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#PolExt198
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El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel (D), junto al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, antes de una
reunión en la sede de la Unión en marzo de 2020. GETTY
Podría decirse que la relación entre Turquía y la Unión Europea pasa por horas bajas, de
no ser porque ya acumula años en ese estado. Recientemente, sin embargo, la tensión se
ha incrementado. Las críticas del presidente turco a la UE, la represión interna, las
tensiones en el Mediterráneo Oriental y la injerencia militar de Turquía en el Cáucaso,
Siria y Libia, con el acuerdo sobre refugiados de 2015 como telón de fondo, se cuentan
entre los problemas más acuciantes. Preguntamos a diversos expertos cómo debe
Bruselas replantear su relación con Ankara.
Estamos claramente ante una Turquía reemergente, menos interesada en una vía para
ingresar en la UE que en construir una política exterior firme que la prepare para una era
dominada por la política de las grandes potencias. ¿Cómo debe la UE responder a ello?
¿Qué tipo de compromiso estratégico y constructivo puede lograr con Ankara? Hoy la UE
no tiene los medios ni la unidad para lidiar con una potencia reemergente en sus
fronteras. Los Estados miembros están divididos entre los realistas, como Alemania, que
aceptan a una Turquía ambiciosa tal y como es, y los detractores como Francia, que
quieren constreñir a una Turquía más firme.
En esta atmósfera, y dada la falta de unidad de la UE, el mejor camino es ir paso a paso.
Interacción, mejora de la unión aduanera y revisar el acuerdo migratorio son algunas
ideas para este enfoque gradualista. Un diálogo directo entre Turquía y Grecia también
ayudaría, y mucho. Es asimismo muy importante que Europa use sus mejores artes para
alcanzar una solución al contencioso de Chipre (bajo los auspicios de la ONU), porque
está en el meollo de los problemas. La UE y Turquía puede seguir estando de acuerdo en
que no están de acuerdo, pero necesitan crear un ambiente y una estructura con las que
puedan hablar de estos asuntos.
Las relaciones UE-Turquía nunca han sido fáciles. En 1999 Turquía obtuvo el estatuto de
país candidato, pero las negociaciones no han avanzado demasiado. En 2018 los líderes
europeos se reunieron en Varna (Bulgaria) con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan,
para tratar sobre la gestión de los flujos migratorios, la lucha contra el terrorismo, la
solución al conflicto sirio y el contencioso marítimo que enfrenta a Turquía con Grecia y
Chipre.
No es ningún secreto que hay países europeos, especialmente Francia, que son reticentes
a la integración de Turquía, mucho más en los últimos tiempos en los que allí ha
aumentado el autoritarismo y los ataques al Estado de Derecho. La reacción turca no se
ha hecho esperar: auge del nacionalismo, aproximación a Rusia –a pesar de su
enfrentamiento en Nagorno Karabaj– y un deseo creciente de ocupar un espacio propio
en la escena internacional.
Creo que ha llegado la hora de buscar una solución imaginativa para reforzar los lazos
entre Ankara y Bruselas. No es el momento de llegar a la adhesión, pero Turquía es un
aliado importante en materia de seguridad y control de la inmigración.
Habrá que asumir que el proyecto de integración europeo pasa por una estructuración en
tres círculos concéntricos: un núcleo duro formado por los países que compartimos
moneda; un segundo círculo integrado por los países de la UE que no forman parte de la
zona euro y asociados a esta por vínculos confederales; y un tercer círculo –asociación
privilegiada– en el que se incluirían Reino Unido, Turquía y, a largo plazo, Rusia y los
países del Magreb. Nuevas soluciones para nuevos tiempos.
Por otra, esos desplantes no caen en el olvido para Erdogan y el cada vez más poderoso
lobby eurasianista. Un Erdogan sumido en una deriva autoritaria que cada vez encaja
menos en el marco de valores y principios definidos por la Unión y, asimismo, en una
estrategia de liderazgo en el mundo musulmán suní, que en no pocas ocasiones choca con
los intereses de algunos miembros de la UE (en Libia, por ejemplo).
En definitiva, los Veintisiete no tienen hoy voluntad para ofrecer nada suficientemente
atractivo a una Turquía que ya está más interesada en explorar sus opciones en su
vecindad y más allá. Eso no significa que estemos en un rumbo de colisión inevitable,
pero más allá de los recurrentes vaivenes de tirantez y apaciguamiento, solo cabe esperar
más tensiones.
Las relaciones entre Turquía y la UE se han deteriorado en los últimos años, a la par que
el marco negociador para la adhesión dejaba de ser la hoja de ruta establecida para
enmarcarlas. En esas negociaciones, el condicionamiento político ocupaba un lugar
sustancial en las relaciones entre Bruselas y Ankara. A pesar de su influencia, nada
desdeñable, en la política interior turca en la década de los 2000, la candidatura turca
despertó tal rechazo en determinados Estados miembros, que indicaron claramente su
preferencia por una Turquía fuera de la UE, aunque el proceso de adhesión pudiera
incidir de manera determinante en la democratización de su régimen político. Cuando
sobre la perspectiva de adhesión comenzaron a pesar serias dudas, el condicionamiento
político perdió gran parte de su poder de atracción, efectividad e influencia.
Dada la enorme interdependencia entre Ankara y Bruselas y el marcado impacto que sus
relaciones tienen para la estabilidad en la zona, la UE precisa un proyecto a largo plazo
con Turquía. Acciones anticipadas y no reactivas, una acción coordinada entre los
Estados miembros y un acercamiento a Ankara basado en reglas y normas que en
cuestión de derechos humanos y libertades debe ser sólida y no a la carta, como en años
recientes.
El problema es que en los últimos años Turquía diverge en todo de la UE. En todo: en
valores, en intereses, en su actuación exterior, en sus políticas domésticas, en sus
posiciones geopolíticas, etcétera. Y además arropando esa progresiva divergencia en un
discurso oficial para uso doméstico innecesariamente ofensivo y desdeñoso respecto de la
UE, de la que se dice querer formar parte. Por eso se oye en los pasillos europeos (de todas
las instituciones) que nos encontramos en el peor momento de las relaciones entre ambas
partes y que el sustrato de la misma es una mutua falta de confianza. Y en este desierto
de logros, está el escueto pero relevante oasis de los acuerdos en materia de migración, el
verdadero cordón umbilical que oxigena precariamente la relación, aunque en un
formato transaccional puro.
Por todo ello y muchas más cosas que tienen que ver con las cuestiones de derechos y
libertades y Estado de Derecho, creo que estamos legitimados para pedirle a Turquía que
reexamine la sinceridad de su apuesta europea, tal es la extensión y profundidad de la
brecha. Y a hacerlo nosotros también. Incluso con clara conciencia de que la única
manera de ayudar efectivamente a esa sufrida parte de la sociedad turca democrática y
proeuropea es precisamente usando las herramientas que nos da el proceso de accesión y
las obligaciones asociadas a la candidatura.
GÜNTER SEUFERT | Director del Centre for Applied Turkey Studies (CATS) del
Stiftung Wissenschaft und Politik (SWP, Berlín). @SWPBerlin
Hasta hace unos siete años, Turquía era, hasta cierto punto, un objeto de la política
europea. En el marco del proceso de adhesión, la UE orientó su política a estabilizar
económicamente a Turquía y transformarla políticamente; es decir, democratizarla. Hoy
Turquía está en pie de igualdad con la UE y sus Estados miembros, y para algunos de ellos
es un desafío en términos de política de seguridad. En el Mediterráneo oriental, esto se
aplica a Grecia y Chipre; en el norte de África, a Francia; en la OTAN, a Polonia; y en
materia de migración y lucha contra el terrorismo, a Alemania. Las razones de este
cambio son el estancamiento en el proceso de adhesión, la disminución del poder de
integración de la UE y el colapso de los estados de Oriente Próximo y el Norte de África,
que ha convertido a Turquía en la potencia regional.
Turquía está probando dónde están los límites de la UE. Así, muchas de las decisiones que
Turquía ha tomado en los últimos años y de la narrativa que emplea la sitúan en línea de
colisión con la Unión. Esta tiene que decidir si quiere afrontar la posibilidad de tener a
Turquía como rival. Y si la respuesta es negativa hay que hacer llegar el mensaje a
Ankara de que a ellos les conviene aún menos. Solo desde el convencimiento de que a
ambas partes les interesa que a la otra las cosas le vayan razonablemente bien, se
conseguirá recrear un mínimo de confianza. Y hay bases para hacerlo: la gran
interdependencia económica y de seguridad, y también unos lazos humanos muy densos.
Ambas partes deben hablar claro, pero hacerlo sobre la base de evidencias, reconociendo
que los sentimientos son importantes, pero sin dejarse arrastrar por ellos. Y hacerlo con
discreción. Sin entrar aquí en los deberes que tiene que hacer Turquía, que son muchos,
en la UE hay que esforzarse en entender las causas de la desconfianza turca, bien
extendida más allá de su presidente y del partido gobernante. Hay que evitar la tentación
de usar Turquía como herramienta en política doméstica. Y, sobre todo, la Unión tiene
que aparecer como un actor fuerte y firme y por eso es importante rechazar una relación
estrictamente transaccional y lanzar amenazas salvo que se esté en disposición de
cumplirlas. De hacerlo, se proyectaría una imagen de debilidad que en nada ayudará a
salir de este callejón sin salida.
Las conclusiones del Consejo Europeo de este mes han demostrado de manera muy clara
que habrá una relación aún más transaccional entre Turquía y la UE. Desde la
Declaración UE-Turquía para los refugiados de 2016, esta era ya la forma habitual de
cooperación, a pesar de que incluso entonces existía la intención de incluir de alguna
manera la condicionalidad. En esta ocasión, en las conclusiones del Consejo Europeo no
ha habido referencias a las negociaciones de adhesión ni a la actual situación interna de
Turquía, ni se ha mencionado el retroceso democrático o al Estado de Derecho en dicho
país.
Lo que estamos viendo ahora mismo es la búsqueda de un nuevo marco para definir la
relación, viendo que la política de adhesión –una de las mejores herramientas de política
exterior de la UE– en el caso de Turquía no está funcionando.
El problema es cómo tener cerca a Turquía, aliado de la OTAN, país vecino y candidato a
la adhesión. En estos momentos, la modernización de la Unión Aduanera, el diálogo de
alto nivel y la cooperación en temas migratorios (más allá del comercio, la energía y la
lucha contra el terrorismo) son los posibles puntos positivos en la agenda. La pregunta es
cómo tener una relación estable con este país basada tanto en intereses como en valores.
Estamos todavía en la búsqueda de la respuesta y la voluntad política para seguir
adelante.
Llevo discutiendo sobre la relación europea con Turquía desde la crisis del refugio en
2015 hasta ahora, con las tensiones en el Mediterráneo Oriental y su papel en conflictos
como el de Nagorno-Karabaj. En todos los casos, Ankara es utilizada por la extrema
derecha europea para justificar la subcontratación y cierre de fronteras.
Apostamos por una relación privilegiada con Turquía, basada no solo en el volumen de
intercambios comerciales sino en el respeto a los derechos humanos, las libertades civiles
y el Estado de derecho. Sin olvidar tanto que Turquía es un país diverso, plural y con una
sociedad civil muy activa, como que exigimos el respeto a los derechos de las poblaciones
kurdas en el país.
A corto plazo, necesitamos una acción coordinada e integral de las políticas exteriores
de cada país y de la UE en Libia, Siria y Chipre. Con un tono firme pero dialogado, basado
en el derecho internacional en el caso de las prospecciones petrolíferas. Y con otra política
migratoria, fundamentada en el derecho, que además quitaría un elemento de presión a
la relación. Es algo fundamental que ya señalé cuando visité el campo de Moria, que nos
exige la sociedad civil y que va a ser una línea prioritaria en nuestros trabajos para que el
borrador de Pacto Europeo sea realmente un pacto y no una imposición de Visegrado.
Que trate realmente sobre migración y asilo, no sobre control de fronteras.
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