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Puertas e imaginarios

La dificultad próxima para escribir acerca de algunos temas teóricos es encontrar una
mediación que, a manera de símbolo, ayude a entender de modo más bien intuitivo lo que
una serie de razonamientos, tanto deductivos como inductivos, pretenden esclarecer.
Precisamente es lo que ocurre al tratar de hablar de los imaginarios, ya que aluden a una
forma de operar del espíritu humano, que no siempre es coherente con los parámetros de la
modernidad, marcados por un orden sistemático que busca manejar el mundo a la medida
de sus connotaciones, regidas usualmente por principios como el de identidad, el de no
contradicción o el tercero excluido. Verdaderamente, la realidad escapa a estar sujeciones
lógicas y cuando el ser humano quiere entonar con la dinámica de lo real, necesita recurrir a
la clave imaginal para salir adelante en los retos que los cambios inesperados le plantean.

Entonces, pretendiendo ilustrar la noción de imaginario, tocando puntualmente dos


ejemplos específicos que son pertinentes en la clausura de un año y la apertura de otro,
quiero ambientar su tratamiento, aludiendo a un objeto de tipo concreto que nos resulta
cotidiano, y que, por su carga simbólica, ayuda a comprender lo que es un imaginario en
general. Me refiero a la puerta, elemento que se encuentra usualmente en nuestros espacios
de habitación y que en su capacidad de ocluir o dar paso, pone de manifiesto un umbral que
restringe o abre espacios distintos de realidad. ¿Por qué la puerta puede considerarse un
sím-bolo? La etimología del término símbolo puede ayudar a comprenderlo: su raíz griega
es συμ (sim), que significa “unir o juntar”, y βάλλειν (ballein), que es equivalente a “lanzar
o tirar”, entonces el símbolo deriva del verbo que significa “lanzar o tirar conjuntamente” o
“arrojar para reunir o volver a unir”. De este modo, la puerta, así como otros objetos
culturales, es símbolo, ya que es lugar de encuentro de múltiples significados que se reúnen
en una sola palabra, figura o nombre (por contraste, lo diabólico—de διάβολος—es cuando
se lanza algo a través o entre otros, y por tanto divide, o sea, que opera de modo contrario al
símbolo).

Explorando significados del objeto puerta, hay una interesante relación con la filosofía en
cuanto ética, que en una de sus acepciones griegas es equivalente a morada (con eta o e
larga, η), o sea, el lugar que los seres humanos construyen para habitar humanamente, es

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decir, con dignidad. Este lugar acogedor es una forma de refugio que ayuda a sentirse en
casa, y al que definitivamente hay que entrar por una puerta o umbral. O sea, para vivir
éticamente se requiere cambiar de un ambiente a otro, salir de la intemperie y franquear la
frontera simbólica que nos coloca en otro plano de la existencia. Tomando notas de diseño
arquitectónico es usual escuchar frases como: “esta edificación tiene un estilo familiar” o
“provoca una sensación de calidez”, “hace sentir como en casa”, etc. En todo caso, el modo
de construcción, donde la puerta es clave para lograr el efecto buscado, trata de estimular
una reacción de cercanía o proximidad humana.

Recordando al pensador francés Gilbert Durand, él nos dice que la puerta o el dintel de la
choza no es solamente madera colocada para sostener la entrada de la edificación, es a la
vez, y sin contradicción alguna, la presencia del dios que protege la habitación compartida,
el hogar: “Para el primitivo, la viga central de la habitación es al mismo tiempo madero de
construcción y santuario de los espíritus ancestrales, y cada viga es el santuario” (Durand,
1981)1 . Lo dicho, la puerta es la introducción a presencias que, de categoría humana o
divina, se alternan para configurar una serie de provocaciones sensibles y/o mentales.
Recalcando la noción de símbolo, la puerta carga variedad de significados: novedad,
inclusión o exclusión (dependiendo de que se muestre abierta o cerrada), bienvenida,
misterio o región incógnita, reserva, etc.

Otro pensador que nos recuerda el rico significado transformador de la puerta es


Parménides, que en su poema Sobre la naturaleza, narra un viaje mítico por un camino
alejado de la usual vida mortal, en un carro tirado por un par de yeguas conducidas por las
Helíades (hijas de Helios, dios del sol), que le llevan hasta un inmenso portal de piedra
guardado por Diké, personificación de la justicia en el mundo humano; las Helíades la
persuaden de dejar pasar al visitante, que es recibido por una diosa misteriosa, cuyo
discurso conforma el resto del poema y está dedicado a darle a entender el misterio de lo
real, dividido en las posibilidades del ser y del no ser… Es decir, la revelación filosófica de
Parménides, que es dicotómica, al partir la realidad en dos regiones absolutas, no pudo serle
entregada sin experimentar una transformación donde traspasar el umbral o la puerta,
expresan este cambio de consciencia de lo real.
1
Durand, Gilbert. 1981. Las estructuras antropológicas del imaginario. Introducción a la arquetipología
general. Traducido por Mauro Armiño. Madrid: Taurus.

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En la cosmovisión mesoamericana existe la noción de puertas o pasos a otras dimensiones o
presencias de la realidad, y la marca que las señala es de tipo natural: árboles, grutas,
piedras… Como lo expresa el antropólogo mexicano Alfredo López Austin en su Seminario
anual La construcción de una visión del mundo: “Los umbrales o portales son los puntos
intermedios entre el ecúmeno y el anecúmeno, sitios por donde penetran los dioses y las
fuerzas sobrenaturales al mundo y por los que los hombres envían sus oraciones y
ofrendas”2. Se entiende por ecúmeno el espacio-tiempo que ordinariamente vivimos los
seres humanos, y el anecúmeno es el ámbito reservado para los seres sobrenaturales, al cual
hay acceso por zonas de sacralidad. La representación arquitectónica de esta doble
dimensión de lo real es visible en las edificaciones de culto, por ejemplo, la pirámide de la
Serpiente Emplumada de Teotihuacan, México, donde las cabezas de Quetzalcóatl y Tlaloc
fueron talladas en disposición alternada, como emergiendo desde el mundo divino al
mundo humano.

El cine nos hace llegar la magia de entradas misteriosas, como en Las crónicas de Narnia,
donde a través de la doble puerta de un armario, los héroes de esta narración saltan de su
vida de niños y jóvenes a los escenarios de la Bruja Blanca o transitan entre la Era del
invierno y la Edad dorada; también en las aventuras del joven mago Harry Potter, usando el
andén 9 ¾, él y sus camaradas atraviesan una mágica pared de ladrillos para tomar el tren
que los lleva al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería; en la saga Outlander, la puerta
toma la forma de círculo de piedras, donde acompañados de un sonido característico en el
momento del salto espacio-temporal, el conjunto de viajeros anglosajones, migra
alternativamente entre el siglo XX y XVIII.

Cierro esta serie de referencias a portales con una que nos viene del mundo romano (sin
parangón en la mitología griega), donde se consagraban los días de fin e inicio de año al
dios Jano, que con su imagen bifronte representaba el pasado y el futuro, y de quien nos
viene el nombre del primer mes de año (del latín Ianuarius a Janeiro y Janero y de ahí
tenemos enero); lo que en América Latina nos recuerda a Brasil y a Río de Janeiro, nombre

2
López, Alfredo. “COSMOVISIÓN-5-LOS PRINCIPIOS DEL FUNCIONAMIENTO CÓSMICO”, La construcción de
una visión del mundo. IIA-UNAM. https://130c4d79-6894-4859-990e-
6b6f1a1d4d74.filesusr.com/ugd/4ff73e_ee97a1d423af405db9b580846e81278c.pdf (consultada el 30 de
diciembre de 2020).

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que recibió la bahía de Guanabara al haber sido explorada por los portugueses iniciando el
año 1502.

¿Qué hay detrás de la figura de la “puerta”? Hay algo más que un dintel de piedra, un
madero o un metal rectangular, tallado y elaborado para abrir o cerrar la casa. La puerta es
en el imaginario humano la vía para nuevas realidades, el modo de conectar con las
profundidades de lo humano y de lo real por conductos que tienen sus propias condiciones
para dar o denegar el paso a quienes se aproximen a su posibilidad. Así, ayudados por el
símbolo de la puerta, ahora es seguramente más favorable considerar lo que es el concepto
de imaginario a través de dos modelos que nos tocan en la transición del 2020 y el 2021.

Uno ocurre en el mes de diciembre de cada año, es decir, las celebraciones navideñas; y el
otro, que acaece precisamente en este 2021, y es de tipo civil, el Bicentenario de la
independencia política centroamericana. Trato brevemente cada uno y luego establezco
cómo comprenderlos en su clave imaginal.

La Navidad, que trae a la mente las imágenes de regalos, muñecos de nieve, nacimientos,
posadas, Santa Claus, etc. es un evento típicamente cristiano, que celebra lo humanamente
imposible: una chica núbil, queda embarazada sin intervención de varón. Si bien tenemos
en la naturaleza eventos biológicos como la partenogénesis (reproducción sin fecundación),
no es el caso. Aquí la afirmación del dogma es que un ente de carácter sobrenatural, el
Espíritu Santo, llena con su presencia a la que no conoce varón y de ahí nacerá algo que no
viene de la carne ni de la sangre, o sea, ella es como se le nombra en las letanías lauretanas
“Puerta del Cielo”. Todo lo anterior no es concebible sin tener en cuenta el ángulo desde
donde se proclama: la fe. Ahora bien, la fe no es absurda o ilógica simplemente, ya que se
remite a un misterio que tiene su propio modo de operar y que, por su nivel divino, no es
absolutamente comprensible al ser humano. De ahí que la teología, como ciencia que usa la
razón para indagar la revelación divina, profundice con su auxilio, los alcances del misterio
divino sabiendo que nunca logrará abarcarlo plenamente.

El bicentenario de la independencia centroamericana, que se suma al conjunto de


conmemoraciones civiles que hemos tenido en América Latina desde hace algunos años, en
los que cada país de la región ha recordado la gesta tanto más o tanto menos sangrienta que

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vivió para lograr su soberanía política de la metrópoli europea que le regía; iniciando con
Haití, donde llegaron primero las noticias de la revolución francesa y que, con su
liberación, marcó el arranque de un proceso que poco a poco se hizo realidad en toda la
zona colonial española y portuguesa. En este evento destacan los nombres de los llamados
próceres, que en su mayoría criollos (ni indígenas ni europeos de modo absoluto), lograron
animar y concretar el ideal de unas repúblicas liberadas del predominio metropolitano
europeo.

Tanto en un caso, de tipo humano divino, como en el otro, de carácter netamente humano y
civil, la idea es que un orden de cosas establecido es roto radicalmente, y una forma nueva
de existencia emerge. Siguiendo con la idea de la puerta, y pensando en clave científica y
ficcional a la vez, esto recuerda a los “agujeros de gusano” (semejantes a los famosos
“agujeros negros” del espacio sideral) de la película Interestelar, que forman un embudo de
espacio tiempo, a través del cual es posible, a modo de atajo, trasladarse de una a otra
región del universo donde todo es radicalmente diferente. Más allá de la creencia o no en la
dimensión divina del evento que la Navidad conmemora, lo cierto es que, así como en la
celebración independentista, ambos hechos tienen una afectación evidente en nuestras
sociedades ¿Por qué? Pues porque ambos son imaginarios, en la forma de constelaciones de
símbolos que dan una orientación al diario vivir, dotándolo de sentido y finalidad.
¿Constelaciones de símbolos? En efecto, pues cada uno de estos imaginarios ordena o
configura de una forma peculiar una serie de símbolos que, si bien tienen significado por sí
mismos, al conjuntarse en una figura particular (imaginario), se refuerzan mutuamente
estableciendo una sinergia que motiva e impulsa socialmente en una dirección determinada.

De ahí que, la imagen del Niño Dios, repetida anualmente en los nacimientos, los
villancicos y las posadas, junto al resto de símbolos ya mencionados, hablan de una buena
voluntad divina hacia la humanidad; el Bicentenario, que destacará con discursos, ofrendas
florales a los héroes que nos dieron patria y libertad, días festivos (aún en las condiciones
límite de la pandemia), conmemorará en esta conjunción simbólica, la idea de que una
nación puede ser soberana, es decir, puede decidir autónomamente su destino histórico.
Valioso es concluir, por tanto, con reafirmar la importancia de educar y cuidar los
imaginarios, ya que edifican conciencia humana en orden a ideales y utopías que pueden

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animar la marcha humanizante hacia la convivencia de modos de civilización alternativos y
respetuosos de las diferencias. Véase la Navidad entonces como la convicción de ser
amados por un Dios que se encarna, mostrando con ello, nuestro propio valor humano y el
deber de cuidarnos solidariamente; y el Bicentenario, probablemente pueda concebirse
como una gran deuda, en cuanto que la independencia política no ha logrado consolidar un
auténtico salto de calidad en el desarrollo humano compartido de la región, viéndose por el
contrario, inmensos contrastes –tanto a lo interno de cada país como comparando entre sí
los distintos Estados centroamericanos—que se alejan de lo que Bolívar soñó en la Carta
de Jamaica como “el emporio del universo” en el centro de los dos grandes mares, y con
factibilidad de ser algún día la “capital de la tierra”, al estrechar en su seno los lazos
comerciales entre Europa, América y Asia.

(2230 palabras)

José Manuel Fajardo Salinas


Académico e investigador UNAH
Correo electrónico: jose.fajardo@unah.edu.hn jmfajardounah@gmail.com
Dirección postal: Colonia Miramesí, Casa 2201, Tegucigalpa, C. P. 11101, Honduras,
América Central.
Número de teléfono: 504 2222 6885
Filiación profesional o institucional: docente en la Universidad Nacional Autónoma de
Honduras.

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