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Inventario de títulos dados al libro que hizo el Arcipreste de Hita

Juan García Única. Universidad de Granada


Introducción: antes y a partir de la literatura
Llamamos hoy Libro de buen amor a esa extraña summa poética
que en el siglo XIV elaborase el Arcipreste de Hita. Resulta de sobra
conocido que dicho título debe su fortuna, como tantas otras cosas
en materia de literatura hispánica medieval, a una influyente nota
de Ramón Menéndez Pidal que se remonta tan sólo hasta 1898. Al
margen de ese hecho, las dudas acerca del título con el que en la
actualidad denominamos al libro de Juan Ruiz, acerca de si es en
realidad tan antiguo como el propio texto que designa, no puede
decirse que hayan sido del todo descabelladas. Pieza al presente
básica del canon literario español, auténtico monumento de
nuestras letras medievales, sin embargo el actual Libro de buen
amor no gozó ininterrumpidamente de tan alta consideración, como
tampoco fue siempre conocido por ese nombre. Sólo unos pocos
años antes de la instauración de su actual título, a finales del
siglo XIX, Menéndez Pelayo se preguntaba lo siguiente: «¿Qué
nombre daremos al extraño centón en que han llegado á nosotros
aquellos versos del Archipreste (…)?» (1892: LXIX). La única
conclusión a la que se ve abocado en ese momento no puede ser
otra: «El libro queda realmente innominado» (LXX).
Pasarán sólo unos pocos años, decimos, hasta que Menéndez Pidal
establezca, sin sospechar probablemente que sus palabras iban a
convertirse pronto en un juicio taxativo, que el libro del Arcipreste
«era denominado por su autor, desde que redactó la primera copla
hasta que escribió la última, con un mismo nombre muy
intencionado y significativo, que nos revela la unidad que el poeta
veía en su obra ó la que quería que los demás viesen» (1898: 107).
Me sigue pareciendo muy difícil determinar si el gran maestro de la
filología española estaba o no en lo cierto al afirmar eso: en primer
lugar, la identificación automática que con tan pocas palabras él
establece entre la unidad de la obra y el título propuesto ha
requerido a cambio —como de hecho todavía requiere— de un
caudal inmenso de literatura crítica para ser aclarada, con lo que
nos suscita algunas reservas razonables antes de dar por sentada
sin más su evidencia; y en segundo lugar —y ése es básicamente el
problema para cuya resolución queremos que sirva de introducción
este trabajo— la obsesión ya secular por establecer la unidad del
libro ha llevado a que quizá no se haya tenido lo suficientemente en
cuenta que, mucho más que un esfuerzo por titular su escrito, el
Arcipreste parece hacer hincapié en una de las claves más
perentorias, a mi entender, tanto de su escritura como de la
escritura de la sacralización feudal en general: la de la propia idea
de «fazer un libro» como elaboración de una eficaz clave
interpretativa del mundo, la del empeño denodado por construir un
libro que sea a su vez un reflejo, a modo de glosa imperfecta, de la
todopoderosa imagen del Libro Sagrado y del Libro de la Naturaleza
—duplex est liber glosó San Buenaventura—. En dicho mecanismo,
pensamos, se sostiene buena parte de la enunciación «literaria»
específica de la sacralización feudal.1
El catálogo de títulos que aquí propongo a manera de inventario
para un estudio más amplio, claro está, requiere de ciertos límites
que lo hagan inteligible con vistas a su utilidad futura. En ese
sentido, advirtamos que es probable que en realidad el problema de
los títulos del actual Libro de buen amor sólo empiece a serlo
realmente cuando comienza la literatura en el sentido en que
todavía —más o menos— la concebimos hoy, es decir, cuando de la
«literatura» entendida como compendio de saberes transmitidos
por la vía de la letra escrita empieza a desgajarse la literatura,
entendida como la institución dentro de la cual se archiva y
desempeña el ejercicio de las «bellas letras», con todo lo que ello
implica.2
En el transcurrir de tal proceso se produce un hecho que no fue, a
juzgar por la escasa repercusión que tuvo en su momento, nada
estruendoso pero sí decisivo: el texto del hoy llamado Libro de
buen amor pasa por la imprenta por primera vez, al menos en una
versión basada fundamentalmente en S. El periodo que va desde la
impresión de esta primera edición del texto censurada por su
primer editor, Tomás Antonio Sánchez, hasta la última ya sin
censura incluida en la continuación de la Colección de poesías
castellanas anteriores al siglo XV, la que debemos a Florencio Janer,
es más que significativo y no sólo por la transformación del título
(pues ya sabemos que Janer convierte las Poesías del Arcipreste de
Hita publicadas por Sánchez en Libro de cantares). Cuando el texto
ve la luz en la imprenta por primera vez, como decimos de la mano
de Sánchez en 1790, lo hace como exponente de la Historia Civil;
cuando en 1864 le son restituidas las coplas censuradas, gracias a
la edición/reedición de Janer, lo hace ya como exponente de la
Historia de la Literatura Española. Y es en realidad sobre los
problemas de catalogación que se derivan de esta última entidad
sobre los que trata de arrojar alguna luz Menéndez Pidal al ponerle
nombre a nuestro libro. De ahí que el inventario de títulos que aquí
se contiene sea propiamente el que se deduce a partir del momento
en que el libro del Arcipreste empieza a ser considerado, ya en el
siglo XVIII, a la luz de la «Historia Literaria» de España, siquiera sea
en la primera fase de ésta como parte integrante de la Historia
Civil, previa a su concreción como Historia de la Literatura
Española. Por eso trazamos un antes de la literatura, en el que la
titulación del libro no es ni mucho menos un problema relevante,
aunque ello no quiera decir que no exista una cierta nomenclatura
de clasificación y archivo, y un a partir de la literatura, en que la
titulación se convierte en un problema central. De momento
veamos qué pasa con el primer periodo.
El Libro antes de la literatura
Apenas hay en el siglo XIV más testimonios alusivos al título del
libro del Arcipreste que los que el libro mismo nos ofrece (c. 12:
«librete de cantares»; y cc. 13 y 933: «Libro de buen amor»).
Aparte de eso, la prueba más sólida está constituida por un par de
hojas conservadas que atestiguarían la existencia de una traducción
portuguesa, quizá del último cuarto de la centuria. Estos dos folios,
que por su esmero pudieron haber pertenecido a una biblioteca real
o de alcurnia, se encuentran muy deteriorados por haber servido
durante mucho tiempo de hojas de guarda al manuscrito 785 de la
Biblioteca Pública Municipal do Porto, en cuyo catálogo el fragmento
es descrito como «romance astrológico», aunque hay que tener en
cuenta que dicha denominación no es en absoluto medieval, ya que
el catálogo es de 1880.3
Mucho más prolijo en referencias es el siglo XV, aunque no debamos
pasar por alto que el primer testimonio relativamente ajeno al libro
del periodo sigue, no obstante, estando unido al libro. Se trata de
las rúbricas que muy probablemente Alonso de Paradinas, copista
de S, coloca a modo de epígrafes según parece en torno a
1415.4 En ellas no se ha perdido aún la idea clave de la
construcción del libro a la que aludíamos al principio. La primera, de
hecho, dice así: «Esta es la oraçión qu’el açipreste fizo a Dios
quando començó este libro suyo» (3).5 Y no es la única que se nos
muestra en tal sentido. Pasado el prólogo en prosa, un nuevo
titulillo nos devuelve a la cuaderna vía de esta manera bastante en
consonancia con el tono de la enunciación propio de las escrituras
sacralizadas, generalmente marcado por la humilitas: «Aquí dize de
cómo el arçipreste rogó a Dios que le diese graçia que podiese fazer
este libro» (12). La asociación entre el Arcipreste y el libro que
construye nos vuelve a aparecer casi al final, ahora para introducir
un conocidísimo pasaje: «De cómo dize el arçipreste que se ha de
entender este su libro» (421).
Es precisamente dicha asociación la que nos deja la impresión de
que en el siglo XV el poema se conoció mayoritariamente
como Libro del Arcipreste o Libro del Arcipreste de Hita. El primer
título, algo más abreviado, lo encontramos hacia 1420 en el
denominado (probablemente mal) como «fragmento cazurro» por
Menéndez Pidal.6 El segundo, por su parte, se encuentra en el
inventario de la cuaderna vía que ofrece Santillana en su Proemio e
carta: «e aun el Libro del Arcipreste de Hita» (1987: 218).7 Con
todo, si a los dos títulos mencionados tuviéramos que añadirle un
tercero, éste sería sin duda el más corto de todos: Arcipreste de
Hita. Así aparece inventariado en los catálogos de las bibliotecas del
rey Duarte de Portugal (1438), del Colegio Mayor de San Bartolomé
de Salamanca (1440) y de Pero Sánchez Muñoz (1484).8
En las poquísimas referencias que conservamos de los
siglos XVI y XVII ya se acentúa, no obstante, la dispersión de títulos
y alusiones de tipo genérico. Los primeros oscilan entre las Coplas
del Arcipreste de Hita que figuran en el inventario de los libros que
Isabel la Católica guardaba en el Alcázar de Segovia, realizado en
1503 por Gaspar de Gricio, hasta el Juan Ruiz, arcipreste, obra en
coplas que identificó al manuscrito 152606 de la biblioteca del hijo
bibliófilo de Cristóbal Colón, Hernando Colón, quien lo había
adquirido en 1536 o 1537.9 En el inventario realizado en 1580 de la
biblioteca de Gonzalo Argote de Molina, que ya en
sus Elogios (1550) había copiado el fragmento que va de las
actuales cuadernas 1023 a 1027, atribuyéndoselo erróneamente a
un tal Domingo Abad de los Romances pero sin relacionarlo con
título alguno, sí que se menciona como entrada número 13
un Cancionero del Arcipreste de tiempos de Alfonso XI.10 De los
dos testimonios en los que se cita nuestro libro en el siglo XVII, el de
Ortiz de Zúñiga y el de Francisco de Torres, no se puede concluir
titulación firme. Si acaso digamos que ese «gran volumen de
proverbios en verso» al que alude el segundo en su Historia de la
mui nobilissima ciudad de Guadalaxara (1646) es lo que, siquiera
como vaga alusión genérica, más se le aproxima.11
El Libro a partir de la literatura
Entre los títulos que figuran en ese segundo apartado, debo
advertirlo, se incluyen algunos pocos que fueron simplemente
sugeridos o mencionados alguna vez, aunque más bien de manera
puntual y no siempre con pretensión de rigurosidad. Esos algunos
de escasa o ninguna fortuna han sido, sin más y como se dice
ahora, los títulos que han sonado históricamente para el
llamado Libro de buen amor.
Poesías del Arcipreste de Hita o Poesías castellanas de Juan Ruiz
A pesar de que G y T ya habían empezado a circular en copias
manuscritas a partir de 1753, habrá que esperar hasta la edición de
Sánchez de 1790 para encontrar por primera vez el libro con el
título claro de Poesías del Arcipreste de Hita.12 En el prólogo a este
tomo, cuarto de la Colección de poesías castellanas anteriores al
siglo XV iniciada en 1779, apreciamos indicios claros de que el editor
no ve más que un conjunto de poesías debidas a un solo autor, en
lugar de una obra unitaria (no digamos ya un Libro de, en sentido
feudal). La propia palabra Poesías del título no es nada dudosa al
respecto, y además Sánchez admite haber trabajado con una copia
de S por ser dicho códice «mas copioso, aunque defectuoso en
algo» (1790: XIX) que G y que el muy parcial T. Esto puede
significar que opta por un criterio eminentemente cuantitativo:
mejor cuantas más composiciones (excepto, claro está, por las
censuradas).
La Colección, que sería suspendida en ese mismo año de 1790 por
falta de suscriptores, conoció sin embargo un destino paradójico.
Su importancia se verá acrecentada tanto más cuanto mayor sea
nuestra insistencia en un hecho clave: asentó indudablemente la
base sobre la que sería leído el texto del Arcipreste hasta la
cuidadosa edición paleográfica de Ducamin, ya en 1901. Su fracaso
de salida no obstó para que sus sucesivas adiciones y reediciones,
por esos azares de la Historia, sí acabaran por situar al corpus
iniciado por Sánchez en un lugar preeminente del canon. Así,
las Poesías del Arcipreste de Hita volvieron a ver la luz en 1841
gracias a la continuación de la Colección debida a Pedro José Pidal,
quien la amplió recogiéndola en un sólo volumen con el título
de Colección de algunas poesías castellanas anteriores al siglo XV.
Para entonces ya se había instalado en Europa la idea moderna de
la literatura, con su Historia, y la labor no reconocida en su tiempo
de Sánchez resultaba de pronto imprescindible para toda la retahíla
de hispanistas que, primero en el extranjero y después en España,
estaban construyendo un objeto que todavía hoy llamamos Historia
de la Literatura Española.13
Cantares del Arcipreste de Hita o Libro de cantares de Juan Ruiz,
Arcipreste de Hita
Prestando, según parece, especial atención a un verso de la
cuaderna 12 de nuestro libro —«que pueda de cantares un librete
rimar» (c. 12b, 12)—, en la continuación de la Colección de
Sánchez que en 1864 lleva a cabo Florencio Janer, ya convertida
definitivamente en el volumen Poetas castellanos anteriores al
siglo XV de la Biblioteca de Autores Españoles, éste opta por un
cambio de título que en los preliminares convierte en Cantares del
Arcipreste de Hita (1864: XXXI) y en el encabezamiento del poema
en Libro de cantares de Joan Roiz, Arçipreste de Fita (1864:
225).14 Tal título será reivindicado en la década de los cincuenta
del siglo XX por Fernando Capecchi, quien considera que
«l'Arcipreste dichiara programmaticamente di aver intenzione di
fare un “librete de cantares”» (1953: 145). El hispanista italiano,
que recibiría una contundente réplica por parte de María Rosa Lida,
prefiere pues hablar de «il libro dei “cantares”, come l'Arcipreste
probabilemente intese chiamarlo» (144-145), lo cual no le impide
admitir que a pesar de todo el título de Libro de buen amor, que a
la altura de 1953 ya estaba aceptado y más que aceptado,
«indipendentemente dal fatto che non corrisponde alla effettiva
sostanza del libro, è tuttavia, in sé, più suggestivo, e ciò forse
giustifica, più che altre considerazioni, la sua fortuna» (145).
Libro del Arcipreste de Hita
Un año antes de que Janer hiciese efectivo su cambio de título, en
1863, aparece el tomo cuarto de la Historia crítica de la literatura
española de José Amador de los Ríos. La fecha nos llevaría a hablar
del auge en España de la «poética nacionalista» (Pereira Zazo,
2006: 47) que había surgido en Alemania y que, entre nosotros,
tuvo su máximo exponente en la mentada Historia de Amador.
Además de por sus antecedentes germánicos, se caracteriza esa
poética por volver su mirada hacia la Edad Media con la intención
de reconocer en ella la expresión del carácter de la nación. Quizá
por eso no debería extrañarnos que, precisamente comentando los
estudios del austriaco Ferdinad Wolf, Amador de los Ríos retome, si
no el título, sí al menos la denominación con la que se conoció el
volumen del Arcipreste en el Medievo.
De manera mucho más consciente, aunque intermitente, se ha
reivindicado el título de Libro del Arcipreste durante el siglo XX y
aun en lo que va del XXI. En la última década de los cincuenta la
denominación pasó a identificarse con la titulación genuinamente
medieval del libro de Juan Ruiz. Tal fue el motivo esgrimido por el
hispanista Wilhelm Kellermann (1951: 225), primero en abrir la
veda para el cuestionamiento de la, hasta entonces, prácticamente
intacta nota de Menéndez Pidal. Y así lo han reivindicado
abiertamente otros: Antonio Prieto, por ejemplo, sostuvo la tesis —
no demasiado afortunada en mi opinión— de que con buen amor se
alude a la materia, mientras que Libro es equivalente a vida, y la
totalidad del libro se refiere a la vida del Arcipreste (1979:
55);15 Louise O. Vasvari (1990; 1991) o John Dagenais (1994)
emplean el título Libro del Arçipreste de Hita o Book of the
Archpriest of Hita con total normalidad en sus respectivos trabajos,
y si bien es cierto que el subtítulo del celebrado libro de este último
—me refiero, claro está a The Ethics of Reading in Manuscript
Culture— no es otro que el de Glossing the ‘Libro de buen amor’, no
lo es menos que Dagenais propone a las primeras de cambio volver
a «the title Arçipreste de Hita, based on the own survey of the
medieval title» (1994: 219).
Hay incluso un grupo de investigadores que optan por mantener el
título aceptado de Libro de buen amor en convivencia con el
medieval Libro del Arcipreste, aunque trazando un límite pertinente
entre uno y otro. Es el caso de Germán Orduna, para quien «la obra
de Juan Ruiz nos ha llegado bajo la forma de un cancionero al que
podemos llamar ‘Libro del Arcipreste de Hita’ dentro del cual la
tradición ha incluido como obra fundamental el libro que el autor
llamó Libro de buen amor» (1988: 5). Algo más confuso es el
criterio que emplean en su edición del Libro Anthony Zahareas y
Thomas McCallum, quienes entienden «por Libro del Arcipreste (LA)
no sólo el conjunto de episodios referentes a un ficticio personaje
eclesiástico narrados por él mismo sino también las ediciones
modernas que leemos» (1989: IX), mientras señalan que la historia
literaria «sólo por abstracción se refiere al título moderno Libro de
buen amor (LBA) como la obra íntegra de un autor o se [sic] habla
de sus ideas, temas o valores como si tuvieran validez
histórica» (Ibid.). Ambos autores, a los que se une esta vez Óscar
Pereira Zazo, se decantan en otro lugar por el título de Libro del
Arcipreste (1990: 23), aunque la explicación de por qué el
Arcipreste llama «Buen Amor» a su libro sigue siendo un tanto
farragosa, ya que según ellos pasa por «la decisión artística del
poeta de llamar ‘buen amor’ al libro (se entiende, que se está
leyendo o escuchando el mismo libro en el acto de su
composición)» (256). Mucho más recientemente, en su edición
conjunta, Zahareas y Pereira han defendido el título de Libro del
Arcipreste como título general desplazado por el de Libro de buen
amor a causa de la tendencia a buscar en la temática de los dos
amores la unidad del libro (Zahareas y Pereira, 2008: 81).
Cancionero del Arcipreste de Hita
Antes ya se ha dicho que el artículo de 1951 de Fernando Capecchi
provocó la fulminante réplica que, en una densa nota, le propina
María Rosa Lida de Malkiel. A Capecchi (cfr. 1953: 138 y 145),
entre otras cosas, le reprocha ésta que «atribuye gratuitamente a
Castro preferir como título Cancionero» (1959: 39, n. 33). Es
cierto, como igualmente no deja de señalar Lida, que hasta
Menéndez Pidal había descrito al Libro en Poesía juglaresca y
juglares «como un vasto Cancionero, engastado en una biografía
humorística» (Menéndez Pidal, 1957: 211). Y es cierto, también,
que Américo Castro se refiere reiteradamente al libro como
Cancionero (1983: 356, 357, 358 y 365). Ahora bien, esas
referencias las hemos de encontrar en el noveno capítulo de España
en su historia (1948), que atiende precisamente al título de
«El Libro de buen amor del Arcipreste de Hita» (cfr. Castro, 1983:
355). Por si ese hecho no invalidara ya de por sí la suposición de
Capecchi, recordemos que Castro no escatima una pequeña alusión
a los dos citadísimos versos del Arcipreste en los que éste llama
«buen amor» a su libro, aquéllos que rezan «Por amor de la vieja e
por dezir razón, / ‘buen amor’ dixe al libro» (c. 933ab, 226), «lo
cual ni es chiste, ni deja de serlo, sino que es lo que el libro es de
un cabo al otro», apostilla Castro (1983: 420).16
Libro de alcahuetería
De ocurrencia, mucho antes que de intento serio, hemos de tildar la
nota mediante la cual Adolfo Bonilla y San Martín llega a hacer
conmutable el título de Libro de buen amor por el de Libro de
alcahuetería: «Decir: Libro de buen amor, es, por consiguiente, lo
mismo que anunciar: libro de alcahuetería» (1906: 377, n. 2).
Aunque apenas tuvo repercusión, dicho apunte sí suscitó cierta
insinuación de Cejador en su edición del libro y la extrañeza —quizá
algo airada aunque contenida— de Leo Spitzer.17
Libro de buen amor
Como se sabe éste es, con mucho, el título mayoritariamente
aceptado para el libro del Arcipreste desde que a finales del
siglo XIX lo propusiese Menéndez Pidal. Él mismo señala que ya
había sido sugerido décadas atrás por Ferdinand Wolf. En efecto, el
romanista austríaco había publicado entre 1831 y 1832 una serie
de artículos en los Wiener-Jahrbüchern der Literatur. Con adiciones,
estos trabajos fueron recogidos más de dos décadas después, en
1859, en el volumen aparecido en Berlín con el título de Studien zur
Geschichte der spanischen und portugiesischen Nationalliteratur,
más tarde traducida por Unamuno (el año no se puede precisar
porque la edición española en La España Moderna no lleva fecha)
como Historia de las literaturas castellana y portuguesa. En
los Studien ya insinúa Wolf (1859: 36, n. 1) que el título podría
ser Libro de buen amor, basándose —al igual que Menéndez Pidal—
en la lectura atenta de la actual copla 933.
Con todo, la nota a pie de página de Wolf nunca tuvo la capacidad
de influencia que manifiestamente sí ha tenido la nota de Menéndez
Pidal de 1898. Éste no sólo se encuentra con su tesis respaldada
por el título que Ducamin (1901) coloca al frente de su edición, sino
que ve cómo Julio Cejador y Frauca, en otra de las primeras
ediciones que conoce nuestro libro, la de 1913, asegura que tal «es
el verdadero título del libro, como se ve por las coplas 13, 3; 933,
2» (Cejador, 1913: 1).18 El cuestionamiento del título aludido por
parte de Capecchi, único realizado en vida de Menéndez Pidal, ya
hemos visto que fue contrarrestado por la nota de María Rosa Lida,
quien sencillamente le reprocha preferir «el título Libro del
Arcipreste, dado por los lectores, al título de Libro de buen
amor dado por el poeta» (1959: 39, n. 33). Para Lida se trata de
algo «reiterado y aclarado por el autor con singular
insistencia» (Ibid.). Ya en tiempos más recientes, han defendido la
tesis pidaliana autores como Jacques Joset, para quien —en la
réplica que da a Prieto y su afán de cambiar la titulación a Libro del
Arcipreste— resulta preferible conservar «en todas sus letras —las
del Arcipreste—, el título que dio a su obra» (1988: 70); u Ottavio
Di Camillo, quien nos retrotrae a ese año de «1898 en que
Menéndez Pidal indicó con gran acierto que la obra del Arcipreste
debería llamarse Libro de buen amor, conforme a las advertencias
del autor expresadas clara y explícitamente en varios pasajes del
texto» (2000: 176). Y hasta ahora en ésas estamos.
Final abierto: Libro de y «obra literaria»
Nuestro inventario, por lo tanto, debe concluir aquí. Sirva, si no
para dar cuenta de la intención del autor del libro del siglo XIV (que,
dicho sea de paso, creo más atento al hecho mismo de «fazer un
libro» que al de titularlo), sí para ofrecer un material útil en torno al
cual se pueda empezar a sistematizar y explicar el proceso por el
cual, qui enes lo hemos leído críticamente, hemos ido desplazando
de manera inconsciente —y tal vez también en nuestro inconsciente
— el Libro de, surgido de la escritura feudal sacralizada, a favor de
esa «obra literaria» de la cultura española llamada Libro de buen
amor. Hay una poderosa razón para seguir indagando en ello. Y es
que se trata de un proceso en el que aún seguimos inmersos.
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Arcipreste. Glosas críticas al Libro de buen amor, Madison, Hispanic
Seminary of Medieval Studies.
NOTAS
• (1) Creo sinceramente, por tanto, que la historia de los diversos títulos que ha tenido el texto
del Arcipreste se explica, más que como un intento de reconstrucción de la intención genuina del
autor, como una historia irremediablemente surgida del largo (y no siempre consciente) proceso
de desacralización al que se ve sometida la escritura feudal en lengua vulgar en tanto
construcción del Libro de (buen amor en este caso, como en otros Alexandre, o las cruzes, o los
doze sabios, etc., los ejemplos son muchísimos) a imagen y semejanza del Libro (Sagrado y de
la Naturaleza). Dicho proceso concluye con la asimilación y disolución de tal idea en aras de la
imagen posterior de la «obra literaria». En el caso del Arcipreste, me parece que ése es
exactamente el proceso que media entre el Libro del siglo XIV y las Poesías editadas por Sánchez
en el siglo XVIII. Como tal tema es sumamente complejo y por lo tanto requiere de un espacio
más amplio del que no quiero abusar aquí, aclaro que con este trabajo sólo pretendo formular
una primera herramienta, exactamente un inventario de títulos, que resulte de utilidad tanto
para los investigadores interesados en la materia como para mi propio quehacer, pues espero no
tardar ya demasiado en relatar dicha historia en mi artículo «El Libro del Arcipreste de Hita a
través de sus títulos», que actualmente se encuentra en avanzada fase de elaboración. Por lo
demás, la clave de la construcción de la escritura sacralizada en lengua vulgar como Libro de a
imagen y semejanza de la imagen dual del Libro, que me parece adecuado denominar «lógica
del speculum», la he desarrollado ya, al hilo de una lectura de la cuaderna vía castellana del
siglo XIII, en mi ensayo Cuando los libros eran Libros. Cuatro claves de una escritura «a sílabas
contadas» (2011). A ambos textos, publicado y por publicar, remito al investigador dispuesto a
interesarse por esta línea de trabajo. volver
• (2) Entre otras cosas no menos indemostrables, la creencia en la existencia de un sujeto
autónomo enunciador de su propia verdad interior convertida en «intención del autor», que es lo
que tradicionalmente se ha dado por hecho en la problemática sobre el título del libro del
Arcipreste. Pero, en realidad, dicha suposición no deja de ser una variante naturalizada,
eternizada, de la estética transcendental kantiana, gracias a la cual queda abierta la posibilidad
de construcción de un mundo que a priori sólo existe en el interior del sujeto. Algo que nada
tiene que ver con la enunciación propia de la sacralización feudal, por cierto. Respecto al tema
del surgimiento de la «literatura» como institución, y ciñéndonos a fechas y hechos concretos,
siempre será interesante recordar el inmenso camino que va desde la instauración en 1786 de la
imposible Cátedra de «Historia Literaria» en el Colegio de San Isidro de Madrid, cuando su
biblioteca pasa a ser pública (Simón Díaz, 1947), hasta la instauración, en 1848, de la primera
Cátedra de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid,
que como se sabe va a parar a manos de Amador de los Ríos después de que en 1845, siendo
Director de Instrucción Pública Gil de Zárate, este último estableciese el plan de la asignatura
universitaria Literatura (Pereira Zazo, 2006: 47). He ahí dos fechas reveladoras del proceso
institucional que va de la «literatura» a la literatura. volver
• (3) Las dos hojas de la traducción portuguesa fueron dadas a conocer hace ya casi un siglo por
Solalinde (1914), que menciona además el nombre que reciben en el catálogo de Porto (1914:
164). Respecto al esmero con el que están elaboradas, Criado de Val (1978) sostiene que el
manuscrito pudo tener la factura de la continuación del taller alfonsí. volver
• (4) Que las rúbricas no parecen formar parte del texto del siglo XIV, si bien no es concluyente
que sean necesariamente obra de Paradinas, lo creo razonablemente argumentado por Lawrance
(1997; 1997b; y 2004). César Domínguez (1997: 87) opina, a mi entender con razón, que los
epígrafes deben incluirse entre las rúbricas, pero no constituyen la totalidad de éstas y por lo
tanto no debe aplicárseles ese nombre de manera genérica. volver
• (5) Cito siempre el Libro de buen amor por la edición de Alberto Blecua (Madrid, Cátedra, 2006,
7ª ed.). En adelante, cuando así se requiera, me limitaré a poner sólo la referencia del verso y el
número de página en que se halla en dicha edición. Por lo demás, el subrayado en estas citas de
los epígrafes es mío. volver
• (6) En concreto allí se lee: «agora començemos del libro del Açipreste» (cfr. Menéndez Pidal,
1957: 389); Deyermond (1974) se opuso en su día a la teoría de la función cazurra de dicho
fragmento, el cual cree más bien una suerte de cuaderno de notas para sermonarios. volver
• (7) En su nota de 1898, Menéndez Pidal considera que el Arcipreste de Talavera opta por el título
«más solemne y grave» (107) de Tractado, aunque no veo motivos para considerar que la
alusión presente en el Corbacho —«un exemplo antiguo es, el qual puso el arçipreste de Fita en
su tratado» (Martínez de Toledo, 1998: 75)— refiera necesariamente un título y no algo más
cercano a una etiqueta genérica. volver
• (8) Véanse respectivamente Moffatt (1960: 36), Askins (1986: 73) y Monfrin
(1964: n. 63). volver
• (9) Véanse respectivamente Sánchez Cantón (1950: 134, n. 70) y Askins (1986: 72). Este
segundo caso me parece especialmente interesante, ya que es la primera vez que se alude al
libro como «obra», desplazando a la idea feudal de la construcción del Libro de. volver
• (10) Véase Millares Carlo (1923: 155). Para otras noticias transmitidas por Argote, como aquélla
en la que declara tener entre sus libros «vno de coplas antiquissimas» del tiempo de Alfonso XI,
véase Dámaso Alonso (1957: 64). volver
• (11) Para el testimonio de Francisco de Torres en particular véase Whittem (1931); para ambos,
el de Ortiz de Zúñiga y el de Torres, consúltese Moffatt (1960: 40-41). volver
• (12) No es que no haya referencias al texto previas a esa fecha en el siglo XVIII, pero su
titulación es difusa: Sarmiento oscila entre ese «Poema Castellano antiguo» (1775: 322) del
cual declara no haber visto más que la mitad y las «Coplas Castellanas antiguas» que, en una
nota del 6 de septiembre de 1750 (cfr. Criado de Val & Naylor, 1965: XV, n. 3), adjunta al códice
G para relacionarlo con el fragmento —indudablemente T— visto en 1727 en la biblioteca de la
Catedral de Toledo. A «estas Poesias», simplemente, alude Luis José Velázquez en
sus Orígenes (1754: 44). Y no se explaya mucho más Esteban de Terreros y Pando al mencionar
«un tomo de Poesías Castellanas de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita» (1758: 60), citado en
su Paleografía. Sólo Sempere y Guarinos, que en 1789 ya había tenido acceso al manuscrito que
Sánchez estaba adecentando para la imprenta, adelanta la inminente salida de un nuevo
volumen que, avisa, «contiene las Poesías de Juan Ruiz, Arzipreste de Hita» (1789: 97). volver
• (13) Con la eclosión de la Historia de la Literatura en las primeras décadas del siglo XIX (si bien
de penetración algo más tardía en España), se hace evidente la necesidad de catalogar y
clasificar —y por tanto de nombrar— todo el inventario de la, a partir de ahora, llamada
«literatura» en asociación al conjunto de las viejas «bellas letras». La más temprana, la Historia

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