– ¿Se ha dormido? – terminaba de repasar la vitrocerámica de
la cocina.
– Después de relatarme el día intenso que ha tenido. Y
hacerme algunas preguntas incómodas. ¿Un brandy Carmen? – abría el gabinete de las bebidas.
– Eso ni se pregunta. ¿Qué preguntas incómodas te hizo la
niña?
– Si su padre y yo no nos queremos como los padres de Paula.
Parece que la señora le dijo que va a tener un hermanito porque ellos se quieren mucho. – miraba detenidamente la botella de brandy.
– ¡Hoxtia! – se giraba y dejaba el trapo de cocina sobre la
encimera.
– Estaba mirando la etiqueta de esta botella. Brandy W&W
¡Qué casualidad! Tenemos un caso en el Juzgado donde está involucrado alguien de esta familia. – sostenía la botella como fascinada por la coincidencia.
– Ah, los bodegueros andaluces. Hace poco hubo una nota sobre ellos en el Hola.
– ¿Sí? ¿Qué decían? – dejaba la botella a un costado y
buscaba las copas.
– Era la fiesta de presentación de una nueva línea de jerez que
producen sólo para vender en Gran Bretaña. Un reportaje al hombre este, Pedro Wilson. Y cotilleos, de las muchas obras de caridad que hacen junto con las parroquias de Jerez y cosas por el estilo. Ya sabes, que los hijos están casados con niñas de la alta sociedad de por allí, que ya tiene varios nietos. – observaba a Esther colocar las copas y la botella sobre la mesa de la cocina.
– Ven, siéntate. Deja la cocina y demás para mañana.
– No me gusta dejar la cocina sucia.
– ¿Sucia? Dirás que no paras hasta dejarla brillante, como la
publicidad en la tele. Ven, ya sabes que esta tertulia nocturna nos hace bien a las dos. – tomaba asiento y destapaba la botella.
Carmen aceptaba gustosa sentarse a charlar con la jueza.
– ¿Cuántos hijos tiene este señor Wilson? – servía la copa de
Carmen con una generosa cantidad de brandy, la suya con algo menos.
– Tres varones y una mujer. De la chica no dicen nada, creo
– ¡Nada! Cuando pasa eso en estas notas es porque se debe dedicar a algo que no es bien visto en su círculo social y entonces la familia ni la menciona. – levantaba la copa – Por la niña, por su madre y por su abuela, mi gran amiga.
– Y por ti, que eres un solete. Chin, chin. – golpeaban
suavemente sus copas y bebían un primer sorbo de la bebida – Tiene buen gusto, sabor intenso.
– El mejor de los brandys españoles. – saboreaba el sorbo –
Venga, cuéntame que le contestaste a la niña.
– Me puso en un brete, Carmen, no sabía qué decirle. – la
jueza se veía abrumada.
Carmen tomaba otro sorbo de su copa y esperaba que Esther
continuara el relato.
– Traté de explicarle que no ha tenido un hermanito porque en
un primer momento esperamos a que ella creciera y luego el trabajo nos hizo postergar muchas cosas.
– ¿Lo entendió?
– Creo que sí, bueno, Mara me sorprende siempre, no sé a
quién ha salido tan reflexiva y tan preguntona.
– ¿Qué tal si te miras al espejo? – sonriente.
– Carmen, de niña nunca fui así, ahora es mi profesión. –
Carmen sonreía y bebía otro sorbo. – Vale. – sonrisa de labios apretados, su niña se le parecía en muchas cosas, lo que la hacía sentir muy bien – Pregunta va pregunta viene, traté de esquivar el
tema pero no me lo puso fácil. Al final me dijo si su padre y yo nos íbamos a divorciar, como los padres de Candela.
– ¿Qué le contestaste?
Esther se tomaba unos segundos mirando su copa y luego
bebía un trago.
– Que no lo sabía, pero que no se preocupara, que si llegado
el caso no podíamos solucionar nuestros asuntos como pareja, siempre seríamos su papá y su mamá y la querríamos mucho, como hasta ahora. – apuraba el último trago de su copa – No pensé que fuera tan evidente que nuestra relación no va más.
– Los niños perciben la falta de cariño aunque no haya gritos
ni peleas ni malas caras, Esther. Hace tiempo que Óscar falta de esta casa o llega tan tarde que ni siquiera ve a su hija despierta.
– Sí. – miraba la copa vacía, pensativa.
– Vale. – estiraba su mano y acariciaba el brazo de Esther – No
te preocupes más de la cuenta, la niña está bien, es feliz y aunque su padre no se ocupe de ella, con lo que la atiendes y la mimas tú, le alcanza y le sobra.
– Ya. Pero me pregunto. ¿de qué sirve mantener esta
fantochada Carmen? ¿No es hora de sincerar las cosas?
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
La partida del vuelo RYR2051 programado para salir 9.40 a.m.
despegó con una hora de demora. Una luz que titilaba en el tablero
de mando fue la causa. La comandante del vuelo se negó a despegar hasta que no estuviera solucionado el problema.
Su copiloto Guastavino había avisado dos días antes que
existía el inconveniente pero en el chequeo rutinario el equipo técnico no lo había considerado relevante. “Un mal contacto de algún cable” le habían contestado al copiloto, “cuando entre a la revisión mensual desarmamos todo el tablero y lo reparamos”.
– ¿Nos dan luz verde o nos van a tener dando vueltas en
círculos por una hora? – se estaban acercando al aeropuerto de Palma.
– No saben, están viendo cuál de las dos pistas tiene menos
carga de aterrizajes y cómo nos acomodan entre los vuelos que llegan. – se quitaba los auriculares.
– ¿Apostamos? La 06R/24L, la más corta. Nuestro castigo por
atrasarnos, ya verás. Te dejo a cargo, voy a estirar la piernas. ¿Un café?
– Vale. – sonreía.
La comandante se liberaba del cinturón de seguridad y se
ponía de pie, destensando su cuerpo con un movimiento de estiramiento de brazos y torso, lo que hacía sonreír a su copiloto. Llevaban dos años juntos en la misma ruta y con éste u otro avión similar, conocían al dedillo los secretos y las “cosas” de los bólidos así como se conocían entre ellos. Habían aprendido a respetarse sus tiempos y sus manías, pero fundamentalmente, sus silencios. Tenían ambos un carácter reservado, casi parco en palabras y sin
embargo, se confiaban uno al otro profesionalmente y también personalmente. Dos o tres aterrizajes riesgosos, un motor que se incendió en vuelo, fueron incidentes que entre una copa y otra los abrieron a las confidencias personales y a respetarse sus historias más dolorosas.
Maca iba hasta el compartimento de las azafatas con un triple
objetivo. Estirar las piernas, coger dos tazas de café y conversar con Pilar. Para su suerte, la encontró sola, ensimismada en algo que estaba escribiendo en su móvil.
– Pili.
Pilar levantaba la vista.
– ¿Necesitas algo?
– Vine por unos cafés.
– Ahí tienes la cafetera. – señalaba con su cabeza y volvía a lo
que estaba haciendo.
– ¿Puedo tener tu atención un segundo? – tratando de calmar
su mal cuerpo por el trato despectivo de la azafata.
– Vale. – bufaba la respuesta y levantaba la vista – Tú dirás.
– ¿Podemos hablar cuando aterricemos? – metía las manos en
Maca miraba al suelo y trataba de encontrar las palabras
justas para no violentar la situación.
– Mañana volamos de vuelta a Barajas, tendríamos que hablar
antes de eso Pili.
– Estoy ocupada hoy, en tal caso en Madrid, no sé. – sin
levantar la vista de su teléfono.
Maca la observaba y meditaba sobre si valía la pena insistir.
Al final se decidía a no seguir la conversación, aunque sabía que Julia se enfadaría por eso. Iba hasta la cafetera, cogía dos vasos térmicos y servía el café, los endulzaba al gusto de su copiloto y de ella, tapaba los vasos y se iba hacia la cabina, dejando a la azafata ocupada en escribir un mensaje.
Pilar la observaba de soslayo, ni siquiera le había pedido ayuda
con la puerta de la cabina, la comandante se las ingenió para abrirla apoyando un vaso sobre el otro. En el interior de la azafata la rabia la consumía, hubiera deseado que le rogara encontrarse, pero no, Macarena Fernández no era de rogar, ni de pedir ayuda, ni siquiera de simular cariño o amor si no lo había. Dura, era de acero templado en más de un dolor y sin embargo una mujer deliciosa y atractiva, una amante cuyas caricias y besos se extrañaban. Le dolía en el pecho no haber logrado penetrar en el corazón de esa mujer.
– Señoría. – entraba a su estilo, un golpe y adentro sin esperar respuesta, en mangas de camisa y con un chaleco que tenía los botones mal abrochados, la corbata floja y las mejillas rojas, ¡oh novedad!
– Sandemetrio, ¿has corrido la maratón? – levantaba la vista
de un escrito y sonreía.
– No, ¿por qué? – se dejaba caer en la poltrona y se
despachurraba a gusto, mientras ponía una carpeta sobre el escritorio de la jueza.
– Porque estás colorado como si hubieras estado haciendo
una larga caminata y no sé si te has visto, tienes el chaleco mal abrochado. – hacía un esfuerzo para no sonreír.
– Me dijo Adela, pero no tuve tiempo de abotonarlo de nuevo,
estuve muy ocupado buscando y buscando y al fin lo encontré. – cogía la carpeta y la agitaba entusiasmado.
– ¿Qué encontraste?
– Ya sé quién es el cuerpo del delito. – con tono triunfal.