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Ojo:
Completar notas 180 y 181: Ibidem, no corresponde
Pasó por este lugar y entró en nuestro convento el Rey, nuestro señor, a 10 de
julio de 1643, y dejóme mandado que le escribiese; obedecíle, y en seis o siete cartas
le dije que oyese a los siervos de Dios y atendiese a la voluntad divina que por tantos
caminos se le manifestaba, y también supliqué a S. M. que mandase quitar los trajes
profanos, como incendio de los vicios; ofrecíle las oraciones de la Comunidad y las
pobres mías; pedíle obligase al Altísimo, mejorando y perfeccionando las propias
costumbres. Después me escribió la carta siguiente 2.
De esta manera tan directa y sencilla sor María de Jesús de Ágreda exponía
la forma cómo había iniciado la intensa correspondencia con Felipe IV. Consi-
derando como algo normal el mantenimiento de comunicación tan íntima entre
un rey y una monja y dando por supuesto que entre ambos existía un lenguaje
común capaz de entender conceptos tales como “los siervos de Dios”, “la volun-
tad de Dios que por tantos caminos se manifestaba” 3 y que se podía “obligar” a
Dios a que nos ayudase en esta vida a cambio de “mejorar y perfeccionar las pro-
pias costumbres”, sin especificar en qué consistían o cómo se practicaban “las
buenas costumbres”.
1 Este trabajo forma parte del proyecto de investigación, concedido por el MICINN,
número de referencia HAR2009-12614-C-1.
2 Cartas de sor María de Jesús de Ágreda y de Felipe IV, Madrid 1958, ed. de C. Seco
Serrano, p. 3.
3 La monja plantea al rey el problema del discernimiento. El discernimiento espiritual
se sitúa en una esfera íntima y personal, en el trato y la forma de vivir la relación con Dios.
El discernimiento de los espíritus se proyecta hacia las manifestaciones externas (M. RUIZ
JURADO: El discernimiento espiritual, Madrid 1994; M. MARTÍNEZ: El discernimiento, Madrid
1984; J. CARROL FURELL: El discernimiento espiritual, Santander 1984; J. CARO BAROJA: Las
formas complejas de la vida religiosa, Madrid 1978; J. L. SÁNCHEZ LORA: Mujeres, conventos
y formas de religiosidad barroca, Madrid 1988).
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13 P. L. ECHEVARRÍA GOÑI: “La Madre Ágreda y la construcción…”, op. cit., pp. 75-103.
14 Su vida se puede ver en J. XIMÉNEZ SAMANIEGO: Relación de la vida de la V. M. sor
María de Jesús. “Prólogo Galateo” a la “Mística Ciudad de Dios”, Madrid 1721; T. KENDRICK:
Mary of Agreda…, op. cit. Bibliografía sobre la monja, J. A. PÉREZ RIOJA: Proyección de la
venerable María de Ágreda…, op. cit.
15 E. ROYO: Autenticidad de la Mística Ciudad de Dios…, op. cit.
16 Mystica Ciudad de Dios, milagro de su omnipotencia y abismo de la gracia. Historia
divina y vida de la Virgen Madre de Dios, Madrid 1670. También A. M. ESPÓSITO: La Mística
Ciudad de Dios (1670). Study and Edition, Potomac 1990.
17 J. CAMPOS: “Los Padres Juan de Palma, Pedro Manero y Pedro de Arriola y la Mística
Ciudad de Dios”, Archivo Ibero-Americano (1966), pp. 2-3. Un bosquejo de la vida de Juan de
Palma en BNE, Ms. 4.024, ff. 39r-40v. Datos sobre el padre Manero en J. CAMPOS: “La
venerable madre Ágreda y su obra en Navarra”, Analecta Calasanctiana 14 (1965), pp. 327 ss.
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Luis de la Puente, los Soliloquios de san Agustín, Francisco de Osuna, etc. Con
este bagaje (además de su inspiración divina) pudo escribir su gran obra, Mística
Ciudad de Dios, que fue incluida por Roma en el Índice de libros prohibidos en 1681,
once años después de que se publicara, lo que provocó una gran controversia has-
ta que Clemente XI (1700-1721) la retiró definitivamente del Índice 18. Sor Ma-
ría se esforzó en que quedara bien claro que ella sola había sido la autora de esta
obra e insistió en que había sido “dictada y manifestada” por la propia Virgen a la
autora 19. De esta manera, la obra puede interpretarse como un diálogo entre la
monja y la Virgen, quien le fue dictando lo que debía de escribir.
Con todo, la fama que sor María de Ágreda ha logrado tener en la historia,
se ha debido a dos acontecimientos ajenos a esta obra. En primer lugar, en el
mundo hispánico, a la presencia prodigiosa de catequizar a pueblos indígenas de
ciertas zonas de México, sin salir de su recinto, merced al fenómeno de la bilo-
cación, que experimentó durante los primeros años de su estancia en el conven-
to. En segundo lugar a la correspondencia mantenida asiduamente con el rey
Felipe IV durante los veintidós últimos años de su vida y del monarca 20.
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González Galindo, que intentaban apartar a Olivares del poder real. El propio
Felipe IV hacía referencia a estas formas de revelaciones que manifestaban te-
ner algunos visionarios con el fin de influir en la voluntad real 21: “Algunos re-
ligiosos me dan a entender que tienen revelaciones, y que Dios manda que
castigue a éstos o aquéllos y que eche de mi servicio a algunos” 22. Pero, además
de mantener correspondencia con Felipe IV y diversos miembros de la familia
real, la monja se escribió, desde 1628, con don Fernando de Borja, virrey de
Aragón; con su hijo Francisco, con el duque de Híjar, con el nuncio de España
(futuro Clemente IX), con otras religiosas de su orden, etc. 23.
Esta “vocación” política de la monja de Ágreda ha llevado –como resulta lógi-
co– a plantearse, en primer lugar, cuál fue el motivo y la fecha en que sor María
tomó contacto con la corte. En este sentido, las opiniones han sido diversas. Para
algunos estudiosos, el conocimiento de sor María fue a través de su fama de bilo-
cada como llegó su nombre al monarca; cuando fray Alonso de Benavides, provin-
cial de los franciscanos en Nuevo México, llegó a Madrid, en 1630, manifestando
el extraño suceso de que unos indios ya habían sido catequizados por una monja
(sor María de Ágreda) cuando los misioneros franciscanos se encontraron por pri-
mera vez con ellos 24. Tal fama, daría lugar a que Felipe IV se acercase a verla en
1643, como testimonia la propia monja. Marañón, por su parte, cree que la rela-
ción de la monja con la corte es anterior a la caída del Conde Duque de Olivares;
es más, la sitúa en el mismo grupo de mujeres que contribuyeron a la caída del
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omnipotente valido con sus intrigas. La “conspiración de las mujeres” 25, como
denomina Marañón, estaba formada por un grupo de nobles, encabezadas por la
propia reina Isabel de Borbón, doña Margarita de Saboya (duquesa de Mantua),
doña Ana de Guevara y sor María de Ágreda, que tenía fama –en todo el reino–
de mujer extraordinaria por sus revelaciones y arrebatos místicos, lo que induci-
ría a que algunos confesores y nobles aconsejasen al monarca que se pusiera en re-
lación con ella. Marañón se basa en el Nicandro para hacer esta afirmación:
Pero de lo que ya me río, ya me indigno y ya me compadezco, es de algunos
hombres que con pocas letras en la verdad y con apariencia de virtud han querido
desacreditar al Conde y sus acciones introduciendo revelaciones de mujeres devotas
para apoyar que ha sido divino influjo el apartamiento. Como si Dios necesitara de
esos medios cuando podía inspirar a V. Majd y revelarle sus decretos soberanos,
que fuera más conforme a la razón y al modo de su sabia providencia. Pero que
trate con mujeres encerradas los puntos de la Monarquía que a V. Majd tocan, no es
justo pensarlo de Dios, ni ha usado de este modo con su Iglesia; demás de que cuando
V. Majd tuviere revelaciones semejantes debía examinarlas mucho por no errar
como muchos de los santos que peligraron en este escollo 26.
Para otros autores, Felipe IV conoció a sor María de Ágreda el 13 de julio de
1643 por iniciativa de fray Juan de Santo Tomás 27. Este fraile dominico habría
llegado al entorno real de la mano de su hermano de Orden, fray Pedro de Tapia,
profesor en Alcalá de Henares junto a fray Juan de Santo Tomás, y del duque de
Medinaceli, quien le nombró su confesor 28. La biografía de Tapia pone de mani-
fiesto que fray Juan de Santo Tomás se movía entre los círculos contrarios a Oli-
vares 29: Juan de Palafox y Mendoza, miembro del Consejo de Indias desde 1633
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(después arzobispo de México, 1642) era muy amigo de Tapia 30. En 1639, Juan
de Santo Tomás era propuesto en el Consejo de Indias para ocupar una mitra en
América, figurando Palafox en la comisión de propuesta. El dominico intervino
–desde 1629– en las Juntas que se hicieron para los catálogos de libros prohibidos de
1632, junto a importantes teólogos como Juan de Pineda y Luis de Torres 31, y en
las reuniones posteriores que dieron lugar a la edición del Índice de 1640.
Ciertamente, en 1640, el Conde Duque se había propuesto sustituir al confe-
sor real, dada la avanzada edad de fray Antonio de Sotomayor, y le aconsejó que se
retirase al convento de Salamanca. Sotomayor propuso a Tapia para sucederle en
el cargo, pero Olivares no aceptó por no tener excesiva confianza en él; es más, pa-
ra evitar este nombramiento, el Conde Duque supo influir para alejar a Tapia de
la corte y promocionarle como obispo de Segovia. No obstante, el dominio del va-
lido en el entorno del monarca no era completo: al poco tiempo (26 de abril de
1642), Felipe IV salió de Madrid camino de Aragón; durante su ausencia, había
nombrado a la reina como gobernadora del reino con la asistencia del cardenal Bor-
ja y un grupo de consejeros, mientras se encargaba el conde de Castrillo de las cues-
tiones financieras 32. Fue durante esta etapa de soledad política de la reina Isabel
Antes que desmenucemos cada género de estos pecados, ay un pecado que parece
abarcar todos los géneros propuestos, y ha influido mucho en la falta de gobierno, que
fue poner un valido y conservarle tanto tiempo, dándole tan amplia potestad que todos
entendían estar dependientes de él en todo y por todo, todos le temían y no se atrevían
a comunicar con su Rey sus aflicciones y trabajos, con lo cual, el reino ha estado en un
general desconsuelo. El dar tanta mano y poder a uno fue, sin duda, un pecado grande
porque los Reyes no pueden poner en otro el poder que Dios les ha dado […] Debe el
Rey poner remedio en esto, no solo apartándolo (como ya se ha hecho) sino asegurando
a su Reino que ni él ni otro volverá a tal ministerio, sino que el Rey despachará y
gobernará por sí, sin valido, sino en la forma ordinaria, como en estos reinos se usa”
(G. DESDEVISES DU DEZERT: “Este papel contiene el modo de discurrir acerca de los
Pecados de los Reyes”, en Melanges Litteraires publiées à l’ocassion du centenaire de la
Faculté des Lettres de Clermont-Ferrand, París 1910, pp. 37-54).
30 Para el personaje, G. ARGÁIZ: Vida de don Juan de Palafox, introd., ed. y notas de R.
Fernández Gracia, Pamplona 2000; C. ARTEAGA: Una mitra entre dos mundos. La del
venerable señor don Juan de Palafox y Mendoza, Sevilla 1985; F. SÁNCHEZ CASTAÑER: Juan
de Palafox, virrey de Nueva España, Madrid 1988. Asimismo, resulta de suma utilidad la
obra conjunta: Palafox, Cultura y Estado en el siglo XVII, Pamplona 2001.
31 M. ANDRÉS (coord.): Historia de la teología española, Madrid 1983, pp. 96 y 142.
32 M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV, rey de España, Madrid 1886, CODOIN 86, pp. 21-22.
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de Borbón cuando mandó llamar a Tapia, que se encontraba en Alcalá, para con-
sultarle sobre los problemas de la Monarquía y el gobierno 33. La presencia de Ta-
pia se extendió hasta 1643, y muy probablemente fue cuando se introdujo el
nombre de fray Juan de Santo Tomás para ser nombrado confesor del rey.
A la hora de resumir las opiniones de los especialistas sobre los orígenes de la
influencia de sor María en la corte de la Monarquía hispana, considero que resul-
ta muy pertinente realizar dos precisiones. En primer lugar, no hace falta acudir
a sucesos espectaculares para explicar el inicio de esta relación. El convento de sor
María fue conocido en la corte (y es de lógica, que también la monja) al poco
tiempo de su fundación en 1620, dado que –como hemos visto– numerosas mu-
jeres, pertenecientes a familias nobiliarias con residencia en la corte profesaron en
él. En segundo lugar, según las diversas interpretaciones históricas, la caída del
Conde Duque de Olivares estuvo propiciada por una serie de personajes y faccio-
nes cortesanas que utilizaron el predicamento e influencia espiritual tanto de sor
María de Ágreda como de fray Juan de Santo Tomás para propiciarla.
En efecto, estos religiosos utilizaron su autoridad espiritual para dominar o, al
menos, influir en la voluntad del monarca, ahora bien, ellos también fueron per-
sonajes maleables por las distintas facciones cortesanas y por el propio nuncio Pan-
cirolo, quienes les asesoraban acerca de los consejos que debían dar al rey. No se
debe olvidar que la santidad es un correlato de la inocencia y tanto el confesor co-
mo la monja confidente detentaban un poder sobre el monarca, que no siempre sa-
bían cómo administrar, sobre todo en aquellos temas que no dominaban y de los
que era preciso asesorar al rey. Ciertamente, las visiones de hombres religiosos, en
torno a la evolución de la Monarquía, que buscaban influir en el ánimo del monar-
ca, fueron frecuentes en esta época señalaba el propio Felipe IV en su primera car-
ta a sor María 34, pero ninguna fue tomada en serio por el monarca excepto las de
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sor María, lo que dio esperanza a los miembros del grupo que estaban tras la mon-
ja de Ágreda de conseguir sus objetivos políticos a través de medios religiosos.
35 Sobre la prisión, Memorial Histórico Español 15, pp. 347 y 411; J. PELLICER Y TOBAR:
Avisos, en Seminario Erudito de don Antonio Valladares y Sotomayor, Madrid 1790, XXXI,
pp. 104-105.
36 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, pp. 104-105.
37 J. H. ELLIOTT: El Conde Duque de Olivares. El político en una época de decadencia,
Barcelona 1990, p. 540.
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38 J. H. ELLIOTT: El Conde Duque de Olivares..., op. cit., p. 542. Una revisión de esta
fama “judeoconversa” del Conde-Duque, en J. I. PULIDO SERRANO: Injurias a Cristo.
Religión, política y antijudaísmo en el siglo XVII, Madrid 2002, pp. 48-51.
39 Ya en 1633, F. DE QUEVEDO había escrito Execración contra los judíos (ed. de F. Cabo
y S. Fernández Mosquera, Barcelona 1996) en el que denunciaba el predominio que estaban
alcanzando los judíos en la sociedad. F. DE QUEVEDO: La hora de todos y la fortuna con seso,
introd. y notas L. López-Grigera, Madrid 1985, pp. 189-193.
40 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, p. 178. Madrid, 19 de junio 1640.
41Ibidem, pp. 229-230. Madrid, 23 de octubre 1640. El 17 de julio de 1640, Pellicer
informaba que, en la corte,
“todo es ahora tratar de responder a la proclamación católica de los catalanes y a otros
papeles que han estampado. En esto están ocupados don Alonso Guillén de la
Carrera, del Consejo Real de Castilla; el doctor don Francisco de Rioja, inquisidor
de Sevilla, cronista de su Majestad; y el licenciado Juan Adán de la Parra, inquisidor
ordinario, y otros que escriben a su devoción” (Ibidem, p. 244).
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El 2 de julio de 1641, Pellicer y Tobar informaba que había salido un “libro titulado
Aristarco o Censura a la proclamación católica, que escribieron los catalanes el año pasado”.
Su autor era el inquisidor don Francisco Rioja, cronista de su Majestad (Ibidem, p. 89).
Sobre el tema, A. SIMON TARRÉS: “La historia en l’estrategia política dels dirigents catalans
per enderrocar Olivares. Encara sobre la Proclamación Católica”, en Pedralbes 27 (2007), pp.
97-112, con una completa bibliografía.
42 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, pp. 93 y 96.
43 “Lo que se dice con más certeza del duque de Nochera es que escribió tres cartas
bien extravagantes. Una a los catalanes, representándoles cuán mal hacían en haberse
levantado contra su rey, en tiempo que S. M. estaba tan apretado por todas partes; y
que a vueltas de la reprehensión les iba señalando todos los modos de los aprietos
que tenía S. M. y de las cosas que necesitaba. La segunda carta era al Reino de
Aragón, diciéndole que el rey no podía o no quería asistirles en esta guerra, que
buscasen modo de defenderse de los catalanes. La tercera al rey, nuestro señor,
advirtiéndole que los aragoneses eran más traidores que los catalanes y que antes
ayudarían a Francia que a S. M.” (Ibidem, p. 99).
Sobre el tema, E. SOLANO CAMÓN: “Coste político de una discrepancia: la caída del duque
de Nochera”, en Primer Congrés d’Història Moderna de Catalunya, Barcelona 1984.
44 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, p. 248. Madrid, 11 de diciembre 1640.
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Los primeros actos de gobierno del monarca, tras la caída de Olivares, consis-
tieron en tomar las riendas del gobierno en sus manos, metiéndose en una profun-
da transformación del gobierno de la Monarquía: el 24 de enero de 1643, Felipe
IV enviaba un memorial a los Consejos en el que declaraba sus intenciones:
Con esta ocasión me ha parecido advertir al Consejo que la falta de tan buen
ministro no la ha de suplir otro sino yo mismo, pues los aprietos en que nos
hallamos piden toda mi persona para su remedio, y con este fin he suplicado a
Nuestro Señor que me alumbre y ayude con su auxilio para satisfacer a tan grande
obligación y cumplir con su santa voluntad y servicio, pues sabe que este es mi
deseo único, y juntamente ordeno y mando a este Consejo que, en lo que es de su
parte, me ayude a llevar esta carga como lo espero de su celo y encargo 49.
Asimismo se produjeron de manera inmediata diversos cambios en la admi-
nistración central 50: se restableció el gobierno de los Consejos y se suprimió el
sistema de Juntas que había sido la forma de gobernar durante el período del
no lo sabré jurar, pero tengo por sin duda que el Conde no está fuera de la gracia del
Rey, y que S. M despacha por sí casi todo lo importante ayudándose del conde de
Castrillo y de D. Luis de Haro, y que éste último tiene hoy la mayor parte de la gracia
del Rey. El Sr. D. Luis de Haro, por su natural templanza o por no parecer vengativo,
o porque se asegura bastantemente en el valimiento que tiene, o porque no considera
totalmente fuera de sí a su tío, o por la obligación que tiene a la condesa de Olivares,
que siempre ha sido amiga suya, no quiere descomponer al Conde ni a sus hechuras;
y se va poco a poco en la introducción y manejo de los negocios; demás que la
monarquía está tal que justamente puede temer que espire entre sus manos y si no es
esto, no hay otro medio sino echarse en oración, porque si no se revela, no hay quien
lo atine” (Madrid, 12 de mayo 1643. Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús sobre
los sucesos de la Monarquía entre los años 1634 y 1648, Madrid 1863, pp. 85-86).
49 Decreto que su Magestad baxó a todos los Consejos, a 24 de henero 1643, un día después
que salió de palacio y de la privanza el Conde Duque (BNE, Ms. 4.147, ff. 217-218; AHN,
Consejos, leg. 2.812, caja 2).
50 “Los papeles que tenía el Señor Protonotario por apartarle del Consejo de Aragón, le
dieron el de Indias de capa y espada, y pasaron el oficio de Protonotario de aquella
Corona a su sobrino, hijo del señor Justicia de Aragón, su hermano, y en tanto le sirve
el secretario Pedro de Villanueva. Quedó el Protonotario con la Secretaría de Estado
de la parte de España, que tenía antes, y con la de Flandes, que tenía Rozas. Con esto
sacó su oficio de palacio y lo llevó a su casa. Bien es verdad que, por enfermedad de
Rozas, continuó el despacho con S. M. como antes, hasta poco antes de la jornada,
que Rozas estuvo bueno y se entregó de los papeles y se dieron sus ausencias y
enfermedades a Don Fernando Ruiz de Contreras” (J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…,
op. cit., XXXIII, p. 29).
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Conde Duque 51. Para ello se expulsó a los personajes que controlaban el sistema
polisinodial (presidentes de los Consejos) y se buscó a letrados convencidos del
viejo sistema: se le obligó a que dejase la presidencia del Consejo de Castilla a
Diego de Castejón y que aceptase el obispado de Tarazona, al mismo tiempo que
dicho cargo se pasaba a don Juan de Chumacero, insistiendo en que el nombra-
miento se hizo “de la misma forma que el dio el rey don Felipe II al cardenal Es-
pinosa” 52 y que además fue de “presidente y no de gobernador del Consejo” 53.
Paralelamente se llamó a otros tres famosos letrados para que iniciasen una “vi-
sita” a los ministros que habían ocupado los cargos durante el valimiento de Oli-
vares: Diego Arce y Reinoso, Diego de Rians (presidente de la Chancillería de
Valladolid) y Juan Quipo de Llano. Pocos meses después, Pellicer afirmaba que
uno de los visitados había sido el fiscal del Consejo de Hacienda, don Rodrigo Ju-
rado 54. Asimismo, fruto de este afán polisinodial fue la creación del Consejo de
51 “El viernes pasado se halló S. M. en consejo de Estado, que duró desde las nueve de
la mañana hasta las doce y media. La materia que se trató no se sabe. Lo que resultó
fue que S. M. envió al secretario Rozas con tres recados: uno al conde de Castrillo,
con el cual estuvo media hora Rozas, otro al conde de Oñate con quien estuvo una
grande hora, y otro a D. Juan Chumacero, con quien estuvo otro tanto como con el
de Oñate. Su Majestad despacha por sí solo y con el primero secretario que la
ocasión de hacerlo ofrece algunos expedientes. Hemos sabido hechos con tan gran
cordura y inteligencia de los negocios que admira que tal caudal estuviese sin su
debido empelo y la satisfacción de todos en sus resoluciones es tal, que si muchos
años se hubiera empleado en esto, no lo pudiera hacer con más acierto ni mejor.
(Madrid, 1 de febrero 1643. Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús, Madrid
1863, Memorial Histórico Español 18, p. 228).
52 Ibidem, p. 30; M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV..., op. cit. (CODOIN 86), pp. 88-91.
Sobre la forma y el significado en que Felipe II nombró a Espinosa presidente del Consejo
de Castilla, véase mi trabajo: “En busca de la ortodoxia: el Inquisidor General Diego de
Espinosa”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN (dir.): La Corte de Felipe II, Madrid 1994, pp. 107-148.
53 M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV..., op. cit. (CODOIN 86), p. 91. Chumacero mantuvo
correspondencia con sor María de Ágreda, si bien, parece que se limitó a buscar apoyos para
vencer en luchas de facciones cortesanas, concretamente desplazar a don Luis de Haro (A.
MORTE ACÍN: Misticismo y conspiración…, op. cit., p. 281).
54 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 69.
“El día de septuagésima predicó en la capilla real fray Juan de Ocaña, fraile
capuchino. Todo el sermón fue contra el señor Conde Duque, confirmando al Rey en
su determinación... al conde de Oñate, que era grande personal, le ha dado S. M la
grandeza para su casa, [...] al marqués de Leganés dicen le han enviado llamar y se
tiene por cierto es para visitarle. También llama a toda prisa al de Torrecusa para que
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Cámara de Indias, que se formó en febrero 1644 y cuya primera composición fue
el conde de Castrillo, Pedro González de Mendoza, Pablo Arias Templado y el
Protonotario. Esta medida levantó numerosas quejar por parte de otros oidores
por considerar que se les agraviaba 55.
Los cambios también afectaron a los principales cargos de la Monarquía. El
15 de septiembre de 1643, en el entorno del monarca, que se hallaba en Zara-
goza, se discutía:
que el señor marqués de los Vélez volverá a Roma 56. El señor duque de Medina
de las Torres volverá a España. El señor Almirante de Castilla va a Nápoles; a
Sicilia el señor duque de Arcos; a Valencia el señor conde de Oropesa; a Navarra
el señor don Felipe de Silva; a Alemania va como plenipotenciario y embajador
ordinario el señor Conde de Peñaranda, quitándose la garnacha. También se dice
que el arzobispado de Zaragoza se da al señor Patriarca, y todos sus puestos al
señor don Antonio de Aragón 57.
Sin embargo, fue tras la expulsión de la esposa del Conde Duque de la casa
real (el 3 de noviembre), cuando se produjo el gran cambio de personajes en el
haga oficio de general de Cataluña […] S. M. llamó a los consejeros de Cámara el otro
día, y de estos solo a tres, que fueron: Francisco Antonio de Alarcón, Antonio de
Contreras y Campo Redondo. Estuvo con ellos más de dos horas y media, no se ha
sabido cosa alguna de lo que se trató. José González, ni el Peñaranda [Ipeñarrieta] no
fueron de los escogidos, ni tampoco D. Luis Guidiel, que también son los tres de la
Cámara” (Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la Monarquía
entre los años 1634 y 1648, Madrid 1863, Memorial Histórico Español 17, pp. 4-5).
55 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 143.
56 El nuncio Fachinetti le hacía el siguiente retrato al cardenal Barberini, en carta
fechada el 20 de marzo de 1641:
“Se ha oído de fuente segura que, dentro de poco, servirán ahí un embajador.
Algunos creen que será destinado el marqués de los Vélez. La calidad de este señor
por la nobleza de sangre, suavidad de costumbres y trato grave, como por la mucha
piedad y reverencia que manifiesta hacia la Santa Sede y el respeto al nombre de Su
Santidad, parecen propios para este oficio. Es hombre flemático y se precia de muy
razonable; tiene opinión de saber mucho, excepto en el arte de la guerra, de la cual
dice que está totalmente ayuno. Conmigo ha insistido en el principio, que mantiene
siempre, de que la conversación de esta Monarquía depende de la buena inteligencia
con los Sumos Pontífices” (Q. ALDEA: “España, el Papado y el Imperio durante la
guerra de los Treinta Años, 1: Instrucciones a los Embajadores de España en Roma,
1631-1643”, Miscelánea Comillas 16/29 [1958], pp. 405-406).
57 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 72.
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Sin embargo, al mismo tiempo que se extendía la alegría entre los Grandes
y nobles en general, por la expulsión del Conde Duque, se dibujaba la nueva di-
visión de facciones y rivalidades que iban a dominar las luchas cortesanas en los
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próximos años. No resulta extraño que tras escribir la carta de despedida a Oli-
vares en El Escorial, cuando el rey regresó a Madrid (el jueves 22 de enero de
1643) salieron diez grandes a recibirle. Estos nobles eran: el duque del Infanta-
do, el conde de Lemos, el duque de Benavente, el marqués de Villafranca, el Al-
mirante, el Condestable, Fuensalida, Béjar, Osuna e Híjar, que iba –como dice
Novoa 61– de “capitán de la moción”. Al verlos, el monarca preguntó qué les
obligaba a venir en tan gran número, a lo que respondió don Francisco de Bor-
ja (otro perseguido de Olivares), que también se juntó con ellos, que había lle-
gado “el tiempo en que S. M. conociera la verdadera devoción que los grandes
le tenían” 62. El duque de Alba no quiso asistir y dijo que antes asistiría a repo-
ner a Olivares, lo que ocasionó la ira de estos nobles 63. Un sagaz observador co-
mo Matías Novoa, describía la situación de la siguiente manera:
Quedó el oficio de Sumiller de corps, por la ausencia del Conde, sobre D.
Fernando de Borja, como gentilhombre de la cámara más antiguo; con que
llegando a Nápoles la nueva de la retirada de su suegro del Príncipe de Astillano,
entró en su pensamiento de volver a ella, hizo diligencias en sus cartas para ello, y
quien decía que le movían los de la facción, pero no D. Luis de Haro, por apear a D.
Fernando de Borja (…) porque ya se consideraba que el Príncipe de Astillano había
seis años que estaba en aquel virreinato y el Consejo de Italia o el Presidente de
Italia le habían consultado a éste para removerle a la embajada de Roma y poner
en Sicilia al marqués de los Vélez, premiar allí sus trabajos, y poner en Nápoles al
Almirante de Castilla, de cuyo gobierno se hablaba bien en Italia. Pero dudábase
que el de Astillano lo aceptase, antes que pugnaba por lo primero 64.
Aunque los primeros pasos en el gobierno fueron dados solo por el monarca
sin influjos nobiliarios, aconsejado por su nuevo confesor, fray Juan de Santo To-
más, muy pronto don Luis de Haro fue ganándose la confianza de Felipe IV 65,
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se neslontanò dal lato don Luigi di Aro, nel quale di presente piega la sorte migliore con
general contento della corte por esser (come diconoqui) l’idea del vero cavaliere 70.
La inclinación que mostró el monarca por don Luis de Haro motivó que los
principales nobles de la corte se coaligasen con el fin de disputarle el favor real y
para ello utilizaron los medios a su alcance, desde la críticas y panfletos literarios
hasta los consejos espirituales a través de personas consideradas santas, que te-
nían relación con Dios. Fue en esta etapa cuando la monja de Ágreda se impli-
có (y fue utilizada) en defender a sus amigos y patronos, utilizando la cercanía al
rey que le daba sus comunicaciones religiosas con el fin de que mostrara predi-
lección por ellos. No fue la única persona religiosa que se vio implicada en este
juego; cuando Felipe IV llegó a Zaragoza 71, el confesor real había reunido un
grupo de profetas en la ciudad, entre los que se encontraban el jesuita Francis-
co Franco; el padre Diego Pinto, confesor de don Fernando de Borja, virrey de
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las confidencias mantenidas entre ambos religiosos con doña Isabel de Borbón,
de la que Chumacero era confidente y por escrúpulos de conciencia ahora se lo
comunicaba a Felipe IV 76.
Como resulta fácil de deducir, la actuación de este grupo iba más allá de lo
meramente profético. Sus componentes no eran solamente “frailes milagreros y
proféticos”, ya que varios de ellos ocupaban puestos de responsabilidad en sus
respectivas órdenes o cerca de los nobles. Por otra parte, en Zaragoza se encon-
traban los patronos que optaban a ocupar el puesto que había dejado vacante don
Gaspar de Guzmán; entre tales personajes se encontraba el grupo de nobles que
formaban el “partido aragonés”, encabezado por don Fernando de Borja, para
quien, don Luis de Haro se había convertido en el máximo competidor del vali-
miento. Con todo, Felipe IV, asesorado por otros cortesanos contrarios a los pro-
fetas, ordenó expulsar de Zaragoza a todos ellos, por lo que Monterón escribió
una carta al rey en la que le aconsejaba que no debía de actuar así 77; pero todo
76 “Señor, escribía Chumacero a Felipe IV, he reparado algunos días en dar a V.M. parte
de lo que ahora, pero hame parecido de menor inconueniente romper por el juicio que
de mi se hará, que ocultar a V.M. nada de lo que sé, por si acaso pudiere aprouechar
propuesto. En 26 de Agosto escriui a la Reyna nuestra señora el Papel siguiente.
Señora: Dícenme (díjomelo el Padre Fray Francisco Montesori) en este punto (que se
sirve nuestro señor de conserbar a Orán pidiéndoselo sus sierbos. Siendo esta
diligencia precisa por el aprieto en que se hallan aquellas fuerzas, será de mucha piedad
solicitada a este intento, y con esta fee: quedo escriuiendo a la Madre María de Jesús,
y he embiado recaudo al Padre Fray Andrés de la Torre, y demás religiosos deuotos, y
capellanes de V.M. que están en San Francisco. La mesma diligencia hago con San Gil
por el Padre Fray Diego menor. La principal será la que ordenare V.M. especificando
esta necesidad. Madrid, 26 de agosto de 1643. Que S.M. respondió: Yo espero en la
infinita Misericordia de Dios, que por fauorecernos de sus sieruos se ha de doler de
esta Monarchia, y sacará de el aprieto de ahora. Mucho os agradezco las diligencias
que haueis hecho con las que me decís a estefecto. En fin en todo se conoce el amor
grande, y celo con que atendéis al servio del Ry pues no omitís medio Divino ni umano
que os parezca combeniente para conseguirlo” (BNE, Ms. 13.163, f. 158. Papeles
referentes al gobierno de Chumacero al frente del Consejo de Castilla como presidente desde
1 de febrero de 1643).
77 “Le persuadí blandamente a poco a poco cómo no deben depreciarse las voces de Dios
y lo que por sus siervos nos dice, y que no le engañasen con que la Iglesia y el concilio
dicen que no se admitan revelaciones si no aprobándose por el obispo, que advirtiese
que el concilio no hablaba de revelaciones, sino de nuevos milagros y reliquias, porque
esto pertenece al público culto” (Carta de fray Juan de Zaragoza a fray Francisco de
Monterón, fechada en Zaragoza el 24 octubre 1643. BNE, Ms. 7.007, f. 41v y Ms.
13.186, ff. 88v-89v).
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fue en vano, los “profetas” de Zaragoza tuvieron que marchar a sus tierras, si
bien, “algunos fuimos a despedirnos de la santa madre abadesa de Ágreda” 78.
Evidentemente, todos estos visionarios se conocían y estaban relacionados con
sor María como se demostró en los procesos inquisitoriales posteriores realizados
contra ellos y en el temor que surgió en la monja de Ágreda cuando se enteró de
tales juicios 79.
Al margen de sus ideas religiosas, todos ellos coincidían en proponerle al mo-
narca una política de consenso e, incluso, subordinación a los deseos e intereses
del pontífice, justificando la actuación del rey en la ética católica y en la unidad
con la otra rama de la casa de Austria (la del Imperio). Habría que remontarse a
estudiar las doctrinas de Pedro de Ribadeneira, Francisco Suárez o Roberto Be-
llarmino para entender esta justificación ideológica. No obstante, valga recordar
que fray Juan de Santa María, franciscano descalzo, defendía que las obligacio-
nes del Rey cristiano no admitían ambigüedades; desde este punto de vista, el
rey Felipe III había marcado la pauta para sus sucesores porque “Sabía muy
bien, que en la Observancia de nuestra Religión y Fe Católica consisten y se fun-
dan todos los bienes que en ésta y en la otra vida podemos esperar” 80. Por su
parte, el padre Márquez aseguraba que:
Siempre ha parecido la mayor dificultad del gobierno Christiano, el encuentro
de los medios humanos con la ley de Dios; porque si se echase mano de todos, se
aventuraría la conciencia; y si de ninguno, peligrarían los fines, en detrimento del
bien común 81.
Con todo, fue el padre Juan E. Nieremberg quien mejor precisó y puso en re-
lación la ética católica que debía seguir el rey con su actividad política, así como
la nueva justificación ideológica en la que se debía basar la Monarquía hispana.
En lo primero, el padre Nieremberg no era completamente original, pues no
hacía sino seguir la doctrina de los moralistas de las Órdenes religiosas del siglo
XVII, quienes establecían una relación directa entre los “bienes que en ésta y
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en la otra vida podemos esperar”. Así, en opinión del padre Cotón, los Santos
iban a disfrutar:
La bienaventuranza que vulgarmente se llama el cielo o gloria eterna […] es la
corona de justicia compuesta alrededor de doce cosas: la 1ª de Santidad sin
ninguna enfermedad, 2 de abundancia sin necesidad, 3 de gusto sin pesadumbre,
4 de sciencia sin ignorancia, 5 de gozo sin tristeza, 6 de paz y de quietud sin
alboroto ni rencilla, 7 de seguridad sin miedo, 8 de luz sin tinieblas, 9 de riqueza
sin riesgo de pobreza, 10 gloria sin envidia, 11 de eternidad sin fin y, finalmente,
de vida sin muerte 82.
En 1643, el padre Nieremberg escribía Causa y remedio de los males públicos.
Los argumentos del docto jesuita en defensa de su enfoque resultan irrebatibles:
“Mal se podrán curar las enfermedades que no descubren su fuente, ni se sabrá
aplicar remedio al achaque, cuyo principio se oculta o no se advierte”. La causa
de tantos males, tenían una explicación sencilla: “Estos pecados son la raíz de los
aprietos y males públicos, que vemos en estos tiempos, y qué otro puede ser su
remedio sino la reformación de las costumbres, la enmienda y la penitencia nues-
tra”. Para el jesuita, igual que para los agustinos descalzos, la historia sagrada
confirmaba las lecciones de la historia contemporánea que estaban viviendo. El
ejemplo más significativo fue el del rey David, quien había codiciado y tomado a
Betsabé, mujer de Urías, porque: “Qué otro remedio tuvo David y sus soldados
y todo el pueblo fiel que le seguía cuando se alzó con el Reino Absalón, sino acu-
dir a la penitencia, la cual fue muy notable”. Tampoco podía faltar este ejemplo
porque Felipe IV estaba padeciendo del mismo modo que David los agravios del
usurpador. Además, David era el modelo de rey cristiano, sentado a la derecha de
Dios. Tanto para el padre Nieremberg como para sor María de Ágreda: “La Sa-
grada Escritura en todo el libro de los Jueces y los libros de los Reyes y de los Pro-
fetas está lleno de esto. Por lo cual, debían los gobernadores y magistrados
tenerles muy leídos”. Para el famoso jesuita, la virtud siempre se ve recompensa-
da por el triunfo, incluso, material 83. El universo político de Nieremberg giraba
en torno de la idea arquetípica del príncipe cristiano. Así lo demuestran sus cuatro
obras de contenido político: Obras y días (1627); Centuria de dictámenes reales y
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políticos, incluido en los Dictámenes (1640); Causa y remedio de los males públicos
(1642) yCorona virtuosa y virtud coronada. Madrid 1643.
En los escritos de sor María de Agreda se ven calcadas las ideas del padre J. E.
Nieremberg, no en vano fue uno de los autores que más leyó y meditó en su con-
vento, como queda de manifiesto en la siguiente carta de sor María a Felipe IV:
Señor: ningún aprieto debe poner a V. M. en estado de desconfianza, pues,
aunque nos castigue Dios con rigor, dice la Divina Escritura, esperemos en Él y le
roguemos; y tanto con mayor instancia y firmeza, cuanto necesitamos de su
clemencia y misericordia en la mayor tribulación, pues Él solo nos puede librar de
las que nos oprimen; y no asegura a V. M. menos la propia causa de su salvación y
vida, cuando a los trabajos y penas de su persona antepone como padre las de sus
vasallos, que son hijos de V. M. y de toda la Cristiandad, que es la hacienda del
Señor. Este celo presentaré al Altísimo para inclinar su misericordia y V. M. no
desmaye en él ni en la confianza, pues el tenerla es la mejor disposición para alcanzar
lo que se pide, porque al que cree todo le es posible. Mi mayor cuidado siempre
consiste en que reciba V. M. la divina luz con tanta plenitud, que nada ignore de lo
que es voluntad de Dios que ejecute con la potestad que de su mano tiene 84.
Con todo, fue en la nueva justificación de la Monarquía hispana, no como or-
ganización política independiente, sino unida al Imperio, juntando ambas ramas
de la dinastía Habsburgo en la defensa de la religión, donde Nieremberg propug-
naba la subordinación política de la “Monarquía católica” a la defensa de la reli-
gión y de la Iglesia 85. Un acto devoto, descrito en la leyenda de Rodolfo I, como
fue la adoración del viático que portaba un sacerdote, valía al padre Nieremberg
84Epistolario español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., p. 34, carta
de sor María a 19 de agosto de 1645. Semejantes ideas están en consonancia con las del
padre Nieremberg en “virtud coronada” (A. ÁLVAREZ-OSSORIO ALVARIÑO: “Virtud
coronada: Carlos II y la piedad de la Casa de Austria”, en P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO, J.
MARTÍNEZ MILLÁN & V. PINTO CRESPO [coords.]: Política, religión e inquisición en la España
Moderna. Homenaje a Joaquín Pérez Villanueva, Madrid 1996, p. 29).
85 “A la devoción de Rodolfo Primero debe la Casa de Austria el Imperio de Alemania. Y
a la justicia de don Alonso el Séptimo debe el Reino de Castilla el Imperio de España.
Porque así como Rodolfo Primero (el primero de la Casa de Austria, que fue Emperador
en Alemania) mereció el Imperio por la religión, piedad y devoción que tuvo al
Santísimo Sacramento; así también don Alonso el Séptimo (el primer rey de Castilla,
que alcanzó el Imperio de España, y se llamó Emperador de toda ella) lo mereció por el
celo de justicia y de la gloria divina, en estorbar pecados y agravios. Uno por honrar a
Dios, otro porque no fuese deshonrado merecieron el Reyno y el Imperio y la felicidad
de muchas Coronas, las cuales ha de conservar vuestra Alteza por donde las adquirieron
sus mayores” (J. E. NIEREMBERG: Corona virtuosa y virtud coronada…, op. cit., ff. 2-3).
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Si a través de las cartas que se intercambiaron sor María y el rey por espacio
de veintidós años se pueden inducir los intereses políticos y las facciones cortesa-
nas que los movían, a pesar de su temática eminentemente religiosa, en otra co-
piosa correspondencia de sor María con don Fernando y don Francisco de Borja
91 (conocida, pero aún no publicada), que complementa la anterior 92, la actividad
política de la monja aparece mucho más clara, ya que abandona su imagen de per-
sona religiosa para asumir un papel activo de miembro de grupo de oposición y
hasta de agente político del “grupo aragonés” residente en la corte de Madrid,
bajo el patronazgo de don Fernando de Borja 93.
de Zúñiga. Torre de Juan Abad, 24 de abril de 1621 (F. DE QUEVEDO: Obras completas. Prosa,
ed. de Astrana Marín, Madrid 1932, pp. 448-453).
90 V. MUR: El príncipe en la guerra y en la paz. Copiado del emperador Justiniano, Madrid
1640.
91 Don Francisco de Borja era hijo natural de don Fernando. Tras estudiar teología fue
ordenado sacerdote en 1644, siendo nombrado capellán de las Descalzas en 1652; un año
antes había fundado el colegio de niñas huérfanas de San Antonio de Madrid. Pocos años
después fue nombrado arcediano de Valencia. Murió en 1685.
92 La colección de cartas han sido puestas de manifiesto por M. L. LÓPEZ VIDRIERO:
Catálogos de los Reales Patronatos, I: Manuscritos e impresos del Monasterio de las Descalzas Reales
de Madrid, Madrid 2001. Prepara una edición de las mismas, y ya las ha utilizado ampliamente
en sus trabajo, C. BARANDA LETURIO: “Las cartas de sor María de Jesús de Ágreda a don
Fernando y a don Francisco de Borja: los manuscritos de las descalzas reales”, en M. ZUGASTI
(ed.): Sor María de Jesús de Ágreda y la literatura conventual femenina…, op. cit., pp. 13-30; “La
correspondencia de sor María de Jesús de Ágreda y su correspondencia”, en La Madre Ágreda,
una mujer…, op. cit., pp. 61-78; Correspondencia de sor María de Ágreda con Felipe IV. Religión y
razón de Estado, Madrid 1991. También las ha estudiado, A. MORTE ACÍN: Misticismo y
conspiración…, op. cit., pp. 266-279.
93
Don Fernando de Borja y Aragón fue III conde de Mayalde, conde de Simari,
comendador mayor de la Orden de Montesa, príncipe de Esquilache, por el matrimonio con
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su sobrina. Desempeñó el cargo de virrey de Aragón desde 1621 a 1632, y de Valencia desde
1635 a 1640. En 1643 fue nombrado sumiller de corps del príncipe Baltasar Carlos hasta que
éste murió en 1646. A partir de 1659 entró en el Consejo de Estado. Murió el 12 de febrero
de 1665. En el Diablo Cojuelo de Vélez de Guevara dice que tiene “veintidós cursos de
virrey”. Por su parte, Baltasar Gracián lo propone como ejemplo de señorío en El Discreto:
“Realce II: del señorío en el hacer y en el decir”.
94 C. BARANDA LETURIO: “Las cartas de sor María de Jesús de Ágreda a don Fernando
y a don Francisco de Borja…”, op. cit., pp. 15-17.
95 Precisamente, en el proceso al duque de Híjar fue llamado a declarar como testigo a
don Luis de Haro, contra quien la monja quería predisponer contra el monarca, y ella sabía
que Haro conocía, a su vez, la voluntad hostil que le tenía (Archivo Histórico Provincial de
Zaragoza, P/1-81-9), en dicho proceso, el duque de Híjar dice: “De don Luis [de Haro] no
soy ni he sido enemigo, ni he hablado a V. Mg. en él que aya valido o que no le aya”. En otra
de las preguntas que le hacen en relación con sor María, el duque de Híjar contesta: “El
conocimiento [que tengo] de la madre [sor María] es muy antiguo”.
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hasta el punto de que, en las primeras cartas de la monja con el rey, en 1643, lo
recomendó para su servicio. Por eso, cuando los acontecimientos de su deten-
ción se precipitaron, el noble acudió al consejo y al amparo de la monja 96.
La vinculación o relación clientelar de sor María de Ágreda con la familia
Borja se remonta a la fundación del convento. Así, el 10 de junio de 1628, sor
María daba las gracias a don Fernando de Borja por haberle enviado unas pren-
das de vestir una talla de la Virgen. La relación se muestra más intensa y hasta se
puede hablar de patronazgo cuando, el 10 de febrero de 1631, le solicitó su ayu-
da para recaudar dinero para la fábrica del convento 97, recibiendo al día siguien-
te 500 reales de limosna de don Fernando. Los agradecimientos se repetían en
carta fechada el 4 de julio de 1633 por algunos regalos recibidos para la iglesia
del convento, al mismo tiempo que le manifestaba el gusto que tendría de verle
en el solemne acto de la traslación al nuevo convento. Finalmente, le comunica-
ba que, en el Capítulo provincial de la Provincia de Burgos había salido elegido,
con todos los votos, el P. Francisco Andrés de la Torre, que poco después fue
nombrado confesor de sor María. La estrecha relación y confianza que el padre
De la Torre tenía con el nuncio apostólico quedaba descubierta por la propia
monja cuando en carta (junio 1639) le señaló que el P. Francisco Andrés de la To-
rre se hallaba ausente ocupado en un pleito del señor nuncio.
El 10 de julio de 1643, sor María notificaba a don Fernando de Borja que el
Rey se había dignado visitar a su comunidad, “quedando todas las monjas muy
edificadas de su real piedad”. A partir de entonces, las cartas de sor María, sobre
todo las escritas a don Francisco, descubren claramente, quienes formaban el gru-
po opositor en la corte de Madrid. Asimismo, entre 1646 y 1648, la comunicación
96 F. SILVELA: Cartas de la venerable madre sor María de Ágreda, Madrid 1885, I, pp.
139-141.
97 “Por ser el mensajero el P. fray Antonio escribo; ba a esa ciudad a pedir limosna para
que este conbento pueda sustentarse, que está alcançadíssimo con los muchos gastos
desta obra que hacemos, y si bien es verdad que está muy adelante la obra, está
alcançadíssimo y empeñado. Ba a pedirle a mi señora la Duquesa se sirba de dar a el
conbento con alguna obligación de Misas en propiedad la limosna de la desa y batán de
los Fayos o el empeño dél para poder reparar algo la hacienda que con los muchos
censos que se han quitado está perdida la casa, yo arto afligida. Vª. Eª. se lo pida a mi
señora la Duquesa, y le suplico por amor de Dios, Señor mío, me perdone que la
necesidad y pender de mi esta comunidad, y el sustento destas pobres Monjas me
obligan a cansar a Vª. Eª., a quién guarde y prospere el muy Alto. Desta casa, Febrero
10 de 1631” (Colección de las Descalzas Reales).
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aumentó y el contenido demuestra (cotejando las fechas de estas cartas con las que
la monja escribía al rey) la conexión existente entre los asuntos tratados con los
Borja y muchos de los consejos que sor María daba posteriormente al monarca.
El año 1646 resulta especialmente intenso en la correspondencia. La monja no
se recata en manifestar sus redes clientelares 98, ni tampoco de ocultar su influen-
cia (y actividades) por cambiar la voluntad del rey en contra de don Luis de Ha-
ro 99. En la carta del 7 de mayo, sor María descubre a don Francisco de Borja, la
forma y capacidad que tiene para hace cambiar la voluntad del monarca:
El enfermo [el rey] ha vuelto a escribir y creo lo que Vuestra Señoría me dice
del dedo malo [Luis de Haro], que quiere dar a entender es más de lo que es o
que tiene mucho del afecto y el enfermo no gusta de eso. Avíseme Vuestra
Señoría si se conservaron los dos dedos malos, pronósticos hay que no.
Con todo, los consejos y orientaciones dados por sor María no tenían un
efecto directo en la voluntad de Felipe IV y el desánimo le abatía:
Nuestro enfermo continúa. Yo estoy desconsolada porque declara el médico
que teme muchos daños porque no se reparan y no hablar claro es tormenta del
que desea la salud. Dice algo, pero el enfermo está inacto 100.
Unos días después, el desaliento era mayor y amenazaba, incluso, con dejar
la correspondencia con el rey:
Del enfermo no he sabido nada después que se partió deste lugar. Aseguro a
Vuestra Señoría que parece tiene razón mi Párroco [confesor] porque tiene mil
inconvenientes el ser tan frecuente la correspondencia y no hablarle claro,
porque después se hallará frustrado y dirá le hemos engañado 101.
No obstante, era mal momento para abandonar la relación con el monar-
ca, pues, en estas fechas comenzaron a producirse las detenciones del grupo
de visionarios que unos años antes se habían reunido en Zaragoza y con los que
98 El 13 de enero de 1646, sor María recomendaba a fray Alonso de Fuenmayor ante don
Fernando de Borja, mientras que el 25 de abril confesaba a don Francisco de Borja que se “pasa
lindos ratos con la condesa de Grajal”. Fuenmayor fue confesor de sor María durante los
últimos 15 años de la vida de ésta (1650-1665), le mandó que escribiera una copia de su libro
Mística Ciudad de Dios, cf. A. MORTE ACÍN: Misticismo y conspiración…, op. cit., pp. 129-131.
99 Colección Descalzas Reales, cartas de 25 y 30 de abril de 1646.
100 Ibidem, carta fechada en Ágreda el 20 de mayo 1646.
101 Vuelve a insistir en el mismo tema de desaliento en la carta del 13 de junio y del 15
de julio: “La poca disposición del enfermo me tiene muerta”.
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sor María mantenía contactos 102. La propia monja se sintió muy preocupada de
tales relaciones según se deduce de una carta, que dejó sin acabar (y sin fecha),
dirigida a don Francisco de Borja:
Observaré el consejo que Vuestra Señoría me da de retirarme con prudencia y
no faltando a la cortesía que se debe a personas graves y seguras, y con tener
cuidado en las respuestas se puede prevenir todo. No me han puesto preçecto
ninguno los prelados, pero me han amonestado con muchas veras que me sacuda
de correspondencias y escarmiente. La verdad es, que mi natural es tan inadvertido
que á neçessitado deste acibar contra el veneno del mundo. A buen puerto me han
arrojado las olas que me han combatido, que balen mucho los trabajos, la çiençia que
ellos administran y los efectos que hacen. Pida Vuestra Señoría a Dios que de todo
me aproveche.
En efecto, el 19 de Julio de 1646 se hacía eco de la detención de “los del Tajo”
(nombre que utilizaba para designar al grupo de frailes visionarios que, tras ale-
jarse de Zaragoza, se habían instalado en el centro de la península 103) al mismo
tiempo que traslucía informaciones confidenciales que recibía sobre el asunto:
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Pésame mucho de la detençión de los del Tajo y que se aya consultado acá sus
causas, pues no son sino para allá y sentiría que se yrritase mas a Dios de lo hecho
en este particular. Nuestro P. Fr. Francisco Andrés anda siempre achacoso de la
gota; aura le á tocado en la mano. El Padre definidor me dijo más que quisiera saber.
Pocos días después, de nuevo desgranaba noticias de sus relaciones y clien-
tela 104, al mismo tiempo que se mostraba preocupada por:
La causa de los del Tajo no está concluida, porque al Párroco de el médico le
an ynviado un papel para que deponga en la causa; y me [he] alegrado de ver lo
que contiene, que es en abono de los sujetos.
Sorprende la precisa información que la monja poseía sobre los asuntos que
sucedían en la corte, así como las complicidades que tenía con los visionarios,
alegrándose de la liberación de las cárceles de Chiriboga 105, preocupándose por
muchas veces abierto los ojos de los Reyes. Fue con este papel Chiriboga a Cuenca,
donde a la sazón estaba el Rey y luego le dio otro del mismo tenor. Sucedió después la
retirada del Conde Duque, la mudanza de los Ministros, y ahora, habiéndose
entendido en la Compañía que aquellos papeles fueron hechos por el padre Galindo y
reconociendo que estando obligados los religiosos de ella a no escribir ni publicar papel
sin aprobación y vista de sus superiores, para dar a entender que aquellos papeles
salieron sin su noticia y por hombre privado y sin saberlo la religión, han preso ellos
mismos al padre Galindo y le tienen recluso en el Colegio de Noviciado de esta Villa”
(J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXIII, p. 171).
104 “El Conde de Castrillo dio quinientos ducados para dorar el retablo. No le é
respondido, perdóneme Vª. Sª. y mande que le den esa carta, segura que como no
tengo ocasiones para escribir, logro ésta a costa de Vª. Sª. Perdone estas llaneças. Esa
otra a Tomás Pérez, que es para lo que á de açer del dinero que le tiene él. Y este
ofiçio de prelaçía me pone de nuevo en estos cuidados. Guárdeme Dios a Vª.Sª. como
deseo. En la Concepción de Agreda, 23 de Julio de 1646”.
105 “Con mucho consuelo y gusto recibo la norabuena de haber salido don Francisco de
Chiriboga libre, y doy al Señor las gracias, y le suplico disponga que los demás tengan
tan buen suceso, para que su justicia se desagravie y use de su misericordia con este
pobre pueblo y Monarquía. Las cartas he enviado a pedir a nuestro Padre si me las
enviarán en este pliego, para que Vuestra Señoría responda a don Francisco de
Chiriboga. DeleVuestra Señoría la norabuena de mi parte que no le podré escribir por
la ocupación del propio que es larga y ay mucho que hacer.En lo que Vuestra Señoría
dice de los papeles del Padre Monterón, yo no le he dicho palabra de si vinieron a
tiempo o no; nuestro Padre le debió de dar a entender que no hubo tiempo de leerlos
antes por las muchas ocupaciones, y por esto habrá dado a Vuestra Señoría la queja que
me dice. A mí no me hicieron falta, porque yo hablé claro con el enfermo de esas
materias; ya dije la respuesta”.
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la suerte del padre Monterón 106 y pidiendo al monarca para que interviniese en
tales asuntos. La escasa efectividad de la intervención de sor María para hacer
cambiar la voluntad del monarca, era vista con desesperación por parte de
miembros del grupo cortesano que conocían la comunicación epistolar y la con-
fianza que existía entre la monja y el rey:
Siempre me tienen crucificada los accidentes de aquel enfermo, y que sean tan
mortales que viendo le matan los dedos malos no los cure o los corte. El
Todopoderoso lo haga. El médico ha conocido el afecto del enfermo y la medicina
última le ha saçonado mucho y me aseguran con verdad que quanto más fuertes
son las medicinas, mejor las recibe, y que, por acabar de una vez, el médico se
aventuró a que fuese la medicina amarga y no ha bastado; y como la salud no
mejora, se deshace el pobre médico; y el demonio ha movido estos días contra él
algunas cosas que me atrevo a decírselas a Vuestra Señoría porque sé lo que fía de
Vuestra Señoría. Es que un caballero que ha estado en esa ciudad, dice que le
hablaron muchas personas de ella y dieron a entender que para qué era la amistad
del médico con el enfermo, sino hablaba claro y se remediaba su daño, que sin
duda era estadista el médico y no quería sino conservarse, y que le aconsejaban se
retirase desta correspondencia, porque le habían de resultar muchos daños. En el
encogimiento del médico hahecho esto y otras cosas mucho ruido y más el poco
afecto. Consulte Vuestra Señoría esto con el señor don Fernando y den su parecer
a quién le desea ejecutar 107.
106 “E pensado de escribir al Rey que mire por Monterón y por la Madre Luisa y haga
que se abrevien sus causas; diga Vuestra Señoría al señor don Fernando si será conveniente”
(Colección Descalzas Reales). Según la Historia Apologética (BNE, Ms. 2.080, ff. 66r-69v.),
las dificultades del padre Monterón con la Inquisición comenzaron cuando:
“los enemigos de la materia persuadieron al Rey de que enviase mi carta, que tenía, a
la inquisición de Madrid, como lo executó luego. Antes de todo esto, yo vuelto de
Zaragoza a Madrid, comuniqué la materia al inquisidor general, don Diego de Arce…
entre tanto envió el Rey mi carta a la Inquisición, llamáronme y examinaron sobre ella,
y yo les propuse el libro escrito, que estaba limpiándole de algún yerro; quitáronmele
a la fuerza. […]. Sucedió que el rey me envió con su secretario, don Luis de
Oyanguren, para que le recomendase a Dios, y que me condoliese de tantas
calamidades de su Monarquía y le diese el remedio de ellas, y yo le respondí que
hiciese lo que a boca le había dicho y otros congregados por su real orden en Zaragoza
tantos años antes y así se habrían remediado sus males. Súpolo el dicho Arce y envió a
su Majestad un inquisidor, don Gonzalo Bravo, para que le dixese que su Majestad
más debía creer a tantos del Real Consejo de la Inquisición, que miraban más a su real
servicio que un solo como yo, y que mis cosas no tenían tanto precio que mereciesen
que su Majestad me enviase la dicha embajada”.
107 Colección de las Descalzas Reales, carta fechada en Ágreda, 13 de agosto 1646.
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108 Colección de las Descalzas Reales, carta fechada en Ágreda, 6 de noviembre 1646.
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109
Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., p. 82, carta
fechada en Zaragoza, el 8 de octubre 1646. El subrayado es mío.
110 Ibidem, p. 82.
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111 Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., p. 84. Le
contesta la monja: “el rigor de este golpe no ha tocado solo a V. M., ni tanto como a toda su
católica Monarquía, a quien mira el castigo y de quien el Todopoderoso pretende la
enmienda de los pecados y desórdenes generales” (Ibidem, p. 86).
112 Efectivamente, en otra carta de 1644, sor María había escrito a Felipe IV cómo se le
había aparecido el alma de Isabel de Borbón en el purgatorio y le había pedido limosna en
forma de oraciones para que la sacase de allí. Sor María reunió a las monjas y rezaron (sin
decir para quien) lo que sirvió para cumplir el deseo de la reina (Ibidem, pp. 256-258).
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Cuando yo vivía en carne mortal estaba ignorante de esta ciencia divina, porque la
corrupción y materia del cuerpo causa en las almas oscuras tinieblas, pero luego
que me desnudé de la pesada mortalidad, entré y pasé a otra nueva luz que antes
no conocía; y también me la da mi ángel de muchas cosas que te diré. Y de aquí
entenderás la razón por qué las almas que viven según la carne son tan ignorantes
y torpes para entender la verdadera ciencia del Señor, como incapaces de recibirla;
y de esta insipiencia e ignorancia se originan tantos errores y desconciertos entre
los mortales. Y aquellos solos que vencen y mortifican sus pasiones y espiritualizan
su carne, son los verdaderamente sabios, prudentes, y los que llegan a alcanzar la
ciencia divina en el grado que se alejan del engaño de sus pasiones y corrupción de
la carne. Asegúrote, madre, que después de haber entrado en esta sabiduría, si me
concediera el Altísimo y omnipotente Dios volver al mundo para reinar en él,
aunque fuera para salvarme después, por mi voluntad no admitiera este partido, ni
volviera a la vida que he dejado por los engaños y errores que de ella conozco. De
mi pobre padre tengo gran compasión (cual puedo tenerla ahora), conociendo que vive
rodeado de tantas falacias, mentiras, dolos, traiciones y malas correspondencias de los que
le habían de ayudar. Quisiera darle luz de esto, y que participara de lo que yo tengo, y
de la verdad que yo veo y a él le ocultan, porque conociera los peligros en que vive.
En consecuencia de estas razones me dijo otras muchas de grande desengaño
y enseñanza para el gobierno de la Monarquía, y las confirmó en otros
aparecimientos que después ha hecho. Y para conocer las que no conviene ocultar,
advierto que cuando murió su Alteza y yo tuve aviso de su muerte, me afligí mucho,
no solo de considerar el justo dolor y sentimiento del rey, nuestro señor, pero
también el de toda la Monarquía, que se hallaba sin heredero y sin las esperanzas
que tenía en tan amable príncipe, y sin poderlas recuperar en algunos años.
Este trabajo representé al Señor con muchas lágrimas; su Majestad me consoló. Y
entre otras razones me dijo que la muerte del príncipe había sido conveniente para gloria
suya en los fines ocultos que tenía en sus obras, y que el llevarle para Sí había sido efecto
de las oraciones que por él se habían hecho. No entendí por entonces otra cosa, y solo
pudo consolarme la fe que se debe a las palabras de Dios, aunque ignoremos sus
secretos: pero después de las visiones dichas parece que se ha declarado más este
secreto, porque en otras ocasiones que vi a su Alteza (particularmente el día de las
ánimas, a dos de noviembre, después de haber comulgado y haberme pedido el
príncipe que le ayudase con mis oraciones para salir del purgatorio) me declaró
estos secretos y díjome: ‘Sor María, de mi muerte se vale Dios para enseñar la
verdadera sabiduría y arte de gobernar cristianamente esta monarquía. Y unas de las
razones por que el Todopoderoso anticipó tanto mi muerte en tan tiernos años fue porque
el infierno había hecho unos conciliábulos contra mí, dando arbitrios para comenzar a
perderme y divertirme con vicios y depravadas costumbres con que me hicieran indigno
de la divina gracia y formaran un mal rey que gobernara sin temor de Dios. Y tenía ya
el demonio elegidas y señaladas algunas personas, por cuya mano ejecutase tan malos
fines, si la providencia de Dios no los hubiera atajado con mi anticipada muerte. Y si a
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113 Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 260-
262. Los subrayados son míos.
114 Sobre el tema, R. CUETO: “La tradición profética en la Monarquía Católica en los
siglos XV, XVI y XVII”, Arquivos do Centro Cultural Portugues 17 (1982); M. P. MANERO:
“Visionarias reales en la España Aurea”, en Images de la femme en Espagne au XVIe et XVIIe
siécles, París 1994; R. CARRASCO: “Milagrero siglo XVII”, Estudios de Historia Social 36-37
(1986).
115 Juan Chumacero y Carrillo (1580-1660) estudió en Salamanca leyes. Pasó luego a
Alcalá para reducir a la obediencia a los estudiantes. En 1614 fue nombrado oidor de Granada,
desde donde pasó a ser fiscal y consejero del Consejo de Órdenes. Caballero del hábito de
Santiago. Ejerció de fiscal en las causas de Lerma, Uceda y Osuna. En 1626, pasó a ser fiscal
del Consejo Real y, en 1631, pasó a la Cámara. Fue a Roma en embajada extraordinaria con
fray Domingo Pimentel. Volvió a España en 1643, siendo nombrado presidente del Consejo de
Castilla. Después de cinco años de ejercicio se le retiró del cargo, obteniendo el título de conde
de Guaro. Murió en Madrid (donde había nacido) el 24 de junio de 1660.
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lo inmenso que Dios estaba ofendido de sus ministros contra la Santa Sede
Apostólica y su Pontífice con otras personas eclesiásticas y que si no lo remediaba,
todo se había de acabar de poco a poco, y al fin el alma que vale más que todo, y
tantos pechos y gabelas se podían haber excusado con haber gobernado Su
Majestad 116.
Unos cuantos años antes (en 1619), otra monja de clausura, sor Francisca
Inés de la Concepción, abadesa del convento de Nuestra Señora de Belén de Ci-
fuentes, afirmó que se le había aparecido la difunta reina Margarita de Austria,
esposa de Felipe III, y:
la dijo que dijese a rey su marido y señor tales y tales cosas que le importaban para
el bien de su alma y buen gobierno de sus reinos. Respondió la sierva de Dios que
ella se lo escribiría. Dijo la Reina: no ha de ser esto así, sino que tú se lo has de decir
a él cara a cara y de cómo y cuándo déjalo a Dios que su digna Majestad lo dispondrá,
y guarda secreto 117.
Efectivamente, con motivo de la fundación del convento de Nuestra Señora
de la Misericordia en Oropesa, sor Francisca fue fundadora y primera abadesa,
por lo que tuvo que ir a dicho convento, precisamente cuando Felipe III volvía
de jornada de Portugal, y aprovechando que el rey se acercó a dicho convento,
la monja pudo hablar directamente con el rey durante “hora y media”, tiempo
en que le contó todo lo que le había comunicado el alma de su difunta esposa.
Con todo, la larga carta de sor María, impresiona por dos cosas: en primer
lugar, por acusar de carencia de fines morales a los consejeros del Príncipe, ya
que buscaban la consecución de sus intereses materiales sin preocuparse por su
salvación. En este sentido, las personas de su entorno, esto es, las que le serví-
an en su Casa, quienes habían sido elegidas por el propio monarca (exceptuan-
do a don Fernando de Borja, que era confidente de la monja), estaban bajo
sospecha.
116
BNE, Ms. 7.007, f. 33. Para el contexto, me remito a la obra de R. CUETO: Sueños y
Quimeras…, op. cit.
117 L. PÁEZ: Espejo de virtudes en la vida y muerte de la V. M. Francisca Inés de la
Concepción, abadesa del convento de N. Señora de Belén de Cifuentes, Toledo 1653, f. 58r (ed.
facsímil en Guadalajara 2009, ed. y presentación de J. J. Labrador Herráiz y R. A. Difranco).
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Capilla
El padre fray Juan Martínez, del Orden de Santo Domingo
Don Juan de Soto, ayuda de oratorio.
Caballerizo
Don Luis de Haro, caballerizo mayor de su Alteza y gentilhombre de cámara del señor
D. Felipe IV, le nombró su Majestad por decreto de 12 junio 1643 y mandó
jurase en el Bureo de su Real Casa por no tener Mayordomo mayor su Alteza
entonces.
Don Reinaldo de Miraval, caballerizo de S. M. puso a caballo la primera vez al príncipe.
Sumiller de corps
Don Fernando de Borja, sumiller de corps de su Alteza y gentilhombre de la cámara de
S. M., le nombró por decreto de 12 de junio 1643 y mandó jurar en el Bureo de
su Real Casa por no tener mayordomo mayor S. A.
Ayudas de cámara
Don Antonio Espejo, guardarropa y ayuda de cámara.
Don Pedro Castroverde, ayuda de cámara.
Don Luis Hurtado, idem.
El capitán don Alonso de la Mata, idem.
Don Francisco de Rojas, Idem.
Don Diego Liaño, idem.
Don Pedro Barreda, idem.
Don Luis Escolano, idem.
Don Alonso Martínez, idem.
118 AGP, Histórica, leg. 113, exp. 10. En la carpetilla que guarda este expediente, se lee:
“Casa que ha de ir sirviendo al Príncipe en el viaje a Aragón, en compañía de S. M. el Rey
don Felipe IV, su padre, 3 de febrero de 1645”.
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Guardarropa
Don Juan de Valdivieso, ayuda de guardarropa.
Don Juan de Herrera, idem.
Don Joseph Luján, mozo, idem.
Francisco de Santiago, otro mozo de oficio.
Secretario de cámara
Juan Gómez, oficial.
Barbero
Joseph Lozano, ayuda de barbero de corps.
Oficiales de manos
Juan de Olarte, zapatero.
Claudio Tibot, guardicionero de espadas.
119
La dependencia de la monja con su confesor aparece clara cuando éste murió. En carta
a don Francisco de Borja, fechada el 30 de marzo de 1647, sor María escribía desconsolada:
“La estafeta pasada escribí al señor don Fernando dándole cuenta de la muerte de
nuestro Padre fr. Francisco Andrés, que fue como de un apóstol. Yo siento cada día más
su falta y mi soledad, y si yo pudiera alcançar el retiro que deseo y alejarme de todo,
no fuere (sic) este golpe tan grande, porque no neçesitaba tanto del consejo. Asta aquí
en algunas cosas y en todas é obrado por la obediençia, particularmente con el enfermo,
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y de aquí en adelante por mí no aré nada que soy muger ignorante. Dígale Vª.Sª. esto al
señor don Fernando, y que le envío afectuosas memorias, y a suplicarle me encomiende
a Dios” (Colección Descalzas Reales).
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tenerlo así por necesario para cumplir con mi obligación y con mi reputación; y
aunque es verdad que he mostrado más confianza de algún criado, ha sido porque,
desde muchacho, se crió conmigo y nunca he reconocido en él cosa fea ni en las
costumbres ni en lo que me ha representado, pues siempre ha vivido
ajustadamente y le tengo por persona de buena intención; y aunque esto es así,
siempre he rehusado darle el carácter de ministro por huir de los inconvenientes
pasados. Bien confieso que le encargo la solicitud de las materias que se resuelven,
particularmente el solicitar con el presidente de Hacienda las disposiciones del
dinero, de que tanto necesitamos, y con los ministros a quien toca la solicitud de
los medios para prevenir temprano la campaña; pues, como he dicho, a mí me toca
resolverlo y a los ministros ejecutarlo. También le he encargado (aunque lo mismo
tengo encargado a otras personas) que como anda por allá fuera más que yo y trata
con más personas, me sepa y avise de cómo proceden los ministros, y que eso sea
con todo recato para que con estas noticias primeras pueda yo tomar otras y
averiguar lo que pasa en esto, para el castigo o el premio de los que lo merecieren.
Todo esto, sor María, es fuerza que se haga por medio de hombres y de quien
se tiene más satisfacción […]. Yo, sor María, no rehúso trabajo alguno, pues, como
todos pueden decir, estoy continuamente sentado en esta silla con los papeles y la
pluma en la mano viendo y pasando por ella todas cuantas consultas se me hacen
en esta Corte y los despachos que vienen de fuera, resolviendo las más materias
allí inmediatamente, procurando se ajuste el dictamen que tengo por más ajustado
a la razón […].
Sor María, hame parecido alargar algo esta carta para informaros con
particularidad de lo que en hecho de verdad me sucede; y resumo este discurso con deciros
que mi intención es de acertar a cumplir la voluntad de Nuestro Señor en todo y por todo
y con la obligación del peso que ha puesto a mi cargo, sin rehusar trabajo alguno que me
conduzca a este fin, y que todo lo que yo entendiere es voluntad suya lo ejecutaré,
procurando vencer cualquier repugnancia que tuviere. Vos leed con atención esta carta y
se la podréis comunicar a vuestro confesor 120.
La sinceridad del monarca y su grandeza humana estaban por encima de las
sospechas de sor María (y su grupo político), por lo que ésta le contestaba en los
siguientes términos:
Confieso que tengo harto conocimiento de las miserias de palacio, de las de la
Monarquía y de lo que Vuestra Majestad me advierte […] En el papel que escribía
a Vuestra Majestad no puedo decir más de que sólo he servido de instrumento,
aunque tan vil y bajo; y no puedo ser juez en la causa que contiene, porque esto
toca solo a Dios, a quien he obedecido y a quien son patentes los ocultos secretos
del corazón humano sin que pueda padecer engaño, como los hombres, que solo
conocen lo aparente y lo de fuera […] Tampoco he tenido atención a que del todo
120 Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 91-92.
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se remedien las emulaciones de palacio, porque estas son tan inexcusables como
ser hombres los que sirven a los reyes […] Heme consolado mucho de haber oído
a V. M. del orden que guarda de tomar noticias y informarse de los ministros, y si
ellos las dan verdaderas y legales, es excelente; pero Dios es fiel y dispondrá cómo
no se le oculte a V. M. la verdad. Forzoso es valerse Vuestra Majestad de muchos
para tanto trabajo y ajustar; y buscando los sujetos más convenientes y de sana
intención, es acertado; y en esto tiene Vuestra Majestad mucho bueno que imitar
en el señor rey Felipe II, agüelo de V. M., porque supo servir de los mejores
criados y ministros, de manera que se entendiese ninguno tenía mano superior 121.
El monarca le respondía en una carta en que dejaba zanjada la cuestión por su
parte: “En la larga carta que os escribí me confesé generalmente con vos, y así, en
ésta no queda más que remitirme a lo dicho” 122. La monja se vio en la obligación
de replicar la carta del rey, afirmando: “Yo quedo muy consolada del acuerdo que
V. M. ha tomado de enviar ministros para la reformación de los excesos del reino”.
A partir de entonces, sor María dejó de intervenir en las pugnas de facciones
cortesanas por conseguir el poder y la gracia real, en primer lugar, porque había
quedado clara la intencionalidad del monarca en su gobierno (no prefería a ningún
grupo o personaje en particular, sino el buen hacer), por lo que el predominio de
don Luis de Haro en la administración de la Monarquía resultaba incontestable,
quedando afianzado por encima de todos los nobles que pretendían conseguir la
confianza real; en segundo lugar, porque varios miembros de la facción cortesana
que rodeaba a sor María comenzaron a ser procesados, acusados de deslealtad y
traición al monarca, lo que produjo la descalificación de dicho grupo 123. El 14 de
marzo de 1648 escribía a don Francisco de Borja:
121 Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 93-94.
122 Ibidem, p. 96.
123Bien es cierto que su idea de favorecer a don Fernando de Borja y atacar a don Luis
de Haro nunca se desapareció. En carta a don Francisco de Borja, fechada el 14 de febrero
de 1648 decía:
“Mucho se descuida el Rey en hacer mercedes al señor don Fernando, y a su
flojedad y olvido parece era menester algún recuerdo. Vea Vª.Sª. que le parece desto.
Grande alborozo me ha causado lo que Vª.Sª. me dice de que don Luis de Aro se
bambolea. Si el sentir tanto gusto destos accidentes es falta de caridad Vª.Sª. lo juzgue;
solo temo que él hará grandes esfuerzos por tenerse bien, aunque sé le ayudan a caer,
si Dios fuese servido lo consiguiésemos para que el Rey obre libremente y admita
mejor las medicinas; aplicarense a propósito según el humor que reina; el
Todopoderoso dé la sanidad” (Colección Descalzas Reales).
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124 El 12 junio 1648 escribía a don Francisco preocupándose por la madre Luisa:
“Si a la Madre Luisa dan por virtuosa no la condenan, pues habiendo ella tenido
tantas cosas exteriores, en ellas no ay medio o han de ser de mujer santa o no, pero
no puede ser culpada siendo virtuosa. El daño, como dice Vª.Sª., estuvo en los que
la asistieron. Dios nos guarde de tales males y a Vª.Sª me guarde”.
125A. DEL HIERRO: Historia de Felipe IV (1641-1665), RAH, E-26; R. EZQUERRA: La
conspiración del duque de Híjar, Madrid 1934, pp. 75-111.
126 E. SOLANO CAMÓN: “Nuevas perspectivas en torno a la conspiración del duque de
Híjar”, en P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO (coord.): Monarquía, Imperio y Pueblos en la España
Moderna, Alicante 1997.
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127 Ha sido estudiado con exhaustividad por R. CUETO: Sueños y Quimeras…, op cit., pp.
81 ss.; R. EZQUERRA: La conspiración…., op. cit., pp. 197 ss.
128 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 248.
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sospechas de deslealtad, fue nombrado en altos cargos del ejército, como general
de la caballería de Portugal. Entre tanto, levantó una compañía de soldados a sus
expensas como otros nobles 129. En este año, volvió a Aragón a causa de un plei-
to que tenía por su título nobiliario. En Zaragoza no fue bien recibido y se le con-
sideraba extranjero. Allí protagonizó un mal entendimiento con motivo del
juramento del nuevo virrey, el obispo de Málaga, don Antonio Henríquez 130,
que venía a sustituir al duque de Nocera 131.
No resulta extraño que una vida tan azarosa se viera envuelta en una trama
tan oscura como una posible revuelta. Desde luego, no parece que al grupo de
intrigantes les costase mucho atraerlo a sus proyectos.Vivanco afirmaba que don
Luis de Haro, receloso del duque de Híjar desde el suceso de la Junta, utilizó a
don Carlos Padilla como confidente (agente provocador) para descubrir sus ín-
timos deseos y probar su fidelidad 132. El duque de Híjar oyó y creyó a Padilla
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133 “Avisan de la Corte, el martes 18 de agosto, a las cuatro de la tarde prendió el señor
alcalde don Pedro de Amezqueta a don Carlos Padilla, teniente general de la caballería
de Flandes, y lo puso en una torre de la cárcel de Corte, en la más alta, con sus cadenas
muy gruesas, echándose la llave en la faltriquera, y por su mano dándole de comer a sus
horas. Fuese después a casa del señor presidente de Castilla, en donde le aguardaba don
Fernando Ruiz de Contreras. Estuvieron encerrados toda la tarde, yendo muchas veces
el dicho señor don Fernando a consultar con S. M. A la noche volvió el señor presidente
y estuvo con el preso hasta las seis de la mañana. Dicen que le dieron tormento […] 6
de septiembre. Envió el señor Presidente un recado al duque de Híjar, que convenía al
servicio de S. M. le viese luego, y habiendo hablado a solas con el señor Presidente, le
subió acompañando hasta la última puerta a donde estaba el alcalde y le manifestó un
decreto de S. M. en que le mandaba llevarle preso a una torre. Caminaron a Santorcaz
y en la puerta del Sol estaban esperando otros ocho alguaciles a caballo y todos juntos
caminaron.A 9. Prendieron al hijo segundo del conde de Linares y lo trajeron a la cárcel
de la corte; otros dicen lo llevaron a Montánchez.A 10. Prendieron a don Pedro de Silva
y a otros caballeros.A 11. Prendieron al dueño de la posada y a una mujer donde posaba
don Carlos, y ella declaró que le habían dado unos papeles a guardar, diciéndole, que si
viniese la justicia a su casa, que fuese y los quemase y ella dijo que no los había querido
quemar. […] Dicen que hoy han entrado en la Corte algunos presos traídos de fuera
con máscaras y la voz que corre, quieren que sea por la causa de don Carlos Padilla y el
duque de Híjar, la cual se dice quedará terminada con brevedad y que se van
descubriendo nuevas traiciones de portugueses, y que en Toledo se han hecho muchas
prisiones […] (Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la
Monarquía entre los años 1634 y 1648, Madrid 1865, tomo VII, Memorial Histórico
Español 19, pp. 191-197. Carta fechada en octubre de 1648).
134 F. SILVELA: Cartas de la venerable madre…, op. cit., I, pp. 139-141.
“Nunca me á de faltar un cuidado; téngale aora de que el Duque de Híjar me
escribió una carta en que me decía algunas cosas de las que ahora dan por causa de su
prisión, de que querían matar al Rey y otras cosas: Yo le respondí que avisase de esto
al Rey; no sé si lo ha hecho. Si lo hizo, buen negocio tendrá, sino malo; lo que temo es
que mostrará mi carta para su defensa y que se quejará de mi el Rey porque no le avisé
ya que tuve yo la carta del Duque. Desmayo, pero por guardar secreto, como lo hago
en todas las cosas que me dicen callo, y si llega a noticia del Rey por la carta que yo
respondí al Duque, sin duda se quejará y temo que el Duque la mostrará, pero no tiene
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cosa de reparo, sólo que se puede colegir sabía yo la materia; de todo me avise Vª.Sª. y
por si muestra la carta el Duque, si daré satisfacción al Rey o lo dejaré así; y tenga
paciencia Vª.Sª. con mis ynpertinencias. En la Concepción de Agreda, 4 de
Setiembre 1648” (Colección Descalzas Reales).
135Efectivamente, la carta se encuentra publicada, además de en Silvela, en esta obra
(Epistolario español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 172-173).
Además de lo que dice sor María, resulta sorprendente la cita de los dos confesores de la
monja por parte del duque de Híjar y cómo tenía relación con ellos:
“... y por esto no escribí a vuestra merced ni en la muerte de nuestro fray Francisco
Andrés de la Torre, siendo siempre quien más le debió estima, y quien más reverenció
a vuestra merced y quien más la debe. Hoy, que fray Juan de la Palma no nos acriminará
el delito de reconocimiento a lo que se debe a Dios y al Rey, volveré a cumplir con todo”.
Más adelante afirma que “fray Juan de la Palma no me impedirá la correspondencia” con
sor María.
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136 Epistolario español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 170-171.
137 Epistolario, I, p. 174.
138 Ibidem, p. 143. Carta del 8 de diciembre de 1648.
139 C. SECO SERRANO: “Introducción”, en Epistolario español, IV: Cartas de sor María de
Jesús de Ágreda…, op. cit., p. 63.
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concluía: “No hay ministro del Papa en todas estas partes que no esté continua-
mente tratando lo que puede ofender a Vuestra Majestad y a su Casa” 146. La con-
jura a la que se refería Aytona se polarizó en el pacto de Fontainebleau entre
Francia y Baviera (30 de mayo de 1631), por el que se rompía el bloque imperial
en política exterior. Tal pacto fue la obra maestra del nuncio Bagno, quien, des-
de abril de 1628 hasta febrero de 1631, supo ganarse al duque de Baviera sin que
se enterase nadie de la Casa de Austria. Quintín Aldea resume los acuerdos del
pacto de Fantainebleau en los siguientes puntos:
– Unión y mutua defensa militar de los respectivos territorios de Francia y
Baviera.
– Neutralidad de Baviera y de la Liga Católica con los holandeses (lo que
equivalía a dejar sola la Monarquía frente a ellos).
– Bloqueo en la Dieta de Ratisbona de la elección del Rey de Romanos en
el hijo del Emperador.
– Dimisión del general Wallenstein, el único capaz de enfrentarse a los
rebeldes 147.
Para tratar tan grave asunto se formó una Junta, a instancias del Conde Du-
que, tras la sesión del Consejo de Estado del 31 de marzo 1631. Al profundo des-
contento contra el Papa, se añadían otra serie de quejas sobre la invasión
jurisdiccional eclesiástica que hacía la Monarquía, lo que hacía que el nuncio tu-
viera que intervenir, como en el problema de los eclesiásticos sevillanos que no
quisieron someterse a lo que ordenaba la pragmática de la sal 148. Para evitar que
el nuncio Monti se enterase de lo que se discutía en la Junta, se excluyeron a los
personajes que eran amigos suyos como Miguel Santos de San Pedro “electo ar-
zobispo de Granada”, a quien se le recriminó por su falta de fidelidad a los secre-
tos de Estado 149. La Junta quedó formada por: fray Antonio de Sotomayor, que
era confesor del rey; don Juan de Chaves, don Diego del Corral, don Francisco
de Tejada, Francisco de Alarcón, Juan Chumacero, José González, el obispo de
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Oviedo, el padre Hernando de Salazar (confesor del Conde Duque), el regente Ba-
yetota, Alonso de la Carrera, Mendo da Mota, fray Domingo Cano, fray Juan de
San Agustín, fray Juan de la Puente, fray Francisco Cornejo y el maestro Albiz. To-
dos ellos pertenecían a los Consejos de Estado o de Castilla, excepto los últimos
cinco que tomaban parte en calidad de teólogos y juristas. También entraron en la
Junta con voz, pero sin voto, los dos fiscales del Consejo Real y el doctor Juan Bal-
boa, fiscal del Consejo de Hacienda. Como secretario actuó Saavedra Fajardo 150.
El primer punto que se discutió fue el incidente de Sevilla, en el que se acu-
só al nuncio de intrigar con los eclesiásticos contra la pragmática de la sal. Dicha
pragmática elevaba el precio de la sal de 8 reales la fanega a 40 reales sin hacer
distinción entre eclesiásticos y seglares. Inmediatamente, los canónigos de Sevi-
lla aludieron a que estaban exentos. Tales noticias causaron malestar en la corte
y se ordenó venir a Madrid al decano del cabildo y a los tres canónigos encausa-
dos (Manuel Sarmiento, Gaspar de Espinosa y Luis Sirmán). Mientras tanto, el
nuncio había encargado el estudio de la pragmática al catedrático dominico de la
Universidad de Alcalá maestro Tapia, maestro y amigo de fray Juan de Santo To-
más, futuro confesor real. Al poco de ponerse en camino los canónigos de Sevi-
lla, fueron arrestados en Carmona por alcaldes de Sevilla. A los tres canónigos
se les envió al destierro, dejando en libertad solo al decano. Enterado el nuncio,
ordenó la revocación de la decisión. La situación se fue enconando hasta el pun-
to de que el nuncio fue amenazado de ser expulsado de la corte. Los políticos his-
panos procuraban restringir la inmunidad eclesiástica a límites extremos. Para
ello, al mismo tiempo que se organizaba en Madrid una ofensiva contra el nun-
cio, se presionaba a Roma en el mismo sentido. Olivares envió un memorial al
cardenal Albornoz para que lo presentase al papa en el que expresaba los accio-
nes reprobadas que había realizado el nuncio: que veinte consejeros de la Junta
opinaban que se debía tratar al nuncio como se hacía en la corte de Francia, que
el nuncio había agradecido públicamente a un predicador que habló libremente
en la capilla real sobre el tema 151, que el nuncio había impedido que algunos clé-
rigos enviasen vasallos seglares al servicio del Cardenal-Infante en su ida a Flan-
des. Que había escrito a obispos y cabildos para que no entregasen al rey la ayuda
de costa que les había solicitado. Que había persuadido a los frailes de la Merced
150 Q. ALDEA VAQUERO: “Iglesia y Estado en la España del siglo XVII…”, op. cit., p. 179.
151
Se refiere al sermón del padre Vélez (de los clérigos menores y predicador real) que
predicó en contra de la actuación de la Junta (ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 72, f. 170).
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de Castilla. Predicó las honras fúnebres de Felipe III. En consulta del Consejo de Estado (9
enero 1620) fue propuesto para ir en embajada a Roma para pedir ayuda para el Imperio
(AGS, Estado, leg. 2.994). Hecho obispo de Osma (1630), fue promovido a la diócesis de
Málaga en marzo de 1633, pasando a la de Córdoba en julio del mismo año. Con cargo de
embajador extraordinario, fue a Roma, junto a Chumacero, de donde regresó en 1637. en 1647
se le nombraba arzobispo de Sevilla y creado cardenal por Inocencio X en 1652. Murió en
Roma en 1653.
155 “Segundo memorial que dieron a S. S. los señores fray Domingo Pimentel, obispo de
Córdoba, y don Juan Chumacero, sobre la respuesta al primer memorial de reformación de abusos
de la curia romana que habían dado a S. S. por el mes de diciembre de 1634” (BNE, Ms. 2.365,
f. 171; Ms. 3.928, ff. 1-49v).
156 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, p. 63. Madrid, 23 agosto 1639; M. A.
VISCEGLIA: “Congiurono nella degradazione del papa per via di concilio…”, op. cit., pp.
167-193.
157 “Corre la voz de que se quiere formar un nuevo Consejo de la Rota para que conozca
de las causas eclesiásticas que iban a Roma, y que ha de ser su presidente don
Bernardino de Malchiona, canónigo de Toledo, aquel que descubrió la
correspondencia del señor nuncio difunto con el rey de Francia” (Madrid, 15
noviembre 1639, J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 97).
158 Ibidem, XXXI, p. 32.
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159 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, p. 54. En la página 58 añade: el
capellán “hurtó un pliego de despachos en que se averiguó que el Pontifice socorría al Rey
de Francia con cien mil escudos al mes; hanse detenidos correos, que lo contestan en Italia
y en otras partes. Dicese que sin duda se tratará de que se junte concilio”.
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medesimo invia per buoni che fanno poi infelicissi mariuscita? Habbiamo poco lontani gli
essempii del Ducad’Ossona, di Rodrigo Calderone e d’altri, non peròs’ha da dire, che
tutta la giurisdittione et autorità realesia abuso, perche due o tre o dieci ministri se
nesiano mal serviti […]. Da qual tempo in qua sono note le calamità e gl’infortunii, che
ha patito quel regno sino a tanto, che per giusto giuditio d’Iddio volendo riformare la
Chiesa Romana gl’ e convenuto a comportar nelle su eviscere la reforma della religion
cattolica, che a punto con nome di Religiosi riformata si chiamò l’heresia di Calvino.
Dalla quale poinesono restate disfamete le chiese per gli altari, et i sacramenti medesimi.
Questa maleditione non vorrebbe N. S. veder radicare ne Regni di Spagna. Ama il Re
como figlio il primogenito di Santa Chiesa, e brama il mantenimento della sua
monarchia, la qualesenza dubio cadera se non si sostiene con quell’arti con le quali
si è acquistata. Questefurono la pietà, la religione, congionte con l’obedienza verso
la Sede Apostolica. E questa debe hoggi più che mai esser lasciata nel suo splendore
en ella sua Dignità, se Sua Maestà brama di veder fiorire i suoi Regni. Se il Re non
pretende altro, che il rimedio e l’emenda degli abusi, N. S. è animatissimo a
portarli, ma se crede S. M. di levar a N. S. quella giurisditione, ch’egli hereditò da
San Pietro andra ad urtare in una pietra troppo dura, et in un scoglio, che no sarà
gia mai dall’onde impetuose delle persecutioni infranto N. S. si puoso emmergere
questa nava, ancorche si possa agitare. Verseranno le tempeste sopra coloro, che
cercano di commuoverle, ma se questi motivi nascono per dar disgusto a S. B.
dicapur V. S. che il maggior disgusto ch’ella habbia è l’offesa che si fa a Dio e
prevedere il grave castigo, che caderà sopra la serenissima casa d’Austria non già
per difetto della propia pietà ma per il mal consiglio dei suoi ministri, i quali non
hanno altra mira, che di conservar quelle leggi ch’essicredono esser di profitto a i
soli Regni di Spagna, fra quali vorrebbono vedere ristretto il dominio di S. M., ne
si curano de pregiuditii, che possono nascere a gli altri dominio ch’ella possiede
dalla disunione del papa col Re, per mantenimiento de quali ha e gli bisogno più
d’ogni altro prencipe di starunito con questa Santa Sede, e i predecessori di S. M,
che si sono avveduti dell’indiscriminato zelo de suoi ministri hanno curate
l’orecchie all’esorbitanti pretensioni della corti di Castiglia, le quali non mirano ad
altro, che ad addosare sopra lo stato ecclesiastico di quei regni tutt’il peso
intollerabile de tributi […] Ho voluto accenuare (o avenuare) a V. S. tuttociò, acciò
ella se nevaglia oportunamente con S. M, e col Signore conteduca, e con altriministri
perche sappino la santa mente di S. B, e s’accorgino della cattiva strada per la quale
camminano 160.
El juicio del nuncio sobre las continuas derrotas españolas, no había duda
que eran por la actuación de Castilla sin respetar a Roma, por lo que ahora es-
taba pagando la alta de acato a la Iglesia.
160
ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 83, ff. 158v-163v. Al Monsignore Facchinetti,
nuncio en España. Roma, el 31 de diciembre de 1639.
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I motivi delle rivolte del mondo, gl’improsperi successi della monarchia, i pericoli
delle sollevationi, il discapito della sempre coltivata Religione spagnola, i bisogni che il
Rè ha del Papa in tante angustie, le perdite, che gli soprestanno romendo con S. S., il
vantaggio de nemici del Re, a quali S. S. poteva darsi in braccio, erano tutte fiacche
oppositioni al loro capricio, perche stimando il loro consiglio di Castiglia terrore del
mondo, e la monarchia di Spagna per invincibile, quando più i tempo forzano a tempo
reggiare, sempre più aspri no pensano ad altro, che ad ingrassare la loro podestá, con
spiatarel’altri, così ni un rispetto li trattiene dall’essere empii, quando premendo di essere
riputati giustia llora sono impiissimi, e quanto più se li propongono i danni che fanno al
Rè con le loro stravaganze, queste moltiplicano per canonizzarle inflessibili, et
infrenabili. Supposta dunque per immutabile questa mala temperie, può con facilità
racogliersi la difficoltà di ridurre in parte a qualche segno tollerabile un negotio si fiera,
e potentemente perseguitato 161.
La Secretaría romana confirmaba que, efectivamente, el castigo divino se
había producido por los actos en contra de Roma que ha realizado el Conde Du-
que de Olivares, aunque ya había alejado de la corte.
Non c’è dubio e n’ho scritto più volte che il Conte Duca per havere una causa
universale, alla quale poterse attriburre quello che di contrario avveniva, o perche
eglis’ingamasse e quanto piùs’ingannava tanto piùs’andava in viluppando in questo
laberinto, o pure perche volendo mutare con il suo ingegno il genio di Spagna, la
guastava nel più bello ch’era il rispetto al sommo Pontefice, e purtroppo vero
quello, che V. S. ha detto a S. M., donde ne sono atisvantaggi grandi alla sua
monarchia, o fusse perche tal atto non piacesse a Dio o perche per un semplice
sollicuo di oppinione paralogizante non se miravalla desistimatione, che veniva a
riflevernella monarchia V. S. ha detto molte cose, pero ella ha tenuto il poco rispetto
che nella pace di Monzon si concordò il conte duca con il cardinal di Richelieu ad
havere a S. S., quando ancora tratando ambi due contro dell’Inghilterra rimasero che
non se nedesse parte a S. S. Si ricorda V. S. poi la poco a proposito sostentatione che il
conteduca volse fare di Monsignor de Massime, le confessioni degli stessi ambasciatori, che
quando scrivevano bene del papa non haveva no risposte, arrivandosi a segno, che non
solo i gazzettieri, mal’istorse historie di Spagna contengono delle pasquinata, e cose mal
reflettenti verso la persona del Papa, V. S. sa i libretti stampati in milano, e dopo la
stampata fatta in venetia, non dico altro di questa, poiche scandalizzò tutte le genti, nel
manifestó poi publicato in Biscaglia non si vede come sia attacata un picco contro il papa,
perche non haveva mandato un legato a tratar la pace, e purs’è visto quanto tempo se
n’ètrattenuto un otioso 162.
161ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 84, ff. 79v-80r. De Madrid al Monseñor
nuncio Facchenetti, el 10 de noviembre de 1640.
162ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 86, ff. 156v-157r. A Monseñor Panzirolo,
nuncio en España, el 14 de marzo de 1643.
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Por su parte, Pellicer y Tobar informaba de las afrentas que el propio Pontí-
fice infringía a la Monarquía hispana:
contra todas las confianzas dadas, recibió con gran cabalgada y acompañamiento al
obispo de Samego, embaxador del duque de Braganza, de que sentidos los señores
embaxadores de España, con sus protestas, se salieron al punto de Roma 163.
A mediados del reinado de Felipe IV, cuando Roma era consciente de quela
Monarquía hispana nunca podría conseguir la Monarchia Universal, dado el re-
troceso militar que experimentaba en la guerra de los Treinta Años y dada la cri-
sis institucional que padecía con la separación de reinos, apareció con fuerza
una literatura que defendía a la Casa de Austria como dinastía católica y le con-
cedía una misión que cumplir. El jesuita Juan Eusebio Nieremberg escribía: Co-
rona virtuosa y virtud coronada 164, lo reflejó con gran claridad:
Como los pecados del pueblo son causa de las ruinas de los Reynos, pueden
también las virtudes de un Príncipe ser el reparo de su Imperio. Y porque las de
V. A. han de servir de contrapeso a nuestras culpas, aliviando el peso de la justicia
divina y castigos que los pecados comunes merecen, he querido representar aquí
lo que acerca desto he advertido en los Libros Sagrados y Concilios de la Iglesia,
porque aquellos enseñan; estos engrandecen la utilidad de la virtud de los Reyes.
Para que V. A, como tan piadoso y amador de sus vasallos, fomente siempre su bien
con el ejercicio de virtuosas obras 165.
En este libro ya no aparecía la rama hispana de la dinastía Austria como la pre-
eminente (Monarchia Universalis) y a la que se debía subordinar la del Imperio,
sino que defendía la unión de la dinastía al servicio de la religión de Roma:
Mas yo, de las aguas claras de la Sagrada Escritura, cuya lección he profesado
en los Estudios Reales de esta Corte, ofrezco a V. A algunas gotas que he observado
de los bienes de la virtud de un Príncipe; el más proporcionado servicio que
pudiera hazer a su piedad, por el gusto que recibirá en oír alabar lo que tanto ama
y traer a la memoria la estrella de la felicidad de su Imperial Casa, que si bien todos
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conde de la Castanheyra era por el lejano parentesco que este noble tenía con el
César 169. En su libro, además de mostrar al Emperador como un príncipe virtuo-
so y piadoso, unía a las ramas hispana y germana de la casa de Austria, dependien-
do la una de la otra y aconsejando que la Monarquía hispana adaptase la piedad
del Imperio. Pellicer señalaba el providencialismo que asumían los Austrias:
Siendo la potencia de España comunicada a todo el linage Austriaco. Que
aunque son muchos los príncipes, la sangre sola es una. Justas están sus fuerças.
El enemigo de uno lo es de todos; el que oprime a solo uno, a todos ofende. Y no
solo al que es de la sangre, pero el pensionario o que vive debaxo de su protección,
esta como adoptado al amparo, como si fuera afín o pariente. Estas son las causas
de tener a todos en continuos celos, aun contra tantas experiencias de su rectitud
y de su justicia. Y no advierten los príncipes a quien es odioso el poder Austriaco,
que no han de medirle por el aparato numeroso de las riquezas, por la extensión
prodigiosa del Imperio, sino por la altísima providencia del cielo, que asiste a su
patrocinio como tutelar de sus acciones. Merecio la virtud de los señores de la
Austria, adquirir tanto dominio en el universo. Así lo permitió Dios, así lo decretó,
así lo dispuso 170.
Otro destacado apologista de la Domus Austriaca fue Francisco Jarque, cléri-
go de la villa de Potosí y juez metropolitano, que escribió Sacra consolatoria del
tiempo, en las guerras, y otras calamidades públicas de la Casa de Austria y Catoli-
ca Monarquia, publicada en 1642 en la ciudad de Valencia 171. Jarque dedicó su
obra a don Fernando de Borja, comendador mayor de Montesa, gentilhombre
de Cámara del rey y protector de sor María de Ágreda. La intención de este es-
crito fue dar a Felipe IV un mensaje esperanzador, ya que todas las calamidades
que asediaban en esos momentos a la Casa de Austria y todos los enemigos que
tenía la dinastía, que sin duda eran un castigo divino, escondían el posterior
momento de gloria, ya que la Casa de Austria aún en sus peores momentos se
seguía mostrando unida al cuerpo de Cristo sacramentado, y por ello la recom-
pensa sería derrotar a todos sus enemigos y volver a ser una Casa invicta. Co-
mo espejo en el que se debía reflejar, recordaba los episodios de devoción de los
169
Su cuarto abuelo, el infante don Fernando, duque de Viseu, era hermano de doña
Leonor de Portugal, abuela cuarta del emperador Fernando.
170 J. PELLICER Y TOBAR: La fama Austriaca o historia panegirica de la exemplar vida…,
op. cit., ff. 103v-104r (BNE, 2/55.714).
171 F. JARQUE: Sacra consolatoria del tiempo, en las guerras, y otras calamidades públicas de la
Casa de Austria, y Católica Monarquía. Pronostico de su restauración, y gloriosos adelantamientos,
Valencia 1642 (BNE, 3/41.474).
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Emperadores como ocurrió con Fernando II con sus continuas procesiones del
Corpus Christi, su hijo Leopoldo Guillermo que venció a Suecia por colocar la
mesa con el Santísimo en una batalla, o el caso del infante Felipe Agustín, hijo de
los emperadores Fernando III y María de Austria que mostraba su reverencia al
escuchar la campanilla que precedía al viático 172. Lo más importante era mostrar
públicamente la devoción a la Eucaristía, que les salvaría de todo mal:
No ay estancia tan pacifica para una esperanza fiel, como la mesa que preparó
el Hijo de Dios de su mano, es este divino Sacramento a los principes de la
Augustissima Casa de Austria para sacarla a paz, y a salvo de los trabajos, con que
su Magestad le afina la pureza de su valor, los quilates de su invencible paciencia
en el crysol de tantas guerras como cada dia se mueven contra ella. Y en mi sentir
no puede aver mas irrefragable argumento de quan acepta es en sus divinos ojos
que ver mancomunadas contra ella por emulas de su gloria tantas naciones del
universo.
Era, por tanto, el sacramento de la Eucaristía el que devolvería a la dinastía
su gloria:
Hay pronostico fiel que dize en verso italiano lo que yo en español hablando
los dos de la Casa de Austria: Aunque hundida se vea en el profundo, ha de bolver
a dominar el mundo. Porque se puso Dios dentro de sus umbrales la mesa del
divinissimo Sacramento; del qualdixo San Eligio: Sacramento Eucharistiaetotus
mundos subiugatusest. El Sacramento santo de la Eucaristia es el conquistador que
reduxo a la Fe todo el universo, y el que hizo Señor de la mayor, y mejor parte de
Europa, de varias regiones de la Asia, y Africa, y de toda la America a la
Augustissima Casa de Austria.
Francisco Jarque reforzaba la idea de predestinación de la dinastía de los Aus-
trias ya que “levantóla Dios en premio de su entrañable devocion al Santissimo Sa-
cramento. De donde se infiere, que sus Emperadores en Germania, y en España
sus Catolicos Reyes lo son como David por eleccion Divina” 173. Recordando que
fue Dios “como dueño absoluto del universo por su mero beneplacito da, y quita
los imperios. David es elegido en el exido; Rodolfo electo en el bosque” 174.
Avanzado el tiempo, en 1652, aparecía publicada en Madrid otra apología ba-
jo el título Causa y origen de las felicidades de España y Casa de Austria, escrita por
172 F. JARQUE: Sacra consolatoria del tiempo..., op. cit., pp. 157-160.
173 Ibidem, p. 143.
174 Ibidem, p. 145.
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178 En carta, fechada el 4 de junio de 1646, la monja le dice que está rogando a Dios por
el éxito en Lérida y a renglón seguido le sugiere al monarca:
“Señor mío, otra diligencia encargo a V. M. en lo público: que se informe muy por
menor de cómo se guarda justicia en todos los ministerios del gobierno, y en
particular en la milicia que V. M. tiene más presente; y esto conviene sea de manera
que todos entiendan y teman que no se les ha de ocultar a V. M. cosa alguna, ni se le
ha de consentir a nadie la culpa que tuviese, sino que V. M. lo ha de castigar y
gobernar todo según su buen dictamen, que, sin duda se lo da Dios a V. M. mejor que
a todos”.
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Ello era posible por el servicio del monarca a la causa de Dios, que era la de su
Iglesia. El 2 de julio de 1646, sor María se dirigía al monarca en estos términos:
Y no extrañe, señor mío, el que mi afecto camine tanto en esto, pues miro a V.
M. no como a mi Rey y señor, sino como defensor de la fe santa, amparo y protector
de todos los católicos: veo la causa de Dios sola, la Cristiandad perseguida, y a V.
M. que padece tanto por defenderla, que sus ministros y vasallos no ayudan a V. M.,
sino que trabajan por ocultar la verdad a V. M. y el peligro, por no oponerse a él.
Todo esto me divide el corazón y me obliga a desear con mayor afecto tome el señor
en cuenta este trabajo, que le juzgo por el mayor de los que V. M. tiene en el
gobierno de la Monarquía. Clamo y lloro ante la clemencia divina y suplico al
Todopoderoso que pelee por nosotros y que defienda nuestra causa con su diestra.
El 21 de octubre de 1652, Felipe IV escribe todo alborotado a la monja:
Esta mañana, a las seis, en Valsaín, llegó el duque de Alburquerque con cartas
de don Juan, mi hijo, en que me da cuenta cómo a 13 de éste entraron mis armas
en Barcelona, y que casi todo el Principado de Cataluña está a mi obediencia. No
he querido, sor María, dilatar este aviso para que me ayudéis a dar gracias a
Nuestro Señor.
La monja le contesta el 23 de octubre:
Repetidas veces he insinuado a V. M. que de todas las empresas que se han
ofrecido en esta Monarquía, la que más he deseado ha sido el rendimiento de la
plaza de Barcelona a las armas de V. M. Hanme motivado las muchas
circunstancias de utilidad que han concurrido en este caso, que yo las tengo vistas
y ponderadas a buena luz, del servicio y agrado del Altísimo, conveniencias
grandes a la Corona de Vuestra Majestad, el bien común y de los naturales de
Barcelona, alegría de los vasallos, satisfacción de los extranjeros, pues toda Europa
estaba a la vista y espera de este suceso, y conocerán queda quebrantada y humillada la
obstinación de los enemigos […] Señor mío, ésta es obra de la diestra poderosa y
favor que nos ha venido del Padre de las lumbres, que está en los cielos, de donde se
deriva todo don perfecto […] La Sabiduría eterna ha dispuesto las causas y medios
humanos para esta victoria; el poder del Altísimo ha imperado sobre las olas de las
dificultades y rendido la soberbia de nuestros enemigos.
Semejantes consejos se repiten durante toda la guerra de Cataluña. El 27 de
diciembre de 1658, sor María escribía al monarca una carta en la que le aconse-
jaba que practicase la oración mental 179 (todo diferente al siglo XVI). El 10 de
junio de 1659, Felipe IV escribía a sor María:
179 “Señor mío carísimo, suplico a V. M. no desconfíe en tener trato con Dios y de alcanzar
la virtud de la oración mental que, aunque en el nombre parece que este ejercicio solo
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181 Ibidem, p. 11. Carta de Felipe IV a sor María, fechada en Zaragoza, 9 marzo de 1644.
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directa con Él, podía dar origen a la aparición de personajes con apariencia de
intensa vivencia religiosa, que decían haber tenido experiencias con la divini-
dad. No resulta extraño que las visiones de hombres religiosos, en torno a la
evolución de la Monarquía, que buscaban influir en el ánimo del monarca, fue-
ran frecuentes en esta época, como señalaba el propio Felipe IV en su primera
carta a sor María, si bien, ningunas fueron tomadas en serio por el monarca ex-
cepto las de sor María, lo que dio esperanza a los miembros del grupo que es-
taban tras la monja de Ágreda de conseguir sus objetivos políticos a través de
medios religiosos. Frente a la política de “prestigio” del Conde Duque de Oli-
vares, sor María aconseja una política de paz cristiana, frente al programa uni-
ficador de la Monarquía, tan caro a aquél, ella sostenía la necesidad de conservar
intactos fueros y privilegios.
En la correspondencia entre sor María de Ágreda y Felipe IV, existe una línea
divisoria en torno a 1646, cuando se produjeron una serie de acontecimientos
traumáticos que cambiaron su vida: la muerte del padre Andrés de la Torre 184,
confesor de sor María, el proceso al padre Monterón y el surgimiento de la cons-
piración del duque de Híjar, cuyos alentadores todos eran conocidos y correspon-
sales literarios de sor María. A partir de entonces y, parece ser, también por
consejo de don Luis de Haro, la monja se replegó en sus temas espirituales. El
triunfo de esta espiritualidad se muestra con toda claridad a través de la corres-
pondencia entre Felipe IV y sor María:
El sentimiento general de estos reinos da a entender que conocen el castigo.
Quiera Dios, Señor mío, que sea la enmienda como el conocimiento, y que tenga
Vuestra Majestad ministros fieles, temerosos y celosos, que sin otro fin ayuden
a la reformación de los vicios y al remedio de los daños que amenazan.
Los ejemplos que se pueden presentar (sacados solamente con una rápida lec-
tura de la correspondencia entre rey y monja) resultan muy numerosos y su aná-
lisis ideológico requiere un análisis detenido; no obstante, valga citar la carta que,
el 15 de mayo de 1645, tras la toma de Rosas, Felipe IV escribía a sor María:
Confieso, Sor María, que me veo muy cuidadoso, y que solo lo que me alivia
es saber de cierto que Dios lo puede todo, y que estando en su mano, no ha de
permitir que se acabe de perder una Monarquía que tantos servicios le ha hecho.
Sírvase su divina Majestad de ayudarnos y de dar una paz a la Cristiandad que
esto es lo principal que le debemos pedir todos los fieles católicos.
184 Una pequeña biografía sobre el mismo, A. MORTE ACÍN: Misticismo y conspiración…,
op. cit., pp. 115-120.
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Las lecciones espirituales que sor María daba al rey, no carecían de impor-
tancia, ni el rey las dejaba de lado; al contrario, trataba de vivir de acuerdo a lo
que le decía la monja. Así, el 13 de diciembre de 1651, el monarca escribía:
Por más que os humilléis y digáis que no sois digna de esta correspondencia,
pienso continuarla, porque esto mismo me mueve a hacerlo, viendo cuánto me
puede aprovechar a mí lograrla y recibir los consejos que me dáis, que, sin duda,
son de quien desea con todo fervor mi mayor bien; no es mala prueba desto lo
que me decís en esta carta, pues todo se encamina a que yo consiga la gracia y
admita los primeros auxilios divinos, con que Nuestro Señor acudirá con los
demás.
A partir de 1651 parece que las cartas de sor María se intensifican en doctri-
na espiritual y “obligan” al rey a seguir sus consejos. Realmente, el modelo de vi-
da que le proponía era el de una espiritualidad radical muy lejos de los intereses
de un político, lo que provocaba las contradicciones entre sus creencias y su prác-
tica. Así, en carta del 3 de mayo 1652, la monja le escribía las reflexiones y medi-
taciones que había tenido sobre el Evangelio de San Juan, que decían: “De verdad
os digo que vosotros lloraréis y os afligiréis; los del mundo se alegrarán, vosotros
os entristecéis”. Asimismo, le aconsejaba que practicase la oración mental:
Señor mío carísimo, suplico a V. M. no desconfíe en tener trato con Dios y de
alcanzar la virtud de la oración mental que, aunque en el nombre parece que este
ejercicio solo pertenece a los anacoretas, religiosos y personas perfectas y
ejercitadas en lo místico, es verdad infalible que todos la deben y pueden tener; y
más los que somos pecadores y necesitados porque es medio eficaz de apartarnos
del mal y obrar el bien, buscar el camino de la salvación y conseguirlo.
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