
primera vez que un hombre con el cual había estado no la seguía
buscándola o tratando de averiguar dónde encontrarla.
- ¿Quién te crees?, —se dijo—, ¿quién te crees para dejarme así?,
¿acaso no te gustó lo que hicimos? Tienes que buscarme, tarde o
temprano lo harás, como todos los demás. Tú también tienes que caer,
—dijo sonriendo y levantándose de la cama—. Entonces se quedó
mirando al espejo. Mira, pocos han tenido este lujo que tú te has dado,
no creo que puedas olvidarme.
Ella se sentía como un león atrapado en la piel de un cordero. Todo el
tiempo debía estar fingiendo ser alguien que no era, envidiaba en este
sentido a su hermana, ella tenía la valentía para mostrarse tal cual era, y no
le importaba lo que otros pensasen, aunque se ganara una refundida en ese
terrible lugar, era fiel a sus convicciones. Ella no se imaginaba lo que
hubiese hecho su madre si se hubiera enterado de todo lo que hacía, de los
días que se escapaba, de los bailes y también de los hombres.
Algo le faltaba, era una especie de vacío que permanentemente estaba
en su interior y no lograba explicarse el porqué, era una sensación intensa y
pulsante. Sencillamente, estaba hecha con oro material, no servía para esto.
No podía sacarse de la cabeza el hacer alguna locura, era un impulso
inaudito, fuerte, que no podía controlar, como si la verdadera Islandia
pugnara dentro. Una y otra vez venía hacia ella, impulsándola a buscar cada
vez más aventuras. Alguna vez deseó salir de ese lugar, viajar y tomar sus
propias decisiones, pero no tenía el coraje de decírselo a su madre y a su
padre, porque en el fondo no quería decepcionarlos, que perdieran para
siempre esa imagen de niña inocente que era su mejor carta de presentación.
No le importaba la corona realmente, aunque debía fingir que era así,
pero no le interesaba en lo más mínimo seguir presa en este ambiente
absurdo, en el cual había estado toda su vida. Daba gracias a Dios que fuese
su hermana la que ascendiera al Trono y no ella, porque entones tenía la
certeza de que se volvería loca.
Salió de su cuarto, necesitaba tomar aire fresco, todavía recordaba
aquel día en que estaban de vacaciones en Tailandia y su querida hermana
se quitó la ropa para meterse completamente desnuda en el agua. Ella deseó
haber hecho lo mismo, todo tenía que hacerlo a escondidas porque siempre
estaba en su papel, envidiaba a Izzy y todo lo que era capaz de hacer sin
importarle lo que los demás pensasen.
Comenzó a caminar por los jardines de palacio, necesitaba un poco de
tranquilidad, pero hasta allí la perseguía el pensamiento recurrente. Esa
noche venía a ella como un fantasma, taladrándole los sentidos y todo su
ser, ¿cómo podía alguien quedarse grabado en tu mente, en tu cuerpo, con
tanta intensidad como para no salir nunca?, se preguntó.
- ¡Primita!, —allí estaba su muy rubio y guapo primo, mirándola con
una sonrisa sarcástica en su bello rostro, con él siempre era lo mismo,
no había nada que no se atreviera a hacer, otra razón para envidiarlo
también—.
- Hola, Izzy.
- ¿Aburrida?
- No, reflexiva.
- Conozco esa mirada, creo que no me equivoco en pensar que tienes
una cara como si te hubiese atropellado un tren, ¿qué es lo que te ha
pasado?
- No me ha pasado nada, estoy bien.
- Tal vez estás muerta de aburrimiento y necesitas un poco de diversión,
y como ya sabrás, soy un experto en esta materia.
- ¿Qué?, ¿Su Majestad ya te levantó el castigo?, —dijo sonriendo,
haciendo un gesto de fastidio que negó con la cabeza—.
- Eso nunca ha sido un impedimento para mí, además, no vamos a hacer
nada malo, simplemente iremos a pasear por el lago, es todo.
- Muy bien, —dijo ella—. Entonces adelante, ambos chicos salieron en
el auto deportivo de Izzy, el cual la condujo hacia el muelle, donde
tenía anclado uno de sus botes. Oasis, era el que utilizaba para estas
ocasiones, ayudó a Islandia a subirse, y ella pensó que eran extrañas las
ocasiones en las que podían compartir.
Tal vez sería porque Isabella no estaba, pero él jamás la invitaba así, a
ningún lado, al menos por supuesto que su hermana mayor estuviera
presente. Pero ahora, sin su compañera de aventuras, no le quedaba otra
opción que invitar a su primita menor y aburrida a pasear en su bote,
aunque fuese para matar el aburrimiento de estar trabajando en los negocios
de la familia o en los compromisos reales.
- Entonces, mi querida madre ha encontrado la forma de amedrentarte
finalmente, —dijo sonriendo—.
- ¿Qué sabes respecto a eso? —Preguntó poniéndose serio y mirando
directamente sus preciosos e intensos ojos azules—.
- Pues nada, pero no se necesita ser un genio para saberlo, para darse
cuenta que te tiene maniatado. No he sabido más nada acerca de tus
aventuras, y eso es bastante raro.
- Pues, debe ser porque Andru está en Japón e Isabella no se encuentra
aquí, ellos dos son mis compañeros de aventuras, y tú, pues, digamos
que no te animas mucho a salir, todo el tiempo estás ocupada
trabajando.
- Pues sí, —pero sonrió internamente, Izzy no tenía la menor idea de lo
que estaba hablando, ella sabía perfectamente la forma de entretenerse,
y de qué manera—.
Hacía un día precioso, el cielo era de un azul tan intenso que hería la
vista, al tiempo que contrastaba a la perfección con los islotes cubiertos de
arbustos y árboles en un verde tan intenso que prácticamente parecía neón.
Era fantástico ver el contraste entre las distintas formas vegetales y las
rocas intensamente naranjas.
El cambio del paisaje era notorio a medida que avanzaban y se iban
adentrando hacia la costa. Ella estaba allí completamente concentrada y
tranquila, respirando la suave brisa que batía sobre ellos. La sensación
resultaba relajante, algo muy distinto, como un punto medio en su alma.
Su cabello iba moviéndose al ritmo del viento, al igual que la bufanda
en color rosa que llevaba puesta, y que combinaba a la perfección con su
chaqueta y pantalones color crema. Nuevamente, la imagen de esos ojos
negros vino a su cabeza ¿acaso no había otra cosa en que pensar? Se dijo,
¿por qué todo el tiempo la imagen de ese tipo venía a su mente?
Lo peor era que, aunque quisiera buscarlo, no podría. Primero, su
orgullo no la dejaba, y aunque hubiese pasado por encima de este, tampoco
habría tenido la menor idea de dónde hallarlo. No conocía su nombre, ni
apellido, ni su dirección, nada, ni siquiera se había tomado la molestia de
averiguarlo tomando su cartera mientras este dormía.
- Me tienes realmente preocupado, —le dijo su primo interrumpiendo
sus cavilaciones, la miraba con una cara extraña y una sonrisa molesta,
como si supiera algo de lo cual ella todavía no se había enterado—.
- ¿De qué hablas?, —dijo ella tratando de analizar el gesto que tenía—.
- Sabes exactamente de qué te estoy hablando, conozco muy bien esa
cara, y conozco muy bien a las Mirabal. Tú no eres la excepción,
aunque creas serlo, te traes algo entre manos y puedo verlo claramente.
- Estás más loco que mi hermana y ves cosas que no son en todos lados.
Supongo que cada ladrón juzga por su condición, crees que todos
somos iguales. Simplemente, porque andas brincando de un lado para
el otro, con una chica y otra, todas las personas no somos así.
- Sabes, resulta gracioso que hayas hecho esa asociación de ideas,
porque en ningún momento dije que eso fuera de lo que estaba
hablando. Pero ya ves cómo es la gente que le gusta fingir, siempre
terminan por caer, y lo peor de todo por su propia boca y pensamientos,
jajajajaja.
- ¡Eres un idiota!, —dijo golpeándolo en el brazo—.
Izzy se moría de la risa, era más que evidente que su primita estaba en
algo, y como bien decían por allí, el palacio tenía ojos y oídos. Conocía
perfectamente ese gesto, era el que ponía las mujeres cuando estaban
pensando en algo o en alguien que le interesaba mucho.
- Jajaja, pero por lo menos no soy un idiota hipócrita como tú. Sé que
tienes que traerte algo entre manos. Conozco suficiente de mujeres
para saberlo ¿quién es? ¿No me digas que es Lord Barner?, ¡cielos no!,
jajajaja.
- ¿Estás loco?
- Sí, claro, a ver, suéltalo.
- ¿Suéltalo?
- Necesito que me cuentes ¿qué rayos te pasa?, tal vez pueda ayudarte a
solucionar este dilema, —dijo sonriendo con gesto de suficiencia—. Él
estaba acostumbrado a lidiar con este tipo de situaciones, no había
nada que le quedara grande a Izzy Mirabal.
- Eres todo un experto ¿no es cierto? Sin embargo, no pudiste evadir a
mi madre, ya me enteré de todo lo que te hizo firmar, un acuerdo para
que cuando traigan a mi querida hermanita te pongas a trabajar con ella
para la fundación.
- Jajaja, bueno, ya conoces a tu madre, no hay nadie quien me pueda
decir que no, ni siquiera Su Majestad. En fin, eso no quiere decir nada,
ni que me voy a volver un tipo aburrido, pero yo no estoy hablando de
eso, estoy hablando de otra cosa, no te hagas la loca. Estamos hablando
de tu aburrida vida sentimental.
- Me imagino que eres toda una autoridad en la materia, —le dijo ella
sonriendo—. Le encantaba que las personas la subestimaran de esa
manera, para luego tener que darles una sorpresa o simplemente para
gozarse en la malicia de sus propias circunstancias. Aunque ese
comentario no le gradaba en lo más mínimo, tampoco se alarmaba, a su
querido primero le gustaba inventar cosas para divertirse.
- Pues sí, así es, soy toda una autoridad en la materia, —dijo con sorna
—. ¿Entonces me vas a contar qué maldita cosa te pasa? Ok, te vas a
quedar ahí sola, solazándote en tus propios pensamientos.
- Creo que prefiero lo segundo, —obviamente no estaba dispuesta a
soltar prenda acerca de todas las vivencias que había tenido durante ese
tiempo—.
- Bien, como quieras, sigue sufriendo por gusto, en esta vida los
hombres tenemos nuestra manera de ser y ustedes la suya, y somos
muy diferentes.
- ¿Sí? ¡Qué novedad!
- Pues sí, aunque parezca una obviedad, tal parece que las personas no
terminan de aprender la naturaleza de los seres humanos. Para mí lo
mejor es el misterio, dejar que las personas se queden pensando en ti y
no sepan lo que estás haciendo, despertar su curiosidad, a mí me ha
servido durante todos estos años.
- ¿En serio? La verdad creo que eso del misterio no funciona mucho
contigo, todos sabemos exactamente lo que has estado haciendo,
cuándo y dónde. No creo que exista una mujer aquí que no te conozca,
tú mismo te has dedicado a ello, no eres alguien muy misterioso que
digamos, cariño.
- Eso tú no puedes saberlo, —dijo sonriendo—.
- ¿Así que tienes alguna especie de personalidad secreta o algo así?, —
dijo analizando sus gestos, y observándolo directamente a los ojos—.
- Podría ser, —dijo colocando un rostro misterioso—.
- No quisiera ser la mujer que se consiguiera en tu camino, la verdad
creo, querido primo, que no sirves para tener una relación, te vas a
quedar solo como el primo Bertrán.
- La verdad, es que no me parece del todo despreciable, me encanta ir de
aquí para allá y hacer lo mío, ya sabes.
- Pues sí, me imagino que debe ser así, pero no todos somos como tú,
hay personas diferentes que saben cómo comprometerse en una
relación y generar una conexión profunda con los demás.
- Sabes, sé leer muy bien a la gente, todos dicen que eres una chica muy
comedida y recatada, pero, no sé, tengo mis dudas al respecto, —dijo
colocándole la mano en el mentón como si le estuviese analizando en
profundidad—.
- Cada día estás más loco, definitivamente, —y comenzó a reír, pero
algo en esa sonrisa le dijo que tal vez Izzy estaba muy cerca de la
verdad—.
- Las peores son las reservadas, cuando te reservas algo es porque tienes
muchas cosas que esconder. Eso apréndetelo, querida primita, —le dijo
mientras le daba golpecitos en la cabeza—.
- ¡Muérete Indhon!
- Mmm… Sabes, tengo una teoría respecto a ti, —le dijo mirándola esta
vez muy serio—.
- Me da miedo preguntarte cuál, pero anda, ya veo que tienes ganas de
hablar al respecto.
- Eres una oveja negra que parece una blanca.
- Jajaja, estás loco.
- Dirás que lo estoy, pero sé que algún día comprobaré mi teoría, ya lo
verás o…
- Creo que mejor disfrutaré de la vista por allá.
Entonces comenzó a caminar hacia la proa para dedicarse a mirar el
azul cerúleo del agua que anunciaba el pronto otoño. El verano estaba
dando paso a la nueva estación, y así ella se daba cuenta que su ser parecía
cambiar poco a poco, era cierto lo que él le decía, en ella pugnaban dos
naturalezas, una oscura y una llena de luz. Ella era una oveja negra
peleando contra una oveja blanca. ¿Cuál ganaría?
CAPÍTULO IV
Ojos brujos
El destino estaba fraguando un plan en su contra cuando ella menos lo
esperaba. Esa noche la luna había salido firmemente en el horizonte,
explayada y grande como un enorme círculo que alumbraba contra el manto
oscuro, y allí estaba ella, contemplándola desde el balcón de palacio, sin
saber lo que pasaba al otro lado de su mundo.
Disfrutó ver el manto celeste tachonado de estrellas y observar la
ciudad, allá, a lo lejos, expandiéndose; y finalmente el mar, como una gran
masa oscura y amenazante que rugía mientras atacaba intempestivamente
los acantilados. Alguna vez soñó caminar sobre ellos, retar así la naturaleza
riesgosa y fuerte de todo cuanto había sido hecho a su alrededor.
Esa noche no pudo dormir dando vueltas en la cama de un lado hacia el
otro, algo la incomodaba. Sentía una especie de ansiedad que la molestaba
intensamente, pero no sabía a qué atribuírselo, jamás se había sentido así en
ninguna de sus travesías. Nunca tuvo la más leve consecuencia, ni
emocional, ni de ningún otro tipo. Pero ahora había pasado prácticamente
tres meses desde aquella noche, y no podía sacarse a ese maldito sujeto de
la cabeza y del cuerpo, era francamente ridículo.
El desgraciado no había portado más por Black en todo ese tiempo.
Ahora, cada vez que iba a ese sitio pensaba en él, si por fin podría verlo;
atándola así a una cadena de expectativas, que era justo lo que siempre
había evitado toda su vida. ¡Maldición!, estaba perdiendo el dominio de la
situación ¿serían esos malditos ojos brujos? Eran lo más bello de su rostro,
¡qué ojos!, ¡por todos los cielos!, ¡qué ojos!
Cuando abrió los ojos sintió ese delicioso olor, era su aroma de las
mañanas, el cual provenía de las lavandas que cultivaba uno de los
jardineros de su madre. La encantadora fragancia entrada por las ventanas,
generando una especie de aura tibia y reconfortante.
En ese instante sintió el característico toque en la puerta que tan bien
conocía. Era su asistente Rocío Durán, quien esperaba para que sus damas
pudieran atenderla.
- Adelante.
- Buenos días princesa, ¿cómo amaneció hoy?
- ¡Excelente!, —dijo al tiempo que se iba despertando—, eran las 6:30
de la mañana y ya debía prepararse para su día.
- Me alegra mucho. Chicas. es hora de preparar a la princesa, hoy tiene
una agenda muy apretada, vayan, —dijo y una de las ellas comenzó a
preparar el baño, mientras otra fue al vestier a seleccionar el oufit—.
- ¿Qué desea desayunar hoy princesa?, —le dijo la mujer sonriendo—.
Rocío sabía que en realidad esa chica no era ni remotamente lo que
parecía. Se notaba tan callada y siempre sencilla, pero ella conocía toda
la verdad, y no era para nada lo que todos veían.
Las chicas caminaban de aquí para allá preparando las toallas,
alistando ropa, arreglando los enseres personales de la princesa, toda tenía
que ser como a ella le gustaba. Discreto, elegante y con un aura de
refinamiento clásico.
- Bien, quiero unos panqueques de avena con yogurt y frutas, y café con
leche, por favor. ¡Ah…! Que sea sin azúcar, sabes cuánto detesto ese
terrible sabor.
- Excelente, muy bien, ya escuchaste Luisa.
- Sí, señorita.
- Ella se bajó de la cama para colocarse las delicadas pantuflas en color
crema, sus pies estaban perfectamente pedicurados. Pero a ella le
gustaba siempre estar absolutamente perfecta.
- Su alteza, ¿qué desea hacerse hoy?
- Tengo varias reuniones, así que, creo que optaremos por lo mismo de
siempre, —dijo, era el típico manicure francés, una princesa no podía
andar con colores llamativos en sus uñas—. Sin embargo, el rojo era el
que más le gustaba y que estaba más acorde con su personalidad.
- Muy bien, ya sabes lo que tienes que hacer, —le dijo a la chica que se
encargaba de atender las manos y pies de la princesa—.
Mientras su asistente le arreglaba las uñas, se dedicó a pensar cosas,
como en lo aburrido que sería su día. Estaba completamente fastidiada, pero
no le quedaba de otra, sino cumplir estoicamente con sus obligaciones.
- Señorita, hoy tiene una agenda muy apretada, primero tendrá que
hacer su presentación en el centro comercial como representante de la
fundación Niños Extraordinarios, y luego tendrá que ir a la sede de
fundación Mariposas, para después ir a la cena con las hijas de los
embajadores, luego tiene una reunión con el consejo de arte de la
ciudad para la iniciativa Jóvenes con Propósito.
- Muy bien, —sabía cómo disimular su desánimo o al menos eso
pensaba—. Para todos los que no la conocían, resultaba completamente
evidente que era una chica ejemplar, pero para aquellos que podían ver
más allá de lo evidente resultaba notorio que no se estaba divirtiendo.
Las chicas le mostraron distintas selecciones de ropa que parecían las
más adecuadas para el lugar. Pero a ella no le gustó ninguna, una cosa era
vestirse elegante y otra parecer una niña cursi. Ese día no estaba de ánimos
para eso, así que ella misma fue al vestier y escogió la combinación que le
pareció más adecuada.
- Su alteza, —dijo Rocío asombrada—, tanto color negro no es
conveniente, recuerde que es mejor vestir en colores suaves para dar
una imagen de…
- Hoy no estoy de ánimo para vestirme de colores pasteles, así que, por
favor, ¡me vestiré así y punto! —Dijo mirándola con gesto severo—.
- Como usted diga, Su Alteza.
- Bien, estoy lista, ya podemos irnos, —le dijo con gesto decidido y
estoico, al mismo tiempo que se encontraba resignada—.
Su vida se había vuelto bastante aburrida, y además, no sabía nada del
chico sexy y misterioso. Se había vuelto una especie de hábito pensar en él,
una sola noche había sido suficiente para cambiar su perspectiva y darse
cuenta que necesitaba algo más que unas horas de misterio y sexo.
- Princesa, —dijo Madame Eloise—, luce algo... interesante, —estaba
sorprendida al verla vestida completamente de negro—.
- Sí, digamos que este color me sienta distinto a los demás, —y sintió un
gusto interno al hacerlo, porque se sentía identificada y le hacía
recordar muchas cosas, como por ejemplo, su amado leotardo de tiras
—.
- Su Alteza, debo informarle que su guardaespaldas, el señor Casper
Hubert ha sido sustituido por otra persona.
- ¿Qué?, ¿por qué?, Hubert hace muy bien su trabajo.
- Ha sido una decisión de él, quería retirarse.
- ¡Oh… vaya!, —esto le complicaba las cosas, conocer a un nuevo
agente podría arruinar sus incursiones, entonces hizo un gesto de
contrariedad—.
- Pero no se preocupe, el señor Hubert se encargó de buscarle un agente
capacitado.
- Vaya, bien, —y por dentro deseaba que fuese algún chico sexy—.
Caminaron hacia el jardín, donde supuestamente estaba su
guardaespaldas esperándola. El hombre estaba de espaldas, se veía
realmente alto y fuerte, ella pensó que eso pintaba muy bien, por lo menos
tendría algo en que distraer la vista, algo diferente al casi sexagenario
Casper Hubert.
Pintaba bastante bien, parecía guapo, de cabello oscuro y ¡qué espalda!
Fuerte, alto, de hecho, pintaba mucho mejor de lo que se había imaginado.
Estaba deleitándose con su futuro escolta cuando este volteó y… ¡rayos!,
pensó.
Entonces sintió un fuerte golpe interno cuando vio al alto y fuerte
hombre que la miraba directamente a los ojos. Sí, esos ojos grandes y
negros, unos ojos que ella recordaba muy bien. Se quedó paralizada y no
podía reaccionar, esto no podía ser.
- ¡Maldición!, —gritó—, ¡no puede ser!, —Madame Eloise volteó
instantáneamente hacia donde ella estaba completamente extrañada,
¿qué le había sucedido?, su querida princesa no hablaba de esa forma
—. Definitivamente, esas parecían cosas de Isabella, y seguramente se
le había contagiado ese indeseable epíteto por culpa de su polémica
hermana mayor.
- Su Alteza.
- Disculpa, es que… me ha picado algo, no sé qué es, —dijo buscándose
en el brazo para disimular la causa real de su sorpresa—.
- ¡Oh…! ¿Será una abeja? Espero que no, usted es alérgica, creo que es
mejor…
- Estoy bien, debe ser una de estas avispas.
- Le he dicho a Francesco que ahuyente a esos insectos.
- No es nada, —dijo ella fastidiada del tema—.
¡Maldición!, dijo para sus adentros, no podía ser, allí estaba, era él,
justo frente a ella y al lado de Casper. Estaba ahí, ¿ese era su supuesto
nuevo guardaespaldas? No, cielos, abrió los ojos como platos, era nada más
y nada menos que el sexy hombre del club, no podía creerlo, entre tantos
hombres y escoltas que había en este universo y tenía que ser precisamente
él.
Se veía muy relajado conversando con Casper y también muy
atractivo, ¡maldición! no podía ser, ¡qué hombre más atractivo era ese
desgraciado! Ese traje le quedaba genial, ella solamente lo había visto en
camiseta y jeans, pero esta era una versión muy interesante.
Estaba extasiada apreciando la belleza de su cuerpo perfecto, con ese
cabello liso y hermoso que brillaba entre la luz del sol con un maravilloso
tono castaño. Ella debía disimular que se le hacía agua la boca tan solo de
verlo.
Dos días antes, el rey se había reunido finalmente con Alessandro, el
cual le había causado una muy buena impresión en Su Majestad.
El destino estaba sellado para la pelirroja aventurera, y muy pronto se
encontraría con el otro lado de la moneda, el que a ella le faltaba. El ex
militar de cuerpo atlético y mirada tierna que se le había metido en el
cuerpo y el alma.
- Su Alteza, le presento a su nuevo escolta, él es el agente Alessandro
Giacomo.
- Su Alteza… —dijo haciendo una reverencia, así que ese era su
nombre, Alessandro Giacomo, pensó—.
- ¿Es usted italiano señor? —Dijo ella sonriendo, al mismo tiempo que
se deleitaba con el hecho que este tipo aparentemente no tenía la menor
idea de ante quien estaba parado—.
- Yo no, mi familia Su Alteza, —dijo él y le sonrió al mismo tiempo que
fruncía el entrecejo de una manera extraña—.
- ¿Le pasa algo? —Preguntó—.
- Nada Su Alteza, —contestó él, y se colocó las manos cruzadas por
delante del cuerpo—.
Ella las miró detenidamente y recordó que esas grandes manos la
habían recorrido con avidez, y sintió un estremecimiento interno y estúpido.
Por cierto, jamás había sentido eso con ningún otro hombre.
Pero en realidad sí le estaba pasando algo, sintió algo en sí mismo,
como una convicción interna. Pero que no podía descifrarlo, esa voz
profunda y al mismo tiempo suave como un arroyo, pero que guardaba en sí
una especie de potencia y de autoridad, de fuerza desconocida. Le pareció
que había escuchado esa voz antes, no recordaba en dónde, pero en algún
lugar, donde fuera que la hubiese oído, se había quedado guardada en su
mente, tanto como para reconocerla en cuestión de segundos.
No, ¡qué locura era esa que estaba pensando!, una completa estupidez,
¿de dónde iba a escuchar a esta mujer? Era la princesa, la hermosa princesa,
ni en sus sueños podría tratar con alguien así… hasta ahora.
- Muy bien, entonces es hora de irnos, —dijo ella al tiempo que se
dirigía hacia su lujoso auto, entonces él fue detrás de ella para abrirle la
puerta—.
Él entró por la otra puerta y se sentó a su lado, lo miró por unos
segundos y luego volteó. ¡Rayos!, no podía creerlo, había estado teniendo
fantasías con este tipo y ahora lo tenía a un lado, allí, tan cerca que
solamente con estirar las manos podía tocarlo, y entonces no pudo evitar
reírse.
- ¿Sucede algo Su Alteza? —Dijo extrañado—, no entendía qué le
pasaba a esta mujer que comenzaba a reírse de la nada, tal vez los
problemas eran de familia y no se trataba solamente de la princesa
Isabella, porque esta tampoco parecía muy normal, pensó para sus
adentros.
Era una jornada larga la que les tocaba, y la verdad es que esta chica
tenía un aire conocido. Era una completa tontería, pero sentía algo dentro de
sí.
- Nada, simplemente recordé un buen chiste que me dijeron alguna vez,
y no sé por qué justamente lo acabo de recordar ahora, —entonces se
puso seria y miró por la ventana para disimular la risa que le causaba
esta burla del destino—.
- El humor siempre es bueno para desestresarse.
- Ya lo creo.
A él le siguió pareciendo que esa chica le resultaba muy conocida. Pero
la cuestión era que la había visto en muchas fotos antes. Seguramente que
era por ese motivo, pero es que había algo en ella, en su manera de mirar, su
perfil, en esa nariz, en el sonido de su voz y en la manera cómo se conducía
definitivamente le parecía muy conocida.
- Muy bien, hora del show, —dijo ella cuando llegaron al lugar y vio
que estaba atestado de paparazis—.
- Así parece, Su Alteza, —le dijo sonriendo y ella vio nuevamente esa
maravillosa sonrisa. ¡Cielos!, ¡qué… bello!, fue todo lo que alcanzó a
decir—.
Él bajó del vehículo con absoluta seguridad, era tan guapo,
inmediatamente comenzó a despejar la zona para que ella pudiera caminar
en medio de todas esas personas que estaban ávidas de alguna fotografía o
de alguna entrevista. Tan siquiera de una sonrisa que ella pudiera darles,
una palabra.
Alessandro no entendía cuál era el aspaviento que se estaba
produciendo en ese momento. ¿Por qué estas personas formaban un
escándalo por esta chica? Se notaba que sus prioridades eran otras, pero él
no estaba ahí para cuestionar nada, esto era solo trabajo.
- Su Alteza, ¿dónde está la princesa Isabella?, ¿por qué no la hemos
visto más?, ¿qué le ha ocurrido?
- Princesa ¿es cierto que su alteza real se fugó con un rico magnate
griego? Por favor díganos algo, —dijo otra—.
- Sin comentarios, —fue todo lo que ella dijo, entrando en el lujoso
lugar, entonces se volteó y miró al alto e imponente hombre que estaba
a su lado, y le dijo con sorna: “siempre había querido decir eso”—.
- Yo también, —le dijo sonriendo—. ¡Maldición!, allí estaba esa
hermosa sonrisa, ¡rayos!, se le iluminaba el rostro cuando reía.
- Seguro que algún día tendrás la oportunidad.
- Eso espero.
En ese instante Alessandro se dio cuenta que ella no era tan aburrida o
creída como le había comentado todo el mundo. Por el contrario, parecía
una persona con un buen sentido del humor. Además, esa sonrisa sexy
también se le antojó que era muy hermosa, ella caminó delante de él
moviendo su cuerpo con gracia, y no pudo evitar darle una mirada impropia
para el cargo que estaba ocupando en ese momento. Ese caminar era muy
sensual, demasiado para una princesa, y ese andar también le pareció
conocido.
¡Qué loco!, tal vez estás perdiendo la cabeza. Tienes que calmarte, —
se dijo a sí mismo—. Jamás había tenido una conducta antiprofesional,
había trabajado para personas muchas atractivas en el pasado. Pero esta
chica parecía tener algo diferente, una especie de energía sensual, que no
correspondía con la forma inocente e impoluta con la cual se conducía, y
esto le hizo pensar muchas cosas extrañas, las cuales no quería concientizar
en ese momento.
Por su parte, el nuevo y muy sexy guardaespaldas le generaba a
Islandia una especie de dualismo bizarro. Era la idea de saber que este
hombre, al cual había deseado por tanto tiempo, estaba allí a su lado, así,
por casualidades de la vida. Esto le provocaba una especie de placer
interno, y al mismo tiempo una risa incontrolable, ¿podía ser la vida más
irónica?
Entraron en el fastuoso lugar, que a él le sorprendió inmensamente. La
gente estaba allí solamente para ver a esta chica, no podía negar que era
realmente hermosa, pero ¿cuáles eran las prioridades de estas personas que
se obnubilaban con la presencia de una simple niña? Bueno, en verdad que
no era tan simple, era… preciosa, muy hermosa de hecho, y en persona
lucía mil veces mejor que en cámara.
- Ahora deberás armarte de paciencia, esto va a tardar bastante.
- Es mi trabajo, —le contestó—.
- Es genial, por fin un hombre que no tiene más nada que hacer que
esperarme todo el día.
- Así parece, —le contestó él sonriendo—.
Cuando ella subió al escenario todo el público la ovacionó, esa mujer
tenía mucho carisma. Él lo pudo notar, estas personas estaban encantadas,
tenía una presencia arrolladora, se sentía una especie de energía magnética.
Alessandro se sorprendió, le maravilló la forma como ella se
proyectaba, lo que decía. Era fascinante, sabía exactamente no solo lo que
decía, sino cómo decirlo.
- Estos niños representan el futuro de nuestra nación, es la generación
de relevo, es por eso que debemos invertir en ellos. Su Majestad
siempre ha estado a la cabeza en forjar las mentes del mañana. Así que
estamos invirtiendo en la educación a través de este programa de becas
a estos chicos extraordinarios, —y señaló al grupo de niños sentados
hacia su lado izquierdo—. El programa Reina Islandia honra el trabajo
que nuestra insigne reina llevó a cabo durante largos años promoviendo
la educación como el arma más importante para cambiar el futuro, no
solo de nuestro país, sino del mundo.
Alessandro estaba fascinado, la elocuencia de esa mujer era fantástica,
su elegancia, la manera como se desenvolvía en el espacio, con una
seguridad innata. De pronto, una loca idea se le pasó por la cabeza, esta
mujer…
- No, jajaja, estás loco, ¡claro que no!
Tenía un aire a… no puede ser, no puede ser, qué ideas tan locas se le
ocurrían, eso era la cosa más absurda del mundo. ¿Cómo comparar la noche
con el día?, ¡qué locura!, no tenían nada que ver una con la otra.
Estuvo allí como dos horas, hasta que finalmente bajó del escenario. Él
estaba maravillado, ¡qué mujer y qué forma de hablar!, era… elocuente,
muy elocuente.
- Ahora vamos a… ¡rayos!, jajaja, no recuerdo, cielos me siento un poco
cansada.
- Está pálida, Su Alteza ¿se siente bien?
- Sí, es que, no sé, me siento mareada.
- Es mejor que se siente princesa, puede ser… —y entonces se desmayó
—.
- ¡Cielos!, —entonces la levantó en vilo como si fuera una pluma—.
- ¿Qué pasó?, —dijo muy asustada Madame Eloise—.
- Se desmayó, lo mejor es llevarla a palacio, está muy pálida.
- ¡Santo cielo! ¡Princesa!
- Traiga agua con azúcar.
- Bien, yo… —dijo un tanto confundida—.
- ¡Ahora! —Exclamó Alessandro—.
La sacaron por la parte posterior para evitar la multitud. Era extraño,
pero ese cuerpo, la sensación de su piel le resultaba conocida, y finalmente
el aroma de su piel; una mezcla salvaje de flores y especias, muy sexy, pero
sobre todo muy conocida.
- No puede ser… no puede ser, hueles igual que… no, ¡qué tontería!, —
pero por alguna razón sentía el mismo estremecimiento interno que con
la sexy extraña—.
La recostó en el asiento trasero, se veía más pálida, si es que eso era
posible. La pobre, se notaba realmente cansada, como si no hubiese
dormido en años.
- Eres muy hermosa… —murmuró, y se sorprendió de sí mismo, de ese
comportamiento tan poco profesional—.
- Aquí está el agua.
- Princesa… —dijo levantándole la cabeza—.
- ¿Qué pasó? ¿Qué…?
- Se desmayó.
- Tú eres… el chico…
- Su Alteza ¿está bien?
- Eh… yo…
- Hay que llevarla a palacio para que la vea el médico.
- Pero… tenemos muchos compromisos.
- Tengo muchas reuniones.
- No, tendrán que esperar, —dijo mirándola con autoridad—.
- Pero…
- Está bien, Alessandro tiene razón, vamos a palacio. —Y se le quedó
mirando directamente a los ojos, esos ojos, esos intensos ojos azules—.
- No puede ser… no puede ser… —murmuró mientras se veían con
intensidad—.
- Ojos brujos… —dijo ella y se volvió a desmayar—.
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CORAZÓN ROJO Y AZUL
Convergencias
FUEGO INTENSO
Te quemas en un fuego intenso, es tu propia pasión que te enardece,
llamas supremas consumen tu cuerpo y no hay nada que puedas hacer.
Cuando deseas la belleza más allá de tu propio abismo, es el momento en
que tu corazón erupciona, como la lava volcánica, es tu fuego interno.
Ella es llama, como la candela de su cabello y de su corazón, un
corazón azul que aspira a ser rojo. La caza ha comenzado y las almas se
buscan, tardan en encontrarse hasta que finalmente en ese mismo lugar sus
ojos se cruzan entendiéndose finalmente el uno al otro.
Jugar con fuego puede ser peligroso, muy peligroso, jugar con tus
llamas, con las suyas, es mejor que no lo hagas si no sabes lo que te espera.
Alessandro se da cuenta muy tarde, esta bruja le ha tomado, la bruja
pelirroja, la princesa de fuego está sobre él y desea no saber, aunque su
cuerpo ya lo sepa.
Han pasado muchas noches desde la primera vez que bailó ante las
luces rojas, pero esta será distinta, ese hombre se convertirá en una especie
de obsesión. Sus ojos negros encantan, sus ojos negros son brujos, ¿a dónde
van sus ojos negros? Se pregunta dónde está, y entonces, muy a su pesar,
tendrá una respuesta: La Isla se enfrenta al Zorro Rojo… y lo demás es
historia.
CAPÍTULO V
Ella
Cuando vio el paraje tan conocido no se sintió como lo esperaba, era
como darle la bienvenida nuevamente a la cárcel que había conocido toda
su vida. Sus emociones estaban desbordadas, como si su verdadera
existencia hubiese quedado atrás, allá, en el pequeño pueblo en el cual
había conocido tantas cosas bonitas y feas. Allí estaban sus amigos,
sentidos y amores; pero, sobre todo, Cristian, el desgraciado de Cristian,
que le había enamorado y decepcionado en igual medida.
Era el castillo, un lugar en el cual se había sentido atrapada toda su
vida y ahora, muy seguramente, tendrían expectativas muy altas de ella.
Luego de todo lo que había pasado, estaba segura que así sería y no sabía
qué posición tomar, se sentía como si fuese un lugar nuevo, como si otra
vez comenzara una historia, una diferente, tal cual como cuando llegó a
Mariposas y tuvo que adaptarse, debía hacerlo otra vez.
- Bienvenida princesa, —le dijo Madame Eloise—, es un placer tenerla
aquí con nosotros, —exclamó con una sonrisa, pero sabía que no era
precisamente sincera, Madame nunca había sentido una particular
predilección hacia ella, era su hermana el objeto de su simpatía—.
- Gracias, me imagino que todo por aquí sigue igual que siempre, —dijo
sonriendo—.
- Pues ha habido algunos cambios, princesa, algunas personas se han ido
y otras han llegado.
- Como ¿quién, por ejemplo?
- Monsieur Casper Hubert se ha ido, y han traído como escolta a un
joven bastante eficiente, diría yo, —dijo con una sonrisa—.
- Ok, así que Casper ha caído de la gracia de Su Majestad o de mi
hermanita.
- No, Su Alteza, se ha retirado de su carrera como guardaespaldas, creo
que ya era necesario. Monsieur tenía prácticamente 60 años, era el
momento de hacerlo.
- Bien, —pero le pareció un dato interesante lo del nuevo escolta—.
Cuando entró en sus habitaciones se sintió completamente extraña. Ese
lugar le era ajeno, toda la comodidad y el lujo que destilaba el espacio, le
parecía innecesario. Era increíble cómo la mentalidad de alguien podía
cambiar de la noche a la mañana, luego de haber sufrido tantas privaciones,
todo lo que estaba a su alrededor le parecía sumamente grande, de unas
proporciones exageradas, y se burló de sí misma porque le parecía
completamente absurda su actitud. Todo lo que había disfrutado en su vida
ahora lo percibía como si fuese totalmente superfluo.
Se quedó allí un rato meditando, sentada sin saber qué hacer. Estaba en
la orilla de la cama mirando hacia su blanca y límpida pared, observando
ese muro lleno de fotografías, donde guardaba todo lo que consideraba
importante para su vida, fotos de decoraciones, estilismos de diseñadores,
modelos, artistas, todo lo que la inquietaba y la llenaba de fuerzas.
La imagen de Cristian vino a su cabeza y todo lo que había pasado
entre ellos. ¿Cómo alguien podía convertirse en algo tan importante y al
mismo tiempo marcarte el corazón como una especie de hierro caliente?
Ahora, ¿qué haría con su vida de ahora en adelante?, una vez que te has
enamorado así ¿cómo haces para seguir respirando?, ¿cómo rayos haces sin
esa cantidad de oxígeno que falta en tu garganta? Es un nudo que te ahoga a
cada paso que te alejas de la persona que despierta tu corazón.
Esos ojos negros estaban firmemente grabados en su mente y su cuerpo
desnudo, la forma como estuvieron juntos y lo que él le hizo sentir. Era
como si no existiera un mañana, y jamás ningún hombre le había provocado
una sensación como esa. ¿Cómo alguien podía fingir tanto?, era algo que no
lograba explicarse, pocas veces había estado con una persona que supiera
derrumbar y reconstruir su mundo en un solo instante.
Estaba comenzando a deleitarse en su propia imaginación y en todos
los grandes momentos que había tenido con ese desgraciado, a pesar de que
él mismo lo hubiese dañado todo. Aun así, su mente volaba otra vez a aquel
lugar donde fue tan feliz, allí estaba, en ese espacio que la imaginación
había logrado salvar, un sitio donde podía escapar de la cotidianidad, de su
propia existencia.
Se encontraba en su pequeño paraíso cuando fue interrumpida por el
impertinente toque de la puerta. ¡Maldición!, ya empezaba, allí nadie dejaba
en paz a los demás.
- Pase, —dijo ella—, enseguida apareció Eloise muy seria y vestida
como siempre de forma impecable, con ese aire de solemnidad, como
si no caminara, sino que pudiese volar.
- Dígame Madame, —dijo Isabella divertida con la pose de la mujer—.
- Su Majestad la solicita, dice que vaya inmediatamente, tiene que
hablar algo urgente con usted, Su Alteza.
- Oh… muy bien, me cambiaré y entonces iré a verla.
- Muy bien, Su Alteza, la reina, la espera en su oficina, —dijo con voz
suave—.
- ¡Vaya!, entonces la cosa es en serio, Su Majestad no puede siquiera
esperar que yo me haya aclimatado al palacio. De una vez me llama,
muy bien, así es nuestra querida soberana, si no lo hiciera de esa
forma, la desconocería.
Isabella procedió a cambiarse, su madre era muy quisquillosa, debía
portar ropas adecuadas, un jeans y camiseta obviamente no contaban como
“ropa principesca”. Estaba un tanto nerviosa, pues, seguramente, esta le
pediría cuenta de todo lo que había hecho en ese lugar. Aunque algo le
decía que ya lo sabía perfectamente.
Debía esperar los nuevos dictámenes de su reina para saber qué le
depararía el futuro y a dónde la iría a mandar esta vez. Pero si de algo
estaba segura, era que su vida de fiestas y juergas, todo lo que entendía
como diversión, había quedado atrás.
Mientras se dirigía hasta la oficina se sintió un poco nerviosa, no era su
madre a la que iba a ver ese día, sino a la soberana de su país, la cual tenía
dictámenes muy severos que debían cumplirse. Aunque ella fuese su hija,
no iba a hacer excepciones, todo lo contrario, la reina nunca era tan severa
como cuando tenía que darle órdenes a su Isabella, esperaba mucho de ella.
Ella hizo una profunda respiración antes de tocar la puerta y escuchar
la inefable voz cantarina de su madre diciéndole que entrara. Era como si
fuese a trasponer un umbral hacia otro universo, sin saber las consecuencias
de ello. Lo cierto era que estaba a punto que le cambiara la vida
nuevamente.
En el otro lado del océano, Christian entró en la puerta de su querida
jefa Katherine Valverde, la cual lo miraba con gesto suspicaz. Parecía muy
ocupada en algo que estaba escribiendo en su laptop, lo miró por encima de
sus gafas mientras este la observaba muy serio y con el ceño fruncido.
- ¿Qué rayos es esto? —Dijo tirando la revista con fuerza sobre su
escritorio, para darle a entender que estaba realmente molesto con la
situación—.
- Pues, lo que ves, una revista, es lo que acabamos de publicar acerca de
nuestra querida princesa Isabella, y te puedo decir que ha tenido un
gran éxito de ventas sin precedentes. Nadie puede negar que esa mujer
vende, y mucho, ahora nosotros estamos recibiendo todos los créditos
¡es genial! Hacía tanto tiempo que nadie la veía, y gracias a ti tenemos
la exclusiva.
- ¿De qué mierda me hablas?, ¡yo no tengo nada que ver con esto! Te
dije que no tenía el artículo preparado y que me dieras un poco más de
tiempo para hacerlo. Pero no, tenías que ensuciarme con tus malos
trucos y colocarme en algo que ni siquiera escribí. ¿Cómo se te ocurre
colocar mi cara y mi nombre en esta porquería?, —le dijo
completamente molesto—.
- No sé por qué estás tan molesto, mira, ha sido un éxito de ventas y esto
te va a ayudar mucho en tu trabajo, seamos sinceros, digamos que tu
carrera no es precisamente un éxito, y dista mucho de estar en el lugar
donde debería. Si te comparamos con tu padre, pues… ni hablar, pero
esto te va a ayudar mucho ¡qué te importa si lo escribiste tú o no! Lo
escribí yo, pero te estoy dando todo el crédito, ¿no sé de qué te quejas?
- Para empezar, no quiero que hables de mi padre, no tiene nada que ver
contigo, y mucho menos que me compares con él; segundo, yo decido
la manera cómo hago crecer mi carrera. Tú no tienes ningún derecho a
colocar mi nombre sobre algo que yo no he autorizado, ni te he pedido
favores, ni que escribas artículos en mi nombre. No he redactado ni
una sola palabra, esto es una basura. Esa es la verdad, sí, no me mires
así, lo escribiste tú, pero es una completa basura y un montón de
mentiras, la princesa no es nada de lo que aquí se dice.
- ¿Y qué te importa a ti si es o no es lo que allí se dice?, lo importante es
vender, y las cosas buenas lamentablemente no venden, lo que vende es
el escándalo, el show. Eso es precisamente lo que le estamos dando a
nuestro público; una princesa rebelde, que quiere esconderse de los
demás y que es enviada como castigo a una fundación de su madre
donde se hace pasar por otra persona ¡Eso es escandaloso! Lo mejor de
todo es que tú la has conocido muy bien, así que podemos seguir
sacándole el jugo a todo esto.
- ¡Te has vuelto loca!, no voy a explotar el nombre de esa chica. Es una
persona excelente, mucho mejor que tú y que yo, jamás me prestaría
para difamarla. Al contrario, estaba escribiendo un artículo donde
hablaba de las cosas buenas, del otro lado que nadie ve.
- Jajaja, ¿en serio?, ¿y cuánto te están pagando por esto? ¿No me digas
que te están pagando millones para que ahora te conviertas en el
emisario de la buena reputación de las princesas Mirabal? Eso sería
una movida muy inteligente de tu parte, y creo que te ayudaría mucho,
pero si piensas dedicarte a este tipo de periodismo no será así, como te
dije, el escándalo es lo que vende, quién quiere escuchar de personas
perfectas y buenas. Nadie te va a creer eso, y mucho menos después de
todos los escándalos que esa mujer ha hecho alrededor de todo el
mundo.
- Nadie me está pagando por nada, soy una persona con ética y jamás
me prestaría a una basura como esta. No soy como tú, que colocas el
nombre de alguien como si nada, aprovechándote de mi imagen y mi
firma, de mi credibilidad para sacar un artículo en el cual no das la
cara, sino que pones la mía. Esto es el colmo, ¡es la cosa más baja que
he visto en toda mi vida!
- ¡Vaya!, ahora te has vuelto un ejemplo de la moralidad, ¿y no fuiste tú
acaso el que investigó dónde estaba esa chica?, fuiste allá y le mentiste
descaradamente durante todo ese tiempo, haciéndole creer que eras un
simple voluntario, cuando en realidad solamente querías sacarle
información. ¿Dime tú si eso no es una cosa baja?, jajaja, —le dijo
sarcásticamente—.
- Las cosas no pasaron de esa manera, tú lo sabes perfectamente bien,
simplemente quería hacer un trabajo, pero no iba a hablar mal de ella,
—dijo con gesto alucinante—. Quería contar acerca de la verdadera
persona, y luego que conocí a esa persona, me di cuenta de que todo el
mundo estaba equivocado, que ella no es… qué… —dijo mirando el
gesto de suspicacia que ella tenía en ese momento—.
- ¡Oh… vaya!, pensé que eras mucho más inteligente, pero ahora
entiendo todo, ¡quién lo diría! Jajaja.
- ¿De qué estás hablando?, no te entiendo, no me desvíes el tema,
estamos conversando acerca de tu falta de ética. No creas que esto se
va a quedar así, no voy a permitir que uses mi nombre en una basura
como esta.
- ¿Así que te enamoraste de esa chica?, ¡vaya!, pensé que eras mucho
más inteligente, esto es tristemente patético. Creí que eras otra clase de
hombre, —le dijo mirándolo de una forma extraña—. Entonces en ese
instante él pensó que tal vez Esteban tenía razón y que esta mujer en
realidad sentía algo por él, durante todo el tiempo que había estado allí
le hizo la vida imposible, siempre con esa rara animosidad, tal vez esa
era la razón, era absurdo.
- No sé de qué mierda me hablas, lo que estamos conversando aquí es
acerca de todo lo que hiciste y lo reprobable que es tomar mi nombre e
imagen para ganar ventas con ella. Eres una completa estafa como
periodista, y como persona te comportas de una manera totalmente
reprobable, no tienes ningún derecho, ni permiso para usar mi imagen
personal de esta manera.
- Bueno, es cuestionable decir que no hiciste nada.
- ¿Qué dices?
- Pues… la verdad escribiste muchas opiniones negativas acerca de esa
princesa, dejaste muchas notas interesantes. Por eso es, digamos, un
tanto risible que comentes eso.
- ¿Esculcaste mis cosas?
- Te recuerdo, todo el material que produces es propiedad de la revista y
puedo usarlo cuantas veces quiera. Eso es parte de tu contrato, mientras
estés bajo el mismo y seas mi empleado, así que tengo todo el derecho
de usar ese material como lo crea conveniente.
- ¡Eres una maldita loca!, no tienes ningún derecho a usarlo, lo que
quería hacer era muy bueno y te hubiese dado muchísimas ventas, pero
ahora lo has echado todo a perder en tu afán por generar amarillismo.
- Mmm… la defiendes, te debe haber ido muy bien por allá, no lo dudo,
esta chica tiene fama de ser… bueno, ya sabes, tiene debilidad por los
hombres guapos. Seguro que no fuiste la excepción, después de todo,
tienes debilidad por las mujeres que tienen más rango que tú, como esa
otra novia tuya… eh… ¿cómo es que se llamaba?
- Mi vida personal no tiene nada que ver con el trabajo, ¿cómo sabes tú
que es mi ex novia?, ¿de dónde sacas eso?
- Digamos que tu vida personal no es tan privada como tú lo desearías.
Además, siempre te gustaron las mujeres importantes como esa tal Eva
Fuentes. ¡Ah…! Así es que se llama ¿no? Es una gran escritora y su
padre el dueño de un grupo editorial, muy conveniente. Así que tarde o
temprano todo se termina por saber, sobre todo cuando se trata de gente
tan poderosa.
- Lo que haga o deje de hacer no es cosa tuya, lo que estamos hablando
es un asunto laboral, una falta de ética terrible de tu parte. No creas que
me vas a distraer con esta conversación sin sentido.
- Ya te dije que tengo derecho a todo el material que tienes allí,
simplemente tomé lo que tú mismo habías escrito y lo publiqué porque
necesitaba el dichoso artículo. Te dije mil veces que me dieras la
información y no lo hiciste, tenía un cierre, así que como no cumpliste
con tus obligaciones, tuve que tomar cartas en el asunto.
- Esa es una pobre excusa, te robaste todo mi material, así, como si
nada, como si fuese normal que un periodista hiciera ese tipo de cosas.
Pero esto no se va a quedar así, voy a tomar cartas en el asunto, ya
verás.
- Jajajaja, bien, haz lo que consideres conveniente, pero la verdad no vas
a llegar a ninguna parte, porque, como te dije, tienes el contrato
firmado conmigo y todo el material que se produce pertenece a la
revista. No puedes hacer nada, todo está allí, si quieres, puedes
verificarlo, son tus propias notas, lo tomé todo de allí, está escrito de tu
puño y letra.
- ¡Eres una bruja!
Allí, al otro lado del mar, Isabella miró los ojos azules de la reina, los
cuales parecían penetrarle como si fuese una espada. Esta mujer se traía
algo entre manos y no podía saber de qué se trataba en ese gusto instante.
Un extraño brillo parecía cubrirlos, quería indagar en ella, leerle el
pensamiento como si fuese un libro, la conocía o al menos eso pensaba. Su
mirada era muy fuerte, a Su Majestad le interesaba saber el estado
emocional de su hija.
- Bueno, —dijo finalmente luego del escrutinio—, has vuelto a palacio,
siéntate,
—exclamó con su aire elegante de siempre—, la mujer llevaba un
vestido de seda en color azul que combinaba a la perfección con su
cabellera pelirroja y su piel de nácar, lucía francamente regia ese día.
- Su Majestad, es un placer estar nuevamente con usted, —dijo ella
sonriendo, le encantaba darle ese tipo de trato formal cuando estaban
un tanto molesta con ella—.
Vaya que sí lo estaba, primero la había desarraigado de su lugar y su
familia para llevarla a aquel sitio. Luego que se había acostumbrado a ese
lugar, entonces la sacó nuevamente trayéndola al castillo.
- Al parecer, estás molesta conmigo por algo, pensé que estarías muy
feliz por haber salido de ese lugar. Después de todo, Mariposas no es
un lugar muy agradable, me refiero que es un lugar bastante humilde,
en el cual me imagino que debe haber pasado bastantes penurias.
- Pues, me imagino que estás al corriente de todo eso, tienes a muchas
personas que pueden informarte. Todas las personas que seguramente
pusiste allá para que se encargaran. Sí, no me mires así, no soy tonta,
sé perfectamente que muchas de las circunstancias a las que fui
sometida fueron órdenes tuyas, madre.
- Ahora lo que me interesa saber es ¿qué aprendiste de todo esto? Es
decir, luego de haber visto la vida real y a personas verdaderas, ¿qué te
queda como lección de vida?
Ella se le quedó mirando, sabía exactamente lo que su madre quería
escuchar, le molestaba que pensara la podía manipularla cómo se hace con
una estúpida marioneta, mandarla allá y esperar que cambiaran de un día
para otro. Para luego restregárselo por la cara, eso le molestaba
grandemente, no le gustaba para nada la gente que querían controlarla o
manipularla.
- Pues nada, qué podría aprender, sino la tristeza, la miseria que rodea a
esas personas, —dijo con un gesto displicente—, aunque no era cierto,
pero no quería darle el gusto a su madre de repetir justamente las
palabras que ella esperaba escuchar.
- Sé que eso no es cierto, lo que estás diciendo no es más que una
mentira, puedo verlo en tus ojos. Eres mi hija y te conozco muy bien,
sé perfectamente que has estado viviendo cosas importantes allá, —a
Ella le pareció que esa última frase la decía con un acento diferente—.
- ¡Qué sabes tú!, no sabes realmente quién soy, crees saberlo, pero no es
así. Nunca te has molestado en conocerme, pero no importa, no me
mires así. No te estoy reprochando nada, simplemente es un
comentario y nada más.
- Mmm, suenas muy inmadura, eso sería algo que dirías a los 15 años.
Pero bien, sé que estás mintiendo porque tengo aquí en esta carpeta la
prueba de todo lo que has estado haciendo allá. Has trabajado mucho
con todas esas personas, eso me alegra, aunque goces negándolo.
Todos me dieron muy buenas referencias de ti, tuviste experiencias
muy positivas e hiciste un trabajo de calidad, así que no quieras fingir
conmigo tan solo por el orgullo de no darme la razón.
- Así que era cierto lo que yo pensé, me estabas mandando a vigilar con
tu gente. ¡Ja!, lo supuse, no dejas nada a la improvisación, siempre
tienes todo completamente planificado.
- ¿Crees que te dejaría sola en este lugar tan peligroso? ¿Acaso crees
que estoy loca? Por supuesto que tenía protección para ti.
- ¿Tenía escoltas? ¡Maldición mamá!, —su mente comenzó a dar
vueltas pensando lo que había hecho, y que tal vez Su Majestad estaba
al tanto, ahora sentía como una especie de zozobra, pensando qué tanto
vieron esas personas—.
- Por supuesto que tenías escoltas, ¿cómo crees que te iba a dejar sola en
ese lugar?, debía asegurarme que tuvieses la protección posible. Es
peligroso para ti, eres una princesa, donde quiera que estés, debes estar
protegida.
- ¡Maldición mamá!
- Modera ese vocabulario, no me gusta para nada la manera como te
estás expresando.
- Me saca de quicio todo esto, me sometes a este tipo de cosas, siento
que estoy en una maldita cárcel todo el tiempo.
- Sí, imagino que esto debe molestarte mucho, pero la verdad es que
creo te divertiste más de lo que demuestras… —hizo una pausa que le
pareció necesaria—. Como, por ejemplo… —y le mostró la foto donde
salía ella con Cristian en la feria—.
- ¡Rayos!, debí saberlo que estarías vigilándome en cualquier lado,
jajaja. Pero esto ya es demasiado, incluso para ti, mira que sacarme
fotos, esta vez sí que te superaste.
- Te mandé allá para que trabajaras, pero en cambio te veo paseando con
ese chico, que de paso es un periodista, apenas puedo creerlo, ¡un
periodista! ¿Es en serio?
- Debí saber que lo ibas a investigar, jajaja, si no lo hubieses hecho no
serías tú, era lógico que lo ibas a hacer.
Se levantó molesta con ganas de salir de ese lugar, pero cuando se
disponía a retirarse su madre le hizo una señal para que se quedara justo
donde estaba. Ella frunció el entrecejo, era un completo fastidio, se sentía
como si tuviera 15 años nuevamente, su madre no conocía límites.
- Todavía no he terminado contigo, hazme el favor de sentarte, —y en
ese instante no era su madre la que hablaba sino la reina, a la cual debía
obedecer sin chistar—.
- Bien.
- Por supuesto que investigo a todas las personas que se te acercan, eso
lo sabes, no puedo tomar el riesgo de dejar que alguien peligroso esté
cerca de ti.
- ¡Ja!
- Y ya ves, no me equivoqué.
- ¿A qué te refieres?
- Sabes exactamente a qué me refiero.
- Te equivocas, no tengo ni la más remota idea.
- Bien, entonces te ayudaré un poco, —giró su laptop y allí estaba la
noticia escrita por él con su foto, todas las cosas que decía de ella y que
prácticamente se sabía de memoria—.
- Ya, a eso te refieres.
- ¿Te parece poco? ¿Cómo es posible que hayas sido tan ingenua?, este
hombre te estuvo engañando todo el tiempo, haciéndose pasar por otra
persona… y quién sabe qué más.
- Seguro Camila te dijo todo eso.
- No era necesario, creo que aquí es bastante evidente. Es un chico muy
guapo, de eso no hay duda, aunque no creo que sea de tu tipo.
- Mmm…
- Son tus gestos… son…
- ¿Ahora analizas mis fotos? Jajajaja, por favor madre, si te dedicas a
analizar la gestualidad presente en cada una de las fotos que me toma
la prensa, jajaja, tendrás que dedicarte solo a eso. ¡Pobre madre!, te vas
a volver loca.
- ¡Te exijo que me respetes!, no me hables en esa forma Isabella,
recuerda quién soy.
- Deberías estudiar la gestualidad de Islandia también, creo que eso sería
bastante interesante.
- Islandia sabe el lugar que ocupa.
- Oh… claro, ella es tu hija perfecta, ¿cierto?, se me olvidaba eso.
- Como te dije, ella se sabe comportar, no como tú que lo haces de una
manera realmente reprobable.
- ¡Oh… cielos!, tampoco es para tanto, solamente un chico y nada más,
no significa nada importante. —Era obvio que mentía, pero no iba
mostrar debilidad delante de su madre, y no le iba a dar la razón—.
- Soy tu madre, te conozco muy bien, francamente cuando vi esta foto
supe que algo malo estaba pasando. Con solo ver tu cara y sabiendo
cómo eres, es esa expresión, jamás te había visto así, —dijo señalando
la foto con el dedo índice—.
- ¿De qué hablas madre?, ten cuidado, no te vayas a alterar demasiado y
pierdas la elegancia que te caracteriza, —le dijo con sarcasmo mientras
la reina la miraba con el ceño fruncido—
Ambas mujeres se miraron en una actitud de reto. Un dúo de fuerzas
contrarias que chocaban con una ferocidad inmensa. Isabella no pensaba dar
su brazo a torcer, por su parte, su madre tenía carácter y decisión. Ambas
mujeres eran muy parecidas, por esa misma razón chocaban.
Era esta cualidad de su carácter la que precisamente le hacía diferente a
su hermana. El don de mando de aquellos que no se dejan coaccionar por
nadie. Aunque era la cualidad de la realeza, también resultaba un gran
estorbo a la hora de querer controlar a su hija.
- Muy bien hecho, ahora por tu imprudencia tendré que lidiar con las
consecuencias de tus acciones. Tendré que lidiar con los diarios, los
medios malintencionados, con todo, y sin ninguna necesidad, ya he
mandado gente para que se encarguen, y este chico, ese chico…
¡cielos!, ¿cómo pudiste ser tan ingenua?
- Déjalo en paz madre, solamente estaba haciendo su trabajo. No es
nada del otro mundo, peores cosas han dicho de mí en la prensa, no
entiendo cuál es tu aspaviento, esto que dice aquí no es más que una
tontería y no me importa en lo más mínimo.
- ¿Así que esto es peor de lo que había imaginado?, debe gustarte
mucho como para querer protegerlo después de todo lo que te hizo. No
es una buena persona, eso de involucrarse en Mariposas para
espiarte…
- Madre.
- Tratar de hacerse tu amigo y quién sabe qué más para engañarte de la
forma que lo hizo, burlarse de ti así, públicamente habla muy mal de
él. Pero en vez de estar molesta ¿me dices eso? La verdad es que no te
entiendo Isabella.
- No tienes que entenderlo, no es nada del otro mundo, ya te dije que
solo fue por diversión. No será la primera vez que haga cosas como
estas. En el pasado ya me has conocido algunas otras aventuras, ya eso
quedó atrás y no me interesa, así que no hagas más nada, simplemente
deja eso así, la gente ya se olvidará cuando tengan una noticia
novedosa acerca de nosotros.
- No te creo absolutamente nada, piensas que no te conozco, sé
perfectamente que esa es la cara que pones cuando te gusta alguien, y
mucho.
- No tienes la menor idea de lo que estás hablando, no me gusta nadie y
mucho menos una persona como él, por favor mamá, no es más que un
plebeyo.
- Por favor, eso no te lo crees ni siquiera tú misma, basta verte la cara
que tienes ahora cuando hablas de ese chico para saber que en realidad
te gusta y mucho, con quién crees que estás hablando niña. Soy una
mujer experimentada y conozco exactamente como se ve y se comporta
una mujer cuando está enamorada. Si no fuese así no lo estarías
defendiendo, y dejarías que mis abogados lo hicieron trizas.
Era una especie de batalla silente la que ellas dos compartían, y así
jamás podría confesar realmente lo que estaba sintiendo, lo que sentía por
dentro. Ella jamás entendería que este hombre había logrado despertar una
sensación profunda y real en su corazón.
Como ningún otro lo había podido hacer, ni siquiera el más elegante de
sus pretendientes. Cristian era distinto, lo sabía, pero no lo admitiría por
nada del mundo y menos con su madre.
- Bien, se ve que nunca me vas a dar la razón, así que no tiene ningún
sentido el seguir discutiendo. Dejemos este tema de lado por un
momento, de todas maneras, es completamente intrascendente, porque
igual este hombre te ha decepcionado por alguna u otra razón. Eso
también lo puedo ver en tu mirada y, aunque no fuese así, sabes
perfectamente que no puedes tener una relación con un hombre como
ese, es… demasiado, cómo diría, ¡insignificante!
- Exactamente, entonces no te preocupes, yo sé ocupar mi lugar, y jamás
me fijaría en alguien que no me convenga. Su madre la miró casi
aguantando la risa, ya se había fijado en demasiadas personas
inconvenientes como para que ella pudiera creerle.
- Bien, como quieras, —le dijo, y en ese momento alguien tocó la puerta
—.
- Su Majestad, —dijo la persona que entró en ese instante, y que no era
más que su primo Izzy, cuando la vio parecía que su rostro se le había
iluminado—. Ella…
- Izzy… —y sintió como si un rayo de luz hubiese entrado en ese
instante en la oficina de su madre—. Izzy era su chico favorito, el
mejor de todos, con quien podía hablar y ser ella misma, su compañero
de aventuras, ese era él y mucho más.
- ¡Por fin estás aquí!, —fue directamente a ella sin reparar en la reina,
ambos se abrazaron con fuerza como si jamás se hubiesen visto en toda
la vida—.
- Izzy, ¡cielos!, no puedo creer que estés aquí, es casi como un milagro
volver a verte, —el rostro le brillaba de la felicidad—.
- Bien, ya está bueno de tantos saludos, no los traje aquí para eso. Ahora
quiero que finiquitemos un asunto que es de suma importancia para
ustedes. Tenemos que hablar ahora que Isabella ha regresado, estoy
más que segura que estás pensando en qué vas a hacer Izzy.
- Su Majestad…
- Ya lo sabrás.
- ¡Mamá!, ¡por todos los cielos! Ni siquiera he terminado de llegar y ya
empiezas con esto, el pobre no está haciendo nada malo, simplemente
ha venido aquí para verme.
- En realidad… vine porque me llamó la reina, no tenía la menor idea
que ya estuvieses aquí, —le dijo sonriendo de forma nerviosa—, ¿por
qué crees que tengo esta cara?, —en realidad se notaba un tanto
nervioso y extraño—.
- Haces bien en estar asustado, porque no voy a permitir nuevamente
que todas las cosas que han pasado se repita, ninguno de ustedes va a
poner en peligro nuevamente el buen nombre de la corona, de eso me
voy a asegurar.
- ¿A qué te refieres con eso?, —le dijo ella analizándola, ahora ¿de qué
hablaba esta mujer?—.
La reina se levantó de su silla con elegancia y el precioso vestido largo
de seda azul ultramarino se movió como un precioso pétalo azotado por el
viento. Era una exquisita confección de Antoine Trudeau que combinaba a
la perfección con su cabello de fuego y su exquisita piel de porcelana.
- Izzy firmó un acuerdo, en el cual se comprometía a trabajar contigo
una vez que regresaras al país. Eso es justamente lo que vamos a
establecer en este preciso momento.
- ¡Rayos!, ¿a ti también te hicieron firmar eso? —Dijo ella y entonces
comenzó a reírse porque le causaba mucha gracia el hecho que Izzy
hubiese caído también en lo mismo—.
Resultaba bastante absurdo el verse sometido a este tipo de cosas, a los
25 años… o más en el caso de su primo. Su madre, definitivamente, creía
que ellos todavía seguían siendo los mismos niños que jugaban en su
habitación, cerca de sus finos y hermosos pies reales.
- Así es, ambos se han comprometido y deben cumplir con ello. Esta es
la hora de asumir responsabilidades, no permitiré nunca más que
vuelvan a andar por allí sin hacer nada, sin oficio y perdiendo el
tiempo. Ahora utilizarán su fama, presencia e investidura real para algo
que sea útil.
- Ahora ¿para dónde me vas a mandar mamá? ¿Me vas a tener viajando
alrededor de todo el mundo? ¿De un lado para el otro?, —dijo ella sin
saber a qué se estaba refiriendo Su Majestad con todo aquello—.
- La Fundación Mariposas, a eso me estoy refiriendo, de ahora en
adelante ustedes dos se encargarán de presidirla, dirigirla y todo lo que
eso conlleva y representa.
- ¡Oh… cielos!, ¿así que era eso?, la fundación Mariposas, ¿no me digas
que me vas a mandar a ese terrible lugar?, —dijo Izzy colocando cara
de espanto—.
- Trabajarán aquí juntos y sacarán esto adelante, como dos personas
adultas y capacitadas. De ahora en adelante no habrá fiestas, ni nada de
eso, solamente trabajo, y ustedes dos se encargarán de todo, quiero ver
resultados y me pasarán informes respecto a los mismos.
Isabella y su primo se miraron, sobretodo este último parecía
aterrorizado ante la temida noticia. Era lo que se había figurado, tenía todas
las intenciones de dañar su vida social y de refundirlo en una existencia
monótona y aburrida, la cual él no deseaba en lo más mínimo. Parecía que
le había caído un balde de agua fría encima, y estaba totalmente petrificado
como si le hubiesen dicho que había muerto alguien muy importante.
Si había algo que Izzy detestaba, era precisamente la cotidianidad y la
rutina. Eso era como la muerte, así que, en cierta forma, alguien iba a morir,
y era él mismo, al menos en sentido metafórico. Se quedó paralizado sin
saber qué decir, mientras la reina lo miraba con una sonrisa, ella sabía
exactamente lo que su querido sobrino estaba pensando, y no era nada
bueno, pero tendría que habituarse a su nueva vida o atenerse a las
consecuencias en el contrato que había firmado, este lo decía claramente, y
ya no podía echarse para atrás.
Por lo menos Isabella había vuelto y eso era un consuelo. De ahora en
adelante, las cosas podrían ir mejor, estando en compañía de su amada
prima, ya conseguiría la forma de escaparse del régimen de terror de Su
Majestad. Siempre había formas de hacerlo, así que no todo estaba perdido.
En ese mismo instante, Cristian salió de la revista con el pensamiento
de no volver, supo que no tenía otro recurso más que sus palabras para
probarle a Isabella la verdad de sus sentimientos. Era un gran peso el que
llevaba sobre sus hombros, en ese instante se dio cuenta lo tonto e ingenuo
que había sido.
Él mismo había cavado la fosa donde iba a caer, eran efectivamente sus
notas las que Katherine había usado para redactar el artículo. Había sido tan
estúpido en hacerse suposiciones de la princesa sin haberla conocido antes,
y ahora se sentía completamente avergonzado de sí mismo.
Isabella había conquistado su corazón, no solamente por la maravillosa
noche que pasaron juntos, sino por todo lo demás que compartieron durante
el tiempo que estuvo en ese lugar. Ella era mucho más de lo que la pensaba,
no la princesa malcriada y tonta, no era una chica superficial que solamente
pensaba en fiestas, era alguien con sentimientos y carácter, y él estaba
dispuesto a lo que fuera con tal de poder alcanzarla y decirle lo que sentía,
de solo ver sus ojos tendría que creerle, porque nadie puede fingir un
sentimiento como el amor de esa manera.
Ahora estando en su país todo sería difícil porque ya no era la chica
que él había conocido, sino la Princesa Isabella Mirabal, una persona a la
cual no tenía acceso. Pero siempre había formas de encontrar la solución
para todo, y él tenía la suficiente inteligencia para hacerlo, así que no se
daba por vencido tan fácilmente.
- Te lo prometí y lo haré, —dijo—.
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CAPÍTULO VI
La luna
No había mejor lugar para cuidar a la princesa que la cabaña de su
querido mentor Casper Hubert. Allí podría disfrutar de la naturaleza y la
sensación de libertad, sin que corriese ningún riesgo. Alessandro había
aprendido la geografía del lugar, era un sitio increíblemente hermoso, no la
cabaña de su abuelo, por supuesto, en la cual la belleza tropical terminaba
de adornar hermosamente todo el entorno, pero era algo. Cuando ella le dijo
que quería salir a desestresarse a algún sitio, sin dudarlo le indicó que ese
era el mejor.
Ella estuvo complacida con la elección y, pese a que era un lugar
bastante rústico y simple, parecía gustarle. Se encontraba extasiada con la
belleza natural, era increíble que una persona así pudiera disfrutar de algo
tan sencillo cuando estaba acostumbrada a lo mejor.
Alessandro estaba allí mirando cómo la princesa correteaba alrededor
del lago, se veía completamente relajada, como si fuese otra persona muy
diferente a la mujer que ella había visto dando ese discurso. Al incidir el sol
sobre su cabello parecía un fuego encendido, y eso le encantaba. Vestía de
una manera sencilla, con jeans, camiseta y zapatillas deportivas. Parecía
cualquier chica de esas que había visto caminando por las calles de Caracas,
solamente que esta era mil veces más elegante y más hermosa.
La estampa de ese lugar era digna de una de esas fotos de las redes
sociales, o tal vez de uno de esos libros de fotografía que algún artista
famoso había publicado. Solamente quien tuviese los ojos correctos podía
disfrutar el lago y su profundo color turquesa.
El maravilloso bosque de árboles enrevesados tenía un aspecto
artístico. El conjunto era un tanto artístico, como si fuese una de esas
pinturas de acuarela hechas con técnica atmosférica. Realmente encantador,
de forma tal que contemplarlo resultaba un placer.
Ella se detuvo y se quedó muy quieta contemplando el lugar, parecía
que estaba a su gusto en la tranquila soledad y en el silencio. Como si
perteneciera a otro lugar muy distinto al que le rodeaba normalmente, vivía
en su burbuja, que era un mundo propio, se veía como un ser etéreo, salido
de un cuento. Se le antojaron muchas cosas y la mayoría de ellas no eran
del todo correctas para su investidura.
- ¿Qué rayos te pasa? —Susurró—.
Solamente era él quien estaba allí, ella no quería más escoltas, y luego
de lo que había pasado en la fundación con el programa de becas y su
desmayo, este se había ganado su confianza por la eficiencia y la capacidad
de respuesta que había tenido en momentos de crisis. Bueno, eso y que le
encantaba tenerlo adivinando, era una especie de placer culposo el que le
generaba saber tanto de él, mientras Alessandro no conocía nada de ella.
Al lado del fuerte y rudo hombre se sentía completamente segura. Pero
no era solamente eso, sino que también le causaba mucha diversión el estar
tan cerca y tan lejos de ese hombre, de aquel que la había hecho sentir como
ningún otro, y que al mismo tiempo se le antojaba como una especie de
héroe silente.
Mirando el lago Islandia se preguntaba qué rayos estaba pasando por
su propia cabeza. ¿Acaso había perdido el juicio? Recordó esa noche que
pasaron juntos y todas las imágenes se revolvían, chocaban, tanto como
para causarle estúpidas mariposas en el estómago. Sabía que en este
momento él estaba parado a unos cuantos metros detrás, observándola, y
eso le hacía sentir una agradable sensación voyerista.
Se preguntaba si él se habría dado cuenta de algo, aunque no parecía
particularmente suspicaz al respecto. Luego de todo lo que había pasado y
de haberla visto tan cerca, ¿cómo era que no se daba cuenta?, ella era la
rubia, ¿qué le pasaba a este hombre?
- Quizás no sea más que un idiota, —dijo susurrando suavemente y
riéndose—. Le encantaban este tipo de travesuras, pero desde que
conoció a Alessandro no había salido más a sus incursiones nocturnas,
al menos no de esa forma como lo hacía antes. Sentía un impulso de
estar cerca de aquel hombre que la había hecho delirar y desmayar del
placer.
Ese ser salido de otro universo la desnudó de la forma más sensual y
lenta posible, provocándole una especie de tortura extrema. Esas manos
eran tan grandes y fuertes que fácilmente pudieron haberla arropado a
plenitud. Aquella noche maravillosa no podía dejar de pensar en eso.
La sensación de su cuerpo sobre el suyo era cálida y fuerte, su piel ruda
y masculina la arropaba como si fuese una tibia cobija en un día de
invierno. Este hombre tenía algo diferente a los demás, de eso estaba
segura. No era invasivo, pero al mismo tiempo resultaba lo suficientemente
masculino para hacerla sentir un escalofrío interno.
Era la forma como sus manos se apoderaron acariciando su pubis,
estremeciéndola de pies a cabeza. Sabía exactamente el punto correcto para
enloquecerla, tanto como para que su clítoris entrará en acción rápidamente
y así tuvo el primer orgasmo de la noche.
- ¡Oh cielos!, —fue todo cuanto pudo decir—, no había palabras para
expresar lo que estaba sintiendo. Pero sí existían, resultaba
completamente absurdo para que formularlas, con sus gritos era más
que suficiente.
Eso era tan solo el comienzo, porque ella no imaginaba lo que él tenía
planeado en su mente. Por alguna razón se quedó quieta, siempre tomaba la
batuta en la relación, era ella quien decidía cómo, dónde y por qué. Pero en
este instante, luego de sentir las profundas contracciones de su ser interno y
la humedad maravillosa, no sabía cómo responder a este hecho, estaba
realmente sorprendida.
Aunque era una respuesta natural del cuerpo, esta vez fue provocada de
una forma intensa y poderosa, muy rápida, como no había imaginado que
pudiera ser. ¿Qué era este huracán maravilloso que la desarraigaba de sus
cimientos?
El permaneció impertérrito desde su lugar, observándola, mirándola
profundamente. No sabía cómo comportarse delante de esa mujer, no había
persona más maravillosa. Era una gran contradicción entre esta y la rubia
misteriosa, bueno, la pelirroja misteriosa.
La princesa se quedó allí paralizada, parecía estar pensando en algo y
él hubiese deseado estar dentro de su mente. Quería saber exactamente qué
pasaba por ella, esa mujer le inspiraba algo increíble, sabía que era una
persona totalmente distinta a lo que decían, le parecía más bien espontánea
y tierna, una gran contraposición de personalidades y variables que le
devanaba los sesos.
A lo lejos el cielo avisaba la pronta tormenta, el gris horizonte
mostraba que quizás en poco tiempo estaría lloviendo, por la posición y la
velocidad con la que se movían las nubes podía saberlo. Pero a ella parecía
no importarle, y al cabo de un rato ya se sentía la brisa con el aroma
característico, en algún lugar cercano se había desatado el aguacero.
Al verla durante tanto tiempo paralizada, y sin apenas moverse, pensó
que tal vez estaba ocurriendo algo. La princesa siempre parecía muy
ecuánime, perdida en sus pensamientos, entonces fue hacia ella suavemente
para no molestarla y así percatarse de que todo estuviese bien.
- Su Alteza, disculpe que la moleste, pero la noto un tanto ida desde
hace bastante tiempo, y me pregunto si le pasa algo malo.
- ¿Desde cuándo mirar este precioso paisaje puede ser algo malo? Me
siento feliz de estar aquí, este lugar es maravilloso y la cabaña es
¡espectacular! Pero sobre todo, el bosque y cómo se ve el horizonte
desde aquí, ¡estoy realmente fascinada!, —dijo ella mirándolo con una
sonrisa de oreja a oreja—.
- Me alegra que le haya gustado el lugar, pero me parece que dentro de
poco va a llover. Mire, —le dijo señalándole el cielo—, entonces ella
simplemente sonrió y no le contestó nada. Princesa, lo mejor es que
nos vayamos, cuando se hacen esas nubosidades allí, de ese tipo, es
porque va a caer un gran vendaval, —exclamó con gesto severo y
señalándole el punto preciso en el cielo donde comenzaban a
acumularse unos grandes nubarrones—.
- ¿Qué pasa con eso? —Respondió ella—, ¿cuál es el problema con que
caiga un vendaval?, —parecía tan tranquila que le sorprendió su actitud
—. Creía que era una de esas mujeres a las cuales le escandalizaba la
lluvia, que pensaban podría arruinarles su cabello hermoso y cuidado,
pero esta chica no parecía así.
- Bueno, yo cumplo con decirle, este tipo de aguaceros, por lo que he
visto, son realmente fuertes, y si continúa aquí, dentro de poco se
estará mojando la ropa y el cabello, —dijo insistiendo para ver si ella
entendía lo que él quería decirle—.
- No me voy a derretir ¿o sí? En cuanto a la ropa o el cabello, es solo
ropa o cabello. Como se moja, así mismo se puede secar. No te
preocupes, lo que estoy mirando ahora es más importante que esas
tonterías, —a él le impresionó que hablase de esa forma—.
- Bien, como usted diga, princesa.
Entonces volvió a retirarse nuevamente unos cuantos pasos hacia atrás,
pero no tan lejos como había estado hasta ese momento. Desde allí la suave
brisa le hacía llegar el maravilloso perfume de esa mujer, una mezcla de
flores y especias. Cerró los ojos e inspiró profundamente, un
guardaespaldas nunca debía cerrar los ojos y ese era otro error que acababa
de cometer, se cuestionaba continuamente, ¿por qué se comportaba así de
una forma tan anti profesional?
Pero ese aroma le recordaba a la rubia, ¿por qué esta mujer usaba el
mismo perfume que aquella? Era algo extraño, no podía explicárselo,
resultaba francamente absorbente el aroma y la sensación de ese cuerpo,
había deseado tanto otra vez ver a esa mujer, y ahora estaba alucinando
porque le parecía que la princesa estaba muy cerca de verse o sentirse como
ella.
El viento arreció un poco más, trayéndole la cálida sensación de su
piel. Era algo completamente embriagador, llenaba cada poro de su piel, y
allí estaba, sintiendo la presencia de este ser maravilloso que estaba tan
lejos y al mismo tiempo cerca. Pensó que nadie le gustaría tanto como
aquella rubia, o al menos no con la misma intensidad, pero allí estaba la
princesa, la persona más inconveniente en este mundo para desmentir esas
hipótesis.
En ese preciso instante se desató el torrencial aguacero, tal cual como
él le había dicho. La princesa se quedó allí, de pronto comenzó a dar gritos
de felicidad y a corretear, mientras él no pudo más sino sonreír. Era mucho
más espontánea de lo que había imaginado y le pareció encantador todo lo
que hacía. Así que la dejó corretear sin perderla de vista, mientras la chica
daba vueltas entre la lluvia, a él le provocaba llegar hacia donde estaba y
abrazarla, era demasiado encantadora.
- Princesa, por favor, es hora que regresemos, se está haciendo tarde.
Mire, —le dijo señalando el cielo—, pero hizo caso omiso y siguió
correteando por todos lados, parecía una niña a la cual nunca se le
había dejado ser libre, y eso le causó una sensación de dulce
compasión.
Hasta ese punto debía sacrificarse por su corona y su familia. No tenía
derecho siquiera a contemplar o divertirse con un espectáculo tan simple
como el de la lluvia. Era fascinante todo lo que provocaba un fenómeno
como este en ese ser, maldición, pero no podía desvincularse de su trabajo.
La lluvia se acrecentó aún más, ya era francamente insoportable. Así
que salió corriendo hacia donde estaba, intempestivamente la tomó de la
mano para llevarla a la cabaña. Islandia se sorprendió, quiso escapar de él,
Alessandro la tomó entonces entre sus brazos y la cargó hasta la cabaña,
mientras ella lo miraba con un gesto sorprendido. Definitivamente, no era lo
más adecuado para tratar a una princesa, pero esta mujer hubiese seguido
corriendo por todo el lugar si él no lo hubiese hecho de esa manera.
- Así que ahora te ha dado por cargarme a todos lados… te informo que
tengo mis propios pies y puedo moverme cuando y como quiera, —le
dijo señalándolos y aguantando las ganas de reírse, mientras el agua se
escurría por su cabello y toda su ropa—.
- Lo sé princesa y disculpe, pero es necesario tenerla así, a salvo. Este
tipo de situaciones espontáneas son francamente encantadoras, pero no
puedo perderla de vista en ningún momento, lo siento, es mi trabajo, —
exclamó frunciendo el ceño, pero ella no paraba de reír, parecía presa
de un repentino ataque de risas—.
Él la depositó en la entrada, mientras todavía estaba muerta de la risa y
disfrutando de lo lindo ver la cara de él, era demasiado graciosa su
expresión.
- Jajajaja, francamente me da risa tus aspavientos. Tal parece que fuera
una lluvia ácida o algo así, es simplemente agua, la gente se moja todo
el tiempo, no veo por qué te pones así, pero bien, si tú insistes, —
entonces se apartó para que él le abriese la puerta, cosa que hizo y
ambos entraron dentro de la cabaña—.
- Está haciendo algo de frío princesa y puede llegar a enfermarse, eso no
le conviene en lo más mínimo, el velar por su seguridad implica
muchas más cosas que estar pendiente si alguien le hace o no algo,
significa muchas otras cosas.
- ¿Acaso crees que tengo cinco años? Soy una mujer adulta y puedo
decidir qué hacer, no me va a dar un resfriado, ¡rayos!, simplemente
porque me mojé, eres peor que mi madre, jajajaja, —dijo sonriendo y
entrando el lugar—.
Este era francamente agradable y cálido, mucho mejor de lo que ella
había imaginado, estaba completamente preparado para ser habitado por
alguien. ¿Será que el guapo escolta lo tenía como su lugar íntimo?
- Es muy bonita ¿es tuya? —Preguntó ella sonriendo, pero él negó con
la cabeza—. ¡Oh vaya!, entonces debe ser de un amigo. Mmm…
déjame adivinar, seguramente de Casper, según he escuchado, él es
algo así como una especie de padre para ti ¿no es cierto?
- ¿Has escuchado?
- Sí, el palacio tiene ojos y oídos, al menos eso dicen.
- Ok, así es.
- Mmm…
- En el baño podrá encontrar toallas y batas, puede cambiarse y luego
pondremos esa ropa a secar en la chimenea, si le parece, claro está. El
baño es por allí, —le dijo señalándole al lado derecho—.
- Muy bien, como tú digas, —entonces fue hacia el baño. Cuando entró
allí le pareció que era maravilloso, elaborado enteramente en madera y
con un aspecto bastante orgánico—.
Se miró en el espejo y le dio un ataque de risa, esta era la cosa más
malditamente loca que le había pasado en su vida. Bueno, entre muchas
otras, pero esta era la que le parecía más encantadora de todas, estaba allí
con este tipo y no se lo podía creer. No tenía idea de quién era ella y eso le
daba una sensación de poder y, al mismo tiempo, un deseo, la ansiedad de
tenerlo nuevamente en aquel momento improvisado y loco.
Pero ahora ya no era la rubia sexy, el personaje que se había creado
para desvincularse de la discreta y seria princesa. Ahora era una persona
con nombre y cara real, no podía mostrarse así, delante de ese hombre que
la había perturbado en todos los sentidos y de todas las formas. Ella no era
la mujer misteriosa, sino una de carne y hueso que él ya no vería con los
mismos ojos porque no estaba a su nivel. La princesa y el escolta, una loca
fantasía y una cruel realidad.
Deseó que la otra estuviera allí, la rubia que podía hacer lo que le daba
la gana con los hombres, tomarlos, apoderarse de su voluntad y de su
cuerpo. Quería ser esa nuevamente para él, pero ya no podía volver el
tiempo atrás, ese instante había pasado y ahora ella era la princesa, y
Alessandro, pues, solo un guardaespaldas, un hombre que estaba allí para
protegerla y no para amarla.
Se quedó un rato ahí mirándose mientras el maquillaje le chorreada
sobre su rostro, se veía francamente patética. Era todo lo contrario a la
mujer que había imaginado, ahora parecía una chica cualquiera, tierna,
dulce, no la que se había construido para sobrevivir en este mundo de la
nobleza, sino la que tanto detestaba ser.
No se percató que el tiempo había pasado mientras ella se miraba y se
cuestionaba por la situación que estaba viviendo. Entonces sintió el toque
suave en la puerta y una voz que sonaba un tanto preocupada,
preguntándole si estaba bien.
- Estoy bien, tranquilo, simplemente estoy aseándome, me encuentro
hecha un completo desastre, —dijo tratando de parecer informal y
tranquila—. Cuando en realidad no estaba así, el latido de su corazón
era tan fuerte que lo podía sentir en sus oídos.
Cuando salió la estaba esperando con cara perpleja. Se veía realmente
graciosa, con esa bata de baño y el cabello chorreándole mojado sobre los
hombros y la espalda, tenía un gesto crispado, sin maquillaje era realmente
encantadora.
Se veía como si fuese apenas una niña, pero por el gesto que tenía era
todo menos eso. Se quedó observándola por unos segundos, era una mirada
no muy propia para ser un escolta, pero no podía evitarlo, en el fondo esa
mujer le gustaba demasiado.
- Imagino que debo estar vuelta un desastre, pero no me mires así, me
haces sentir mal, jajaja, —se notaba que tenía un agudo sentido del
humor, solamente que no lo usaba delante de todo el mundo—|.
- No creo que se vea como un desastre, al contrario, creo que así luce
muy… —y dudó para decirlo—, hermosa.
- Gracias, pero la verdad dudo que me vea hermosa en este momento,
—entonces estiró los brazos para que le pasara la ropa y así poder
colgarla en la chimenea—.
- Así se secará muy pronto, —dijo colocándolas cerca de la fuente de
calor—.
Ella lo miró, la ropa se le pegaba al cuerpo, dejando entrever toda la
forma del mismo. Era un cuerpo muy atractivo, ella lo conocía bien, lo
había visto desnudo y era tan hermoso vestido como en la otra versión,
aunque obviamente prefería la opción sin ropa.
Sus ojos lo recorrieron, estaba ávida, quería saber nuevamente cómo
era ese cuerpo que ahora veía desde otro punto de vista. Eran los ojos de la
princesa y no de la chica anónima, su mirada tomó cada tramo de su piel,
cada trozo de su ser parecía pertenecerle de alguna extraña manera que
nadie podía saber, sonrió como si saludara cada tramo de ese ser, como si
esta también la reconociera.
- Mucho mejor, es… —y notó que estaba nervioso—, digo, para que no
te vayas a resfriar.
- Nada, no me pasará nada, cielos, eres tan… paternal… ¡qué horror!
Creo que tú también deberías cambiarte, estás completamente
empapado, —entonces señaló su pecho, por alguna razón fue hasta él y
tocó cerca de sus pectorales—.
Su mano se posó sobre este suavemente como una tierna mariposa de
fuego. La dejó hacerlo y se quedó allí, sintiendo el calor de esa mano sobre
su piel a través de la ropa empapada. Allí estaba la corriente eléctrica en
todo su cuerpo, el cual parecía tener conciencia propia, le hablaba a través
de sensaciones, como si dijera a gritos que ya la conocía, que la conoció en
algún momento y la deseaba con todo su ser.
El silencio se apoderó de todo, era un espacio de encuentro. La tensión
era tan fuerte que ambos podían sentirlo, aunque no dijesen ni una sola
palabra. Islandia se quedó mirando su propia mano posada sobre su pecho,
sintiendo el propio latido de su corazón y cómo se le aceleraba la
respiración, y la de él. ¿Cómo era que no se daba cuenta?, ¿cómo podía no
saber que era ella misma, la mujer a quien había vuelto loca y a quién él
también había hecho perder la razón?
Su mano comenzó a bajar por su pecho, recorriéndolo como si tuviese
vida propia. Él respiró muy profundo y cerró los ojos, esos hermosos y
potentes ojos negros marcados por las preciosas y curvas cejas que tanto le
gustaban… esos labios delgados y sexys le mordieron aquella noche de una
manera exquisita, y ella deseó tenerlos nuevamente entre los suyos como
había sido anteriormente.
Para él era una sensación tibia y cálida, esa mano suave y pequeña de
uñas en tono natural, tan blanca como la nieve, y esos labios hermosos,
quería apoderarse de ellos. Todo parecía una completa locura, lo que estaba
sucediendo no tenía ningún sentido, pero tampoco quería buscárselo. Ella
siguió haciéndolo y recorriendo su pecho con suavidad sobre la camisa
mojada, la sensación era excitante.
El cuerpo de Alessandro se erizó de pies a cabeza, sin embargo, ella
disfrutaba generar eso en un hombre, sobre todo en este, que le gustaba
tanto como para hacerla delirar. Se encontraba rodeada de su calor, recorrió
su cuerpo una y otra vez, entonces su vientre empezó a contorsionarse, era
la anticipación del maravilloso final que esperaba.
Su vientre vibraba, anticipando el momento, estaba imaginando todo lo
que ella ya conocía, la capacidad que este tenía para llevarla a un espacio
mágico, donde sólo existían sus cuerpos, donde solo sus latidos podían
oírse, como el ritmo de una sensual música. Sus manos volaban sobre un
cielo imaginario que terminaba en el espacio del placer.
- Esto es… sí, —entonces se detuvo, como si quisiera evitar ese
momento, su conciencia le decía que no era correcto, esta mujer era la
princesa y él trabajaba para ella, eso no podía pasar en forma alguna, y
le sostuvo la mano para detenerla—.
- No digas nada, —le dijo ella sonriendo y se soltó de su mano
nuevamente para seguirlo tocando, quería resistirse, pero su cuerpo no
sabía cómo hacerlo—. Estaba indefenso ante esta mujer, cuyo cuerpo
era mucho más poderoso que la fuerza de voluntad que pudiese tener.
- Esto no está bien, —su cuerpo se crispaba y lo deseaba con todas sus
fuerzas, pero su mente batallaba tratando de encontrarle un sentido a lo
que estaba ocurriendo—. Era una completa locura, como infringir todo
lo que le había enseñado Casper durante todo el tiempo que trabajó
como escolta, recordaba claramente esas palabras: “jamás te involucres
con un cliente, eso era totalmente antiético”.
Ella fue sobre él para sentir su cuerpo húmedo y entonces Alessandro
no pudo más, y se lanzó sobre sus labios para apoderarse de ellos en un
impulso fuerte e incontenible, el que tanto había deseado. Era la sensación
de humedad apoderándose de sus existencias y de su ser.
Sus labios se encontraron como aquella primera vez, aún sin saberlo,
con la pasión de la necesidad y de la sed, la fuerza de la lujuria que los
estaba llenando en ese instante, el calor de esos momentos que son
irrepetibles e improvisados. Sus cuerpos se convulsionaban como si
estuviesen llenos de una fuerza extracorpórea que los llevaba al delirio.
- Esto no es… —dijo él entre sus besos—.
- No digas nada, no importa, no pienses en este instante. —Ella tenía el
poder entre sus manos y, sin embargo, no se sentía como siempre, no
era una cuestión de dominación, sino de sentir—.
Era el sentimiento de dejarse llevar por lo irremisible, por aquello que
estaba más allá de todo, y que podía conducirte al ocaso de tus
pensamientos. La mente había perdido todo poder, y ahora solamente
podías convertirte en un ser diferente entre los brazos de aquel a quien tanto
has deseado, y que tenía la fuerza para llevarte al otro lado del abismo.
Las manos de ella comenzaron a conjurar los versos de su geografía.
Lentamente fue desabotonando esos estorbos de su camisa, abriéndolo para
dar paso a este maravilloso pecho que ella había conocido, y que ahora
parecía ser la ventana al paraíso.
Su cuerpo era fuerte, su pecho intenso y su piel palpitante, le daban la
bienvenida a un nuevo universo, a uno pintado con otros colores, los
colores de la brisa y del viento, de la pasión y la sublimidad de la
existencia. El color del fuego te abriga, el calor de las llamas te tienta.
Su respiración estaba completamente acelerada, lo que estaba
sucediendo en este momento era indescriptible. No le importaba nada, él
tenía que ser suyo como la vez anterior, y mucho más. Lo quería en todas
las maneras y de todas las formas fuera de su cuerpo y dentro de él.
Sus manos recorrieron con fuerza su cuerpo, sacándole suavemente la
camisa, la cual cayó al piso, dejando ese poderoso y maravilloso cuerpo al
descubierto y esos brazos increíbles, llenos de los tatuajes japoneses que
tanto le gustaban. Ahí estaba cada uno de ellos, el dragón japonés y el zorro
rojo, y todos los demás. En fin, todas y cada unas de las maravillosas
marcas que custodiaban y remarcaban los senderos maravillosos de su piel.
Él gimió suavemente al tiempo que su piel se erizaba. Islandia sonrió,
en el fondo le gustaba tener el dominio sobre los hombres. Pero en este caso
de un dominio distinto, era la fuerza de poder conectarse con ese cuerpo
que le daba la vida, su pecho era un compendio de lo masculino, la fuerza y
el poder de aquel ser que la había llevado al delirio y el placer.
Ella comenzó a lamer su pecho, le gustaba el sabor de este cuerpo que
estaba predestinado a pertenecerle sin apenas saberlo o sabiéndolo. Él se
apoderó de su cintura llevándola hasta sí, pero no quería darle el poder
todavía, deseaba ser ella quien lo hiciera perecer, quien lo hiciera sentir
hasta lo más profundo.
Así le gustaban las cosas, no era ese tipo de mujer que le gustaba
dejarse llevar por lo que el hombre hiciera, era una mujer activa y fuerte.
Quería beberlo como una copa de tentación, tomarlo para sí y fundirse con
ese cuerpo que quería hacer suyo.
- Espera, —dijo él tratando de tocarla, pero ella le dijo que no con el
dedo índice y siguió besando su cuerpo—.
Se fue hasta la parte baja de su abdomen y colocó sus manos sobre la
hebilla de su pantalón, sintiendo que todo su cuerpo se estremeció de pies a
cabeza. Era una sensación encantadora, tener ese poder sobre aquel hombre
tan fuerte y grande, que lo podía dominar con una fuerza mucho más
poderosa, la de su seducción, una seducción tan fuerte que podía dejar
desarmado hasta el más fuerte ejemplar masculino.
- Solo… déjame hacerlo, —le dijo con su voz sensual—. Entonces sus
manos comenzaron a desabrochar el botón de su pantalón y a bajar su
cierre.
- Esto no está bien, —dijo él con voz entrecortada—. Esto no es
correcto, no debemos…
- Nunca comiences una frase con “no debemos”, —le dijo sonriéndole
—. Alessandro no sabía qué hacer, deseaba tanto a esa mujer, pero al
mismo tiempo sabía que estaba cometiendo una completa locura, la
peor cosa que un escolta podría hacer con su cliente, un exabrupto.
Pero en ese instante no podía pensar con la cabeza, se estaba volviendo
completamente loco de deseo y placer.
- Es que… —dijo él mientras ella le bajaba el pantalón, sus palabras
eran cortadas por la atmósfera, era demasiado candente y excitante
como para pensar algo medianamente congruentes—.
La sensación era de una fuerte corriente eléctrica, la cual iba
recorriendo todo su ser. Estaba totalmente convulsionado, no había nada
que deseara más que sentir a esa mujer, estar dentro de su cuerpo le hacía
estremecerse, sentir esa maravillosa sensación húmeda y cálida, así como
experimentar el roce de su cuerpo con el suyo.
Ella hizo de las suyas, introdujo su mano dentro de su ropa interior
para estimularle aún más y él comenzó a gemir. Esta mujer estaba
completamente loca, ahora era una muy diferente a la que había conocido
hacía tan solo unos minutos atrás. Ahora una mujer poderosa lo tomaba en
sus manos con fuerza y se apoderaba de su cuerpo, y lo peor, de su alma.
- Así… —dijo ella, mientras iba estimulándolo y él perdía
completamente el control, le bajó la ropa interior y este quedó
completamente desnudo ante ella—. Sonrió, su cuerpo era un
compendio de maravillas, ese torso perfecto y atlético, su abdomen
plano y marcado, sus piernas fuertes, esa piel bronceada y… los
tatuajes.
Todo él era cálido y masculino, listo y perfecto, la receta para la pasión
y la locura. Este hombre era increíblemente maravilloso, el tipo de persona
excepcional que te tocaba una sola vez en la vida y jamás podías olvidarle.
No solamente por la belleza de su cuerpo, sino por una cualidad intrínseca
que no sabía explicar exactamente con palabras.
- Ahora es tu turno, —le dijo él, tomándola con fuerza atrayéndola hacia
sí y dejándola fuera de guardia, luego le quitó la camisa dejándola en
ropa interior, y ahí comenzaron a besarse apasionadamente, como dos
seres que han estado esperando el momento para enloquecer, sus labios
se chocaban y se besaban ardientemente—.
Él la levantó en vilo y la condujo hacia uno de los muebles, se sentía
enloquecido presa de un delirio maravilloso, del cual no deseaba escapar.
La colocó sobre su regazo mientras su cuerpo respondía con violencia. Le
desabrochó el botón del pantalón, se lo fue quitando lentamente, pero
resultaba completamente imposible hacerlo así. Islandia lo miró y comenzó
a reír, era una completa torpeza, pero de la forma más maravillosa posible.
Entonces se levantó y ella misma se quitó el pantalón y la ropa interior, no
era necesario dar tantos pasos para llegar a lo mismo cuando era
completamente claro lo que ellos dos querían.
Finalmente, la estorbosa ropa quedó fuera, ahora sin obstáculos, en su
propósito se lanzó sobre él para besarlo con pasión y morder su barbilla.
Experimentó la maravillosa sensación de su barba, la tomó por las caderas y
la sujetó con fuerza mientras ella succionaba su lengua ardiente.
Él la tomó por sus caderas y comenzó conducirla a ese mundo
maravilloso, adentrarse en su cuerpo. Sentir la maravillosa sensación cálida
de su pelvis acelerada y palpitante, un cuerpo dentro de su maravilloso ser,
ese hombre dentro de ella, dándole el máximo placer. La penetró
suavemente, Islandia sintió una palpitación intensa en todo su ser, era el
momento y el instante perfecto.
La excitante sensación era realmente perfecta, como si estuviesen
hechos el uno para el otro. Cerró los ojos y recordó aquella vez cuando
estuvieron juntos, era la misma, allí estaba, tenía que recordarlo, era ella,
¡debía saberlo! Su cuerpo tenía que saberlo, entre todas las caricias y besos,
cada célula de su cuerpo tenía que entenderlo.
Su cuerpo comenzó a moverse lentamente, una unión casi mágica.
Todo su cuerpo lo había pedido a gritos, ya estaba haciendo realidad su
deseo, se dejó llevar por lo que estaba sintiendo, sus fuertes manos la
sujetaban por la cintura llevándola al paraíso. Su cuerpo se acabó
entregando al placer, mientras ella miraba su rostro indescriptible, un gesto
que nunca había conocido.
Cuando al fin terminó sintió como su cuerpo se desahogó de todos esos
meses en los cuales estuvieron separados. Era la pasión que había reservado
para ella, y su cuerpo se desplomó lleno de placer sobre su portentosa
anatomía. Sus bocas se encontraron en una eterna y cálida respiración
exaltada, como si fuesen dos partes del mismo cuerpo, dándose oxígeno
entre ambos.
Pero en modo alguno era suficiente, sus cuerpos necesitaban mucho
más. Era una guerra perenne por el placer y deseo, el más poderoso de
todos, un pecado conjunto que pedían sus pieles hasta más no poder. Lo
hicieron en distintas formas, él la colocó sobre la cama y comenzó a besar
su cuerpo, sentir el peso del suyo era realmente una exquisitez, los vellos de
su piel y de su fuerte anatomía la enloquecían. Sus propios cuerpos
empapados en sudor se derramaban, deseándose al mismo tiempo que lo
hacían, era la mayor conjugación de todas las emociones. Desear lo que
tienes justo cuando lo estás teniendo.
Tomó sus piernas y las colocó sobre su pecho, mientras su cuerpo
arremetía contra ella. De esa forma era mucho más excitante y podía
profundizar más en su interior. Sintió el roce de su pelvis contra la suya, lo
cual hacía la experiencia mucho más excitante.
Allí estaba dando y recibiendo el mayor de los placeres, el que tanto
había deseado. Había dado las suficientes vueltas como para recompensar la
ansiedad que sintieron el uno por el otro, aún sin saberlo, sus cuerpos
parecían haberlo previsto de antemano.
Afuera la lluvia seguía cayendo con fuerza, era el mejor sonido para
hacer el amor. Esta vez estaba segura de que esto no era simplemente tener
sexo, porque había mucho más implicado en esas miradas y en la suavidad
de las caricias que él le propinaba, generándole una intensa sensación
erógena, pero al mismo tiempo un profundo temor, ella no deseaba en modo
alguno enamorarse de nadie. Nunca lo había hecho y no estaba segura si
deseaba hacerlo en algún momento.
Él besaba su espalda, mientras ella yacía mirando hacia el piso de la
cabaña. Ahora su mente trataba de retornar a la realidad sin éxito, deseaba
que la vida fuese así, tan simple, y que todo pasara de una manera cotidiana
y anónima como este momento que estaba viviendo.
Pero sabía que eso era completamente imposible y que este solo era un
tramo de la existencia. Algo que era poco más que un sueño, sentirse
deseada o tal vez querida por este hombre, estar con él parecía un
privilegio, un compás efímero de su existencia.
Su cuerpo estaba cubierto hasta la cintura por las suaves y cálidas
sábanas, dándole una reconfortante sensación. Él se acercó y siguió
recorriéndola con sus labios y besando su cuello, diciéndole palabras al
oído acerca de lo mucho que lo había disfrutado. De lo mucho que deseaba
volver a repetirlo, pero en ese instante tal vez fuese imposible, sus cuerpos
estaban agotados y saciados de todo el placer y la lujuria que cualquier ser
humano podía contener, mucho más… pues hubiese sido demasiado.
- Voy a… —dijo él y comenzó a bajarle la sabana para acariciarla en los
glúteos, entonces se quedó detenido, era una reacción de sorpresa—.
¡Cielos!, —exclamó mientras estaba como en shock, parecía
asombrado por algo, y ella en ese momento no podía pensar con
claridad como para mover los hilos correctos para entender lo que
realmente estaba pasando en ese instante. Él se apartó y se quedó
mirándola con una expresión perpleja—.
- ¿Qué pasa?, —dijo ella, mirándolo extrañada, pero él no le dijo nada,
se quedó allí mirándola con el entrecejo fruncido como si se estuviese
cuestionando muchas cosas—.
Él parecía asombrado por algo, pero no decía nada, era como si no
pudiese articular una sola palabra. Su rostro había cambiado antes, estaba
relajado y ahora se notaba obviamente muy tenso, con una extraña sonrisa
en sus labios como si se estuviese tratando de convencer de algo que le
parecía una completa locura.
- ¿Qué? —Volvió a repetir ella—, ¿qué te pasa?, ¿por qué te pusiste de
esa forma?, —dijo sonriendo nerviosamente—.
- No me pasa nada, —le dijo, entonces se volvió muy serio—, lo mejor
es que volvamos, ya se está haciendo tarde y si no llegas a tiempo a
palacio nos podemos meter en un problema.
Ella notó que él estaba ofuscado, algo le decía que las cosas no
andaban del todo bien. Pero su propia ofuscación no le dejaba entender cuál
podía ser la causa de esos sentimientos. Salieron del lugar y Alessandro
manejó el auto hasta palacio, cuando se iban a despedir ella trató de besarlo,
pero él la esquivó.
- ¿Qué?, —dijo sorprendida de su actitud—, ¿de qué se trata todo esto?,
acabamos de estar juntos y ahora adoptas ese comportamiento tan
extraño.
- Creo que lo mejor es que nos mantengamos en nuestra posición, usted
es una princesa y yo soy su escolta, trabajo para usted, así es como
debe ser, —le dijo muy serio—.
- Hace rato no me decías eso, tranquilo, aquí nadie nos va a ver, —dijo
tomándolo por la cintura, pero él parecía incómodo—. En ese instante
retrocedió y parecía incluso un tanto molesto.
Islandia se le quedó mirando extrañada, ¿qué le pasaba a este hombre?,
y se le pasó por la cabeza que tal vez él no tenía otro interés por ella que no
fuera sexo. Después de todo, su relación había comenzado de esa manera,
bueno, la que tenían ahora… y la otra también.
Tal vez a él simplemente le interesaba juntarse con ella y nada más. Le
pareció extraño que sintiera eso, puesto que siempre los hombres fueron
unos juguetes, y usarlos sexualmente era prácticamente una reacción natural
¿por qué entonces se sentía tan incómoda en una situación como esta?
Él le hizo una señal para que lo siguiera dentro del palacio a través de
uno de los jardines interiores, hacia su enorme departamento que como
princesa ocupaba dentro del enorme complejo. Le pareció que esa actitud
era demasiado fría, se comportaba completamente diferente. Lo que había
estado experimentando hasta ese instante era un salto entre la alegría
eufórica y la decepción total. Este hombre había pasado de ser una llama o
comportase como un témpano de hielo.
- Alessandro, yo…
- Su Alteza, ahora me retiro, esto es lo mejor, —dijo dubitativo y con la
voz entrecortada, la dejó en el pasillo de su habitación, y entonces se
retiró—.
Ella se quedó allí, con la boca abierta sin saber siquiera cómo
reaccionar ante el extraño comportamiento de este hombre. ¿Qué mierda le
pasaba?, así que esa era su forma real, me acuesto con la princesa y luego
digo que es mejor alejarnos, ¡rayos!, y se sintió molesta, extraña, con una
sensación de incomodidad.
Entró a su habitación sintiéndose completamente confundida y fue
directo al baño donde se quitó la ropa, la cual no estaba todavía
completamente seca. Comenzó a mirarse al espejo y comprendió cuál era la
causa del extraño comportamiento de Alessandro. La luna estaba allí en la
parte baja de su espalda, completamente precisa era el delatador lunar de
nacimiento que poseía.
- ¡Maldición!, —se dijo y todo tuvo sentido en este momento para ella
—.
CAPÍTULO VII
Oveja negra
“Las ovejas perdidas siempre regresan a su rebaño”, ese fue el
pensamiento que pasó por la cabeza de Islandia al ver que su querida
hermanita estaba de regreso. Pero notó algo diferente en ella, era una
especie de expresión extraña en su mirada que antes no le había visto.
No era que fuesen muy unidas en modo alguno, más bien se
comportaban como si fuesen cordiales enemigas. Sin embargo, esto no
quería decir que no la conociera y que no supiera exactamente cuando se
encontraba de una manera o de otra, pero esta vez había algo allí, algo
extraño estaba pasando en ella.
- Hermana, —le dijo al verla caminando por uno de los jardines internos
de palacio, hacía tiempo que no se veían, pero ahora desde la distancia
parecía que se reconocían con ojos diferentes—.
- Su Alteza Real, —dijo Islandia haciendo una graciosa reverencia ante
su hermana—. Se le extrañaba mucho por aquí, es decir, a usted y todo
el ruido que suele ocasionar.
- Me imagino que todo debe haber estado muy aburrido sin mí, ustedes
no saben cómo divertirse realmente. Jajajajajaja, o al menos eso creo,
me gusta pensar que es así, aunque francamente no estoy del todo
segura, —dijo con una sonrisa de medio lado—.
- No tengo idea de qué hablas, debe ser alguno de tus inventos o de los
de Izzy, que siempre está creando cosas tontas.
- No he mencionado a nuestro primo en ningún momento, tal vez seas tú
misma quien te delata, —dijo sonriendo—.
- ¿A qué te refieres hermana?
- Me dijeron que tienes un guardaespaldas realmente guapo, aunque no
he tenido la oportunidad de verlo también. Sé que, por la descripción,
es especialmente tu tipo, justo esa clase de hombre que a ti tanto te
atrae, —le dijo sin parar de sonreír—, sin embargo, a ella le contrarió
mucho esa alusión de su querida hermana, le molestaba que esta
siempre quería saber más de ella que ella misma.
- Francamente, no sé qué hablas, sí tengo un nuevo escolta, pero ¿qué
tiene eso que ver? ¡Por favor!, como si yo me fuese a fijar en un
hombre de esta calaña, no soy tú. Si mal no recuerdo, eres tú la que se
ha acostado con todos sus escoltas.
- Jajaja, sí, claro, eso se lo dejo a mi madre, que te cree todas las
tonterías que hablas, pero yo no te creo nada.
La verdad es que la distancia le había abierto los ojos, antes pensaba
que su hermanita, al igual que todos los demás, no era más que una
aburrida. Pero luego de vivir otras cosas, había tomado una especie de
consciencia.
Su hermana no era exactamente un compendio de santidad y mucho
menos después de lo que Izzy le había comentado. En palacio sucedían
cosas que se mantenían en silencio, cosas indiscretas y su hermanita no era
la excepción.
- No soy ninguna tonta y no puedes engañarme, sé qué haces cosas y
ocultas otras, no eres la chica santa que quieres aparentar.
- Estás completamente loca, habla por ti misma, yo no soy tú y no hago
las cosas de esa manera, me preocupo por mi trabajo y por el reino, no
como tú, que vives simplemente para los placeres y para ocuparse de sí
misma.
- Vamos hermana, sé sincera, no tiene nada de malo, ¿no puedes
sincerarte con tu propia hermana mayor?
- Pensé que ibas a moderarte al venir nuevamente para acá, pero ya veo
que ni lo uno ni lo otro, ¡estás muy mal!
- La que está muy mal eres tú, que parece demostrar algo que no eres.
Sí, no eres la chica que quieres aparentar, y sabes que es así, —dijo
sonriendo—. Eres otra persona, y no veo el porqué, no lo demuestras,
no tiene nada de malo el comportarte como tú misma, lo malo es
complacer a todo el mundo.
- Gracias por el consejo, pero no lo necesito para nada, tranquila, todo
está bien, yo soy yo y tú eres tú, y por lo visto jamás nos vamos a
entender, —le dijo retirándose de allí sintiéndose un tanto molesta por
lo que su hermana le estaba diciendo—.
Recordó la conversación que había tenido con su primo en el bote, el
cual le había hablado también de una manera bastante particular, como si
supiera algo de lo que ella no tenía conocimiento. Así que tal vez alguien
había hablado o Izzy la vio, detrás de todo esto estaba su propia reputación,
en este instante no le quedaba otra defensa que hacerse la desentendida,
pero debía saber a qué se estaba refiriendo su hermana específicamente.
Por otro lado, estaba el hecho que su guardaespaldas no había
mencionado nada, pero desde ese día había adoptado una pose distante con
relación a ella. Era seguro que había visto el lunar y seguramente había
sacado sus propias conclusiones, pero podía ser una casualidad, cualquiera
podía tener un lunar así ¿o no? ¿A quién estaba engañando?, seguramente él
se había dado cuenta de la verdad y por eso se estaba comportándose de esa
forma.
Pero la culpa había sido suya, ¿en qué cabeza podría caber haber
estado con ese hombre así, de esa forma, y no recordarse de esa marca que
la podía poner en evidencia? Pero ¿quién pensaba en esas cosas en
momentos como ese?, no había manera de recobrar la cordura cuando se
estaba ante una persona así, que te enervaba los sentidos y te hacía volar la
cabeza, el cuerpo y el corazón.
Alessandro era como una caja de sorpresas, ella no sabía qué
significaba todo eso, tampoco lo que había en su corazón. Este era un
extraño laberinto, oscuro y lleno de sombras, el cual no lograba descifrar y
mucho menos encontrar la salida. Allí estaba ella en ese lugar, sentada en el
banco del jardín, cuando ya las hojas del otoño comenzaban a colorearse de
sus cálidos matices, algunos árboles ya comenzaban a desprenderse de sus
viejas vestiduras y se podían ver las hojas cayendo sobre el suelo,
generando diversas texturas y ricos matices. A esa hora de la tarde la luz
dorada entraba coloreando con sus maravillosos filtros dorados toda la
vegetación, a ella le parecía que estaba como un sueño, en su pequeño
paraíso, en su palacio de cristal.
- ¡Qué mierda!, ¿quién puede ser tan tonta para caer en una situación
como esta?, es demasiado evidente que se iba a dar cuenta, tanto
cuidarme para nada, ¡el amor no es más que un estorbo!
Se dio cuenta que no era tan astuta como había pensado, no era más
que una tonta fingiendo una vida de mentira, una vida de papel construida
con retazos inservibles. Y ahí estaba, sentada, pensando en aquel hombre
que seguramente ya no quería saber nada de ella, porque lo había engañado
fingiendo ser otra, porque se había figurado que aquella mujer era una, y la
princesa de cabellos de fuego era otra muy distinta.
Pero ambas mujeres, coexistiendo en el mismo cuerpo, tal vez era
demasiado para este ser que estaba acostumbrado a servir a otros. Ella
estaba tan confundida, ni siquiera podía entender sus propias emociones,
todo era como una gran contradicción.
¡Maldición!, tanto buscar a alguien que realmente le gustara y tener
que encontrarlo así, de la peor manera posible. En realidad, la persona más
inconveniente y, sin embargo, tan solo de pensar en él sentía escalofríos.
¿Cómo era que alguien podría gustarte tanto y molestarte de igual forma al
mismo tiempo?
Recordó ese impulso loco que sintió al verle aquella noche y cómo lo
esperó fuera de Black, con tantas ansias como jamás había sentido. Era una
locura la forma como lo condujo hasta ese lugar, sin más preámbulos, con
todo el desparpajo que era capaz de sentir, y sus mejillas enardecieron tan
solo de pensar en él, estaba en graves, muy graves problemas.
- Señorita, —escuchó la voz de su asistente, entonces se volvió en forma
maquinal, tal vez esta chica era la que había hablado de más, la miró de
arriba abajo y esta la observó con gesto perplejo—.
- ¿Qué pasa?, ¡me has asustado!, —dijo mirándola con molestia—.
- Tiene una reunión con las damas jóvenes de la nobleza, —le dijo con
una sonrisa nerviosa—, tiene que arreglarse para poder recibirlas.
- ¿Por qué?, ya mi hermana Isabella está aquí. Se supone que a ella le
corresponde llevar a cabo todo ese tipo de actividades ¿o es que acaso
no piensa asumir sus responsabilidades y seguirlas recargando sobre
mí?
- No es eso, sino que ya estaba pautado así, el regreso de la princesa ha
sido muy… sorpresivo, por eso no dio tiempo de cambiar la fecha o
cuadrar con ella, debe usted en cargarse.
- Muy bien, —dijo levantándose y dirigiéndose hacia sus habitaciones,
pero entonces se devolvió y se encaró con Rocío, mirándola con
severidad—. Has estado hablando más de la cuenta.
- ¿Perdón princesa?, ¿a qué se refiere?
- Me refiero a que Izzy ha estado lanzándome algunas indirectas, y me
gustaría saber si tú y tu querido novio tienen algo que ver, he confiado
en ti durante todo este tiempo porque eres una persona que me ha
demostrado su respaldo. Pero si me fallas, entonces puedo convertirme
en una verdadera pesadilla.
- No sé de qué está hablando princesa, yo no tengo nada que ver en esto.
Usted sabe que la aprecio y que he guardado su secreto durante todo
este tiempo, jamás podría traicionarla, mi confianza está con usted, ni
siquiera que la propia reina me obligara a hablar lo haría, yo nunca
haría nada para perjudicarla.
- Eso espero y dile a tu novio Tristán que tenga cuidado, si hay alguien
que nos está viendo o espiando, debemos ser más cuidadosos que
antes, hay que tener los brazos y los oídos abiertos.
- Así será princesa, —dijo ella con voz temblorosa—. La acusación de
Su Alteza la había dejado un tanto asustada, si había algo que no quería
perder era la confianza de ella, sabía perfectamente que esta chica
podía ser muy buena y generosa, pero por las malas seguramente que
no le gustaría conocerla.
La princesa caminó hacia su pequeño mundo, al pequeño palacio que
tenía dentro del propio Palacio de las Estrellas, no sabía en quién confiar.
No podía creer en su primo, ni en su hermana y ahora dudaba hasta de
Rocío y, sobre todo, de su novio Tristán Benec, quien había estado
guardando el secreto durante tanto tiempo y que ahora parecía haberse ido
de lenguas. Tal vez alguien la había estado observando, quizás su propio
primo o alguien más como Casper, este hombre era muy astuto, y ante él
ella no tenía defensas, si era así, estaba completamente perdida.
Cuando salió de su habitación con su traje formal y su pequeña tiara en
la cabeza, experimentó una extraña confusión al encontrarse de frente con
aquel hombre. Se sintió completamente fuera de lugar, era la primera vez
que esto le pasaba.
Él la miró con un gesto de indiferencia como si fuese la primera vez
que la hubiera visto, y esto le resultaba francamente chocante. Ver cómo se
comportaba le generaba una sensación extraña en todo su cuerpo, una
especie de dolor y malestar, al mismo tiempo que rabia.
Por un lado, se preguntaba ¿qué se creía este idiota para tratarla así?,
ella era una princesa y él no era más que una escolta. Pero, por otro lado, se
sentía tonta al haberse expuesto ante él como lo había hecho, ahora
seguramente sabía la verdad, y era mucho más humillante que no le dijese
nada a que le hubiese reclamado. Algo sin duda había sucedido, existía una
tensión entre los dos, y ella no sabía cómo sobrellevarlo, su mayor defensa
era seguir simulando que estaba en control.
- Su Alteza.
- Alessandro.
- ¿La escolto?
- Bien.
Ella era la oveja negra disfrazada de oveja blanca, sabía llevar muy
bien su disfraz, pero ahora este comenzaba a desbaratarse, y se estaba
viendo su verdadera naturaleza, su naturaleza oscura, llena de sombras,
temores, rabia e ira. La mujer apasionada que habitaba en el cuerpo de la
chica inocente no podía entenderlo.
Mientras caminaba sintiendo que ese hombre iba detrás de ella,
experimentó una gran rabia interna. ¿Cómo podría ahora trabajar con este
ser que la enervaba tanto y al mismo tiempo le hacía sentir sentimientos tan
encontrados?
Entonces se detuvo y se quedó allí, paralizada, justo en ese espacio de
duda en el cual había habitado durante tanto tiempo. Él se detuvo también y
un silencio sepulcral se hizo entre los dos, se volteó y se le quedó mirando
directamente a los ojos, y en su mirada pudo ver claramente que él sabía
quién era ella, y todo lo que había vivido hasta ese maldito momento.
- Alessandro…
- Es hora de su reunión, lo mejor será que continuemos, —le dijo—,
pero parecía que esta palabra quería decir otra cosa, era como una daga
de doble filo por la expresión dolorosa con que él las había
pronunciado. Parecía que no solamente la estaba cortando a ella, sino
que él mismo se estaba infringiendo una terrible herida.
- Alessandro, por favor.
- Princesa, mientras usted sea usted, yo seré yo. Es mejor que
continuemos y dejemos las cosas como son y como están, —entonces
le hizo una señal para que ella siguiese caminando delante de él—.
En ese instante sintió como si le clavaran un cuchillo en la espalda y se
volteó maquinalmente para no seguir viendo su rostro. La rabia era como
una especie de nudo que le estorbaba en la garganta, tragó profundamente y
siguió caminando. Estaba tan molesta que sentía la cara prendida en fuego,
respiró profundo y caminó porque no tenía otra opción, definitivamente era
mucho más fácil ser una oveja negra que una oveja blanca, era mucho más
fácil usar a las personas que entregarse a ellas.
CAPÍTULO VIII
Ilusión o decepción
Él no podía verla con los mismos ojos desde que había descubierto la
verdad. Ahora ¿qué rayos haría? Comparaba a la dulce princesa, inocente y
reservada con esa otra, que poseía la capacidad increíble para transmitir y
hacerse respetar ante los demás, con la sexy rubia con la que había pasado
la mejor maldita noche de toda su vida.
¿Quién rayos era esta mujer y qué se creía para enredarle la vida de esa
forma? Una persona con una doble personalidad, quizás bipolar, tal vez
tenía personalidades múltiples, pero es que no lograba corresponder a la
pelirroja con esto, de todas las mujeres del mundo, de todas ¡esto era una
maldita broma del destino!
No sabía qué decir, ni cómo acercarse para hablarle. Ahora se
encontraba entre la espada y la pared, entre el sentimiento que se le había
despertado por la sexy extraña, que estaba más cerca de la pasión que del
enamoramiento y el sentimiento que le había despertado por la princesa de
cabello de fuego, que estaba más cerca del enamoramiento que de una
simple pasión.
Entre los dos había una tensión que era imposible de ignorar, por ello,
él se preguntaba si los recordaba, tenía que hacerlo. Pero por alguna razón
lo había sentido desde el primer instante, pero no fue hasta que descubrió la
luna que se dio cuenta de la verdad, demasiadas casualidades sucediendo a
la vez, y maldijo su mala suerte que lo había llevado justo hasta ese lugar.
Cuando estaba cerca de ella sentía una especie de corriente eléctrica,
un nerviosismo que se propagaba, le parecía completamente estúpido y
absurdo. Por su parte, la princesa parecía actuar de forma normal, aunque su
mirada y algunos gestos dejaban entrever que ella también se traía algo
entre manos.
Era ella, no había lugar a dudas, recordaba exactamente ese cuerpo.
¿Cómo olvidar a la sexy rubia enredada entre sus piernas, a la sensual mujer
que se movía de una manera fascinante, haciéndolo terminar en el delirio?
La imagen de su cuerpo atado, no podía salirse de su cabeza. Era
demasiado excitante como para poder olvidarlo, ella había sido totalmente
atrevida al esperarlo a la salida de ese lugar, y le había impresionado la
decisión con que ella lo invitó a ese hotel, la forma como lo amarró a la
silla, como lo desnudo y estimuló hasta enloquecerlo con esas manos que
parecían conocer exactamente las fronteras del paraíso, cómo derrumbarlas
y reconstruirlas nuevamente.
Ahora, parado allí, entre la multitud, sentía que no conocía realmente a
su cliente. Un craso error, de acuerdo a los preceptos que su maestro le
había enseñado. Eso quería decir que esta mujer era completamente
impredecible y, por ende, no resultaba una persona adecuada para trabajar.
Podía hacer cualquier cosa, en cualquier momento. De hecho, ¿qué
rayos había estado haciendo sola esa noche en ese lugar?, ¿cuántas veces
más se había escapado para ir a bailar a ese sitio, poniéndose en riesgo ella
y las personas que la rodeaban?
Esta chica era una cosa diferente a la que quería demostrar, parecía a
una princesa seria y ecuánime, muy diferente a su hermana Isabella a quien
había visto en todas las redes sociales, periódicos y revistas del mundo,
sobresaliendo por la gran cantidad de escándalos en los cuales se
involucraba. Pero, en cambio, Islandia era otra historia, ante los ojos de los
demás era la princesa perfecta y buena, la que prometía ser la futura reina
más adecuada. Pero, él sabía que la verdad era muy diferente, y esta mujer
era mil veces peor que su querida hermana mayor.
En el fondo deseaba confrontarla y decirle la verdad, quería restregarle
por la cara que él sabía exactamente todo lo que había estado haciendo,
pero no, no tenía ningún sentido. Pues, lo que había pasado estaba así, en el
pasado, ¿cuál podría ser la intención que tuviese de decírselo entre ellos
dos?, no podía pasar nada. Él era simplemente un escolta y ella la princesa
de un país importante, y quizás algún día podría ser la reina.
Con el correr del tiempo seguramente ella se moderaría, como había
sucedido en el pasado, con otras princesas de la realeza, se casaría con
algún príncipe o empresario famoso. Entonces asumiría el futuro para el
cual había nacido, en cambio, él seguiría siendo siempre un escolta, alguien
que trabajaba para ella, por más que se esforzará en hacer bien las cosas no
era más que un empleado de Su Majestad, alguien indigno de estar cerca
con su hija. A menos que fuese para protegerla de algún peligro.
Pero, ¿qué rayos estaba pensando?, ¿por qué divagaba en esas ideas
tontas y absurdas? Esto era un trabajo, simplemente estaba allí para cumplir
con su cometido, para eso le pagaban. Después de todo, cada uno de ellos
tenía que mantener su papel, él era su escolta y ella era una princesa, lo
demás era parte de la fantasía.
Sin embargo, su mente seguía divagando, recordando cómo lo rodeaba
con pasión, apretándolo contra su torso y tomándolo por los glúteos con
fuerza, con sus poderosas manos. Solamente había sido una fantasía, una
noche que ya no tenía ningún sentido, ella no era esa rubia sexy que lo
había tomado desprevenido y en todas las formas posibles.
Ahora solamente quedaba la pelirroja, “la chica buena” que fingía, la
princesa perfecta y correcta que seguía los dictámenes de los reyes, y que
cumplía con todas las obligaciones de estado sin quejarse, la cual había sido
capaz de arriesgar hasta su propia salud por cumplir con la agenda de un
día, que se había desmayado por el cansancio. Pero que, aun así, estaba
dispuesta a seguir trabajando, esta era la verdadera mujer, la real, la que él
estaba conociendo ahora, la otra no había sido más que la fantasía, una
noche de locura.
Eso significa que debía estar atento a todos los pasos que esta chica
diera. Era una persona impredecible, y por lo tanto difícil, debía estar más
atento que de costumbre a cada una de las cosas que ella hiciera. No se
trataba de la princesa Isabella que hacía las cosas sin consultar, pero de
forma franca, esta chica era como una sombra que se movía en medio de la
oscuridad.
No podía verla con los mismos ojos desde que se había enterado de la
verdad. Ahora era, más que una persona, un personaje, uno extraño que era
capaz de hacer cualquier cosa. Se la ha imaginado como aquella noche,
parada al lado del camino, esperándolo con esa ropa excéntrica y un tanto
atrevida.
- Buenas noches princesa, ¿a dónde se dirige?, —le dijo el mirándola de
arriba a abajo, tratando inútilmente de mantener la distancia—.
- Voy a pasear por el jardín, tranquilo, no tienes que moverte de aquí, no
es necesario, simplemente quiero observar el firmamento. —Era algo
tonto, como si no pudiera hacerlo desde su terraza, estaba claro que
esta mujer se traía algo entre manos, y el descubría exactamente de qué
se trataba, era jueves, justo el día en que había conocido a la bailarina
—.
- Muy bien, princesa, como usted quiera, permaneceré aquí, cualquier
cosa puede llamarme.
- No se preocupe, simplemente voy a mirar las estrellas, —le dijo con la
sonrisa más falsa que había visto en toda su vida—. Sabía reconocer
los gestos de las personas, ella le estaba mintiendo descaradamente,
incluso, en el tono de su voz.
Pero estaba resuelto a descubrir qué era lo que estaba haciendo, así que
le hizo creer que se había tragado todo lo que ella le dijo. Esperó que
caminara hacia el jardín para ir detrás de ella, así podría descubrir
exactamente qué era lo que hacía, y estar seguro de sus acciones y de todo
su montón de mentiras.
Así lo hizo, fue tras ella de una forma sigilosa, como le enseñaron en el
ejército. Alessandro sabía muy bien exactamente cómo convertirse en una
sombra, tanto que cuando él lo deseaba podía comportarse como si
estuviera hecho de aire, y que no se sentía siquiera, aunque lo tuvieses al
lado, para eso lo entrenaron.
Efectivamente, la vio en uno de los grandes árboles del jardín, en
conjunto con su querida asistente Rocío Durán, quien le entregaba una
especie de mochila, donde seguramente guardaba sus cosas. Ambas mujeres
salieron en medio de la sombra, escapando con ayuda de otro de los
escoltas. Él ya lo había sospechado, Tristán Benec, al cual había visto un
par de veces, estaba metido graves problemas, el seguir este juego era un
gran riesgo, no solamente de ser despedido, sino que ponía en juego la
seguridad de la princesa, podía resultar muy mal este tonto jueguito que se
traían.
- ¡Qué rayos!, —se dijo, y pensó que tenía muchas agallas como para
seguirle el juego a esta chica—.
Estos se fueron en el pequeño auto de la chica, donde seguramente
nadie sospecharía que allí podría estar la princesa. Él tomó un taxi para
seguirla, aunque sabía exactamente a dónde.
- ¿A dónde lo llevó señor?
- ¿Sabes dónde queda Black?
- Por supuesto, —le dijo con una sonrisa maliciosa—.
- Bien, llévame allí.
- ¿Es usted extranjero?
- ¿Por qué lo pregunta?
- Por su acento, se nota… que es, bueno, que es alguien que anda
buscando una buena diversión, si es así, va hacia el sitio correcto.
- Ok, lléveme entonces.
- Usted es… —pero se detuvo al ver que él estaba mirando por la
ventanilla, con cara de pocos amigos—.
No pudo más que sonreír, tenía razón, fueron demasiadas coincidencias
como para pensar de otra forma. El pequeño auto estaba estacionado allí,
era casi seguro que estaba dentro, y la asistente la esperaba, pobre chica, —
se dijo—.
- ¿Qué es lo que te traes entre manos?, ¿qué es lo que necesitas?, —dijo
él, y entonces entró en el lugar, quería ver qué iba a hacer en esta
ocasión, aunque resultaba más que evidente—.
Fue hacia la zona más oscura de la barra y pidió una cerveza, estaba
esperando ver algo, al igual que todos los que estaban allí, esperando algo
más, al igual que todos los otros que estaban allí para verla a ella, a la rubia.
Estuvo un buen rato esperando, seguramente dentro de poco ocurriría algo,
y ella sorprendería a todos con su pose de mujer sexy.
Sí, definitivamente había vuelto a las andadas y eso solamente quería
decir algo, que se había olvidado de él o que por nada del mundo deseaba
cambiar. Bien, no tenía que hacerlo, pero lamentablemente, para ambos,
este comportamiento afectaba su trabajo.
Resultaba una condena inevitable, entre ellos dos no podía haber nada,
él era él y ella era ella, y no se podía hacer nada al respecto. Se sintió como
un idiota allí simulando que era uno más entre los muchos que ella
disfrutaba enloquecer.
Efectivamente, al cabo de unos minutos, las luces se colorearon de un
profundo tono rojizo. Esa era una especie de señal para todos los hombres,
maquinalmente se enderezaron en sus asientos, conocían el código, ya
sabían lo que iba a ocurrir.
Era ella, efectivamente, la rubia. Era lo que estaban esperando, toda la
noche, entre las telas comenzó a surgir la conocida figura, un cuerpo sin
nombre, ni rostro. La Isla, así era como se hacía llamar, había aprendido
que ella no solamente era anónima en su vida secreta, sino también en su
vida pública, porque ni siquiera su propia familia sabía lo que hacía, ni de
lo que era capaz.
El cuerpo comenzó a aparecer entre las texturas de las suaves telas,
moviéndose con sensualidad, ese cuerpo que él conocía tan bien y que había
sentido desde lo más profundo. Los hombres se la comían con la mirada, y
él no pudo evitar una sensación rara ¿serían celos? Se preguntó, ¡qué
absurdo!
¿Cómo era posible que ella se exhibiera de esa manera, así como si
nada?, todo parecía darle igual. Era un recurso de desahogo para quitarse la
pena y el dolor, y tal vez el despecho por no haberla complacido en su
capricho de tenerle.
No, ella no lo había amado en verdad. Él no era más que un objeto de
su mobiliario, algo que codiciaba y deseaba con todo su ser, y que en algún
momento había tocado con la punta de sus dedos, y no dándole el capricho
como ella quería. Entonces había tomado nuevamente su escape, la vía con
la cual podría paliar su intenso dolor y el vacío de su soledad.
Allí estaba avanzando entre las luces, como la primera vez que la vio,
la hermosa rubia de cuerpo maravilloso y flexibilidad extrema. Estaba
bailando de una manera sensual y descarada, eso era lo que le gustaba,
llamar la atención.
Pero esta vez sería ella la que resultaría sorprendida. Ella no miró a
nadie del público, ni bajó para bailar, tal parecía que no estaba de ganas
para ellos, ni para llevarse a alguien a su secreta morada. ¿Sería que su
amigo Diego tenía razón? Que ella no hacía eso con todos, era bonito
pensarlo, pero era más bien como una tonta ilusión.
Él se sentía como el propio estúpido, deseando no haberla conocido
para volver a sentir la misma sensación de la primera vez, de no saber quién
era, de ver la figura anónima danzando sin el compromiso de conocer su
identidad. Así como aquella persona que prueba un delicioso y nuevo sabor,
jamás vuelve a sentir lo mismo, pero lo anhela.
Pero ahora ya resultaba irremediable, no podía soportar la sensación
que ella se fuese con algún hombre a otro lugar. El espectáculo siguió
andando hasta que ella se coló entre las telas nuevamente, desapareciendo
de forma misteriosa, igualmente como lo había hecho al principio.
Esta vez se adelantó a ella y salió sigilosamente como una sombra para
esperarla. Sabía exactamente por dónde debía salir, ya lo había investigado,
la esperó tal cual como la princesa lo había hecho antes, allí, justo en esa
calle.
Tenía que confrontarla, ¿en qué rayos estaba pensando? Ahora que la
conocía no podía más que sentirse molesto al ver cómo ponía en peligro su
vida. Cualquiera que pudiera reconocerla sabría que ella era la princesa, y
esto la haría víctima fácil.
En ese momento no era más que una inconsciente, alguien que ponía
en riesgo su vida sin necesidad, por sus estúpidas aventuras. Eso le
molestaba gravemente, podría meterlo en un problema. ¿Qué rayos?, pensó
para dejarlo allí, en el castillo, supuestamente creyendo que pensará que
estaba paseando en el jardín, cuando en realidad se encontraba allí,
exponiéndose a un peligro mayor, muy probablemente con algún
desconocido.
Efectivamente, la rubia salió caminando con su sobretodo y capucha,
con las altas botas negras. Era otra vez la misma chica, y por segundos
revivió la escena, solamente que ahora estaban en lados contrarios. Él sabía
la verdad y ella muy probablemente también, solamente que le gustaba
fingir. Quizás para seguir con su retorcida fantasía de conquistar al
guardaespaldas.
Ella venía caminando despreocupadamente, seguro se dirigía hacia un
punto que había acordado con su fiel e irresponsable asistente Rocío Durán,
y con Tristán, ese escolta. Se las vería con él, estaba completamente seguro,
que de no ser porque expondría a la princesa, lo había denunciado
inmediatamente por su comportamiento, el cual era completamente
reprobable, ¿en qué rayos estaba pensando al ayudar a la princesa a escapar
de esa forma?
- ¡Alessandro!, —dijo ella sorprendida al topárselo en el camino,
mientras él estaba recostado igual que ella mirándola fijamente a los
ojos—. Esta se le quedó mirando sin decir más palabras, estaba
atrapada y al final le había descubierto, ya no podía seguir fingiendo
que no lo sabía, ya ninguno de los dos podía seguir con la trama, esta
era la hora de enfrentar la verdad.
- Con que paseando en el jardín de palacio y viendo el cielo, ¿eh?
Pensaste que era tan estúpido para no darme cuenta quién eras
realmente, lo supe desde un principio, de alguna forma, pero tuve que
ver ese lunar para poder corroborarlo. ¿Quién rayos te crees para
exponerte de esta forma?, no sabes lo que estás haciendo, todo esto es
completamente irresponsable, —le dijo—.
Este tipo de respuesta la terminó por exaltar, si había algo que a ella le
molestaba era que tratasen de controlarla. Su madre la había controlado
toda su vida, pensó que él estaría allí, simplemente para verla, porque sabía
perfectamente que él ya conocía la verdad.
Pero esta actitud paternal, muy parecida a la que hubiese adoptado un
hermano o un padre, la sacó de sus cabales, frunció el entrecejo y la miró
con molestia, ¿quién se creía este escolta para estarla fustigado de esa
manera?
- ¿Qué rayos haces aquí? ¿Quién te dio permiso para venir a espiar y
estarme molestando?
- Soy tu escolta, estoy haciendo mi maldito trabajo, ¿cómo es posible
que te expongas así en este lugar?, que te vayas por allí con cualquier
hombre ¿acaso estás loca? ¿No sabes que si alguna de esas personas te
ha reconocido o puede reconocerte podrías estar en un grave
problema?, ¡estarías poniendo en riesgo incluso tu vida!
- ¿De qué mierda estás hablando?, no eres más que un maldito
exagerado, por favor, tú mismo estuviste conmigo. Eres un maldito
hipócrita, dime la verdad ¿viniste aquí tan solo para mirarme? Eso era
lo que querías, supiste la verdad y te hiciste el desentendido, ¿qué es lo
que quieres conmigo?
- Estás más loca de lo que pensé, eres mil veces peor que tu hermana.
Sin lugar a dudas, eres peor, por lo menos ella se comporta de una
manera congruente y frontal, pero tú te escondes y te disfrazas de esto,
para mostrar tu verdadera personalidad, porque no tienes el valor de
hacerlo delante de tu madre, te comportas de una forma y ahora te
comportas de esta otra. La verdad es que esto es increíble, —dijo él
con una sonrisa triste, lo cual terminó de enervar aún más sus
sentimientos—.
- ¡Maldito desgraciado!, ¿quién te has creído?
En ese instante el auto se estacionó y dentro de él estaba por supuesto
Rocío Durán, su fiel asistente, quien se quedó mirándolo aterrorizada, era
Alessandro. Ahora sí estaban perdidas, las había descubierto y seguramente
las delataría con Su Majestad.
- ¡Adentro!, —le dijo él hablándole con esa fuerte voz masculina que lo
caracterizaba—.
- ¡Tú no eres nadie para mandar sobre mí!, ¿quién te has creído?, —
entonces se quedó parada justo donde estaba, no tenía ninguna
intención de subirse en el auto—.
La asistente lo miraba aterrorizada, mientras el hombre no tenía la
menor intención de cejar en su empeño.
- ¡Tú no eres nadie para mandar sobre mí!, ¿quién te has creído?, —y se
quedó parada justo donde estaba—.
- Su Alteza, es mejor que haga caso, debemos irnos de aquí antes de que
alguien nos pueda descubrir, ya sabe que si nos ve la prensa o alguna
persona y le toma alguna fotografía podría ser terrible.
- Por lo menos tienes un poco de cordura, —le dijo él—. Andando, entra
en el auto, por favor.
- ¡Te dije que no voy a entrar en el maldito auto!, —gritó ella como en
una especie de reto—. Entonces fue hacia ella y la cargó como lo había
hecho en otras ocasiones, produciéndole la misma sensación eléctrica.
La introdujo con cuidado dentro del auto, mientras Islandia pataleaba,
esto era demasiado problemático. Simplemente, había trabajado con
personas normales y serias, y era la primera vez que le tocaba una chiquilla
malcriada y caprichosa como esta, que dicho sea de paso, se comportaba
como si no lo fuese, y eso era mil veces peor.
Él entró en el auto y cerró la puerta, se sentó en el asiento delantero y
miró con severidad a Rocío, quien ya sabía lo que podía esperar. Su
comportamiento era completamente reprobable, y el haber apoyado a la
princesa en todas sus travesuras, sin duda, le iba a costar muy caro,
incluyendo su empleo, y quién sabe qué cosas más.
- ¡Eres la peor asistente que he visto en toda mi vida! Mira las cosas que
has hecho, puedes meterte en un gran problema con los reyes y no creo
que eso te vaya a gustar mucho. Incluso, podrían vetarte y no podrías
trabajar más en esto. Te has estado arriesgando, simplemente para
cumplir con… en fin, esto es grave muy grave.
- Por favor, no me delate, no me delate, necesito este trabajo, y si me
botan me voy a meter en un gran problema.
- Eso debiste haberlo pensado antes de involucrarte en toda esta tontería.
La verdad es que te has comportado de una manera completamente
inmadura, y has infringido las reglas de palacio, podría denunciarte con
Su Majestad ahora mismo…
- Por favor, no, no me denuncie con Su Majestad, eso podría
perjudicarme muchísimo.
- Nadie te va a denunciar con nadie, no seas tonta Rocío, simplemente
está haciendo esto para asustarnos. Esa es su pose de escolta severo y
represor, esto no va a suceder, ¿escuchaste?, ¡no vas a denunciar a
nadie!, ni a mí, ni a Rocío, ¡no es tu problema!
- Si soy tu escolta, por supuesto que es mi problema, porque estás
dificultando mi trabajo, y si no puedo ejecutarlo bien, entonces no tiene
ningún sentido. Si sigue con esto no voy a poder seguir trabajando con
usted, me parece ridículo que tenga que venir aquí a buscarla.
- No tenías que hacerlo, no eres mi padre, no eres nada.
- Tienes mucha razón no soy nada, pero hagamos una cosa. No voy a
decirle nada al rey, ni de ti, ni de tu amiga, pero con una condición, no
quiero que vengas más para acá, ni te escapes de esta manera. Si lo
vuelves a hacer, entonces me veré en la obligación de tener que
denunciarlo, y esto solamente lo voy a hacer una vez, créeme, es
completamente incorrecto.
- ¡Jum!, —dijo ella cruzándose de brazos en el asiento trasero, haciendo
un puchero—.
Después de todo, parecía que se seguía comportando como una niña.
Ella era así, una dualidad completa, la mujer lujuriosa y fuerte, pero a su
vez la chica infantil que quería cumplir todos sus caprichos.
¡Maldición!, estaba atrapada, si no hacía caso a lo que este hombre le
decía, la delataría y eso dañaría su pose de chica buena ante su familia, y
además perjudicaría terriblemente a Rocío. Estaba entre la espada y la
pared, el desgraciado la tenía agarrada de pies y manos, se quedó allí con
ese gesto de molestia, sin saber qué hacer. Por lo menos por ese momento
no se le ocurría más nada, pero tal vez más adelante pudiera inventar algo
nuevo, una forma de deshacerse de esta nueva y molesta cadena.
Alessandro caminó hacia su viejo amigo, estaba completamente
consternado, era su día libre y lo único que hacía era pensar en las locuras
de esta chica y en sus estupideces, en lo mucho que podrían perjudicarlo.
Cuando Casper lo vio lo supo de una vez, y comenzó a reírse, él se le quedó
mirando sin saber por qué su viejo mentor tenía esa actitud.
- ¿Qué te sucede fantasma?, ¿por qué estás así? ¿Acaso me veo gracioso
o qué? —Dijo sintiéndose un poco contrariado—.
- Es que veo que ya has conocido a la princesa Islandia, esa cara
crispada, y esos nervios no pueden ser otra cosa.
- Así que tú sabías que se escapaba en las noches para ir a… bueno, a
algún sitio, para hacer de las suyas. Esto es increíble, no me pudiste
decir absolutamente nada.
- Te dije que no envidiaba la posición del rey Benedit, te lo dije
claramente, además, no era necesario que te dijese nada. Sabía que tú
solo podrías con todo esto, no esperaba menos de ti, ahora sí que me
siento orgulloso. Eres un gran escolta y me imagino que ya habrás
puesto en cintura a esa muchachita malcriada. No sabes a todas las
discotecas que tuve que ir a buscarla, era francamente vergonzoso tener
que andar en esas, como si fuese una maldita niñera.
- Sí claro, en discotecas con sus amigas, como todas estas chicas
privilegiadas de su edad, ¿qué te puedo decir? Gracias por el trabajo
que me has conseguido, estoy muerto de la emoción por ello.
- Jajajajajaja, —dijo llevándose su taza de café a los labios—, así es la
vida de estas personas, quizás algún día entiendas lo que tenemos que
pasar todos los demás y comprendan que no todo es fiestas, juerga y
diversión.
- ¿Qué más sabes acerca de la princesa y de sus correrías? —Preguntó él
haciéndolo en un tono informal—.
- ¿Te refieres al club donde va a bailar los jueves? ¿A eso te refieres? —
Dijo sonriendo, a este hombre no se le podía engañar, era un zorro
viejo y mucho más astuto que él mismo—. Ahora se preguntaba ¿por
qué no había hecho nada para evitar que la chica siguiera haciéndolo?
- ¿Cómo es que sabes eso, y…?
- ¿Crees que la dejaría sola? Por supuesto que sabía, solamente que la
dejaba pensar que lo estaba haciendo sola, porque sino tal vez haría
algo peor.
- Como ¿qué?
- La peor idea que se puede tener es tratar de controlar a una persona
como esa. Ella va a conseguir la manera de deshacerse del nudo. Así
que, simplemente la dejaba que hiciera lo que le diera la gana, y que
creyera que me estaba viendo la cara de idiota, jajajajaja.
¡Rayos! —se dijo pensando si él lo estaba viendo esa vez que se
encontró con ella—. De paso, había hecho todo lo contrario a lo que Casper
le estaba diciendo, la había puesto en evidencia, ¿en qué rayos se había
metido con toda esta gente loca?, casi añoraba los días en que escoltaba a su
querido embajador, una persona normal, taciturna, a quien solamente tenía
que acompañar a sus aburridas reuniones diplomáticas.
- Ten cuidado con esa chica, es muy sinuosa, puede inventar cualquier
cosa en cualquier momento y meterte en un tremendo problema. Al
menos que…
- ¿Qué?
- Que le gustes, lo cual es bastante probable, sería mucho peor de ser
así. Ten mucho cuidado con ella, no hay nada peor que un escolta
involucrado con su cliente, creo que eso ya lo sabes ¿no?
- Por supuesto que lo sé, no pienso involucrarme con nadie. Además,
¿cómo crees que esa chica se va a fijar en alguien como yo?, debe estar
acostumbrada a andar con príncipes y dignatarios, hijos de presidentes,
en fin, yo no soy nadie, soy simplemente un escolta y nada más.
- Si es así, no tienes nada de qué preocuparte, porque si por alguna
razón llegases a involucrarte con esa chica, entonces estarías en serios
problemas. No solamente por infringir las normas de tu trabajo, sino
que también me estarías haciendo quedar mal ante el rey.
- ¿Cómo crees?, claro que no, —y se sentía muy mal, tan solo de
escucharse a sí mismo, sonaba como un completo hipócrita—.
- La princesa Islandia es la hija favorita del Rey y la cuida mucho,
aunque francamente creo que no ha tenido mucho éxito en eso ¿no?
Jajaja. Si el rey supiera realmente lo que hace, creo que se moriría,
pero nadie va a decir nada de eso ¿cierto? Es mejor dejar que la
muchacha se divierta, eso sí, hay que cuidarla y hacerle pensar que está
haciendo lo que le da la gana, eso es muy importante.
- Bien, —dijo él, pero por dentro se sentía bastante nervioso—.
Algo le decía que Casper sabía mucho más de lo que le decía. Este
hombre era supremamente astuto, podía prácticamente leerles el
pensamiento a las personas, qué se traía entre manos y qué no le había
dicho anteriormente.
- Teniendo todo claro, entonces… podrás seguir con tu trabajo. Solo
piensa en la buena paga que estarás obteniendo y en las influencias.
Luego de un tiempo prudencial podrías retirarte y seguir con alguna
otra persona, con la cual te sea más cómodo trabajar, reconozco que
esta chica no es para nada fácil, y que escoltar a una mujer joven así
puede ser realmente un fastidio. Pero, ni modo, es la mejor manera de
ascender en este tipo de trabajos, mírame a mí, todo lo que he podido
lograr tan solo soportando a esta jovencita.
- No es tan malo después de todo, —dijo recordando alguno que otro
buen momento que había tenido con ella, claro obviando la relación, o
lo que fuese, que había surgido entre los dos—.
- Oh… ¿así que hay un lado bueno en todo esto?, bien por ti si lo has
encontrado. Entonces me alegra que sea así, disfrutarás mucho más tu
trabajo, aunque, por supuesto, no está de más reconocer que es una
jovencita muy guapa. Así que ten cuidado muchacho, ten mucho
cuidado, y anda con pies de plomo.
- Así será, —pero la verdad no estaba muy seguro de las consecuencias
que todo eso tenía—.
Estaba más que involucrado, tenía los pies hundidos completamente en
el lodo. No había hecho caso a nada, y por eso ahora estaba implicado con
esta jovencita, que era completamente impredecible, y él mismo se había
vuelto impredecible en cierta forma.
Rocío estaba completamente nerviosa, no sabía qué medidas iba a
tomar el joven escolta ahora. Después de todo, ella sería la que saldría
perdiendo, y todo por secundar a la princesa, era demasiado injusto. Pero
¿qué más podía hacer?, era su jefa, si no la ayudaba también la despedirían,
era como estar entre la espada y la pared, y ella era la más perjudicada.
- Quita esa cara, no va a pasar nada Rocío, Alessandro no va a decir
absolutamente nada, —le dijo Tristán al tiempo que le acariciaba la
espalda—, a él no le conviene denunciar, sería el primero en salir
perjudicado. Además, creo que esos dos tienen algo.
- ¿Te refieres a que la princesa tiene algo con su escolta? No lo creo, por
la forma como la trató cuando en ese lugar… pues, la verdad es que no
lo creo, la trató con mucha severidad, incluso, la amenazó con
denunciarla con Su Majestad, por eso estoy tan nerviosa, yo sería la
primera en salir perjudicada en todo esto.
- Vamos, vuelve a la cama, eso no va a sucederte, te digo que esos dos
tienen algo, yo lo sé, la conozco, la he visto salir con muchos tipos y
nunca ha mirado a nadie como a ese hombre. Las mujeres son fáciles
de detectar, sé exactamente cuando una está enamorada.
- Ah… ¿sí?, —entonces se volteó para mirarlo—, ¿cómo que es fácil
detectar a una mujer cuando está enamorada?, a ver, ¿cómo lo sabes?
- Porque la princesa tiene la misma carita que tú ahora, ven acá, —le
dijo tomándola por la cintura y colocándola debajo de él. Entonces
comenzó a besarla apasionadamente—.
En su pequeño castillo, la princesa Islandia no conciliaba el sueño.
Otra vez ese hombre lograba robarle su descanso, ese maldito hombre que
le había quitado muchas cosas, incluyendo el poder y el desamor que había
sido una poderosa herramienta para conseguir lo que quisiera.
Ahora, despojada de ello, se encontraba allí, como una chica tonta
pensando en el hombre que le gustaba, remordiéndose en su rabia. Se quedó
pensando qué podría hacer para deshacerse del poderoso nudo que este
había atado a su alrededor.
Si había algo que le molestaba era precisamente que la quisieran
controlar. Estuvo cavilando por unos instantes, entonces sonrió, pronto se
las vería con ella, todavía no había conocido a Islandia, y todo lo que era
capaz de hacer. Podría ser un militar y todo lo que quisiera, colocarse y
seguirla como una maldita sombra, pero ella también tenía sus propias
estrategias, su manera de “jugar”, todavía no estaba derrotada.
Se recostó nuevamente en sus suaves fundas de seda, donde sintió una
especie de paz, la paz de la revancha y el gusto de saber que lo haría
remorderse también por haberla retado como lo hizo. Hubiese sido mejor
que hiciera como Casper, perseguirla mientras ambos fingían que no tenían
idea que el otro estaba allí. El Zorro Rojo, al fin sería cazado, se dijo y
volvió a sonreír, esta aventura era nueva y deliciosa.
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CORAZÓN ROJO Y AZUL
Líneas Difusas
AVE FÉNIX
Toda su vida había sido una sombra de sí misma, la Islandia que todos
conocían no era más que eso, el reflejo, la que proyecta la luz y entonces se
convierte en oscuridad. Pero ahora la luz se reflejaba sobre ella de una
manera verosímil, sus ojos eran otros y también su piel, sus manos recorrían
nuevos senderos que eran como montañas dispuestas a pertenecerle.
La Isla pertenecía a la oscuridad, Islandia era la luz; pero ambas
mujeres tal vez pudieran fusionarse en un solo ser y convertirse en la
verdadera chica, en la mujer, enfrentándose hacia la realidad de su destino,
a las consecuencias de sus actos. Por primera vez en su vida reclamaba su
propio espacio, su corazón.
Su fuerza estaba contenida en un inmenso par de ojos negros, de cejas
curvadas y anchas espaldas, de esos hombros fuertes que la levantaban en
medio de la nada para llevarla al laberinto de la pasión y el deseo. Él era
fuego intenso, el más fuerte que pudiera experimentar en toda su vida, allí
podría encontrar su fuerza, en aquella llama que amenazaba con
transmutarla y no quería que se detuviera. Porque la verdadera mujer estaba
a punto de surgir como un ave fénix del fuego. Entre esas líneas difusas que
una vez gobernaron su vida.
CAPÍTULO IX
Visión
Estando ambas en el palco real se veían muy parecidas. Desde la óptica
de aquellos extraños que no las conocían resultaban muy semejantes, al
menos físicamente. Pero lo que no sabían era que también sucedía lo mismo
en sus corazones. Ambas mujeres eran mucho más parecidas de lo que ellas
mismas podían entender o saber.
En realidad, las pelirrojas tenían mucho en común; por ejemplo, su
franca necesidad de huir de sus responsabilidades y un gran vacío en el
corazón, el cual buscaban llenar por todos los medios. Ambas se veían
hermosas allí, junto a la reina y Su Majestad, saludando al público que
estaba en el patio principal del palacio.
Muchos de estos observadores las veían con ojos curiosos, sobre todo,
los turistas. Esos últimos tenían una gran curiosidad de conocer a las
princesas y definitivamente pudieron comprobar que eran mucho más
hermosas en personas que en que fotos, pocas veces se podía tener el
privilegio de verlas así, en todo el esplendor de su elegancia.
Ellas le sonreían al público mientras agitaban sus manos con elegancia,
como les enseñaron desde que tenían uso de razón, pues el protocolo debía
seguirse en forma estricta. No podía haber nada fuera de lugar, sobre todo
en estas fechas tan importantes, como la semana aniversario del reino.
Luego de esto, Su Majestad debía dar su discurso tradicional al pueblo, por
lo tanto, todos debían estar atentos a sus palabras y alguna sorpresa que su
soberano seguramente otorgaría como regalo por la celebración de su
ascenso al trono.
Por su parte, Izzy no podía disimular el increíble fastidio que todos
estos actos protocolares le generaban, prácticamente podría haberse
dormido ahí, moviendo su elegante mano. De hecho, muchas chicas se
apostaban entre la multitud y solamente acudían a esos eventos para verle a
él, el príncipe más guapo de toda Europa, rubio alto y hermoso, y además
de eso rebelde, ¿qué más se podía pedir?
Pero lo último que deseaba era estar en ese sitio y daba gracias al cielo
porque era bastante improbable que algún día ascendiera al trono. Respiró
aliviado, Isabella no tenía esperanzas y eso le producía una grotesca
sensación de paz.
Isabella miró a todo el tumulto, para ella era una masa anónima, caras
sin nombre que la miraban con los mismos ojos curiosos, le daba risa que
muchos de ellos seguramente pensaran era una persona privilegiada, cuando
la realidad era muy distinta. No podían imaginarse lo que significaba estar
ahí en su lugar, no era nada de lo que ellos pensaban.
Por su parte, para Islandia sucedía algo muy semejante, estaba bastante
fastidiada y no podía mostrarlo. Debía seguir con su sonrisa perfecta, así
como les gustaba a sus padres, conduciéndose en todo y por todo, como la
princesa perfecta y correcta que ellos deseaban.
Allí estaba Alessandro y de seguro que, observándola, además de Su
Majestad, este también lo vigilaba. Apenas podía creer su suerte, ¿cómo era
que su supuesta aventura de una sola noche se le había convertido en eso?
Pero no pensaba darse por vencida tan fácilmente, por ello estaba dispuesta
a hacerle la vida imposible a su escolta.
Entre la multitud Cristian observaba a la mujer por la cual había
perdido la cabeza. Ahora le parecían completamente lejanos esos días
maravillosos que compartieron en la fundación y en aquel pueblo. La
hermosa pelirroja de ondulado y arreglado cabello que veía ahora en ese
balcón no se parecía a la Ella que había conocido. Esa chica vestida con su
elegante traje de chaqueta y falda parecía sacada de una revista, y
acompañada de esos otros personajes se veía francamente lejana.
No pudo más que sonreír, pero con una sonrisa triste. ¿Cómo era que
se había metido en todo eso y qué embrujo le dio? Había jugado y perdido,
porque cuando lo haces con fuego, puedes definitivamente quemarte, y
ahora conocía muy bien la sensación, resultaba completamente dolorosa.
La multitud daba vítores a los reyes, mientras él se encontraba un poco
perdido entre todo el montón de personas que abarrotaban el patio principal
del palacio. No guardaba esperanzas de poder verla, estaba demasiado lejos
en ese momento, o tal vez tanto como lo estuvo todo el tiempo,
simplemente que no se había querido dar cuenta de ello.
Las cinco figuras desaparecieron del palco, eso solamente quería decir
una cosa, de acuerdo a la tradición era el momento en que bajarían al patio
central, lo cual, solo pasaba cuando el rey decía su discurso en el
aniversario de la dinastía Lohardam. El corazón pareció retumbar en su
pecho, ahora estaría mucho más cerca de ella; podría admirarla, y tal vez,
con un poco de suerte, podría acercarse, quizás se diera cuenta que él estaba
allí, aunque en realidad sabía en el fondo de su ser que eso resultaba
bastante improbable.
Anticipando el momento trató de abrirse paso entre la multitud. Todos
lo miraban con gesto de molestia, él era como un pequeño náufrago
tratando de sobrevivir entre el mar de personas que se cruzaban en su
camino, tal cual como si fuesen olas gigantescas que le impedían el camino
hacia una tierra paradisíaca. Cada vez se empezó a sentir más desesperado,
y mientras más avanzaba, parecía estar más lejos de su objetivo.
Poco a poco se dio cuenta que iba a resultar mucho más difícil de lo
que había imaginado. Entonces fue avanzando hasta las filas delanteras,
donde muchas personas se amontonaban con ferocidad para no perder sus
privilegiados lugares, sobre todo, los periodistas que no fueron invitados al
evento.
Los reporteros se encontraban apostados en las primeras filas desde
muy temprano para obtener alguna imagen de la princesa Isabella, que
siempre había sido famosa por hacer cosas impropias. Estaban anticipando
y saboreando el momento en que ella cometiera algún error para poder
capturarlo.
Cristian se los encontró allí como una gran barrera insalvable, pero no
lo suficiente como para no tratar de hacer algún tipo de movimiento para
captar la atención de la hermosa pelirroja o simplemente verla. Así llegó
hasta la tercera fila y de allí no halló cómo avanzar más. Efectivamente, por
el lado derecho surgieron primero los escoltas y luego las cinco figuras
reales, la reina era una mujer increíblemente hermosa, con un porte elegante
y airoso, mientras el rey era un hombre alto y elegante, de cabello y barba
plateada. Ahora entendía por qué ella era tan hermosa, se parecía
muchísimo a su mamá, la cual miraba con un gesto muy elegante a esa
multitud que esperaba allí tan solo para poder verla.
El rey se adelantó hacia el micrófono y todos los reporteros se pusieron
en alerta al ver que la princesa se colocaba del lado derecho, como le
correspondía como heredera de la dinastía. Se veía tan hermosa, era
increíblemente bella, mucho más de lo que recordaba.
La extrañaba, añoraba la sensación que le producía su cálida risa y sus
palabras mordaces, el sarcasmo que la caracterizaba y el calor que su piel
producía sobre su cuerpo. Ella era única, no había nada que pudiera
igualarle.
Con un solo encuentro había bastado para enloquecerlo. Ella era una
mujer encantadora en todos los sentidos que sabía realmente cómo
complacer a un hombre dentro y fuera de la cama, pero además de eso,
sabía cómo complacerse a sí misma y entender su lugar en el mundo. Allí
estaba prácticamente frente a él, mirando con gesto indiferente, como si lo
hiciera por encima de todas las personas, hacia un punto dudoso en el
horizonte.
Efectivamente, Isabella miró por encima de la multitud. Realmente, no
deseaba estar allí, en ese lugar se sentía como una marioneta. Su mente
recordaba todo lo que había vivido en Mariposas, donde había aprendido a
ser una persona distinta, alguien a quien le importaba lo que pasaba a su
alrededor y que podía ser una más entre muchos otros.
En ese instante algo llamó su atención, un rostro entre la multitud y
entonces se quedó mirando fijamente hacia ese espacio, sintiendo una
punzada en el corazón porque le pareció muy conocido. Algo se paralizó
dentro de sí, un golpeteo interno, ¿quién era ese hombre?
La barba negra y la piel blanca, esos ojos intensamente negros que
contrastaban con su nívea presencia. El gesto de angustia, la misma
sensación en su cuerpo, entonces su corazón comenzó a vibrar. ¿Sería
cierto? ¿Podía ser que estuviese allí? No, eso no era más que una tontería,
un invento de su exacerbada imaginación, la necesidad de encontrarle un
sentido a todo.
Las personas se arremolinaban y gritaban vítores, mientras otros
clamaban por ayuda. Ella se sentía un tanto nerviosa, el rostro entre la
multitud seguía allí, lo buscaba exactamente entre el hombre de camisa
blanca y el de chaqueta azul. En ese espacio estaba mirándola, seguía
viéndola fijamente y ella sintió que algo daba vueltas dentro de sí.
Sintió que el mundo se le desdibujaba en líneas difusas. Todo parecía
rotar a su alrededor, los rostros iban y venían uno tras otro. Él no estaba allí,
era solo su imaginación, pero ¿y si era cierto? Si fuese cierto que no lo era,
buscaría más noticias, verla de cerca y sacar más información. Cerró los
ojos para no verlo más, pero resultaba imposible porque seguía viéndolo en
su mente, ¿acaso se estaba volviendo loca?
Las palabras de su padre retumbaban en el aire sonando con fuerza,
hablando sobre el futuro de la nación y el grandioso ímpetu de Mirabal en
el mundo. Para ella estas frases adornaban la atmósfera, parecían darle un
sentido de suntuosidad al espacio, enriqueciéndolo con la perfecta dicción y
belleza de su lenguaje, las mismas provocaron una gran emoción en los
corazones de quienes estaban allí.
- ¡Cielos!, —murmuró, tanto por las habilidades de su padre como por el
hastío que estaba experimentando—.
Su hermana se le quedó mirando, su comportamiento era francamente
extraño y solamente esperaba que no hiciera una de las suyas allí. Siempre
hacía ese tipo de cosas a propósito, justo delante de las multitudes para
llamar la atención.
Por fin el rey terminó de hablar y ella pareció dar gracias por eso. Se
veía francamente obstinada de todo, dio un respiro profundo y siguió
caminando detrás de su madre, luego le siguieron su hermana y después
Izzy, detrás de ellos, los reporteros gritaban el nombre de Isabella.
Seguramente, estaban decepcionados, sus expectativas de encontrar drama
fueron frustradas.
Se dio cuenta que en el único momento que su corazón pareció cobrar
vida, fue cuando conoció a Cristian, aunque luego lo hubiese dañado todo
con su estúpido reportaje. Ese hombre la había tratado de la peor forma
posible y, aun así, seguía queriéndolo, sintiendo cosas en su corazón; ¿cómo
era posible eso después de que él prácticamente se había burlado de ella?
¿Nunca iba aprender?
Caminó hacia dentro del palacio todavía con la extraña sensación en su
cuerpo de sentirse observada, temblaba de pies a cabeza. Islandia se le
acercó curiosa, era obvio que algo le sucedía, estaba completamente
descontrolada, aunque lo disimulara bien.
- ¿Qué te pasa?
- Nada, no me pasa nada, —dijo ella—, Islandia era la última persona a
la cual le confesaría sus sentimientos.
- Bien, como quieras, —pero es obvio de que algo raro te está
sucediendo—.
- ¿Qué pasó primita? Tal parece que has visto un maldito fantasma, —
exclamó Izzy muerto de la risa—, pensé que te ibas a desmayar.
- No puedes ni imaginártelo, —contestó ella con la voz llorosa—, creo
haber visto algo entre la multitud.
- Espero que no haya sido a tu reportero, porque entonces se va a meter
en graves problemas con Su Majestad.
- Puede que exista alguien que no sepa eso en este palacio.
- Lo dudo primita, lo dudo mucho.
Ella no le contestó nada y él intuyó que tal vez su prima se había
enamorado de ese hombre. Si era cierto que estaba allí, todo era mucho más
grave de lo que él había pensado. Tal vez su prima había dejado su corazón
en ese lugar; mal, muy mal, pensó. Por eso precisamente no creía en el
amor, porque exponía a las personas a ser heridos y a tener una existencia
miserable.
Isabella vio un rostro conocido, era nada más y nada menos que Andru,
sintió que hacía mil años que no lo veía. Este sonrió y su rostro pareció
iluminarse de repente. Cuando sus ojos se encontraron, fue hacia ella y se
abrazaron. Su madre la miró con severidad, nuevamente estaba rompiendo
el protocolo, ese no era momento para saludos, todavía tenía muchas cosas
por hacer.
- Andru.
- Ella, por fin te veo, siento que hace miles de años que no hablábamos,
—su voz parecía temblar por la emoción—. Te ves realmente preciosa,
incluso, podría decir que más… mucho más que antes.
- Gracias, yo también siento que tengo siglos sin verte.
- Igual, —no necesitaba hablar, su rostro lo decía todo—.
- Creo que podemos dejar los saludos para después, tenemos muchas
otras cosas que hacer. Por favor, ya conoces el protocolo, no me hagas
repetírtelo una vez más.
- Está bien, está bien.
Andru se le quedó mirando fijamente, mientras ella se alejaba, la
sensación de euforia se iba disipando. Era obvio que todavía sentía algo por
Isabella, Izzy sonrió de medio lado, su pobre amigo no tenía la más mínima
esperanza; pero bien, no se podía hacer nada al respecto, pensó que la
tortura seguiría.
Cuánto deseaba escapar de ese lugar, su única ventaja era no ser el
heredero directo, era lo único con que contaba. Algún día él podría
desprenderse de toda responsabilidad, cuando Isabella ascendiera al trono,
se casara y tuviese hijos, así sería finalmente desplazado de la línea de
sucesión. Era un alivio, tan solo de imaginarlo experimentaba liviandad y
esperanza, ser libre, viajar a donde quisiera, en fin…
Mientras tanto, Isabella vivía su propio calvario, ver a Cristian había
sido una visión, un producto de su imaginación, un espejismo ante la
necesidad de ver precisamente a ese hombre que tanto daño le había
causado. Resultaba extraño, absurdo, pero así era, lamentablemente.
Las horas parecían sucederse lentamente, exasperantes ante todo ese
montón de rituales y protocolos que le fastidiaban. Las comparaba con su
vida en Las Palmas y todo le resultaba tan lejano y distinto; sí,
definitivamente todas esas experiencias cambiar su mundo, ya no era la
misma.
Observó a la extraña que la miraba desde el espejo y supo que en sus
ojos había un brillo diferente. No, no era Isabella, al menos no la de antes,
entonces sintió una especie de aprehensión, un miedo de no conocerse a sí
misma, al menos no tanto como había pensado. Ahora esta mujer que estaba
ante sus ojos era otra persona, una distinta a la que había conocido toda su
vida.
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CAPÍTULO X
Isla & Ella
La reina iba caminando por el palacio con su habitual gesto de
delicadeza y calma, como un hermoso diente de león que flotaba en el aire.
Se encontraba revisando que todos los detalles estuviesen listos para la
celebración del gran baile real, este era parte de los acontecimientos que
correspondían con la celebración del aniversario de la dinastía Lohardam.
Así la vieron todos, caminando con sus tacones cerrados y su hermoso
cabello rojizo, la bella soberana levitaba alrededor de todas y cada una de
las alas del palacio, junto a Madame Eloise y varios de sus asistentes,
revisando que todo estuviese sencillamente perfecto. Sus ojos escrutadores
no dejaban nada sin supervisar, ni se les escapaba ningún detalle en su
escrupulosa inspección.
Su graciosa Majestad sabía cómo obtener lo que quería, no había
manera de refutarle algo cuando ella tenía una idea en mente, simplemente
se debía asentir. En su mente todo tenía un sentido lógico, pero de una
lógica, diríamos, cuántica. Porque muchas veces sus ideas salían de toda
proporción y, sin embargo, parecía que siempre alguien conseguía la forma
de llevarlas a cabo. A ella le encantaba repetir esa frase una y otra vez “si
no supieras que es imposible lo harías”.
Por supuesto que el tiempo le había dado la razón, todo lo que ella
imaginaba se podía hacer, solamente había que buscar a la persona que
estuviese dispuesto a ello, alguien con la actitud correcta. Cuando entró en
el salón donde todas las decoradoras estaban trabajando como pequeñas
abejas en su panal, no pudo evitar un gesto de disgusto. Había repetido más
de una vez que no quería peonías en ese lugar, era la flor que más detestaba
en el mundo, y no sabía cómo esas horribles florecitas habían llegado hasta
allí.
Las odiaba, no solo porque le traían malos recuerdos de la muerte de su
padre, sino también porque le parecía que carecían de toda gracia y
elegancia. Con gesto severo miró a Eloise, la cual se quedó observándola,
inmediatamente fue hacia la encargada y le repitió las palabras de Su
Majestad en forma enfática, diciéndole que sacara cuanto antes esas flores.
La reina había especificado que eran orquídeas blancas las que debían
estar allí para complementar los arreglos, le gustaba su elegancia y
delicadeza. Estas poseían un profundo significado no solo para Su
Majestad, sino que tenían un sentido muy poético, una flor compleja y
sencilla, no le agradaba la pretensión vacía implícita en las peonías, estaban
sobrevaloradas, y no había nadie que la convenciera de lo contrario.
Le gustaba ese estilo fresco, elegante, lujoso y sencillo del ikebana.
Eso era lo que deseaba reflejar en su baile, y no importaba lo que tuviesen
que hacer, debía quedar exactamente como se había especificado en los
diseños previos.
- Lo siento, Su Majestad, creo que hubo algún error, —dijo la mujer un
tanto nerviosa y haciendo una reverencia ante su soberana—, la verdad
es que no tengo idea cómo terminaron estas flores aquí.
- Espero que rectifiquen ese error rápidamente, ya saben cuánto detesto
esas insignificantes florecillas, no las quiero ver por aquí de ninguna
manera.
- Así será Su Majestad, —dijo la mujer, francamente asustada—.
La reina Myka no era ese tipo de personas que le gustaban imponer su
voluntad usando un tono de voz agresivo, ni hacer aspavientos. Ella no
necesitaba nada de eso. Simplemente, con su presencia era más que
suficiente, su voz era el murmullo de un riachuelo que poseía la potencia de
un mar tormentoso, el cual hacía que todos accionaran de acuerdo a sus
deseos.
La graciosa pelirroja salió del lugar convencida de que las cosas
marcharían sobre ruedas, era el momento de revisar el banquete junto con
sus asistentes y con el servicio especializado de palacio. Debía revisar
platillo por platillo, que todo se viera exactamente como lo había
imaginado, quería algo clásico, hermoso, suntuoso, como si fuese una
especie de jardín mágico, con todo el lujo, la sofisticación implícita, pero
sin caer en barroquismos.
Quería que este año sus invitados quedaran francamente sorprendidos,
casi podía prever la sorpresa y el encanto en sus miradas. Le fascinaba
saber lo halagador que era para su marido el hecho de tener una esposa así,
con un gusto exquisito y que sabía cómo lucirse ante los dignatarios
internacionales, presidentes, embajadores y todos los invitados de honor
que tendría este año el gran baile.
Por su parte, en ese momento Isabella se encontraba en la habitación,
había escogido con una de sus asistentes principales el vestido ideal, es
decir, aquel que le gustara medianamente y que le fascinara a su madre,
pues todo debía ser perfecto. Todavía no se recuperaba del susto, tal vez
estaba delirando, pero juraba haber visto a Cristian entre la multitud de la
locución real.
Parecía él, era exactamente igual, pero podía ser una persona también
muy semejante a su querido tormento. Existían personas en el mundo que
eran muy parecidas, aunque esto era demasiado. Los mismos ojos negros,
su barba oscura y ese gesto contrariado y un tanto de tristeza. Cuando sus
ojos se cruzaron pudo ver la melancolía en ellos y la culpa, dejándola un
tanto anonadada.
- Debo estar loca, —se quedó allí como paralizada, pensando en que
tenía una especie de obsesión con ese hombre, deseaba verlo tanto que
ya se le aparecía en todas partes—.
No se percató de que su hermana había entrado en la habitación, ni
siquiera la había oído llegar. Isla tenía esa cualidad, al igual que su madre,
la de aparecerse cuando menos se lo esperaba. Ella levantó la vista asustada
y se encontró con los ojos intensamente azules de su querida hermanita
analizándola.
- Isla, ¿qué haces aquí?
- Mirándote, tal parece que has visto un fantasma, no creas que no me di
cuenta de tu reacción allá afuera, parecía que viste algo muy
interesante entre la multitud, me pregunto ¿qué pudo haber sido?
- ¿De qué me hablas?, —dijo ella tratando de disimular, Isabella y su
hermana no tenían precisamente una relación muy estrecha—.
- ¡Cuéntamelo todo!, —exclamó bajando la voz al mismo tiempo que se
sentaba a su lado como si fuesen las mejores amigas del mundo—. Ella
la miró y frunció instintivamente el entrecejo, le pareció muy extraña
su actitud.
- Eh…
- ¿Acaso crees que no sé lo de tu aventura con el periodista?
- Me imagino que sí, todos lo saben ¿no?
- Pues… salió en todos lados, también me doy cuenta de lo que pasa en
el mundo, no te puedo negar que es un chico muy guapo. En realidad
tienes buen gusto y, bueno, mal gusto por otro lado, porque ¿a quién se
le ocurre meterse con un periodista?
- Supongo que me he metido con otros peores, como varios de mis
escoltas, por ejemplo. —Islandia sintió que esta última frase fue algo
intencionado, era cierto que su hermana había tenido muchas
relaciones con escoltas, pero la manera como lo dijo fue lo que le
llamó la atención—.
- Sí, aunque no te puedo negar que tus escoltas siempre han sido muy
guapos, no como los míos. Por ejemplo, Casper no era realmente un
hombre muy atractivo, al menos que te gusten los mayores de 50, altos
y calvos.
- Bueno, creo que has tenido bastantes mejoras en ese departamento,
porque Alessandro Giacomo es un hombre supremamente atractivo, es
más, tal vez…
- Tal vez ¿qué…? —y arrugó el entrecejo, mientras Isabella se le quedó
mirando y entonces prosiguió—.
- Tal vez haga una excepción en mi nuevo gusto por los periodistas y
vuelva a mis viejas andadas. Por un hombre como el señor A, bueno,
tal vez pueda hacerlo, no creo que sea muy difícil conquistar a un
escolta como este. Se nota que es un chico bastante sensual y que sabe
hacer bastantes cosas, —le dijo sonriendo de medio lado—.
- ¿Qué cosas? —Exclamó ella levantándose rápidamente de la cama y
con un evidente gesto de molestia, parecía que la hubiesen tocado con
uno de estas varillas de electrocución—.
- Jajajaja.
- ¿Qué rayos te pasa?, ¿por qué te burlas así?, ¿acaso estás loca?
- No, no estoy loca, pero por lo menos no soy una maldita hipócrita
como tú. Dime la verdad, tienes una aventura con este tipo ¿no es
cierto?
- Por supuesto que no, no tengo la menor idea de lo que dices, ¿cómo se
te ocurre que yo pueda fijarme en un maldito escolta?
- Bien, entonces no tendrás ningún problema en que yo tenga una
aventura con él. Es un hombre extremadamente guapo, esos preciosos
ojos negros que tiene… bien sabes que tengo debilidad por los ojos
negros… es que me imagino que debe tener una fuerza muy grande,
digo… para tomar a una mujer.
- Deja de hablar estupideces, eres una maldita zorra, hablas de los
hombres como si fuesen cosas que tú puedes usar. Deja tranquilo a
Alessandro, él es un hombre serio y no se presta para tonterías como
estas, tus juegos ya están francamente fuera de lugar, —sentía como si
de su cara salieran chispas de fuego—.
En este momento se hizo bastante evidente que Islandia estaba celosa,
no podía ni siquiera soportar la idea de que su hermanita se le acercara. Ella
misma se había delatado y ahora Isabella parecía bastante divertida, aunque
sorprendida con la actitud de su hermana, jamás la había visto así, tan
apasionada y alterada por nada, y mucho menos por un escolta.
Definitivamente, era algo bastante interesante, ya se imaginaba la cara
de su Real Majestad al enterarse de que su pequeña y perfecta hija tenía una
aventura con su escolta principal. Por lo menos debía darle el crédito que
sonaba como una aventura bastante excitante.
- Deja de mirarme así, pareces una maldita loca, —le dijo Islandia
hallándose francamente descubierta—. Era más que evidente, su
hermana se había dado cuenta, y ella no podía disimular su actitud.
La verdad era que, tan solo de pensar que Alessandro pudiera ver a
otra, se moría de los celos. Cuando su hermana le dijo eso, sintió que la cara
le hervía. Debía admitirlo, ese hombre le gustaba y mucho, más de lo que
ella había imaginado. ¿Cómo era posible que hubiese caído en esa estúpida
trampa, la cual ella misma había creado?
- ¡Vaya!, —dijo y comenzó a sonreír—, por fin me pareces una persona,
una humana con defectos ¡Esto es genial hermanita! Me alegra mucho
saberlo.
- ¿Estás loca?, —estaba tratando de mantener inútilmente su papel de
chica perfecta—.
- Seguro que te divertiste mucho en esa cabaña.
- Ah…
- Sí, espero que haya sido así, creo que te lo mereces. —Entonces se
recostó boca arriba en la cama, Islandia no podía creer lo que estaba
oyendo, ¿de dónde había sacado que estaba allí con Alessandro?—.
- Fui a una cabaña a pasear, mejor dicho, fui al lago a pasear con un
escolta, por supuesto, pero no sé a qué te refieres con que me haya
divertido mucho. Bueno, sí que lo hice, porque es un lugar hermoso, y
todo eso.
Pero se dio cuenta que se estaba enredado con sus palabras, mientras
Isabella recostada de lado y con la mano sosteniendo su cabeza, parecía
muy divertida, tratando de contener la risa mientras la hacía divagar de esa
manera. Le molestó el gesto de humor que tenía, parecía estarlo
disfrutando.
- Simplemente admítelo, di que tuviste una aventura con este tipo, no
veo qué tiene de malo. Yo también lo he hecho antes, y es realmente
maravilloso. Tu escolta es un hombre increíblemente atractivo y sexy,
¿desde cuándo es un pecado que a uno le guste un hombre joven,
bello… y que de paso representa una figura de poder? ¿Acaso no sabes
que eso es increíblemente excitante para una chica?
- Tú y tus cosas.
- Además, está el toque de lo prohibido, ¿qué puede haber más
prohibido para una princesa que acostarse con uno de sus escoltas?
- Eres, eres… —y al cabo de un rato empezó a reír…—. ¡Eres una
zorra!
- Si te gusta pensar en eso, bien por ti, la verdad prefiero ser eso que una
frígida aburrida. Creí que eras así, pero ya veo que no, y eso me alegra
bastante, lo último que quisiera tener es una hermana que sea un
témpano de hielo. Pero tú, querida, al parecer no eres nada de eso, ¡ven
acá! —Entonces le dio un golpe a la cama con la palma de la mano—.
¡Siéntate aquí y cuéntale todo a tu hermanita!
Fue un extraño momento para Islandia, nunca había tenido este tipo de
confesiones entre hermanas, pero sentía un nudo en la garganta, ya no
aguantaba más la presión de tener que callarse todo el tiempo. No tenía
nada que perder, exceptuando que la reina se enterase, así que fue hacia el
lugar que ella le estaba indicando sin saber qué rayos estaba haciendo.
- Te gusta el tipo ¿no es así?
- Bien, sí, lo admito, me gusta, es un hombre muy atractivo.
- Sí que lo es, yo diría que es este tipo de hombre viril y sexy, con el que
toda chica desea tener una aventura.
- Pues sí, diría que sí, —pero sus palabras sonaron algo vagas—.
- ¡Maldición!, ¡no puede ser!, —dijo Isabella, abriendo sus ojos como
platos—.
- ¿Qué pasó?, ¿qué sucede?, —exclamó asustada, conocía a su hermana
—.
- ¿No me digas que tienes algo más con ese tipo?, lo que estoy pensando
no puede ser.
- No sé de qué me hablas, dime ¿qué pasa?, ¿por qué te pones así?
- ¿No me digas que… estás enamorada de él? ¡No puede ser!, eso sí es
algo bastante grave, jajajaja.
- Claro que no, no estoy enamorada de nadie, ¿cómo se te ocurre?, ¡por
supuesto que no!, —pero ella misma dudaba de lo que estaba diciendo
—.
- ¡Cielos! ¡Esto sí que es grave!
- Deja de inventar cosas, estoy perfectamente bien, el hecho de que me
guste un tipo atractivo no quiere decir nada… no seas infantil.
- Te acostaste con él ¿verdad? Fue en esa cabaña, ese día hubo una
buena lluvia, y eso siempre es una buena excusa ¿no? —Dijo picándole
el ojo—. ¿No me digas que no sabías lo que iba a suceder?, desde que
fuiste a solas con él a ese lugar apartado, debiste saberlo.
- Pues… no, la verdad… ¡Oh cielos!, —dijo dándose cuenta de que su
hermana la había atrapado en la mentira—. Entonces comenzó a reír de
forma hilarante y le dio un golpe en el brazo, mientras Isabella se
desternillaba de la risa y caía boca abajo en la cama. Era como si le
estuviesen haciendo cosquillas por haber engañado así a su hermana,
quien había caído completamente en su trampa.
- ¡Eres una zorra!, ¿te acostaste con tu guardaespaldas? ¡Maldición!, ¡no
puedo creerlo!, ¿así que en la cabaña? Parece un buen lugar para una
aventura, sin duda te he estado subestimando todo este tiempo, querida.
Eres toda una experta, mmm, tener sexo así, en ese lugar con un
hombre como ese, ¡estoy orgullosa de ti!
Ella recordó la primera vez que lo hicieron y no se atrevía a decirle a
su hermana la verdad, que ese no era el sitio en el cual ellos tuvieron ese
encuentro inicial, sino en ese hotel en el que le gustaba jugar a ser una dama
en control, una dominadora. ¿Qué hubiese pensado su querida hermana de
algo como eso?, quizás era demasiado, por ahora tantas confesiones no
debían hacerse ni siquiera en momentos de intimidad como este. Era
preferible que pensara de esa manera.
- Más de una vez, por supuesto, —dijo ella mirándola de soslayo—.
- Sí.
- ¿Es bueno? —Preguntó de pronto—.
- ¿Qué dices?, ¿cómo me preguntas una cosa como esa? ¡Eres una
impúdica!
- Jajaja, tú eres la impúdica, seguro que lo sedujiste, podría apostarlo.
Dime la verdad ¿has estado con muchos otros? Ahora puedo verlo en
tu cara, pero la verdad es que logras mantener con éxito esa carita de
niña buena, la verdad es que es difícil de creer. Creo que tienes la
suficiente inteligencia como para embaucar al hombre más inteligente
del mundo.
Era cierto, ella lo había seducido, apareciéndosele así en el camino,
llevándolo hacia su lugar secreto con sus artimañas de seducción.
- Sí, bien, es bastante bueno, —dijo ella para quitársela de encima, y
que su hermana no siguiera ahondando en cosas que no deseaba
contestar, ni en este, ni en ningún otro momento—.
- ¡Lo sabía! Se le nota en la cara, ese hombre es… no, no me mires así,
eso es solamente un comentario, no me interesa, ni me gusta. Creo que
es exactamente el tipo de hombre que necesitas, de esos que te hacen
estremecer, que te sacan de tu zona de confort.
- La verdad es que… es mucho más que eso, —dijo Islandia con un tono
de voz extraño, parecía que sentía vergüenza de confesarle a su
hermana la verdad, lo que sentía por su escolta era más que una simple
atracción sexual—.
- Mmm, ¡cielos Isla!, entonces es verdad, te gusta mucho ese chico,
puedo verlo en tu mirada.
- Es un buen hombre y parece bastante dulce, a su manera, claro está.
En realidad, no lo conozco tanto como pienso, pero por su manera de
ser, me ha demostrado que es una gran persona. La vez que estuvimos
en aquel acto de los niños excepcionales me desmayé, y me cargó entre
sus brazos, me llevó hasta el vehículo protegiéndome, nunca me había
sentido así. Sentí… una seguridad, —dijo sin creer lo que ella misma
estaba diciendo—.
- Estás bastante grave por lo que veo, ¡cielos!, las cosas pintan mal. Pero
si te gusta ese hombre… adelante, creo que te lo mereces. Mereces un
poco de diversión por todo el tiempo que has dedicado al reino y a tu
trabajo como princesa. Creo que mereces darte unos buenos sacudones
con ese guapo escolta.
- Jajaja, ¿unos buenos sacudones?, tienes unas maneras de hablar
francamente… reprobable. Si Su Majestad te escuchara, ¡rayos!, no sé
qué haría.
- ¿Acaso crees que nuestra madre no se da unos buenos sacudones con
Su Majestad? ¡Por favor!, ¿de dónde crees que salimos tú y yo?
- ¡Ah…! ¡Qué horror!, lo último que quiero es pensar en eso. No, no
deseo tener esa imagen en mi cabeza, no me vuelvas a aludir a eso.
- Jajaja, ¡qué tonta eres!, el sexo es la cosa más natural del mundo, a mí
me parece genial que nuestros padres tengan una buena química
sexual. Eso se nota, y se ven muy felices, creo que es genial. Eso
quiere decir que tal vez nosotros también tengamos una vida sexual tan
increíble como la de ellos, —le dijo, dándole un fuerte codazo—.
- Bien, bien, está bien, cambiemos de tema.
- Ok, dime ¿qué quieres que te diga?
- Cuéntame lo que te pasó en aquel lugar y lo de tu aventura con el
reportero. Quiero saberlo todo, ya te conté lo mío, así que no me
escondas nada.
- Me contaste lo tuyo, ¿eh?, —dijo ella—.
- Sí, claro, ¿qué más quieres que te diga?, ¿las posiciones?
- Jajaja, no, claro que no, no quiero saber absolutamente nada de eso,
por favor. ¡Ay querida hermana!, en fin, no importa, ¿quieres saber qué
pasó?
- Sí, creo que es evidente que quiero saber qué pasó. Me da mucha
curiosidad conocer cómo terminaste en un reportaje de alguien como
ese chico.
- Si te soy sincera, no lo sé, creo que pasó porque soy una tonta
romántica. Pensé que podía existir alguna persona que se enamorara
limpiamente de otra, que pudiera sentir una atracción auténtica por mí,
que estuviese totalmente fuera del interés por la corona o la realeza. No
sabes lo bien que se siente que nadie sepa que eres una princesa, el
tiempo que duró fue realmente genial.
Islandia se sorprendió al encontrar ese pensamiento en su propia
hermana. En ese instante se dio cuenta de lo parecidas que eran, ella
también disfrutaba increíblemente tener aventuras nocturnas y que nadie
supiese que era una princesa. No había nada más placentero que pensaran
era una sexy bailarina en busca de aventuras, miró hacia el piso y se quedó
callada esperando que su hermana le siguiera contando.
- Tal vez puedas entenderlo, o tal vez no, pero créeme, fue sumamente
agradable que todos me trataran como una persona normal. Aunque, al
principio me sentí francamente incómoda, todo aquello fue una
completa locura, vivir en un lugar como ese al que no estaba
acostumbrada, y sin la más mínima comodidad. No te imaginas todas
las cosas que tuve que pasar, jajaja, fue increíblemente ridículo, pero
ahora, la verdad es que siento que nunca me había sentido tan feliz
como en ese sitio.
- Interesante…
- Bastante, debo decir que todas esas privaciones parecen despertar tu
mente, y ahora que estoy aquí, con todas estas comodidades… no sé,
las considero tan tontas, es que no te puedes imaginar todas las cosas
que viví en ese pueblo, jajajajaja, tan solo de imaginarlo.
- Suena divertido.
- Por un lado, sí, pero no es solo eso, también pude ver mucho
sufrimiento. No sabría ni siquiera cómo explicártelo, hay cosas
horribles que le pasan a estas personas.
- Lo sé, te recuerdo que he trabajado para las organizaciones de mi
madre.
- Eso es peor, secuestros, violaciones, no puedes imaginar las historias
que escuché, fue… —y se le quebró la voz—.
- Me imagino que debe haber sido horrible.
- Sí, —se quedó un momento en silencio—.
- Bien, ¿y qué más viste en ese sitio?, digo, aparte de la anatomía del
tal… ¿Cristian? —Exclamó tratando de cambiar el tema porque veía
que para ella resultaba algo desagradable—.
- Es un sitio hermoso, como un paraíso, tiene unas montañas verdes
esmeraldas muy parecidas a las de Mirabal y mar, un mar muy azul. Es
como mezclar todo en el mismo lugar y de la forma más absolutamente
exquisita.
- Y por supuesto que estaba él, —dijo Islandia sonriendo, y le causó
gracia ver la cara de su hermana, el gesto en su mirada había cambiado,
se notaba que le gustaba mucho ese hombre—.
- Sí.
- ¿Te gusta mucho ese chico?
- Sí, se puede decir que sí, bastante, de hecho, pero eso ya no importa.
Él me estuvo engañando todo este tiempo, no fue más que un
mentiroso, solamente quería sacarme un reportaje y nada más.
- ¡Quién sabe!, a veces la gente hace cosas tontas aún sin saberlo y se
dejan llevar por ciertas necesidades, y cuando van a ver, se sienten
atrapados en una especie de laberinto. Tal vez ese hombre no sea tan
malo, quizás se haya enamorado de ti realmente.
- ¿Quién eres? ¿Qué has hecho con mi hermana? —Dijo ella entre
sorprendida y asustada— ¿Por qué me dices esas cosas Isla? Tú eras la
primera que repetía siempre que no debías confiar en nadie, y que
todas las personas tenían una segunda intención cuando se acercaban a
nosotras.
- Pues sí, eso pensaba, pero supongo que todo el mundo tiene derecho a
cambiar de opinión. No lo sé, la verdad es que ahora quisiera creer en
el amor, llámame tonta o cursi, pero sí, bueno, tal vez sí sea tonta o
cursi, no lo sé.
- Tal vez simplemente quieras creer en eso porque te gusta mucho tu
guardaespaldas, admitir que una persona como esa jamás sentiría algo
por nosotras, sería como ir en contra de ti misma.
- No pienso tener ninguna relación con ese chico, simplemente me
acosté con él y ya, solo sexo, nada más, tú lo sabes mejor que nadie, no
importa lo demás, no importa… Te has acostado con muchos hombres
de una sola noche, eso lo sé, y siempre has logrado separar tus
sentimientos de tus sensaciones o necesidades.
- Pues sí, eso creía, pero la verdad, ya no estoy tan convencida de ello,
sí estuve con muchos hombres de una noche como dices, pero creo que
hacerlo no solamente les hizo daño a ellos, sino quizás a mí misma.
Ahora, la verdad no sé qué pensar, después de este chico… algo
cambió dentro de mí, no sé si eso sea bueno o malo. Ahora hablando
de ti, sé que quieres convencerte de que es solo sexo, pero sabes que no
es así.
- Creo que son demasiadas concesiones para una sola noche, ¿no te
parece tal vez que debamos dejar las cosas hasta aquí y esperar lo que
diga el destino?, —dijo ella sonriendo—.
- Sabes que no creo en esas tonterías, no existe una cosa como el
destino, la verdad es que el destino lo hacemos nosotros mismos, con
nuestras acciones o con la carencia de ellas.
- ¿Y qué quieres entonces?
- ¿Quieres que te sea sincera?
- Sí, por supuesto, preferiblemente, jajaja.
- La verdad, en este punto de mi vida no sé lo que quiero.
- Mal, mal, tal vez debiste decir algo como… quiero ser la reina de
nuestra nación y seguir los pasos de nuestro querido y primer insigne
rey Lohardam I, llevar a este país a un nuevo estatus y a una nueva
esfera de poder y grandeza, jajaja. Pero no, simplemente me dices, “no
lo sé”, no suenan muy “reales” esas declaraciones tuyas.
- Jajaja, tal vez tú seas mejor para llevar el país a la grandeza que yo, tú
mereces llevar la corona de Lohardam mucho más que yo. ¿No es eso
lo que siempre has querido?
- ¿Quién te dijo eso? —Dijo ella mirándola extrañada—.
- Bueno, tus actitudes, pareces tan enamorada del reino y tan empeñada
en estar aquí, creí que te morías por ser la reina de Mirabal.
- ¡Claro que no! Jamás sería algo como eso, ¿sabes la tremenda
responsabilidad que eso implica? Llevar encima de tus hombros todo
lo que pase en un país como este, es muy complicado. Nunca he
soñado con eso, al contrario, me alivia saber que eres tú quien en algún
futuro lejano lleve la responsabilidad sobre sus hombros, jajaja.
- ¡Mierda!, ¡esto sí que está mal!, pensé que estabas loca por ser la
soberana del país, y ahora me sales con esto.
- No en modo alguno hermana, jamás he deseado eso.
- Entonces ¿por qué te has comportado toda tu vida como si fueses una
maldita cretina?
- Solo lo hacía por complacer a nuestros padres, porque tú siempre
fuiste tan rebelde que me obligaste a ser la niña buena, la que debía
hacer todo bien. Porque no quería que nuestros padres sufrieran por ti y
por mí, y me has obligado a estar en ese papel todo el tiempo.
- ¿En serio? ¡No puedo creerlo!, —dijo ella entre sorprendida y
divertida—. ¿Cómo era posible que el destino pudiese ser tan irónico
como para que ambas no se conocieran en lo absoluto, aunque
hubiesen vivido toda la vida juntas?
- Pues sí.
- Esto sí que es terrible hermanita, en realidad no nos conocemos en lo
más mínimo. Aunque hemos estado toda nuestra vida conviviendo, la
verdad es que al parecer, hasta hoy es que estamos hablando como
hermanas.
- Así parece, —dijo Islandia—.
Esa fue una noche de conversaciones inusuales y declaraciones raras.
Ambas chicas se quedaron mirando como reconociéndose por primera vez
en la vida. Era gracioso y al mismo tiempo loco, ¿cómo alguien a quien
conoces tanto tiempo puede ser un completo desconocido para ti?, parecían
preguntarse.
- ¿Te acostaste con ese chico cierto? —Le dijo, luego de un rato de
silencio—.
- Pues sí, así es, afortunadamente tuvo el suficiente tacto para no hablar
de nada en la revista, por lo menos por ahora. Sabes, mi madre me
increpó al respecto, y le dije que no me importaba en lo más mínimo,
que no había sido, sino una aventura, pero no estoy segura que me haya
creído.
- No lo fue, no fue solo una aventura, ese chico significa algo
importante para ti, y no me preguntes cómo lo sé, lo puedo ver en tu
mirada, estás enamorada de él.
- Sí, creo que en parte sí, estoy enamorada de él, cuando se comportaba
como otra persona, es decir, un voluntario en Mariposas, era
francamente encantador. Me contó acerca de su sueño de ser escritor,
un ganador, ambos compartíamos ese sentido de fracaso, yo por
sentirme como una pésima futura gobernante y él por sentirse un
fracasado al compararse con su padre, el cual fue un gran periodista e
investigador.
- Es decir, que no te mintió en eso, te contó detalles reales de su vida y
de sus complejos.
- Sí, eso creo, pero ¿qué importa?, como dicen por allí, el fin justifica
los medios. Tal vez mostrarse vulnerable era una de sus armas para
sacarme información y luego publicarlo en su maldito artículo.
- No lo sé, no estoy muy segura de eso, creo que algo debe haber
pasado, no lo conozco, pero… tal vez sí siente algo por ti.
- No lo creo hermanita, pero bueno, sería terrible que así fuese, porque
igual no podemos estar juntos. Es mejor pensar que sea un desgraciado,
así las cosas son mucho más fáciles.
- Puede ser que sean más fáciles, pero ¿cuándo las cosas fáciles han sido
buenas? Es decir, tal vez la verdad sea mucho más compleja de lo que
pensamos, y si no la buscas nunca la vas a encontrar, te quedarás así
toda tu vida. Tal vez termines en un punto diferente al que imaginaste y
te pierdas de saber qué sucedió realmente con ese chico.
- ¡Vaya!, no te conocía esa pose de chica romántica, la verdad es que me
tienes realmente sorprendida.
- Sí, puede ser que sea eso y muchas otras cosas más, —dijo ella
sonriendo—. Ahora dime la verdad, ¿qué te asustó tanto allá afuera?,
¿qué fue lo que viste?
- Te vas a reír de mí, pero lo que vi, mejor dicho, lo que creí ver fue a
este chico entre la multitud. Sí, no me mires así, sé que suena
realmente ridículo, cuando te gusta alguien lo ves en todos lados, pero
es que… parecía él.
- Tal vez sea alguna ilusión óptica, —dijo ella sonriendo—, francamente
te pusiste pálida como un papel allá afuera, debe gustarte mucho ese
hombre en verdad.
- Mejor hablemos de otra cosa, la verdad ese tema, no lo sé, no le
encuentro sentido a seguir dando vueltas sobre lo mismo.
- Pues sí, puede ser que no tenga sentido, —y se quedó pensando qué
podría hacer para ayudar a su hermana—.
- Sabes, hice una amiga allá, aunque te parezca mentira. Sí, es en serio,
no me mires así.
- Esto sí que es una novedad, las mujeres siempre te han detestado
porque todo el tiempo les quitas sus novios, jajaja.
- Sabes que eso no es cierto, no le he quitado el novio a nadie.
- ¿Qué me dices de Andru?, la tal Veruska siempre te ha detestado.
- Veruska nunca fue novia de Andru, no sé qué se trae esa mujer
conmigo.
- ¿Qué sabes tú?, los hombres son mentirosos, quizás sí tenía algo con
ella, y luego llegaste tú, se enamoró de ti, la mujer se molestó. En fin,
ya conocemos cómo es la historia.
- Pues sí, también tienes razón, pero eso es un caso aislado.
- Sí, claro, un caso aislado, ¿y el príncipe Ezequiel? ¿Recuerdas aquella
princesa que ni siquiera te dirige la palabra porque este se enamoró de
ti? Y… está Lord Guess y Sir Weston, El Jeque…
- Está bien, ya entendí, las mujeres me detestan, está bien. Pero en este
caso no, corrí con suerte, Michele es una chica encantadora que conocí
en la fundación Mariposas.
- ¿Y a qué familia pertenece?, ¿la conozco? Es de la nobleza o ¿qué?
- No, nada que ver, simplemente una chica de clase burguesa que dejó
todo para ir a trabajar de voluntaria a ese lugar. Es una profesional
graduada en Harvard, psicóloga y es excelente en lo que hace, si vieras
cómo es. Tal vez un tanto cursi e inocente, inexperta, la hubieses visto,
era un desastre cuando la encontré, luego le di mi toque mágico y
quedó como una princesa.
- ¿Tu toque mágico? Sí, claro, ya me imagino a qué te refieres, pobre
chica, fue uno de esos experimentos tuyos.
- No, Michele es mi amiga y no te imaginas lo especial que es para mí,
es que tienes que conocerla. Es alguien increíble, la vas a amar, es ese
tipo de persona que la ves y te provoca abrazarla, y metértela en el
bolsillo.
- Jajaja, esa sí que es una expresión, extraña metáfora, sobre todo
viniendo de ti.
- Tal vez, sí. Pero ¿sabes?, si he aprendido algo es que todas las
personas cambian de alguna u otra manera. La vida es algo curioso, en
un instante crees que eres alguien y al siguiente te has convertido en
otra persona completamente distinta.
- Es verdad, —dijo ella—.
Ambas chicas se quedaron finalmente en silencio, hablaron tanto en tan
poco tiempo que el espacio fue rasgado con la violencia de sus palabras.
Ese lugar estaba poco acostumbrado a escuchar ambas voces, ahora había
sido herido con el reto de la novedad, las princesas se quedaron allí, las dos
juntas y extrañas, pensando en lo raro que era esta nueva situación, el verse
como amigas cuando antes solamente se trataban con displicente cortesía,
como unas completas extrañas.
- La reina se debe estar volviendo loca con todos los preparativos, tal
vez debamos darle una mano, —dijo Isabella mirándola con gesto
travieso—.
- No, déjala tranquila, así es como le gusta para poder llevarse todo el
crédito. Era una pequeña broma que antes nunca se habría permitido.
- Jajaja, siempre he pensado eso, pero nunca lo había dicho en voz alta,
eres una bruja.
- Jajajajajaja, ¡bruja!, ¡bruja!
- Tú también eres una bruja, —le dijo ella, entonces agarró una de sus
maravillosas almohadas de plumas y empezó a golpear a su pequeña
hermana—.
- ¡Estás loca!, ¿qué haces?, has perdido la cabeza.
- ¡Maldita aburrida!, ¿nunca has tenido una guerra de almohadas?
¡Toma! —y le asestó un golpe por la cabeza que la hizo caer aturdida
sobre la cama—.
- Bien, pero aprendo rápido, ¡a ver qué te parece esto! —Entonces tomó
una almohada y empezó a golpearla en la cara con la almohada—.
Pronto las plumas salieron dispersas por todo el lugar, haciendo un
completo desastre y ambas chicas parecían dos niñas lanzándose golpes
entre ellas, mientras se morían de la risa. Era lo que siempre debió pasar,
Isla y Ella, como hermanas y cómplices finalmente.
CAPÍTULO XI
El Gran Baile
Así llegó el día del baile y lo mejor de la realeza europea, así como los
más importantes dignatarios internacionales, se unirían en un solo lugar, en
El Palacio de las Estrellas, en el gran castillo de Mirabal. La noche apenas
comenzaba, prometiendo un mundo de fantasías y surrealismo, tal cual
como lo acostumbraba la reina Myka. Este año, por supuesto, no sería la
excepción.
Por supuesto, todos estaban allí cuando el rey hizo su entrada triunfal
junto a su familia. Las princesas lucían maravillosas, al igual que la reina,
todo estaba perfectamente decorado, tal cual como Su Majestad lo
planificó. Hasta ese punto los invitados se hallaban sorprendidos,
incluyendo la exquisita prensa invitada, que por supuesto, había sido
correctamente seleccionada para que hablaran de las maravillas del lugar y
el evento, nada de amarillismos.
La reina se veía imponente, con el traje azul marino que era su color
favorito, sabía que contrastaba perfectamente con el color de su piel y esa
preciosa melena rojiza que llevaba recogida en un elegante moño. Portaba
su corona favorita, la que solo usaba en los eventos especiales, hecha con
grandidieritas, complementada con diamantes engarzados con delicadeza
por el maestro Pierre François.
Su Alteza, la princesa Islandia, quien llevaba un vestido en color gris
perla, el cual complementaba muy bien con su piel y cabello, así como una
tiara decorada con perlas, de acuerdo a su rango. Al lado del Rey, Isabella,
la cual llevaba la tiara de la princesa real y heredera al trono, elaborada en
diamantes rosados, portaba un vestido maravilloso, elaborado en gasa azul
violeta, el cual tenía una preciosa y vaporada falda campana, dándole un
aspecto realmente principesco.
En conjunto, las tres mujeres poseían una belleza sin igual y, aunque
muy parecidas en sus tipos, tenían aires diferentes. La reina tenía una
distinción sin igual, incluso, hasta en sus gestos. Mientras Isabella mostraba
su característica sensualidad; por su parte, Islandia proyectaba,
equívocamente, la ternura y delicadeza de sus facciones liliales.
Su Majestad Benedict I, no se quedaba atrás, no llevaba la corona
oficial, la cual solo portaba en las reuniones del parlamento, pero sí una más
pequeña que usaba en este tipo de eventos. Vestía el uniforme blanco de la
armada real, con la banda roja y azul correspondiente al Almirante en jefe.
Se veían espectaculares, como salidos de la portada de una revista, y de
hecho, era allí donde iban a terminar. Izzy también estaba muy guapo, con
su uniforme blanco y la característica banda roja, su mejor accesorio era ese
aire rebelde y malicioso que era como su sello característico.
Le correspondía el turno a la reina de hablar, el baile era lo suyo, lo
organizaba todos los años de una forma perfecta y elegante. Era quien debía
llevarse todo el mérito por realizarlo, tal cual como Islandia lo había dicho,
todos sabían que le gustaba lucirse con eso y ¿qué más daba, si la hacía
feliz?, bien por ella.
- Buenas noches, queridos invitados, excelentísimos embajadores,
presidentes, dignatarios, es un placer para la familia real recibirlos.
Esta noche hemos preparado con mucho esmero para ustedes una
experiencia única e irrepetible, espero la disfruten... —el discurso
siguió y la maravillosa voz de la reina se dispersó por el enorme y
primoroso salón como pequeñas partículas—.
Su madre tenía una especie de magia interna, sabía con unas pocas
palabras hechizar a las personas, con esa suave voz que podía inducirlos
para hacer lo que ella quisiera. Su belleza e inteligencia eran sus mejores
armas, esa sonrisa armónica de dientes blancos, con su cabellera
perfectamente arreglada, hasta sus gestos resultaban elegantes.
Era realmente encantadora, quien no la conociera podría confundirla
con una persona completamente dulce y tierna. Pero esa no era la verdad, y
sin embargo, resultaba una experiencia alucinante estar cerca de esa mujer,
cuyo delicioso aroma y presencia podría llevarte a nuevas esferas.
Los invitados eran variopintos, diferentes dignatarios de distintas
partes del mundo, con sus propios estilos y maneras. La reina iba pasando
por cada grupo saludándolos, mientras sus asistentes se encargaban de
llevarlos hacia sus mesas especiales. Myka tenía ese don especial, era la
capacidad de hacerte sentir la persona más especial del mundo, aunque
fuese por esos segundos que ella te dirigiera su atención.
La decoración resultaba alucinante con cristales cayendo desde el
techo, orquídeas blancas y delicadas, en preciosos arreglos ikebana.
Alrededor, jardines verticales que cubrían todas las paredes, era como estar
en un jardín mágico, donde todos parecían fascinados con la exuberante y
orgánica decoración.
Ya se comenzaban a escuchar los comentarios que se susurraban en
distintos idiomas. Por ejemplo, que este año el baile prometía ser exquisito,
que la decoración era fabulosa, cada vez más elegante y refinada. Las voces
llegaban a oídos de la reina, la cual se sentía supremamente complacida con
los resultados que estaba produciendo el gran baile. Sería un éxito, se dijo,
y esto la hizo sentir supremamente complacida.
Por su parte, Islandia esperaba llevar a cabo su plan con éxito, esta vez
Alessandro se arrepentiría de haberla amenazado y sabría con quién se
estaba metiendo. Tenía todo muy bien planificado en su mente, y allí estaba
el Duque de Western para ayudarla.
Danielle Western era un heredero inglés muy refinado, tenía una
apariencia muy elegante y era lo suficientemente guapo como para
producirle celos a cualquiera. Duque, sexy, con fama de chico malo, tal vez
así pudiera medir la temperatura de su querido guardaespaldas para saber
que sentía, y si tenía las agallas para enfrentarse a un adversario digno.
Isla al ver a ese hombre sonrió con satisfacción, era la hora de poner su
plan en acción y hacerle la vida de cuadritos a Alessandro. Ahora
comenzaría la diversión, haría rabiar a este hombre hasta más no poder.
Sentía la satisfacción interna de burlarse de él y colocarlo en una posición
imposible, en la que tuviese que verla a ella con este otro chico y soportarlo
estoicamente, sin poder hacer absolutamente nada.
Danielle era guapo y alto, tenía un cuerpo atlético, además llevaba su
traje oficial, lo que le hacía mucho más atractivo ¿qué les pasaba a las
mujeres con los hombres en uniformes? Se le acercó a Islandia con toda la
confianza que parecía darle el haberla conocido desde hacía mucho tiempo.
Alessandro no hizo más que mirarlo, pero no se movió ni un milímetro.
Si quería una reacción debía subir la parada, deseaba causarle un
choque eléctrico a este hombre y hacerle perder su presencia imperturbable,
parecía una maldita estatua de mármol.
- Su Alteza.
- Hola Danielle, hacía tanto tiempo que no te veía, —y lo abrazó—. Te
has vuelto un chico muy guapo.
- Me alegra que ahora estamos fuera del protocolo, porque este abrazo
en realidad anima a cualquiera.
- En realidad, no lo estamos, pero ¡qué más da! A mí también me alegra
mucho verte guapo, valió la pena esperar tanto tiempo, te has
convertido en hombre muy guapo, guapísimo, diría yo.
- Gracias, yo también puedo decir lo mismo de ti, aunque en realidad
siempre has sido muy guapa, desde que tengo uso de razón, lo he
pensado.
- Entonces debemos suponer que tienes un gusto excelente, bien por ti,
—le dijo ella tocándose el cabello en forma coqueta—.
Alessandro sentía que sus mejillas iban cambiando de temperatura,
como si alguien hubiese encendido un fuego sobre ellas. Pero debía
recordarse que no era más que un escolta, y que estaba allí para eso, hacer
su trabajo.
No era novio de la princesa, ni siquiera un amigo, no era nada.
Además, tampoco le daría el gusto que lo hubiese molestado así, era
imposible darle a entender que no le importaba lo que ella hiciera o dejara
de hacer, siempre y cuando no se pusiera en peligro u obstaculizara su
trabajo.
- ¿Qué le pasa a este tipo?, —se dijo ella—. ¿Acaso no tiene sangre en
las venas? —Alessandro permanecía impasible, y aunque por dentro
sentía que se estaba muriendo de la rabia, no le iba a dar el gusto a la
princesa de saber que le estaba generando celos—.
- ¿Qué se ha creído esta mujer?, —dijo para sus adentros—. Cree que
coqueteando con este principito o lo que sea ¿me va a generar un
colapso? Pues está sumamente equivocada, puede que me esté
muriendo, sí, pero no se lo voy a demostrar, ni siquiera por un segundo.
Ella no sabe con quién se está enfrentando.
Llegó el momento del baile, y por supuesto sus majestades tenían que
abrir el mismo como correspondía, allí estaban con sus elegantes presencias
en medio del salón. El rey tomó la mano de su esposa y la condujo ante las
miradas de admiración hacia el centro del salón. Sus figuras elegantes y
majestuosas causaron suspiros de admiración cuando comenzaron a
moverse con destreza alrededor del inmenso salón.
- Tenemos unos reyes muy elegantes, —dijo Madame Eloise a su
asistente Carolina—.
- Es muy cierto, la reina es un dechado de belleza y perfección, así
como Su Majestad, tiene un porte muy gallardo y elegante.
Nadie podía dudar que son una pareja preciosa y el rey Benedict con su
característico cabello plateado y su barba del mismo color, poseía un porte
imponente, con un aire muy masculino y atractivo, el cual bailaba con
destreza por el salón llevando a la reina con delicadeza y habilidad.
- Su Majestad es un hombre muy atractivo, —dijo ella—.
Indhom tomó a la princesa Isabella y la llevó hacia la pista de baile,
ambos comenzaron a danzar con tanta gracia como sus predecesores, y ni
hablar de la belleza de sus cuerpos elegantes y privilegiados. Ahí estaban
moviéndose como preciosas campánulas alrededor de todo el salón. El largo
vestido de la princesa en color violeta generaba una armonía maravillosa
con su cabello y tono de piel. Lucía regia, tanto como la reina y su belleza
era indiscutible.
- Sabes, tal vez tu periodista todavía ande por allí, —le dijo su primo
sonriendo, estaba francamente intrigado con la actitud de la princesa—.
- Eres un maldito metiche, yo no me meto en tus cosas, ni en tu vida.
- Jajajaja, pensé que habías cambiado, pero ya veo que no es así, me
alegra mucho de verdad, me alegra mucho saber que eres la misma
cretina de siempre.
- Jajajajajaja, ¡cielos!, tú también sigues siendo el mismo patán de
siempre.
Esa era la manera en que ellos acostumbraban tratarse, de forma
agresiva e, incluso, para algunos podría parecer insultante. Pero los
príncipes se entendían así, y lo hacía muy bien. Izzy y su querida prima
tenían una cordial cercanía y al mismo tiempo una distancia, porque en
realidad no conocían sus verdaderos sentimientos, los más profundos, al
menos todo entre ellos era algo superficial.
Sin duda, Ella se hubiese sentido muy mal de contarle a este chico todo
lo que sentía por Cristian. Estuviera demasiado incómoda en una
circunstancia como esa. Por su parte, Izzy tampoco le contaba sus
verdaderos sentimientos, había tenido múltiples relaciones en su vida, pero
nadie que lograra llegarle directamente al corazón.
Claro, exceptuando por Bélgica, aquella chica con la cual había
deseado tener tanto una relación, pero no pudo, tan solo porque era un
posible heredero al trono. Ese estigma lo perseguía a donde quiera que
fuese, solo podía callar sus sentimientos y las desilusiones que había
experimentado, se suponía que él era un hombre fuerte, y así se
comportaba.
De eso hacía mucho tiempo, pero desde ese momento comenzó a odiar
todo lo que tuviese que ver con el trono, porque le había impedido ser feliz
con la persona que quería. Recordó su rostro triste, mirándolo fijamente con
los ojos llenos de lágrimas.
Bélgica parecía muy contrariada, como si hubiese pensando mucho
para decirle esas palabras. A ella le gustaba demasiado la libertad como
para involucrarse en una situación como esa. No estaba dispuesta a
sacrificar sus sueños por nadie, sin embargo eso significara renunciar a
Izzy, aunque tuviese que arrancarse el corazón.
- ¿Cómo puedes decirme eso después de todo lo que hemos vivido?
Pensé que nos amábamos, no sabes todo lo que siento por ti ¿acaso eso
no cuenta?
- Yo siento lo mismo, pero me conoces, no puedo con esto, sería
terriblemente infeliz viviendo en esas circunstancias, con todas esas
limitaciones con las cuales tú vives todo el tiempo, no podría
soportarlo, —le dijo ella secándose las lágrimas con el dorso de la
mano—.
- He… arriesgado todo por ti y aun así me rechazas. ¿Esa es la clase de
amor de la cual me hablas? ¿Ese es el amor que dices sentir por mí? No
puedo creerlo.
- ¿Cómo es que no puedes creerme? ¿Acaso no te lo he demostrado con
creces? ¿No te parece que sería injusto para ambos?, tu mundo es muy
distinto al mío y el mío al tuyo, ninguno puede salir del suyo para
entrar al del otro. Es un completo contrasentido, un total absurdo.
- Cuando uno quiere, se puede, pero si no quieres, sencillamente porque
es más fácil no esforzarte por nuestra relación. Entonces no puedo
hacer nada, —dijo molesto y levantándose del sillón, donde había
permanecido con gesto crispado justo hasta ese momento—.
Ahora, al recordarlo, le parecía que todo eso era supremamente
absurdo, la chica había dejado todo su amor de lado, simplemente porque
era más fácil huir que sacrificarse por sus sentimientos. No podía creer que
ella le dijese eso, con sus ojos grandes y hermosos humedecidos.
Debía reconocer que para ella las cosas eran mucho más difíciles. Sin
embargo, para él sería mucho más fácil, pues detestaba la realeza y todo lo
que tuviese que ver con ella, y también porque habría tenido una vida más
libre y privada, justo lo que había deseado toda su vida. Pero, en el fondo,
aunque ya no estuviese allí en su país, sabía que igualmente seguiría
causando controversia, y que el sueño de ella de vivir en completa
privacidad se vería totalmente saboteado, tampoco quería causarle daño a
aquella persona por la cual tenía sentimientos tan profundos.
Ahora, tres años después, el vacío seguía en su corazón, era una
especie de lejanía absurda y tonta, una sensación de vacío en la cual se
encontraba solo, aislado para siempre y por siempre, como si el amor le
hubiese sido vetado por toda la eternidad. Estaba atrapado en su propia
vorágine de mentiras y en el mismo personaje que se había creado para
paliar el dolor.
- ¿Qué te pasa?, parece que te has ido de repente, —le dijo Isabella
mirándolo con una sonrisa suspicaz—.
- Pues sí, tal vez me haya ido a un lugar menos rígido que este, donde la
gente no tenga un palo atravesado en el trasero, jajaja. Eso es lo que
hago para soportar todas estas tonterías.
- Tú tampoco has cambiado en nada y espero que eso jamás ocurra, que
nunca cambies y que sigas siendo la misma persona.
- Hagamos un trato, mientras yo siga siendo yo, tú seguirás siendo tú ¿te
parece?
- Ok, me parece muy bien, —dijo ella sonriendo y tomándose por el
dedo meñique para sellar su tonto pacto—.
El maravilloso vals siguió sonando, la música penetraba en sus
sentidos y le hacía estar consciente del lugar donde estaba. Un sitio lleno de
refinamientos y amaneramientos que ella prácticamente no soportaba, pero
en el cual estaba condenada a estar durante toda su vida.
- ¡No soporto esta estúpida música ni un segundo más!, —dijo Izzy
haciendo una mueca, pensando que todos los años era lo mismo—. Vas
a tener que decirle a tu madre que sea un poco más original, creo que
ha sido la misma canción desde que tengo uso de razón.
- Sí, yo también tengo la misma sensación, jajaja.
- ¿Qué tal si tú y yo hacemos una de las nuestras y nos largamos de este
aburrido lugar?, —le dijo él con una sonrisa maliciosa—.
- Te recuerdo que tienes un contrato con Su Majestad, y que si lo
infringes ¿quién sabe qué te pueda pasar? Tal vez te manden a la
fundación Mariposas que está en el Polo Norte o algo así, jajaja, sin
agua y con ciertos insectos asquerosos.
- Oh… sí, el maldito contrato se me había olvidado, ni modo, ya no
puedo ni divertirme aquí.
- Creo que nuestros días de gloria han quedado en el pasado de ahora en
adelante. Solo nos resta ser dos adultos jóvenes, responsables, nobles y
serios.
- ¡Yupi!, mi sueño hecho realidad, ser un adulto responsable y serio,
¡eso es lo que he estado esperando toda mi vida!
- Siempre me ha fascinado tu nivel de sarcasmo, pero sí,
lamentablemente, querido primo, eso es lo que nos espera de ahora en
adelante, así que prepárate.
- Sí, supongo que esto será como un maldito campo de concentración.
- Lo más probable.
- Ahora ¿qué se trae Islandia con ese príncipe?, Danielle nunca había
demostrado el más mínimo interés por él. ¿No te parece realmente
extraño que ahora de la noche a la mañana le guste ese tipo?
- Es un hombre muy guapo, no veo por qué no habría de gustarle, —dijo
ella sonriendo—. Pero en el fondo sabía exactamente lo que su
hermana estaba haciendo, dándole celos a su adorado tormento
Alessandro, y casi podía ver la cara de este hervir de la rabia.
Su hermanita estaba jugando con fuego, y sin duda se iba a quemar,
pero algo le decía que eso era exactamente lo que ella deseaba, quemarse y
a fuego lento. Isla necesitaba precisamente eso, un hombre de verdad,
incluyendo su carácter.
- Pues, no sé, pero conociendo a mi prima… en fin, si algo he aprendido
es que todas las mujeres de esta familia están completamente locas, tú
enamorada de un reportero y la otra enamorada de ese idiota, allá
ustedes.
- ¿Y tú?, ¿de quién estás enamorado?, si se puede saber. Hablas tanto,
pero me doy cuenta de la forma que ocultas tus emociones.
- Soy un hombre, se supone que lo que hacemos es ocultar nuestras
emociones.
- Andas con una y con otra, pero estoy segura que debes tener a alguien
especial.
- ¡Por favor!, esas tonterías románticas son para mujeres, un hombre
como yo no se enamora de nadie. ¿Crees que voy a quedarme con una
sola mujer cuando puedo tener todas las que quiera? Eso sí que se
llama ser un estúpido.
- Pues, yo también decía lo mismo que tú hasta que… —entonces se
detuvo porque se dio cuenta lo que estaba diciendo, se estaba poniendo
en evidencia con su primo y ya con su hermana había sido más que
suficiente—.
- Porque te enamoraste ¿no es eso? Pensé que nadie lo iba a lograr, me
imaginé que tendría que ser una especie de emperador o algo así,
jajajaja, alguien realmente grande. Pero… un simple reportero, eso me
intriga.
- Yo no he dicho eso, —dijo ella sonriendo, pero sabía que él podía
leerla, la conocía como si fuese un libro abierto—.
- No es necesario que lo hagas, tan solo con ver tu rostro, sé que te has
enamorado, tal vez luego venga mi turno, jajajaja.
Quizás eso era lo que le hacía falta a su primo, un buen amor que le
ayudara. Desde que había cambiado de ambiente comprendió muchas cosas,
empezó a entender que su primo estaba bastante desorientado en la vida, al
igual que ella.
- Tal vez te haga falta un buen amor, la mayoría de las veces pasa de la
forma menos esperada.
- ¿De qué hablas?, jajajajaja.
- De los tipos de amor, los que se aman toda la vida, los que se… en fin,
—dijo al ver los ojos vidriosos de su primo—. Hay algunos que se
enamoran de la noche a la mañana, no sé.
- ¡Cielos!, ese tipo sí que te ha dado bastante fuerte, ¿quién lo diría?, tú
enamorada, esto es realmente risible, incluso bizarro.
El vals terminó, Isabella le sonrió a su primo y salió de la pista,
deseaba tomar un poco de aire fresco. Se sentía ahogada entre ese montón
de gente, todos con idénticas sonrisas, supuestamente luchando por causas
benéficas que ni siquiera conocían.
Pero estas acciones no carecían de sus vicios, ellos deseaban
publicidad y baja en sus impuestos, entre muchos otros beneficios. El
mundo era cruel, esas personas ni siquiera estaban dispuestas a conocer a
esos rostros anónimos, que más bien parecían imágenes abstractas.
Siguió caminando hacia una de las terrazas cuando sintió que alguien
la tomó de la mano. Se volteó sorprendida y asustada, entonces cuando lo
vio, sintió un retorcijón en el estómago, como si una fuerte corriente
eléctrica le hubiese recorrido el cuerpo.
- ¿Qué rayos haces aquí?, —fue todo lo que pudo decir—.
CAPÍTULO XII
Encuentro al anochecer
Islandia decidió que era una buena idea salir a recorrer el jardín,
necesitaba un poco de aire fresco después de todo lo que había tenido que
vivir esa noche. Estaba hasta la coronilla de Danielle, se estaba
arrepintiendo de haberlo usado para darle celos a Alessandro, le costó
mucho sacárselo de encima, ese tipo era un completo cretino.
Lo peor de todo era que su escolta parecía imperturbable ante todas las
acciones que ella había hecho esa noche. Se sentía bastante tonta, luego de
tantos esfuerzos y no había visto ni el más leve atisbo de celos en su
adorado tormento.
Se sentía completamente molesta consigo misma por pensar que él
demostraría sus sentimientos, si es que los tenía. Pero, después de todo, no
era más que un escolta, alguien a quien le pagaban por protegerla y estar
detrás de ella todo el día, quizás él también simplemente sentía una
atracción y nada más, algo meramente casual.
Se sentía completamente absurda, era una situación ridícula, pues
mientras pensaba en ese hombre, este iba caminando algunos pasos detrás
de ella. En otro momento se habría reído, claro, si no estuviese
completamente involucrada en la situación.
Siguió caminando, soportando la tensión que sentía en su espalda. Él
seguramente la estaba mirando, vigilándola, observándola. Se detuvo y
volteó, se quedó viéndolo directamente a los ojos, los cuales se le
humedecían. Pero respiró profundo, porque no quería llorar delante de él,
era la cosa más absurda que podría pasarle, llorar delante de ese hombre
que la había tratado de una forma tan indiferente.
Su frente estaba completamente enardecida, se sentía tan molesta que
bien pudo haberle dado una cachetada a ese idiota, el cual se había dado el
lujo de ignorarla. ¿Quién se creía ese escolta estúpido? Trabajaba para ella,
no era mucho mejor que otros que también lo hicieron antes.
No era mejor que Casper Hubert y todos los que trabajaban para su
familia. Ella era una princesa y él debía entenderlo, entonces fue hacia él y
se detuvo enfrente, este permaneció impertérrito, mirándola completamente
callado.
- ¿Quién te has creído para decirme qué hacer con mi vida? ¡Yo hago lo
que me dé la gana!
- ¿A qué se refiere Su Alteza? —Contestó tratando de mantener la
compostura y darle a entender que debían mantener su relación en un
plano estrictamente laboral—.
- ¡No seas estúpido!, sabes perfectamente a qué me refiero, me dijiste
que no podía salir más a pasear, que no podía hacer lo que quería y que
me ibas a acusar con mis padres, ¿quién rayos te has creído para hacer
eso?
Sentía la frente enardecida, el corazón a mil por ciento chocando
contra el pecho, así como la garganta seca, tanto que se le dificultaba hablar.
La rabia llenaba su ser y recorría sus venas como un veneno.
- Su escolta, disculpe, solamente estoy buscando su seguridad, nada
más. Esto no tiene nada que ver con usted como persona, puede
divertirse siempre y cuando no ponga su vida en peligro.
- ¿Así que todo es estrictamente laboral?, —cada palabra que él decía la
molestaba aún más—.
- Por supuesto, toda relación entre usted y yo está relacionada a lo
laboral, solamente quiero protegerla, ese es mi trabajo para el cual me
pagan. Asistir a ese lugar, la coloca en una situación francamente
peligrosa, no puedo permitir eso, y si no lo entiende por usted misma,
entonces tengo que chantajearla si es necesario, para protegerla.
- ¿O tal vez seguirme en silencio como Casper Hubert, que se la pasaba
espiándome todo el tiempo?, tanto que llegué a pensar que era un viejo
maniático. Pero tú eres mil veces peor, por lo menos él me dejaba ser
yo misma y hacer lo que me viniese en gana. Teníamos esa especie de
conocimiento tácito, pero tú eres muy distinto, un abusador que quiere
controlarme, y eso no lo puedo permitir.
A él le sorprendió saber que ella conocía de las maniobras de Casper,
este hombre podía ser realmente sinuoso, cuando quería convertirse en una
sombra lo hacía. Entonces, si lo descubrió había dos vías, ella era muy
audaz o él quería que lo supiese para darle a entender que estaba segura, y
que aun así, podía divertirse.
Alessandro se sintió un poco confundido, pero ahora estaba en otro
plano. Aunque era cierto que le importaba su seguridad, no podía negar que
estaba celoso. No deseaba que ningún otro hombre se le acercara, sino él, el
único que tuviese su cuerpo y alma.
- Nadie manda sobre mí, ni siquiera mis padres, y tú no eres nadie para
amenazarme, no eres más que un simple escolta y ya.
- Por supuesto, no tengo la intención de mandarla, simplemente quiero
su seguridad, para eso me han entrenado, y como le dije, para eso me
pagan.
- Bien.
- Su Alteza, no la estoy amenazando, ni quiero acusarla con nadie. Pero
usted me obliga bajo estas circunstancias a protegerla de la forma que
sea, si le pasara algo malo, no podría perdonármelo.
- Sí, claro, seguramente que debe ser así, —se sentía como una niña
tonta, sin poder manejar sus propias emociones—. Como una niña
malcriada, la cual no puede obtener lo que desea. Lo que
experimentaba era una especie de rabia contenida, se agolpaba en su
interior y deseó golpear su pecho con los puños.
- Por ejemplo, el príncipe Danielle es una buena opción para usted, y no
esos hombres para los cuales baila en ese club, el tal Black. Con él
estará segura, es una persona decente, que está a su altura.
- Creo que eso debo decidirlo yo, —dijo ella levantando la vista—. Así
que después de todo, sí se había fijado en su actitud, eso le dio ánimo
porque se percató de Danielle y el interés del Duque de Western en
ella.
- Por supuesto, usted decida lo que quiera princesa, usted decide con
quién estar.
- ¡Eres un desgraciado!, —y se le aguaron los ojos—, ¿cómo puedes
decirme eso? ¿Acaso no te importa nada de lo que pasó entre los dos?
Apenas las palabras salieron de sus labios, se sintió como una tonta.
¿Cómo era posible que se expusiera de esa manera?, jamás hacía esas cosas,
se estaba mostrando como una débil.
Era una absurda mujer que reclamaba algo a este hombre, quien
parecía no importarle en lo más mínimo lo que ella hiciera o dejara de
hacer. ¡Qué tontería el amor!, nada más que una tontería, una debilidad que
te hacía hacer cosas ilógicas y absurdas, quitándote el control.
- No voy a permitir que se ponga en peligro Su Alteza, —dijo él
obviando lo que Islandia le estaba diciendo, situación que la hizo
enardecer aún más, porque se estaba burlando de ella en su propia cara
—.
- ¡Eres un desgraciado! ¡Eres uno más!, no eres mejor que ninguno de
esos hombres que se sentaban en ese club a observarme, no, ¡eres mil
veces peor que ellos!
- Como quiera, —y respiró profundo—.
- Ahora tú debes obedecer mis órdenes, tú trabajas para mí y no al revés,
no me mandas, ¡así que olvídate de esas estupideces!, —y le pasó por
un lado—.
Pero Alessandro la sujetó fuertemente por el brazo, ella volteó y lo
miró asombrada por el imprevisto toque de este hombre, cuya fuerza
lograba someterla, muy a su pesar. Sus ojos lo buscaron, ¿qué quería este
tipo?, no lograba entenderlo.
- ¿Qué quieres que te diga?, ¿que estaba celoso de ese príncipe?, ¿eso es
lo que quieres escuchar?
- ¡Suéltame o comienzo a gritar!
- No harás nada de eso, querías darme celos con él, pues lo lograste, ¡sí
lograste darme celos con ese idiota!
- Alessandro…
- Ven acá, —le dijo tomándola por la mano, esta vez de una manera
diferente, de una forma tan distinta que la hizo estremecer de pies a
cabeza—.
- ¿De qué hablas?, no voy a ninguna parte.
- Ya verás que sí, —entonces la condujo hacia uno de los jardines
interiores—.
La colocó contra una pared de piedras, era un espacio semiescondido,
rodeado por trepadoras, que en ese momento se encontraban en penumbras,
apto para lo que él pensaba hacer. Con sus fuertes manos y cuerpo la rodeó
entera, transmitiéndole una sensación eléctrica que le enervó los sentidos.
- ¿Qué rayos haces? —Dijo bajando la voz para que nadie fuese a
escucharla—, alguien nos puede ver aquí.
- ¿No crees que eso es realmente excitante? —Contestó hablándole al
oído—, este es el lugar perfecto para hacer lo que tanto hemos deseado.
—Toda su piel se erizó al sentir su respiración y aliento en su oreja—.
- ¿Qué es lo que tanto he deseado?, —le respondió ella nerviosa y
sintiendo cómo su voz se resquebrajada y su garganta se iba secando
poco a poco—.
- Esto.
Tomó sus labios y se apoderó de ellos con pasión, esta vez sus besos
tenían algo distinto, una especie de fuerza animal que se apoderaba de él.
Mordió sus labios, haciéndola estremecer de pies a cabeza, era la mezcla
perfecta de todo.
Al mismo tiempo, se pegaba contra su cuerpo dominándola y tomando
sus manos con fuerza, impidiendo que ella se moviera del lugar donde
estaba.
- ¡Qué rayos!, —fue todo lo que alcanzó a decir antes de perder
completamente el control y los sentidos—.
Él comenzó a avanzar hacia su cuello, besando el precioso escote, el
cual dejaba parcialmente al descubierto sus senos. Esos blancos y
maravillosos senos que conocía tan bien. Sus labios la recorrieron,
haciéndole sentir su aliento cálido y la humedad sensual de su boca.
Sus poderosas manos la levantaron en vilo, sujetándola por la cintura y
manteniéndola así contra la pared. Era una sensación confusa, pero
demasiado placentera.
Lo extraño era que toda su vida adulta había fantaseado con hacerlo de
esa manera. En ese sentido, resultaba realmente excitante, nunca había
tenido la oportunidad, y ahora se le presentaba de la forma más inesperada
posible. Sentía que su cuerpo iba respondiendo al estímulo de este increíble
hombre, que tenía la fuerza de un huracán, tanta como para sacudir sus
cimientos.
Poco a poco se fue estremeciendo por dentro, mientras su vientre
palpitaba de la emoción, anticipando, deseando, allí sintió su cuerpo, la
forma en que este hombre se excitaba ante ella, esto le hizo recuperar un
poco de su poder. La sensación de su piel ardiente, de su sexo vibrando
sobre ella, era electrizante, ¿por qué este hombre tenía que gustarle tanto?
Alessandro le levantó la falda y luego metió la mano derecha debajo de
ella, el roce de su piel casi la hace brincar.
- Tranquila… —le dijo él sonriendo—.
- ¡Oh rayos!, —dijo sintiendo cómo su sexo vibraba al contacto con su
mano—.
Exploró en sus muslos, haciéndola sufrir, sometiéndola al placer de sus
manos sabias, siguió haciéndolo hasta conseguir el lugar de las maravillas.
Tomó su panti y comenzó a bajarlos hasta dejarlos en sus talones, ella
solamente podía sonreír, era demasiado excitante, justo lo que había
deseado, de la forma exacta y justa para enloquecerla.
- Estás tan húmeda… —dijo él en una voz tan sensual que ella sintió
que su
vientre se estremecía por dentro, anticipando la maravillosa sensación
de su penetración—.
- ¡Maldición!, ¿cómo puedes hacerme esto?, —dijo ella entre molesta y
complacida—. Molesta porque no le gustaba sentirse controlada o
débil ante un hombre y complacida porque sabía cómo enloquecerla en
todos los sentidos.
Su clítoris maravilloso palpitaba de la excitación y esperaba con todas
sus ansias sentirlo dentro de sí. No se podía entender el sabor de esa
aventura, dulce y ácida, picante y al mismo tiempo llena de una sensación
tibia, la cual no quería descifrar.
En ese instante maravilloso se desabrochó el pantalón y se abrió el
cierre, y ella lo vio nuevamente como la primera vez, cuando era un sexy
extraño, lo deseaba más que a nadie y a nada en el mundo. La sensación
resultaba increíblemente excitante, poder contemplarlo así, en toda la
majestuosidad de su ser.
Sin duda, era el mejor amante que había tenido, no solamente por el
tamaño, sino también por la forma como lo usaba. Se aferró a sus hombros
casi de forma inconsciente, apretándose contra su torso y abriendo las
piernas para rodearlo por las caderas. Así, en esa pose sugerente, la fue
penetrando poco a poco, sintiendo el intenso placer de su humedad.
Lo iba recibiendo a medida que se adentraba en su ser interno y sus
cuerpos se desbordaban en complacerse el uno al otro, como lo había estado
deseando durante todo este tiempo. Aunque lo hubiese negado mil veces, no
podía dejar de sonreír, este era como un sueño hecho realidad. ¡Maldita
sea!, este desgraciado me hace sentir como nadie, —se dijo Islandia—.
Solamente él tenía la potestad de enloquecerla en este nivel, mientras
que ella podía hacerlo de esa manera y succionar su masculinidad hasta
enloquecerlo. Era mentira lo que decía, si había alguien que estaba hecho
para ti y que se adaptaba a tu cuerpo de una manera fantástica, esa era ella.
Nadie jamás lo había estrechado con tanta potencia, apenas podía moverse.
En un principio le había inmovilizado hasta que su cuerpo comenzó a
adaptarse nuevamente a la sensación de fuerte aprisionamiento, así como a
la fricción, debía concentrarse para no terminar de una vez.
- ¡Oh…! ¡Maldición!, ¡maldición!
- Maldices mucho para ser una princesa, —dijo él sonriendo con la voz
entrecortada, al mismo tiempo que no podía hilvanar bien las ideas—.
- Haré y diré lo que quieras… —dijo ella cuando estaba a punto de tener
un orgasmo, lo último que deseaba era hablar—.
- ¡Oh rayos!, —dijo él, al tiempo que sentía cómo ella palpitaba,
haciéndolo enloquecer, experimentar algo del otro mundo, la fricción,
el calor, el sentido de lo prohibido—.
A todas esas maravillosas sensaciones debía añadir el saber que en
cualquier momento alguien podría encontrarlos. Todo era una mezcolanza
increíblemente excitante, estar dentro de esa mujer lo volvía loco y, aunque
sabía que era completamente incorrecto, no podía evitarlo.
- ¡Bastardo!, —le dijo ella—.
- ¿Qué?
A ella le gustaba eso, decir palabras fuertes mientras estaba teniendo
sexo. Él se quedó mirándola, sonrió y entonces lo entendió. Comenzó a
moverse más rápido, al mismo tiempo que sentía la tensión y la fuerza
dentro de su cuerpo a punto de desatarse, pero trataba de contenerse para
darle tiempo a ella de experimentar su propio placer.
Islandia gemía y se retorcía mientras levantaba el cuello, su piel se
erizaba y estaba seguramente ruborizada. Aunque no podía verla con
claridad, pues el lugar donde estaba era completamente oscuro.
Finalmente, ella experimentó las fuertes contracciones de su vientre,
una tras otra. Por su parte, Alessandro la sintió cada vez con más fuerza,
rodeando su miembro, sintiéndola a su alrededor, estaba allí dentro
poseyéndola en más de una forma.
Para Isla era muy intenso, su cuerpo se estremecía de pies a cabeza, y
una fuerte corriente eléctrica recorría su columna vertebral. Se tocaba los
labios, los mordía, deseaba morderlo a él también, tenerlo aún mucho más
dentro de ella, si fuese posible. Entonces sintió cómo terminó, la oleada de
calor se extendió por todo su ser.
Su cuerpo siguió contrayéndose como si no fuese a terminar jamás. Él
gemía con fuerza y ella deseaba taparle la boca para que no hiciera más
ruido. Estaban disfrutando de los últimos segundos del apasionado
encuentro, donde sus cuerpos se volvían a acostumbrar a la separación
cuando escucharon un ruido.
Todo se enfrió de repente, él la soltó y ella cayó suavemente en el piso,
y rápidamente se subió los pantis, mirando a todos lados mientras él se
acomodaba con cuidado el pantalón. Los dos estaban nerviosos pensado si
alguien los había visto.
- ¿Qué fue eso? —Dijo tocándole el brazo y mirando hacia todos lados
asustada—.
- No lo sé, todo está muy oscuro, no puedo ver nada. Quédate aquí y yo
iré a ver.
- Creo que es mejor que nos vayamos de este lugar, antes de que alguien
nos descubra.
- ¡Rayos!, —dijo él llevándose las manos a la cabeza, pensando lo peor,
ese ruido era como si alguien hubiese estado espiando, alguien que no
fue tan invisible como lo deseaba—.
- ¿Crees que alguien nos haya visto? —Preguntó nerviosa—.
- No lo sé, pero no te preocupes, si fue así, pronto lo sabremos.
- ¿A qué te refieres?, nadie puede saber esto, ¿sabes en el lío que me
metería?
- Seamos sinceros, si nos descubren, el único que estará en un verdadero
lío voy a ser yo. Es mejor que vayas a tu habitación, yo daré una vuelta
para ver si veo a alguien, y si es así, me encargaré personalmente de
persuadirle.
- ¿Qué quieres decir con eso?, —dijo ella un tanto nerviosa—.
- No te preocupes, yo tengo mis artimañas para todo, —entonces la
tomó del brazo como dándole a entender que no iba a dejar que nadie
le hiciera daño—.
Islandia lo entendió así y le sonrió, todavía se encontraba nerviosa,
entonces se fue por el jardín interior hacia el pasillo que la conduciría luego
hacia sus aposentos. No podía dejar de pensar en el excitante momento que
acababa de vivir, pero al mismo tiempo en el temor que le producía que
alguien les hubiese descubierto.
CAPÍTULO XIII
Decisiones
Alessandro iba caminando por el pasillo del ala central cuando se
encontró con Eloise, quien lo miró de una manera extraña, en ese instante
pensó que tal vez ella era la persona que había estado espiándolos o que
alguien le pudo ir con el chisme, después de todo, decían que ese lugar tenía
ojos y oídos. La mujer lo miró con gesto severo, como si lo detectara y
fuese el peor enemigo que tuviese en su vida.
- Señor, la reina necesita hablar con usted, —dijo en un tono de su voz
cargado de malestar, supo en ese instante que estaba metido en un gran
lío—.
- Muy bien, dígale que…
- ¡Ahora! Necesita hablar con usted ahora mismo, —esta vez su voz fue
increpante—.
- Muy bien, así será, —ella le hizo un gesto para que caminara delante
de ella, fue con él conduciéndolo hasta las oficinas principales de Su
Majestad—.
La mujer tocó delicadamente la puerta, a continuación la voz suave y
femenina les dijo que entraran. Cuando traspuso esa puerta, sintió como si
hubiese entrado en otra dimensión. Al encontrarse con los ojos severos y
azules de la reina, supo que estaba en conocimiento de todo lo que había
sucedido entre él y su hija.
- Eloise, déjanos a solas por favor, el señor Giacomo y yo tenemos que
hablar.
- Enseguida Su Alteza, con su permiso, —entonces la mujer hizo una
reverencia—.
- Su alteza, —dijo él al mismo tiempo que también repetía la reverencia
—.
La reina lo miraba como si fuese un mosquito, en sus ojos se reflejaba
desprecio, un malestar muy mal disimulado, y quizás también asco.
- Muy bien señor, creo que a estas alturas usted debe conocer muy bien
el motivo de esta conversación.
- La verdad es que no lo conozco, Su Majestad, si usted tiene a bien
aclarármelo.
- ¡No sea descarado señor!, sé perfectamente lo que ha estado
sucediendo entre usted y mi hija. Esto es realmente vergonzoso, no sé
ni siquiera qué pensar, mi hija no es ese tipo de mujer que hace cosas
así. No puedo creerlo, esto me deja… contrariada, me niego a
conversarlo con Su Majestad, y espero que esto que hablemos aquí
quede completamente entre usted y yo.
- Su Majestad…
- De todas maneras, usted ha firmado un acuerdo de confidencialidad y
no puede mencionar nada de lo que ocurra aquí, a menos que quiera
una demanda, la cual tengo por entendido, podría afectarlo mucho a
usted y a su familia, —dijo con un gesto de desagrado—.
- No es necesario que me diga eso, yo jamás haría, ni diría nada que
pudiera perjudicar a Su Alteza, no soy el tipo de hombre que…
- Espere, no quiero saber los detalles, ya con lo que sé, es suficiente.
Creo que está de más decirle que está despedido, bajo estas
condiciones no puede seguir trabajando en este Palacio. Es
completamente censurable señor, el que usted se comporte como lo
hace. Creo que usted mismo ha dañado su propia carrera, pudo haber
tenido un futuro prometedor aquí, pero ha actuado de una forma muy
poco inteligente.
- Seguramente, es como usted dice Su Majestad, pero cuando un
hombre está enamorado no puede pensar con la cabeza, solo lo hace
con el corazón.
- Enamorado, por supuesto, claro que sí, ¿acaso me cree usted idiota?
- Su Majestad, su hija es una mujer maravillosa, capaz de despertar los
más puros y hermosos sentimientos en cualquier hombre. Incluyendo a
uno tan insignificante como yo.
- Usted no es más que un aprovechado señor, que quiere pescar en río
revuelto. Conozco muy bien su historia, lo de su padre y su situación
familiar, su deseo de ascender, no digo que sea un mal objetivo, pero
sus métodos no me agradan, —le dijo con una sonrisa sarcástica—. Por
supuesto, que un compromiso con una princesa le vendría muy bien a
un hombre como usted, que no es de una posición social muy elevada
que digamos.
- Usted no me conoce Su Majestad, puede que tenga sus razones para
pensar como lo hace, y seguramente hay muchas personas así en este
mundo, que estarían dispuestas a aprovecharse de la posición de la
princesa, pero le aseguro que yo no soy uno de ellos. No soy ese tipo
de hombres, jamás me he aprovechado de una mujer, y jamás lo pienso
hacer, eso va en contra de mi naturaleza.
- Muy bien, —le dijo sin dejar de sonreír—.
- Por el contrario, si pudiera, y sé que es imposible, daría todo por ella,
incluyendo mi vida.
Por más que no quisiera demostrarlo, a la reina le impresionó la forma
tan apasionada como Alessandro pronunció estas últimas palabras y. aunque
no estaba convencida que fuese cierto, no podía negar que el hombre sabía
cómo imprimirle una emoción genuina a todo lo que decía. Seguramente,
así la había enamorado y en sus propias narices, eso era lo que más le
molestaba.
- No puedo negar que es un hombre bastante atractivo que podría
parecerle interesante a muchas mujeres. Pero no crea que mi hija se va
a enamorar de usted, supongamos que es cierto y que siente algo por
ella. Creo que estaremos de acuerdo que es muy poco para la princesa,
no importa si ella no se casa con un príncipe, igualmente lo hará con
alguna persona que esté en su nivel.
- Entiendo, —dijo él soportando el tono de la reina—.
- Necesita a alguien que sea parte de su mundo y que puede estar a la
par o ¿acaso usted se imaginaría estar al lado de ella? Un hombre que
ha sido un escolta, ¡por favor!, jamás encajaría en su mundo por mucho
que quiera, por mucho que la ame, eso simplemente no servirá de nada,
simplemente eso jamás va a suceder.
- Tiene razón Su Majestad, sé perfectamente que soy muy poco para la
princesa. Pero tal vez lo poco que yo tengo para ella sea suficiente, no
me mire así, con esto no le quiero decir que voy a intentar nada con
ella; por el contrario, veo que el estar cerca de mí puede ser, incluso,
perjudicial para ella.
- Estamos de acuerdo.
- Pero, no porque yo sea malo para ella, sino porque la perjudica con
usted, que es la persona a la que admira. Siempre ha vivido para
complacerlos a usted y al rey, esa es la gran pasión de su vida, tanto
que ha dejado de ser quien realmente es, para hacer lo que usted desea.
- La verdad es que eso no tiene sentido, no discutiré la vida y las
preferencias de mi hija con un extraño. Pero me alegra que comprenda
lo demás, que su presencia aquí es más bien un estorbo.
- Entiendo que la princesa ha tenido una vida bastante restringida, pero
no creo que deba vivir una vida que no quiere tan solo por complacerla
a usted.
- ¿De qué está hablando?, —él se dio cuenta que la reina no conocía
realmente a su hija—. La Islandia que ella pensaba no era en lo
absoluto la persona real, sintió lástima por Su Majestad. Pero no le
correspondía decirle la verdad, debía ser la misma princesa la que
debía decírselo.
- Olvide todo lo que he hablado, simplemente digamos que yo renuncio,
porque… porque ya no quiero seguir trabajando en este lugar. Creo que
allá fuera hay un mundo muy grande lleno de oportunidades.
- Me parece que es una alternativa bastante razonable y que nos hará
bien a todos, porque, como le dije, su presencia en este lugar ya no
tiene ningún sentido. Puedo recomendarlo con… un embajador de su
país.
- No es necesario Su Majestad.
- Como desee.
- Muy bien, Su Majestad. —entonces hizo una reverencia para retirarse
—.
- Espere un momento, ya sabe lo que le dije, no puede hablar
absolutamente de nada de lo que ha pasado aquí. Ni siquiera del…
llamemos incidente, —dijo ella refiriéndose a la situación tan
comprometedora en la cual fue descubierta su
hija—.
Alessandro no podía creer que existiese una persona tan ruin como
para poner en evidencia una situación tan íntima. Pero, en verdad se había
equivocado porque “el incidente” como ella le llamaba, había llegado
rápidamente a oídos de la reina, y seguramente era alguno de sus asistentes
quien se lo había comentado. Se preguntaba con qué ojos iba mirar a Casper
cuando le reclamara por la manera tan vergonzosa en la que había sido
retirado de su puesto de trabajo, sobre todo, luego que lo recomendó y le
dijo expresamente que no se metiera en problemas. No podría mentirle
diciendo que había renunciado.
- No tiene de qué preocuparse, ya le dije que jamás menciono nada que
tenga que ver con mi trabajo.
- Esto no tiene nada que ver con su trabajo señor, usted traspasó los
límites de la confianza que se le había brindado, espero se comporte o
tendré que tomar medidas.
- Eso no será necesario Su Majestad, yo amo a la princesa y jamás haría
nada para perjudicarla.
A la reina le asustó la expresión en el rostro de este hombre al decir
que amaba a su hija. Fue como una especie de zumbido en su pecho,
incluso, se llevó la mano al corazón. Parecía sincero hasta en el tono de su
voz, y eso le provocó un estremecimiento interno.
¿Cómo era posible que este hombre se creyera con el derecho de amar
a su hija, la cual era tan especial que solamente podía estar destinada para
alguien que tuviese a su altura? ¿Quién se había creído este pequeño ser
para aspirar a tan grande honor?
- No sé si lo que diga es cierto, pero suponiendo que sea así, creo sabe
de sobra que usted es muy poca cosa para mi hija. Ella merece a
alguien mucho mejor que usted.
- Bien, creo que ya usted lo ha dicho todo de manera bastante clara y
redundante. Con su permiso, Su Majestad, me retiro, —le dijo
haciendo una reverencia—.
La reina iba a decir algo más, pero él no se lo permitió, y cuando salió
de allí sintió que llevaba una flecha clavada en el corazón. Era como una
derrota anunciada, desde el principio ellos dos estaban destinados a un
rotundo fracaso.
Islandia caminó por el pasillo extrañada, no había visto a Alessandro
desde el día anterior. Comenzaba a sentirse realmente extrañada, ¿sería su
día libre? Pero luego de lo que pasó entre los dos, era raro que no se hubiese
comunicado con ella de alguna forma. Vio entonces a Madame Eloise en el
jardín interno, mirando algo en el cielo, como si estuviese meditando.
- Madame, —le dijo ella—.
- Su Alteza, —e hizo una elegante reverencia—.
- ¿Ha visto a mi escolta principal? Es que… me gustaría saber si es su
día libre, necesito salir.
- ¿Su escolta?, ¿se refiere al señor Alessandro Giacomo, supongo?, —
dijo ella—.
- Por supuesto, ¿a quién más podría referirme?
- El señor Alessandro ya no trabaja para el palacio, no se le había
informado aún, pero ha sido él mismo que ha decidido retirarse y tomar
otra plaza más conveniente. Se ha seleccionado a otro escolta para que
la acompañe de ahora en adelante, el señor Julián Lesper, él será la
persona encargada de cuidarla.
- ¿Qué?
- Así como ha oído, Su Alteza.
- Ah… ¿sí?, ¿acaso crees que soy tonta? Por supuesto, sé que no ha
renunciado, ¿dónde está mi madre?, —dijo con voz alterada—.
- Tranquilícese princesa, ella ahora está en su oficina atendiendo a
algunas damas importantes del reino.
- Muy bien, ahora tendrá que atenderme.
- Princesa, por favor, espere, —dijo ella, entonces fue detrás al ver que
se dirigía hacia la oficina de Su Majestad—.
Se veía completamente molesta y resuelta a interrumpir la importante
reunión que la reina sostenía con algunas mujeres muy importantes del país.
Era alarmante que la princesa se comportase de esa manera.
- ¡Esa mujer me va a oír justamente en este momento!, —dijo ella, y
tocó la puerta con insistencia—.
- Por favor, princesa, razone, este no es el momento para hablar acerca
de ese tema.
- Por supuesto que es el momento, —y siguió tocando la puerta—.
- Princesa, por favor, usted es una persona muy ecuánime y que siempre
se comporta de la manera correcta. Tranquilícese, no es el momento, ya
sabe que su madre no le gusta que la molesten cuando está en una
reunión.
- ¡Se acabó todo!, se acabó la chica que siempre complace a todo el
mundo, ¡se acabó todo!, —dijo ella—.
A Madame le causó extrañeza escuchar de boca de la princesa estas
palabras. Era como si de repente la chica que conocía se hubiese
transformado en otra persona. La chica siguió tocando la puerta hasta que
alguien saliera a atenderla sin importar las consecuencias.
- ¿Qué sucede?, —dijo una de las asistentes de Su Majestad,
entreabriendo la puerta para ver qué pasaba, y se sorprendió al ver a la
princesa—.
- Necesito hablar con la reina.
- Princesa, ¿qué hace usted aquí?, —dijo ella—.
- Necesito hablar con mi madre inmediatamente.
- Su Alteza, su madre está en una importante reunión. Si quiere, puede
volver más tarde, la reunión terminará en unos 20 minutos, por favor
discúlpeme, pero son órdenes, la reina me pidió que nadie la
interrumpiera.
- Pues, lo lamento mucho por mi madre, pero eso no puede esperar, —
entonces empujó la puerta y entró por las malas en el sitio—.
Avanzó hasta la sala de reuniones y allí entró abruptamente
interrumpiendo a Su Majestad, la cual conversaba con algunas damas
dirigentes de sus organizaciones de caridad, acerca de las importantes
mejoras que estaban haciendo ese mes, todas eran mujeres distinguidas de
la sociedad. La reina se quedó paralizada al ver a su hija mirándola con
gesto severo.
Las finas damas que la acompañaban también se quedaron
sorprendidas ante la abrupta interrupción. La princesa se quedó mirando a
su madre a los ojos y esperando que no tuviese que formular palabra para
que entendiera a qué había venido.
- Islandia, ¿qué ha pasado cariño?
- Necesito hablar contigo, ahora mismo, madre.
- Querida, estoy en una reunión, si quieres, puedes venir en unos
minutos.
- No, no puede esperar, tiene que ser ¡ahora mismo!
- ¡Oh…! —Y vio cómo el rostro elegante de su madre cambió de un
segundo a otro, y esto le producía una satisfacción interna—.
- Así es, —dijo ella, su madre se dio cuenta que no habría manera de
convencerla—. La mejor forma de quedar bien era hablar con su hija
de la manera más privada posible.
- Por favor, mis queridas damas, si nos disculpan unos momentos.
- Por supuesto, Su Majestad, —entonces todas se fueron retirando
lentamente, pero era obvio que se preguntaban qué podía ser tan
importante y grave como para que la princesa interrumpiera la
importante reunión—.
Su Majestad podía imaginarse los rumores que la princesa Islandia
provocaría. Dirían que era una segunda Isabella, y que podría convertirse en
otra desgracia para la familia real. Estaba harta que sus hijas se comportaran
de esa manera tan poco apropiada.
Era una especie de maldición, parecía que cuando sus hijas trasponían
la veintena comenzaban a transformarse automáticamente en un verdadero
dolor de cabeza. Una completa desgracia, y lo peor, una chica como ella,
que parecía tan seria y ecuánime.
- Muy bien, ahora sí, dime ¿qué es tan importante como para que me
interrumpas?, dije expresamente que nadie me interrumpiera.
- Sabes perfectamente a qué me refiero, es una verdadera vergüenza.
¡Actúas a mi espalda!, —le dijo ella muy molesta—.
- Te equivocas, no puedo imaginar que puede ser tan importante como
para que te comportes de esa manera tan irracional. ¿Cómo se te ocurre
interrumpirme de esa manera cuando estoy hablando con gente tan
importante?
- Sé que despediste a Alessandro, ¿por qué hiciste eso?
- ¿Así que armas todo este drama por un simple escolta?
- No le digas así.
- Cuando el señor Hubert se retiró, no viniste a reclamarme por ello.
- Él se jubiló, era lo justo, fue un buen escolta, lo merecía.
- El señor Giacomo renunció, creo que tenía una mejor oferta, aunque
me cueste creer que tenga un trabajo mejor que este, pero bien, tal vez
desea volver a su país. Él mismo dijo que ya no tenía nada que hacer
aquí, así que lo relevé de sus funciones, de acuerdo a sus deseos.
Quizás era algo personal, alguna novia tal vez.
- Por favor, mamá ¿crees que soy idiota? Por supuesto que lo
despediste, dime ¿qué es lo que pasa?, ¿por qué lo has hecho?, me
llevaba muy bien con él.
- Bien, así son las cosas.
- ¡Mamá!, soy una adulta, ¡háblame como tal!
- Muy bien, ¿quieres ser una adulta?, perfecto, porque los adultos se
hacen responsables por sus actos. ¿Cómo es posible que te comportes
así Ialandia?, como una mujer sin clase.
- Mmm, ¿qué dices?
- Sabes que sé la verdad, ¿eso es lo que querías saber? ¿Qué es eso de…
hacer eso?, ¡cielos!, en ese lugar, con tu escolta, en mitad de uno de los
jardines de palacio ¿En qué rayos estabas pensando cuando hiciste algo
tan estúpido?
- ¿Así que de eso se trata?, obviamente vinieron con el chisme, por eso
despediste a Alessandro de su trabajo. Sabes lo triste que es para mí
todo esto, no te imaginas todo lo que he tenido que pasar, y cuando por
fin encuentro a alguien que realmente me gusta, entonces lo único que
haces es apartarlo de mí.
- ¿Estás escuchando realmente lo que dices? ¿Que un pobre
guardaespaldas, un escolta, es muy importante para ti? Ustedes dos, tú
y tu hermana me van a matar, y ni hablar de Izzy. ¿Cómo es posible
que se comporten así, de esa forma tan pusilánime?
- ¡Ja!, ¿pusilánime?, me gusta cuando usas ese vocablo tan rico madre.
- Así que te enamoras del primer hombre que pasa, ¿qué es lo que
sucede con mis hijas?, Isabella con ese periodista y ahora tú ¿con un
escolta? —Se llevó las manos a las sienes como si sus venas palpitaran
—.
- No recuerdas tu pasado, no eras más que una plebeya cuando mi padre
te conoció y se enamoró de ti. Estoy segura de que mis abuelos
estuvieron en completo desacuerdo con eso, y sin embargo, mi padre se
impuso porque te amaba.
- Eso es diferente.
- No, no lo es, es igual madre, pero se te ha olvidado lo que se siente.
Mi padre no estaba equivocado, todo les ha funcionado muy bien hasta
ahora. Entonces, ¿quién eres tú para colocarte como una brecha en el
camino de tus propias hijas, imponiendo siempre tu voluntad? Deja que
nosotros decidamos nuestro destino como tú hiciste con el tuyo.
- Islandia…
En parte tenía razón, cuando el rey la conoció, ella no era más que una
plebeya, pertenecía a una importante familia, sí, pero no tenía ningún título
nobiliario, ni ninguna asociación con la realeza. Sin embargo, Benedict se
enamoró al ver su calidad humana y su esfuerzo en la lucha por las personas
más necesitadas, eso fue lo que le conquistó, su inteligencia, belleza y
destreza, así como su preocupación por los demás.
Era cierto que sus padres lucharon con todo su poder contra la relación,
pero Benedict se había mantenido firme, tuvieron que ceder y aceptar que
su hijo estaba enamorado de la hermosa pelirroja. Con el correr del tiempo
se demostró que había tenido la razón, porque pocas veces se llegaba a ver a
una reina tan diestra y maravillosa como Myka.
- Sabes que tengo la razón, tú no sabes el infierno que he tenido que
pasar toda mi vida, estando atada a complacerlos en todo. Ni siquiera
me conoces, no sabes quién soy, esa hija perfecta que siempre has
deseado no existe.
- ¿Qué dices Islandia?
- Eso, que no soy la persona que piensas, estoy harta de vivir entre estas
paredes y ser siempre la chica perfecta. Para que lo sepas, no lo soy, he
tenido muchas otras aventuras, de las cuales tú no te has enterado, he
hecho, cosas que te harían sonrojar.
- ¡Islandia!, ¡por todos los cielos! ¿Qué estás diciendo?
- No soy la hija perfecta que has soñado, soy una persona muy distinta,
que quiere hacer su propio camino, y que no tiene que ver con este
palacio. Lo que quiero es estar allá afuera, trabajando con las personas
que lo necesitan en verdad, no viviendo esta fantasía.
- Hija, me sorprendes, —dijo su madre—.
No podía creer que su hija le hablara de esta manera, como si fuese
otra persona. De pronto, una puerta se había abierto y una extraña estaba
parada frente a ella, una que se veía como su hija, pero que realmente no lo
era.
- Sí, eso que estás oyendo, no me conoces, pero de ahora en adelante lo
harás, conocerás a la verdadera Islandia, tú quieres controlar mi vida,
¡pero ya no lo voy a permitir más!
- No me hables así, recuerda quien soy.
- ¡Esto fue la gota que derramó el vaso!, estoy enamorada de ese
hombre mamá. Esa es la verdad, soy una mujer enamorada, tú también
cometiste una locura al dejar todo lo que conocías y casarte con un
hombre que gobernaría un país, pues ahora yo quiero hacer lo mismo,
pero al revés.
- ¡Islandia! ¡Por todos los cielos! Escucha lo que estás diciendo, una
verdadera locura. Si tu padre se enterase de esto se sentiría
terriblemente decepcionado de ti.
- Lamentablemente, no puedo tener una vida miserable tan solo por
complacer a mi padre mamá, llegó el momento cuando debo tomar las
riendas de mi propio destino.
Su madre se quedó mirándola, en el fondo admiraba la fuerza de su
hija, a la que siempre había visto como una persona sin un carácter
definido. Pero ahora, se daba cuenta que también poseía ese don, la
hermosa joven pelirroja estaba ante ella, luchando por lo que deseaba. Su
Majestad no sabía si sentirse bien por la fuerza de su hija o molestarte por la
resolución con la que quería ir detrás ese hombre que estaba muy por
debajo de su nivel.
Ella no esperó que su madre le dijese más nada, y salió de allí
sintiéndose en paz consigo misma. Con una decisión en el alma, necesitaba
respirar, quitarse de encima todo el peso que había llevado durante tantos
años sobre sus hombros.
No quería ser más Islandia, la princesa perfecta, ahora quería ser ella
misma, lo que siempre deseó, ahora entendía tanto a Isabella, comprendía
que su hermana había tenido el valor para ser quien quería durante tanto
tiempo y buscar lo que amaba, solamente que lo había hecho por un camino
equivocado. Claro, hasta que se encontró con ese chico, y entonces su vida
cambió.
Si su hermana amaba a un periodista ¿por qué ella no podía
enamorarse de un escolta? Este hombre era increíble, sabía que era una
buena persona, además la hacía sentir como nadie en todos los sentidos.
Bajo sus manos ella se derretía de placer y pasión, pero también de muchas
otras formas.
Fue hasta su habitación, se sentó un momento en la cama y respiró
profundo para aclarar sus ideas. Pero en el fondo sabía exactamente lo que
quería hacer, lo que su corazón le había dicho durante tanto tiempo estaba
allí de forma clara.
Salió de la zona de sus aposentos y Rocío corrió detrás. No tenía idea
de lo que iba a pasar, no sabía hacia dónde iría la princesa, ese día tenía
varios compromisos y ella debía cuadrarlo todo para poder llevar a cabo la
agenda.
- Princesa, ¿qué hace?, debemos repasar la agenda de hoy, —dijo Rocío
—, es importante que… —la princesa interpuso la mano derecha como
dándole a entender que no escucharía sus palabras y siguió caminando
—.
- Hoy no habrá agenda del día, —le dijo ella—.
- Pero princesa… —insistió ella—, hoy hay muchas cosas por hacer,
¿hacia dónde va?
- Esta vez no es asunto tuyo Rocío, de ahora en adelante te relevo de tus
funciones. Nadie puede saber lo que hiciste hasta hace poco. Él no va a
decir nada y yo tampoco, así que no corres ningún peligro, solo sigue
con tu vida y sé feliz, es todo lo que puedo decirte.
- Princesa…
Ella siguió caminando hacia el jardín y su nuevo escolta fue detrás.
Tenía todas las intenciones de perseguirla, si fuese necesario. Entonces ella
fue hasta donde tenía estacionado su auto, se paró y se le quedó mirando
con severidad.
- ¿Hacia dónde se dirige princesa? No puede salir sin mi compañía, sino
tendré que… reportarla, —exclamó dubitativo—, me han pedido que
esté con usted en todo momento, —añadió ante la dura mirada de ella
—.
- Quiero ir sola ¿será que me pueden permitir respirar un momento?
- Lo siento Su Alteza, no puedo, entienda que puedo meterme en un
grave problema.
- Está bien, sube al maldito auto y cállate la boca, —le dijo, y el hombre
se sentó con ella, la princesa arrancó el auto a toda velocidad saliendo
de palacio—.
- Princesa ¿hacia dónde va? No puede salir así sin participarlo.
- ¿Así que ahora esto no es un castillo, sino una prisión? ¡Vaya!, ¿no
puedo decidir que quiero ir a algún lugar sin que tenga que
participarlo?, muy bien, esto me parece realmente genial. Apenas te
conozco y ya me estás diciendo qué hacer.
- Lo siento, esto es muy… irregular.
- ¿Tú eres Julián Lesper?
- Así es, Su Alteza.
- ¿Quieres ser mi maldito carcelero?
- No es eso princesa, es por su bien, por su seguridad.
- Sabes, estoy cansada que todo el mundo use eufemismos para tratarme
como una tonta, como una marioneta, —y de repente detuvo el auto
frenando de manera violenta—.
- Princesa.
- ¡Bájate del auto!
- Princesa, ¿qué está haciendo?, no puedo hacer eso, me va a meter en
un problema, tengo que estar con usted todo el tiempo.
- Dirás que fue mi culpa, échame toda la culpa a mí, ¡ahora bájate del
auto!, necesito estar a solas.
- No importará que le eche la culpa a usted, igual me van a despedir, por
favor.
- ¡Oh… maldición!, sí que eres una espina en el zapato. Bájate del auto,
¡ahora!
- Princesa, por favor.
- ¡Cállate!, te quedarás aquí y luego te pasaré buscando.
- Princesa… —el chico comenzó a pensar en qué lío se había metido
cuando aceptó el trabajo—. En un loco momento pensó que era el
empleo de sus sueños, pero ahora se estaba dando cuenta que trabajar
para la princesa era una verdadera pesadilla.
- ¡Quédate aquí!
- Princesa.
- ¡Baja del maldito auto!
El pobre chico se bajó del auto sin saber qué hacer, esta mujer era
insufrible. Ya podía imaginarse a su jefe inmediato despidiéndolo ¿lo
buscaría realmente? Lo más probable era que no, se sentía como un
completo idiota.
Luego de dejar botado a su escolta, tomó el camino hacia la ruta norte.
Fue hacia el lago, el mismo que un día le había cambiado la vida, solo
quería verlo una vez más, deseaba con todo su ser mirar ese lugar especial
que había significado tanto y estaba segura que le daría las fuerzas
necesarias para seguir adelante.
Su corazón comenzó a latir con fuerza a medida que avanzaba en el
estrecho camino que conducía a la cabaña. Era como revivir todos esos
maravillosos momentos con él.
Ahora el lago no se veía de color turquesa, pues el cielo plomizo se
reflejaba dándole un color un tanto melancólico al lugar. Para su sorpresa,
un retumbe de su corazón sobresaltó su pecho, apenas pudo respirar al ver
que el auto de Alessandro estaba allí.
¿Él estaba allí? Descendió del auto lentamente sintiendo el corazón en
la boca. Se dirigió hacia la cabaña, se tocó el estómago, sus piernas
prácticamente temblaban. Si él estaba ahí, no sabía qué le iba a decir, ¿qué
pensaba luego de haber hablado con su madre? Desde el primer momento
que sus caminos se cruzaron, todo se convirtió en un lío.
Tocó la puerta, entonces sintió las pisadas fuertes sobre el piso de
madera. Su corazón estaba tan acelerado que podía habérsele salido por la
boca, se sentía completamente nerviosa y cuando la puerta por fin crujió,
sintió que no podía respirar.
- ¡Islandia!, —exclamó sorprendido—.
- Alessandro…
Allí estaba el hombre que amaba, se veía adorable con un suéter, jeans
y el cabello todavía húmedo. Se veía que acababa de tomar una ducha,
como cualquier otro hombre, solamente que este era el que ella quería. De
su cuerpo desprendía ese cálido aroma a madera que tanto le gustaba, esa
sensación de protección y fiereza, pero al mismo tiempo ternura.
Cuando lo vio sus ojos se humedecieron y él no pudo evitar también
fruncir el entrecejo, por lo que sus ojos también se llenaran de luz tan solo
de verla. Esos ojos negros brillaban como dos estrellas.
- ¿Qué haces aquí?, ¿cómo supiste que estaba en este lugar?, —le dijo él
con la voz temblorosa, se notaba que estaba emocionado—.
- Vine a… vine a ver el lago, —dijo entonces—, vi tu auto y sentí que
tal vez en mi interior esperaba poder encontrarte aquí.
- Islandia, por favor, las cosas están bien así, es lo correcto, yo no…
Entonces ella se lanzó sobre sus labios y comenzó a besarlo con
pasión, ella no le dejaba la más absoluta alternativa. También estaba
enamorado, de la forma más absurda y tonta posible, no tenía otra opción
que entregarse a la pasión y el sentimiento que esa mujer provocada en todo
su ser.
No podías luchar contra tu propio corazón, este te hablaba con certeza
y tu mente correspondía a ese mismo mensaje. Una señal que te decía
claramente que amabas a la persona correcta, y que ella también hacía lo
mismo contigo.
- Islandia…
- Te amo.
- ¿Me amas?
- Sí.
- Yo también.
- ¿En serio?
- ¿Lo dudas?
- Cuando me dijeron que habías renunciado, supe que mi madre te
despidió, y supe también que habías querido que pensara eso.
- Islandia…
- No le dijiste nada de lo que pasó entre nosotros y preferiste alejarte
que hacerme daño. Preferiste echarte la culpa de todo, allí supe que
también me amabas como yo te amo a ti.
- Esto es…
- No digas nada, no trates de decirme nada.
- Pero…
- Shhh… no quiero alejarme más de ti, quiero ser esa Islandia que soy
contigo, no soy la princesa que has conocido o que ellos creen conocer.
Tampoco soy completamente la rubia que viste bailando en el club,
soy… quien soy contigo, la que siempre he querido ser.
- Entra, ven, —dijo con una sonrisa de ilusión—.
- Alessandro.
- Ven, entra, tenemos muchas cosas que hablar tú y yo.
Entró en la cabaña y se le olvidó todo lo demás, incluyendo sus
miedos. Estaba junto al hombre que ella quería, al que había deseado
durante tanto tiempo y que ahora podría pertenecerle si tenía la valentía
para reclamarlo y atreverse a vivir su propio destino. Alessandro le daba el
impulso que necesitaba, y ahora con él se sentía invencible, podía derrotar
el miedo y la necesidad de complacer a otros, podría reclamar su espacio en
el mundo. Finalmente, Islandia Mirabal podría encontrar su destino.
Toda su vida había estado llena de líneas difusas que ella seguía por
obediencia, pero ahora ¿podría trazar las suyas? ¿Podría hacerlo en el lugar
y en la dirección que lo deseaba? Con él deseaba intentarlo, haría sus
propias formas y camino, dejando las dudas a un lado.
NOMBRES DE LOS PERSONAJES

PROTAGONISTAS
Islandia Magdalena Margarita Mirabal-Lohardam Luises Palma del
Toboso: Su Alteza Real y la segunda en la línea de sucesión al Trono de
Mirabal. Su mayor deseo, aparentemente, es ser la reina de su país y
cumplir con la real misión de su corona. Pero a veces las personas pueden
engañarnos.
Alessandro Giacomo (Zorro Rojo): guardaespaldas, ex militar, trabaja
para el embajador Su Excelencia Luis Montaño, su mayor meta es ser el
mejor en su profesión, y luego retirarse a la cabaña de su abuelo, y tener
una vida simple, claro, eso a sus 60 y tantos años.
Miembros de la Realeza
Isabella (Ella) Elena Margarita Mirabal-Lohardam Luises Palma del
Toboso: Su Alteza Real y la heredera al Trono de Mirabal. Su mayor deseo
es encontrar un camino para sí misma. A sus 25 años no sabe quién es, ni
qué quiere en la vida. Hermana mayor de Islandia.
Indhon (Izzy) Luis Fernando Mirabal-Lohardam Palma Lima: primo
de Isabella, y tercero en la línea de sucesión al trono.
Benedict Augusto Felipe Cohrad Mirabal-Lohardam Luises Palma del
Toboso: Su Majestad y rey del Sagrado Trono de Mirabal, el trono de las
estrellas.
Mika Agustina Mirabal Nokpa: Su Majestad reina del Sagrado Trono de
Mirabal.
Lord Barner Harrington: primero del rey.
Parlamento de Mirabal
Su Excelencia Islas Valencia: Representante en el Parlamento.
Su Excelencia Frank Ventura: Viceministro del reino.
SERVICIO DE PALACIO
Madame Eloise Bélanger: asistente de la princesa y de Su Majestad.
Rocío Durán: asistente de la princesa Islandia, y la única que sabe su
verdadera identidad.
Casper Hubert: ex guardaespaldas de la princesa, 58 años, mentor de
Alessandro.
Tristán Benet: casi novio de Rocío, ayudante de la princesa en sus
correrías.
Amigos y Otros Personajes
Lucca Giacomo: padre de Alessandro.
Lara Fajardo: ex novia de Alessandro.
Diego Méndez: amigo de Alessandro, guardaespaldas.
Andru Dimitriou Xanthopoulos: amigo de Isabella, heredero de la fortuna
de los navieros Dimitriou y eterno enamorado de Isabella.
Michel Lara: psicóloga y amiga de Isabella, trabaja ayudando a las
mujeres en la fundación Mariposas.
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