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Ojo:
Completar notas 180 y 181: Ibidem, no corresponde

Política y religión en la corte:


Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda 1

José Martínez Millán

Pasó por este lugar y entró en nuestro convento el Rey, nuestro señor, a 10 de
julio de 1643, y dejóme mandado que le escribiese; obedecíle, y en seis o siete cartas
le dije que oyese a los siervos de Dios y atendiese a la voluntad divina que por tantos
caminos se le manifestaba, y también supliqué a S. M. que mandase quitar los trajes
profanos, como incendio de los vicios; ofrecíle las oraciones de la Comunidad y las
pobres mías; pedíle obligase al Altísimo, mejorando y perfeccionando las propias
costumbres. Después me escribió la carta siguiente 2.
De esta manera tan directa y sencilla sor María de Jesús de Ágreda exponía
la forma cómo había iniciado la intensa correspondencia con Felipe IV. Consi-
derando como algo normal el mantenimiento de comunicación tan íntima entre
un rey y una monja y dando por supuesto que entre ambos existía un lenguaje
común capaz de entender conceptos tales como “los siervos de Dios”, “la volun-
tad de Dios que por tantos caminos se manifestaba” 3 y que se podía “obligar” a
Dios a que nos ayudase en esta vida a cambio de “mejorar y perfeccionar las pro-
pias costumbres”, sin especificar en qué consistían o cómo se practicaban “las
buenas costumbres”.

1 Este trabajo forma parte del proyecto de investigación, concedido por el MICINN,
número de referencia HAR2009-12614-C-1.
2 Cartas de sor María de Jesús de Ágreda y de Felipe IV, Madrid 1958, ed. de C. Seco
Serrano, p. 3.
3 La monja plantea al rey el problema del discernimiento. El discernimiento espiritual
se sitúa en una esfera íntima y personal, en el trato y la forma de vivir la relación con Dios.
El discernimiento de los espíritus se proyecta hacia las manifestaciones externas (M. RUIZ
JURADO: El discernimiento espiritual, Madrid 1994; M. MARTÍNEZ: El discernimiento, Madrid
1984; J. CARROL FURELL: El discernimiento espiritual, Santander 1984; J. CARO BAROJA: Las
formas complejas de la vida religiosa, Madrid 1978; J. L. SÁNCHEZ LORA: Mujeres, conventos
y formas de religiosidad barroca, Madrid 1988).

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La extensa correspondencia entre rey y monja, mantenida ininterrumpida-


mente hasta la muerte de ambos personajes (ocurrida en septiembre y agosto de
1665 respectivamente), sorprende por la naturalidad con la que exponen sus
sentimientos íntimos, sus vivencias espirituales, al mismo tiempo que el monar-
ca, sin ningún rubor, reconoce sus fallos y pecados dejándose corregir y guiar
por los consejos de una persona tan insignificante, social y políticamente, como
una monja de clausura. De la misma manera, impresiona comprobar la tenue
frontera que existía entre la realidad material y el mundo espiritual, entre la vi-
vencia religiosa y los groseros actos cotidianos.
Al calificar esta relación entre monarca y monja, Deleito y Piñuela afirmaba:
Lo más singular, en quien vivía tan alejada de las esferas política y cortesana,
es el acierto, la discreción, el buen sentido, el tacto y la mesura de consejera de
tal en las más arduas cuestiones, no ya de conciencia, sino de Estado y aun de
guerra, con amplitud de miras que no parecen corresponder al horizonte
estrecho de una celda monástica 4.
Efectivamente, esta inextricable relación entre lo material y lo espiritual se
tradujo en el intento de influir en el ánimo del monarca, a través de la religión,
en sus decisiones políticas y terrenales (concesión de mercedes, favorecer a de-
terminadas personas, mover la guerra, imponer o retirar tributos, etc.) que la
monja traducía como si fuera algo querido por Dios, de acuerdo con la realidad
que le pintaban (puesto que ella no salió del convento durante toda su vida) el
grupo cortesano y los personajes que le protegían y se relacionaban con ella 5.
Ciertamente, a pesar del aislamiento y clausura que se impuso la monja de
Ágreda, durante toda su vida mantuvo una actividad e influencia social y polí-
tica equiparable a la de que cualquier gran patrono cortesano; por ello, a través
de su correspondencia con el monarca, se pueden reconstruir y comprender los
distintos problemas políticos y religiosos de la Monarquía, así como las pugnas
faccionales en la corte. En este sentido, la correspondencia de Felipe IV y sor
María de Ágreda contiene tal riqueza histórica, que resulta imposible de resu-
mir en unas pocas páginas.

4 J. DELEITO Y PIÑUELA: El Rey se divierte, Madrid 2006, p. 31.


5 M. P. MANERO SOROLLA: “Sor María de Jesús de Ágreda y el providencialismo
político de la Casa de Austria”, en M. BOSSE, B. POTTHAST & A. STOLL (eds.): La
creatividad femenina en el mundo del barroco. María de Zayas-Isabel Rebeca Correa. Sor Juana
Inés de la Cruz, Kassel 1999, pp. 105-125, con una completa bibliografía sobre el tema.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

1. SOR MARÍA DE JESÚS DE AGREDA: SUS INICIOS RELIGIOSOS


Y SU INCLUSIÓN EN LOS CÍRCULOS POLÍTICOS CORTESANOS

María Coronel, como se llamó en el mundo sor María de Jesús de Ágreda,


había nacido en Ágreda el 2 de abril de 1602; fue hija de Francisco Coronel y
Catalina de Arana, matrimonio singular –a juzgar por las decisiones que toma-
ron– en la sociedad sacralizada del barroco castellano 6, quienes parece que eran
de origen converso, por más que la monja afirmase todo lo contrario 7. Acerca
de su crianza y la de sus hermanos, nos dice que se hizo con “rigor y observan-
cia de la ley de Dios, que el mundo lo juzgaba por rigor extremo”. En 1606 re-
cibió la confirmación de manos del obispo de Tarazona, Diego de Yepes, quien
había sido confesor de santa Teresa. Aunque la tradición dice que el prelado ya
vio dotes de santidad en la niña, la realidad fue –como señala Fernández Gra-
cia– que era la consecuencia normal de un gran afecto ya que el prelado man-
tenía una gran amistad con la familia Coronel desde hacía tiempo 8. Los deseos
de la joven por tomar hábito religioso se vieron propiciados a raíz de los suce-
sos acaecidos en su familia durante 1615, cuando sus hermanos se hicieron
franciscanos y su madre tuvo una revelación de transformar su propia casa en
convento, mientras su padre abrazaba, como sus hijos, el hábito de san Francis-
co. En 1618 se decía la primera misa en tan original convento 9. Entre los que
ayudaron económicamente a la transformación de la vivienda en convento se
encuentran el oidor de la chancillería de Valladolid, don Jerónimo Camargo;
don Diego de Castejón y don Martín de Castejón.
Paulatinamente, el convento se fue poblando: en 1619 tomaron el hábito
quince novicias; en 1620 cuatro y en 1621, tres. En los años siguientes no hubo
ingresos hasta que llegaron las religiosas de Madrid. Entre 1626 (fecha en que
llegaron las religiosas de la Corte) y la muerte de sor María (1665) se contabili-
zan cuarenta y una profesiones. Entre las religiosas que ingresaron, encontramos:

6 Para entender la religiosidad de esta sociedad resulta imprescindible el estudio de J.


CARO BAROJA: Las formas complejas de la vida religiosa, op. cit.
7 C. CALAHAN: The Vision of Sor Maria de Agreda. Writing, Knowlwdge and Power,
Tucson-London 1994, pp. 3-16.
8 R. FERNÁNDEZ GRACIA: Iconografía de Sor María de Ágreda, s.l. 2003, pp. 20-21.
9 P. L. ECHEVARRÍA GOÑI: “La Madre Ágreda y la construcción de su convento”, en
El papel de sor María de Jesús de Ágreda en el Barroco español, Soria 2002, pp. 75-103.

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a Francisca María de Jesús (Ruiz de Valdivieso, mujer de confianza de los duques


de Albuquerque, que dejó la corte virreinal novohispana para ingresar en el con-
vento; Teresa de Jesús (Aranda), mujer del teniente general de artillería de Bada-
joz que abandonó una buena posición social para tomar el hábito; las hijas de los
marqueses de Velamazán y Castilmoncayo; sor Esperanza de San Miguel (Frías),
que abandonó la corte de los reyes de Francia para venir al convento de Ágreda;
sor María Bárbara de Jesús (Viana y Villaquirán), viuda el marqués de Faves. A
todas ellas hay que añadir las sobrinas del obispo de Tarazona, fray Pedro Mane-
ro, y del arzobispo de Santiago de Compostela, fray José González 10.
La propia sor María tomó el hábito, junto con su madre, el 2 de febrero de
1620. A partir de entonces, los arrobos y éxtasis fueron frecuentes 11. Durante es-
tos primeros años, sor María fue protagonista de un fenómeno poco frecuente: la
presencia simultánea de su persona en el convento de Ágreda y en México 12. En

10 Sobre las monjas que entraron en el convento, A. MORTE ACÍN: Misticismo y


conspiración. Sor María de Ágreda en el reinado de Felipe IV, Zaragoza 2010, pp. 82-83.
11 En una carta a su hermano le describe de manera ingenua el primer arrobo que tuvo,
al mismo tiempo que le inquiere sobre la ortodoxia de la visión. Sor María tenía entonces en
torno a los dieciocho años:
“De esta manera pasaron algunos días y yo con muchos deseos de servir y agradar
a mi Dios y Señor, hasta que un día, que iba a la oración, y vi a mi Señor. Yo iba llena
de trabajos; no llevaba prevenido el paso que había de considerar (que siempre lo hacía).
Estaba con grande sequedad y entrando en la oración dije: ‘Señor, ¿Qué tengo yo de
hacer aquí de esta manera?’. Fue tanta la alegría que me dio, que me consolé mucho y
me sobrevino un grande ímpetu de amor de Dios. Yo resistí a él (como otras veces lo he
hecho) y no pude; y así salí de mí y me arrobé. Quedé sin poder ejecutar los sentidos
del cuerpo y toda recogida interiormente. Fue este el primer recogimiento que tuve y
se me hizo cosa nueva y espantosa. Vi a la Madre de Dios con su Hijo en brazos (era
sábado) y como le bajaron de la cruz: teníale todo llagado y estaba dolorosa. Díjome:
‘Hija mía, ¿hay dolor como éste?’. Yo me deshacía y teníale muy grande de ver el que
mi Señora padecía. Díjome muchas cosas de consuelo y que tuviese y procurase todas
las virtudes. En esta ocasión me hizo el señor una merced, y es que extendió y alargó el
brazo y parece que me sacó el corazón y que me lo trocó y diome el suyo: sentí un dolor
suave cuando esto sucedió; quedé toda mudada; yo no vivía en mí, sino en Dios y tenía
muchos deseos de servirle; ponía por obra los que podía” (E. ROYO: Autenticidad de la
Mística Ciudad de Dios y biografía de su autora, Barcelona 1914, pp. 118-119).
12 L. GARCÍA ROYO: La aristocracia española y Sor María de Ágreda, Madrid 1951, pp.
257 ss.; J. A. PÉREZ RIOJA: Proyección de la venerable María de Ágreda (Ensayo para una
bibliografía de fuentes impresas), Soria 1965; T. KENDRICK: Mary of Agreda. The life and
legend of a Spanish nun, Londres 1967.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

1627 fue nombrada priora y, a partir de entonces, el convento tuvo un resurgir


de ingresos que le llevó a edificar un nuevo edificio al que la comunidad de
monjas se trasladó el día 10 de julio 1633 13.
La experiencia religiosa de sor María de Ágreda se desarrolló principalmente
fuera de la política y de los tratos con el rey como se refleja claramente en su Mís-
tica Ciudad de Dios, no obstante, resulta sorprendente que una vida circunscrita a
los límites de su propia casa, convertida en convento, de una aldea perdida, pu-
diera adquirir una proyección tan notoria 14. Igual de sorprendente resulta su for-
mación intelectual, no solamente a la “ciencia infusa” como han sostenido
algunos de sus biógrafos 15. Un testigo cualificado afirma que “en tiempo de su
niñez se empleaba en leer, trabajar, hacer labor, escribir y aprender música, a cu-
yo fin iba a casa de sus padres un maestro de música que había en Ágreda a dar-
la lección cada día” 16. Sor María trató con clérigos de la talla de Francisco de
Yepes, biógrafo de santa Teresa, Francisco de Borja, con quien mantuvo larga co-
rrespondencia, con numerosos frailes, tales como Juan de Palma, Pedro Manero
y Pedro de Arriola 17; asimismo, leyó los sermones que se imprimían, las obras de
los santos padres de la Iglesia como san Agustín, san Gregorio, san Bernardo, san-
to Tomás, etc., las Sagradas Escrituras y naturalmente las obras del padre Juan
Eusebio Nieremberg, con sus Lugares comunes de conceptos, dichos y sentencias de
diversas materias (1613), famosísimo en la época. Además, los testimonios de las
monjas que contestaron al proceso que se inició tras su muerte, ratifican la incli-
nación a la lectura que tenía sor María y las lecturas que preferentemente leía: los
de san Buenaventura, fray Luis de Granada, los libros del padre Alvarado y de

13 P. L. ECHEVARRÍA GOÑI: “La Madre Ágreda y la construcción…”, op. cit., pp. 75-103.
14 Su vida se puede ver en J. XIMÉNEZ SAMANIEGO: Relación de la vida de la V. M. sor
María de Jesús. “Prólogo Galateo” a la “Mística Ciudad de Dios”, Madrid 1721; T. KENDRICK:
Mary of Agreda…, op. cit. Bibliografía sobre la monja, J. A. PÉREZ RIOJA: Proyección de la
venerable María de Ágreda…, op. cit.
15 E. ROYO: Autenticidad de la Mística Ciudad de Dios…, op. cit.
16 Mystica Ciudad de Dios, milagro de su omnipotencia y abismo de la gracia. Historia
divina y vida de la Virgen Madre de Dios, Madrid 1670. También A. M. ESPÓSITO: La Mística
Ciudad de Dios (1670). Study and Edition, Potomac 1990.
17 J. CAMPOS: “Los Padres Juan de Palma, Pedro Manero y Pedro de Arriola y la Mística
Ciudad de Dios”, Archivo Ibero-Americano (1966), pp. 2-3. Un bosquejo de la vida de Juan de
Palma en BNE, Ms. 4.024, ff. 39r-40v. Datos sobre el padre Manero en J. CAMPOS: “La
venerable madre Ágreda y su obra en Navarra”, Analecta Calasanctiana 14 (1965), pp. 327 ss.

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Luis de la Puente, los Soliloquios de san Agustín, Francisco de Osuna, etc. Con
este bagaje (además de su inspiración divina) pudo escribir su gran obra, Mística
Ciudad de Dios, que fue incluida por Roma en el Índice de libros prohibidos en 1681,
once años después de que se publicara, lo que provocó una gran controversia has-
ta que Clemente XI (1700-1721) la retiró definitivamente del Índice 18. Sor Ma-
ría se esforzó en que quedara bien claro que ella sola había sido la autora de esta
obra e insistió en que había sido “dictada y manifestada” por la propia Virgen a la
autora 19. De esta manera, la obra puede interpretarse como un diálogo entre la
monja y la Virgen, quien le fue dictando lo que debía de escribir.
Con todo, la fama que sor María de Ágreda ha logrado tener en la historia,
se ha debido a dos acontecimientos ajenos a esta obra. En primer lugar, en el
mundo hispánico, a la presencia prodigiosa de catequizar a pueblos indígenas de
ciertas zonas de México, sin salir de su recinto, merced al fenómeno de la bilo-
cación, que experimentó durante los primeros años de su estancia en el conven-
to. En segundo lugar a la correspondencia mantenida asiduamente con el rey
Felipe IV durante los veintidós últimos años de su vida y del monarca 20.

1.1. Sor María de Ágreda miembro de la facción opuesta


a la del Conde Duque de Olivares

Aunque sor María fue una monja, dedicada exclusivamente a cultivar y


practicar sus vivencias espirituales, siempre se le ha atribuido una gran influen-
cia en política, situándola en la facción cortesana opuesta al Conde Duque de
Olivares. Así, los profesores Elliott y de la Peña comentan que sor María tuvo
relación epistolar con ciertos videntes, como Francisco de Chiriboga o el padre

18 La Sorbona se implicó mucho en esta controversia. Se ha puesto en conexión la


prohibición de la obra (acusada de contener principios quietistas) con el jansenismo, que
reaccionaría contra ella por la defensa que contiene sobre el dogma de la Inmaculada
Concepción, cf. L. GARCÍA ROYO: La aristocracia española…, op. cit., pp. 154-166 y 182-186.
Asimismo, no deja de ser significativo que Clemente XI, el papa que promulgó la bula
Unigenitus contra los jansenistas, fuese el mismo que sacase la Mística Ciudad de Dios del Índice.
19 F. BONFILS: “En las fronteras de la revelación. Inspiración divina e invención literaria
en la Mística Ciudad de Dios de María de Jesús de Ágreda”, en M. ZUGASTI (ed.): Sor María
de Jesús de Ágreda y la literatura conventual femenina del Siglo de Oro, Soria 2008, p. 33.
20 I. I. OMAECHEVARRÍA: “La Madre Ágreda entre los indios de Nuevo México”,
Celtiberia (1965), pp. 7-22; P. BORGES MORÁN: “La controvertida presencia de la M. Ágreda
en Texas (1627-1630)”, en La Madre Ágreda, una mujer del siglo XXI, Soria 2000, pp. 25-59.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

González Galindo, que intentaban apartar a Olivares del poder real. El propio
Felipe IV hacía referencia a estas formas de revelaciones que manifestaban te-
ner algunos visionarios con el fin de influir en la voluntad real 21: “Algunos re-
ligiosos me dan a entender que tienen revelaciones, y que Dios manda que
castigue a éstos o aquéllos y que eche de mi servicio a algunos” 22. Pero, además
de mantener correspondencia con Felipe IV y diversos miembros de la familia
real, la monja se escribió, desde 1628, con don Fernando de Borja, virrey de
Aragón; con su hijo Francisco, con el duque de Híjar, con el nuncio de España
(futuro Clemente IX), con otras religiosas de su orden, etc. 23.
Esta “vocación” política de la monja de Ágreda ha llevado –como resulta lógi-
co– a plantearse, en primer lugar, cuál fue el motivo y la fecha en que sor María
tomó contacto con la corte. En este sentido, las opiniones han sido diversas. Para
algunos estudiosos, el conocimiento de sor María fue a través de su fama de bilo-
cada como llegó su nombre al monarca; cuando fray Alonso de Benavides, provin-
cial de los franciscanos en Nuevo México, llegó a Madrid, en 1630, manifestando
el extraño suceso de que unos indios ya habían sido catequizados por una monja
(sor María de Ágreda) cuando los misioneros franciscanos se encontraron por pri-
mera vez con ellos 24. Tal fama, daría lugar a que Felipe IV se acercase a verla en
1643, como testimonia la propia monja. Marañón, por su parte, cree que la rela-
ción de la monja con la corte es anterior a la caída del Conde Duque de Olivares;
es más, la sitúa en el mismo grupo de mujeres que contribuyeron a la caída del

21 Sobre la utilización de profecías políticas durante este período, véase M. C. ENTERRÍA:


“La profecía política de una religiosa del siglo XVII: sor Magdalena de la Santísima Trinidad”
y P. CIVIL: “Pouvoirs royal et discours prophetique. De quelques textes autor des événements
politiques de 1640”, ambos artículos en A. REDONDO (coord.): La prophétie comme arme de
guerre des pouvoirs (XVe-XVVe siécles), París 2000
22 Carta de Felipe IV a sor María de Ágreda, fechada en Zaragoza, 4 de octubre 1643
(Epistolario español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda y Felipe IV, p. 4).
23 C. BARANDA: María de Jesús de Ágreda, correspondencia con Felipe IV. Religión y razón
de Estado, Madrid 1991, p. 26. Carta de Felipe IV a sor María de Ágreda, fechada en
Zaragoza, 4 de octubre 1643 (Epistolario español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda
y Felipe IV, p. 4). Por su parte, el profesor Seco Serrano es de la opinión de que bien pudiera
ser don Fernando de Borja, el que pusiera en conexión a sor María con la corte (C. SECO
SERRANO: “Introducción” a las Cartas de sor María de Jesús de Ágreda y Felipe IV, p. XLVII),
lo que, en mi opinión, no representa ninguna contradicción ya que este personaje formaba
parte del mismo grupo o facción cortesana.
24 L. GARCÍA ROYO: La aristocracia española…, op. cit., p. 77.

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omnipotente valido con sus intrigas. La “conspiración de las mujeres” 25, como
denomina Marañón, estaba formada por un grupo de nobles, encabezadas por la
propia reina Isabel de Borbón, doña Margarita de Saboya (duquesa de Mantua),
doña Ana de Guevara y sor María de Ágreda, que tenía fama –en todo el reino–
de mujer extraordinaria por sus revelaciones y arrebatos místicos, lo que induci-
ría a que algunos confesores y nobles aconsejasen al monarca que se pusiera en re-
lación con ella. Marañón se basa en el Nicandro para hacer esta afirmación:
Pero de lo que ya me río, ya me indigno y ya me compadezco, es de algunos
hombres que con pocas letras en la verdad y con apariencia de virtud han querido
desacreditar al Conde y sus acciones introduciendo revelaciones de mujeres devotas
para apoyar que ha sido divino influjo el apartamiento. Como si Dios necesitara de
esos medios cuando podía inspirar a V. Majd y revelarle sus decretos soberanos,
que fuera más conforme a la razón y al modo de su sabia providencia. Pero que
trate con mujeres encerradas los puntos de la Monarquía que a V. Majd tocan, no es
justo pensarlo de Dios, ni ha usado de este modo con su Iglesia; demás de que cuando
V. Majd tuviere revelaciones semejantes debía examinarlas mucho por no errar
como muchos de los santos que peligraron en este escollo 26.
Para otros autores, Felipe IV conoció a sor María de Ágreda el 13 de julio de
1643 por iniciativa de fray Juan de Santo Tomás 27. Este fraile dominico habría
llegado al entorno real de la mano de su hermano de Orden, fray Pedro de Tapia,
profesor en Alcalá de Henares junto a fray Juan de Santo Tomás, y del duque de
Medinaceli, quien le nombró su confesor 28. La biografía de Tapia pone de mani-
fiesto que fray Juan de Santo Tomás se movía entre los círculos contrarios a Oli-
vares 29: Juan de Palafox y Mendoza, miembro del Consejo de Indias desde 1633

25 G. MARAÑÓN: El Conde-Duque de Olivares, Madrid 1969, pp. 187-199.


26 J. H. ELLIOTT & J. F. DE LA PEÑA: Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares,
Tomo II: Política interior: 1628 a 1645, Madrid 1981, pp. 272-273. El subrayado es nuestro.
27O. FILIPPINI: La coscienza del re. Juan de Santo Tomas, confesore di Filippo IV di
Spagna (1643-1644), Firenze 2006, p. 24.
28 A. DE LOREA: Historia de su apostólica vida y prodigiosa muerte, Madrid 1676, pp. 37-39.
29 Poco después de la caída de Olivares, fray Juan de Santo Tomás escribió un memorial
al rey titulado Este papel contiene el modo de discurrir acerca de los Pecados de los Reyes, en el
que recomendaba que no tuviera valido:
“Todos los pecados del oficio y cargo de Rey se pueden reducir a tres: el primero
género es respecto del Papa y la Yglesia, a quien se debe subjeción; el segundo, respecto
de otros reyes, que son como iguales y toca toda materia de justificación de guerras; el
tercero, respecto de sus súbditos y vasallos, y entre ellos son ministros y otros no.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

(después arzobispo de México, 1642) era muy amigo de Tapia 30. En 1639, Juan
de Santo Tomás era propuesto en el Consejo de Indias para ocupar una mitra en
América, figurando Palafox en la comisión de propuesta. El dominico intervino
–desde 1629– en las Juntas que se hicieron para los catálogos de libros prohibidos de
1632, junto a importantes teólogos como Juan de Pineda y Luis de Torres 31, y en
las reuniones posteriores que dieron lugar a la edición del Índice de 1640.
Ciertamente, en 1640, el Conde Duque se había propuesto sustituir al confe-
sor real, dada la avanzada edad de fray Antonio de Sotomayor, y le aconsejó que se
retirase al convento de Salamanca. Sotomayor propuso a Tapia para sucederle en
el cargo, pero Olivares no aceptó por no tener excesiva confianza en él; es más, pa-
ra evitar este nombramiento, el Conde Duque supo influir para alejar a Tapia de
la corte y promocionarle como obispo de Segovia. No obstante, el dominio del va-
lido en el entorno del monarca no era completo: al poco tiempo (26 de abril de
1642), Felipe IV salió de Madrid camino de Aragón; durante su ausencia, había
nombrado a la reina como gobernadora del reino con la asistencia del cardenal Bor-
ja y un grupo de consejeros, mientras se encargaba el conde de Castrillo de las cues-
tiones financieras 32. Fue durante esta etapa de soledad política de la reina Isabel

Antes que desmenucemos cada género de estos pecados, ay un pecado que parece
abarcar todos los géneros propuestos, y ha influido mucho en la falta de gobierno, que
fue poner un valido y conservarle tanto tiempo, dándole tan amplia potestad que todos
entendían estar dependientes de él en todo y por todo, todos le temían y no se atrevían
a comunicar con su Rey sus aflicciones y trabajos, con lo cual, el reino ha estado en un
general desconsuelo. El dar tanta mano y poder a uno fue, sin duda, un pecado grande
porque los Reyes no pueden poner en otro el poder que Dios les ha dado […] Debe el
Rey poner remedio en esto, no solo apartándolo (como ya se ha hecho) sino asegurando
a su Reino que ni él ni otro volverá a tal ministerio, sino que el Rey despachará y
gobernará por sí, sin valido, sino en la forma ordinaria, como en estos reinos se usa”
(G. DESDEVISES DU DEZERT: “Este papel contiene el modo de discurrir acerca de los
Pecados de los Reyes”, en Melanges Litteraires publiées à l’ocassion du centenaire de la
Faculté des Lettres de Clermont-Ferrand, París 1910, pp. 37-54).
30 Para el personaje, G. ARGÁIZ: Vida de don Juan de Palafox, introd., ed. y notas de R.
Fernández Gracia, Pamplona 2000; C. ARTEAGA: Una mitra entre dos mundos. La del
venerable señor don Juan de Palafox y Mendoza, Sevilla 1985; F. SÁNCHEZ CASTAÑER: Juan
de Palafox, virrey de Nueva España, Madrid 1988. Asimismo, resulta de suma utilidad la
obra conjunta: Palafox, Cultura y Estado en el siglo XVII, Pamplona 2001.
31 M. ANDRÉS (coord.): Historia de la teología española, Madrid 1983, pp. 96 y 142.
32 M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV, rey de España, Madrid 1886, CODOIN 86, pp. 21-22.

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de Borbón cuando mandó llamar a Tapia, que se encontraba en Alcalá, para con-
sultarle sobre los problemas de la Monarquía y el gobierno 33. La presencia de Ta-
pia se extendió hasta 1643, y muy probablemente fue cuando se introdujo el
nombre de fray Juan de Santo Tomás para ser nombrado confesor del rey.
A la hora de resumir las opiniones de los especialistas sobre los orígenes de la
influencia de sor María en la corte de la Monarquía hispana, considero que resul-
ta muy pertinente realizar dos precisiones. En primer lugar, no hace falta acudir
a sucesos espectaculares para explicar el inicio de esta relación. El convento de sor
María fue conocido en la corte (y es de lógica, que también la monja) al poco
tiempo de su fundación en 1620, dado que –como hemos visto– numerosas mu-
jeres, pertenecientes a familias nobiliarias con residencia en la corte profesaron en
él. En segundo lugar, según las diversas interpretaciones históricas, la caída del
Conde Duque de Olivares estuvo propiciada por una serie de personajes y faccio-
nes cortesanas que utilizaron el predicamento e influencia espiritual tanto de sor
María de Ágreda como de fray Juan de Santo Tomás para propiciarla.
En efecto, estos religiosos utilizaron su autoridad espiritual para dominar o, al
menos, influir en la voluntad del monarca, ahora bien, ellos también fueron per-
sonajes maleables por las distintas facciones cortesanas y por el propio nuncio Pan-
cirolo, quienes les asesoraban acerca de los consejos que debían dar al rey. No se
debe olvidar que la santidad es un correlato de la inocencia y tanto el confesor co-
mo la monja confidente detentaban un poder sobre el monarca, que no siempre sa-
bían cómo administrar, sobre todo en aquellos temas que no dominaban y de los
que era preciso asesorar al rey. Ciertamente, las visiones de hombres religiosos, en
torno a la evolución de la Monarquía, que buscaban influir en el ánimo del monar-
ca, fueron frecuentes en esta época señalaba el propio Felipe IV en su primera car-
ta a sor María 34, pero ninguna fue tomada en serio por el monarca excepto las de

33 A. DE LOREA: Historia de su apostólica vida…, op. cit., p. 109.


34 “Algunos religiosos me dan a entender que tienen revelaciones, y que Dios manda que
castigue a éstos o a aquéllos y que eche de mi servicio a algunos. Bien sabéis vos que
en esto de revelaciones es menester tener gran cuidado, y más cuando hablan estos
religiosos contra algunos que verdaderamente no son malos ni les he reconocido nunca
cosa que parezca pueda dañar a mi servicio; y juntamente aprueban a otros que no
tienen buena opinión en su modo de proceder, y que el sentir universal de ellos es que
son amigos de revolver y poco seguros de la verdad” (Epistolario Español, IV: Cartas de
sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 4-5).
Entre estos visionarios se hallaban Francisco Chiriboga y González Galindo, amigos y conocidos
de sor María.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

sor María, lo que dio esperanza a los miembros del grupo que estaban tras la mon-
ja de Ágreda de conseguir sus objetivos políticos a través de medios religiosos.

1.2. La caída del Conde Duque de Olivares


y las reformas administrativas realizadas por Felipe IV

La situación política de la Monarquía, poco tiempo antes de que Felipe IV


visitase a sor María de Jesús de Ágreda, no estaba en su mejor momento. Una
serie de acontecimientos políticos extraordinarios, de difícil explicación, se ve-
nían produciendo en la corte, que delataban tal realidad.
El 7 de diciembre de 1639 era apresado don Francisco de Quevedo en la ca-
sa del duque de Medinaceli, donde se hallaba de huésped, y era llevado a León.
Las causas de su prisión siempre han estado ocultas en un espeso manto de si-
lencio y misterio; con todo, ciertas murmuraciones cortesanas ayudan a expli-
car tal atropello 35:
Unos dicen que era porque escribía sátiras contra la Monarquía, otros porque
hablaba mal del gobierno; y otros con más certeza, según me han dicho, aseguran
que adolecía del propio mal que el señor Nuncio, y que entraba cierto francés,
criado del señor cardenal Richelieu, con gran frecuencia en su casa 36.
Ciertamente, las habladurías de la corte no parece que iban muy descamina-
das. Por una parte, las relaciones entre la Monarquía hispana y la Santa Sede no
eran muy amistosas: en Madrid se acusaba a Urbano VIII de favorecer los inte-
reses del rey francés; ello cobró toda verisimilitud cuando el capellán del nuncio
Capeggi huyó con documentos en cifra para el rey de Francia. En represalia, el
gobierno aprovechó la muerte del nuncio para suspender la jurisdicción de la
nunciatura por más de un año 37. Por otra parte, la crítica en la corte contra el go-
bierno y, desde hacía algún tiempo, las del propio Quevedo tenían una larga tra-
dición. El ataque no se dirigía solamente a la excesiva carga fiscal que estaba
imponiendo el Conde Duque para salvar la guerra mientras construía un palacio

35 Sobre la prisión, Memorial Histórico Español 15, pp. 347 y 411; J. PELLICER Y TOBAR:
Avisos, en Seminario Erudito de don Antonio Valladares y Sotomayor, Madrid 1790, XXXI,
pp. 104-105.
36 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, pp. 104-105.
37 J. H. ELLIOTT: El Conde Duque de Olivares. El político en una época de decadencia,
Barcelona 1990, p. 540.

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José Martínez Millán

para el monarca, sino también se le atacaba por la amistad de la administración


con hombres de negocios judeoconversos, cuyos intereses y valores comerciales
estaban corrompiendo las virtudes heroicas que habían hecho grande a Castilla 38.
Uno de los documentos que se incautaron a Quevedo la noche en que fue apresa-
do bien pudiera ser La isla de los monopantos, en la que describe una república go-
bernada por judíos, identificándolos con personajes reales de la Monarquía. Tal
escrito iba dirigido contra denunciaba la “complicidad” de los judeoconversos,
que controlaban la economía de la Monarquía, favorecidos por la política seguida
por el Conde Duque 39.
Poco tiempo después, Pellicer y Tobar daba noticia de un extraño suceso:
En la Encarnación, el miércoles de la octava del Santísimo, yendo su Majestad
acompañando la procesión, se le puso delante un labrador, cuyas voces oí yo, y le
dixo estas razones: al Rey todos le engañan; Señor, esta Monarquía se va acabando
y quien no lo remedia arderá en los infiernos. El Rey miró hacia el señor Almirante
y dixo que debía de ser loco; el hombre replicó que la locura era no creerle, que
allí estaba, que le prendiesen o le matasen; al fin le retiró la guarda 40.
En esta misma línea de protestas, los Consellers y consejo de los cien de Bar-
celona escribían numerosas cartas y documentos de disconformidad con la po-
lítica real y, últimamente, habían escrito un libro, Proclamación católica a la
Majestad piadosa de Felipe el Grande, en el que acusaban directamente al Con-
de Duque y al señor protonotario, Jerónimo de Villanueva, de tener la culpa de
la ruina de la Monarquía 41.

38 J. H. ELLIOTT: El Conde Duque de Olivares..., op. cit., p. 542. Una revisión de esta
fama “judeoconversa” del Conde-Duque, en J. I. PULIDO SERRANO: Injurias a Cristo.
Religión, política y antijudaísmo en el siglo XVII, Madrid 2002, pp. 48-51.
39 Ya en 1633, F. DE QUEVEDO había escrito Execración contra los judíos (ed. de F. Cabo
y S. Fernández Mosquera, Barcelona 1996) en el que denunciaba el predominio que estaban
alcanzando los judíos en la sociedad. F. DE QUEVEDO: La hora de todos y la fortuna con seso,
introd. y notas L. López-Grigera, Madrid 1985, pp. 189-193.
40 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, p. 178. Madrid, 19 de junio 1640.
41Ibidem, pp. 229-230. Madrid, 23 de octubre 1640. El 17 de julio de 1640, Pellicer
informaba que, en la corte,
“todo es ahora tratar de responder a la proclamación católica de los catalanes y a otros
papeles que han estampado. En esto están ocupados don Alonso Guillén de la
Carrera, del Consejo Real de Castilla; el doctor don Francisco de Rioja, inquisidor
de Sevilla, cronista de su Majestad; y el licenciado Juan Adán de la Parra, inquisidor
ordinario, y otros que escriben a su devoción” (Ibidem, p. 244).

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

El 9 de julio 1641, se informaba que:


venía el señor Duque de Nochera a Madrid, y el lunes, tres leguas de aquí, le
encontró un alcalde de corte, con orden de S. M. para detenerle. Luego llegó
otra orden para que le prendiese y dexase con guardas, como lo executó.
A la semana siguiente se le encerraba en la prisión de Pinto 42. Pocos días
después, Pellicer se hacía eco de los rumores del pueblo acerca de las causas por
las que habían detenido al duque de Nochera 43.
Pocos meses después, a punto de acabar el año, Pellicer daba cuenta de la su-
blevación de Portugal y añadía:
A esto se añadió decirse que algunas noches antes, el señor duque de Híjar,
recogiéndose tarde, halló a la puerta de su casa ciertos embozados que le dixeron
que para el 26 de noviembre habían de tomar resolución los nobles de Portugal
en razón de libertarse; que se ajustase con ellos si no quería perder los estados
que allí tenía. El señor Duque, como tan cuerdo, ni le pareció dar crédito a esto
para alborotar al Rey ni despreciarlo tampoco. Así se lo comunicó al señor
Inquisidor General, con que ya se comenzaron a tener algunos recelos 44.
El padre Martínez Ripalda, jesuita, confesor y uno de los pocos defensores
del Conde Duque, escribía un memorial a Felipe IV en el que le decía:

El 2 de julio de 1641, Pellicer y Tobar informaba que había salido un “libro titulado
Aristarco o Censura a la proclamación católica, que escribieron los catalanes el año pasado”.
Su autor era el inquisidor don Francisco Rioja, cronista de su Majestad (Ibidem, p. 89).
Sobre el tema, A. SIMON TARRÉS: “La historia en l’estrategia política dels dirigents catalans
per enderrocar Olivares. Encara sobre la Proclamación Católica”, en Pedralbes 27 (2007), pp.
97-112, con una completa bibliografía.
42 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, pp. 93 y 96.
43 “Lo que se dice con más certeza del duque de Nochera es que escribió tres cartas
bien extravagantes. Una a los catalanes, representándoles cuán mal hacían en haberse
levantado contra su rey, en tiempo que S. M. estaba tan apretado por todas partes; y
que a vueltas de la reprehensión les iba señalando todos los modos de los aprietos
que tenía S. M. y de las cosas que necesitaba. La segunda carta era al Reino de
Aragón, diciéndole que el rey no podía o no quería asistirles en esta guerra, que
buscasen modo de defenderse de los catalanes. La tercera al rey, nuestro señor,
advirtiéndole que los aragoneses eran más traidores que los catalanes y que antes
ayudarían a Francia que a S. M.” (Ibidem, p. 99).
Sobre el tema, E. SOLANO CAMÓN: “Coste político de una discrepancia: la caída del duque
de Nochera”, en Primer Congrés d’Història Moderna de Catalunya, Barcelona 1984.
44 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, p. 248. Madrid, 11 de diciembre 1640.

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José Martínez Millán

Yo no podré traer los principios secretos y singulares que podría el Conde


porque me son ocultos. Pero, Señor, la voz pública del reino no sólo de los
populares, sino de los ministros y señores cuenta por enemigos declarados del
Conde a don Luis de Haro, al conde de Castrillo, al duque de Híjar y al conde de
Monterrey y a fray Juan de Santo Tomás y a otros que asisten a Vuestra Majestad.
Y a sus persuasiones y astucias atribuyen todos los rigores que se han usado con
el Conde. Fundamentos ha de haber para que tan constantemente lo juzguen
todos 45.
Todos estos sucesos, que mostraban el descontento social que existía a causa
de la penosa evolución de la Monarquía, propiciaron la caída del poder del vali-
do, que la gobernaba. El día 23 de enero (viernes) de 1643, el Conde Duque de
Olivares salía del palacio real camino de Loeches. Tan novedoso suceso fue or-
denado por Felipe IV, quien, “desde aquel día [había] tomado sobre sí el gobier-
no, sin fiarlo de otro alguno” 46; es decir, había retirado de sí al valido, con
intención de no volver a imponer este cargo de acuerdo con los consejos que ha-
bía recibido de personas de su entorno 47. En su viaje, don Gaspar de Guzmán
se hizo acompañar de muy pocos servidores: “Tenorio, su Confesor y el Inqui-
sidor Rioja”, tal vez, pensando en aminorar los profundos cambios que se pre-
sagiaban tras su caída o, incluso, en volver 48.

45 G. MARAÑÓN: El Conde Duque de Olivares…, op. cit., p. 470.


46 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXIII, p. 28.
47 Quien le había aconsejado que no tuviera valido y que gobernase la monarquía por
sí mismo había sido su nuevo confesor, el dominico fray Juan de Santo Tomás (O. FILIPPINI:
La coscienza del re…, op. cit., pp. 23-24). La decisión de gobernar sin valido fue tan firme
que, el 8 de marzo de 1644, estando Felipe IV en Zaragoza, predicó el padre Agustín de
Castro, en un sermón de Cuaresma, que convenía que el monarca depositase su gracia en
algún personaje para que le ayudase a gobernar, lo que fue mal recibido por el rey:
“S. M., antes de comer, le envió a decir [al padre Agustín de Castro] que otra vez
no predicase doctrina semejante porque no le daría lugar a que lo hiciese muchas
[veces], y que aquélla pasase” (J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, p. 149).
48 “No se ha hablado estos días de otra cosa sino de que el Conde Duque vuelve a Madrid
[…] Juntan para esto un millón de indicios y el primero es su cercanía; estarse a cuatro
leguas de Madrid, la condesa en Palacio, donde sigue de la misma suerte, y todas sus
hechuras sin mudanza y lo mismo las del Protonotario, con tales circunstancias de
honras y mercedes, que más es medra que caída. Dicen más, que la visita del marqués
de Leganés ha sido solo purgarle y dejarle más seguro para adelante. […] Todos estos
sueño, apoyados de unos a otros y autorizados por personas no muy vulgares que lo
creen, traen al lugar en perpetuos discursos. Si vmd me pregunta a mí lo que yo creo

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Los primeros actos de gobierno del monarca, tras la caída de Olivares, consis-
tieron en tomar las riendas del gobierno en sus manos, metiéndose en una profun-
da transformación del gobierno de la Monarquía: el 24 de enero de 1643, Felipe
IV enviaba un memorial a los Consejos en el que declaraba sus intenciones:
Con esta ocasión me ha parecido advertir al Consejo que la falta de tan buen
ministro no la ha de suplir otro sino yo mismo, pues los aprietos en que nos
hallamos piden toda mi persona para su remedio, y con este fin he suplicado a
Nuestro Señor que me alumbre y ayude con su auxilio para satisfacer a tan grande
obligación y cumplir con su santa voluntad y servicio, pues sabe que este es mi
deseo único, y juntamente ordeno y mando a este Consejo que, en lo que es de su
parte, me ayude a llevar esta carga como lo espero de su celo y encargo 49.
Asimismo se produjeron de manera inmediata diversos cambios en la admi-
nistración central 50: se restableció el gobierno de los Consejos y se suprimió el
sistema de Juntas que había sido la forma de gobernar durante el período del

no lo sabré jurar, pero tengo por sin duda que el Conde no está fuera de la gracia del
Rey, y que S. M despacha por sí casi todo lo importante ayudándose del conde de
Castrillo y de D. Luis de Haro, y que éste último tiene hoy la mayor parte de la gracia
del Rey. El Sr. D. Luis de Haro, por su natural templanza o por no parecer vengativo,
o porque se asegura bastantemente en el valimiento que tiene, o porque no considera
totalmente fuera de sí a su tío, o por la obligación que tiene a la condesa de Olivares,
que siempre ha sido amiga suya, no quiere descomponer al Conde ni a sus hechuras;
y se va poco a poco en la introducción y manejo de los negocios; demás que la
monarquía está tal que justamente puede temer que espire entre sus manos y si no es
esto, no hay otro medio sino echarse en oración, porque si no se revela, no hay quien
lo atine” (Madrid, 12 de mayo 1643. Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús sobre
los sucesos de la Monarquía entre los años 1634 y 1648, Madrid 1863, pp. 85-86).
49 Decreto que su Magestad baxó a todos los Consejos, a 24 de henero 1643, un día después
que salió de palacio y de la privanza el Conde Duque (BNE, Ms. 4.147, ff. 217-218; AHN,
Consejos, leg. 2.812, caja 2).
50 “Los papeles que tenía el Señor Protonotario por apartarle del Consejo de Aragón, le
dieron el de Indias de capa y espada, y pasaron el oficio de Protonotario de aquella
Corona a su sobrino, hijo del señor Justicia de Aragón, su hermano, y en tanto le sirve
el secretario Pedro de Villanueva. Quedó el Protonotario con la Secretaría de Estado
de la parte de España, que tenía antes, y con la de Flandes, que tenía Rozas. Con esto
sacó su oficio de palacio y lo llevó a su casa. Bien es verdad que, por enfermedad de
Rozas, continuó el despacho con S. M. como antes, hasta poco antes de la jornada,
que Rozas estuvo bueno y se entregó de los papeles y se dieron sus ausencias y
enfermedades a Don Fernando Ruiz de Contreras” (J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…,
op. cit., XXXIII, p. 29).

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Conde Duque 51. Para ello se expulsó a los personajes que controlaban el sistema
polisinodial (presidentes de los Consejos) y se buscó a letrados convencidos del
viejo sistema: se le obligó a que dejase la presidencia del Consejo de Castilla a
Diego de Castejón y que aceptase el obispado de Tarazona, al mismo tiempo que
dicho cargo se pasaba a don Juan de Chumacero, insistiendo en que el nombra-
miento se hizo “de la misma forma que el dio el rey don Felipe II al cardenal Es-
pinosa” 52 y que además fue de “presidente y no de gobernador del Consejo” 53.
Paralelamente se llamó a otros tres famosos letrados para que iniciasen una “vi-
sita” a los ministros que habían ocupado los cargos durante el valimiento de Oli-
vares: Diego Arce y Reinoso, Diego de Rians (presidente de la Chancillería de
Valladolid) y Juan Quipo de Llano. Pocos meses después, Pellicer afirmaba que
uno de los visitados había sido el fiscal del Consejo de Hacienda, don Rodrigo Ju-
rado 54. Asimismo, fruto de este afán polisinodial fue la creación del Consejo de

51 “El viernes pasado se halló S. M. en consejo de Estado, que duró desde las nueve de
la mañana hasta las doce y media. La materia que se trató no se sabe. Lo que resultó
fue que S. M. envió al secretario Rozas con tres recados: uno al conde de Castrillo,
con el cual estuvo media hora Rozas, otro al conde de Oñate con quien estuvo una
grande hora, y otro a D. Juan Chumacero, con quien estuvo otro tanto como con el
de Oñate. Su Majestad despacha por sí solo y con el primero secretario que la
ocasión de hacerlo ofrece algunos expedientes. Hemos sabido hechos con tan gran
cordura y inteligencia de los negocios que admira que tal caudal estuviese sin su
debido empelo y la satisfacción de todos en sus resoluciones es tal, que si muchos
años se hubiera empleado en esto, no lo pudiera hacer con más acierto ni mejor.
(Madrid, 1 de febrero 1643. Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús, Madrid
1863, Memorial Histórico Español 18, p. 228).
52 Ibidem, p. 30; M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV..., op. cit. (CODOIN 86), pp. 88-91.
Sobre la forma y el significado en que Felipe II nombró a Espinosa presidente del Consejo
de Castilla, véase mi trabajo: “En busca de la ortodoxia: el Inquisidor General Diego de
Espinosa”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN (dir.): La Corte de Felipe II, Madrid 1994, pp. 107-148.
53 M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV..., op. cit. (CODOIN 86), p. 91. Chumacero mantuvo
correspondencia con sor María de Ágreda, si bien, parece que se limitó a buscar apoyos para
vencer en luchas de facciones cortesanas, concretamente desplazar a don Luis de Haro (A.
MORTE ACÍN: Misticismo y conspiración…, op. cit., p. 281).
54 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 69.
“El día de septuagésima predicó en la capilla real fray Juan de Ocaña, fraile
capuchino. Todo el sermón fue contra el señor Conde Duque, confirmando al Rey en
su determinación... al conde de Oñate, que era grande personal, le ha dado S. M la
grandeza para su casa, [...] al marqués de Leganés dicen le han enviado llamar y se
tiene por cierto es para visitarle. También llama a toda prisa al de Torrecusa para que

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Cámara de Indias, que se formó en febrero 1644 y cuya primera composición fue
el conde de Castrillo, Pedro González de Mendoza, Pablo Arias Templado y el
Protonotario. Esta medida levantó numerosas quejar por parte de otros oidores
por considerar que se les agraviaba 55.
Los cambios también afectaron a los principales cargos de la Monarquía. El
15 de septiembre de 1643, en el entorno del monarca, que se hallaba en Zara-
goza, se discutía:
que el señor marqués de los Vélez volverá a Roma 56. El señor duque de Medina
de las Torres volverá a España. El señor Almirante de Castilla va a Nápoles; a
Sicilia el señor duque de Arcos; a Valencia el señor conde de Oropesa; a Navarra
el señor don Felipe de Silva; a Alemania va como plenipotenciario y embajador
ordinario el señor Conde de Peñaranda, quitándose la garnacha. También se dice
que el arzobispado de Zaragoza se da al señor Patriarca, y todos sus puestos al
señor don Antonio de Aragón 57.
Sin embargo, fue tras la expulsión de la esposa del Conde Duque de la casa
real (el 3 de noviembre), cuando se produjo el gran cambio de personajes en el

haga oficio de general de Cataluña […] S. M. llamó a los consejeros de Cámara el otro
día, y de estos solo a tres, que fueron: Francisco Antonio de Alarcón, Antonio de
Contreras y Campo Redondo. Estuvo con ellos más de dos horas y media, no se ha
sabido cosa alguna de lo que se trató. José González, ni el Peñaranda [Ipeñarrieta] no
fueron de los escogidos, ni tampoco D. Luis Guidiel, que también son los tres de la
Cámara” (Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la Monarquía
entre los años 1634 y 1648, Madrid 1863, Memorial Histórico Español 17, pp. 4-5).
55 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 143.
56 El nuncio Fachinetti le hacía el siguiente retrato al cardenal Barberini, en carta
fechada el 20 de marzo de 1641:
“Se ha oído de fuente segura que, dentro de poco, servirán ahí un embajador.
Algunos creen que será destinado el marqués de los Vélez. La calidad de este señor
por la nobleza de sangre, suavidad de costumbres y trato grave, como por la mucha
piedad y reverencia que manifiesta hacia la Santa Sede y el respeto al nombre de Su
Santidad, parecen propios para este oficio. Es hombre flemático y se precia de muy
razonable; tiene opinión de saber mucho, excepto en el arte de la guerra, de la cual
dice que está totalmente ayuno. Conmigo ha insistido en el principio, que mantiene
siempre, de que la conversación de esta Monarquía depende de la buena inteligencia
con los Sumos Pontífices” (Q. ALDEA: “España, el Papado y el Imperio durante la
guerra de los Treinta Años, 1: Instrucciones a los Embajadores de España en Roma,
1631-1643”, Miscelánea Comillas 16/29 [1958], pp. 405-406).
57 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 72.

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José Martínez Millán

gobierno de la Monarquía: al duque de Medina de las Torres se le ordenó que


fuese como plenipotenciario a la dieta de Münster, “sin que replicase”; al mar-
qués de los Vélez fue enviado como virrey de Sicilia. El marqués de Távara era
enviado “para su virreinato de Galicia”; asimismo, “se entiende que la duque-
sa de Cardona viene a ser camarera mayor […] y que el señor don Juan de Aus-
tria va al gobierno de Flandes”.
Finalmente, en un intento de fortalecer el gobierno personal del monarca y
no permitir la poderosa influencia de un noble como había tenido Olivares, se
puso casa al príncipe Baltasar Carlos 58; poco antes, Felipe IV había reconocido
como hijo a don Juan de Austria, fruto de la unión con la actriz madrileña “La
Calderona”, nacido en 1629 y al que también le puso casa 59. Pellicer y Tobar
nos informa, el 21 de julio de 1643, que don Juan de Austria y parte de sus ca-
sa habían partido hacia El Escorial, “Es su primer caballerizo, gentilhombre de
su cámara y superintendente de todo, el señor don Álvaro Cardona, virrey que
fue de Mallorca”. Un año antes (a comienzos de agosto de 1642) se le había fi-
jado la etiqueta con la que se debía servir después de que Felipe IV lo recono-
ciera como hijo:
El señor don Juan de Austria se mudó de la Salceda, donde estaba, a la casa de
la Zarzuela, cerca de Madrid, ya con la cruz de San Juan en el pecho. Hace hecho
un papel, que llaman etiqueta, acerca del modo de su tratamiento, llamándole de
serenidad por ahora 60.

2. LAS PUGNAS NOBILIARIAS POR CONSEGUIR EL VALIMIENTO


Y LA INTERVENCIÓN DE SOR MARÍA DE ÁGREDA

Sin embargo, al mismo tiempo que se extendía la alegría entre los Grandes
y nobles en general, por la expulsión del Conde Duque, se dibujaba la nueva di-
visión de facciones y rivalidades que iban a dominar las luchas cortesanas en los

58 “Comenzóse a servir la casa de su Alteza, sábado 20 de junio. Su ayo es el señor


marqués de Mirabel; caballerizo mayor, el señor don Luis de Haro; sumiller de corps
el señor don Fernando de Borja; gentiles hombres de la cámara, el señor conde de la
Coruña, el señor conde de Alba de Aliste y otros; ayudas, el capitán Treviño, don Diego
Gallo, un hijo del doctor Serna y otros” (J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 31).
59 J. H. ELLIOTT: El Conde Duque de Olivares…, op. cit., p. 607.
60 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 12.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

próximos años. No resulta extraño que tras escribir la carta de despedida a Oli-
vares en El Escorial, cuando el rey regresó a Madrid (el jueves 22 de enero de
1643) salieron diez grandes a recibirle. Estos nobles eran: el duque del Infanta-
do, el conde de Lemos, el duque de Benavente, el marqués de Villafranca, el Al-
mirante, el Condestable, Fuensalida, Béjar, Osuna e Híjar, que iba –como dice
Novoa 61– de “capitán de la moción”. Al verlos, el monarca preguntó qué les
obligaba a venir en tan gran número, a lo que respondió don Francisco de Bor-
ja (otro perseguido de Olivares), que también se juntó con ellos, que había lle-
gado “el tiempo en que S. M. conociera la verdadera devoción que los grandes
le tenían” 62. El duque de Alba no quiso asistir y dijo que antes asistiría a repo-
ner a Olivares, lo que ocasionó la ira de estos nobles 63. Un sagaz observador co-
mo Matías Novoa, describía la situación de la siguiente manera:
Quedó el oficio de Sumiller de corps, por la ausencia del Conde, sobre D.
Fernando de Borja, como gentilhombre de la cámara más antiguo; con que
llegando a Nápoles la nueva de la retirada de su suegro del Príncipe de Astillano,
entró en su pensamiento de volver a ella, hizo diligencias en sus cartas para ello, y
quien decía que le movían los de la facción, pero no D. Luis de Haro, por apear a D.
Fernando de Borja (…) porque ya se consideraba que el Príncipe de Astillano había
seis años que estaba en aquel virreinato y el Consejo de Italia o el Presidente de
Italia le habían consultado a éste para removerle a la embajada de Roma y poner
en Sicilia al marqués de los Vélez, premiar allí sus trabajos, y poner en Nápoles al
Almirante de Castilla, de cuyo gobierno se hablaba bien en Italia. Pero dudábase
que el de Astillano lo aceptase, antes que pugnaba por lo primero 64.
Aunque los primeros pasos en el gobierno fueron dados solo por el monarca
sin influjos nobiliarios, aconsejado por su nuevo confesor, fray Juan de Santo To-
más, muy pronto don Luis de Haro fue ganándose la confianza de Felipe IV 65,

61 M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV..., op. cit. (CODOIN 86), p. 83.


62 Un jesuita hace una relación más detallada, poniendo a Híjar como jefe del grupo
(Cartas de Jesuitas…, op. cit., IV, p. 503).
63 M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV..., op. cit. (CODOIN 86), p. 122; Cartas de
Jesuitas…, op. cit., V, p. 99.
64 M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV..., op. cit. (CODOIN 86), pp. 92-93. La cursiva es mía.
65 Madrid, 19 de octubre 1643: “Don Luis de Haro dicen está muy amigo del confesor
de S. M fray Francisco de Santo Tomás, de que no deben gustar mucho otros que
desean tener mano con S. M con quien fray Juan está muy valido, y el que hubiere
de entrar a serlo ha de granjear primero este sujeto, que con eso se facilitará mucho
su intento” (Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús…, op. cit.).

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sobrino de Olivares, nacido en 1598 66: el 10 de febrero de 1643 “quien gobierna


la Monarquía son cuatro, con quien se junta S. M. que llaman Junta del Rey, que
son Borja, Monterrey, Oñate y Castañeda, y estos dos postreros son los dueños
de la Monarquía” 67. Durante el mes de febrero, las crónicas denunciaban las nu-
merosas reuniones secretas que llevaban los “conde de Oñate y don Juan Chuma-
cero y el secretario Rozas”, que terminan con aconsejar al rey el alejamiento de
Olivares de la corte 68. No obstante, a primeros de septiembre de 1643, Felipe IV
ordenó que se le dieran los papeles del Conde Duque a don Luis de Haro con el
consiguiente enfado del conde de Oñate (Iñigo Vélez de Guevara, V conde de
Oñate) y el de Monterrey, mientras que el confesor real, el dominico, fray Juan
de Santo Tomás, trataba de disuadir al monarca de tener valido. El agudo Matías
de Novoa exponía con claridad las causas por las que don Luis se fue ganando la
amistad del rey:
Era don Luis de Haro buen mozo, virtuoso, ornado de prudencia y avieso
cazador, lo que bastaba para no desperdiciar viciosamente el tiempo y con libros,
lo que no bastaba para ser ignorante; no seguía el delirio de los caballeros mozos
de la corte, ni apetecía ser mal inclinado como ellos; era de costumbres inculpables
y en el tratar verdad no parecía señor aunque lo era de su palabra, y en cuanto a la
distribución, si no era liberal por lo que tenía de Guzmán, no era corto, porque los
uidados en los hombres deseosos no permitían estirar con prodigalidad el caudal.
Por todas estas cosas era bien visto por el Rey 69.

De la misma opinión era el embajador de Mantua, Hipolito Camilo Guidi,


quien exponía a su República el asunto:
non si vede per anco in alcun particolare segno estrinseco. Ma per quello che tocca
all’intimo, alla familiarità e a secreti e longhi coloqui, tutti ormai concedono il primo
luogo a don Luigi de Haro, figlio del marchese di Carpio, e nipote del ConteDuca, ma
suo poco amico dopo la legittimazione del bastardo, per le quale restò privo
impensatamente dell’eredità […] Nel principio parve Sua Maestà inclinare a don
Francesco Borgia, poi mostró particolare confidenza nel conte di Onate, ma non però

66 A. MALCOLM: “La práctica informal del poder. La política de la corte y el acceso a


la Familia Real durante la segunda mitad del reinado de Felipe IV”, Reales Sitios 37/147
(2001).
67 Cartas, Madrid 1863, Memorial Histórico Español 17, p. 8.
68 Ibidem, p. 28.
69 M. DE NOVOA: Historia de Felipe IV..., op. cit. (CODOIN 86), p. 112.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

se neslontanò dal lato don Luigi di Aro, nel quale di presente piega la sorte migliore con
general contento della corte por esser (come diconoqui) l’idea del vero cavaliere 70.
La inclinación que mostró el monarca por don Luis de Haro motivó que los
principales nobles de la corte se coaligasen con el fin de disputarle el favor real y
para ello utilizaron los medios a su alcance, desde la críticas y panfletos literarios
hasta los consejos espirituales a través de personas consideradas santas, que te-
nían relación con Dios. Fue en esta etapa cuando la monja de Ágreda se impli-
có (y fue utilizada) en defender a sus amigos y patronos, utilizando la cercanía al
rey que le daba sus comunicaciones religiosas con el fin de que mostrara predi-
lección por ellos. No fue la única persona religiosa que se vio implicada en este
juego; cuando Felipe IV llegó a Zaragoza 71, el confesor real había reunido un
grupo de profetas en la ciudad, entre los que se encontraban el jesuita Francis-
co Franco; el padre Diego Pinto, confesor de don Fernando de Borja, virrey de

70 Fechada en Madrid, a 29 abril 1643 (ASMo, Cancelleria, sezione estero. Carteggio


ambasciatori. Spagna, b. 53), citado por O. FILIPPINI: La coscienza del re…, op. cit., p. 38,
nota 28. De la misma opinión eran los jesuitas residentes en Madrid:
“S. M despacha por sí casi todo lo importante ayudándose del conde de Castrillo
y de D. Luis de Haro, y que éste último tiene hoy la mayor parte de la gracia del Rey.
El Sr. D. Luis de Haro, por su natural templanza o por no parecer vengativo, o porque
se asegura bastantemente en el valimiento que tiene, o porque no considera totalmente
fuera de sí a su tío, o por la obligación que tiene a la condesa de Olivares, que siempre
ha sido amiga suya, no quiere descomponer al Conde ni a sus hechuras; y se va poco
a poco en la introducción y manejo de los negocios; demás que la monarquía está tal
que justamente puede temer que espire entre sus manos y si no es esto, no hay otro
medio sino echarse en oración, porque si no se revela, no hay quien lo atine” (Cartas
de algunos PP. de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la Monarquía entre los años
1634 y 1648, Madrid 1863, Memorial Histórico Español 17, p. 88).
71 “A primero de este partió S. M de Madrid para Tarazona y las jornadas las hace
mayores de lo que primero se entendió. […] Deja orden para que el tiempo que
estuviere ausente esté el Santísimo descubierto continuamente […] Lleva por
secretario del despacho a Rozas, hombre de aventajada capacidad, si la salud no le
impide el dar muestras de ella, que es corta. Sustituyele D. Fernando Ruiz de
Contreras. Con esto se han quedado el Protonotario, Carnero y Navarrete, que eran
los que tenían el despacho, y los confidentes de S. E. el señor Conde Duque. El
confesor de S. M se ha quedado, que su mucha edad le ha impedido esta jornada.
Súplele fray Juan de Santo Tomás, catedrático de prima de Alcalá, hombre docto y
ejemplar, muy dominico en todo” (Madrid, 7 de julio 1643. Cartas de algunos PP. de
la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la Monarquía entre los años 1634 y 1648,
Madrid 1864, Memorial Histórico Español 18, p. 147).

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Aragón y hermano de don Francisco; el padre Pedro González Galindo, protec-


tor del vidente Chiriboga 72. En 1642, don Fernando de Borja ya había llamado
al padre González Galindo a Zaragoza, que era confesor de Chiriboga y difusor
de sus malos augurios; este personaje ejerció gran influencia sobre el duque de
Híjar, quien, en 1643, había pedido al provincial de Toledo el nombramiento del
padre Galindo como su confesor 73. Asimismo, fray Hernando de Santa María,
vinculado con la infanta María, hermana menor de Felipe IV, conocida por su
oposición a don Gaspar de Guzmán; y el franciscano Francisco Monterón, que
se convirtió en el portavoz del grupo 74.
El padre Monterón había entrado en Madrid el 12 de enero de 1643, junto
con don Juan Chumacero, quien lo había tomado como confesor. Venía a ver al
monarca, pues él sabía que no iban a acabar los males de la Monarquía con la
caída de Olivares: “La causa principal de todos los males era el Rey”, por ello
debía hablar personalmente con él. Felipe IV dio audiencia al fraile el 3 de ma-
yo. Mientras hacía las reverencias al monarca:
le abrió Dios el entendimiento [a Monterón] y le dixo: mira de decir a este Rey
entre las demás cosas de que eche de su lado a éste aquí presente [se refiere a don
Luis de Haro] porque le quiere mucho y hará muchas cosas injustas por su antoxo.
Una vez que comenzó a explicarle lo que Dios le había ordenado que le dije-
se, cosas que Felipe IV dudaba de que fuesen ciertas, le añadió, entre otras cosas,
lo inmenso que Dios estaba ofendido de sus ministros contra la Santa Sede
Apostólica y su Pontífice con otras personas eclesiásticas y que si no lo remediaba,
todo se había de acabar de poco a poco, y al fin el alma que vale más que todo, y
tantos pechos y gabelas se podían haber excusado con haber gobernado Su
Majestad 75.
La relación de este fraile franciscano descalzo con sor María de Ágreda y
con la propia Reina resultaba patente en una carta que Chumacero envió al mo-
narca al ser nombrado presidente del Consejo de Castilla, en la que confesaba

72 P. GONZÁLEZ GALINDO: Memorial al rey en que da por de Dios las revelaciones y


visiones de don Francisco Chiriboga (BNE, Ms. 4.015).
73R. CUETO: Quimeras y sueños. Los profetas y la Monarquía Católica de Felipe IV,
Valladolid 1994, pp. 110-116.
74 La obra de Monterón se puede ver en F. MONTERON: Autobiografía (BNE, Ms.
7.007); F. MONTERON: Defensorio Segundo, Madrid 1659 (BNE, Ms. 13.186).
75 BNE, Ms. 7.007, f. 33.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

las confidencias mantenidas entre ambos religiosos con doña Isabel de Borbón,
de la que Chumacero era confidente y por escrúpulos de conciencia ahora se lo
comunicaba a Felipe IV 76.
Como resulta fácil de deducir, la actuación de este grupo iba más allá de lo
meramente profético. Sus componentes no eran solamente “frailes milagreros y
proféticos”, ya que varios de ellos ocupaban puestos de responsabilidad en sus
respectivas órdenes o cerca de los nobles. Por otra parte, en Zaragoza se encon-
traban los patronos que optaban a ocupar el puesto que había dejado vacante don
Gaspar de Guzmán; entre tales personajes se encontraba el grupo de nobles que
formaban el “partido aragonés”, encabezado por don Fernando de Borja, para
quien, don Luis de Haro se había convertido en el máximo competidor del vali-
miento. Con todo, Felipe IV, asesorado por otros cortesanos contrarios a los pro-
fetas, ordenó expulsar de Zaragoza a todos ellos, por lo que Monterón escribió
una carta al rey en la que le aconsejaba que no debía de actuar así 77; pero todo

76 “Señor, escribía Chumacero a Felipe IV, he reparado algunos días en dar a V.M. parte
de lo que ahora, pero hame parecido de menor inconueniente romper por el juicio que
de mi se hará, que ocultar a V.M. nada de lo que sé, por si acaso pudiere aprouechar
propuesto. En 26 de Agosto escriui a la Reyna nuestra señora el Papel siguiente.
Señora: Dícenme (díjomelo el Padre Fray Francisco Montesori) en este punto (que se
sirve nuestro señor de conserbar a Orán pidiéndoselo sus sierbos. Siendo esta
diligencia precisa por el aprieto en que se hallan aquellas fuerzas, será de mucha piedad
solicitada a este intento, y con esta fee: quedo escriuiendo a la Madre María de Jesús,
y he embiado recaudo al Padre Fray Andrés de la Torre, y demás religiosos deuotos, y
capellanes de V.M. que están en San Francisco. La mesma diligencia hago con San Gil
por el Padre Fray Diego menor. La principal será la que ordenare V.M. especificando
esta necesidad. Madrid, 26 de agosto de 1643. Que S.M. respondió: Yo espero en la
infinita Misericordia de Dios, que por fauorecernos de sus sieruos se ha de doler de
esta Monarchia, y sacará de el aprieto de ahora. Mucho os agradezco las diligencias
que haueis hecho con las que me decís a estefecto. En fin en todo se conoce el amor
grande, y celo con que atendéis al servio del Ry pues no omitís medio Divino ni umano
que os parezca combeniente para conseguirlo” (BNE, Ms. 13.163, f. 158. Papeles
referentes al gobierno de Chumacero al frente del Consejo de Castilla como presidente desde
1 de febrero de 1643).
77 “Le persuadí blandamente a poco a poco cómo no deben depreciarse las voces de Dios
y lo que por sus siervos nos dice, y que no le engañasen con que la Iglesia y el concilio
dicen que no se admitan revelaciones si no aprobándose por el obispo, que advirtiese
que el concilio no hablaba de revelaciones, sino de nuevos milagros y reliquias, porque
esto pertenece al público culto” (Carta de fray Juan de Zaragoza a fray Francisco de
Monterón, fechada en Zaragoza el 24 octubre 1643. BNE, Ms. 7.007, f. 41v y Ms.
13.186, ff. 88v-89v).

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fue en vano, los “profetas” de Zaragoza tuvieron que marchar a sus tierras, si
bien, “algunos fuimos a despedirnos de la santa madre abadesa de Ágreda” 78.
Evidentemente, todos estos visionarios se conocían y estaban relacionados con
sor María como se demostró en los procesos inquisitoriales posteriores realizados
contra ellos y en el temor que surgió en la monja de Ágreda cuando se enteró de
tales juicios 79.
Al margen de sus ideas religiosas, todos ellos coincidían en proponerle al mo-
narca una política de consenso e, incluso, subordinación a los deseos e intereses
del pontífice, justificando la actuación del rey en la ética católica y en la unidad
con la otra rama de la casa de Austria (la del Imperio). Habría que remontarse a
estudiar las doctrinas de Pedro de Ribadeneira, Francisco Suárez o Roberto Be-
llarmino para entender esta justificación ideológica. No obstante, valga recordar
que fray Juan de Santa María, franciscano descalzo, defendía que las obligacio-
nes del Rey cristiano no admitían ambigüedades; desde este punto de vista, el
rey Felipe III había marcado la pauta para sus sucesores porque “Sabía muy
bien, que en la Observancia de nuestra Religión y Fe Católica consisten y se fun-
dan todos los bienes que en ésta y en la otra vida podemos esperar” 80. Por su
parte, el padre Márquez aseguraba que:
Siempre ha parecido la mayor dificultad del gobierno Christiano, el encuentro
de los medios humanos con la ley de Dios; porque si se echase mano de todos, se
aventuraría la conciencia; y si de ninguno, peligrarían los fines, en detrimento del
bien común 81.
Con todo, fue el padre Juan E. Nieremberg quien mejor precisó y puso en re-
lación la ética católica que debía seguir el rey con su actividad política, así como
la nueva justificación ideológica en la que se debía basar la Monarquía hispana.
En lo primero, el padre Nieremberg no era completamente original, pues no
hacía sino seguir la doctrina de los moralistas de las Órdenes religiosas del siglo
XVII, quienes establecían una relación directa entre los “bienes que en ésta y

78 BNE, Ms. 13.186, f. 66r.


79 Véase el excelente estudio de R. CUETO: Quimeras y sueños…, op. cit.
80 J. DE SANTA MARÍA: Tratado de República y Policia Cristiana para Reyes y Príncipes y
para los que en el gobierno tienen sus veces, Madrid 1615.
81 J. MÁRQUEZ: El gobernador cristiano. Deducido de las vidas de Moisés y Josué, príncipes
del pueblo de Dios, Salamanca 1612.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

en la otra vida podemos esperar”. Así, en opinión del padre Cotón, los Santos
iban a disfrutar:
La bienaventuranza que vulgarmente se llama el cielo o gloria eterna […] es la
corona de justicia compuesta alrededor de doce cosas: la 1ª de Santidad sin
ninguna enfermedad, 2 de abundancia sin necesidad, 3 de gusto sin pesadumbre,
4 de sciencia sin ignorancia, 5 de gozo sin tristeza, 6 de paz y de quietud sin
alboroto ni rencilla, 7 de seguridad sin miedo, 8 de luz sin tinieblas, 9 de riqueza
sin riesgo de pobreza, 10 gloria sin envidia, 11 de eternidad sin fin y, finalmente,
de vida sin muerte 82.
En 1643, el padre Nieremberg escribía Causa y remedio de los males públicos.
Los argumentos del docto jesuita en defensa de su enfoque resultan irrebatibles:
“Mal se podrán curar las enfermedades que no descubren su fuente, ni se sabrá
aplicar remedio al achaque, cuyo principio se oculta o no se advierte”. La causa
de tantos males, tenían una explicación sencilla: “Estos pecados son la raíz de los
aprietos y males públicos, que vemos en estos tiempos, y qué otro puede ser su
remedio sino la reformación de las costumbres, la enmienda y la penitencia nues-
tra”. Para el jesuita, igual que para los agustinos descalzos, la historia sagrada
confirmaba las lecciones de la historia contemporánea que estaban viviendo. El
ejemplo más significativo fue el del rey David, quien había codiciado y tomado a
Betsabé, mujer de Urías, porque: “Qué otro remedio tuvo David y sus soldados
y todo el pueblo fiel que le seguía cuando se alzó con el Reino Absalón, sino acu-
dir a la penitencia, la cual fue muy notable”. Tampoco podía faltar este ejemplo
porque Felipe IV estaba padeciendo del mismo modo que David los agravios del
usurpador. Además, David era el modelo de rey cristiano, sentado a la derecha de
Dios. Tanto para el padre Nieremberg como para sor María de Ágreda: “La Sa-
grada Escritura en todo el libro de los Jueces y los libros de los Reyes y de los Pro-
fetas está lleno de esto. Por lo cual, debían los gobernadores y magistrados
tenerles muy leídos”. Para el famoso jesuita, la virtud siempre se ve recompensa-
da por el triunfo, incluso, material 83. El universo político de Nieremberg giraba
en torno de la idea arquetípica del príncipe cristiano. Así lo demuestran sus cuatro
obras de contenido político: Obras y días (1627); Centuria de dictámenes reales y

82 El paradero del hombre. Meditaciones sobre la muerte. Autor el P. Pedro Cotón de la


Compañía de Jesús (BNE, Ms 4.016, f. 143), citado por R. CUETO: Quimeras y sueños…, op.
cit., p. 73.
83 J. E. NIEREMBERG: Corona virtuosa y virtud coronada, Madrid 1643. La licencia de
impresión es de 1642.

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políticos, incluido en los Dictámenes (1640); Causa y remedio de los males públicos
(1642) yCorona virtuosa y virtud coronada. Madrid 1643.
En los escritos de sor María de Agreda se ven calcadas las ideas del padre J. E.
Nieremberg, no en vano fue uno de los autores que más leyó y meditó en su con-
vento, como queda de manifiesto en la siguiente carta de sor María a Felipe IV:
Señor: ningún aprieto debe poner a V. M. en estado de desconfianza, pues,
aunque nos castigue Dios con rigor, dice la Divina Escritura, esperemos en Él y le
roguemos; y tanto con mayor instancia y firmeza, cuanto necesitamos de su
clemencia y misericordia en la mayor tribulación, pues Él solo nos puede librar de
las que nos oprimen; y no asegura a V. M. menos la propia causa de su salvación y
vida, cuando a los trabajos y penas de su persona antepone como padre las de sus
vasallos, que son hijos de V. M. y de toda la Cristiandad, que es la hacienda del
Señor. Este celo presentaré al Altísimo para inclinar su misericordia y V. M. no
desmaye en él ni en la confianza, pues el tenerla es la mejor disposición para alcanzar
lo que se pide, porque al que cree todo le es posible. Mi mayor cuidado siempre
consiste en que reciba V. M. la divina luz con tanta plenitud, que nada ignore de lo
que es voluntad de Dios que ejecute con la potestad que de su mano tiene 84.
Con todo, fue en la nueva justificación de la Monarquía hispana, no como or-
ganización política independiente, sino unida al Imperio, juntando ambas ramas
de la dinastía Habsburgo en la defensa de la religión, donde Nieremberg propug-
naba la subordinación política de la “Monarquía católica” a la defensa de la reli-
gión y de la Iglesia 85. Un acto devoto, descrito en la leyenda de Rodolfo I, como
fue la adoración del viático que portaba un sacerdote, valía al padre Nieremberg

84Epistolario español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., p. 34, carta
de sor María a 19 de agosto de 1645. Semejantes ideas están en consonancia con las del
padre Nieremberg en “virtud coronada” (A. ÁLVAREZ-OSSORIO ALVARIÑO: “Virtud
coronada: Carlos II y la piedad de la Casa de Austria”, en P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO, J.
MARTÍNEZ MILLÁN & V. PINTO CRESPO [coords.]: Política, religión e inquisición en la España
Moderna. Homenaje a Joaquín Pérez Villanueva, Madrid 1996, p. 29).
85 “A la devoción de Rodolfo Primero debe la Casa de Austria el Imperio de Alemania. Y
a la justicia de don Alonso el Séptimo debe el Reino de Castilla el Imperio de España.
Porque así como Rodolfo Primero (el primero de la Casa de Austria, que fue Emperador
en Alemania) mereció el Imperio por la religión, piedad y devoción que tuvo al
Santísimo Sacramento; así también don Alonso el Séptimo (el primer rey de Castilla,
que alcanzó el Imperio de España, y se llamó Emperador de toda ella) lo mereció por el
celo de justicia y de la gloria divina, en estorbar pecados y agravios. Uno por honrar a
Dios, otro porque no fuese deshonrado merecieron el Reyno y el Imperio y la felicidad
de muchas Coronas, las cuales ha de conservar vuestra Alteza por donde las adquirieron
sus mayores” (J. E. NIEREMBERG: Corona virtuosa y virtud coronada…, op. cit., ff. 2-3).

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

para justificar el poder de la Casa de Austria y la misión que le estaba encomen-


dada; recordaba a Felipe IV que el poderío de los Austrias residía en la línea su-
cesoria del Imperio, comenzando por su primer emperador Rodolfo, y
ensombreciendo el pasado liderazgo de la Monarquía Hispana durante el siglo
XVI, basada en una justificación castellana 86.
Tales planteamientos políticos resultaban completamente opuestos a los que
propugnaron, al mismo tiempo, otro grupo de autores (que no eran frailes des-
calzos ni jesuitas) durante el valimiento de Olivares, quienes parece que preten-
dían reivindicar los tradicionales fundamentos “castellanos” de la Monarquía
hispana: Mártir Rizo escribió desde la cárcel, en 1633, una biografía de Rómulo,
en la que destacaba el valor, la entereza política y la razón de estado 87. Pero des-
de luego, pocos cultivadores de este género político y literario expusieron mejor
que Fernando de Biedma, en su vida sobre Alejandro Magno, escrita en 1634, las
preocupaciones técnicas e ideológicas que gravitaban sobre este grupo de escri-
tores. El ejemplo de Alejandro ofrecía a Biedma la ocasión para desarrollar la te-
sis del alcance de la iniciativa política y del papel que el consejo y la razón juegan
en la misma 88. Quevedo escribió Marco Bruto en 1631, pero ya, en 1621, había
comentado con extraordinaria lucidez y audaz libertad una carta que Fernando
el Católico había dirigido al primer virrey de Sicilia, su sobrino, el conde de Ri-
bagorza 89, en la que le daba instrucciones sobre la forma de habérselas con los

El tema ya lo tratamos en J. MARTÍNEZ MILLÁN y E. JIMÉNEZ PABLO: “Una interpretación


de la Casa de Austria”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN & R. GONZÁLEZ CUERVA (coords): La Dinastía
de los Austria. Las relaciones de la Monarquía Católica y el Imperio, Madrid 2011, I, pp. 15-45.
86 “Mas yo, de las aguas claras de la Sagrada Escritura, cuya lección he profesado en
los Estudios Reales de esta Corte, ofrezco a V. A algunas gotas que he observado de
los bienes de la virtud de un Príncipe; el más proporcionado servicio que pudiera
hazer a su piedad, por el gusto que recibirá en oír alabar lo que tanto ama y traer a
la memoria la estrella de la felicidad de su Imperial Casa, que si bien todos los
Príncipes deben gran estimación a la virtud, V. A la debe agradecimiento, pues todo
su Imperio, así dentro como fuera de España, le puede reconocer por deuda suya”
(J. E. NIEREMBERG: Corona virtuosa y virtud coronada…, op. cit., ff. 2-3).
87 J. P. MÁRTIR RIZO: Vida de Rómulo, ed. de J. A. Maravall, Madrid 1945 [1633].
88 A. FERRARI: Fernando el Católico en Baltasar Gracián, Madrid 2006 (facsímil de la
ed. de 1945), p. 43.
89 Carta del rey don Fernando el Católico al primer virrey de Nápoles, cuyo original está
en el Archivo de Nápoles, comentada por don Francisco de Quevedo Villegas a don Baltasar

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dignatarios de la Iglesia (aconsejando, incluso, utilizar la fuerza contra ellos) que


pretendían intervenir en asuntos que el rey aragonés consideraba de su incum-
bencia. Por su parte, el valenciano Vicente Mur escribía la vida de Justiniano con
abundantes sentencias y con una tesis clara de reivindicar la jurisdicción real co-
mo el gran Emperador hizo 90.

2.1. El partido aragonés y el grupo “del Tajo”

Si a través de las cartas que se intercambiaron sor María y el rey por espacio
de veintidós años se pueden inducir los intereses políticos y las facciones cortesa-
nas que los movían, a pesar de su temática eminentemente religiosa, en otra co-
piosa correspondencia de sor María con don Fernando y don Francisco de Borja
91 (conocida, pero aún no publicada), que complementa la anterior 92, la actividad

política de la monja aparece mucho más clara, ya que abandona su imagen de per-
sona religiosa para asumir un papel activo de miembro de grupo de oposición y
hasta de agente político del “grupo aragonés” residente en la corte de Madrid,
bajo el patronazgo de don Fernando de Borja 93.

de Zúñiga. Torre de Juan Abad, 24 de abril de 1621 (F. DE QUEVEDO: Obras completas. Prosa,
ed. de Astrana Marín, Madrid 1932, pp. 448-453).
90 V. MUR: El príncipe en la guerra y en la paz. Copiado del emperador Justiniano, Madrid
1640.
91 Don Francisco de Borja era hijo natural de don Fernando. Tras estudiar teología fue
ordenado sacerdote en 1644, siendo nombrado capellán de las Descalzas en 1652; un año
antes había fundado el colegio de niñas huérfanas de San Antonio de Madrid. Pocos años
después fue nombrado arcediano de Valencia. Murió en 1685.
92 La colección de cartas han sido puestas de manifiesto por M. L. LÓPEZ VIDRIERO:
Catálogos de los Reales Patronatos, I: Manuscritos e impresos del Monasterio de las Descalzas Reales
de Madrid, Madrid 2001. Prepara una edición de las mismas, y ya las ha utilizado ampliamente
en sus trabajo, C. BARANDA LETURIO: “Las cartas de sor María de Jesús de Ágreda a don
Fernando y a don Francisco de Borja: los manuscritos de las descalzas reales”, en M. ZUGASTI
(ed.): Sor María de Jesús de Ágreda y la literatura conventual femenina…, op. cit., pp. 13-30; “La
correspondencia de sor María de Jesús de Ágreda y su correspondencia”, en La Madre Ágreda,
una mujer…, op. cit., pp. 61-78; Correspondencia de sor María de Ágreda con Felipe IV. Religión y
razón de Estado, Madrid 1991. También las ha estudiado, A. MORTE ACÍN: Misticismo y
conspiración…, op. cit., pp. 266-279.
93
Don Fernando de Borja y Aragón fue III conde de Mayalde, conde de Simari,
comendador mayor de la Orden de Montesa, príncipe de Esquilache, por el matrimonio con

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

La correspondencia, que se inicia en 1628 con don Fernando de Borja, como


simple clienta del noble aragonés, en que reiteradamente agradece los favores re-
cibidos para sí o para su convento, cobra un giro radical a partir de 1646, cuando
inicia una copiosa correspondencia con don Francisco de Borja; siendo el período
1646-1649 el de mayor actividad (97 cartas escritas por la monja), para después
descender hasta desaparecer en 1657, sin que se especifique la causa de este cam-
bio. En dichas cartas, la monja utiliza palabras en clave (propias de un complot po-
lítico) para designar al rey (a quien denomina coloquialmente como el “enfermo”),
a don Luis de Haro (“dedo malo”) y a la propia monja (que se autodenomina “mé-
dico”), lo que significa que los interlocutores tenían un código secreto de entendi-
miento que tuvo que ser consensuado anteriormente en conversaciones previas 94.
Desde luego, don Fernando de Borja había estado en el convento de Ágreda con
el monarca y con el príncipe Baltasar Carlos en 1645. Fue a partir de esta fecha
cuando las cartas de la monja se intensificaron y los consejos para que el monarca
cesase de tener confianza en don Luis de Haro se acentuaron. Desde 1648, tras el
descubrimiento de la conjuración de Híjar, las referencias políticas y, concreta-
mente, a don Luis de Haro, desaparecieron de su correspondencia, en buena par-
te porque la monja tuvo mucho miedo de que su nombre pudiera salir como amiga
de los nobles que eran investigados o procesados 95 por los levantamientos que se
produjeron en estas fechas y además porque sabía noticias de determinadas con-
juras (como la del propio duque de Híjar) que no había comunicado al monarca.
Las relaciones del duque de Híjar con sor María de Ágreda venían de antiguo,

su sobrina. Desempeñó el cargo de virrey de Aragón desde 1621 a 1632, y de Valencia desde
1635 a 1640. En 1643 fue nombrado sumiller de corps del príncipe Baltasar Carlos hasta que
éste murió en 1646. A partir de 1659 entró en el Consejo de Estado. Murió el 12 de febrero
de 1665. En el Diablo Cojuelo de Vélez de Guevara dice que tiene “veintidós cursos de
virrey”. Por su parte, Baltasar Gracián lo propone como ejemplo de señorío en El Discreto:
“Realce II: del señorío en el hacer y en el decir”.
94 C. BARANDA LETURIO: “Las cartas de sor María de Jesús de Ágreda a don Fernando
y a don Francisco de Borja…”, op. cit., pp. 15-17.
95 Precisamente, en el proceso al duque de Híjar fue llamado a declarar como testigo a
don Luis de Haro, contra quien la monja quería predisponer contra el monarca, y ella sabía
que Haro conocía, a su vez, la voluntad hostil que le tenía (Archivo Histórico Provincial de
Zaragoza, P/1-81-9), en dicho proceso, el duque de Híjar dice: “De don Luis [de Haro] no
soy ni he sido enemigo, ni he hablado a V. Mg. en él que aya valido o que no le aya”. En otra
de las preguntas que le hacen en relación con sor María, el duque de Híjar contesta: “El
conocimiento [que tengo] de la madre [sor María] es muy antiguo”.

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hasta el punto de que, en las primeras cartas de la monja con el rey, en 1643, lo
recomendó para su servicio. Por eso, cuando los acontecimientos de su deten-
ción se precipitaron, el noble acudió al consejo y al amparo de la monja 96.
La vinculación o relación clientelar de sor María de Ágreda con la familia
Borja se remonta a la fundación del convento. Así, el 10 de junio de 1628, sor
María daba las gracias a don Fernando de Borja por haberle enviado unas pren-
das de vestir una talla de la Virgen. La relación se muestra más intensa y hasta se
puede hablar de patronazgo cuando, el 10 de febrero de 1631, le solicitó su ayu-
da para recaudar dinero para la fábrica del convento 97, recibiendo al día siguien-
te 500 reales de limosna de don Fernando. Los agradecimientos se repetían en
carta fechada el 4 de julio de 1633 por algunos regalos recibidos para la iglesia
del convento, al mismo tiempo que le manifestaba el gusto que tendría de verle
en el solemne acto de la traslación al nuevo convento. Finalmente, le comunica-
ba que, en el Capítulo provincial de la Provincia de Burgos había salido elegido,
con todos los votos, el P. Francisco Andrés de la Torre, que poco después fue
nombrado confesor de sor María. La estrecha relación y confianza que el padre
De la Torre tenía con el nuncio apostólico quedaba descubierta por la propia
monja cuando en carta (junio 1639) le señaló que el P. Francisco Andrés de la To-
rre se hallaba ausente ocupado en un pleito del señor nuncio.
El 10 de julio de 1643, sor María notificaba a don Fernando de Borja que el
Rey se había dignado visitar a su comunidad, “quedando todas las monjas muy
edificadas de su real piedad”. A partir de entonces, las cartas de sor María, sobre
todo las escritas a don Francisco, descubren claramente, quienes formaban el gru-
po opositor en la corte de Madrid. Asimismo, entre 1646 y 1648, la comunicación

96 F. SILVELA: Cartas de la venerable madre sor María de Ágreda, Madrid 1885, I, pp.
139-141.
97 “Por ser el mensajero el P. fray Antonio escribo; ba a esa ciudad a pedir limosna para
que este conbento pueda sustentarse, que está alcançadíssimo con los muchos gastos
desta obra que hacemos, y si bien es verdad que está muy adelante la obra, está
alcançadíssimo y empeñado. Ba a pedirle a mi señora la Duquesa se sirba de dar a el
conbento con alguna obligación de Misas en propiedad la limosna de la desa y batán de
los Fayos o el empeño dél para poder reparar algo la hacienda que con los muchos
censos que se han quitado está perdida la casa, yo arto afligida. Vª. Eª. se lo pida a mi
señora la Duquesa, y le suplico por amor de Dios, Señor mío, me perdone que la
necesidad y pender de mi esta comunidad, y el sustento destas pobres Monjas me
obligan a cansar a Vª. Eª., a quién guarde y prospere el muy Alto. Desta casa, Febrero
10 de 1631” (Colección de las Descalzas Reales).

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

aumentó y el contenido demuestra (cotejando las fechas de estas cartas con las que
la monja escribía al rey) la conexión existente entre los asuntos tratados con los
Borja y muchos de los consejos que sor María daba posteriormente al monarca.
El año 1646 resulta especialmente intenso en la correspondencia. La monja no
se recata en manifestar sus redes clientelares 98, ni tampoco de ocultar su influen-
cia (y actividades) por cambiar la voluntad del rey en contra de don Luis de Ha-
ro 99. En la carta del 7 de mayo, sor María descubre a don Francisco de Borja, la
forma y capacidad que tiene para hace cambiar la voluntad del monarca:
El enfermo [el rey] ha vuelto a escribir y creo lo que Vuestra Señoría me dice
del dedo malo [Luis de Haro], que quiere dar a entender es más de lo que es o
que tiene mucho del afecto y el enfermo no gusta de eso. Avíseme Vuestra
Señoría si se conservaron los dos dedos malos, pronósticos hay que no.
Con todo, los consejos y orientaciones dados por sor María no tenían un
efecto directo en la voluntad de Felipe IV y el desánimo le abatía:
Nuestro enfermo continúa. Yo estoy desconsolada porque declara el médico
que teme muchos daños porque no se reparan y no hablar claro es tormenta del
que desea la salud. Dice algo, pero el enfermo está inacto 100.
Unos días después, el desaliento era mayor y amenazaba, incluso, con dejar
la correspondencia con el rey:
Del enfermo no he sabido nada después que se partió deste lugar. Aseguro a
Vuestra Señoría que parece tiene razón mi Párroco [confesor] porque tiene mil
inconvenientes el ser tan frecuente la correspondencia y no hablarle claro,
porque después se hallará frustrado y dirá le hemos engañado 101.
No obstante, era mal momento para abandonar la relación con el monar-
ca, pues, en estas fechas comenzaron a producirse las detenciones del grupo
de visionarios que unos años antes se habían reunido en Zaragoza y con los que

98 El 13 de enero de 1646, sor María recomendaba a fray Alonso de Fuenmayor ante don
Fernando de Borja, mientras que el 25 de abril confesaba a don Francisco de Borja que se “pasa
lindos ratos con la condesa de Grajal”. Fuenmayor fue confesor de sor María durante los
últimos 15 años de la vida de ésta (1650-1665), le mandó que escribiera una copia de su libro
Mística Ciudad de Dios, cf. A. MORTE ACÍN: Misticismo y conspiración…, op. cit., pp. 129-131.
99 Colección Descalzas Reales, cartas de 25 y 30 de abril de 1646.
100 Ibidem, carta fechada en Ágreda el 20 de mayo 1646.
101 Vuelve a insistir en el mismo tema de desaliento en la carta del 13 de junio y del 15
de julio: “La poca disposición del enfermo me tiene muerta”.

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sor María mantenía contactos 102. La propia monja se sintió muy preocupada de
tales relaciones según se deduce de una carta, que dejó sin acabar (y sin fecha),
dirigida a don Francisco de Borja:
Observaré el consejo que Vuestra Señoría me da de retirarme con prudencia y
no faltando a la cortesía que se debe a personas graves y seguras, y con tener
cuidado en las respuestas se puede prevenir todo. No me han puesto preçecto
ninguno los prelados, pero me han amonestado con muchas veras que me sacuda
de correspondencias y escarmiente. La verdad es, que mi natural es tan inadvertido
que á neçessitado deste acibar contra el veneno del mundo. A buen puerto me han
arrojado las olas que me han combatido, que balen mucho los trabajos, la çiençia que
ellos administran y los efectos que hacen. Pida Vuestra Señoría a Dios que de todo
me aproveche.
En efecto, el 19 de Julio de 1646 se hacía eco de la detención de “los del Tajo”
(nombre que utilizaba para designar al grupo de frailes visionarios que, tras ale-
jarse de Zaragoza, se habían instalado en el centro de la península 103) al mismo
tiempo que traslucía informaciones confidenciales que recibía sobre el asunto:

102 Una carta de Chumacero a Felipe IV así lo demuestra.


“Señor. He reparado algunos días en dar a V.M. parte de lo que ahora, pero ha-
me parecido de menor inconueniente romper por el juicio que de mi se hará, que
ocultar a V.M. nada de lo que sé, por si acaso pudiere aprouechar propuesto. En 26
de Agosto escriui a la Reyna nuestra señora el Papel siguiente.
Señora [la reina]. Dícenme (díjomelo el Padre Fray Francisco Montesori) en es-
te punto (que se sirve nuestro señor de conserbar a Orán pidiéndoselo sus sierbos.
Siendo esta diligencia precisa por el aprieto en que se hallan aquellas fuerzas, será de
mucha piedad solicitada a este intento, y con esta fee: quedo escriuiendo a la Madre
María de Jesús, y he embiado recaudo al Padre Fray Andrés de la Torre, y demás re-
ligiosos deuotos, y capellanes de V.M. que están en San Francisco. La mesma dili-
gencia hago con San Gil por el Padre Fray Diego menor. La principal será la que
ordenare V.M. especificando esta necesidad. Madrid, 26 de agosto de 1643” (BNE,
Ms. 13.163, ff. 158-159. Papeles referentes al gobierno de Chumacero al frente del
Consejo de Castilla como su presidente desde 1 de febrero de 1643).
103 “Parece ser que don Francisco de Chiriboga, un caballero deudo del señor duque de
Villa Hermosa, y que reside aquí, tuvo los años pasados no sé qué visiones en sueños,
en razón de que avisase a S. M. pusiese remedio en algunos desórdenes de Ministros
superiores. Dice que, aunque al principio los despreció, como al fin se repetían y
continuaban, trató de comunicarlos con el padre Galindo, de la Compañía de Jesús,
hombre docto y de loables costumbres. El cual, con la relación que le hizo este
caballero, le pareció no ser obra ni ilusión del demonio, y así dixo que convenía al
servicio de Dios que diese cuenta al Rey, para lo cual le formó un papel, probando con
exemplos y autoridades ser estas cosas posibles y haber Dios por medios semejantes

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Pésame mucho de la detençión de los del Tajo y que se aya consultado acá sus
causas, pues no son sino para allá y sentiría que se yrritase mas a Dios de lo hecho
en este particular. Nuestro P. Fr. Francisco Andrés anda siempre achacoso de la
gota; aura le á tocado en la mano. El Padre definidor me dijo más que quisiera saber.
Pocos días después, de nuevo desgranaba noticias de sus relaciones y clien-
tela 104, al mismo tiempo que se mostraba preocupada por:
La causa de los del Tajo no está concluida, porque al Párroco de el médico le
an ynviado un papel para que deponga en la causa; y me [he] alegrado de ver lo
que contiene, que es en abono de los sujetos.
Sorprende la precisa información que la monja poseía sobre los asuntos que
sucedían en la corte, así como las complicidades que tenía con los visionarios,
alegrándose de la liberación de las cárceles de Chiriboga 105, preocupándose por

muchas veces abierto los ojos de los Reyes. Fue con este papel Chiriboga a Cuenca,
donde a la sazón estaba el Rey y luego le dio otro del mismo tenor. Sucedió después la
retirada del Conde Duque, la mudanza de los Ministros, y ahora, habiéndose
entendido en la Compañía que aquellos papeles fueron hechos por el padre Galindo y
reconociendo que estando obligados los religiosos de ella a no escribir ni publicar papel
sin aprobación y vista de sus superiores, para dar a entender que aquellos papeles
salieron sin su noticia y por hombre privado y sin saberlo la religión, han preso ellos
mismos al padre Galindo y le tienen recluso en el Colegio de Noviciado de esta Villa”
(J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXIII, p. 171).
104 “El Conde de Castrillo dio quinientos ducados para dorar el retablo. No le é
respondido, perdóneme Vª. Sª. y mande que le den esa carta, segura que como no
tengo ocasiones para escribir, logro ésta a costa de Vª. Sª. Perdone estas llaneças. Esa
otra a Tomás Pérez, que es para lo que á de açer del dinero que le tiene él. Y este
ofiçio de prelaçía me pone de nuevo en estos cuidados. Guárdeme Dios a Vª.Sª. como
deseo. En la Concepción de Agreda, 23 de Julio de 1646”.
105 “Con mucho consuelo y gusto recibo la norabuena de haber salido don Francisco de
Chiriboga libre, y doy al Señor las gracias, y le suplico disponga que los demás tengan
tan buen suceso, para que su justicia se desagravie y use de su misericordia con este
pobre pueblo y Monarquía. Las cartas he enviado a pedir a nuestro Padre si me las
enviarán en este pliego, para que Vuestra Señoría responda a don Francisco de
Chiriboga. DeleVuestra Señoría la norabuena de mi parte que no le podré escribir por
la ocupación del propio que es larga y ay mucho que hacer.En lo que Vuestra Señoría
dice de los papeles del Padre Monterón, yo no le he dicho palabra de si vinieron a
tiempo o no; nuestro Padre le debió de dar a entender que no hubo tiempo de leerlos
antes por las muchas ocupaciones, y por esto habrá dado a Vuestra Señoría la queja que
me dice. A mí no me hicieron falta, porque yo hablé claro con el enfermo de esas
materias; ya dije la respuesta”.

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la suerte del padre Monterón 106 y pidiendo al monarca para que interviniese en
tales asuntos. La escasa efectividad de la intervención de sor María para hacer
cambiar la voluntad del monarca, era vista con desesperación por parte de
miembros del grupo cortesano que conocían la comunicación epistolar y la con-
fianza que existía entre la monja y el rey:
Siempre me tienen crucificada los accidentes de aquel enfermo, y que sean tan
mortales que viendo le matan los dedos malos no los cure o los corte. El
Todopoderoso lo haga. El médico ha conocido el afecto del enfermo y la medicina
última le ha saçonado mucho y me aseguran con verdad que quanto más fuertes
son las medicinas, mejor las recibe, y que, por acabar de una vez, el médico se
aventuró a que fuese la medicina amarga y no ha bastado; y como la salud no
mejora, se deshace el pobre médico; y el demonio ha movido estos días contra él
algunas cosas que me atrevo a decírselas a Vuestra Señoría porque sé lo que fía de
Vuestra Señoría. Es que un caballero que ha estado en esa ciudad, dice que le
hablaron muchas personas de ella y dieron a entender que para qué era la amistad
del médico con el enfermo, sino hablaba claro y se remediaba su daño, que sin
duda era estadista el médico y no quería sino conservarse, y que le aconsejaban se
retirase desta correspondencia, porque le habían de resultar muchos daños. En el
encogimiento del médico hahecho esto y otras cosas mucho ruido y más el poco
afecto. Consulte Vuestra Señoría esto con el señor don Fernando y den su parecer
a quién le desea ejecutar 107.

106 “E pensado de escribir al Rey que mire por Monterón y por la Madre Luisa y haga
que se abrevien sus causas; diga Vuestra Señoría al señor don Fernando si será conveniente”
(Colección Descalzas Reales). Según la Historia Apologética (BNE, Ms. 2.080, ff. 66r-69v.),
las dificultades del padre Monterón con la Inquisición comenzaron cuando:
“los enemigos de la materia persuadieron al Rey de que enviase mi carta, que tenía, a
la inquisición de Madrid, como lo executó luego. Antes de todo esto, yo vuelto de
Zaragoza a Madrid, comuniqué la materia al inquisidor general, don Diego de Arce…
entre tanto envió el Rey mi carta a la Inquisición, llamáronme y examinaron sobre ella,
y yo les propuse el libro escrito, que estaba limpiándole de algún yerro; quitáronmele
a la fuerza. […]. Sucedió que el rey me envió con su secretario, don Luis de
Oyanguren, para que le recomendase a Dios, y que me condoliese de tantas
calamidades de su Monarquía y le diese el remedio de ellas, y yo le respondí que
hiciese lo que a boca le había dicho y otros congregados por su real orden en Zaragoza
tantos años antes y así se habrían remediado sus males. Súpolo el dicho Arce y envió a
su Majestad un inquisidor, don Gonzalo Bravo, para que le dixese que su Majestad
más debía creer a tantos del Real Consejo de la Inquisición, que miraban más a su real
servicio que un solo como yo, y que mis cosas no tenían tanto precio que mereciesen
que su Majestad me enviase la dicha embajada”.
107 Colección de las Descalzas Reales, carta fechada en Ágreda, 13 de agosto 1646.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

2.2. La intervención de sor María en las pugnas cortesanas

Ciertamente, los procesos realizados contra los “amigos espirituales” de sor


María, no solo le preocuparon desde el punto de vista de la ortodoxia religiosa,
sino también desde el punto de vista de la política. Ello resulta lógico, ya que no
solo compartían un mismo proyecto espiritual, liderado –como no podía ser de
otra manera– por el pontífice, sino también un mismo objetivo político, que no
coincidía con los intereses de la Monarquía hispana, gobernada por ministros con
ideas regalistas del siglo anterior. De esta manera se comprende que los nobles le-
vantiscos (como el del duque de Híjar), a los que se les procesó, también estuvie-
ran conectados con el “grupo del Tajo” y mantuvieran estrecha relación con sor
María de Ágreda: la defensa de los frailes visionarios procesados, coincidía con el
apoyo a los nobles conspiradores y, por tanto, la liberación de los frailes de la In-
quisición (con el consiguiente absolución de su heterodoxia religiosa) estaba vin-
culada con el cambio de los personajes que estaban en el entorno al monarca,
cuyas ideas políticas discrepaban de Roma, entre los que destacaba don Luis de
Haro como hombre de confianza de Felipe IV.
Desde mitad de 1646, sor María se lanzó a una cruzada por liberar a sus co-
nocidos religiosos y a defender a sus patronos nobles, al mismo tiempo que te-
mía la aparición de su nombre en procesos que sonaban a deslealtad con el rey.
Para mover a Felipe IV a cambiar de gobierno, sor María le escribía sentencias
tan provocativas como ésta:
Yo veo que su intención de Vuestra Majestad es recta y santa para la gloria
del Señor y reparo de esta Monarquía y de su Cristiandad; y si todos los ministros
obraran con este celo, no es creíble que no asistiera Dios a sus consejos, ni Vuestra
Majestad se hallara tan solo y expuesto a tantos trabajos.
Con todo, la mayor presión que sor María intentó ejercer sobre el alma del mo-
narca para cambiar de colaboradores en el gobierno, tuvo lugar a la muerte del
príncipe Baltasar Carlos, momento en el que el monarca se hallaba desolado. La
aparición del alma del Príncipe a sor María (unos días después de su muerte) fue
utilizada tanto para consolar a Felipe IV como para descalificar a sus servidores. La
propia monja escribía a don Fernando de Borja la siguiente carta: “De aquel en-
fermo he sabido que desea la salud mucho. El médico asegura que le ha aplicado
todas las medicinas que le han sido posibles. El mayor daño es el del dedo malo y
el menos conocido” 108.

108 Colección de las Descalzas Reales, carta fechada en Ágreda, 6 de noviembre 1646.

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José Martínez Millán

El episodio descubre la sensibilidad humana del monarca y contiene una ri-


queza de matices poco común, difíciles de encontrar en otro documento guarda-
do en archivo. Ante la grave enfermedad que ha contraído su hijo, Felipe IV
escribe a sor María (el 7 de octubre de 1646) solicitándole su intercesión ante
Dios para que le evite la muerte:
Ayer recibí vuestra carta, pero os confieso que no me hallo en estado de poder
responderos ahora a ella, pues me tiene Nuestro Señor en estado que hago mucho
en estar vivo; desde ayer acá tengo a mi hijo muy apretado de una gran calentura
[…]. La primera diligencia que he hecho ha sido resignarme en la voluntad de
Dios y pedirle que, si en ella cabe el dar salud a mi hijo, se duela de mí. La misma
petición he hecho a su Madre Santísima para que me valga su intercesión en este
aprieto. Bien veo, Sor María, que yo merezco graves castigos, y que todos los que
me pudieran venir en esta vida serán cortos para satisfacer mis pecados; pero apelo
a la misericordia de Nuestros Señor y a la intercesión de su Santísima Madre, y a
vos os encargo me ayudéis en esta ocasión contadas veras. Ahora es tiempo, Sor
María, en que se juzga la amistad; espero que vuestras oraciones y peticiones me
han de librar deste cuidado; pero si acaso la divina justicia ha dado ya la sentencia,
os pido que en este lance ayudéis a mi hijo para que acierte lo que tanto le importa,
y a mí para que tenga fuerzas para llevar este golpe 109.
Le contesta la monja el día 8 de octubre animándole para que no decaiga y
aconsejándole que “el Altísimo es fiel y Padre amoroso, no puede errar en lo que
hace”; pero el día 10, el rey le contesta –desde Zaragoza– comunicándole la fa-
tal noticia en una carta que comienza:
Pues no movieron el ánimo de Nuestro Señor las peticiones que se le hicieron
por la salud de mi hijo, que ya goza de su gloria, no le debió convenir a él ni a
nosotros, que siempre su Santa Omnipotencia obra lo más conveniente y más
justo. Anoche, entre las ocho y las nueve expiró 110.
La monja le respondió dos días después:
Señor: Grande es el poder del Altísimo en hacer sus obras sin dependencia de
las criaturas para que entendamos que sola su voluntad es Ley rectísima donde no
puede caer error ni engaño, porque tiene el peso y medida en su diestra y procede
con nosotros con equidad y justicia y en nuestras tribulaciones nos envía la salud;
y como nos ama tanto, antepone a nuestro gusto, consuelo y querer, la salvación
porque consigamos el mayor descanso.

109
Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., p. 82, carta
fechada en Zaragoza, el 8 de octubre 1646. El subrayado es mío.
110 Ibidem, p. 82.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

El rey volvió a escribirle el 14 de octubre en una carta llena de abatimiento,


impasible a los sucesos terrenales y con remordimientos morales:
Yo os confieso que lo que me tiene a mí más afligido que la misma pérdida que
he tenido, es reconocer, por estos golpes que me envía Nuestro Señor, que le tengo
enojado de tanto como le he ofendido; esto me atraviesa el corazón, y sabe su
Divina Majestad que deseo no enojarle, sino cumplir en todo su santa voluntad;
pero como veo los castigos, temo que no acierto a cumplir estos deseos 111.
Fue en estas circunstancias cuando la monja, al mismo tiempo que preten-
día consolar al monarca, se decidió a darle consejos sobre el modo en que debía
gobernar, eligiendo las personas adecuadas, bajo la autoridad de que se lo había
revelado el alma del Príncipe difunto. En estas explicaciones se traslucen los in-
tereses políticos del “partido aragonés”, enemigo de don Luis de Haro, pues
constituyen un repaso completo a la forma de gobierno de Felipe IV:
La semana siguiente, a siete u ocho días después de la muerte de su Alteza,
estando en el coro en la oración e la comunidad, se me apareció aquella feliz alma
un día tras de otro, y me dijo: ‘sor María, el ángel santo de mi guarda que es el que
me ha consolado desde que se apartó mi alma del cuerpo, me ha declarado cómo
ayudaste a mi madre, la Reina, en el purgatorio; y me ha encaminado por voluntad
divina y traído a tu presencia para que te pida que tus oraciones y las de las religiosas,
y que me socorras como a mi madre, por las graves penas que padezco 112; pues todos
teníamos devoción en tu convento y confianza de que nos ayudarías a la salvación
de las almas’. Respondíle que haría cuanto pudiese con la divina gracia, y así lo
cumplí […].
Otro día, que fue viernes, a veinte y seis de octubre, el obispo de Tarazona hizo
las honras por el alma del príncipe en este convento nuestro, con la solemnidad
posible. Asistiendo a los divinos oficios, y en esta ocasión al tiempo de la misa de
pontifical, se me apareció el alma de su Alteza en la forma humana que tenía, pero
con las penas del purgatorio que padecía. Víle en la iglesia en la región del aire,
junto a la ventana de la tribuna, acompañado de su ángel, y me dijo: ‘Madre, el
Altísimo que de la boca del párvulo oigas la verdadera sabiduría y prudencia.

111 Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., p. 84. Le
contesta la monja: “el rigor de este golpe no ha tocado solo a V. M., ni tanto como a toda su
católica Monarquía, a quien mira el castigo y de quien el Todopoderoso pretende la
enmienda de los pecados y desórdenes generales” (Ibidem, p. 86).
112 Efectivamente, en otra carta de 1644, sor María había escrito a Felipe IV cómo se le
había aparecido el alma de Isabel de Borbón en el purgatorio y le había pedido limosna en
forma de oraciones para que la sacase de allí. Sor María reunió a las monjas y rezaron (sin
decir para quien) lo que sirvió para cumplir el deseo de la reina (Ibidem, pp. 256-258).

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José Martínez Millán

Cuando yo vivía en carne mortal estaba ignorante de esta ciencia divina, porque la
corrupción y materia del cuerpo causa en las almas oscuras tinieblas, pero luego
que me desnudé de la pesada mortalidad, entré y pasé a otra nueva luz que antes
no conocía; y también me la da mi ángel de muchas cosas que te diré. Y de aquí
entenderás la razón por qué las almas que viven según la carne son tan ignorantes
y torpes para entender la verdadera ciencia del Señor, como incapaces de recibirla;
y de esta insipiencia e ignorancia se originan tantos errores y desconciertos entre
los mortales. Y aquellos solos que vencen y mortifican sus pasiones y espiritualizan
su carne, son los verdaderamente sabios, prudentes, y los que llegan a alcanzar la
ciencia divina en el grado que se alejan del engaño de sus pasiones y corrupción de
la carne. Asegúrote, madre, que después de haber entrado en esta sabiduría, si me
concediera el Altísimo y omnipotente Dios volver al mundo para reinar en él,
aunque fuera para salvarme después, por mi voluntad no admitiera este partido, ni
volviera a la vida que he dejado por los engaños y errores que de ella conozco. De
mi pobre padre tengo gran compasión (cual puedo tenerla ahora), conociendo que vive
rodeado de tantas falacias, mentiras, dolos, traiciones y malas correspondencias de los que
le habían de ayudar. Quisiera darle luz de esto, y que participara de lo que yo tengo, y
de la verdad que yo veo y a él le ocultan, porque conociera los peligros en que vive.
En consecuencia de estas razones me dijo otras muchas de grande desengaño
y enseñanza para el gobierno de la Monarquía, y las confirmó en otros
aparecimientos que después ha hecho. Y para conocer las que no conviene ocultar,
advierto que cuando murió su Alteza y yo tuve aviso de su muerte, me afligí mucho,
no solo de considerar el justo dolor y sentimiento del rey, nuestro señor, pero
también el de toda la Monarquía, que se hallaba sin heredero y sin las esperanzas
que tenía en tan amable príncipe, y sin poderlas recuperar en algunos años.
Este trabajo representé al Señor con muchas lágrimas; su Majestad me consoló. Y
entre otras razones me dijo que la muerte del príncipe había sido conveniente para gloria
suya en los fines ocultos que tenía en sus obras, y que el llevarle para Sí había sido efecto
de las oraciones que por él se habían hecho. No entendí por entonces otra cosa, y solo
pudo consolarme la fe que se debe a las palabras de Dios, aunque ignoremos sus
secretos: pero después de las visiones dichas parece que se ha declarado más este
secreto, porque en otras ocasiones que vi a su Alteza (particularmente el día de las
ánimas, a dos de noviembre, después de haber comulgado y haberme pedido el
príncipe que le ayudase con mis oraciones para salir del purgatorio) me declaró
estos secretos y díjome: ‘Sor María, de mi muerte se vale Dios para enseñar la
verdadera sabiduría y arte de gobernar cristianamente esta monarquía. Y unas de las
razones por que el Todopoderoso anticipó tanto mi muerte en tan tiernos años fue porque
el infierno había hecho unos conciliábulos contra mí, dando arbitrios para comenzar a
perderme y divertirme con vicios y depravadas costumbres con que me hicieran indigno
de la divina gracia y formaran un mal rey que gobernara sin temor de Dios. Y tenía ya
el demonio elegidas y señaladas algunas personas, por cuya mano ejecutase tan malos
fines, si la providencia de Dios no los hubiera atajado con mi anticipada muerte. Y si a

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

la infanta, mi hermana, no la crían con temor de Dios y le dan personas que la


encaminen y enseñen con todo cuidado, se puede temer le suceda lo que a mí; porque la
Casa de Austria ha sido elegida y señalada por Dios para especial amparo de la Iglesia,
y que por su medio se dilate la santa fe del Evangelio por el mundo. Y por esto la mira
su Majestad con especial amor, tiene singular protección de ella y la llena de bendiciones
honorificándola con sujetos muy grandes y santos; y cada día recibe muchos favores de
la mano del Todopoderoso, enviándole saludables avisos y consejos. Y por estas razones
sucede comúnmente a todos los sucesores de esta casa (si no se ajustan a la
voluntad de Dios y se disponen para que el mismo Señor se sirva de ellos para
fines tan altos), que o padecen mucho o tienen cota vida 113.
Ciertamente, no era la primera vez que se utilizaba esta manera de influir en
el ánimo del rey; más bien fue propia de la espiritualidad y la forma de vivir la
religión que se impuso en la Monarquía durante el siglo XVII 114. Es lo mismo
que intentó hacer el padre Francisco Monterón 115, quien había llegado a la cor-
te para ver al monarca y persuadirle de su mal gobierno, por lo debía hablar per-
sonalmente con el rey. Felipe IV le dio audiencia el 3 de mayo y mientras le hacía
las reverencias
le abrió Dios el entendimiento [a Monterón] y le dixo: mira de decir a este Rey
entre las demás cosas de que eche de su lado a éste aquí presente [se refiere a
don Luis de Haro] porque le quiere mucho y hará muchas cosas injustas por su
antoxo.
Una vez que comenzó a explicarle lo que Dios le había ordenado que le dije-
se, cosas que Felipe IV dudaba de que fuesen ciertas, le dijo, entre otras cosas:

113 Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 260-
262. Los subrayados son míos.
114 Sobre el tema, R. CUETO: “La tradición profética en la Monarquía Católica en los
siglos XV, XVI y XVII”, Arquivos do Centro Cultural Portugues 17 (1982); M. P. MANERO:
“Visionarias reales en la España Aurea”, en Images de la femme en Espagne au XVIe et XVIIe
siécles, París 1994; R. CARRASCO: “Milagrero siglo XVII”, Estudios de Historia Social 36-37
(1986).
115 Juan Chumacero y Carrillo (1580-1660) estudió en Salamanca leyes. Pasó luego a
Alcalá para reducir a la obediencia a los estudiantes. En 1614 fue nombrado oidor de Granada,
desde donde pasó a ser fiscal y consejero del Consejo de Órdenes. Caballero del hábito de
Santiago. Ejerció de fiscal en las causas de Lerma, Uceda y Osuna. En 1626, pasó a ser fiscal
del Consejo Real y, en 1631, pasó a la Cámara. Fue a Roma en embajada extraordinaria con
fray Domingo Pimentel. Volvió a España en 1643, siendo nombrado presidente del Consejo de
Castilla. Después de cinco años de ejercicio se le retiró del cargo, obteniendo el título de conde
de Guaro. Murió en Madrid (donde había nacido) el 24 de junio de 1660.

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José Martínez Millán

lo inmenso que Dios estaba ofendido de sus ministros contra la Santa Sede
Apostólica y su Pontífice con otras personas eclesiásticas y que si no lo remediaba,
todo se había de acabar de poco a poco, y al fin el alma que vale más que todo, y
tantos pechos y gabelas se podían haber excusado con haber gobernado Su
Majestad 116.
Unos cuantos años antes (en 1619), otra monja de clausura, sor Francisca
Inés de la Concepción, abadesa del convento de Nuestra Señora de Belén de Ci-
fuentes, afirmó que se le había aparecido la difunta reina Margarita de Austria,
esposa de Felipe III, y:
la dijo que dijese a rey su marido y señor tales y tales cosas que le importaban para
el bien de su alma y buen gobierno de sus reinos. Respondió la sierva de Dios que
ella se lo escribiría. Dijo la Reina: no ha de ser esto así, sino que tú se lo has de decir
a él cara a cara y de cómo y cuándo déjalo a Dios que su digna Majestad lo dispondrá,
y guarda secreto 117.
Efectivamente, con motivo de la fundación del convento de Nuestra Señora
de la Misericordia en Oropesa, sor Francisca fue fundadora y primera abadesa,
por lo que tuvo que ir a dicho convento, precisamente cuando Felipe III volvía
de jornada de Portugal, y aprovechando que el rey se acercó a dicho convento,
la monja pudo hablar directamente con el rey durante “hora y media”, tiempo
en que le contó todo lo que le había comunicado el alma de su difunta esposa.
Con todo, la larga carta de sor María, impresiona por dos cosas: en primer
lugar, por acusar de carencia de fines morales a los consejeros del Príncipe, ya
que buscaban la consecución de sus intereses materiales sin preocuparse por su
salvación. En este sentido, las personas de su entorno, esto es, las que le serví-
an en su Casa, quienes habían sido elegidas por el propio monarca (exceptuan-
do a don Fernando de Borja, que era confidente de la monja), estaban bajo
sospecha.

116
BNE, Ms. 7.007, f. 33. Para el contexto, me remito a la obra de R. CUETO: Sueños y
Quimeras…, op. cit.
117 L. PÁEZ: Espejo de virtudes en la vida y muerte de la V. M. Francisca Inés de la
Concepción, abadesa del convento de N. Señora de Belén de Cifuentes, Toledo 1653, f. 58r (ed.
facsímil en Guadalajara 2009, ed. y presentación de J. J. Labrador Herráiz y R. A. Difranco).

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Casa del Señor Príncipe D. Baltasar Carlos,


hijo del Señor Rey Don Felipe IV y de la Señora Reina Doña Isabel de Borbón 118:

Capilla
El padre fray Juan Martínez, del Orden de Santo Domingo
Don Juan de Soto, ayuda de oratorio.

Caballerizo
Don Luis de Haro, caballerizo mayor de su Alteza y gentilhombre de cámara del señor
D. Felipe IV, le nombró su Majestad por decreto de 12 junio 1643 y mandó
jurase en el Bureo de su Real Casa por no tener Mayordomo mayor su Alteza
entonces.
Don Reinaldo de Miraval, caballerizo de S. M. puso a caballo la primera vez al príncipe.

Sumiller de corps
Don Fernando de Borja, sumiller de corps de su Alteza y gentilhombre de la cámara de
S. M., le nombró por decreto de 12 de junio 1643 y mandó jurar en el Bureo de
su Real Casa por no tener mayordomo mayor S. A.

Gentiles hombres de la cámara


El conde de Coruña.
El marqués de Orani.
El conde de Alba de Liste.
El marqués de Flores Dávila.
El marqués del Viso.
Don Vespasiano Gonzaga.
Don Diego de Isasi.

Ayudas de cámara
Don Antonio Espejo, guardarropa y ayuda de cámara.
Don Pedro Castroverde, ayuda de cámara.
Don Luis Hurtado, idem.
El capitán don Alonso de la Mata, idem.
Don Francisco de Rojas, Idem.
Don Diego Liaño, idem.
Don Pedro Barreda, idem.
Don Luis Escolano, idem.
Don Alonso Martínez, idem.

118 AGP, Histórica, leg. 113, exp. 10. En la carpetilla que guarda este expediente, se lee:
“Casa que ha de ir sirviendo al Príncipe en el viaje a Aragón, en compañía de S. M. el Rey
don Felipe IV, su padre, 3 de febrero de 1645”.

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José Martínez Millán

Guardarropa
Don Juan de Valdivieso, ayuda de guardarropa.
Don Juan de Herrera, idem.
Don Joseph Luján, mozo, idem.
Francisco de Santiago, otro mozo de oficio.

Secretario de cámara
Juan Gómez, oficial.

Barbero
Joseph Lozano, ayuda de barbero de corps.

Oficiales de manos
Juan de Olarte, zapatero.
Claudio Tibot, guardicionero de espadas.

En segundo lugar, lejos de despreciar o ignorar la impertinencia de la monja


al ponerle en cuestión la forma que tenía de gobernar la Monarquía, Felipe IV le
contestó, con una humildad que sobrecoge, descubriendo sus íntimas intenciones
a la hora de ejercer sus funciones como rey. Resulta admirable la cortesía del mo-
narca, tan consciente de “nuestra vil naturaleza” y de su “corto entender”, pero
conocedor de la vida de palacio y de las aspiraciones de los pretendientes. Asimis-
mo, resulta asombrosa la elegancia moral, capaz de dar lecciones a la propia mon-
ja sobre la certidumbre atribuible “a solo Dios que conoce los interiores”. Esta
justificación de su propia vida, con referencia a sus relaciones con el Conde Du-
que y con don Luis de Haro, confirma el fino sentir humano de un rey formado
en la adversidad a pesar de que ha pasado a la historia por todo lo contrario. Cons-
ciente, también, de que detrás de sor María había un grupo o facción que había
incitado a la monja a formularle esta pregunta, el monarca termina su escrito or-
denándole con toda naturalidad: “Vos leed con atención esta carta y se la podréis
comunicar a vuestro confesor” 119:

119
La dependencia de la monja con su confesor aparece clara cuando éste murió. En carta
a don Francisco de Borja, fechada el 30 de marzo de 1647, sor María escribía desconsolada:
“La estafeta pasada escribí al señor don Fernando dándole cuenta de la muerte de
nuestro Padre fr. Francisco Andrés, que fue como de un apóstol. Yo siento cada día más
su falta y mi soledad, y si yo pudiera alcançar el retiro que deseo y alejarme de todo,
no fuere (sic) este golpe tan grande, porque no neçesitaba tanto del consejo. Asta aquí
en algunas cosas y en todas é obrado por la obediençia, particularmente con el enfermo,

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Siempre os he dicho que mi intención y deseo es cumplir con la voluntad


divina y con las obligaciones que ha puesto a mi cuenta; esto vuelvo a asegurar una
y mil veces y que si yerro será como hombre que no alcanzo más, pero no
queriendo hacerlo. Yo entendía que no podía ser contra la voluntad de Nuestro
Señor seguir los ejemplos de mis pasados, que tan justa y santamente gobernaron
estos reinos, y justamente procurar huir de lo que en su tiempo no fue bien visto.
Yo creo que, aunque no sea de vuestra profesión tener noticias destas cosas, os la
da general lo que Nuestro Señor os favorece, y así habréis entendido la prudencia
y satisfacción con que el Rey don Felipe II, mi agüelo, gobernó esta Monarquía, el
cual, en todos tiempos, tuvo criados o ministros de quien hizo más confianza, y de
quien se valió más para todos los negocios; pero esto, de tal manera, que las
últimas resoluciones y disposiciones siempre dejó reservadas para sí. Este modo
de gobierno ha corrido en todas cuantas Monarquías, así antiguas como modernas,
ha habido en todos los tiempos, pues en ninguna ha dejado de haber un ministro
principal o criado confidente, de quien se valen más sus dueños, porque ellos no
pueden por sí solos obrar todo lo necesario. A éste se le suele encargar el oír a
ministros y negociantes para informar a la cabeza, de sus pretensiones […] Esto
difícilmente puede correr por mano del Rey, pues no es lícito por su dignidad
andar de casa en casa de ministros y secretarios a ver si ejecutan con puntualidad
lo que les ordena; y por estas noticias que recibe por medio de los ministros o
criado de mayor confianza puede ordenar lo que debe hacer y saber lo que se hace;
y, supuesto que mientras estamos en esta vida nos hemos de servir de hombres,
nos parece excusable el valernos de los que se tiene mayor satisfacción, mientras
no se les coge en mala letra o se sabe que abusan de la merced que se les hace; y
como por nuestra vil naturaleza todos desean sus aumentos, se facilita cualquier
negocio más, si se encamina por manos de quien juzgan que alcanza más favor del
Príncipe, pues todos desean que por aquel medio llegue a su noticia lo que obran
en su servicio sus intereses particulares. Esta regla creo que es general en todas
partes, y si se usa bien de este modo, sin dar al ministro o criado más de lo que le
toca, en mi corto entender no lo tengo por nocivo.
El haber heredado yo estos reinos de dieciséis años y entrado en ese caos con
las cortas noticias que en aquella edad se adquieren, fue causa (y a mi parecer lícita
entonces) que me fiase de ministros y que a algunos les diese más mano de lo que
parecía conveniente. Como digo que juzgo que en el principio no erré, digo ahora
que hice mal en que durase aquel modo de gobierno lo que duró, pues con la
experiencia y con los años reconocí los inconvenientes que tenía, y esto fue causa
de que (aunque tarde) tomase la resolución de apartar al ministro que sabéis.
Después acá he procurado no dar la mano a ninguno que le había dado a él, por

y de aquí en adelante por mí no aré nada que soy muger ignorante. Dígale Vª.Sª. esto al
señor don Fernando, y que le envío afectuosas memorias, y a suplicarle me encomiende
a Dios” (Colección Descalzas Reales).

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José Martínez Millán

tenerlo así por necesario para cumplir con mi obligación y con mi reputación; y
aunque es verdad que he mostrado más confianza de algún criado, ha sido porque,
desde muchacho, se crió conmigo y nunca he reconocido en él cosa fea ni en las
costumbres ni en lo que me ha representado, pues siempre ha vivido
ajustadamente y le tengo por persona de buena intención; y aunque esto es así,
siempre he rehusado darle el carácter de ministro por huir de los inconvenientes
pasados. Bien confieso que le encargo la solicitud de las materias que se resuelven,
particularmente el solicitar con el presidente de Hacienda las disposiciones del
dinero, de que tanto necesitamos, y con los ministros a quien toca la solicitud de
los medios para prevenir temprano la campaña; pues, como he dicho, a mí me toca
resolverlo y a los ministros ejecutarlo. También le he encargado (aunque lo mismo
tengo encargado a otras personas) que como anda por allá fuera más que yo y trata
con más personas, me sepa y avise de cómo proceden los ministros, y que eso sea
con todo recato para que con estas noticias primeras pueda yo tomar otras y
averiguar lo que pasa en esto, para el castigo o el premio de los que lo merecieren.
Todo esto, sor María, es fuerza que se haga por medio de hombres y de quien
se tiene más satisfacción […]. Yo, sor María, no rehúso trabajo alguno, pues, como
todos pueden decir, estoy continuamente sentado en esta silla con los papeles y la
pluma en la mano viendo y pasando por ella todas cuantas consultas se me hacen
en esta Corte y los despachos que vienen de fuera, resolviendo las más materias
allí inmediatamente, procurando se ajuste el dictamen que tengo por más ajustado
a la razón […].
Sor María, hame parecido alargar algo esta carta para informaros con
particularidad de lo que en hecho de verdad me sucede; y resumo este discurso con deciros
que mi intención es de acertar a cumplir la voluntad de Nuestro Señor en todo y por todo
y con la obligación del peso que ha puesto a mi cargo, sin rehusar trabajo alguno que me
conduzca a este fin, y que todo lo que yo entendiere es voluntad suya lo ejecutaré,
procurando vencer cualquier repugnancia que tuviere. Vos leed con atención esta carta y
se la podréis comunicar a vuestro confesor 120.
La sinceridad del monarca y su grandeza humana estaban por encima de las
sospechas de sor María (y su grupo político), por lo que ésta le contestaba en los
siguientes términos:
Confieso que tengo harto conocimiento de las miserias de palacio, de las de la
Monarquía y de lo que Vuestra Majestad me advierte […] En el papel que escribía
a Vuestra Majestad no puedo decir más de que sólo he servido de instrumento,
aunque tan vil y bajo; y no puedo ser juez en la causa que contiene, porque esto
toca solo a Dios, a quien he obedecido y a quien son patentes los ocultos secretos
del corazón humano sin que pueda padecer engaño, como los hombres, que solo
conocen lo aparente y lo de fuera […] Tampoco he tenido atención a que del todo

120 Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 91-92.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

se remedien las emulaciones de palacio, porque estas son tan inexcusables como
ser hombres los que sirven a los reyes […] Heme consolado mucho de haber oído
a V. M. del orden que guarda de tomar noticias y informarse de los ministros, y si
ellos las dan verdaderas y legales, es excelente; pero Dios es fiel y dispondrá cómo
no se le oculte a V. M. la verdad. Forzoso es valerse Vuestra Majestad de muchos
para tanto trabajo y ajustar; y buscando los sujetos más convenientes y de sana
intención, es acertado; y en esto tiene Vuestra Majestad mucho bueno que imitar
en el señor rey Felipe II, agüelo de V. M., porque supo servir de los mejores
criados y ministros, de manera que se entendiese ninguno tenía mano superior 121.
El monarca le respondía en una carta en que dejaba zanjada la cuestión por su
parte: “En la larga carta que os escribí me confesé generalmente con vos, y así, en
ésta no queda más que remitirme a lo dicho” 122. La monja se vio en la obligación
de replicar la carta del rey, afirmando: “Yo quedo muy consolada del acuerdo que
V. M. ha tomado de enviar ministros para la reformación de los excesos del reino”.
A partir de entonces, sor María dejó de intervenir en las pugnas de facciones
cortesanas por conseguir el poder y la gracia real, en primer lugar, porque había
quedado clara la intencionalidad del monarca en su gobierno (no prefería a ningún
grupo o personaje en particular, sino el buen hacer), por lo que el predominio de
don Luis de Haro en la administración de la Monarquía resultaba incontestable,
quedando afianzado por encima de todos los nobles que pretendían conseguir la
confianza real; en segundo lugar, porque varios miembros de la facción cortesana
que rodeaba a sor María comenzaron a ser procesados, acusados de deslealtad y
traición al monarca, lo que produjo la descalificación de dicho grupo 123. El 14 de
marzo de 1648 escribía a don Francisco de Borja:

121 Epistolario Español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 93-94.
122 Ibidem, p. 96.
123Bien es cierto que su idea de favorecer a don Fernando de Borja y atacar a don Luis
de Haro nunca se desapareció. En carta a don Francisco de Borja, fechada el 14 de febrero
de 1648 decía:
“Mucho se descuida el Rey en hacer mercedes al señor don Fernando, y a su
flojedad y olvido parece era menester algún recuerdo. Vea Vª.Sª. que le parece desto.
Grande alborozo me ha causado lo que Vª.Sª. me dice de que don Luis de Aro se
bambolea. Si el sentir tanto gusto destos accidentes es falta de caridad Vª.Sª. lo juzgue;
solo temo que él hará grandes esfuerzos por tenerse bien, aunque sé le ayudan a caer,
si Dios fuese servido lo consiguiésemos para que el Rey obre libremente y admita
mejor las medicinas; aplicarense a propósito según el humor que reina; el
Todopoderoso dé la sanidad” (Colección Descalzas Reales).

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José Martínez Millán

El Conde de Lemus me respondió a lo que escribí a Vª. Sª. del padre


Monterón, diciéndome que le avía escrito y que no sería de provecho escribir por
él al Rey, y que enviaba grandes amenazas de que se había de perder todo. Díjome
Vª. Sª, en qué forma y con las razones que Monterón dice esto, que deseo saberlo,
y si persevera la de Paredes monja o prueba bien. Prugiera Dios hiciera otro tanto
don Luis de Haro, que si se nos entrara religioso fuera dicha.
El 29 de mayo decía:
Dame cuidado el que el Padre Monterón amenace al Rey tanto de muerte;
trabajo grande sería; el Todopoderoso nos libre dél, y le abra los ojos a este señor
para que obligue a Dios. Continuo en decirle todo lo que puedo, y él en decir que
sí, que sí, y no sé cuándo 124.
Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, don Francisco de Borja le acon-
sejó cortar la correspondencia “con los del Tajo”, a lo que sor María contestó:
Con mucho gusto obedeceré y dejaré la correspondencia del Tajo. De mi parte
pocas veces la é tenido, pero él me mata y dice que tengo crueldad, y que le dejo
morir sin consolarle. El peligro es evidente, y tiene Vª.Sª razón que si lo supiesen
los prelados lo sentirían, el decirme que me quiere Dios sola, no sé con qué
intento; la obediencia y sujeción al consejo es forzoso, y más mujer y ignorante
como yo; si lo dice por el retiro cada día le preocupa más.
No obstante, con las siniestras profecías del padre Monterón coincidió la tan
famosa como oscura conspiración del duque de Híjar 125. La conspiración resul-
ta confusa y más bien parece que hay que ponerla en relación con la lucha por el
poder en la corte 126. La enemistad entre don Luis de Haro y el duque de Híjar
parece que se inició en Zaragoza a causa de la privanza que adquiría Haro ante
el monarca con el disgusto de todos los que soñaban sustituir al Conde Duque.
Híjar aspiraba a ser valido de Felipe IV. Haro le ofreció a Híjar el virreinato de

124 El 12 junio 1648 escribía a don Francisco preocupándose por la madre Luisa:
“Si a la Madre Luisa dan por virtuosa no la condenan, pues habiendo ella tenido
tantas cosas exteriores, en ellas no ay medio o han de ser de mujer santa o no, pero
no puede ser culpada siendo virtuosa. El daño, como dice Vª.Sª., estuvo en los que
la asistieron. Dios nos guarde de tales males y a Vª.Sª me guarde”.
125A. DEL HIERRO: Historia de Felipe IV (1641-1665), RAH, E-26; R. EZQUERRA: La
conspiración del duque de Híjar, Madrid 1934, pp. 75-111.
126 E. SOLANO CAMÓN: “Nuevas perspectivas en torno a la conspiración del duque de
Híjar”, en P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO (coord.): Monarquía, Imperio y Pueblos en la España
Moderna, Alicante 1997.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Aragón, pero éste se negó. En consecuencia, la actividad política de Híjar se ma-


nifestó en extravagantes chismes y manejos, como la protección que dispensó al
jesuita Pedro González Galindo y su participación en la profecías de Monterón.
Galindo era un jesuita díscolo, instrumento del bando político opuesto a Oliva-
res. Llegó a afirmar que el padre Aguado debía de ser excomulgado por ser el
confesor del Conde Duque. Para castigarle, el rector del Colegio Imperial, Pe-
dro González de Mendoza, le desterró al colegio de Almagro y además solicitó
al rey que no oyera a los amigos de Galindo, pero éstos burlaron la medida con
ocasión del viaje real a Zaragoza, en el que Híjar pidió llevarlo de confesor. Em-
pezó entonces una pugna entre Galindo, que trataba de esquivar a la Compañía,
y los dirigentes de su Orden. Galindo decía desempeñar una misión divina, jus-
tificaba su conducta porque tenía que dar cuenta al rey de las revelaciones que
tenía, que no eran otras que las que le daba Francisco Chiriboga, un visionario
que decía tener voces del más allá 127.
Ramón Ezquerra resume la vida itinerante de Híjar a través del interrogato-
rio que se le hizo el día 21 de septiembre de 1648. Para justificar su conducta, el
duque de Hijar dijo que a raíz del motín de Évora (en 1638) había escrito al Con-
de Duque desde el Escorial que el duque de Braganza no era idóneo para sofo-
car ese motín, pues juzgaba que había tomado parte en él junto con el marqués
de Ferreira, el conde de Vimioso, un jesuita cuyo nombre no recordaba, y un se-
cretario del duque de Braganza. Además, declaró que había enviado al Conde
Duque copia de una carta de su padre, siendo virrey de Portugal, a Felipe III, ad-
virtiéndole que al duque de Braganza le hiciera las mercedes que quisiera en Cas-
tilla, pero no en Portugal. Añadió que tres meses antes de la sublevación, había
avisado igualmente a Olivares de lo que se iba a producir, aunque éste no lo qui-
so recibir. Confirma este aviso, la carta que Híjar envió a sor María de Ágreda el
14 de mayo de 1648, y da una nueva versión de este suceso Pellicer en el aviso del
11 de diciembre de 1640 128. Según Pellicer el día 26 de noviembre de 1640 unos
embozados esperaban al duque de Híjar en la puerta de su casa al anochecer y le
comunicaron lo que iba a suceder, por lo que le dijeron que si no quería perder
los bienes que poseía en Portugal, se uniese a ellos; es decir, Híjar sabía lo que iba
a suceder en Portugal y no se sabe qué actitud tomó. En 1641, desmintiendo las

127 Ha sido estudiado con exhaustividad por R. CUETO: Sueños y Quimeras…, op cit., pp.
81 ss.; R. EZQUERRA: La conspiración…., op. cit., pp. 197 ss.
128 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 248.

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José Martínez Millán

sospechas de deslealtad, fue nombrado en altos cargos del ejército, como general
de la caballería de Portugal. Entre tanto, levantó una compañía de soldados a sus
expensas como otros nobles 129. En este año, volvió a Aragón a causa de un plei-
to que tenía por su título nobiliario. En Zaragoza no fue bien recibido y se le con-
sideraba extranjero. Allí protagonizó un mal entendimiento con motivo del
juramento del nuevo virrey, el obispo de Málaga, don Antonio Henríquez 130,
que venía a sustituir al duque de Nocera 131.
No resulta extraño que una vida tan azarosa se viera envuelta en una trama
tan oscura como una posible revuelta. Desde luego, no parece que al grupo de
intrigantes les costase mucho atraerlo a sus proyectos.Vivanco afirmaba que don
Luis de Haro, receloso del duque de Híjar desde el suceso de la Junta, utilizó a
don Carlos Padilla como confidente (agente provocador) para descubrir sus ín-
timos deseos y probar su fidelidad 132. El duque de Híjar oyó y creyó a Padilla

129 R. EZQUERRA: La conspiración…, op. cit., pp. 111-112; J. PELLICER Y TOBAR:


Avisos…, op. cit., p. 24, aviso 2-4-1641.
130 Fue virrey de Aragón de 1641 a 1642 y, posteriormente, de 1646 a 1647.
131Francisco María Carafa, V duque de Nocera, pertenecía a la nobleza napolitana. Sirvió
en la batalla de Nördlingen y en 1639 fue nombrado virrey de Navarra y en 1640 de Aragón.
Destituido y preso por sospecha de traición fue encarcelado y murió en 1642 en la cárcel.
132R. EZQUERRA: La conspiración…, op. cit., pp. 75-111. Copia de la carta que D. Carlos
de Padilla escribió a su hermano de Milán, en 26 de agosto 1640:
“… Continúa don Luis de Haro el estar en casa de Leganés, donde las audiencias son
ningunas, habiendo cesado totalmente todo el despacho de los particulares con el pretexto de
unas juntas que duran todo el día, compuestas de Castel-Rodrigo, don Luis [de Haro] y
Monterrey, y tal vez tan apretadas, que ni aun los secretos que en ellas ajustan no los oye
nadie; pero en lo que suelen hablar, sabemos todos, y el beneficio en sus resoluciones no ve
ninguno. Perdimos a Tortosa felizmente, pues no habiendo aun empezado el enemigo
a abrir las trincheras, acometió a una media luna que dicen tenía la plaza fuera de la
planta. Yéndose a retirar la guarnición de ella, porque la tenía minada, por la misma
puerta que cubría se entraron juntos ellos y los enemigos, con que salieron de una vez
breve y felizmente de todos los embarazos que arrastraba el sitio. […]. Corro con la
inteligencia de mis portugueses, a quien tengo en Sevilla, y sírvome de ella para que
no se me cierren las puertas de casa de D. Luis, y juntamente esperar de allá por horas
las personas de autoridad y calidad para ajustar con ellas lo que de aquella parte
necesito, y de camino aprieto para la conclusión de mi jornada a Francia, sin lo cual no
se ajustaría el todo con la claridad y eficacia que la materia requiere” (Cartas de algunos
PP. de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la Monarquía entre los años 1634 y 1648,
Madrid 1865, tomo VII, Memorial Histórico Español 19, pp. 198 ss.).

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

en sus embustes y formulaciones de revueltas. Una vez hecha la delación, se de-


cretó la prisión que se realizó de la siguiente manera: el presidente del Consejo
de Castilla le hizo llamar a su casa y lo entretuvo hasta que llegó el alcalde Fran-
cisco Robles para detenerle y llevarle preso al castillo de San Torcaz 133. Tenía
el duque de Híjar viejas relaciones con sor María de Ágreda, hasta el punto de
que, en las primeras cartas al rey, en 1643, por eso, cuando los acontecimientos
de su detención se presagiaban, acudió al consejo de la monja 134.

133 “Avisan de la Corte, el martes 18 de agosto, a las cuatro de la tarde prendió el señor
alcalde don Pedro de Amezqueta a don Carlos Padilla, teniente general de la caballería
de Flandes, y lo puso en una torre de la cárcel de Corte, en la más alta, con sus cadenas
muy gruesas, echándose la llave en la faltriquera, y por su mano dándole de comer a sus
horas. Fuese después a casa del señor presidente de Castilla, en donde le aguardaba don
Fernando Ruiz de Contreras. Estuvieron encerrados toda la tarde, yendo muchas veces
el dicho señor don Fernando a consultar con S. M. A la noche volvió el señor presidente
y estuvo con el preso hasta las seis de la mañana. Dicen que le dieron tormento […] 6
de septiembre. Envió el señor Presidente un recado al duque de Híjar, que convenía al
servicio de S. M. le viese luego, y habiendo hablado a solas con el señor Presidente, le
subió acompañando hasta la última puerta a donde estaba el alcalde y le manifestó un
decreto de S. M. en que le mandaba llevarle preso a una torre. Caminaron a Santorcaz
y en la puerta del Sol estaban esperando otros ocho alguaciles a caballo y todos juntos
caminaron.A 9. Prendieron al hijo segundo del conde de Linares y lo trajeron a la cárcel
de la corte; otros dicen lo llevaron a Montánchez.A 10. Prendieron a don Pedro de Silva
y a otros caballeros.A 11. Prendieron al dueño de la posada y a una mujer donde posaba
don Carlos, y ella declaró que le habían dado unos papeles a guardar, diciéndole, que si
viniese la justicia a su casa, que fuese y los quemase y ella dijo que no los había querido
quemar. […] Dicen que hoy han entrado en la Corte algunos presos traídos de fuera
con máscaras y la voz que corre, quieren que sea por la causa de don Carlos Padilla y el
duque de Híjar, la cual se dice quedará terminada con brevedad y que se van
descubriendo nuevas traiciones de portugueses, y que en Toledo se han hecho muchas
prisiones […] (Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la
Monarquía entre los años 1634 y 1648, Madrid 1865, tomo VII, Memorial Histórico
Español 19, pp. 191-197. Carta fechada en octubre de 1648).
134 F. SILVELA: Cartas de la venerable madre…, op. cit., I, pp. 139-141.
“Nunca me á de faltar un cuidado; téngale aora de que el Duque de Híjar me
escribió una carta en que me decía algunas cosas de las que ahora dan por causa de su
prisión, de que querían matar al Rey y otras cosas: Yo le respondí que avisase de esto
al Rey; no sé si lo ha hecho. Si lo hizo, buen negocio tendrá, sino malo; lo que temo es
que mostrará mi carta para su defensa y que se quejará de mi el Rey porque no le avisé
ya que tuve yo la carta del Duque. Desmayo, pero por guardar secreto, como lo hago
en todas las cosas que me dicen callo, y si llega a noticia del Rey por la carta que yo
respondí al Duque, sin duda se quejará y temo que el Duque la mostrará, pero no tiene

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José Martínez Millán

Por su parte, la monja tuvo escrúpulos de que apareciese su nombre en el pro-


ceso dado que había mantenido correspondencia sobre el asunto con el duque de
Híjar y no lo había comunicado al rey, por lo que temió ser implicada y lo comu-
nicó al monarca. En una nota manuscrita a esta carta, por descargo de su concien-
cia, la monja de Ágreda escribió:
En la materia que el Rey nuestro señor habla en la carta antecedente de los
delincuentes, me sucedió que el duque de Híjar me escribió insinuándome algo de
lo que se intentaba contra la Corona Real y peguntándome qué haría 135.
Respondíle lamentándome de lo mal servido que era el Rey, y que hablase a S. M.,
y porque el duque había tenido correspondencia íntima con unos religiosos que
amenazaban muchas calamidades para este reino (que son de quienes el Rey
nuestro señor me habló en la primera carta y cuando pasó por aquí hablamos de
ello), y sabiendo yo todo esto, creí que lo que me decía el duque era por sus
profecías. Preguntéselo en la carta, la cual presentó en su pleito por descargo, y
como hablaba de la materia y se publicó tanto, tomó el demonio ocasión de esto y
me amenazó que me había de perseguir y dar en qué entender. Levantáronse
muchas olas y tempestades que me combatieron harto; extendiese y publicose que
yo era comprendida en la materia; y como los prelados de la religión no sabían lo
que era, ni mi ignorancia y sinceridad en tan fea causa y la buena voluntad con que
había procedido, sino sola voz común de que yo entraba en el pleito, se afligieron y
me conquistaron con varias reprensiones y cartas, y el mundo habló mucho: unos
decían que me llevaban presa, otros que me castigaban; pero mi conciencia me
aseguraba que no tenía el menor escrúpulo en esto […] Llegó todo a oídos del Rey,
nuestro señor (lo que se hablaba), pero en más de cuatro o cinco meses, aunque
continuaba el escribirme, ni S. M. me dijo palabra tocante a mí, aunque me hablaba

cosa de reparo, sólo que se puede colegir sabía yo la materia; de todo me avise Vª.Sª. y
por si muestra la carta el Duque, si daré satisfacción al Rey o lo dejaré así; y tenga
paciencia Vª.Sª. con mis ynpertinencias. En la Concepción de Agreda, 4 de
Setiembre 1648” (Colección Descalzas Reales).
135Efectivamente, la carta se encuentra publicada, además de en Silvela, en esta obra
(Epistolario español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 172-173).
Además de lo que dice sor María, resulta sorprendente la cita de los dos confesores de la
monja por parte del duque de Híjar y cómo tenía relación con ellos:
“... y por esto no escribí a vuestra merced ni en la muerte de nuestro fray Francisco
Andrés de la Torre, siendo siempre quien más le debió estima, y quien más reverenció
a vuestra merced y quien más la debe. Hoy, que fray Juan de la Palma no nos acriminará
el delito de reconocimiento a lo que se debe a Dios y al Rey, volveré a cumplir con todo”.
Más adelante afirma que “fray Juan de la Palma no me impedirá la correspondencia” con
sor María.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

de los presos, ni yo le di satisfacción, porque es fea cosa la disculpa en personas


religiosas, y cuando se da sin pedirla es indicación de que hay culpa; pero después
de haber recibido la última carta en que refiere S. M. el caso, me aconsejaron
personas graves y me lo mandaron los prelados que satisficiese a S. M. que era
preciso, con lo que le escribí la carta siguiente en respuesta de la suya 136.
Felipe IV le respondió:
No dudo yo que os habrá causado pena lo que me decís tocante al duque de
Híjar y que en esta causa se haya oído vuestro nombre, porque, como os conozco,
sé cuán ajena estáis de estas cosas y particularmente de materias que toquen en
revelación como tan sujeta a engaño mientras la Iglesia no nos las da por ciertas. En
mí nunca hizo esto mudanza porque tengo entera satisfacción de vuestra persona;
y como os he comunicado más que los otros, sé mejor que ellos quién sois y los que
Dios os favorece 137.
Ante el interés de sor María por la evolución del proceso y el resultado final,
Felipe IV le escribía una carta en la que le relataba cómo se había procedido.
La causa de los presos se concluyó, y habiendo hecho yo en ella todo lo que me
había tocado, sin que me quede el menor escrúpulo del mundo, pues les dí tiempo
competente para sus defensas […]. Los reos fueron el Duque de Híjar, D. Pedro de
Silva, marqués de la Sagra; D. Carlos de Padilla y Domingo Cabral; estos tres
últimos estuvieron convictos y confesos por sus propias declaraciones en que habían
conspirado (o querían conspirar) contra mi corona y cierto, tan ridículamente, que
más parecían locos que traidores; condenóselos a muerte como manda la ley 138.
Por lo que se refiere a “los del Tajo”, el 18 de febrero de 1654, sor María ma-
nifestaba que tenía noticias del padre Monterón, que se encontraba “en Toledo
bueno y consolado. Escríbeme algunas veces, que pasando nuestro General por
allí le pidió licencia”. A pesar del consejo de su protector; el 22 de septiembre
de 1656, sor María de Ágreda suplicaba al rey:
Señor mío, he sabido que el padre fray Francisco Monterónque está en Toledo
muy desconsolado, porque ha doce años que su causa está suspensa; si en el modo
y celo excedió, no en la buena voluntad, que ésta siempre la tuvo fina para Vuestra
Majestad; sírvase Vuestra Majestad de mandar le dejen ir a su tierra. Obliguemos a
Dios con esta obra de piedad 139.

136 Epistolario español, IV: Cartas de sor María de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 170-171.
137 Epistolario, I, p. 174.
138 Ibidem, p. 143. Carta del 8 de diciembre de 1648.
139 C. SECO SERRANO: “Introducción”, en Epistolario español, IV: Cartas de sor María de
Jesús de Ágreda…, op. cit., p. 63.

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El monarca le contestaba el 10 de octubre:


La memoria que me hacéis del padre Monterón tengo yo tan en la mía, que las
más veces que viene a hablarme el Inquisidor General le ordeno que despache su
causa con brevedad; pero aunque este ministro es enteramente bueno, es algo
remiso, con que suele haber alguna dilación en estas materias, pero yo le doy y le
daré toda prisa.
Con todo, es preciso señalar que a partir de 1650, la correspondencia entre
rey y monja derivó en una intercomunicación netamente espiritual (sin referen-
cias a intrigas palaciegas) y las referencias políticas se tradujeron en continuos
avisos para la salvación de la Monarquía a través del cumplimiento de la ética
católica por parte del rey y de seguir y defender los intereses de la Iglesia cató-
lica en este mundo. Ahora bien, tales principios eran los que los monarcas his-
panos (desde principios del siglo XVI) decían defender y practicar ¿cuáles eran
las ideas políticas y religiosas que Papado y Monarquía defendían? O dicho de
otra manera, ¿qué catolicismo era el que practicaba la Monarquía hispana que
discrepaba con los ideales de Roma?

3. CAMBIO DE JUSTIFICACIÓN POLÍTICA E IDEOLÓGICA


DE LA MONARQUÍA HISPANA

La identidad con la que los reinos y territorios, que formaron la Monarquía


hispana, se presentó de cara al exterior consistió en la acción de propagar y de-
fender la fe cristiana a nivel mundial, con lo que también quedaba justificada su
práctica política. Esta identidad, que configuró la Monarquía hispana sobre sí
misma durante el período de la dinastía de los Austria, estuvo fundamentada en
el universalismo de la confesión católica y se articuló lógicamente tras un largo
proceso en principios teológicos y teorías políticas, a veces, apoyadas por decisio-
nes de los pontífices o en la actuación de los propios monarcas. Debido a esta
unión de ideas y acciones, las relaciones entre el papado y el rey de la Monarquía
hispana vinieron a colocarse dentro del contexto de la Christianitas.
El sistema cuajó durante la segunda mitad del siglo XVI, cuando, tras la divi-
sión que Carlos V realizó de su herencia, el Imperio ya no fue la principal fuerza
política dentro de la cristiandad, sino que el liderazgo recayó en la Monarquía his-
pana que Felipe II articuló como entidad de poder bajo su persona. Para justifi-
car esta anómala situación, los comentaristas y teólogos recobraron la vieja idea

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

medieval de monarchia. Ahora bien, la monarchia, que se presentó como justifica-


ción de la política española (precisamente, por sus peculiares orígenes), era un
concepto distinto de la monarchia que había encontrado su legitimación en la doc-
trina de los cuatro reinos universales y en la tradición. La Monarquía española no
se presentó como un imperio, sino como un reino universal. En este sentido, el
poder del rey de España era distinto del modelo imperial, aunque tenía una for-
ma similar, pero también era diferente a la “monarquía universal”. Las condicio-
nes por las que la Monarquía hispana se apoderó de la idea de la “monarquía
universal” se apoyó en dos factores esenciales: la decadencia política del Imperio
como fuerza política en Europa y la aspiración de España a desarrollar competen-
cias para-imperiales por efecto de la propia potencia política, lo que llevó a unir a
todos sus enemigos 140.
Como se puede deducir, los fundamentos teóricos y prácticos en los que basó
su existencia la Monarquía hispana (por una parte, erigirse en poder temporal he-
gemónico y, por otra, tener que justificarse en los principios de la Christianistas)
resultaban contradictoria ya que, la Monarquía solamente podía detentar un títu-
lo tan universal mientras no le faltasen las fuerzas para oponerse e intimidar al
resto de poderes europeos, dado que el Rey Católico consideraba que el principal
objetivo de su gobierno era “enderezar las cosas públicas y las particulares mías
al servicio de nuestro Señor derecha y puramente”; pero además, porque la legi-
timidad de los argumentos de la Monarchia Universalis residían en Roma y a ella
correspondía definir la doctrina religiosa, lo que significaba reconocer a la Santa
Sede un puesto central en el ordenamiento de la sociedad: “y allí como a su cen-
tro acuden los negocios della en lo espiritual y muchos en lo temporal”. Por con-
siguiente, los servidores de la Monarquía hispana, en el ejercicio de sus funciones,
tenían la obligación de servir al rey, pero también, de “servir y honrar y reveren-
ciar” al papa por “tener el lugar de Dios en la tierra”. Las “embajadas de obe-
diencia”, que los monarcas hispanos hacían al recién nombrado pontífice, no
tenían otro sentido que demostrar la sumisión y obediencia al representante de la
divinidad.
De acuerdo con tales planteamientos, no resultó muy difícil a los enemigos
de la Monarquía hispana descalificarla por su modo de proceder, juzgándolo de
carácter injusto y contradictorio en relación a los criterios tradicionales ético-
morales jurídicos que se atribuían a la “monarquía universal”. Ante los ojos del

140El tema lo hemos estudiado más ampliamente en J. MARTÍNEZ MILLÁN y E. JIMÉNEZ


PABLO: “La casa de Austria: una justificación político-religiosa…”, op. cit., pp. 17-65.

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resto de reinos europeos, la defensa de la religión aparecía solamente como un


instrumento táctico de la política española, utilizada para construir su poderío.
De esta manera, la aspiración de los monarcas hispanos a conseguir la “monar-
quía universal” fue, según sus adversarios, la razón principal de la guerra de los
Treinta Años y constituyó un argumento lógico y convincente para justificar sus
respectivas intervenciones militares como participación en una “guerra justa” ya
que, la aspiración política de los reyes hispanos se interpretaba –por el resto de
reinos– como amenaza directa a sus potestades autónomas, lo que equivalía a con-
siderarlos como actos de legítima defensa.
Si estos argumentos tuvieron un consenso universal y consiguieron alcanzar
una gran eficacia argumentativa en la discusión política de la época fue porque la
idea de una determinada configuración de la supremacía jurisdiccional, implícita
en el término “monarquía universal”, no resultaba un proyecto utópico, sino que
se veía como objetivo realizable. Es decir, que la Monarquía hispana –a ojos de las
Monarquías europeas y también de la Iglesia católica– pretendía arrebatar de ma-
nera práctica la configuración política medieval: así como el emperador era pre-
sentado como detentador del imperium totius mundi, el rey de España ambicionaba
el dominio de toda la tierra y así como el Emperador Carlos V aparecía en el pa-
pel de dominus mundi, lo mismo pretendió su hijo Felipe II, cuya política se basó
en el concepto de “monarquía universal”.
Ahora bien, la interpretación y defensa de la religión católica que hicieron los
reyes hispanos durante el siglo XVI estaban de acuerdo a los intereses materiales
de su Monarquía. El papado admitía de mala gana que la Monarquía hispana do-
minase la península italiana, pero desde luego resulta inadmisible y contradictorio
con la función del Papa que sus monarcas decidieran la ortodoxia religiosa de
acuerdo a sus intereses políticos, como había sucedido durante los reinados de
Carlos V y Felipe II: quienes, no solo, ejercieron una influencia decisiva en los cón-
claves, a la hora de elegir los pontífices, a través de la red clientelar de cardenales
que habían construido valiéndose de su poderío temporal; sino que también inva-
dieron la jurisdicción eclesiástica e intervinieron en las reformas religiosas como la
celebración y posterior aplicación de los decretos de Trento de acuerdo a sus pro-
pios intereses, interpretando la doctrina católica que de ellos emanaba según sus
conveniencias, e interviniendo activamente en los cambios y reformas que parale-
lamente se estaban efectuando dentro de sus reinos en las órdenes religiosas.
Para conseguir su independencia, el papado tuvo que jugar diplomáticamen-
te sus bazas y establecer sus alianzas con los distintos poderes europeos. A nivel

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

espiritual Roma impuso una nueva ideología en la sociedad y un modo de enten-


der el catolicismo más radical a través de los jesuitas y las órdenes religiosas des-
calzas (el denominado espíritu de la “contrarreforma”), mientras que, a nivel
político, construyó una teoría que defendía la subordinación de todo monarca ca-
tólico y, por supuesto la casa de Austria, al pontífice a través de las doctrinas de
Roberto Bellarmino o Francisco Suárez, entre otros. Pero la actividad de la Igle-
sia no se quedó en establecer esta subordinación, sino que, una vez conseguido
este objetivo, Roma construyó la teoría de que la misión de los reyes de la dinas-
tía de los Austria consistía en utilizar sus ejércitos para defender a la Iglesia: la le-
gitimación de la autoridad universal se encontraba en la voluntad divina, en la
Providencia y la posición de la casa de Austria era querida por Dios. Gracias a la
virtud de sus monarcas, los Austria estaban predestinados a ser príncipes defen-
sores de la Iglesia y para desarrollar esta función habían obtenido tal posición uni-
versal de poder en la práctica. De esta manera, el destino de la dinastía de los
Habsburgo se unía inextricablemente al de la religión católica.

3.1. De Monarchia Universalis a Monarquía Católica

Aunque los intentos de liberarse del control e influencia de la Monarquía his-


pana fue una tarea de todos los pontífices de la segunda mitad del siglo XVI, los
efectos no se manifestaron con éxito hasta el pontificado de Clemente VIII (1592-
1606) cuando, tras admitir la conversión de Enrique IV de Francia, consiguió es-
tablecer un grupo numerosos de cardenales franceses en Roma, que equilibraron
la influencia del grupo hispano, lo que le dio margen para crear un numeroso gru-
po de cardenales italianos (“independientes” los llamaba), que a partir de enton-
ces reformaron el gobierno de la Iglesia y controlaron el papado. Los embajadores
españoles en Roma se percataron de la pérdida de influencia que se estaba produ-
ciendo en la curia y así se lo hicieron saber a los monarcas, pero todo resultó en
vano. El recurso a la fuerza que practicaba la Monarquía hispana fue sustituido
por un espíritu pacífico, que se tradujo en la expansión de la fe y en las misiones
(Congregación de la Propaganda fide) ya durante el pontificado de Paulo V, lo que
descalificaba cualquier posible expansión de la Monarquía hispana con fines de
propagar el catolicismo (intento de conquistar China y costa de Asia) 141. El

141 El tema lo he estudiado ampliamente en J. MARTÍNEZ MILLÁN y M. A. VISCEGLIA


(dirs.): La Monarquía de Felipe III, Madrid 2008, I, “Introducción”; J. MARTÍNEZ MILLÁN:
El mito de Faetón y la imagen de la decadencia de la Monarquía hispana, Granada 2011.

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José Martínez Millán

surgimiento de la guerra de los Treinta Años permitió a Urbano VIII (1623-1644)


favorecer los intereses de Francia y de la coalición que se había formado contra la
Monarquía hispana con el fin de desarticular de manera definitiva la idea de Mo-
narchia Universalis por las armas, mientras potenciaba el concepto de Monarquía
católicadentro del espíritu pacífico que defendía la Iglesia.
La maniobra no pasó desapercibida a los agentes españoles en Roma. Los
acontecimientos políticos y los documentos que se conservan así lo demuestran.
Tomás Campanella describía a la Monarquía hispana formada por tres cabezas: el
Sacro Imperio Romano, cabeza de la esencia; los reinos peninsulares, cabeza de la
existencia; Italia, cabeza del valor. Para derrotar a este monstruo era preciso cor-
tarle la cabeza del valor, a partir de entonces, la existencia de este monstruo sería
hueca 142. El pensamiento político de los políticos españoles se resumía en el si-
guiente postulado: el papa debía reconocer los méritos de cada uno de los prínci-
pes cristianos con la Iglesia y prestarles una ayuda proporcional a estos méritos,
por consiguiente, toda neutralidad que no se base en este principio se considera-
ba injusta 143. La Monarquía Católica, el Papado y el Imperio debían de marchar
juntos para defensa de la confesión Católica 144. Resulta lógico que, para el mo-
narca español, el eje Madrid-Viena fuera considerado como “la rueda mayor”,
que “da ley” a todo el mecanismo de la Monarquía de los Austrias para vencer en
la guerra de los Treinta Años 145.
Ahora bien, el 6 de marzo de 1630, el marqués de Aytona comunicaba a la cor-
te de Madrid desde Bruselas que había descubierto una conjura internacional
que pretendía destruir la Casa de Austria. El eje estaba formado por Francia y
Baviera, Holanda y Suecia, además de otros príncipes de menor importancia. Se-
gún Aytona, los agentes de la conjura eran el nuncio apostólico en Francia, Bag-
no, y el secretario de Estado de Baviera, Guillermo Jocher. La carta de Aytona

142 ASV, Armario III, vol. 41, ff. 208-210.


143 Saavedra Fajardo recogió el pensamiento español al respecto en sus empresas (D.
SAAVEDRA FAJARDO: Obras completas, ed. de González Palencia, Madrid 1946, pp. 636-637,
empresa 94.
144 J. BALBOA: Gemidos de la Iglesia y Religión Católica (BNE, Ms. 2.367), en ella se
censura la neutralidad del Pontífice. Sólo se publicaron 12 ejemplares de esta obra.
145 Consejo de Estado de 13 de abril 1634, en D. SAAVEDRA FAJARDO: Obras completas,
op. cit., p. 1.309; AGS, Estado, leg. 2.332, citado por Q. ALDEA VAQUERO: “Iglesia y Estado
en la España del siglo XVII (Ideario político-eclesiástico)”, Miscelánea Comillas 36 (1961),
p. 160.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

concluía: “No hay ministro del Papa en todas estas partes que no esté continua-
mente tratando lo que puede ofender a Vuestra Majestad y a su Casa” 146. La con-
jura a la que se refería Aytona se polarizó en el pacto de Fontainebleau entre
Francia y Baviera (30 de mayo de 1631), por el que se rompía el bloque imperial
en política exterior. Tal pacto fue la obra maestra del nuncio Bagno, quien, des-
de abril de 1628 hasta febrero de 1631, supo ganarse al duque de Baviera sin que
se enterase nadie de la Casa de Austria. Quintín Aldea resume los acuerdos del
pacto de Fantainebleau en los siguientes puntos:
– Unión y mutua defensa militar de los respectivos territorios de Francia y
Baviera.
– Neutralidad de Baviera y de la Liga Católica con los holandeses (lo que
equivalía a dejar sola la Monarquía frente a ellos).
– Bloqueo en la Dieta de Ratisbona de la elección del Rey de Romanos en
el hijo del Emperador.
– Dimisión del general Wallenstein, el único capaz de enfrentarse a los
rebeldes 147.
Para tratar tan grave asunto se formó una Junta, a instancias del Conde Du-
que, tras la sesión del Consejo de Estado del 31 de marzo 1631. Al profundo des-
contento contra el Papa, se añadían otra serie de quejas sobre la invasión
jurisdiccional eclesiástica que hacía la Monarquía, lo que hacía que el nuncio tu-
viera que intervenir, como en el problema de los eclesiásticos sevillanos que no
quisieron someterse a lo que ordenaba la pragmática de la sal 148. Para evitar que
el nuncio Monti se enterase de lo que se discutía en la Junta, se excluyeron a los
personajes que eran amigos suyos como Miguel Santos de San Pedro “electo ar-
zobispo de Granada”, a quien se le recriminó por su falta de fidelidad a los secre-
tos de Estado 149. La Junta quedó formada por: fray Antonio de Sotomayor, que
era confesor del rey; don Juan de Chaves, don Diego del Corral, don Francisco
de Tejada, Francisco de Alarcón, Juan Chumacero, José González, el obispo de

146 Q. ALDEA VAQUERO: “Iglesia y Estado en la Época Barroca”, en La España de Felipe


IV, Madrid 1982 (Historia de España dirigida por R. Menéndez Pidal vol. 25), p. 606. Las
cartas en BNE, Ms. 1.436, ff. 77-79; AGS, Estado, leg. 2.332.
147 Q. ALDEA VAQUERO: “Iglesia y Estado en la Época Barroca…”, op. cit., p. 617.
148 J. H. ELLIOTT: El Conde-Duque de Olivares…, op. cit., pp. 422-424 y 441-444.
149 ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 72, ff. 168 y 169.

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José Martínez Millán

Oviedo, el padre Hernando de Salazar (confesor del Conde Duque), el regente Ba-
yetota, Alonso de la Carrera, Mendo da Mota, fray Domingo Cano, fray Juan de
San Agustín, fray Juan de la Puente, fray Francisco Cornejo y el maestro Albiz. To-
dos ellos pertenecían a los Consejos de Estado o de Castilla, excepto los últimos
cinco que tomaban parte en calidad de teólogos y juristas. También entraron en la
Junta con voz, pero sin voto, los dos fiscales del Consejo Real y el doctor Juan Bal-
boa, fiscal del Consejo de Hacienda. Como secretario actuó Saavedra Fajardo 150.
El primer punto que se discutió fue el incidente de Sevilla, en el que se acu-
só al nuncio de intrigar con los eclesiásticos contra la pragmática de la sal. Dicha
pragmática elevaba el precio de la sal de 8 reales la fanega a 40 reales sin hacer
distinción entre eclesiásticos y seglares. Inmediatamente, los canónigos de Sevi-
lla aludieron a que estaban exentos. Tales noticias causaron malestar en la corte
y se ordenó venir a Madrid al decano del cabildo y a los tres canónigos encausa-
dos (Manuel Sarmiento, Gaspar de Espinosa y Luis Sirmán). Mientras tanto, el
nuncio había encargado el estudio de la pragmática al catedrático dominico de la
Universidad de Alcalá maestro Tapia, maestro y amigo de fray Juan de Santo To-
más, futuro confesor real. Al poco de ponerse en camino los canónigos de Sevi-
lla, fueron arrestados en Carmona por alcaldes de Sevilla. A los tres canónigos
se les envió al destierro, dejando en libertad solo al decano. Enterado el nuncio,
ordenó la revocación de la decisión. La situación se fue enconando hasta el pun-
to de que el nuncio fue amenazado de ser expulsado de la corte. Los políticos his-
panos procuraban restringir la inmunidad eclesiástica a límites extremos. Para
ello, al mismo tiempo que se organizaba en Madrid una ofensiva contra el nun-
cio, se presionaba a Roma en el mismo sentido. Olivares envió un memorial al
cardenal Albornoz para que lo presentase al papa en el que expresaba los accio-
nes reprobadas que había realizado el nuncio: que veinte consejeros de la Junta
opinaban que se debía tratar al nuncio como se hacía en la corte de Francia, que
el nuncio había agradecido públicamente a un predicador que habló libremente
en la capilla real sobre el tema 151, que el nuncio había impedido que algunos clé-
rigos enviasen vasallos seglares al servicio del Cardenal-Infante en su ida a Flan-
des. Que había escrito a obispos y cabildos para que no entregasen al rey la ayuda
de costa que les había solicitado. Que había persuadido a los frailes de la Merced

150 Q. ALDEA VAQUERO: “Iglesia y Estado en la España del siglo XVII…”, op. cit., p. 179.
151
Se refiere al sermón del padre Vélez (de los clérigos menores y predicador real) que
predicó en contra de la actuación de la Junta (ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 72, f. 170).

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que no destinasen parte de las limosnas que recogían a mantener la armada de


galeones como el rey lo había propuesto 152. Monti trató de esquivar la tormen-
ta que se le venía y acudió a todos los recursos a su alcance. Uno muy especial
fue el de acudir a la Infanta, monjadescalza en el Monasterio de la Encarnación,
tía de Felipe IV, quien se entrevistó con el rey y le aconsejó que volvieran los ca-
nónigos de Sevilla.
El choque de la corte de Madrid con Urbano, por causa de la política en Eu-
ropa, tuvo su acto más espectacular en la protesta del cardenal Borja al pontífice
el 8 de marzo de 1632 153. La situación había llegado a tal punto que, la normali-
dad parecía imposible de restablecer. La delegación extraordinaria de Pimentel 154

152 ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 72, fol. 184.


153 El 8 de marzo de 1632, el cardenal Gaspar de Borja, en pleno consistorio acusaba a
Urbano VIII de comportarse con tibieza en las luchas que mantenía la Casa de Austria y de
mostrar poco interés por la suerte del catolicismo en el Imperio. Tan estridente intervención
se hacía a causa de la delicada situación en que quedaba la Monarquía Católica en
centroeuropa después del desastre de Breitenfeld (17 de septiembre 1631) en el que las tropas
de Gustavo Adolfo de Suecia infringieron al ejército de los Habsburgo. El personaje podía
permitirse esta destemplanza si se tiene en cuenta que don Gaspar de Borja hacía más de
veinte años que constituía la principal referencia de la Monarquía Católica en la corte romana
y que, en el cónclave de 1623, había representado los intereses de su rey y había favorecido la
elección del cardenal Maffeo Barberini como Papa. Pero además, tanto ardor, que le corría por
sus venas, venía de su propia procedencia: exponente de la ilustre familia que había dado dos
papas, Calixto III e Alejandro VI, come pure a Francisco de Borja y Aragón, suo bisnonno, terzo
generale dei gesuiti, a sua volta discendente diretto di un papa e di un re, Gaspar de Borja y Velasco
era el tercero de los doce hijos de Francisco II, VI duque de Gandía (1551-1595), y de Juana
Fernández de Velasco y de Aragón, pertenecientes a la casa de los duques de Frías,
condestables de Castilla, nieto por parte de padre de Juana Enríquez de Ribera, pariente de
María Enríquez, duquesa de Gandía, y de Juan de Ribera, arzobispo de Valencia, y nieto por
parte de madre, de Ana de Aragón, hermana de la madre del jesuita Francisco Borja. Gaspar
estudió en Alcalá de Henares como miembros del colegio mayor de San Ildefonso; de aquí fue
nombrado canónigo de Cuenca, archidiácono de la catedral de Toledo y siguió una carrera
meteórica hasta que el 17 agosto 1611, cuando, a propuesta de Felipe III, Paulo V lo creaba
cardenal el mismo día que cumplía 31 años. (M. A. VISCEGLIA: “Congiurono nella
degradazione del papa per via di concilio: la protesta del cardinale Gaspare Borgia contro la
politica papale nella guerra dei Trent’anni”, Roma moderna e contemporánea 11 [2003], pp. 167-
193; S. GIORDANO: “Gaspar de Borja y Velasco. Rappresentante di Filipo III a Roma”, Roma
Moderna e Contemporanea 15 [2007], pp. 157-185).
154 Domingo Pimentel (1580-1653) era hijo del conde de Benavente, Juan Alonso
Pimentel. Después de estudiar en Salamanca, tomó el hábito de Santo Domingo en Segovia.
Fue regente de los estudios del colegio de San Gregorio de Valladolid y, más tarde, provincial

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José Martínez Millán

y Chumacero terminó sin resultados; la situación había empeorado con la pro-


testa del cardenal Borja, por lo que la muerte del nuncio Campeggi, sirvió para
cerrar la jurisdicción de la nunciatura hasta en tanto no se remediasen los abu-
sos 155. Esta decisión se dio al nuevo nuncio, Facchinetti, el 16 de septiembre de
1639, con el pretexto de no traer en regla los papeles pontificios. La suspensión
duró hasta 8 de octubre de 1640. La actitud que adoptaba el papado en orden a
que las poderes europeos derrotasen a la Monarquía hispana y con ello desapa-
reciese la amenazante idea de la Monarchia Universalis, fue contestada con exas-
peración por los agentes hispanos, quienes llegaron a amenazar con convocar un
concilio al margendel pontífice: “De Roma se avisa que se han salido algunos
cardenales huyendo a tierras de España, pidiendo concilio. Hasta que se confir-
me esta nueva, suspendo el crédito” 156, o también de reformar la Rota 157.
Los ánimos no estaban menos alterados en Roma. El 14 de junio 1639, Pe-
llicer y Tobar informaba: “Escriben que en Roma, el padre Oliveros, rector de
los teatinos de la Casa Blanca, predicó en público y solemne auditorio, que el
Rey Católico era hereje, y que el Cristianísimo tenía justicia en sus armas” 158.
Tampoco favorecía la normalidad de las relaciones entre la corte de Madrid y la

de Castilla. Predicó las honras fúnebres de Felipe III. En consulta del Consejo de Estado (9
enero 1620) fue propuesto para ir en embajada a Roma para pedir ayuda para el Imperio
(AGS, Estado, leg. 2.994). Hecho obispo de Osma (1630), fue promovido a la diócesis de
Málaga en marzo de 1633, pasando a la de Córdoba en julio del mismo año. Con cargo de
embajador extraordinario, fue a Roma, junto a Chumacero, de donde regresó en 1637. en 1647
se le nombraba arzobispo de Sevilla y creado cardenal por Inocencio X en 1652. Murió en
Roma en 1653.
155 “Segundo memorial que dieron a S. S. los señores fray Domingo Pimentel, obispo de
Córdoba, y don Juan Chumacero, sobre la respuesta al primer memorial de reformación de abusos
de la curia romana que habían dado a S. S. por el mes de diciembre de 1634” (BNE, Ms. 2.365,
f. 171; Ms. 3.928, ff. 1-49v).
156 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, p. 63. Madrid, 23 agosto 1639; M. A.
VISCEGLIA: “Congiurono nella degradazione del papa per via di concilio…”, op. cit., pp.
167-193.
157 “Corre la voz de que se quiere formar un nuevo Consejo de la Rota para que conozca
de las causas eclesiásticas que iban a Roma, y que ha de ser su presidente don
Bernardino de Malchiona, canónigo de Toledo, aquel que descubrió la
correspondencia del señor nuncio difunto con el rey de Francia” (Madrid, 15
noviembre 1639, J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., p. 97).
158 Ibidem, XXXI, p. 32.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

de Roma, la actitud adoptada por los delegados del pontífice: el 2 de agosto


1639, se informaba:
Queda muy malo con el viático monseñor Campeggio, nuncio de su Santidad.
La causa dicen es haberle cogido un capellán suyo la cifra con que por orden del
Pontífice se correspondía con Francia y haberse dado por entendido de ello con
palabras ásperas el Rey y el señor Conde Duque 159.
Con todo, el mayor ataque ideológico que Roma lanzaba a la Monarquía era
(muy de acuerdo con la espiritualidad que practicaba) las justificaciones que hacía
de las derrotas de los ejércitos españoles en la guerra de los Treinta Años como cas-
tigos divinos que la Monarquía estaba recibiendo por los abusos que sus oficiales
infringían a la jurisdicción eclesiástica, especialmente el reino de Castilla:
Con cifra delli 17 del cadente io diedi noticia a V. S. dell’audienza, ch’hebbero don
Giovanni Chumazzero et il marchese di Castel Rodrigo da N. S. sopra gli affari di
cotesta nunciatura della lettera credentiale del Re, ch’essi presentarono delle loro proposte
e risposte date gli da S.B. Gliaccennaianco quei motivi de quali ella si doveva valere non
solo per ribatter le propositioni degli aggravii, che si devono esser derivati da cotesto suo
tribunale a Regni di Spagna, manco per indur S. M. et il conteduca a levar
l’impedimento a V.S. nell’esercitio della urisditi one Apostolica della qualen’èstata cosi
ingiustamente spogliata. Gli avvisai parimente, che N. S. s’era riservato a fardare a gli
ambasciatori più precisa risposta, la quale di già è stata lor inviata per monsignor
Maraldo et Albizi, come vedrà dell escritture, che’io gl’invio a parte con altra cifra sopra
il negotiato fatto da questi prelatico’ medesimi ambasciatori. Mi resta hora di
soggiungerle a V. S. che quanto più qui si discorre la materia tanto più si riconoscono
gravissime l’ingiurie, che vengono fatte a Santa Chiesa, la quale resta addolorata non
meno per l’empia espulsione del collettor di Portugallo, e per l’impedimento che si da a lei
medesima nell’esercitio della giurisditio neapostolica, che per la publicità con la quale i
ministri di S. M. sotto pretesto d’abusi e di riforme di cotesta nuntiatura e della dataria
vanno spargendo molte notorie bugie. E quanto N. S. con la sua somma prudenza, per
decoro di S. M. e de suoi ministri ha cercato di tenerle celare. Tanto essi si sono ingegnati
di publicarle, e di stamparle. Nel qual fatto ogn’uno si accorgerà che campo si dia a gli
heretici, et a nemici della corona di calunniare la pietà del Re, e rispetto, e l’obedienza,
ch’egli, et i suoi predecesso ri hanno portato a questa Santa Sede, i quali, come figlioli
zelanti dell’honor di santa Chiesa quando fussero veri gli abusi e le corruttele dovrebbero
celarle, e non iscoprirle per non incorrere nell’ira e maledittioni, che si danno a figliuoli,
che chiamamo i fratelli a rimirare le vergogne del padre […] Quanti ministri il Re

159 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXI, p. 54. En la página 58 añade: el
capellán “hurtó un pliego de despachos en que se averiguó que el Pontifice socorría al Rey
de Francia con cien mil escudos al mes; hanse detenidos correos, que lo contestan en Italia
y en otras partes. Dicese que sin duda se tratará de que se junte concilio”.

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medesimo invia per buoni che fanno poi infelicissi mariuscita? Habbiamo poco lontani gli
essempii del Ducad’Ossona, di Rodrigo Calderone e d’altri, non peròs’ha da dire, che
tutta la giurisdittione et autorità realesia abuso, perche due o tre o dieci ministri se
nesiano mal serviti […]. Da qual tempo in qua sono note le calamità e gl’infortunii, che
ha patito quel regno sino a tanto, che per giusto giuditio d’Iddio volendo riformare la
Chiesa Romana gl’ e convenuto a comportar nelle su eviscere la reforma della religion
cattolica, che a punto con nome di Religiosi riformata si chiamò l’heresia di Calvino.
Dalla quale poinesono restate disfamete le chiese per gli altari, et i sacramenti medesimi.
Questa maleditione non vorrebbe N. S. veder radicare ne Regni di Spagna. Ama il Re
como figlio il primogenito di Santa Chiesa, e brama il mantenimento della sua
monarchia, la qualesenza dubio cadera se non si sostiene con quell’arti con le quali
si è acquistata. Questefurono la pietà, la religione, congionte con l’obedienza verso
la Sede Apostolica. E questa debe hoggi più che mai esser lasciata nel suo splendore
en ella sua Dignità, se Sua Maestà brama di veder fiorire i suoi Regni. Se il Re non
pretende altro, che il rimedio e l’emenda degli abusi, N. S. è animatissimo a
portarli, ma se crede S. M. di levar a N. S. quella giurisditione, ch’egli hereditò da
San Pietro andra ad urtare in una pietra troppo dura, et in un scoglio, che no sarà
gia mai dall’onde impetuose delle persecutioni infranto N. S. si puoso emmergere
questa nava, ancorche si possa agitare. Verseranno le tempeste sopra coloro, che
cercano di commuoverle, ma se questi motivi nascono per dar disgusto a S. B.
dicapur V. S. che il maggior disgusto ch’ella habbia è l’offesa che si fa a Dio e
prevedere il grave castigo, che caderà sopra la serenissima casa d’Austria non già
per difetto della propia pietà ma per il mal consiglio dei suoi ministri, i quali non
hanno altra mira, che di conservar quelle leggi ch’essicredono esser di profitto a i
soli Regni di Spagna, fra quali vorrebbono vedere ristretto il dominio di S. M., ne
si curano de pregiuditii, che possono nascere a gli altri dominio ch’ella possiede
dalla disunione del papa col Re, per mantenimiento de quali ha e gli bisogno più
d’ogni altro prencipe di starunito con questa Santa Sede, e i predecessori di S. M,
che si sono avveduti dell’indiscriminato zelo de suoi ministri hanno curate
l’orecchie all’esorbitanti pretensioni della corti di Castiglia, le quali non mirano ad
altro, che ad addosare sopra lo stato ecclesiastico di quei regni tutt’il peso
intollerabile de tributi […] Ho voluto accenuare (o avenuare) a V. S. tuttociò, acciò
ella se nevaglia oportunamente con S. M, e col Signore conteduca, e con altriministri
perche sappino la santa mente di S. B, e s’accorgino della cattiva strada per la quale
camminano 160.
El juicio del nuncio sobre las continuas derrotas españolas, no había duda
que eran por la actuación de Castilla sin respetar a Roma, por lo que ahora es-
taba pagando la alta de acato a la Iglesia.

160
ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 83, ff. 158v-163v. Al Monsignore Facchinetti,
nuncio en España. Roma, el 31 de diciembre de 1639.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

I motivi delle rivolte del mondo, gl’improsperi successi della monarchia, i pericoli
delle sollevationi, il discapito della sempre coltivata Religione spagnola, i bisogni che il
Rè ha del Papa in tante angustie, le perdite, che gli soprestanno romendo con S. S., il
vantaggio de nemici del Re, a quali S. S. poteva darsi in braccio, erano tutte fiacche
oppositioni al loro capricio, perche stimando il loro consiglio di Castiglia terrore del
mondo, e la monarchia di Spagna per invincibile, quando più i tempo forzano a tempo
reggiare, sempre più aspri no pensano ad altro, che ad ingrassare la loro podestá, con
spiatarel’altri, così ni un rispetto li trattiene dall’essere empii, quando premendo di essere
riputati giustia llora sono impiissimi, e quanto più se li propongono i danni che fanno al
Rè con le loro stravaganze, queste moltiplicano per canonizzarle inflessibili, et
infrenabili. Supposta dunque per immutabile questa mala temperie, può con facilità
racogliersi la difficoltà di ridurre in parte a qualche segno tollerabile un negotio si fiera,
e potentemente perseguitato 161.
La Secretaría romana confirmaba que, efectivamente, el castigo divino se
había producido por los actos en contra de Roma que ha realizado el Conde Du-
que de Olivares, aunque ya había alejado de la corte.
Non c’è dubio e n’ho scritto più volte che il Conte Duca per havere una causa
universale, alla quale poterse attriburre quello che di contrario avveniva, o perche
eglis’ingamasse e quanto piùs’ingannava tanto piùs’andava in viluppando in questo
laberinto, o pure perche volendo mutare con il suo ingegno il genio di Spagna, la
guastava nel più bello ch’era il rispetto al sommo Pontefice, e purtroppo vero
quello, che V. S. ha detto a S. M., donde ne sono atisvantaggi grandi alla sua
monarchia, o fusse perche tal atto non piacesse a Dio o perche per un semplice
sollicuo di oppinione paralogizante non se miravalla desistimatione, che veniva a
riflevernella monarchia V. S. ha detto molte cose, pero ella ha tenuto il poco rispetto
che nella pace di Monzon si concordò il conte duca con il cardinal di Richelieu ad
havere a S. S., quando ancora tratando ambi due contro dell’Inghilterra rimasero che
non se nedesse parte a S. S. Si ricorda V. S. poi la poco a proposito sostentatione che il
conteduca volse fare di Monsignor de Massime, le confessioni degli stessi ambasciatori, che
quando scrivevano bene del papa non haveva no risposte, arrivandosi a segno, che non
solo i gazzettieri, mal’istorse historie di Spagna contengono delle pasquinata, e cose mal
reflettenti verso la persona del Papa, V. S. sa i libretti stampati in milano, e dopo la
stampata fatta in venetia, non dico altro di questa, poiche scandalizzò tutte le genti, nel
manifestó poi publicato in Biscaglia non si vede come sia attacata un picco contro il papa,
perche non haveva mandato un legato a tratar la pace, e purs’è visto quanto tempo se
n’ètrattenuto un otioso 162.

161ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 84, ff. 79v-80r. De Madrid al Monseñor
nuncio Facchenetti, el 10 de noviembre de 1640.
162ASV, Segreteria di Stato, Spagna, vol. 86, ff. 156v-157r. A Monseñor Panzirolo,
nuncio en España, el 14 de marzo de 1643.

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José Martínez Millán

Por su parte, Pellicer y Tobar informaba de las afrentas que el propio Pontí-
fice infringía a la Monarquía hispana:
contra todas las confianzas dadas, recibió con gran cabalgada y acompañamiento al
obispo de Samego, embaxador del duque de Braganza, de que sentidos los señores
embaxadores de España, con sus protestas, se salieron al punto de Roma 163.

3.2. Los objetivos de sor María de Ágreda en política

A mediados del reinado de Felipe IV, cuando Roma era consciente de quela
Monarquía hispana nunca podría conseguir la Monarchia Universal, dado el re-
troceso militar que experimentaba en la guerra de los Treinta Años y dada la cri-
sis institucional que padecía con la separación de reinos, apareció con fuerza
una literatura que defendía a la Casa de Austria como dinastía católica y le con-
cedía una misión que cumplir. El jesuita Juan Eusebio Nieremberg escribía: Co-
rona virtuosa y virtud coronada 164, lo reflejó con gran claridad:
Como los pecados del pueblo son causa de las ruinas de los Reynos, pueden
también las virtudes de un Príncipe ser el reparo de su Imperio. Y porque las de
V. A. han de servir de contrapeso a nuestras culpas, aliviando el peso de la justicia
divina y castigos que los pecados comunes merecen, he querido representar aquí
lo que acerca desto he advertido en los Libros Sagrados y Concilios de la Iglesia,
porque aquellos enseñan; estos engrandecen la utilidad de la virtud de los Reyes.
Para que V. A, como tan piadoso y amador de sus vasallos, fomente siempre su bien
con el ejercicio de virtuosas obras 165.
En este libro ya no aparecía la rama hispana de la dinastía Austria como la pre-
eminente (Monarchia Universalis) y a la que se debía subordinar la del Imperio,
sino que defendía la unión de la dinastía al servicio de la religión de Roma:
Mas yo, de las aguas claras de la Sagrada Escritura, cuya lección he profesado
en los Estudios Reales de esta Corte, ofrezco a V. A algunas gotas que he observado
de los bienes de la virtud de un Príncipe; el más proporcionado servicio que
pudiera hazer a su piedad, por el gusto que recibirá en oír alabar lo que tanto ama
y traer a la memoria la estrella de la felicidad de su Imperial Casa, que si bien todos

163 J. PELLICER Y TOBAR: Avisos…, op. cit., XXXII, p. 206.


164 Madrid 1648. Es la edición que he utilizado. La licencia de impresión es de 1642. El
libro está dedicado a “la reina nª sª doña Isabel de Borbón”. Una excelente interpretación del
libro en A. ÁLVAREZ-OSSORIO ALVARIÑO: “Virtud coronada: Carlos II y la piedad…”, op. cit.
165 J. E. NIEREMBERG: Corona virtuosa…, op. cit., pp. 1-2.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

los Príncipes deben gran estimación a la virtud, V. A la debe agradecimiento, pues


todo su Imperio, así dentro como fuera de España, le puede reconocer por deuda
suya. A la devoción de Rodolfo Primero debe la Casa de Austria el Imperio de
Alemania. Y a la justicia de don Alonso el Séptimo debe el Reino de Castilla el Imperio
de España. Porque así como Rodolfo Primero (el primero de la Casa de Austria, que
fue Emperador en Alemania) mereció el Imperio por la religión, piedad y devoción que
tuvo al Santísimo Sacramento; así también don Alonso el Séptimo (el primer rey de
Castilla, que alcanzó el Imperio de España, y se llamó Emperador de toda ella) lo
mereció por el celo de justicia y de la gloria divina, en estorbar pecados y agravios. Uno
por honrar a Dios, otro porque no fuese deshonrado merecieron el Reyno y el Imperio y
la felicidad de muchas Coronas, las cuales ha de conservar vuestra Alteza por donde las
adquirieron sus mayores 166.
Conforme transcurrió el reinado de Felipe IV, se acentuó aún más la idea de
predestinación de la Casa de Austria y el intento por parte de sus apologistas de
presentar la unión de la rama española y la germana bajo la obediencia de Roma.
Especialmente cuando el Imperio había caído en manos de un católico radical co-
mo Fernando II, que devolvería la unidad a un Imperio bajo una misma confe-
sión católica. En este providencialismo de la Casa de Austria destaca el cronista
mayor de Felipe IV, José Pellicer de Tobar que escribió La fama Austriaca, sobre
las proezas y la piedad del emperador Fernando II, que se publicó en Barcelona
en 1641 167. Se decidió a escribir esta obra –tal y como explicaba él mismo– por-
que el P. Fray Juan de Palma 168, que había sido confesor de la infanta-monja
Margarita de la Cruz,se lamentaba por no existir una obra que ensalzase las vir-
tudes del César Fernando II, sustentador de la Fe, y al que Dios tanto había favo-
recido. Pellicer dedicaba esta apología de la Casa de Austria al portugués don
Antonio de Atayde, conde de la Castanheyra, mayordomo de la princesa Marga-
rita de Saboya, duquesa de Mantua, presidente de la Mesa de conciencia y de ór-
denes en el reino de Portugal, que entre sus múltiples cargos había sido también
capitán general de la armada real de Portugal, embajador extraordinario en Ale-
mania y Hungría y gobernador de Portugal. El motivo de dedicarle su obra al

166 J. E. NIEREMBERG: Corona virtuosa…, op. cit., pp. 2-3.


167 J. PELLICER Y TOBAR: La fama Austriaca o historia panegirica de la exemplar vida, y
hechos gloriosos de Ferdinando Segundo, Barcelona 1641 (BNE, 2/55.714).
168 El padre Palma tuvo estrecha relación con sor María de Ágreda, dándole consejos
sobre la conducta que debía seguir tras haber muerto su confesor (el padre de la Torre) y
sobre escribir Mística Ciudad de Dios, cfr. A. MORTE ACÍN: Misticismo y conspiración…, op.
cit., pp. 122-123.

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conde de la Castanheyra era por el lejano parentesco que este noble tenía con el
César 169. En su libro, además de mostrar al Emperador como un príncipe virtuo-
so y piadoso, unía a las ramas hispana y germana de la casa de Austria, dependien-
do la una de la otra y aconsejando que la Monarquía hispana adaptase la piedad
del Imperio. Pellicer señalaba el providencialismo que asumían los Austrias:
Siendo la potencia de España comunicada a todo el linage Austriaco. Que
aunque son muchos los príncipes, la sangre sola es una. Justas están sus fuerças.
El enemigo de uno lo es de todos; el que oprime a solo uno, a todos ofende. Y no
solo al que es de la sangre, pero el pensionario o que vive debaxo de su protección,
esta como adoptado al amparo, como si fuera afín o pariente. Estas son las causas
de tener a todos en continuos celos, aun contra tantas experiencias de su rectitud
y de su justicia. Y no advierten los príncipes a quien es odioso el poder Austriaco,
que no han de medirle por el aparato numeroso de las riquezas, por la extensión
prodigiosa del Imperio, sino por la altísima providencia del cielo, que asiste a su
patrocinio como tutelar de sus acciones. Merecio la virtud de los señores de la
Austria, adquirir tanto dominio en el universo. Así lo permitió Dios, así lo decretó,
así lo dispuso 170.
Otro destacado apologista de la Domus Austriaca fue Francisco Jarque, cléri-
go de la villa de Potosí y juez metropolitano, que escribió Sacra consolatoria del
tiempo, en las guerras, y otras calamidades públicas de la Casa de Austria y Catoli-
ca Monarquia, publicada en 1642 en la ciudad de Valencia 171. Jarque dedicó su
obra a don Fernando de Borja, comendador mayor de Montesa, gentilhombre
de Cámara del rey y protector de sor María de Ágreda. La intención de este es-
crito fue dar a Felipe IV un mensaje esperanzador, ya que todas las calamidades
que asediaban en esos momentos a la Casa de Austria y todos los enemigos que
tenía la dinastía, que sin duda eran un castigo divino, escondían el posterior
momento de gloria, ya que la Casa de Austria aún en sus peores momentos se
seguía mostrando unida al cuerpo de Cristo sacramentado, y por ello la recom-
pensa sería derrotar a todos sus enemigos y volver a ser una Casa invicta. Co-
mo espejo en el que se debía reflejar, recordaba los episodios de devoción de los

169
Su cuarto abuelo, el infante don Fernando, duque de Viseu, era hermano de doña
Leonor de Portugal, abuela cuarta del emperador Fernando.
170 J. PELLICER Y TOBAR: La fama Austriaca o historia panegirica de la exemplar vida…,
op. cit., ff. 103v-104r (BNE, 2/55.714).
171 F. JARQUE: Sacra consolatoria del tiempo, en las guerras, y otras calamidades públicas de la
Casa de Austria, y Católica Monarquía. Pronostico de su restauración, y gloriosos adelantamientos,
Valencia 1642 (BNE, 3/41.474).

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Emperadores como ocurrió con Fernando II con sus continuas procesiones del
Corpus Christi, su hijo Leopoldo Guillermo que venció a Suecia por colocar la
mesa con el Santísimo en una batalla, o el caso del infante Felipe Agustín, hijo de
los emperadores Fernando III y María de Austria que mostraba su reverencia al
escuchar la campanilla que precedía al viático 172. Lo más importante era mostrar
públicamente la devoción a la Eucaristía, que les salvaría de todo mal:
No ay estancia tan pacifica para una esperanza fiel, como la mesa que preparó
el Hijo de Dios de su mano, es este divino Sacramento a los principes de la
Augustissima Casa de Austria para sacarla a paz, y a salvo de los trabajos, con que
su Magestad le afina la pureza de su valor, los quilates de su invencible paciencia
en el crysol de tantas guerras como cada dia se mueven contra ella. Y en mi sentir
no puede aver mas irrefragable argumento de quan acepta es en sus divinos ojos
que ver mancomunadas contra ella por emulas de su gloria tantas naciones del
universo.
Era, por tanto, el sacramento de la Eucaristía el que devolvería a la dinastía
su gloria:
Hay pronostico fiel que dize en verso italiano lo que yo en español hablando
los dos de la Casa de Austria: Aunque hundida se vea en el profundo, ha de bolver
a dominar el mundo. Porque se puso Dios dentro de sus umbrales la mesa del
divinissimo Sacramento; del qualdixo San Eligio: Sacramento Eucharistiaetotus
mundos subiugatusest. El Sacramento santo de la Eucaristia es el conquistador que
reduxo a la Fe todo el universo, y el que hizo Señor de la mayor, y mejor parte de
Europa, de varias regiones de la Asia, y Africa, y de toda la America a la
Augustissima Casa de Austria.
Francisco Jarque reforzaba la idea de predestinación de la dinastía de los Aus-
trias ya que “levantóla Dios en premio de su entrañable devocion al Santissimo Sa-
cramento. De donde se infiere, que sus Emperadores en Germania, y en España
sus Catolicos Reyes lo son como David por eleccion Divina” 173. Recordando que
fue Dios “como dueño absoluto del universo por su mero beneplacito da, y quita
los imperios. David es elegido en el exido; Rodolfo electo en el bosque” 174.
Avanzado el tiempo, en 1652, aparecía publicada en Madrid otra apología ba-
jo el título Causa y origen de las felicidades de España y Casa de Austria, escrita por

172 F. JARQUE: Sacra consolatoria del tiempo..., op. cit., pp. 157-160.
173 Ibidem, p. 143.
174 Ibidem, p. 145.

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José Martínez Millán

el capuchino fray Pablo de Granada, predicador y guardián en la provincia de


Andalucía. Dedicaba su obra a Felipe IV, al que daba una serie de avisos en or-
den a conseguir la prosperidad de su Monarquía 175. De nuevo las Sagradas Es-
crituras debían servir como modelo a la Monarquía. Entre otras advertencias a
Felipe IV señalaba que ante un enemigo debía confiar plenamente en las fuerzas
de Dios, y no en la fortaleza de sus ejércitos. Asimismo, el monarca debía mos-
trarse clemente y piadoso, sobre todo cuando sus propios reinos llevaban guerras
contra la propia Monarquía. Por último recordaba en varias partes de su escrito
que la estabilidad de los reinos que poseía la Casa de Austria venía dada por la
veneración al Santísimo Sacramento:
Si David procurava que se ofreciessen sacrificios para aplacar a Dios, quando
salia a las guerras, y pedia a su pueblo suplicasse a la divina Magestad los aceptasse,
para que le diesse vitorias: lo mismo ha hecho España muchos años ha, pidiendo lo
mismo, y en las fiestas a que su Magestad se han hecho, en los sacrificios que le han
ofrecido, y continuar rogativas, teniendo manifiesto a Christo Sacramentado (como
particularmente se ha verificado en la Corte) ha consistido el no averse perdido esta
Monarquía, y desfallecido la nobilissima Casa de Austria 176 (…) Y mientras este
cuerpo, y sacratissima sangre esten a favor de la casa de Austria, y española
Monarquia; mientras florezca en ellas la frecuencia, y afectuosissima devocion que
oy florece al venerable sacramento, guerras se podrán mover, y açotarnos el Señor
con calamidades que consigo traen como Padre amoroso a sus queridos hijos o
trabiesos, o menos obedientes a sus mandatos; mas al fin todo ha de parar en bien,
y en la perpetua, y pacifica felicidad 177.
El programa político de sor María de Ágreda era el mismo que el de estos es-
critores, con quienes coincidía en protectores y amigos. Las cartas con Felipe IV,
así lo demuestran:
Ningún aprieto ha de poner a V. M. en estado de desconfianza, pues, aunque
nos castigue Dios con rigor, dice la Divina Escritura esperemos en Él y le
roguemos; y tanto con mayor instancia y firmeza, cuanto necesitamos de su
clemencia y misericordia en la mayor tribulación, pues El solo nos puede librar
de las que nos oprimen.

175P. DE GRANADA: Causa y origen de las felicidades de España y casa de Austria. O


advertencias para conseguirlas dibujadas en el Salmo “Exaudiat te Dominus in die tribulationis”.
Que es el diez y nueve del profeta Rey, Madrid 1652 (BNE, 2/55.904).
176 Ibidem, pp. 207-209.
177 Ibidem, p. 241.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Semejantes consejos parecen se pueden confundir con los contenidos en las


obras citadas anteriormente. El modelo católico,al que aspiraba esta espiritualidad
radical, quedaba plenamente asumido en esta carta de sor María a Felipe IV:
Señor: ningún aprieto debe poner a V. M. en estado de desconfianza, pues,
aunque nos castigue Dios con rigor, dice la Divina Escritura, esperemos en Él y le
roguemos; y tanto con mayor instancia y firmeza, cuanto necesitamos de su
clemencia y misericordia en la mayor tribulación, pues Él solo nos puede librar de
las que nos oprimen; y no asegura a V. M. menos la propia causa de su salvación y
vida, cuando a los trabajos y penas de su persona antepone como padre las de sus
vasallos, que son hijos de V. M. y de toda la Cristiandad, que es la hacienda del
Señor. Este celo presentaré al Altísimo para inclinar su misericordia y V. M. no
desmaye en él ni en la confianza, pues el tenerla es la mejor disposición para
alcanzar lo que se pide, porque al que cree todo le es posible. Mi mayor cuidado
siempre consiste en que reciba V. M. la divina luz con tanta plenitud, que nada
ignore de lo que es voluntad de Dios que ejecute con la potestad que de su mano
tiene.
De acuerdo con ello, resultaba lógico que se reformasen las costumbres y
que los elegidos siguieran el mismo ejemplo del rey 178. La relación entre prín-
cipe católico y la virtud coronada se manifestaba con nitidez en la siguiente car-
ta de la monja de Ágreda:
No puedo negar la estimación y amor que a Vuestra Majestad tengo, y éste se
aumenta siempre que considero a Vuestra Majestad tan católico y cabeza de los
fieles, por cuya cuenta ha puesto Dios la defensa de su Iglesia y de sus hijos
queridos; pues en causa que es de tan su servicio ¿cómo ha de dejar Vuestra
Majestad solo? ¿Cómo le ha de desamparar en lo que es de su gloria y honra?
Aunque llegue el agua a la garganta y parezca que esta navecilla de España se
anega, no hemos de desconfiar, pues la fe hizo a muchos salvos. Muy irritada
tienen nuestros pecados la ira de Dios; pero ¿Quién puede perdonarnos sino el que
es Padre de misericordia?

178 En carta, fechada el 4 de junio de 1646, la monja le dice que está rogando a Dios por
el éxito en Lérida y a renglón seguido le sugiere al monarca:
“Señor mío, otra diligencia encargo a V. M. en lo público: que se informe muy por
menor de cómo se guarda justicia en todos los ministerios del gobierno, y en
particular en la milicia que V. M. tiene más presente; y esto conviene sea de manera
que todos entiendan y teman que no se les ha de ocultar a V. M. cosa alguna, ni se le
ha de consentir a nadie la culpa que tuviese, sino que V. M. lo ha de castigar y
gobernar todo según su buen dictamen, que, sin duda se lo da Dios a V. M. mejor que
a todos”.

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José Martínez Millán

Ello era posible por el servicio del monarca a la causa de Dios, que era la de su
Iglesia. El 2 de julio de 1646, sor María se dirigía al monarca en estos términos:
Y no extrañe, señor mío, el que mi afecto camine tanto en esto, pues miro a V.
M. no como a mi Rey y señor, sino como defensor de la fe santa, amparo y protector
de todos los católicos: veo la causa de Dios sola, la Cristiandad perseguida, y a V.
M. que padece tanto por defenderla, que sus ministros y vasallos no ayudan a V. M.,
sino que trabajan por ocultar la verdad a V. M. y el peligro, por no oponerse a él.
Todo esto me divide el corazón y me obliga a desear con mayor afecto tome el señor
en cuenta este trabajo, que le juzgo por el mayor de los que V. M. tiene en el
gobierno de la Monarquía. Clamo y lloro ante la clemencia divina y suplico al
Todopoderoso que pelee por nosotros y que defienda nuestra causa con su diestra.
El 21 de octubre de 1652, Felipe IV escribe todo alborotado a la monja:
Esta mañana, a las seis, en Valsaín, llegó el duque de Alburquerque con cartas
de don Juan, mi hijo, en que me da cuenta cómo a 13 de éste entraron mis armas
en Barcelona, y que casi todo el Principado de Cataluña está a mi obediencia. No
he querido, sor María, dilatar este aviso para que me ayudéis a dar gracias a
Nuestro Señor.
La monja le contesta el 23 de octubre:
Repetidas veces he insinuado a V. M. que de todas las empresas que se han
ofrecido en esta Monarquía, la que más he deseado ha sido el rendimiento de la
plaza de Barcelona a las armas de V. M. Hanme motivado las muchas
circunstancias de utilidad que han concurrido en este caso, que yo las tengo vistas
y ponderadas a buena luz, del servicio y agrado del Altísimo, conveniencias
grandes a la Corona de Vuestra Majestad, el bien común y de los naturales de
Barcelona, alegría de los vasallos, satisfacción de los extranjeros, pues toda Europa
estaba a la vista y espera de este suceso, y conocerán queda quebrantada y humillada la
obstinación de los enemigos […] Señor mío, ésta es obra de la diestra poderosa y
favor que nos ha venido del Padre de las lumbres, que está en los cielos, de donde se
deriva todo don perfecto […] La Sabiduría eterna ha dispuesto las causas y medios
humanos para esta victoria; el poder del Altísimo ha imperado sobre las olas de las
dificultades y rendido la soberbia de nuestros enemigos.
Semejantes consejos se repiten durante toda la guerra de Cataluña. El 27 de
diciembre de 1658, sor María escribía al monarca una carta en la que le aconse-
jaba que practicase la oración mental 179 (todo diferente al siglo XVI). El 10 de
junio de 1659, Felipe IV escribía a sor María:

179 “Señor mío carísimo, suplico a V. M. no desconfíe en tener trato con Dios y de alcanzar
la virtud de la oración mental que, aunque en el nombre parece que este ejercicio solo

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Huélgome mucho, sor María, de emplearme tan de veras en el tratado de la


paz, siendo tan agradable, como me decís, a los ojos de Nuestro Señor. Deseo
sumamente hacerle tan singular servicio y procurar por este camino evitar las
ofensas de Dios en las guerras y excusar la efusión de tanta sangre cristiana y
tantos inconvenientes que siempre traen consigo; para cuyo efecto, ya os he dicho,
envié persona particular a París a tratar derechamente con mi hermana de este
particular y a ofrecerle mi hija para esposa del Rey, juzgando que tal prenda había
de ser el iris de la paz, y que por su medio había de ejecutar Nuestro Señor tan
gran servicio y tal bien a toda la Cristiandad. Este tratado se ha ido continuando
desde el mes de diciembre con harta variedad, pero al fin estamos ya casi ajustados.
Pero viendo que se acercaba la campaña y que cualquiera operación podía atrasar
mucho el tratado, nos hemos convenido en suspender las armas en todas partes
por dos meses, contados desde el 8 de mayo hasta el 8 de julio, con esperanzas de
que en este tiempo se llegará a la conclusión de la paz.
La madre de Ágreda abogaría siempre por la paz, sobre todo entre príncipes
cristianos, de acuerdo con el espíritu de la Iglesia: “Confieso que de lo que más
necesita la Monarquía de V. M. es de paz” 180. Por eso, llegó a proponer a Ale-
jandro VII que sirviera de mediador entre España y Francia para llegar a la paz.
Este pacifismo era propio de la espiritualidad radical romana. Pero como decía
el monarca “Si su Santidad pusiera los medios eficaces, espirituales y tempora-
les de su potencia, eran los eficaces, pues podía castigar al cardenal Mazarino y
excomulgar a los príncipes que no se ajustasen a las paces”. La salvación de la
Monarquía no estaba en las fuerzas humanas, sino en las divinas:
Otra vez me ha vuelto a este Reino el deseo de cumplir con mi obligación y
poner de mi parte los medios que alcanzo para conseguir la quietud y reposo de
esta Monarquía, dejando la compañía de la Reina y de mis hijos y las comodidades

pertenece a los anacoretas, religiosos y personas perfectas y ejercitadas en lo místico,


es verdad infalible que todos la deben y pueden tener; y más los que somos pecadores
y necesitados porque es medio eficaz de apartarnos del mal y obrar el bien, buscar el
camino de la salvación y conseguirlo”.
Pocas líneas más abajo le definía lo que era oración:
“Oración es una subida o levantamiento a Dios, un coloquio, conversación y trato
familiar con Dios, y para tenerle, es necesario levantarse la criatura sobre todo lo criado
y terreno, por aquel rato sacudir los cuidados y atenciones humanas. Tiénese en el
interior con la mente, y por eso se llama oración mental, y la que se hace con la boca y
sin devoción no es de tanto mérito. La oración esencialmente pertenece a los actos de
las potencias espirituales, que son memoria, entendimiento y voluntad”.
180 Ibidem, p. 7. Carta de sor María a Felipe IV, fechada el 25 de octubre 1643.

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José Martínez Millán

de mi casa, sin reparar en ninguna descomodidad mía propia. Vanse disponiendo


los medios para obrar, en dando lugar el tiempo, pero hay tantas partes a que
acudir, así en España como fuera de ella, que todos son cortos; y si Dios no me
ayuda y usa de su misericordia con nosotros, no espero remedio humano, aunque
de mi parte hago lo que puedo y le suplico me ayude, para que acierte con su
voluntad, que es solo la dicha a que aspiro. Fío poco de mis peticiones y ruegos, y
así, he encargaros que me ayudéis a suplicar a Nuestro Señor esto, y pidiendo a su
Santísima madre interceda con El para que se duela de mí y de esta Monarquía, y
supla su misericordia infinita mis deméritos 181.
Sor María de Ágreda participaba de estas ideas hasta el punto de descubrir
un “misticismo maravillosista” –en palabras de Seco Serrano– (o dicho de otra
manera, una contradicción entre los ideales espirituales y los intereses materia-
les) en la carta que escribió al papa Alejandro VII, poco antes de la firma de la
Paz de los Pirineos (1659):
Habrá más de veinte años y antes que las guerras de España con Francia se
comenzaron por Cataluña que el Señor me mandó atendiese a lo que me quería
mostrar. Hícelo, y repetidas veces vi que en la cavernas eternales del infierno hacían
los demonios grandes concilios y decretos contra la Iglesia y fieles de ella;
principalmente encaminaban su fuerza a esta parte del mundo, que es España.
Intentaron destruirlo todo y extinguir la santa fe; intentaban arbitrios para
impedirlas y modos de venganza, porque la Divina Providencia había tenido tan
grande y liberal misericordia con los hombres. Y entre grandes y varias
determinaciones que tomaron de introducir vicios y otras industrias que dejo de
referir por no ser molesta a Vuestra Santidad, dispusieron encender guerra entre
los príncipes cristianos, para que después que ellos estuvieran encarnizados en ellas
y apurados los medios y fuerzas humanas, incitaran los demonios a los herejes para
que persiguieren a la Santa Iglesia; con que no pudieran los príncipes católicos
resistirlos, ni oponérseles, por las guerras civiles, con que sembrarían sus herejías y
sectas diabólicas para ofuscar la divina semilla de la doctrina evangélica […]
encendidas las guerras entre los príncipes cristianos, que por defender cosas
terrenas, plazas o reinos (que viene a importar poco los tengan unos u otros), se
derrama tanta sangre de cristianos, mueren millares de millares de hombres, gastan
los reyes sus haciendas […]; y todo es necesario y no basta, porque no hay caudal
para defenderse esta pobre Corona de España, siendo la única hija de la fe y que
puramente la confiesa: ella es la afligida u combatida de los más príncipes
cristianos, amenazada de ellos y de los herejes que se han levantado contra ella, y si
no es por milagro y gran misericordia de Dios, no se puede defender […] Sólo
Vuestra Santidad puede remediar tan grande mal, pues faltan los medio humanos,

181 Ibidem, p. 11. Carta de Felipe IV a sor María, fechada en Zaragoza, 9 marzo de 1644.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

amparando y favoreciendo a esta Corona con los divinos y con la autoridad y


protección de Vuestra Santidad. El Señor y Dios Omnipotente dice –que puso a
Vuestra Santidad cabeza de la Santa Iglesia para que mirase por ella– que haga
paces, que haga paces, que haga paces […] entre los príncipes cristianos.
El 13 de julio de 1663, la monja de Ágreda justificaba la derrota de los ejér-
citos en Portugal por los muchos pecados y la ira de Dios. Las dificultades de
las tropas hispanas eran un castigo divino por nuestros pecados para que se co-
rrigieran: “El padecer es el atriaca contra el veneno del pecado, porque el peca-
do se comete con deleite y gusto y a él se satisface con padecer dolor y pena”.

5. EL MONARCA, SOR MARÍA DE ÁGREDA


Y LA PRÁCTICA DE LA ESPIRITUALIDAD DESCALZA

La espiritualidad que practicaba sor María se caracterizaba por una observan-


cia radical a la doctrina de la Iglesia y una confianza sin límites en la voluntad de
Dios 182. Ximénez de Samaniego, al relatar la vida de sor María de Ágreda co-
mienza con la siguiente declaración, que define plenamente esta visión espiritual:
Conoció que había una causa principal de todos las causas: Señor, Dios y
Criador del Universo, Conservador y Vivificador de lo que tiene ser.
Manifestáronsele las miserias humanas en sí misma, con expresión de todas las
circunstancias, para formar de sí un bajísimo concepto. Pasó a conocer la naturaleza
humana en el primer estado de la inocencia, la hermosura y los efectos de la gracia
y de los dones divinos. Y últimamente se le manifestó el estrago que había hecho
en el hombre el pecado, y la fealdad y horribles efectos de este mal de los males. A
estas luces del entendimiento se siguieron diversos y grandiosos afectos de su
voluntad. La infinita bondad y hermosura de Dios la cautivó, dejándola
dulcemente prendada de su santo amor, a quien acompañó una rendida adoración
de toda el alma a la inmensa Majestad. El conocimiento propio con tanta expresión
de su miseria, la profundó en humildad hasta el centro de su nada 183.
Ciertamente, una espiritualidad tan radical como era la “descalza”, basada en
la más estricta confianza en la voluntad de Dios y en la búsqueda de la relación

182Las reflexiones de M. DE CERTEAU: L’écriture de l’histoire, París 1975, pp. 131-152,


ayudan sobremanera a entender esta forma de hacer historia.
183 “Vida de sor María de Ágreda, narrada por el padre José Ximénez de Samaniego,
como ‘prólogo galateo’ a la Mística Ciudad de Dios”, en Epistolario Español, V: Cartas de sor
María de Jesús de Ágreda…, op. cit., p. 338.

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José Martínez Millán

directa con Él, podía dar origen a la aparición de personajes con apariencia de
intensa vivencia religiosa, que decían haber tenido experiencias con la divini-
dad. No resulta extraño que las visiones de hombres religiosos, en torno a la
evolución de la Monarquía, que buscaban influir en el ánimo del monarca, fue-
ran frecuentes en esta época, como señalaba el propio Felipe IV en su primera
carta a sor María, si bien, ningunas fueron tomadas en serio por el monarca ex-
cepto las de sor María, lo que dio esperanza a los miembros del grupo que es-
taban tras la monja de Ágreda de conseguir sus objetivos políticos a través de
medios religiosos. Frente a la política de “prestigio” del Conde Duque de Oli-
vares, sor María aconseja una política de paz cristiana, frente al programa uni-
ficador de la Monarquía, tan caro a aquél, ella sostenía la necesidad de conservar
intactos fueros y privilegios.
En la correspondencia entre sor María de Ágreda y Felipe IV, existe una línea
divisoria en torno a 1646, cuando se produjeron una serie de acontecimientos
traumáticos que cambiaron su vida: la muerte del padre Andrés de la Torre 184,
confesor de sor María, el proceso al padre Monterón y el surgimiento de la cons-
piración del duque de Híjar, cuyos alentadores todos eran conocidos y correspon-
sales literarios de sor María. A partir de entonces y, parece ser, también por
consejo de don Luis de Haro, la monja se replegó en sus temas espirituales. El
triunfo de esta espiritualidad se muestra con toda claridad a través de la corres-
pondencia entre Felipe IV y sor María:
El sentimiento general de estos reinos da a entender que conocen el castigo.
Quiera Dios, Señor mío, que sea la enmienda como el conocimiento, y que tenga
Vuestra Majestad ministros fieles, temerosos y celosos, que sin otro fin ayuden
a la reformación de los vicios y al remedio de los daños que amenazan.
Los ejemplos que se pueden presentar (sacados solamente con una rápida lec-
tura de la correspondencia entre rey y monja) resultan muy numerosos y su aná-
lisis ideológico requiere un análisis detenido; no obstante, valga citar la carta que,
el 15 de mayo de 1645, tras la toma de Rosas, Felipe IV escribía a sor María:
Confieso, Sor María, que me veo muy cuidadoso, y que solo lo que me alivia
es saber de cierto que Dios lo puede todo, y que estando en su mano, no ha de
permitir que se acabe de perder una Monarquía que tantos servicios le ha hecho.
Sírvase su divina Majestad de ayudarnos y de dar una paz a la Cristiandad que
esto es lo principal que le debemos pedir todos los fieles católicos.

184 Una pequeña biografía sobre el mismo, A. MORTE ACÍN: Misticismo y conspiración…,
op. cit., pp. 115-120.

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

A lo que contestaba la monja:


El Altísimo dice que a los que ama, corrige y aflige, porque tiene vinculados
tantos tesoros en los trabajos, que no quiere privar de ellos a los que elige para sí; y
para atraerlos a su amistad es medio poderoso el de la aflición, y el de acudir V. M.
a Nuestro Señor en la que padece, es hacer su santísima voluntad […] Los actos de
amor de Dios y de contrición son poderosísimos y prestos en su operación; y si se
ama a S. M. y se aborrece el pecado con propósito firmísimo de la enmienda, con
esto está el corazón contrito, apto y dispuesto por la gracia para que el Señor lo
gobierne […]. El Altísimo puso a V. M. en obligación de rey, y en empeños tan
grandiosos, como el de ser cabeza de los hijos de la Iglesia, defensor y amparo suyo;
pues a su poderosa mano le compete el dársela a V. M., para encaminarle y
vivificarle, para que no desmaye en tanto trabajo. Suplícole, señor, que se aliente en
él, y no le mire solo y amargo como ahora lo gusta V. M., sino con la esperanza de
que tanto padecer ha de merecer copiosísimos frutos y que tan vivos golpes son
para ser labrado para aquella patria celestial y descanso eterno.
El modelo de conducta de acuerdo con la ética católica era presentado con
sencillez en esta carta de sor María a Felipe IV:
Señor: ningún aprieto debe poner a V. M. en estado de desconfianza, pues,
aunque nos castigue Dios con rigor, dice la Divina Escritura, esperemos en Él y le
roguemos; y tanto con mayor instancia y firmeza, cuanto necesitamos de su
clemencia y misericordia en la mayor tribulación, pues Él solo nos puede librar de
las que nos oprimen; y no asegura a V. M. menos la propia causa de su salvación y
vida, cuando a los trabajos y penas de su persona antepone como padre las de sus
vasallos, que son hijos de V. M. y de toda la Cristiandad, que es la hacienda del
Señor. Este celo presentaré al Altísimo para inclinar su misericordia y V. M. no
desmaye en él ni en la confianza, pues el tenerla es la mejor disposición para alcanzar
lo que se pide, porque al que cree todo le es posible. Mi mayor cuidado siempre
consiste en que reciba V. M. la divina luz con tanta plenitud, que nada ignore de lo
que es voluntad de Dios que ejecute con la potestad que de su mano tiene.
Por consiguiente, Felipe IV asumió plenamente los intereses políticos (no solo
religiosos) dictados por Roma como algo natural y conveniente para su Monarquía:
Con razón se puede temer la invasión del Turco, que es enemigo de la
Cristiandad y poderoso; y los principios cristianos no nos ajustamos y tratamos de
asistir a resistirle, nos hemos de ver muy embarazados; de mi parte no se faltará a
esto aunque sea cediendo, como os he dicho, pero temo que Francia, como no se
ve victoriosa, ha de rehusar el acomodamiento, particularmente teniendo paz
aquella Corona con el Turco y no habiendo de padecer daño con esta guerra.
Dado el dominio de la Iglesia y de la religión católica, resulta lógico que se
reformasen las costumbres (prohibición de comedias). Al mismo tiempo, la

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José Martínez Millán

monja de Ágreda, aprovechaba para aconsejarle que cambiase de ministros y


que los elegidos estuvieran en buena relación con Roma:
Mucho que hacer hay en la reformación de los vicios públicos, pero Dios,
Nuestro Señor, no obliga a V. M. lo remedie todo, sino que obre y haga lo posible
cuanto es de parte de V. M. El haber escrito a los prelados de estos reinos, con la
instancia que V. M. lo habrá hecho, será poderoso medio, si ellos corresponden con
efecto al santo celo de V. M.; mas a esta diligencia me parece que conviene añadir
otra, en reformar ministros, cabezas y todo lo que toca al gobierno, y hacer
elección de los mejores y que más teman a Dios; y este punto, en la divina
estimación, pesa hoy mucho, y la luz que tengo me obliga a representarlo a V. M.
y a pedir continuamente que Dios, por intercesión de su Madre Santísima, la
ponga en el corazón de V. M. para que conozca y obre lo que conviene.
Estas observaciones sobre la actuación del rey o reprimendas sobre el go-
bierno eran posibles porque la monja estaba plenamente informada de lo que
pasaba en la corte 185. Así se lo hacía saber al monarca:

185 La monja le contestaba el 15 de febrero de 1647 en estos términos:


“Confieso que tengo harto conocimiento de las miserias de palacio, de las de la
Monarquía y de lo que Vuestra Majestad me advierte […] En el papel que escribía a
Vuestra Majestad no puedo decir más de que sólo he servido de instrumento, aunque
tan vil y bajo; y no puedo ser juez en la causa que contiene, porque esto toca solo a
Dios, a quien he obedecido y a quien son patentes los ocultos secretos del corazón
humano sin que pueda padecer engaño, como los hombres, que solo conocen lo
aparente y lo de fuera […] Tampoco he tenido atención a que del todo se remedien
las emulaciones de palacio, porque estas son tan inexcusables como ser hombres los
que sirven a los reyes […] Ha corrido mucho en el mundo la malicia; los vicios han
aumentado; los pecados han crecido hasta llegar a irritar la justicia de Dios y a que
sintamos sobre nosotros el azote; pues el intento de aquel papel es que Vuestra
Majestad conozca la verdad, que, según la potestad que Dios le dio, remedie Vuestra
Majestad lo que pueda, no alterando los consejos ni con descrédito de los jueces y
ministros (si no es que la causa obligue luego a ejecutar); que el espíritu y voluntad
del Señor obra con suavidad y fortaleza, edificando y no destruyendo, corrigiendo y
no acabando […] Heme consolado mucho de haber oído a V. M. del orden que guarda
de tomar noticias y informarse de los ministros, y si ellos las dan verdaderas y legales,
es excelente; pero Dios es fiel y dispondrá cómo no se le oculte a V. M. la verdad.
Forzoso es valerse Vuestra Majestad de muchos para tanto trabajo y ajustar; y
buscando los sujetos más convenientes y de sana intención, es acertado; y en esto
tiene Vuestra Majestad mucho bueno que imitar en el señor rey Felipe II, agüelo de
V. M., porque supo servir de los mejores criados y ministros, de manera que se
entendiese ninguno tenía mano superior” (Epistolario Español, V: Cartas de sor María
de Jesús de Ágreda…, op. cit., pp. 92-93).

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Muchos días ha que de persona muy propia de V. M. y que me habló sin


engaño, porque no está en estado ni vía de tenerle, tengo algunas advertencias que
decir a V. M., y las guardaba para mejor ocasión porque me las dieron con esta
orden; una de ellas es la reformación de los trajes y exceso de las mujeres, de que
Dios está muy indignado; adviértolo ahora a V. M. para cuando llegue a Madrid,
y lo demás, si fuere necesario, será en otra ocasión. Tampoco quiero ocultar a V. M.
otro secreto que he entendido para renovar en su real pecho de cordial afecto y
devoción que debe tener cada día más con la Madre de Dios y es que la intercesión
de esa gran Señora y la protección que tiene de V. M., por la devoción y confianza
que en ella ha puesto V. M., le ha defendido en este tiempo de una grande traición
que por orden del enemigo se fraguaba contra su real persona; justo es agradecerle
este beneficio y avivar la confianza que debe tener V. M. en tan poderoso amparo
y defensa, Señor mío, yo me he sacrificado con mis pobres fuerzas a suplicar a esta
poderosa Reina que mire a V. M. y le encamine en todo.
La relación entre príncipe católico y la virtud coronada se manifiesta con ni-
tidez en la siguiente carta de la monja de Ágreda:
No puedo negar la estimación y amor que a Vuestra Majestad tengo, y éste se
aumenta siempre que considero a Vuestra Majestad tan católico y cabeza de los
fieles, por cuya cuenta ha puesto Dios la defensa de su Iglesia y de sus hijos
queridos; pues en causa que es de tan su servicio ¿cómo ha de dejar Vuestra
Majestad solo? ¿Cómo le ha de desamparar en lo que es de su gloria y honra?
Aunque llegue el agua a la garganta y parezca que esta navecilla de España se
anega, no hemos de desconfiar, pues la fe hizo a muchos salvos. Muy irritada
tienen nuestros pecados la ira de Dios; pero ¿Quién puede perdonarnos sino el que
es Padre de misericordia?
La entrega del monarca a la causa de sor María y en el sometimiento a Dios
y a su Iglesia es reiterada en numerosas cartas:
De mucho alivio me ha sido lo que me decís de que Nuestro Señor está pronto
a usar de su misericordia conmigo, si yo sé valerme de su favor; pero, por otra
parte, me confunde y atemoriza esto mismo, juzgando que soy más ingrato que
todos y digno de mayores castigos que los demás; pues descubriéndome vos estas
mercedes tan grandes de su poderosa mano, no sé disponerme a admitirlas como
debiera, si bien fiando en su divina ayuda y temiendo mi flaqueza, procuraré
poner de mi parte todos los medios posibles para conseguir tanto bien.
El 23 de febrero de 1649, Felipe IV escribía a la monja:
... he de conseguir saber agradar a Nuestro Señor y vivir en su gracia, buen medio
para conseguirlo es el de la oración mental que me proponéis, particularmente para
este santo tiempo en que debemos hacer algo más que en los otros, pues la misma
Iglesia nos lo aconseja.

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José Martínez Millán

En la carta de 4 de junio de 1649, sor María quiere enviar un tratado sobre


las virtudes, que ella misma ha compuesto, al monarca para que le consuele es-
piritualmente. En la contestación de Felipe IV (9 de junio), le dice: “El papel
que me decís, me holgaré mucho de ver y así me lo podéis enviar”. El 10 de ju-
nio, sor María consuela al rey con la siguiente reflexión:
Señor mío carísimo, misericordioso y liberal veo al Altísimo con V. M., pues
en su reino temporal y terreno le da frutos ciertos del celestial y eterno; cuando V.
M. se le deshacen y desaparecen las plazas y le cuesta tanto el conservar las que
tiene, cuando se halla sin dinero y rodeado de tribulaciones, coja V. M. el fruto del
padecer y prométase de él el cetro y corona eterna, donde reinará con Cristo;
porque si padecemos con él, con su Majestad hemos de reinar.

Las lecciones espirituales que sor María daba al rey, no carecían de impor-
tancia, ni el rey las dejaba de lado; al contrario, trataba de vivir de acuerdo a lo
que le decía la monja. Así, el 13 de diciembre de 1651, el monarca escribía:
Por más que os humilléis y digáis que no sois digna de esta correspondencia,
pienso continuarla, porque esto mismo me mueve a hacerlo, viendo cuánto me
puede aprovechar a mí lograrla y recibir los consejos que me dáis, que, sin duda,
son de quien desea con todo fervor mi mayor bien; no es mala prueba desto lo
que me decís en esta carta, pues todo se encamina a que yo consiga la gracia y
admita los primeros auxilios divinos, con que Nuestro Señor acudirá con los
demás.

A partir de 1651 parece que las cartas de sor María se intensifican en doctri-
na espiritual y “obligan” al rey a seguir sus consejos. Realmente, el modelo de vi-
da que le proponía era el de una espiritualidad radical muy lejos de los intereses
de un político, lo que provocaba las contradicciones entre sus creencias y su prác-
tica. Así, en carta del 3 de mayo 1652, la monja le escribía las reflexiones y medi-
taciones que había tenido sobre el Evangelio de San Juan, que decían: “De verdad
os digo que vosotros lloraréis y os afligiréis; los del mundo se alegrarán, vosotros
os entristecéis”. Asimismo, le aconsejaba que practicase la oración mental:
Señor mío carísimo, suplico a V. M. no desconfíe en tener trato con Dios y de
alcanzar la virtud de la oración mental que, aunque en el nombre parece que este
ejercicio solo pertenece a los anacoretas, religiosos y personas perfectas y
ejercitadas en lo místico, es verdad infalible que todos la deben y pueden tener; y
más los que somos pecadores y necesitados porque es medio eficaz de apartarnos
del mal y obrar el bien, buscar el camino de la salvación y conseguirlo.

Pocas líneas más abajo le definía lo que era oración:

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Política y religión en la corte: Felipe IV y sor María de Jesús de Ágreda

Oración es una subida o levantamiento a Dios, un coloquio, conversación y


trato familiar con Dios, y para tenerle, es necesario levantarse la criatura sobre
todo lo criado y terreno, por aquel rato sacudir los cuidados y atenciones humanas.
Tiénese en el interior con la mente, y por eso se llama oración mental, y la que se
hace con la boca y sin devoción no es de tanto mérito. La oración esencialmente
pertenece a los actos de las potencias espirituales, que son memoria,
entendimiento y voluntad.
Al mismo tiempo que le recordaba que las derrotas de los ejércitos (algo que
decían los miembros de la Curia romana) eran un castigo divino por “nuestros
pecados”: “El padecer es el atriaca contra el veneno del pecado, porque el peca-
do se comete con deleite y gusto y a él se satisface con padecer dolor y pena”.

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