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Wendy Ortega, CIU #

La adolescencia es una etapa influyente en nuestra sociedad, tomando como punto de


partida que “el consumo de drogas constituye en la actualidad un importante fenómeno
social que afecta especialmente a los adolescentes” (Becoña, 2000, p.25), y se agudiza
en la juventud plena, es decir, de 18 a 25 años. Los jóvenes que exceden la ingesta, por
lo general, tienen malos comportamientos y mal desempeño escolar, uno de los motivos
por el cual deciden dejar su proceso académico. Por otro lado, aumenta el número de
embarazos no deseados, además, de verse involucrados en actos violentos y patologías
infecciosas (NIDA, 2008). Ingesta continua de una o múltiples materias psicoactivas,
hasta el límite donde el comprador conocido como adicto se envenena constantemente y
deja ver en él un querer irracional por ingerir la sustancia, presentando fallas en su
autocontrol para decidir detener el consumo de la droga, por lo que desarrolla un
constante deseo de obtener estos fármacos sin importar el costo (WHO, 1994). Desde
otra perspectiva, NIDA (2008) explica la adicción como un padecimiento arraigado del
cerebro con desfallecimientos, distinguido por el rastreo y la utilización incontrolado de
fármacos, sin importar los efectos negativos. Con eso y todo, en el presente solo se
expondrán los factores del fenómeno mencionado con anterioridad: primero, la
deficiencia macrosocial y, segundo, disfuncionalidad microsocial.

En primer lugar, encontramos que una causa externa de la drogadicción en adolescentes


es la irregularidad en el comportamiento e incluso, en el pensamiento de un grupo
numeroso de individuos en la sociedad, desde medianas poblaciones, hasta un país por
completo, es decir, la deficiencia macrosocial. Oblitas (2010) señala a los diferentes
medios de comunicación y entretenimiento de presentar retratos de personalidades
reconocidas e individuos con reputación social ingiriendo, permitiendo adoptar una
mirada del trago asociada al triunfo, a la vida social y al goce, de ahí que, la
conmemoración de múltiples hechos sociales como festines, celebraciones, entre otros,
tienen presencia del alcohol. En pocas palabras, el dinero dirigido por las jefaturas
públicas para evitar el exceso de alcohol y cigarros no puede enfrentarse
simultáneamente con los presupuestos opulentos de las corporaciones locales o
extranjeras destinados a propaganda para incentivar la ingesta (Oblitas, 2010).
Especialmente, está lo que corresponde a la disponibilidad de estas sustancias,
investigaciones que tienen como finalidad el estudio de recursos de los que disponen los
jóvenes para adquirir estos psicoactivos, demuestran que primeramente, el dinero para
comprar influye en un 58,3% en el acceso, luego, la venta cerca de las universidades
representa un 34,7% y por último, el visitar lugares donde se comercializan estas
sustancias contribuye en un 34,1% al aumento del consumo (Duarte et ál.,2012).Por
otro lado, Gallego et ál. (2001) ejemplifica la representación social existente sobre la
droga como un calidoscopio de interacciones humanas, donde la población más joven lo
ve como lo más común en las actividades de recreación, aun cuando no es correcto
afirmar que son ejecutadas por todos los adolescentes, son relacionadas a la ingesta de
concretas sustancias, especialmente, la cocaína y éxtasis, las realicen o no. Por ello, el
rol que toma la sociedad dentro del desarrollo y control de los adolescentes podría ser
un detonante para la decadencia de éstos en la drogodependencia, dependiendo qué tan
rígida y racional es la comunidad en la que se desenvuelve, en lo que concierne a esta
problemática.

En segundo y último lugar, tenemos que una defectuosa convivencia del adolescente
con su núcleo familiar, además de un deficiente autocontrol de sí mismo resulta ser una
causa secundaria de la drogadicción a temprana edad, es decir, la disfuncionalidad
microsocial. Loor et ál. (2018) asegura que la falta de conciencia sobre el origen y las
consecuencias que provoca la ingesta de drogas para el futuro aumenta la curiosidad y a
su vez, el sentimiento de que todo está bien bajo el efecto de éstas, hasta llegar a tal
punto en que, aunque quieran dejarlo no pueden, debido a que el cuerpo se acostumbra a
esas sustancias y no cree poder vivir sin ellas iniciando un ciclo de consumo continuo.
Suele ser tan alta la indiferencia de los jóvenes para con esta temática que vale la pena
decir, que una gran cantidad de ellos no clasifica el alcohol como una droga. Por un
lado, Peñafiel (2009), define al grupo de amigos como el conjunto de aliados que tienen
los jóvenes en esta etapa, el cual va reemplazando constantemente a la familia como
modelo, conviene destacar, que las amistades de mayor peso del joven se centran sobre
sus semejantes en edad y gustos parecidos. Y por el otro, la probabilidad de que un
adolescente inicie la ingesta de estas sustancias es mayor si en el entorno en que se
desenvuelve es común que los demás lo hagan, puesto que, como manera de
compenetrar en el grupo, lo realiza y refuerza (Peñafiel, 2009). Asimismo, los núcleos
familiares con mayores niveles de discusiones y peleas ya sean entre los mismos padres
o incluso, con los adolescentes de por medio, se asocian a un mayor consumo de drogas
y generalmente, tienen un bajo control entre los miembros de la familia, de manera que
genera una falta de comunicación y déficit de apoyo. Además, la investigación en
mención llega a la conclusión de que los jóvenes adictos, día a día solo conviven con
uno de sus padres, considerando que hay una separación, son pocos los comparten
espacios diariamente con ambos padres biológicos (Fernández, citado en Oblitas, 2010).
Por consiguiente, una buena relación intrafamiliar, y un autoconocimiento y madurez
podría disminuir el riesgo de que los adolescentes entren en el mundo de las drogas,
pero si todo lo anterior resulta negativo el joven buscará “refugio” en estas sustancias.

En conclusión, la drogadicción en adolescentes es consecuencia de un conjunto de


factores relacionados con el ambiente en que se desenvuelve el joven, entre ellos, el
microsocial y el macrosocial. Por un lado, medios de comunicación y entretenimiento
más razonables, control en la inversión publicitaria, óptima restricción en la
disponibilidad de estas sustancias y, por último, una mejor perspectiva acerca de lo que
en realidad representan las actividades recreativas, esto con lo que respecta a un
ambiente externo. Por otro lado, educación en esta temática, benéfico grupo de aliados,
ambiente libre psicoactivos y finalmente, pero no menos importante una inmejorable
relación intrafamiliar. Lo anterior, son aspectos en los que se debe trabajar, Becoña
(2000), afirma que los jóvenes deben saber convivir con estos psicoactivos, siendo
decisivos y optando por la abstinencia de estos, y a su vez socializando esta temática
tanto dentro como fuera de los hogares.
Referencias

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