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Título: La ciencia y la Biblia

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Resumen:

Texto:

La ciencia y la Biblia

Creado el 26 enero, 2018 por Pío Moa

Este sábado en “Una hora con la Historia” hablaremos de las relaciones entre Companys
y Azaña durante la guerra civil. Muy aleccionador.

https://www.youtube.com/watch?v=483EAfq2hSY&t=10s

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Afirma César Vidal que la raíz de la ciencia se halla en la Biblia y que gracias a ella la
revolución –más bien que reforma—protestante la desarrolló desde el siglo XVI. Afirma
asimismo que los científicos católicos son muy escasos y debían sus saberes en gran
medida a los avances de los protestantes. En suma, Que la Reforma (protestante) del
siglo XVI fue la clave para entender la Revolución científica es una verdad histórica
admitida en todas las áreas. Me temo que solo esté admitida en las áreas protestantes, y
no sé si en todas.

Debe reconocerse, de entrada, que relacionar protestantismo y ciencia resulta


aventurado, por cuanto uno de los fundamentos de aquel es el firme rechazo a la razón y
al libre albedrío; no parece fácil que la ciencia pudiera desarrollarse sobre tales supuestos,
y me parece que don César, llevado de su fervor protestante, confunde aquí, como en los
apartados anteriores, datos y argumentos.
Don César debiera reflexionar en que, si la ciencia, el pensamiento científico, partiese
de la Biblia y sus incitaciones a estudiar el universo, los judíos antiguos tendrían que haber
destacado por una ciencia poderosa. Y sin embargo no hubo nada de eso. La
incorporación de los judíos a la ciencia es un fenómeno históricamente reciente. Para
empezar, desde mucho antes de la Biblia los sacerdotes de las culturas de Mesopotamia,
Egipto o La India hacían interesantes observaciones astronómicas (teñidas de astrología)
y naturalistas, y algo así hubo también en China. Y la ciencia, el pensamiento científico
propiamente dicho, no aparece en Israel, sino en la Grecia clásica, esa que tan poca
gracia hace al señor Vidal porque, según él, ha contaminado al catolicismo apartándolo de
la pureza del Libro y volviéndolo medio pagano.

Si el origen del pensamiento científico se encuentra en Grecia, es obvio que el


despliegue científico en la Europa del siglo XVI-XVII no puede deber mucho a la herencia
hebraica. Y, efectivamente, no lo debe: si podemos detectar una recuperación de la ciencia
debemos encontrarlo en la católica Italia del Renacimiento, con patrocinio eclesiástico y
fecundada por el pensamiento griego. Esto parece mucho más lógico y acorde con la
realidad histórica.

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Para justificar su tesis, el señor Vidal recurre al caso Galileo –a quien sí podría
considerarse, sin demasiada injusticia, el padre de la ciencia moderna—y lo explica así:
Galileo (1564-1642) –que basó buena parte de sus avances en las obras de científicos
calvinistas holandeses– fue juzgado y condenado por la iglesia católica. Se convirtió en un
claro aviso para navegantes. Este modo de exponer el caso no parece muy propio de
historiadores profesionales, como admite serlo el señor Vidal, quien no solo olvida
donosamente a Copérnico sino que desvirtúa la realidad histórica. Creo que lo aclara
mejor Vittorio Messori, un estudioso de Galileo: “Cuando tenía casi setenta años, después
de una vida honrada por la Iglesia, salvo una prudente advertencia para que no
transformase simples conjeturas en certezas indiscutibles, Galileo fue condenado no por lo
que decía, sino por cómo lo decía, ya que sus propias hipótesis –y entonces no pasaban
de ser eso, y las pruebas que aportó se revelaron equivocadas—eran mantenidas por
muchos científicos que, a la vez, eran frailes y monjes. Copérnico, a quien Galileo se
remitía, era un devoto canónigo polaco, respetado por los papas y execrado en cambio por
Lutero y por otros reformadores que, por una vez, celebraron una iniciativa de la Iglesia
católica y dijeron que, si hubiera caído en sus manos, Galileo se habría dejado la piel. En
cambio, en manos romanas, no pasó siquiera un día en la cárcel y fue hospedado y
confortado por cardenales y obispos, ni se le impidió investigar ni publicar, hasta el punto
de que su obra científica más importante la editó tras la “terrible” condena consistente en la
recitación diaria de algunos salmos penitenciales”. Esto parece, nuevamente, mucho más
ajustado a la realidad histórica, también a la realidad del fanatismo protestante de la
época. Y que Galileo utilizara algunos inventos técnicos holandeses no quiere decir que
fuera influido intelectualmente por ellos. Lo fue mucho más por Copérnico, como señala
Messori, y posiblemente por alguna aportación española.

La desvirtuación del caso Galileo ha sido increíblemente explotada tanto por la


propaganda protestante como por la comunista y atea (algo parecido, salvando las
distancias, a la explotación desenfrenada de la supuesta matanza de la plaza de toros de
Badajoz por las izquierdas). En fin, la realidad del caso Galileo es bien conocida desde
hace muchos años, aunque la persistente propaganda haya creado una leyenda urbana
triunfante en ámbitos populares, incluido el Eppur si muove. A don César parece gustarle
más la leyenda urbana; está en su derecho, pero ello no resulta excesivamente
profesional, si me permite señalárselo. También en Nueva historia de España lo he
explicado y ahora voy entendiendo por qué a don César le ha gustado tan poco mi libro.
Como no vamos a entrar en cada caso, diré que sus interpretaciones de Pascal o de
Descartes adolecen del mismo fallo –la tendenciosidad– que la de Galileo.

Señalemos de pasada que es errónea la imputación habitual de que la ciencia sufrió un


eclipse durante las edades de Supervivencia y Asentamiento de Europa. La palabra
correcta sería más bien retroceso. No me extenderé, por no alargar demasiado el
comentario, y puesto que tampoco lo trata don César.

Dejaré aparte interpretaciones del señor Vidal como la de la “Invencible”. Podría


recordar, puestos a ello, los desastres navales ingleses inmediatamente posteriores a la
Invencible, o el de la Invencible inglesa que fue a conquistar mucho tiempo después
Cartagena de Indias: ¿diría que las derrotas inglesas fueron causados por el
protestantismo o por una inferioridad técnica o científica achacable al protestantismo? A
veces don César cae en lo pintoresco.

Tampoco es aceptable su pretensión de reducir a la insignificancia el número y mérito


de los científicos católicos. Su nómina hasta hoy es en verdad impresionante, no hará falta
que me extienda al efecto. Pero tiene razón, en cambio, cuando recuerda que, como todo
el mundo sabe, fue en algunos países protestantes (más o menos protestantes, como
Inglaterra) donde la ciencia alcanzó mayor desarrollo. Como también es un hecho histórico
que gran número de científicos, cada vez más a partir del siglo XVIII, cambió el
protestantismo y el catolicismo por el ateísmo o el agnosticismo (¿cuántos premios Nobel
científicos, que don César presenta como judíos y protestantes, son en realidad ateos o
agnósticos? Aparte de que la tendencia en una época puede invertirse en otra). Sin olvidar
que los musulmanes, durante algunos siglos, desarrollaron una ciencia considerable,
influida, nuevamente por Grecia (y la India), o que la ortodoxa Rusia y la Unión Soviética
desarrollaron en los siglos XIX y XX una ciencia notable, ajena por completo al
protestantismo, como actualmente Japón o China.

¿Qué conclusión nos ofrece la historia? Pues que, contra las preferencias del señor
Vidal, la ciencia tiene muy poco que ver con la Biblia (que no es un libro científico, sino de
fe) o con las religiones judía o protestante. Tampoco vamos a caer en la tesis hoy tan
extendida de que ciencia y religión se oponen. En Nueva historia de España he indicado
que los orígenes más remotos de la ciencia podrían encontrarse probablemente en
algunas actitudes y actividades sacerdotales de las civilizaciones antiguas. La historia de
las relaciones entre religión y ciencia es compleja, a veces conflictiva y otras de mutuo
refuerzo (como sugería Bacon). En todo caso no es en absoluto la relación que establece
el señor Vidal. El hecho histórico constatable, insisto, es que la ciencia no nace en Israel,
sino en Grecia, cuyo pensamiento fecunda su renacer en Italia y a partir de ella en gran
parte de Europa; y que es perfectamente asumible por muy diversas religiones e
ideologías, incluso ateas.

Dicho esto, podemos abordar el atraso científico de España con respecto no solo a
algunos países protestantes, sino también católicos. El atraso es indudable y, sabiendo ya
que no puede achacarse al catolicismo, habrá que buscar otras causas.

En Nueva historia de España he aventurado la hipótesis de que una causa, al menos,


radica en la tradición y el carácter fuertemente romanos de la cultura española. Como es
sabido, la cultura latina, al revés que la griega, fue poco dada a especular –y la
especulación es una base esencial del pensamiento científico, junto con la observación y
la experimentación–: tuvo un carácter realista y técnico, no especulativo y científico. Y ese
carácter se aprecia como una constante en la cultura española. Dicho de otro modo: al
revés que Italia, España recibió muy poca sustancia fecundante de Grecia. Y al igual que
Roma, la época dorada de España impresiona por la potencia técnica desplegada en las
flotas, las ciudades, las obras públicas y las comunicaciones a lo largo y ancho de su
imperio. Pero no impresiona por su poder especulativo y científico en ciencias naturales, o
en ciencia en general, salvo excepciones brillantes como la Escuela de Salamanca (que
don César infravalora por el hecho evidente de que fue católica).

La época gloriosa de España obró después como un hechizo paralizante, creyéndose


que podía mantenerse sin cambios. No hubo un desarrollo del Siglo de Oro, sino un
anquilosamiento, movido por un temor extremo a las novedades. Quevedo es una buena
muestra: constata y lamenta la decadencia pero es incapaz de discernir sus causas y de
proponer soluciones eficaces. En el siglo XVIII lo vemos nuevamente en Forner, que hace
una crítica bastante aguda de la Ilustración, pero no percibe “las novedades”, los nuevos
problemas y actitudes ante ellos, creyendo implícitamente que todo está ya descubierto y
asentado. Lo notamos hoy, igualmente, en el pensamiento conservador.

Otras veces he señalado esa característica en la enseñanza actual, nuevamente


expandida en el franquismo después de siglos de retrocesos y desatenciones: nuestra
universidad ha sido y es capaz de formar buenos, incluso excelentes profesionales, pero
apenas salen teóricos y científicos con ideas nuevas. Se aprende lo que otros han dicho o
descubierto, pero se rehúyen los problemas y debates y no se aporta casi nada original. A
veces se ha considerado esta muy lamentable deficiencia considerándola una especie de
peculiaridad étnica o genética, bien aceptándola, incluso con chulería, bien utilizándola
para denigrar el conjunto de nuestra cultura. Yo creo que se trata más bien de un problema
educativo, como he señalado en muchas ocasiones. Opino que fue la educación lo que
hizo grande a España, el anquilosamiento y retroceso educativo el que motivó su
decadencia, y un replanteamiento acertado de ella lo que podría volver a hacer de España
una nación de primer orden.

Volviendo al señor Vidal, tengo la impresión de que sus apasionados prejuicios


protestantes le llevan a emplear una metodología defectuosa y a caer en errores y olvidos
a veces sorprendentes, un poco al estilo de nuestros historiadores izquierdistas: lo que no
cabe en sus esquemas no existe o queda condenado o desvirtuado, mientras acumula
hechos y datos que parecen confirmar la tesis previa. Se ha dicho que, como en la historia
se encuentra de todo, cualquier tesis puede asentarse con tales métodos. Lo hemos
observado cuando abordó la cuestión del trabajo, las finanzas y la educación (que él
confunde con alfabetización) y nuevamente en relación con la ciencia. También emplea
aquí, de modo inapropiado, el argumento de autoridad citando como definitivas las tesis
de algunos autores y despreciando por las buenas las discrepantes. Pero precisamente el
pensamiento científico rechaza el argumento de autoridad, como proclama el lema de la
Royal Society nullius in verba. No es que la ciencia prescinda de la autoridad, eso
constituiría un grave error, sino que no la considera el argumento definitivo.

Dado que don César admira la ciencia, y que demuestra además un fuerte patriotismo,
podría aplicar más cuidadosamente sus principios, ya que con sus metodologías me temo
que no saldría España del paso. Lo mismo que su admiración por Usa no significa que él
comparta necesariamente las virtudes useñas. Hay un fondo en que estamos de acuerdo
él y yo, y es en la defensa de la ciencia y de la cultura española. En lo que discordamos es
en los criterios al respecto.

(En LD, 22-11-2011)

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