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Sergio Barberis

5. Reducción Interteórica.

Sergio Barberis

La cuestión de la reducción interteórica.

La cuestión de la reducción entre teorías científicas puede considerarse desde


diversos puntos de vista. Según se la considere desde una u otra perspectiva resultará,
o bien una cuestión esotérica, sumamente técnica y específica de una región pequeña
de la filosofía de la ciencia, o bien una cuestión apremiante e interesante para la
filosofía y para la reflexión general acerca del conocimiento. Para comenzar, quisiera
presentar la cuestión desde ambas perspectivas, y dejar al lector la posibilidad de
contemplar el debate desde el estrado que resulte más cómodo a su propio talante
filosófico.
Desde una primera perspectiva, resulta un hecho interesante de la práctica
científica el que los científicos describan algunos de sus logros más importantes como
reducciones entre teorías. Así, generalmente se mencionan: la reducción de las leyes del
movimiento terrestre de Galileo a la mecánica de Newton; la reducción de las leyes del
movimiento de los cuerpos celestes de Kepler a las leyes de la mecánica de Newton; la
reducción de las leyes de la termodinámica a las leyes de la mecánica estadística; la
reducción de la teoría genética clásica a la biología molecular; la (eventual) reducción
de las teorías psicológicas o cognitivas a teorías pertenecientes a la neurofisiología
molecular; etc. Pues bien, una primera manera de presentar la cuestión es ésta: dado
que somos filósofos de la ciencia, interesados en ofrecer reconstrucciones o
elucidaciones rigurosas de la práctica científica, ¿cómo debemos entender esta
importante relación de reducción entre teorías? ¿en qué consiste, particularmente, este
tipo de logro científico? O, como veremos más adelante: ¿cómo distinguir esta relación
de reducción de otras posibles relaciones intertéoricas, o de la mera sucesión entre
teorías?
Según esta primera presentación, la cuestión de la reducción involucra
desarrollar una tarea bastante específica de elucidación en filosofía de la ciencia. Pero
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existe una segunda presentación, según la cual hay muchísimas más cosas en juego en
la cuestión de la reducción entre teorías.
Supongamos que estamos interesados, como filósofos (o como miembros de
una especie que se caracteriza por tener mentes curiosas e inquisitivas) en determinar
qué es lo que hay en el mundo. Llamemos, a aquellas clases de cosas que creemos que
hay en el mundo, nuestra ontología. Supongamos además que, como filósofos o como
personas razonablemente naturalistas, creemos que nuestra ontología debe estar
guiada, en gran medida, por los resultados de la investigación científica, esto es, por las
mejores teorías científicas disponibles hasta el momento. Desde esta perspectiva,
¿cuáles deberían ser nuestros compromisos ontológicos?
Si toda la ciencia fuera un sistema único conceptualmente homogéneo, la
respuesta a la última pregunta del párrafo anterior sería directa. Simplemente habría
que atender a las categorías básicas de dicho sistema para hallar allí nuestros
compromisos ontológicos. En otras palabras, las categorías básicas de dicho sistema
nos darían una lista exhaustiva de clases naturales; nos permitirían ‚cortar la naturaleza
por sus articulaciones‛. Sin embargo, la ciencia no es un único sistema
conceptualmente homogéneo, todo lo contrario: de manera evidente, existe una
proliferación de diferentes teorías para diferentes ámbitos de la experiencia – ámbitos
que van desde el comportamiento de las partículas subatómicas hasta el
comportamiento de los mercados internacionales – y cada una de estas teorías cuenta
con sus propias categorías básicas. Pero entonces, ¿cómo determinar cuáles deben ser
los compromisos ontológicos del naturalista razonable?
Una salida prometedora es la siguiente: aún cuando la ciencia no constituya un
sistema único, quizá todavía existan medios para domeñar la salvaje proliferación de
teorías y asegurar así, no ya la unicidad de la ciencia, sino la unidad de la ciencia. Uno
de esos medios, el principal, sería la reducción interteórica. Pues si las mejores teorías
disponibles acerca de los dominios de la experiencia más dispares pudieran
organizarse jerárquicamente en niveles, mediante relaciones de reducción interteórica,
hasta llegar a una única teoría en el nivel más básico, digamos la física de partículas,
entonces el naturalista razonable podría encontrar sus compromisos ontológicos en las
categorías básicas de la teoría final a la cual se reducen todas las otras teorías. A la tesis
según la cual todas las teorías científicas (pertenecientes, cada una de ellas, a niveles y
dominios diferentes) se reducen, paso a paso y de manera jerárquica, a una única teoría
física básica, se la llama reduccionismo. Puesto que se considera que la teoría reductora
final pertenece a alguna rama de la física, el reduccionismo en cuestión es siempre una
tesis que se adiciona al fisicalismo, esto es, a la tesis metafísica que sostiene que todo lo
que existe, o bien es físico, o bien superviene sobre lo físico. A la tesis según la cual
ciertas teorías no se dejan ubicar de manera sumisa en la jerarquía de reducciones sino
que conservan su autonomía, se la llama anti-reduccionismo. Las principales teorías
respecto de las cuales se han defendido posiciones anti-reduccionistas son aquellas
pertenecientes a ‚ciencias especiales‛ tales como la biología (Mayr 2004) y la psicología
(Putnam 1967; Fodor 1974). Las relaciones entre el anti-reduccionismo y la tesis
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fisicalista son bastante complejas, y si bien hay quienes ofrecen razones para
cuestionarlo, existe un consenso respecto de la compatibilidad entre ambas tesis.
Ahora bien, para presentar y discutir la tesis reduccionista (tanto a favor como
en contra), resulta indispensable contar una noción clara de reducción interteórica. De
otro modo, el debate filosófico entre reduccionistas y anti-reduccionistas, y por tanto el
debate respecto de la autonomía de determinadas teorías y disciplinas científicas,
resultaría espurio. Parece que el naturalista razonable, si pretende seguir siéndolo,
debe contar con una noción operativa de reducción entre teorías científicas que le
permita tomar partido respecto del reduccionismo y, en última instancia, como vimos,
respecto de la pregunta por lo que hay en el mundo. De esta manera, la cuestión de la
reducción adquiere, inesperadamente, un rol protagónico en un drama que excede
sobradamente el ámbito limitado de los problemas técnicos de la filosofía de la ciencia.
Hasta ahora expuse dos perspectivas o vías de acceso a la cuestión de la
reducción entre teorías científicas. Si el lector recorre la literatura filosófica sobre el
tema, encontrará que algunos autores ponen el acento en el aspecto epistemológico de
la cuestión, mientras que otros autores acentúan el aspecto ontológico o metafísico
vinculado al reduccionismo. Por supuesto, que se acentúe uno u otro aspecto depende
de los intereses del filósofo, y en este caso particular los intereses en cuestión no son
incompatibles, sino que resultan muchas veces complementarios.
Unas palabras acerca de la estructura de este capítulo. En el apartado 2, me
ocupo de introducir una primera elucidación de la relación de reducción interteórica,
propuesta por Kemeny y Oppenheim (1956), que resulta sumamente interesante en la
medida en que expresa ciertas intuiciones filosóficas acerca de la reducción que no han
sido del todo abandonadas por los filósofos de la ciencia contemporáneos (véase, por
ejemplo, el modelo de Schaffner 1993, cap. 11). Entre esas intuiciones, se cuenta la idea
de que, en una reducción, la teoría básica o reductora generalmente reproduce y
amplía los recursos predictivos y explicativos de la teoría reducida. En el tercer
apartado me ocupo de la ‚concepción est{ndar‛ de la reducción interteórica, tal como
se encuentra especificada en el modelo de Nagel (1961). Esta concepción, a su vez, pone
el acento en algunos aspectos de la reducción obliterados por la perspectiva
instrumentalista de Kemeny y Oppenheim. En particular, recupera la relevancia de los
vínculos semánticos entre los recursos conceptuales propios de la teoría reducida y
aquellos de la teoría de base, y también la centralidad de la deducibilidad de las leyes
de la primera a partir de las leyes de la segunda. En el tercer apartado, presento un
modelo alternativo a la concepción estándar, desarrollado por Hooker (1981) y
Churchland (1985), que evita los mayores inconvenientes de la propuesta de Nagel al
rezagar a un papel secundario las llamadas ‚leyes puente‛ entre los vocabularios de las
teorías que conforman los relata de una reducción. Por último, en el quinto apartado
ofrezco una breve panorámica del debate en filosofía de las ciencias respecto del
reduccionismo y la autonomía de las ciencias especiales.
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Una primera elucidación: la propuesta de J. Kemeny y Paul


Oppenheim.

Cualesquiera sean nuestras motivaciones filosóficas para introducirnos en la


cuestión, una vez dentro debemos ofrecer una elucidación satisfactoria de la relación
de reducción entre teorías. ¿Cuáles son las opciones más prometedoras disponibles en
la literatura? La primera elucidación fue propuesta por Kemeny y Oppenheim (1956).
Es importante tener en cuenta que su propuesta se inscribe en el contexto más amplio
del proyecto del empirismo lógico (véase capítulo 2), que toma elementos de una cierta
concepción de la estructura de las teorías científicas (véase capítulo 4) y del modelo
nomológico-deductivo de explicación inicialmente desarrollado por Hempel y
Oppenheim (1948) (véase capítulo 6). Para presentar esta elucidación será necesario
introducir algunas abreviaturas y términos técnicos.
Supongamos que tenemos dos teorías que están vinculadas por una relación de
reducción. Llamemos TR a la teoría que será reducida y TB a la teoría básica o reductora.
TR puede ser, por ejemplo, la termodinámica, y TB puede ser, por ejemplo, la mecánica
estadística. Según Kemeny y Oppenheim, la relación entre T R y TB será una relación de
reducción si y sólo si se cumplen las siguientes tres condiciones:

(1) TB tiene, entre sus términos básicos o primitivos, términos que no pertenecen
a TR;
(2) todos los datos de observación que la teoría TR puede explicar, son también
explicables por TB;
(3) la teoría TB tiene, al menos, tanto poder de sistematización como T R (aunque
no se exija, generalmente TB posee un poder de sistematización mayor que TR).

En lo que concierne a la primera condición, ésta afirma que TR y TB difieren en


cuanto a los recursos conceptuales de los que disponen: T B dispone esencialmente de,
al menos, un concepto o término que no está presente en TR. Ahora bien, si
reflexionamos sobre el hecho de que, según la segunda condición, ambas teorías deben
coincidir en sus predicciones empíricas, entonces está claro que tanto T B como TR
comparten el vocabulario observacional, pues las mismas oraciones observacionales
deben poder deducirse de una y otra teoría. Si esto es así, entonces la primera
condición puede leerse como afirmando que TR y TB difieren en aquella parte de su
vocabulario que no se utiliza para describir los datos de observación, sino para explicar o
deducir los datos de observación, esto es: en su vocabulario teórico. Por lo tanto, lo que
la primera condición afirma es que TR y TB difieren en su vocabulario teórico. En la
medida en que se trata de dos teorías cuyos conjuntos correspondientes de términos
teóricos son heterogéneos, cabe llamar a este tipo de relaciones entre teorías reducciones
heterogéneas, para distinguirlas de las reducciones homogéneas, esto es, aquellos casos en
los cuales las teorías que se relacionan poseen los mismos recursos conceptuales (Nagel
1961, p. 312).
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Como vimos, la segunda condición establece que TB debe poder explicar, al


menos, los mismos datos de observación que TR. Generalmente, TB podrá explicar no
sólo lo que TR explica, sino que también podrá explicar otros fenómenos empíricos que
no se encuentran entre las ‚aplicaciones pretendidas‛ de T R. Lo que está presupuesto
en esta segunda premisa es el modelo nomológico-deductivo de la explicación
científica: que un hecho sea explicado por una teoría equivale a afirmar que el conjunto
de los enunciados observacionales que lo describen es deducible de las leyes de la
teoría (en conjunción con condiciones de contorno o condiciones límite).
Bajo una concepción instrumentalista de las teorías – según la cual las teorías
son, en última instancia, herramientas de cálculo y predicción – podría definirse una
relación de equivalencia entre teorías: dos teorías serían equivalentes en la medida en
que la misma clase de enunciados observacionales sea deducible de cada una de ellas.
Sin embargo, estamos tratando de elucidar la noción de reducción, y las teorías
vinculadas mediante una relación de reducción no se hallan en condición de igualdad
o equivalencia, sino en una relación asimétrica: es TR (por ejemplo, la termodinámica)
la que se reduce a TB (por caso, la mecánica estadística), pero no viceversa. Para dar
cuenta de este aspecto asimétrico de la reducción es que se introduce la tercera
condición (Sklar 1967, p. 114).
Según la tercera condición, la teoría reductora TB posee (al menos) el mismo
poder de sistematización que TR. Nuevamente, en los casos históricos de reducción
entre teorías, se da que TB posee generalmente un poder mayor de sistematización que
TR. La noción de ‚poder de sistematización‛, aún siendo crucial, dista de estar
claramente elucidada y resultó ser un hueso bastante duro de roer, pero la intuición
general detrás de dicha noción puede presentarse con bastante facilidad. En nuestra
discusión de la primera condición, introdujimos la distinción entre los enunciados
observacionales (aquellos enunciados cuyos términos descriptivos son, todos ellos,
observacionales) y los enunciados teóricos (aquellos que incluyen necesariamente al
menos un término teórico) de una teoría. Y en nuestra discusión de la segunda
condición, vimos que, para estos autores, explicar consiste, en parte, en deducir un
enunciado observacional a partir de leyes teóricas y condiciones iniciales. Por
supuesto, las condiciones iniciales no son otra cosa que enunciados observacionales.
Distingamos entonces, del conjunto total de enunciados observacionales, el
subconjunto de aquellos enunciados observacionales que una teoría particular utiliza
como ‚condiciones iniciales‛ para lograr sus explicaciones. Pues bien, el poder de
sistematización de una teoría será mayor cuanto más pequeño sea el subconjunto de
enunciados de observación que requiera como condiciones iniciales para explicar
(deducir) todos los enunciados observacionales que pretende explicar (Kemeny y
Oppenheim 1955, 27). Dicho en términos intuitivos: el poder de sistematización de una
teoría es una medida de su ‚habilidad‛ para predecir la mayor cantidad posible de
fenómenos empíricos a partir del conjunto más pequeño posible de datos empíricos
iniciales (Sklar 1967, 114).
En resumen, según la propuesta de Kemeny y Oppenheim, una teoría T R se
reduce a otra teoría TB si y sólo si ambas teorías difieren entre sí respecto de su
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vocabulario teórico, TB es una herramienta de predicción tan útil como TR (aunque


generalmente sea una herramienta aún mejor) y además T B posee un poder de
sistematización mayor que TR. Simplificando al extremo, la propuesta también puede
reformularse así: TR se reduce a TB si y sólo si TR y TB son herramientas de predicción
distintas, pero la segunda es una herramienta más útil y económica que la primera.
He aquí, entonces, la propuesta inicial de Kemeny y Oppenheim. ¿Cuáles son
los inconvenientes filosóficos que presenta? Cabe mencionar cuatro problemas. En
primer lugar, la propuesta se apoya en una concepción instrumentalista de las teorías
científicas como herramientas cuya (única) finalidad es el establecimiento de
correlaciones entre los fenómenos observables. Pero el instrumentalismo acerca de las
teorías científicas resulta una posición sumamente desacreditada en filosofía de la
ciencia o, al menos, un costo que no muchos filósofos estarían dispuestos a pagar para
resolver la cuestión (más modesta) de elucidar la relación de reducción inter-teórica. En
segundo lugar, la propuesta se apoya también en una dicotomía entre términos
teóricos y observacionales y, correspondientemente, entre enunciados teóricos y
observacionales – un par de dicotomías que han resultado también sumamente difíciles
de articular satisfactoriamente y que han sido sometidas a crítica desde mediados del
siglo pasado (véase, por ejemplo Putnam 1962). En tercer lugar, la propuesta
presupone que los significados de la parte observacional del vocabulario de la teoría
antecedente o reducida, y los enunciados observacionales construidos a partir de ellos,
se conservan en la transición a la teoría reductora o básica. Pero, si uno abandona la
dicotomía teórico-observacional, y además acepta alguna forma (no necesariamente
extrema) de holismo semántico – tesis según la cual el significado de los términos y
enunciados de observación no es independiente, sino que está constituido en parte por
el significado de los términos y enunciados teóricos – entonces no queda claro que el
significado de los términos observacionales de la teoría reducida permanezca intacto o
se conserve en el paso a la teoría reductora, de modo tal que ambas teorías puedan
‚estar hablando‛ del mismo conjunto de enunciados observacionales. Ésta última
crítica, bastante radical, aparece desarrollada en Feyerabend (1962, p. 59), y volveré
sobre ella más adelante.
Por último, el principal problema de la elucidación de Kemeny y Oppenheim es
el siguiente: cuando decimos que una teoría que describe una parcela del mundo se
reduce a otra teoría que parecía describir el comportamiento de otra parcela sumamente
alejada (aparentemente) de la primera, no sólo queremos decir que la teoría reductora
es una herramienta más eficiente de predicción que la primera, sino que queremos
decir que aquello de lo que hablan los conceptos de la teoría reducida no es más que
aquello de lo que hablan los conceptos de la teoría básica. En el ejemplo de la reducción
de la termodinámica a la mecánica estadística, parte de lo que queremos decir es que
aquello que conceptualizábamos como temperatura de un gas no es más que lo que,
desde la mecánica estadística, conceptualizamos como la energía cinética media de las
moléculas que constituyen el gas. Consideraciones análogas valen para la reducción de
la genética clásica a la biología molecular. Es justamente este aspecto de las reducciones
heterogéneas el que no es rescatado por el modelo instrumentalista de Kemeny y
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Oppenheim. En otras palabras, el modelo es demasiado débil: cuando encontramos


ejemplos que satisfacen las tres condiciones que establece, esos mismos ejemplos
también satisfacen otras condiciones mucho más exigentes señaladas por otros
filósofos (Sklar 1967, p.115). Es tiempo de pasar, entonces, a estos otros filósofos y a
esas otras condiciones más exigentes.

La propuesta de Ernest Nagel: conectabilidad, derivabilidad y leyes


puente.

La segunda elucidación de la que nos ocuparemos, propuesta por Nagel (1961),


es considerada por muchos autores como ‚la concepción est{ndar‛ de la reducción
entre teorías en filosofía de la ciencia. Con esta consideración se pretende señalar dos
cosas: primero, que es la concepción de la reducción que subyace a la mayoría de los
acalorados debates sobre el reduccionismo y sobre la autonomía de diversas disciplinas
en la segunda mitad del siglo pasado; segundo, que es la concepción de la reducción
m{s cercana a la llamada ‚concepción heredada‛ de las teorías científicas, según la cual
las teorías se identificarían con sistemas de enunciados teóricos interpretados mediante
reglas de correspondencia (para un análisis más detallado de esta concepción de las
teorías, véanse los capítulos 2 y 4).
Nagel menciona una serie de condiciones formales y otra serie de condiciones
materiales o empíricas que toda relación entre teorías debe satisfacer para contar como
un caso de reducción interteórica. En esta presentación de su propuesta nos
centraremos en las condiciones formales que impone Nagel, pues son las que han
generado mayor discusión entre los filósofos.
Según la primera consideración formal preliminar, las teorías que constituyen
los relata de la reducción deben estar presentadas de manera axiomática, de tal manera
que los axiomas teóricos y las leyes experimentales que las componen estén
formulados explícitamente (en cuanto a su forma lógica) y que el significado de los
términos descriptivos esté establecido de manera no ambigua. Claramente, este
requisito es ‚una exigencia ideal, y no una descripción del estado de cosas real en un
momento dado‛ (Nagel 1961, p. 318), por lo que resulta ocioso cargar las tintas sobre el
hecho de que no contamos con reconstrucciones axiomáticas del tipo exigido para las
teorías que nos interesan en el estudio de la reducción. No resulta ocioso, en cambio,
clasificar los enunciados que componen una teoría en cuestión de acuerdo con el
‚papel lógico‛ que juegan en ella. En este sentido, Nagel distingue entre: (a) la clase de
los enunciados que son los postulados o axiomas teóricos fundamentales de la teoría,
los teoremas deducibles a partir de tales leyes solamente y las reglas de
correspondencia asociadas a los términos teóricos que figuran en los postulados
fundamentales; (b) la clase de las leyes experimentales de la teoría; (c) los enunciados
observacionales de la teoría; (d) las leyes que no pertenecen al ámbito reconocido de la
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teoría y que no pueden ser explicadas por ella, sino que son ‚leyes prestadas‛ de otras
disciplinas y que se utilizan, por ejemplo, para describir las características de los
instrumentos de observación (Nagel 1961, p. 321).
El segundo ‚punto formal‛ establece que, si consideramos el conjunto de las
expresiones descriptivas propias (no ‚prestadas‛) de las teorías que constituyen los
relata de la reducción, este conjunto ha de poder dividirse en el subconjunto de las
‚expresiones de observación‛ o términos observacionales, que refieren a objetos, procesos
y propiedades observables, y las ‚expresiones teóricas‛ o términos teóricos, que son
aquellas utilizadas en los postulados teóricos fundamentales de la teoría y que, cabe
agregar, refieren a objetos, procesos y propiedades inobservables.
La tercera consideración formal que Nagel señala es que, generalmente, las
teorías involucradas en una reducción comparten un gran número de términos y de
enunciados, y que dichos términos y enunciados poseen los mismos significados en
ambas teorías, aún cuando estén asociados a distintos ‚procedimientos de elucidación‛
en cada una de ellas. Así, por ejemplo, la termodinámica utiliza términos tales como
volumen, presión y trabajo que coinciden en significado con esos mismos términos
utilizados en mecánica, aún cuando sus valores se determinen de manera diferente en
una u otra teoría (Nagel 1961, p. 323).
Con estas tres consideraciones formales ‚preliminares‛ en mente, Nagel pasa a
enunciar las dos condiciones formales de una reducción entre teorías científicas.
Nuevamente, introduciré algunas abreviaturas y términos técnicos que trataré de
aclarar convenientemente en lo que sigue. Llamemos entonces T R a la teoría reducida y
TB a la teoría de base o teoría reductora. Según Nagel, TR se reduce a TB si y sólo si se
cumplen las siguientes dos condiciones:
Condición de conectabilidad: todos los términos teóricos de TR, o bien pertenecen
también a TB (en el caso de las reducciones homogéneas), o bien, cuando las leyes de T R
poseen algún término ‚A‛ que no pertenece a TB, entonces es posible hallar
‚enunciados de correlación‛ o ‚leyes puente‛ que establezcan relaciones adecuadas
entre el término A de TR y algunos de los términos teóricos de TB.
Condición de derivabilidad: todas las leyes de TR, inclusive aquellas que contienen
el término ‚A‛, deben ser lógicamente deducibles a partir de las leyes teóricas de T B en
conjunción con las leyes puente.
Según Nagel, entonces, una teoría TR se reduce a otra teoría TB si es posible
encontrar ‚leyes puente‛ que vinculen cada término teórico de de TR con algunos de
los términos teóricos de TB, de modo tal que a partir de las leyes de T B en conjunción
con dichas leyes puente se puedan derivar lógicamente las leyes de T R.
Consideremos un ‚ejemplo artificial‛ de reducción para ver claramente cómo
funciona el análisis de Nagel que acabamos de presentar. Imaginemos que la teoría
reducida TR contiene una única ley o postulado teórico, que afirma lo siguiente: ‚Todos
los A son B‛, siendo que los términos ‚A‛ y ‚C‛ que aparecen en la ley pertenecen al
vocabulario teórico de TR. Supongamos que logramos establecer las siguientes leyes
puente (lo cual constituiría todo un logro científico): por un lado, que ‚Todos los A son
S‛ y, por otro lado, que ‚Todos los C son R‛, siendo que ‚S‛ y ‚R‛ son términos que
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pertenecen al vocabulario teórico de la teoría reductora T B. Ahora imaginemos también


que es una ley de TB (no necesariamente un postulado teórico fundamental) que
‚Todos los S son R‛. Si éste fuera el caso, entonces podríamos derivar la única ley de T R
a partir de esta ley que conocemos de T B en conjunción con las dos leyes puente que
descubrimos (y, cabe agregar, en conjunción con ciertas condiciones de contorno).
Puesto que encontramos leyes puente que vinculan cada término teórico de T R con
algunos de los términos teóricos de TB (condición de conectabilidad), y puesto que es
posible deducir lógicamente todas las leyes de TR – en este caso, su única ley – a partir
de las leyes de TB y las leyes puente (condición de derivabilidad), entonces podemos
concluir que la teoría TR se reduce a la teoría TB.
Tomemos ahora un ejemplo un tanto más cercano a la práctica científica,
aunque igualmente idealizado. Una de las leyes fundamentales de la termodinámica es
la ley de Boyle-Mariotte, la cual, en términos informales, afirma lo siguiente: ‚Si un gas
se mantiene a temperatura constante, su volumen es inversamente proporcional a la
presión‛. Supongamos que el único término de esta ley que es propio de la teoría es
‚temperatura‛ (de modo que es un término no aparece en ninguna otra teoría de nivel
inferior). Si hemos de seguir a Nagel, parte del logro científico que representó la
reducción de la termodinámica a la mecánica viene dado por el descubrimiento de la
ley puente para temperatura, que asociaría dicho concepto con el de energía cinética
media de las moléculas, perteneciente a la mecánica estadística. Si uno agrega dicha ley
puente a las leyes de la mecánica estadística, entonces resulta posible deducir
lógicamente la ley de Boyle-Mariotte, lo que constituiría un gran paso hacia la
reducción de la termodinámica a (cierta especialización de) la mecánica.
He aquí la propuesta de Nagel. Esta elucidación nos permite explicitar, en la
forma lógica de la relación de reducción, la intuición de que las teorías que constituyen
los relata de una reducción están vinculadas de manera semántica, y que existe por
tanto una conexión entre los conceptos de una y otra teoría (Díez y Moulines 1999, p.
375). Aún cuando sus virtudes son sobresalientes, hasta el punto de que esta propuesta
constituyó el marco común de discusión para el debate sobre el reduccionismo y la
autonomía de las ciencias especiales durante buena parte del siglo pasado, cabe
señalar, sin embargo, que el modelo de Nagel no está libre de problemas. En lo que
sigue, desarrollaré cuatro de dichos problemas.
En primer lugar, está la cuestión del status de las leyes puente. Nagel es
sumamente cauteloso en este punto, y se refiere a ellas como ‚hipótesis o postulados
adicionales‛ (el nombre de ‚leyes puente‛ pertenece a otros autores). ¿Qué se afirma
cuando se afirma que la temperatura equivale a la energía cinética media de las
moléculas? ¿Se trata de una afirmación de sinonimia entre los términos? No puede
tratarse de mera sinonimia, pues si lo fuera tal afirmación podría conocerse a priori,
examinando simplemente los significados de las palabras, cuando de lo que realmente
se trata es de un descubrimiento empírico o a posteriori. ¿Se trata entonces de
correlación causal entre la temperatura y la energía molecular? Ése no puede ser el
caso, pues las relaciones causales son asimétricas, y las leyes puente pretenden
establecer relaciones simétricas. Como señalan Díez y Moulines (1999, p. 375), las leyes
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puente pretenden establecer una relación de constitución entre las entidades denotadas
por el concepto de la teoría reducida y las entidades denotadas por los conceptos
teóricos de la teoría reductora. En este sentido, las leyes puente deben leerse como
identidades (nomológicamente) necesarias pero conocidas de manera empírica, esto es,
a posteriori. La cuestión, sin embargo, es problemática, y Nagel sólo se limita a concluir
que las leyes puente, cualquiera sea el status que se les otorgue, deben ser tales que ‚no
sea posible fundamentar[las] simplemente elucidando los significados de las
expresiones que contienen‛ (Nagel 1961, p. 328).
En segundo lugar, el modelo de Nagel, al igual que el modelo de Kemeny y
Oppenheim, presupone lo que Feyerabend denomina como ‚principio de invariancia
del significado de los términos‛ a través de una reducción. Recordemos que, para
Nagel, lo que se deduce a partir de TB en conjunción con los principios puente es TR ‚en
persona‛, con todos sus términos primitivos, teóricos y observacionales, y sus
correspondientes significados determinados según la manera de T R. Las leyes puente
juegan un rol crucial en dicha deducción lógica. Sin embargo, según un argumento
desarrollado por Feyerabend (1962) y por Thomas Kuhn (1962, 1981), este tipo de
reducciones ‚conservativas‛ del significado de los términos de TR son, cuanto menos,
contrarias a la práctica científica. El argumento puede desarrollarse considerando el
ejemplo de la termodinámica estudiado por Nagel, pero un cambio de ejemplo tornará
aún más evidente el punto. Consideremos el paso de la mecánica clásica a la mecánica
relativista (Feyerabend 1962). En mecánica clásica, el concepto de masa era absoluto, en
el sentido de que la masa de un sistema no estaba influida por su movimiento en el
sistema coordenadas que se elija. Cuando se determinaba la masa de un sistema en
mecánica clásica, se determinaba una propiedad intrínseca del sistema. En cambio, en
mecánica relativista, la masa se vuelve un concepto relacional, cuya especificación exige
necesariamente la indicación del sistema de coordenadas al cual se refieren las
descripciones espaciotemporales. Según Feyerabend ‚es imposible definir los
conceptos clásicos exactos en términos relativistas o relacionarlos con estos mediante
generalizaciones empíricas‛ (del tipo de las leyes puente de Nagel) pues tales
generalizaciones implicarían la afirmación (falsa) de que la velocidad de la luz es
infinitamente grande, por lo que ‚es necesario abandonar completamente el esquema
conceptual cl{sico una vez que se introduce la teoría de la relatividad‛ (Feyerabend
1962, p. 82), y esta introducción no sólo afecta el significado de los términos teóricos
como masa, sino también el significado del vocabulario de observación. En este sentido,
no existe ‚puente‛ alguno entre la teoría anterior y su sucesora. Feyerabend llega a
afirmar que las teorías en cuestión plantean esquemas conceptuales inconmensurables
entre sí, y que la sustitución de una teoría por otra equivale, en alguna medida, a un
cambio en la visión del mundo (sobre la noción de inconmensurabilidad entre teorías,
véase el capítulo 8).1

1 Feyerabend resume su objeción de la siguiente manera: ‚Nuestro argumento en contra de la


invariancia del significado es simple y claro. Proviene del hecho de que usualmente algunos de
los principios involucrados en la determinación de los significados de las teorías o puntos de
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En tercer lugar, es posible desarrollar una ‚objeción ontológica‛ al modelo de


Hempel (Kim 1998, p. 96). El meollo filosófico de la propuesta de Nagel es que TR se
reduce a TB sólo si es posible deducir TR a partir de TB. Por supuesto, dado que TR
incluye términos primitivos que no pertenecen a TB, tal deducción sólo es posible si
agregamos, entre los axiomas teóricos o leyes de TB, las ‚leyes puente‛ que conectan los
vocabularios teóricos de una y otra teoría. Pero este movimiento, si bien arroja como
beneficio la deducción de TR a partir de TB, tiene un costo quizá demasiado alto desde
un punto de vista ontológico (esto es: desde el punto de vista del reduccionista), pues
la adición de las leyes puente a los axiomas teóricos de T B equivale a una ampliación
tanto del lenguaje como de la ontología de TB. En este sentido, el modelo de Nagel sólo
garantiza la deducibilidad de TR a partir de TB al costo de complejizar el repertorio
conceptual básico de TB, lo cual contradice la intuición filosófica según la cual gran
parte del interés o importancia científica de la búsqueda de reducciones interteóricas
radica en la obtención de una simplificación de nuestra ontología (Kim 1998, p. 97).
En cuarto lugar, considerando nuevamente que el modelo de Nagel exige la
deducibilidad lógica de TR a partir de TB, entonces, si TR resultara ser una teoría falsa,
deberíamos asumir también, por modus tollens, la falsedad de TB (respecto de este tipo
de razonamiento, véase capítulo 3). Pero muchos casos de reducción interteórica en la
historia de la ciencia parecen ser casos en los cuales las TR son empíricamente falsas,
aún cuando las TB a las cuales se reducen son verdaderas (al menos en el momento en
el cual las reducciones se establecen; véase Bickle 1998, p. 24). Consideremos un
ejemplo. Estrictamente hablando, los cuerpos cercanos a la superficie terrestre no
exhiben una aceleración vertical constante en ningún intervalo finito de tiempo,
contrariamente a lo que afirma la mecánica de Galileo. La mecánica galileana es,
tomada literalmente, empíricamente falsa. Pero entonces, ¿cómo puede acomodar el
modelo de Nagel la reducción de la mecánica de Galileo a la mecánica de Newton sin
sacrificar la verdad que se presume de esta última teoría, al menos al momento de la
reducción? Este mismo tipo de sospechas o dificultades surge siempre que las
reducciones que tengamos en mente sean casos de reducciones aproximativas, esto es,
reducciones en las cuales lo que se ‚deduce‛ de T B no es exactamente TR sino una
‚versión aproximada‛ y/o ‚corregida‛ de T R. Pero, tal como señalan Díez y Moulines
(1999, p. 374), la mayoría de los ejemplos concretos de reducción interteórica tomados
de la historia de la ciencia son casos de reducciones aproximativas y no reducciones
exactas, desde la reducción de las leyes de Kepler a la mecánica de Newton hasta la
reducción de la genética mendeliana a la genética de poblaciones.

vista anteriores son inconsistentes con las nuevas y mejores teorías. Señala que es natural
resolver esta contradicción eliminando los principios problemáticos e insatisfactorios anteriores
y reemplazándolos por principios, o teoremas de la nueva teoría. Y concluye mostrando que tal
procedimiento llevará también a la eliminación de los viejos significados y por tanto a la
violación de la invariancia de significado‛ (Feyerabend 1962, p. 83)
Sergio Barberis

Una solución al problema proveniente de las reducciones aproximativas


compatible con el modelo de Nagel consiste en poner el acento en el hecho de que,
estrictamente hablando, el modelo no exige la deducibilidad de las leyes T R a partir de
las leyes de TB solamente, sino que entre las premisas de la deducción se deben contar
también las leyes puente y ciertas condiciones de contorno. Estas últimas establecen
condiciones empíricas sumamente idealizadas para que la reducción pueda tener
lugar. En el ejemplo de la reducción de la mecánica galileana a la mecánica
newtoniana, las condiciones de contorno podrían limitar, de manera idealizada y
contrafáctica (esto es: contraria a los hechos), la aplicabilidad de las leyes de Newton a
la caída de cuerpos desde distancias igualables a cero. De este modo, la falsedad o
inadecuación empírica se traslada desde T R hacia las condiciones de contorno
idealizadas que figuran como premisas de la deducción (Bickle 1998, p. 25).
Muchos autores han considerado que la estrategia de solución al problema
desarrollada en el último párrafo resulta, de todos modos, insatisfactoria, y consideran
que es necesario desarrollar elucidaciones alternativas que se tomen en serio el carácter
aproximativo de muchos de los casos de reducción en ciencias. En el apartado
siguiente presentaré una de estas elucidaciones alternativas.

La propuesta de Clifford Hooker y Paul Churchland: analogía entre


estructuras y el continuo entre reducciones retentivas y
eliminativas.

En este apartado pretendo desarrollar concisamente una tercera propuesta de


elucidación de la relación de reducción entre teorías, postulada inicialmente por C.
Hooker (1981) y defendida por P. M. Churchland (1985). Lo interesante de esta
propuesta es que cuestiona algunos de los supuestos fundamentales del ‚modelo
est{ndar‛ de reducción de Nagel, a la vez que toma en consideración una serie de
fenómenos asociados a la reducción que habían permanecido rezagados en las
elucidaciones previas. Según Nagel, lo que se deduce a partir de la teoría básica es una
estructura (un conjunto de enunciados o leyes teóricas) especificada en el vocabulario y en
el marco conceptual de la teoría reducida. Como hemos reseñado, este supuesto entra en
conflicto con la reconstrucción de casos históricos de reducciones aproximativas entre
teorías, en los cuales la reducción involucra la corrección, más o menos radical, de la
teoría reducida. En vistas de este problema, Hooker y Churchland se proponen
imaginar un modelo de reducción que sea independiente de dicho supuesto.
La idea directriz de esta propuesta es que lo que se deduce de T B no es,
estrictamente, TR sino una estructura análoga (en cierta medida y en ciertos respectos) a
TR, pero expresada en el vocabulario de TB. Siguiendo la notación estándar, llamaré T*R
a dicha estructura análoga a la teoría reducida T R pero especificada en el vocabulario
de la teoría básica TB. Churchland (1985, p.3) ofrece una presentación esquemática de
esta propuesta. Según este autor, TR se reduce a TB si y sólo si:
Sergio Barberis

TB en conjunción con condiciones de contorno,


implica lógicamente a
T*R (un subconjunto restringido de teoremas de TB)
por ejemplo: ‚Todos los A son B‛ y ‚Todos los B que son C son también D‛,
que es isomórfico de manera relevante con la teoría anterior T R
por ejemplo, ‚Todos los J son K‛ y ‚Todos los K que son L son también M‛.

De esta manera, y retomando el ejemplo de la reducción de la mecánica de


Galileo a la mecánica de Newton, lo que se deduce de esta última, en conjunción con
ciertas condiciones de contorno idealizadas o contrafácticas, es una estructura análoga
(un subconjunto de enunciados teóricos) en el vocabulario de la mecánica clásica, que
guarda una relación de ‚fuerte analogía‛ o de ‚isomorfismo‛ con las leyes de la
mecánica previa de Galileo. La tesis de que la reducción involucra una deducción a
partir de TB y condiciones de contorno, y si bien, en primera instancia, parece que la
propuesta se limita a introducir sólo una modificación técnica menor en la elucidación
estándar, sin embargo, la modificación es sustancial, hasta el punto de que permite
evadir toda una serie de problemas que acosan a la propuesta de Nagel.
En primer lugar, la propuesta de Hooker evita el problema del status de las
hipótesis de correlación o leyes puente. Esto es así porque las leyes puente no son
necesarias en lo absoluto para la deducción de T *R, pues se trata de una estructura
especificada en el mismo vocabulario que T B. Por supuesto, ciertas hipótesis de
correlación son necesarias para indicar qué sustituciones terminológicas son necesarias
para obtener los principios de TR a partir de la estructura T*R, pero dichas hipótesis no
constituyen afirmaciones acerca del mundo, sino meros pares ordenados de términos
que funcionan como ‚instrucciones‛ para llevar a cabo la sustitución una vez que ya
derivamos T*R a partir de TB. No necesitan ser consideradas como afirmaciones de
sinonimia, ni como identidades necesarias a posteriori ni como leyes en sentido estricto.
En segundo lugar, la propuesta de Hooker elude el problema de la falsedad o
inadecuación empírica de la teoría previa que toma parte en una reducción. Dado que
la teoría TR no es deducida lógicamente a partir de T B ni siquiera en los casos más
claros de reducción, y dado que no se requiere que las hipótesis de correlación sean
leyes, el problema de la consistencia lógica entre T B y TR ni siquiera surge. Lo único que
la relación de reducción así elucidada requiere es que la estructura T*R resulte una
imitación más o menos compleja de TR (Churchland 1985, p.11). Esta elucidación es
completamente compatible con el hecho de que una de las teorías de la relación, a
saber, TR, sea sustancialmente falsa y que la mayoría de sus términos no refieran a nada
en el mundo.
En tercer lugar, la propuesta de Hooker permite construir un continuo de casos de
reducción intertéorica – un continuo que permite ubicar los diferentes casos de reducción
de la historia de la ciencia entre los dos polos de las reducciones perfectamente retentivas
de las teorías previas y las reducciones completamente eliminativas de las teorías previas.
La diferencia entre las reducciones que se ubican entre estos polos pasa a ser, entonces,
una cuestión de grado, y no una diferencia de clase. ¿Cuál es el criterio que permitiría
Sergio Barberis

ordenar los diferentes casos de reducción entre estos dos polos? Pues bien, la idea de
Hooker es que dicho criterio lo encontramos en la relativa ‚suavidad‛ de la relación de
analogía entre la teoría reducida y la estructura derivada de la teoría básica y, por
tanto, de las correspondientes reducciones entre la teoría reducida y la teoría básica.
Una relación de reducción es m{s ‚suave‛ cuanto menos numerosas e idealizadas
resulten las condiciones de contorno necesarias para deducir la estructura T *R y cuanto
más difícil resulte imitar todas las leyes de TR mediante los enunciados de T*R. Otro
modo de caracterizar la suavidad de una reducción viene dado por la cantidad de
correcciones empíricas y conceptuales que TB impone sobre las leyes de TR. En el polo
de las relaciones de analogía más suaves entre TR y T*R, resulta posible establecer
identificaciones funcionales entre las propiedades postuladas por la teoría reducida T R
y la teoría reductora TB, y conservar o retener, por tanto, la ontología de la teoría previa
TR. Tal sería el caso, por ejemplo, de la reducción de la óptica física a la teoría
electromagnética (Bickle 1998, p. 30). En el polo de las analogías m{s ‚forzadas‛ o
‚accidentadas‛ entre TR y T*R, la reducción involucra correcciones radicales tanto en la
ideología (esto es: en el sistema conceptual) como en la ontología de la teoría reducida,
las identificaciones funcionales entre las propiedades de las teorías relacionadas
resultan imposibles y se produce la total eliminación o reemplazo de la teoría previa
TR. Tal sería el caso, por ejemplo, del paso de la teoría química del flogisto a la química
de Lavoisier (Bickle 1998, p. 31).
Por último, cabe señalar la principal limitación de esta propuesta. Dicha
limitación consiste en la ausencia de una teoría formal o, al menos, más detallada, de la
naturaleza de la relación de analogía entre la teoría reducida y la estructura derivada de
la teoría básica. En ausencia de dicha teoría, la distinción entre reducciones retentivas y
eliminativas, y el ordenamiento de los diferentes casos históricos de reducción
interteórica, permanecen inevitablemente sujetos al arbitrio (más o menos) subjetivo
del filósofo. El principal desarrollo de este punto oscuro del programa filosófico
iniciado por Hooker y Churchland se encuentra en la obra de John Bickle (1998), quien
presenta una elucidación formal y precisa de la nociones de reducción, analogía,
aproximación y corrección recurriendo a las herramientas teóricas desarrolladas por las
concepciones semanticistas de las teorías científicas, especialmente por el
estructuralismo (Balzer, Moulines y Sneed, 1987. Cf. capítulo 4).

Reducción o Autonomía: La unidad de las ciencias en debate.

En este apartado presentaré los lineamientos generales del debate en filosofía


de la ciencia entre quienes defienden alguna forma de reduccionismo y quienes
defienden la irreductibilidad o autonomía de (al menos, algunas de) las teorías en
ciencias especiales. Lo interesante es que quienes toman partido en este debate no
pueden sino apoyar sus argumentos en alguna elucidación (más o menos) detallada de
la relación de reducción entre teorías científicas. En general, el modelo de reducción
que ha estado presupuesto es el ‚modelo est{ndar‛ de Nagel (1961), que hemos
Sergio Barberis

evaluado en el tercer apartado de este capítulo. Lo que se ha puesto en cuestión en


estas discusiones es la posibilidad de establecer leyes puente adecuadas entre los
vocabularios teóricos de las ciencias especiales – tales como los vocabularios de la
biología y de la psicología – y el vocabulario de la física. A los fines de esta exposición,
me centraré casi exclusivamente en la discusión respecto de la autonomía de la
psicología y, en particular, en el llamado ‚argumento a partir de la realizabilidad
múltiple‛ de las propiedades mentales sobre las propiedades físicas, tal como aparece
desarrollado por Putnam (1967) y Fodor (1974) y discutido críticamente, entre otros,
por Kim (1989).
Un buen flanco desde el cual acceder al argumento de la realizabilidad
múltiple viene dado por la distinción, que mencionamos en el primer apartado, entre el
fisicalismo y el reduccionismo. Según nuestra primera presentación de la tesis
fisicalista, todo lo que hay, o bien es físico, o bien superviene sobre (esto es, depende
necesariamente de) lo físico. Sin embargo, en este punto son necesarias algunas
distinciones conceptuales adicionales, pues la frase ‚todo lo que hay‛ puede leerse, al
menos, de dos maneras: o bien como afirmando que todas las propiedades mencionadas
en las leyes de cualquier ciencia son propiedades físicas (esto es: presentes en leyes
físicas), o bien puede leerse como afirmando que todos los eventos particulares de los
que hablan las ciencias son eventos particulares físicos. La relación entre propiedades y
eventos particulares es, dicho crudamente, que las propiedades se instancian en
eventos particulares. Así, la propiedad de ser una erupción volcánica se instancia en los
eventos particulares de la erupción del Vesubio en el 79 y la erupción del Mauna Loa
en 1983, por sólo mencionar dos de un número ilimitado de instancias de dicha
propiedad. El mismo tipo de propiedad puede estar instanciada, entonces, en una
multiplicidad de casos o eventos particulares. Con esta distinción entre tipos y casos en
mente, estamos en condiciones de denominar a la primera lectura de la tesis fisicalista
como fisicalismo de tipos, y a la segunda lectura como fisicalismo de casos. El fisicalismo
de tipos afirma que toda clase o tipo que aparece en alguna ley de las ciencias es, en
última instancia, idéntica a una clase de la física. El fisicalismo de casos es una tesis
más débil, que afirma que todo evento particular en el cual se instancia una propiedad
de alguna ciencia es idéntico a un evento particular físico, aún cuando la propiedad (-
tipo) que instancia no sea una propiedad (-tipo) física.
Tanto el fisicalismo de casos como el fisicalismo de tipos son tesis compatibles
con la tesis de la generalidad de la física, según la cual todo evento que caiga bajo el
dominio de discurso de alguna teoría científica (es decir, todo evento del que hable una
teoría científica, pertenezca ésta al ámbito que sea) cae también bajo el dominio del
discurso de la física.
Por su parte, el reduccionismo afirma, como vimos en el primer apartado, que
todas las teorías científicas conforman una jerarquía ordenada por relaciones de
reducción, de tal modo que las todas las leyes científicas se reducen, en última
instancia, a leyes de la física. Pues bien, la idea de los argumentos de Putnam (1967) y
Fodor (1974) es que es posible negar el reduccionismo y conservar, de todos modos, el
fisicalismo de casos. En la medida en que tal posición, que llamaremos fisicalismo no-
Sergio Barberis

reductivo, sea filosóficamente sustentable, será posible afirmar la autonomía de


determinadas teorías en las ciencias especiales, como la psicología, al mismo tiempo
que se garantiza la generalidad de la física, en el sentido antes explicitado.
La argumentación de Fodor (1974) comienza explicitando la noción de
reducción que, según él, subyace a quienes defienden el reduccionismo y la unidad de
las ciencias. Dicha noción es, en gran medida, la que recoge ‚el modelo est{ndar‛ de
Nagel (1961), por lo que no debería resultarnos extraña. Sin embargo, la presentación
de Fodor es levemente más técnica y precisa, pues tiene que ser sensible a la distinción
entre fisicalismo de tipos y fisicalismo de casos.
Llamemos S1, …, Sn a los predicados descriptivos de una ciencia especial S.
Supongamos que el siguiente enunciado es una ley propia de S:

(1) S1x S2y

La ‚flecha‛ que funciona como conectiva en el enunciado de la ley no debe


leerse como una implicación material, sino como una relación con fuerza modal (esto
es: que expresa cierta necesidad peculiar) y que puede entenderse en términos de
causalidad. En buen castellano, el enunciado (1) afirma lo siguiente: ‚Todos los eventos
que consisten en la posesión de la propiedad S1 por parte de x ‘causan’ la posesión de
la propiedad S2 por parte de y‛. Puesto que S es una ciencia especial, S1 y S2 no son
predicados de la física. Ahora bien, ¿qué quiere decir el reduccionista cuando afirma
que el enunciado (1) de la ciencia S se puede reducir a la física? Pues bien, según Fodor,
el reduccionista se compromete con que es posible establecer las siguientes leyes
puente:

(2) (a) S1x P1y


(2) (b) S2x P2y

Nuevamente, la ‚flecha doble‛ que funciona como conectiva en estas leyes


puentes no debe leerse como el bicondicional material de la lógica estándar, sino que
expresa una relación que afirma la identidad entre los eventos mencionados a cada lado.
Así, traducido al castellano, la ley puente (2a) afirma que: ‚Cada uno de los eventos
que consisten en la posesión de la propiedad S1 por parte de x son idénticos a algún
evento que consiste en la posesión de la propiedad P1 por parte de y‛ (Fodor 1974, p.
122).
Supongamos ahora que P1 y P2 predicados de la física que están vinculados
mediante una ley física como la siguiente:

(3) P1x P2y

Si contamos con una la ley física como enunciada en (3) y las leyes puente
enunciadas en (2), contamos entonces con todo lo requerido para establecer la
reducción de la ley expresada en (1) de la ciencia especial S a la física expresada en (3).
Sergio Barberis

Si pudiéramos repetir este procedimiento con cada ley de S, entonces afirmaríamos que
hemos reducido S a la física. Las similitudes de esta elucidación de la reducción
interteórica con el modelo de Nagel son evidentes.
Ahora bien, dada esta noción de reducción, ¿qué es lo que sostiene
específicamente, un defensor del reduccionismo? Según Fodor, el reduccionismo
implica que debe ser posible establecer una ley puente para cada uno de los predicados
que aparecen en alguna ley de las ciencias especiales, de modo tal que cada predicado
quede vinculado ‚uno-a-uno‛ con un predicado que aparece en alguna ley física:

Si el reduccionismo es verdadero, entonces toda clase es una clase física o es co-


extensiva con una clase física. Cada clase es una clase física si las leyes puente
expresan identidades nomológicamente necesarias entre propiedades, y cada clase
es co-extensiva con una clase física si las leyes puente expresan identidades
nomológicamente necesarias entre eventos. Esto se sigue inmediatamente de la
premisa reduccionista según la cual cada predicado que aparece como el
antecedente o el consecuente de una ley de una ciencia especial debe aparecer
como uno de los predicados reducidos mediante alguna ley puente, junto con el
presupuesto de que los predicados de clase son aquellos cuyos términos figuran
como variables ligadas en leyes (Fodor 1974, p. 122)

Sin embargo, según Fodor, este tipo de vínculos uno-a-uno entre las clases de
ciencias especiales y las clases de la física son imposibles de obtener, por lo que el
reduccionismo resulta una posición ‚intolerable‛. La razón por la cual las leyes puente
resultan imposibles está íntimamente relacionada con un fenómeno señalado con
anterioridad por Putnam (1967): la múltiple realizabilidad de las propiedades de orden
superior (biológicas, psicológicas, sociales, etc.) sobre eventos particulares físicos.
Según Putnam, este fenómeno resulta evidente para el caso de los estados psicológicos,
tales como tener un dolor:

Considérese lo que el teórico del estado-cerebral [brain-state theorist] tiene que hacer
para dar apoyo a sus afirmaciones. Tiene que especificar un estado físico-químico
tal que un organismo cualquiera (no sólo un mamífero) tiene un dolor si y sólo si:
posee un cerebro de una estructura físico-química apropiada y (b) su cerebro está
en ese estado físico-químico. Esto significa que el estado físico-químico en cuestión
debe ser un estado posible de un cerebro de mamífero, de un cerebro de reptil, de
un cerebro de molusco (los pulpos son moluscos, y ciertamente sienten dolor), etc.
(Putnam 1967, p. 436)

El fenómeno que para estos autores implica la imposibilidad de la construcción


de las leyes puente necesarias para reducir la psicología, entre otras ciencias especiales,
a la física, es el fenómeno de la realizabilidad múltiple de lo mental en lo físico:
cualquier propiedad psicológica (-tipo) puede estar físicamente ‚realizada‛ o
‚instanciada‛ en una gran variedad de estructuras físicas, dependiendo del tipo de
organismo en cuestión e incluso de las idiosincrasias de la constitución física de cada
Sergio Barberis

organismo particular. Así, el mismo estado mental de tener un dolor podría estar
instanciado en un cierto tipo de estado físico en los seres humanos, digamos la
estimulación de las fibras-C del cerebro, pero estar instanciado en otro tipo de estado
físico en otros organismos que son capaces de sentir dolor, como los reptiles o los
moluscos. Incluso el mismo estado de tener un dolor podría estar instanciado en
distintos tipos de estados físicos en diferentes seres humanos, si uno de ellos, por
ejemplo, sufrió un traumatismo de cráneo de niño y las funciones de recepción del
dolor fueron asumidas por otra área del cerebro. En este sentido, Fodor afirma que ‚es
enteramente posible que el sistema nervioso de los organismos superiores alcance un
fin psicológico dado mediante una gran variedad de medios neurológicos‛ (1974, p.
125).
Dado el fenómeno de la múltiple realizabilidad, lo máximo a lo que pueden
aspirar los reduccionistas es a formular enunciados ‚salvajemente disyuntivos‛ como
el siguiente:

(4) S1x P1x o P2x o P3x o… o Pnx

Siendo P1, …, Pn predicados que describen los diferentes ‚realizadores físicos


potenciales‛ de la propiedad S1, esto es los diferentes eventos físicos que serían
suficientes, cada uno de ellos, para instanciar la propiedad S1. Está claro que la
disyunción a la derecha del enunciado (4) no puede constituir una clase natural de la
física, y por tanto el enunciado (4) no puede tratarse de una ley científica. Pero si lo
máximo a lo que puede se puede aspirar es a enunciados de este tipo, entonces el
reduccionista no cuenta con el tipo de leyes que necesita para llevar a cabo su
programa.
Sin embargo, el fenómeno de la realizabilidad múltiple, aún cuando veda el
paso a las aspiraciones del reduccionismo, es enteramente compatible con un
fisicalismo de casos: pues, si bien la clase S 1 de la ciencia especial S no es reductible a
ninguna clase natural de la física, está claro que cada uno de los eventos particulares en
los cuales dicha clase puede instanciarse puede perfectamente ser un evento físico. De
este modo, el argumento a partir de la múltiple realizabilidad cuestiona el
reduccionismo y el ideal de la unidad de las ciencias pero sin sacrificar el fisicalismo y,
por tanto, sin sacrificar la idea de la generalidad de la física.
¿Qué réplica podría esbozar un reduccionista frente al argumento a partir de la
realizabilidad múltiple? Una estrategia plausible de respuesta es la desarrollada por
Kim (1989). Según este filósofo, aún cuando no sea posible lograr una reducción
uniforme o global de la psicología a la biología o a la neurofisiología mediante leyes
puente irrestrictas – esto es, mediante leyes que abarquen todos los organismos
actuales y posibles – sin embargo, el fenómeno de la realizabilidad múltiple, tal como
aparece presentado por Putnam y Fodor, es enteramente consistente con el desarrollo
de una serie de reducciones específicas-por-especie o locales mediante leyes
bicondicionales específicas-por-especie (Kim 1989, p. 44). Estas leyes establecerían
conexiones fuertes (en términos de explicitar condiciones necesarias y suficientes) entre
Sergio Barberis

tipos de estados físicos y tipos de estados psicológicos, pero de manera relativizada a


una especie o estructura. En este sentido, estas leyes bicondicionales establecerían
vínculos del tipo: ‚Para toda estructura o especie E, la ocurrencia del estado físico F es
condición nomológicamente necesaria y suficiente para la ocurrencia del estado
mental M‛. Según Kim, este tipo de reducciones locales constituyen una descripción
plausible del trabajo en neurobiología y neurociencia cognitiva, y si bien difieren en
alcance respecto de las tradicionales leyes puente irrestrictas, están a la altura de las
exigencias del fisicalista más vigoroso.
Dejaremos aquí el debate sobre el reduccionismo y la autonomía de las ciencias
especiales. Los argumentos desarrollados en este apartado no agotan, ni mucho menos,
dicho debate, pero sí ofrecen un ejemplo paradigmático del tipo de discusión que se
lleva a cabo en estas regiones de la filosofía, y del estrecho vínculo entre estas
discusiones y la cuestión de la reducción interteórica en filosofía de la ciencia. Espero
que sea evidente a esta altura del capítulo que cuál sea la postura filosófica que se
adopte respecto de la tesis metafísica del reduccionismo depende, de una manera
fundamental, de la noción de reducción entre teorías científicas que se acepte. Por
supuesto, otros problemas y complicaciones adicionales han quedado meramente
sugeridos: ¿en qué medida el argumento de la realizabilidad múltiple afecta aquellas
posiciones reduccionistas que no se comprometen con una concepción estándar de la
reducción, como es el caso de la concepción de Hooker (1981) y Churchland (1985) que
examinamos en el cuarto apartado? ¿qué otros argumentos o problemas asedian a
dichas variantes no-estándar del reduccionismo? La respuesta a este tipo de
interrogantes será tarea para otro día.

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