Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Portada
Para el año 1914, la Argentina se había convertido en una de las mayores naciones comerciales
del mundo y, según algunos, se encontraba en el décimo puesto mundial en cuanto a
prosperidad. Exportaba más que todos los otros países de América del Sur juntos. Argentina
era «El Dorado» agrícola del planeta.
Bartolomé Mitre, uno de los grandes presidentes de la Argentina que también fue historiador,
escribió lo siguiente en 1905, refiriéndose a Gran Bretaña:
Britain and the Making of Argentina
« …cuya influencia en todo momento ha sido beneficiosa para la suerte de la República y
deberá serlo con mayor eficacia en el futuro». El autor
Gordon Bridger nació y se crió en la
Esta historia tristemente olvidada necesita volver a contarse y continúa teniendo gran Argentina, asistió allí al St. Albans College y
luego dejó el país para estudiar economía
relevancia en la actualidad, como se pone de manifiesto en el capítulo final "¿Y cómo es que en la Escuela de Economía y Ciencia Política
todo salió mal?" en el cual se abordan problemas sociales, económicos y políticos que surgieron de Londres y en la Universidad de
en la Argentina a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Manchester. Trabajó para las Naciones
Unidas en África y América Latina y,
posteriormente, como economista del
La historia retorna a la vida gracias a los relatos de las experiencias de muchos inmigrantes desarrollo para el Gobierno Británico. Ha
británicos, que suman a este libro su toque personal. Entre estos inmigrantes se encuentran escrito otros libros y un relato muy
algunos antepasados del autor, varios de los cuales contribuyeron al desarrollo de la Argentina personal titulado How I Failed to Save the
desde los inicios de la nación. World (Cómo fracasé en salvar al mundo)
en el cual cuenta el trabajo que llevó a cabo
durante 40 años ocupándose de programas
CAPÍTULO I de ayuda en todo el mundo.
El nacimiento de una nación
La traductora
El 25 de mayo de 1810, la población criolla de Buenos Aires, la capital del Virreinato del Río de Verónica Minieri nació en Bahía Blanca,
La Plata, se rebeló. La gente se reunió frente al Cabildo —el congreso, donde se reunían los Argentina, en 1976. Desde niña le
interesaron los idiomas y, cuando tuvo la
representantes elegidos por la Corona española— y exigió la renuncia del virrey y de la junta
posibilidad, estudió Traducción Pública en
gobernante. Sus protestas fueron tan enérgicas y la clase tradicional española, que había la Universidad Nacional del Comahue. Se ha
gobernado la colonia durante alrededor de 250 años, era tan débil, que el virrey y la junta desempeñado como docente de Inglés e
renunciaron y una junta de origen criollo se hizo con el poder. Inglés Técnico en todos los niveles, desde
primario hasta universitario. Hoy, desde su
casa en la frontera patagónica, se dedica a
En todo el territorio sudamericano, una clase media urbana criolla, liberal y educada, a la que la traducción entre el inglés, el italiano y el
los gobernantes de origen español, mayormente, le había negado el acceso a posiciones de español. Ha traducido mayormente
gobierno, exigía su porción de poder. En Europa, Napoleón se había vuelto contra su aliada, artículos científicos y técnicos, y también
España, la había invadido y había impuesto a su propio hermano como rey del resentido país. novelas, cuentos y poesías.
En América del Sur, esto envalentonó a los criollos y justificó sus incesantes demandas en pos Editor
de reformas que les concedieran poder. Publicado en idioma inglés en 2013 por
La determinación y la potencia de estas fuerzas para el cambio fueron particularmente Wessex Institute of Technology Press
Ashurst Lodge
poderosas. Los criollos de Buenos Aires habían mostrado su fuerza en 1806 y 1807 al vencer a Ashurst
dos ejércitos británicos que los habían invadido. En la primera ocasión, puede argüirse que el Southampton
ejército británico, de solamente 1.500 hombres, era muy poco numeroso como para que la SO40 7AA
victoria pudiera considerarse una gran hazaña. Sin embargo, en la segunda ocasión, fue un Tel: +44 (0) 238 029 3223
Fax: +44 (0) 238 029 2853
ejército entrenado y poderoso de alrededor de 11.000 hombres el que se rindió ante la tenaz
población de la ciudad. Mucho de este éxito, por no decir la mayor parte, se debió a la 25 Bridge Street
población y la milicia local más que a los regimientos permanentes. Esta victoria Billerica
MA 01821
extraordinaria les dio a los criollos la confianza necesaria y, por cierto también el derecho, USA
para sostener que ellos podían gobernarse a sí mismos. Tel: +(1) 978 667 5841
Fax:+(1) 978 667 7582
No obstante, el nuevo gobierno no renunció de manera inmediata a su lealtad con la Corona Disponibilidad
española, aunque asumió mayores competencias que las que, de ordinario, le hubieran
Abebooks
correspondido. Las medidas que llevó adelante, tales como reducir los aranceles aduaneros en
las importaciones y la abolición de la trata de esclavos, eran atribuciones que solo un gobierno
independiente podía tomarse. En la práctica, la revolución de 1810 fue el paso más importante También por el autor
que se dio en el camino hacia la independencia. Fue la primera revolución exitosa contra How I Failed To Save The World, Or Forty
España en América, si bien tendrían que pasar otros seis años antes de que la población Years Of Foreign Aid
declarara formalmente la independencia. www.argentinagranbretanadesarrollo.co.uk
Aunque este movimiento fue por completo motivado y llevado a cabo por la recientemente
surgida población criolla de Buenos Aires, Gran Bretaña tuvo un papel importante, en
múltiples y diversas maneras, en fomentar la independencia de lo que finalmente iba a
denominarse la «República Argentina». Ningún otro país hizo más que Gran Bretaña para
inspirar y colaborar con esta hazaña.
La Herencia Española
Las enormes propiedades que confiscaron los españoles despojaron a la población indígena de
gran parte de su tierra. El régimen inca, aunque despótico, había proporcionado una economía
estructurada y eficiente, con un sistema de bienestar incorporado, que los españoles
destruyeron. El sistema feudal español y las costumbres sociales españolas que este conllevaba
se transfirieron a América. Se trataba de una cultura surgida de hazañas militares, fuerza
masculina y actos heroicos individuales, basada en una economía de cría de ganado
seminómade. Muchos de los conquistadores provenían de las regiones secas y agrestes de
Extremadura, en el oeste de España, y de Andalucía, y ofrecían un contraste con los
campesinos del norte de España y Europa occidental, zonas en donde el esfuerzo físico, la
austeridad y la cooperación resultaban esenciales para la supervivencia, si no para el éxito.
Estos dos importantes sistemas sociales y económicos jugaron un papel crucial en el desarrollo
de la Argentina.
Si bien a uno pueden despertarle poca simpatía los despiadados gobernantes aztecas e incas, el
trabajo forzoso introducido por los españoles se llevó a los hombres jóvenes más productivos
de esas regiones y provocó la disminución, si no la destrucción, de sus comunidades. La
mayoría de los que fueron obligados a trabajar en las minas no sobrevivieron. Un sacerdote
franciscano inglés que trabajaba en la zona española del Río de Plata escribió en 1807: 1
«Cada Oficial tiene asignado un número de Nativos y, tan pronto estos perecen, demanda una
nueva cantidad. Tal insensato sacrificio gratuito de vidas, unido a esa espantosa enfermedad, la
viruela, van a terminar ocasionando su exterminio total (...) Espero que no sea pecado desear que
este pueblo profundamente herido y que tanto ha sufrido logre hacer valer sus derechos y arroje
a estos tiranos bárbaros de sus tierras».
El sistema económico español implicaba un control central totalmente ejercido desde España
—Cádiz y Sevilla en particular— y las exportaciones e importaciones de América del Sur solo se
permitían vía Lima. A las empresas españolas se les otorgaban monopolios comerciales y las
importaciones estaban prohibidas o solo se permitían mediante estas empresas. La
inmigración proveniente de países no hispanohablantes o de religión protestante estaba
restringida y casi todos los altos cargos en América del Sur estaban ocupados por españoles
originarios. Pero con la urbanización y la educación, emergió una clase criolla que iba a
desafiar el sistema. Los gobernantes españoles no tuvieron en cuenta estas aspiraciones y
tampoco fueron capaces de apreciar la fuerza que las impulsaba.
Sin embargo, la amenaza creciente que constituía tanto la Marina británica como los corsarios
en la ruta de transporte tradicional por el Caribe obligó a España a reorganizar la
administración de sus colonias y usar la ruta del sur, que pasaba por Buenos Aires, como la
conexión preferida con ellas. En 1776, España estableció el Virreinato del Río de la Plata.
Buenos Aires pasó a ser la puerta principal al imperio español, en lugar de Lima. Las fronteras
de esta nueva colonia abarcaban las ricas zonas mineras de lo que ahora es Bolivia (en esos
días, conocidas como «Alto Perú»), así como las tierras tropicales y exuberantes de Paraguay y
las vastas planicies de las pampas, que incluían todo el actual Uruguay. Se trató de un cambio
sustancial, que convirtió a Buenos Aires en la puerta principal, más que en la trasera, del
imperio español. Proporcionó gran ímpetu al crecimiento de esta área que, hasta el momento,
había sido descuidada. A partir de ahora, las exportaciones de plata se realizaban desde el sur,
no ya desde el norte.
El país que ahora llamamos Argentina contaba en esos días con solo cerca de un cuarto de las
dimensiones que tiene hoy. Su frontera sur distaba 43 millas (70 km) de Buenos Aires y, a
grandes rasgos, para el oeste llegaba hasta los Andes de Mendoza, mientras que, al norte, un
inmenso territorio con forma de U se hallaba en manos de los aborígenes.
Estas reformas reanimaron el ritmo de vida de la aletargada puerta trasera que había sido
Buenos Aires. El número de buques comerciales que entraban aumentó de tan solo unos ocho
por año en la década de 1750 a 80 o 90 por año en la década de 1780. Además, había gran
cantidad de contrabando sin registrar, que ingresaba en Buenos Aires a través de las colonias
portuguesas. La ciudad crecía también: pasó de 20.000 habitantes en la década de 1760 a 44.000
en los comienzos del nuevo siglo. El país, o al menos el puerto de Buenos Aires, estaba listo
para el cambio.
La independencia es infecciosa y la libertad, contagiosa. En los siglos XVIII y XIV, Gran Bretaña
era la fuente de la mayoría de las ideas y los conceptos que contribuyeron tanto a cambiar el
mundo. Este periodo de «ilustración» en Gran Bretaña surgió, en parte, debido a la Reforma
que aseguró que un estamento clerical reaccionario no aplastara la ciencia y, a la vez, una
monarquía que había abandonado el derecho divino de los reyes, la «prerrogativa» en la cual
Carlos I, con tanto desacierto, había insistido. Esto permitió que las nuevas ideas y el disenso
crecieran. El Parlamento, aunque aún estaba muy lejos de ser un órgano democrático,
funcionaba como un efectivo poder compensatorio ante el absolutismo, y el libre discurso
prosperaba, dentro de los límites y según los estándares de la época.
Estas condiciones sociales, combinadas con una economía comercial próspera, posibilitaron el
desarrollo de innovaciones técnicas y de ideas políticas avanzadas. En consecuencia, la
sociedad de Gran Bretaña —y la Londres en particular— se transformó en la más abierta de
Europa y, por cierto, también del mundo, y el país pasó a ser un centro para intelectuales
disidentes y para los que buscaban asilo político.
Muchos de estos llegaban de América Latina, donde habían estado buscando independizarse
de España. Contaban con los modelos políticos de republicanismo tanto de Francia como de los
EE. UU., y también con el de la monarquía constitucional de Gran Bretaña, que tuvieron la
posibilidad de estudiar y debatir. Si bien al final, comprensiblemente, los latinoamericanos
optaron por la solución republicana, hubo un sorprendente gran número de personas, entre
las que se incluye quien más tarde sería un héroe nacional, el general San Martín, que
argumentaron a favor de alguna forma de monarquía constitucional.
El otro gran asunto ideológico tenía que ver con la economía: libre comercio contra
mercantilismo. En este punto, las ideas de Adam Smith ganaban fácilmente. Aparte de tener el
mérito de posibilitar que prosperara tanto la iniciativa como la energía individual, el libre
comercio servía para socavar el poder político y económico monopólico de las clases
dominantes españolas en España y América del Sur y, a la vez, proporcionaba productos de
mejor calidad y menor costo para los consumidores.
Sudamericanos En Londres
Hubo una buena cantidad de sudamericanos que visitaron Gran Bretaña, o que pasaron algún
tiempo allí, y que se entusiasmaron con las ideas de libertad e independencia. San Martín,
Belgrano, Rivadavia y Moreno se encuentran entre los argentinos prominentes que jugaron
papeles cruciales en el movimiento por la independencia y que vivieron o visitaron Gran
Bretaña y resultaron fuertemente influenciados por las ideas liberales. El latinoamericano más
importante, más pintoresco y finalmente, el más efectivo, sin embargo, fue Francisco Miranda,
un originario de Caracas cuya trayectoria es impresionantemente rebelde. Fue general del
Ejército francés y luego estuvo en Rusia, a las órdenes del zar, donde se rumoreó que era
amante de Catalina la Grande. Al final, escapó a Londres, donde pasó muchos años y tuvo
considerable éxito en persuadir a Gran Bretaña para que apoyara los movimientos
independentistas en América del Sur.
La clase política británica, con quien Miranda desarrolló una estrecha relación laboral, estaba
deseosa de que prosperaran países independientes en el continente, si bien su motivación era
puramente comercial, no ideológica. Se pensaba que esta rica fuente de oro y plata, que había
sido celosamente controlada por España, tenía un enorme potencial para los exportadores
británicos. Además, lograr un debilitamiento del poder político y económico de España, un
rival internacional de larga data, era el objetivo de cualquiera de las grandes potencias. El
Tratado de Utrecht con España en 1713 le presentó a Gran Bretaña la perspectiva de abrir
algunos mercados españoles en el Caribe y América del Sur, principalmente a través de la
provisión de esclavos y en el recordado auge previo al estallido de la burbuja de la South Sea.
(La South Sea Company había esperado obtener derechos comerciales lucrativos con América
del Sur y creyó, erróneamente, que las ganancias de la trata de esclavos serían enormes. Los
especuladores invirtieron fuertemente en las acciones de la compañía, que se derrumbó de
manera espectacular en 1720).
La posterior derrota de Francia ante Gran Bretaña en la Guerra de los Siete Años (1756–1763)
significó que no quedaron rivales serios para la fuerza naval de Gran Bretaña. En cuanto a los
reparos morales sobre socavar el poder de España mediante el fomento de la independencia de
sus colonias, se trataba de una estrategia de vieja data de la que se servían todos los poderes
internacionales; una estrategia que España misma había utilizado al apoyar a los colonos
norteamericanos contra Gran Bretaña.
Miranda había logrado persuadir a Gran Bretaña de que proporcionara apoyo logístico y
financiero secreto a los rebeldes de América del Sur para transportarlos a la costa norte de
América del Sur, en el entendimiento de que un gobierno independiente en lo que se llamó
Nueva Granada (y que corresponde, a grandes rasgos, a los actuales Colombia, Venezuela y
Ecuador) abandonaría el monopolio comercial español. Gran Bretaña estaba apoyando la
invasión de Miranda en el norte de América del Sur, la cual resultó fallida, en más o menos la
misma época en que el comandante Home Popham (ver más abajo) montó su propia invasión
del Río de la Plata. También había otros planes secretos para atacar la zona del Río de la Plata y
hasta las colonias de la costa del Pacífico. Sin embargo, la mayoría de estos planes no eran una
prioridad y cuando España se convirtió en aliada de Gran Bretaña, ante la invasión de Francia
en 1808, dichos proyectos fueron, suponemos, aplazados de mala gana.
Además de ejercer presión sobre el Gobierno británico, los liberales de América del Sur en
Londres fueron introducidos a una valiosa sociedad secreta. Se cree que fue Miranda quien los
convenció de la utilidad de pertenecer a logias masónicas. Estas eran sociedades secretas
ideales a las cuales se incorporaron muchos patriotas. Las logias proporcionaban un valioso
foro para debatir y establecer contactos sin la vigilancia del Estado y de la Iglesia Católica
Romana. Aunque la Iglesia Católica prohibió las logias y algunos gobiernos las condenaron y
persiguieron, estas jugaron un papel importante en América del Sur al posibilitar que los
intelectuales rebeldes conspiraran juntos. En realidad, la primera logia había sido introducida
en Buenos Aires por el encargado británico de la «factoría» de esclavos en virtud del Tratado
de Utrecht en la primera mitad del siglo XVIII. Estas sociedades se establecieron más
firmemente durante la primera invasión británica. Posteriormente, la mayoría de los líderes
liberales participaron en ellas, que suministraron un foro secreto de incalculable valor para
que los patriotas planificaran la independencia.
En términos de ideas y organización, por lo tanto, Gran Bretaña tuvo una importante función
en lo que se refiere a la difusión de las ideas y al apoyo a los muchos jóvenes que iban a liderar
la rebelión contra España.
El 24 de junio de 1806, un grupo de gauchos que arreaban ganado en las orillas del Río de la
Plata se sorprendieron al ver una flota de barcos anclada en alta mar. Se precipitaron a la
cercana capital a fin de contarle al virrey sobre estos visitantes. El virrey desestimó lo que
vieron diciendo que probablemente se trataba de «contrabandistas». Estaba equivocado: era
una flota británica a punto de desembarcar 1.500 soldados y tomar Buenos Aires.
La decisión de atacar la parte más vulnerable del imperio español la había tomado el
Comandante Home Popham, quien había sido el almirante a cargo de la flota enviada a tomar
Ciudad del Cabo del control de los holandeses. Esto lo habían logrado con bastante facilidad.
Entonces, el comandante se aseguró el apoyo, aunque renuente, del general Baird —que estaba
a cargo de las fuerzas terrestres— para que desviara algunas de sus tropas hacia el Río de la
Plata. Las tropas estaban bajo el mando del general Beresford, quien posteriormente se
convertiría en héroe, en la Guerra Peninsular. El Gobierno británico no estaba en conocimiento
del ataque a Buenos Aires y, desde luego, no lo había autorizado.
Si bien la iniciativa de Popham, rara en los anales de la historia militar británica, puede haber
parecido extraordinaria, para él valía la pena correr el riesgo. Popham sabía lo que estaba
haciendo porque algunos años antes había elaborado, junto con Francisco Miranda, el plan de
montar una invasión para liberar la parte norte de América del Sur. Este plan había sido
acordado en secreto con el primer ministro, William Pitt, pero había quedado pospuesto
cuando se les había tenido que dar prioridad a otros asuntos importantes. Por otra parte, tanto
si Popham lo sabía como si no, esta idea se estaba reactivando a la vez que se elaboraba otro
proyecto muy secreto para que la flota de la Marina Real tomara los puertos de Valparaíso y
Lima, en el Pacífico. Este proyecto extraordinario —tanto que algunos hasta podrían calificarlo
de loco— fue muy impulsado debido a la búsqueda desesperada del Gobierno británico de
puntos de venta para su comercio, ya que Napoleón había cerrado los mercados europeos para
Gran Bretaña. Por lo tanto, Popham era muy consciente de que, en principio, era poco probable
que el Gobierno se opusiera al uso productivo de recursos que, de lo contrario, no se
aprovechaban en su totalidad (siempre que tuviera éxito). Su resolución fue, casi con
seguridad, reforzada por la captura de un práctico escocés en un barco mercante español,
cuando se dirigía a Ciudad del Cabo. Este práctico había trabajado durante años en el Río de la
Plata. La inteligencia obtenida confirmó que Buenos Aires se hallaba defendida solamente a la
ligera y que la mayoría de los habitantes no estaban contentos con el dominio español y darían
la bienvenida a un cambio. Aún más lo entusiasmó la noticia de que un cargamento de plata
con un valor de un millón de dólares se encontraba en Buenos Aires a la espera de ser
transportado a España. El Gobierno británico alentaba las iniciativas privadas que podrían
conducir a ganancias financieras y, con este fin, otorgaba a los iniciadores una parte del botín.
Sería más que sorprendente que este factor no hubiese sido crucial en la decisión de
emprender tal aventura no autorizada.
Popham debe haberse deleitado y aliviado con la apuesta cuando, el 27 de junio 1806, el
general Beresford capturó esta ciudad española clave con la pérdida de un solo hombre. Había
existido una ligera oposición, pero el virrey había huido, junto con el tesoro Al tomar posesión
de la ciudad, Beresford aseguró a la población que no iba a interferir con su religión o con el
gobierno interno del país y que respetaría la propiedad privada. Decretó que se levantaran las
restricciones comerciales a las importaciones extranjeras (es decir, británicas) y despachó una
pequeña tropa de caballería para capturar el tesoro. La tropa logró su cometido con bastante
facilidad y regresó triunfante con el tesoro.
Beresford llevó a cabo su promesa de devolver todos los fondos privados a sus dueños, un acto
de extraordinaria contención y honestidad por parte de un general victorioso. El tesoro
restante fue enviado rápidamente a Londres, donde, tres meses más tarde, se exhibió con
orgullo por las calles. Fue valuado en 270.404 libras esterlinas, 9 chelines y 6 peniques. De
acuerdo con las normas de captura, y solo después de una furiosa objeción legal por parte de
Popham, el general Baird, que no había estado para nada cerca del Río de la Plata, recibió
£23.990 y Beresford £11.995. A un indignado Popham se le concedieron solamente £6.000 y
cada soldado y marinero recibió la magnífica suma de £18; un sistema de asignación muy
desconcertante.
Sin embargo, se percibía menos amabilidad en una taberna donde Gillespie se sentó a comer a
una mesa con algunos oficiales españoles (así se debían abrir nuevos caminos para la
reconciliación después de una batalla) con quienes había estado en combate un par de horas
antes. Gillespie, quien parece ser bastante perspicaz, nota que:
«Una mujer joven y bella que nos estaba atendiendo tenía una profunda arruga en la frente (...)
Ansioso por asegurarme de que esto no se debía a que voraces extranjeros le habían pagado una
retribución inadecuada, le rogué que nos hiciera conocedores de la causa de su disgusto con toda
franqueza. Luego de agradecernos, se volvió hacia sus compatriotas y dijo: “Me hubiese gustado
que los caballeros nos hubieran informado antes de sus cobardes intenciones de entregar Buenos
Aires, porque me jugaría la vida a que si las mujeres lo hubiéramos sabido, habríamos hecho
retroceder a los ingleses a piedrazos”».
La vida social rara vez ocupa un lugar destacado en las memorias militares pero este relato no
carece de instancias sobre ella. El período durante el cual Gran Bretaña controlaba Buenos
Aires parece haber sido muy agradable para los vencedores y, de hecho, para algunos de los
vencidos, ya que Gillespie nos cuenta:
«Era invierno cuando éramos los señores de Buenos Aires, donde cada noche se ofrecían tertulias
o bailes (...) Allí todas las mujeres acudían sin ceremonia, usando largas capas (...) Los valses
estaban a la orden del día».
El general Monckland, un miembro del ejército derrotado, también parece haber disfrutado
bastante, ya que encuentra tiempo en sus memorias para entretenernos con dos páginas sobre
los encantos de las mujeres locales. En resumen, opina: «Nunca vi mujeres con más gracia y
belleza».
Está claro que había una rica veta social de clase media en la que se introdujeron sin
inconvenientes. No obstante, esta estrecha relación se extendía más allá de solo lo social, ya
que Gillespie registra:
«Casi todas las noches después de que oscurecía, uno o más ciudadanos criollos acudían a mi
casa para ofrecer voluntariamente su lealtad al Gobierno británico y lo avalaban estampando su
nombre en un libro. El número finalmente ascendió a cincuenta y ocho, y muchos otros podrían
haber seguido, pero se contuvieron por desconfiar de lo que podría suceder en el futuro».
Este valioso libro parece haber desaparecido, quizás por fortuna para quienes lo firmaron, y
no figura en ningún registro de historia conocido. Gillespie nos cuenta, al final de su relato, que
tres de los firmantes participaron de la junta de la revolución de 1810.
«...veinticuatro platos; el primero fue sopa, luego bouille y una sucesión de patos, pavos y todo lo
que crece en el campo, con un gran plato de pescado como cierre (...) Los vinos de Mendoza
circulaban libremente mientras disfrutábamos de nuestros cigarros y la señora de la casa nos
entretenía con hermosas canciones inglesas».
Sin embargo, mientras los invasores, o como mínimo, los oficiales, disfrutaban de una vida
social increíblemente animada, los comerciantes españoles y el clero incitaban al pueblo para
que los expulsara. Según Emilio Fernández-Gómez, 3 el clero urgía a su inculta congregación a
levantarse contra «los herejes» mientras los comerciantes españoles reorganizaban a las
tropas. También existieron fuertes contingentes de patriotas, sin lugar a dudas indignados y
humillados por esta «liberación», que tuvieron un rol crucial en la resistencia que se estaba
organizando.
Parece haber habido muchas deserciones en el ejército británico. No se sabe si esto se debió a
la inmensa cantidad de carne de la que disponían, a encantos femeninos o incluso a sobornos
que se les hubieran ofrecido para desertar. El general Whitelocke, que estuvo a la cabeza de la
segunda oleada, en 1807, comenta:4
«Más de 170 hombres se han pasado al enemigo antes de mi llegada a Montevideo y desde
entonces, más soldados se han familiarizado con la abundancia que brinda esta tierra y la
facilidad para adquirirla: la tentación es irresistible».
John Robertson, que era hijo de un comerciante y acompañó a los comerciantes británicos,
explica este entusiasmo con cierto encanto:5
La segunda invasión, 11 meses después de que Beresford se hubiera rendido, fue precedida por
un ataque a Montevideo, en el otro lado del estuario, ciudad que fue tomada después de
algunos combates bastante feroces. Sin embargo, el posterior ataque a Buenos Aires, el 1 de
julio de 1807, fue desastroso para las tropas británicas. Su marcha por calles largas y estrechas,
divididos en tres columnas y con rumbo al centro de la ciudad —inicialmente con órdenes de
no responder con fuego— tuvo como resultado pérdidas devastadoras. Como muchos generales
han aprendido, para intentar tomar una ciudad donde uno se enfrenta a la oposición popular
hace falta crueldad o gran habilidad. Whitelocke no contaba con ninguna de estas
características. La resistencia fue feroz y las bajas, espantosas. De la fuerza de ataque de
alrededor de 7.000 hombres (el resto se mantuvo en reserva), 401 fueron muertos, 656 heridos
y 1.831 tomados prisioneros: un índice de bajas aterrador.
Whitelocke, rechazando una invitación para cenar con los vencedores, a quienes calificó como
«una chusma», accedió a una capitulación humillante, que incluía la retirada de Buenos Aires y
Montevideo. Un historiador militar británico describe esta misión como «una de las campañas
más vergonzosas librada por un ejército británico».6
Si bien el índice de bajas fue elevado, ningún historiador militar ha explicado por qué tantos se
rindieron. De hecho, los británicos también habían capturado 1.000 soldados locales. Tanto si
esto se debió a que quedaron atrapados sin otra opción que rendirse o si descubrieron que
estar bajo fuego no era tan bueno como se pretendía, el hecho es que lo que sucedió nunca ha
sido explicado. Uno sospecha que las afirmaciones de una señora local, quien dijo que había
capturado a 12 soldados británicos encerrándolos en su casa después de que habían entrado a
pedir agua, indican un deseo prudente por parte de los soldados de evitar peligros externos
más que una muerte segura en las calles estrechas. Esta señora le pidió al general español si
dos de los soldados podrían quedarse, porque ella quería que se casaran con sus hijas. Se les
concedió el permiso.
El desastroso final de esta aventura arrojó a los mercaderes a paroxismos de furia. «Cobardía,
traición, incompetencia», fueron solo algunas de las palabras más corteses que utilizaron para
expresar su desesperación y desprecio por el fracaso que semejante cuerpo de tropas
entrenadas desplegó para la captura de Buenos Aires y por su rendición ante un «ejército de
chusma».
A su regreso a Inglaterra, Whitelocke tuvo una corte marcial y fue expulsado del ejército. No
podemos más que sospechar, sin embargo, que incluso si se hubiera tratado de un general
realmente competente, y si se hubiera seguido una estrategia diferente, la invasión igual
habría fracasado. Fue prematura en la medida en que no había suficiente apoyo local criollo. Si
se hubiera dejado claro desde el principio que la intención de Gran Bretaña era libertar al país,
podría no haber habido tanta oposición. Beresford le escribió a Miranda después de la toma de
Buenos Aires, lo que sugiere que él se podría haber unido a ellos, pero la carta llegó demasiado
tarde. No obstante, la hipótesis de que los liberales criollos les habrían quitado el control a los
españoles, de tener la posibilidad, es muy discutible. Aún no tenían ni influencia ni poder
suficientes y, de ocurrir la liberación, como muchos ejércitos han descubierto, no siempre los
libertadores reciben el agradecimiento esperado de los liberados.
La partida de los británicos dejó sorprendentemente poco resentimiento, ya que los soldados se
habían mezclado bien con la gente o, por lo menos, con las clases medias. Aquí está lo que John
Robertson dice de su estancia en Montevideo:7
«Me sorprendió la amabilidad de la gente a pesar de que los ingleses habían sido sus enemigos y
conquistadores recientes. Fui invitado a tertulias y una vez que uno era invitado a una casa, “esta
es su casa” (en español en el original), podía llegar en cualquier momento y disfrutar de una
mezcla de música, bailes, café, risas y conversación. Yo admiraba a las damas por sus atractivos
personales, sus atuendos de gala, su fluidez de palabra y la soltura con que se desenvolvían».
Aún más extraordinario fue el banquete de despedida ofrecido por los principales ciudadanos
de Montevideo en honor al coronel Gore Browne y Sir Samuel Auchmuty, los conquistadores
británicos que luego administraron la ciudad, en la que tuvo lugar el siguiente discurso:
«Les brindamos nuestro más cálido agradecimiento a los dos por su generosidad, paciencia y
lenidad, así como por los esfuerzos incesantes que realizaron para disminuir los sufrimientos y
miserias de la guerra (...) en los primeros momentos de confusión se cometieron algunos excesos
insignificantes, pero los autores fueron castigados públicamente. A las familias se las trató con el
máximo respeto. El orgullo de las tropas victoriosas que habían conquistado una ciudad, y
penetrado a sangre y fuego, se suprimió en un momento y la exultación se redujo hasta
transformarse en calma y tranquilidad. En ningún momento desde ese periodo causaron la menor
perturbación. Nuestra memoria siempre guardará el recuerdo de Sir Samuel Auchmuty y el de
usted mismo como el de personas muy queridas para nosotros. Para ambos, nuestro más sincero
agradecimiento y elevaremos nuestras oraciones para que toda la felicidad y las bendiciones que
merece su virtud enaltecida acompañen sus pasos».
«El inmenso progreso de la idea de la emancipación tuvo sus únicos orígenes en la profunda
agitación que produjeron en el aletargado pueblo colonial las dos invasiones inglesas al Río de la
Plata».
Las Consecuencias
Contamos con poca información sobre los varios cientos de comerciantes que con tanto
optimismo habían navegado con la escuadra y solo nos queda suponer que lamentaron su
decisión. Pero en cuanto a la población local, de repente inundada de mercadería, la cosa debe
haberse sentido como si fuera navidad, y esto sin duda fortaleció su convicción respecto a los
beneficios del libre comercio. Alrededor de 40 comerciantes parecen haber decidido quedarse
e ir vendiendo sus mercancías a lo largo del tiempo. Todavía andaban por ahí en 1810, ya que
virrey español propuso expulsarlos y los locales no creyeron que fuese una buena idea.
Fernández-Gómez afirma, sin embargo, que los suministros militares fueron puestos a
disposición del nuevo Gobierno en Buenos Aires, lo que le permitió a este montar sus
campañas militares en el Alto Perú (la actual Bolivia) y en contra de los españoles en
Montevideo. «La historia de la financiación de la revolución de mayo», dice Fernández-Gómez,
«aún no se ha escrito»; sin embargo, está claro que Gran Bretaña tuvo algo que ver. Después de
1810, Gran Bretaña brindó toda la ayuda que pudo, con discreción, a la causa de la revolución y
proporcionó pasajes para Buenos Aires a varios rebeldes. Entre ellos, los más prominentes
fueron Moreno, San Martín y Belgrano.
La euforia inicial de la revolución de 1810 se disipó gradualmente cuando los habitantes del
interior se opusieron al poder y el liberalismo de los ciudadanos de Buenos Aires. La rica zona
de minas de plata del Alto Perú, finalmente se separó del nuevo estado, al igual que el paraíso
tropical, fértil y aislado, de Paraguay, mientras que lo que hoy es Uruguay se convirtió en un
territorio en disputa debido a que Montevideo estaba controlado por fuerzas leales a España.
Mientras que las dos primeras pérdidas regionales significaron una decepción, si no un
desastre en el caso del Alto Perú, ninguna se trataba de una amenaza para el Estado
independiente, como sí lo era el control español en Montevideo. Esta era una ubicación
estratégica que podía convertirse en una posta para que España reconquistara Buenos Aires,
como era su intención, mediante el envío de una flota desde el país de origen. Desde hacía
algún tiempo, Montevideo había estado sitiada sin éxito por un ejército patriota de Buenos
Aires. Se encontraba bien defendida por unos 6.000 hombres, 220 cañones y una escuadra de
más o menos 13 barcos.
No solo esta base significaba una amenaza, sino que los españoles también habían derrotado
una pequeña flota patriota y en 1814 habían ocupado Martín García, una isla clave en el
estuario del Río de la Plata, lo cual provocaba severas interrupciones en el comercio fluvial con
el interior.
Había que hacer algo para eliminar esta amenaza. El nuevo Gobierno se volvió hacia Guillermo
Brown, un comerciante irlandés local, que había adquirido amplia experiencia naval en
América del Norte y, más recientemente, en la Marina británica, para la que había sido
reclutado a la fuerza. Había sido capturado por los franceses, de quienes había escapado, y se
había involucrado en el comercio con el Río de la Plata. Como estaba establecido con una
familia en Buenos Aires, el Gobierno le solicitó que organizara una flota para enfrentar a la
poderosa armada española que bloqueaba la ciudad.
Era un organizador excepcionalmente bueno y un comandante naval imaginativo y audaz.
Consiguió armar una flota de ocho barcos, aunque solo cinco de ellos tenían 15 cañones o más.
Los dos más grandes tenían 36 y 18 cañones. El número total de armas de fuego de su flota era
de 113, contra una flota española de 13 barcos con 150 armas de fuego.
El primer ataque fue contra los españoles de Martín García; después de una dura batalla, la
bandera nacional se elevó sobre la isla. Grandes fueron las celebraciones en Buenos Aires.
Dos meses más tarde, Brown enfrentó la flota más grande y la derrotó. De esta forma,
Montevideo quedó por completo bloqueada tanto por mar como por tierra y, finalmente, se
rindió. La pérdida de esta base disuadió a los españoles de despachar una flota desde España
para reconquistar Buenos Aires, y en lugar de ser enviada al sur, dicha flota fue redirigida al
Caribe.
Por fortuna, Fernández-Gómez ha realizado una detallada compilación de los que lucharon y
murieron por la causa. Relata que el primer soldado que desembarcó en la isla Martín García
fue el mayor Richard Baxter, quien dirigía a unos 350 atacantes, la mayoría de los cuales eran
irlandeses. Cuando las cosas se pusieron difíciles, y como era el día de San Patricio, se inspiró e
hizo que el gaitero y el tambor tocaran la marcha irlandesa St. Patrick’s Day in the Morning. Las
tropas tomaron la fortaleza y la bandera nacional fue izada por el teniente Jones, un oficial de
una pequeña embarcación que no se enumera a continuación. Las bajas sufridas por los
atacantes fueron graves: 110 en total «la mitad de los cuales eran extranjeros». El vicealmirante,
un norteamericano llamado Frank Seaver, estuvo entre las víctimas.
Pero, ¿cómo fue posible que la batalla naval posterior fuera tan exitosa para un país sin
tradición naval? De hecho, casi todos los oficiales eran británicos y la gran mayoría de los
marineros también. La mayor parte de ellos había servido en la Marina británica y luchado en
la batalla de Trafalgar.
Y, como cualquier niño de escuela sabe, los marineros británicos eran entrenados para
disparar sus armas cuatro o incluso cinco veces más rápido que sus rivales. Los marineros
habían sido reclutados por el Gobierno como mercenarios, y de ninguna manera tenían
autorización o apoyo del Gobierno británico, que en ese momento no quería molestar a
España. La siguiente es una lista de los oficiales británicos (y otros dos marineros, que
perdieron la vida) de los barcos que participaron de la batalla:
Fernández-Gómez registra que, excepto por el vicealmirante Seaver (EE. UU.) y Pablo
Zufriategui (local), los 52 oficiales que comandaban la flota eran británicos. Lamenta que la
posteridad no haya tenido en cuenta los sacrificios realizados por los hombres que tuvieron
una participación tan importante en esta batalla crucial, que consolidó la creación de la
Argentina. La rendición de Montevideo llevó al general San Martín a manifestar: «La caída de
Montevideo asegurada por el cerco naval fue la mayor obra de la revolución».9 Esta importante
victoria se celebra todos los años como el día de la Marina Argentina.
Para las guerras de la independencia, en el norte de América del Sur se reclutaron varios
millares de soldados británicos con el propósito de que ayudaran a Simón Bolívar. Estas tropas
tuvieron un papel preponderante en las principales batallas por la independencia. En
contraste, fueron muy pocos los soldados británicos reclutados para luchar en el ejército contra
España en la parte austral de América del Sur. Hubo, no obstante, algunos oficiales principales
que acompañaron a San Martín en Chile y Perú y que tuvieron roles decisivos en las batallas
contra el ejército español.
El de mayor importancia fue Guillermo Miller, quien, a la edad de 27 años, ya había sido
nombrado general y estuvo cargo de la extraordinaria función de comandar las caballerías
argentina, chilena y peruana en la última gran batalla por la independencia en Ayacucho, en
las altas montañas de Perú, en 1825. San Martín le dijo: «Con cuatro más como usted,
habríamos terminado esta lucha con España hace dos años».10 Fue un líder ejemplar, un
espléndido general de guerrillas, y al final y muy brevemente, un buen administrador. Thomas
Hudson ha escrito una excelente biografía sobre su persona.11
El general John O’Brien fue otro soldado irlandés que sirvió en la causa patriota desde 1813.
Luchó a las órdenes de San Martín en la mayor parte de las batallas que se libraron desde Chile
hasta Perú. Era un edecán clave y se le confiaron muchas tareas de importancia. Una de ellos
fue llevar de regreso a Buenos Aires las banderas españolas capturadas cuando Lima se rindió.
Fue uno de los británicos que participaron en la liberación del país cuya contribución no fue
olvidada, ya que cuando falleció en Lisboa en 1861, sus restos fueron trasladados a la
Argentina, donde se lo sepultó en el Panteón de los Héroes.
James Paroissen también jugó un papel esencial en la campaña épica de San Martín en Chile y
Perú, principalmente como cirujano, pero también como contacto diplomático entre San
Martín y el Gobierno británico. Fue uno de los primeros extranjeros a los que se le otorgó la
nacionalidad argentina, ya en 1810, por sus valiosos servicios médicos.
La contribución de los extranjeros experimentados fue inmensamente valiosa para hombres
como San Martín y Bolívar; además de que aportaban su experiencia, no se esperaba que
tuvieran vínculos políticos con ningún grupo local y, por lo tanto se podía confiar en que
brindarían su mejor consejo, no contaminado por lealtades políticas o personales. De hecho,
Bolívar, en su último agradecimiento a Guillermo Miller, que había luchado tanto sus órdenes
como a las de San Martín, expresamente declaró que uno de sus grandes logros era el haberse
mantenido al margen de las cuestiones políticas que eran tan frecuentes en la vida militar.
Se conocen muy pocos soldados rasos británicos, con excepción de un grupo que se unió al
ejército de San Martín en Mendoza. Se trataba de soldados que, después de las derrotas en 1806
y 1807, decidieron quedarse en el país. La mayoría habían sido enviados a la lejana Mendoza,
para estar seguros de que no se sumarían al segundo ataque, y no es difícil entender por qué
decidieron quedarse en este encantador pueblo al pie de los Andes. Sus canales de riego
producían buenos vinos y un amplio suministro de alimentos, el clima era agradable y, para la
mayoría de los soldados sin ataduras, el establecerse en un entorno tan espléndido era una
decisión acertada. Lo que interesa es que, 12 años después de haberse rendido en 1806, 48 de
estos soldados se ofrecieron como voluntarios para unirse al ejército de San Martín como
compañía de caballería ligera, sus lealtades firmemente unidas a su nuevo país. Si bien sus
nombres están todos registrados en los archivos históricos, no hay constancia de si esta unidad
participó en la liberación de Chile, aunque en las memorias de Guillermo Miller aparecen los
nombres de varios soldados británicos que lucharon en la batalla de Maipú, la primera victoria
de San Martín en Chile.
Durante las invasiones, los británicos se habían comportado con mucha disciplina y, después
de rendirse, parecen haber sido tratados tan adecuadamente como se podría razonablemente
esperar. A pesar de las invasiones, la presencia británica —sin duda mayormente a causa de
las enormes ventajas comerciales que creó y a su superioridad naval, que protegió eficazmente
al nuevo país contra España— siguió siendo popular entre los criollos liberales, por lo menos, y
Gran Bretaña se convirtió en el principal socio comercial de la Argentina después de España.
Así que no sorprende encontrarse con que los comerciantes británicos se establecieron en
Buenos Aires después de las invasiones y, sobre todo, una vez que se permitió un comercio más
libre.
Seis años después de la destitución del virrey español en 1810, el 25 de julio de 1816, en la
pequeña ciudad de Tucumán, ubicada en el centro del territorio, se convocó a un congreso en
el que formalmente se decretó que este nuevo país era independiente de España.
En Retrospectiva
CAPÍTULO II
El comercio en los años posteriores a la independencia 1810 a 1862
«El gaucho anda por todos lados vistiendo ropas de algodón. Tome el equipo completo, examine
todo lo que lleva el gaucho y verá que lo que no es de cuero crudo, es británico. Si su mujer tiene
un vestido, apuesto diez a uno a que está hecho en Manchester; el hervidor en el que cocina su
comida, la loza de barro en donde se sirve, el cuchillo, el poncho, las espuelas, el bocado de su
caballo... son todos importados de Gran Bretaña».
Así escribía Woodbine Parish,12 quien había sido nombrado cónsul británico en la Argentina
en 1823. Gran Bretaña fue el primer país europeo importante en designar un cónsul. En 1825,
Parish intervino en otra «primera vez» para la Argentina, cuando negoció la firma de un
Tratado de amistad entre este país y Gran Bretaña. Mediante dicho tratado, los países se
reconocían entre sí, se otorgaban una cláusula de nación más favorecida para el comercio
mutuo, se permitía la libertad de culto y se garantizaba a los ciudadanos británicos la igualdad
de trato ante la ley.
Su libro, el primer relato publicado en inglés sobre el país que ahora se llama Argentina, causó
gran alarma en España, porque en él declaraba que el pueblo estaba cansado del gobierno
español, que el país estaba débilmente defendido y que era de una importancia estratégica, ya
que se trataba de la única fuente de mulas para las ricas minas en las montañas del Alto Perú.
Cualquier país que lograra controlarlo podría socavar el control de España sobre sus minas de
plata. En España su libro fue visto, no de forma incorrecta, como una invitación a Gran Bretaña
para adquirir estas tierras aprovechándose de su zona más vulnerable. En consecuencia,
España envió expediciones para explorar y colonizar la Patagonia (sin éxito), antes de que los
británicos llegaran allí. Sin embargo, el libro no alentó a los británicos a entrar en acción —o, si
lo hizo, fue un proceso lento— porque tuvieron que pasar 30 años para que las tropas
británicas aparecieran en el Río de la Plata, solo para descubrir que el consejo de Falkner era
erróneo. Y fue casi 100 años después que los británicos comenzaron a aparecer en la Patagonia
en sí.
La otra importante contribución individual a la posindependencia Argentina fue del Dr. Miguel
O'Gorman, un médico irlandés que estableció el primer servicio médico público más o menos
en 1778 y sirvió bien al país durante más de 30 años. Fundó la primera escuela de medicina y
se destacó al tratar a los soldados heridos durante las invasiones inglesas. Es considerado el
padre de la medicina Argentina. Un obituario apropiado y encantador apareció en una revista
irlandesa cuando se supo de su muerte en 1819:
«Brindó su humanidad y benevolencia a los enfermos y heridos de nuestro ejército (...) era un
nativo de este condado y dejó este país cuando era joven y se instaló en la América española,
donde fue ascendido al rango de médico de Estado, el primer lugar en el ministerio médico y un
puesto de alta consideración. Una larga residencia en esta parte aislada del mundo no hizo que
no tuviera todas las generosas cualidades de un irlandés. Cuando sus amigos necesitaban oficios
de humanidad, todo hombre encontró un amigo en el Dr. O'Gorman».
(Ennis Chronicle)
Hubo varias otras importantes incursiones de ciudadanos británicos en el Río de la Plata que
podrían considerarse «involuntarias». En el olvido ha caído un ataque a Colonia do Sacramento
(entonces colonia portuguesa pero ahora Colonia del Sacramento en Uruguay), una posta
importante para el contrabando que se hallaba ubicada frente a Buenos Aires. Este ataque lo
llevaron a cabo, en 1765, corsarios ingleses y portugueses, pero salió desastrosamente mal ya
que su buque insignia explotó al ser golpeado, por suerte o por mala suerte, por una bala de
cañón disparada por los atacados. La flota se retiró, dejando a alrededor de 80 marineros
británicos en este país extranjero, de los que no se volvió a tener noticias.
Otro contingente británico sorpresa consistía en un cargamento de 119 presos que iba camino
a Australia desde Gran Bretaña a finales del siglo XVIII. Los pasajeros vencieron a sus guardias
y tripulantes y navegaron a Montevideo. Supuestamente, la mayoría eran «damas de fácil
virtud». Parece ser que el entusiasmo inicial que generó la llegada de extraños pronto fue
disipado por su comportamiento y se los envió al interior, donde desaparecieron en la historia.
Algunas de las damas, sin embargo, fueron a Buenos Aires, donde reaparecieron unos años
más tarde, ganando elogios por el cuidado que brindaron a las tropas británicas que habían
sido capturadas o heridas durante las invasiones.
En el cambio de siglo, el número oficial de residentes británicos, como de hecho de todos los
extranjeros, era extremadamente bajo. De acuerdo con los registros de los demógrafos
coloniales,13 solo había 475 extranjeros en «Buenos Ayres» en 1804, de los cuales 24 eran
británicos. Esta cifra parece baja, y había probablemente un buen número de extranjeros
ilegales o transitorios que no aparecen en los registros. No obstante, indica que España fue
capaz de evitar que los forasteros entraran ilegalmente en sus colonias.
Desde el Tratado de Utrecht en 1713, los comerciantes británicos habían existido en pequeñas
cantidades en Buenos Aires, administrando las «factorías» de esclavos. También,
indudablemente, colaboraron con el floreciente comercio de contrabando que se desarrollaba
a través de la Colonia do Sacramento, de propiedad portuguesa, ubicada en el otro margen del
Río de la Plata. Este contrabando llegó a hacerse tan grande al fin que los buques españoles
tenían muy poca carga que llevar. En 1778 las autoridades lograron aceptar la realidad y
permitieron las importaciones de origen no español (principalmente británicas), con la
condición de que el comercio se llevara a cabo a través de comerciantes españoles y se pagara
un impuesto más alto. Estas concesiones parecen haber sido demasiado pocas y haberse
aplicado demasiado tarde, como lo demostraron acontecimientos posteriores.
El sistema mercantilista español, algo similar al que tendría la Unión Soviética 150 años más
tarde, ya no podía satisfacer las expectativas de las nuevas clases urbanas. Así como los
consumidores soviéticos, mirando la televisión, descubrieron que en Occidente había un nivel
de vida mucho más alto, las nuevas clases medias de América del Sur se dieron cuenta de que
el modelo de libre comercio británico les proporcionaba una vida mejor, libre de la opresión
española.
El Trasfondo Político
Tristemente, llevó décadas que la independencia respondiera a las grandes expectativas de los
que lideraron la lucha. Como en tantos países que se han sacudido el yugo de la dominación
extranjera, la independencia abrió nuevas fisuras políticas que no pudieron superarse
pacíficamente. Y tras ella llegaron la anarquía y la guerra civil. Muchas más personas
perdieron la vida en las guerras civiles que sucedieron a la independencia que en la guerra
contra España. Lo que dijo Edward Gibbon (citado en W. MacCann14) sobre el estado de Gran
Bretaña cuando los romanos se retiraron podría decirse de estos tiempos:
«el gobierno tenía el derecho de hacer leyes, pero las personas no las obedecían. La provincia
luchaba contra la provincia, la ciudad contra la ciudad (...) y todo el país se redujo a confusión,
tumultos y dudas».
Como en muchos países recién independizados, los primeros líderes fueron liberales de clase
media urbana que tenían más para ganar y que eran capaces de emplear contra el dominio
extranjero el apoyo —justificado o injustificado— que le brindaban los grupos regionales,
rurales o urbanos menos privilegiados. Una vez que se logró la independencia, estalló una
segunda lucha por el poder. A la población rural le molestaba que liberales urbanos
«sobreeducados e improductivos» les cobraran impuestos. Los fondos necesarios para la
defensa, el mantenimiento de la ley y el orden, y para la inversión a largo plazo en la
infraestructura económica y social fueron muy a menudo utilizados para el enriquecimiento
personal de los nuevos gobernantes. La reacción resultante fue que se hicieran con el poder
político los caudillos rurales (líderes populistas semieducados y con carisma) que contaban con
el apoyo de las masas rurales resentidas y poco instruidas.
En el caso de Argentina, los intereses urbanos liberales, o «unitarios», ya que con tal
denominación se hicieron conocidos, fueron desafiados inmediatamente por los intereses
provinciales, o «federales», que estaban resentidos con la dominación de la Buenos Aires
urbana. Estos últimos se oponían violentamente a los impuestos a la exportación y a los
aranceles aduaneros que, con demasiada frecuencia, se embolsaban quienes estaban en el
poder. También tenían el apoyo de muchos de los pueblos rurales más pequeños con industrias
artesanales, que no podían competir con los productos importados.
La lucha de poder entre Buenos Aires y el resto del país continúa hasta la actualidad. Pero no
se trata de una pugna exclusiva de Argentina. El conflicto entre los intereses rurales y urbanos
es universal. En lugar de «caudillos» léase «señores de la guerra» o «grandes señores» en otros
continentes. Sarmiento, en su gran clásico Civilización y barbarie,15 escrito en 1845, reflexiona:
«... la revolución (...) era solo interesante e inteligible para las ciudades argentinas, extraña y sin
prestigio para las campañas. (...) libros, ideas, espíritu municipal, juzgados, derechos, leyes,
educación, todos los puntos de contacto y de mancomunidad que tenemos con los europeos (...)
Libertad, responsabilidad del poder (...) eran extrañas a su manera de vivir, a sus necesidades (de
la campaña pastora)».
Sarmiento (que tenía antepasados árabes y había visitado África del Norte) continúa hasta
trazar un paralelismo entre
«Las hordas beduinas que hoy importunan con su algazara y depredaciones las fronteras de la
Argelia, dan una idea exacta de la montonera argentina, de que se han servido hombres sagaces o
malvados insignes (...) La guerra de la revolución argentina ha sido doble: primero guerra de las
ciudades, iniciadas en la cultura europea, contra los españoles (...) segundo, guerra de los
caudillos contra las ciudades, a fin de librarse de toda sujeción civil y desenvolver su carácter y su
odio contra la civilización».
Para aumentar la confusión, hubo guerras costosas con Brasil (1826-1828), con Francia (1835-
1838) y luego con Francia y Gran Bretaña (1845-1846). La dificultad de atacar Buenos Aires por
mar se debía al poco calado del río, por lo que las guerras tomaron la forma de bloqueos del
Río de la Plata. Su impacto fue, por lo tanto, más económico que militar.
Antes de estos 25 años de confusión y anarquía, existió, sin embargo, una breve ventana de
relativa tranquilidad y progreso que duró unos cinco años, entre 1821 y 1826. Esta época
podría denominarse «los años de Rivadavia», el período en que este gran político y estadista
pudo establecer muchos de los requisitos básicos de un Estado moderno.
Rivadavia era un firme defensor del libre comercio y la inversión extranjera, e introdujo una
nueva ley de sufragio, una ley de amnistía, reformó el ejército, implementó nuevos controles
financieros, aseguró el primer empréstito de Gran Bretaña al sector público y abolió
inmunidades clericales. También estableció un banco nacional y una universidad, y fomentó la
educación y la inmigración extranjera. Su tratado con Gran Bretaña fue el primero en el
continente en permitir la libertad de culto y garantizaba la igualdad de trato de los británicos
ante la ley.
Su política de buscar introducir agricultores europeos fue seguida por Sarmiento décadas
después. Ambos se dieron cuenta de que las vastas pampas fértiles podrían ser mejor
trabajadas por la introducción de agricultores del noroeste de Europa. Solo estos agricultores
tenían la habilidad necesaria para cultivar la tierra, habilidad que los gauchos no poseían y en
la que los estancieros (hacendados) propietarios de ganado no estaban interesados, al menos
no al principio. Por consiguiente, apoyó dos proyectos para la introducción de colonos ingleses
y luego escoceses a mediados de la década de 1820. Aunque ambos proyectos fracasaron,
gracias a ellos ingresaron al país varios cientos de agricultores laboriosos que aportaron
nuevas ideas.
Una de las familias que partió en el SS Symmetry en 1825, en uno de estos proyectos, fueron
mis tatarabuelos. Trabajaban de sirvientes en la fallida colonia de Monte Grande. Más tarde se
establecieron en la colonia de Chascomús, conformada mayormente por escoceses. Hoy sus
restos descansan junto a la encantadora iglesia escocesa construida por ellos y muchos de mis
otros antepasados. Uno de ellos, mi tía tatarabuela, Jane Robson, ha dejado un relato único de
la vida de los campesinos pobres de la pampa, que subsistían gracias a la cría de ovejas, en las
décadas de 1830 y 1840; las memorias de los años de su juventud han sido publicadas
recientemente.
La importancia del desarrollo agrícola campesino, a pequeña escala, fue explicada de forma
pintoresca por Sarmiento en este extracto de su libro:
Rara vez una condena tan aguda de la naturaleza de su propia sociedad ha sido hecha por
alguien que llegará a convertirse en político y, finalmente, en uno de los grandes presidentes de
su país. Sin embargo, su retrato social hace hincapié en la gran diferencia entre las sociedades
campesinas, que él pretendía que desarrollaran estas vastas áreas fértiles, y los estancieros
ganaderos, que con el tiempo llegaron a dominar la mayor parte de la pampa.
Uno de los intentos de Rivadavia por construir una sociedad más democrática y una economía
más igualitaria fue una ley que promulgó y que ha quedado enterrada en la historia. Vale la
pena recuperarla, porque nos recuerda que hubo quienes buscaron moldear el destino del país
en una forma que, a largo plazo, podría haber establecido una sociedad más justa, estable y
eficiente. Su gobierno aprobó una ley por la cual toda tierra expropiada a los aborígenes
pasaba a manos del Estado e impuso un canon del 8 % sobre el valor estimado de las tierras
ganaderas y del 4 % sobre el valor de las tierras agrícolas. También limitaba la cantidad de
tierra arrendada a los ocupantes.
La forma en que suprimió cualquier oposición fue brutal. El coronel King, un estadounidense
que sirvió en muchas de las guerras civiles, afirmó que por lo menos a 3.765 personas se les
había cortado la garganta porque «dispararles tenía un efecto muy chillón en el oído humano
que podría crear cierta aprehensión en la opinión pública».20 Otros 1.393 fueron fusilados, 722
asesinados y 16.250 murieron o fueron ejecutados en batallas. Si bien estas estadísticas pueden
no ser muy precisas, proporcionan una idea de lo que debe haber sido ganarse el oprobio del
general Rosas, y explican por qué tantos habitantes urbanos liberales educados consideraron
prudente abandonar el país.
Debido a que se mantenían alejados de la política y, por lo tanto, no suponían una amenaza
para él, los pobladores británicos, por lo general, no fueron perseguidos ni señalados para ser
objeto de maltratos. Puesto que el comercio internacional producía recaudación aduanera, los
británicos eran importantes desde un punto de vista económico. La presencia habitual de un
buque de guerra británico en el Río de la Plata era más simbólica que práctica, ya que sus
aguas eran muy poco profundas como para que esta vía pudiera aprovecharse militarmente.
No obstante, el comodoro a cargo actuaba de manera muy efectiva como representante
británico.
La comunidad británica en general acogió con agrado el orden público que Rosas logró
finalmente establecer, porque solo él pudo controlar las hordas merodeadoras que recorrían
las pampas, aterrorizando a la población, robando ganado y caballos y poniendo en riesgo la
vida de la población. G. E. Hudson, quien iba a llegar a ser uno de los primeros y de los mejores
escritores británicos que se ocuparon de narrar la Argentina, recuerda que en la estancia de su
padre había un cuadro del General Rosas colgado en la pared.
Sin embargo, un residente escocés que no estaba para nada contento con Rosas era otro de mis
bisabuelos. Thomas Bruce era un experto constructor de embarcaciones que había emigrado a
Buenos Aires en 1832, donde estableció un astillero. Dejemos que su hijo George, en sus
memorias no publicadas,21 retome el relato:
«Mi padre era dueño de un astillero que quedaba cerca de donde ahora se encuentra la Estación
Retiro. El astillero fue la causa de su ruina: había celebrado un contrato con el Gobierno de Rosas
para construir cúteres que pudieran atravesar el bloqueo francés. Sin embargo, como Rosas hizo
las paces con los franceses no necesitó los barcos que habían construido, y como los documentos
de mi padre habían sido robados y él había contraído deudas, tuvo que vender todo, salvo los
muebles del dormitorio y las herramientas, para pagarle a sus acreedores. Mi padre fue el
primero en construir el barco ballena en Buenos Aires, era de tingladillo, tenía la popa y la proa
iguales, y se lo utilizó durante muchos años para transportar pasajeros desde la costa hasta los
barcos que se encontraban en los fondeaderos internos y externos, donde solían quedar todos los
barcos. Sus barcos estuvieron entre los primeros en traer madera desde Paraguay y el Chaco...
además, en aquellos días, estaban todos tripulados con marineros británicos, no había italianos
por aquí en ese entonces. Todo el comercio estaba en manos de los ingleses, hasta los bodegones
en las cercanías de la playa. Todos los marineros en la playa eran ingleses, y no recuerdo haber
visto un solo italiano entonces».
La inestabilidad política casi continua creaba graves problemas económicos. Los bloqueos y los
problemas financieros del gobierno afectaban a todos. Los robos —Thomas Bruce, mi
bisabuelo, los vivió en carne propia—eran bastante comunes, al igual que la requisa de
caballos de las estancias, por lo general, los mejores. Jane Robson relata en sus memorias que
solían ocultar los mejores caballos en su dormitorio cuando venía la milicia, y mi madre, que
vivía en Uruguay en la década de 1880, cuenta que ellos iban a esconder sus caballos en un
bosque cercano. Sin embargo, los violentos ataques o las detenciones que experimentaron
muchos lugareños no los sufrió la comunidad británica. Existió, sin embargo, una excepción
importante que debe destacarse: el misterioso asesinato de la familia Kydd en una estancia en
1846, durante el bloqueo británico. Este hecho causó gran alarma, pero no fue seguido por
ningún otro atentado contra la vida de la comunidad y nunca fue explicado. Lo más probable
es que se haya tratado de un ataque indisciplinado llevado adelante por indígenas o gauchos
locales.
Finalmente, y debido a que Rosas aparentemente favorecía a sus propios aliados rurales en la
provincia de Buenos Aires, sus otros partidarios provinciales tradicionales se volvieron contra
él después de que hubiera gobernado durante casi 20 años. Con el apoyo entusiasta de la
población urbana de Buenos Aires, el general Urquiza, un caudillo de una de las provincias
ribereñas, derrotó rotundamente al ahora nada popular dictador en la batalla de Caseros, en
1852. Rosas buscó refugio en uno de los buques de guerra británicos que solo unos años antes
habían bloqueado el Río de la Plata y consiguió asilo en Gran Bretaña, donde vivió durante 22
años más, en una granja cerca de Southampton.
En las memorias de George Bruce, encontramos este interesante relato sobre las consecuencias
de la batalla:
«Unos días después de la batalla de Caseros, Urquiza marchó por calle Rivadavia, donde se
habían levantado arcos de triunfo y colgaban banderas de todas las naciones en todo el trayecto.
Como mi padre había colocado el arco principal, le permitieron poner un andamio contra la
pared de la catedral, donde nosotros, los chicos, nos apostamos (...) para nosotros, que nunca
habíamos visto algo así, fue inolvidable. Después de la batalla hubo varias ejecuciones, y
Troncoso, Alem y Curtino, que habían estado implicados en los asesinatos cometidos en 1840,
fueron hechos prisioneros y fusilados. Recuerdo haber corrido todo el camino hasta la Plaza
Concepción para ver a uno de ellos colgando. El país y, especialmente, la ciudad comenzaron a
mejorar rápidamente después de eso».
Créase o no, la caída del odiado régimen de Rosas no trajo paz, sino que llevó a nuevos
conflictos por el control de los ingresos sobre el consumo y la recaudación aduanera entre las
fuerzas federales que obedecían al general Urquiza, el líder provincial, y los unitarios de
Buenos Aires. Esto llevó a enfrentamientos entre las dos facciones y a que se llegara a un punto
muerto entre ellas, situación que se extendió por diez años. Buenos Aires era efectivamente un
estado independiente, libre de la Confederación Argentina, cuya base estaba más al norte, en la
ciudad de Paraná. En 1856 la ahora más acaudalada facción de Buenos Aires tomó una decisión
financiera importante que sentó las bases de la prosperidad futura. Pagó el empréstito Baring
de 1824, que aún estaba pendiente, y logró respetabilidad fundada en la solvencia.
Finalmente, las partes contendientes se dieron cuenta de las ventajas que les proporcionaría
cooperar y pactar. El sistema ferroviario incipiente, que comenzaba en Buenos Aires, sirvió
para que ambas partes apreciaran que ninguno se beneficiaría del milagro de la tecnología
ferroviaria a menos que el país lograra estar políticamente unificado. También hubo un
aumento en los precios de la lana, del cual las provincias no iban a sacar provecho mientras
Buenos Aires controlara los puntos de venta para la exportación. En 1861 se logró un
compromiso político que llevó a un acuerdo para compartir el poder; fue un paso clave en la
formación de la recién nombrada República Argentina. El descontento político se extendió, sin
embargo, hasta que en 1880 se dictó una constitución para la nueva república; la provincia de
Buenos Aires estableció su propia identidad, con su capital en la ciudad de La Plata, y Buenos
Aires se convirtió en la capital federal del país.
El efecto de los disturbios y conflictos civiles puede ser sobrestimado si hace una lectura simple
de los acontecimientos políticos y militares de la época. La mayoría de estos tumultos tenían
poco efecto sobre quienes, por suerte o buen sentido, no participaban, como era el caso de la
mayoría de los inmigrantes británicos. Las condiciones de vida, la gran cantidad de comida y
tierra y la escasez de mano de obra que primaron durante las primeros cinco décadas
posteriores a la independencia atrajeron un número creciente de inmigrantes británicos, si
bien estos no tenían mucho capital. Las grandes inversiones británicas no se produjeron hasta
sobre finales del siglo, en parte porque la economía británica no era lo suficientemente fuerte
como para exportar capital y también debido a que se consideraba que el área del Río de la
Plata era demasiado inestable para las inversiones a largo plazo.
Tenderos 193
Maestros de escuela 9
Maestros mecánicos 93
Sastres 66
Hoteleros y taberneros 13
Carpinteros 362
Albañiles 123
Obreros 667
Peones rurales 125
Zapateros 63
Pintores 7
Marineros 329
Mujeres 595
Niños 827
Total 4.072*
Lo que a uno le llama la atención de inmediato cuando ve estas cifras es el elevado número de
trabajadores británicos no calificados. Posiblemente, este número representan una cuarta
parte de la población trabajadora británica si se incluye a las personas no registradas y a los
marineros en el total. Indudablemente, esto refleja la desesperada escasez de mano de obra
que existía en general. El elevado número de trabajadores calificados también es interesante y,
una vez más, indica la falta de formación educativa y un nivel de desarrollo económico bajo
por lo general. Mientras que a uno puede sorprenderlo el número de carpinteros y albañiles, el
registro de 63 zapateros es un detalle interesante, que refleja la importancia de los zapatos
para la población local. Figuran más de 200 tenderos e incluso taberneros, lo que confirma
aquello que mencionaba George Bruce de los muchos bodegones (grog shops) atendidos por
sus propietarios británicos.
Hubo, sin embargo, relativamente pocos registrados como agricultores, con solo 125 «peones
rurales», aunque este es, probablemente, un número menor al real. Sabemos que el SS
Symmetry había traído unos 250 inmigrantes en 1825 y que, antes de su llegada, había habido
otro plan de asentamiento fallido conocido como el «Proyecto Beaumont». Este fracasó porque
no pudieron disponer de las tierras prometidas. Sin embargo, sumó cerca de 400 nuevos
colonos británicos al país.
Muchos de estos colonos podrían quizás estar registrados con otras ocupaciones en las
ciudades y, ya que muchos trajeron a sus familias, estas podrían haber sido incluidas en la
encuesta. Sin embargo, una proporción significativa de estos inmigrantes probablemente no se
hicieron registrar en la categoría de agricultores.
Lo que las estadísticas anteriores indican es que hasta alrededor de 1830 la mayoría de los
inmigrantes británicos se habían establecido principalmente en Buenos Aires y se dedicaban al
comercio y a oficios calificados. Entre los trabajadores calificados en Buenos Aires en la década
de 1820 se cuenta uno de mis tatarabuelos. Esto no lo descubrí a partir de una historia de
familia, sino que lo encontré en un espléndido libro de lujo ilustrado, titulado Estancias del
Uruguay23 en el que se han registrado y fotografiado algunas de las mejores estancias
uruguayas. Tuve la sorpresa de encontrar en este ejemplar una hermosa estancia llamada
«Rincón de Francia», ubicada en el norte de Uruguay. Esta perteneció a Alexander Stirling
quien, por lo que el libro cuenta, emigró con su esposa y sus dos hijos a Persépolis, en Brasil,
donde trabajó como artesano experto en el Palacio Imperial. En 1820 se trasladó a Buenos
Aires, donde realizó las puertas y los altares de la catedral. Luego compró una estancia en
Uruguay y, después de muchas vicisitudes relacionadas con la guerra civil, terminó
convirtiéndose en uno de los grandes estancieros del país. Fue la suya una historia de gran
éxito (a expensas de los charrúas, en cuyas tierras se encuentra la estancia). Su hija, Aminta
Stirling, se casó como es debido con un tal Daniel Cash. Y luego su hija Aminta se casó con un
miembro de la familia Bridger y llegó a ser mi abuela.
Hubo, por supuesto, muchos colonos británicos que, realizando grandes esfuerzos, lograron
ahorrar lo suficiente para afianzarse en el campo (la llanura) dedicándose a la cría de ovejas.
Gracias a una suerte razonable podían convertirse en propietarios de tierras muy ricos. Sin
embargo, la mayoría de las grandes estancias fueron adquiridas por pobladores locales
acaudalados con buenos contactos. Aunque, como veremos más adelante, los agricultores
británicos jugaron un papel clave en la transformación de la pampa, la mayoría de los
británicos se establecieron en las ciudades, donde sacaron provecho a sus habilidades
comerciales, administrativas y técnicas.
El capitán Francis Head, cuyo libro,24 publicado en 1824, se basa en una visita para evaluar los
recursos minerales del país, dista de ser cortés en su opinión sobre las «clases bajas» irlandesas
e inglesas:
Continúa cuestionando la sabiduría de quienes desertaron del ejército británico, porque «han
pasado sus días en la decepción y el arrepentimiento, ya que las condiciones de vida son tan
difíciles».
Visto que la inmigración británica siguió en aumento, sus opiniones tan críticas parecen un
poco exageradas. El buscar consuelo en el alcohol al estar en una zona remota es una reacción
común y comprensible; no se limita a alguna raza o nacionalidad en particular y es una
conducta a la que los hombres solteros son bastante propensos. No pueden haber sido todos
borrachos decepcionados. Es, sin embargo, un recordatorio juicioso de que los inmigrantes
británicos no siempre demostraron virtud y buen comportamiento.
La Antiutopía Minera
El capitán Head, al ser un minero experimentado, fue enviado por una empresa, en el año
1821, a investigar las minas. Lo acompañaban cuatro mineros del estaño de Cornualles y un
agrimensor francés. Las minas se hallaban todas en los Andes o en Chile y, para llegar a ellas,
debían recorrerse unas 900 millas (1450 km). Además, parte del trayecto atravesaba peligroso
territorio indígena. Este viaje podía llegar a tomar hasta un mes en un coche convencional,
aunque a caballo normalmente sería de unos 12 días de duración. El capitán Head, que parece
haber sido un individuo extraordinariamente enérgico, hizo cuatro viajes y, en una ocasión,
tardó solo ocho días, galopando unas 14 agotadoras horas diarias.
El capitán Head tuvo varios angustiantes escapes, por un pelo, de los aborígenes
merodeadores, y relata sus encuentros con las atrocidades que cometían los indígenas:
«…a una mujer le habían cortado la lengua y la habían puesto en un palo (...) y les cortan los pies
(...) torturan a los hombres y los niños son, literalmente, atravesados con lanzas de 18 pies y
abandonados para que mueran. Continúa: las ancianas y los feos son inmediatamente asesinados,
pero los jóvenes y hermosos son ídolos (...) y se los llevan».
En un estado de ánimo más reflexivo, logra hacer caso omiso de estas atrocidades espantosas y
se entusiasma hablando de las vidas de estos aborígenes incomprendidos y tan vilipendiados:
«nuestros semejantes, colocados aquí por el Todopoderoso». Tiene la esperanza de que
«reciban su castigo los descendientes de los europeos que, a su vez, serían pisoteados». Esta
vehemencia resulta extraña, ya que su indignación por las atrocidades cometidas por los
indígenas y el miedo palpable de convertirse en una de sus víctimas se trasluce muy bien en el
relato de su paseo por las pampas.
Sus visitas a las minas en ambos lados de los Andes tienen como consecuencia un apasionado
arrebato ante la forma en que se extrajeron las riquezas de estas minas:
«El modo en el que se aseguraron estas riquezas es una de las páginas más culpables de la
historia moral de la humanidad, y las crueldades que se ejercieron en las minas americanas son
una mancha en el escudo de la naturaleza humana que nunca podrá ocultarse».
Dice que había escasez de alimentos para quienes estaban obligados a trabajar en las minas,
que tenían prohibido el alcohol y que debían «cargar más peso que el que se hace llevar a las
mulas». Se le dijo que «muchos mineros se lanzaron a las minas para poner fin a una vida de
miseria y angustia».
No es de extrañar, pues, que cuando se abandonó el trabajo forzado resultara tan difícil
encontrar hombres para que trabajaran en las minas. Pero también contribuyó la pérdida de la
administración española, ya que
«…la falta general de educación... las personas no acostumbradas a los negocios... la ausencia de
una idea de contrato o de puntualidad... el salvaje saqueo de los gauchos y la absolución de los
sacerdotes combinada con la insuficiencia de las leyes».
Todos estos factores se sumaron para que la inversión minera resultara improductiva.
Continúa relatando cómo un alemán a cargo de una mina en los Andes fue baleado por el
caudillo local por «ser un hereje». Como si esto fuera poco, las garantías gubernamentales —
otorgadas a la empresa que representaba Head— de que las minas estarían a su disposición
fueron inútiles, ya que «casi en su totalidad habían sido vendidas a empresas de la
competencia y los gobiernos de Buenos Aires y las Provincias no pudieron dar cumplimiento a
la resolución».
En esas circunstancias, iban a transcurrir años antes de que se dieran las condiciones locales
necesarias para atraer capital extranjero para la minería, o de hecho, para cualquier otra
industria o actividad comercial importantes. El comercio y la agricultura siguieron siendo las
bases de la actividad económica.
Sin embargo, la capacidad de las importaciones estaba seriamente limitada por la pobreza de
los consumidores. Las únicas exportaciones en los años iniciales (aparte de la plata, aunque su
exportación no duró mucho tiempo, ya que la zona minera del Alto Perú se separó de las
nuevas autoridades) fueron cueros y sebo. Existía, no obstante, un creciente interés por
adquirir cueros en Gran Bretaña, y eran tan baratos que la demanda para su exportación era
considerable y rentable. Dos comerciantes ingleses emprendedores, Robert Staples y John
McNeil, iniciaron un nuevo negocio de exportación de carne de res salada o seca en 1810. Este
emprendimiento se expandió gradualmente y este producto se convirtió en una importante
exportación en 1820, ya que se compraba en Brasil y el Caribe para alimentar el creciente
número de esclavos.
El comercio internacional de esos tiempos turbulentos, con entregas que llegaban meses
después de que se hubieran hecho los pedidos, imponía enormes responsabilidades y
tremendos riesgos para quienes solicitaban mercancías y para quienes debían entregarlas. Por
lo general, el sistema legal no podía utilizarse con eficacia en lo que se refería al comercio
internacional y las cañoneras rara vez eran una opción. La confianza era, por tanto, un
ingrediente esencial entre el comprador y el vendedor. En la época medieval, la prosperidad
del comercio internacional dependía en gran medida de los lazos culturales y familiares, en los
cuales los exportadores podían confiar. Cuando Gran Bretaña comenzó a desarrollar un
comercio de exportación a gran escala, depender de estos vínculos no era posible. Los
comerciantes británicos necesitaban establecer estándares de integridad que les garantizaran
continuidad en los negocios. En ninguna parte esto podría haber sido más importante que en
América Latina, donde la inestabilidad financiera y social dificultaba los negocios y la falta de
confianza mutua era un obstáculo verdadero que había que superar. Cuando hacían un pedido
para una importación, la mayoría de los comerciantes solicitaban un depósito o pago por
adelantado, que debía ser aceptable para el consignatario. Para esto hacía falta un alto nivel de
confianza, que los comerciantes británicos que residían en Argentina parecían haberse
asegurado. La frase palabra de inglés (en español en el original) era común en las
conversaciones. Ahora ya no se utiliza; pero no me atrevería a especular si esto se debe a una
cuestión de vergüenza o a que ya no se considera que la palabra de un británico tenga tanto
valor.
Otra frase común atribuida a los hábitos de los ingleses es hora inglesa (en español en el
original), un indicador muy valioso en cuanto a si algo se hará de verdad en el horario
acordado. Quienes se hallan familiarizados con América Latina saben que el tiempo puede ser
un concepto muy elástico y hora inglesa sigue siendo una frase ampliamente utilizada.
La mayor parte de las actividades económicas británicas en las primeras cinco décadas
posteriores a la independencia se centró en el comercio y la cría de ovejas, más que en la
inversión o en el procesamiento de la producción. Las condiciones aún no estaban dadas para
hacer frente a las exigencias de una era agroindustrial.
Con poco más de 14 años de edad, John Robertson ya había estado disfrutando de una vida
social animada en Montevideo, después de que esta ciudad hubiera sido tomada en 1807. Se
fue luego de que la ciudad fuera reconquistada por los españoles y decidió entrar a trabajar
como empleado en una casa de comercio internacional británica en Buenos Aires. No es de
gran importancia si volvió porque se sentía atraído por la idea de las tertulias o si lo hizo en
cuenta de las oportunidades comerciales (su abuelo era dueño de una de las grandes casas
comercializadoras de Gran Bretaña). Lo que es importante es que él y su hermano nos han
dejado sus dos libros Letters on Paraguay y Letters on South America, que consisten en seis
espléndidos volúmenes donde tratan sobre su vida y el período transcurrido entre 1807 y
principios de la década de 1820 en Argentina y Paraguay.
Además de conocer a todas las personas prominentes que determinaron los destinos de
Argentina y Paraguay y de tener una relación amistosa con ellas, los hermanos escriben con
perspicacia y de una manera atrapante sobre estos tiempos turbulentos y los problemas que
enfrentaban los comerciantes en sus operaciones.
Después de dos años en Buenos Aires, a la edad de 16 años, John se establece en Paraguay, una
región que se había separado de las recién independizadas Provincias Unidas del Río de la
Plata, se había declarado independiente y se había desligado del resto de las Provincias Unidas
(para gran disgusto del nuevo gobierno de estas). Sin embargo, mantenían algún intercambio
comercial, y John fue enviado a Asunción, la capital de Paraguay, con un envío de mercancías.
Él se congració con el errático y despótico gobernante de ese país y permaneció allí durante
tres años, siendo el único inglés en Paraguay en esa época. Francia, el dictador de Paraguay,
depositó su confianza en él y le encargó que fuera a Inglaterra y llevara un regalo de
producción paraguaya —yerba mate (una infusión de hierbas muy popular en la región) y
tabaco— para el Rey, y que firmara un tratado de amistad con Gran Bretaña.
Por desgracia, no llegó más lejos que Buenos Aires y cometió el error de regresar con una carta
del enemigo mortal de Francia, el nuevo Director de las Provincias Unidas, pidiendo tropas
para ayudarlo a resolver los conflictos internos. Esto enfureció tanto Francia que hizo expulsar
a John, aunque afortunadamente se le permitió llevarse dos balsas enormes llenas de
lucrativos productos. En su estresante viaje, logró deslizarse, durante la noche, junto a dos
ineficientes barcos españoles que bloqueaban el río y que le habrían confiscado todo lo que
había ganado con años de esfuerzo. Se las arregló para llegar a Buenos Aires, donde dijo que se
había «hecho de una linda fortuna».
Luego, acompañado por un hermano más joven, se estableció para hacer negocios en la
anárquica provincia de Corrientes, una región hermosa y fértil que abundaba en ganado y
caballos salvajes, pero carente de cualquier sistema de comercialización o economía
monetaria. El trueque era el método estándar de intercambio. Tuvieron la suerte de emplear
como principal ayudante «al hombre más intrépido y temerario que conocí en mi vida. De
rostro duro, bigotes de un rojo feroz, cabello despeinado, y que llevaba consigo dos pistolas y
un sable: era una visión aterradora».26 Era la mano derecha del caudillo local y John quedó
atónito al descubrir que este gaucho, Peter Campbell, era nacido en Tipperary y había
desertado del ejército británico. Con el fin de asegurarse cueros, los comerciantes tenían que
hacerles pagos por adelantado a los estancieros, y estos adelantos no siempre eran restituidos.
Sin embargo, con Campbell actuando como su representante, no corrían ese riesgo. Las
manadas deben haber sido inmensas, ya que los Robertson celebran la compra de 20.000
cueros de caballo en una sola estancia. Estos hermanos no solo introdujeron la moneda en la
región, sino que también importaron bienes de consumo británicos muy populares. Luego de
un par de años, cargaron dos barcos con cueros y zarparon. Vendieron los cueros a entre un
2.800 % y un 3.000 % más de lo que habían pagado por ellos.
Antes de ponernos demasiado mojigatos con respecto a estos grandes beneficios, tenemos que
tener en cuenta los riesgos que enfrentaban, enormes en aquellos tiempos turbulentos y en
una provincia tan anárquica. «Uno vivía en un estado de alarma constante»27 cuentan en su
libro; no solo de alarma financiera, sino que también con una preocupación personal por la
seguridad. De hecho, en una terrible ocasión, John fue capturado por un grupo de gauchos
salvajes, desnudado y atado por varios días, e iba a ser asesinado cuando una curiosa
costumbre gaucha lo salvó. A los miembros de estas bandas siempre se les concedía un favor y
uno de los gauchos pidió que le perdonaran la vida a John. Así fue entonces, y John pudo
pasarle a escondidas una nota a un fiel sirviente que, después de tres días de galope, logró
llegar hasta el presidente y el comandante de la cañonera británica. Estos prontamente
enviaron un mensaje al caudillo local para que interviniera y liberara a John, advirtiéndole las
severas consecuencias que debería enfrentar si no lo hacía. Por lo tanto, fue liberado. Cuando
más tarde John buscó al gaucho para darle las gracias y una recompensa, le preguntó por qué
había decidido salvar su vida. El hombre se encogió de hombros y dijo: «Se me antojó». La
recompensa la perdió rápidamente en apuestas. Una nota al margen en cuanto a estos
hermanos ilustra la forma en que los comerciantes británicos y sus clientes administraban sus
negocios. Artigas, uno de los caudillos poderosos —que posteriormente se convertiría en el
«Libertador de Uruguay»— les solicitó a los Robertson que le compraran armas y equipo, y
para esto les pagó una gran suma por adelantado. Después de asegurarse de que la compra
tenía el apoyo del Gobierno de Buenos Aires, los hermanos procedieron a efectuar el pedido. Lo
que este arreglo pone de manifiesto es la confianza que la población local depositaba en los
hermanos. A fin de realizar negocios a distancias tan alejadas de la fuente de suministro y al
verse obligados a emplear tratantes que no eran familiares fiables, la población depositó gran
confianza en los comerciantes británicos.
Las fascinantes memorias los Robertson terminan a principio de la década de 1820, aunque sus
libros se escribieron casi 20 años después. Puesto que continuaron ejerciendo su actividad en
la zona durante bastante tiempo, el que sus memorias no abarquen más años de su vida es una
gran pérdida para la historia y resulta difícil de explicar. Es muy posible que sus empresas
financieras no tuvieran el éxito del que habían disfrutado anteriormente.
Tenemos conocimiento, sin embargo, de dos emprendimientos importantes sobre los que ellos
no escribieron. Fernández-Gómez relata28 cómo adquirieron en Glasgow el primer barco de
vapor, el Druid, para operar en el Río de la Plata. El barco llegó al final del año 1825 y tuvo que
ser adaptado para que funcionara con leña, porque no se disponía de carbón en la zona. Se
utilizó por primera vez para un evento social comercial en noviembre, cuando llevó a 40
pasajeros navegando hasta San Isidro, una zona residencial al norte de Buenos Aires, en un
viaje de un día con refrigerios incluidos. Según la prensa local, fue un día grandioso,
emocionante y exitoso, los pasajeros quedaron maravillados de la velocidad y la comodidad de
una embarcación sin velas.
Los Robertson parecen haber esperado poder usar el barco para transporte en los ríos
Paraguay y Paraná, donde el vapor tendría una gran ventaja sobre la vela. El barco hizo un
viaje, solo para ser capturado por un buque de guerra brasileño que se encontraba bloqueando
Buenos Aires. Fue rescatado gracias a la intervención del cónsul británico, pero su cargamento
fue robado. Fernández-Gómez no logra rastrear su historia posterior, pero parece que los
Robertson transfirieron el barco a Montevideo y, luego, a un puerto de Brasil, donde se empleó
para transporte entre ese puerto y Río de Janeiro. Como los Robertson no hacen ninguna
mención de esta empresa, uno puede suponer que no la consideraron uno de sus grandes
logros. Sin embargo, si hubiera tenido éxito, habría sido un paso muy importante en el mundo
moderno que estos dos escoceses habrían estado orgullosos de dar.
También hicieron otra inversión, y esta vez se trató de una muy grande, para contribuir al
establecimiento de una colonia agrícola escocesa. En 1825, el SS Symmetry zarpó de Leith y tres
meses más tarde llegó a Buenos Aires transportando a 250 colonos escoceses. El plan contaba
con el apoyo entusiasta del Gobierno y de Bernardino Rivadavia en particular, pero la tierra
que les habían ofrecido de manera gratuita se encontraba en el sur, lejos de la capital, en la
frontera del territorio indígena. Desde un punto de vista económico y social, era poco realista
esperar que los recién llegados se instalaran en un área tan remota. Sin embargo, los
Robertson intervinieron y aportaron £60.000 para comprar tierras y ayudar con las inversiones
agrícolas en un sitio en Monte Grande, a tan solo 11 millas (18 km) de la capital. El
asentamiento, que se describe y analiza en un capítulo posterior, fracasó y los Robertson
perdieron su gran inversión.
Sus memorias componen la crónica más completa sobre la vida y el trabajo de los comerciantes
británicos pero, por fortuna, no se limitan a sus actividades comerciales. También
proporcionan una animada descripción de algunas de las personalidades y los problemas de
aquellos tiempos turbulentos.
Si bien los Robertson hicieron y perdieron grandes fortunas, no es probable que muchos
comerciantes hayan hecho lo mismo, simplemente porque los clientes no contaban con ese
poder de compra. Las principales exportaciones eran cueros y pieles, que apenas permitían la
importación de muchos bienes de lujo. Esta situación siguió siendo así hasta principios de 1820,
cuando la carne seca cobró importancia. Durante la década de 1820 las exportaciones se
incrementaron gradualmente, en la forma de sebo para Europa y carne seca para alimentar
esclavos en Brasil y el Caribe. La población de Buenos Aires aumentó a 80.000 para finales de la
década de 1830 y se convirtió en un cliente significativo para las importaciones británicas. No
obstante, de acuerdo a Woodbine Parish, en 1827 el país atravesaba un déficit comercial,
aunque uno pequeño: el valor de los bienes importados de Gran Bretaña ascendía a £750.000 y
las exportaciones a £696.000.
Es evidente que a la mayoría de los comerciantes británicos les iba bien desde un punto de
vista financiero, vivían cómodamente y, en consecuencia, desarrollaron centros sociales y
culturales, pero las grandes fortunas que se hicieron a finales de siglo no fueron por estos
tiempos.
«Una de las razones más importantes de la lucha constante que caracterizaba el país se debía
principalmente al hecho de que obtuvieron el poder con mucha facilidad, y ese sentido de unidad
que crean las grandes luchas no existió en las políticas sudamericanas. Si el poder de los
españoles hubiese sido mayor, habrían tenido que unirse más para vencerlos, y habría habido
menos oportunidades para las glorias individuales».29
Otro comentario resuena a través de la historia imperial en otras partes del mundo también:
«Qué sórdida, limitada y ruin era la educación que prestaban, y qué pernicioso era el control de
los frailes que abundaban en el país».
Y continúan:
Los comentarios que expresaron sobre sus colegas británicos son bastante más corteses que los
del Capitán Head:
«En pocos lugares del mundo hay tal franqueza en el intercambio entre la gente del país y los
extranjeros en general, pero en especial con los ingleses, como en Buenos Aires. Distintos en
lenguaje, religión, costumbres y educación, siempre ha habido una influencia mágica en el
espíritu de ambas partes que deja en el olvido esos fuertes rasgos distintivos —que a menudo
establecen una barrera casi imposible de superar entre dos naciones— acercando íntimamente a
sudamericanos e ingleses, como si pertenecieran a una misma familia. Los ingleses han sido
tratados adecuadamente en todas partes, tanto por los ricos como por los pobres. Me atrevería a
decir que la riqueza de los extranjeros ha tenido algo que ver en que se genere esta conexión; pero
todavía me inclino a atribuirla a la urbanidad y a la cortesía de las personas. Se muestran
pacientes ante los errores de los demás, sin ser avasallantes, y si eres aceptado, su bienvenida es,
por lo general, sincera y constante».
Sin embargo, al igual que el Capitán Head, los Robertson no mantienen siempre la misma
visión; en otra parte, después de este espléndido panegírico de alabanza, sus comentarios
acerca de sus compatriotas británicos tienen una resonancia contemporánea:
«Cuando de juzgar a los extranjeros se trata, nosotros los ingleses no solemos darles la
importancia debida a ellos o a sus diferencias (...) estamos seguros de que nosotros tenemos
razón y de que los extranjeros están equivocados y en nuestra supuesta superioridad no nos
detenemos en ninguna posición intermedia (...) ni siquiera tratamos persuadirlos de que
entiendan nuestra forma de ver las cosas (...) si hay dos familias inglesas residiendo en una
ciudad extranjera, se relacionarán, obstinadamente, solo entre ellas (...) somos muy excluyentes,
siempre olvidamos de todos los modos posibles que todos pertenecemos a la gran familia de la
humanidad».
Puede esperarse que existan diversos puntos de vista sobre cualquier comunidad y su cultura,
pero no hay duda de que la relativa riqueza de los británicos y la posición de Gran Bretaña en
el mundo les dieron un sentido de superioridad que otros encontraron irritante.
Los Robertson nos proporcionan una valiosa perspectiva de la vida y los tiempos vividos en el
período inmediatamente posterior a la independencia. A partir de entonces, gracias a la pluma
del Dr. William MacCann contamos con un valioso relato personal de la vida en la década de
1840,30 hacia el final del período que estamos cubriendo.
Después del brevísimo liberalismo del período de Bernardino Rivadavia, que terminó en 1827,
debe haber sobrevenido una época de vacas flacas para los comerciantes. La guerra con Brasil
y el bloqueo naval que este país ejerció interrumpió el comercio durante casi cuatro años, y los
disturbios civiles posteriores, las guerras internas y la dictadura no hicieron nada para
fomentar la prosperidad. Rosas, por supuesto, estableció un régimen más estable, pero hubo
revueltas en las provincias que fueron reprimidas sin piedad.
MacCann manifiesta:
«Mi propósito al establecerme en el Río de la Plata era ampliar las relaciones comerciales (...)
pero cuando entré en contacto con la gente local encontré justas razones para comprender que
entre comunidades tan inestables no era probable que prosperara el comercio (...) mi primer
negocio fue investigar con calma el origen y progreso de tal calamidad, para lograr juzgar si era
probable que estas convulsiones tuvieran un rápido final o si los males estaban tan
profundamente arraigados como para que hiciera falta que transcurrieran años o pasaran
generaciones antes de su eliminación».
El Dr. MacCann llegó al país en 1842 y pasó varios años allí antes de publicar su libro, en 1853,
un par de años después de partir. Su primer viaje lo lleva al sur de Buenos Aires, en un
recorrido circular que comienza en el lado este, a través de ciudades como Quilmes,
Chascomús y Dolores, y que termina en la frontera sur con el territorio indígena, al sur de
Tandil. Regresa siguiendo la frontera occidental del territorio indígena que, unos años antes, el
general Rosas había conquistado en una campaña militar.
En este primer viaje no tiene ningún problema o temor por los ataques de los aborígenes, y es
efusivo respecto a la generosidad y amabilidad de todos los agricultores a quienes visita. Él
nunca tiene que pagar nada por la hospitalidad que recibe y los únicos gastos de su viaje son la
compra de ocho caballos y el pago a un peón (un jornalero hispanoamericano) para que oficie
como guía.
Se aloja con un buen número de agricultores británicos, todos los cuales han construido sus
casas de ladrillo y plantado árboles frutales, y que cultivan sus huertos en suelos muy fértiles y
poseen varios miles de ovejas o cabezas de ganado y que también, muchas veces, son dueños
de la misma cantidad de acres de tierra. Parecen vivir una vida cómoda y alejada, si bien algo
solitaria, y su principal preocupación es la agitación social, que los expone a agresiones por
parte de bandidos merodeadores. La escasez de mano de obra es el gran impedimento para
promover el crecimiento, ya que no se dispone de mano de obra nativa para trabajos que no
tengan que ver con manejar ganado. Cualquier trabajo que implique cavar y arar lo debe
realizar mano de obra inmigrante, la mayor parte proveniente de Irlanda. Afirma que los
salarios permiten que cualquier persona razonablemente laboriosa ahorre lo suficiente como
para asociarse con otra y comprar sus propias ovejas. Con cuidado y capacidad, es posible que
logren hacerse de un rebaño de ovejas muy grande y próspero en pocos años. Sin embargo,
comenta que «la ociosidad y la embriaguez son la ruina de muchos que si se condujeran
apropiadamente podrían sentar las bases de una relativa riqueza».
Regresa siguiendo el límite occidental, que en ese momento estaba en paz, y visita
asentamientos indígenas primitivos y sucios en extremo. Relata detalladamente las creencias y
la estructura social de los indígenas, relativamente comunes en las culturas ganaderas
nómades. Termina su recorrido por la provincia de Buenos Aires con la siguiente alentadora
conclusión:
«No hay lugar en el que las clases trabajadoras se encuentren tan bien consideradas como en la
provincia de Buenos Aires, la cual abre un campo ilimitado para los laboriosos y los
emprendedores. Los súbditos británicos son los preferidos, no solo por las autoridades, sino por
la gran masa de la población; y los irlandeses, por muchas razones, son particularmente bien
vistos».
Luego, en 1848, el Dr. MacCann solicita las impresiones del reverendo William Brown, un
ministro escocés, y el reverendo A. Fahy, un sacerdote católico que ha vivido en el país durante
muchos años. Proporcionan un cuadro muy diferente de lo que uno esperaría teniendo en
cuenta la tumultuosa historia política del país.
«En medio de las convulsiones, los artesanos y los agricultores han quedado exentos de todas las
demandas sobre su tiempo o bienes de las que ha sido objeto la población local (...) muchos han
llegado trabajando de mecánicos, peones rurales y obreros y han adquirido un patrimonio
considerable (...) recientemente hemos hecho provisiones para la caridad, pero la demanda es
muy limitada».
Difícilmente se pueda encontrar evidencia más sólida para refutar la visión de anarquía e
injusticia que impregna la historia de estos tiempos.
Cuando MacCann regresa a Buenos Aires, Rosas se entera de que su viaje está siendo criticado
en el Congreso, donde se afirma que se trata de un recorrido de espionaje para Gran Bretaña, y
entonces lo invita a una reunión en su residencia. Vagan por las avenidas sombreadas del
jardín durante «varias horas», mientras Rosas le asegura que él no tiene problemas con el viaje
de MacCann, y que las críticas que esgrime el Congreso demuestran que hay más libertad que
la que clama la oposición. Rosas continúa afirmando que él está ansioso por establecer buenas
relaciones con Gran Bretaña, «un país que reconoció a Argentina quince años antes que los
franceses» y que «el carácter de los británicos era más abierto y moral que el de los franceses»,
y se explaya sobre el valor de la inmigración británica para el país.
MacCann sostuvo otras distendidas conversaciones con el dictador, que lo impresionó por su
sensatez, y le aseguró al visitante que se encontraría totalmente a salvo, incluso en las zonas
donde había habido un bombardeo reciente, al norte de Buenos Aires (en 1846 los barcos
británicos y franceses habían roto un bloqueo sobre el río Paraná que Rosas había impuesto
para detener el comercio con Paraguay).
MacCann tuvo más de una entrevista con Rosas, quien, según nuestro relator, «hacía que sus
visitantes se sintieran a gusto y se ganaba la confianza de los que lo rodeaban (...) al irse, uno
solo podía sentir que el intercambio de opiniones con un hombre así era agradable y sin
restricciones». Rosas exigía que todos los ciudadanos llevaran un lema que dijera: «¡Viva la
Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!». Él se justificó ante MacCann con el
argumento de que esa decisión había sido adoptada en un momento de emoción y que si bien
era cierto que muchos unitarios habían sido ejecutados, «solo se hizo para salvar veinte mil
vidas después».
Una de las interesantes características sociales de la hospitalidad de Rosas era que cualquiera
podía caer a cenar con él en su residencia y contar siempre con ser bien recibido y entretenido
por su amable hija, aunque él no siempre aparecía, ya que solo hacía una comida al día. En la
actualidad es difícil imaginar una costumbre presidencial tan extraordinaria, aunque
presumiblemente no mucha gente pensaría que cenar con él fuese prudente.
MacCann se dirige luego al norte, hacia Santa Fe. En su viaje atraviesa el área donde estaban
las baterías y los buques que en 1846 intentaron sin éxito detener a los anglofranceses usando
el río Paraná, pero no encuentra ningún tipo de animadversión hacia los británicos. Es
interesante señalar que en esta área, que está muy cerca de Buenos Aires, aparece cierta
preocupación sobre la posibilidad de que ataquen los aborígenes, pero afortunadamente, esto
no sucede.
Sin embargo, en su camino hacia Santa Fe —al norte de Córdoba, la segunda ciudad más
grande del país— el peligro de los ataques de los aborígenes es tan grande que se le
proporciona una escolta de 12 soldados. El ataque que se teme aquí no es el de los salvajes
indígenas nómades del sur, sino el de los del Chaco, que habitan en el norte. Esto demuestra
qué precario era el dominio que la población inmigrante tenía del país y lo poco del territorio
que se encontraba bajo un control seguro.
MacCann cuenta que se siente como un barón medieval al ser escoltado por todas estas tropas.
Visita Córdoba, que le impresiona como una ciudad española bien construida, antes de decidir
volverse a Santa Fe, esta vez resuelto a arriesgarse y galopar con solamente un peón como
escolta. Viaja por lo que ahora son Entre Ríos y Corrientes, donde encuentra enormes estancias
con decenas de miles de cabezas de ganado y caballos salvajes. Esta zona había sido diezmada
por muchos conflictos civiles, en uno de los cuales 20.000 soldados se habían enfrentado en el
año 1838, y 2000 de ellos habían muerto en la batalla. Esta era un área mucho más rebelde que
el sur y constituía un centro importante para la oposición al régimen de Rosas. De hecho
MacCann cree que las provincias de Entre Ríos y Corrientes han sido tan injustamente tratadas
que estarían mucho mejor como parte de una federación con Uruguay y Paraguay.
En su conclusión, MacCann afirma que el mayor de los males cometidos por Rosas había sido
intervenir en la educación, insistiendo en que los maestros llevaran sus terribles lemas y
permitiendo que policías analfabetos intervinieran en las escuelas si pensaban que se estaban
enseñando ideas subversivas. Su política provocó el cierre de los colegios ingleses y, en
consecuencia, los niños tuvieron que ser enviados al extranjero para su educación. Esto
también desalentó a los tan necesarios inmigrantes, que de otro modo habrían aportado
nuevas tecnologías e inversiones. El derrocamiento de Rosas en 1852 fue un paso hacia la
liberalización acogido con beneplácito, así como también lo fue la reapertura del río Paraná
para el comercio con otras provincias y con Paraguay.
A pesar de sus varios comentarios altamente favorables sobre su recorrido, MacCann, al igual
que otros comentaristas, no mantiene siempre la misma visión. Haciendo caso omiso de
muchos de sus propios puntos de vista anteriores y de los benévolos comentarios de los dos
clérigos, concluye:
«Mientras nuestras propias colonias en Australia y Nueva Zelanda ofrecen campos tan ricos para
un empleo rentable del capital, hay menos incentivo que nunca para que los comerciantes
arriesguen su capital y energía entre una raza de personas cuyas riquezas naturales se
desperdician por la acción combinada de la ignorancia, el gobierno inestable y la guerra
interminable».
Sin embargo, ninguna de estas nuevas instituciones sociales hubiese podido sobrevivir y
prosperar sin estabilidad política, lo que pone de manifiesto la existencia de cierta capacidad
para llegar a acuerdos y también de la voluntad para permitir que se produjera el cambio
social y político. Además, sin determinado nivel de confianza, las relaciones comerciales nunca
hubiesen podido prosperar, especialmente una vez que se expandió el comercio internacional.
Y la rigurosidad en cuanto a los tiempos era esencial en la gestión de fábricas y negocios.
Todos estos cambios sociales y culturales que habían ocurrido en Gran Bretaña y el noroeste de
Europa, y que habían evolucionado a lo largo de años y generaciones, fueron algunas de las
innovaciones sociales y culturales más importantes que los inmigrantes británicos
introdujeron en América Latina. Fernández-Gómez31 detalla una serie de estas innovaciones.
Pero los inmigrantes británicos también establecieron un tejido que resulta fundamental en
una sociedad moderna, a través de escuelas, organizaciones benéficas, clubes, sociedades,
bibliotecas y, por supuesto, instituciones financieras como bancos, casas de comercio y
compañías de seguros.
Aunque sería absurdo afirmar que estas contribuciones sociales y compromisos fueron
realizados desinteresadamente, lo importante aquí no es qué los motivó, sino el resultado de
sus acciones. La creación de tales instituciones y sus instalaciones fue una contribución
esencial para el establecimiento de la estructura social y económica de un país del mundo
moderno.
En Retrospectiva
Es bastante decepcionante que las grandes esperanzas y los sueños de los patriotas liberales
que iniciaron el movimiento de independencia condujeran a resultados tan desastrosos.
Pasaron casi 50 años y dos generaciones antes de que los beneficios sociales y económicos del
movimiento de independencia comenzaran a mostrarse, y empezaran a emerger líderes
capaces, educados, inteligentes y socialmente motivados. No tiene mucho sentido intentar
culpar a nadie por esta situación, ya que los factores históricos, que era imposible corregir de
la noche a la mañana, explican la mayor parte de la confusión y anarquía que prevaleció
durante gran parte de este período. El legado de una sociedad feudal española, con su
concentración de la riqueza, sus medidas militares para el éxito en lugar de una ética de
trabajo, y su carácter masculino e individualista no iba a modificarse fácilmente. La obediencia
ciega de una sociedad dominada por el clero y la falta de espacios educativos que podrían
haber permitido el surgimiento de nuevas ideas y el desarrollo de nuevos códigos de conducta
fueron las causas principales de los problemas que durante tanto tiempo afectaron a este
nuevo país.
12. Parish, W. Buenos Ayres, and the Provinces of the Rio de la Plata. Londres: John Murray, 1839. ↩
13. Ferns, H. S. Argentina. Londres: Ernest Benn Ltd, 1969. ↩
14. MacCann, W. Two Thousand Miles’ Ride through the Argentine Provinces. Londres: Smith, Elder and Co., 1853.
↩
15. Sarmiento, D. F. Life in the Argentine Republic in the Days of the Tyrants: or, Civilization and Barbarism.
Nueva York: Collier Books, 1961. ↩
16. Kirkpatrick, F. A. A History of the Argentine Republic. Cambridge: Cambridge University Press, 1931 ↩
17. MacCann, W. op. cit. ↩
18. Sarmiento, D. F. op. cit. ↩
19. Ferns, H. S. op. cit. ↩ 20. King, J. A. Twenty-four Years in the Argentine Republic. Nueva York: D. Appleton &
Co., 1846↩ 21. Bruce, G. Memorias no publicadas 1909. ↩
22. Parish, W. op. cit. ↩
23. Ministerio de Ganadería y Agricultura – Buenos Aires 1997 ↩
24. Head, F. B. Rough Notes Taken during Some Rapid Journeys across the Pampas and among the Andes. Londres:
John Murray, 1824. ↩
25. 14 Humphreys, R. A. ‘British merchants and South American independence’, Proceedings. Londres: British
Academy, 1965. ↩
26. Robertson, J. P. y W. P. Letters on Paraguay (tres vol.). Londres: John Murray, 1839.↩
27. Robertson, J. P. y W. P. Letters on South America (tres vol.). Londres: John Murray, 1843.↩
28. Fernández-Gómez, E. M. Argentina: Gesta Británica (cinco vol.). Buenos Aires: L.O.L.A., 1993, 1998, 2004↩
29. Robertson, J. P. y W. P. Letters on South America (tres vol.). Londres: John Murray, 1843.↩
30. MacCann, W. op. cit. ↩
31. Fernández-Gómez, E. M. op. cit. ↩
CAPÍTULO III
«El Dorado» de la agricultura
«Los caballos salvajes no tienen dueño, mas vagan en enormes tropillas por estas planicies,
corren de un lugar a otro de cara al viento; y en una expedición tierra adentro que hice en 1744,
en la que permanecí por tres semanas en estas vastas planicies, los había en número tan
desmedido que durante dos semanas me rodearon continuamente. Algunas veces pasaban en
gruesas tropillas, a toda velocidad, durante dos o tres horas».32
Esto es parte del impresionante relato sobre la vida en las pampas que hacía el padre Thomas
Falkner, el fraile jesuita al cual nos referimos en el capítulo II. Los colonizadores españoles
habían liberado algunos caballos y vacas a mediados del siglo XVI y, en las benignas
condiciones de las pampas, esta introducción tuvo como resultado que el número de estos
animales aumentara a millones.
Estas enormes llanuras rasas, prácticamente desprovistas de árboles, se encuentran entre las
regiones más fértiles del mundo, habiendo sido cubiertas por materiales de la erosión de los
Andes durante millones de años. Los ricos suelos tienen varios metros de profundidad y,
ayudados por un clima relativamente templado, aunque variable, proporcionan alimentos
para el ganado durante todo el año. En consecuencia, los animales maduran rápidamente,
mucho más que en la mayor parte del mundo, donde los inviernos fríos retardan el
crecimiento hasta en un año y resulta preciso proporcionarles alimentación y refugio costosos
durante el invierno.
Para los colonos españoles que habitaban esta región, los beneficios fueron decididamente más
dudosos. La movilidad que les proporcionó el caballo a los indígenas, y también la fuente
inagotable de carne y cueros, hicieron de ellos oponentes feroces, eficaces y peligrosos.
La región pampeana es una de las mejores zonas agrícolas del mundo. Sin embargo,
experimenta tormentas, sequías, plagas de langosta y feroces temporales; además, en
ocasiones, el clima puede tornarse muy frío allí. Como cuentan muchos colonos, los vientos
pueden arrastrar a las ovejas, el granizo puede matar el ganado y la sequía, a veces, provoca
que los animales mueran de hambre. No obstante, a pesar de estas deficiencias, al no existir
condiciones climáticas extremas y debido a la riqueza de nutrientes de los fértiles suelos,
proporciona una de las mejores zonas del mundo para la reproducción del ganado.
Sin embargo, las grandes ventajas agrícolas de la Argentina no se limitan a esa región. A lo
largo de las estribaciones de los Andes, el riego posibilita una amplia gama de cultivos: finas
uvas y todo tipo de productos hortícolas. Más al norte, en las zonas más altas de Tucumán, se
cultiva azúcar con mucho éxito, mientras que en las zonas subtropicales del norte y noreste,
prospera tanto el algodón como un sustituto del té de producción local, la yerba mate. Los
bosques secos son una fuente de plantas que contienen taninos y de madera de gran dureza,
adecuada para los durmientes del ferrocarril. Hacia el este, a lo largo de los ríos Paraná y
Uruguay, los cultivos de cereales se dan excepcionalmente bien.
Argentina posee uno de los mejores y más variados entornos naturales del mundo para el
desarrollo agrícola y ganadero.
Independencia – 1810
Este rico entorno natural no fue desarrollado, sin embargo, hasta que la independencia
permitió a los productores aprovechar el rápido crecimiento en la demanda de los
consumidores de los mercados de Europa occidental y del norte. Hasta entonces, las únicas
exportaciones eran cueros de caballo y vacas, y mulas para que trabajen en las minas de los
Andes. A partir de la independencia, la apertura de los mercados —especialmente de los
mercados británicos, y por los comerciantes británicos— condujo a un aumento de las
exportaciones de cueros. Ya hemos comentado cómo los jóvenes y emprendedores hermanos
Robertson, corriendo un considerable riesgo personal, lograron hacer una fortuna con el
acopio y la exportación de cueros provenientes de lo que había sido la anárquica provincia de
Corrientes. Muchos otros comerciantes británicos jugaron un papel clave en el fomento de la
exportación de cueros.
El primer saladero (en español en el original) fue creado por dos empresarios británicos,
Robert Staples y John McNeil, justo después de que se estableció la Primera Junta, en 1810. La
fábrica tenía el pleno apoyo de la Junta, y para el año 1812 empleaba a 70 hombres, entre ellos
cuatro que habían llegado especialmente de Gran Bretaña para trabajar allí. Giberti señala que
esta fábrica inauguró «una nueva época en la vida nacional, ya que todos eran trabajadores
pagos y no esclavos».33
El éxito de esta empresa llegó a ser bien conocido y entonces surgieron empresarios locales. El
más exitoso, que pronto llegó a dominar el mercado, fue Juan Manuel de Rosas, que abrió su
negocio en 1815. Posteriormente iba a convertirse en gobernador y dictador del país. A finales
de la década había unas 14 de estas industrias en funcionamiento, de las cuales al menos otra
más pertenecía a un inversor británico, Thomas Gibson, un empresario escocés que se había
establecido recientemente. Él y sus sucesores harían una gran contribución al desarrollo de la
industria ganadera.
El éxito de esta nueva industria de procesamiento de carne creó un problema que persiste
hasta nuestros días. Al destinarse carne para la exportación, el precio de la misma aumentó
para los consumidores de Buenos Aires, que se quejaron al Gobierno. Con el fin de mantener
bajos los precios para el consumo, el Gobierno buscó limitar las exportaciones, pero esta acción
acarreaba una pérdida de los ingresos correspondientes a los impuestos a la exportación. Esta
situación originó un problema fiscal. El conflicto entre las demandas de un poderoso lobby de
consumidores con la exigencia de comida a bajo costo en la ciudad capital y los productores
rurales, cuyas exportaciones financiaban el estado, ha sido la causa subyacente de un conflicto
político desde los primeros días de la independencia.
Aparte del desarrollo del comercio de carne vacuna salada, la industria ganadera bovina
experimentó muy pocas modificaciones en varias décadas. Aunque las nuevas razas británicas
que revolucionaron la producción del ganado vacuno fueron introducidas en la década de 1820
y 1830, no fue sino hasta el último cuarto del siglo —cuando aparecieron nuevas industrias de
procesamiento y más nuevas razas— que la industria ganadera se consolidó. Mientras tanto,
fue la humilde oveja la que proporcionó la revolución en la producción ganadera.
El Vellocino De Oro
No es por nada que la piel de esta criaturita se ha calificado a lo largo de la historia como «de
oro». ¿Qué otra materia prima para vestirnos puede extraerse de un animal vivo como si se
tratara de una cosecha, cada año, y brindar una fuente de abrigo tan importante por un costo
tan bajo? Además una oveja también sirve de provisión de víveres ambulante.
En los siglos XV y XVI, las ovejas de la raza española Merino eran celosamente custodiadas por
su valor. Sin embargo, la producción de lana se extendió a los Países Bajos y posteriormente a
Inglaterra y sentó las bases económicas de dos grandes imperios marítimos.
España hizo todo lo posible para evitar la propagación de la raza Merino a otros países y, en
particular, a sus colonias de América del Sur. En consecuencia, en la época de la
independencia, las ovejas autóctonas de América del Sur eran pequeños animales escuálidos
despreciados por los campesinos. Estas ovejas producían apenas 2 libras (1 kg) de lana por año
y su carne era considerada muy inferior a la carne vacuna. La ganadería ovina se veía como
una manera poco varonil de ganarse la vida.
Sin embargo, la importancia de la mejora de las razas locales no pasó desapercibida para el
presidente Bernardino Rivadavia y su clara visión a futuro. Así que fue él el responsable de la
importación de 100 ovejas de raza Merino de España y 30 de raza Southdowns de Inglaterra.
También adquirió, de manera ilegal, cabras Angora provenientes de Turquía.
Desafortunadamente las cabras, que habían prosperado en el interior del país, fueron
devoradas por uno de los caudillos que saqueaban la zona. Las ovejas recibieron más cuidado
y atención y fueron adquiridas por unos agricultores emprendedores: Harrat, Sheridan y
Capdevilla. Sin embargo, la mayoría de los animales se perdieron en un incendio. No obstante,
un envío adicional de 150 ovinos de raza Merino se importó desde Alemania en 1826, junto con
su pastor alemán, y fue comprado por los estancieros británicos Harrat, Sheridan y Whitfield.
Estos criadores comenzaron una política de cruce con los ejemplares de la raza local de mejor
calidad, estrategia que, con el tiempo, derivó en una industria de gran éxito. La producción
ovina se extendió rápidamente, especialmente entre campesinos y trabajadores rurales
ingleses, escoceses e irlandeses. Las ovejas requieren bastante más trabajo y atención que el
ganado vacuno, por lo que la población local, en particular los gauchos, miraban a la cría de
ovejas y a sus ganaderos con gran desdén. Las ovejas requerían protección de los depredadores
(perros salvajes y pumas), un proceso que resultaba agotador. Además, los carneros
importados necesitaban resguardo. La mano de obra local no tenía ninguna experiencia en la
cría de ovejas, y los gauchos, por cierto, no iban a degradarse atendiendo a esos animales
minúsculos e inofensivos. Por lo tanto, se generó una gran demanda de pastores
experimentados.
La ganadería ovina tenía una gran ventaja, y era que los aborígenes no toleraban robar ovejas,
ya que se mueven lentamente. Por lo tanto, no las molestaban en sus frecuentes incursiones
por los campos fronterizos. Por otro lado, las ovejas necesitaban mayor manejo que el ganado y
para esto hacía falta estabilidad social, algo de lo que a menudo se carecía como consecuencia
de las frecuentes guerras civiles.
La ganadería ovina era el único camino para que una mano de obra rural empobrecida subiera
posiciones en la escala económica. Muchos terratenientes proporcionaron la tierra y, con
frecuencia, el capital para que los pastores se convirtieran en responsables de un rebaño de
manera compartida. A veces, podía ser en una proporción de 50:50 y a veces de 30: 70 a favor
del pastor. Mientras que las ovejas pueden producir un cordero por año, y en la actualidad más
de dos, en esos días una tasa de reproducción o supervivencia del 40 % era la expectativa más
razonable. Teniendo en cuenta la mortalidad, un incremento anual del 30 % en los rebaños de
ovejas parece una expectativa razonable. En diez años un pastor podía prever, o al menos
soñar, que su rebaño de 1.000 ovejas hembras aumentara a 10.000 ovejas más.
Sin embargo, las tormentas, las enfermedades, los disturbios sociales y la caída de los precios
podían hacer añicos los sueños de estos pastores solitarios y esperanzados. Al final, la
expansión de la población ovina de 1830 a 1870, y en particular desde la década de 1850 en
adelante, fue espectacular y la demanda de mejores razas ovinas, especialmente por su lana,
dio lugar a mejoras en la producción de lana por oveja.
Como resultado de la introducción de nuevas razas y del gran interés que demostraban los
inmigrantes escoceses e irlandeses, hubo una intensa actividad en la década de 1830 y para
1840 la lana se había convertido en la segunda exportación más importante del país.
Surgieron contratiempos con la aparición de la sarna, una enfermedad que afecta gravemente
al ganado ovino y que fue superada finalmente mediante la inmersión de las ovejas, una vez al
año, en un bañadero con desinfectante. Luego estaban los depredadores —perros salvajes y
pumas— que mataron gran cantidad de ovejas antes de ser eliminados. A pesar de estos
formidables obstáculos, se produjo un aumento extraordinario en la población ovina, que pasó
de tan solo 2,5 millones en 1830 a 5 millones en 1840, 41 millones en 1870 y 69 millones en
1883. La cantidad de lana por oveja se incrementó durante este período en un 60 % y el precio
de la oveja casi se quintuplicó.35
Este enorme aumento fue el resultado de que, inicialmente, empresarios y pastores ingleses,
irlandeses y escoceses captaron la producción ovina. Según Mulhall,36 para 1883 los ganaderos
irlandeses y escoceses poseían entre 22 y 24 millones de ovejas y alrededor de 11 millones de
acres (4 millones de hectáreas) de tierra. Según las afirmaciones de Mulhall, la riqueza de estos
podía estimarse en 33 millones de libras.
El desarrollo en el valor de los productos ovinos tuvo lugar entre 1854 y 1870, cuando
aumentaron en doce veces y llegaron a representar el 60 % de las exportaciones. Mientras
tanto, las exportaciones de ganado vacuno apenas se modificaron.
Los numerosos inmigrantes irlandeses ganaderos de ovinos jugaron un papel esencial en esta
bonanza y, al ser católicos, rápidamente se integraron con la población hispana. Mucha de la
nueva aristocracia rural surgió con nombres irlandeses.
Fueron introducidas nuevas razas ovinas, que desafiaron a la Merino que se venía criando
hasta el momento debido a que proporcionaban lana de mejor calidad, tenían un crecimiento
más rápido o eran más adecuadas para las diferentes condiciones del país. Todas estas nuevas
razas —Lincoln, Corriedale, Southdown y Romney Marsh— provenían de Gran Bretaña. La
suya es una historia fascinante en lo que concierne a la innovación en la producción ovina,
pero no es estrictamente relevante para este relato. Lo que es relevante para nuestros registros
es que para el año 1925, 167.109 ovejas de pedigrí se habían importado a Argentina, de las
cuales un 90,45 % eran de origen británico.37
Para 1883, Argentina había acumulado la mayor población de ovejas del mundo, gracias a los
esfuerzos de los pastores, mayormente irlandeses y escoceses, y de los colonos ingleses, y
mediante la introducción de razas británicas y aportes de inversiones británicas.
La Conexión Chascomús
A alrededor de 68 millas (110 km) al sur de Buenos Aires se encuentra la pequeña y agradable
ciudad rural de Chascomús. Con su laguna, sus plátanos de sombra y su arquitectura española
de una sola planta, ha escapado a la fiebre de edificios de hormigón que tanto ha dañado la
personalidad de la mayoría de los pueblos rurales.
Por el año 1839, esta era una zona de producción ganadera, más allá del alcance de los indios
depredadores. En esa época, algunos terratenientes se alzaron contra la dictadura de Rosas,
quien, imprudentemente, se había aventurado en una guerra contra Francia. Esta tuvo un
efecto devastador en los ingresos de los ganaderos de la zona. Los franceses habían bloqueado
el Río de la Plata y arruinaron a muchos productores de ganado vacuno que hasta entonces
habían sido partidarios de Rosas. La revuelta de los terratenientes fue brutalmente sofocada y
las tierras fueron confiscadas y puestas en venta.
Aunque ya existían algunos estancieros británicos en la zona, entre los cuales los Gibson eran
los más conocidos y contaban con la estancia más grande, estos se habían mantenido
prudentemente alejados de la política y no perdieron sus tierras (aunque sí perdieron muchas
cabezas de ganado y caballos, que fueron requisados por el ejército victorioso). La posterior
disponibilidad de tierra a bajo precio atrajo a muchos nuevos colonos británicos a la zona de
Chascomús, un gran porcentaje de los cuales eran escoceses.
Para 1857 había tantos escoceses en el área, y a sus empresas de cría de ovejas les iba tan bien,
que establecieron y construyeron una encantadora iglesia de estilo clásico que existe en la
actualidad. Al principio se trató de una simple construcción de adobe, construida dentro de los
límites de una estancia perteneciente a la familia Dodds, en una parcela que Thomas Bruce les
había arrendado. Después de su quiebra como un constructor naval (a la que nos referimos en
el capítulo II), Thomas había estado trabajando como carpintero en la estancia ovina pionera
perteneciente a los Sheridan y había decidido probar suerte él mismo como criador de ovejas.
Reconocidos hombres de campo escoceses —con apellidos como Grant, Bell, Dodds, Manson y
Gaul— formaron la primera comisión, cuyo propósito era construir la iglesia y que estaba
presidida por Thomas Bruce. La primera iglesia, conocida con el nombre de Rancho Kirk, es
descrita como «una cabaña con bajo techo de paja, con suaves paredes blancas de yeso, piso de
ladrillo y tres ventanas de cada lado. El mobiliario interior era obra del Sr. Thomas Bruce,
quien, en su juventud, había sido ebanista».38
Unos años más tarde se construyó en las afueras de la ciudad una iglesia más bella, de ladrillo,
que aún sigue en pie. Se financió a través de aportes equivalentes al valor de diez ovejas por
cada mil que poseían quienes contribuyeron.
La reaparición de Thomas Bruce, nos permite tener una visión de lo que era la vida de estos
pioneros, ya que George Bruce nos cuenta en sus memorias39 cómo sus padres y un hermano,
Robert, se establecieron en Chascomús. La familia construyó su propia casa, y su estirpe de
artesanos, sin duda, les permitió hacerla con mayor facilidad que lo que muchos de los colonos
ingleses mejor educados habrían podido:
«Arrendamos un pedazo de tierra y tuvimos que construir una casa y corrales, ya que no había
nada más que campo desierto. Mi hermano y yo levantamos toda la construcción. Terminó siendo
una de las casas más bonitas y más cómodas de esa parte del país, pues aunque estaba
construida de barro y recubierta con una mezcla de tierra y estiércol de caballo, estaba tan bien
cubierta que una vez encaladas las paredes parecían construidas de ladrillo».
Desgraciadamente, y debido a la mala suerte, el mal clima y los malos precios, Thomas Bruce
no logró pasar de trabajador rural a terrateniente, algo que sí lograron muchos de sus
compatriotas.
Sin embargo, la experiencia de vida y los esfuerzos de Thomas han sido rescatados del olvido,
ya que la lechería que inició fue la primera en introducir la pasteurización en el país.
Fernández Gómez, con su dramatismo exagerado, dice:
«… la casa todavía existe (Valle de Santa Ana), junto con la antigua lechería y planta generadora,
gracias a la terquedad de un escocés (Thomas Bruce), que ayudó a crear un país que fue capaz de
contribuir a resolver el hambre en el mundo y a poner fin a una lacra del siglo XIX, la
tuberculosis».
Dos compatriotas que tuvieron éxito fueron Jane Robson y su marido. Ella era tía bisabuela del
autor de este relato. Jane había zarpado con sus padres en el SS Symmetry en 1825. Comenzó
siendo una niña escocesa analfabeta perteneciente a la clase trabajadora, y en sus memorias
comparte con el lector la determinación que la guió durante toda su durísima vida. A la edad
de 11 años, pasó una vez nueve horas en su caballo arreando el ganado disperso de su padre.
Decidida a convertirse en una mejor persona, Jane comenzó a trabajar a la edad de 14 años
como sirvienta de una familia inglesa, a condición de que se le enseñara a leer y escribir. Llegó
a casarse y establecerse en Chascomús, en donde, según un mapa de propiedad de la tierra
publicado por Fernández-Gómez, su familia fue dueña de una de las estancias más pequeñas.
(Véase el capítulo VII para leer más de su fascinante autobiografía.)
Una fotografía de ella y sus tres hermanas nos brinda un testimonio visual de una familia
escocesa valiente, decidida y finalmente exitosa.
Estos recuerdos personales son solo retazos de la vida vivida por dos familias que
desempeñaron un papel muy pequeño en el desarrollo de Chascomús y la Argentina. Hubo
muchos otros agricultores y trabajadores escoceses, ingleses e irlandeses que hicieron
importantes contribuciones tecnológicas para el desarrollo del país. Tal vez los más
importantes fueron Thomas Fair y, más tarde, Robert Blake Newton, que poseían grandes
estancias y fueron responsables de la introducción de nuevas razas ovinas y vacunas y
también de la implementación de nuevas prácticas agrícolas. La estancia de Fair en Espartillar
era una de las grandes explotaciones pioneras de ovinos de raza, y contaba con unas 60.000
ovejas de raza Lincoln y Merino. Fue en la estancia de Newton en Chascomús, donde se
introdujeron los primeros alambrados y fue Newton quien jugó un papel clave en la creación
de la Sociedad Rural Argentina, que cumplió una importante función en el desarrollo de la
agricultura del país.
Como ya hemos señalado, se habían realizado esfuerzos en la década de 1820 para introducir
colonos británicos, pero estos planes fracasaron y durante varias décadas no se hicieron más
intentos. Sin embargo, en 1856 un empresario local fue precursor de un nuevo proyecto de
colonización en la provincia de Santa Fe. En sus comienzos, el plan atrajo a campesinos de
Suiza y Alemania; más tarde, también de Francia y el norte de Italia. Se les facilitaron
pequeñas propiedades de alrededor de 150 acres (60 hectáreas), equipo agrícola y ganado, y
debían pagar un arrendamiento anual por las tierras, que eventualmente podrían comprar. Si
bien varias de estas colonias fracasaron, sobre todo las que organizó el estado, la mayor parte
de ellas tuvo éxito y para 188340 había 66.000 colonos en estos proyectos en la provincia de
Santa Fe. Había cantidades inferiores en la provincia de Entre Ríos, al este de Santa Fe, pero en
la provincia de Buenos Aires prácticamente no había colonos.
La nueva tecnología que iba a revolucionar la producción de ganado, y que fue introducida por
los agricultores, fue la siembra de alfalfa. Este riquísimo cultivo forrajero se adaptaba
perfectamente a los suelos de la pampa y, una vez plantado, volvía a crecer cada año, durante
más de diez años. Además, requería que los ganaderos limpiaran la tierra de malas hierbas y,
en particular, de los cuantiosos cardos, que eran una molestia para las tierras bajo cultivo. La
alfalfa era un alimento magnífico para acelerar el crecimiento del ganado. En la región
pampeana, los novillos bien manejados llegan al peso de faena a precios muy bajos en un plazo
de 18 meses, en comparación con los hasta tres años que les lleva en otras áreas donde
prevalecen sistemas de gestión extensivos similares.
Sin embargo, en la década de 1870, con las incursiones de los indígenas restringiendo la
agricultura —e incluso las comunicaciones— al norte de una línea que corre hacia el oeste,
desde Buenos Aires hasta Mendoza, no se tenía ni la capacidad ni la motivación para expandir
la frontera agrícola hacia el sur.
No resulta sencillo apreciar que hasta 1880 la Argentina ocupaba menos de la mitad de su
territorio actual. Los aborígenes eran dueños del resto. En la década de 1830, se había
realizado una incursión exitosa en los territorios aborígenes del sur de la provincia de Buenos
Aires y se los había conquistado. Allí, posteriormente, se habían asentado los europeos. Desde
entonces, el Gobierno no había hecho mucho más que extender una línea de fuertes no muy
efectivos, cuyo personal consistía en conscriptos mal pagos, poco más que esclavos, que
estaban apenas mejor armados que los indígenas.
En un año tan reciente como 1876 había habido un audaz ataque de los indígenas, quienes
penetraron 186 millas (300 km) al interior de Buenos Aires y capturaron 300.000 cabezas de
ganado y 500 blancos.41 Pero la continua lucha civil interna en el país no solo imposibilitaba
que se enviaran recursos para la defensa de las fronteras, sino que también, con frecuencia,
significaba que los aborígenes eran llevados como aliados para apoyar un lado o el otro.
Aunque carecían de armas, los indígenas eran superiores en términos de movilidad y lograban
sus propósitos si conseguían sorprender a sus adversarios. Los lentos fusiles de carga trasera
utilizados por las fuerzas de defensa solamente eran eficaces en una situación estática cuando
un fuerte era atacado, pero no eran tan ventajosos en la velocidad de una batalla con hombres
montados.
Fue recién cuando la guerra contra Paraguay llegó a su fin, en 1870, y se comenzó a utilizar el
rifle Remington que el Gobierno consiguió organizar una campaña para resolver el
«problema» de los indígenas de una vez por todas. En 1878 el ejército avanzó contra los
pueblos originarios y con bastante facilidad los eliminó o los trasladó a otros asentamientos,
abriendo así la totalidad de la pampa, desde el Océano Atlántico hasta los Andes, a propietarios
europeos. Unos 21 millones de acres (8,5 millones de hectáreas) pasaron a manos de 381
propietarios, un promedio de 55.000 acres (22.300 hectáreas) por persona.42
Sin negar que esto fue una gran injusticia para los pueblos originarios —no importa cuán
despiadados, crueles e incivilizados se haya considerado que eran, y ellos tenían entonces, y
tienen hoy cada vez más, sus defensores entre las clases liberales— la eliminación mundial de
las sociedades nómadas por las sociedades agrícolas se ha producido a lo largo de toda la
historia. Sin esta lucha histórica o «darwiniana», el mundo habría seguido habitado por una
empobrecida comunidad de subsistencia. Se han llevado a cabo muchos intentos bien
intencionados para convertir las comunidades nómadas a una forma de vida agrícola y más
productiva, pero, por desgracia, casi todos han fracasado. Y en los casos en que se ha logrado
esta conversión, ha llevado generaciones en lugar de años.
Hubo cinco factores e innovaciones que hicieron que los animales escuálidos y semisalvajes,
que habían prosperado tan bien en las tierras indígenas, llegaran a convertirse en unos de los
mejores animales productores de carne del mundo. El primero fue la eliminación de los
aborígenes y la creación de grandes estancias ganaderas, propiedad de una poderosa clase
criolla. El segundo fue la invención de la refrigeración y de barcos para el transporte de carne
a los centros de consumo europeos. El tercero fue la inversión en nuevos frigoríficos. El cuarto
fue la introducción de nuevas razas de vacunos, que produjeron animales de mucha mejor
calidad. El quinto fue la siembra de alfalfa, que incrementó ampliamente la capacidad de las
estancias para sustentar cantidades de ganado mucho mayores y producir suministros para el
engorde de ganado criado en otro lugar.
Exceptuando el primer factor, la habilidad y el capital británico, y los británicos en sí, jugaron
un papel clave en esta transformación. Es cierto que el primer barco frigorífico fue en realidad
un invento francés, que hizo su primer viaje en 1878, al igual que un segundo barco que siguió
poco después, pero estos primeros envíos no tuvieron gran éxito, porque la carne no llegó en
condiciones muy satisfactorias. Luego los transportistas británicos introdujeron mejoras en el
sistema, capturaron la mayor parte del mercado y se convirtieron en los principales portadores
de este nuevo producto.
Desde alrededor de 1880 hasta 1900, hubo, de hecho, un avance provisorio: el envío de
animales vivos a Gran Bretaña. Esta circunstancia tuvo el efecto significativo de desarrollar
razas de ganado de mayor calidad, ya que se descubrió que los novillos Shorthorn resistían
mejor los viajes por mar.
Antes de que se pudieran producir exportaciones, tuvo que desarrollarse una nueva industria
de procesamiento de carne. En 1882 el River Plate Fresh Meat Company fue el primer gran
frigorífico de carne en establecerse, con £200.000 de capital británico. Otras dos grandes
empresas la secundaron: la Compañía Sansinena de Carnes Congeladas y el frigorífico Las
Palmas. Esta inversión resultó ser en extremo rentable y otras empresas comenzaron a invertir
en el negocio del procesamiento de carne vacuna. La industria recibió un gran incentivo para
su expansión cuando la exportación de animales vivos, que había aumentado rápidamente, fue
prohibida por Gran Bretaña en 1900 debido a la preocupación que generaba la infección de la
fiebre aftosa.
Mientras tanto, las razas mejoradas importadas de Gran Bretaña —Hereford, Aberdeen Angus
y Shorthorn, todas las cuales aportaban al peso, la calidad y la productividad de los animales—
cada vez tenían mayor demanda. En 1886 se estableció un libro genealógico de líneas
británicas, y los registros indican que para el año 1925, el 88,83 % de los 227.000 animales
asentados en el libro de la Sociedad Rural eran de origen británico.43
La Sociedad Rural Argentina, otra organización en la cual los colonos británicos jugaron un
papel fundador, estableció una muestra anual que pronto adquirió fama internacional y sirvió
como vidriera para ganado premiado, que en seguida se vendía a precios astronómicos. Para
todos los argentinos, el bife es, acertadamente, uno de sus productos de mejor calidad y una
vez que uno lo prueba, no es posible olvidarlo. Lo que a menudo no se tiene en cuenta es su
origen británico y, por cierto, hasta la palabra «bife» (beef) viene de Gran Bretaña.
La importación de razas de calidad se remonta a mucho tiempo atrás. Fue en el año 1825
cuando John Miller, un escocés dueño de una estancia muy famosa actualmente, cuyo nada
sorprendente nombre es La Caledonia, importó el primer toro de reproducción de raza
Shorthorn. Esto ocurrió mucho antes de su tiempo económico; la calidad y el peso de los
animales productores de carne aún no aseguraban un precio superior. Sin embargo, la
progenie del toro se extendió gradualmente y la raza se convirtió en una favorita para finales
del siglo. La importancia de este toro, llamado Tarquino, fue reconocida 100 años más tarde,
cuando la Sociedad Rural Argentina le erigió un monumento. Su presidente afirmó en un
discurso muy cortés:
«No solo le rindo homenaje a este evento, sino también a todos aquellos británicos que, desde
nuestra independencia, nos ayudaron con su entusiasmo y colaboración, no solo como marineros,
exploradores y como soldados refugiados, sino también a los aristócratas que han establecido
fuertes raíces en las familias argentinas. La contribución británica a nuestro progreso ha sido
muy importante y quiero decir, sin reservas, que nuestro país, a través de sus leyes liberales y de
la fertilidad de sus suelos les brindó una bienvenida y una hospitalidad incondicionales».
Mientras que las exportaciones de carne vacuna congelada se iniciaron en la década de 1880,
no fue hasta la década de 1900 que aumentaron a cantidades importantes y sobrepasaron a las
exportaciones de carne de ovino congelada. Las exportaciones de carne vacuna congelada
alcanzaron su pico de 400.000 toneladas entre 1915 y 1919, pero luego comenzaron a decaer, a
medida que mejoraron las instalaciones para la comercializar carne vacuna refrigerada.
La industria ovina alcanzó sus cifras máximas en la década de 1880, pero luego decayó, ya que
la producción de cereales y carne vacuna se volvió más rentable. Sin embargo, el rendimiento
lanero aumentó, por lo que el valor total de la industria ovina se mantuvo.
La contribución británica fue la clave para este desarrollo fenomenal del sector de ovinos y
bovinos, y no fue poco importante en otros sectores de la ganadería, como la producción
lechera, la producción porcina y el desarrollo equino. Fueron los escoceses de Monte Grande
los primeros en introducir una industria lechera comercial en el país, en el año 1825. Su legado
fueron los productos lácteos de larga data que posteriormente se comercializaron con la marca
La Martona, que muchos recordarán de su juventud. Desde entonces, vascos trabajadores han
tomado la posta de la industria láctea y la han seguido desarrollando.
Inmigración
La etapa final para la construcción de esta nueva economía y de una nueva sociedad era
conseguir suficiente gente. Despojadas de aborígenes, enormes extensiones esperaban ser
explotadas, y los propietarios de ganado y los especuladores se habían apropiado de la mayor
parte de estas tierras. Mientras las poderosas clases ganaderas inicialmente no habían visto
ninguna gran ventaja en la idea de atraer colonos, que competirían con ellos por la tierra, los
inmigrantes se convirtieron en una bonanza debido a que las vastas nuevas extensiones solo
podían explotarse si se limpiaban de las malas hierbas y los pastos de baja calidad y se
plantaban cereales y alfalfa. Antes de 1880, la inmigración había sido moderada, solo unos
pocos miles de almas por año, pero después comenzó a acelerarse hasta alcanzar un pico de un
total neto de 208.000 inmigrantes en el año 1910.44
Lo que es particularmente interesante es que la inmigración bruta de ese año fue casi el doble
de la cifra neta. En el período de tres años de máxima inmigración, de 1910 a 1912, la cantidad
total anual de inmigrantes fue de 335.000, pero la cifra neta fue de solamente 174.000. La
reducción se debió a la vuelta de unas 161.000 personas, principalmente a Italia, ya que solo
habían emigrado para trabajar durante la corta temporada de la cosecha.
Es altamente probable que muchos se habrían quedado si hubiera habido tierra para que
cultivaran, pero los beneficios percibidos por una mejor explotación de la tierra fueron tan
importantes que los propietarios no estuvieron dispuestos a vender ninguna porción de sus
tierras.
Durante el período que va desde 1857 hasta 1924 hubo 2,6 millones de inmigrantes italianos,45
1.8 millones de españoles, 226.000 franceses, 100.000 alemanes y solamente 64.000 británicos.
En estos números solo se encuentran registrados los pasajeros de segunda y tercera clase, por
lo que las cifras de inmigrantes británicos probablemente hayan sido mayores, ya que hubo
una buena cantidad de inmigrantes ingleses que llegaron con fondos para invertir y deben
haber viajado en primera clase.
Gran parte, si no la mayoría, del progreso viene de los forasteros con energía e ideas, que
transforman las sociedades a las que emigran. Las zonas templadas de América del Sur y del
Norte eran imanes para los campesinos desesperados y necesitados provenientes de Europa y
significaban una gran atracción para los empresarios. El esmero de estos trabajadores,
combinado con tecnología y capital mayormente británicos, convirtió a la Argentina en El
Dorado agrícola del Hemisferio Sur.
En 1920, la Argentina, con una población de 8 millones de habitantes, tuvo exportaciones por
un valor de mil millones de dólares, el mismo valor que el de las exportaciones del resto de
América del Sur, cuya población ascendía a 56 millones. El valor de las importaciones que
ingresaban a la Argentina era de 846 millones de dólares, casi idéntico al valor de las
importaciones del resto de América del Sur. Dicho de otra manera, la riqueza promedio de la
población argentina era siete veces mayor que la del resto de América del Sur.47
«Las capitales europeas durante mucho tiempo han considerado a los argentinos los
derrochadores del mundo. Si a un estadounidense en París se le pueden hacer pagar nueve
francos por un durazno, un argentino si le piden nueve, pagará diez. ¿De dónde sacan el dinero
para gastar?».
Colin Clark, un economista internacional muy reconocido en su tiempo, estimaba que en 1940
la Argentina era el séptimo país más rico del mundo.
¿En qué medida contribuyó Gran Bretaña a esta revolución agrícola? Sería justo concluir que
el desarrollo del ganado ovino y vacuno fue técnica y administrativamente un logro británico
casi en su totalidad, al igual que la inversión en el procesamiento y el transporte de estos
animales.
Sin embargo, el desarrollo de los cereales, si bien dependió de manera crucial de la inversión
británica para el transporte, fue el producto de los propietarios de tierras locales y de los
agricultores y trabajadores inmigrantes. La nueva tecnología necesaria para lograr este gran
aumento requirió maquinaria agrícola e inversiones en alambrados y riego, y estas fueron, en
gran parte, de origen británico.
También existía una inmensa infraestructura institucional británica, que era un eslabón
esencial en la cadena de exportación. Había agencias de importación, empresas de
exportación, bancos, compañías de seguros y negocios, todos componentes fundamentales de
una economía exportadora.
Finalmente, pero no porque esto tenga menos importancia, está el papel desempeñado por los
colonos británicos en la creación de instituciones rurales, tales como la Sociedad Rural
Argentina y el famoso Jockey Club, y en el establecimiento de muestras rurales anuales, de las
cuales la Exposición Rural de Palermo se convirtió en un gran evento internacional. Se crearon
estándares para los productos agropecuarios, desde la cría y la producción hasta la
transformación y la comercialización. Un instituto de investigaciones agropecuarias estatal, en
la colonia escocesa de Monte Grande, fue el primero de su tipo en todo el continente.
32. Falkner, T. A Description of Patagonia, and the Adjoining Parts of South America ↩
33. Giberti, H. C. E. Historia Económica de la Ganadería Argentina. Buenos Aires: Editorial Solar/Hachette, 1961. ↩
34. Giberti, H. C. ibid. ↩
35. Mulhall, M. G. y E. T. Handbook of the River Plate. Buenos Aires: Standard Printing Office, 1869.↩
36. Mulhall, M. G. y E. T. ibid.↩
37. Richelet, J. E. La Ganadería Argentina y su Comercio de Carnes. Buenos Aires: Lajouane, 1928.↩ 38. Merchant,
R. M. An Historical Record of the Scots Presbyterian Church, Chascomús. Buenos Aires: St Andrew’s Scots
Presbyterian Church, 1957.↩
39. Bruce, G. Memorias no publicadas. ↩
40. Mulhall, M. G. y E. T., op. cit.↩
41. Rock, D. Argentina 1516–1987. Berkeley: University of California Press, 1987.↩
42. Rock, D., ibid.Argentina↩
43. Richelet, J. E., op. cit.↩
44. Tornquist, E. & Co. Ltd. The Economic Development of Argentina during the Last Fifty Years. Buenos Aires,
1919.↩
45. Jefferson, M. Peopling the Argentine Pampa. Nueva York: American Geographical Society, 1926↩
46. Jefferson, M., ibid.↩
47. Jefferson, M., ibid.↩
48. Jefferson, M., ibid.↩
CAPÍTULO IV
Los cimientos económicos de la Argentina moderna
Los Ferrocarriles
Nadie que hubiera asistido a la inauguración de la primera línea ferroviaria comercial entre
Liverpool y Manchester el 15 de septiembre de 1830 podría haber pronosticado que esta
innovación transformaría el mundo (y menos aún Robert y George Stephenson, cuya compañía
había diseñado y construido la famosa locomotora de vapor Rocket). Especialmente porque
George Huskisson, el parlamentario por Liverpool, que había hecho tanto para promover la
empresa desde el Parlamento, se convirtió en la primera víctima mortal de un accidente
ferroviario ese mismo día, cuando fue embestido por la Rocket y más tarde murió. Rara vez
una ocasión tan trascendental debe haber tenido un comienzo tan poco auspicioso.
Cada cambio tiene perdedores y ganadores y esta revolución técnica y económica, a la vez que
benefició a los agricultores de los nuevos países, firmó la sentencia de muerte para las
comunidades nómades que vagaban por las praderas fértiles de la región pampeana argentina
y el interior australiano. En Gran Bretaña, los agricultores estaban en bancarrota y muchos
trabajadores rurales perdieron sus puestos de trabajo.
Entre los perdedores y los ganadores se encontraban mis antepasados. Mi bisabuelo, George
Bridger, que tenía una enorme finca de 1.500 acres (607 hectáreas) colindante con Winchester
(el dominio absoluto pertenecía a la Catedral), tuvo que renunciar a ella en 1862 y tres de sus
hijos emigraron a Uruguay. Dos de ellos sobrevivieron y fueron precursores de nuevas granjas
y sistemas de cultivo para alimentar a los trabajadores urbanos de Gran Bretaña.
Todo esto fue posible porque el ferrocarril y el barco de vapor permitieron que zonas distantes,
sumamente fértiles y templadas, se convirtieran en la canasta de víveres de Europa. El mundo
moderno se inició con la primera conexión ferroviaria entre Liverpool y Manchester.
Argentina
Fue en 1852, 22 años después de la inauguración del ferrocarril que unía Liverpool y
Manchester y con la expulsión del gobernante tiránico y negado a todo lo que viniera del
exterior, el general Rosas, que los nuevos gobernantes más liberales de la Confederación
Argentina reconocieron la necesidad de abrir su economía al resto del mundo.
Sin embargo, como el país no había pagado el empréstito Baring por 1 millón de libras de 1822,
los inversores británicos no estaban con ánimo para prestarle dinero a la Argentina y no
tenían muchas intenciones de hacerlo. El empréstito, que se había previsto para el desarrollo
de infraestructura, se había desviado a necesidades más urgentes —la financiación de la
guerra con Brasil— y la Argentina había incumplido con los pagos.
Los potenciales inversores británicos le dejaron en claro a este nuevo régimen argentino que
era prudente que devolvieran ese empréstito si esperaban que la Confederación alguna vez
volviera a disponer de inversión extranjera. En 1856, el gobierno de Buenos Aires —la
provincia más rica— que se había separado de la Confederación, hizo de tripas corazón y
honró este compromiso de larga data.
Esto marcó un importante límite financiero entre la vieja y la nueva Argentina. Pero todavía
había importantes obstáculos políticos que debían superarse antes de que la inversión
extranjera a gran escala tuviera lugar. Hacía falta que se estableciera un gobierno estable que
asumiera la responsabilidad de los empréstitos públicos. En 1861, con la creación de un
gobierno unificado, que se conoció como la República Argentina, se cumplió otro requisito. Sin
embargo, al entrar este país en una guerra con Paraguay, que se extendió de 1865 a 1870, un
obstáculo más se colocó en el camino de la inversión extranjera.
La Era De La Transformación
Era obvio para quienes gobernaban que los traqueteantes carros de bueyes que tardaban
semanas, si no meses, en transportar productos desde los distantes centros de Mendoza,
Córdoba y Tucumán a Buenos Aires podían y debían ser sustituidos por conexiones
ferroviarias más eficientes tan pronto como fuera posible.
Sin embargo, esto no era tan obvio para los inversores extranjeros y, en realidad, para ser
justos, la Argentina de mediados del siglo XIX era una pequeña zona remota que solo ocupaba
bastante menos de la mitad del área que abarca ahora. Las fronteras de las peligrosas tierras
aborígenes se encontraban apenas a 60 millas (100 km) al sur de Buenos Aires y se extendían
hacia el oeste hasta los Andes. La ruta principal, o la huella, hasta Córdoba en el interior y
hasta las ricas minas de plata de los Andes era tan precaria que podía ser invadida por los
indígenas. La mayoría de las otras áreas secas del norte seguían siendo territorio aborigen. En
esta época, el área más prometedora para el desarrollo era el noreste entre los dos ríos
principales de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, donde los aborígenes eran menos
problemáticos y los suelos, magníficamente fértiles. Era muy conveniente, por razones
económicas, sociales y políticas, mejorar los vínculos entre esta fecunda zona y la segunda
ciudad del país, Córdoba.
No es sorprendente, por lo tanto, que en 1852 se concibieran los primeros planes para llevar el
ferrocarril a fin de cubrir esta fértil área agrícola desde Rosario, un puerto accesible al norte
de Buenos Aires, hasta la ciudad de Córdoba. Desafortunadamente, el país estuvo dividido en
dos hasta 1861 y fue Buenos Aires, que contaba con fondos, y no la Confederación provincial,
que incluía a Rosario, quien construyó la primera línea ferroviaria en 1857.
Casi al mismo tiempo, el Gobierno otorgó una concesión a la compañía del Gran Ferrocarril del
Sud, la cual iba a extender la línea hacia el sur, hasta la ciudad de Chascomús, a 70 millas (112
km) al sur dentro de la provincia de Buenos Aires. La concesión que se le dio no implicaba
ninguna tierra para colonias, pero la garantía del 7 % se basaba en costos de construcción de
£10.000 por milla (£6.200 por km), bastante más que la otorgada a Wheelwright para el
Ferrocarril Central Argentino. Esto molestó a Wheelwright sobremanera y desató una
importante polémica en los círculos del gobierno sobre este trato diferencial, lo que detuvo el
desarrollo por algún tiempo. Los patrocinadores británicos del Gran Ferrocarril del Sud
afirmaron que Wheelwright quería controlar todo el sistema ferroviario y que, de todos
modos, ellos no recibían concesiones de tierras que no fueran esenciales para el tendido de la
vía. Finalmente resolvieron el problema mediante el pago de £22.000 en sobornos a
funcionarios locales, lo que les permitió empezar a trabajar en 1863.49 Para 1866 habían
llegado a Chascomús, para el deleite de los muchos criadores de ovejas escoceses de la zona. El
Gran Ferrocarril del Sud fue extendiendo gradualmente su red gigantesca sobre todas las
tierras del sur y se convirtió en la empresa ferroviaria británica más grande y exitosa de todas.
Problemas Iniciales
Durante las dos décadas transcurridas hasta 1880 solamente se tendieron 1.860 millas (3.000
km) de vías férreas, a pesar del interés del Gobierno, formado por agricultores y comerciantes,
ya que estos se daban cuenta de los increíbles beneficios que podría generar una red
ferroviaria. Un convoy de carros de bueyes necesitaba entre 40 y 50 días para cubrir la
distancia desde Buenos Aires hasta Mendoza, 30 días para ir de Rosario a Tucumán y hasta tres
meses para el trayecto de Buenos Aires a Salta.50 En 1884, la tarifa para el transporte de
mercancías desde la ciudad andina de Mendoza hasta el puerto fluvial de Rosario era de 90
pesos por tonelada, en comparación con el costo que tenía en tren: 18 pesos.51
En 1870, el presidente Sarmiento, uno de los escasos visionarios con los que contaba el
gobierno, estaba ansioso por promover los ferrocarriles y la inmigración rural. Por lo tanto, le
dio prioridad a las concesiones que ampliaban la red al oeste, hacia Chile, al norte, hacia
Bolivia y al noreste, hacia Paraguay. Por desgracia la guerra contra Paraguay había sido una
distracción económica costosa y agotadora, y los aborígenes todavía ocupaban gran parte de
las fructíferas tierras de la región pampeana central. Las concesiones no siempre se otorgaban
en las rutas preferidas por los inversores privados, porque implicaban objetivos estratégicos y
políticos que no se correspondían con operaciones rentables.
Además los inversores extranjeros, casi en su totalidad británicos, tenían oportunidades más
atractivas y que suponían menos riesgo en otros países, mientras que los inversores locales
argentinos eran pocos y preferían especular con la adquisición de tierras en lugar de apostar a
la riesgosa inversión en ferrocarriles.52 El principal incentivo ofrecido por el Gobierno, un
retorno del 7 %, parecía generoso, pero era similar al que se les ofrecía a los inversores
británicos en los países continentales de Europa.
Sin embargo, los empresarios británicos locales intervinieron de manera muy activa en la
búsqueda de inversiones para los ferrocarriles. En todas estas empresas, las familias
angloargentinas se involucraron de lleno. Compraron acciones, participaron en la gestión y
adquirieron tierras asociadas con la explotación. Familias prominentes como Gowland,
Armstrong, Hope, Lafone, Miller, Seward y Temperley figuran entre quienes fueron parte del
desarrollo ferroviario.
Uno de los motores fundamentales de la compañía del Gran Ferrocarril del Sud fue John Fair,
un prominente angloargentino, cónsul del país en Londres, quien se desempeñó en su junta
directiva. Otros destacados angloargentinos cumplieron funciones en la junta del Ferrocarril
Central Argentino y consiguieron garantizar que se utilizaran y se mantuvieran los
conocimientos y los contactos locales.
Sin embargo, los primeros años no resultaron tan exitosos como los inversores habían
esperado. Los costos de capital, aunque bajos a causa del terreno plano en comparación con
otras partes del mundo, con frecuencia fueron subestimados, y los costes del transporte de
mercancías a menudo fueron groseramente sobreestimados. La Argentina todavía no estaba
produciendo el grano suficiente para justificar los costes de transporte, que dependían del
combustible importado a altos precios y de la costosa mano de obra extranjera. Fue recién
cuando los aborígenes fueron eliminados de la sumamente fecunda región pampeana, a finales
de los años 1870, que los ferrocarriles ayudaron a explotar el potencial de estos suelos tan
productivos.
Las autoridades provinciales fueron importantes iniciadoras en esta etapa pionera. Dependían,
por supuesto, de la experiencia británica y del equipo británico, pero estos a menudo no
servían a las zonas más productivas y algunos utilizaban líneas de vía angosta que, a largo
plazo, pasaban a ser una desventaja. Conseguir fondos para nuevas inversiones y asegurar la
continuidad de las mismas resultaba problemático.
Como ya hemos mencionado, para 1880 se habían tendido solamente 1.860 millas (3.000 km) de
vías, y los británicos propietarios de los ferrocarriles eran objeto de críticas por su falta de
espíritu emprendedor, ya que recibían subsidios gubernamentales. Los funcionarios de las
compañías ferroviarias fueron acusados de lerdos e ineficientes.
«...hemos pagado hasta este momento todo, y lo hemos pagado sin investigaciones prolijas y
hasta casi sin examen, porque bueno o malo, este es uno de los rasgos de nuestro carácter
nacional».53
Claramente, Crawford estaba habituado a las dificultades y, por lo tanto, parece haberse
tomado todo con calma. Después de un viaje bastante cómodo de un mes de duración desde
Liverpool, al llegar al Río de la Plata se encuentra con la noticia de que no pueden desembarcar
en Buenos Aires a causa de un brote de fiebre amarilla. Viéndose obligado a desembarcar en
Montevideo, lo hace en medio de una pequeña guerra civil, con la ciudad en estado de sitio y
«esperando todos los días ser atacado por un ejército rebelde». Sin embargo, se toma la
situación con filosofía y comenta con esperanza que:
«...aunque las guerras civiles en América del Sur no suelen ser sanguinarias ni el soldado raso lo
suficientemente buen tirador como para salir bien parado si se lo compara con los competidores
de Wimbledon, hasta las voleas disparadas al azar en una ciudad habitada podrían hacer daño, y
tampoco puede uno contemplar la posibilidad de que entren tropas enfurecidas e indisciplinadas
sin experimentar algún estremecimiento».
La epidemia de fiebre amarilla, que diezmó a la entonces insalubre Buenos Aires y mató a
entre 25.000 y 30.000 personas, llevó a la evacuación de cerca de dos tercios de sus 200.000
habitantes. La enfermedad fue disminuyendo gradualmente (a un ingeniero británico, John
Bateman, se le encargó planificar un sistema de abastecimiento de agua y drenaje) y al
profesor Crawford se le permitió pisar tierra en la «sombría ciudad» el 16 de junio 1871.
A pesar de esta primera reacción, Buenos Aires parece gustarle, porque la describe como «una
gran ciudad bien construida», diciendo que «la inferioridad de las calles ha dado lugar a
tranvías tirados por caballos, que cubren todo el lugar en una intrincada red que se extiende a
los suburbios», un interesante servicio del que pocos han sido conscientes y que se realizó con
financiamiento británico. Más conocido es un problema del cual de queja: los grandes barcos
de vapor tenían que anclar a unas 6 o 7 millas (unos 10 km) de distancia, y los pasajeros y la
carga tenían que ser trasladados a barcos más pequeños y luego a carretas de bueyes a fin de
desembarcar.
En tono despreocupado, el profesor Crawford nos informa que tiene una «reunión ceremonial
con el presidente, el gobernador y el ministro de Hacienda». El presidente era Sarmiento, uno
de los más distinguidos líderes del país, y nos hubiera gustado conocer un poco más acerca de
esta reunión, no importa lo superficial que pueda haber sido. Es evidente que el profesor tenía
asuntos que lo preocupaban más, y le sobraban los motivos. En su primera reunión con el
ministro responsable del relevamiento que debía realizar, se le pidió que leyera dos cartas en
relación con la ruta planeada para su grupo: una era del general que comandaba en la frontera
y la otra del gobernador de Mendoza, ciudad de destino del equipo de relevamiento.
La respuesta del general al mando, a quien se le había consultado si habría un gran peligro en
la ruta elegida, es bastante inequívoca: «Por desgracia, a lo largo de toda la ruta habrá peligro
(...) los indios les librarán una guerra sangrienta (...) no habrá más remedio que la fuerza». Al
preguntarle cuánta fuerza se requeriría para garantizar su seguridad, dice: «1.500 hombres
bien armados».
La carta del gobernador de Mendoza era aún más desalentadora. «Seguramente morirán», dice
en cuanto a la ruta propuesta. El profesor pareciera estar subestimando la situación al
comentar: «No fue una introducción para nada placentera del negocio que teníamos que
tratar». Pero su determinación de llevar a cabo el relevamiento no se debilitó en lo más
mínimo.
Un topógrafo más sensato habría decidido renunciar en este punto, pero no así este temerario
líder de grupo. No debía de haber tenido mucha experiencia en tratar con gobiernos porque
luego está muy desilusionado al descubrir que, en vez de los fusiles de carga trasera que había
solicitado para armar a su personal, lo habían provisto de armas de avancarga muy lentas y
completamente inadecuadas. Cuando reclamó, le dijeron que se trataba de armas excelentes
fabricadas por Enfield. «Si estos fusiles constituyen una muestra fiel de lo que produce
Enfield», escribe indignado, «cuanto antes nos deshagamos de esa pequeña fábrica, mejor,
porque nunca se han puesto en manos de un soldado armas más inútiles que estas».
Del gran número de rifles que le ofrecieron, solamente pudo aceptar 12, pero incluso estos
«manejándolos con gran habilidad dispararán la tercera vez que el percutor golpee la cápsula».
Afortunadamente, pudo conseguir algunos fusiles franceses de carga trasera y también algunos
Snyders alemanes, que, sumados a las armas que habían traído con ellos, permitieron que la
partida fuera «adecuadamente armada».
Justo cuando estaban por emprender el viaje, al examinar los carros de bueyes se encontraron
con que varios no les iban a servir, y también que muchos de los caballos no estaban
entrenados, por lo que tuvieron que rechazarlos. Al fin, cuando habían resuelto todos estos
problemas y estaban esperando para salir, sucedió que faltaban algunos conductores. Se le
informó al profesor que a varios los habían encarcelado para asegurar que no se escaparan, y
luego, justo cuando estaban por partir, una fuerte tormenta de lluvia los tomó desprevenidos y
recibieron una paliza de piedras de granizo tan grandes como huevos de paloma.
Viajar a través de las interminables llanuras rasas de la Pampa podría no haber parecido una
tarea particularmente ardua. No había que atravesar montañas, ríos ni bosques, y la zona
estaba bien abastecida, por no decir sobreabastecida, con animales salvajes y mansos de todos
los tipos imaginables para cazar y consumir. Y él se puso en marcha en primavera, cuando ya
deberían haber pasado las olas de frío y las fuertes lluvias, y la ruta, aunque prácticamente sin
árboles, parecía bastante atractiva y fácil de recorrer.
Pero, ¡ay!, ese no era el caso. Primero, estaba la amenaza de un ataque de los aborígenes. A
pesar de que debería haber estado razonablemente seguro con una fuerza de 65 hombres
armados viajando con él, las armas que tenían eran de mala calidad y muchos de los hombres
que lo acompañaban no deben haber tenido mucha experiencia en su uso. En segundo lugar, si
bien podrían haber representado una buena unidad defensiva de estar concentrados en un
área, durante su marcha se encontrarían dispersos a lo largo de una gran distancia y esto los
haría vulnerables ante un ataque aborigen veloz y repentino. A Crawford pueden haberlo
tranquilizado con los «fuertes» que salpicaban la frontera y a los cuales, le dijeron, podía
acudir por ayuda. Parece haber imaginado estos «fuertes» como pequeñas construcciones tipo
castillo, con almenas y una bandera, de la que valientes defensores de la paz podrían surgir a
castigar a los nativos rebeldes. Si así fue, la realidad fue un duro golpe para él.
Después de unos 11 días de marcha, en la que tuvo que lidiar con un motín por cuestiones
salariales, el «escape» (en español en el original) de dos conductores y un cocinero, sumado a
un cuadro de deshidratación grave, ya que no pudieron hallar nada de agua durante
aproximadamente 36 horas, se encontraron con su primer fuerte. Esto era muy conveniente, ya
que habían recibido informes inquietantes sobre una incursión de los indígenas.
«El fuerte era una cosa miserable que consistía en algunas chozas de barro con techo de paja
gruesa, ocupadas por cincuenta soldados, y la única fortificación visible era una zanja de diez a
doce pies de ancho* y seis o siete pies** de profundidad, que rodeaba el recinto».
El oficial al mando salió y les advirtió sobre posibles ataques de los aborígenes, pero solo fue
capaz de proporcionarles una escolta de dos hombres. Enviaron un mensajero a un fuerte más
grande para pedir una escolta de 100 hombres, pero regresó solamente con 50 hombres y tres
oficiales.
A pesar de ser primavera, la temperatura cayó muy por debajo de los 32 °F (0 °C) y pasaron una
noche helada en sus tiendas de campaña. Luego, otra vez sufrieron la escasez de agua, pero en
esta ocasión la sequía llegó a su fin con un torrencial aguacero, que los dejó a todos empapados
hasta los huesos. Impaciente por no poder hacerse con una escolta más grande, y a pesar de las
advertencias del oficial, Crawford decidió incursionar en territorio indígena. Pasaron bastante
miedo en los días siguientes, ya que veían a los aborígenes asomarse en el horizonte. Cuando
acampaban, formaban un círculo defensivo con los carros, del tipo que uno ve en las películas
estadounidenses del Salvaje Oeste.
Tal vez vale la pena mencionar que los soldados rasos habían sido reclutados en contra de su
voluntad para el ejército. El pago que recibían era errático y, a veces, no se les daba su paga
durante un año; sus armas eran de carga lenta; y sus caballos no eran rivales para los que
montaban los indígenas. Todo esto quiere decir que no se trataba de un cuerpo de hombres
tremendamente confiable y, mucho menos, eficiente. Muchos de ellos habían estado detenidos
o eran presos a los que se había puesto en libertad, y algunos de ellos eran aborígenes.
Los meses de noviembre y diciembre fueron testigos de una salvaje explosión de actividad
indígena a lo largo de la frontera, y los periódicos locales y nacionales estaban llenos de
historias de ataques de los aborígenes. Uno de los periódicos urgía «se le debe solicitar al señor
Crawford que regrese». Los periódicos informaron que 67 soldados habían sido masacrados en
un fuerte y que muchos otros fuertes habían sido atacados.
Si bien Crawford dista mucho de ser elogioso respecto a los desafortunados soldados rasos que
habían sido reclutados a la fuerza en el ejército, se sorprendió al encontrar que los oficiales y
sargentos eran, en general, muy competentes. En un fuerte de gran tamaño se encuentra con
un tal coronel Roca, con quien entabla una amistad, y se deshace en elogios sobre él. Este
coronel Roca iba convertirse luego en general y, más tarde, en presidente de la República.
A pesar del caos general y de los temores ante los posibles ataques de los indios,
milagrosamente el equipo de relevamiento no experimentó ninguno, aunque sus nervios
deben haber sido puestos a prueba.
Los que conocemos la región pampeana, no podemos sino sentir que su equipo tenía muy mala
suerte, porque el clima, a pesar de las tormentas erráticas ocasionales, es bastante benigno en
esa época del año. O tal vez él solo recuerda los malos ratos.
Puede ser injusto concentrarse solamente en las dificultades que enfrentó el equipo de
relevamiento, porque una gran parte de su libro trata de la enorme variedad de fauna que
encontraron a su paso. Sus descripciones detalladas, y a menudo líricas, de la vida silvestre
honrarían a cualquiera de los grandes naturalistas que recorrieron América del Sur, como
Darwin, Waterton o Bates. En esos días, la pampa estaba llena de pájaros, ciervos salvajes,
vizcachas (una especie de roedor grande similar a un conejo), ñandúes, zorros, armadillos y,
por supuesto, caballos y vacas salvajes. En los ocasionales lagos, encontraban variedad de
especies de aves silvestres en gran cantidad, y que significaban un cambio gastronómico para
los viajeros que habitualmente se veían obligados a consumir carne vacuna.
Las entusiastas descripciones de Crawford no conocen límites, así que uno lee con gran
sorpresa, y hasta con horror, que su interés subsecuente es dispararle a cualquier forma de
vida salvaje con la que se cruza. No solamente les dispara a los venados y las vizcachas, sino
que todas las aves que ve parecen ser víctimas de su rifle. Está muy orgulloso de recostarse
sobre la espalda, pateando al aire con las piernas, para atraer magníficos grandes cóndores, a
los que luego procede a dispararles. Mata a cuatro en total, pero no queda del todo claro con
qué propósito lo hace.
A pesar de los numerosos ataques de los aborígenes a las granjas fronterizas en busca de
ganado, el equipo de Crawford tuvo la suerte de llegar sin ningún daño, aunque él no podía
confiar en que las tropas que ocasionalmente se les asignaban para protegerlos no se unieran a
los indígenas. En una ocasión, Crawford se encuentra con que a la escolta que le habían
proporcionado no le habían sido entregadas municiones, pero hace caso omiso de este
sorprendente descubrimiento, diciendo filosóficamente «sus armas eran tan viejas que
probablemente no habrían disparado».
El 12 de febrero, casi tres meses y medio después de haber salido de Buenos Aires, una
columna de hombres muy cansados y aliviados finalmente arribó a Mendoza, una ciudad
grande, con amplias avenidas y frescos canales de riego al borde de las calles y que aún se
estaba recuperando de un devastador terremoto ocurrido diez años atrás, durante el cual miles
de personas habían perdido la vida. Si bien estos hombres todavía tenían que hacer algún
relevamiento para completar una ruta a los Andes, ya habían logrado cumplir su principal
cometido.
El Ferrocarril Transandino, una obra de ingeniería muy notable, demoró en concretarse unos
40 años más, y se completó en el año 1910. Su ruta de 147 millas (236 km) se elevaba a más de
10.000 pies (3.050 m), e hicieron falta innumerables túneles y largas zonas de rieles cubiertos
para proteger la vía de las nevadas. Esta hazaña fue en gran parte el resultado de la
determinación visionaria de dos hermanos británico chilenos, los Clark, que establecieron una
empresa británica, con capital y experiencia británicos, y finalmente consiguieron completar la
primera conexión ferroviaria en América del Sur que unía los océanos Pacífico y Atlántico.
Hice el viaje en tren de Santiago a Buenos Aires en 1961; una experiencia fascinante pero
problemática. Hubo demoras debido a que había ocurrido un descarrilamiento, y uno viajaba a
través de paisajes de interminables pastizales sin árboles, ocasionalmente rotos por grandes
manadas de enormes bovinos y pequeños grupos de árboles que rodeaban las casitas de adobe
de los peones que cuidaban el ganado. Los vastos espacios vacíos siempre nos resultan
fascinantes y magnéticos, tal vez porque nuestra vida cotidiana transcurre en paisajes
cambiantes. Darwin y Hudson registran la misteriosa atracción de estos enormes espacios
abiertos en sus viajes por la Pampa y la Patagonia.
Mi viaje estuvo colmado de retrasos y averías, una señal de que esta espléndida empresa de
ingeniería estaba llegando al final de su vida. De hecho, fue abandonada en 1984 y ahora ya no
existe. La mala gestión, pero sobre todo la competencia de los ómnibus, hicieron que este
tramo en tren resultara muy poco rentable. Treinta años más tarde, cuando hice el viaje
inverso en ómnibus en unas cuatro horas, todo lo que pude ver de este otrora famoso
ferrocarril fue, de vez en cuando, las vías del tren.
Los gobiernos de Chile y Argentina han acordado reconstruir el ferrocarril, aunque los fondos
para una empresa tan costosa serán considerables.
El principal problema económico al que se enfrentaban era transportar el trigo que producían,
ya que los separaba de Puerto Madryn una gran distancia, un desolador desierto sin agua.
Podía llevar hasta dos semanas llegar a la costa en las pesadas carretas de bueyes, y por cierto
que se necesitaban muchas para transportar el trigo. Los galeses de la colonia, que ahora eran
varios miles, se entusiasmaron mucho con la idea de contar con un ferrocarril. Tuvieron la
suerte de que uno de los colonos era Eric Williams, un experimentado topógrafo que llevó a
cabo un relevamiento para hacer una conexión en 1885. El líder del grupo de galeses, un
enérgico emprendedor de nombre Lewis Jones, fue a Buenos Aires para obtener el permiso
para una concesión que atravesara las tierras fiscales. La consiguió y luego navegó a Inglaterra
para reunir el capital, originalmente £100.000.55 No era del todo sorprendente que los
inversores no compitieran por invertir en una empresa tan distante, diseñada para responder
a las necesidades de transporte estacional de unos pocos cientos de agricultores galeses. Sin
embargo, gracias a una suerte extraordinaria, en un viaje en tren Lewis Jones tuvo como
compañero de viaje a un acaudalado hombre de negocios de Liverpool, que se prendó del
proyecto instantáneamente y accedió a financiarlo.
Como no había mano de obra local para la construcción del ferrocarril, todos los obreros
tuvieron que ser traídos de Gales. La empresa recientemente creada, Ferrocarril Central del
Chubut, logró reclutar a 375 entusiastas obreros galeses, atraídos por la oferta de tierra gratis
al final de un contrato de tres años. Sin embargo, su entusiasmo mermó pronto, cuando se
dieron cuenta de lo que significaba vivir en una tienda de campaña y trabajar en un desierto
desolador, frío e inhóspito. Y lo que es peor aún, la oferta de tierra gratis parece haber sido
prematura. La vida, en particular para los solteros, era difícil y aburrida, y solo contaban con el
alcohol para sentirse un poco mejor. Muchos de los obreros habían venido de Glamorgan y no
se adaptaron para nada, y «ensuciaban la vida social de la comunidad y los describían como
“escoria y chusma”».56 Uno de los comodoros navales británicos que visitó el sitio comentó que
«Cien ya se han vuelto a su casa —y al resto le gustaría hacerlo».57 Tales fueron los problemas
de construcción a los que se enfrentó el contratista que tuvo que hacer traer 40 obreros
italianos para completar el trabajo.
No es de extrañar entonces que los planes para extender la línea a los Andes y Chile nunca se
cumplieran, aunque Eric Williams relevó 300 leguas de tierra (1.800.000 acres / 728.000
hectáreas) en las estribaciones, que posteriormente fueron «cedidas» a la Argentine Southern
Land Company (Compañía Argentina de Tierras del Sud), una empresa británica de la que fue
director. Uno tiende a sospechar que le fue bastante bien con esta inversión.
El ferrocarril nunca fue rentable, pero sirvió un propósito social y económico de valor
incalculable. En el año 1947 fue nacionalizado y 16 años después dejó de funcionar.
La Era De Oro
No fue sino hasta finales de la década de 1880 que se realizaron las principales inversiones en
los ferrocarriles. Existieron una serie de razones para ello. Quizás la más importante fue que,
hasta el final de la década de 1870, la mayor parte de la fértil llanura pampeana era territorio
aborigen. Sin colonos ni cosechas de cereales que transportar, no había ninguna carga y, por lo
tanto, no había ingresos para los ferrocarriles. Sin embargo, para principios de la década de
1880 los indígenas ya habían sido sacados de la zona. Otros problemas incluyeron las garantías
financieras del gobierno, que podían significar un gran incentivo, pero que a menudo llevaban
a discusiones y demoras en cuanto a si las empresas las merecían, si habían invertido lo
suficiente y sobre a cuánto debían ascender los cargos del transporte ferroviario. Con
frecuencia, el Gobierno no cumplía con sus obligaciones debido a sus problemas financieros.
Para 1884 había nada más que unas 1.860 millas (3.000 km) de vías de trenes en
funcionamiento en el país. La línea principal era la que iba de Rosario (que no estuvo
conectada a Buenos Aires hasta 1886) a Córdoba. Se habían realizado extensiones del Gran
Ferrocarril del Sud desde Buenos Aires hacia el oeste y al sur a través de Chascomús y,
posteriormente, a Tandil.
Argentina poseía por ese entonces la sexta red ferroviaria más grande del mundo.
La mayor parte de estas nuevas líneas eran de propiedad y operación británicas. El pico se
alcanzó en 1901, cuando el 80 % de los ferrocarriles eran propiedad británica, aunque este
porcentaje disminuyó al 70 % en 1914. La inversión de las empresas británicas era enorme, y
en 1910 totalizaba £186 millones, casi el 70 % del total de las inversiones británicas emitidas
públicamente.
En las zonas más remotas y menos rentables, donde por razones sociales o estratégicas se
consideraba que era necesario un sistema ferroviario, se construyeron ferrocarriles con
capitales locales, principalmente estatales. Estos ferrocarriles se tenían como un medio de
establecer fronteras y permitían un rápido movimiento de tropas.
William Koebel, viajero y escritor, se explaya con entusiasmo sobre la comodidad de la que
disfrutan los pasajeros en «los coches dormitorio Pullman, con baños, servicio de restaurante y
un asistente que irá atenderlos solo con presionar un botón, proporcionando un servicio mejor
que en casa».59
A medida que la ciudad de Buenos Aires fue creciendo, también la red ferroviaria urbana se
expandió y esto condujo a la creación de suburbios con casas elegantes, cuyos propietarios se
desplazaban a diario para ir a trabajar. El barrio de Banfield fue nombrado en honor al primer
gerente británico del Gran Ferrocarril del Sud. El sistema ferroviario era extremadamente
eficiente y recuerdo que, cuando comencé a trabajar para una gran empresa británica en
Buenos Aires, en el año 1944, volvía a casa todos los días para almorzar durante el receso de
dos horas que me daban, ya que así de confiable era el sistema entonces. Salía del trabajo a las
12 en punto y corría como un rayo hasta el eficiente subterráneo a tiempo para tomarme el
tren de las 12:17 que me llevaba a mi estación suburbana, a 17 minutos de distancia. Tenía
unos 25 minutos para almorzar antes de regresar en el tren de las 13:15, que invariablemente
llegaba a tiempo y me permitía estar de vuelta en la oficina a las 14:00. No recuerdo haber
llegado tarde ni una sola vez.
El gran éxito de esta empresa ferroviaria británica hizo que se construyeran dos enormes
terminales en Buenos Aires. Una de ellas, la terminal del Ferrocarril Central Argentino, fue
diseñada por un arquitecto británico muy conocido, Eustace Conder. La inmensa estructura de
hierro fundido fue prefabricada en Gran Bretaña y enviada a la Argentina en 1915. En su
época, era la más grande del mundo. La otra, diseñada por Arnold Mitchell y también
prefabricada en Gran Bretaña, fue la terminal del Gran Ferrocarril del Sud en la Plaza
Constitución.
Para la época en que estalló la Primera Guerra Mundial, la inversión británica casi había
alcanzado su cénit y la guerra proporcionó gran impulso a los proveedores argentinos que
debían satisfacer las necesidades agrícolas de Gran Bretaña. Los años de la posguerra fueron
prósperos hasta octubre de 1929, cuando la economía mundial se derrumbó y la agitación
posterior generó las condiciones para la Segunda Guerra Mundial. Durante la Gran Depresión,
en la década de 1930, hubo poca inversión en el sistema ferroviario; para cuando terminó la
Segunda Guerra Mundial, los ferrocarriles necesitaban nuevas inversiones desesperadamente.
Fue entonces cuando un nuevo gobierno argentino nacionalista, con las enormes reservas
financieras que había acumulado en Gran Bretaña durante la guerra, nacionalizó este gran
activo privado. Y como dicen, «el resto es historia».
Sin esta gran tecnología e inversión británicas, la región pampeana nunca se hubiera
transformado en una de las principales zonas productoras de alimentos del mundo. El
historiador norteamericano Winthrop Wright brinda una evaluación equilibrada del impacto
de los ferrocarriles:
«A pesar de las acusaciones, tanto contemporáneas como posteriores, lanzadas contra los
ferrocarriles, debe admitirse que estos hicieron posible la rápida expansión de la producción de
trigo en la Argentina. Transportaban, con una eficacia notable, una carga muy estacional, con un
cargo que representaba el 10 % de los costos de los productores de trigo. Los ferrocarriles pueden
haber ocasionado algunos efectos secundarios desafortunados: el aislamiento del país, la
negligencia en la construcción de caminos rurales, un tributo anual en beneficios pagado a
Londres porque el capital nacional era insuficiente o no se tenía la intención de utilizarlo para
construir ferrocarriles, un objetivo obvio para las susceptibilidades de los nacionalistas
argentinos. Los ferrocarriles, no obstante, proporcionaron al país un sistema de transporte que
no se podría haber logrado de otra manera, y mostraron un sentido de progreso y capacidad de
adaptación que no exhibieron con frecuencia los productores de trigo o el gobierno argentino».60
Tráfico Marítimo
Los ferrocarriles, si bien transformaron los sistemas sociales y económicos internos de todos
los países en los que se los construyó, solo eran una solución parcial ante la transformación del
mundo. Fue necesario el barco de vapor para completar eficazmente el enlace entre
productores y consumidores.
Los barcos de vela, que durante siglos fueron el único medio de transporte entre América y
Europa, tardaban meses en llegar a sus destinos. Las mejoras en las técnicas de navegación a
principios del siglo XIX lograron reducir el tiempo de navegación entre Gran Bretaña y el Río
de la Plata a unos tres meses, en condiciones favorables.61
Gran Bretaña desarrolló en 1808 un «servicio postal rápido de paquetes» por velero desde
Falmouth a América. Este correo realizaba salidas mensuales regulares a Brasil y
posteriormente al Río de la Plata. Su objetivo era la entrega de correo rápido y el transporte de
carga valiosa y de pasajeros importantes. Los barcos estaban ligeramente blindados con el
propósito de defenderse de los muchos corsarios que asolaban la región. Estas embarcaciones
pequeñas y rápidas fueron utilizadas para el transporte de muchos patriotas hacia y desde
América del Sur y el Río de la Plata durante las guerras de independencia.
Sin embargo, la revolución de los transportes no estuvo completa hasta que se proporcionaron
los enlaces regulares de los vapores. Sin ellos, el rico potencial de las zonas centrales
argentinas no se hubiera podido aprovechar.
El primer barco de vapor que surcó el Río de la Plata fue el Druid (mencionado en el capítulo
II), gracias al emprendimiento de los hermanos Robertson, en la década de 1820. Pero se
trataba solamente de un pequeño vapor de ruedas.62 No fue hasta que se desarrollaron los
barcos de vapor accionados por tornillo sinfín, que podían cruzar los turbulentos océanos, que
pudo darse una verdadera revolución en el transporte. Recién en 1852 se estableció el primer
enlace regular mediante un vapor entre Gran Bretaña y América del Sur, aunque el barco
solamente llegaba hasta Brasil. Este servicio se extendió posteriormente a través de la empresa
de William Wheelwright, quien fundó la Pacific Steam Navigation Company en 1853. Su
recorrido pasaba por alto Buenos Aires —porque el acceso de los modernos buques de vapor se
veía obstaculizado por las aguas poco profundas del Río de la Plata— y llegaba hasta Chile. El
viaje a Buenos Aires, que a vela había sido de tres meses o más, se había reducido ahora a
alrededor de 32 días. Sin embargo, esto incluía un cambio de buques en Río de Janeiro, así que
cuando se estableció una línea directa, en la década de 1850, la travesía se redujo a 28 días. Y
gracias a la aparición de buques más potentes y modernos, se redujo a poco menos de tres
semanas sobre fin del siglo.
En la segunda mitad del siglo, los barcos de vapor accionados por tornillo sinfín cruzaban
regularmente el Atlántico, y las líneas Royal Mail Lines, en particular, se convirtieron en unas
de las principales conexiones entre Gran Bretaña y América del Sur. Estas contaban con
grandes transatlánticos de 10.000 toneladas que llegaban a Brasil y Uruguay. Ambos países
tenían puertos de aguas profundas, no así Buenos Aires. Los fletes internacionales cayeron
drásticamente alrededor de 1877, y 20 años más tarde habían caído a la mitad. Esto permitió
que las exportaciones de trigo prosperaran a pesar de la caída de precios en los mercados
mundiales. Cuando en la década de 1880 se introdujeron por primera vez los buques
frigoríficos (que originalmente fueron una innovación técnica francesa), la perspectiva de la
exportación de las reses hasta ahora desperdiciadas abrió un nuevo futuro fabuloso para los
productos cárnicos procedentes de la región del Río de la Plata.
El problema de Buenos Aires residía en el hecho de que el Río de la Plata es alimentado por dos
ríos enormes, el Uruguay y el Paraná. Estos dos cursos de agua arrastran el rico suelo de la
región central de América del Sur, desde las espectaculares Cataratas del Iguazú y a través del
aislado y soñoliento Paraguay, para crear el gran delta del Río de La Plata, colmado de
sedimentos amarronados, que impide que las naves puedan atracar en Buenos Aires. En los
primeros tiempos poscoloniales esto no era más que una molestia; sin embargo, al construirse
buques cada vez más grandes, que necesitaban más de 10 pies (3 m) de calado y que tenían que
echar el ancla más y más lejos, esta molestia se convirtió en una desventaja cada vez más
importante a medida que los buques de vapor se hacían indispensables para el comercio
mundial.
Esto permitió que prosperara el puerto de Rosario, 186 millas (300 km) río arriba de Buenos
Aires, ya que contaba con un canal de aguas profundas que el río había tallado sobre la orilla,
lo que permitía excelentes medios de carga y que, además, estaba más cerca de las zonas
productoras de trigo. Esto explica por qué la primera inversión importante en ferrocarriles se
planeó desde este puerto y a través de las tierras de cultivo de trigo hasta la ciudad interior de
Córdoba. Finalmente, en 1902, una empresa francesa construyó nuevas instalaciones
portuarias, pero no fue en el momento oportuno, porque coincidió con una crisis en los precios
del trigo en todo el mundo y los altos intereses de los préstamos para la inversión, junto con la
aparición del nuevo puerto de Buenos Aires, socavaron su desarrollo.
El vapor había reducido el tiempo de viaje de Gran Bretaña al Río de la Plata de tres meses a
solo tres semanas y, lo más importante, había permitido que se pasara de una capacidad de
carga de transporte de alrededor de 200 toneladas en la década de 1850 a diez o veinte veces
esa capacidad unas pocas décadas después. Pero los barcos procedentes de Europa tenían que
esperar en la rada exterior de Buenos Aires para descargar, y eso podía ser en cualquier lugar
de 6 a 12 millas (10 a 20 km) de distancia de la costa, dependiendo de la embarcación. Primero
había que hacer trasbordar a los pasajeros a balleneras y pasar la carga también a estas
embarcaciones. Luego, cuando estaban más cerca de la ciudad, volvían a pasarlos a enormes
carretas tiradas por bueyes, para llegar a un muelle construido sobre el barro. Esta era una
gravísima desventaja, ya que podía llevar 100 días descargar un barco en las radas de Buenos
Aires, en comparación con los 12 días que se tardaba en un puerto moderno en cualquier otra
parte del mundo.63
La Argentina era muy consciente de este problema, pero debido a la agitación política y a la
escasez de fondos no fue sino hasta 1861 que se consideraron los primeros planes para
construir una instalación portuaria moderna en Buenos Aires. La fuerza impulsora detrás de
estas propuestas fue Eduardo Madero, una persona decidida, miembro de una familia
terrateniente poderosa que estaba involucrada en el negocio de la importación y la
exportación. Madero viajó a Inglaterra y contrató a dos ingenieros británicos de Proudfoot and
Company para que planificaran una solución.
Esto despertó bastante oposición, como ocurre con toda innovación; así es cuando se sugieren
propuestas nuevas. Lo que se necesitaba era que se dragara un canal hasta el puerto y que se
construyeran diques para que contuvieran el agua y permitieran que buques de hasta 23 pies
(7 m) de calado pudieran surcarlo. La tierra extraída del dragado del río podría utilizarse para
crear un área, formada a partir de este relleno, que proporcionaría propiedades de alto valor
en el mercado inmobiliario.64
Otro proyecto, también promovido por Madero, fue posteriormente elaborado, en 1871, por
otra empresa de ingeniería británica. Madero parecía lograr lo imposible, ya que consiguió que
se ocupara del proyecto uno de los más famosos ingenieros civiles británicos, John Bateman,
quien había diseñado el sistema de suministro de agua de Manchester y era considerado el
mejor constructor de represas del mundo. Bateman realizó una breve visita a Buenos Aires y
trazó un proyecto de puerto. Este proyecto también se pospuso, principalmente debido a la
guerra con Paraguay y, posteriormente, porque se le dio mayor prioridad a la campaña contra
los aborígenes de la región pampeana.
No fue sino hasta 1881 que se le solicitó a Bateman que realizara planos detallados para la
construcción de un nuevo puerto. Dichos planos implicaban el dragado de dos canales, uno al
norte y otro al sur, que servían a cuatro dársenas independientes. Pero estos planos recibieron
objeciones de un ingeniero civil local, Luis Huergo. Este último proporcionó una solución
menos costosa, que involucraba un solo canal, ya que él afirmaba que no era necesario contar
con dos canales de acceso y que las cuatro dársenas encarecían el costo de la obra. Sin
embargo, el proyecto de Bateman posibilitaría costos operativos más bajos, porque las
dársenas podrían ser utilizadas por más buques y haría falta menos tiempo para llenar la
cuenca. Una larga y enconada batalla se desarrolló entre los dos grupos interesados, los aliados
de Huergo, que tenían intereses creados debido a haber realizado inversiones en la periferia
sur de la ciudad, y el grupo de Madero, que tenía intereses creados en el centro de la ciudad.
Si bien el proyecto de Huergo tenía la ventaja de significar menores costos de capital, los costos
operativos probablemente serían mayores, y fue el más influyente grupo de Madero el que
finalmente ganó la pulseada. Pero se habían producido otros tres años de retraso, y el proyecto
de muelle de Madero fue finalmente aprobado recién en 1884, más de 13 años después de que
se presentaran los primeros planos detallados. Sería financiado por un empréstito de Baring
Brothers. Tan importante era el proyecto que lo firmó no solo el presidente Roca, sino también
tres expresidentes que actuaron como testigos. Sin embargo, más retrasos, acusaciones de
corrupción y críticas al diseño técnico detuvieron el progreso de la obra y no fue hasta 1890
cuando, habiéndose superado por mucho el presupuesto inicial, se completó el proyecto de
muelle. Desafortunadamente, Madero falleció antes de ver concretado su sueño de 30 años en
1890.
Las interminables disputas que Buenos Aires y su provincia tenían con el resto del país
finalmente se terminaron debido a las nuevas disposiciones constitucionales de 1880. La
ciudad de Buenos Aires pasó a ser la capital federal de todo el país y se separó del gobierno de
la provincia del mismo nombre al establecerse en La Plata la capital provincial. Esto se hizo
para separar los intereses de las autoridades provinciales de las del país en su conjunto. La
nueva capital provincial parecía tener potencial económico, ya que contaba con instalaciones
portuarias razonables para buques oceánicos y una línea de ferrocarril a su servicio. Sin
embargo, estas características finalmente quedaron en desventaja ante las nuevas
instalaciones portuarias de la capital federal y los servicios del sistema ferroviario, que
favorecían a esta última.
Hacia finales del siglo XIX, una ciudad ampliada y un sistema de gobierno más estable
fomentaron que los inversores no británicos intentaran posicionarse en este mercado
potencialmente lucrativo. Comenzaron a aparecer capitales y tecnología alemanes, franceses y
norteamericanos, y el monopolio británico disminuyó. Liebig’s Extract of Meat Company
(Lemco) invirtió en forma de nuevos productos de procesamiento de carne y una empresa
francesa comenzó a invertir en obras para el suministro de electricidad, ya que en este aspecto
existía una enorme necesidad (el primer sistema de suministro de gas había sido de origen
británico, en 1857).
«El oro inglés y el ingenio inglés han instalado un cable a través del océano que me permite
felicitar a su Majestad y desearle un próspero reinado».66
Más tarde, en 1881, una empresa belga norteamericana inició el primer servicio telefónico
comercial en Argentina y fue comprada de inmediato por inversores británicos. La primera
empresa de tranvías tirados por caballos fue establecida por los Hermanos Drabble en la
década de 1870 y se extendió rápidamente desde el centro de Buenos Aires, lo que permitió
una rápida expansión de la población urbana. Más tarde se transformó en una empresa
angloargentina, la Compañía de Tranvías, que electrizó todo el sistema y fue de gran utilidad
para la ciudad, hasta que estos vehículos fueron superados por la competencia de un sistema
de ómnibus locales más eficiente, en los años 1930 y 1940.
Una de las inversiones más extraordinarias realizadas para mejorar el suministro de agua era
el depósito principal: situado en el centro de una de las más prometedoras zonas residenciales,
no debía desentonar en este próspero entorno residencial, así que se le solicitó a Bateman que
diseñara un edificio que cumpliera también con este propósito. Los componentes de este
depósito fueron construidos en Gran Bretaña bajo la supervisión de un ingeniero sueco de
formación británica. Un magnífico edificio de tres plantas, que ostentaba la más extraordinaria
fachada barroca a fin de disfrazar los poco atractivos tanques, fue enviado a Buenos Aires.
Estaba decorado con 170.000 piezas de terracota fabricadas por Royal Doulton y 130.000
ladrillos esmaltados, y exhibía los escudos de las 14 provincias que entonces componían la
república. No debe existir un reservorio decorado con más esplendor en ninguna otra parte del
mundo, pero, por desgracia, es poco conocido y poco visitado, a pesar de que alberga un
museo.
En Retrospectiva
49. Platt, D. C. M. Latin America and British Trade, 1806–1914. Londres: Adam & Charles Black, 1972.↩
50. Hirst, W. A. Argentina. Londres: T. Fisher Unwin, 1910.↩
51. Hirst, W. A. ibid.↩
52. Lewis, C. M. British Railways in Argentina 1857–1914. Londres: Athlone Press, 1983.↩
53. Scobie, J. R. Buenos Aires: Plaza to Suburb, 1929–1910. Nueva York: Oxford University Press, 1974.↩
54. Crawford, R. Across the Pampas and the Andes. Londres: Longmans, Green & Co., 1884.↩
55. Skinner, K. Railway in the Desert. Wolverhampton: Beechen Green Books, c. 1984.↩
56. Skinner, K. ibid.↩
57. Skinner, K. ibid.↩
58. Skinner, K. ibid.↩
59. Koebel, W. H. Modern Argentina. Londres: F. Griffiths, 1907.↩
60. Wright, W. R. British-owned Railways in Argentina. Austin: University of Texas Press, 1974.↩
61. Howat, J. N. T. South American Packets. York: Postal History Society in Association with William Sessions,
1984.↩
62. Fernández-Gómez, E. M. Argentina: Gesta Británica (cinco vol.). Buenos Aires: L.O.L.A., 1993, 1998, 2004↩
63. The Builder, 4 de septiembre de 1886. Londres: The Builder Offices.↩
64. Scobie, J. R., op. cit.↩
65. Lewis, C. M., op. cit..↩
66. The Buenos Aires Standard, 10 de agosto de 1874, citado en Raffo, Víctor. El Origen Británico del Deporte
Argentino. Buenos Aires: Edición del autor, 2004.↩
67. The Builder, op. cit.↩
CAPÍTULO V
La última frontera europea
«Cuando Thomas Bridges —cuyo hijo fue el primer europeo nacido en Tierra del Fuego en 1872—
izó la bandera argentina en el cielo de Ushuaia en 1884, una ciudad fundada por los ingleses se
volvió parte del territorio soberano argentino».68
Así fue como Argentina tomó formalmente el control de este remoto puesto austral. Viéndose
obligado a atender mayores preocupaciones y posibilidades, hasta entonces el Gobierno había
demostrado poco interés en el sur de la Patagonia. Chile sí tenía ambiciones expansionistas y
contaba con un asentamiento en Punta Arenas, que antes se llamaba «Sandy Point» (es decir,
«Punta Arenosa» en inglés), desde 1843, y había enviado misiones de reconocimiento al lado
Atlántico (lideradas por John Williams, un inglés que trabajaba para el Gobierno chileno). En
1884, el Gobierno argentino, despertando ante las predatorias actividades de su vecino y
ansioso por consolidar su dominio en estas tierras distantes, envió cuatro cañoneras a esas
aguas embravecidas e inhóspitas.
En lugar del pequeño asentamiento que había imaginado encontrar, el comandante Laserre,
quien lideraba esta pequeña flota, se sorprendió al descubrir que había unos 80 europeos,
mayormente ingleses, bien establecidos, y unos 300 aborígenes.69
En honor a la hazaña de la familia Bridges, quienes habían sido los primeros colonos, Laserre
decidió que Thomas Bridges debía ser el primero en izar la bandera argentina en la isla. Para
desalentar las actividades expansionistas chilenas, Ushuaia fue declarada subprefectura al
mando de «un oficial formado en Inglaterra acompañado de 20 militares, casi todos marineros
británicos».70
Los chilenos se dieron por aludidos y, con su atención vuelta a los ricos yacimientos de nitratos
de Perú, al norte, con los que querían quedarse, no cuestionaron esta pretensión, que
Argentina pudo legitimar gracias al asentamiento de colonos británicos.
El Desafío
Tierra del Fuego y la Patagonia austral fueron los últimos grandes espacios abiertos del mundo
en ser colonizados por los europeos. No fue debido a su lejanía, porque los inmigrantes estaban
preparados para lo que hoy en día suena como un insoportable viaje de seis meses para
escapar a Australia, e incluso para un viaje aún más largo hasta Nueva Zelanda. En gran parte
fue la revolución en el transporte marítimo la que hizo que estas áridas tierras, hasta entonces
improductivas, pudieran ser aprovechadas por cualquier persona valiente o lo suficientemente
desesperada como para instalarse en ellas.
Sobre la frontera norte, las aguas del Río Negro posibilitan la agricultura
bajo riego. Bien al sur, el extremo de la cordillera de los Andes se
encuentra mayormente bajo agua e infinidad de bahías, ensenadas e islas
fracturan el terreno y complican el desarrollo del área.
«... hacia el sur pudimos ver una escena de salvaje magnificencia, apropiada a Tierra del Fuego.
Había un grado de misteriosa grandeza en esas montañas, que se iban sucediendo una tras otra,
con profundos valles interpuestos entre ellas, todo cubierto por una sola masa de bosques
impenetrables y sombríos. La atmósfera también, en este clima donde un temporal sigue a otro,
con lluvias, granizo y aguanieve, parece más oscura que en ningún otro lado. Aquí en el Estrecho
de Magallanes, cuando se mira hacia el sur desde Puerto Hambre, las montañas parecieran, por
su aire tenebroso, llevar hasta más allá de los confines del mundo».71
Este paisaje es bastante diferente, sin embargo, del resto de la Patagonia, la cual, fuera de los
pocos distantes y ricos valles andinos, se trata de un gastado desierto sin árboles. La escasez de
madera sumada a los suelos arenosos se traduce en que no había materiales de construcción
naturales locales para que los colonos levantaran sus casas y, que tampoco contaban con leña
para alimentar un fuego y calentarse durante los largos y fríos inviernos.
Los vastos espacios sin fin ejercen una fascinación especial, particularmente para los que están
acostumbrados al infinitamente variado paisaje de la Europa occidental marítima. Sin
embargo, para quienes vivían en este desierto sin árboles, la monotonía y el aislamiento eran
una pesada carga que solo ciertos individuos y familias excepcionales pudieron tolerar. Para
soportar esta vida tenían que contar con algún incentivo espiritual o material mucho mayor
que el que pudiera haber en los entornos más amigables de Canadá, los EE. UU., Sudáfrica o
Australasia.
«Al evocar imágenes del pasado, con frecuencia las planicies patagónicas cruzan mi mente; no
obstante, todos declaran que estas planicies son desoladoras e inútiles. Pueden describirse solo
con rasgos negativos: sin moradas, sin agua, sin árboles, sin montañas, sustentando meramente
unas pocas plantas enanas. ¿Por qué, entonces, y esto no ocurre solo en mi caso particular, estos
áridos yermos se han prendido con tanta fuerza en mi memoria? ¿Por qué no la más uniforme,
más fértil y más verde Pampa, que presta un servicio a la humanidad, no me ha impactado de la
misma manera? Difícilmente pueda yo analizar estos sentimientos, pero debe ser en parte debido
a la libertad que le damos a la imaginación. Las planicies de la Patagonia son infinitas, apenas
pueden atravesarse, y, por lo tanto, desconocidas; llevan el sello de haber permanecido como
están ahora por eras y parece no haber límite para su permanencia en los tiempos futuros (...)
¿quién no miraría estas últimas fronteras del conocimiento del hombre con sensaciones
profundas e imprecisas?».
Primer Asentamiento
El descubrimiento de Magallanes, en el año 1520, del estrecho que recibió su nombre fue
seguido por otras expediciones que, por lo general, se encontraron con que cruzar este
estrecho era en extremo peligroso. No obstante, el aliciente de un acceso más fácil al oro y la
plata de las minas andinas fue suficiente para alentar a muchos a arriesgarse a atravesar este
estrecho traicionero y azotado por los vientos. Uno de los exploradores más aventureros y
exitosos fue Francis Drake, quien, en 1578, con tres pequeñas naves, se abrió paso a través del
estrecho y llegó al Pacífico, donde saqueó los enormes e indefensos depósitos que albergaban
los tesoros acumulados por los españoles. El tesoro que se aseguró, o mejor dicho, robó, fue el
más grande que alguna vez hayan capturado marineros británicos.
«El clima en esta parte del Estrecho es templado y mejor que en otras partes, como puede
entenderse debido a la gran población de pacíficos habitantes. Hay ganado manso y salvaje y
buena caza y los altos aborígenes dicen que hay algodón y canela; y aquí el cielo está despejado y
el sol brilla intensamente».73
Este favorable relato tuvo como consecuencia que en 1581 se enviara una impresionante flota
de 23 barcos con más de 3.500 hombres, con el propósito de combinar el fortalecimiento de las
colonias españolas del Pacífico con un nuevo asentamiento en el estrecho.
En cuanto a los colonos, bueno, nunca se dudó de su suerte. Todos perecieron tristemente de
frío, hambre, enfermedades o ataques de los aborígenes. Pocos años después, un barco que
pasaba levantó a un único colono sobreviviente, pero este mismo barco encontró un clima tan
horroroso en su travesía de regreso a Europa que solo seis miembros de la tripulación lograron
llegar a puerto. El colono sobreviviente no estaba entre ellos.74
Exploradores
Las graves pérdidas sufridas por los barcos que deseaban pasar al Pacífico tuvieron como
consecuencia que los españoles desistieran de utilizar el estrecho para acceder a sus ricas
colonias andinas y que prefirieran la ruta panameña. No obstante, la tentación del oro atrajo a
los corsarios británicos a través de los peligrosos mares y a estos los siguieron navegantes de
los nacientes Países Bajos, que buscaban nuevas rutas hacia las islas de las Especias (ahora las
islas Molucas, en Indonesia). Sin embargo, si fuera posible sopesar las masivas pérdidas de
barcos y hombres contra las ganancias, los resultados probablemente serían negativos; pero
bueno, las loterías siempre tienen más perdedores que ganadores.
Durante el siglo XVIII hubo desganados intentos por parte de Gran Bretaña para establecer una
base en la Patagonia. En 1670, una expedición al mando de Narborough tuvo como resultado
un mapa hermoso y a colores de toda la costa, pero nada más surgió de su asentamiento.
Los españoles también trataron de establecer colonias allí, sobre todo después de que el libro
de Thomas Falkner, publicado en Gran Bretaña en 1774, instara a los británicos a tomar el
control de esta zona, la más vulnerable del imperio español. No obstante, estos asentamientos
no tenían ninguna posibilidad de sobrevivir debido a que no eran económicamente
autosuficientes.
Diez años después, una expedición científica española, que llevó a cabo un relevamiento
exhaustivo de la zona, concluyó:
«… que era inútil tratar de colonizar la región al sur del río Negro, la cual no es apta para ser
habitada por europeos».76
Relevamientos
La incursión más minuciosa y provechosa en estas costas inhóspitas, retorcidas y erráticas fue
realizada por el Almirantazgo británico, que en 1829 envió barcos de investigación para
elaborar un mapa de toda la costa, desde Buenos Aires hasta el sur de Chile. El relevamiento
fue efectuado por el capitán Phillip Parker King en dos navíos, el HMS Adventure y el HMS
Beagle. Antes de realizar esta ardua tarea en los oscuros mares del extremo sur de América,
tan peligrosos y azotados por el viento, este capitán ya había realizado relevamientos y
exploraciones en Australia. Fue durante este período cuando se descubrió una ruta alternativa
al Pacífico, el Canal de Beagle.
Había cinco sociedades tribales diferentes escasamente distribuidas sobre estas vastas tierras
áridas.
Los tehuelches nómades, en el interior, eran el pueblo más grande. Vivían de guanacos y
ñandúes (los huevos de ñandú revueltos eran una buena comida: los cocinaban sobre un fuego
y los revolvían con un palito a través de un agujero en la parte superior de la cáscara), y
también de perdices, liebres y armadillos. La que en apariencias es una dieta limitada debe
haber sido en realidad muy adecuada, porque a menudo medían 6 pies (1,80 m) de altura y,
vestidos con sus pieles, deben de haberles parecido enormes a los europeos, mucho más
pequeños, cuando se encontraron por primera vez en el siglo XVI.
Los otros cuatro pueblos se hallaban en el extremo austral del continente, principalmente en
Tierra del Fuego. Los más importantes eran los onas, un robusto pueblo nómade similar al
tehuelche, cuya forma de vida ha sido registrada brillantemente en la obra maestra de Lucas
Bridges78 Uttermost Part of the Earth (en español: El último confín de la tierra). Lucas relata
que cuando se encontraba construyendo un camino para su nueva estancia, al norte de la isla,
con frecuencia se entretenía practicando luchas amistosas con los onas que trabajaban para él
y explica cómo finalmente logró enseñarles a algunos de ellos a trabajar de pastores en su
nueva estancia. Si bien su libro es un relato fascinante y excepcional sobre cómo su familia
explotaba la cría de ovinos en Tierra del Fuego —y, por cierto, se trata de un clásico— también
es un excelente relato antropológico sobre los onas.
De los otros tres pueblos, los yámanas (o yaganes) y kawésqar (también llamados alacalufes)
vivían una triste, fría y miserable existencia, siendo empujados al sur —escapando
principalmente del acoso de los onas—, a este entorno duro e inhóspito, en el cual apenas
sobrevivían alimentándose de mejillones, lobos marinos, nutrias y otros productos del mar. El
pequeño pueblo de los haush, una ramificación de los onas, conformaba el cuarto grupo. Los
yámanas y kawésqar estaban tan bien adaptados al frío que podían nadar desnudos en el mar
para pescar y, en los inviernos, sobrevivían albergándose en chozas cubiertas con pieles. Los
onas los dejaban bastante en paz, ya que estaban separados de ellos por una alta cadena
montañosa y, además, no tenían muchas cosas que valiera la pena robarles.
En la pequeña villa pesquera de St. Levan, al sur de Cornwall —no lejos del hermoso teatro de
Minnack, construido en el borde de los acantilados—, hay un monumento tristemente
conmovedor, dedicado a tres pescadores del lugar que murieron en la distante Patagonia
intentando inculcarles el cristianismo a los yámanas.
Eran miembros de un equipo conducido por el capitán Allan Gardiner, un líder misionero
resuelto y experimentado que había trabajado en el África austral, Bolivia y Chile llevando el
mensaje de Cristo a las desafortunadas sociedades que no se habían visto favorecidas por su
llegada. Con anterioridad, a principios de los años 1844 y 1848 había realizado visitas breves y
no muy fructíferas a Tierra del Fuego, a fin de interesar a los nativos en el cristianismo.
Sin embargo, en esta ocasión ayudado por la Sociedad Misionera de América del Sur, que él
había creado, organizó una misión más grande y a largo plazo, y con otros dos misioneros y
tres marineros de Cornualles, se estableció entre los yámanas. Pero, por desgracia, los
aborígenes los hostigaron por sus alimentos y, al quedarse sin suministros durante el invierno,
todos ellos murieron de hambre y frío.
Si bien uno puede admirar la nobleza y las convicciones de quienes están dispuestos a dar su
vida para convertir a otros a sus propias creencias, también es posible deplorar los efectos
desastrosos que tales intervenciones pueden crear en las diferentes culturas. No hace falta ser
cristiano para reconocer que los misioneros a menudo han hecho un gran trabajo en la
prestación de ayuda médica, educativa y agrícola a sociedades no cristianas, muchas veces
protegiéndolas de depredadores comerciales (como los jesuitas hicieron en Paraguay), pero en
el caso de los indígenas de la Patagonia, es difícil ver qué grandes beneficios les podían llegar a
brindar, con excepción de los espirituales.
Sin que los amedrentara este desastre, realizaron un esfuerzo aún mayor con el propósito de
salvar sus almas y, en 1859, volvió a enviarse una misión, compuesta por ocho hombres, para
llevarles el cristianismo a los yámanas. Pero esto tuvo como resultado un desastre aún mayor,
ya que todos los misioneros menos uno fueron asesinados por los indígenas, ansiosos de
adquirir sus escasas pertenencias.
Después de este segundo desastre, una política más cautelosa los hizo a cambiar de táctica:
llevaban a los aborígenes a las Malvinas/Falkland, donde los convertían al cristianismo y luego
los enviaban de vuelta a su tierra. Y en el año 1869, el reverendo Waite Stirling consideró que
las cosas eran lo suficientemente seguras como para poder instalarse en Ushuaia. Él fue el
primer europeo en establecerse y, de hecho, el fundador de este nuevo asentamiento. Aunque
fue acompañado por 15 pobladores nativos conversos, que habían sido entrenados en su
misión en las Malvinas/Falkland, se trató de un valiente acto de autosacrificio, porque
implicaba vivir en soledad en una pequeña choza durante muchos meses, entre una población
mendiga desesperadamente pobre, que podía repentinamente volverse violenta.
Fue sucedido por Thomas Bridges, el primer europeo en hablar el idioma de los yámanas,
lengua que llegó a dominar por adquirirla de los niños llevados al asentamiento misionero. Fue
así como pudo establecer un contacto convincente con ellos. Thomas sintió suficiente confianza
en la relación que recientemente había establecido con los aborígenes como para llevar a su
esposa a vivir con él en 1871. Su hijo, Thomas, fue el primer europeo en nacer en Tierra del
Fuego, en el año 1872.
Según el relato de su hijo Lucas, en 1884 Thomas Bridges abandonó su rol de misionero y
comenzó a dedicarse a la cría de ovejas, ya que esta era la única manera en que podría
mantener a su gran familia. Los cínicos podrían preguntarse si es que quedaba algún indígena
para convertir.
Mientras que la actividad misionera puede haber aportado algo beneficioso al bienestar
espiritual de los aborígenes, la exposición de estos pueblos a enfermedades importadas, se
presume que en algunos casos por el clero, llevó a su extinción. En 1907, Carl Skottsberg, un
explorador sueco que iba camino a la Antártida, visitó a algunos aborígenes conversos en la
Misión salesiana y registró lo siguiente:
«Le pregunté en español, un idioma que sus lenguas transformaban en una jerga apenas
inteligible, cómo se habían visto afectadas sus vidas. “Venimos del oeste, de muy lejos... había
tantos y ahora” —la voz de ella expresa desesperación y desamparo— “todos muertos, todos
muertos”. Pero a nuestro alrededor había decenas de imágenes e ilustraciones de santos que
atestiguaban el triunfo de la civilización cristiana».79
Quizás es en el libro Patagonia, publicado por la British Museum Press en 1997, en el que se
llega a las conclusiones de mayor autoridad en el tema. Este libro se refiere a un genocidio,
particularmente del pueblo ona, en la parte norte (mayormente chilena) de Tierra del Fuego.80
Lucas Bridges y sus hermanos hicieron un intento por salvar a los onas en la parte sur de
Tierra del Fuego y, en su libro, Lucas describe cómo le dieron forma a su proyecto. Según su
propio relato:
«Ninguno de los invasores blancos contaba con la maravillosa ventaja de conocerlos, de la que sí
disfrutábamos mis hermanos y yo. Para ellos no se trataba de seres humanos como nosotros, sino
de nativos indómitos y peligrosos, que debían limpiarse tan rápido como fuera posible, vestirse
con ropas de hombres blancos y de los cuales se esperaba que trabajaran para ganarse la vida, a
menos que murieran –como un pájaro silvestre muere en una jaula– anhelando su libertad».81
Lucas decide cruzar una cadena montañosa y establecer una conexión con una estancia que se
propone fundar en las tierras de los onas, al norte, en terreno más llano. Para lograr crear este
camino tienen que trabajar arduamente durante dos estaciones, abriendo un paso a través de
los bosques y atravesando más de 100 arroyos. La distancia desde el pueblo de Ushuaia, recién
establecido, hasta la costa atlántica era de 40 millas (64 km) en línea recta, pero siguiendo el
camino que él creó implicaba una caminata de unas 80 millas (128 km).
Lucas trabajó codo a codo con sus trabajadores onas durante muchos meses y completó el
camino en 1902. Gracias a este, podría alcanzar la costa del Atlántico en solo dos días. Había
que recorrer 40 millas (64 km) a caballo por día, lo cual era un gran logro, para poder llegar en
dos días.
Luego de muchas negociaciones con el Gobierno, se le cedieron 250.000 acres (sí, 250.000 acres
o 101.000 hectáreas, aunque la mitad entraba en un contrato de arrendamiento) para una
estancia en la costa atlántica, en Viamonte. El personal para su estancia estaba conformado
casi en su totalidad por trabajadores onas, a quienes había capacitado para que se
desempeñaran como pastores, leñadores e instaladores de cercas y, en un momento, llega a
tener unos 200 de ellos en su rancho y entre 80.000 y 120.000 ovejas. Logró demostrar que, con
tiempo y paciencia, una forma de vida de subsistencia podía transformarse.
Desafortunadamente, pocos de los otros colonos tenían el tiempo, el conocimiento o la
paciencia para seguir su ejemplo.
El relato que Lucas Bridges hizo de sus propios esfuerzos es único, ya que no proviene de un
académico que estudió el comportamiento exótico de una sociedad de subsistencia o de un
observador que pasó tiempo con ellos, si no de alguien que vivió y trabajó con estas personas
durante más de 10 años y que, a pesar de los enormes peligros a los que en un principio se
enfrentó, finalmente ganó su confianza y se hizo miembro honorario de su tribu. Su deporte
favorito era competir en luchas con sus compañeros onas y, como medía 6 pies (1,80 m) de alto
y era muy fuerte, no siempre resultaba perdedor. Es muy interesante el hecho de que no trata
de convertir a los onas al cristianismo, a pesar de que se queda a un lado mientras un
sacerdote católico bautiza ridículamente a un grupo de estos aborígenes, celebrando la
ceremonia en latín. Por lo demás, Lucas afirma que los onas no tenían creencias religiosas en
absoluto.
Más al norte, el 28 de julio de 1865, un grupo resuelto e idealista de 169 colonos galeses
desembarcó en la desolada costa de la Patagonia, después de un viaje de dos meses desde Gales
en el SS Mimosa. Estos inmigrantes deseaban establecerse en un entorno en el que su cultura
galesa, que sentían que se estaba debilitando, pudiera florecer en lugar de ser erosionada por
los estragos de la industrialización y el idioma inglés.
Habían escuchado relatos coloridos, pero, por desgracia, inexactos de esta parte remota de la
Patagonia. El Gobierno argentino, deseoso de extender su frontera de manera activa, apoyó la
empresa, ya que, aparte del puerto de Carmen de Patagones, bien al norte, los únicos otros
asentamientos europeos eran los de Chile, en el extremo sur de Punta Arenas. Se habían
realizado algunos intentos en el pasado para establecer asentamientos intermedios, pero
ninguno fue sostenible y todos habían sido abandonados.
La mayoría de los colonos eran artesanos alfabetizados, no agricultores y, como se ha dado con
mucha frecuencia en el caso de los asentamientos pioneros, luchaban para ganarse la vida a
duras penas en un ambiente seco, que era muy diferente al que habían conocido. Puerto
Madryn, su primer asentamiento en Chubut, era demasiado seco para la agricultura comercial.
No es el propósito de este relato cubrir la historia de lo que finalmente llegó a ser un desarrollo
exitoso,82 sino identificar la contribución económica y social que hizo al desarrollo de la
Argentina.
En este caso, aunque eran una comunidad de relativamente pocas personas, el impacto que
esta población provocó fue desproporcionado para su pequeño número. Sus desastres iniciales
fueron mitigados por algún tipo de ayuda financiera recibida del Gobierno durante un corto
tiempo, pero fue gracias a su perseverancia y a una buena dosis de suerte que el proyecto de
colonización tuvo éxito. Según el folklore, un domingo, la observadora esposa de un granjero le
sugirió a su marido que cavara un canal desde el río cercano y dejara que el agua fluyera por
una conveniente pendiente hasta sus plantitas hambrientas de agua. El granjero siguió el
consejo de su mujer, lo que tuvo como resultado una magnífica cosecha de trigo. Otros
siguieron su ejemplo y así se crearon las bases de una economía exitosa y viable.
El sistema de riego que se desarrolló fue uno de los primeros de su tipo en el país; estos
industriosos colonos construyeron 186 millas (300 km) de canales de riego. Para manejar los
canales se tuvo que conformar una cooperativa bien gestionada. Para el año 1880, ese número
relativamente pequeño de habitantes, 800 en total, producía 2.000 toneladas largas/imperiales
(2.030 toneladas métricas) de trigo, y había surgido una próspera industria láctea que contaba
con 1.600 vacas lecheras.
El trigo era de tan buena calidad que ganó premios en los EE. UU. y en Francia. Tan poco
explotada estaba la actividad agrícola en el resto de la Argentina que era rentable exportar la
cosecha a Buenos Aires junto con los productos lácteos.
Los colonos sufrieron la desventaja de las sequías, que a veces dañaban seriamente los
cultivos. No obstante, la construcción de un ferrocarril, fundado por un emprendedor británico
optimista en exceso en la década de 1880, fue crucial para el desarrollo de la colonia.
La exploración de los coloridos y fértiles valles al pie de los Andes llevó a que algunos colonos
migraran hacia el oeste y a que se fundaran nuevos pueblos y granjas en áreas mucho más
productivas. Sin embargo, su ubicación distante fue un serio obstáculo para el desarrollo hasta
que la línea del Gran Ferrocarril del Sud se amplió de Buenos Aires y la Pampa a Bariloche.
Los logros de los colonos galeses, cuyo número llegó a 2.000 en 1880, condujeron a la fundación
de nuevas ciudades: Rawson, Gaiman y, a la sombra de los Andes, Esquel y Trevelin.
Por último, pero no menos importante, sus asentamientos a lo largo de las estribaciones de los
Andes fueron una consideración importante para que se determinaran los límites entre Chile y
la Argentina en favor de este último. El arbitraje británico independiente que fijó los límites
recabó las opiniones de la población local y habría sido influenciado por el referéndum
celebrado en Trevelin, que votó a favor de un vínculo con la Argentina en lugar de Chile.
Así que estos pocos miles de colonos galeses no solo ayudaron a consolidar los límites de esta
nueva república, sino que también fundaron varias ciudades nuevas, que conformaron la
provincia de Chubut, fueron pioneros en los nuevos sistemas de riego —lo que condujo a una
economía autosuficiente— y ayudaron a crear instituciones públicas modernas.
Transformación Económica
Fue una decisión trascendental y un suceso transformador, que cambió la Patagonia austral
para siempre. En el mes de enero de 1877, un joven empresario de 29 años de Yorkshire
importó 300 ovejas a la Patagonia chilena, durante una visita a las Malvinas/Falkland. Henry
Reynard había llegado solo tres años antes a Punta Arenas, donde estableció el primer
aserradero de madera dura y compró un pequeño barco mercante para utilizar en estas
regiones australes.
Él introdujo las primeras ovejas en el Estrecho de Magallanes y las instaló en la Isla Isabel.
Reynard las compró a £1 por cabeza en la granja de Blake y Holmstead, en las
Malvinas/Falkland, y con cuatro precarios viajes en su pequeña embarcación, a un costo de 50
peniques por cabeza, transportó 3.000 ovejas más al continente. Para 1883, este joven
emprendedor proveniente de Yorkshire exportaba vellones a Londres, había introducido la
primera maquinaria de esquila y construido una fábrica de sebo.
Sin embargo, por lo general hay perdedores y ganadores en el progreso económico y, para los
indígenas, la introducción de ovejas fue un golpe devastador, similar al que los «crofters»
(pequeños agricultores escoceses) experimentaron más o menos un siglo antes, cuando fueron
expulsados en las grandes «clearances» (reordenamientos de parcelas). Sin embargo, a
diferencia de los escoceses, los aborígenes, en el extremo de la tierra, no tenían dónde ir.
Para alrededor del año 1880, en la región pampeana, las ovejas habían alcanzado la cima de su
desarrollo, ya que actividades económicas más rentables, como la cría de bovinos y el cultivo
de cereales, habían ocupado su lugar, pero en la Patagonia austral, las amplias y vacías
extensiones iban a ser transformadas por la introducción de estos resistentes animalitos.
En 1884, el Gobierno argentino, en la distante Buenos Aires (tan distante como lo es Londres de
Estambul) se reorganizó y comenzó a afirmarse en estos confines remotos, para lo que nombró
a un gobernador, con sede en Río Gallegos. El gobernador, Carlos Moyano, era uno de los
exploradores más famosos del país y un representante competente, que, durante una visita a
las Falkland/Malvinas, se había casado con la hija del gobernador de las islas. Moyano fue un
modelo de gobernador y jugó un rol clave en la posterior conformación de la provincia de
Santa Cruz.
Es difícil imaginar la colonización de un entorno tan implacable, sin árboles, arrasado por el
viento, sin características naturales que rompieran el horizonte, sin madera para hacer casas y
proporcionar refugio, y con suelos frágiles, no aptos para la construcción de viviendas. Los
materiales de construcción, la madera y el hierro corrugado tenían que importarse y a duras
penas servían para construir una morada atractiva o cómoda.
Hasta que lograron crecer los árboles, los colonizadores tuvieron que vivir una vida aislada y
solitaria durante meses, si no años y años, antes de poder construirse un estilo de vida
modestamente cómodo. No es de extrañar que el alcoholismo y el suicidio fueran compañeros
constantes de muchos colonos en estos primeros años.
Las políticas del gobernador Moyano dieron sus frutos y, durante los últimos años de la década
de 1880, muchas de estas generosas ofertas fueron aprovechadas por agricultores provenientes
de las Malvinas/Falkland. Ellos se aseguraron algunas de las mejores tierras cercanas a la costa
y con buenos abrevaderos, que eran vitales, pues aunque había suministros acuíferos
subterráneos, a una profundidad de entre 50 y 200 metros (165 y 655 pies), estaban más allá del
alcance de la tecnología de la época.
Los hermanos Halliday se mudaron a «la costa», como le decían en 1884, y también lo hicieron
los Rudd, los Hamilton y los Smith.84
Un censo efectuado en el año 1895 indicó una población de solamente 1.095 habitantes, de los
cuales 247 se habían establecido en las inmediaciones del pueblo costero de Santa Cruz, al
norte, unos 150 vivían en las cercanías de Río Gallegos y otros 46 en San Julián. De estos, el 58
% habitaba zonas rurales, había 2,5 hombres por cada mujer y el 48 % había nacido en el
extranjero.85
La cifra de un 48 % de extranjeros parece menor que la que uno esperaría, ya que era difícil
persuadir a los pobladores nacidos en la Argentina para que migraran del entorno mucho más
confortable de la Pampa a una región tan árida. De los extranjeros, el 29% era de origen
británico —y de estos, un alto porcentaje habrían sido terratenientes— y aparentemente
habrían adquirido un alto porcentaje de la tierra. Una fuente estima que 1,9 millones de acres
(780.000 hectáreas) estaban ocupadas por colonos británicos, lo que representa alrededor del
68 % del total.86 Para 1920, se habían dado unos 64 arrendamientos o ventas de tierras a
ganaderos británicos en Santa Cruz, cuyas dimensiones variaban de 12.350 acres (5.000
hectáreas) a 100.000 acres (40.000) hectáreas. No obstante, dos empresas británicas, la
Southern Patagonia Sheep Company y la Ganadería Las Vegas, consiguieron adquirir varios
lotes y ocuparon con su actividad 276.750 acres (112.000 hectáreas) y 234.750 acres (95.000)
hectáreas respectivamente.
Surtir de ovejas estas regiones semidesérticas era un problema. Aunque muchas ovejas eran
arriadas hacia el sur desde la región pampeana —varios miles cada vez, en un viaje que podía
tomar hasta dos años— parecería que la mayoría, al menos en la primera década, provenía de
las Malvinas/Falkland. Los ganaderos con el mayor número de ovejas eran Robert Blake, que
tenía 35.000, y la familia Waldron, que poseía otra propiedad más grande y exportaba sus
excedentes a «la costa».
No había más tierras públicas que se pudieran comprar en las Malvinas/Falkland, así que los
espacios vastos, abiertos y desaprovechados del continente ejercían una gran atracción. Uno
puede imaginar la incredulidad de un pastor escocés, que probablemente no poseía más que
unos pocos acres, si es que llegaba a eso siquiera, ante el ofrecimiento de decenas de miles de
acres. Un beneficio adicional que con frecuencia encontraban los ganaderos era que en la
Patagonia conseguían mayores tasas de pariciones y vellón de mejor calidad que en las
Malvinas/Falkland.87
La magnitud de estas vastas concesiones de tierras (porque esto es lo que fueron básicamente)
inevitablemente ha ocasionado numerosas críticas, por considerarse que estas cesiones fueron
innecesarias y, con gran frecuencia, otorgadas de manera corrupta. Sin embargo, en lo que
respecta a la magnitud, uno tiene que tener en cuenta que la tierra era de baja productividad y
que solo podía sustentar producción ovina muy extensiva. Se necesitaba una cantidad de
24.700 acres (10.000 hectáreas) como para ganar lo suficiente para que viva un colono europeo
y, considerando el agreste entorno, mucho más que eso como incentivo. La creación de
unidades de menores dimensiones podría haberse dado de haber existido gran demanda por
parte de los colonos. Pero esto no fue así. Además, surtirse de miles de ovejas y atenderlas para
lograr obtener ganancias a partir de esta actividad habría requerido una gran cantidad de
capital. Esto explica los muy grandes campos de ovinos y la importancia del capital financiero
para su establecimiento .
Se adquirieron unidades inmensas. Robert Blake adquirió un área gigantesca, de 432.400 acres
(175.000 hectáreas). No hay duda de que, con el fin de atraer gestión y capital suficiente para la
explotación de estas regiones distantes y desoladoras, tuvieron que ofrecerse como incentivo
vastas extensiones de tierra. Si el Gobierno hubiera restringido las tenencias de tierra,
digamos, a 50.000 acres (20.000 hectáreas), es dudoso que hubiera atraído a más participantes.
Incluso si lo hubiera hecho, el número total de colonos interesados no habría hecho mucha
diferencia a la población. Los proyectos de colonización similares a los de la mucho más fértil
Pampa, más al norte, no eran una propuesta realista.
La Argentine Southern Land Company (ASLC) fue fundada en Gran Bretaña en 1889, contando
con la extraordinaria cantidad de 6,9 millones de acres (2,8 millones de hectáreas) de tierra.
Según Ramón Minieri,88 quien ha realizado un exhaustivo estudio sobre una de las empresas
terratenientes de mayor envergadura, unos 193 millones acres (78 millones de hectáreas) de
tierra aborigen fueron puestas a disposición de colonos europeos luego de que se eliminara a
los indígenas de la tierra, en lo que hoy puede clasificarse como genocidio. En la Argentina,
esta eliminación fue conocida como la «Conquista del Desierto».
El Gobierno había establecido un máximo de 50.000 acres (20.000 hectáreas) por concesión, lo
que parecería ser muy razonable, salvo por el hecho de que esto fue constantemente ignorado
por el Gobierno, los legisladores y los compradores.
Como el mismo Minieri admite: «Fue el Estado el primero en infringir estas leyes». Como
hemos observado, el presidente Roca cedió generosamente 50.000 acres (20.000 hectáreas) de
tierras aborígenes a los Bridges, y por cierto otros presidentes y ministros hicieron cosas
similares, normalmente con la aprobación del congreso. Puede argüirse que un Estado
establecido recientemente simplemente no contaba con la capacidad o la estructura
administrativa necesarias para disponer de estas nuevas e inmensas adquisiciones de tierras
en parcelas más pequeñas y que no había suficientes interesados que dispusieran del capital
necesario para comprarlas e invertir en ellas. No obstante, fueron unos pocos terratenientes
influyentes quienes se beneficiaron de la expansión de la frontera. Minieri afirma que entre
1876 y 1889 el Gobierno dispuso de 38,3 millones de acres (15,5 millones de hectáreas) en 234
concesiones, un promedio de 160.600 acres (65.000 hectáreas) por concesión.
No es de extrañar entonces que empresas británicas participaran de esta loca carrera. Según
manifiesta Minieri, la ASLC demostró una eficiencia extraordinaria en conseguir que sus
adquisiciones fueran autorizadas oficialmente mediante contactos y sobornos, métodos
bastante comunes en esos días. Desafortunadamente, fue así como se adquirieron y
distribuyeron todas las tierras aborígenes. Lo que es más, la ASLC había encargado varios
relevamientos y sabía lo que estaba comprando, a diferencia de muchos otros inversores.
También se acusa a la ASLC de no desarrollar pequeñas propiedades tal y como lo exigía la ley,
de aportar poco a la economía del país y de embolsillarse enormes ganancias. El primer
requisito, el establecimiento de unidades más pequeñas de explotación agrícola, fue de hecho
rescindido por el gobierno debido a que obviamente era ilusorio, en especial en la mayoría de
la Patagonia (aunque en algunas regiones más al norte, cuando los ferrocarriles se extendieron
al sur, algunos proyectos a pequeña escala habrían sido posibles). El segundo cargo, el del poco
«valor agregado» que generó la compañía, no es uno que deba tomarse muy en serio, ya que
era llanamente cierto e inevitable, porque la explotación ganadera es inherentemente menos
productiva por hectárea que la actividad agrícola, en especial en la Patagonia austral.
Minieri proporciona una perspectiva única y valiosa sobre el accionar de una gran empresa
internacional a lo largo de varias décadas. Se trataba de una inversión redituable, como lo
eran, de hecho, casi todas las inversiones de esta naturaleza en las regiones pampeana y
patagónica, aunque la contabilidad anual, que Minieri ha recopilado cuidadosamente, no
indica que hayan obtenido márgenes de ganancia exorbitantes. En donde es probable que la
ASLC haya logrado hacerse de grandes ganancias es en la especulación con la tierra, pero es
difícil estimarlas, si bien sin duda deben haber sido similares a las de los grandes
terratenientes de la Pampa.
Entre los aspectos positivos, cabe mencionar que la ASLC explotó principalmente tierras
marginales y fue pionera en el mejoramiento de la producción ovina y bovina. Las arduas
condiciones de vida de quienes administraban y desarrollaban estas grandes estancias no son
tenidas en cuenta en el análisis de Minieri.
Si bien existe el argumento legítimo de que algunas de esas empresas eran demasiado grandes
y de que las concesiones otorgadas por el Gobierno se obtuvieron mediante contactos y pagos,
los gerentes y los inversores extranjeros arriesgaban mucho al explotar tierras relativamente
improductivas, que era algo que no intentaban los inversores locales.
Que se cometió una gran injusticia contra los aborígenes a quienes se les quitaron sus tierras
resulta obvio, pero moralizar en retrospectiva es reconfortante para la conciencia e ignora el
hecho de que la transformación agrícola de la Argentina y, de hecho, del mundo, que llegó a
ocurrir debido a que las sociedades nómades fueron remplazadas por sociedades agricultoras
más productivas ha sido un proceso «civilizador» implacable.
Sin duda es justo aseverar que se le concedieron demasiadas tierras a la ASLC, lo que fue
consecuencia los muchos relevamientos del área que realizó esta empresa y de su diligente
cortejo a funcionarios y políticos responsables de la asignación de tierras. Sin embargo,
mientras la ASLC podría haber hecho más por establecer proyectos de pequeños tenedores de
tierras, esto solo hubiera resultado posible en las áreas más fructíferas del norte de la
Patagonia, y esto podría haberse dado únicamente una vez que se hubiera extendido la línea
del ferrocarril para que la producción de cereales pudiera resultar rentable.
Las estancias de decenas de miles de hectáreas eran las únicas que podrían llegar a atraer
capitales, gerenciamiento y mano de obra europeos a un entorno tan inhóspito. Que las
empresas británicas transformaran la Patagonia austral y que obtuvieran ganancias por eso
fue una gran hazaña pionera (aunque no para los aborígenes), de la cual se beneficiaron tanto
los inversores como el país. Emilio Fernández-Gómez89 no duda de que fueron los
asentamientos británicos en la Patagonia los que evitaron que la zona fuera absorbida por
Chile.
Mano De Obra
La escasez de mano de obra fue uno de los problemas más serios que enfrentaron quienes
desarrollaron su actividad de producción en la Patagonia. Desafortunadamente, la población
indígena, acostumbrada desde hacía mucho a una forma de vida de subsistencia, como casi
todas las sociedades seminómades, no pudo adaptarse con suficiente rapidez a los cambios
radicales —no solo en términos de patrones laborales sino en los referente a la estructura
social que requerían las nuevas explotaciones. La repentina llegada de criaturas lanudas,
pequeñas y comestibles, debe de haberles parecido maná caído del cielo, una tentación difícil
de resistir. La aparición de alambrados en las tierras que con razón podían reclamar como
propias significó una provocación para ellos, a la que a menudo respondieron cortando estos
alambres.
El inevitable choque entre dos culturas enormemente diferentes, la aborigen y la europea, solo
podía tener un resultado. En algunas áreas, pero —según asegura John Blake— no en el
continente, se ofrecía £1 por cada indígena asesinado. Se desconoce cuántos aborígenes fueron
asesinados por este motivo en la isla de Tierra del Fuego (y sospechamos que es algo que nunca
se sabrá) aunque parece razonable suponer que, de lejos, la mayor causa de la trágica
desaparición de los tres pueblos principales fue el contagio de enfermedades introducidas en la
zona por los europeos.
Las ovejas necesitaban pastores y lo que ocurrió fue, simplemente, que no había pastores en la
Patagonia. Aunque Lucas Bridges logró enseñarles el oficio de pastor a los onas, el cambio
radical en sus hábitos de trabajo iba a destrozar su comunidad seminómade tradicional. Se
reclutó a algunos chilenos y se les enseñó la labor de pastor, pero la mayor parte de la mano de
obra tuvo que importarse principalmente de Escocia y el norte de Europa, donde había una
larga tradición de pastores.
Un complemento esencial eran los perros ovejeros, así que se los trajo junto con los pastores,
especialmente desde Escocia. Una carta del mes de julio del año 1905 al reverendo McCallum
de Stornoway, la capital de la isla de Lewis en Escocia, de un reclutador de la Patagonia, solicita
que le recomiende seis hombres buenos y confiables que pudieran traer perros con ellos:
«El salario es de £55 por año, con aumentos de £5 por año hasta el quinto año, con los viáticos
habituales. Se solicita a cada pastor que lleve dos perros. Nos haremos cargo del costo de llevar
los perros, pero nos reembolsaremos este costo al pagar los salarios. Los perros deben tener
entre 1 y 2 años de edad, ya que el clima es algo cálido. El lugar es Comodoro Rivadavia y el clima
es delicioso».
Pero no solo había escasez de mano de obra calificada, como pastores y esquiladores, sino que
a menudo también había que importar cocineros y trabajadores desde Europa, si bien hubo
chilenos que se ocuparon de algunas de estas tareas.
Desarrollo Comercial
Punta Arenas se convirtió pronto en el centro principal de esta actividad comercial. Había
crecido rápidamente como estación de abastecimiento de combustible entre las costas este y
oeste de América, pero gradualmente desarrolló un mercado local a medida que la producción
ovina fue cobrando mayor relevancia. Para esto no solo hacían falta exportadores para la lana,
sino también importadores para productos para las ovejas y bienes de consumo para los
colonos. A su vez, esto originó la demanda de instalaciones comerciales tales como bancos,
agencias de seguros y navieras y, por supuesto, tiendas comerciales.
Muchas de las instalaciones comerciales eran de origen británico y la libra esterlina era la
moneda que se utilizaba con mayor frecuencia. Se designó a un cónsul británico, que asistía a
unos 1.500 británicos que habitaban en la Patagonia austral.
El establecimiento de frigoríficos en Río Gallegos, Santa Cruz y San Julián, en los inicios del
siglo XX, significó un incentivo para la producción ovina y los sistemas de transporte marítimo
mejorados y más eficientes transformaron el potencial de la Patagonia austral.
Para 1910 la región contaba con una población de 10 millones de ovinos, mientras que los
habitantes europeos de Santa Cruz y Tierra del Fuego totalizaban alrededor de 20.000, aunque
casi la mitad de este número habría residido en Punta Arenas.
En Retrospectiva
La tecnología que llevaron con ellos, sus habilidades para el gerenciamiento, y —quizás lo más
importante— la perseverancia que mostraron para lograr vivir en este inhóspito entorno,
sumado al capital que invirtieron, transformaron la Patagonia austral. Por supuesto que no se
trató de una transformación impulsada puramente por los británicos, porque hubo inversiones
llevadas a cabo por chilenos, alemanes y por personas de otras nacionalidades, pero fueron los
británicos los mayores responsables del desarrollo de la Patagonia.
Tristemente, como con toda innovación económica, hubo perdedores, y en este caso fueron los
pueblos originarios, que fueron arrasados por un huracán de cambio. Hubo quienes buscaron
la forma de mitigar estos efectos, como los misioneros y algunos colonos, pero,
lamentablemente, no pudieron evitar la desaparición de estos habitantes nativos.
La clave del éxito del desarrollo de la Patagonia austral fue el trampolín o punto de entrada de
las Malvinas/Falkland en el sur, y en el norte, los resueltos e idealistas galeses, que
introdujeron un proyecto de riego organizado y extendieron el límite de la colonización hasta
los Andes. Apuntalando este desarrollo estaban las nuevas razas de ganado británicas y las
nuevas tecnologías generadas por la revolución industrial que hicieron que todo esto fuera
posible, mediante los vapores y la refrigeración de la producción cárnica.
68. Fernández-Gómez, E. M. Argentina: Gesta Británica (cinco vol.). Buenos Aires: L.O.L.A., 1993, 1998, 2004↩
69. Fernández-Gómez, E. M., ibid.↩
70. Fernández-Gómez, E. M., ibid.↩
71. Darwin, C. A Naturalist’s Voyage. Londres: John Murray, 1889.↩
72. Darwin, C., Ibid.↩
73. Cordova, A. de. A Voyage of Discovery to the Strait of Magellan. Londres: Sir Richard Phillips & Co., 1819.↩
74. Brebbia, C. A. Patagonia, a Forgotten Land: from Magellan to Peron. Southampton: WIT Press, 2007.↩
75. Brebbia, C. A., Ibid.↩
76. Brebbia, C. A., Ibid.↩
77. Musters, G. C. At Home with the Patagonians. Londres: John Murray, 1871.↩
78. Bridges, E. Lucas. Uttermost Part of the Earth. Londres: Hodder & Stoughton, 1948.↩
79. Skottsberg, C. J. F. The Wilds of Patagonia. Londres: Edward Arnold, 1911.↩
80. McEwan, C., L. A. Borrero and A. Prieto. Patagonia: Natural History, Prehistory, and Ethnography. Londres:
British Museum Press, 1997.↩
81. Brebbia, C. A., op. cit.↩
82. Bridges, E. Lucas, op. cit.↩
83. Barbería, E. Los dueños de la tierra en la Patagonia Austral 1880–1920. Río Gallegos: Universidad Federal de la
Patagonia Austral, 1995↩
84. Blake, J. L. A Story of Patagonia Lewes: Book Guild, 2003.↩
85. Godoy, C. J. El Gran Libro de la Provincia de Santa Cruz. Buenos Aires: Milenio/Alfa, 2000.↩
86. Barbería, E., op. cit.↩
87. Blake, J. L., op. cit.↩
88. Minieri, R. Ese Ajeno Sur. Viedma: Fondo Editorial Rionegrino, 2006.↩
89. Fernández-Gómez, E. M, op. cit.↩
90. Mackenzie, G. Why Patagonia? Stornoway: Stornoway Gazette, c. 1995.↩
CAPÍTULO VI
El gran despegue económico
«Ninguna ciudad en el globo tiene una importancia más envidiable que Buenos Aires. No ha
conquistado solamente sus propios destinos, sino las libertades de Chile (...) Un floreciente
comercio con el universo se ha abierto ahora para ella; el hechizo de la superstición se ha roto y
se ven industrias con satisfacción a lo largo de sus llanuras (...) puede proporcionar, gracias a sus
ilimitados productos vegetales y animales, ingresos mucho más preciosos que los metales a una
nación manufacturera como la nuestra (...) mientras que sus gobernantes han liberado a miles de
siervos miserables de las mazmorras de la pobreza y la tristeza».91
Esto escribió el mayor Andrew Gillespie en 1818. Había participado en la malograda primera
invasión británica en 1806 y, después de su captura, lo habían enviado a un número de
provincias del interior para asegurarse de que él y sus colegas no fueran a unirse a una
segunda invasión británica, que terminó ocurriendo un año después.
Sus captores lo habían tratado muy cortésmente, y su gratitud y el optimismo con el que veía el
futuro del nuevo país no conocían límites. Las comparaciones que hace de Buenos Aires, con
Cartago, Constantinopla y —más modestamente— Boston y Filadelfia, sugieren que sería un
poco demasiado entusiasta. Sin embargo, es lo suficientemente observador como para poder
identificar a un país con un enorme potencial no desarrollado.
Si hubiera podido volver un siglo más tarde, se habría sorprendido al encontrar que su
optimismo había sido certero. Lo que había sido un pequeño puerto lodoso con algunos miles
de personas se había convertido en una metrópolis mundial de casi 1 millón y medio de
habitantes, con espléndidos edificios barrocos, un Congreso de estilo clásico, una enorme y
elegante Casa de gobierno, un teatro de ópera que era un digno rival del de Milán, amplias y
prolijas avenidas, impresionantes edificios gubernamentales, zonas residenciales opulentas, y
verdes y distinguidos parques y plazas. En pocos años, Buenos Aires había pasado a ser la
ciudad europea más elegante en el hemisferio sur: el París de América del Sur.
Pasó mucho tiempo —décadas, de hecho— antes de que se explotara el increíble potencial del
país.
Los sueños y las esperanzas de los liberales que lideraron el movimiento de independencia en
1810 pronto se hicieron añicos. Los españoles habían hecho poco para educar a la población
nativa. Las nuevas élites educadas se concentraron en Buenos Aires y, debido a la posición de
esta ciudad en el control de las exportaciones e importaciones, su poder económico era
inmenso. Había mucho rechazo por parte de las provincias rurales y, como hemos señalado
antes, la lucha por el poder y el control de la economía —que poseía el puerto de Buenos Aires
— llevó a la destitución de los líderes liberales urbanos de la revolución y a su sustitución por
caudillos rurales, semieducados, populistas y resentidos.
Transcurrieron unos pocos, breves años de políticas liberales a principios de la década de 1820,
una época que fue seguida por el caos y luego, más o menos a partir de 1832, vinieron los 20
años de la dictadura cerrada al exterior del general Rosas.
Mientras que Rosas aportó bastante estabilidad rural, lo que llevó a que se hiciera querer por
residentes y colonos británicos, sus intentos de controlar el comercio con Paraguay y Uruguay
sumados al trato que les propinaba a los residentes franceses, provocó que buques franceses
efectuaran un bloqueo al Río de la Plata desde 1838 a 1840 y, más tarde, sufrió otro bloqueo,
esta vez anglofrancés, de 1845 a 1848. Esta situación desalentó seriamente el comercio exterior
y, naturalmente, la inversión extranjera.
Cuando Rosas fue derrocado en 1852, gobernantes liberales de mentes más abiertas al exterior
llegaron al poder. No obstante, en 1853, la capital Buenos Aires se separó de la Confederación
hasta 1861, cuando una nueva estructura de poder estableció la República Argentina. Esto
reconcilió, en gran medida, los intereses provinciales y citadinos, pero, a los ojos de las
provincias, aún le daba a Buenos Aires un papel político y económico demasiado poderoso.
Recién en 1881 se acordó una solución satisfactoria para los 70 años de lucha constitucional,
cuando la provincia de Buenos Aires se separó de la ciudad homónima y estableció su propia
capital en La Plata, al tiempo que la ciudad de Buenos Aires se convertía en la capital federal
de todo el país.
Sin embargo, es importante poner estas guerras y disturbios civiles en perspectiva, ya que
depender de los historiadores y la prensa puede distorsionar y exagerar las cosas. Habiendo
vivido yo mismo varias «revoluciones» en los últimos años de las décadas de 1940 y 1950 sin
darme cuenta de ello, sé que es muy fácil sacar demasiadas conclusiones del caos civil
resultante de turbulencias en el gobierno. Los hermanos Robertson nos recuerdan esto cuando,
en 1842, escriben:
«No hay ninguna otra parte en el mundo en la cual el sentido de la palabra revolución haya sido
tan tergiversado como en América del Sur. En otros países, una revolución es algo que sobresalta
nuestra mente, pero para los sudamericanos todo disturbio público es una “revolución”.»92
Si bien de vez en cuando hubo horrendos asesinatos y masacres y el régimen de Rosas fue
particularmente cruel, los residentes británicos solían estar a salvo de los efectos directos de la
violencia, ya que tenían cuidado de no mezclarse en alianzas políticas y, al contar con una
mejor educación y una mejor situación económica, por lo general eran capaces de ejercer más
influencia que la mayoría de los inmigrantes, en caso de que se los molestara. Los gobernantes
se esmeraron en tratar de asegurar que sus soldados merodeadores no molestaran a los
agricultores británicos, y los colonos británicos, como estaban exentos del servicio militar,
pudieron mantenerse al margen de los conflictos civiles y evitar lo peor de la venganza civil.
Como veremos más adelante, en ocasiones se ejecutó a soldados indisciplinados por robar en
estancias de propietarios británicos.
Tanto el gobierno como los rebeldes, incluso durante el conflicto con Gran Bretaña en 1846, se
mostraban ansiosos de evitarles problemas a los residentes británicos. Si bien varios
agricultores británicos fueron asesinados por indígenas y bandidos, en general los colonos
británicos no recibían un trato violento. Sin embargo, sufrieron el robo de su ganado, la
pérdida de sus caballos en manos de bandidos, insurgentes y tropas del Gobierno, y sus
rebaños de vacas y ovejas eran a menudo devastados por hordas de rebeldes y de soldados
hambrientos.
Si bien los colonos y comerciantes británicos realizaron una cierta cantidad de inversiones
privadas durante este período para la compra de tierras y la adquisición de ovejas, así como
para la mejora de las razas de ganado y para instalaciones de procesamiento de carne, era
generalmente a una tasa bastante baja y esto, combinado con el inquieto escenario político,
hacía poco para animar a los inversores extranjeros.
Esto es algo que no entendieron los críticos, que afirmaron que los intermediarios se quedaron
con buena parte del saldo. La tasa de interés que se pagó finalmente fue, de hecho, bastante
menor que las tasas que predominaban en la Argentina en la época, y el préstamo fue bastante
razonable, e, incluso, moderado. Pero esto no ha detenido a quienes se oponen a la inversión
extranjera alegando que se trata de un ejemplo de banqueros británicos, extranjeros y
codiciosos.
Desafortunadamente, en 1826 el país se vio envuelto en una guerra con Brasil sobre Uruguay y
los recursos se utilizaron para financiar dicha guerra. El préstamo fue desviado a este otro fin y
no se utilizó para mejorar la infraestructura, que era para lo que se lo había destinado. El
Gobierno dejó de pagar el empréstito, así que no fueron los prestatarios los engañados, sino
que fueron los acreedores quienes salieron perdiendo.
Los prestatarios potenciales desean aplacar a los acreedores insatisfechos. Es por eso que, en
1842, el dictador Rosas realizó intentos para resolver el problema de los acreedores que aún no
habían recibido su pago cuando, con el fin de persuadir al gobierno británico de que cancelara
la deuda pendiente, se ofreció a renunciar a la pretensión del país a las Malvinas/Falkland. Sin
embargo, el Gobierno británico vio poco mérito en tener que pagarle a los acreedores a cambio
de una colonia muy lejana y poco productiva —que, de todos modos, alegó ya poseer— y
rechazó la oferta.
Un Lento Despegue
Luego de la caída de Rosas en 1852, los inversores de la ciudad de Buenos Aires, que se había
separado de la Confederación, intentaron, sin mucho éxito, interesar a los inversores
británicos en el desarrollo ferroviario. Los inversores de Europa estaban acostumbrados a los
ferrocarriles que unían ciudades existentes y la idea de iniciar ferrocarriles en zonas no
probadas era un paso demasiado arriesgado para ellos.
La segunda inversión ferroviaria, y la que iba a convertirse en la más exitosa, fue el Gran
Ferrocarril del Sud. Este fue ampliamente promovido e inicialmente financiado por capitalistas
angloargentinos que supieron ver su potencial. Destacados apellidos angloargentinos, como
Lamb, Drabble, Parish, Fair, Duguid y Green, invirtieron fuertemente en esta nueva empresa.94
Los Anchorena, considerados los terratenientes más ricos del país, solo aportaron £200 para el
ferrocarril. Los inversionistas privados locales eran no solo insuficientes para proporcionar el
capital necesario, sino que lo que tenían lo habían destinado a la especulación, mucho más
rentable, de las tierras.
La Argentina había sido arrastrada a la guerra a regañadientes, por temor a que algunas de sus
provincias norteñas, que estaban descontentas con el dominio de Buenos Aires, se separaran y
formaran una unión con Paraguay. El rey Leopoldo II de Bélgica, desesperado por adquirir un
imperio, investigó sin éxito las posibilidades de hacerse del control de la agitada provincia de
Entre Ríos y de la isla Martín García.
El limitado capital para la inversión en la década de 1860 aún provenía, en gran medida, de
inversores locales. Las fecundas pampas todavía se hallaban en manos de los aborígenes. Los
ataques a los topógrafos del ferrocarril, como vimos en el capítulo IV, seguían constituyendo
una seria amenaza, y hubo un gran debate en Gran Bretaña en cuanto a si los agricultores en la
Argentina estaban a salvo de las incursiones de los indígenas. Richard Seymour describe cómo,
a principios de los años 1860, unos vecinos suyos fueron asesinados durante una incursión de
los aborígenes para robar ganado.95 Los ranqueles, que aterrorizaban a los colonos y se habían
llevado entre 1.000 y 1.500 mujeres y niños, constituían una efectiva barrera contra la
expansión.
Sin embargo, en el año 1878, con la «Conquista del Desierto» (un nombre peculiar, porque
mayormente se trataba de suelos en extremo fértiles) del general Roca, se barrió a los
aborígenes de la Pampa con la ayuda de una última adquisición de la época: los fusiles de
repetición. Mientras que la supresión de las tribus nómades que atacaban a sus vecinos es
comprensible, e inevitable, la eliminación de los mapuches y tehuelches —ubicados hacia el
oeste a lo largo de los Andes y al sur, en la Patagonia—, pueblos que no representaban una
amenaza para los colonos, fue manifiestamente injusta. Esta campaña militar fue financiada en
gran medida por la previa venta de las tierras. La apropiación de tierras indígenas duplicó el
tamaño de la nueva República.
El Gran Despegue
No fue solo el acceso a las vastas llanuras de este nuevo país —un país que por fin tenía
algunos presidentes instruidos y visionarios, como Mitre, Sarmiento, Avellaneda y Roca— lo
que preparó el camino para una revolución agrícola. Europa, y Gran Bretaña en particular,
necesitaba alimentos para su población industrial y contaba con el capital y la tecnología para
posibilitar esto. Así se dio un matrimonio económico ideal entre Gran Bretaña y la Argentina.
En la segunda mitad, y especialmente en el último trimestre, del siglo XIX, Gran Bretaña tenía
el capital para invertir en el extranjero y también la tecnología que se requería para el
progreso. A esta situación debe sumarse el hecho, igualmente importante, de que existía una
creciente necesidad de alimentar a la población urbana.
No solo se estaban construyendo ferrocarriles, sino también un nuevo puerto, sistemas de agua
y alcantarillado, centrales eléctricas, tranvías y también instalaciones de procesamiento de
alimentos y nuevas industrias. Fue el mayor auge económico que alguna vez haya
experimentado América Latina. Para 1914, la Argentina, con una población de 8 millones de
habitantes, se encontraba produciendo, en términos económicos, más que todo el resto de
América del Sur, que contaba con 54 millones de habitantes.96
Esta gran transformación se produjo gracias a una enorme inversión, principalmente de Gran
Bretaña, y a la inmigración desde la Europa meridional. Hubo dos períodos de inversiones. El
primero fue desde alrededor de 1882 hasta 1890, pero entonces la economía se derrumbó,
debido a inversiones demasiado optimistas y a que el Gobierno no pudo cumplir con sus
compromisos de préstamos. El segundo período abarca desde 1905 hasta 1914.
Lo anterior muestra que la inversión aumentó hasta más del doble entre 1885 y 1895, pero la
mayor parte del aumento se produjo en 1890, y más tarde, después de 1905, se dio un gran
aumento. El desglose por sector en el año 1913 es el siguiente:
Ferrocarriles 404
Financieros 94
Industria, varios 37
Barcos 18
Total 1.173
Millones de £
Del total de £1.173 millones, casi la mitad se había invertido en ferrocarriles (£404 millones) y
otra gran suma en servicios públicos (£139 millones). La suma más importante, no obstante,
había ido a préstamos gubernamentales (£ 445 millones). 98
Se ha manejado una amplia variedad de cifras para estimar el total de la inversión extranjera
(pública y privada) en la Argentina, pero, debido a la dificultad que supone medir el flujo
privado, es imposible dar con un número preciso. Como ya hemos mencionado, un 80 % de los
préstamos gubernamentales procedentes del extranjero fue de origen británico.
Esta inversión transformó la economía argentina y, para la Primera Guerra Mundial, se había
convertido en la sexta nación comercial más grande del mundo. Las siguientes estadísticas,
presentadas por el Gobierno en una Feria mundial internacional realizada en San Francisco en
1915, en un pabellón de Argentina construido como un palacio, resumen magníficamente la
transformación económica que había tenido lugar: 99
Cualquiera que visite Buenos Aires no puede más que impresionarse por la profusión de
edificios barrocos y clásicos que dominan el casco urbano y la hacen una ciudad equivalente a
las grandes capitales de Europa occidental. Hay muchos edificios e infraestructura del sector
público de gran elegancia, la mayoría de los cuales se financiaron a partir de bonos estatales
colocados en el mercado monetario de Londres. Entre ellos, puede mencionarse el edificio del
Congreso, el Palacio Municipal de la ciudad, el espléndido edificio del Correo y la rambla de la
localidad balnearia preferida del país, Mar del Plata. La posteridad puede celebrar la visión de
los prestatarios, pero los acreedores que se encontraron con que el país incumplía el pago de
sus deudas pueden haber pensado diferente.100
La Gran Caída
A inicios de la década de 1880, las ganancias del ferrocarril estaban resultando muy atractivas
y los inversores británicos cayeron de pronto en la cuenta de que existía potencial para
incrementar su desarrollo. En consecuencia, en los últimos cinco años de esta década se
produjo un auge en las inversiones. Baring, el banco de inversión más prestigioso de Londres,
se dejó llevar por las expectativas en Argentina y destinó más de la mitad de su cartera
extranjera a este país. Habían suscrito unos £75 millones en créditos. Desafortunadamente
para ellos, no examinaron sus inversiones garantizadas con el cuidado que estas ameritaban.
Como cualquier persona sagaz podría haberles dicho, garantizar un préstamo para un sistema
de abastecimiento de agua y alcantarillado —el más grande del mundo en esa época y que
tenía como joya de la corona un depósito urbano disfrazado de palacio— podía implicar cierto
riesgo financiero. Baring, que había garantizado el préstamo —un préstamo evitado por
inversores británicos más desconfiados—, se encontró con que quedaba con una pérdida que,
sumada a otras inversiones temerarias que había hecho, lo llevaba al borde del colapso.
Mientras tanto, en la Argentina, los prestatarios habían tenido un día de campo. Los gobiernos
provinciales, y de hecho también el gobierno central, no se habían quedado atrás para pedir
prestado de manera imprudente e invertir de manera insensata. El hecho de que las
inversiones realizadas por los gobiernos no produjeran los retornos adecuados tuvo como
consecuencia que no pudieron pagar los préstamos. No existen dudas en cuanto a que algunos
de estos préstamos se invirtieron en servicios productivos, tales como carreteras, ferrocarriles
y alcantarillado, por los cuales los políticos rara vez les cobran a los usuarios una tarifa
económica. Muchos préstamos se utilizaron en la construcción de edificios espléndidos,
parques y avenidas que transformaron Buenos Aires y algunas de las principales ciudades del
país, y una parte del dinero probablemente se la embolsaron políticos corruptos, contratistas y
funcionarios públicos.
El gobierno se había excedido con los préstamos y el Baring, el pilar de la rectitud financiera y
el agente principal del gobierno en 1889, se encontró cara a cara con la quiebra. Sin embargo,
el conocido dicho sobre los bancos «demasiado grandes para quebrar» hizo que otros bancos y
el Banco de Inglaterra le otorgaran un préstamo de 17 millones de libras, para la humillación
de este gran banco privado.
El Gobierno argentino realizó intentos desesperados por pagar sus deudas mediante la venta
de su participación en los ferrocarriles, pero una crisis financiera en Gran Bretaña empeoró
más la situación, a medida que los ingresos por las exportaciones de la Argentina caían.
Los salarios reales en Buenos Aires cayeron un 50 % y hubo una fuerte merma en la
inmigración, de 220.000 personas en 1889 a solo 30.000 al año siguiente. El desempleo se
disparó, los precios de la lana cayeron a la mitad y valor de la tierra se redujo en un 50 %.101
El gobierno británico se negó a intervenir ya que no veía por qué tenía que hacerse cargo de la
imprudencia de las malas inversiones del Baring y otros. Sin embargo, un grupo de bancos
privados, presididos por Lord Rothschild, se las rebuscaron para reunir una garantía de £12
millones de libras para dar en préstamo al Gobierno argentino a fin de ayudarlo a manifestar
solvencia.
En 1880, la inversión británica en emisiones públicas (sin incluir las inversiones privadas por
parte de empresas y particulares, que habrían sido considerables) era de £20 millones; para
1890 aumentó casi ocho veces, hasta alcanzar los £157 millones, y luego, en 1913, se
incrementó a más del doble, £358 millones.104 Esto representaba más de un tercio de todas las
inversiones británicas de este tipo en América Latina. En este momento, justo antes de la
Primera Guerra Mundial, las inversiones en el exterior realizadas por Gran Bretaña
representaban aproximadamente el 45 % de toda la inversión extranjera del mundo. La
Argentina, con un 8,5 %, era uno de los principales destinatarios.105 En 1930, la Argentina
ocupaba el cuarto lugar en el monto total de la inversión británica en el extranjero, detrás de la
India, Canadá y Australia, pero por delante de los EE.UU. y otros países europeos.106
Este auge de fuertes inversiones llegó a un abrupto final con la llegada de la Primera Guerra
Mundial y, lamentablemente, nunca se recuperó. En realidad, el costo de la guerra para Gran
Bretaña, tanto en términos humanos como económicos, fue tan grande que nunca logró
recuperar su posición internacional. Durante la guerra, los EE. UU., y luego otras potencias
europeas, asumieron los papeles principales y Gran Bretaña ya no contó con los recursos para
invertir en el extranjero con el mismo ritmo.
También estaban los mataderos y los frigoríficos, mientras Liebigs y Vesteys desarrollaban
nuevos tipos de productos cárnicos. Se produjo una inversión masiva en barcos de carga y de
pasajeros para facilitar el transporte rápido de mercancías y personas a Gran Bretaña, que era,
de lejos, el mayor socio comercial de la Argentina.
Las estimaciones del capital británico privado invertido en Argentina están lejos de ser
exactas, pero en 1915 la Secretaría de Industria y Comercio argentina estimaba que había 847
empresas que cotizaban en bolsa en el país, con una inversión total de £382 millones, de los
cuales £275 millones correspondían a empresas británicas.107
Otra fuente estima que las inversiones extranjeras se triplicaron entre 1900 y 1927, y que la
inversión británica fue responsable del 90 % en el primer año y del 70 % en el último período.
Las siguientes cifras, extraídas del libro de David Rock108 muestran la abrumadora
importancia del capital británico en millones de dólares, a precios de 1970:
USA - 39 487
En Retrospectiva
A lo largo de sus primeros 100 años la Argentina contó siempre con una significativa presencia
económica británica. Al principio, esta tomó la forma del libre comercio, que abrió las
fronteras del país a nuevos bienes de consumo, más baratos y de mejor calidad, facilitó un
mercado de exportación para sus productos agrícolas y sustituyó a una dominante y
monopolista clase mercantilista española por criollos y comerciantes extranjeros más
dinámicos. Posteriormente, durante las décadas de enfrentamientos civiles y pugna
constitucional, los agricultores británicos se unieron a los comerciantes para llevar adelante el
desarrollo del país.
Sin embargo, fue solamente desde principios de la década de 1880 hasta 1914 que una
economía y una sociedad estable en la Argentina, combinadas con las necesidades de una
economía británica industrializada, transformaron el país, en tres décadas, en una sociedad
moderna de estilo europeo. La fertilidad innata del país, junto con la inversión británica y con
un enorme aumento de la inmigración, convirtieron a la Argentina en el país latinoamericano
más rico.
¿Cómo pudo lograrse esto con un país que parecía ser incapaz de mantener un gobierno
estable? Ocurrieron muchas tonterías, de las cuales fueron responsables las principales figuras
políticas. Algunos ejemplos pueden ser la hipoteca de la Casa de Gobierno de Paraná, la
hipoteca de todos los ingresos aduaneros y la aprobación de aumentos masivos de moneda sin
la autorización del banco central. Con tanta incompetencia y tantas figuras líderes corruptas,
¿cómo pudo crecer la Argentina, con un gobierno con tantas falencias?
«La respuesta es que, en este país rico pero desorganizado, con un potencial de producción
prodigioso, pero para nada previsor en su administración pública, había una pequeña colonia de
gerentes que controlaban la inversión privada y que lograron superar las fallas fundamentales
que presentaba el sector público en la década de 1890. También lograron asegurar, durante la
primera década del siglo XX, casi £300 millones de capital de riesgo, así como los préstamos
externos a 60 años concedidos al Gobierno, que ascendieron a £222 millones en 1892. Ningún otro
país de América logró estos niveles de financiación europea, y debemos tener en cuenta que, como
resultado de la inversión de fondos británicos, muchos otros países de Europa invirtieron
también.
Estas comunidades minoritarias tenían el genio y el know-how del negocio, así como también los
contactos para obtener financiamiento externo, con lo cual se lograron inversiones acertadas.
Por un lado, existía una clase gobernante con buenas intenciones para gobernar el país, pero que
no tenía mucho sentido del orden o de la administración prudente. Generaba déficit y deudas
internacionales fabulosas, pero era respetuosa de la libertad de empresa y de los derechos de
propiedad. Una clase liberal despilfarradora.
En otro nivel había minorías activas que pudieron utilizar la libertad económica y judicial, que
desarrollaron sus empresas y que, como consecuencia de su enorme productividad, tuvieron lo
suficiente como para superar el desorden de la administración pública».109
CAPÍTULO VII
Una nación de extranjeros
«Un argentino piensa como un francés, se comporta como un italiano y se viste como un inglés».
La mayoría estaría de acuerdo en que hay un elemento de verdad en este aforismo que supo
ser muy popular, aunque esperemos que la referencia sartorial sobre los ingleses se refiera a
un período muy anterior al presente. Los argentinos son una gran mezcla de culturas
europeas, en gran parte, del sur de Europa, pero con elementos de Europa septentrional y
oriental, así como de los países del Mediterráneo oriental. Alrededor del 86 % se identifica
como de ascendencia europea,110 y de estos, el 60 % afirma tener lazos italianos.
Los argentinos (como los chilenos y uruguayos) son los más europeos de los pueblos
latinoamericanos. La población indígena o amerindia, que ha sobrevivido en muchos otros
países del continente, ha desaparecido en la Argentina, a raíz de la «Conquista del Desierto» de
1878. En cuanto a los pobladores negros, que habían sido importados principalmente como
esclavos domésticos durante la dominación española y que para la época de la independencia
representaban casi un cuarto de la población de Buenos Aires, muchos fueron carne de cañón
en las guerras posteriores a la independencia y el resto quedó oculto por la inmigración
masiva.
Desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, unos 6,2 millones de personas se
abrieron paso a través del Atlántico hasta la Argentina, apostándolo todo a fin de tener aquí
una vida mejor que la que la mayoría de ellos había tenido en Europa. Los períodos de
inmigración pico se dieron en 1889 y en 1909, cuando más de 200.000 personas atestaron el
puerto de Buenos Aires. En cuanto a la cantidad de inmigrantes recibidos, la Argentina fue el
segundo mayor receptor en el mundo, superado solamente por los EE. UU.
Estos recién llegados, llenos de energía y a menudo desesperados, fueron una de las claves
para la transformación de la Argentina, que pasó de ser una pequeña zona rural a uno de los
diez principales países del mundo. Hace algunos años, en una conferencia pública sobre las
causas del desarrollo económico que di en una universidad británica, me preguntaron si había
una «llave de oro», algo que explicara por qué algunos países se desarrollaron más rápido que
otros. Mi respuesta fue «los extranjeros».
La población europea, que en los primeros años de la independencia ascendía a más o menos
unas 400.000 personas (excluyendo los pueblos indígenas), aumentó gradualmente a 1,7
millones en 1869, a casi 4 millones a la vuelta de siglo, a 10 millones en 1925 y a la cifra
estimada más reciente de 40 millones en 2009. Esto creó una cultura y una sociedad nuevas,
activas, vibrantes y emprendedoras. La contribución británica a este aumento de la población
fue sorprendentemente pequeña, a pesar de que jugó un papel crucial en darle forma a esta
nueva nación.
La Comunidad Británica
La primera y la única mención oficial de colonos británicos en las colonias españolas del Río de
la Plata se refiere a los siete que tenían su base allí para ocuparse del asiento de esclavos
establecido por el Tratado de Utrecht de 1712. En años posteriores hubo unos pocos sacerdotes
jesuitas o de otras órdenes católicas y algunos marineros del fallido ataque a Colonia en 1756.
En 1804, según H. Ferns, solamente había 675 extranjeros en Buenos Aires, de los cuales 15
eran ingleses, ocho irlandeses y uno solo, escocés.111
Las fallidas incursiones militares británicas de 1806 y 1807 crearon una nueva oportunidad
para una invasión de inmigrantes más pacífica. Esta estuvo dada por el gran número de
soldados que desertaron durante los ataques a Montevideo y Buenos Aires. Su número es
desconocido, pero, en vista de la preocupación expresada por sus oficiales al mando sobre la
cantidad de deserciones —provocadas, sin duda, por el hecho de que muchos soldados rasos
habrían sido irlandeses y por la tentación de la amplia oferta de alimentos disponibles a nivel
local—, es probable que varios cientos de soldados razonaran que la deserción ofrecía una
forma de vida más cómoda y menos peligrosa.
Sin embargo, la mayoría de los desertores, si no todos, no eran instruidos y fueron absorbidos
rápidamente por la vida rural básica, por lo que tuvieron poco impacto en el país. Esto lo
confirman muchos relatos de viajeros británicos que conocen a «gauchos» que habían sido
soldados en el pasado, pero que hasta se habían olvidado de cómo hablar en inglés.
La invasión británica realmente significativa fue la de los comerciantes que aparecieron con el
movimiento independentista. Sabemos que había muchos comerciantes, principalmente
ingleses y escoceses, y que también había muchos marineros que sirvieron en la Armada
argentina, una alta proporción de los cuales eran irlandeses.
Durante las primeras una o dos décadas de la independencia, la mayoría de los nuevos
inmigrantes fueron británicos más que europeos del sur. Si bien en un principio eran
comerciantes en su mayoría, la escasez desesperada de mano de obra calificada y no calificada
atrajo a muchos trabajadores británicos. La escasez de trabajadores no calificados se debió a
que se agotó la oferta de esclavos y a que los trabajadores nativos existentes estaban «pegados»
a sus caballos. Tareas tales como arar y cavar, y ni hablar de limpiar y cocinar, no eran para
ellos.
A raíz de la afluencia de inmigrantes británicos en 1811, una señora Clarke abrió las British
Commercial Rooms of Buenos Aires, en lo que hoy es calle 25 de Mayo, que era «un lugar de
reunión preferido, donde pueden encontrarse periódicos ingleses, mapas, cartas y telescopios.
Los socios, 56 en total, cenan en el hotel Faunch cada trimestre. Adjunto, cuenta con una
librería con 600 volúmenes».112
Los emprendimientos británicos estaban a la orden del día, y un tal Sr. Thwaites estableció la
primera destilería en 1812. La segunda fue fundada unos años más tarde en San Telmo por el
Sr. John Dillon, pero, por razones que el autor no ha podido comprobar, ambas empresas
fracasaron. Otro proyecto innovador, pero que tampoco tuvo éxito, fue el de un molino de
viento construido por un tal señor Stroud.113
Sin embargo, más exitosas fueron aquellas actividades asociadas con el aumento del comercio
exterior, porque este incremento llevó a que hicieran falta gabarras en el puerto de Buenos
Aires, y un inglés, el Sr. Cope, poseía la mayoría de ellas. Las tripulaban marineros británicos,
al igual que a muchos de los buques de guerra estatales. La prestación de este servicio esencial
parece haber continuado en manos británicas por muchos años, porque George Bruce afirma
en sus memorias que en la década de 1830 los barcos de su padre comerciaban con Paraguay y
estaban «todos tripulados por marineros británicos».114
Para el año 1823, la Oficina del residente británico tenía registradas a unas 3.500 personas de
esta nacionalidad que habitaban suelo argentino, y muchas de ellas eran comerciantes. Sin
embargo, hubo, indudablemente, muchos más marineros y trabajadores calificados y no
calificados que se vieron atraídos por los altos salarios del Río de La Plata, pero que no se
molestaron en registrarse.
George Bruce, recordando sus primeros días en las décadas de 1840 y 1850, escribe en sus
memorias de Buenos Aires, en 1909:
«Todo el comercio estaba mayormente en manos de los ingleses, hasta los bodegones ubicados en
la playa y en sus cercanías. Las mismas casas comerciales que en ese momento constituían la
gran mayoría son una minoría ahora. Todo ha cambiado. No recuerdo haber visto un solo
italiano entonces. Ahora ellos tomaron la posta».
Pero estas cifras reflejan solamente a quienes se habían tomado el trabajo de registrarse en el
Consulado Británico. Muchos no se habían molestado en hacerlo. Otros no se habrían siquiera
enterado de que podían registrarse, y también es casi seguro que los católicos irlandeses no se
registraron. Y, finalmente, habría muchos hijos y, de hecho, nietos, que formaban parte de la
comunidad pero que habían nacido en el país y que, por lo tanto, eran ciudadanos argentinos.
Mulhall,116 un observador local bien establecido, estima que en 1882 el número de miembros
de la comunidad británica se acercaba más a 51.000. Viendo las fuertes inversiones posteriores
efectuadas por empresas e individuos británicos después de esta fecha, esta comunidad tiene
que haberse incrementado.
Sin embargo, una estimación muy posterior, realizada en 1925 por lo que se considera un
organismo con autoridad, la Sociedad Británica en la República Argentina, afirmaba que la
comunidad británica todavía se calculaba en unas 50.000 personas. La Sociedad, no obstante,
no habría incluido a la mayoría de los católicos irlandeses o a los súbditos británicos que
habían optado por desvincularse de la Embajada. Sea cual haya sido su número, la comunidad
era lo suficientemente grande como para sostener muchas iglesias anglicanas, metodistas y
presbiterianas, y también varias escuelas modelo. Surgieron varios clubes de campo
deportivos para proporcionar entretenimiento de fin de semana, y desde los primeros años
(desde 1827) se publicó un periódico inglés que fue sustituido más tarde por dos diarios de
renombre: el Buenos Aires Herald en 1875 y el The Standard en 1861. En 1843 se construyó un
hospital británico y se formaron muchas organizaciones sociales y filantrópicas para satisfacer
las necesidades sociales y de bienestar.
«Cuando de juzgar a los extranjeros se trata, nosotros los ingleses no solemos darles la
importancia debida a los demás (...) fijamos nuestros estándares basándonos en la formación,
las relaciones y las costumbres, ¡y pobres de los que se aparten de ellos! Estamos seguros de
que nosotros tenemos razón y de que los extranjeros están equivocados (...) somos muy
excluyentes».117
Un factor importante, que explica esta falta de integración, se suele pasar por alto y, de hecho,
justifica el aislamiento cultural. Para los protestantes que residían en una comunidad católica,
la integración social a través del matrimonio se vio seriamente obstaculizada por diversos
factores: las exigencias de la Iglesia Católica de que abandonaran sus creencias protestantes de
larga data, la necesidad de educar a sus propios hijos en escuelas católicas y la prohibición de
la anticoncepción.
Aunque la Argentina fue uno de los estados religiosos más liberales del continente, y el
primero en permitir la libertad de culto, paso que dio en el año 1825, estos requisitos
significaron un gran obstáculo para la integración. Solo en las últimas décadas se han aflojado
los requisitos religiosos gracias al surgimiento de una sociedad secular más liberal, y los
matrimonios mixtos se han vuelto mucho más comunes.
Pioneros Escoceses
Alrededor de dos millones de escoceses dejaron su tierra natal durante los cien años previos a
la Primera Guerra Mundial para unirse a la mayor migración de personas desde Europa que el
mundo haya conocido. El factor clave que permitió este movimiento masivo fue la aparición
repentina de un servicio económico y seguro para cruzar los océanos: el barco de vapor.
Sin embargo, dejar atrás una patria que posee tan grandes dotes escénicas y muchas elegantes
ciudades construidas en granito no puede haber sido fácil. Pero un rápido aumento de la
población, más la disminución de las perspectivas de empleo —especialmente en las zonas
rurales donde los trabajadores habían sido expulsados de sus tierras— combinado con las
duras condiciones climáticas, explican, sin duda, este movimiento masivo.
Como suele ser el caso, en un principio la mayoría de los inmigrantes provenían de las clases
medias más acomodadas y de las clases trabajadoras. La unión política y económica entre
Escocia e Inglaterra en 1707, combinada con los beneficios comerciales resultantes de que
Glasgow se encontrara diez días más cerca de América del Norte que los puertos ingleses, había
beneficiado a la economía escocesa. Esto condujo a que se invirtiera en educación, lo que a su
vez creó el período conocido como la Ilustración escocesa. Su consecuencia fue que una
proporción excepcionalmente alta de emigrantes eran personas instruidas y, por lo tanto,
tuvieron un papel creativo en los países en los que se establecieron.
La mayor parte de los primeros comerciantes británicos que se asentaron en Buenos Aires
pocos días después de que se declarara la independencia, en 1810, eran de origen escocés.
Tenían vínculos con casas comerciales en Gran Bretaña, y tuvieron mucho éxito, ya que
establecieron negocios rentables. Algunos de los más conocidos fueron John Miller, John Orr,
los hermanos Robertson, David Spalding, Thomas Gibson, Thomas Fair, John Hannah, James
Lawrie y George Bell. Muchas de estas casas comerciales invirtieron sus ganancias en vastas
estancias en cercanías de Buenos Aires. La mayoría de los estancieros eran progresistas y
hacían grandes esfuerzos para mejorar su stock de ganado ovino y vacuno. Ellos constituyeron,
de hecho, el foco de la innovación de ganado en el país. Se considera que John Hannah, en el
año 1837, poseía una de las mejores granjas de ovejas de la Argentina. Se creía también que
Thomas Fair, otro exitoso hombre de negocios, tenía 100.000 cabezas de ganado, incluido
ganado ovino.
«La mayoría de los comerciantes británicos son nativos de Escocia, proverbiales por su diligencia
y actividades como comerciantes».
Trabajadores Calificados
Está claro que los artesanos laboriosos podían ganar una buena cantidad de dinero, y otros dos
carpinteros escoceses, Alexander Sterling (también un antepasado mío lejano) y Robert Young,
hicieron tanto dinero que, para el año 1823, lograron comprarse una gran estancia en Uruguay,
donde ellos y sus descendientes, con el tiempo, se convirtieron en parte de la aristocracia rural.
Capitalistas Emprendedores
Los colonos escoceses provenían de un amplio espectro social y económico, pero la mayoría
traía su trabajo y sus habilidades, en lugar de capital. Una excepción a esto fueron los Gibson,
una familia de prósperos comerciantes y productores textiles de Paisley y Glasgow, que
buscaban nuevos mercados y que enviaron al primero de sus cuatro hijos a Buenos Aires en
1818. El negocio anduvo bien y pronto se diversificaron y se dedicaron a la compra de tierras,
que estaban muy baratas. Para el año 1826 habían adquirido cinco estancias, con 60.000
cabezas de ganado, unos 4.000 caballos, muchas mulas e incluso unos cuantos esclavos.119
Los Gibson habían adquirido su estancia más importante en el año 1825. Esta era conocida
como «Los Yngleses» y abarcaba unos 30.000 acres (12.000 hectáreas). Estaba ubicada al sur de
Buenos Aires, en la frontera del territorio aborigen. Sufrieron dos ataques de los indígenas que
fueron frustrados, uno en 1831 y el otro en una fecha tan tardía como 1857, pero estos no
impidieron que la estancia se desarrollara como una empresa ganadera pionera. En un
momento llegaron a contar con 100.000 ovejas. Introdujeron ovinos raza Merino y, más tarde,
raza Lincoln, y esta estancia fue la primera en la Argentina en donde se construyeron
bañaderos para sumergir a las ovejas y matar las garrapatas, que afectaban seriamente la
productividad. La estancia fue también la primera en utilizar embaladoras mecánicas para la
lana.
Los intereses de los Gibson, sin embargo, excedían esta estancia, porque compraron otras en la
Pampa, en Mendoza e incluso en Paraguay. En la década de 1820, tres de los hermanos Gibson
fueron enviados por su padre, el rico industrial, a administrar sus estancias o negocios en
Buenos Aires.
Después de algunos grandes éxitos financieros, la empresa de los Gibson casi quiebra, durante
el bloqueo de Brasil, en 1826. Sin embargo, las estancias que poseían les proporcionaron un
sustento financiero vital, que fue lo que permitió que su empresa sobreviviera. Thomas Gibson
fue el más activo y destacado de los tres hermanos, y su hijo Herbert se convertiría en uno de
los líderes y gerentes más sobresalientes, no solo de la comunidad escocesa, sino también de la
británica.
Nacido en 1863 en Escocia, Herbert tuvo una destacada trayectoria en el colegio secundario,
pero nunca fue a la universidad. A la edad de 18 años fue enviado a la Argentina para trabajar
como aprendiz de gerente en una de las muchas estancias de la familia. Durante la mayor
parte de su vida, llevó laboriosamente un diario, que Iain Stewart ha editado fielmente. Sus
crónicas nos proporcionan un retrato inestimable de uno de los grandes «capitanes de la
industria», cuyas inversiones, capacidad de gestión y trabajo social y comunitario
representaron una contribución crucial a la edad de oro del desarrollo económico, desde la
década de 1880 en adelante.
Aunque gran parte de su diario trata de asuntos personales de la familia, que, por desgracia,
eran angustiantes con frecuencia, y sus relatos de los innumerables viajes por mar desde
Buenos Aires a Southampton son agotadores, su contenido ofrece una verdadera historia
«desde adentro» sobre su positiva contribución al desarrollo económico del país.
Si bien trabaja muy duramente, le gusta el polo y juega para su equipo, Los Yngleses, contra el
Resto del Mundo, pero pierden 9 a 1, mayormente debido a los caballos de poca calidad que
tiene el equipo. En ocasión de la boda de su hermana en Los Yngleses, organiza una grandiosa
celebración, a la cual asisten 500 invitados que se quedan bailando hasta las 8 de la mañana
del día siguiente, en un establo decorado con banderines, carteles y más de 300 velas. Fue «la
mejor y mayor fiesta» que se hubiera dado en la región.
Luego de tres años de llevar su diario en castellano, y a la edad de 28 años, registra lo siguiente
en sus páginas:
Muchos de nosotros reconoceremos esa fase en nuestras vidas que exige que nos ocupemos de
solucionar problemas prácticos más que de tratar de salvar el mundo, pero no puede más que
sorprenderme e intrigarme la naturaleza de esta «lucha cotidiana» que enfrentaba este joven.
Sus esfuerzos no se limitaron a la simple administración de varias grandes estancias, sino que
además encuentra tiempo para escribir una obra seminal, en 1893, titulada The History and
Present State of the Sheep-breeding Industry in the Argentine Republic (Historia y estado
actual de la industria de la producción ovina en la República Argentina), que es bien recibida
por la crítica en Gran Bretaña, Nueva Zelanda, Canadá, Australia e Irlanda, en publicaciones
reconocidas, tales como The Manchester Guardian y The Spectator, e incluso en The
Australasian Pastoralists’ Review.
Publica en el prestigioso Journal of the Royal Agricultural Society sobre la producción de alfalfa
y recibe el encargo, por parte del Gobierno, de escribir, en castellano, informes sobre la
producción de manteca y queso, y también sobre la exportación de carne y ganado en pie. Su
éxito en estos campos se extiende a informes sobre medios de identificación de ovinos. Estos
informes se utilizaron en una conferencia para acordar una norma para las marcas de
identificación. Más tarde se lo designa delegado para un Congreso Internacional en Chicago, a
partir del cual produce un informe de 53 páginas para la Sociedad Rural Argentina respecto a
de qué manera podrían mejorar su trabajo.
La defensa pública que hace del libre comercio lo enfrenta a la postura de la revista Review of
the River Plate, una publicación mensual respetable que trataba temas económicos y sociales,
pero él refuta sus puntos de vista más proteccionistas con una respuesta erudita, citando a
muchos de los grandes economistas y filósofos. Si bien no había pasado por la universidad, no
malgastó su tiempo para leer. Su queja principal era contra el excesivo proteccionismo, que
socava la eficiencia interna; y esto tiene validez para el día de hoy.
Da que sospechar que estas observaciones morales patricias podrían haber irritado a muchos
de la comunidad, e incluso ser un poco injustas, ya que existían muchas organizaciones de
bienestar filantrópicas. El reclamo que hace en la sociedad de debates de St. Andrews cuando
dice que «el fracaso en la integración fue un impedimento de la circunstancia de su religión
protestante» resultó una inútil declaración de algo que era obvio. Sus exhortaciones dieron
algunos frutos, sin embargo, ya que se crea una Cámara Angloargentina de Comercio y uno de
sus hermanos se convierte en su presidente.
El inicio de la Primera Guerra Mundial lo lleva a abandonar estas nobles ideas de integración;
retoma su nacionalidad británica y se va a cumplir con un importante rol en la guerra.
Después de haber sido rechazado por el ejército británico por razones de edad, se involucra en
el armado de cabañas del Ejército de la Iglesia (Church Army) en Francia para los soldados del
frente que están de licencia. Se lo retira de este trabajo y se lo designa comisionado
responsable de la compra de trigo argentino y otros cereales para los países aliados. Esta
función requiere grandes habilidades administrativas y de negociación. Durante tres meses, en
el año 1918, fue responsable de la compra de 2.404.000 toneladas largas/imperiales (2.442.000
toneladas métricas) de cereales en la Argentina.
Cuando la guerra llegó a su fin, su contribución a la misma fue reconocida con el título de
caballero, un raro honor para alguien que en una etapa de su vida había renunciado a su
ciudadanía británica. Sus próximos años implicaron continuos viajes entre Argentina y Gran
Bretaña, ocupó cargos en varias grandes empresas angloargentinas y, finalmente, se convirtió
en presidente del Gran Ferrocarril del Sud.
Mientras tanto, se planeaba, para 1931, una exposición del Imperio Británico en Buenos Aires,
que iba a ser inaugurada por el Príncipe de Gales. Esto, como se puede imaginar, originó una
enorme emoción, así como gran actividad, y a Sir Herbert se le encomendó la tarea de
organizar el evento. También les daba la bienvenida a los invitados y era el encargado de
llevarlos a recorrer el país. Todo salió sin inconvenientes en sus calificadas manos
administrativas, tal como podía esperarse, y la ulterior distinción real bajo la forma de un
título de barón se sumó a sus condecoraciones anteriores.
Sir Herbert murió en 1934 a la edad de 71 años. Su muerte fue un evento nacional y a su
entierro asistieron muchas figuras locales prominentes. Ya lo dijo entonces un periódico:
«dedicó su vida al servicio público y fue un verdadero amigo de la Nación Argentina».
Campesinos Agricultores
Ninguna historia podría ser más distinta a la de Herbert Gibson que la de Jane Robson. Ella
llegó a Buenos Aires en el SS Symmetry en 1825, con sus padres, James Rodgers y su esposa, y
otros tres hijos.
Por esta edad, ya se había convertido en una competente jinete y ayudaba a su padre a arrear
las ovejas y el ganado. Sobrevivió a un rayo, a un ataque de ladrones —que mataron a su perro
favorito cuando este defendía a su madre— y a la pérdida de una de sus hermanitas recién
nacidas.
Uno de los grandes problemas que tenían los agricultores lo causaba la falta de cercados. Por
este motivo, el ganado vagaba fuera, se mezclaba con otros rebaños y podía desaparecer
fácilmente o ser robado. Se queja de que una vaca que su padre había comprado a... «un nativo
regresó de vuelta con este, y mi padre tuvo que ir a buscarla para recuperarla, pero tuvo que
comprarla de nuevo, o en todo caso, pagar algo por ella».
Escribe:
«Yo hacía el trabajo de un peón. Montaba constantemente a caballo, y era valiente como el
viento. A veces salíamos en las mañanas frías de invierno a buscar el ganado, el barro estaba
duro por las heladas, pero en cuanto salía el sol, se derretiría y podíamos llegar a estar con el
barro hasta las rodillas, porque no teníamos ni medias ni botas puestas. En una ocasión, a la
edad de once años, anduve nueve horas a caballo arreando desesperadamente el ganado que
se nos había escapado».
A los 12 años de edad, toma la firme decisión de asistir a una escuela para niñas que dirige un
vecino, pero, desgraciadamente, su padre no puede pagársela. Entonces, para poder educarse,
se ofrece para trabajar al servicio de la señora y cuidar a sus niños a cambio de recibir clases.
Pasa seis meses con esta dama, pero debe volver a su casa debido a que su madre había sufrido
una caída de un caballo y necesitaba cuidados. Relata: «Esa fue toda la educación que pude
recibir». Sus memorias dan crédito de su tenacidad y su capacidad de autosuperación.
Sus historias incluyen la recuperación de caballos robados, amenazas de ladrones y hasta una
pelea en la que se ve involucrada para proteger a su marido, a quien lo ataca un peón armado
con un cuchillo. Salta sobre él y lo golpea con una a pala, gracias a lo cual casi seguro le salvó la
vida a su esposo. Pero las cosas se ponen peores: pierden ovejas en la más terrible de las
tormentas; su casa es destruida por el fuego debido a una pareja ingratos a los que han
ayudado y que también roban sus ahorros; un hijo joven fallece y el otro es asesinado por un
peón que le dispara accidentalmente con una pistola; y los disturbios civiles de la época en que
les toca vivir a menudo los dejan a merced de los bandidos itinerantes. En una ocasión, cuando
los soldados se llevan 16 de sus caballos favoritos, los persigue y avergüenza a su capitán para
que le devuelva algunos.
Rara vez acepta un «no» como respuesta. Cuando un médico del recientemente inaugurado
hospital británico se niega a atender a una paciente, ya que no era su política tratar mujeres,
Jane se pone tan insistente que tienen que aceptarla «por lo que a través de mi persistencia me
convertí en el medio para que este hospital admitiera pacientes femeninos».
Las últimas palabras en esta historia agotadora e impresionante, palabras que escribió a sus 89
años de edad, fueron:
«Desde hace algunos años mi vida recorre un camino sin sobresaltos... es tan tranquila como
puede serlo con una gran familia de 60 bisnietos. Ahora es 1908 y por la noche tuvimos un gran
baile en Robson Hall, que disfruté enormemente (...) un amigo mío se sintió profundamente
conmovido por algunas líneas que yo había escrito sobre la muerte de nuestra querida Reina y le
envió mis palabras a Eduardo VII. Para mi sorpresa y satisfacción, recibí una carta del Palacio de
Buckingham agradeciendo esas líneas».
Esta historia merece ser leída por completo para poder captar los grandes obstáculos que los
colonos pobres tuvieron que superar a fin de lograr finalmente el éxito. Jane fue una de mis
muchas tías bisabuelas que se establecieron en el país, y espero que algunos de sus genes
hayan llegado hasta estas ramas en el árbol genealógico.
La Pionera Feminista
Cecilia era nieta de William Grierson, uno de los ocho campesinos escoceses ricos que habían
llegado en el SS Symmetry en 1825. El diario que escribió William de esta travesía sin
incidentes se publicó en el libro de Iain Stewart, junto con las memorias de Jane Robson.
Claramente se trataba de una persona de educación considerable y una buena cantidad de
capital. Aunque, como sabemos, ese proyecto de colonización no tuvo éxito, él y muchos otros
establecieron estancias rentables.
Ella fue realmente una mujer notable: una combinación de una Florence Nightingale
profesional y una Sylvia Pankhurst, todo incluido en una reformista política socialista. Criada
en una cómoda estancia del norte, a la muy temprana edad de seis años fue enviada a una
escuela inglesa y, más tarde, a una escuela francesa, en Buenos Aires. Posteriormente, comenzó
a trabajar como docente. A los 23 años, decidió que quería estudiar medicina y, a pesar de la
gran oposición de la corporación médica en Buenos Aires, fue aceptada. Debe haber poseído
una energía y determinación extraordinarias, ya que, durante sus estudios, se comprometió
como trabajadora voluntaria de salud pública, organizó un servicio de ambulancia (con la
innovación de las campanas de alarma) y, dándose cuenta de la importancia de la enfermería
profesional, estableció la primera escuela de formación de enfermeras en el país, que se
basaba en las mejores prácticas británicas. Con el tiempo, esta institución se convirtió en la
principal escuela de enfermería de la Argentina. Ella llegó a ser su directora y, tiempo después,
la escuela fue nombrada en su honor. En 1890, fundó también una escuela de formación de
enfermeras en el hospital británico.
Tres años después de graduarse, creó la Sociedad de Primeros Auxilios Argentina y también
publicó libros sobre la atención de víctimas de accidentes, de personas ciegas y del paciente en
general. También fue pionera en la educación de niños ciegos y sordos, así como en el
asesoramiento psicológico de niños con necesidades especiales.
No contenta con estas actividades relacionadas con la salud y el bienestar social, se unió al
Partido Socialista Argentino. Además, se convirtió en una sufragista, y fue elegida
vicepresidente del Consejo Internacional de Mujeres, celebrado en Londres en 1889. Esto, a su
vez, la llevó a fundar una nueva organización en el año 1900, el Consejo de Mujeres de la
República Argentina, cuyo objetivo era la emancipación de la mujer. Desde allí, ejercieron
presión para conseguir beneficios sociales tales como la licencia por maternidad, la abolición
de la trata de blancas, la igualdad de derechos legales para las mujeres y los hombres y el
divorcio.
No es de extrañar que haya entrado en conflicto con la Iglesia, por ser una librepensadora, y
también con las mujeres de las clases altas, a causa de sus opiniones políticas. Era muy
adelantada para su tiempo. A pesar de sus enfrentamientos con la autoridad, sus logros fueron
reconocidos públicamente en 1914 y 1916, cuando se retiró a la provincia de Córdoba. Sus
buenas obras no se detuvieron allí, ya que donó a la comunidad local una escuela y una
residencia para docentes y artistas.
Pocas mujeres han tenido un impacto social tan positivo como Cecilia Grierson, y pocas
personas han logrado introducir tantas nuevas ideas e instituciones con la eficacia de la que
ella hizo gala, siendo además una pionera en el movimiento sufragista en América Latina.
Un Pionero Patagónico
Fue a mediados del verano del año 1885 cuando un granjero escocés llamado William Halliday,
junto con su esposa María, sus siete hijos y William MacCall, su suegro—que hasta entonces se
había dedicado a la cría de ovejas en las Malvinas/Falkland — desembarcaron en una playa
patagónica, en las inmediaciones de lo que hoy es la ciudad portuaria sureña de Río
Gallegos.122
William había elegido una zona con algunas colinas, que poseía varios manantiales y que,
aunque no tenía árboles, contaba con un número inusual de arbustos y, lo que era más
importante, de pastos adecuados para ovejas.
Como muchos pastores escoceses, en las Malvinas/Falkland, habían podido ahorrar dinero,
pero no comprar tierras, porque todo estaba en manos de unos pocos propietarios. Así que,
para los pastores escoceses, la oferta de 30.000 acres en la Patagonia realizada por el flamante
Prefecto, Carlos Moyano, debe haber sido irresistible, a pesar de que este entorno duro,
sombrío, ventoso y sin árboles había desalentado y hecho fracasar los asentamientos de
europeos en el pasado.
Después de haber ahorrado los fondos suficientes para alquilar un pequeño barco y adquirir
todo lo necesario para subsistir por lo menos durante un año, así como seis perros pastores, y
luego de haber comprado hasta 1.000 ovejas en Punta Arenas —que quedaba a 120 millas (190
kilómetros) al sur— William y su familia se embarcaron en una de las más osadas empresas
pioneras.
Debían desembarcar a una milla (1,6 km) de la costa, en dos gabarras cargadas con todos sus
suministros. Mientras se dirigían a la orilla, una increíble mala suerte los golpeó bajo la forma
de una tormenta inesperada. Su segunda gabarra, que estaba cargada con tiendas de campaña,
mantas, azúcar, sal y muchos otros suministros vitales, se hundió en las aguas.
Es difícil imaginar lo que William Halliday debe haber sentido, ya que solo él tenía la culpa de
este terrible error. Él era la causa por la que su esposa y sus siete hijos estaban varados en esta
playa aislada, sin nadie a quien pedir ayuda. Encuentra que el estiércol de guanaco, que
abunda en toda el área, es un excelente combustible y entonces pueden hacerse un té con las
hierbas locales y mantenerse calientes.
Es posible que la situación no fuese tan extrema, después de todo, ya que rápidamente se pone
en marcha hacia Punta Arenas para recoger las ovejas que había comprado y está de vuelta
unos diez días más tarde. Llega con poco más de 700 animales, a pesar de que tiene que
recorrer el trayecto del último día a pie debido a que se le escapó el caballo.
Pero el buen Dios no los había abandonado por completo. Sorprendentemente, su suegro logró
recuperar sus rifles de la playa y hacerlos funcionar. Y como si se tratara de algún milagro casi
bíblico, muchos peces fueron arrastrados a la playa y se congelaron, y entonces ellos y sus
perros tuvieron con qué alimentarse durante algún tiempo.
Sus condiciones de vida deben haber sido terribles, ya que no había materiales de construcción
locales: no había árboles de donde obtener madera y el suelo era demasiado quebradizo como
para que sirviera para hacer ladrillos. Tuvieron que vivir en tiendas de campaña caseras
durante muchas semanas hasta que consiguieron importar madera y láminas de hierro
corrugado que, junto con el material de un naufragio, les dieron la posibilidad de construirse
una casa de cuatro habitaciones.
Es imposible imaginar cómo alguien podría vivir en esas condiciones tan solo durante unas
semanas, y ni hablar de meses o años, con una enorme familia. Pero lo hicieron. Al año
siguiente de su llegada, también fueron a vivir allí unos primos escoceses, los Rudd, igualmente
provenientes de las Malvinas/Falkland. Un año después llegó a las costas un barco para recoger
su primera cosecha de lana.
Más familias, en su gran mayoría escocesas, pero también algunas inglesas, se fueron mudando
gradualmente a la Patagonia, y sus condiciones de vida mejoraron. En 1896, Río Gallegos se
convirtió en la capital de la provincia de Santa Cruz y hoy es una ciudad muy próspera.
Pero el coraje y el espíritu emprendedor de los Halliday fueron finalmente recompensados.
Veinte años después de su desalentador primer desembarco en la Patagonia, eran lo
suficientemente ricos como para regresar a Escocia de visita y para encontrar escuelas a fin de
enviar a sus hijos mayores.
Pioneros Rurales
«En Buenos Aires y Montevideo han tenido lugar grandes cambios. Ambas poblaciones se han
extendido ampliamente y son hermosas ciudades, que pueden compararse con la mayoría de las
urbes de su tamaño en el mundo, en lo que hace a sus edificios y limpias calles pavimentadas. El
conjunto es realmente maravilloso, y todo se ha hecho en los últimos 50 años. Todo esto se ha
logrado con capitales británicos. Los británicos descubrieron los grandes recursos agropecuarios
del país e invirtieron libremente aquí en ferrocarriles, muelles y también en mejores razas de
ganado, de modo que la calidad de este último ha mejorado muchísimo. Nuestras exposiciones en
la Sociedad Rural son muy admiradas por la clase de animales que presentamos y que, al ser
vendidos, reportan mayores precios que los importados».
Esto escribía George Bruce, el padre de mi madre, en el año 1909, en sus memorias personales
inéditas.123
Thomas Bruce y su hijo George tuvieron diferente suerte. Thomas en realidad nunca logró,
como sí lo hicieron muchos otros escoceses ganaderos de ovinos, convertirse en un
terrateniente importante. Contaba con todas las cualidades necesarias para tener éxito, pero
no con ese elemento fundamental, la suerte. Su empresa de construcción naval y su iniciativa
de transporte fluvial, a los que nos referimos en el capítulo II, quebraron cuando les robaron
los contratos con el gobierno de Rosas y este se negó a pagarles. Luego se empleó como
carpintero y trabajó para uno de los grandes ganaderos de ovinos escoceses; posteriormente
participó en la estancia de los Dodd, en Chascomús, de un acuerdo de cría de ovinos en el cual
se repartía la producción. A diferencia de muchos otros que por estos medios lograron adquirir
su propia tierra, Thomas parece haber entrado en el ciclo de la producción ovina en el
momento equivocado y nunca llegó a convertirse en propietario de tierras. George, sin
embargo, tuvo más éxito. En 1880 asumió la gestión de una estancia de ganado ovino y bovino
en Uruguay. Su propietario era el señor Bell, un escocés que tuvo los fondos para mejorar la
genética de sus animales, la habilidad para designar a un gerente de primera clase y la suerte
de llegar al mercado en el momento justo. Su estancia fue descrita como una de las mejores del
país.
Pero después de 15 años, George se separó del Sr. Bell, ya que «no podían acordar en cuanto a
los términos» y se hizo cargo de una estancia a orillas del río Uruguay, en Paysandú. La
mayoría de sus ocho hijos se crió allí, y mi madre recordaba esa época como una de las más
felices de su infancia. Al visitar la estancia, casi 100 años más tarde, con mi esposa, nos
encontramos con una enorme mansión romántica, semiabandonada, con una galería
acristalada, habitaciones vacías donde reverberaba el sonido de nuestro pasos, y baños con
bañeras de hierro lo suficientemente fuertes como para flotar a través del Atlántico. Los
bosques que la rodeaban eran un paraíso de loros ruidosos y coloridos. Por desgracia, como
suele suceder a menudo, la casa había sido abandonada por muchos años debido a una disputa
familiar sobre su propiedad.
Al retirarse, el abuelo Bruce pudo construirse una casa en el exclusivo barrio de Palermo, en
Buenos Aires, y llevar a todas sus jóvenes hijas solteras, una de las cuales era mi madre, a una
«gran gira por Europa». Una fotografía de él tomada cerca del año 1908, un amable y
corpulento propietario de un coche de lujo, con su familia pululando a su alrededor, es un
recordatorio típico de la realización personal.
Por suerte, encontré un gran aviso en Uruguay que publicitaba la venta de tres excelentes
estancias cuyos propietarios eran el Sr. George Bruce y su hijo Thomas. Estas abarcaban 27.000
acres (11.000 hectáreas) y albergaban 6.100 cabezas de ganado, de las muy valoradas razas
Hereford y Durham, y 18.000 ovejas de calidad, principalmente de raza Lincoln.
Evidentemente, George había sido un empresario eficaz, así como un buen gerente de
hacienda, y se había visto beneficiado por el enorme aumento de la demanda de ganado que se
produjo a partir de década de 1880. La fotografía en la que se lo ve con su numerosa familia
cubriendo con orgullo su nuevo coche de lujo lo dice todo: él lo hizo.
Pioneros Irlandeses
El vínculo de Irlanda con América Latina se remonta, a través de España, a varios siglos. La
religión común era el principal atractivo de España para muchos irlandeses católicos. Varios
destacados jesuitas que sirvieron en América Latina eran de origen irlandés. Hubo también
muchos refugiados perseguidos por protestantes e ingleses que huyeron hacia España. El
irlandés más famoso en la historia colonial española fue Ambrosio O'Higgins, quien se
convirtió en uno de los virreyes con mayor capacidad de la colonia española más valiosa, la del
Perú. Uno de sus hijos ilegítimos, Bernardo, fue igualmente famoso porque llegó a ser el primer
presidente de la Chile independiente.
En las invasiones inglesas de 1806 y 1807, muchos de los desertores del ejército fueron de
origen irlandés. En la independencia, como ya se ha registrado, muchos irlandeses formaban
parte de la armada patriota, y Guillermo Brown se convirtió en su marino más exitoso. Hasta la
actualidad se lo recuerda como su principal héroe y es el fundador de la Armada Argentina.
Aunque hubo un buen número de profesionales, mayormente médicos, que emigraron al país
(entre ellos Miguel O'Gorman, recordado como el padre de la medicina argentina), la gran
mayoría de estos inmigrantes eran jornaleros, por los cuales existía una demanda desesperada.
El reverendo Anthony Fahy, un «pastor» eclesiástico muy franco y efectivo para su rebaño
irlandés, afirmaba en 1848 que:
«Nunca he conocido a un hombre que no pudiera hallar empleo, salvo durante una época cuando
el bloqueo. De hecho, hay tanta escasez de trabajadores que su jornal ha aumentado de cinco
chelines a siete chelines y seis peniques diarios. En más de una ocasión me he encontrado con
hombres pobres que han hecho £100 al año haciendo zanjas solamente. En un país sin piedras, un
gran número de trabajadores siempre encuentran trabajos de este tipo cuando los estancieros
comienzan a rodear a sus casas con chacras y quintas. El pastoreo de ovejas dará empleo a gran
cantidad de mano de obra. Una vez que se establezca la paz, y si se logran introducir
trabajadores laboriosos, en pocos años esta provincia podría ser un paraíso perfecto».126
El hecho de que muchos irlandeses no se quedaran sugiere que los asesores espirituales no
siempre consiguen hacer juicios correctos. Lo interesante es que el Padre Fahy, al igual que
muchos otros tempranos observadores extranjeros, era consciente del enorme potencial físico
del país, que no se estaba aprovechando porque había gran inestabilidad política.
Para los irlandeses, la adquisición de ovejas, con un manejo razonable y cierta cantidad de
suerte, representaba la forma de escapar de la pobreza. Algunos de ellos acumularon un
capital considerable rápidamente, en un breve periodo de tiempo. Esto parece haber
comenzado en los albores la década de 1840, viendo que el observador MacCann asevera que:
«El descuento de letras está monopolizado por reconocidos prestamistas de dinero, alrededor de
la mitad de los cuales son extranjeros; y es gratificante afirmar que los pobladores irlandeses son
prestamistas de dinero en volúmenes importantes; de hecho sus negocios solos serían un
elemento importante para un corredor. Sin embargo, llegaron al país como extraños y en la
pobreza».
Esta revelación acerca de que los irlandeses eran prestamistas es, en cierta forma,
sorprendente, ya que algunos de los grandes ganaderos de ovino pioneros en la década de 1830
eran de origen irlandés, siendo los más conocidos Sheridan y Harrat.
A los que tuvieron la suerte de cerrar acuerdos de aparcería en los años 1840 y 1850 les fue
bien, siempre y cuando no les haya tocado sufrir los desastres causados por tormentas,
langostas y sequías, y las depredaciones de soldados y bandidos. Los colonos británicos —y los
irlandeses eran considerados británicos— se salvaron de la mayoría de las consecuencias de
los conflictos civiles, ya que todos los gobiernos dejaban en claro a sus soldados que debían
proteger a los colonos británicos siempre que fuera posible. Para fin de siglo, los exitosos
productores de ganado ovino irlandeses, como por ejemplo los Duggan, Murphy, Maguire y
Casey, se habían convertido en parte de la nueva aristocracia argentina.
Peter Sheridan, uno de los primeros en llegar, a principios de 1817, comenzó a importar ovejas
de raza Merino en 1824, se asoció con John Harrat, participó en el establecimiento de un
saladero, fue uno de los fundadores del Strangers’ Club en Buenos Aires y, cuando murió en
1844, era propietario de 44.000 ovejas.
Según Edmund Murray, sin embargo, la llegada de 114 inmigrantes irlandeses en 1844 fue el
«comienzo de la emigración más importante de Irlanda a América Latina».127 A los irlandeses
parece haberles ido desproporcionadamente bien en su escalada económica hacia el éxito
social. No obstante, la compra de tierras se hizo cada vez más difícil y esto, sin dudas, explica la
muy elevada cifra de emigración del 50 % que sostiene Murray.
Una de las familias irlandesas más exitosas que no se dedicó a actividades agropecuarias fue la
de los Mulhall, que fundó un diario en inglés The Standard, en 1862. Se trataba de una
publicación informativa de calidad que no estaba diseñada específicamente para la comunidad
irlandesa (un periódico más claramente dirigido a ellos fue The Southern Cross, creado en
1875), sino para la población de habla inglesa, que era mucho mayor. Su independencia e
imparcialidad hicieron que fuera leído por personas que no pertenecían a la comunidad
británica. Sobrevivió por casi 80 años y se cerró durante la Segunda Guerra Mundial, lo que
significó una gran pérdida para todos sus lectores.
Los Mulhall también produjeron un Handbook of the River Plate (Manual del Río de la Plata)
en 1869, y cuatro ediciones más en años posteriores. Estos proporcionaban una gama completa
de información estadística, económica y política sobre los países rioplatenses: Argentina,
Uruguay y Paraguay. Aunque a menudo se las criticó por hacer un uso descuidado de las
estadísticas y la información, las publicaciones de los Mulhall fueron innovadoras y, en
general, representaron una fuente inestimable para los lectores y para quienes tenían la
función de tomar decisiones.
En su Handbook de 1885, los Mulhall afirmaban que los ganaderos de ovinos irlandeses y
escoceses poseían de 22 a 24 millones de ovejas y alrededor de 11 millones de acres (4 ½
millones de hectáreas) de tierra, y que su riqueza pecuaria total era de £33 millones.
Estimaban que, del valor total de la población ovina argentina, 136 millones de pesos, los
irlandeses que se dedicaban a la cría de ovinos poseían 30 millones, mientras que los escoceses
eran dueños de 7 millones, los vascos, de 20 millones, y los argentinos, de 73 millones.
Desafortunadamente, no indican cuántos agricultores en total estuvieron involucrados y uno
se pregunta cómo se clasificó a los agricultores ingleses, porque no se incluye tal categoría. De
hecho, es asombroso que se contara con estadísticas tan detalladas en esos primeros años.
También es sorprendente que la propiedad de los escoceses fuese tanto menor que la de los
irlandeses. Sin embargo, la enorme contribución de los inmigrantes irlandeses probablemente
sea correcta.
No obstante, debe tenerse en cuenta que quizás los inmigrantes no lograron cumplir la mitad
de sus sueños, por lo cual tuvieron que partir en busca de mejores utopías. Ningún grupo de
inmigrantes tuvo una recepción tan desastrosa como los 2.000 que llegaron en el MV City of
Dresden en 1889. El Gobierno argentino les había ofrecido pasajes gratuitos, pero dos agentes
irlandeses les habían hecho ofertas falsas de tierra fértil, semillas, implementos y viviendas
gratis, así como de fondos para ayudarlos, pretendiendo que venían de parte del Padre Fahy
(que entonces llevaba fallecido ya 20 años).128
La población irlandesa y británica local tuvo que recaudar fondos para darles de comer, e hizo
todo lo posible para encontrarles a trabajo. Muchas de las chicas tuvieron que recurrir a los
burdeles para poder hacerse de un ingreso. A algunos simplemente los dejaron en los campos;
otros tan solo murieron. El escándalo de este trato deshonesto puso fin a cualquier proyecto de
inmigración irlandesa organizada.
Es lamentable que uno tenga que cerrar con una nota negativa este relato sobre la importante
contribución de la conexión irlandesa, que fue muy valiosa para el desarrollo de la Argentina
en sus años de formación. Pero se pueden extraer conclusiones bastante diferentes de la
historia, ya que en 1889, el embajador británico decía de estos inmigrantes:
«Los irlandeses, en definitiva, han resultado un éxito tan grande y un elemento tan valioso en
el Río de la Plata como fueron, en muchos sentidos, un fracaso en América del Norte. Son
dueños de distritos prácticamente enteros en el norte y centro de la provincia de Buenos Aires,
a los que han dotado de capellanías y donde fundaron escuelas propias con bibliotecas; y en
conjunto presentan un aspecto tan diferente del de sus hermanos en su “angustiosa tierra”
natal, que solo puede pensarse que estas regiones les han ofrecido una salida providencial».129
Pioneros Ingleses
«Los comerciantes británicos constituyen una parte muy influyente de la clase más respetable
de la comunidad; sus principios honorables y sus iluminadas opiniones sirven de incentivo
para aquellos que aprecian el valor del alto carácter mercantil y suponen un control saludable
para sus opuestos. Una clase superior de jóvenes ha surgido últimamente de Inglaterra, son
administrativos que finalmente van a convertirse en auxiliares valiosos para el interés
mercantil del país. Tanto en la ciudad como en la provincia de Buenos Aires, los colonos
británicos son prósperos. Ya sea como comerciantes o estancieros, como artesanos o peones,
los inmigrantes son bien recibidos y la perspectiva de recompensa para el capital y la industria
británicos es de lo más favorable».130
Esto escribió William MacCann en el año 1848, después de su minucioso recorrido de 2.000
millas (2.500 kilómetros) por todo el país. No usa el término «británico» en un modo riguroso,
sino que, en la mayoría de los casos, quiere decir «inglés». Su alabanza y optimismo son sin
duda sinceros, pero había opiniones contrarias que hablaban de «vagos borrachos» y
fracasados desesperados que no eran infundadas. Y estaba, por supuesto, la queja constante en
cuanto a la renuencia de esta comunidad a integrarse socialmente. Sin embargo, sería
razonable suponer que, para mediados del siglo XIX, a la mayoría de los inmigrantes ingleses
les iba bien, financieramente hablando, y que llevaban una respetable vida social.
Un Estanciero Inglés
El primer relato que hace William MacCann sobre el establecimiento agrícola de un estanciero
inglés, que se encontraba a unas 11 millas (18 km) al sur de Buenos Aires, en lo que ahora es un
suburbio llamado Quilmes, muestra un escenario bastante idílico:
«La casa del Sr. Clark tenía la apariencia de la comodidad y la laboriosidad inglesas. Los terrenos
y el jardín estaban dispuestos en hermoso orden, surtidos con una profusión de verduras, aves de
corral y una piara de cerdos; fuertes cercas bien prolijas y ricos potreros cerrados; algunos
arados escoceses acababan de dar vuelta la mejor tierra que jamás había visto; mientras que
felices mujeres irlandesas andaban ocupadas cargando vasijas de leche. A esta distancia
conveniente de la ciudad, todo puede convertirse en dinero. Los empleados del Sr. Clark son
principalmente irlandeses, personas muy industriosas y que ahorran casi todo su salario».
Después de haber sido convidado con una cena de «carne asada, aves, budín de pasas, papas y
pan blanco, servida de forma hermosamente limpia», MacCann es invitado con insistencia a
pasar la noche, cosa que acepta. Se deshace en elogios sobre la ubicación de esta área para la
práctica de la agricultura, en la que la tierra «a menos de quince millas de una ciudad de
60.000 personas se puede obtener solamente por 40 chelines (£2) por acre, en comparación con
terrenos similares en la lejana Australia, que costarían 20 por acre».
Sin embargo, la coherencia no es el punto fuerte del Sr. MacCann porque, luego de su largo
recorrido rural, concluye:
«Mientras nuestras propias colonias en Australia y Nueva Zelanda ofrecen campos tan ricos para
un empleo rentable del capital, hay menos incentivo para que los comerciantes arriesguen su
capital y energía entre una raza de personas cuyas riquezas naturales se desperdician por la
acción combinada de la ignorancia, el gobierno inestable y la guerra interminable».
Agricultores En La Frontera
Richard Seymour zarpó de Liverpool el 17 de enero de 1865 para reunirse con un amigo en la
Argentina, donde «los dos esperábamos hacer una fortuna rápida abocándonos a la cría de
ovejas».131 El suyo es un relato único, en inglés, de los cuatro años que pasó dedicado a la
agricultura en el límite de la Pampa con las tierras aborígenes. Al igual que muchos pioneros
ingleses de la época, arribó con el capital suficiente para poder comprar tierras de cultivo, que,
conforme a los estándares ingleses, estaban siendo vendidas a precios ridículamente bajos. En
su relato no da detalles sobre sus antecedentes sociales y financieros, pero cuenta con el capital
y los fondos para poner en marcha su nueva empresa, llevar a cabo mejoras e incluso traer
mano de obra agrícola desde Inglaterra. Su libro está bien escrito, lo que indica que su autor
era inteligente e instruido.
Él y su socio exploran las tierras al sur de un asentamiento pequeño y desolado llamado Fraile
Muerto, que están bien irrigadas y son fértiles, ideales para la producción de ganado ovino o
vacuno. Reunido con productores escoceses, explora la zona, que había sido tierra indígena y
en la que aún no había asentamientos europeos, y la describe como «bastante deshabitada y
extendiéndose hasta una región tan poco conocida como el Sahara». Mientras que los indígenas
habían hecho muchas incursiones en las zonas más al norte, él afirma que «alrededor de esta
área de Rosario los colonos están comparativamente seguros».
Eligen tierras que parecen prometedoras y deciden hacerle una oferta al Gobierno. Una visita a
la capital de la provincia de Córdoba les permite hacer una oferta por la tierra «por la cual
había muy poco interés» y consiguen 24.000 acres (9.700 hectáreas) «a poco menos de seis
peniques [2½p] por acre». Sí, 24.000 acres a seis peniques por acre, es decir £600. Su
comentario «podríamos considerar que no es muy caro» parecería un eufemismo muy inglés.
Aunque su afirmación de que no había mucho interés en la tierra no era del todo correcta. Lo
había, pero eran los aborígenes los que estaban interesados.
La creación de un nuevo asentamiento a más o menos unos dos días a caballo y carro, del otro
lado de su frontera, el río Saladillo, era para ellos una experiencia emocionante. «Fuimos», dice
«los primeros ingleses entre el Saladillo y la Patagonia». Iba acompañado por su socio y un
irlandés contratado para cavar una zanja a modo de defensa, así como de un «gaucho muy
poco confiable».
Si bien las autoridades le habían asegurado que los indígenas solamente «representaban un
riesgo insignificante (...) y nunca se les ocurriría atacar a un inglés bien armado, y que solo
estaban interesados en el ganado vacuno y los caballos, ya que las ovejas eran demasiado
lentas para ahuyentarlas», la construcción de un zanja como medio de defensa era un requisito
previo. La zanja, de unos 6 pies (1,80 m) de profundidad por 6 pies de ancho, rodeaba un
espacio para habitar, de unos 150 pies (46 m) cuadrados. Los aborígenes no poseían armas de
fuego; su arma principal era una lanza de 20 pies (6 m) y, ya que sus caballos no saltaban las
zanjas y ellos no desmontaban, los colonos armados se podían considerar a salvo al estar
rodeados por estas zanjas. Por fortuna los colonos ingleses no importaron caballos adiestrados
para saltos hípicos y a los indios no parece habérseles ocurrido enseñarles a sus caballos a
saltar zanjas; de lo contrario, la historia de la Pampa podría haber sido muy diferente.
En el mes de abril, un año después de su llegada, la estancia estaba empezando a tomar forma,
con las zanjas ya cavadas, cuando se alarmaron al ver lo que ellos pensaron que eran unos 200
o 300 jinetes aborígenes que se dirigían a la carga contra ellos, a todo galope. Afortunadamente
su establecimiento, incluido el personal contratado y los visitantes, había aumentado a doce
personas, de las cuales nueve eran hombres adultos. Todos estaban completamente armados y
listos para recibir a los atacantes.
Resultó que el grupo constaba de unos 50 aborígenes que desmontaron a alguna distancia de la
casa, y su jefe y algunos hombres se acercaron a la zanja. Ellos, a través de un gaucho que se les
había unido, les aseguraron a los colonos que no pretendían hacerles ningún daño; que habían
perdido su camino y les gustaría visitar su casa, y les rogaron si tenían algo de ropa que
pudieran darles. Richard rechaza educadamente su propuesta de una visita, pero encuentra
algunas ropas viejas para darles. Ya que parecían amistosos y habían dejado sus armas, poco a
poco la mayoría de los colonos finalmente cruzó el foso para charlar con ellos. El jefe les
prometió amistad permanente antes de alejarse galopando con casi toda la tropilla de 100
caballos pertenecientes a Richard, sus amigos y personal, que no estaban en el interior de la
zanja defensiva.
A pesar de su pérdida, sienten un gran alivio al ver que los indígenas se van, pues, como el
gaucho que los ayuda les dice, si no hubieran estado armados, la visita habría terminado de
manera diferente.
No obstante, terminó de manera diferente seis meses más tarde, cuando una estancia vecina,
propiedad de un inglés, fue atacada, y él y dos de sus colaboradores asesinados. A pesar de
estas alarmas justificadas, Richard y su compañero no se rinden. Compran otras 4.000 ovejas y
comienzan a construir una nueva casa, de adobe, más grande y más cerca del río.
Sus vidas no están dedicadas de lleno al trabajo, ya que la población más cercana, Fraile
Muerto (ahora Bell Ville), les queda a 30 millas (48 km) de distancia y el ferrocarril de Rosario
une a las dos ciudades. Junto con otros colonos ingleses, organizan un evento de carreras de
caballos en Roldán, un pueblo pequeño cerca de Rosario, y, más tarde, hasta tienen tiempo
para visitar Buenos Aires y su espléndido teatro ópera.
Sin embargo, los indígenas todavía estaban activos y, a su regreso, se encontraron con que
habían asaltado la estancia y soltado a varios cientos de cabezas de ganado y a la mayoría de
sus caballos. Dado que la principal fuente de sus ingresos eran las ovejas, la pérdida fue más
inconveniente que desastrosa.
A pesar de estos contratiempos, siguen mejorando la estancia. Importan carneros de raza, que
no se adaptan bien, y varios cerdos, que resultan ser todo un éxito. Más tarde plantan 2.000
durazneros y su huerto comienza a producir una valiosa variedad de verduras. Comienzan a
poner alambrados.
Posteriormente se dan cuenta, al igual que varios otros estancieros, de que sus suelos son muy
adecuados para la producción de trigo y maíz, y que estos cultivos les proporcionarán mejores
rendimientos que el ganado. Importan arados americanos, comienzan a entrenar bueyes
reacios a tirar de ellos y plantan unos 50 acres (20 hectáreas) de trigo y maíz. Un vecino inglés
importa un arado de vapor y todos son invitados a ver cómo funciona. Y funciona bien. De este
modo comienza la revolución agrícola que llevó a la siembra masiva de trigo, maíz y otros
cereales. Las ovejas fueron reemplazadas por cultivos y, en consecuencia, 50 años después, la
Argentina se convirtió en uno de los productores de cereales más grandes del mundo.
Después de cuatro años de duro trabajo con el arado, Richard Seymour deja a su socio a cargo y
regresa a Inglaterra para una visita, durante la cual encuentra tiempo para escribir su libro, un
relato singular de la agricultura en una zona pionera.
Concluye:
«Siempre que el Gobierno defienda sus fronteras, puedo animar a otros a venir a instalarse en
nuestra vecindad, donde encontrarán que pueden comprar a un precio muy bajo pastizales de
excelente calidad; donde hay un hermoso clima y muchos de sus compatriotas viven en las
cercanías».
Después de 1852 la producción ovina se había tornado cada vez más rentable, ya que los
precios por unidad llegaron a aumentar en más de 12 veces, de 2 pesos hasta 25 y 30 pesos
cinco años después. Mientras que en 1850 las exportaciones de lana habían sido de 8.000
toneladas largas/imperiales (8.128 toneladas métricas), este enorme incremento de los precios
llevó a que las exportaciones se elevaran a 12.000 toneladas largas/imperiales (12.192
toneladas métricas) en 1855, a 19.000 toneladas largas/imperiales (19,304 toneladas métricas)
en 1859 y a la impresionante cifra de 91.000 toneladas largas/imperiales (92.456 toneladas
métricas) en 1875.132
Esto causó un frenético interés en la cría de ovejas, un polo de atracción para los hijos de
muchos agricultores ingleses, que emigraron a Argentina en busca del vellocino de oro.
Muchos llegaron en la década de 1860, cuando parecía que, con la nueva constitución de la
República Argentina, los conflictos civiles iban a ser cosa del pasado. Las regiones que
atrajeron a la mayoría de los nuevos pobladores fueron las que estaban libres de las
incursiones de los aborígenes: las provincias del norte de Buenos Aires, incluida Entre Ríos.
Esta atrajo a muchos jóvenes ingleses.
Uno de ellos era George Reid, un muchacho de 25 años de edad que, viendo que era difícil
encontrar empleo en Inglaterra, decidió probar suerte, junto con un amigo, en la Argentina.
Escritas en un período de cuatro años, sus cartas contienen un elocuente relato de las venturas
y desventuras que les tocó vivir mientras se dedicaban a la agricultura en la zona sur de la
provincia de Entre Ríos.133
Arrancaron bastante bien, arrendando 6.000 acres (2.400 hectáreas) de tierra al norte de
Gualeguaychú, y parecen solo ligeramente consternados al descubrir que los precios de la lana
se han derrumbado, en gran parte como consecuencia de la finalización de la Guerra Civil de
los EE. UU.:
«Es muy cierto que las ovejas y el ganado se duplican en tres años, pero lo que omiten decir es que
las ovejas son totalmente invendibles. Todo lo que la gente de por aquí hace es ganar el dinero
que precisan para sus gastos. Por otra parte, yo estoy convencido de que puedo y voy a ganar
dinero, pero no va a ser con la cría de ovejas».
No está claro cómo espera lograr esto, pero sí menciona que la agricultura de cultivo es el
futuro, aunque no uno en el cual él y su compañero quieran embarcarse.
Mientras tanto, parece estar disfrutando de la vida porque, al salir al campo una mañana
temprano, se encuentra con otros ocho ingleses y galopan:
«...legua tras legua (una legua equivale a tres millas) entre avestruces, loros gritones, perdices
zumbonas y nubes de patos, en un hermoso día despejado y con una brisa agradable, sobre el
corto césped verde (...) me emocioné tanto que galopé y canté hasta que llegaron a creer que
estaba loco».
Claramente estaba disfrutando la vida, a pesar de que vivir en una choza de adobe con poca
compañía y pasar el día tras las ovejas y comiendo poco más que carne tiene sus limitaciones.
No es de extrañar, por lo tanto, encontrar que, cada vez que tiene oportunidad, visita a sus
compañeros agricultores ingleses:
«…que lo que hacen es trabajar y no tienen ninguna idea de cómo pasarla genial (...) lo peor es
que todos beben (...) nunca antes había encontrado semejante grupo de borrachos y creo que B es
el único tipo que no se va a dormir borracho seis noches de cada siete».
Es particularmente crítico de los Mulhall, los editores de The Standard, sobre quienes opina
«habría que fusilarlos» por alentar a tantas decenas de hombres jóvenes a abandonar sus
puestos de trabajo y hacer un montón de dinero mediante la cría de ovejas, gente que a
menudo termina mendigando que los dejen trabajar de marino en un barco para conseguir
volver a su casa. «La ganadería ovina es una estafa y un delirio, su momento ha pasado»,
escribe a sus padres, y continúa diciendo que él y su amigo tiene la intención de incursionar en
el cultivo del trigo, que paga bien.
Por desgracia, se encuentran con que después de ocho meses no pueden sacar su estancia
adelante, así que la venden al mejor precio que pueden. Todavía parece ser capaz de disfrutar,
ya que relata fiestas, carreras y cabalgatas hasta la ciudad (Gualeguaychú):
«…ocho uno al lado del otro, usando nuestras mejores ropas, y seis más en la retaguardia, y les
puedo decir que teníamos un aspecto bastante imponente y atravesamos la ciudad hasta el hotel,
al que encontramos totalmente abarrotado de ingleses».
Les cuenta a sus padres: «Buenos Aires es el infierno para los ingleses jóvenes que llegan sin
dinero, quienes van en cuerpo y alma directo al diablo, y es lamentable ver cómo tantos de
ellos beben, beben, beben».
Mientras tanto, en junio de 1868, escribe a su casa contando que todavía tienen las £3.000 con
las que comenzaron y que esto les permitirá arrendar a £90 al año una estancia de 6.700 acres
(2.700 hectáreas) con 1.600 bovinos, 6.000 ovinos, 100 yeguas y 50 caballos mansos —cuyo
valor es de aproximadamente £2.100—, y algunas viviendas de ladrillo. Parece haber olvidado
los comentarios que había hecho sobre los aspectos económicos de la cría de ovejas, arrastrado
por el bajo precio del ganado.
Todo pareciera ir bien, ya que hay un saladero británico en el «bello pueblito de Fray Bentos»,
que después iba a convertirse en una ubicación de la planta de Leibig, «donde hay más caras
inglesas que locales».
Las cosas empiezan a ir mal cuando la tormenta más espantosa, con piedras de granizo
grandes y dañinas, arrasa con su estancia, y el viento arroja 1.500 ovejas, 50 vacas y algunos
caballos a una laguna, donde se ahogan. A continuación, sufren un calor insoportable, 90º F
(32º C), y son invadidos por un enjambre de moscas, que cubren todos sus cuerpos y su comida.
Habiendo sobrevivido a todo esto y luego de un viaje rápido de vuelta a Inglaterra, regresa en
mayo de 1870 para encontrarse con que el caudillo local, el general Urquiza, ha sido asesinado
por su segundo al mando, un tal López Jordán, quien toma el control. En lugar de aceptar esto
como el reemplazo de un caudillo por otro, el Gobierno decide intervenir. Lo hace de forma tan
ineficaz que provoca un caos en la provincia, y esto lleva a un colapso social y económico. Las
tropas y otras bandas de merodeadores aterrorizan a la población, roban sus caballos, matan
su ganado y a menudo destruyen deliberadamente los cueros que dejan atrás.
Si bien los líderes de ambas partes insisten en que los extranjeros están a salvo, y sin duda así
lo creen, no pueden controlar los muchos grupos de asaltantes. El Gobierno es tan inepto en su
accionar para sofocar la rebelión que existe la sospecha de que los militares desean prolongar
la intervención con el fin de enriquecerse. George consigue venderle al general Mitre, quien es
responsable de las tropas gubernamentales, algunas cabezas de ganado y caballos, obteniendo
un amplio margen de ganancia en esta operación.
El caudillo rebelde, López Jordán, está muy ansioso por asegurarles a los colonos británicos
que se encuentran a salvo, e instruye a sus hombres para que respeten sus propiedades.
Cuando uno roba un poncho y otro se lleva unos postes de una estancia, da la orden de que los
degüellen.
Sin embargo, los trastornos que generan son tremendos, con grupos militares metiéndose en
las estancias, cambiando sus caballos y matando ovejas y ganado. Los Gobiernos británicos e
italianos tuvieron que enviar cañoneras en las que sus ciudadanos pudieran refugiarse. George
y muchos otros se refugian en ellas, pero significa que sus estancias quedan abiertas a robos y
saqueos.
En otra ocasión, todos los colonos ingleses se reúnen en la estancia de Reid para poder
autodefenderse. Con el fin de evitar que se lleven sus caballos, George tiene que recurrir a la
cruel y dolorosa estrategia de mantenerlos muertos de hambre, para que no sirvan para que
los monten. George dice que «ni siquiera podíamos desprendernos de nuestra estancia» y
lamenta mucho «haber venido a este país olvidado por Dios». Una de las cañoneras británicas
«está llena de estancieros británicos en dificultades», y más tarde dice que de sus 6.600 ovejas,
ahora solo tiene 3.000, y que en esto le fue mejor que a la mayoría de los estancieros ingleses.
Hace el cálculo de que, del puñado de ingleses que ellos conocen, las pérdidas de los últimos
cuatro años deben ascender a £80.000 y «ahora ni uno de ellos tiene lo suficiente para pagar su
factura de hotel antes de partir».
«Sarmiento no quiere terminar la guerra, y parece que los generales le cobran al país diez veces
más por todos los pertrechos que compran. En una instancia, Mitre le cobró al Gobierno 30.000
caballos, cuando la cantidad real que compró era de 3.000, con lo que logró hacerse con una
diferencia de £80.000».
George finalmente deja «este país maldito» y regresa a su casa, pobre y desilusionado. La
suerte no había estado de su lado. Como muchos otros, le tocó operar cuando el ciclo de precios
de la lana estaba en su parte baja y, peor aún, fue afectado de manera directa por una guerra
civil horrible y confusa, que estalló justo cuando él y muchos otros estancieros británicos se
habían establecido en el país. Es bueno recordar que, en el espectacular desarrollo del país en
su conjunto, no faltaron los que perdieron.
En 1880, Frederick Bridger, que en ese entonces contaba con 35 años de edad y que había
establecido una agencia de negocios de tierras en Buenos Aires, fue contratado por el Banco de
la Argentina para relevar y vender tierras a unas 186 millas (300 km) al norte de Buenos Aires,
alrededor de un viejo fuerte abandonado que consistía en unas cuantas chozas de barro. El
área cubría unos 568.000 acres (230.000 hectáreas) de suelos vírgenes.134
Según su hija, Alicia, cuyas memorias inéditas registran el evento, el nombre de Venado Tuerto
fue propuesto por Fred, porque se dio cuenta de que las cañas en el lago local creaban la forma
de un ciervo. Cómo es que este ciervo perdió un ojo nadie se lo explica.
¿Cómo llegó a involucrarse Fred? Nació en Winchester en 1845, en la granja de 1.500 acres (607
hectáreas) de su padre, George Bridger. Fred era el tercero de ocho hijos. Su hermano mayor,
mi abuelo Robert, se había unido a la marina mercante y había llegado a ser segundo oficial
antes de decidirse, a la edad de 22 años, a probar suerte como agricultor en Uruguay. Robert
finalmente se convirtió en gerente de una de las estancias más grandes y exitosas del noroeste
de Uruguay, que pertenecía a la Río de la Plata Land Company.135
Fred y, más tarde, otro hermano, Charles, lo siguieron. Tristemente Charles se ahogó al cruzar
un río a caballo, a consecuencia de comer «demasiados duraznos» (según Alicia), una
explicación de lo más curiosa e inverosímil.
Fred comenzó criando ovejas en Uruguay, pero lo hizo en un período de precios de la lana muy
bajos y, además, muchas ovejas enfermaron y murieron. Entonces, él y un amigo y
incursionaron en el comercio de cueros. Pero no tuvieron éxito y él se dedicó a comerciar con
caballos por un tiempo antes de tomar un trabajo como gerente de una estancia. Más tarde,
pasó a administrar otras estancias en la Argentina.
Según Alice, encontró tiempo para convertirse en jinete y participó activamente en diversas
actividades de carreras de caballos (y, posteriormente, fue miembro fundador del aristocrático
Jockey Club). Era un apasionado jugador de polo «que comenzó con palos de hockey», fundó
clubes de polo en Quilmes y Temperley —dos suburbios de Buenos Aires—, ahora extintos y de
los cuales solo quedan registros en las memorias de Alice.
Su avance hacia el negocio de las tierras llegó a través de su relevamiento del área alrededor
de Venado Tuerto. Fred negoció la venta de estas propiedades como representante del
Gobierno. Edward Casey, un irlandés dueño de una gran fortuna, compró cuatro leguas
cuadradas de tierra. Otros compradores tenían apellidos como Brett, Lett y Hagan, lo que hizo
que Venado Tuerto se transformara en un asentamiento muy británico.
Según Alicia, Fred compró tierras en 1881 en asociación con otros, pero, para 1891, logró
comprar también las partes de sus socios. El nombre de la estancia, «Bentworth», era el de la
población de Inglaterra en donde vivía uno de sus socios y amigos.
Surtió la estancia con ganado Hereford de calidad y toros de pedigrí importados de Inglaterra.
De acuerdo con J. Macnie, Frederick:
«Fue uno de los fundadores y miembro vitalicio del Jockey Club, uno de los fundadores del Polo
Club Venado Tuerto, del cual fue presidente, y también fue importador de sementales de carreras
y de ganado Hereford. Venado Tuerto y, de hecho, los argentinos, le deben mucho».136
El Jockey Club, cuya lista de miembros del comité original todavía está colgada en una pared de
la estancia de la familia (según lo que afirma un descendiente), con el tiempo se convirtió en el
centro social de la aristocracia terrateniente extremadamente rica de Buenos Aires. El club
Atheneum en Londres era su modelo, al que superó en riqueza y comodidad. El Jockey Club se
convirtió en un símbolo y fue un objetivo para las masas durante el régimen de Perón, cuando
estas lo invadieron y dañaron seriamente. Fred fue tan solo uno de muchos pioneros ingleses
que han dejado un legado económico y social olvidado, pero duradero, para el país.
«Es un motivo de tristeza que no haya cincuenta mil, o incluso cientos de miles de hombres como
el señor Morris en la Argentina, pertenecientes a cualquier religión (...) un verdadero filántropo,
un hombre que ama a este país, y no puede catalogárselo como extranjero, ya que cualquier
persona que dedica su vida al progreso del país, es argentina».
Estas elogiosas palabras fueron pronunciadas en el Congreso de la Nación, en 1901, por los
diputados que apoyaban la solicitud financiera de brindar asistencia a las escuelas que William
C. Morris había fundado a fin de educar a niños de la calle.
La solicitud había recibido un amargo ataque por parte del obispo católico de Santa Fe, ya que
se trataba de una misión educativa protestante que era «una institución antipatriota
subversiva, que atacaba a la iglesia católica, que denigraba a los héroes nacionales, que
enseñaba a los niños a escupir en la cruz y que los sobornaba con ropa y alimentos». Los
Diputados argentinos no vieron nada de esto y mayoritariamente acordaron el máximo apoyo
financiero que se les había solicitado.
¿Quién era William C. Morris y qué era lo que había logrado que generaba tanto apoyo y, a la
vez, esa viciosa oposición? Lamentablemente, en la comunidad angloargentina, sus logros se
han olvidado hace mucho tiempo y es gracias a los registros de los establecimientos educativos
argentinos que se preserva su memoria.
En el año 1864, su padre había emigrado de Inglaterra a Paraguay, a otra de las tantas colonias
agrícolas malogradas, con sus cuatro hijos, y luego se había desplazado a la Argentina, donde
arrendó una parcela. William vivió con su padre hasta que tuvo 24 años y emigró a la zona de
clase trabajadora de La Boca en Buenos Aires, donde comenzó a trabajar como pintor y luego
pasó, poco a poco, a dedicarse al trabajo de oficina, más lucrativo. Al igual que Lucas Bridges,
tenía poca o ninguna educación formal, pero era autodidacta; reunió libros y desarrolló un
celo misionero por ayudar a los niños de la calle en La Boca. En 1892 encontró una habitación
que amuebló con mesas, sillas, un mapa del mundo y 50 libros de ejercicios. Luego salió a la
calle y convenció a 12 niños analfabetos y pobres a que se le unieran. Les enseñó a leer y
escribir y los instruyó en la higiene elemental y, cuando se dio cuenta de que muchos de ellos
tenían hambre, les proporcionó comidas en la escuela.
Para financiar este esfuerzo de caridad admirable, tenía que conseguir dinero, y este se lo se
aseguró, de manera modesta, de los miembros de la comunidad británica. Se unió a la Iglesia
Metodista en 1895 y se hizo predicador. No contento con iniciar una escuela para niños
necesitados, posteriormente estableció una misión para los muchos marineros que tenían
tiempo ocioso cuando atracaban en Buenos Aires y que necesitaban algo que no fuera bares y
burdeles.
Sin embargo, el dinero nunca era suficiente; por lo tanto regresó a Inglaterra, donde hizo un
recorrido en busca de apoyo financiero para su organización educativa. A su regreso,
abandonó el ministerio metodista y se unió a la Iglesia Anglicana, ya que esta le concedía más
libertad para cumplir su misión.
Y ahora sí tuvo éxito. Su primera nueva escuela se inició en la zona pobre de Palermo, en
Buenos Aires, con 18 niños. Pronto tuvo tres escuelas funcionando —una de las cuales era para
niñas— en las que también se dictaban clases en turno tarde, y a las cuales asistían 588 niños
en total.
William, a diferencia de muchos filántropos, no tenía fortuna propia, sino que era un
recaudador de fondos resuelto y convincente, con acceso a personalidades importantes. A
través de uno de los personajes más poderosos, consiguió ser presentado al Presidente Roca,
que se convirtió en su seguidor y en admirador de su obra y que, posteriormente, fue
presidente de la organización benéfica educativa llamada «Las Escuelas e Institutos
Filantrópicos Argentinos».
Mientras que la enseñanza de los niños necesitados fue fuertemente apoyada por el sector del
pueblo más próspero y con conciencia social de la sociedad argentina, a la escuela la
administraban mayormente miembros británicos o angloargentinos. Cuando se examinan las
juntas directivas de las obras de caridad, emergen de la oscuridad muchos importantes, pero
poco recordados, empresarios británicos. Samuel Hale Pearson fue presidente de la
organización benéfica durante 15 años a partir de 1910. ¿Quién era él? Había sido miembro de
la Junta del Banco Nacional Argentino y del Ferrocarril Central Argentino, y presidente de la
Compañía de Tranvías Angloargentina. Fue sucedido por Carlos Lumb y luego por Charles
Scott, ambos también con un destacado número de directorios a sus nombres. Esta era la cara
aceptable del capitalismo.
En 1923, William usó sus poderes de persuasión para conseguir que un terrateniente donara
un valioso terreno para construir un orfanato, y que un italiano, José Solari, financiara la
construcción de lo que se convirtió en el hogar «El Alba», que existe hasta nuestros días
(aunque en un sitio diferente).
El Obispo Every dice de William: «Durante un total de treinta años su obra ha sido colosal, ha
trabajado incesantemente en escuelas diurnas, escuelas de oficios, orfanatos (...) es pedagogo,
financiero, organizador, pastor y evangelista y, tal vez más que todo lo anterior, amigo de los
niños: lo primero por necesidad, lo último por amor y elección».138
Para cuando falleció, en 1932, se estimaba que 160.000 niños habían pasado por sus escuelas.
No pueden haber existido muchos súbditos británicos que hayan hecho tanto por los niños
necesitados de la Argentina como William C. Morris y, si algún inglés merece una estatua, yo
votaría por él.
Pioneros Galeses
La historia de los galeses es un mucho más limitada que la de los otros grupos británicos, y ya
la hemos cubierto en el capítulo IV. Los galeses se concentraron mayormente en el norte de la
Patagonia; se trataba de un grupo relativamente pequeño de idealistas altamente motivados
que se asentaron en una zona fronteriza remota del país.
Apenas es necesario contar su historia de nuevo, (de la cual puede encontrarse un relato más
detallado en el libro de Carlos Brebbia)139 más allá de en este contexto, a fin de garantizar que
se añada a la lista de logros británicos en la creación de la Argentina moderna. Los galeses
fueron pioneros en las fronteras del sur del país, que se abrieron a los espacios casi desérticos
del norte de la Patagonia, y expandieron el límite occidental de la Argentina desde las costas
del Atlántico hasta las estribaciones de los Andes. Ellos crearon el primer sistema de riego
integrado del país y, por ejemplo, introdujeron el voto secreto en el sistema electoral. Estos
fueron logros nada despreciables para unos pocos miles de galeses.
Un Crisol Nacionalista
La enorme ola de nacionalidades que se extendió por Argentina creó una cultura y una
sociedad de características únicas. Socialmente basada en una mezcla de culturas
mediterráneas, todas las fortalezas y debilidades que estas culturas poseían se desarrollaron
en esta fusión. Aunque la Iglesia Católica ha tenido una influencia importante en el
comportamiento en la Argentina, esta ha sido menor que en otros países latinoamericanos. La
Argentina fue el primero de estos países en permitir que otros grupos cristianos se establezcan
en el país, y presenta una fuerte vena secular. A pesar de que cuenta con una cultura
masculina fuerte y que allí abunda el individualismo masculino, las mujeres argentinas han
sido siempre más independientes que la mayoría de sus pares latinoamericanas.
Dentro de este marco, las lealtades y los vínculos familiares han sido siempre todopoderosos.
Sin embargo, las ventajas de estos valiosos vínculos personales tienen que sopesarse con las
dificultades de establecer las lealtades con una sociedad nacional mucho más amplia. La fuerte
lealtad familiar de los argentinos a menudo entra en conflicto con la lealtad debida al público o
al Estado y, por tanto, la administración pública imparcial suele verse socavada.
Los nuevos inmigrantes trajeron energía e ideas que transformaron a la sociedad española más
letárgica. Sin embargo, el énfasis en la individualidad y en las fuertes diferencias políticas y
sociales ha hecho que el surgimiento de una nación y una sociedad de consenso sea más difícil.
Y ha hecho que el surgimiento de una administración pública imparcial se torne
extremadamente difícil.
En este plano, es interesante comparar las diferencias culturales y sociales existentes entre los
EE. UU. y la Argentina. El primero fue conformado, en gran medida, por una clase media de
religión protestante, mientras que en el último primó una cultura católica feudal española. En
los EE. UU., los derechos de propiedad no se limitaron a una pequeña minoría feudal, sino que
se consideraban iguales para todos los inmigrantes (aunque no para la población nativa).
Los EE. UU. fueron capaces de desarrollar sistemas de gobierno que, aunque llenos de defectos,
han dado lugar a un gobierno más eficaz. Un ejemplo de esto es la capacidad que tuvieron los
EE. UU. para implementar una distribución de tierras indígenas a través de la Homestead Act
(Ley de Asentamientos Rurales), que otorgaba a los colonos 60 acres (24 hectáreas) de tierra en
el oeste. Los EE. UU. no sólo contaban con un órgano de gobierno que deseaba tal distribución,
sino también con una administración de clase media capaz de cumplir con esto. En la
Argentina se logró cierto éxito, similar al de los EE. UU., en los emprendimientos privados que
se dieron en las provincias de Santa Fe y Córdoba. En los otros casos, la ausencia de un cuadro
administrativo eficiente, sumado a una poderosa aristocracia terrateniente, posibilitó que esta
última se apodere de grandes extensiones de tierra indígena.
110. www.worldstatesmen.org/Argentina.html↩
111. Ferns, H. S. The Argentine Republic, 1516–1971. Newton Abbott: David and Charles, 1973.↩
112. Record of the British Community in the River Plate. Buenos Ayres: South American Bank Note Company,
1902.↩
113. Ibid↩
114. Bruce, G. Memorias no publicadas, 1909.↩
115. Mulhall, M. G. y E. T. Handbook of the River Plate. Buenos Aires: Standard Printing Office, 1869.↩
116. Mulhall, M. G. y E. T. op. cit.↩
117. Robertson, J. P. y W. P. Letters on South America (tres vol.). Londres: John Murray, 1843.↩
118. Love, G. T. Five Years’ Residence in Buenos Ayres. Londres: G. Herbert, 1825.↩
119. Stewart, I. A. D. Don Heriberto, Knight of the Argentine. Ely: Melrose Books, 2008.↩
120. Stewart, I. A. D. From Caledonia to the Pampas. East Linton, Escocia: Tuckwell Press, 2000.↩
121. Barry, C. ‘Cecilia Grierson: Argentina’s First Female Doctor’ en Irish Migration Studies in Latin America,
noviembre de 2008 (www.irlandeses.org/previous.htm) ↩
122. Mainwaring, M. J. From the Falklands to Patagonia. Londres: Allison and Busby, 1983.↩
123. Bruce, G. Memorias no publicadas, 1909.↩
124. Murray, E. ‘Ireland and Latin America’ en Irish Migration Studies in Latin America, noviembre-diciembre de
2005↩
125. MacCann, W. Two Thousand Miles’ Ride through the Argentine Provinces . Londres: Smith, Elder and Co.,
1853.↩
126. MacCann, W., ibid.↩
127. Murray, T. The Story of the Irish in Argentina. Nueva York: P. J. Kennedy & Sons, 1919.↩
128. Geraghty, M. J. ‘Argentina: Land of Broken Promises’, Buenos Aires Herald, 17 de marzo de 1999↩
129. Koebel, W. H. British Exploits in South America. Nueva York: The Century Co., 1917↩
130. MacCann, W., ibid.↩
131. Seymour, R. A. Pioneering in the Pampas. Londres: Longmans, Green & Co., 1869. ↩
132. Giberti, H. C. E. Historia Económica de la Ganadería Argentina. Buenos Aires: Editorial Solar/Hachette, 1961.
↩
133. Reid, G. A South American Adventure. Londres: V. Boyle, 1999.↩
134. Bridger, A. Memorias no publicadas, 1926.↩
135. Bridger, G. Investigación personal.↩
136. Macnie, J. Work and Play in the Argentine. Londres: T. Werner Laurie, 1925.↩
137. Ceres, H. ‘William C. Morris. El Apóstol de la Fe’, Todo es Historia, núm. 66, octubre de 1972. También
disponible en http://www.culto.gov.ar/noticias/williammorris.php↩
138. Every, E. F. Twenty-five Years in South America. Londres: S.P.C.K., 1929.↩
139. Brebbia, C. A. Patagonia, a Forgotten Land: from Magellan to Peron. Southampton: WIT Press, 2007.↩
140. Ferguson, N. Civilization: The Six Ways the West Beat the Rest. Londres: Allen Lane, 2011. ↩
CAPÍTULO VIII
La era del deporte
En el inmensamente competitivo mundo del deporte internacional, la Argentina se da el lujo de
lucirse en las ligas mayores. En fútbol, golf, rugby, tenis, polo, remo y hockey, individuos y
equipos argentinos se han convertido en campeones y han vencido a países con poblaciones
mucho mayores y, también, de riqueza mucho mayor.
Estos países incluyen a Gran Bretaña, que fue quien introdujo todos estos deportes en la
Argentina. En su libro Empire: How Britain Made the Modern World (El imperio británico: Cómo
Gran Bretaña forjó el orden mundial),141 Niall Ferguson asevera que los legados de Gran
Bretaña para el mundo fueron el idioma inglés, el gobierno parlamentario y el libre comercio.
No obstante, omite una contribución, quizás la más importante de todas: los deportes de
equipo.
El fútbol y, en menor medida, el críquet se han extendido a través del mundo y no solo han
proporcionado entretenimiento a miles de millones de personas, sino que también, y tal vez
esto es de la misma importancia, encarnan actividades que han canalizado la energía
masculina y la agresividad en una forma socialmente aceptable de terapia. Si bien en el marco
del fútbol han surgido una gran cantidad de fanáticos de conducta histérica y rebelde, este
deporte probablemente haya hecho más que cualquier otra medida social para prevenir
acciones antisociales y violentas por parte de jóvenes impulsados por su testosterona. No le
falta sentido a la idea de que el mundo es un lugar mejor y más seguro gracias a los deportes de
competición que se disputan en él.
Fútbol
Las reglas de juego para el fútbol se habían elaborado en diferentes partes de Inglaterra hacía
ya mucho tiempo: en 1848 (Cambridge), en 1857 (Sheffield) y en 1862 (Uppingham). Sin
embargo, no se unificaron hasta 1863, y no fue hasta 1878 que se logró un acuerdo más formal
de las normas nacionales.
Por lo tanto, es llamativo que el siguiente anuncio haya aparecido en The Standard en Buenos
Aires el 6 de mayo 1867:
FÚTBOL
«El jueves por la noche, a las 19.30 horas, se celebrará una reunión preliminar en la calle Temple,
frente al No. 46, con el propósito de hacer las reglas y regulaciones para los partidos de fútbol
que se jugarán en el campo de cricket durante el invierno. Todas las personas interesadas están
invitadas a asistir».
Esta reunión iba a llevar a la creación del primer club de fútbol de América del Sur.142 Fue
llamado «Buenos Aires Football Club» y se estableció en lo que ahora son los bellos terrenos de
los bosques de Palermo, que estaban, en ese entonces, en las afueras de la ciudad.
Si bien es una creencia común que quienes inicialmente jugaron al fútbol fueron los
trabajadores de los ferrocarriles británicos, la investigación realizada por el diligente Víctor
Raffo143 aclara que los primeros organizadores y, de hecho, todos los jugadores eran hombres
jóvenes que trabajaban para las muchas empresas comerciales y bancarias británicas.
Particularmente activo en la organización de los juegos fue Walter Heald, quien comenzó su
carrera laboral como empleado en el Banco de Londres y América del Sur, donde se
desempeñó durante 42 años, y terminó siendo su subdirector. Habiendo localizado los diarios
de Walter, Víctor Raffo pudo establecer con gran detalle cómo se jugaron los primeros partidos
organizados, y relata cómo Heald y sus colegas tuvieron que salir a buscar campos de juego
(uno fue una plantación de alfalfa), llevar postes para el arco, pedir pelotas de fútbol a
Inglaterra, asegurarse de que los periódicos británicos locales informaran sobre los partidos y,
en general, brindar todo el apoyo administrativo esencial que requieren los juegos de equipo.
Se registraron tres partidos de fútbol en 1867, pero no fueron de lo más exitosos, ya que una
lluvia torrencial puso fin a uno de ellos y el segundo intento fue un partido de cuatro jugadores
por equipo que se disputó en La Boca. Raffo comenta este partido, que se jugó en mayo y
comenzó a la hora muy temprana, según los estándares de hoy en día, de las 7 de la mañana:
«…muchos hubiesen llegado a dudar de la cordura de los jugadores si hubieran visto a estos
jóvenes corriendo tras un pelota en las primeras horas de la mañana (...) ¿de qué otra manera
podía verse el fútbol que no fuera como un juego para ingleses locos?».
Este segundo juego atrajo más participantes y el tercero, en julio, logró disputarse con diez
jugadores por equipo, y se autorizó que se jugara en los campos de cricket del Buenos Aires
Cricket Club, en Palermo. El enérgico Walter informó en The Standard:
«El día fue todo lo que se podía desear, hubo muchos espectadores; los locales honraron el
partido con su presencia y, sin duda, se divirtieron y fueron sorprendidos por el desempeño de los
jugadores».
Si bien el papel de Walter Heald fue clave en el establecimiento del fútbol en Buenos Aires, del
cual también fue un jugador entusiasta, las primeras estrellas de fútbol, al menos en cuanto a
goles marcados, fueron los dos hermanos Hogg. El último partido del año se disputó el 7 de
julio en un campo de juego muy embarrado, lo que hizo que la pelota estuviera húmeda y
flácida; a pesar de ello, el juego se prolongó durante una hora.
Para la temporada siguiente, en 1868, se habían adquirido en Inglaterra cinco pelotas de fútbol
de marca Rugby. Con el apoyo entusiasta de The Standard, se organizó un partido de once
jugadores por equipo que atrajo mucha atención del público, ya que se congregaron «cientos
de carros y gente de a caballo» para presenciar el extraño comportamiento de estos jóvenes
ingleses. Una vez más, los Hogg y Heald marcaron la mayoría de los goles.
El juego se desarrolló muy lentamente durante la siguiente década, en gran parte debido a
desastres externos. Primero fue la gran epidemia de fiebre amarilla de 1870, que se estima que
terminó con la vida de unas 26.000 personas y provocó la evacuación de Buenos Aires, donde
solamente quedaron 60.000 habitantes de una población de 200.000 en el centro de la ciudad.
La mayoría se retiró a los suburbios, con lo cual se interrumpió la organización de actividades
sociales y deportivas.
Luego, en 1875, el colapso financiero llevó al desempleo generalizado. Este revés estaba recién
siendo superado cuando, en 1880, estalló una feroz lucha entre las fuerzas federalistas que
apoyaban al general Roca —quien había eliminado con éxito a los pueblos originarios de la
Pampa— y los porteños (habitantes de Buenos Aires), bajo las órdenes de Carlos Tejedor. Los
combates entre estas fuerzas estallaron en Buenos Aires , lo cual tuvo un efecto calamitoso
para los negocios, porque gran parte de la lucha se desarrollaba en el límite sur de la ciudad y
durante unas seis semanas el enlace del Gran Ferrocarril del Sud se interrumpió debido a que
las luchas se disputaban a su alrededor. La ciudad fue incluso bombardeada por la marina.
Finalmente, en junio de 1880, la facción de los porteños se rindió y el general Roca asumió la
presidencia. Fue él quien finalmente resolvió la vieja lucha entre Buenos Aires y el resto del
país, haciendo que esta ciudad se convirtiera en la Capital Federal y estableciendo una nueva
capital provincial para Buenos Aires, la ciudad de La Plata, ubicada a unas 44 millas (70 km) al
sur.
Los inversores británicos, confiando en los poderes del nuevo Gobierno para garantizar la
seguridad y el orden, se embarcaron en un gigantesco festival de inversiones, que cimentaron
la transformación del país. Esto dio lugar a que los ferrocarriles y otros servicios públicos
emplearan a una gran cantidad de trabajadores británicos y a que surgieran escuelas
británicas en las que se organizaban actividades deportivas. Estas escuelas ayudaron a sentar
las bases para el fútbol organizado debido a que sus maestros estaban imbuidos de las
prácticas y la ética de los colegios privados británicos.
Alexander Watson Hudson es considerado por la mayoría como el padre del fútbol argentino.
Él comenzó a enseñar fútbol en la escuela St. Andrews School, pero posteriormente fundó el
colegio secundario Buenos Aires English High School. Estas escuelas iban a proporcionar los
jugadores de uno de los más famosos primeros equipos de fútbol: Alumni. Sin embargo, hubo
muchos otros que jugaron un papel clave en la instauración de una estructura formal para el
fútbol argentino. Entre ellos se encontraba Isaac Newell, quien fundó en Rosario, la ciudad
rival de Buenos Aires, la Escuela de Comercio angloargentina. Su hijo Claude promovió equipos
muy competentes, que llevaron a que se fundara un club que se convertiría en uno de los más
importantes del país: Newell’s Old Boys.
No fue sino hasta 1891, sin embargo, que Hudson consiguió reunir equipos suficientes como
para formar la Argentine Association Football League, la primera asociación de este tipo que se
estableció fuera de las Islas británicas. Él fue su presidente; Benjamin Guy, el vicepresidente,
Francisco Webb fue su tesorero y Alfred Lamont, el secretario. Los seis miembros del comité
también eran británicos.
En un principio, en los albores del siglo XX, los clubes y la mayoría de los jugadores eran
británicos. Algunos de los clubes —sus nombres no han cambiado— se encuentran entre los
mejores de la actualidad, mientras que otros han desaparecido. River Plate Football Club,
Racing Football Club, Banfield Athletic, Lomas Athletic y Boca Juniors, Alumni y Newell’s Old
Boys eran los más famosos, establecidos por el gran número de trabajadores británicos que
llegaron a construir empresas privadas y de servicios públicos y a trabajar en ellas. Otros
nombres nos recuerdan sus orígenes de trabajo, como el Ferrocarril Oeste, Ferrocarril Midland,
Rosario Central y Talleres de Córdoba. El juego se extendió rápidamente y, para 1907, la
Argentina contaba con más de 300 equipos. El primer equipo enteramente argentino,
Argentino de Quilmes, fue formado en 1899. Me crié en un barrio de Buenos Aires llamado
Temperley, y nuestro club local era el Lomas Athletic Club. Este club entretuvo y mantuvo
alejados de las travesuras a los jóvenes de la comunidad británica, ya que contaba con una
cancha de rugby y de cricket, un campo de hockey, una cómoda piscina y vestuarios, una
cancha para bowl sobre hierba y ocho canchas de tenis, así como un gran y hermoso edificio de
dos plantas. En mi época, el rugby y el cricket eran nuestros principales deportes. Nuestro
equipo de rugby había caído al nivel de la tercera división, en gran parte debido a que muchos
jugadores jóvenes se habían ofrecido para pelear en la Segunda Guerra Mundial. Uno era
vagamente consciente de que había habido un tiempo, hacía mucho, en el que el nuestro había
sido el club de rugby más importante del país.
De lo que nunca fuimos conscientes fue de la historia en relación con el fútbol que tenía el club
y menos idea aún teníamos de su papel pionero en este deporte. Los siguientes equipos
resultaron campeones en los primeros 21 años de la Liga argentina:
Esta distinguida historia deportiva del Lomas Athletic Club nunca nos fue mencionada, ni
siquiera era conocida por ninguno de los jóvenes del club. Nunca ninguno de los mayores nos
refirió nada al respecto de esta parte de nuestra historia. Yo solo me enteré de esto gracias al
libro de Fernández-Gómez y, más recientemente, por la publicación de la historia del Lomas
Athletic Club, en el año 2006.144
Lomas participó en 17 campeonatos y ganó cinco de ellos (podríamos incluso decir que seis,
porque Lomas Academy era el segundo equipo del Lomas) y, en este sentido, aún ocupa el
noveno lugar club más exitoso en la historia del fútbol argentino.
La facilidad con la que podía jugarse al fútbol llevó a que este se propagara rápidamente, y la
influencia británica pronto disminuyó. En 1912, la Association fue rebautizada en español
como Asociación Argentina de Fútbol; para entonces, ya había varios cientos de equipos
participando en torneos de fútbol.
Ya en el año 1901 se disputó un partido amistoso contra Uruguay: este fue el primer partido de
fútbol internacional jugado fuera de Gran Bretaña. Argentina ganó el partido 3 a 2.
No fue hasta 1931 que se formaron equipos profesionales y la Argentina empezó a convertirse
en un importante competidor internacional. Desde entonces, selecciones de la Argentina han
ganado la Copa del Mundo en dos ocasiones, en 1978 y 1986, han sido subcampeonas en 1930 y
1999 y han ganado los principales campeonatos interamericanos 14 veces. También han tenido
la satisfacción de vencer a los fundadores del juego tres veces de las nueve ocasiones en que se
han encontrado.
Rugby
Una vez más me sorprendió descubrir que en 1899 mi club había sido el primer campeón de
rugby argentino. Fue uno de los cuatro miembros fundadores de la River Plate Rugby Union.
Sin embargo, a diferencia de sus evidentemente más enérgicos colegas del fútbol, no lograron
retener el título el año siguiente, ya que les fue arrebatado por el Buenos Aires Football Club,
que utilizaba al Lomas como sede y, de manera muy poco galante, los derrotó durante los
siguientes cuatro años. Rosario, que se había desarrollado como una próspera ciudad
portuaria, se llevó el campeonato en 1905 y 1906. Sin embargo, el Lomas salió victorioso por
última vez en 1913.
Se jugaba al rugby desde mucho antes de que se comenzara con el campeonato en 1899; el
primer partido registrado data de 1873. El juego no solo parece haber intrigado a la población
local, sino que también la habría alarmado, porque en la época del presidente Celman, en 1890,
se llamó a la policía porque los políticos sospechaban que se estaba organizando una revuelta,
por lo que las fuerzas llegaron con la intención de arrestar a gran cantidad de jugadores y
espectadores. La historia parece algo exagerada, pero es probable que sea cierto que se llamó a
la policía para investigar la «lucha» que estaba ocurriendo en los bosques de Palermo.145
A diferencia del fútbol, el rugby tardó más en hacerse popular, ya que requería instalaciones
de juego adecuadas, que solo los jugadores de clase media podían llegar a pagar. Los primeros
clubes locales tendieron a asociarse con universidades.
El juego se mantuvo en gran medida como reservado para los británicos durante muchos años,
aunque se conformó un equipo nacional para jugar contra Uruguay y luego, a nivel local, en
contra de un equipo llamado Extranjeros. Mi padre jugó, en 1913, como medio scrum para la
Argentina contra el equipo Extranjeros. En ese entonces el requisito en cuanto al lugar de
nacimiento no era muy riguroso, obviamente, ya que él había nacido en Uruguay (y
posteriormente se convirtió en secretario de la Asociación de Rugby de Argentina).
Polo
De lejos, el deporte internacional argentino más exitoso ha sido el polo. Desde los primeros
años de la década de 1940 los equipos de polo de Argentina han liderado las competencias
mundiales, y sus jugadores y caballos han tenido mucha demanda en todos los países en los
que se practica este deporte.
Aunque los juegos de a caballo se remontan muchos siglos atrás en las comunidades nómades
de las yermas tierras de Asia, fueron los oficiales del ejército británico que servían en la
Frontera del Noroeste quienes organizaron el polo como juego y volvieron con él a Gran
Bretaña en la década de 1860.
Con sus planicies y su fuente inagotable de caballos, no puede haber mejor lugar en el mundo
para el desarrollo del polo que la región pampeana argentina. De hecho, es interesante
reflexionar sobre por qué los amos españoles de estas vastas propiedades no desarrollaron el
juego ellos mismos y por qué se tuvo que esperar a que los recién llegados británicos lo
hicieran. Al querer responder esta pregunta, uno se encuentra con todos los diferentes factores
culturales, sociales y económicos que influyen en el ritmo del cambio. Es difícil imaginar a los
terratenientes feudales españoles jugando al polo.
El primer partido de polo registrado por la prensa tuvo lugar en la estancia Negretti de David
Shennan en el año 1875, un tiempo sorprendentemente corto después de que se hubiera
disputado el primer juego en Inglaterra, seis años antes. Se trató de todo un evento social, en el
cual hubo varios juegos y muchos invitados.146 Los invitados de Buenos Aires tenían que tomar
el ferrocarril recién inaugurado hasta el pueblo de Ranchos, al noreste de la capital. Se jugaron
seis partidos que fueron un completo éxito, para delicia de los espectadores, y ninguno de los
participantes sufrió heridas serias. Los juegos contaron con un elemento innovador a nivel
internacional, ya que se disputaron con cuatro jugadores por equipo, siendo que en Inglaterra
este deporte aún se practicaba con seis jugadores por lado. Pronto se descubrió que la
composición de cuatro jugadores por equipo era la mejor opción.147
Está claro que antes de esto, en la Argentina ya jugaban al polo muchos de los gerentes y
dueños de las estancias. De hecho, Alice Bridger relata148 que su padre, Frederick, había
comenzado a jugar al polo usando palos de hockey. Frederick fundó clubes de polo en Venado
Tuerto, Quilmes y Lomas (estos últimos dos clubes hace mucho que ya no existen) como
también el Jockey Club, ya que sus intereses y actividades como jinete lo llevaron a iniciar las
carreras de caballos.
Hasta la Primera Guerra Mundial, los jugadores de polo en la Argentina eran de nacionalidades
británicas. El primer anuario de este deporte, del año 1913, registra 248 jugadores, de los
cuales 139 eran británicos, y en 1930 esta cifra llegó a 974, pero de estos solamente 288 poseían
apellidos británicos. En 1922, sin resistencia de los clubes británicos, tales como el Hurlingham,
se constituyó la Asociación Argentina de Polo con sus estatutos en español, para gran
indignación de algunos elementos conservadores.
Cuando la Argentina participó en los Juegos Olímpicos de 1924 y ganó la Medalla de oro en polo
—y esta fue la primera medalla que la Argentina ganó en las Olimpíadas— a su regreso el
equipo fue recibido por una multitud alborozada. Dicho equipo estaba conformado por Arturo
Kenny, Jack Nelson, Enrique Padilla y Juan Miles.
La historia del polo en la Argentina a partir de entonces ha sido de éxitos casi ininterrumpidos,
y los jugadores y los caballos de polo argentinos dominan este deporte en todo el mundo. Se
estima que en la actualidad el 85 % de todos los jugadores profesionales de polo son
argentinos.
Remo
Tan solo a 19 millas (30 km) al norte del centro de Buenos Aires, a 30 minutos en tren, el delta
del Río de la Plata se torna un húmedo laberinto de densas islas fértiles, que hoy son un refugio
de fin de semana para los más pudientes, una fuente de frutas y verduras y un centro de remo
y navegación. Este laberinto se conoce como «El Tigre» porque parece que en ocasiones podía
encontrarse algún desafortunado yaguareté varado en esas islas de ricos suelos y abundante
vegetación, formadas a partir de sedimento de los grandes ríos Paraná y Uruguay. Muchas
opulentas mansiones de estilo victoriano y clubes adornan sus riberas. Con el paso de los años,
el Tigre se ha vuelto el centro de remo y navegación más importante del continente.
El desarrollo siguió sorprendentemente rápido después de la aparición del remo como deporte
nacional oficial en el río Támesis. Es asombroso, y no poco desconcertante, que los británicos
en la Argentina fueran mucho más rápidos en el desarrollo de actividades deportivas en ese
país que los que habitaban los dominios británicos y los EE. UU.
El remo en Gran Bretaña se había organizado como deporte a finales del siglo XVIII y en Eton
se hacían cada vez más populares los concursos oficiales organizados por clubes (1793) y en la
forma de la famosa Regata en la que compiten el Boat Club (Club náutico) de la Universidad de
Cambridge y el de la Universidad de Oxford (a partir de 1829). El primer gran evento oficial, la
Henley Royal Regatta (Real Regata de Henley), se realizó en 1851.
En la Argentina, los entusiastas remeros británicos habían estado utilizando no solo el Tigre,
sino también, créase o no, el cercano Riachuelo, en el límite sur de la ciudad, ahora trágico
receptor de efluentes sin tratar de las fábricas que cubren sus costas y un peligro para la salud
de cualquier persona que lo utilice. Otro sitio que se utilizaba en los inicios es el Río Luján, que
se halla un poco al norte de la capital. Fue aquí donde el 12 de febrero de 1871 se celebró la
primera regata en la Argentina, bajo los auspicios del Río Luján Rowing Club. Sin embargo, el
principal evento que inauguró formalmente el remo en el país tuvo lugar el 8 de diciembre de
1873 en el Tigre.
Se trató de un gran acontecimiento náutico y social, que fue presidido por el plenipotenciario
británico en la Argentina, Lionel Sackville-West, (abuelo de Vita Sackville-West), y hasta se
organizó que un tren llevara a más de 200 espectadores al evento. Los invitados especiales eran
el presidente Domingo Faustino Sarmiento y el ministro de Relaciones Exteriores, Carlos
Tejedor, a quien habían podido convencer de que presenciara las actividades de ocio de esta
comunidad de locos por el deporte. Después de un almuerzo con champán, el Presidente dio un
amable discurso:
«Damas y caballeros: Estoy deleitado con la fiesta de hoy, acaso más de lo que podéis creerme. He
venido complacido como socio honorario de este club para presenciar la inauguración de un
nuevo género de diversión en este país. Vuestros intrépidos antepasados debieron mucho de su
grandeza a la destreza y osadía en el mar y los robustos británicos del presente han conservado
el físico fino de la raza mediante estas diversiones dignas de una nación viril, libre y enérgica.
»Para mí, que estoy envuelto en los graves cuidados del cargo, es reconfortante venir aquí y
tomar parte de estos deportes varoniles (...) Ojalá lograse entrar en la juventud argentina la
imitación de este ejemplo para injertar en nuestra naturaleza un amor por el elemento glorioso
que ha hecho de vuestro país lo que es y que es el padre del comercio, la riqueza y prosperidad.
(...) entretanto os agradezco por el placer que me habéis proporcionado; bebo al éxito del Club de
Botes del Tigre».
El gran éxito de este evento dio lugar a que se fundara el Buenos Aires Rowing Club, cuyo
presidente fue Lionel Sackville-West, en una reunión a la que asistieron más de 200 entusiastas
remeros. Se compraron a Inglaterra botes de remos de última generación, que contaban con
asientos deslizantes.
En la década de 1870 se desarrolló una regata entre los clubes Tigre y Buenos Aires, y en 1875
se invitó al recién formado Montevideo Rowing Club a participar de una regata en el Tigre. Los
organizadores habían conseguido que el Presidente electo de la República, Nicolás Avellaneda,
asistiera al evento. Aparentemente, este se dejó llevar por el entusiasmo, porque exclamó:
«Ahora entiendo cómo 50.000 jóvenes británicos fueron suficientes para vencer a los Cipayos».
Se refería a la represión británica del motín de la India de 1857, aunque hace falta que la
imaginación recorra un trayecto considerable para relacionar los esfuerzos de los remeros en
la aguas del Tigre con los requisitos de combate de los soldados británicos en las secas llanuras
de la India.
Surgieron nuevos clubes náuticos, no solo en Buenos Aires sino también en Rosario.
Originalmente eran todos de origen británico, pero otras nacionalidades pronto establecieron
sus propios clubes náuticos y, poco a poco, enérgicos argentinos se sumaron y tomaron el
control.
Con los años, los remeros argentinos se hicieron cada vez más exitosos en muchas
competiciones internacionales, y ganaron medallas y posiciones en los Juegos Olímpicos y en
Henley. El más exitoso de todos los remeros argentinos fue Alberto Demiddi, del Rosario
Rowing Club, que ganó el título mundial en single-scull en 1970, la Regata de Henley en 1971,
medallas olímpicas de plata y bronce e innumerables trofeos en América del Sur y la
Argentina. En la actualidad, los remeros argentinos continúan participando con éxito en los
principales torneos de remo.
Otros Deportes
Casi todos los deportes que se practican en la Argentina fueron introducidos en el país por los
británicos, y sería necesario dedicarle un volumen entero al tema para hacerle justicia a estos
orígenes. El Lomas Athletic Club albergó el primer campo de golf del país, y el tenis y el
atletismo se convirtieron rápidamente en actividades deportivas de gran popularidad. Las
carreras de caballos y la cría de caballos también fueron actividades importantes que iniciaron
y organizaron los colonos británicos. Luego también fundaron el Jockey Club, que se
transformaría en el centro de actividades sociales de la nueva aristocracia terrateniente.
No contamos aquí con espacio suficiente para explayarnos en cuanto a los considerables logros
de estos pioneros, sin mencionar la rapidez con la cual fueron desarrollados por la comunidad
británica y, a su tiempo, por los argentinos.
El único deporte británico que no llegó a hacerse popular a nivel nacional fue el cricket, y esa
es la razón por la cual no lo mencionamos aquí. El hecho de que este no prendiera en el país se
ha explicado esgrimiendo que se lo consideraba de naturaleza elitista. Sin embargo, esta
explicación no resulta convincente, ya que este deporte se ha vuelto muy popular en el
subcontinente asiático y en el Caribe, si bien no en los países latinoamericanos ni en los EE. UU.
Les tocará a otros explicar esta rareza.
En deportes individuales, como por ejemplo tenis y golf, la Argentina también ha producido
una lista admirable de celebridades internacionales. En el caso del golf, Roberto De Vicenzo,
Vicente Fernández y Ángel Cabrera han obtenido campeonatos internacionales, mientras que
en tenis, Guillermo Vilas, David Nalbandian, Gabriela Sabatini y, más recientemente, Juan del
Potro han ganado el reconocimiento mundial, ya sea como campeones o subcampeones en los
principales circuitos internacionales.
Clubes
Los británicos que emigraron a la Argentina no poseían tantos estrechos vínculos familiares
como los inmigrantes provenientes de España e Italia. Esta falta de cohesión y apoyo social,
combinado con un nivel general más alto de riqueza y educación, los convirtió en pioneros en
el establecimiento de una amplia gama de negocios, asociaciones y clubes deportivos,
intelectuales y sociales.
Ellos crearon algunos de los primeros clubes sociales y culturales, bibliotecas, organizaciones
de caridad, asociaciones profesionales, exposiciones rurales y periódicos, y tuvieron un rol
clave en el establecimiento de los servicios bancarios y las asociaciones empresariales. Fueron
pocas las nuevas instituciones sociales que se crearon durante el siglo XIX en las que los
inmigrantes británicos no jugaron un papel preponderante e iniciador.
Mientras que en las instituciones empresariales y sociales la función que cumplieron los
británicos ha sido absorbida y olvidada ya hace mucho tiempo, en las instituciones deportivas
su legado permanece, aunque solo sea por sus nombres. En el fútbol, una de las mayores
contribuciones de Gran Bretaña en el mundo, los nombres de muchos de los equipos más
famosos de la Argentina todavía traicionan sus orígenes. Boca Juniors, River Plate, Banfield,
Newell’s Old Boys y Racing son un testimonio vivo de esta herencia.
En relación con otras actividades deportivas, se desarrollaron los que se conocen como
«country clubs», de origen británico, sitios donde se practicaba una variedad de deportes y que
constituían tanto centros sociales como deportivos. Otros clubes deportivos en los cuales se
jugaban varios deportes mantuvieron su identidad cultural y social bien hasta mediados del
siglo XX. Estas instituciones brindaron a los inmigrantes británicos un valioso sentido de
cohesión social, identidad y entretenimiento y constituyeron modelos que pronto fueron
emulados por otros. Mientras que los clubes de fútbol rápidamente fueron absorbidos por los
entusiastas y dinámicos deportistas locales, otros clubes deportivos con más participantes de
clase media, como los de rugby, tenis, hockey y cricket, siguieron teniendo asociados y
directivos británicos hasta después de la segunda guerra mundial.
Estos clubes, como por ejemplo, Hurlingham, Belgrano, Buenos Aires, San Isidro, Lomas
Athletic, además de muchos clubes más especializados y más pequeños, eran en gran parte
británicos, y en ellos se habló en inglés británico hasta la década de 1950, cuando una afluencia
de ricos y enérgicos argentinos les permitió ampliar y desarrollar estos deportes, que han
convertido a la Argentina en un país deportivo de primera clase. Es curioso que solamente en
el cricket la Argentina no haya desarrollado equipos y jugadores de clase mundial.
Los deportes, y sobre todo los deportes de equipo, han enriquecido la vida de millones, o tal de
vez miles de millones, de personas en todo el mundo y han logrado redirigir la enorme energía
de muchos jóvenes hacia la persecución de logros individuales o como parte de un equipo.
Si este legado y este éxito en el campo deportivo se hubieran trasladado al sector económico y
político de la Argentina, el curso de la historia reciente del país podría haber sido muy
diferente. Uno llega a preguntarse por qué tanta energía y talento no se han aplicado a estos
otros campos.
141. Ferguson, N. Empire: How Britain Made the Modern World Londres: Penguin, 2004.↩
142. Raffo, V. El Origen Británico del Deporte Argentino. Buenos Aires: Edición del autor, 2004.↩
143. Raffo, V., op. cit.↩
144. Burzaco, R. Lomas Athletic Club 115 Años, Fundador de Pasiones. Buenos Aires: Editorial Eugenio B., 2006.↩
145. Cotton, F. (ed.) The Book of Rugby Disasters and Bizarre Records. Londres: Century Publishing, 1984.↩
146. Graham-Yooll, A. The Forgotten Colony. Buenos Aires: L.O.L.A., 1999.↩
147. Raffo, V., op. cit.↩
148. Bridger, A. Memorias no publicadas, 1926.↩
149. Laffaye, H. A. The Evolution of Polo. Jefferson, NC: McFarland & Co, c. 2009↩
CAPÍTULO IX
¿Y cómo es que todo salió mal?
El martes 29 de octubre de 1929, la bolsa de valores de Nueva York, en Wall Street, colapsó. La
pérdida en esa semana fue de 30 mil millones de dólares, más de diez veces el presupuesto
federal e incluso más que lo que los EE. UU. habían gastado durante la Primera Guerra
Mundial. El mercado continuó cayendo hasta 1933 y no fue hasta 1955 que volvió al nivel de
1929.150
Esta crisis económica, que siguió al auge de «los felices años 20», fue la peor de siglo XX y,
posiblemente, de todos los tiempos. Sus consecuencias fueron devastadoras. Sirvió para
consolidar y fomentar dos de las peores dictaduras del mundo, la de la Alemania nazi y la de la
Unión Soviética. Fue una de las causas básicas de la Segunda Guerra Mundial, en la cual
perdieron la vida entre 60 y 78 millones de personas. Como consecuencia del colapso
económico, los negocios quebraron, el desempleo se propagó como una enfermedad
incontrolable y los precios de las materias primas se derrumbaron. La pobreza y el miedo se
extendieron por todo el mundo.
La Argentina, al igual que otros proveedores de materias primas, se enfrentaba a una caída
catastrófica de sus ingresos a medida que los precios de las exportaciones se hundían. Los
productores empobrecieron y los comerciantes quebraron. Entre estos estaba mi padre, con su
hasta entonces floreciente negocio de exportaciones.
La falla del sistema de libre mercado llevó a la intervención estatal, que buscaba mitigar el
daño causado por este colapso económico. En un intento por suavizar los efectos de esta falla,
se implementaron nuevas políticas intervencionistas públicas.
Mientras tanto, las inversiones más importantes de Gran Bretaña en la Argentina, mayormente
los ferrocarriles, como en casi todo el mundo, estaban empezando a enfrentar la fuerte
competencia de los vehículos de motor. Las ganancias que obtuvieron en los años 20 fueron
escasas.151
En 1917, una huelga de los ferroviarios ocasionada por el despido de dos trabajadores paralizó
todos los ferrocarriles:
«Los trabajadores cometieron todo tipo de ultrajes contra los ferrocarriles de propiedad
británica. Tomaron las oficinas de telégrafo, volaron puentes, golpearon a quienes se negaron a
participar de la huelga y destruyeron masivamente la propiedad británica. La policía y las tropas
nacionales comisionadas para proteger a la compañía no hicieron nada para contener a los
huelguistas. Quedó claro que el gobierno no arrestaría a nadie por los daños causados a las
compañías ferroviarias británicas».
Los aumentos en los pasajes y en el precio del transporte de carga, el mal servicio, una gestión
deficiente y la falta de material rodante llevaron a que las quejas de los clientes por este
servicio fueran prácticamente absolutas. Sin duda, algunas de estas quejas eran totalmente
válidas, y una lejana junta de directores en Londres puede no haber estado tan en contacto con
los problemas locales como lo habría estado una basada en la Argentina.
Las tarifas y el rendimiento de los proveedores de transporte y servicios públicos fueron objeto
de un escrutinio mucho mayor, y a las empresas ferroviarias les resultó mucho más difícil
asegurarse un retorno financiero adecuado. Hubo constantes disputas entre ellas y el Gobierno
en cuanto a si estaban obteniendo ganancias adecuadas o excesivas. En la década de 1920, con
una competencia que iba en aumento, los ferrocarriles no lograron más que modestos
rendimientos de un 3 a un 5 %.153 Con el fin de aumentar el transporte de carga, las compañías
ferroviarias buscaron promover el desarrollo agrícola, en particular la producción de granos, a
través de proyectos de colonización y extensión agraria, pero la crisis de 1929 abortó estos
programas.154
El derrumbe de la bolsa de Wall Street generó serios problemas políticos para la Argentina y,
en 1930, un golpe militar organizado por los conservadores derrocó a un Gobierno Radical
cada vez menos popular. Si bien representaba principalmente los intereses rurales a gran
escala, el nuevo Gobierno no era de ninguna manera servil a los inversores británicos.
Winthrop Wright escribe con gran perspicacia:
«Frustrados por la crisis económica internacional que parecía hacer de la Argentina un apéndice
económico del imperio económico británico moribundo y desilusionados por el colapso de la
democracia de la clase media, muchos recurrieron al pasado (...) los revisionistas históricos (...)
sus estudios reflejan la creencia de que los extranjeros los habían engañado, robándoles el
destino que les correspondía (...) culpaban a Gran Bretaña y a sus oligarcas conservadores de
pervertir el sueño argentino».156
La clase trabajadora de Buenos Aires, que era cada vez mayor y se sentía resentida por estar
relativamente descuidada y por verse obligada a soportar el impacto de una recesión que no
había provocado, fue alentada a culpar a los británicos (y más tarde los EE. UU.) por sus
desgracias, y estos resultaron ser chivos expiatorios altamente convenientes para los políticos
argentinos.
Esta forma de transporte, junto a las nuevas carreteras y los servicios de ómnibus que
recorrían el país, representaban una enorme competencia para las compañías de tranvías y
para los ferrocarriles, que afirmaban que los colectivos operaban fuera del marco regulatorio y
que debía haber un sistema de transporte planificado. Si bien había un autointerés obvio en su
preocupación, en principio era sensato tratar de integrar estas empresas de transporte. Desde
alrededor de 1928 ni las empresas de tranvías ni las de ferrocarriles obtenían beneficios
económicos, y su futuro era muy poco prometedor.
Por esta razón, el Gobierno trató de introducir una legislación para planificar las actividades
de transporte. Hubo una gran protesta de los socialistas y los radicales, que atacaron
duramente a los británicos y a la oligarquía terrateniente conservadora. El senador Palacios,
un líder socialista, arengó a sus colegas durante seis horas en el Congreso, explayándose sobre
las iniquidades del capitalismo británico y sobre cómo este estaba intentando convertir al país
en una «gran estancia servil a sus intereses». A pesar de que la ley fue aprobada por el
Gobierno, nunca fue realmente implementada y no sirvió en nada para ayudar a las empresas
británicas. Todo lo que hizo fue crear un clima político que los políticos nacionalistas supieron
explotar.
El Pacto Roca–Runciman
Cuando, en 1933, se firmó el acuerdo y se lo hizo público, fue denunciado de manera bastante
histérica por los nacionalistas y la izquierda, ya que lo consideraban una traición de la
oligarquía ganadera, a la cual se la acusó de estar sacrificando la industria local con el fin de
asegurar su mercado cárnico en Gran Bretaña. Mientras que el profesor británico David Rock
asevera que Gran Bretaña «obtuvo, de lejos, los mayores beneficios»,157 el estadounidense
Winthrop Wright, cuestiona su afirmación.
Las plantas procesadoras de carnes casi seguramente se beneficiaron, debido a que más
cantidad de ganado se canalizó por su intermedio, pero las otras concesiones no fueron tan
perjudiciales. La reducción de los aranceles a las importaciones británicas no parece haber
afectado demasiado la capacidad de fabricación local y los consumidores realmente se
beneficiaron al ofrecérseles más posibilidades de elección. Los principales perdedores deben
haber sido otros importadores extranjeros que tenían que pagar aranceles más elevados. Las
preferencias en los aranceles aduaneros afectaron principalmente a los competidores
extranjeros y a los consumidores locales y no parecieran haber tenido efectos adversos para los
fabricantes locales.
Las otras partes del acuerdo —que le daban prioridad a los inversores británicos sobre otros
extranjeros cuando se autorizaban las remesas— no habrían tenido un efecto muy perjudicial
en la economía. Aquellos que critican el pacto parecen pasar por alto el hecho de que la
Argentina había impuesto restricciones severas a las remesas de utilidades y que estas
planteaban un problema real para muchos inversores y afectaban negativamente los
incentivos para invertir.
Si bien es posible discutir sobre quién gana o pierde como resultado del acuerdo, este fue, sin
duda, uno que los nacionalistas esgrimieron como ejemplo de la perfidia de los explotadores
capitalistas británicos.
La actitud del Gobierno en la década de 1930 queda bien reflejada en la siguiente declaración:
« …en caso de que su política de ofrecer las tarifas de flete más baja posibles entrara en conflicto
con los intereses de los ferrocarriles de propiedad británica, los intereses de los ferrocarriles se
sacrificarán ante los de la Argentina».158
Pocas declaraciones podrían reflejar de manera más eficaz la actitud que socavó el futuro
económico del país que esta inquietud de tan poca amplitud de miras, que ignoraba la
mutualidad de los intereses extranjeros y locales.
«Es cierto que los ferrocarriles británicos contribuyeron en gran medida a la unidad y la
prosperidad de la Argentina. Pero ambos beneficios ya se han alcanzado ahora. Es inútil esperar
gratitud, algo que es apreciablemente menos frecuente con las naciones que con las personas».159
Nuevas elecciones, más fraudulentas, trajeron un nuevo gobierno al poder en 1937, sin que se
alcanzara ningún acuerdo en relación con los ferrocarriles. La Segunda Guerra Mundial dejó
ese asunto sin resolver.
La guerra en Europa generó tanto problemas como oportunidades para la Argentina. Muchos
bienes de consumo importados y materias primas esenciales no estaban disponibles o eran
escasos. Las importaciones de carbón procedentes de Gran Bretaña, que eran vitales para los
ferrocarriles, se redujeron drásticamente y las empresas ferroviarias y muchas industrias se
vieron obligadas a utilizar maíz como combustible. Esto condujo a la sustitución de
importaciones en textiles, en otras industrias ligeras y en bienes de consumo. El valor de las
exportaciones del país se incrementó drásticamente, aunque Gran Bretaña, que se hallaba en
grandes apuros económicos, difirió el pago de muchas de sus importaciones hasta el final de la
guerra. A fin de cuentas, sin embargo, la guerra benefició a la Argentina de manera
considerable y, una vez que esta terminó, los precios de las exportaciones aumentaron aún
más. En los tres años siguientes, la Argentina tuvo unos excedentes comerciales inmensos y
construyó enormes reservas de divisas.
Habían tenido lugar cambios políticamente importantes debido una toma militar del Gobierno
en 1943, que llevó al poder a un grupo que se apoyaba fuertemente en las políticas fascistas. El
ejército, altamente influenciado por los alemanes, estaba muy impresionado por las ventajas
de un estado corporativo disciplinado y gestionado, obviamente, por sí mismo, y en el cual los
empresarios jugaban un papel secundario y los trabajadores estaban bajo su firme control.
La neutralidad del nuevo gobierno militar, que favorecía a las potencias del Eje en lugar de a
los Aliados, probablemente no reflejaba la opinión popular. Esta política molestó a los EE. UU.,
ya que la Argentina se negó a unirse a otros países latinoamericanos en las alianzas
interamericanas que este país impulsaba contra las potencias del Eje. Los EE. UU. obtuvieron
información acerca de los vínculos entre los militares argentinos y los alemanes y ejercieron
presión sobre el Gobierno argentino para que renunciaran a ellos.160 Pero los militares se
negaron. Entonces, los EE. UU. hicieron públicos estos vínculos, aunque esto no tuvo más efecto
que molestar aún más al Gobierno.
Las relaciones empeoraron cuando los EE. UU. aplicaron un embargo al suministro de armas a
los militares argentinos. Esto a su vez molestó a los militares y aparecieron cantidades de
letreros por todo Buenos Aires que decían «Yankee Go Home» («Yanquis vuélvanse a su casa»).
Estos carteles desconcertaron a muchos, ya que había muy pocos yanquis en el país. El
ingenioso que escribió bajo uno de ellos «y llévenme con ustedes» probablemente reflejaba la
opinión popular con más precisión que lo que lo hacía la campaña antiestadounidense del
Gobierno.
Cuando quedó claro que Alemania estaba perdiendo la guerra, el Gobierno (en parte
presionado por el gobierno de los EE. UU.) cínicamente se volvió sobre sus antiguos aliados, les
declaró la guerra y expropió todos los activos importantes que estos tenían en la Argentina. Lo
que no se reveló hasta muchos años después fue su vergonzosa complicidad en la concesión y
venta de permisos de inmigración a los criminales de guerra nazis.
En el año 1946 Juan Domingo Perón resultó ganador en unas elecciones abiertas y
razonablemente libres, principalmente gracias al apoyo de la clase trabajadora. La instrucción
del gobierno de que cada empleado debía recibir un bono equivalente a un mes de salario
antes de las elecciones fue recibida con alegría por los empleados, pero con consternación por
parte de los empleadores privados. Sin embargo, cumplió su propósito y ganó las elecciones
para su generoso proponente.
Las deudas externas con la Argentina en el mundo de la posguerra ascendían a la enorme
suma de 1,7 miles de millones de dólares, y alrededor de un tercio de esta suma lo debía Gran
Bretaña. Representaban un tercio de todas las reservas de divisas de América Latina. En 1947,
Perón se jactó ante una delegación de los EE. UU.:
« ...tenemos el Banco Central lleno de oro y ya no sabemos dónde ponerlo. Los pasillos están
llenos de pilas de oro. Tenemos 2.000 millones de pesos congelados para no aumentar la
inflación».161
Esta situación económica enormemente favorable, que solo poseían otros pocos países, llevó al
Gobierno militar a un enorme derroche de dinero. Hubo tres objetivos principales en los cuales
el Gobierno se enfocó: en primer lugar, redistribuir el ingreso en favor de la hasta ahora
descuidada clase trabajadora, favoreciendo en particular a quienes estaban sindicalizados y
apoyarían al Gobierno; en segundo lugar, hacer al país más autosuficiente mediante el
desarrollo industrial; y en tercer lugar, nacionalizar los servicios públicos extranjeros.
Los medios para lograr estos objetivos serían mayormente la planificación y la intervención
estatal, aunque muchos de estos beneficios sociales fueron distribuidos por la dinámica esposa
de Perón, Evita, quien estableció una fundación para repartirlos.
Las reformas del bienestar social fueron impresionantes. Incluían la jubilación a la edad de 55
años, una jornada laboral reglamentaria, vacaciones pagas, indemnizaciones por accidentes,
protección contra los despidos, una ley de descanso dominical, control de trabajo femenino e
infantil, servicios de conciliación obligatoria, estatus legal a los sindicatos, aguinaldos, centros
de vacaciones, el «derecho al trabajo», el derecho a un «salario justo» y acceso a la educación y
a instalaciones culturales.162
Mientras que muchos de los beneficios sociales decretados por el Gobierno existían desde hacía
mucho tiempo y eran la norma en los países desarrollados, otros eran demasiado generosos y
suponían que las empresas públicas y privadas podrían pagarlos. La nueva legislación laboral
impuso nuevas cargas a las empresas que se esperaba que impulsaran la economía. Y las
relativas a las pensiones y bonificaciones eran especialmente onerosas. La jubilación a los 55
años, por ejemplo, era una de las más generosas del mundo y nunca fue sostenible, aunque en
sus primeros años, con los requisitos contributivos, se disponía de aportes masivos del
personal para pagar a los jubilados.
La política de industrialización fue más allá de lo que sería una política generalmente
aceptable de protección de industrias nacientes, es decir, de aquellas empresas que se espera
que lleguen a ser económicamente viables después de un período de protección para
finalmente lograr competir con las importaciones extranjeras.
Para tratar de establecer una base industrial exitosa, una economía necesita ofrecer una o más
de las siguientes tres condiciones: en primer lugar, debe contar con materias primas que
puedan ser procesadas en el país; en segundo lugar, debe tener una fuente de mano de obra
barata; o, en tercer lugar, debe tener una ventaja comparativa dentro de un gran mercado
interior. Esta última situación permite el desarrollo de industrias que ahorran en costos de
transporte gracias a que la fabricación local presenta una ventaja comparativa al estar cerca
del mercado. Ejemplos de ello son la elaboración de cerveza y el armado de muebles, que
demuestran que es más económico transportar la materia prima a un lugar de mercado y
procesarla o ensamblarla allí en lugar de fabricar el producto final en el sitio donde se
producen las materias primas e incurrir en costos de transporte pesado al mercado.
Empero, se hizo todo lo posible para establecer nuevas industrias por medio de estos aranceles
extremadamente elevados, sumados a controles de importación y subsidios. Se comenzó una
industria siderúrgica para satisfacer las necesidades militares del país, mas la Argentina no
poseía las materias primas necesarias para sostenerla.
En la Argentina se había descubierto petróleo en la Patagonia y era tan firme la decisión de que
los extranjeros no debían explotarlo que, en 1922, se creó una empresa estatal: Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (YPF). En sus inicios se la gestionó bien, pero no estaba lo suficientemente
capitalizada; no poseía toda la experiencia que sí tenían las compañías petroleras
internacionales y no podía abastecer todas las necesidades del país. El Gobierno tuvo que hacer
acuerdos con empresas británicas o estadounidenses para asegurarse la mayor parte de sus
necesidades de petróleo. La expansión de YPF fue coartada porque el Gobierno se quedaba con
gran parte de las ganancias, porque la propia YPF desarrollaba servicios no esenciales (en los
últimos años una campaña de eficiencia redujo sus empleados de 50.000 a 5.000), y porque el
Gobierno interfería en la gestión. El Gobierno de Perón buscaba de manera desesperada
aumentar la producción de petróleo, pero, cuando estuvo a punto de firmar un acuerdo con la
empresa estadounidense Standard Oil para que los ayudara a explotar los recursos nacionales,
los políticos se enteraron de esta situación y otra ronda de histeria política en repudio a la
explotación extranjera puso fin a los intentos del Gobierno de que Argentina llegara a ser
autosuficiente en la producción petrolera.
Surgieron proyectos más ambiciosos y menos realistas desde el punto de vista económico a
partir de la atracción de científicos nazis a la Argentina, el más famoso de los cuales fue Kurt
Tank, el diseñador del caza Focke Wulf FW-190, quien realmente logró producir un avión de
combate argentino en 1950, un producto muy adelantado para las necesidades o la capacidad
del país.163
Una actividad económica más inútil y estrafalaria surgió debido a que otro nazi, un tal Dr.
Ronald Richter, físico nuclear, convenció al ingenuo dictador argentino, Perón, de que él podía
lograr la fusión nuclear, por lo que se lo autorizó a establecer una planta en la Patagonia. La
historia está bien relatada en el libro de Carlos Brebbia164 y refleja de nuevo los peligros de
una dictadura en la cual el debate abierto es imposible. En 1952, la Argentina acaparó los
titulares de los medios de comunicación internacionales porque supuestamente había
descubierto el secreto de la fusión nuclear, solo para que más tarde se revelara que el «gran
científico», a quien habían colmado de distinciones y fondos públicos, había falsificado las
pruebas.
Es difícil imaginar una estrategia económica más incompetente que una política de sustitución
económica que en realidad aumente las importaciones y luego penalice al sector agrícola, que
es el que tiene que pagar por ellas.
Mientras tanto, la población urbana creciente empleada en estas industrias y en las empresas
estatales disfrutaba temporalmente de un mejor nivel de vida y consumía cantidades cada vez
mayores de carne vacuna, lo que repercutía en las exportaciones de carne, que eran más bajas.
Con el fin de tratar de resolver este dilema, el Gobierno decretó días sin carne en los
restaurantes. Los visitantes extranjeros se habrían desconcertado al asistir a uno de los miles
de restaurantes en la capital y encontrarse con que aún había cordero, cerdo y pollo en el
menú. Es que en Argentina «carne» significa carne de vaca. De más está decir que esta
prohibición tuvo poco efecto.
Un periodista tituló una nota «El país que se está comiendo a sí mismo» refiriéndose a la
Argentina. Esta era una descripción dramática, aunque no enteramente injusta, de la política
económica del régimen de Perón.
Reservas De Divisas
Y a estos problemas económicos se sumó el hecho de que las reservas de divisas se gastaron en
la nacionalización de las empresas de servicios extranjeros, la mayoría de las cuales habían
sufrido graves negligencias a causa de la guerra y la recesión, y también por la determinación
del Gobierno de no alterar a los usuarios con aumentos de precios.
El Gobierno no solo compró los ferrocarriles en 1948, lo que le costó 600 millones de pesos (un
resultado feliz para los inversores británicos), sino que también adquirió tres empresas
ferroviarias francesas, la Compañía Telefónica del Río de la Plata, la American Foreign Power
Company, los subterráneos, las compañías de gas y las instalaciones portuarias de Rosario y
Buenos Aires. Todas estas adquisiciones costaron la mitad de las reservas de divisas del país.165
Pero, ¿eran estas compras realmente necesarias? En cuanto a la más polémica, la de los
ferrocarriles, se había llegado a un acuerdo entre los accionistas británicos y el ministro de
economía argentino para realizar una transferencia gradual de la propiedad, en la cual se
utilizaría la deuda de los británicos para renovar el sistema que se hallaba tan descuidado. Se
trataba de una solución sensata, pero fue tan grande la protesta del Congreso cuando los
radicales y los socialistas se enteraron de esta política de «vender a los británicos», que incluso
Perón se negó a aceptar cualquier cosa que no fuera una compra directa.
Era una decisión totalmente política y un gran disparate desde el punto de vista económico,
pero, dadas las circunstancias, resultaba inevitable. La compra de todos los otros servicios
públicos, si bien fue políticamente popular, tuvo como consecuencia que el Gobierno se viera
obligado a encontrar el capital para renovar muchas inversiones en infraestructura que había
sido gravemente desatendida. Pero se había opuesto tanto a los inversores extranjeros que
ninguno de ellos estuvo dispuesto a prestar fondos con este propósito. Por lo tanto, el Gobierno
tenía que recaudar fondos a nivel nacional. Se realizaron grandes esfuerzos para conseguirlos
y se produjeron algunas mejoras, pero las necesidades eran enormes. Si bien hubo, sin duda,
satisfacción política por haber usado alrededor de la mitad de las reservas de divisas del país,
no se obtuvieron beneficios económicos por esta compra, lo que significó que el Gobierno tuvo
que buscar capital de inversión para mantener los activos. También tenía la enorme
responsabilidad de administrarlos. El razonamiento económico fue superado por la
conveniencia política nacionalista.
Gestión
La nacionalización de todos estos activos extranjeros fue recibida con inmenso júbilo por los
sindicatos y la clase política. En el caso de los ferrocarriles, el júbilo fue tal que tuvo lugar una
orgía de destrucción. «Perón permitió que una turba destruyera los registros de las compañías
de propiedad británica. En un frenesí nacionalista, los argentinos destruyeron años de
información invalorable relacionada con los detalles de la administración del ferrocarril».166
Como usuario de los ferrocarriles durante varios años antes de irme de la Argentina, recuerdo
que antes de la nacionalización siempre parecieron estar gestionados de manera competente.
Los gerentes parecían tratar al personal razonablemente bien, y esa destrucción extraordinaria
y gratuita después de la nacionalización es incomprensible.
Las empresas administradas por el estado en la Argentina habían sido poco mejores que
ineficientes agencias de empleo. Por lo tanto, no fue sorprendente encontrarse con que,
prácticamente de inmediato, todas las juntas de los servicios nacionalizados estuvieron
colmadas con grandes números de directores, y el personal que empleaban se vio aumentado
debido a la contratación de amigos y personas a quienes les debían favores.
Durante más de 30 años, la compañía telefónica, con sus excesivos 47.000 empleados y 28 jefes
ejecutivos, fue sinónimo de corrupción e incompetencia. Hay gente que llegó a tener que
esperar 15 años para conseguir un teléfono y que se vio obligada a pagar inmensos sobornos,
de hasta 1.500 dólares, para que le instalaran uno.
Las industrias estatales sufrieron una caída catastrófica en materia de eficiencia, ya que sus
nuevas gerencias no cumplían con sus responsabilidades públicas. A los ferrocarriles les fue
particularmente mal; no solo tuvieron que soportar más directores y un inmenso aumento de
personal sindicalizado, sino que también se vieron afectados por el surgimiento de un
transporte de carga y pasajeros mucho más eficiente. Los servicios de transporte por ruta,
operados por empresas más pequeñas, sin afiliación política y con frecuencia gestionadas por
familias se adaptaban más a la cultura emprendedora del país que las grandes empresas
administradas por el estado.
Planificación Central
El Gobierno estableció una junta que fijaba el precio que le pagaba a los productores agrícolas
por sus exportaciones y que controlaba las importaciones. Este monopolio estatal produjo
enormes ganancias. Los malos precios que pagaban por los productos agrícolas disuadían la
inversión en la agricultura y no alentaban a que se buscara aumentar la producción.
Algunos ejemplos personales de problemas que podrían definirse como sociales o culturales
surgieron mientras yo trabajaba para las Naciones Unidas, en la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL) en Chile. No había ningún tipo de capacitación en administración
pública dentro de la organización y no puedo recordar que ninguna reunión comenzara nunca
en el horario estipulado, ni que se elaborara un orden del día o que se distribuyeran las actas
de las reuniones.
La CEPAL tenía la reputación de ser la única Comisión Económica de las Naciones Unidas con
una filosofía social y económica que se basaba en la necesidad de una mayor autosuficiencia
regional y reformas estructurales en los países de su competencia. Pero la actitud
predominante, la que definía el trabajo de uno, era si uno estaba a favor o en contra los EE. UU.
No había ningún sentido de la objetividad en este organismo de la ONU. De hecho, dos de mis
colegas pasaron la mayor parte de su tiempo elaborando políticas y planes para los dos
partidos políticos rivales en Chile.
Incluso dentro de las Naciones Unidas había poco sentido del servicio público internacional.
Esto quedó bastante en evidencia una vez cuando conversaba con un colega de la ONU. Le
mencioné que yo había estado intentando persuadir al gobierno británico para establecer una
estación de investigación agrícola en la cuenca del Amazonas. «Pero, Gordon», me dijo «¿y qué
ganancia saca usted de eso?».
Otro vacío conceptual se hizo evidente cuando le pregunté al director de la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en América Latina, a la que yo
había sido transferido, si podía tomarme un año de licencia para trabajar en un ministerio
británico de reciente creación, el de Desarrollo de Ultramar. Estuvo de acuerdo y luego se
presentó en Londres solicitando el apoyo del Gobierno británico para que lo nombraran
director de la FAO en Roma y les mencionó el favor que les estaba haciendo al permitirme la
licencia. Aparte de la vergüenza que sentí cuando me hablaron de su ingenua esperanza, su
creencia de que tal acción lograría influir en la decisión del Gobierno británico en alguna
manera era una indicación de la brecha existente entre las culturas de las dos sociedades. (El
Gobierno británico no apoyó su candidatura, pero yo obtuve mi licencia).
En vista de lo que mi jefe pensaba que era una misión exitosa, me enviaron luego a Paraguay y
la Argentina. En Paraguay armé un calendario para las acciones a tomar, señalé qué proyectos
se debían escoger y expliqué cómo organizar una reunión: llevar actas y, lo más importante,
llegar a tiempo. Mi público estaba encantado.
El problema en la mayoría de los países de América Latina es que son pocos los funcionarios
públicos que tienen algún tipo de formación en administración. No aparecen a tiempo, en
escasas ocasiones hay un orden del día, rara vez se labran las actas correspondientes, las
decisiones no se registran y los archivos desaparecen o directamente son inexistentes.
Cuando visité la Argentina, los funcionarios me dijeron francamente que estaba malgastando
su tiempo. Esto fue un cambio refrescante luego de la gran amabilidad con la que me recibían
en otros países, pero que, por lo general, escondía el hecho de que lo que yo hacía no iba a
tener ningún resultado.
Llamé al director de Planificación Agrícola, quien me dijo que él ya había elaborado un plan y
no necesitaba mi ayuda. Para convencerme, me entregó una copia de su Plan quinquenal, que
constaba de 150 páginas. Nunca había visto un documento de planificación tan impresionante
y lo felicité, preguntándole cuánto les había tomado elaborarlo y cuántos departamentos,
comités e individuos habían participado. Con orgullo me dijo que nadie más había participado.
Él había hecho todo el trabajo solo.
La cultura de delegar o de buscar consenso y confiar, rara vez se encuentra dentro de las
funciones públicas en el continente, en parte debido a la falta de formación, pero sobre todo
porque las diferencias políticas y sociales son mucho mayores que en otras partes del mundo.
Hay menos gente en la que uno puede confiar y por lo tanto los empleados de la
administración pública tienden a ser nombrados por pertenecer a un círculo íntimo de
familiares, amigos y partidarios políticos. Cuando a esto se le suma los salarios bajos que
reciben los empleados, el problema se agrava. Alguien a quien yo conocía en la Argentina
estaba en problemas con las autoridades debido a las emisiones de su fábrica, pero logró
solucionar la cuestión gracias a la práctica común de «comprar su expediente», es decir,
garantizar que este desapareciera. El dicho brasileño «El país crece por la noche, cuando el
Gobierno duerme», contiene una profunda verdad.
El régimen de Perón concedió enorme poder a una función pública que no podía afrontar
nuevas responsabilidades. Con todos los departamentos colmados de amigos y familiares, uno
terminaba teniendo una sociedad y una economía dirigidas por una burocracia incompetente
y, en gran medida, corrupta.
Beneficencias
Existían entonces, y todavía existen, todas las razones para redistribuir el ingreso en la
Argentina desde el sector enormemente rico de la sociedad, pero, por desgracia, la capacidad
administrativa para hacer esto no es lo suficiente buena como para garantizar que esta
redistribución de la riqueza alcance a quienes debe alcanzar. Un grupo nacional de
administradores bien capacitados, bien pagos y leales al público es algo que, simplemente, no
existe. Los impuestos justamente cobrados a los ricos, si alguna vez se pagan o recaudan, solo
son engullidos por una gigantesca maquinaria hiperburocrática.
Una forma en que podría sortearse esta maquinaria es a través de organizaciones benéficas. La
más grande de la Argentina fue la Fundación Evita Perón. La esposa del presidente tenía a su
disposición grandes sumas de fondos no contabilizados que recibía del gobierno, de
empresarios frustrados y de dirigentes sindicales que acudían buscando ayuda. Los
empresarios que tenían dificultades con los sindicatos o que tenían problemas con los
permisos de importación acudían a ella con sus problemas y ella los resolvía. El director
general de Philips International no lograba obtener los permisos de importación básicos, así
que pasó a verla y ella consiguió resolverle el problema. Naturalmente, él estuvo tan satisfecho
que hizo una contribución a su fundación y, además, al salir de su oficina, un grupo de señoras
le mostraron unos artículos de joyería y le preguntaron si no le gustaría manifestar su
agradecimiento comprándole alguna joya a su benefactora. Obviamente, estuvo encantado de
hacerlo.167
Evita ejercía un gran poder sobre los sindicatos y la burocracia, y los pagos a su fundación
aseguraban que la acciones llegaran a buen puerto. A cambio de un pago generoso a su
fundación, ella resolvía los problemas burocráticos o sindicales. La finalidad de la fundación
era, por supuesto, ayudar a los pobres, y los suplicantes que hacían cola para entrevistarse con
ella solicitándole vivienda, bicicletas, ayuda médica, ropa y educación rara vez se iban con las
manos vacías. No hay duda de que su deseo de ayudarlos era genuino y, en consecuencia, para
los receptores de su benevolencia adquirió un estatus casi de santa. Sin embargo, no hubo
ningún tipo de registro contable de los 700 millones de pesos que habría recibido; ella
afirmaba que los contadores eran un invento capitalista. Además, tenía un armario que habría
vestido a un centenar de mujeres con el más extraordinario lujo. Una exposición de sus
extensas posesiones se exhibió al público luego de que el régimen fue derrocado.
Es evidente que una buena cantidad de la riqueza y las reservas llegó a los pobres, que es más
que lo puede decirse de los regímenes anteriores. Muchos años más tarde, le pregunté a un
taxista en Buenos Aires qué pensaba de Perón. Me respondió con tristeza: «Fue el único que se
acordó de nosotros».
El Legado De Perón
Si bien los dos primeros objetivos básicos del Gobierno de Perón —la redistribución de la
riqueza y el desarrollo de una economía más autosuficiente— eran loables, ambos fueron
llevados a cabo en exceso y con ineficiencia extrema. Y por el exceso en los impuestos a la
fuente de la riqueza, el sector agrícola, la situación económica empeoró.
La política de nacionalización de los servicios públicos extranjeros fue otro error económico
increíble, si bien fue política y socialmente popular. Se desperdiciaron las reservas acumuladas
durante la guerra para pagarles a los inversionistas extranjeros. La inversión necesaria para la
posterior renovación de los servicios públicos tuvo que conseguirse a nivel local. Las reservas
utilizadas para adquirir estos servicios fueron a parar, obviamente, al extranjero. La Argentina
tuvo que conseguir capital de sus propios recursos decrecientes para renovar y reconstruir la
infraestructura.
La única ganancia de la nacionalización fue que el Gobierno se hizo cargo de la gestión de estos
servicios públicos, pero nadie podría afirmar que eso fue un éxito. De hecho, la competencia de
la gestión se redujo drásticamente, mientras muchas de las empresas de servicios públicos
nacionalizados se convertían en poco más que agencias de empleo y los gobiernos se
mostraban reacios a caer en la impopularidad elevando las tarifas.
Varias décadas de mala gestión pública llevaron a una privatización masiva de los servicios
públicos en 1992, que incluyó los ferrocarriles. Sin embargo, este proceso con frecuencia se
manejó mal y la oposición pública a los aumentos de precios necesarios llevó una vez más a la
intervención del gobierno.
Con el tiempo, muchas de las empresas manufactureras más ineficientes debieron enfrentarse
a la competencia, como consecuencia de un comercio más libre, y desaparecieron. Además, los
militares, que habían construido un enorme complejo industrial, fueron puestos en su lugar.
Sin embargo, el país aún tiene una industria de fabricación de automóviles y una industria del
acero, que es más pequeña y más eficiente, y que sobreviven en gran parte debido al apoyo del
gobierno y a aranceles aduaneros regionales proteccionistas porque son importantes
empleadoras de mano de obra.
Y este es el legado que dejaron el régimen de Perón y sus políticas: una inmensa migración a
Buenos Aires, que en la actualidad tiene una población de más de 11 millones de habitantes.
Los consumidores urbanos tienen que vivir de un sector agropecuario no muy eficiente y de
una economía industrial aún menos eficiente. Mientras que las áreas periféricas de la pampas
a lo largo de los Andes (Mendoza) y al noroeste, y las zonas productoras de cereales al norte
(Santa Fe) han aumentado sustancialmente su productividad, las grandes áreas ganaderas de la
pampa han cambiado más lentamente, aunque en los últimos años han empezado a hacerlo.
Las exportaciones de carne, que alguna vez fueron la principal fuente de ingresos de
exportación del país, ya han, prácticamente, desaparecido debido al aumento del consumo
interno. Un país que ha elegido comer su carne vacuna en lugar de exportarla.
Este desequilibrio social y económico entre las zonas rurales y urbanas es una característica
común de muchos países, pero en ninguno la dependencia urbana es tan marcada como en la
Argentina. La resolución de este problema ha estado en el corazón de los esfuerzos del
gobierno desde que Perón fue depuesto en 1955. Su regreso, en medio de la desesperación, en
la década de 1970, no hizo nada para resolverlo.
El Legado Colonial
No todos los problemas pueden atribuírseles a las desastrosas políticas de Perón en el período
de posguerra. Detrás de estas políticas estaba el largo legado de un régimen feudal, con un
sistema de distribución de la tierra que se condecía más con la Edad Media y un
individualismo en el que la cooperación y el compromiso no tenían nada que hacer.
La apropiación del territorio indígena, que comenzó en la década de 1830 y alcanzó su apogeo
en la década de 1880, llevó a la aparición de una clase terrateniente extremadamente rica, que
tenía buena relación con la nueva clase capitalista y gerencial británica. Esta nueva
aristocracia terrateniente tenía mucho en común con la aristocracia terrateniente británica del
siglo XIX. La ganadería se convirtió en la ocupación más rentable y la que tenía mayor estatus.
Que a los inversores británicos les haya ido bien con sus inversiones en la Argentina es
altamente probable, aunque difícil de estimar, y que lo hicieron a través de la inversión en la
agricultura muy productiva de la Argentina es más que evidente.
Estas inversiones británicas, como todas las inversiones internacionales, no se hicieron con un
espíritu de altruismo, sino que fueron motivadas por un interés propio. No hay ninguna
necesidad particular para esperar gratitud por parte de los beneficiarios de estos bien
encauzados actos de interés propio, pero negar que resultaron clave para el desarrollo de la
Argentina solo sirve para envolver al país y a su desarrollo en una nube de autoengaño.
Es pertinente señalar aquí que los países de la Commonwealth británica que, como Argentina,
se beneficiaron de la inversión capitalista (por ejemplo, Canadá, Australia y Nueva Zelanda,
como así también los EE. UU.) no han perdido tiempo y esfuerzos denunciando a los inversores
británicos. Se ha reconocido ampliamente que existía un beneficio mutuo en esta relación.
«Los beneficios de la dominación británica incluyen las nociones del estado de derecho, el
gobierno constitucional, una prensa libre, un servicio civil profesional y el idioma inglés, legados
que han servido bien al país».168
Sin embargo, la Argentina nunca fue colonia británica y lo que muchos críticos marxistas y
socialistas omiten al criticar el «imperialismo» británico es que Gran Bretaña era diferente a
otros regímenes imperialistas, al menos desde alrededor de 1850. Esto se debe a que, como
consecuencia de la Revolución Industrial, Gran Bretaña comenzó a invertir fuertemente en los
países que gobernaba y que no se trató de un poder metropolitano pura y despiadadamente
extractivo, como lo había sido antes, y como, de hecho, lo eran otras potencias: España,
Portugal, Japón y la Unión Soviética. Esto fue claramente así en América Latina, donde el
dominio español fue despiadadamente explotador y dejó poco para la población autóctona. El
«imperialismo» británico, por su parte, invirtió fuertemente en América Latina y el resultado
fue un beneficio mutuo. Es imposible calcular si los beneficios resultantes se repartieron de
manera equitativa, y así de difícil también es juzgar. Chile, Uruguay y Brasil —todos
destinatarios de considerables capitales británicos— han evitado esa improductiva crítica.
No obstante, no es nuestro propósito analizar los pros y los contras del imperialismo británico,
sino dejar en claro que se trata de una cuestión irrelevante para explicar el mal desempeño de
la Argentina desde la Segunda Guerra Mundial.
La razón por la cual a Canadá, Australia y, por cierto, a muchos otros países les ha ido mejor
que a la Argentina en las últimas décadas no puede atribuirse de forma creíble a la explotación
británica y quienes insisten con este argumento solo contribuyen a oscurecer las explicaciones
más relevantes y consentir un nacionalismo en extremo contraproducente.
El Factor Malvinas/Falkland
Un síntoma de la crisis de un país que busca echarle la culpa a otros de sus problemas ha sido
la invasión, en 1982, de estas islas distantes y sombrías, ubicadas en una región en la que pocos
ciudadanos argentinos, por no decir ninguno, desearían vivir. Siempre había quedado en claro
para la mayoría de las personas que viven en la Argentina que el reclamo por estas islas
invariablemente coincidía con algún tipo de crisis que el Gobierno quería ocultar haciendo
demandas por su devolución. Los regímenes militares, ansiosos por distraer al público de sus
faltas, con frecuencia realizaron reclamos similares por pequeñas extensiones de tierra en la
Patagonia que también se adjudicaba Chile.
Si bien es razonable aceptar que las islas eran parte del Virreinato de Buenos Aires al momento
de la independencia, en 1816, (los isleños aseveran que Gran Bretaña mantuvo su pretensión
cuando evacuó las islas, en 1773), parece que convenientemente se pasa por alto que también
pertenecían a este virreinato Bolivia, Uruguay y Paraguay, territorios mucho más ricos, que
ningún gobierno argentino ha tratado de reconquistar.
Para muchos, fue una gran tragedia que tantos jóvenes perdieran la vida en este conflicto
lejano, que duró solo 74 días, pero generó una xenofobia latente y peligrosa. En muchas partes
del mundo, con gran frecuencia diferentes personas que vivían juntas en armonía han sido
enfrentadas unas contra otras por políticos despiadados y que gustan de agitar las multitudes
para promover sus propios intereses. El resultado de este intento fallido en particular tuvo un
efecto positivo en la Argentina: la libró de un estamento militar corrupto e incompetente. Yo
espero que esto permita que los futuros gobiernos se concentren en los problemas reales.
La Doctrina Prebisch
Aclamado por algunos como el Keynes de América Latina, Raúl Prebisch, un destacado
economista argentino de la segunda mitad del siglo XX, fue el líder de un grupo agrupado en
torno a la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que afirmaba que el sistema de
comercio internacional estaba sesgado en contra de los países en vías de desarrollo
productores de materias primas. Se argumentaba que a medida que los consumidores y los
países industriales más ricos se enriquecían cada vez más, su demanda de materias primas, en
particular de productos alimenticios, no aumentaba proporcionalmente (hay un límite a lo que
la gente puede comer) y que, por lo tanto, los productores de materias primas estaban en una
permanente situación de desventaja de negociación ante las poderosas naciones industriales
del mundo. En otras palabras, los términos de intercambio tenían un sesgo en contra de los
países pobres productores de materias primas.
La solución propuesta era que estos países debían convertirse en autosuficientes a través de
políticas de sustitución de importaciones. Este punto de vista no estaba injustificado en los
años de entreguerras, cuando los términos de intercambio tras el derrumbe de Wall Street en
1929 eran desfavorables para los productores primarios, que sufrieron más que los países
industriales como consecuencia de la recesión. El argumento en favor de la autosuficiencia se
fortaleció aún más durante la Segunda Guerra Mundial, ya que Latinoamérica quedó aislada
de muchas importaciones europeas importantes. No obstante, para cuando se promovió la
doctrina Prebisch, ya existía una política de sustitución de importaciones bien establecida,
principalmente a través de la CEPAL y sus economistas. Sin embargo, esta doctrina les dio a
muchos de los que tomaban decisiones en el gobierno y que tenían una inclinación
nacionalista o de izquierda la confianza necesaria para justificar sus políticas de sustitución de
importaciones.
Si bien existen razones perfectamente buenas para proteger nuevas industrias que tienen
potencial económico para crecer, como se ha argumentado anteriormente, la política de
sustitución de importaciones se llevó hasta un extremo absurdo y contraproducente, que
incluso Prebisch finalmente llegó a criticar. Quizás lo más importante es que tendía a separar a
América Latina y la Argentina del comercio mundial y que, equivocadamente, desalentaba la
producción agrícola con el argumento de que había un permanente sesgo mundial contra los
exportadores agrícolas. Esto alentó a que, en la mayoría de los países latinoamericanos, se
implementaran políticas de extrema autosuficiencia que terminaron siendo
contraproducentes.
Los «tigres» asiáticos no cometieron este error. Fomentaron la creación de vínculos con los EE.
UU. y el resto del mundo y también políticas orientadas al mercado, aunque protegieron las
industrias emergentes. En consecuencia, a Corea del Sur, Taiwán, Japón, Malasia, Tailandia,
Vietnam y Singapur —por no mencionar a China y la India— les ha ido, en general, bien.
Esta lección la aprendieron por las malas primero Chile y más recientemente Brasil, dos países
que hoy están progresando. Es cierto que Chile y Brasil cuentan con una ventaja comparativa
en sus exportaciones a los EE. UU., ya que sus actividades comerciales tienden a
complementarse con las del país del norte; por otro lado, el ganado y los cultivos de las zonas
templadas de la Argentina compiten directamente con los productos de la actividad rural
estadounidense. No obstante, la Argentina ha tenido, y seguirá teniendo, más mercados para
sus productos en muchos otros países. Estos mercados pueden ser desarrollados y, de hecho,
están siéndolo.
Es tentador culpar del relativo fracaso de la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial
al legado peronista de una economía de bienestar mal manejada, un derroche descontrolado y
políticas mal dirigidas para lograr una autosuficiencia engañada. Sin embargo, debe
reconocerse que para los políticos fue fácil explotar una estructura social sesgada. Y la
promoción del desarrollo agropecuario por parte de Gran Bretaña la convirtió en aliada de esta
clase. Fue una relación política tóxica que muchos políticos argentinos explotaron al máximo.
Es lamentable, sin embargo, que las inversiones británicas fueran en gran medida en
infraestructura políticamente vulnerable y que los políticos no estuvieran dispuestos a aceptar
la reciprocidad de beneficios que generaba asegurar que se manejaran con eficiencia.
Lo más perjudicial, sin embargo, fue el nacionalismo que los políticos fomentaron
deliberadamente en contra de la inversión británica y, de hecho, estadounidense. El mal de la
xenofobia afectó a este país con tantos extranjeros y perjudicó gravemente su desarrollo. Debe
señalarse, sin embargo, que rara vez se tradujo en animosidad personal hacia los británicos o
estadounidenses que residían en el país.
Un Olvido Injustificado
« …rescatar del olvido injustificado los nombres de los británicos que actuaron como agentes
para el cambio progresivo de la Argentina, elevaron el perfil del país hasta 1920 y lo
transformaron durante el proceso».170
Esperamos tener por lo menos un modesto impacto recordándoles a los lectores la enorme
contribución que nuestros antepasados británicos hicieron para la creación de una Argentina
moderna, y contribuir a volver a darles vida a las palabras que ese gran estadista argentino,
Bartolomé Mitre, pronunciara en 1905 sobre Gran Bretaña, y que aparecen en la portada de
este libro:
« …cuya influencia en todo momento ha sido beneficiosa para la suerte de la República y deberá
serlo con mayor eficacia en el futuro».
Que el motivo para el desarrollo de la relación haya sido el interés económico no es ni
sorprendente ni inusual y sería ingenuo esperar lo contrario. Por otro lado, hubo una ganancia
mutua en esta relación, algo que otras potencias imperiales no proporcionaron.
El orgullo desmedido por los logros del país y las enormes reservas financieras con las que
llegó a contar después de la Segunda Guerra Mundial llevaron a que se adoptaran varias
políticas desastrosas. La Argentina hizo caso omiso de las lecciones de éxito económico,
replegándose sobre sí misma, tratando de ser autosuficiente y embarcándose en imprudentes
programas de bienestar, mal administrados y que atrajeron a una vasta población a la
megalopolitana Buenos Aires y generaron problemas económicos y sociales perdurables.
Culpar a Gran Bretaña, a los EE. UU., al FMI y al sistema económico mundial en general fue una
táctica política fácil, pero corta de miras y equivocada. Simplemente pospuso la curación de las
heridas económicas y sociales autoinfligidas que el régimen de Perón creó y que otras causas
subyacentes agravaron.
La Argentina posee inmensos recursos naturales que aún puede desarrollar de manera
eficiente y cuenta con una población enérgica, talentosa y educada que tiene la capacidad para
lograrlo, siempre y cuando las políticas del gobierno se concentren en las ventajas
comparativas del país y todo se haga a través de las instituciones correspondientes.
Colin Lewis hace un sagaz análisis del desempeño de la economía argentina y argumenta:
Muchos estarán de acuerdo con la conclusión de Lewis: «los argentinos han sido perjudicados
por sus políticos».
La Argentina siempre ha recibido a los inmigrantes con los brazos abiertos y todos estos han
hecho una contribución significativa al país. Por lo tanto, es incomprensible que los políticos
argentinos hayan logrado, con tanta facilidad, despertar una xenofobia nacionalista contra
muchos países extranjeros. Es imposible no estar de acuerdo con que la mayoría de los líderes
políticos del país han prestado un mal servicio y cabe esperarse que, con la caída del
incompetente y corrupto gobierno militar, sus políticas queden en el pasado y se logre un
reconocimiento más equilibrado de la cantidad de diferentes comunidades que han
contribuido y pueden contribuir al bien común y se las aprecie completamente. Un país con
tantos hombres y mujeres talentosos y enérgicos tendría que haber podido obtener mejores
resultados en el campo político y económico.
Sin embargo, en la Argentina existe una enorme reserva de energía y talento, así como muchos
recursos naturales que pueden utilizarse para poner al país en un camino de crecimiento más
vigoroso. Esto implica, sin embargo, mirar hacia afuera en lugar de hacia adentro, como lo han
hecho los países asiáticos. En América del Sur, el rápido progreso que recientemente han
experimentado Chile, Brasil y Perú se ha logrado empleando las habilidades y la energía de su
gente con tecnología, gestión y capital extranjero.
La edad de oro del desarrollo de la Argentina requiere de colaboración entre capital
extranjero, gestión y trabajo, sobre una base de políticas económicas y sociales liberales que
siguen siendo importantes hoy en día y que son cruciales para que la Argentina resurja de su
pasado turbulento.
Mientras que recrear las relaciones pasadas no es ni posible ni deseable, tratar de enterrar el
pasado o definirlo en términos marxistas como un sistema explotador e imperialista no hace
justicia a los hechos y es un importante obstáculo para que se puedan aceptar soluciones
liberales.
Esperemos que este recordatorio de cómo Gran Bretaña y los británicos contribuyeron a la
creación de una Argentina moderna sirva para enfatizar los fuertes orígenes y relaciones
internacionales del país, así como también la importancia de que estas últimas se desarrollen
aún más.
150. http://facts.randomhistory.com/↩
151. Wright, W. R. British-owned Railways in Argentina. Austin: University of Texas Press, 1974.↩
152. Wright, W. R., ibid.↩
153. Wright, W. R., ibid.↩
154. Wright, W. R., ibid.↩
155. Wright, W. R., ibid.↩
156. Wright, W. R., ibid.↩
157. Rock, D. Argentina. 1516–1987. Berkeley: University of California Press, 1987.↩
158. Wright, W. R., ibid.↩
159. Wright, W. R., ibid.↩
160. Josephs, R. Argentine Diary. Londres: Victor Gollancz Ltd., 1945.↩
161. Lewis, P. H. The Crisis of Argentine Capitalism. Raleigh, NC: University of North Carolina Press, 1990.↩
162. Rock, D., op. cit↩
163. Brebbia, C. A. Patagonia, a Forgotten Land: from Magellan to Peron. Southampton: WIT Press, 2007.↩
164. Brebbia, C. A., ibid.↩
165. Lewis, P. H., op. cit.↩
166. Wright, W. R., ibid.↩
167. Informado por la hija del director ejecutivo↩
168. Conferencia de Manmohan Singh, primer ministro de la India, en la Universidad de Oxford, el 8 de julio de
2010.↩
169. Periódico The Pioneer , de New Delhi, publicado en The Economist el 15 de agosto de 2010↩
170. Fernández-Gómez, E. M. Argentina: Gesta Británica (cinco vol.). Buenos Aires: L.O.L.A., 1993, 1998, 2004↩
171. Lewis, C. M. Argentina: a Short History. Oxford: One World, 2002.↩
Lecturas recomendadas
Mientras investigaba para escribir este libro, me encontré con muchas historias, que han caído
en el olvido hace ya mucho tiempo, de personas que vivieron vidas fascinantes en la Argentina.
Muchas son meditadas y están bellamente escritas, y cuentan de primera mano la historia de
ciertos eventos y personajes que reconocemos del pasado. Es lamentable que no sea sencillo
conseguir todos estos relatos, pero se me ocurre que a cualquier lector que quiera extender sus
lecturas sobre este tema le serán útiles algunas recomendaciones.
Lo que he hecho aquí, por lo tanto, es buscar en los sitios web de Amazon Books y AbeBooks los
libros de referencia que he consultado y disfrutado, ya que los lectores pueden verse tentados
a hacer lo mismo.
Como punto de partida general para el tema de los británicos en la Argentina, el admirable
relato de The Forgotten Colony (La colonia olvidada), de Andrew Graham-Yooll, trata de las
diversas actividades de los inmigrantes británicos en estas tierras y se vuelve una introducción
fundamental. Para quienes tengan interés en leer un libro de historia argentina equilibrado y
bien escrito, Argentina 1516–1987, del profesor David Rock, es uno de los mejores que se puede
conseguir.
Para mi gran sorpresa, encontré que los dos libros de J. y W. Robertson, Letters on Paraguay
(tres vol.)(Cartas de Paraguay), de 1839 y Letters on South America (tres vol.) (Cartas de
Sudamérica), de 1843, han vuelto a imprimirse y están disponibles en Amazon. Si bien cada
título comprende tres volúmenes, constituyen una lectura entretenida. No solo registran cómo
era hacer negocios en los caóticos días posteriores a la independencia, sino que el atrapante
relato de su vida social nos brinda una visión de un mundo diferente. Los hermanos se
mezclan con todos los reconocidos líderes de la revolución. John es un observador en la Batalla
de San Lorenzo, invitado por su amigo San Martín, y es un favorito (durante un tiempo) del
dictador paraguayo Francia. John narra cómo, en Paraguay, una dama de 80 años le da una
serenata y cómo les sirven la cena pequeños negritos esclavos desnudos. Los hermanos
también son observadores muy perspicaces del escenario político y de los británicos que
residen en el país y sus observaciones son relevantes incluso en la actualidad.
La gran mayoría de los lectores estarán interesados en las biografías y autobiografías que traen
a la vida un mundo del pasado lejano, así como personas y costumbres que posiblemente no
sean ya ni recuerdos. Son un recordatorio de las penurias y los placeres que nuestros
antepasados sufrieron y disfrutaron.
En primer lugar entre estas autobiografías, yo ubicaría la de Jane Robson, quien llegó al país
junto con sus padres a bordo del SS Symmetry en 1825. Sus padres trabajaban como sirvientes
de los ocho agricultores que emigraron para establecer la colonia escocesa en Monte Grande.
Es muy raro encontrar una historia escrita por una inmigrante que nunca fue escolarizada y
que narra, con un estilo conmovedor e impresionante, la forma en que tuvo que luchar para
criar a su familia en la Pampa. Finalmente, pudo comprar una estancia pequeña en Chascomús
y construir una sala para la iglesia escocesa que ayudó a erigir en ese delicioso pueblito. Narra
su historia en un libro editado por Iain Stewart: From Caledonia to the Pampas. El libro
también incluye un diario del viaje, en el que no ocurren mayores incidentes, escrito por uno
de los agricultores.
Otra autobiografía, de un estilo diferente, es la de Lucas Bridges, titulada Uttermost Part of the
Earth (El último confín de la tierra). Este relato es acerca de la vida de Lucas y también de la de
su padre, misionero y criador pionero, que estableció una granja de ovejas en la Patagonia. No
obstante, lo que verdaderamente lo distingue es que probablemente se trata del único relato de
un europeo que vivió y trabajó durante muchos años con una comunidad de subsistencia
tradicional. Si bien existe una gran cantidad de libros escritos por antropólogos y aventureros,
Lucas, durante las primeras etapas de su vida, trabajó y vivió con los onas de Tierra del Fuego.
Aunque él era su empleador, trabajaba a la par de ellos, luchaba con ellos y fue aceptado en su
clan. Lucas, una persona excepcionalmente capaz y comprensiva, nos dejó un libro clásico de
innovadora antropología personal.
George Musters, un explorador extraordinario, pasó un año viajando de sur a norte por la
Patagonia con los tehuelches y relató su experiencia en At Home with the Patagonians (Vida
entre los patagones). Comiendo la comida de los aborígenes y, a menudo, vistiéndose con sus
prendas, sobrevivió a lo que para la mayoría de nosotros sería una existencia horrible, de la
cual él emerge como un fuerte admirador de estas personas resistentes y es adoptado por su
comunidad. Su hazaña todavía se recuerda y un lago fue nombrado en su honor.
Un relato muy diferente, que trata de lo que significaba vivir, siendo una niña, en estas
llanuras remotas y sombrías y, más tarde, al pie de los Andes —donde la nieve se acumula
formando pilas de varios metros de altura en invierno, la tierra se chamusca en verano y el
vecino europeo más cercano estaba a dos días de viaje— es la narración que Mollie Robertson
hace de los siete años que pasó en la Patagonia. Su libro, The Sand, the Wind and the Sierras
(La Arena, el viento y las sierras), es un relato memorable y agradable de su vida con los
animales pequeños que ella adopta, que recuerda a uno de Gerald Durrell, My Family and
Other Animals (Mi familia y otros animales), aunque en el caso de Mollie, ella no tenía ni
hermanos ni una isla griega. Hay un desgarrador relato de cuando finalmente debe partir para
ir a la escuela y su padre tiene que dispararles a todas sus mascotas favoritas, ya que no
quedará nadie para cuidarlas.
Para los interesados en saber más sobre la historia de la Patagonia, Carlos Brebbia ha escrito
un relato excelente en Patagonia, a Forgotten Land: from Magellan to Peron.
Más hacia el norte tenemos a uno de los más geniales escritores y naturalistas británicos, G. E.
Hudson, quien recuerda los días de su infancia, cuando perseguía aves en la Pampa, en la
década de 1840. Hudson, quien llegó a ser presidente de la Royal Society for the Protection of
Birds, tenía 78 años cuando, luego de una larga enfermedad, se sentó y escribió en seis
semanas, con su prosa límpida, una de las más grandiosas autobiografías en idioma inglés, Far
Away and Long Ago (Allá lejos y hace tiempo). Otro de sus libros, escrito 25 años antes, relata
una vida de ensueño, salpicada con aventuras de naufragios y víboras: Idle Days in Patagonia
(Días de ocio en la Patagonia) es otro relato bellamente elaborado sobre la vida en esa tierra
distante.
Muchos quizás pospongan la lectura de A Naturalist’s Voyage Around the World (Viaje de un
naturalista alrededor del mundo), de Charles Darwin, debido a la eminencia de este gran
científico y en la creencia de que se trata de un trabajo científico. De hecho, se trata de una
muy buena lectura, especialmente cuando cuenta sus recorridos a caballo por la Pampa y su
exploración de la Patagonia. Escribe deliciosamente y con una vitalidad y exuberancia juvenil
que uno no logra asociar con ese científico anciano, de apariencia enclenque, que pasaba el
tiempo en su casa de Kent, ocupándose de los especímenes que coleccionaba. Su peligroso viaje
a través de tierras aborígenes y su reunión con el general Rosas constituyen una espléndida
lectura.
Existen sorprendentemente pocos libros sobre la vida en las estancias. Pioneering in the
Pampas (Un poblador de las pampas), de Richard Seymour —una historia basada en una
inversión en 24.000 hectáreas (60.000 acres) que Seymour compra por tan solo £600— es un
relato sobre el trabajo de un capitalista de riesgo que comienza con una choza de barro cerca
de lo que hoy es Venado Tuerto.
La historia de las tres generaciones de la rica familia escocesa Gibson ha quedado muy bien
registrada en los diarios de Herbert Gibson, a quien más tarde le fuera concedido el título de
baronet. Se trata de un relato espléndido, aunque más bien soso, acerca de una de las grandes
familias pioneras. Los miembros de la familia Gibson comenzaron siendo comerciantes en la
década de 1820, luego extendieron su actividad a la adquisición de estancias y, más tarde, a
otras empresas y ferrocarriles. Fueron grandes inversores e innovadores y Herbert, en
particular, fue un hombre de muchas aristas: inversor, empresario, escritor e investigador. La
historia de la enorme contribución de Herbert y su familia al desarrollo de la Argentina está
muy bien contada en Don Heriberto, Knight of the Argentine, de Iain Stewart. Es, sin embargo,
un libro que probablemente disfruten más los historiadores e investigadores, ya que su valor
radica en la información que proporciona más que en algún mérito literario.
Las cartas de George Reid, que pasó cuatro años en Entre Ríos tratando de establecer una
granja con un capital de alrededor de £4.000, se publicaron con el título de A South American
Adventure. Es un saludable recordatorio de que hubo muchos pioneros que fallaron en sus
intentos. Al igual que muchos otros agricultores-inversionistas ingleses que se establecieron en
Entre Ríos sobre el final del auge de la cría de ovejas, en la década de 1860, George compró las
tierras justo en la época en que Urquiza, el caudillo local, fue asesinado. Reinó entonces la
anarquía durante varios años, ya que el Gobierno de Buenos Aires parecía tener dificultades
para suprimir la revuelta. A George le dicen que esto era algo deliberado, ya que a varios
generales y políticos clave les estaba yendo muy bien gracias a esta situación. George relata
tiempos tanto buenos como malos, pero finalmente sucumbe a los huracanes que arrojan sus
ovejas a las lagunas y a los soldados que roban sus caballos y matan su ganado y, al final, deja
este «país maldito».
A quienes les interesen las visiones e ideas históricas más amplias, les recomiendo el gran libro
de Domingo Faustino Sarmiento, Civilization and Barbarism Civilización y Barbarie.
Compuesto hace ya mucho tiempo, en 1845, se trata de un clásico que, de haber sido escrito en
inglés, se ubicaría junto a los de Macaulay y Gibbon, los grandes historiadores de Gran Bretaña.
El análisis que hace Sarmiento del efecto que tiene el entorno en la forma de pensar y actuar
de la gente es una gran pieza de análisis predarwiniano, redactada en un estilo muy elegante.
Los interesados en la historia de las ideas disfrutarán este libro.
Por último, quienes tengan interés en el desarrollo económico y social y en las razones por las
cuales algunos países tienen éxito y algunos países no, y en cómo fue que Gran Bretaña y
Europa occidental fueron líderes durante siglos de crecimiento sostenido, deben leer el análisis
espléndidamente bien escrito del Profesor David Landes, The Wealth and Poverty of Nations
(La riqueza y la pobreza de las naciones). Y quienes estén desconcertados por los motivos por
los cuales los países de América del Norte y del Sur han tomado caminos algo diferentes,
deberían leer el reciente libro del profesor Niall Ferguson, Civilization: The Six Ways the West
Beat the Rest(Civilización: Occidente y el resto), en el que trata de establecer por qué Occidente
dejó al resto del mundo atrás.
Articles
Armed Forces | Art and Culture | Articles | Biographies | Colonies | Discussion | Glossary | Home | Library | Links | Map Room | Sources
and Media | Science and Technology | Search | Student Zone | Timelines | TV & Film | Wargames