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Extracto de libro de:

Ortega F. (2012) La Naturaleza de la Persona y la Administración de la Empresa con respecto a


los recursos humanos

LA NATURALEZA DE LA PERSONA

El hombre posee una naturaleza; una realidad esencial o fundamental que es común a todos los
individuos de la especie. Una realidad que hace que sean personas humanas y no otra cosa. Y
ello, independiente de todas las diferencias accidentales que existen entre los distintos
individuos.

¿Cuál es esta naturaleza?

La naturaleza del hombre, es, en primer lugar, la de una unidad compleja. Una unidad
substancial, no simple, compuesta por dos co-principios. Uno material, físico, corpóreo,
que es el cuerpo. Y otro anímico, que es el alma racional o espiritual y cuya realidad es
inmaterial, no física, no corpórea.
La persona es una unidad compleja. Precisamente es esa unidad existente entre, cuerpo
y alma: un espíritu encarnado. Nada más ajeno a una recta concepción del hombre que
pensar en él sólo como un ser espiritual o únicamente como un ser corpóreo-material.
Gran parte de los errores filosófico-históricos acerca de la concepción del hombre han
tenido su origen en el intento de explicar la naturaleza humana de modo simple o
uniprincipial; es decir, como una realidad formada exclusivamente por materia o por
espíritu.
No obstante, existe un orden, una jerarquía entre estos dos co-principios constitutivos
de la persona humana. Uno de ellos es más importante que el otro. Se trata del co-
principio anímico espiritual. Es el que da vida y unidad a la persona y el que otorga
realidad y sentido a toda la existencia humana. Precisamente, la etimología nos enseña
que la palabra alma proviene del vocablo latino ánima, que significa literalmente “lo que
da vida”.
De lo anterior, se sigue una consecuencia de extraordinaria relevancia para el hombre.
Siendo un coprincipio más importante que el otro, las realidades que completan al co-
principio de mayor importancia resultan también más relevantes para el ser humano.
Dicho más directamente, las realidades perfeccionadoras del espíritu son más
importantes para el hombre que las realidades perfeccionadoras de su cuerpo. Puesto
que a esas realidades que completan, desarrollan o perfeccionan al hombre las
denominamos bienes, podemos afirmar, como tantas veces hemos escuchado, que los
bienes del espíritu son más importantes para el hombre que los bienes que guardan
relación con su materialidad o corporeidad.
Lo anterior, no excluye que haya bienes no tan importantes, pero sí más urgentes para
el hombre. Es lo que acontece con los relativos al componente físico de nuestro ser.
Especialmente, aquellos que guardan relación con nuestra supervivencia: agua,
alimentos, protección contra las inclemencias del clima y los peligros de la naturaleza,
como son, por ejemplo, el vestuario y la vivienda. Pero, si bien es cierto que son
urgentes, claramente no son los de mayor valor para el hombre. Constituyen la base
material, la condición de posibilidad para la subsistencia de la vida y un proceso
permanente de perfeccionamiento de la persona. Pero, en la mera supervivencia no se
agota la plenitud humana. Más bien ocurre al revés: allí comienza. Una vez cubiertas las
necesidades más imperiosas, el hombre puede abocarse a satisfacer la consecución de
bienes que lo completan o perfeccionan en aquello que podemos considerar los
aspectos espirituales (educación, cultura, arte, moral, política, amistad, amor, religión,
etc.), Que lo distinguen como ser humano del resto de los. Animales, no espirituales o
irracionales.
Como ya se ha mencionado, la naturaleza del hombre es, en segundo lugar, la de un
animal racional, un ser que comparte con el resto de los animales el poseer vida
instintiva y sensitiva. Pero, que se distingue por estar dotado de un alma racional o
espiritual. Es decir, por tener razón. Y, como hemos visto, ello convierte al hombre en
un ser muy distinto a los animales no racionales. De hecho, lo propio suyo es dominar y
encauzar sus pasiones y sensaciones por medio de las facultades de la razón.
UN SER LIBRE, UN SER MORAL
Que el hombre tenga un alma espiritual, o sea Racional, significa que posee inteligencia
y voluntad. Estas dos facultades son, a su vez, las que fundamentan su libertad.
Precisamente, la Inteligencia permite conocer, entender y deliberar acerca de la
conveniencia de una decisión de y la acción consiguiente. La voluntad por su parte, es la
facultad imperativa, del querer, que decide y mueve al hombre hacia el fin o el bien
querido (el cual ha sido descubierto, como tal bien, gracias a la luz de la inteligencia).
Todo ser viviente tiende, naturalmente, hacia su fin, que consiste en la perfección y el
modo propio de hacerlo es a través de la acción libre.
De aquí se desprende que toda acción del hombre puede estar de acuerdo o en
desacuerdo a su perfección y a la completación de su naturaleza. Así, la acción humana,
de acuerdo a su naturaleza, será buena si perfecciona al hombre. Si no lo hace, o la
corrompe, será mala.

En suma, el hombre se dirige libremente a su bien. Y por ello, es el único ser que puede
elegir ir contra su naturaleza, optando por fines que no lo perfeccionan. Luego, la índole
moral o ética del hombre es consubstancial a su ser libre. O, dicho de otra forma, es un
ser esencialmente moral porque tiene libertad.
Será buena, entonces, la acción humana libre que actualiza las potencialidades naturales
de la persona. Y, será mala la que degrada o no desarrolla sus potencialidades naturales
y que la hace peor persona. La acción humana libre, la conducta moral, es
autoreferencial: siempre revierte en sus consecuencias sobre quien la realiza,
tranformándolo para bien o para mal; haciéndolo virtuoso o vicioso.
UN SER SOCIAL.
Conjuntamente con lo anterior, las acciones humanas libres-buenas o malas-afectan a
terceras personas, puesto que el hombre es, por naturaleza, un ser social, que se
relaciona e interactúa con otros hombres. Resulta evidente que incluso la misma vida
humana requiere de una sociedad mínima: la sociedad de un hombre y una mujer. Pero,
no sólo eso, la supervivencia y el crecimiento y desarrollo de la persona pasan
enteramente por la cooperación de otros. Pensemos, por ejemplo, en lo que significa el
proceso educativo -qué nunca termina- de una persona. Es fruto de un permanente
apoyo o colaboración por parte de terceros. Y así acontecen respecto a prácticamente
todos los aspectos de la vida. El hombre no llegaría nunca a hominizarse, es decir, a ser
plenamente hombre, sin la concurrencia de terceras personas. Más aún, ni siquiera
podría mantenerse con vida.
Considerando la raigambre social del hombre, debe consignarse que la conducta de una
persona no sólo influye en su propia perfección, sino también en la de los demás, al
menos de aquellos con quienes sé interrelaciona.
Retomando la idea del carácter perfectible del hombre, o lo que viene a ser lo mismo,
dada la naturaleza del hombre y su carácter intrínsecamente moral, todo su obrar debe
encaminarse hacia la plenitud de su ser.
Dentro de esta realidad, resulta obvio que la actividad y acción empresarial, por ser
humana y social, posea una -naturaleza esencial e ineluctablemente moral. La ética no
es un valor añadido, sino intrínseco a toda actividad empresarial, puesto que los seres
humanos damos a todo nuestro obrar una dimensión ética y perfeccionadora. De esto
se sigue que no existe una ética de los negocios, como tampoco una moral de las
profesiones, sino sólo una ética, que puede ser aplicada a situaciones donde se trata de
decisiones y actuaciones insertas en el marco de una actividad empresarial.
De forma particular y concreta, la acción humana en la actividad empresarial (la acción
empresarial) debe encaminarse hacia la perfección de las personas:
Los que trabajan, los clientes, los proveedores y la sociedad como un todo; cada uno en
su correspondiente grado.
Por ello, el fin de la empresa debe ser la perfección del hombre.
La consecución de beneficios financiero-económicos constituye, bajo este punto de
vista, el modo concreto que tiene la empresa para servir al hombre en la búsqueda de
su perfección. La eficiencia económica es el medio propio de la empresa para cumplir su
finalidad, que no puede ser otra que el bien de las personas.
UN SER TRABAJADOR
Respecto a lo último señalado, el camino más inmediato que se abre en la vida
empresarial para posibilitar el bien humano es el trabajo. Es una acción humana más, y
como tal posee una inevitable dimensión perfectiva para quien lo realiza y para aquéllos
que reciben directa o indirectamente sus frutos. Pero, no es únicamente una actividad
humana más. Puede ser abordada también de acuerdo a su carácter peculiar. Veamos
brevemente.
El hombre también es por naturaleza un ser trabajador. No de un modo accidental ni
tampoco proveniente del libre arbitrio. Nuestra propia naturaleza nos impone la
necesidad de trabajar. El hombre para alcanzar su plenitud requiere transformar la
naturaleza, tanto la del mundo que lo rodea como la propia. Necesita cultivar y
cultivarse. De otra forma es imposible su desarrollo y crecimiento. Esta es condición
necesaria, reclamada por la propia naturaleza humana, para que el hombre sé hominice,
esto es, se haga más cabalmente humano.
Cuando miramos a nuestro alrededor, descubrimos que incluso para la supervivencia, el
hombre debe modificar el mundo natural. Al observar más atentamente, notamos que
todas las instancias de crecimiento humano requieren de condiciones materiales que
conllevan transformación de la naturaleza por medio del trabajo. Pero vemos también
que para que las personas puedan enfrentar cualquier oportunidad de crecimiento,
deben haber pasado por otras. Nadie puede, por ejemplo, asistir a un programa de
postgrado en alguna disciplina científica o profesional sin haber pasado por una larga
cadena de instancias de perfeccionamiento educativo, cuyos eslabones podemos
rastrear hasta el momento de nuestro nacimiento. El trabajo requerido para el
crecimiento del hombre incluye el que realizamos en nosotros mismos.
Como el hombre es un ser social, el trabajo del cual somos tributarios en nuestro camino
de engrandecimiento no sólo es el propio, sino también el de otros. Pensemos en los
innumerables aportes de trabajo de terceros que confluyen en nuestro interminable
proceso de formación (padres, abuelos, hermanos, amigos, “nanas”, parvularios,
profesores, jefes, etc.). En resumen, por medio del trabajo, el hombre transforma y se
transforma, cultiva y se cultiva.
El trabajo es un derecho del hombre, precisamente porque es un deber para él. Por un
lado, resulta indispensable para cubrir las necesidades materiales y espirituales de las
personas y, por otra, representa una obligación de ellas para con el bien común, a cuya
realidad los hombres aportamos con nuestro trabajo.
Profundicemos sobre el particular.
El trabajo permite - o debe permitir- al trabajador cubrir las necesidades materiales
propias y de su familia. Y esto es un bien para la persona, que es un ser con cuerpo. Esta
constituye una primera forma de perfección que aporta el trabajo. Los requerimientos
que mencionamos, por cierto, superan a las que corrientemente consideramos como
'necesidades básicas, asociadas a la mera supervivencia física. La remuneración del
trabajo debe posibilitar una vida digna, la cual incluye el acceso a los bienes del espíritu.
En esto encontramos una segunda -y muy importante- forma de perfección que el
trabajo abre a las personas.
Otra está en que, mediante el trabajo el hombre contribuye al bien común, ya que éste
y el bien personal se requieren mutuamente.
Veamos cómo.
El hombre, en tanto individuo, es un ser con una vocación universal, ya que, en principio,
se encuentra en condiciones de alcanzar una enorme variedad de perfecciones que
están en potencia en su naturaleza. Como es sabido, el hombre es el ser animal menos
especializado al momento de nacer y esto es así pues constituye posibilidad para
alcanzar múltiples perfecciones durante el transcurso de su vida.
No obstante, cada individuo no puede alcanzar todas las plenitudes abiertas a su
consecución. Y esto, al menos, por dos razones: la primera, es que junto a la vocación
universal el hombre posee inclinaciones, cualidades y preferencias mejor dispuestas que
otras. La segunda, las personas estamos limitadas espacio-temporalmente; somos
finitas e imperfectas. Por ello, los hombres nos especializamos naturalmente. Es decir,
desarrollamos plenamente sólo unas pocas virtudes humanas, especialmente si lo
pensamos desde el punto de vista del trabajo, las profesiones u oficios.
Aristóteles señaló sabiamente que, siendo el hombre un ser social por naturaleza, lo
propio a él era alcanzar su perfección en sociedad. Y que los seres que no lo hacían eran
más o menos que hombres, es decir, dioses o bestias. Una de las lecturas a estas sabias
ideas es que los hombres alcanzamos nuestra plenitud en la sociedad política-humana,
porque dada nuestra finitud, sólo en ella podemos participar a través de terceros, de
todas las potencialidades naturales humanas plenamente desarrolladas; muchas,
actualizadas por otros individuos.
El trabajo de cada persona constituye una forma concreta de aportar al bien común, a
la plenitud humana de los demás. Y en distintos planos: el de los bienes y servicios
materiales; el de los bienes relacionados a la verdad, el bien y la belleza -trabajos
educativos, culturales, artísticos, directivos, etc.-, Y en el plano relativo a la forma en
que trabajamos o, mejor dicho, de acuerdo a las virtudes que desplegamos en nuestra
actividad laboral: su presencia -o ausencia- significa ejemplos y oportunidades o
condiciones potenciales de crecimiento personal para los demás con quienes nos
vinculamos directa o indirectamente- en nuestro trabajo. Al respecto ¡qué distinto
resulta trabajar con alguien malhumorado, a hacerlo con una persona que se esfuerza
constantemente para mostrarse afable y bien dispuesta, a pesar de las circunstancias
que pueda estar viviendo! Ejemplos podrían darse muchos. Pero el modo en que
trabajamos es fuente de crecimiento personal y de posibilidades de desarrollo para los
demás.
Podemos expresar que el trabajo representa una de las formas de perfección
claramente enraizadas en la naturaleza humana, mediante el enriquecimiento interior
que resulta del hacer bien hecho, tanto desde el punto de vista técnico como moral.
Ambos aspectos íntimamente unidos, confluyen en el trabajo de las el trabajo de cada
persona constituye una forma de aportar a las personas y dan cabida al crecimiento
interior propio, junto con el crecimiento de los receptores de los frutos -materiales y
espirituales- del trabajo.
Desde un punto de vista personal, el trabajo posee una dimensión objetiva: el producto
o servicio que queda como su fruto. Y también una subjetiva: aquella perfección - o
deterioro - interior que deja en el alma de la persona, el esfuerzo laboral realizado para
dar realidad al producto o servicio objetivo. Esta misma idea puede ser mirada desde
otros ángulos. Se puede aseverar que las acciones humanas libres y las consecuencias
espirituales y morales que reportan a las personas, tienen primacía sobre las actividades
productivas que efectúan, aunque ambas facetas se den conjuntamente. O, de otra
forma, se puede afirmar que en el quehacer del hombre, la dimensión ética es más
importante que la técnica.
La dimensión subjetiva -directamente perfectiva para el hombre- posee tanto o más
relevancia que la objetiva, ya que el hombre es un ser con espíritu. Al aspecto subjetivo
del trabajo se vincula la realidad interior, que normalmente se asocia a la realización o
plenitud, el crecimiento o desarrollo, y la felicidad que una persona siente respecto a su
trabajo. Y ello no guarda relación directa ni necesariamente con las condiciones
materiales y la remuneración del trabajo; más aún pueden ser independientes de éstas,
como suele ocurrir.
La manera más acorde con la persona de enlazar el bien individual y el bien común, es
por medio del servicio. La actitud, disposición y relación interpersonal de servicio
representa el modo más perfectamente humano de vincularse entre sí las personas.
Servir significa asumir el bien del otro como si fuera el propio y disponerse a ayudarlo
en la consecución de su bien personal. Es decir, con una recta intención de servir se
asegura el bien común. Pero, quien sirve, como se aprecia, debe poner el bien del otro
antes que. El propio y para lograr eso se requiere desarrollar las virtudes personales.
Nadie puede dar lo que no posee y el modo más perfecto de posesión es el dominio de
sí mismo. Luego, para hacer crecer a los demás realmente, es ineludible crecer primero
uno mismo. Así, en la relación de servicio, se alcanzan conjuntamente el crecimiento
personal y el de los otros con quienes me relaciono. Se armonizan la perfección propia
y la ajena. Y ello, de modo particular por medio de una de las actividades que más tiempo
de nuestras vidas absorbe: el trabajo.
Desde una perspectiva humana, la empresa debe considerar el bien del hombre como
un fin y a las personas -dada su especial dignidad - como el norte de toda su acción;
teniendo una especial preocupación y consideración respecto al trabajo que ellas
desempeñan en la empresa.
En este sentido, la persona constituye, sin lugar a dudas, el centro de la actividad
empresarial, y al mismo tiempo su fin.
Luego, las personas y su trabajo deben tener prioridad sobre el capital; tal como, en el
hombre, el espíritu lo tiene sobre la materia. La primacía del hombre sobre las cosas es
lo que conviene y corresponde al bien de la naturaleza humana, en la cual es el espíritu
el que da vida a la persona.

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