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Ciencia y periferia. Nacimiento, muerte y resurrección de


la biología molecular. Aspectos polítivos, sociales y
cognitivos.

Book · October 2010

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Pablo Kreimer
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Ciencia y Periferia
Nacimiento, muerte y resurrección de la
biología molecular en la Argentina.
Aspectos sociales, políticos y cognitivos

Pablo Kreimer

1
Ciencia y Periferia
Nacimiento, muerte y resurrección de la biología molecular en la Argentina.
Aspectos sociales, políticos y cognitivos

Introducción………….…………………………………………………………...…...………1

Reconocimientos…………………………………………………………………………….14

Capítulo 1: ASPECTOS CONCEPTUALES………………………………..………..……. 17


Constitución de campos científicos en contextos periféricos, el problema de la autonomía y los “regímenes”
de producción de conocimientos

Capítulo 2: ANTECEDENTES Y CONTEXTO………………………………………….51


La biología molecular en el mundo, y las tradiciones biomédicas en Argentina

Capítulo 3: EMERGENCIA Y CONSOLIDACIÓN DE LA BIOLOGÍA


MOLECULAR EN ARGENTINA………………………………………………..……......88
Resumen y periodización

Capítulo 4: PIONEROS Y VÍCTIMAS…...…..……………………..………………..……104


El primer laboratorio de biología molecular en Argentina

Capítulo 5: EL VACÍO…..……………………………………......……….………………...138

Capitulo 6: LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA DISCIPLINA


EN ARGENTINA………………………………………………………………..............….155
Los años 70 y 80.

Capitulo 7: BIOTECNOLOGÍA Y SOCIEDAD……………….....…………..…………...182

Capítulo 8: UNA VISIÓN DE CONJUNTO …………………...……………………..….209

Referencias…………………………………………………………………………..………237

2
INTRODUCCION

El papel del científico no es sólo juzgar la verdad o falsedad de


hipótesis – como si fuera un especialista en control de calidad
que atiende los pedidos que le llegan- sino intervenir
políticamente en la selección de hipótesis a ser juzgadas y en la
utilización de sus resultados. […] Es falsa la opción que plantea
Jaques Monod: si la Naturaleza tiene o no un Proyecto para
nuestro futuro y el del universo; lo que interesa es saber qué
proyecto tenemos nosotros y qué podemos hacer para que se
cumpla.
Oscar Varsavsky, Hacia una política científica nacional.

En 1957 nacieron, en Buenos Aires, los primeros laboratorios de biología molecular de

América Latina, cuando esta disciplina recién emergía en el mundo. Fueron prácticamente

desmantelados 5 años más tarde, como consecuencia de una intervención política.

Este es el punto de partida –al mismo tiempo trágico y sorprendente- que disparó la

curiosidad. Y las consiguientes preguntas, grado cero de toda investigación. ¿Qué pasó

entonces? ¿En qué contexto se produjo? ¿Cómo continuó aquello? ¿Quiénes eran aquellos

sujetos y qué caminos recorrieron luego?

Antes de avanzar en estas preguntas, y en la búsqueda de algunas respuestas, hagamos

una aclaración: este no es un libro de historia de la ciencia. Al menos, no lo es en un sentido

“clásico”. Por cierto, es un libro que reconstruye una historia, pero cuyo énfasis está puesto en

la comprensión sociológica de un campo científico, entendido como un poroso espacio de

relaciones materiales y simbólicas, dentro de un contexto social específico (históricamente

determinado) que lo atraviesa, dotado de instituciones, de actores, de conflictos. Se trata, por

lo tanto, de un escenario de representaciones y tensiones, de estrategias de resolución, de idas

y vueltas en donde casi nada está “jugado” de antemano. La preocupación central, digámoslo

de entrada, es la de comprender la dinámica de la ciencia, pensada como procesos sociales de

producción de conocimientos (y no como “parva” de descubrimientos, acumulada por

1
hombres singulares), situados en un contexto social específico: un país periférico, aunque

relativamente moderno, respecto de las tradiciones centrales que dominan el desarrollo de la

ciencia moderna.

Es necesario reconocer que, además del interés por el análisis característico del trabajo

académico, propio de sociólogos e historiadores me movilizó, durante la escritura de este

libro, un afán por restituir una parte de la memoria perdida. No se trata, ciertamente, de una

historia que por remota –ya pasó medio siglo - nos sea ajena: cuando observamos la

impresionante –por cantidad y por calidad- lista de científicos que fueron incorporados en los

primeros concursos para reclutar investigadores en el Instituto Malbrán en 1957, percibimos

que la mayor parte de ellos emigró en los años o décadas siguientes, ya sea porque fueron

directamente perseguidos por sucesivos gobiernos militares, o porque les resultaba imposible

encontrar, en la Argentina, condiciones adecuadas para trabajar.

A lo largo de todo el desarrollo de esta historia, que pretendemos a la vez institucional

y cognitiva que cultural y política, hemos adoptado la distancia que nuestra antisepsia

metodológica nos impone. Sin embargo, el recorrido y los acontecimientos que analizamos

nos hace volver la mirada hacia el presente con más asiduidad de la que hubiéramos deseado.

Y esperamos que una de las consecuencias de este libro, si alguna, fuera la de convocar a una

mirada retrospectiva que nos permita reflexionar sobre alguna de las inflexiones de nuestro

presente, para que los historiadores de la ciencia de mediados del siglo XXI tengan, al

escribirla, un sabor menos amargo que el que nos toca hoy. Sociólogos al fin, pretendemos

situarnos fuera de las guerras de la ciencia que tuvieron en el llamado “affaire Sokal” de hace

algunos años una de sus últimas y grotescas expresiones. Tal vez se trata, en palabras de

Octavio Ianni, de pensar mejor en una “tercera cultura”, como una idea que supere a

aquellas dos culturas de las que hablaba C. P. Snow en The Two Cultures, su libro de 1959.

La biología molecular nos interesó por varias razones diversas. La primera de ellas es

que se trata de un campo de conocimiento de desarrollo relativamente reciente, de modo que

2
pudimos conectarnos, como contemporáneos, con la mayor parte de los protagonistas de su

historia. La segunda razón, es que se trata de un campo excepcionalmente activo y dinámico,

de modo que pudimos observar, en unos pocos años, todo un conjunto de transformaciones de

profunda significación, tanto en términos de las prácticas de la investigación como del sentido

de las investigaciones, prácticamente desde sus inicios. La tercera razón es el lugar que hoy

ocupa en el conjunto de la ciencia (o “tecnociencia”): se trata de la disciplina más relevante en

el marco de las ciencias de la vida, como puede observarse en los últimos años si se

considera, por ejemplo, las repercusiones de “la promesa” formulada por el desciframiento del

genoma humano. No deja de sorprender que la disciplina pasara de una posición

relativamente “marginal” hace unas pocas décadas (la mayor parte de los “popes” de la

ciencia en el país le adjudicaban una posición claramente subordinada, por ejemplo, respecto

de la bioquímica) a la centralidad que hoy ocupa. Por último, interesados en lo que ocurre con

el conocimiento en las sociedades periféricas, nos interesó particularmente que las tres

tradiciones en biología molecular imperantes en el mundo estuvieran presentes en la

conformación del campo en nuestro país. Ello nos permitió avanzar en el estudio de las

relaciones entre “tradiciones centrales” y “tradiciones periféricas” como un tópico importante

en el marco de la sociología de la ciencia.

Como dijimos, este libro pretende reconstruir una historia. Se trata de la historia de la

conformación de un nuevo campo de conocimientos, el de la biología molecular en la

Argentina. Es una historia poco conocida por todos aquellos ajenos al mundo de la ciencia en

general, y al de las disciplinas biológicas o bio-médicas en particular. Naturalmente, en la

reconstrucción que proponemos de estos procesos, no sólo intervienen elementos propios de

los practicantes del campo en cuestión, sino que resultan “movilizados” muchos otros

elementos que fueron interviniendo en la historia institucional, política, económica y cultural

de nuestro país durante las últimas décadas. En este sentido, la historia social de la ciencia es

–o al menos así la entendemos- una historia social tout court, aunque concentrada sobre

3
algunos de los procesos que conforman los acontecimientos, que articulan miradas, que

generan sentidos y que construyen objetos en torno de prácticas específicas.

Por otro lado, pretendemos realizar un aporte conceptual para la comprensión y el

análisis de la dinámica de los “espacios sociales de producción de conocimiento”. Múltiples

problemas teóricos emergen cuando se trata de establecer, en dicho espacio, cuáles son y

cómo se establecen los límites, cuál es el grado de autonomía, de permeabilidad, la dinámica

interna, las dimensiones institucionales, etc.

Vale la pena llamar la atención acerca del carácter no exhaustivo de la historia que

pretendemos reconstruir. De hecho, y más allá de algunos olvidos involuntarios, hemos

preferido seleccionar ciertos acontecimientos, ciertos actores, ciertas prácticas, ciertas

instituciones, ciertos conocimientos, con el fin de exhibir la dinámica social de un período y

de los cambios cognitivos que se producen. Así, sobre todo en el análisis de los tiempos más

recientes, cuando el campo se va poblando de un modo más denso, la selección se fue

imponiendo, en general con el criterio de elegir algunos recorridos que fueran más o menos

paradigmáticos del proceso más general.

Por otro lado, si bien existe abundante literatura sobre la conformación de nuevos

espacios disciplinarios (en el doble sentido que el concepto de disciplina acarrea: como

organización social y como delimitación cognitiva de un conjunto de problemas, métodos y

teorías) y de producción de conocimientos, la mayor parte se refiere a procesos conocidos en

los países centrales, allí en donde se gestó el germen de la “ciencia moderna”. Por el

contrario, esta literatura es aún muy escasa para dar cuenta de las condiciones particulares en

las cuales se produjeron estos procesos en contextos que, genéricamente, llamaremos

“periféricos”.

Para orientar a los diferentes lectores posibles, cuyos intereses en nuestra historia

pueden diferir, presentamos a continuación la organización del libro, según el predominio –

narrativo, conceptual o analítico- que cada uno de los capítulos presenta.

4
El primer capítulo tiene una vocación especialmente teórica que, creemos, ayudará a

situarse conceptualmente a aquellos lectores que no estén familiarizados con la sociología del

conocimiento científico. Allí nos dedicamos a discutir algunos problemas conceptuales que

acarrea el desarrollo de la historia que abordamos. En particular presentamos: una discusión

acerca de los diversos abordajes para el análisis de los campos científicos, una puesta en

perspectiva del significado y de las consecuencias de analizar la dinámica de la ciencia en

contextos periféricos, una presentación acerca de los diversos regímenes de producción y uso

de conocimientos científicos, y una propuesta para analizar estos desarrollos a través del

concepto clave de “tradiciones socio-cognitivas”.

El capítulo 2 presenta los “elementos de contexto” que enmarcan el desarrollo del

campo de la biología molecular en la Argentina. En efecto, consideramos que el contexto que

enmarca esta emergencia se halla atravesado por dos grandes líneas del desarrollo histórico,

que dotan de sentido a las experiencias que se despliegan en nuestro país. Por un lado, el

desarrollo del campo de la biología molecular en el contexto internacional, poniendo un

énfasis especial en las tres tradiciones diferentes que se establecieron, en respectivos

contextos nacionales e institucionales correspondientes a los países “centrales”: la tradición

inglesa del Laboratorio de Biología Molecular del MRC de Cambridge, la francesa del

Instituto Pasteur de París, y la norteamericana, de Cold Spring Harbor.

Por otro lado, es necesario reconstruir sumariamente la conformación de una tradición

en la investigación biomédica en la Argentina, desde sus comienzos en las primeras décadas

del siglo XX, marcados en términos simbólicos –y materiales- por la figura de Bernardo

Houssay y otros personajes significativos, como Rudlof Kraus, Alfredo Sordelli, entre otros.

En esta arraigada tradición se inscribió la mayor parte de quienes serían más tarde los

pioneros en el establecimiento de la biología molecular en el país, como disciplina dotada de

cierta autonomía.

5
El cruce entre el desarrollo de tradiciones locales y de la dinámica de la “ciencia

internacional” pone en cuestión un punto de encuentro crucial, en la medida en que expresa la

tensión que genera la vocación (y la pretensión) universalista de la ciencia, fuertemente

establecida en el discurso común de los propios investigadores, y que fuera recogida por los

sociólogos de inspiración funcionalista, versus las dimensiones y las tramas expresamente

locales, con énfasis en el contexto cultural, que fueron reivindicadas por los sociólogos

constructivistas desde los años setenta en adelante.

El capítulo 3 presenta un esquema resumido de todo el desarrollo de la biología

molecular como campo relativamente autónomo de investigación, desde su emergencia hacia

fines de los años cincuenta hasta los años noventa. Allí se presenta y se problematiza la

periodización que proponemos para todo el desarrollo del campo, y se analizan, brevemente,

las características presentes en cada uno de los períodos considerados. Así, los lectores más

interesados en el problema global que en los detalles del proceso de conformación y la

dinámica del campo, encontrarán, creemos, una síntesis de los actores, instituciones y

conocimientos que se articularon y movilizaron durante esas décadas. Como se puede leer en

este capítulo, hemos propuesto una periodización que no concuerda con los límites que

usualmente se han utilizado para la historia de la ciencia en la Argentina, y que

frecuentemente se sustentaron en dimensiones endógenas al propio campo, en particular, en

los cambios político-institucionales que marcaron la vida pública de la Argentina.

En el capítulo 4 comenzamos el análisis del primero de los períodos considerados,

momento fundacional que muestra la creación del primer laboratorio de biología molecular en

el país, en un momento temprano de la historia de la disciplina en el mundo. En este punto en

particular -aunque es una clave para la lectura de todo el proceso- resulta crucial recuperar el

análisis que se despliega en los capítulos precedentes, sobre las relaciones internacionales, la

coexistencia de diferentes tradiciones de investigación, y la dinámica previa –socio-

institucional- de la ciencia en la Argentina. Es en función de estos elementos que pretendemos

6
explicar la emergencia de lo que llamamos “pioneros y víctimas”, pero también como una

clave necesaria para interpretar los períodos siguientes.

El capítulo 5 se sustenta en una paradoja: más que el desarrollo, pretende explicar el

“vacío” que se produjo en el campo entre mediados de los años sesenta y mediados de los

setenta, luego del final abrupto que tuvo la experiencia comenzada en el Malbrán. Así,

intentamos, al mismo tiempo, comprender las causas de dicho vacío, mientras rastreamos las

trayectorias que los actores emprendieron durante esos años. El concepto de “vacío” es, sin

dudas, exagerado, pero creemos que resulta suficientemente expresivo del desmoronamiento

de la experiencia anterior, y de las dificultades por restablecer un desarrollo sostenido del

campo.

El proceso de institucionalización de la disciplina en la Argentina, proceso capital en

la autonomización de todo campo científico, se produjo recién hacia los años setenta. A este

análisis está consagrado el capítulo 6, en donde pretendemos poner de relieve, al mismo

tiempo, la nueva configuración institucional que se verifica en esos años, junto con los

cambios que se produjeron en el escenario internacional para el desarrollo de la biología

molecular. Resultará evidente que, si el proceso emprendido por los pioneros resultaba

“anómalo” en más de un sentido, en particular por su precocidad y por su inserción

institucional, aquello que se observa desde los años setenta está más en línea (en estas dos

dimensiones) con lo que resulta “esperable” respecto del desarrollo de nuevos campos en

contextos periféricos.

El desarrollo que presentamos en el capítulo 7 representa dos inflexiones

significativas: por un lado, da cuenta ya no sólo de un proceso de consolidación, sino incluso

del papel preponderante que la disciplina va a desempeñar dentro del conjunto de las

disciplinas biomédicas (y aún respecto de la comunidad científica de la Argentina) y, por otro,

de un salto profundo en el tipo de prácticas, en el tipo de configuraciones imperantes, en la

7
verdadera dimensión social de las investigaciones, marcadas por el advenimiento de lo que se

ha denominado “biotecnología de tercera generación”.

Como se debe, el último capítulo corresponde a las conclusiones: allí volvemos a

echar una mirada al desarrollo del campo en su conjunto, interpretando el significado de este

proceso tanto en términos “internos” (esto es, propios del campo en cuestión) como en sus

relaciones con el contexto social en el cual se fue desplegando. E intentamos aportar algunos

elementos que permitan una mejor comprensión sobre la emergencia y, sobre todo, la

dinámica, de los campos científicos en contextos periféricos.

Algunas consideraciones metodológicas

Un problema metodológico fundamental en la historia de la ciencia y, en rigor, de toda

investigación histórica tout court, es el del vicio de anacronismo en el que suelen verse

tentados muy frecuentemente los historiadores de la ciencia. No es este el espacio para

discutir las diversas formas que adquiere este defecto en la indagación histórica; sin embargo,

sí nos preocupa una de sus manifestaciones más frecuentes, que es la de atribuir un estatus de

“estabilidad”, o de “cierre” a problemas o procesos cuya comprensión sólo se hizo evidente

cierto tiempo más tarde.

Este tipo de análisis ha suscitado una reacción en contra de lo que ha sido calificado

como pensamiento whigg, e implica, por ejemplo, que la validez de una teoría científica no

puede jamás ser juzgada sino retrospectivamente, puesta en perspectiva y comparada con las

teorías posteriores. Este tipo de análisis es profundamente asimétrico: el desarrollo de la

ciencia, lejos de consistir en actores y contenidos que van recorriendo un sendero “natural” en

búsqueda de más y mejores conocimientos, consiste más bien en ensayos, en la puesta en

cuestión, en la controversia más que en consensos “inmediatos”. (Bloor, 1976, Latour, 1992)

Así, si se presenta a una teoría determinada como “el camino natural hacia el cual deberían

desembocar las investigaciones realizadas”, se oculta el mar de dudas que los propios

8
investigadores tenían durante el proceso, tanto como las diferentes alternativas que los

propios actores tenían delante de sí en cada uno de los avatares de la investigación científica,

como sucede en todo otro proceso social. Que un conocimiento goce hoy de un amplio e

incontrastable consenso no significa que ello siempre haya sido así en el pasado: a menudo,

llegar a ese consenso implicó, por parte de los científicos y otros actores sociales, largas

discusiones, sometimiento a pruebas, argumentos y contra-argumentos y también, a veces,

luchas encarnizadas.

Desde los años setenta existe en un acuerdo muy difundido entre los sociólogos e

historiadores del conocimiento y de la ciencia, acerca de que un determinado conocimiento, o

la existencia de tal o cual fenómeno, e incluso la existencia de toda una rama del

conocimiento es, siempre, el resultado y no la causa de los procesos históricos precedentes.

Algunos autores relacionados con lo que se conoció como el “Programa fuerte” de la

sociología del conocimiento, sostuvieron que los análisis que, desde la historia de la ciencia,

sólo tomaran en cuenta el conocimiento que hoy conocemos como verdadero están

escondiendo, en realidad, una asimetría, puesto que olvidan que lo que nos llega como

conocimiento verdadero no lo es sino en función de haber pasado por un proceso más o

menos largo, más o menos complejo a través del cual se fue “estabilizando” o “fortaleciendo”,

para llegar a establecerse como tal. El origen de estos análisis se remonta muchas décadas

atrás, pero se cristaliza, sin dudas, en los enunciados de Thomas Kuhn (recibidos como al

“Mesías” por los sociólogos de los años setenta) sobre el establecimiento de paradigmas, y de

la estrecha vinculación (identificación) de éstos con una determinada comunidad de

experimentadores (Kuhn (1962/1970).

Para algunos autores, como David Bloor, aquellos análisis resultan “asimétricos” en la

medida en que sólo toman en cuenta la “historia de los vencedores de la historia de la

ciencia”, sin tomar en consideración todos los desarrollos que los investigadores han

emprendido, y que no han llegado –por el momento- al estatus necesario para ser aceptados

9
por el conjunto de la comunidad como conocimiento válido. Pero ello sólo se sabe ex post: los

propios sujetos ignoran, a menudo (o casi siempre), cuál habrá de ser el resultado –en

términos del juicio que de ellos harán los pares- de sus propias investigaciones.

El sociólogo inglés Harry Collins señaló que nuestras percepciones son, a menudo,

como “barcos dentro de botellas”, en donde los barcos, nuestras porciones de conocimiento,

parecen “haber estado siempre allí” en las botellas –la interpretación ex post que nosotros

hacemos de ellos-, como si el lugar natural de esos barcos fuera el interior de las botellas que

los contienen. Así, las epistemologías parecen estar sujetas a lo que podría llamarse un

“etnocentrismo de ahora”. Por el contrario, dice Collins, “es posible (y necesario, agregamos

nosotros) escaparse del determinismo cultural del conocimiento actual, contemplando las

ideas y los hechos mientras se están formando, antes de que lleguen a estar firmemente

establecidos como cualquier parte del mundo natural (científico)”. (Collins, 1975, p. 142)

Es precisamente por este motivo que Collins propuso el análisis de diversas

controversias científicas, suspendiendo todo conocimiento que tengamos sobre el modo en

que la controversia puede ser leída desde el presente, como el modo de romper con la

deformación que nos genera la mirada actual, ocasionada por el hecho de “conocer el fin de

las historias” que pretendemos explicar,.

Bruno Latour propuso distinguir entre la “ciencia hecha” y la “ciencia mientras se

hace” y, para ello, desarrolla una serie de oposiciones que enfrentan a la ciencia hecha y a la

ciencia en proceso de elaboración: estas se presentan bajo la forma de dos caras de Jano, una

anciana y la otra joven, respectivamente. La característica fundamental de la faz joven, es que

los hechos no han sido aún establecidos, y están en proceso de discusión y de controversia;

nadie puede afirmar, durante este periodo, que los enunciados se transformarán en hechos o

en artefactos, y hacerlo de un modo retrospectivo significaría recurrir a la solución finalmente

conocida, para explicar cómo y por qué se resolvió una controversia. Por el contrario, una vez

que la ciencia está establecida, dice Latour, “podemos ser tan realistas como la faz de Jano

10
que representa a los hechos duros, a las cajas negras; pero en cuanto estalla una controversia

debemos mostrarnos tan relativistas como nuestros interlocutores, quienes desconocen el

destino final que tendrá la solución de dicha controversia”. (Latour, 1989, p. 237)

Es cierto, y hemos criticado en otros textos, que autores como Latour cometen excesos

en cuanto al relativismo que asignan a los interlocutores, puesto que tienden a reducir los

procesos de producción de conocimiento a luchas políticas en donde parece que “cualquier

enunciado científico puede prevalecer” con tal de reunir la fuerza social (política) y los

aliados suficientes. En estos trabajos se dejan de lado las determinaciones que el mundo

natural impone en el conjunto de representaciones y de intervenciones que los científicos

operan sobre él, y que marca, por así decirlo, los “límites objetivos” de los enunciados y de

las operaciones materiales que los investigadores tienen frente a sí.

Tomando como punto de partida estas tensiones trabajamos con la perspectiva de un

campo que se va autonomizando de un modo creciente, en el cruce de múltiples problemas.

Ante todo, en las relaciones que fueron estableciendo los investigadores con un objeto de

estudio particular: el cambio fundamental de nivel de análisis que implicó abordar el nivel

intracelular como locus significativo para la comprensión de los mecanismos de transmisión

de la información. Luego, la puesta en consideración de diversas tradiciones locales de

investigación que, sin renegar del universalismo, encuentran expresión en los modos

particularmente localizados en donde el conocimiento resulta producido, negociado, validado.

En este marco, recuperamos el abordaje, largamente abandonado por la sociología

constructivista, de estudiar a las disciplinas y a los campos científicos como espacios sociales

de interacción, necesariamente socio-cognitiva. Nuestro estudio va más allá de perspectivas

como las de Pierre Bourdieu quien, en su análisis del “campo científico” dejaba poco lugar a

los contenidos del conocimiento mismo, priorizando cierto sesgo “externo” de esos procesos.

Como discutimos en el capítulo 1, nuestra perspectiva se acerca más a la de considerar la

existencia de “arenas” transepistémicas de investigación; concepto que, aunque algo difuso,

11
resulta de una enorme utilidad. Así, la yuxtaposición de estos espacios complejos con la

noción de “régimen” de investigación nos ofreció un arsenal conceptual y metodológico más

completo y, sobre todo, más adecuado a las dinámicas que pretendemos estudiar.

Recuperamos, también, otra dimensión olvidada por los constructivistas: la centralidad

de las instituciones. Entendidas como espacios dinámicos, y no como mero “escenario”

funcional en donde los actores despliegan sus estrategias, sino que resultan a su vez

modificadas por estos, el análisis de los espacios institucionales resulta un elemento clave en

la conformación de tradiciones locales de investigación, y también de la dinámica compleja

entre “centros” y “periferias” en la producción de conocimientos.

Hemos intentado problematizar la periodización de los procesos que analizamos, en

vez de asumir los puntos de inflexión más frecuentemente asignados a la dinámica de la

ciencia en la Argentina. Esta decisión de método reposa sobre el supuesto de que la dinámica

de cada campo no puede ser explicada solamente en función de dimensiones exógenas (como

ha sido a menudo el caso), sino en la relación de las dimensiones propias del campo junto con

la dinámica de la sociedad en la que se inscribe. Por ejemplo, en este marco, el año 1966, y lo

que se conoció como “la noche de los bastones largos” (incursión violenta y represiva de la

policía enviada por el gobierno del general Onganía en los claustros de la Facultad de

Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires) ha sido considerado como un punto de

inflexión que marcaría el fin de cierta “edad de oro” de la ciencia argentina. Sin embargo,

como sostenemos aquí (siguiendo con este emblemático ejemplo), este punto de inflexión

resulta menos significativo, para la historia que nos ocupa, que la intervención producida en

1962, en particular en el Instituto Malbrán, en ocasión del derrocamiento del presidente

Frondizi y de su ministro de Salud.

Bruno Latour decía que, cuando él mismo estudió la historia de Pasteur, “era toda la

sociedad francesa de fin del siglo XIX la que resultaba movilizada”, que cuando Shapin y

Shaffer (en un estudio clásico) estudiaban a Boyle y la bomba de vacío, “era toda la sociedad

12
británica del siglo XVII la que estaba en cuestión”, y lo mismo para Collins y las ondas

gravitacionales… (Latour, 1990). Por cierto, no tenemos aquí la pretensión de “movilizar a

toda la sociedad argentina” de los últimos cuarenta años; de hecho juzgamos que es altamente

dudosa (y enormemente pretenciosa) la proposición de Latour. Sin embargo, consideramos

que la recuperación de la historia del campo en cuestión no podría detenerse sólo en el

análisis de su dinámica interna, sino que debería brindar, al mismo tiempo, algunas “pistas”

para una mejor comprensión de los procesos sociales por los que atravesó la sociedad durante

esos años. Sólo eso.

13
Reconocimientos

El primer –y profundo- reconocimiento es a Manuel Lugones, joven sociólogo que entonces

comenzaba a formarse en la historia y la sociología de la ciencia, con quien llevamos a

delante esta investigación, iniciada hace varios años. Muchos de los textos de este libro se

basan en sus trabajos de archivo y documentación, en un conjunto de entrevistas que fuimos

haciendo juntos y en borradores que fuimos redactando durante 3 años de intenso y fructífero

trabajo. La investigación preliminar para los capítulos 4, 5 y 6 debe mucho a su labor.

En segundo lugar, deseo expresar mi agradecimiento a diversas personas que leyeron

versiones previas de varios de los capítulos que componen este libro y que ayudaron, con sus

comentarios, a revisar ideas y escritura, en particular Hebe Vessuri y Roy McLeod. Alberto

Díaz nos proporcionó una indispensable ayuda, en su múltiple papel de colega, protagonista,

consejero y crítico de esta historia. Los colegas, investigadores y becarios del Instituto de

Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología ofrecieron un importante acompañamiento:

Leonardo Vaccarezza, Juan Pablo Zabala, Alfonso Buch, Patricia Rossini, Hernán Thomas,

José Buschini, Manuel González, Lucía Romero, Alberto Lalouf, Leopoldo Blugerman.

A lo largo de los últimos años me pude beneficiar –y es justo reconocerlo- con los

comentarios de otros colegas con quienes, en diversas y animadas reuniones, discutimos la

orientación de nuestros trabajos, en especial (por orden alfabético) Antonio Arellano, Mariela

Bianco, Julia Buta (con el recuerdo permanente), Rosalba Casas, Marilia Coutinho, Renato

Dagnino, Amílcar Davyt, Simone Kropf, Ismael Ledesma, César Lorenzano, Jean-Baptiste

Meyer, Jean-Pierre Mignot, Marcelo Montserrat, Jean-Jacques y Claire Salomon, María Jesús

Santesmases, Terry Shinn, Cristóbal Torres.

Los estudiantes de los cursos de grado y posgrado “Sociología de la ciencia” y

“Aspectos sociales del conocimiento científico” han sido, durante muchos años, fuentes de

reflexión y de estímulo a las ideas, seguramente sin sospecharlo.

14
Un reconocimiento especial le debemos a los investigadores (científicos) que nos

brindaron su tiempo, recuerdos y archivos para reconstruir una parte de la historia: Pablo

Bozzini, Marcelo Dankert, Rosa Nagel, Alberto Kornbliht, Israel Algranati, Sara

Goldemberg, Enrique Belocopitow, Héctor Torres, Carlos Frasch, Gabriel Favelukes, Oscar

Grau, Francisco Baralle y Aldo Calzolari, entre otros muchos. Y, entre ellos, muy

particularmente a los doctores César Milstein y Eli Wollman, pioneros de esta historia.

Finalmente, quiero decir gracias a Irina, porque sí. A Esther, Carlos y Guillermina,

porque me apoyaron como siempre. A Claudia porque a ella le tocó sufrir una parte de esta

historia. Y a Adriana, por todo.

La investigación que está en el origen de este libro fue financiada con un subsidio de la

Agencia Nacional de Promoción de la Ciencia y la Tecnología de Argentina y apoyada por la

Universidad Nacional de Quilmes.

Nota

Una parte de los textos que componen este libro ha sido parcialmente publicada bajo la

forma de artículos en diferentes publicaciones. En el capítulo I, la discusión sobre los campos

disciplinarios ha sido desarrollada en Kreimer, Pablo, “Aspectos sociales de la ciencia”,

Buenos Aires, UVQ, 2000, mientras que el análisis de la ciencia en la periferia ha sido

tratado en Kreimer, Pablo, “Understanding Scientific Research on the Periphery: Towards a

new sociological approach?” EASST Review, vol. 17, N° 4, 1998. Una versión preliminar del

capítulo III ha sido publicada en Kreimer, Pablo y Lugones, Manuel, “Pioneers and Victims:

the birth of the first laboratory on molecular biology”. Minerva, Vol XLI (1) 2002. El capítulo

V fue parcialmente publicado en Kreimer y Lugones, “Rowing against the tide. Molecular

Biology in Argentina: research and international networks 1970-1990”. Science, Technology

and Society, vol. 7 (2) 2002. Finalmente, una síntesis del capítulo 7 se publicó en Kreimer, P.

15
“¿Ciencia tecnología y sociedad? La apropiación social de conocimiento en la biología

molecular y la biotecnología en un contexto periférico”. En: A. Díaz y S. Bergel (eds.),

“Biotecnología y sociedad”, Buenos Aires, Editorial Ciudad, 2000.

16
CAPITULO 1

ASPECTOS CONCEPTUALES

CONSTITUCIÓN DE CAMPOS CIENTÍFICOS EN CONTEXTOS PERIFÉRICOS, EL PROBLEMA DE LA

AUTONOMÍA Y LOS “REGÍMENES” DE PRODUCCIÓN DE CONOCIMIENTOS.

Discutiremos en este capítulo algunos problemas conceptuales que resultan clave para una

mejor comprensión de la emergencia y desarrollo del campo de la biología molecular en la

Argentina. En la sociología de la ciencia, como en toda otra sub-disciplina científica, existen

siempre diferentes perspectivas teóricas para designar y abordar un problema. Así, el tópico

general de la “organización social de la ciencia” que organiza nuestro primer apartado, ha sido

considerado, por ejemplo, desde la teoría funcionalista, como una “comunidad científica”

guiada por un conjunto de normas surgidas de un consenso de los científicos practicantes que

la conforman. Por el contrario, para otros autores, este espacio es más bien un territorio de

lucha que de consensos, y por lo tanto el análisis que resulte, según se adopte una u otra

perspectiva, será sustantivamente diferente. Inclusive, los límites mismos de la ciencia como

organización social serán diferentes en cada caso. Esta discusión conformará el primer eje que

abordaremos.

Otro problema central para el estudio de la organización social de la ciencia es,

genéricamente, el de las relaciones entre “ciencia” y “sociedad” o, más específicamente, el

grado de autonomía del que goza la ciencia (los científicos) en el desarrollo de su tarea. Aquí

se mezclan, a menudo, dos niveles diferentes: por un lado, algunos autores, como Merton,

consideran que la comunidad científica es un espacio autónomo, y toda injerencia será

percibida como extraña. Bourdieu avanza en una dirección similar, aunque considera, más

bien, el establecimiento de una autonomía relativa del campo, mientras otros autores

consideran que no es posible establecer límites precisos entre el espacio interno y el externo

de la ciencia (como Knorr-Cetina). Sin embargo, en un segundo nivel de análisis, tanto

sociólogos como científicos “de laboratorio” se alejan del plano analítico para abogar

17
abiertamente por una defensa de la autonomía como un imperativo necesario de una “buena”

ciencia.

Muy a menudo, los estudios sobre la ciencia suelen hacer una amalgama entre las

diferentes disciplinas científicas y los diversos tipos de prácticas, y formulan postulados que

parecen adquirir una validez intemporal. Suelen hablar, así, de “la ciencia” como si este

concepto aludiera a un universo homogéneo e invariante. Creemos, por el contrario, que es

necesario avanzar en las particularidades propias de cada campo específico, e indagar, a partir

allí, qué elementos resultan generalizables y cuáles no. Como un concepto que pretende

superar estas limitaciones, vamos a utilizar la noción de régimen de producción de

conocimientos, elaborado originalmente por Terry Shinn (2000).

El siguiente problema es el de las dimensiones locales versus las dimensiones

universales en los procesos de producción de conocimientos. Y, más en particular,

dirigiremos nuestra mirada hacia las características diferenciadas que se presentan en los

países “periféricos”, aquellos en donde la ciencia se desarrolló de un modo posterior y, a

veces, imitativo, respecto de aquellos otros países en donde la ciencia moderna tuvo origen,

usualmente llamados “centrales”. Y, sobre todo, pondremos el acento en la relación entre

ambos contextos.

Finalmente en un nivel de análisis menos general que el de “campo” o “comunidad”

científica, presentaremos el concepto de “tradición científica” como un elemento clave para la

comprensión de las dinámicas locales en la producción de conocimiento y a los procesos de

identificación colectivos. Este concepto nos ofrece la posibilidad de dotar de historicidad al

análisis, en la medida en que una tradición remite, siempre, tanto a la conformación

intergeneracional de redes de identificación, de prácticas y hasta de miradas comunes, como a

la actualización y puesta en práctica de estas dimensiones en tiempo presente.

Sobre la comunidad científica.

18
Una disciplina es, básicamente, un conjunto de relaciones sociales, de relaciones entre actores

sociales significativos, en función de un recorte específico cuyos límites están marcados

según la perspectiva teórica que adopte quien se dedique a su estudio. Por lo tanto, parece

razonable, antes de definir el enfoque conceptual con el cual habremos de explicar la

conformación y la dinámica de la investigación en biología molecular como campo de

relaciones sociales, repasar brevemente el modo en que este aspecto fue tematizado en la

tradición de los estudios sobre la ciencia.

En efecto, el estudio de campos científicos-disciplinarios es un eje de análisis antiguo,

tanto en la historia como en la sociología de la ciencia. Así, las narraciones sobre las

diferentes disciplinas en las que fue estallando el –alguna vez idílico- universo unificado de

saberes científicos, tuvieron diferentes inflexiones, que recorrieron durante décadas el

conocimiento sobre el desarrollo de la ciencia. La mayor parte de estos estudios estuvo

signada, hasta bien entrados los años setenta, por una aparente irreconciliable distinción entre

la mirada internalista y la mirada externalista.

Los primeros estudios sobre disciplinas científicas fueron realizados por los propios

practicantes de la disciplina en cuestión: físicos haciendo historia de la física, químicos que se

preocuparon por el desarrollo de los conocimientos dentro de su propio espacio de

conocimientos. Estos estudios eran internalistas casi por necesidad, en el sentido de la

formalización (y aún invención) de una tradición: los científicos practicantes necesitaban

explicarse de dónde provenían los conceptos, las ideas que ellos mismos habían heredado, y

con las cuales debieron “lidiar” en su trabajo cotidiano: los paradigmas que, fuera de algunos

períodos extraordinarios, no solían ser puestos en cuestión, y los cambios, estrictamente

conceptuales que implicaron, históricamente, las revoluciones científicas.1 Del mismo modo,

estudiaron cambios que se fueron produciendo en las formas de poner en marcha los

1
Aunque ya se publicó hace cuarenta años, no está de más releer, sobre todo para el lector menos familiarizado
con estos temas, La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas Kuhn, así como otros estudios
“clásicos”: el libro de Ludwik Fleck, o alguno de los brillantes trabajos de Michael Polanyi.

19
experimentos, así como el desarrollo y la incorporación de nuevos instrumentos, de nuevas

técnicas y, de nuevo, la emergencia de nuevas ideas. Se trata de una historia de la disciplina

que se halla anclada en la idea de descubrimiento como articulador de un movimiento que,

por regla general, implica un avance progresivo de los conocimientos.

Bien mirado, el carácter acumulativo de la ciencia era un requisito para esta historia

“aficionada” de la disciplina (aficionada en el sentido en que no se inscribe en una formación

previa dentro de los métodos y los conceptos de la historiografía), desplegada por los propios

científicos: muchos de ellos, al considerar que la sucesión de descubrimientos, la

incorporación de nuevas técnicas e instrumentos más poderosos, o que permitían poner en

práctica nuevas actividades, estaban justificando su propia actividad en el seno de la

disciplina. Muchos de los estudios encarados por los propios practicantes de la disciplina en

cuestión suelen tener el carácter de la “construcción” de una identidad, de un linaje, de una

tradición. Tradición, en donde el científico-historiador inscribe su propio nombre y construye

su propia identidad como investigador.

La forma usual que adquiere la enunciación del carácter acumulativo y progresivo del

conocimiento científico se halla bien sintetizada en la expresión de que cada investigador se

sube a los “hombres de gigantes”, para poder ver más lejos y, así, realizar su (pequeña)

contribución al gran edificio del conocimiento moderno.2

La mirada internalista no fue, sin embargo, patrimonio exclusivo de los propios

científicos, historiadores “aficionados”. Un punto de legitimación fundamental fue aportado

por la epistemología y la filosofía de la ciencia, en la medida en que se fue concentrando en el

2
Viene al caso insertar un breve paréntesis: el procedimiento señalado es casi de rigor en la mayor parte de los
enunciados científicos: cada investigador pretende demarcar el campo para poder ubicarse él mismo, eligiendo
“amigos” y “adversarios” en términos conceptuales, situando al lector frente a la –frecuentemente- compleja
trama de relaciones existentes en cada campo particular. El propio Merton, fundador del primer programa de
investigaciones en la sociología de la ciencia, se dedicó a trazar un mapa de la sociología en donde él mismo se
inscribe como el continuador de la sociología “clásica”: Marx, Durkheim, Weber. Es más, Merton se presenta
como un representante de la mejor tradición sociológica –su linaje- e, incluso como aquel que puede conciliar
algunas de las proposiciones enunciados por estos autores, y que habrían sido –hasta entonces- interpretadas
como contradictorias.

20
estudio de diversos aspectos presentes en el desarrollo de las teorías científicas: los problemas

implícitos en el enunciado de un problema de investigación, el desarrollo de hipótesis, los

estudios sobre el método científico, el análisis de los elementos de prueba, la distinción entre

contexto de descubrimiento y contexto de justificación, como los tópicos más relevantes. No

es este el espacio para una discusión en profundidad de las diferentes corrientes de la filosofía

de la ciencia. La mención es importante, sin embargo, para comprender la “división social del

trabajo” que se fue estableciendo, desde los años cuarenta, entre epistemología y sociología de

la ciencia.

Respecto de las corrientes externalistas, es posible ejemplificar dos vertientes

fundamentales en el estudio de las disciplinas científicas: por un lado, lo que ha sido

denominado como la “hagiografía”, o sea el estudio de los “grandes hombres” que jalonaron

el desarrollo de determinadas disciplinas. Desde esta perspectiva, fueron las actividades

desplegadas por estos individuos excepcionales, los que fueron modelando el desarrollo

cognitivo y social de una disciplina como espacio de interacciones. En estas explicaciones

suele estar ausente toda alusión al carácter interno del conocimiento en cuestión, a la lógica

implícita en los descubrimientos, que suelen ser presentados como el resultado del genio, de

la intuición, la lucidez de algunos individuos con características excepcionales. Por otra parte,

los elementos de orden contextual, como el espacio institucional, los grupos de pares

(científicos) implicados, los recursos disponibles, o el “clima” de la época, suelen ser

presentados como el conjunto de circunstancias o de recursos con los cuales el “hombre” en

cuestión debe hacer frente a su magno papel en el desarrollo de la disciplina. Muy

frecuentemente, estas historias llevan implícita una fuerte impronta teleológica, ya sea bajo la

forma de una ingenua “predestinación”, ya sea sobre un análisis más elaborado sobre las

estrategias conscientes del científico en cuestión. En todos los casos se trata de

interpretaciones históricas que hacen una lectura de los éxitos del presente como una

consecuencia lógica y natural de los emprendimientos personales adoptados en el pasado: el

21
desarrollo futuro se halla inscripto en la lectura del pasado, así como el crecimiento de un ser

vivo puede ser desentrañado del análisis de su embrión.

La otra variante de una visión externalista se deriva del análisis del desarrollo de una

comunidad científica, en sus relaciones sociales, institucionales, políticas, de las estrategias de

los actores, de los vaivenes que se producen en las diferentes formas de organización social.

No hay aquí ningún espacio para el análisis del tipo de conocimiento que está en cuestión ni,

por cierto, de su contenido: el desarrollo de una disciplina es reconocible a partir de instancias

de juicio externas a este ámbito: existencia de nuevos espacios institucionales (universidades,

academias, institutos), de nuevas modalidades de formación y reclutamiento de las

generaciones más jóvenes, de nuevas carreras, de nuevos espacios de identificación colectiva

(asociaciones, congresos, simposios), de nuevas modalidades de identificación y de relación

social, estrategias de diferenciación frente a otros espacios o grupos sociales. El desarrollo de

estos estudios gracias a los cuales mucho se avanzó en el conocimiento de las comunidades

científicas, debe mucho a los trabajos de los seguidores del paradigma funcionalista propuesto

por Merton, y muy en particular a Joseph Ben-David, que fue quien llevó más adelante los

estudios de tipo sociológico sobre el desarrollo de nuevas comunidades de especialistas y sus

circunstancias socio-intitucionales.

Es interesante recordar el modelo propuesto por Merton para analizar la comunidad científica.

Su punto de partida es la consideración de la ciencia como una institución social con

funciones específicas que, gracias a sus límites bien precisos, es propicia para poner en

práctica una explicación de lo Merton formuló como “teorías de alcance intermedio”. La

ciencia, al igual que las otras instituciones de la sociedad, está regida por un conjunto de

normas específicas que expresan los consensos que existen dentro de la comunidad de

especialistas. Vale la pena insistir sobre el origen consensuado de las normas que, según

Merton, rigen la actividad de los científicos: el respeto generalizado a estas normas se explica

por el acuerdo tácito que le otorgan los practicantes de la comunidad científica, quienes

22
aplican (o deberían aplicar) algún tipo de sanción cuando dichas normas son violadas. Estas

normas se organizan en cuatro conjuntos: Universalismo, Comunismo, Desinterés y

Escepticismo organizado (Merton, 1942).

En el esquema de Merton, las normas expresan una determinada funcionalidad. En su

conjunto, las normas cumplen con la función general de la ciencia como institución, que es el

progreso y la acumulación de conocimientos. Así, cada una de ellas debe garantizar las

condiciones para el mayor crecimiento de la ciencia entendida como un conjunto, en la

medida en que no existen intervenciones externas que impidan el normal funcionamiento de

los sujetos sociales en el cumplimiento de las funciones que surge de cada uno de los

conjuntos normativos. Así, la autonomía de los campos disciplinarios resulta la condición

indispensable para que las funciones de la ciencia, expresadas a través de las normas que la

regulan, puedan dar cumplimiento al mandato general que justifica a la ciencia como

institución social: la generación y acumulación de conocimiento verdadero.

Algunos años mar tarde, Joseph Ben-David formuló el concepto, a menudo expresado

de manera ambigua, de condiciones sociales significativas que orientan (o son determinantes

de) la investigación científica. Según este autor, las “condiciones sociales” integran una

categoría “híbrida”, que engloba todo, desde las relaciones entre las naciones hasta la

organización y el ambiente social de un laboratorio (Ben-David, 1977).

La riqueza del punto de vista de Ben-David, tanto como sus limitaciones, se perciben,

por ejemplo, en su artículo sobre “Los factores sociales en la génesis de una nueva ciencia. El

caso de la psicología”. Según él, las condiciones sociales para el desarrollo de la psicología

eran: “a) un rol universitario, más que un rol de amateur, para los filósofos y los fisiólogos; b)

una mejor situación, en el plano de la competencia, en filosofía que en fisiología, estimulando

así la movilidad de personas y métodos hacia la filosofía; c) una posición universitaria de la

filosofía inferior a la de la fisiología, obligando a los fisiólogos a mantener su status

científico” (Ben-David, 1966, p 92). En este caso, y a pesar del título del artículo, vemos bien

23
que el autor no considera como "“factores sociales” más que aquellos que pertenecen al

espacio institucional de las disciplinas, ignorando, a la vez: a) todo otro elemento de parte de

los otros actores sociales que hubieran podido desempeñar algún papel en el desarrollo de las

disciplinas estudiadas; b) los elementos de orden interno, relativos al contenido, la estructura

o los desafíos del conocimiento implicado en el desarrollo de las disciplinas.

Con todo, los trabajo de Ben-David pusieron de manifiesto aspectos que no eran

considerados hasta entonces y, sobre todo, se trata de un intento serio, aunque muy limitado,

para poner en relación, en el análisis del desarrollo de campos disciplinarios, los elementos

internos de la disciplina, con los “factores sociales” los cuales, a su vez, resultan re-

categorizados. El inconveniente radica, sobre todo, en la restricción que impone un enfoque

en donde las disciplinas son percibidas –explícitamente o implícitamente- como instituciones,

y como tales no pueden ser analizadas más que como configuraciones exteriores, que

contienen, dan forma, y modelan, la producción de conocimientos, pero en cuyo interior el

sociólogo encuentra barreras infranqueables.

Hasta aquí, un breve paso por las corrientes “clásicas” (a las cuales podemos sumar a

otros autores próximos, como Norman Storer, Warren Hagstrom o Derek de Solla Price), que

analizaron ya sea los aspectos internos o los aspectos externos en el desarrollo de los

diferentes campos disciplinarios. Sin embargo, esos abordajes coincidían, a pesar de sus

diferencias, en presentar una visión del universo de la ciencia como un espacio exento de

conflicto: en el caso de los enfoques internalistas, porque la explicación se remite al espacio

de la racionalidad, de la confrontación de ideas, en donde, por regla general, suelen prevalecer

aquellas que mejor van explicando el sentido y las leyes que rigen el mundo físico y natural.

Es esta búsqueda de una racionalidad cada vez mayor lo que va dotando a la empresa del

conocimiento científico de su carácter acumulativo y, por lo mismo, progresivo: las nuevas

explicaciones son mejores y más completas que las precedentes. Por otro lado, la “pureza” del

avance de las ideas está garantizada en la medida que ningún elemento de orden externo al

24
propio espacio interno de la ciencia interfiere con el desarrollo de las teorías y la producción

conceptual.

Por otro lado, el conflicto sí tiene lugar para la vista de las corrientes “externalistas”, en la

medida en que el análisis del desarrollo de las instituciones y de las relaciones de los actores

implica, necesariamente, incorporar las dimensiones de orden social y, por consiguiente, los

conflictos que se derivan de las diferentes posiciones ocupadas por los actores pertenecientes

a un campo disciplinario. Sin embargo, desde la perspectiva funcionalista –como es bien

sabido, el conflicto no es algo propio de los actores, sino que surge de las violaciones al

conjunto de las normas predominantes. En todo caso, y esto es lo más importante, el conflicto

no debe implicar nunca una razón para explicar el contenido del conocimiento que se

produce: los conflictos, cuando sobrevienen, sólo se despliegan en la esfera de lo social, y no

penetran nunca en el contenido de los conocimientos.

En realidad, la afirmación precedente exige una aclaración: decir que los factores

“externos” (sociales) no tienen, para las corrientes normativas, ningún papel en la explicación

del conocimiento resulta incompleto. En rigor, los factores externos ni desempeñan ningún

papel en la explicación del conocimiento verdadero. Recíprocamente, los factores sociales

son la clave que explica la obtención de conocimiento erróneo o “artefacto”.

Merton opera, así, una división entre el espacio de las dimensiones epistemológicas y el

de las dimensiones sociológicas. En la introducción a uno de sus libros, señala que “aquí nos

ocupamos de la estructura cultural de la ciencia, esto es, un aspecto limitado de la ciencia

como institución. Así, consideramos, no los métodos de la ciencia, sino las normas con las

que se los protege. Sin duda, los cánones metodológicos son a menudo tanto expedientes

teóricos como obligaciones morales, pero sólo de las segundas nos ocuparemos aquí. Este es

un ensayo sobre sociología, no una incursión por la metodología”. (Merton, 1968, p 636-640,

las cursivas son nuestras). Las prácticas de los científicos son percibidas como el espacio en

donde impera la racionalidad: los investigadores se limitan a aplicar, racionalmente el método

25
científico, y sus hallazgos son el resultado de una correcta implementación de técnicas –y por

lo tanto de una adecuada experimentación-, del enunciado racional de teorías, y de su

comprobación empírica. Toda intervención externa es descripta como una interferencia en el

normal desarrollo de la investigación científica.3 La reivindicación de la autonomía adquiere,

no sólo un significado conceptual para el análisis de la comunidad científica, sino sobre todo

una toma de posición política, defensiva en su origen, frente a las intervenciones del Estado

sobre la “libre determinación de la racionalidad imperante en el espacio interno de la ciencia”.

Con los años, esta toma de posición de tipo defensivo, se fue articulando más bien como una

petición de principios que debe quedar al margen de todas discusión, a menudo como una

defensa de tipo corporativo, más que como defensa a un orden político irracional.

Por cierto, la visión de la ciencia como un espacio de (relativa) autonomía, no es exclusiva

de Merton y sus discípulos. John D. Bernal, destacado cristalógrafo, historiador y militante

comunista inglés, creador del primer sindicato de investigadores del que se tenga registro (fue

en Cambridge en los años 20), compartía, desde condiciones bien diferentes, la misma

mirada: “En la República de la ciencia, los bienes (los conocimientos) son de propiedad

común, y distribuidos de un modo igualitario en donde todos tienen acceso a ellos” (Bernal,

1939). Bernal llega a proponer como un verdadero modelo socialista capaz de ser "exportado"

a la sociedad en su conjunto.

En términos generales, el postulado de la autonomía ha sido muy poderoso y tuvo

consecuencia para el estudio de la dinámica de los diferentes campos disciplinarios. Ello

responde a diferentes motivos:

3
La preocupación de Merton por separar los aspectos sociales de los contenidos cognitivos es una impronta de
época: mientras escribía sus primeros trabajos sobre comunidades académicas, dos hechos conmocionaron a los
intelectuales preocupados por el desarrollo de la ciencia moderna: el renombrado caso Lysenko, en donde una
interpretación singular de las leyes de la herencia, rechazada por la mayor parte de los biólogos y genetistas del
resto del mundo, era apoyada por las altas jerarquías del régimen soviético; y el de la ciencia bajo el estado Nazi
en la Alemania de los años 30, cuando los investigadores fueron obligados a aceptar postulados científicos cuya
justificación se enraizaba en un alto contenido ideológico, dirigido en particular a justificar las convicciones
racistas.

26
La demanda de autonomía, tal como ha sido formulada, aparece más como una afirmación

de orden normativo –y aún político- que como una estrategia analítica. En efecto, afirmar que

la ciencia debe constituirse como un espacio autónomo de relaciones tiene que ver con la

toma de posición según la cual la intervención de todo actor externo es percibida como una

invasión que debe ser repelida.

En términos analíticos, la reivindicación de la autonomía tuvo diversos efectos. Por un

lado, permite "recortar" un espacio de relaciones sociales, y aislarlo de toda otra variable; así,

se puede profundizar la observación sobre los actores específicos que participan de un campo

científico o disciplinario determinado. Esta estrategia estuvo en la base de un avance

formidable que se produjo en la caracterización de los científicos como sujetos sociales que

interactúan en el ámbito de una institución particular.

Sin embargo, estos avances tuvieron consecuencias muy profundas en términos teóricos:

el precio a pagar fue la exclusión de dos dimensiones fundamentales: todo aspecto

relacionado con sistemas de poder, así como la intervención de otros actores externos a los

procesos de producción de conocimiento (usuarios, poderes públicos, diferentes sectores de la

producción de bienes y servicios), y todo aspecto relativo a los problemas propios del

conocimiento en cuestión: construcción de las agendas de investigación, elección de métodos,

utilización de instrumentos, formulación de teorías, cambios en las concepciones científicas,

mecanismos de prueba, articulación de los argumentos de legitimación, estructura social

"interna" en los lugares de producción del conocimiento.

Campos científicos, arenas transepistémicas

Es interesante comentar aquí la formulación de una perspectiva teórica que ha sido

formulada desde una concepción significativamente diferente de la tradición normativa: la

teoría de los campos de producción simbólica propuesta por el sociólogo francés Pierre

Bourdieu quien, luego de aplicarla a otros campos, le dedicó algunos escritos al análisis de los

27
campos científicos. En particular, en un artículo de 1976, Bourdieu afirma que "el universo

'puro' de la ciencia más 'pura' es un campo social como otro, con sus relaciones de fuerza, sus

monopolios, sus luchas y sus estrategias, sus intereses y sus ganancias, pero donde todas estas

invariancias revisten formas específicas" (Bourdieu, 1976, p. 12).

El abordaje de Bourdieu incorpora por primera vez el plano de las relaciones políticas,

no como una dimensión "externa" al campo de la ciencia que ingresa allí para tergiversar las

relaciones entre los actores sino que, por el contrario, establece que las relaciones de poder,

las posiciones políticas, son "constitutivas" del campo. En consecuencia, la propia concepción

del científico como "actor" se modifica de un modo sustantivo: resulta despojado de la

racionalidad intrínseca que le habían supuesto todas las teorías precedentes. Sin embargo,

para Bourdieu no se trata sólo de un escenario político; se va creando también un mercado de

bienes simbólicos: la autoridad es convertida en capital científico, y ese capital puede ser

invertido, en operaciones "de riesgo", de un modo tal que los agentes pretenden ir

acumulando un mayor capital que sus competidores. Esto les permite, a su vez, acrecentar su

autoridad política sobre los otros habitantes del campo científico. En este modelo, sustentado

en la analogía con un verdadero mercado, se produce así una conversión permanente de la

autoridad como competencia -como reconocimiento de los otros de la competencia propia- en

autoridad como poder de imposición por sobre los demás.

En el esquema de Bourdieu, las dimensiones de orden cognitivo, los problemas

relacionados con el contenido particular del conocimiento, así como las prácticas de los

agentes no forman parte, sin embargo, del objeto de análisis. Para él, las discusiones acerca de

los contenidos del conocimiento (podemos suponer que incluye aquí a la larga historia de

controversias científicas) sólo expresa las diferentes posiciones en el campo científico, que

están asociadas a representaciones de la ciencia, “…estrategias ideológicas disfrazadas de

tomas de posición epistemológicas por las cuales los ocupantes de una posición determinada

tienden a justificar su propia posición y las estrategias que ponen en marcha (…)” Bourdieu,

28
1976, p. 56). Bourdieu sienta, de este modo, las bases para desmitificar la imagen idílica de la

comunidad científica, y por lo tanto de los campos disciplinarios, que habían construido los

funcionalistas: el espacio de la ciencia ya no es un lugar social regulado por normas

específicas surgidas de un consenso entre sujetos sociales objetivamente iguales, sino que se

trata, por el contrario, de un espacio de luchas por la autoridad científica.

A pesar de la distancia aparente que tendría la perspectiva de Bourdieu respecto de los

autores funcionalistas, también encontramos en sus trabajos una reivindicación de la

autonomía de los campos de producción simbólica respecto de otras esferas y ámbitos

sociales. En efecto, Bourdieu ya había insistido sobre este aspecto, no sólo como parte de un

conjunto de herramientas analíticas sino, más claramente, como una invocación "política",

como una verdadera toma de posición a favor de la mayor autonomía posible. Según él, el

logro de una gran autonomía dentro de su propio campo, les permitiría a los científicos

intervenir con éxito en el espacio público, gracias a su capacidad para invertir el capital

simbólico obtenido en el interior de un campo determinado.

Uno de sus textos más recientes resulta particularmente significativo, no sólo por su

contenido, sino por el espacio en el que fue producido: se trata de una conferencia que

Bourdieu dictó para un conjunto de investigadores, tecnólogos y funcionarios de una

institución científica:

( ... ) cuanto mayor es la autonomía, más grandes son las posibilidades de disponer
de la autoridad específica, esto es, científica o literaria, que autoriza a hablar fuera
del campo con cierta eficacia simbólica. ( ... ) Cuando defienden sus intereses, los
intelectuales, los artistas, los sabios, etc., tienen siempre la impresión de hacer un
sacrificio al corporativismo. Sólo se sienten universales cuando defienden
intereses que no son los suyos y se erigen en portavoces de una 'demanda social'
o, mejor, de una 'causa' universal. Ahora bien, me parece que deberían empezar
por afirmar su autonomía, por defender sus intereses específicos, es decir, en el
caso de los científicos, las condiciones de la cientificidad, etc., y a partir de allí,
intervenir en nombre de los principios universales de su existencia y de las
conquistas de su trabajo". (Bourdieu, 2000, pág. 129-130)

29
Aquí Bourdieu parece hablar en su doble papel de analista de los campos científicos y como

integrante de uno de ellos. Se trata de un "consejo" que se dirige a los colegas, pero que

entraña, al mismo tiempo, una toma de posición, tanto sobre la dinámica de los campos

científicos, como del papel de un campo determinado frente a la esfera pública, al campo

político. Así, según él, los investigadores deben defender su autonomía "con uñas y dientes",

lo que les permitirá desarrollar dos estrategias: por un lado, permitir que funcionen

plenamente las reglas –autónomas- de funcionamiento del campo científico: acumulación de

capital, conformación de espacios de dominación, establecimiento autónomo de sus propios

límites. Por otro lado, a través del funcionamiento crecientemente autónomo, se va

fortaleciendo la capacidad de los que ejercen la dominación en un campo específico, para

invertir el capital que se ha acumulado, para intervenir en otros campos de producción

simbólica.

Ya en sus últimos escritos se vuelve apocalíptico:

…el universo de la ciencia esta amenazado, hoy, por una temible regresión. La
autonomía que la ciencia había conquistado poco a poco contra los poderes
religiosos, políticos o aún económicos y, al menos parcialmente, contra las
burocracias del Estado que aseguraban las condiciones mínimas para su
independencia, está muy debilitada. Los mecanismos sociales que se pusieron
en marcha a medida que la ciencia se afirmaba, como la lógica de la
competencia entre los pares, corren el riesgo de encontrarse al servicio de fines
impuestos desde afuera; la sumisión a los intereses económicos y a las
seducciones mediáticas amenaza conjugarse con las críticas externas y los
desprecios internos, incluidos algunos delirios “post modernos” son la última
manifestación, para socavar la confianza en la ciencia. En breve, la ciencia está
en peligro y, por este hecho, se torna peligrosa. (Bourdieu, 2003, pág. 3)

El esquema esbozado por Pierre Bourdieu, a pesar de las limitaciones que le podemos

encontrar, ha significado un aporte muy importante para comprender algunos aspectos de la

dinámica de los campos académicos.4 Aunque pensemos que las luchas de poder son sólo una

4
Los sociólogos Bruno Latour y Steve Woolgar desarrollaron, en un libro que hoy es considerado como un
"clásico" de los estudios sobre la ciencia, un modelo analítico muy similar al de Bourdieu. Estos autores
reemplazan la noción de capital por la de crédito, a la que otorgan el doble sentido de "credibilidad" y de
"acreencia monetaria". Según ellos, los científicos invierten su crédito (credibilidad) con el objeto de obtener
recursos (crédito), lo que les permite desarrollar investigaciones cada vez más costosas. Así, van completando un

30
parte de la compleja trama de relaciones que caracterizan a los campos disciplinarios, este

enfoque tiene el mérito de caracterizar con realismo a un conjunto de actores cuya

interpretación, hasta entonces, parecía más bien sustentada en el prestigio del que los propios

científicos gozaban en la sociedad, y que los hacía depositarios de la más pura racionalidad.

La socióloga Karin Knorr-Cetina desarrolló, hacia comienzos de los años ochenta, un

modelo interpretativo bien diferente de los que presentamos hasta aquí. Basada en sus propias

investigaciones empíricas, realizadas dentro de los laboratorios de investigación científica,

intenta romper analíticamente, por primera vez, con la noción de autonomía de la ciencia,

gracias a la noción de arenas transepistémicas de investigación. Estas “arenas” conforman el

locus en el cual se establecen, se definen, se renuevan o se expanden lo que Knorr-Cetina

denomina “relaciones de recursos” que entablan los científicos, concepto clave en su

propuesta analítica. Estas relaciones se refieren a un doble ámbito: tanto a las transacciones

entre los propios científicos como a las relaciones de los investigadores con otros actores

sociales. Knorr-Cetina comparte, junto con diversos autores constructivistas, la idea de que no

existe una diferencia significativa entre los factores "externos" y los factores "internos" en el

espacio de la producción de conocimientos científicos. Para esta autora, la separación entre

ambas esferas es sólo una ficción creada por algunos investigadores, que no tiene ningún

sustento desde el momento en que uno se dispone a analizar las prácticas concretas de los

científicos en sus lugares de trabajo.

Por otro lado, las relaciones de recursos no se restringen a la competencia (aunque la

incluyen), sino implican tanto la competencia de los diferentes actores, y la lucha por el

dominio de los elementos significativos en la constitución de arenas de investigación, como

los mecanismos de colaboración y de cooperación entre ellos. Por lo tanto, sus relaciones

están sujetas a configuraciones específicas, y no están a priori sobredeterminados por la

competencia por el monopolio de la dominación.

verdadero círculo que se basa en la conversión sucesiva de una forma de crédito en la otra, y gracias a lo cual se
van posicionando cada vez mejor frente a sus competidores. (Latour y Woolgar, 1982, cap. 5).

31
Según Knorr-Cetina, “los científicos hacen inteligible su trabajo de laboratorio

refiriéndose a compromisos y negociaciones que apuntan más allá del lugar de investigación

(y vuelven inteligible su involucrarse con lo ex situ por referencia a su trabajo de

laboratorio)”. Pero el razonamiento de laboratorio de los científicos no sólo los lleva fuera de

los límites del sitio de investigación, sino que también los lleva más allá de las fronteras de la

especialidad en la cual un científico -o un fragmento de investigación- es incluido:

(…) nos confrontamos con arenas de acción que son transepistémicas; ellas
involucran una mezcla de personas y argumentos que no se dividen naturalmente
en una categoría de relaciones pertenecientes a la ‘ciencia' o 'la especialidad', y una
categoría de 'otros' asuntos. Si fuéramos a dividir una tal arena de acción en
términos de estas categorías nos encontraríamos en dificultades para justificar
nuestra demarcación. [ ... ] Así como no hay ninguna razón para creer que las
interacciones entre los miembros de un grupo de especialidad sean puramente
"cognitivas", tampoco hay razón para creer que las interacciones entre los
miembros de una especialidad y otros científicos o no-científicos se limiten a
transferencias de dinero u otros intercambios comúnmente categorizados como
'sociales"'. (Knorr Cetina, 1981 [2005])

Las agencias de financiación y los vendedores de las industrias pueden negociar la adecuación

de una elección técnica particular con un especialista, y los colegas de especialidad discuten

regularmente las decisiones financieras, personales, y otras que son "no-científicas" entre sí

en los departamentos de las universidades y los institutos de investigación. El argumento de

Knorr-Cetina es que si no podemos presumir que las elecciones "cognitivas" o "técnicas" del

trabajo científico están exclusivamente determinadas por el grupo de pertenencia a una

especialidad de un científico, no tiene sentido buscar una "comunidad de especialidad” como

el contexto relevante para la producción de conocimiento.

Por lo tanto, según la autora, las elecciones técnicas del laboratorio nos remiten a

arenas de acción que son a la vez más pequeñas y más extensas que las comunidades

generalmente postuladas en los estudios sociales de la ciencia. Son más pequeñas en el

sentido de que la preocupación de los científicos gira en tomo a unas pocas personas centrales

y arenas de operación, las cuales son actualizadas, transformadas y renegociadas por medio de

32
la comunicación directa o indirecta. Y son más amplias porque involucran a actores que son,

en principio, ajenos a la pequeña comunidad de científicos y experimentadores.

Para hacer operativa su visión acerca de las arenas transepistémicas como el modelo

de análisis del espacio de la ciencia, Knorr-Cetina propone hablar de relaciones de recursos.

Los recursos a los que se refiere pueden ser entendidos, consecuentemente, como todo aquello

que resulta movilizado por los actores, en función de las propias estrategias y de las relaciones

en las que se encuentra organizada su actividad. Los mecanismos de financiamiento, la

obtención de equipos para la investigación, pero también la cooptación de jóvenes

investigadores o becarios, son ejemplos de relaciones de recursos que establecen los

científicos, particularmente con agentes no-científicos. Al mismo tiempo, los científicos

entablan, necesariamente, relaciones de recursos que adoptan tanto las formas del conflicto y

la competencia, como las de la colaboración y la cooperación con otros agentes científicos.

Hemos revisado rápidamente algunos modelos para analizar e interpretar la

organización y la dinámica de diferentes campos disciplinarios. En uno de los libros

"clásicos" en el estudio sobre emergencia y desarrollo de disciplinas científicas, los editores

señalaban que la estructura y la función de las disciplinas revela no sólo las características

esenciales de la actividad científica, y los mecanismos de comunicación, reconocimiento y

recompensa - como había propuesto la sociología normativa de Merton y sus discípulos-, sino

que permite acceder, también, a los rasgos cognitivos que distinguen un campo de otro. Según

estos autores, el estudio de las disciplinas científicas es un paso importante para comprender

el desarrollo científico, y para la consideración de las circunstancias sociales y económicas

que pueden haber influido en el sesgo y la dirección de ese desarrollo (Lemaine, 1983).

Agregamos, así, una dimensión importante para el estudio de los problemas

relacionados con el mundo de la ciencia: la separación entre los aspectos sociales y los

aspectos cognitivos inherentes a la investigación científica. La integración de estos dos

aspectos es crucial para establecer los rasgos particulares de un campo disciplinario inserto en

33
un contexto específico, diferente de otros campos disciplinarios, tanto como de otros

contextos socio-institucionales. Todos estos elementos habrán de ser movilizados para

comprender el desarrollo de la biología molecular en la Argentina.

Regímenes de producción de conocimientos

Terry Shinn (2000) propuso la noción de regímenes de investigación científica y tecnológica.

A partir de la identificación de mecanismos sociales e intelectuales, propone la diferenciación

de tres regímenes de investigación: disciplinario, transitorio y transversal. Esta distinción

tiene ventajas importantes para analizar la dinámica de la ciencia respecto de los abordajes

que reseñamos hasta aquí, en particular porque comprende, al mismo tiempo, el espacio de las

prácticas científicas -y sus contenidos cognitivos- y el de la organización social e

institucional. Por eso, en varios capítulos de este libro, habremos de aplicar estas nociones

para comprender los saltos y continuidades que se pueden observar en el desarrollo de la

biología molecular en la Argentina.

Veamos estas categorías brevemente:

Los regímenes disciplinarios aparecen normalmente en instituciones relativamente

fáciles de identificar, y dotadas de una cierta estabilidad. Se hallan enraizadas en laboratorios,

departamentos universitarios, revistas especializadas, instancias nacionales e internacionales

para su discusión en congresos y conferencias, y sistemas oficiales de retribución. Los

indicadores de este tipo facilitan la detección y análisis de modelos de carrera precisos y de

categorías diferenciadas de producción científica.

En los regímenes de transición, las oportunidades intelectuales, técnicas y

profesionales aparecen a menudo en la periferia de los campos disciplinarios clásicos. En ese

caso, poner en marcha una carrera o hacer una carrera exige a los practicantes que atraviesen

provisoriamente las fronteras de su disciplina de pertenencia para ir a buscar técnicas, datos,

conceptos y cooperación de colegas de disciplinas vecinas. La mayor parte del tiempo, la

34
búsqueda de recursos cognitivos, materiales o humanos suplementarios compromete a dos o

tres disciplinas. El movimiento se inscribe en un modelo oscilatorio de ida y vuelta. En el

régimen transitorio, el centro principal de la identidad y de la acción de los practicantes está

todavía ligado a las disciplinas, mientras que los individuos atraviesan los campos

disciplinarios.

El régimen transversal representa un modo de producción científica distinto. El grado

de libertad y el campo de acción de los practicantes es mayor que en régimen transitorio.

Pero, al mismo tiempo, resulta dificultoso registrar datos acerca de la trayectoria y carrera de

los practicantes. En parte, esta dificultad explica la escasez de estudios sobre esta dinámica de

investigación. Sus practicantes responden más a la identificación hacia un proyecto que a las

disciplinas e instituciones que frecuentan. El radio de acción de los practicantes es amplio,

permitiendo fluidos desplazamientos en el espacio social y material.

Los tres regímenes –aclara Shinn- pueden ser considerados interdependientes,

enriquecidos por interjuegos recíprocos. De hecho, es posible encontrar elementos en común.

Cada uno de ellos está fundado en una forma de división del trabajo intelectual, técnico y

social. Las demarcaciones entre los regímenes de investigación científica y los otros sectores

de actividad son importantes, pues permiten al investigador definir sus objetivos, sus

competencias, y sobrevivir a los ataques y los tiempos difíciles. En este sentido, estas

demarcaciones funcionan como un sistema corporativo de defensa y como un mecanismo que

permite el acceso a privilegios y el ascenso social.

Es necesario agregar alguna consideración especial respecto del régimen disciplinario,

puesto que ello tendrá una especial significación en uno de los casos que presentamos en la

tercera parte. La amplia gama de estudios disponibles ha mostrado que resulta particularmente

importante focalizar la atención sobre las instituciones específicas en las cuales este tipo de

régimen tiene lugar: se trata de instituciones de tipo académico en donde los sujetos sociales

tienen claramente incorporadas las reglas de funcionamiento, y en donde las prácticas están

35
bien prescritas en los fundamentos institucionales en donde se inscriben. Así, las instancias de

legitimación del conocimiento son fundamentalmente endógenas: en primer lugar, la propia

institución, que otorga, a sus practicantes, una suerte de “credencial” que los reconoce como

investigadores legítimos. En segundo lugar, la legitimación hacia la comunidad de

practicantes, que juzgan los aspectos técnicos y conceptuales implicados en las prácticas de

los sujetos que trabajan en el marco de un campo disciplinario específico. Esta comunidad de

practicantes se constituye, siempre, como una referencia al mismo tiempo local e

internacional, organizada, también, por instituciones específicas (asociaciones

internacionales) que regulan el funcionamiento de un marco disciplinario y que suelen ser el

espacio de las luchas por la imposición de la orientación y límites de dicho campo.

Sobre el contexto periférico

El interrogante central que articula este acápite está dirigido a responder a la pregunta acerca

de cómo explicar las prácticas científicas desplegadas por los actores en el marco de

sociedades periféricas; es decir, de sociedades en las cuales la ciencia se desarrolló con

posterioridad y en condiciones particulares respecto de los contextos institucionales más

dinámicos, localizados en particular en Europa occidental y en Estados Unidos. Para ello,

analizaremos brevemente los principales problemas derivados de la concepción de la ciencia

como una actividad internacional, y el juego de los elementos presentes en los contextos

particulares de emergencia de los campos disciplinarios locales.

Lo universal y lo local: enfoques clásicos

En los últimos años, una cierta cantidad de literatura en los estudios de sociología (y,

naturalmente, también de historia) de la ciencia ha puesto en cuestión, desde diferentes

perspectivas, el problema de las dimensiones nacionales/internacionales de las prácticas

científicas. El tema, por cierto, no es nuevo: el carácter (y la validez) universal de la ciencia

36
son tópicos que reconocen muchas décadas de discusión. Hay, sin embargo, un espacio de

reflexión que es más reciente, y que puede dar vuelta los términos del debate. Me refiero a los

aportes teóricos y metodológicos genéricamente identificados con la perspectiva

constructivista, surgidas desde el final de los años setenta y que implicaron, de hecho, la

fractura del paradigma mertoniano en la sociología de la ciencia.

Para la sociología clásica de la ciencia, el carácter universal de las prácticas científicas

funcionaba como un postulado de orden general, como un a priori que no necesitaba ser

puesto en cuestión, y que se verificaba a través de la mencionada norma del universalismo,

propia del ethos de la ciencia. En efecto, las prácticas científicas obedecen, según esta

perspectiva, a una racionalidad y a la aplicación de un método que no dependen de las

condiciones específicas de cada contexto. Por ello, el supuesto general del funcionalismo

permite observar solamente los aspectos institucionales y las actividades “sociales” de los

investigadores, pero no sus prácticas de producción de conocimiento. Así, no deja ningún

espacio para observar si existen diferencias significativas en el modo en que se conforman los

campos disciplinarios en diferentes contextos, sean éstos más desarrollados y “maduros” o

más recientes y con menor desarrollo.

La tradición universalista encontró una expresión sólida en los trabajos de Michael

Polanyi (1962) sobre la existencia de una “República de la Ciencia”, en donde la

investigación científica tendría una gran autonomía de países, contextos, geografías, culturas.

Existe, desde esta mirada, un ideal democrático que reúne a los investigadores de todos los

países, quienes participan en pie de igualdad, independientemente de los diferentes contextos

en los cuales cada uno trabaje.

El problema de la ciencia en los contextos periféricos fue abordado, en primer lugar,

por los estudios que se dirigieron a estudiar la ciencia colonial. La mayor parte de ellos

adoptó la perspectiva de un “modelo de difusión”, es decir, suponer que existe une fuerte

asociación entre la cultura occidental y el desarrollo de la ciencia moderna, como uno de sus

37
productos fundamentales. Según Geoerges Basalla (1967), uno de los autores que

tempranamente conceptualizó estos procesos, “…durante la ‘fase 1’, la sociedad o nación no

científica genera una fuente para la ciencia Europea… La ‘fase 2’ está marcada por el período

de ciencia colonial, y la ‘fase 3’ completa el proceso de transplante con la lucha por obtener

una tradición científica (o cultura) independiente…”. Es bastante claro que esta perspectiva,

basada en la implantación de un modelo ya diseñado, deja muy poco lugar para contemplar

los aspectos culturales, económicos y políticos de las sociedades locales en el desarrollo de

sus tradiciones científicas.

Más cerca en el tiempo, Lewis Pyenson (1985 y 1993) se dedicó a comprender la

difusión de las corrientes principales de ciertas disciplinas (en particular la física y la

astronomía), con un centro particular en Alemania y en Francia. Allí propone un análisis de

las relaciones que se establecen entre las metrópolis productoras de conocimientos y las

sociedades más atrasadas que funcionan como "receptoras" de esos conocimientos. Según

Pyenson, muchos científicos se vieron frustrados, en los años 20, por defectos materiales y

humanos que impedían su trabajo en las sociedades periféricas: el equipamiento no llegaba a

tiempo o era inservible, la literatura científica era escasa o imposible de conseguir, los

asistentes eran difíciles de formar y, cuando se los entrenaba, difíciles de mantener.

Las corrientes de sociólogos e historiadores surgidas desde los años setenta

comenzaron por rechazar el postulado de universalidad de la sociología clásica, a partir de dos

supuestos básicos: primero, la ciencia no constituye una esfera autónoma de operaciones

intelectuales. Desde el constructivismo (como una definición que abarca a la mayor parte de

dichas corrientes), se presenta a la ciencia como algo que no es diferente de (reductible a)

otras formas alternativas de esfuerzos sociales y cognitivos. En pocas palabras, la ciencia es

descripta y comprendida totalmente como una actividad socialmente determinada. El segundo

supuesto que la alejó de los análisis clásicos fue su preocupación por la esencia de las

prácticas de laboratorio. De este modo, los sociólogos analizan las fuerzas presentes en la

38
enunciación y en la aceptación general de formulaciones científicas específicas, y apuntan

directamente al contenido de la investigación. (Shinn, 1999)

Hay, pues, dos puntos de tensión fundamentales que podemos proponer para el

abordaje de la ciencia y las prácticas científicas en el marco de sociedades que normalmente

son definidas como “periféricas”, en particular respecto de los patrones de modernización

implicados en los procesos de industrialización y, más recientemente, de lo que se denominan

sociedades post-industriales. El primer punto de tensión nos remite a cierta dinámica

particular de la ciencia en la escena internacional, versus la constelación de factores que

prevalecen en el contexto local en el cual se desarrollan las prácticas científicas.

Este punto de tensión, que ha sido abordado frecuentemente bajo la perspectiva de las

relaciones centro-periferia, implica dos ámbitos específicos que deben ser considerados en

varios sentidos: el concepto mismo de "centro" es equívoco, en la medida en que, entendido

de un modo acrítico (lo que ha sido más que frecuente) remite, indistintamente, a un conjunto

difuso de instituciones, actores, prácticas y de contenidos cognitivos agrupados dentro del

rótulo de lo que se conoce como maistream (“corriente principal”) de la ciencia internacional.

Pero estos espacios suelen ser muy heterogéneos entre sí, con notables diferencias entre

países, disciplinas e instituciones.5 Por lo demás, no todos estos elementos pertenecientes a las

instituciones del "centro" son igualmente relevantes a la hora de analizar el desarrollo de las

prácticas científicas que tienen lugar en un contexto periférico.

Finalmente, es necesario considerar si resulta suficiente que un grupo determinado se

encuentre localizado en algunos de los países o institutos de mayor relevancia en la

consideración de la mayoría de los actores de un campo disciplinario particular, para que sea,

5
Raj (1996) señala, con razón, que “... es común observar a la ciencia del “Norte” como un conjunto homogéneo
e indiferenciado. Esto fue que lo que se transmitió, de un modo inadecuado, a la mayor parte de los países
colonizados por todo el planeta. Durante la última década, un número creciente de estudios ha intentado mostrar
que las prácticas y contenidos científicos son diferentes a lo largo de las diversas culturas que componen el
“Norte”. (p. 285).

39
de un modo automático, etiquetado como un grupo perteneciente al mainstream.6 Abundantes

ejemplos dan muestra de lo contrario, y análisis como los que ha propuesto Harry Collins

(1981) para la identificación de lo que este autor denomina los core-set (o núcleo central que

se encuentra más comprometido con una cuestión determinada) en el estudio de las

controversias pueden muy bien ser apropiados para identificar a los grupos más dinámicos

dentro de cada campo disciplinario particular.

Por otro lado, las comunidades científicas en los países periféricos tampoco

constituyen espacios homogéneos, más allá de las implicaciones sociológicas que el término

"comunidad" pareciera implicar (e implicaba, de hecho, para buena parte de la sociología

clásica). Así, los grupos de investigación, las instituciones, y las prácticas presentan, de un

modo análogo, diferencias sustantivas, por ejemplo, en cada uno de los campos disciplinarios

e institucionales. En este sentido, la identificación de las diferentes tradiciones que se fueron

desarrollando en el interior de campos científicos determinados, resulta una tarea fundamental

para el análisis del punto de tensión que nos ocupa. En efecto, muchas veces las diferentes

tradiciones suelen distinguirse entre sí por una primera gran línea que discrimina entre

aquellos grupos e individuos más "integrados" con grupos localizados en instituciones y

grupos de investigación pertenecientes al "centro", y otros grupos que no han desplegado

estas formas de relación. La puesta en perspectiva de este aspecto nos habrá de mostrar una

"comunidad científica" local que, contrariamente a cierta visión idealizada, se encuentra

profundamente segmentada, con hiatos que son, a menudo, profundos.

6
Shinn (1983) distingue una universalidad radical (o global), como la propuesta por la escuela mertoniana, de
una universalidad restringida: “Si el discurso y las prácticas científicas privilegian generalmente una categoría de
saber basadas sobre las categorías globales de las entidades y sobre las condiciones de las interacciones,
independientemente de las variaciones espaciales y temporales, esta expresión de la universalidad no es la única
forma de saber que existe. Otra universalidad (igualmente comprensible, coherente y rigurosa) se dirige en
cambio a las manifestaciones locales de los fenómenos; reflejando las dimensiones locales de acontecimientos
globales, pone el acento no sobre una representación idealizada, sino sobre los detalles, los particularismos y las
anomalías de los objetos y de las acciones. Esta clase de universalidad, la universalidad restringida, tiende a
prevalecer en la comunidad de los experimentadores, en donde el objeto de la investigación engendra
restricciones cognitivas y sociales”.

40
Finalmente, una vez que ha sido posible pensar las relaciones "centro-periferia" en los

términos más complejos que hemos propuesto, es necesario pensar efectivamente el problema

desde una perspectiva dinámica y relacional. Dicho de otro modo, si es posible identificar la

trama de relaciones internacionales desplegadas por determinados grupos de investigación en

el marco de una sociedad local, no debe abandonarse luego esta perspectiva para ahondar en

un análisis "interno" de la dinámica de estos grupos, dejando de lado este carácter, sobre todo

cuando los vínculos "externos" con grupos determinados, localizados en centros e institutos

"centrales" resultan especialmente relevantes para comprender la conformación de las

tradiciones locales implicadas.

Hacia un nuevo enfoque

Otro punto de tensión que es necesario señalar se refiere al modo de abordaje a través del cual

habrán de estudiarse las prácticas que se enmarcan dentro de un contexto "periférico". Ya

señalamos las limitaciones que, para desarrollar estos estudios, presentaba la sociología

clásica de la ciencia, derivadas de su incapacidad para vincular el contexto social de

emergencia de las prácticas científicas con las relaciones internas en el ámbito de producción

de conocimientos, y con los contenidos mismos de esos conocimientos. Las corrientes

constructivistas plantearon, en este sentido, dos movimientos: primero, el cambio del objeto;

es decir, la posibilidad de establecer algunas hipótesis explicativas entre diversos niveles de

análisis que la sociología clásica dejaba de lado: el nivel institucional, el de las relaciones

sociales y políticas de los científicos, y el plano cognitivo, o del contenido de los

conocimientos.

Así, si bien predominó a veces un sesgo excesivamente dirigido hacia los factores

sociales y políticos, los procesos de producción de conocimiento fueron ubicados en un

espacio de determinaciones que hacía que las dinámicas presentes en la sociedad “local”

atravesaran el campo del trabajo científico tanto como atravesaban todo otro espacio de

41
interacción social, simbólica y material. De allí surgen nociones tales como "intereses",

"aliados", arenas transepistémicas de investigación" y "relaciones de recursos", entre otras.

(Kreimer, 1999)

Esta nueva forma de investigar implicaba, necesariamente, ingresar dentro de los

espacios donde el conocimiento resulta efectivamente producido, negociado, certificado y

validado, puesto que resultaba la única forma posible para la identificación de los actores, del

contenido de sus prácticas y de los recursos que ellos movilizan.

El análisis más complejo del problema de la "periferialidad" es posible, entonces,

cuando se deja de lado el supuesto del universalismo, y se dirige la mirada hacia las

condiciones locales, propias de una cultura local, de dimensiones sociales, políticas e

institucionales que se articulan localmente. Naturalmente, los contextos locales están

atravesados por una dinámica global que los excede, que les impone restricciones, y que

limita el rango de decisiones posible para los actores. Pero esas restricciones son procesadas

en función de dichas culturas, y no generan, meramente “recepciones” pasivas o ajustes

respecto de la “ciencia internacional”.

¿"Ciencia periférica" o ciencia "en" la periferia?

La antropóloga Hebe Vessuri, en uno de los primeros trabajos que, en el marco de América

Latina, se dirigió a intentar comprender la "naturaleza periférica" del conocimiento científico

y de la manifestación del contexto sociocultural sobre aquél, distinguió tres niveles de

análisis: el nivel de los conceptos científicos, el nivel de los temas de investigación y el nivel

de las instituciones. (Vessuri, 1983, p. 17).

Respecto del primero de ellos, afirma Vessuri que el desarrollo conceptual tiene

menos posibilidad de ocurrir en América Latina, por los riesgos que supone la creación de

conocimiento verdaderamente nuevo, tanto en términos de su costo económico como

intelectual. Las comunidades científicas de la periferia son más conservadoras que en los

42
centros, trabajan casi exclusivamente dentro de los parámetros de la ciencia “normal", en la

resolución de rompecabezas cuya concepción fundamental se da en otras partes.

En el nivel de los temas de investigación, afirma esta autora que, en las disciplinas

fundamentales, el aporte que están en condiciones de hacer los científicos de la periferia,

especialmente en disciplinas "maduras" está más en la aplicación de una ciencia, orientada

por necesidades sociales, que en una verdadera "ciencia pura" percibida como "más

científica". El caso más significativo sería aquí el de la medicina.

El nivel de las instituciones científicas se sitúa en la consideración de sus relaciones

con la sociedad; e implica el modo cómo se ponen en juego relaciones de poder entre los

hombres, determinan los métodos de trabajo, los modos de transferencia y difusión de la

información. Ello sería la expresión concreta de las estructuras y las mentalidades sociales

que en gran medida dan forma al modo de producción de los conocimientos científicos.

Desde esta perspectiva, los contextos socioculturales ubicados en la periferia

parecerían operar como una restricción fundamental en la consolidación de equipos de

investigación exitosos en términos de la evaluación de sus pares en la "comunidad científica

internacional".

El historiador peruano Marcos Cueto (1989) prefiere señalar la distinción entre la

ciencia periférica y lo que él denomina ciencia en la periferia; considera que la primera de

estas definiciones resulta más apropiada, puesto que hablar de una ciencia periférica implica

que la ciencia de los países atrasados es marginal al acervo del conocimiento en términos de

recursos, número de investigadores y en la calidad de los temas estudiados. Por el contrario,

propone los términos de "ciencia en la periferia" y, sobre todo, de "excelencia científica en la

periferia" para resaltar que “…el trabajo científico en estos países tiene sus propias reglas, que

deben ser entendidas no como síntomas de atraso o modernidad, sino como parte de su propia

cultura y de las interacciones con la ciencia internacional” (1988, p.28). La cuestión que

formula Cueto es relevante, y remite a la tensión que señalamos más arriba: cómo comprender

43
la combinación de un trabajo moderno y creativo en un contexto cultural supuestamente

tradicional y "periférico" a los centros mundiales de la ciencia. Cueto introduce una

importante contextuación histórica cuando afirma que es necesario recordar que la presente

distancia que existe entre la ciencia de los países desarrollados y la de algunos países

subdesarrollados, no fue tan amplia en el pasado, y que más bien esta separación ha tendido a

crecer en los últimos cuarenta años.

En un trabajo posterior, Cueto (1997) enfatiza esa dirección, buscando los elementos

que desempeñaron un papel importante en las operaciones exitosas en la construcción

institucional bajo condiciones adversas. Distingue cinco tópicos que constituyen algo así

como una agenda de problemas: 1) concentración (versus la dispersión de recursos y de

personal); 2) utilitarismo: "la supervivencia de la tarea científica bajo condiciones adversas

demanda que sus practicantes proclamen cierto grado de utilidad pública de su trabajo"; 3)

nacionalismo, que puede afectar la selección de los tópicos y eventualmente el contenido de la

ciencia; 4) tecnología: se refiere a las dificultades para obtener equipamiento y materiales;

esto llevó a algunos investigadores a hacer más eficiente la ecuación entre recursos y

productos; y 5) redes; se refiere a cómo se han construido las redes nacionales e

internacionales o, más específicamente, cómo los científicos de América Latina (o de la

periferia) son reclutados en redes establecidas. (p. 239-243)

Es interesante la reflexión de Cueto acerca de la distinción de una excelencia científica

“en” la periferia, puesto que ésta pone de manifiesto el carácter heterogéneo de las

comunidades científicas locales que el concepto de ciencia periférica tiende a desdibujar, y no

sólo parece borrar las diferencias en el interior de comunidades científicas particulares, sino

también entre varias comunidades científicas localizadas en contextos claramente

diferenciados. El atributo de "excelencia" es, empero, más discutible. Es cierto que Cueto

analiza algunos grupos que han sido ampliamente reconocidos por la comunidad internacional

(el más emblemático es, sin dudas, el premio Nobel Bernardo Houssay en la Argentina), pero

44
considerar dicho reconocimiento, ciertamente basado en la valoración de las contribuciones

realizadas por aquellos grupos, como la dimensión fundamental para la distinción particular

de una tarea "exitosa" o "moderna" y por ello menos periférica puede resultar en una

interpretación sesgada. Si, como dice Cueto, la distancia entre la ciencia producida en ciertos

países y el mainstream internacional no era tan amplia en el pasado, no hay ningún motivo

para no indagar, junto con la constelación de los cinco tópicos que él menciona, también en la

característica de aquellos grupos exitosos, las posibles razones de la ampliación del

denominado gap actual.

Considerar los tres niveles de análisis que propuso Vessuri es útil en este caso, porque

los dos primeros plantean el problema "periférico" en términos relacionales, que Cueto

reconoce y enfatiza, y el tercero se concentra en las dificultades y restricciones propias del

contexto local (institucional), que también reconoce.

Sin embargo, para un análisis integral del problema, es necesario agregar algunas

dimensiones al análisis. Enunciaremos algunas brevemente:

En el análisis de las cinco dimensiones que señala Cueto, es necesario agregar a la

consideración el modo en que juega la epistemología en la constitución de nuevas categorías

de saber, en su consolidación y en su institucionalización. La presencia de variables de orden

epistemológico debe ser evaluado en función de los campos disciplinarios particulares, de las

líneas y los temas de investigación y de la forma en que los contenidos resultan efectivamente

construidos por los actores.

La dimensión histórica y la constitución de tradiciones particulares es otro aspecto

central. Sin embargo, estas han sido a menudo entendidas de un modo restringido. Por

ejemplo, Patrick Petitjean (1996) señala que “la constitución de tradiciones científicas es el

resultado de que las políticas públicas nacionales tomaron a cargo la ciencia, y a veces de la

síntesis de elementos provenientes de diferentes culturas” (Petitjean, 1996, p 8, las cursivas

son mías). Es necesario, cambio, convidar la articulación de tradiciones científicas como la

45
constitución de espacios socio-cognitivos más complejos, como ámbitos de identificación

cultural, política, cognoscitiva e institucional, que se van estructurando históricamente a

través de las relaciones intergeneracionales, en los lugares de trabajo y en los diferentes

ámbitos de actuación institucional. (Kreimer, 1998)

La mayor parte de las dimensiones que señala Cueto como explicaciones de los

recorridos "exitosos", en particular el "utilitarismo", el "nacionalismo" y la 'tecnología" deben

ser explicados dentro de un área problemática más amplia, que nos remite al problema general

de la existencia de una suerte de “contrato” entre ciencia y sociedad y, en relación con éste,

entre ciencia y estado.7 En pocas palabras, y como ha sido mostrado por numerosos autores,

se trata de comprender que el desarrollo relativamente tardío de la investigación científica en

la mayor parte de las sociedades periféricas respondió más bien a un doble movimiento de

imitación de la llamada “ciencia occidental” estrechamente asociada al ideal de

modernización, por un lado, y a la creencia, fuertemente difundida, de que la investigación

científica constituía un elemento fundamental en los procesos económico-sociales vinculados

al desarrollo.

Esta creencia, asociada a la idea de un modelo lineal de innovación que comenzaba

con la ciencia básica y finalizaba con el desarrollo tecnológico y la innovación, suponía la

necesidad de generar un "stock" de conocimientos disponibles para que puedan ser

aprovechados por el tejido productivo. En muchos países, en efecto, se produjeron

conocimientos -ciertamente, de calidad variable- que fueron puestos a disposición de la

"sociedad". Empero, durante largas décadas, y aún en la actualidad, el problema general de la

ciencia en la mayor parte de los países de la periferia ha radicado en la escasa o nula

apropiación de diferentes actores sociales del conocimiento producido localmente; me refiero

7
Las relaciones entre ciencia y estado han sido objeto de reflexión desde hace décadas. Entre los autores más
significativos, aunque desde perspectivas analíticas bien diferentes se pueden consultar los libros “clásicos” de
Price (1965), Salomon (1970) y Rose y Rose (1972). Más recientemente, se puede consultar Rip y Van der
Meulen (1996), Elzinga y Jamison (1995); y Cozzens y Gieryn (1990).

46
tanto a actores más típicamente representativos del "tejido productivo" como a todo otro actor

social.

La determinación de la constelación de factores que han operado en esta falta de

apropiación efectiva del conocimiento producido localmente es un tópico que aún no ha sido

suficientemente investigado. Naturalmente, entre ellos, podemos mencionar elementos

propios de la lógica de los actores científicos locales, tales como la carrera por la publicación

en la escena internacional y, por consiguiente, por definir temas y líneas de investigación que

se adecuen más a esos requerimientos que a las potenciales necesidades de la sociedad local,

al contenido de las políticas públicas que en muchos casos enfatizaron largamente la

autonomía de la esfera de la ciencia. También se debe mencionar la dinámica de los propios

actores "externos" al ámbito de producción de conocimientos, en particular las empresas que,

salvo excepciones, han tendido a subestimar o a ignorar los conocimientos localmente

producidos. Lo mismo podría decirse de la utilización, por parte del Estado mismo, de

conocimientos producidos localmente para la resolución de problemas de cada sociedad

particular, aunque, como bien señala Cueto, existen algunas excepciones significativas en el

campo de la investigación médica.

Para analizar el papel de las prácticas científicas en el interior de las comunidades de

la periferia, no basta con identificar la existencia (o las condiciones de existencia) y el

recorrido de las tradiciones científicas predominantes. Además de ello, es necesario realizar

dos operaciones complementarias y fundamentales: por un lado, analizar la interacción de los

grupos más representativos de esas tradiciones con la trama compleja de relaciones sociales

en el sentido en que lo explicitamos en el punto anterior (poniendo bajo la lupa la suerte del

contrato celebrado con la sociedad civil y con el Estado).

Por otro lado, es indispensable una indagación hacia el interior de las tradiciones

mismas. En este sentido, es necesario penetrar más allá de los muros de los laboratorios, para

establecer cómo operan y se articulan un conjunto de dimensiones sociológicas que resultan

47
esenciales para la comprensión de los tópicos que han sido discutidos hasta aquí. Nos

referimos a los aspectos que señalamos más arriba, tales como los condicionamientos

cognitivos que están asociados al logro de la trayectoria intelectual (condicionamientos en las

formas de razonamiento, las prácticas de trabajo, las pruebas, la evaluación y los criterios de

publicación); y los condicionamientos socio-estratégicos que están asociados con el

mantenimiento o el crecimiento de la reputación profesional, las estrategias, las limitaciones,

las redes, etc. Con este arsenal analítico, desplegado para el estudio de las prácticas científicas

estaremos en condiciones de proponer explicaciones integrales, relacionales y contextuadas

del desarrollo de estas prácticas en el contexto de las sociedades de la periferia.

Ciencia y sociedad: la emergencia de CANA

Se puede dar vuelta el argumento: este rasgo de producción de conocimientos “no

apropiados” y, en muchos casos “no apropiables” por la mayor parte de la sociedades de las

periferia, constituye en sí mismo uno de los pocos rasgos de carácter general para describir el

papel de la investigación científica en este tipo de sociedades. En efecto, muchos de los

problemas que se describen comúnmente, tales como la falta de recursos, de "masas críticas",

de estabilidad institucional, etc., tienen que ver con la falta de legitimidad que las prácticas

científicas van adquiriendo en estas sociedades como consecuencia de que la mayor parte de

los actores tiene percibe muchas dificultad la utilidad de financiar un conjunto de prácticas

sociales cuyos beneficios hacia fuera de la “comunidad” son, en el mejor de los casos,

intangibles, y en el peor, inexistentes.

Ello nos lleva a analizar la naturaleza de lo que denominamos CANA, es decir

“conocimiento aplicable no aplicado” (Kreimer y Thomas, 2002 y 2003). Durante los años

’60 y ’70, los críticos coincidían en señalar la “escasa utilidad social” de los conocimientos

científicos y tecnológicos generados en América Latina. Planteaban que en tanto se había

conseguido producir investigación científica de calidad en algunos centros de excelencia -

48
desarrollo que había dado lugar a algunos premios Nobel de ciencias- su orientación general

respondía a programas de ciencia básica, sin aspiraciones de aplicación concreta.

Desde mediados de la década de 1980, en diversos países de América Latina (Brasil,

Venezuela, México, Argentina) se observa una proliferación de iniciativas explícitamente

orientadas a redireccionar las actividades de investigación. Las nuevas políticas de Ciencia y

Tecnología (e Innovación), comenzaron a articularse en programas -de mediano y largo plazo-

orientados a la generación y consolidación de “sistemas nacionales de innovación”. Se

crearon diferentes instituciones “de interfase” entre los institutos de investigación y desarrollo

y las empresas productivas: parques y polos tecnológicos, incubadoras de empresas,

secretarías de vinculación tecnológica en las universidades nacionales e institutos públicos de

Investigación y Desarrollo (I+D). Complementariamente, se crearon nuevos mecanismos de

financiación -concebidos como un sistema de premios y castigos- con dos objetivos: inducir

la reorientación de la investigación hacia la resolución de problemas tecno-productivos, y

apoyar financieramente la innovación tecno-productiva de las empresas locales. Las

instituciones locales de IyD se reestructuraron (en sucesivas operaciones de reingeniería

organizacional) en pos de un ajuste a potenciales condiciones de demandas comerciales y

optimización de su articulación con los usuarios de conocimiento. El aumento de la presión

por producir conocimiento con valor de cambio fue internalizado por los productores de

conocimientos, ya sea como retórica destinada a la mera legitimación, ya sea como un cambio

sustantivo de las prácticas: la mayor parte del conocimiento producido es definido, por los

propios investigadores, como “aplicable”.

Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos, este conocimiento “aplicable” no

encontró –salvo excepciones acotadas a algunas áreas puntuales- destino de aplicación. Así, la

aparición sistemática de “CANA” tiene un efecto particular y aparentemente paradójico:

producción de conocimientos científicos y tecnológicos considerados aplicables que no dan

49
lugar a innovaciones de proceso de producción o de producto, ni contribuyen a la solución de

problemas sociales o ambientales.

La resolución del problema CANA es una cuestión clave en las estrategias de

desarrollo de los países periféricos. Persisten aún –y, de hecho, se han intensificado durante

los años noventa- los crónicos problemas de la miseria, el déficit sanitario y educacional, el

subdesarrollo social y económico, el gap tecno-productivo. El fenómeno CANA parece

extenderse homogéneamente y regularmente a escala regional. A pesar de las múltiples

alteraciones en el escenario, las viejas preguntas continúan vigentes ¿Cuál es la utilidad social

de la investigación científica y tecnológica en América Latina? ¿Por qué no se aplican los

conocimientos localmente generados?

La existencia de CANA en sociedades periféricas que, a pesar de que destinan magros

recursos porcentuales a las actividades de ciencia y tecnología, realizan de todos modos un

esfuerzo considerable en función de sus posibilidades, tiene consecuencias perversas. La más

evidente de ellas es el hecho de que la utilidad misma del conocimiento en la sociedad es

puesta en cuestión; y de allí hay un breve paso hacia el cuestionamiento del proceso mismo de

producción de conocimientos. La pregunta que resume este dilema puede formularse así:

“¿por qué razón una sociedad en donde una parte de sus habitantes padece miseria y hambre

debe solventar los costos crecientes de la investigación científica y tecnológica si no se

beneficia de sus productos?”

50
CAPITULO 2

ANTECEDENTES Y CONTEXTO

LA BIOLOGÍA MOLECULAR EN EL MUNDO, Y LAS TRADICIONES BIOMÉDICAS EN ARGENTINA.

Introducción

Un recuerdo juvenil acerca del estudio de la historia en el ámbito escolar podría mostrarse

según las breves sensaciones que reproducimos. En el primer año del colegio secundario se

estudiaba historia antigua: el Lejano Oriente, Grecia, Roma. En el año siguiente, historia de la

Edad Media y Moderna, es decir, básicamente centrada en la historia europea, apenas

salpicada por los viajes a un siempre difuso “oriente” y, en particular, a las no menos difusas

“Indias”, cuya función en los libros de lectura parecía restringirse a ofrecer la excusa para el

Descubrimiento de América. El tercer año estaba consagrado a la llamada historia

“contemporánea”, y el cuarto a la historia argentina. El orden podía varia según los cambios

en los planes de estudio, siempre de moda entre los pedagogos argentinos, con lo cual la

historia argentina pasaba a primer año, y todo se desplazaba hacia arriba.

Pues bien, cuando uno leía acerca del Imperio Chino antiguo, no solía avanzar en su

historia más que hasta unos siglos antes del nacimiento de Cristo, puesto que el criterio de

historia “antigua” al uso escolar establecía un “corte” transversal que se movía entre los

siglos. Había luego alguna rápida mención, gracias a la cual el estudiante se enteraba de que

la sociedad china no había desaparecido, puesto que Marco Polo había realizado allí algunos

viajes, y aportando elementos de dicha cultura, como los fuegos artificiales (aplicación

recreativa de la pólvora) y las pastas. Luego, un largo silencio, durante el cual nada se conocía

sobre el desarrollo de tan importante sociedad. Por ejemplo, qué tipo de estructura política se

sostenía, qué modo de producción imperaba, qué cambios societales se hubieren producido,

en qué conflictos bélicos se habían visto envueltos, o el papel de la religión en la articulación

51
social, problemas todos sobre los que se abundaba largamente en el análisis de la historia de

Europa.

No, por el contrario, los chinos reaparecían en la menta de los estudiantes argentinos

sólo traídos de la mano de Mao Tsé Tung, de la revolución de 1949, y de la revolución

cultural, elementos ellos que, esta vez sí, los pedagogos argentinos de la historia consideraban

de utilidad para comprender la historia del siglo XX. Si bien el caso de la China es el más

elocuente, no es, por cierto, el único. Algo similar ocurría con la nebulosa en la que se

encontraba el estudiante para explicar cómo del antiguo Imperio Persa se llegó a establecer el

régimen de los Ayatolah, en un pasaje que involucra varios milenios. O, más difícil aún,

resulta ligar analíticamente el hecho de que un tal Napoleón se hiciera coronar Emperador de

Francia, con el hecho de que algunos políticos locales decidieran, en 1810, declararse

autónomos de la–entonces ausente- Corona española. Claro que lo primero formaba parte de

la historia moderna (que se dictaba en tercer o cuarto años), y lo segundo de la historia

argentina, confinada a otra organización burocrático-curricular.

Así, con el objeto de evitarle al lector la presentación del surgimiento de todo un

nuevo campo de investigaciones como un acontecimiento aislado, resulta imprescindible

realizar dos operaciones antes de pasar a describir la constitución de esos primeros

laboratorios. En primer lugar, la constitución y características de la tradición biomédica en el

país, como la forma dominante que definió las prácticas científicas experimentales. En

segundo lugar, los primeros desarrollos del campo disciplinario en cuestión en la escena

internacional.

En efecto, el primer laboratorio de biología molecular en la Argentina se creó a finales

de la década del cincuenta en el marco del proceso de modernización del Instituto de

Bacteriología del Departamento Nacional de Higiene. Dicho proceso de modernización tuvo

lugar, dentro de un proceso más amplio de renovación institucional que, en aquellos años,

implicó la formación y renovación del “complejo institucional de ciencia y tecnología” en el

52
país. Este proceso se asocia, también, con la consagración de la centralidad de la tradición

biomédica, cuando Bernardo Houssay impulsó la creación y asumió la presidencia del

entonces recientemente creado Consejo Nacional de Investigaciones Científico Técnicas

(CONICET).

A diferencia de lo que ocurrió en otros países, en donde la biología molecular surgió

del cruce de múltiples campos disciplinarios, su emergencia en la Argentina se debe en mayor

medida a la existencia de una tradición muy fuerte en el campo de la investigación biomédica

y bioquímica, que fue la base sobre la cual fue posible producir una innovación temática y

conceptual. Es interesante notar, como veremos más adelante, que esta tradición fue la base

sobre la cual se asentó el nuevo campo disciplinario, pero que operó, al mismo tiempo, como

un freno para su desarrollo. Dicha tradición se encarna en la figura de Bernardo Houssay,

premio Nobel de medicina en 1947, junto con otros investigadores “pioneros”, como Rudolf

Kraus, Alfredo Sordelli, Eduardo Braun Menéndez, y continuó con los discípulos de Houssay,

como Federico Leloir, premio Nobel de química en 1970. Justamente, es en el seno del

Instituto dirigido por Leloir, por entonces “Fundación Campomar” y luego rebautizado, en el

año 2001, como “Instituto Leloir”, en donde se producirá, a mediados de la década del

setenta, la consolidación e institucionalización de la investigación en biología y la genética

molecular como un campo disciplinario en el país.

Por otra parte, el primer laboratorio de biología molecular del país presenta, como hito

singular, que su creación se produjo luego de escasos cinco años de la publicación de la

estructura del ADN bajo la forma de una doble hélice por parte de Watson y Crick, aporte que

fue considerado como un punto de inflexión fundamental para el desarrollo de la biología

molecular como disciplina en el mundo. Sin embargo, hacia finales de la década del cincuenta

la expresión “biólogo molecular” no significaba aún la pertenencia a un campo determinado,

sino más bien una innovación que pretendía designar un híbrido nuevo que todavía no podía

53
ser identificado con claridad por parte de los actores implicados. En este sentido son

elocuentes las siguientes palabras de Crick:

Yo estaba obligado a presentarme como biólogo molecular porque, cuando me


preguntaban qué hacía, yo estaba cansado de explicar que era, al mismo tiempo,
cristalógrafo, biofísico, bioquímico y genetista, una explicación difícil de
entender para mis interlocutores. (Crick, 1965)

Lo mismo se expresa en el siguiente pasaje de André Lwoff (en un texto publicado en 1966,

tiempo después de que el autor recibiera el premio Nobel):

Yo había trabajado sobre lysogenia sin ninguna motivación ulterior. Pero, como el
profago es una molécula –de ácido nucleico- y como yo estaba estudiando su
biología, me convertí luego en un biólogo molecular. Una posición temible,
aunque alrededor de 1950 los futuros biólogos moleculares no se pensaban a sí
mismos de ese modo. La virtud inconmensurable de esa etiqueta mágica se
descubrió mucho más tarde. Tal vez debería agregar que yo soy incapaz de decidir
hasta qué punto me siento molecular, si es que soy molecular en algún sentido
(Lwoff, 1966, Pág. 91).

La cita es importante puesto Lwoff era director del grupo de investigación que, localizado en

el Instituto Pasteur de París, habrá de desempeñar, como veremos, un papel fundamental en el

desarrollo del campo por sus investigaciones sobre el ARN mensajero. Estos dos discursos,

representativos de dos de las tradiciones importantes que estuvieron en el origen de la

biología molecular, muestra bien el significado de las transformaciones institucionales

asociadas con las investigaciones en biología molecular en la Argentina, en particular su

carácter relativamente “temprano”.

En las páginas que sigue abordamos los dos elementos de contexto más relevantes

para comprender la emergencia de la biología molecular en la Argentina, para situar histórica,

cognitiva e institucionalmente el sentido de dicho desarrollo: la emergencia, conformación y

dinámica del campo en el plano internacional, y la conformación de una tradición de

investigación en la Argentina. Adicionalmente, haremos referencia a un conjunto de procesos

de modernización que se produjeron en el país hacia fines de los años cincuenta. Además del

54
objetivo expositivo de situar contextualmente al lector, esta decisión se sustenta en otras

razones de orden metodológico, que analizaremos a continuación.

La primera de ellas es que la ciencia moderna se fue articulando, históricamente, a

partir de una vocación y práctica internacionales, en donde el flujo de conocimientos, de

vinculaciones, la circulación de las propias personas, se fueron sosteniendo sobre un escenario

que desbordó, de hecho, las fronteras nacionales. Naturalmente, queda por discutir -y ha sido

de hecho muy discutido- el problema de si el “nivel internacional” resulta de una necesidad

intrínseca a la investigación científica como actividad singular, sin cuyo componente esta no

podría haberse desarrollado, o si la extensión por fuera de las fronteras responde a

condiciones y determinaciones de orden histórico-social, como la hegemonía de una ideología

iluminista, fuertemente asociada al desarrollo científico moderno.

Cuando Merton postuló, a comienzos de los años cuarenta, la existencia de un ethos

científico –fuertemente idealizado- que incluye, como primer postulado al universalismo, ello

podría ser leído tanto como un “imperativo ético universal de la ciencia” como, desde una

perspectiva más historicista, una consideración de las condiciones específicas y particulares

de producción en la conformación de los campos disciplinarios. Naturalmente, no podemos

aquí más que enunciar sólo parcialmente tan denso problema.1

La segunda razón se refiere a la tensión que existe entre las dimensiones

internacionales y las condiciones locales en las cuales el conocimiento científico resulta

efectivamente elaborado. A diferencia de los enfoques “clásicos” (más bien ligados a una

interpretación “internacionalista” acrítica), las corrientes de la nueva sociología del

conocimiento científico, han propuesto un análisis centrado en el principio de causalidad

social del conocimiento. Dicha causalidad remite, necesariamente, a las condiciones sociales

1
Por lo demás, el propio Merton parece oscilar sobre este punto. Para un análisis de la tensión sobre el
positivismo y el antipositivismo mertoniano, vale la pena leer el artículo de King (1970). Para una discusión
acerca de los alcances de la ciencia como empresa internacional, la bibliografía es extensa. El lector interesado
puede consultar, por ejemplo, Bernal (1954), Merton (1968 y 1973), Laudan (1977 y 1990), Hacking (1981), o el
volumen colectivo editado por Crawford, Shinn y Sörlin (1992), por citar sólo algunos textos.

55
particulares de un contexto, de una trama de relaciones de actores, que se articula en un

contexto socio-político acotado.2

La tercera razón por la cual resulta fundamental analizar el desarrollo internacional del

campo disciplinario se refiere a la asimétrica relación entre los diferentes contextos locales en

los cuales se desarrollan las prácticas científicas. En efecto, tanto si se acepta como válida la

consideración de una suerte de “República de la ciencia” que atraviesa y perfora todas las

fronteras nacionales, como si se focaliza la argumentación sobre los determinantes locales,

ello no implica que todos los contextos puedan ser considerados como equivalentes respecto

de su inserción en una “comunidad científica internacional” ideal. Por el contrario, se hace

evidente la existencia de espacios socio-institucionales y cognitivos que ocupan y han

ocupado el centro de la escena en cuanto al desarrollo de nuevos conocimientos, frente a otros

contextos cuyo “aporte” a la empresa científica parece más bien marginal. Por cierto, aceptar

la existencia de centros y periferias en el contexto del desarrollo de determinado campo

disciplinario no resuelve, de inmediato, el nudo conceptual acerca del análisis de la ciencia en

contextos periféricos sino que, por el contrario, diversas perspectivas pueden formularse

frente a este tópico. En honor a la brevedad y haciendo uso de una extrema simplificación

(casi al borde de la caricatura), digamos que podríamos colocar, de un lado, los análisis que

suponen la existencia de un centro que irradia el conocimiento como si se tratara de los rayos

solares, hacia las diferentes periferias. Así, merece ser estudiado el proceso mismo de difusión

de ese conocimiento, tanto como sus mecanismos de irradiación, dejando en un segundo

plano las características propias del contexto local de “recepción”, así como la dinámica de

los actores locales. Un modelo de análisis opuesto al precedente, implicaría tomar, como

2
Para el desarrollo del principio de causalidad, véase Bloor (1973) y sobre todo (1976). Respecto de la
consideración de la relación “universalismo-contexto”, puede resultar paradójico que la “promesa” de la nueva
sociología de la ciencia, en el sentido de establecer las conexiones entre los aspectos “internos” y las
dimensiones contextuales, se fue diluyendo con el correr de los últimos años, dando lugar a una concentración
cada vez mayor de estudios que no sería aventurado calificar como “internalistas”, emprendidos con las
herramientas provistas por el enfoque constructivista.

56
punto de partida, la estructura institucional, las características culturales y la trama de

relaciones que existen en el contexto periférico, para analizar luego la “recepción” de

conocimientos producidos en espacios del “centro”. Una tercera interpretación supondría un

eje de análisis del desarrollo de los procesos de investigación científica en contextos

periféricos que no se sitúa en la consideración de dimensiones estáticas, sino en el plano de

las relaciones que los actores sociales insertos en uno u otro contexto van desplegando en el

transcurso del tiempo, y a través de los cuales se van articulando a sí mismos (tanto en el

centro como en la periferia), y re-significando a los otros actores.

Si tenemos en cuenta todo lo anterior, la vocación universal de la ciencia, las tensiones

presentes entre los procesos concretos en los que se elabora el conocimiento, los elementos

locales y los determinantes internacionales, y la comprobación de la existencia de centros y

periferias, podemos entonces concluir sin dudas en la afirmación con la cual comenzamos este

capítulo: no parece plausible que nos concentremos en las alternativas propias del desarrollo

de la biología molecular en la Argentina si no tenemos en la cabeza, al mismo tiempo, el

mapa del desarrollo de este campo en algunos espacios particulares en donde éste se

desenvolvió en la escena internacional así como los determinantes locales asociados a la

emergencia de una tradición científica y la institucionalización de la actividad científica.

La biología molecular, como un campo disciplinario de relativa autonomía tiene ya, en

la escena internacional, más de cincuenta años, si bien su comienzo exacto depende de la

fuente que se considere. Correlativamente, tanto los historiadores de la ciencia como los

propios protagonistas de las investigaciones escribieron, en particular durante los últimos

veinte años, una cantidad considerable de análisis, relatos y reflexiones acerca del surgimiento

y desarrollo de este campo. Por lo tanto, la síntesis que sigue no tiene la pretensión de

presentar una interpretación propia y novedosa sobre la conformación del campo, sino que

nos limitamos, por el contrario, a organizar sistemáticamente el conjunto de investigaciones,

reconstrucciones e interpretaciones corrientes.

57
La emergencia de la biología molecular en el escenario internacional

El origen del término bióloga molecular es atribuido a Warren Weaver, especialista en

matemática aplicada y director de la División de Ciencias Naturales de la Fundación

Rockefeller (RF), entre 1932 y 1957, quien señaló en 1938:

Entre las investigaciones a las que la Fundación está prestando apoyo se


encuentra una serie de ellas pertenecientes a un campo relativamente nuevo, que
puede denominarse biología molecular, en las que se están utilizando delicadas
técnicas modernas para estudiar detalles cada vez más diminutos de
determinados procesos vitales. (Kohler, 1976, pág. 280)

A partir de 1947 el Medical Research Council del Reino Unido empieza a financiar

investigaciones que –a posteriori- serán catalogadas como inscriptas en la biología molecular,

y en 1951 el National Research Council de los Estados Unidos formuló un programa de

biología molecular. La Fundación Rockefeller tuvo un papel significativo en la emergencia e

institucionalización de la biología molecular, sobre todo por la acción de Weaver como

director de la Sección de Ciencias Naturales. Cuando Weaver asumió dicha función en 1932,

impulsó una reformulación de las políticas de financiación hacia un nuevo campo emergente

de investigaciones, la biología experimental, con el afán de que las ciencias biológicas

incorporaran los avances técnicos y teóricos de la física y la química. Esto significó financiar

un campo de investigaciones emergentes en lugar de líderes científicos, que entre otras cosas,

permitió una amplia movilidad de investigadores (Olby, 1974, Kohler, 1976).

La historiadora de la biología molecular Pnina Abir-Am (1997), le atribuye a la

movilidad de científicos uno de los factores claves para explicar la emergencia de una nueva

disciplina que surge de un complejo entrecruzamiento de investigaciones diversas. Para ella,

el factor “movilidad” es lo que permite explicar la aparición de la biología molecular como

una nueva red socio-cognitiva de conexiones dentro de las principales divisiones de las

disciplinas biológicas, de la física o de la química, y que por tanto, permite explicar el carácter

58
multidisciplinar de la biología molecular, que a diferencia de otros campos disciplinarios no

se identifica en sus orígenes con una disciplina “madre”.

Si bien William Astbury, cristalógrafo inglés que emprendió los primeros trabajos

sobre la estructura del ADN, se refirió también en dichos términos a esta disciplina

emergente, su empleo no logró extenderse sino hasta finales de la década del cincuenta con la

aparición del Journal of Molecular Biology. Con la aparición de dicha revista comienza a

cristalizarse un proceso en el cual la biología molecular se empieza a definir como un campo

de análisis nuevo. Más allá de que dicha red socio-cognitiva comienza a conformarse desde

principios de la década del treinta, será a mediados de la década del sesenta que la biología

molecular obtendrá un status cognitivo autónomo, condición fundamental para su completa

institucionalización.

En 1930, un grupo de investigadores creó “Reunión Bioteórica” (Biotheoretical

Gathering), como un grupo informal que se reunía en Cambridge, y que incluía a varios

miembros del Departamento de Bioquímica (Joseph y Dorothy Needham, Conrad

Waddington), así como otros científicos de Cambridge (cristalógrafos como J.D. Bernal y

Dorothy Crowford Hodgkins) y filósofos (J.H. Woodger y Karl Popper). Este grupo

contribuyó a generar un movimiento teórico en las ciencias biológicas que luego se trasmitió a

Warren Weaver a través de Frederick Hopkins, y que éste utilizó para justificar el apoyo a una

disciplina concreta. (Abir Am, 1997, págs. 115-119). Así, en 1933 la Fundación Rockefeller

aprobó el primer programa de apoyo destinado a promover el intercambio tecnológico de las

ciencias físicas a las biológicas. Este primer programa se comenzó a ejecutar en 1934 entre

miembros de la Reunión Bioteórica y se definió a la estructura de proteínas como el primer

tema coherente interdisciplinario alrededor del cual surge el nuevo campo de la biología

molecular. En este sentido, el desplazamiento hacia un nivel molecular más básico de la

organización biológica, macromolecular o subcelular resultó más significativo que el cambio

de las técnicos empleadas, avanzando en el estudio de las estructuras de proteínas como el

59
suceso clave en dicho desplazamiento. Entre 1934 y 1959, la FR movilizó 90 millones de

dólares en apoyo a programas de investigación en ciencias biológicas y, entre quienes

recibieron dichos recursos, se encuentran, por ejemplo, W. Astbury, Delbrück, Caspersson,

Hammarsten, Pauling, Svedberg.

Otros temas de importancia en la consolidación de la biología molecular que emergen

a finales de la década del treinta fueron el de la mecánica de los cromosomas y la estructura

de los genes. Al igual que la estructura de proteínas, estos temas movilizaron a una importante

cantidad de investigadores de diferentes países, especialmente de Estados Unidos, Inglaterra,

Francia, Suecia, etc., lo que estuvo en la base de una amplia red de colaboración trasnacional

que generó, al mismo tiempo, una continua permeabilidad de barreras disciplinarias e

institucionales.

Max Delbrück fue uno de los primeros en impulsar los estudios sobre bacteriofagos

desde mediados de la década del treinta en Estados Unidos, y que dieron origen a principios

de la década del cuarenta (1941) al emblemático Grupo de Fago (Phage Group), gracias al

encuentro de tres investigadores: Delbrück (en Cold Spring Harbor), Salvador Luria (en

Indiana University) y Alfred Hershey en 1943 (en Washington University in St. Louis).3 Al

igual que la Unión Bioteórica en Inglaterra, Delbrück promovió una renovación teórica de las

ciencias biológicas. Era un físico teórico alemán que, a comienzos de los años treinta, y luego

de estar en contacto con Niels Bohr en Copenhague, creó un grupo informal de discusión en

donde juntó a físicos y biólogos, para discutir acerca de las vías para comprender “el

fenómeno de la vida”, intentando indagar qué podía aportar el nivel molecular. El principio

del cual partían las discusiones tenía su origen en la física nuclear: como los físicos no

disponían de métodos directos para estudiar el núcleo del átomo, el único medio de abordaje

3
La historia del Grupo Fago fue el objeto de un análisis sociológico por parte de Nicholas Mullins, que fue muy
original para la época. Mullins trabaja, desde una perspectiva kuhniana, la emergencia de la biología molecular
como una “nueva especialidad”, estableciendo 4 fases: la paradigmática, la de red, la de cluster y la de
especialidad. Para ello se basa, particularmente, en los trabajos de Stent lo cual le da un sesgo a toda su
interpretación, ya que le otorga poca relevancia a las otras corrientes. Mullins (1972)

60
posible era el de “bombardear” ese núcleo con partículas de tamaño y energía diferentes. La

eficacia del bombardeo variaba; y de esas variaciones era posible deducir ciertas propiedades

del blanco, es decir, del núcleo. Así, Delbrück utilizó la misma idea para estudiar el gen,

basado en que ya se sabía que era posible introducir variaciones genéticas por acción de los

rayos X.

En un artículo que él mismo escribiera para el libro en homenaje a su cumpleaños,

titulado “Un físico mira hacia la biología”, explicó el giro teórico que significó para él mismo

adentrase en los terrenos de las ciencias biológicas:

El organismo con el cual [el biólogo] trabaja no es una expresión particular de un


organismo ideal, sino un hilo en la red infinita de todas las formas vivientes, todas
relacionadas e interdependientes. El físico ha sido inmerso en una atmósfera
diferente. Los materiales y los fenómenos con los que trabaja son los mismos aquí
y ahora como lo fueron todo el tiempo, y como lo son en las estrellas más
distantes. Trabaja con cantidades adecuadamente medidas y sus interrelaciones
causales en términos de sofisticados esquemas conceptuales (Delbrück, en Stent,
1966, pág. 13)

En estos términos, Delbrück afirmó que si la esencia de la vida es la acumulación de

experiencias a través de generaciones, se podría suponer que el problema clave de la biología,

desde el punto de vista físico, es cómo hace la materia viva para registrar y perpetuar sus

experiencias. Puso en marcha una línea de trabajo para intentar observar cómo se reproduce

una bacteria simple y entender el proceso por el cual se transmiten la herencia y las nuevas

combinaciones, llegando a afirmar que el nivel más elemental para responder fructíferamente

a los fenómenos relativos a la materia viviente es el nivel celular. Este planteo implicó una

modificación sustantiva en el nivel de análisis que, en palabras de Delbrück, significaba

“investigar los secretos de la vida a través del estudio del sistema biológico más simple

posible”. Así, el bacteriofago se presentaba como el sistema ideal para estudiar los

mecanismos biológicos autorreplicativos y los principios básicos de la herencia (Morange,

1994, pág. 59).

61
Los otros campos que conformaron el espacio de la biología molecular fueron la

genética y la bioquímica, en particular las investigaciones orientadas a investigar los ácidos

nucleicos, la naturaleza del material hereditario y la naturaleza de la transformación

bacteriana. Así por ejemplo, George Beadle, genetista formando en la escuela “clásica”

adquirió gran relevancia junto con Edward Tatum al seleccionar reacciones bioquímicas ya

conocidas para investigar su determinación genética. Generando una recuperación de los

antiguos trabajos de Garrod, llegó a formular la teoría, luego central para el campo de la

correspondencia entre “un gen → una enzima” en 1945.4

A partir de la década del treinta, se desarrolló un proceso que va produciendo una serie

de diferentes confluencias disciplinarias que generaron la aceptación de un nuevo nivel de

análisis: el nivel molecular, como el locus sobre el cual dirigir la mirada para desarrollar una

comprensión acerca de la reproducción de los organismos vivientes.

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial el proceso de intercambio y

colaboración se vio frenado por obvias razones. Pero, una vez finalizada la guerra hubo un

fuerte incremento en el número de reuniones internacionales mientras que las nuevas

iniciativas de política científica dieron un gran impulso a las ayudas de viaje y becas de

intercambio de larga duración. Todo ello fue aumentando significativamente el tránsito de

científicos y haciendo más densas las redes de colaboración internacional. Ello generó el

contexto social trasnacional que fue muy importante para el marco de los descubrimientos

cruciales en la consolidación de la biología molecular: la estructura de la doble hélice y el

ARN mensajero. En este sentido, hubo algunas reuniones clave: el “Simposio sobre

Microorganismos” realizado en Cold Spring Harbor en los Estados Unidos, en 1946, donde, a

pesar de que sólo hubo 13 extranjeros dentro de los 118 participantes locales, se fijaron las

4
Beadle decía, en el mismo libro colectivo, que “Me parecía que Garrod, como Mendel, había ido tan lejos para
su tiempo, que los bioquímicos y genetistas no estaban listos para comprender seriamente su concepto sobre la
reacción gen-enzima. Como los trabajos de Mendel, los de Garrod debieron ser re-descubiertos
independientemente en una época más favorable para el desarrollo de las ciencias biológicas”. Beadle, en Cairns,
Stent y Watson (1966) pág. 32.

62
bases de futuros contactos entre los microbiólogos bioquímicos franceses (en especial André

Lwoff y Jaques Monod) y los estadounidenses. Luego, el Congreso Internacional de

Microbiología en Copenhague en 1947 y el primer Congreso Internacional de Bioquímica,

realizado en Cambridge en 1949 donde Erwin Chargaff (químico austriaco que pasó por la

Universidad de Berlín, el Instituto Pasteur de París y luego se radicó en la Universidad de

Columbia en Nueva York) presentó sus resultados sobre la proporción de las bases del ADN.

(Abir-Am, 1997, pág. 125)

Podemos señalar una verdadera “marca” del reconocimiento del nuevo campo en la

publicación de un libro colectivo editado en 1966 por los representantes más representativos

de la época: Phage and the Origins of Molecular Biology (“El fago y los orígenes de la

biología molecular”). Allí, los propios practicantes reconocen explícitamente la existencia de

un campo de conocimiento nuevo, al tiempo que intentan reconstruir su génesis, conformar

una memoria colectiva y construir una identidad común.5

Sin embargo, la representación no fue completa, y generó algunos debates: si se

observa la lista de participantes en el libro, se destaca la ausencia de representantes de la

escuela inglesa abocada al estudio de las estructuras moleculares.6 Dicha escuela fue iniciada

por William Astbury y John Bernal, discípulos de William Bragg, fundador de la

cristalografía, quienes se dedicaron al estudio de las estructuras tridimensionales de las

proteínas a partir de la década del treinta, y continuada durante los años cuarenta y cincuenta

por Max Perutz y John Kendrew en Cambridge, y por Rosalind Franklin y Maurice Willkins

en Londres.

5
Sobre las diferencias y similitudes en las formas de conmemorar el surgimiento de la biología molecular en
Estados Unidos, Francia e Inglaterra ver Pnina Abir-Am (1999) “The First American and French
Commemorations in Molecular Biology: From Collective Memory to Comparative History. Osiris 14, Pág. 327.
6
El libro editado por John Cairns, Gunther Stent y James Watson como motivo del cumpleaños número sesenta
de Max Delbrück. Además de los editores escribieron, entre otros, el propio Delbrück, George Beadle, K.
Zimmer, Thomas Anderson; A. Doermann, André Lwoff, A. Hershey, Salvador Luria, Elie Wollman; Matthew
Meselson, George Streisinger.

63
La exclusión de esta corriente del libro motivó una respuesta de Kendrew en Scientific

American donde se queja por el hecho de que en el libro se sostiene que la biología molecular

tiene sus “únicos” orígenes en el Phage Group (el grupo Fago) y se desconoce la labor de la

escuela de radiocristalografía de proteínas fundada por Bernal en Inglaterra (Kendrew, 1967,

págs. 141-143). Por el contrario, para los biólogos moleculares británicos el origen de la

disciplina se remontaba a 1934 cuando Bernal descubrió que las proteínas producían

radiografías totalmente descifrables (la primera de ellas fue la pepsina, una proteína cristalina,

globular y biológicamente activa como enzima digestiva).

Gunther Stent, uno de los editores del mencionado libro, fue quien le respondió a

Kendrew. Stent es un físico alemán emigrado a los Estados Unidos durante el régimen Nazi, e

hizo su postdoc en el laboratorio de Delbrück donde se desarrolló el bacteriofago. Stent le

respondió a Kendrew en un texto (¡sorprendente!) que “Sin querer minimizar en nada la

magnitud de los logros extraordinarios de la biología molecular estructural, debo señalar que

desde mi punto de vista su influencia sobre la biología general no fue revolucionaria…”

(Stent, 1968, 390-395)

Las diferencias entre Stent y Kendrew respecto del origen de la biología molecular

responden, sin dudas, a las diferencias en los componentes disciplinario, institucional y

genealógico, en el sentido de asignar a diferentes figuras un papel revolucionario como forma

de otorgar legitimidad al papel cumplido por un líder en uno y otro caso. Esto explicaría las

diferentes retóricas e imágenes utilizadas por cada uno.

Sea como fuera, Stent logró establecer de un modo canónico –aceptado por la mayor

parte de los practicantes- las fases y los afluentes que desembocaron en la consolidación de la

biología molecular. 7 Así, interpretó el proceso que iniciado a principios de la década del

treinta y que se extendió hasta 1952, como la fase “romántica” de la biología molecular. Ese

7
Tomemos en cuenta que las fases que Stent establece no son una operación “neutra” por su parte, en la medida
en que él mismo las aplica a la historia de lo que se denomina la escuela informacional, o sea el Phage Group del
cual él mismo formó parte).

64
período romántico concluye con el descubrimiento, por parte de Alfred Hershey y Martha

Chase, de que el ADN del fago es el genoma viral, lo que les permitió exponer un supuesto

clave: que el ADN es el principal material hereditario. Luego sobrevino lo que denomina

como fase “dogmática”, dominada por los trabajos de James Watson y Francis Crick y el

enunciado del denominado “Dogma central de la biología molecular”. Se extiende desde la

elucidación de la estructura del ADN en 1953 hasta aproximadamente 1963, cuando los

especialistas ya no son decenas, sino varios cientos. La fase se completa con la importante

extensión del dogma realizada por Jacques Monod y François Jacob con la idea del ARN

mensajero y del operón. La tercera fase la denomina “académica”, cuando muchos detalles del

código genético ya se conocían, ya se había establecido la colinealidad de la secuencia de

nucléotidos en el ADN y la secuencia de aminoácidos. Muchos problemas importantes

quedaban por resolver, como comprender el proceso responsable de la morfogénesis ordenada

de un huevo fertilizado en organismos multicelulares complejos y altamente diferenciados.

Pero, por entonces, algunos mecanismos molceulares razonables podían ser “imaginados”

(Stent, 1968, pág. 394-5).

En este contexto, hacia finales de la década del cincuenta se identifican tres campos de

estudio relativamente separados. Tomando la organización de enfoques propuesta por Stent:

1. Estructural: relacionada con la arquitectura de las moléculas biológicas. Este tipo de

enfoque, se concentraba en tres grupos, el primero en torno a la figura de Linus

Pauling en CalTech, y el segundo, en torno de la figura del discípulo de Bernal, Max

Perutz, en el Cavendish laboratory en Cambridge. Finalmente, el tercero, conformado

por Rosalind Franklin (también discípula de Bernal) y Maurice Willkins en el King

College de Londres. También en Cambridge, y cercano a la escuela de

radiocristalografía, se encontraba Sanger en el laboratorio de Bioquímica. Sanger

estableció la primera secuencia completa de aminoácidos de una proteína, en la década

65
del sesenta remplazo a Perutz en la dirección del laboratorio de Biología Molecular

del MRC en Cambridge.

2. Bioquímica: relacionada con el cómo las moléculas biológicas interactúan en el

metabolismo celular y en la herencia. Este enfoque fue desarrollado por esos años,

preponderantemente, por el grupo francés compuesto por Lwoff, Jacob, Monod y

Wollman del Instituto Pasteur de París.

3. Informacional: relacionada con la forma en que la información se transfiere de una

generación de organismos a otra y en como esa información se traduce en moléculas

biológicas. Este enfoque fue desarrollado por el Phage Group con las figuras de

Delbrück, Luria y Hershey a la cabeza.

ESTRUCTURAL (FÍSICA/
CRISTALOGRAFÍA) BIOQUÍMICA

INFORMACIONAL
(GENÉTICA)

BIOLOGÍA MOLECULAR

Con algunas diferencias respecto de la perspectiva aportada por Stent, William Astbury

formuló una definición importante sobre qué entendía entonces por biología molecular, en

donde se ve claramente la impronta de la corriente “estructural” a la que él pertenecía:

66
.... no es tanto una técnica como un abordaje, un abordaje desde el punto de
vista de las llamadas ciencias básicas, con la idea movilizadora de buscar más
allá de las manifestaciones de gran escala de la biología clásica para ir hacia el
plano molecular que corresponde. Se trata, en particular, de estudiar las
formas de las moléculas biológicas y… es predominantemente tridimensional
y estructural –lo que no quiere decir, sin embargo, que se trata solo de un
refinamiento de la morfología- debe indagar al mismo tiempo en la génesis y la
función. W.T. Astbury [Nature 190, 1124 (1961)]

En este mismo período se produjeron otros descubrimientos de importancia para la

consolidación de la disciplina. Y se podría afirmar que casi todos ellos trabajaban bajo

esquemas conceptuales distintos a los del Phage Group. Estos descubrimientos fueron

corriendo el centro de atención de las proteínas a los ácidos nucleicos y el ADN, y produjeron

importantes innovaciones técnicas para el estudio experimental de la biología. Entre ellos se

puede mencionar el desarrollo realizado por la escuela inglesa de radiocristalografía que

estableció las estructuras moleculares de la hemoglobina (Perutz) y la mioglobina (Kendrew).

Asimismo, en el laboratorio de bioquímica de Cambridge, Frederik Sanger estableció la

secuencia completa de la insulina. Todos estos desarrollos merecieron el premio Nobel.

Por su lado, los representantes de la “Escuela francesa” produjeron, también, su propia

interpretación acerca del nacimiento y desarrollo de la biología molecular. En un libro que se

hizo en homenaje a Jacques Monod, organizado por su compañero André Lwoff y su

discípula Agnès Ullmann, esta última señala como un hito fundamental, por ejemplo, el

artículo de Monod publicado en Biochimica Biophysica Acta sobre la síntesis de novo de

proteínas, donde se ponía un “punto final al viejo mito dialéctico de Schoenheimer sobre el

estado dinámico de la sustancia viva”. La misma investigadora señala que, unos años más

tarde, en 1961, Monod

…entró en mi laboratorio, desgreñado, con la corbata desabrochada y el


aspecto cansado y preocupado. Se detuvo frente a mi mesada, sin decir nada.
Luego, al cabo de unos minutos, me declaró: ‘creo que descubrí el segundo
secreto de la vida’. […] Luego del segundo o tercer whisky comenzó a
explicarme su descubrimiento, que ya tenía un nombre: el modelo alostérico.
[…] Aunque no me creas, las proteínas alostéricas desempeñan un rol
fundamental en todas las regulaciones; pueden dar cuenta de todos los

67
fenómenos: acción hormonal, funcionamiento del represor, cinéticas
enzimáticas… (Ullmann, 1980, pág. 171)

Por su lado, Gaudillière, quien en diversos trabajos intenta poner de relieve el aporte de los

investigadores franceses en la conformación de la biología molecular, es decir, la existencia

de una “tradición francesa” en este campo, señala dos razones por las cuales esta corriente no

fue justamente reconocida.8 Por un lado, los estudios sobre la herencia, dentro de la química

de los procesos de la vida o en las respuestas humanas existieron realmente pero, en muchas

ocasiones, los biólogos franceses apoyaron programas de investigación que contrastaron con

las perspectivas de científicos ingleses o americanos. En segundo lugar, los historiadores le

dieron mayor atención a los orígenes “genéticos” de la biología molecular. (Gaudillière, 1993,

pág. 476)

Por su parte, Michel Morange, biólogo del Instituto Pasteur parece indignado cuando

admite que “se siente golpeado por el desajuste entre la reputación adquirida por este grupo y

la relativa modestia de los resultados obtenidos (Morange, 1994, pág. 62).

Como podemos observar a lo largo de las sucesivas reconstrucciones de los párrafos

anteriores, cada una de las tres corrientes principales que contribuyeron al desarrollo de la

biología molecular fue produciendo sus propias interpretaciones y resignificaciones. Así, si

bien los investigadores pertenecientes a la corriente informacional, nucleados en torno del

Grupo Fago (Delbrück, Stent y otros) tuvieron, en un primer momento, una mayor eficacia en

mostrarse como el eje de la conformación del nuevo campo disciplinario, esta perspectiva fue

sucesivamente desafiada por los científicos estructurales como Perutz o Bernal, o por los

franceses, como Monod y Jacob, que reivindicaron, por su lado, los aportes a la conformación

de tan compleja y rica historia.

8
Sobre la tradición francesa de Biología Molecular se puede ver, entre otros, Gaudillière (1993 y 1996), Monod
(1988) y Abir-Am (1995).

68
En lo que respecta a los espacios institucionales, la biología molecular se desarrolló, en

principio, en tres países: Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Si seguimos a Garland Allen

(1983, págs. 389-90), esto se debió a diversas razones:

a) Los otros países –dejando de lado los tres mencionados- no salieron arruinados de la

guerra, como Alemania, Italia Japón, la URSS. Este último, además del ajuste

económico, “se hallaba presa del movimiento de Lisenko, que metió a la genética rusa

en un callejón sin salida durante largas décadas”;

b) La biología molecular es una empresa mucho más costosa que lo que fue la mayoría

de los campos más antiguos de la biología y, por ello, sólo podía ser emprendida en

gran escala por países ricos;

c) Estados Unidos, Inglaterra y Francia recibieron una significativa cantidad científicos

emigrados de Europa central, desde mediados y fines de la década del 30. Estos

émigrés se llevaron consigo un rico patrimonio de experiencia y conocimientos

científicos.

d) El hecho de que Estados Unidos y, en menor medida, Gran Bretaña, hayan sido

centros de la investigación básica en materia de genética durante cerca de medio siglo

antes dio un impulso extra a la continuación de las investigaciones sobre la herencia

en estos dos países.

La tradición biomédica en Argentina

Para encontrar las raíces de la tradición biomédica en la Argentina es necesario remontarse a

las primeras décadas del siglo XX, y tal vez nos podemos detener, como momento

simbólicamente importante cuando Bernardo Houssay asumió, en 1919, la dirección del

entonces recientemente creado Instituto de Fisiología en la Facultad de Ciencias Médicas de

69
la Universidad de Buenos Aires. 9 La creación de dicho instituto se encuadró dentro del

proceso de transformación de la Facultad de Medicina que incluyó, entre otras cosas: la

implantación efectiva de la docencia libre, la limitación de edad para dictar cursos, el estímulo

a la investigación y la reducción y modificación del plan de estudios. Todas estas

transformaciones buscaban redefinir el lugar de las “ciencias básicas” en la medicina. El

entonces Decano de la Facultad, Alfredo Lanari, expresó:

Un concepto anatómico excluyente ha primado en la enseñanza de esta Escuela en


detrimento de los estudios fisiológicos y, al disminuir el tiempo asignado a la
anatomía, modificando y perfeccionando la enseñanza de la fisiología con la
creación del Instituto de su nombre y la anexión de la física y la química
biológica, no hemos hecho sino restablecer el equilibrio de importancia que ellas
tienen como materias básicas de la medicina (citado por Buch, 2006)

Sin embargo, como todo proceso de renovación y modernización, no estaba exento de

conflictos, de miradas contrapuestas: la reacción del Circulo Médico Argentino al proceso de

transformación que se estaba gestando en la facultad expresaba un modo muy distinto de

comprender la ciencia y la clínica. Por ejemplo, Telémaco Susini (titular de la Cátedra de

Anatomía Patológica) se dirigió a los estudiantes de la siguiente forma:

Ustedes estudian para ejercer la medicina, el arte y no la ciencia. La Facultad en


que ustedes estudian se llama de Ciencias Médicas; pero debe prepararlos para
una profesión que tiene más de arte, y tendrá más éxito, no aquel que sea el más
científico, sino el que sea más artista, es decir más clínico (Susini, 1917)

Se desprende de las afirmaciones anteriores que, por una parte, la ciencia era asociada a

teoría, especulación, retórica e inutilidad; es decir, la ciencia estaba alejada de la realidad, de

la práctica del médico. Mientras que, por otra parte, la clínica se concebía como práctica,

empiria y utilidad. Así, con la creación del Instituto de Fisiología comienzan a hacerse

evidente algunos cambios en los “modos de hacer ciencia” en la Argentina, a partir de la

doble modificación de la forma de estructuración del contexto institucional y de la

conformación disciplinaria, lo que posibilitó años después la implantación de una tradición en

9
Sobre la designación de Houssay al frente de la Cátedra de Fisiología y el Instituto del mismo nombre, véase
Buch (2006).

70
investigación experimental en aquellas disciplinas ligadas al campo biomédico. Este “nuevo

modo de hacer ciencia”, en cuya superficie se encuentra la generalización del método

experimental, implicó una transformación en la orientación de las investigaciones del marco

terapéutico, farmacológico o anátomo-clínico hacia el estudio de los organismos regido por

una lógica cognitiva antes que por sus consecuencias terapéuticas.

El proceso de formación del Instituto de Fisiología implicó un conjunto de

transformaciones que pueden atribuirse al esfuerzo de formar una disciplina científica. La

fisiología se constituye a partir de dicho esfuerzo, en un espacio de prácticas de investigación

cuyos referentes son los investigadores y no más los médicos. Este proceso fue posible

gracias al desplazamiento y degradación simbólica de las prácticas existentes, es decir, del

grupo de personas que hasta ese entonces habían sido dominantes del panorama médico

argentino. Así, por ejemplo, se trastocan los criterios para definir la autoridad y validez

científica desde la experiencia y la antigüedad hacia las contribuciones personales al progreso

de la ciencia (originalidad).

Dicha tradición se fue consolidando a medida que fueron emergiendo nuevos

institutos de investigación siguiendo el modelo del Instituto de Fisiología. Ante todo el

IBYME (Instituto de Biología y Medicina Experimental), creado y dirigido por el propio

Houssay cuando, en 1943, debe irse de la Universidad de Buenos Aires, luego de un conflicto

con el nuevo gobierno. Entre estos institutos los de mayor relevancia fueron aquellos que

quedaron bajo la dirección de discípulos, colaboradores directos de Houssay, o investigadores

relacionados con él, como es el caso del Instituto de Investigaciones Médicas de Rosario

(creado en 1948 por el Dr. Juan T. Lewis,); el Instituto de Investigación Médica “Mercedes y

Martín Ferreira” de Córdoba, en 1947 (Dr. Oscar Orías); y el Instituto de Investigaciones

Bioquímicas “Fundación Campomar” dirigido por el Dr. Luis Federico Leloir, también en

71
1947. Este último estuvo estrechamente ligado al IBYME, y su creación fue vigorosamente

apoyada por Houssay en persona.10

Estos institutos fueron conformando una suerte de “red laxa” que le debía su impulso

al propio Houssay y que fue llevando, hacia diferentes espacios institucionales, la renovación

experimental en la investigación biomédica que habría de estar firmemente consolidada hacia

mediados del siglo. Con la creación de todos los institutos se observa cómo la consolidación

del campo biomédico –y de la fisiología experimental- estuvo ligada de forma preponderante

con la posibilidad, por parte de los actores de la época, de diferenciar la investigación básica

de la práctica clínica.

El reconocimiento internacional, tanto de Houssay como de sus discípulos, es el

elemento fundamental para comprender la consolidación progresiva de esta escuela en la

Argentina. De esta forma, la escuela de Houssay utilizaba su integración al campo científico

internacional como medio de consagración. Esto forma parte de lo que hemos denominado

como “modelo de internacionalización liberal”: el reconocimiento y prestigio en el plano local

estaban subordinados al reconocimiento internacional, en la medida que la medida en que los

verdaderos interlocutores se encontraban fuera del ámbito nacional. Así, cualquier capacidad

para definir la relevancia de las investigaciones o los criterios de validación de los

conocimientos producidos dependía de actores situados en otros espacios geográficos y

sociales, en un mainstream o colegio invisible internacional que, para Houssay y sus

contemporáneos, tenía nombres e instituciones específicos. En consecuencia, la estrategia de

establecimiento de la fisiología como disciplina se basó tanto en su desarrollo local,

extendiéndose en instituciones y prácticas “modernas”, como en el plano externo, en una

creciente internacionalización de las prácticas. En el plano local, la escuela de Houssay

estableció un incipiente campo de vinculación entre los investigadores de las ciencias

biomédicas al establecer vías institucionalizadas de agrupamiento, a través de la Sociedad


10
De hecho, en un primer tiempo, el IByME y Campomar compartían los fondos respectivos en sendas casas del
barrio de Palermo. Para un relato pintoresco de esa época, véase Cereijido (1990).

72
Argentina de Biología, creada en 1920. Por otro lado, la difusión de los trabajos en el exterior

se estimulaba a través de diferentes canales, como la publicación de los resúmenes de los

trabajos presentados en la Sociedad en Comptes Rendus de la Société de Biologie de París, lo

cual permitió diferenciar el ámbito científico del ámbito médico profesional.

Según Alfonso Buch, historiador especializado en este período, uno de los elementos

que posibilitó el emprendimiento de Houssay fue “su marcado nacionalismo, estrechamente

vinculado con el problema de la profesionalización de la actividad científica en las

universidades nacionales. Este nacionalismo traería como resultado la elaboración y ejecución

de un proyecto general para la medicina y la ciencia argentina, que supuso una estrategia

disciplinaria en el plano institucional con un alcance nacional (Buch, 2006).

Al dar forma a las prácticas experimentales, Houssay y sus discípulos definieron un

estilo de laboratorio particular. Uno de los rasgos fundamentales de la trayectoria de Houssay

fue la de seleccionar una especialidad que estaba escasamente estructurada a comienzos de

siglo, lo que le ofreció un espacio de oportunidades para realizar investigaciones relevantes

dentro del panorama de la fisiología y la medicina internacional, a partir de lo cual pudo

mantener (desde los años treinta) posiciones cognitivas originales y significativas con

respecto a sus colegas del exterior.

Adicionalmente al estado relativamente inmaduro de la disciplina entendida en

términos experimentales, las investigaciones desarrolladas por Houssay combinaron, por un

lado, temas considerados altamente estratégicos para la época y un estilo de laboratorio

basado en una hiperortodoxia metodológica: se abocó a la construcción de criterios

metodológicos muy “rigurosos” para los cánones de la endocrinología de la época, es decir,

una normalización sistemática de las evidencias experimentales (Buch, 2006). El énfasis

puesto en la reproducción o verificación, entendida como sistematización de los resultados, o

en el uso de técnicas de maximización del tiempo como los experimentos “en cadena”, fueron

elementos fundamentales del estilo de laboratorio de la escuela “houssayana”.

73
La hiperortodoxia metodológica estuvo acompañada de un pronunciado

conservadurismo metodológico y experimental que se manifestó en el plano conceptual. Pero,

por sobre todo, se trató de imprimir un estilo muy personal a todas las actividades de

investigación. La planificación de los experimentos en cadena como si se tratara de una línea

de montaje permitía hacer un uso intensivo del tiempo y, también, de los recursos. En este

sentido, otra característica saliente del estilo de laboratorio fundado por Houssay consistió en

el llamado “sistema de monitores”, es decir, jóvenes monitores de enseñanza muy bien

preparados que eran reclutados entre los estudiantes más aventajados. Estos trabajaban por

poco dinero o en forma voluntaria, organizando las demostraciones de los laboratorios,

supervisando los experimentos y ayudando a los miembros más antiguos del laboratorio.

(Foglia, 1981)

Los trabajos de Houssay tuvieron, además, un apoyo fundamental: dada la naturaleza

de sus investigaciones, necesitaba contar con una gran cantidad de animales y, por esos años,

la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires capturaba miles de animales por semana y le

donaba a Houssay los perros y las glándulas. La disponibilidad de material animal sin costo

alguno contribuyó al énfasis que Houssay pusiera, a lo largo de toda su carrera, en el trabajo

con pocos recursos y con un bajo nivel de equipamiento (Cueto, 1994). Este aspecto, como

veremos más adelante, habría de ser crucial para la evaluación que él y sus discípulos tenga

acerca de la emergencia de la biología molecular y de las nuevas técnicas que la misma trajo

consigo.

Sin embargo, dentro del proceso de profesionalización de la investigación que marcó

el estilo fundado por Houssay es importante mencionar el aporte de los fondos

internacionales, en particular de la Fundación Rockefeller. Hacia el fin de los años veinte,

Houssay comenzó una estrecha colaboración con dicha fundación, cuyo objetivo original fue

el de formar a sus discípulos en el exterior. El primero de ellos fue Juan Lewis, quien viajó a

Harvard en 1925 y quien crearía, unos años más tarde, el Instituto de Rosario ya mencionado.

74
A partir de los años cuarenta, el Instituto de Fisiología comenzó a recibir, además subsidios

directos de dicha Fundación, alcanzando a más de 110 mil dólares entre ese año y 1960

(Cueto, 1994). El apoyo de dicha fundación resultaría crucial para la creación del IByME,

cuando Houssay debe emigrar de la Universidad de Buenos Aires, a causa de sus diferencias

con el régimen instalado en 1943 y que desembocaría en el triunfo de Juan Perón en febrero

de 1946.

Sin embargo, una vez observadas las características generales de los orígenes de la

tradición de investigación fundada por Houssay, debemos llamar la atención acerca de las

importantes consecuencias que ello tuvo para el desarrollo futuro de la ciencia en la

Argentina. En particular, por la cantidad y calidad de los investigadores que se formaron en

esos años, tanto en el Instituto Bacteriológico, primer lugar de trabajo de Houssay, como en el

Instituto de Fisiología. De hecho, por el Instituto Bacteriológico pasaron investigadores como

el austríaco Rudolf Kraus, primer organizador del mismo, Alfredo Sordelli, que lo sucedió y

fue director por casi veinte años, así como uno de los fundadores de la bioquímica en el país,

y Ángel Roffo, que hizo aportes significativos en la investigación sobre el cáncer.

En cuanto al Instituto de Fisiología y al IBYME, allí se formó una porción importante

de los que luego serían los líderes de las investigaciones biomédicas durante las décadas

siguientes, como Eduardo Braun Menéndez, Virgilio Foglia, Venancio Deulofeu, Andrés

Stoppani, Alejandro Paladini, Alberto Taquini, Eduardo Charreau, Juan Lewis, Oscar Orías,

Enrique Hug y naturalmente, Luis Leloir, entre muchos otros que llevaron, de algún modo,

una “marca de fábrica” durante sus trayectorias científicas.

Mencionamos antes la creación de diversos institutos próximos a la tradición liderada

por Houssay, entre 1944 y 1949. Sin dudas, la institución más relevante, tanto para la historia

que nos ocupa como para el desarrollo de la ciencia en la Argentina, es el Instituto de

Investigaciones Bioquímicas “Fundación Campomar”, creado por Leloir en 1947. Con un

sostén financiero inicial del industrial Jaime Campomar, y el apoyo científico de Houssay, el

75
Instituto logró rápidamente hacerse conocido; la “historia oficial” dice que, gracias a los

trabajos de Leloir y Ranwell Caputto sobre la síntesis de galactosa, adquirieron un prestigio

que les permitió obtener subsidios de la Fundación Rockefeller y del Instituto Nacional de

Salud de los Estados Unidos, NIH (Instituto de Investigaciones Bioquímicas (1983).

Probablemente la historia sea algo menos romántica, al menos en lo que respecta a la

Fundación Rockefeller, donde la influencia de Houssay era, por esos años, notable.

Leloir había sido uno de los discípulos de Houssay que había podido hacer una

experiencia de formación en el extranjero, en un centro de excelencia en al Universidad de

Cambridge, Inglaterra. Dice el propio Leloir que

Después de haber terminado mi tesis, Houssay me aconsejó que trabajara un


tiempo en el exterior. Habiendo consultado con Venancio Deulofeu, profesor
de bioquímica, y el doctor Romano de Meio, decidí que un buen lugar sería el
Laboratorio de Bioquímica de la Universidad de Cambridge, dirigido por Sir
Frederick Gowland Hopkins, quien había recibido el Premio Nobel en 1929
[…]. Cambridge se encontraba entonces en la cumbre de su gloria, con
Rutherford, Dirac y otros gigantes científicos en el departamento de física. La
bioquímica también era excelente con Hopkins, padre de la bioquímica inglesa,
al frente del laboratorio de bioquímica. Llegué a Cambridge sediento de saber
y comencé a trabajar inmediatamente bajo la dirección de Malcolm Dixon en
el efecto del cianuro y pirofosfato sobre la succínico dehidrogenasa. Después
trabajé con Norman L. Edson en cetogénesis usando trozos de hígado. Edson
había estado trabajando con Hans Krebs, a quien admiraba mucho. […] Fue
durante mi estadía en Cambridge cuando empecé seriamente con la
investigación bioquímica. Leloir (1983)

Con un estilo a la vez convergente en cuanto al rigor metodológico, pero bastante

menos rígido en sus prácticas institucionales, Leloir “fue dejando” crecer a dos generaciones

de bioquímicos que se fueron formando a partir la estructuración de fuertes redes

internacionales. Como veremos más adelante, estas generaciones y esas redes resultarán

cruciales para comprender el desarrollo del nuevo campo emergente en los años sesenta, la

biología molecular. Los primeros colaboradores de Leloir fueron Carlos Eugenio Cardini,

Ranwell Caputto y Raúl Trucco, y luego se sumaron otros, como Enrico Cabib, Naum

Mittelman, Alejandro Paladini. Este último, en un ensayo sobre la historia del Instituto señala

76
una primera fase “romántica”, que transcurre en esa antigua casa del barrio de Palermo, con

los fondos compartidos con el IBYME (Paladini, 1971). Se pasa luego a una etapa de mayor

consolidación, con la mudanza a un edificio más amplio en el barrio de Belgrano, y desde

donde se comienza a planificar la construcción del “monumental” edificio de Parque

Centenario, verdadera epopeya heroica para los investigadores de la institución.

De hecho, durante la etapa de consolidación, varios de los “pioneros” se disgregan y,

con ese movimiento, similar al que habían efectuado los colaboradores de Houssay un par de

décadas atrás, extienden y fortalecen los alcances de la tradición de investigación bioquímica

hacia otras instituciones: Paladini organizó un laboratorio para polipéptidos y proteínas en el

Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina, en colaboración con Eduardo Braun

Menéndez. Ranwel Caputto, quien había emigrado y creado en la provinciana ciudad de

Oklahoma una escuela de investigación, se radicó en Córdoba donde fue designado profesor

titular de bioquímica en la Facultad de Ciencias y, posteriormente, llamó a su lado a Raúl

Trucco (Barrios Medina, 1988).

Muestra del crecimiento es el hecho de que, ya lejos de la etapa “romántica”, el

“crecimiento y la diferenciación de roles dentro del instituto altera la rutina de convivencia de

los tiempos pasados [lo acompaña] una fragmentación de temas y equipos de investigación,

que ahora se encuentran también integrados por estudiantes, jóvenes doctorados,

investigadores con menor experiencia […] se establecen jerarquías que se apoyan en la

capacidad propia y en el lugar que se ocupa en la red social que se teje en el instituto”

(Lorenzano, 1994)

El crecimiento posterior del Instituto fue muy importante, lo cual se puede deber a

diversas razones cuyo tratamiento no podemos abordar aquí. Por un lado, dicho desarrollo ha

sido influido por la “ola” a la que se encontraba subida la bioquímica, convirtiéndose en una

disciplina central dentro del vasto campo de las ciencias de la vida. Pero, por otro lado, resulta

innegable que, a partir del premio Nobel otorgado a Houssay en 1947 y el “éxito” de Leloir en

77
los primeros años de la década del cincuenta, en sus investigaciones sobre los hidratos de

carbono, el CONICET habrá de constituirse en una herramienta institucional fundamental

para la estrategia de consolidación del “eje biomédico”. Estos apoyos fueron permitiendo que

se reclutara una segunda generación de discípulos, quienes, una vez convertidos en

verdaderos investigadores serán los actores que analizaremos en los capítulos siguientes.

Si la extensión de las tradiciones de investigación biomédica se produjo durante las

primeras décadas del siglo, su importante participación relativa se consolidó luego de la

creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET.

Houssay fue su primer Presidente, desde la fundación en 1958, y hasta su muerte en 1971.

Pero, además, participaron como miembros del Directorio de dicho organismo muchos de sus

colaboradores más próximos, como Braun Menéndez, Deulofeu y Leloir. Aunque el

predominio de estos grupos se veía algo desafiado por el espíritu modernizador que provenía

de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, que estaban representadas por su

batallador Decano, Rolando García, la fuerte presencia y dominio relativo de las disciplinas

biomédicas en el CONICET fue desde entonces y continúa aún hoy como una impronta

propia de esta institución. De hecho, la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia

(AAPC), también impulsada por Houssay y sus colaboradores fue, en buena medida, la base

sobre la cual se organizó el CONICET, con instrumentos que luego se trasladarían de una

institución a otra: “Desde el comienzo y a lo largo de toda su trayectoria, tanto la

correspondencia como las publicaciones citadas no dejan dudas que la mayor parte de los

esfuerzos de la AAPC se concentraron en la construcción y sostenimiento de un sistema de

becas para formación de investigadores jóvenes (…) la AAPC desarrolló toda una suerte de

‘saber’ acerca de la selección de becarios y evaluación de su rendimiento” (Hurtado de

Mendoza, 2004).

El CONICET se creó con un objetivo nunca cumplido, que fue el de planificar y

coordinar las actividades científicas y tecnológicas en el país (según el Decreto Ley N° 1291

78
del 5 de febrero de 1958). Fue por ello que, diez años más tarde, en 1968, se creó otra

institución encargada de dichas tareas (SECONACyT, actual Secretaría de Ciencia,

Tecnología e Innovación productiva, SECYT). Sin embargo sí cumplió, durante todas estas

décadas, la misión de promover la investigación científica, a través de tres instrumentos

fundamentales: las becas, los subsidios de investigación y las carreras del personal científico y

del personal de apoyo.

De hecho, para la Fundación Campomar la creación del CONICET resultó

providencial. Según el propio Leloir, “No tuvimos ayuda local hasta la creación del Consejo

Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Intervinieron en los trámites

iniciales y en la redacción del estatuto Braun Menéndez, Deulofeu, Houssay y Abel Sánchez

Diaz, presidente de la Academia de Ciencias Exactas. El primer directorio incluía a algunos

de los mejores investigadores del país y también me incluía a mí” (Leloir, 1983). Así, con ese

estilo de perfil bajo que parece “estar pidiendo disculpas”, Leloir pudo reconocer que

“Gracias a la obra del Consejo se formaron muchos nuevos investigadores, los laboratorios

pudieron funcionar adecuadamente y se crearon centros en el interior. […] Gracias, en gran

parte, a la obra del Consejo y al empuje de muchos jóvenes, la investigación bioquímica ha

tenido considerable progreso en el país”.

Convergencias

Diferentes procesos van convergiendo en el desarrollo de trayectorias aparentemente

“paralelas”: por un lado, las yuxtaposiciones de las disciplinas que están en el cruce de la

emergencia de la biología molecular en los países desarrollados. Por otro lado, la

consolidación de un proceso de “modernización” y de profesionalización de la ciencia en la

Argentina, uno de cuyos componentes fundamentales es la apertura internacional. Finalmente,

toda la arquitectura institucional y las prácticas de las ciencias van a conocer, luego de la

posguerra, un cambio muy importante: esta transformación, usualmente llamada “big science”

79
y que comienza con un cambio de escala, va modificando en realidad el conjunto de prácticas

y las instituciones mismas de la investigación. Veamos, pues, los puntos de cruce de estos

diversos recorridos.

Si volvemos, ahora, a las frases Crick y Lwoff que citamos más arriba, vemos que ella

nos obliga a recorrer una suerte de “rebobinado” de una película, hasta el momento en el cual

la expresión “biología molecular” no significaba aún la pertenencia a un campo determinado,

sino más bien una innovación que pretendía designar a un híbrido nuevo que todavía no podía

ser identificado con claridad por parte de los actores implicados. En dichos textos resulta

revelador cómo, en el establecimiento de un nuevo campo disciplinario, el desarrollo nunca

tiene la forma de una evolución lineal, sino que, por el contrario, es el resultado de tensiones,

idas y vueltas, de resoluciones conflictivas, inestabilidad y avatares en donde, rara vez,

prevalece la racionalidad pura. Es sólo luego de que el campo se va estabilizando (o sea, ex

post), que se pueden percibir con claridad sus límites, los actores que van conformando su

propia identidad y que lo van distinguiendo respecto de los otros campos que funcionan

dentro del espacio institucionalizado de las prácticas científicas. Así, Lwoff, quien pertenecía

a una tradición de investigaciones en bioquímica fuertemente establecida, parece hablar

todavía en nombre de su antigua inscripción (de la tradición en la cual se formó), más que

como reconocimiento de la pertenencia a un nuevo campo, cuando afirma, que él mismo no

sabe si se siente “molecular en algún sentido”. Lo que expresa Lwoff es sólo una de las

tensiones presentes en el origen e institucionalización de la biología molecular que, como

señala Pierre Thuillier, “no nació de los amores ideales y espontáneos de la física y la

biología, sino de un complejo entrecruzamiento de ideas y de investigaciones

extremadamente diversas (y aún a veces contradictorias)” (Thuillier, 1975, pág. 14).

Entre las diferentes interpretaciones que pretenden dar cuenta de la emergencia de la

biología molecular como un campo de relativa autonomía, cobra importancia el volumen

colectivo editado en homenaje a Max Delbruck (para su cumpleaños número 60). Este

80
volumen, publicado en 1966, implicó el reconocimiento explícito por parte de los propios

practicantes de un campo por dejar establecidos sus propios orígenes o, mejor, buscaron la

construcción de una identidad común. En este sentido, y más allá de las consideraciones de

orden cognitivo, el hecho de que la existencia del Grupo Fago sea considerada por la mayor

parte de los investigadores como el punto inicial para el desarrollo de un conjunto de

identificaciones colectivas, operó como una suerte de reconocimiento público del campo en

emergencia o, mejor, como el certificado de nacimiento en términos socio-institucionales de

un nuevo campo disciplinario.

Ya señalamos, sin embargo, que esta interpretación no fue unánime, sino que las otras

corrientes, menos representadas en la historia del Grupo Fago tendieron a producir –con cierto

retraso- sus propias interpretaciones. Al mismo tiempo podemos cómo, junto con las

invocaciones a un imaginario construido en común, van insinuándose, ya, los elementos más

dinámicos en el funcionamiento de este espacio: las definiciones acerca de los límites, así

como las tomas de posición sobre los movimientos de continuidad y de ruptura respecto de las

tradiciones existentes. Allí se pone de manifiesto el rasgo multidisciplinario en el origen de la

biología molecular: a diferencia de otros campos disciplinarios, mayormente identificados con

una disciplina “madre”, la biología molecular es la consecuencia de investigaciones,

conceptos, preguntas y problemas cuyo origen se reconoce desde diferentes tradiciones que

no son sólo científicas, sino que estaban alejadas por su construcción disciplinaria e

institucional específica.

En este sentido, resulta particular el proceso que comienza a desarrollarse en la

celebración en torno del Grupo de Fago, puesto que ello parece haber estimulado no sólo el

replanteamiento de problemas que ya estaban “en el aire” durante algún tiempo, sino que

también se nutrió de los aportes de diferentes espacios disciplinarios, cada uno de los cuales

fue aportando una mirada particular para el desarrollo del nuevo campo.

81
En 1935 se publicaron los resultados que tuvieron, en principio, una difusión limitada,

excepto por dos reacciones especiales: una, la de Schrödinger, quien le hizo una publicidad

considerable en su libro What is Life?, publicado en 1944. Por otro lado, el físico italiano

Salvador Luria, quien le confirió una gran importancia a dicho artículo. Es curioso señalar que

el modelo de mutación por ionización adoptado por Delbrück fue juzgado como incorrecto y

descartado, años más tarde.

Como se señaló entonces, “esos primeros trabajos significaron un fracaso, pero un fracaso

victorioso”: esas experiencias mostraron que el estudio de genes era posible con las

herramientas con las cuales contaba la física. Así, en términos de los procesos de innovación

conceptual estamos en presencia de un dispositivo singular: la innovación exógena al propio

campo disciplinario de la biología que, en materia de explicación de los mecanismos de la

reproducción de la vida, se hallaba ante ciertas barreras, tanto epistémicas como

metodológicas (si acaso ambas no son las caras de la misma moneda) que no le permitían

avanzar hacia el estudio de los fenómenos intramoleculares. Lo que implicó que el planteo

fuera “revolucionario” fue la disposición a modificar sustantivamente el nivel de análisis.

Dijimos que el desarrollo de la biología molecular coincide con la emergencia de la

llamada “Big science”. En lo que respecta al costo creciente de las investigaciones, en

particular si se lo compara con el período anterior, algunos datos son reveladores: por

ejemplo, en 1938, George Beadle había conseguido para el grupo de Stanford en donde

trabajaba, un gran subsidio de la Fundación Rockefeller, de 200 mil dólares durante diez años

(Beadle, 1966). Sin embargo, tres años más tarde, 1941, los investigadores del grupo (el

propio Beadle se encargó de ello) salieron nuevamente a buscar fondos, los que obtuvieron

por parte de diversas fundaciones, incluida la propia Rockefeller, con la cual habían

previamente establecido un contrato que impedía nuevas demandas de fondos por diez años.

Estos hechos, además de mostrar que las investigaciones se habían vuelto sustantivamente

más caras, muestran también que los trabajos de investigación en bioquímica genética se

82
estaban tornando cada vez más “sensibles” para las agencias de financiamiento, tanto públicas

como privadas.11

Este aspecto parece fundamental para insertar a los nuevos desarrollos de las

investigaciones en biología –particularmente en biología molecular- como una parte de la “big

science”, en oposición a un modelo de “little science”, predominante hasta antes de la

Segunda Guerra Mundial. El tema es interesante, puesto que, para la mayor parte de los

observadores, el fenómeno de la big science resulta evidente para el campo de la física, luego

de la formidable movilización de científicos y tecnólogos producida por el Proyecto

Mannhattan, destinado a generar reacciones atómicas en cadena, para producir las primeras

armas nucleares. En este esquema, las “ciencias de la vida” parecían aún ligadas al modelo

tradicional, con limitadas magnitudes de recursos financieros, relativamente baja acumulación

en la cantidad de investigadores y también limitada amplitud de los espacios institucionales,

entre otras variables.

Sin embargo, aun si las transformaciones que se produjeron con el advenimiento del

cambio de nivel de análisis, en el pasaje del nivel genético clásico por un lado, y del análisis

bioquímico por otro, hacia el estudio del nivel intracelular, no tuvieron los saltos

cuantitativos que se verificaron en el campo de las ciencias físicas, de todos modos es posible

afirmar que un cambio de escala fundamental se estaba produciendo por esos años. En este

contexto, las referencias de muchos investigadores, que estaban estructurando este campo

naciente, a las necesidades crecientes de fondos, constituyen un indicio que no debemos pasar

por alto. En este sentido, parecen aplicables a este campo las afirmaciones de Price, cuando

señala que:

El dinero es, sin duda, la realidad más anormal en la era de la Gran Ciencia. (...)
Si los gastos que ocasiona la ciencia se distribuyeran del mismo modo que su

11
Es llamativo que el propio Beadle parece no percibir este movimiento, cuando atribuye las razones por las
cuales obtuvieron esa gran cantidad de recursos más bien al prestigio propio del grupo de investigación, y a las
habilidades en la obtención de recursos, que al hecho de que el tema mismo de investigación estuviera
moviéndose hacia el centro de las agendas de investigación por parte de las agencias de financiamiento en los
años cuarenta en Estados Unidos.

83
productividad o su calidad, no habría problema. Si el costo per capita del
mantenimiento de los científicos fuera constante, los gastos serían proporcionales
al número de científicos, por lo que se duplicarían cada 10 a 15 años. Pero de
hecho nuestros gastos se duplican cada cinco años y medio, y el costo por
científico parece haberlo hecho cada diez. Ello equivale a decir que el costo de la
ciencia ha venido aumentando proporcionalmente al cuadrado del número de
científicos. (Price, 1973, pág. 147)

En el caso de las ciencias de la vida, resulta muy interesante el estudio de J.-P. Gaudillière,

quien analizó la producción de ratones de laboratorio durante varias décadas, y el aumento

considerable que se registra, sobre todo desde los años cuarenta en adelante. Según

Gaudillière, los ratones de laboratorio se fueron convirtiendo en verdaderos instrumentos para

los investigadores y al igual que para otros instrumentos, se fue desarrollando toda una

“industria” de proveedores, cuyos destinatarios son los investigadores y los laboratorios de

investigación científica (Gaudillière, 2001).

Aunque Gaudillière no lo analiza en particular, esta producción de instrumentos en

serie para la investigación viene a reemplazar, al menos en los países más desarrollados, al

antiguo científico “bricoleur”, aquel que se fabricaba sus propios instrumentos, incluida, por

supuesto, la cría de sus propios ratones de laboratorio. Es muy interesante observar este pasaje

de “bricoleur” a “consumidor” de instrumentos, porque no se trata, solamente, de un cambio

en las técnicas, sino de transformaciones más profundas, como veremos más adelante.

Este modelo de investigador “artesano” estaba muy difundido en la Argentina: Leloir

había fabricado él mismo en el laboratorio, hacia fin de los años cuarenta, una centrífuga

refrigerada a partir de viejas cubiertas de auto, y de cubeteras de hielo hecho en la propia

casa… Ello, lejos de presentar una desventaja era vivido con orgullo por los científicos de la

época (Cereijido, 1990).

En la Argentina, el proceso posterior a la 2da Guerra Mundial coincide, con sólo unos

pocos años de diferencia, con el período de profesionalización de la ciencia en su carácter

“moderno”. En efecto, habiéndose institucionalizado en las primeras décadas del siglo XX,

84
como señalamos más arriba, en particular en las universidades, hacia mediados de los años

cincuenta se encuentra bien avanzado el proceso de profesionalización que habrá de

cristalizarse de un modo evidente con la creación del CONICET en 1958, y la creación en su

seno, dos años más tarde, de una “Carrera del Investigador Científico”.

En el proceso de institucionalización y de profesionalización de la actividad científica

resulta crucial la dimensión internacional que los atraviesa. Por un lado, como sucede

frecuentemente en los contextos periféricos, el prestigio y la legitimidad suelen ser generados

en forma “exógena” desde ciertos actores e instituciones pertenecientes a la “comunidad

científica internacional”; las estrategias de Houssay, de Leloir y de muchos otros

respondieron en gran medida a este mecanismo. Por otro lado, resulta claro cierto carácter

imitativo de los actores locales, como “transferencia de modelos institucionales”; de hecho, la

estructura con la cual fue creado el CONICET se debe, en gran medida, el modelo francés de

“consejo nacional” encarnado en el CNRS, así como al impulso de agencias internacionales

muy activas en la época, en particular la UNESCO (Kreimer, 1997, Oteiza, 1992).

Es posible hablar en esos años de un doble proceso de internacionalización y de

autonomización. La internacionalización, entendida al mismo tiempo como “estrategia de

visibilidad interna” y como “apertura intelectual”, será una de las claves que explicarán el

desarrollo temprano de nuevos campos disciplinarios. Sin embargo, ello no habría sido

posible sin un proceso paralelo de autonomización: la escuela houssayana de investigación

constituyó la formación social predominante que adopta en la sociedad argentina la transición

hacia la implantación de una tradición científica “moderna” en el campo biomédico. Según

Prego, lo que aquella hizo posible fue la clara delimitación, aunque provisoria, de un espacio

social, un “escenario” para ciertas formas de sociabilidad (Prego, 1996).

Dicho de otro modo, el proceso de “modernización” que produjeron la generación de

Houssay y sus discípulos, podría ser esquematizado alrededor de tres sentidos diferentes del

concepto “disciplina”: en primer lugar, la disciplina como espacio social de reconocimiento.

85
En este sentido, la disciplina se asocia con la institucionalización de un conjunto de prácticas,

y sobre todo, de identificaciones colectivas, de reconocimiento de pertenencia a un mismo

grupo social. La disciplina como organizador social permite establecer una demarcación:

quienes están “adentro” y quiénes están “afuera” de dicho espacio, a menudo señalado por un

conjunto de normas, de competencias requeridas, de identificaciones institucionales. A ello

deben agregarse, también, los espacios de encuentro como congresos y coloquios, y muy

particularmente, las revistas en las cuales se reconocen los integrantes de un “campo

disciplinario”.

El segundo sentido de “disciplina” se refiere a los aspectos cognitivos. Es decir, a un

modo de definir los objetos del conocimiento, de recortarlos respecto de otros y,

necesariamente complementario de la perspectiva anterior, quiénes pueden, legítimamente,

definirlo, ampliarlo o restringirlo. La disciplina estructurada a partir de los objetos de

conocimiento trae enseguida aparejado un conjunto de normas técnicas, de teorías, de

métodos y de conceptos que dan cuenta de los modos de abordar los objetos.

El tercer sentido del concepto “disciplina” es una extensión del lenguaje común, pero

que ha sido de una crucial importancia en el desarrollo de la tradición biomédica en

Argentina: se refiere a la disciplina como “el disciplinamiento” o el rigor, en particular

metodológico. Ello devino, en buena medida, del modo internacionalizado en que el campo

se fue conformando en el país, lo que llevó a que se pusieran altas barreras de “estándar

internacional” que conllevaban, como un requisito indispensable, el disciplinamiento

metodológico llevado a los máximos niveles de exigencia. En el caso de Houssay, este

imperativo se tradujo, al mismo tiempo, en un elemento de autoridad científica y de autoridad

social. Sin embargo, como ocurre frecuentemente en la dinámica de las tradiciones científicas

–aspecto que intentaremos mostrar más adelante en este libro-, esta autoridad, que había sido

profundamente innovadora en el escenario local durante las primeras décadas del siglo, no

86
estaba en condiciones de incorporar las innovaciones que, en términos disciplinarios,

emergieron hacia fines de los años cincuenta.

87
CAPITULO 3

EMERGENCIA Y CONSOLIDACIÓN DE LA BIOLOGÍA MOLECULAR EN ARGENTINA: RESUMEN Y

PERIODIZACIÓN

Introducción:

El desarrollo de la biología molecular en Argentina tuvo su origen, accidentado, en 1957

cuando se crearon los primeros laboratorios en el Instituto Nacional de Microbiología Dr.

Malbrán, bajo el impulso del entonces nuevo director, Ignacio Pirosky, en el marco de un

proceso de modernización del antiguo Instituto Bacteriológico.

La creación de estos laboratorios resultó notablemente temprana: como vimos en el

capítulo anterior, en esos años la biología molecular estaba todavía en un período de

conformación como una disciplina autónoma en el escenario internacional: sólo había en el

mundo un puñado de grupos que trabajaban en temas claramente inscriptos bajo la etiqueta de

“biología molecular”, en los Estados Unidos, Inglaterra y Francia (Abir-Am, 2000).

Es más, como ya señalamos, no era claro, para los actores de la época, que el nuevo

campo tuviera las características como para autonomizarse de otros campos disciplinarios, en

particular de la bioquímica y, en menor medida, de la genética, como lo señalan los notables

testimonios ya citados de Crick y Lwoff, por tomar sólo a dos de los protagonistas salientes

de su historia.

Observado desde el presente, el desarrollo de la biología molecular en la Argentina

ofrece una materia particularmente interesante como ejemplo de desarrollo de un nuevo

espacio de conocimientos en un contexto periférico. Así, presentamos en este capítulo un

resumen de las diferentes etapas de desarrollo de la disciplina en el país, considerando cuatro

períodos diferentes, cuyo análisis será, naturalmente, profundizado en los capítulos siguientes.

Para ello, hemos tomado en cuenta tanto los elementos comunes a diversos campos

88
disciplinarios en el país, como las características propias de la biología molecular, entendida

como la articulación de un entramado socio-cognitivo.

Periodización según regímenes de producción de conocimientos:

El primer asunto a resolver lo constituye el establecimiento de los criterios adecuados para dar

cuenta del desarrollo particular de un campo disciplinario específico. Esto se debe a que cierto

“sentido común” ha tendido a establecer, en Argentina, las “líneas de corte” de la

periodización de la ciencia en el país en estrecha relación con la historia política y con las

orientaciones de los sucesivos gobiernos. Más particularmente, se podría decir que ha habido

una tendencia a alinear los diferentes períodos del desarrollo científico con las irrupciones del

poder político –y sobre todo militar- sobre la vida institucional de las universidades

nacionales y otros laboratorios públicos, y de un modo especial de la Universidad de Buenos

Aires.1

Podríamos llamar a este modo de periodizar la ciencia como “exógeno” al desarrollo

de las propias prácticas de los científicos. No se trata, naturalmente, de negar el hecho de que

casi siempre la irrupción de gobiernos militares autoritarios tuvo una influencia crucial en la

vida de las instituciones científicas y, más dramáticamente, en la de los propios

investigadores, desde la discriminación hasta el secuestro y el asesinato. Pero la historia de los

campos científicos es, sin dudas, más compleja y estos enfoques, al mismo tiempo que

muestran aspectos fundamentales tienden a ocultar, en el caso de ciertos campos específicos,

las continuidades que se esconden tras las rupturas.

Por ello, no resulta adecuado pretender dar cuenta del proceso de profesionalización e

institucionalización de la práctica científica y de la emergencia y consolidación de una

“comunidad científica” in toto, sin discriminar entre diferentes campos disciplinarios, en

1
Esta mirada ha sido particularmente difundida por los propios científicos: SECyT (1989) y Cereijido (1990).
Otros trabajos también abordan el problema con perspectivas y criterios diferentes: Sigal, S. (1991), Halperin
Donghi ( Oteiza (1992 y 1996). Véase igualmente Rotunno y Díaz de Guijarro (2003).

89
función del supuesto (parcialmente cierto) de que la mayor parte de los recursos (humanos y

materiales) se concentra sobre el espacio de las universidades. Ni toda intervención político-

militar tuvo efectos homogéneos sobre todos los campos disciplinarios, ni aquellas fueron

procesadas del mismo modo en todas las instituciones y por parte de los diferentes actores.2

Por ello, el enfoque aquí propuesto se apoya en la comprensión de los procesos de ruptura y

continuidad particulares a los espacios colectivos –sociales e institucionales- que impulsaron

la biología molecular como disciplina en el país.

Resulta útil, para abordar los procesos de producción de conocimientos y las dinámicas de

los diferentes grupos sociales, recurrir a las categorías propuestas por Terry Shinn(2000)

acerca de los regímenes de producción de conocimientos, que ya presentamos en el capítulo

anterior: disciplinario, transitorio y transversal. En consecuencia, la periodización que sigue

ha sido propuesta a partir del cruce de la organización propia de los grupos de investigación

en el país, por un lado, y de la conformación de regímenes de organización social del

conocimiento, por otro. Hemos distinguido, pues, cuatro períodos:

1) Los pioneros, entre 1957 y 1962: creación y desarrollo de los primeros laboratorios en

el Instituto Malbran: convergencia de diferentes regímenes disciplinarios.

2) El “vacío”: entre 1962 y los primeros años de la década del setenta. Desde el

desmantelamiento de los laboratorios en el Malbrán, hasta la conformación de los

primeros grupos de biología molecular en el seno de la tradición biomédica.

3) La consolidación y el establecimiento de un régimen de transición: desde comienzos

de los años 70 hasta la creación del primer instituto enteramente dedicado a la

investigación en biología molecular, en 1982.

4) El pasaje a un régimen transversal: Desde comienzos de los años 80 hasta mediados

de los años 90.

2
En 1966, por ejemplo, mientras el gobierno militar de Onganía reprimía violentamente a investigadores y
estudiantes en la Facultad de Ciencias de la UBA (la “noche de los bastones largos”) apoyaba, por otro lado, a
otras instituciones que (como la Fundación Bariloche), acogían a los investigadores expulsados de la
Universidad. Véase Castex (1981).

90
Los pioneros

Los primeros laboratorios que se aproximaron al enfoque de la biología molecular en el país

fueron creados en el Instituto Nacional de Microbiología Dr. Carlos Malbrán en 1957. Sin

embargo, estos tuvieron una corta vida al ser desmantelados en 1962 luego de la intervención

del Instituto por el Ministerio de Salud Pública. Esto motivó que una parte de los

investigadores que habían sido reclutados fueran destituidos de sus cargos, lo que tuvo como

consecuencia que una parte emigrara al exterior y otras abandonaran la investigación en el

naciente campo. La experiencia trunca de esos laboratorios fue, sin embargo, significativa: se

crearon dos nuevas secciones, la primera de genética bacteriana y luego la división de

biología molecular.

En la primera de ellas, durante ese corto período, los trabajos realizados implicaron

una innovación conceptual significativa respecto del modelo de investigación en genética

imperante en las universidades nacionales. Ello fue posible gracias a que la línea de

investigación desarrollada se aproximó a las preocupaciones imperantes en el escenario

internacional que habían dado lugar al desarrollo de la genética molecular, en particular a los

trabajos de las llamadas “escuela francesa” y “tradición inglesa”.

En el laboratorio de genética bacteriana fue decisiva la relación que se estableció con

la “escuela francesa”, en particular en la selección de las línea de investigación: Elie

Wollman, colaborador de André Lwoff en el Instituto Pasteur, y por lo tanto miembro

destacado de dicha escuela, fue invitado en 1958 a Buenos Aires por Pirosky, director del

Malbrán, para colaborar en la creación del laboratorio de genética.

A diferencia del laboratorio de genética, la creación de la División de Biología

Molecular liderada por César Milstein (quien posteriormente obtuvo el Premio Nobel por su

trabajo sobre los anticuerpos monoclonales en Laboratorio de Biología Molecular del Medical

Research Council en Cambridge, Inglaterra), estuvo ligada a la denominada “tradición

91
inglesa” o “estructural” en biología molecular. En efecto, cuando Milstein se incorporó como

director de la División estableció una agenda de investigación fuertemente vinculada a los

trabajos realizados en el Laboratorio de bioquímica dirigido por Frederick Sanger en

Cambridge, donde él previamente había estado trabajando como parte de sus estudios de

postdoctorado.

Como dijimos, los laboratorios fueron desmantelados en 1962, por la intervención del

Ministro de Salud pública, quien tenía un enfrentamiento con Pirosky (a quien acusó de

manejos irregulares, por otro lado). Sin embargo, más allá de la evidente intención política, el

fin de los laboratorios respondió a varias otras razones, menos explícitas:

En primer lugar, había un conflicto latente entre dos modelos institucionales, y el

intento por establecer un nuevo modelo no pudo romper con la lógica institucional heredada.

Ello condujo a una pugna de “modos de intervención” entre los más jóvenes (o más

“modernos”) quienes impulsaban un modelo centrado en el laboratorio y pretendían emular el

modelo del Instituto Pasteur de París, ya insinuado años antes en el propio Instituto

Bacteriológico (impulsado por Kraus y, sobre todo por Sordelli), por un lado, y aquellos que

defendían un modelo “sanitarista”, para quienes la institución debía concentrarse en la

producción de vacunas y sueros, y en el control epidemiológico. Estos últimoe eran, en su

mayor parte, bioquímicos y químicos que trabajaban medio tiempo en el Instituto y el resto se

dedicaban a la práctica profesional. Dicho conflicto se resolvió cuando el anterior Ministro de

Salud pública, que apoyaba la estrategia de modernización hacia el modelo “de laboratorio”

fue reemplazado por un ministro que dio apoyo a la fracción “tradicional” (sanitarista),

bloqueando así toda posibilidad de innovación.

En segundo lugar, por detrás de este conflicto, la historia revela un enfrentamiento

entre modelos de investigación “tradicional” y “moderna” en las ciencias biomédicas.

Pirosky, Milstein y la “nueva generación” estaban próximos de las nuevas corrientes en la

investigación en biología que, en unos pocos países desarrollados, implicaba una innovación

92
conceptual (la comprensión del nivel intracelular para las interacciones bioquímicas), una

innovación temática (el estudio de la estructura del ADN, la secuencia y la expresión y el rol

del ARN mensajero), así como una innovación técnica que implicaba el uso de nuevos

instrumentos. Podría parecer paradójico que Houssay y Leloir, quienes habían jugado un rol

clave en la modernización de la investigación en el campo biomédico, fueran, a finales de la

década del 50', representantes de un modelo “obsoleto” de investigación científica, y un

obstáculo efectivo al desarrollo de la biología molecular en Argentina. En otras palabras, un

obstáculo para la innovación conceptual, temática y técnica.

En tercer lugar, era evidente la debilidad del contexto político e institucional para la

ciencia en ese ámbito, puesta de manifiesto por el papel que desempeñó la intervención

política. Analizar lo que hubiera ocurrido si la intervención del año 1962 no hubiera tenido

lugar es un ejercicio contrafáctico. Sin embargo, curiosamente, no fue ese un año en que el

poder político o militar interviniera sobre el espacio institucional de la ciencia (universidades

y centros de investigación), a diferencia por ejemplo, de lo que había ocurrido durante el

gobierno peronista, así como lo que habrá de ocurrir cuatro años más tarde, en 1966, cuando

las violentas y armadas intervenciones político-ideológicas tuvieron lugar a escala masiva

(como la “noche de los bastones largos”, ocurrida el 29 de julio de ese año). Por el contrario,

lo que ocurrió en 1962 fue “aparentemente” sólo un cambio de ministros. ¿Cómo explicar,

entonces, el "éxito" y la relativa facilidad con la que el nuevo ministro pudo clausurar los

laboratorios? Creemos que ello no puede ser entendido sino en términos de la debilidad

peculiar de la disciplina en cuestión, la específica esfera institucional, y las tensiones

generadas en ella.

En el análisis de esa breve experiencia, es necesario resaltar un elemento particular: a

pesar de que el desarrollo de la disciplina era muy incipiente en la escena internacional, los

laboratorios de biología molecular en el Instituto Malbrán estaban, ya, fuertemente ligados a

dos de las tres principales escuelas existentes a fines de los años cincuenta, la francesa y la

93
inglesa. Podemos observar que, si bien las conexiones internacionales estaban establecidas, de

un modo similar a lo que ya ocurría en las primeras décadas del siglo con la tradición de la

escuela de Houssay, en el caso de la biología molecular ello ocurría en un período “demasiado

temprano”, cuando el campo no estaba suficientemente maduro a nivel internacional.

Se ha señalado que, a diferencia de otros campos, la dimensión internacional fue

constitutiva de la biología molecular desde su conformación inicial, lo que ayudó a constituir

el nuevo campo, al dotar de libertad a los investigadores respecto de los dispositivos de

resistencia institucional y de los controles sociales a los que estaban sometidos en los

contextos nacionales (Abir-Am, 1992). Nos parece, sin embargo, que esta característica se

aplica, sobre todo, a la escuelas francesa e inglesa, que debían vérselas ciertamente con

respuestas hostiles o “conservadoras” en términos institucionales en cada contexto, y donde la

legitimación “hacia fuera” podía operar como una estrategia para luego institucionalizarse

“hacia adentro”. Con todo, en la medida en que los campos en cuestión en Francia y en

Inglaterra gozaban ya de una fuerte autonomía relativa, no eran permeables a una intervención

“desde el exterior” que pudiera provocar una línea de ruptura. La defensa de la autonomía de

los investigadores era un “acquis”, sobre todo una vez que los científicos europeos se

hubieron repuesto, en los años cincuenta, del horror que produjo la intervención del régimen

Nazi sobre la ciencia.

Sin embargo, como mostramos en el capítulo anterior, a pesar del contexto "periférico",

había en Argentina una tradición en fisiología y bioquímica relativamente fuerte, con

múltiples grupos de investigación efectivamente integrados a redes de trabajo de excelencia

internacional. Dados estos factores, son usuales los enfoques “simplistas” o “difusionistas”

para explicar por qué esta experiencia habría fracasado. La recepción activa y entusiasta de

los nuevos campos y tópicos de investigación por parte de la comunidad local fue de hecho un

94
comportamiento observado muy frecuentemente en la Argentina.3 En el mismo sentido, las

intervenciones políticas e institucionales en la “República de la ciencia” eran también una

amenaza permanente. Por tanto, creemos que sólo examinando la intersección de factores

políticos, institucionales, cognitivos y organizacionales, puede ser entendida completamente

la empresa científica en Argentina.

El “vacío”

La investigación en biología molecular en la Argentina entró, luego de desmantelados los

laboratorios del Malbrán, en un impasse (o “vacío”) hasta principios de la década del setenta,

cuando comenzaron a constituirse los primeros grupos en biología molecular, particularmente

en la Fundación Campomar.

Mientras tanto, durante esos años, la mayor parte de los investigadores que

participaron de la experiencia anterior, o bien emigraron a trabajar al exterior, o bien

abandonaron la investigación en biología molecular. Durante el período de impasse de la

disciplina, que abarca casi toda la década del sesenta, los únicos casos de investigaciones en

biología molecular que subsistieron fueron el Laboratorio de Genética Molecular dentro del

Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad

de Buenos Aires, dirigido por José L. Reissig y el grupo de biología molecular dirigido por

Gabriel Favelukes en la entonces Facultad de Química y Farmacia de la Universidad Nacional

de la Plata.

Sin embargo, estas experiencias no constituyen el inicio del proceso de configuración

del campo en el país, puesto que se situaban, por entonces, más bien “en los márgenes” de los

grupos centrales que desarrollaron las ciencias biológicas o biomédicas en sentido amplio.

Ello se debió a diversos motivos: en primer lugar, a la debilidad institucional de estos grupos

3
Aunque hay varios ejemplos al respecto, dos de ellos resultan particularmente interesantes: el evolucionismo y
el psicoanálisis. Véase, por ejemplo, Montserrat (1972 y 1974) para el primero, y Plotkin (2003) y Vezzetti
(2006) para el segundo.

95
que carecían, de un modo sistemático, de referentes en la escena internacional, lo que impidió

su consolidación y reconocimiento institucional. En segundo lugar, esos grupos ocupaban un

espacio “periférico” respecto del eje central de la tradición biomédica. En particular, es

necesario notar que la biología era todavía, en la Universidad de Buenos Aires, fuertemente

descriptiva más que experimental, a diferencia de la investigación química en la Facultad de

Ciencias Exactas, o de la investigación Bioquímica en las Facultades de de Farmacia y de

Medicina.

En líneas generales, fueron algunos de los protagonistas de la corta experiencia del

Malbrán (Milstein constituye sin dudas el caso más visible) que, a partir de los vínculos

internacionales, estuvieron en relación con la emergencia, evolución y consolidación del

nuevo campo disciplinario en la escena internacional. Ello es relevante puesto que,

paralelamente, en diversos centros de investigación localizados en los países desarrollados, se

produjeron varios eventos que permitieron la autonomización de la biología molecular y su

establecimiento como disciplina autónoma en el campo de las ciencias biológicas, hasta

ocupar, o “colonizar” en algunos años, la mayor parte de los campos de investigación vecinos.

Por otro lado, el período de “vacío” recién comenzó a revertirse en la Argentina

cuando, a partir de principios de la década del setenta hasta mediados de la década del ochenta

se organizaron y consolidaron los primeros laboratorios orientados a la investigación en

biología molecular e ingeniería genética. Pero ello se produjo en virtud de un lento proceso de

renovación generacional que abarca, primero, a la “primera generación de discípulos de

Leloir” y, luego, a los propios discípulos de esta última generación. Es decir, cuando en el

seno de las tradiciones dominantes se fueron venciendo las resistencias de las generaciones

más “conservadoras”, gracias a la indiferencia primero, y al apoyo mas tarde, de algunos de

los representantes más significativos de aquellas corrientes, como veremos someramente a

continuación.

96
La consolidación:

Teniendo en cuenta la periodización antes indicada, es a partir de la década del setenta que se

establecen las primeras aproximaciones sistemáticas a la biología molecular. En particular, se

conforma el primer grupo de investigación liderado por un discípulo de Leloir que comienza a

trabajar dentro de los conceptos y utilizando las técnicas propias del campo de conocimiento.

El proceso de consolidación se inicia al mismo tiempo que Leloir obtiene el premio Nobel de

química (1970). Esto colocó definitivamente a Leloir, así como a su instituto, la Fundación

Campomar, en el centro de la escena de la tradición biomédica iniciada en los treinta por

Houssay.

Este primer grupo fue organizado por Israel Algranati a su regreso a la Argentina en

1969, luego de realizar sus estudios de postdoctorado bajo la dirección del español Severo

Ochoa en la New York University de los Estados Unidos, premio Nobel de Medicina en 1959

y antiguo amigo del propio Leloir. Se debe destacar que en los años que Algranati estuvo en

el exterior fue cuando se produjo el establecimiento de los límites conceptuales del campo, los

que quedaron configurados bajo lo que Francis Crick definió como el Dogma Central de la

Biología Molecular.4 Bajo este marco se desarrolló un conjunto de investigaciones orientadas

a establecer la relación entre los ácidos nucleicos y la síntesis de proteínas, en otras palabras,

en la interpretación del código genético. Justamente, entre los investigadores implicados en

esta línea de indagación se encontraban Severo Ochoa junto a Marshall Niremberg, Har

Khorana y Robert Holley.5

Algranati adoptó elementos de la biología molecular, modificando de esa forma el

marco de interpretación del funcionamiento biológico propio de la bioquímica, lo que le

permitió indagar acerca de nuevos problemas. Sin embargo, los mismos se encontraban ya

4
En este se enuncia el principio de co-linealidad, es decir, se establece unívocamente una correspondencia entre
la expresión genética con la síntesis de una proteína determinada.
5
Estos tres últimos obtuvieron en 1968 el premio Nobel de medicina por su interpretación del código genético y
su función en la síntesis de proteínas: habían descifrado el código genético de 20 aminoácidos; luego, pudieron
concluir que el código genético es universal en todas las criaturas vivientes.

97
definidos y complementaban, más que contradecían, el campo de problemas estructurados

desde la concepción bioquímica tradicional. Así, en una primera instancia, la biología

molecular fue incorporada como una innovación temática dentro del paradigma bioquímico

antes que como un campo de conocimiento autónomo. Más aún, esta era entendida antes que

nada como un conjunto de técnicas auxiliares que permitían ampliar el campo de estudios ya

definidos bajo ese paradigma. Es decir, no suponía un cambio sustancial en la forma de

comprender el funcionamiento biológico.

En consecuencia se aprecia, en el desarrollo de las diferentes líneas de investigación,

que se fue estableciendo una relación dual entre la biología molecular y la bioquímica.

Inclusive, durante esos primeros años, aquellas se mantienen más próximas a la segunda. Esta

operación de ajuste de un campo nuevo a los limites impuestos por otro tradicional, es lo que

permitió que los primeros grupos del “núcleo central” de la tradición biomédica se

incorporaran a la nueva disciplina. En consecuencia, los grupos implicados reflejaron modos

de organización propia de modelos anteriores, articulándose así un período de transición que

relegó a este nuevo espacio disciplinario al papel de “técnicas auxiliares o innovaciones

temáticas”, más que a un verdadero campo con una autonomía relativa.

Será el grupo de jóvenes investigadores que se fueron integrando por aquellos años al

Instituto Campomar, en su mayoría al área de mecanismos de regulación, y en particular en el

grupo de Héctor Torres, quienes sostengan una concepción de la biología molecular como una

disciplina que implica un marco conceptual nuevo, es decir, que supone un nivel de

conocimiento diferente de los marcos tradicionales de la bioquímica. Dicha concepción de la

biología molecular se fue conformando a medida que estos investigadores jóvenes fueron

realizando su formación postdoctoral en el exterior.6

6
Es interesante la comparación con el proceso del mismo campo en España, país que, bajo el régimen de Franco
tenía un desarrollo considerablemente menor. Sin embargo, los primeros trabajos en biomoléculas fueron
realizados a comienzos de los años sesenta (1961-63) por José Subirana, quien hizo su postdoc en Harvard y
retornó luego a Barcelona. (Santesmases, 1997)

98
El proceso de transición entró en su fase “madura” con el desprendimiento, en 1982,

del área de investigación dirigida por Héctor Torres, y la fundación del INGEBI, Instituto de

Ingeniería Genética y Biología Molecular. Este fue el primer instituto enteramente dedicado a

la investigación en biología molecular. Su creación implicó el desprendimiento de una parte

de los investigadores más jóvenes de Campomar quienes, como consecuencia de su formación

en diferentes centros de investigación de excelencia en el exterior (Francia, Inglaterra,

Estados Unidos y Alemania), defendían una nueva concepción respecto de lo que implicaba

adoptar el enfoque de la biología molecular. Paralelamente, en la Fundación Campomar se fue

instalando un mayor número de líneas de investigación que incorporaban, de manera

creciente, temas o técnicas de biología molecular, generando una institucionalización cada vez

mayor del campo disciplinario. Por otro lado, Oscar Burrone, que se había iniciado con

Algranati, conformó entonces su propio grupo dedicado a inmunología molecular y virología;

Carlos Frasch en estudios moleculares de Trypanosoma cruzi; Roberto Staneloni en

regulación de la expresión genética en plantas superiores, entre otras líneas.7

Se fueron conformando, así, nuevas líneas de investigación cuya lógica cognitiva

excedía la mera agregación de “nuevas líneas”, al traer consigo nuevos problemas (la

expresión genética, la transformación del material genético) y técnicas de investigación

(secuenciamiento, marcadores moleculares), corriendo el centro de atención a la estructura y

transformación genética de los organismos.

Este proceso culmina a principios de la década del noventa con la conformación de

nuevos laboratorios e institutos dirigidos por aquellos investigadores que se habían formado

desde mediados y fines de la década del setenta, ya sea en Campomar o en el INGEBI.

Hacemos referencia en particular del Laboratorio de Fisiología y Biología Molecular liderado

7
En este mismo período Oscar Grau formó el Instituto de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad
Nacional de La Plata. Grau, discípulo de Favelukes, fue uno de los primeros investigadores en biología
molecular en el país, y uno de los pocos que siguió trabajando durante la época de “vacío”. Este grupo atravesó
un camino profundamente diferente al de los grupos de Campomar. Se reseñan las actividades de esto grupos
con mayor detalle en los capítulos siguientes.

99
por Alberto Kornblihtt en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires,

al Instituto de Biología Molecular y Celular dirigido por Diego de Mendoza en la Universidad

Nacional de Rosario y, finalmente, al Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la

Universidad Nacional de San Martín liderado por Carlos Frasch y Rodolfo Ugalde.

A lo largo de este proceso de consolidación, y más allá de la expansión creciente en el

número de grupos, es importante señalar que la investigación en Biología Molecular en la

Argentina está centrada en unas pocas áreas, mientras que otras, de rápida expansión en el

escenario internacional (neurobiología celular y molecular, genética del desarrollo, biología

estructural, genómica y biología computacional), tuvieron un bajo desarrollo local. Entre las

áreas de mayor desarrollo se encuentra la regulación de la expresión génica, la parasitología

molecular (en particular los desarrollos en torno al Trypanosma cruzi), en transducción de

señales y control del crecimiento y diferenciación celular, finalmente en temas tradicionales

como glicosilación de proteínas y síntesis y degradación de azúcares y oligosacáridos.

El pasaje a un régimen transversal:

El pasaje hacia un régimen transversal esta asociado al cambio de la biología molecular de

“ciencia de observación” a una “ciencia de intervención”, de acción. Así, el “texto de los seres

vivos” puede ser modificado aún antes de ser comprendido estructuralmente. Ello responde al

desarrollo de las técnicas de ingeniería genética que permiten su manipulación como elemento

físico. A raíz de ello, el desarrollo de la biología molecular ha dado origen, integrándose a

otras disciplinas biológicas, a una nueva lectura del mundo viviente. (Morange, 1994)

El desarrollo de la biología molecular en el país ha implicado la aplicación creciente

de estas técnicas a otros campos de conocimientos y el reconocimiento de esta nueva lectura

del mundo viviente transformando, de esta forma, a otros campos cognitivos, como por

ejemplo la investigación agronómica, la veterinaria y la parasitología.

100
En este contexto, aparecen nuevos grupos de investigación que se concentran en la

generación de productos sobre la base de técnicas de manipulación genética, algunos de los

cuales se plantean como horizonte de “aplicación” su uso comercial. Tal es el caso, por

ejemplo, de los grupos que desarrollan plantas transgénicas en el Instituto de Biotecnología

Avanzada del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria). O el Centro de

Virología Animal (CEVAN), que elaboró un kit de diagnóstico de fiebre aftosa en base

anticuerpos monoclonales (Vaccarezza y Zabala, 2002).

Por su parte, dentro del sector privado fue surgiendo, desde principios de la década del

ochenta, un grupo de empresas farmacéuticas y de reactivos de diagnóstico que incorporaron

estas técnicas para el desarrollo de nuevos productos a su cartera de negocios. Dentro de las

(relativamente pocas) empresas que han realizado investigaciones en biotecnología, es

necesario destacar muy particularmente al laboratorio Bio Sidus –sección de Sidus dedicada a

la biotecnología- que fue sin dudas el espacio más activo en la producción de conocimientos

aplicados a la biotecnología durante las últimas décadas. Hacia fin de la década de 1990

desarrolló, por ejemplo, un ternero clonado transgénico al cual se le incorporó el gen para que

produzca la hormona de crecimiento humana.

El dominio creciente de las técnicas biotecnológicas de “tercera generación”

(ingeniería genética) no solo están transformando ciertos sectores industriales y alentando una

orientación comercial de grupos de investigación académica, sino que han ido modificando,

además, los modos de investigar y definir las agendas de investigación en los grupos que se

mantienen en el terreno académico. Ello permite concluir que este conjunto de técnicas se

definen como “dispositivos de investigación genéricos” (para utilizar la categoría de Shinn,

2000) que dan lugar a un régimen de producción de conocimientos transversal, es decir, que

las agendas de investigación así como la organización social del trabajo se definen no más por

el encuadre de una disciplina en particular sino por el campo de aplicación y el tipo de

producto a desarrollar.

101
Por cierto, no deja de ser una paradoja, como habremos de analizar en el capítulo 7,

que la biotecnología, entendida como un régimen transversal de producción de

conocimientos, debe ser una de las pocas tecnologías cuya producción se concentra casi

exclusivamente en laboratorios de investigación –sea fundamental o aplicada- de carácter

público. En suma, una tecnología que no parece muy próxima a un mercado de bienes y

servicios o, en última instancia, de las necesidades sociales de una sociedad periférica.

En resumen…

Este período puede ser entendido en términos de un proceso de transición que se manifiesta a

través de un lento itinerario de renovación generacional que desembocó en la fundación de un

nuevo campo. Este proceso muestra algunos rasgos interesantes que merecen ser señalados:

En primer lugar, el carácter imitativo de la disciplina como consecuencia del

establecimiento de nuevas líneas de investigación, por medio de lo que denominamos

integración subordinada, es decir, la innovación temática y conceptual se debió a la

“adopción” de líneas y técnicas de investigación desarrolladas en laboratorios pertenecientes

al mainstream de la ciencia internacional a través de la formación externa post-doctoral. Ello

va generando la estructuración de redes internacionales de cooperación entre investigadores

del ámbito local y los centros externos de formación, lo que conduce a una suerte de

segmentación de los grupos de investigación local entre aquellos grupos que efectivamente

logran integrarse dichas redes y los otros que no.

En segunda instancia, la persistencia de tradiciones científicas cristalizadas que

resultan refractarias de la emergencia de nuevos campos disciplinarios. Cuando se produjo la

“adopción” de líneas ya desarrolladas en el exterior, la nueva disciplina desempeñó, durante

una primera etapa de transición, más bien, el papel de “técnicas auxiliares”. En una segunda

etapa, la disciplina comienza a consolidarse como un campo autónomo de conocimiento en

función del establecimiento de un número creciente de grupos de investigación que se

102
caracterizan por una “ultraespecialización” temática, que dificulta la participación en los

problemas de orden conceptual que están por detrás de los temas adoptados.

Este último rasgo ha dado origen a reconstrucciones retóricas muy interesantes para el

análisis sociológico, por parte de los investigadores “tradicionales”, es decir, pertenecientes al

“antiguo” paradigma. De acuerdo con esta interpretación, que tiende a subestimar las

escisiones y las rupturas, habría una continuidad manifiesta entre la fisiología, la bioquímica y

la biología molecular (generalmente no se menciona a la genética en esta interpretación),

dentro de la cual cada disciplina representa un salto técnico que no deriva de procesos de

ruptura en las formas de concebir el universo biológico.

Según esta modalidad de innovación conceptual, la adopción de nuevos campos de

problemas, enfoques teóricos y técnicas de investigación que carecen de un desarrollo propio

en el ámbito local, genera prácticas de investigación que se caracterizan por una fuerte

orientación hacia los dispositivos experimentales (con el objeto de conferir confiabilidad a los

datos obtenidos en los procesos de investigación) y una fuerte concentración en unos pocos

problemas de investigación (especialización temática) que desemboca en un bajo nivel de

participación en los problemas conceptuales de orden general (en la escena internacional).

Esto conduce a lo que hemos denominado una ciencia hipernormal y, una vez cristalizada la

disciplina, a generar fuertes barreras para la innovación conceptual. En función de lo expuesto

se puede suponer que, así como la conformación de una fuerte institucionalidad de la

bioquímica dificultó el desarrollo de la biología molecular en el país, los investigadores más

relevantes en esta disciplina podrían, en el futuro operar del mismo modo respecto de alguna

nueva disciplina emergente.

103
CAPITULO 4

PIONEROS Y VÍCTIMAS:

LOS PRIMEROS LABORATORIOS DE BIOLOGÍA MOLECULAR EN ARGENTINA

El “viejo” Instituto Bacteriológico y su contexto

El Instituto Bacteriológico fue el primer instituto de dimensiones apropiadas para la medicina

experimental argentina que se estableció en el país. Su creación fue propuesta por el doctor

Carlos Malbrán, quien era entonces director del Departamento Nacional de Higiene y Senador

Nacional. En 1901 logró promulgar un proyecto de ley para conformar un Instituto debía

aglutinar un conjunto de laboratorios (las secciones de bacteriología, química y demografía)

que dependían, hasta entonces, de la Oficina Sanitaria Argentina.1 Los actores de la época

entendían que la Argentina requería de un centro de salud pública especializado en el estudio,

tratamiento y profilaxis de las enfermedades contagiosas; en la producción de sueros y

vacunas y en la investigación científica, siguiendo los modelos institucionales existentes en

los países europeos, y muy en particular el Instituto Pasteur de París, que sirvió de modelo

para muchas instituciones de la época.

En Buenos Aires, por otra parte, existía el temor (bien fundado) de posibles focos de

infecciones, como la epidemia de fiebre amarilla que estalló en 1871 y sacudió el sur de la

ciudad de Buenos Aires durante la presidencia de Sarmiento (1868-1874). Ello generó todo un

debate acerca de la peligrosidad de las enfermedades transmisibles en el modelado de una

estructura social en profundo cambio por el acelerado crecimiento poblacional debido a la ola

migratoria desde finales de siglo XIX. En este sentido, no solo se proyectó la creación del

Instituto Bacteriológico, sino también la de un hospital especializado en la atención de

enfermedades infecciones, que derivó en la creación del Hospital Muñiz, cuyas instalaciones

se ubicaron próximas a la del Instituto Bacteriológico.

1
Para una mayor descripción de la historia del Instituto Bacteriológico en sus primeros años de vida véase
Estébanez (1996) y Aquino (1921).

104
En este contexto, en 1901 se promulgó la Ley 4039 del impuesto sanitario, en donde

se establecía que: “los recursos procedentes [de su aplicación], como todos los que se

perciban por servicios de sanidad, […] se destinarán a la construcción e instalación de los

siguientes servicios: Instituto Bacteriológico, comprendido el servicio de vacuna Jenneriana y

Estación de desinfección en el puerto de la Capital”.

Pese al interés inicial de las autoridades sanitarias del país, y en cierta medida del

poder político, el proyecto de Carlos Malbrán no se concretó hasta 1916. Ello respondió a

diversas razones: en primer lugar, a pesar de los temores, no había, a comienzos del siglo XX

ninguna epidemia de importancia en el país o en la ciudad de Buenos Aires. Así, la creación

del instituto no era percibida, fuera del ámbito sanitarista como algo urgente para dar

respuesta a dicha necesidad, tal como si ocurrió en Brasil y que motivo la creación de los

Instituto Bacteriológico de San Pablo y Oswaldo Cruz de Rio de Janeiro, en Brasil. (Stepan,

1981)

La segunda razón para el retraso en la puesta en marcha del instituto se debió a

problemas que se encontraron en las estructuras originales del edificio, terminadas en 1910,

que debieron ser derrumbadas, lo que obligó a comenzar nuevamente la construcción. En

1911 el entonces director del Departamento Nacional de Higiene, Dr. Penna, encaró la

finalización de las obras del edificio y, dos años después, contrató al bacteriólogo Rudolf

Kraus para que se encargue de la organización del nuevo Instituto, inaugurándose finalmente

el de 10 de julio de 1916 (Aquino, 1921).

Kraus, que es un personaje clave en esta historia, fue director del Instituto Malbrán

entre 1913 y 1921. Se había recibido de doctor en medicina en 1893 en la Universidad de

Medicina de Praga, y trabajó un tiempo en el Instituto Pasteur de París. Cuando dejó la

Argentina llegó a ser director del Instituto Seroterápico de Viena entre 1923 y 1929, dada su

fuerte vinculación con el fundador de dicho instituto: Richard Paltauff. Además ocupó la

cátedra de patología general y experimental en la Universidad de Viena. A Kraus se lo vincula

105
con los inicios de la inmunología y fue uno de los principales protagonistas del

establecimiento de la bacteriología en América Latina: entre 1921 y 1923 dirigió el Instituto

Butantan de Sao Pablo (Brasil) y, entre 1929 y 1932 fue director del Instituto Bacteriológico

de Chile (Stepan, 1981).

Con Rudolf Kraus a la cabeza, el Instituto Bacteriológico se organizó en cinco áreas:

“Zoología”, a cargo de Arturo Nevia, que provenía del Instituto Oswaldo Cruz; “Físico-

Química” a cargo de Alfredo Sordelli; “Estudio experimental del cáncer”, dirigida por Angel

Roffo; “Patología y Organoterapia”, dirigida por Bernardo Houssay; y “Terapia

Experimental” de la que estaba a cargo el propio Kraus. (Estebanez, 1996) El solo repaso de

los nombres y de lo que serían sus trayectorias futuras, nos da una idea de que lo que se estaba

gestando allí era, más allá de la creación de nuevo instituto, las bases de una muy importante

tradición de investigación. Kraus estableció vínculos permanentes entre el Instituto

Bacteriológico y la Fundación Oswaldo Cruz de Río de Janeiro, lo que hizo posible la

instalación de Neiva en Buenos Aires. De esa misma época data la primera conferencia de la

Sociedad Sudamericana de Higiene, Microbiología y Patología, que fuera presidida

conjuntamente por Kraus y Oswaldo Cruz, y que dio origen a la Sociedad de Microbiología

Sudamericana que, aunque tuvo un corto tiempo de vida, fue el punto de partida de un

movimiento que continuará muy activamente durante las décadas posteriores.

El tipo de organización establecida por Kraus se basó en una división de áreas de

trabajo autónomas entre sí, definidas “a la medida” de los directores de cada una. Así, la

orientación de las actividades y el establecimiento de jerarquías y prioridades dependían del

accionar del director de turno. En otras palabras, era el director y no un esquema institucional

establecido el que definía la división del trabajo entre cada una de las secciones.2

2
Este modo de funcionamiento era –y es aún hoy- propio del Instituto Pasteur: allí, los laboratorios no tienen
una estructura predeterminada, sino que muchas veces se crean “para” un científico, y pueden desaparecer
cuando este se retira. Véase Kreimer (1999a), cap. 5.

106
Por otra parte, dado su carácter de instituto dependiente de las autoridades de salud

pública, el objetivo de sus actividades estaba claramente orientado al desarrollo de funciones

técnico-sanitarias, es decir: la producción de sueros y vacunas; el control de extractos

glandulares; y la vigilancia y control epidemiológico. Sin embargo, estas actividades de

carácter más técnico, se combinaron con una importante actividad de investigación, que

quedaron reflejadas en la propia revista del Instituto o en la revista Folia Biológica.3

Se observa que el Instituto Bacteriológico se organizó en función de una difusa

separación entre lo que entenderíamos, hoy, como investigación científica “pura” e

investigación “aplicada”. Ambas actividades se combinaron bajo el carácter aplicado de la

institución; pero a medida que se fueron cristalizando y profesionalizando las diferentes

especializaciones contenidas en su interior, las actividades de investigación “pura” tuvieron

un menor desarrollo específico, aunque generaron el espacio para que varios científicos

importantes se iniciaran en la investigación. Como veremos, no es un dato menor que, para

entonces, se fueran estableciendo otros grupos de investigación fundamental, en particular en

la Universidad de Buenos Aires; mucho de cuyos investigadores habrían trabajado durante

algún tiempo, en el Instituto Bacteriológico.

Es muy interesante comparar brevemente el proceso en esos años en la Argentina y en

Brasil, puesto que había, entonces, dos modelos predominantes en la microbiología, el de

Pasteur en París y el de Koch, en Berlín. La influencia del primero ha sido, sin dudas, notable:

en 1893 se creó el Instituto bacteriológico de San Pablo y, en 1900, el Instituto de

Manguinhos, luego Instituto Oswaldo Cruz (Schwartman, 2001). Tanto el propio Oswaldo

Cruz como quien fuera su maestro, Domingos José Freire, estuvieran fuertemente

identificados con el “movimiento pasteuriano”, al punto que, a este último, el historiador

brasileño Benchimol lo llama “el Pasteur brasileño” (Benchimol, 1999). La tensión entre

producción e investigación estuvo presente desde el origen de todas estas instituciones: según
3
El primer número de la Revista del Instituto Bacteriología aparecio en noviembre de 1917, mientras que Folia
Biológica era una publicación realizada por el personal técnico del Instituto.

107
la historiadora Nancy Stepan, el Instituto Oswaldo Cruz “expresaba la insatisfacción con una

función del Instituto que se restringiera a proporcionar vacunas y sueros. De sus estudios en el

Instituto Pasteur de París, Oswaldo Cruz había adquirido un conocimiento práctico acerca de

cómo estaban organizadas las instituciones científicas más importantes en el país” (Stepan,

1981, pág. 72).4

Por su parte, Luis Aquino, estrecho colaborador de Kraus se interroga, al despedir a

este último de la Argentina:

Pero el Bacteriológico ¿debería limitarse, acaso, a ser una fábrica de sueros y


vacunas asimilando para ello, cuando le fuese cómodo, los perfeccionamientos
y adelantos técnicos y científicos de los Institutos europeos, atrofiando así sus
órganos en el desuso habitual y lamentable del parasitismo? No.
Nuestro Instituto debería ser, además, un centro de investigaciones, una
escuela de microbiología donde se formasen hombres capaces que, dominados
por la pasión de la verdad, lo llevasen a la altura en que lucen los
descubrimientos. Y bien, eso es lo que ha pretendido Kraus, cuando trataba de
organizar una escuela de bacteriología y pedía a la juventud el apoyo para su
realización, y el dejar de lado las miras materiales, para dedicarse al culto de la
ciencias en los altares del laboratorio, donde, si no arde la llama vacilante de
los cirios, brilla la verdad sin ser velada por el incienso de los dogmas.
(Aquino, 1921, pág. 236)

Este modelo institucional, esbozado durante la época de Kraus, se consolidó en los años

posteriores bajo la dirección de Alfredo Sordelli (1922-1943), que era químico de formación y

se había especializado con los profesores W. Nernst y Emil Fischer en Berlín, Alemania.

Paulatinamente, se fue fortaleciendo la investigación aplicada, con participación de médicos y

bioquímicos que dedicaban una parte de su tiempo al trabajo en el instituto, y otra, al ejercicio

profesional privado.

Sordelli promovió un acercamiento de los trabajos del Instituto a los canales

institucionales de la naciente tradición biomédica, estimulando la publicación de trabajos las

revistas de la Sociedad Argentina de Biología y de la Asociación Argentina para el Progreso

4
Sin embargo, señala Stepan, “el desarrollo de la institución en Brasil no fue una mera ‘copia’; el proceso de
‘transferencia’ se convirtió naturalmente en algo más complejo. Significativamente, en Brasil no había un cuadro
de bacteriólogos formados como para desempeñar la doble función de hacer al mismo tiempo investigación
básica y aplicada”. Stepan (1981), pág. 74.

108
de la Ciencia, junto con el intercambio de personal entre el Instituto Bacteriológico y el

Instituto de Fisiología dirigido por Houssay. Así, por ejemplo, Sordelli mismo primero, y

Venancio Deulofeu después, se hicieron cargo del curso de química biológica que se dictaba

en el Instituto de Fisiología y, recíprocamente, Juan T. Lewis (colaborador de Houssay) entre

1924 y 1928 fue jefe de la sección de farmacología del Malbrán (Buch, 2006).

Estas relaciones se enmarcaban dentro de un contexto más amplio de relaciones

disciplinarias muy próximas, y casi indiferenciadas, entre la fisiología y la bacteriología en la

Argentina. Según Buch (2006), el tipo de problemas encarados, la práctica clínica, la

investigación -en sus dimensiones más puras o más prácticas- y las diferentes orientaciones

disciplinares (bacteriología, endocrinología, inmunología, farmacología, física, química

biológica y fisiología), eran en buena medida indiferenciables y no pueden establecerse

relaciones de inclusión o exclusión muy definidas entre ellas.

El Instituto Bacteriológico asumió una triple especificidad: en lo disciplinar, por su

orientación centrada hacia la bacteriología; en lo institucional, por constituirse en un

organismo bajo jurisdicción estatal directa (Dirección nacional de Higiene); y en lo funcional,

por orientar la investigación hacia el campo de lo “aplicado” o integrado al sistema sanitario

nacional. (Prego, 1996, pág. 488)

La consolidación de una tradición en el Instituto Bacteriológico

En las primeras décadas, en particular durante las gestiones de Kraus y de Sordelli, se fue

conformando una tradición particular en el seno el Instituto Bacteriológico, caracterizada por

la autonomía de cada una de las secciones, el papel central del director como articulador de

cada una de estas, y la búsqueda de canales ad-hoc para legitimar las prácticas más orientadas

a lo “básico”. Sin embargo, existen otros elementos que se pueden observar y que nos

permitirán comprender las estrategias y los riesgos que se presentarán en el proceso de

109
modernización del Instituto a partir de 1957. Para ello es ilustrativo mostrar el caso de la

creación de la sección de virus filtrables en 1940.

Esa sección fue un proyecto elaborado por Sordelli en 1935 que era “el resultado de la

evolución de la investigación de ciertos problemas de los virus ya hecha por Kraus y

colaboradores hace cerca de 30 años en forma esporádica y circunstancial y por la

intensificación de la investigación desde 1935 hasta 1940” (Sordelli, 1942, pág. 4). Para

conseguir los fondos necesarios, Sordelli se abocó a establecer un acuerdo entre el gobierno

argentino y la Fundación Rockefeller. Esta última debía aportar fundamentalmente fondos

para enviar a investigadores argentinos a especializarse en los Estados Unidos y la invitación

a Buenos Aires de un especialista del área para organizar y desarrollar las investigaciones y el

laboratorio, enseñar las técnicas de trabajo y formar al personal técnico. El médico Armando

Parodi y el químico Simón Lajmanovich fueron los becarios enviados a Estados Unidos,

mientras que Richard Taylor fue el especialista invitado a Buenos Aires. Dicho acuerdo se

obtuvo en 1939 y se implementó, institucionalmente, a través del Departamento Nacional de

Higiene y la International Health Division. Por recomendación de la Fundación Rockefeller,

que pretendía estimular la investigación sobre el virus de la influenza en el Cono Sur, los

temas de investigación se orientaron hacia los virus respiratorios, y a instancias de Sordelli se

prestó una atención especial a los aspectos físico-químicos. Finalmente, para designar al

personal que integró dicha sección se convocó a un concurso público. (Sordelli, 1942)

El modelo de investigación bajo la organización imperante en el Instituto, que

podríamos denominar “tradición Kraus-Sordelli”, podría sintetizarse, en primer lugar, por una

separación difusa entre investigación básica e investigación aplicada, con una mayor

preponderancia de esta última a medida que se transitaba de las investigaciones iniciales a la

preocupación por el control epidemiológico y la producción de sueros y vacunas, en particular

en la presencia de enfermedades endémicas o epidemias. Y en segundo lugar, por la estrategia

“internacionalista”, a través del envío de becarios al exterior y la búsqueda de colaboración de

110
personalidades de centros de referencia del exterior para que colaboren en la organización de

los nuevos laboratorios, en la difusión de las técnicas de investigación y de la capacitación del

personal. Estas tareas debían operar como los mecanismos centrales para impulsar la

innovación en las líneas de investigación emprendidas.

Todos estos elementos constituyen estrategias y rasgos estructurales del Instituto

Bacteriológico que están presentes desde su creación. De hecho, por ejemplo, la dedicación a

tiempo completo o “full time” para la investigación existía desde el comienzo, pero estaba

reservada sólo a los cuadros superiores del Instituto, esto es, los jefes de cada una de las

secciones.

Es sobre esta tradición que se sostendrá Ignacio Pirosky, uno de los investigadores

formados en la institución, para encarar el proceso de modernización del Instituto, en el marco

del cual se crearon los primeros laboratorios de biología molecular en el país.

La modernización del Instituto Bacteriológico: un personaje clave

El proceso de modernización tiene su origen en la intervención del Instituto Bacteriológico en

1956, por parte del Dr. Francisco Martínez, Ministro de Asistencia Social y Salud Pública. De

inmediato fue designando el Dr. Ignacio Pirosky como director interino, a quien se le

encomendó la misión de establecer un diagnóstico sobre el estado y funcionamiento del

Instituto, y elevar al Ministerio una propuesta para su reorganización. Si bien existen pocos

elementos para evaluar el estado del Instituto durante el período de gobierno peronista (1946-

1955), la imagen que se trasmitió es que, debido a la falta de fondos e iniciativas novedosas

durante este período, la institución sufrió un deterioro importante.5

Es importante señalar que Pirosky desarrolló prácticamente toda su carrera científica en el

Instituto Bacteriológico, luego denominado “Dr. Carlos Malbrán” (en honor al ministro que

impulsó su creación), al cual ingresó en los primeros años de la década de 1930 como
5
Prácticamente no se conservan documentos de la época, y los testimonios de los pocos investigadores que
trabajaron allí señalaron más bien un estado de “relativo abandono” de la institución durante este período.

111
asistente ad-honorem (tras finalizar sus estudios como médico en la Universidad de Buenos

Aires e iniciar su práctica profesional en el hospital Vélez Sarsfield). Allí realizó

investigaciones sobre fraccionamiento de sueros normales y antitóxicos y se especializó en el

análisis por espectros de absorción ultravioleta hasta que, en 1935, a través de un concurso de

oposición accedió a un cargo en la sección de antitoxinas e Inmunología, de la cual fue

nombrado director siete años después, cargo que ocupó hasta 1956, cuando se lo designó

director interino del Instituto.

Un año después de la intervención se creó, por impulso del propio Pisorsky, sobre la

base del viejo Instituto, el Instituto Nacional de Microbiología.6 Se realizó un concurso para

designar al Director Titular, que ganó Pirosky, quien ocupó el cargo hasta 1962. La actuación

de Pirosky en esos años fue realmente protagónica: durante este período desempeñó, además,

los siguientes cargos: Director de la Dirección de Enfermedades Transmisibles (1957-1962);

Delegado oficial del gobierno argentino para estudiar la organización de los Laboratorios de

Salud Pública y estructura sanitaria en diversos países de Europa (1959); miembro del Comité

de Expertos en Laboratorios de Salud Pública de la Organización Mundial para la Salud

(1959-1964) y del Primer Directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y

Técnicas (1958-1962).

En la creación del nuevo Instituto se estableció que éste dependería del Ministerio de

Salud Pública, tanto en lo referente al financiamiento como en la aprobación del plan de

trabajo. El Ministerio definió como los objetivos básicos de la nueva institución:

1- Realizar investigaciones científicas en diferentes disciplinas microbiológicas, tanto en la

esfera de investigación “pura”, como en la esfera de su “aplicación” en la salud pública.

2- Elaborar sueros y vacunas, efectuar diagnósticos microbiológicos y estudiar la etiología de

las endemias y epidemias incidentes en el país.

6
El Instituto Nacional de Microbiología fue creado por el Ministerio de Asistencia social y Salud Pública
mediante Decreto Ley Nº 3283 del 26 de marzo de 1957, y su modificación: Decreto Ley Nº 16145 del 9 de
diciembre de 1957.

112
3- Promover el activo intercambio con los principales centros microbiológicos del mundo e

impulsar un régimen de becarios para la formación en el exterior del personal más joven.

Por otra parte, se fijó una organización del Instituto que reconocía las recomendaciones

elevadas por Pirosky, quedando bajo su competencia el desarrollo de la investigación y la

organización y coordinación de los diferentes departamentos. Estos eran:

- Virología

- Clínica Patológica

- Bioquímica y Biofísica

- Elaboración de Productos Biológicos

- Bacteriología General

- Patología General y Comparada

- Protozoología – Fiscalización – Quimioterapia

- Micología y Genética de Animales Pequeños de Laboratorio

Respecto de los cambios a realizar para la modernización de la Institución, el propio

Pirosky consideraba que: “la primera cuestión por resolver era el problema económico. Que

se hacía indispensable para mantener la conexión con los principales centros científicos del

mundo”. Más aun, Pirosky sostenía (junto con el entonces Director de Medicina Sanitaria)

que había que dotar al Instituto con los “elementos necesarios para la elaboración de sueros y

vacunas de óptima calidad, y para un severo control de la eficacia de ciertos medicamentos

biológicos. Pero fundamentalmente, debía este Instituto ser un centro de capacitación técnica

y de investigación científica” (Pirosky, 1986, pág. 33, las cursivas son mías)7

7
Es interesante señalar que, en uno de los considerandos del decreto de organización del Instituto Nacional de
Microbiología se indica que “…la transformación en un Instituto descentralizado (…) contribuirá, por la libertad
de acción que configura, a acrecentar aún más las relaciones científicas que mantiene con otros organismos
internacionales de investigación sanitaria, propendiéndose así el intercambio de conocimientos tan necesarios
entre instituciones dedicadas a la salud pública”. (Decreto Ley 3283 ya citado)

113
Se inició, entonces, un proceso de modernización que priorizó el desarrollo de las

actividades de investigación científica “básica” sobre las áreas de producción de sueros y

vacunas. Fue a partir de los siguientes elementos que se operacionalizó la primera experiencia

de investigaciones en biología molecular en Argentina:

1- Se procedió a la adquisición de equipos de última generación para fomentar la

investigación por un valor que rondó los 150.000 dólares de la época (ver cuadro 2), más

los equipos destinados a la producción de sueros y vacunas.

2- Se convocó un concurso para incorporar y revalidar 90 cargos de investigación full time

de personal técnico-científico (ver cuadro 3).8

3- Se promovieron becas para que jóvenes investigadores se formen en el exterior (ver

cuadro 4).

4- Se crearon para ellos nuevos espacios de investigación para que se inserten a su retorno al

país. Fundamentalmente interesan aquí la división de biología molecular que contendrá a

la sección de genética bacteriana y la sección de biología molecular.

El proceso de modernización implicaba fortalecer las actividades de investigación científica

que habían sido parcialmente dejadas de lado, y por lo tanto romper con el modelo

institucional del Instituto Malbrán de los años precedentes, en tanto centro especializado para

la producción de vacunas y sueros, y en menor medida, en el desarrollo de diagnósticos como

medio de control epidemiológico. El entonces director pretendía desarrollar la producción de

conocimientos básicos como una base indispensable para el desarrollo del área de

producción del Instituto. El proceso de modernización implicó así una apertura a cambios

cognitivos en el interior de la institución, a través del intento de modificar sustancialmente su

estructura con la convicción de que la misma debía acompañar dichos cambios.

8
El jurado para la evaluación de los concursos estaba compuesto por: un delegado del subsecretario del
Ministerio de Asistencia social y Salud Pública, Ignacio Pirosky, el Dr. Sevlever (Decado de la Facultad de
Higiene de Rosario), el Dr. Greenway (profesor de microbiología), el Dr. Arena y un Jefe de departamento
designado por Pirosky. (Pirosky, 1986, págs. 57-58)

114
Debemos llamar la atención acerca de la magnitud de los concursos que se realizaron en

1957. Es apasionante revisar la lista (ver anexo II) de los investigadores que fueron

seleccionados entonces, puesto que la mayor parte de ellos habrán de marcar fuertemente el

desarrollo de las investigaciones de la Argentina, tanto dentro de las fronteras como, muy

frecuentemente, en una diáspora que comenzó en 1962, que tuvo un punto importante en

1966, y que explotó en 1976.

Sin embargo, la modernización del Malbrán no fue un caso aislado, sino que encajaba en

toda una época de modernización más amplia en el campo cultural, científico y político. En

términos científicos, este intento se sustentó en un proceso macro de renovación institucional

del país, que abrió la posibilidad a planteamientos de índole cognitivos en diferentes campos.

Modernización política e institucional

Desde mediados de la década del cincuenta, la Argentina atravesó por un proceso de

modernización o, mejor dicho, de movilización política y cultural, que significó en una

creciente transformación de instituciones existentes y creación de nuevos organismos del área

científica y tecnológica en el país. Pero más importante aun es que en dicho proceso gestó una

convergencia entre la institucionalización de la investigación científica y la

institucionalización de la política científica. A lo largo de la década se crearon los cuatro

grandes institutos que, junto con las universidades nacionales, conformaron el eje central del

denominado “complejo de Ciencia y Tecnología” argentino. Se gestó además la reforma de la

Universidad de Buenos Aires mediante la modificación de los métodos de enseñanza dando

mayor lugar al trabajo práctico; la flexibilización de los planes de estudios a través de la

oferta de materias optativas; la renovación del cuerpo docente a partir de la ampliación de los

cargos con dedicación exclusiva, la apertura de nuevas carreras (psicología y sociología), y

facultades (farmacia y bioquímica) y, finalmente, de espacios dedicados enteramente a la

115
investigación científica, como por ejemplo el Instituto del Cálculo en la Facultad de Ciencias

Exactas (Sigal, 1991).

Cuadro 1: El sistema institucional de ciencia, tecnología e innovación hacia fines de los años 50.

Nivel de Ciencias básicas y Investigación Tecnología Investigación y


Actuación aplicadas agropecuaria Industrial producción nuclear
Formulación de ♦ CONICET ♦ CNEA
políticas (1958) (1950/56)
Promoción ♦ CONICET ♦ INTA (1956) ♦ INTI (1957) ♦ CNEA
Ejecución ♦ Universidades ♦ INTA ♦ INTI ♦ CNEA
Nacionales ♦ Universidades
♦ Inst. Malbrán Nacionales
♦ Hospitales
♦ CONICET

El proceso de creación y transformación institucional estuvo motivado, entre otros factores,

por la emergencia de modelos de desarrollo que incluían la noción de que la ciencia y las

universidades jugarían un papel central en el desarrollo socioeconómico del país –ideal

“desarrollista”-, impulsados por organismos internacionales, como la Oficina de Asuntos

científicos de la OEA (Organización de Estados Americanos) y la UNESCO (Kreimer, 1997).

Estos organismos -en particular este último, cuya dirección de Ciencias estaba a cargo del

belga Ivan de Hemptine- promovieron la creación de consejos nacionales copiando el modelo

de los países desarrollados, como ser el CNRS de Francia. La fuerza motora del ideal de

modernización desarrollista ayudó a que la investigación científica en el ámbito universitario

y gubernamental se expandiera de forma singular en algunas áreas. Se suponía que al alcanzar

ésta una “masa crítica”, se produciría un efecto “despegue” que impactaría sobre el desarrollo

del país.

Si bien el Estado asignó recursos y reglamentó las actividades de cada una de las

nuevas instituciones, ello no respondió -stricto sensu- al resultado de un plan estructurado

sobre objetivos claros, sino que obedeció a lógicas cruzadas y a diversos factores, no

necesariamente coincidentes, lo que hizo que este proceso adquiera, mirado

retrospectivamente, un carácter más complejo no exento de tensiones. Aún así, es posible


116
encontrar algunos ejes que articulan, efectivamente, el proceso de renovación institucional. En

ese sentido, y si bien dichos organismos se concentraron en el desarrollo de actividades

especificas, este amplio proceso de renovación institucional expresó la existencia de múltiples

tentativas que revelan, en un cierto sentido, la emergencia de una percepción –común en

diversos países latinoamericanos- respecto de la necesidad de contar con instituciones de

ciencia y tecnología en el país, y la creencia compartida acerca de un nuevo papel para el

Estado en la promoción y ejecución en la investigación y desarrollo (I+D).

Los primeros laboratorios de biología molecular

Los primeros laboratorios de biología molecular surgen, pues, como consecuencia del proceso

de modernización del Instituto Malbrán que señalamos. Las nuevas secciones fueron creadas

a la medida del personal que se fue incorporando a partir de 1957. Así, se creó primero la

sección de genética bacteriana (1957) y, al retorno de Milstein de Inglaterra (1960) la división

de biología molecular. Esta última división fue creada en función de los desarrollos realizados

por Milstein en Inglaterra y, en consecuencia, aunque su desarrollo estaba en línea con los

objetivos que había trazado Pirosky, no responde exactamente a un “plan elaborado ex ante”

para desarrollar en el país la biología molecular.

La sección de genética bacteriana

Antes que nada, se debe tener en cuenta que el desarrollo de la genética como disciplina en el

país se encontraba limitado, entonces, a la práctica agronómica de transformación fitogenética

en ciertos caracteres hereditarios de diferentes variedades de cultivos, desarrollados bajo el

paradigma mendeliano. Ello quedó plasmado en el hecho de que el primer instituto de

genética conformado en el país perteneció a la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la

Universidad Nacional de Buenos Aires, y estuvo bajo la dirección del Ing. Agr. Salomón

117
Horovitz, quien para muchos fue el iniciador de los estudios experimentales en genética en

Argentina. (Vessuri, 2005)

La enseñanza de la genética en las universidades argentinas había tenido como primer

profesor al zoólogo Miguel Fernández en la Universidad Nacional de La Plata, quien se

especializaba en embriología, mientras que en la Universidad de Buenos Aires, uno de los

iniciadores de la disciplina fue Angel Gallardo, titular de la Cátedra de Zoología de la

Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, quien trabajaba en herencia biológica y división

celular. Los primeros cursos de genética y citología en dicha facultad recién se organizarán

hacia finales de la década del treinta.9

En el plano internacional, los estudios más cercanos a la genética molecular databan

de la década del treinta, y consistían en diversas investigaciones enfocadas a dilucidar la

transmisión de los caracteres hereditarios mediante el empleo de virus, bacterias, levaduras y

hongos. Los primeros estudios en el nivel molecular se identifican con investigadores

implicados en el uso de los sistemas de virus (fagos). Como lo señala una de las protagonistas

de esa época “la genética bacteriana era, en ese momento, una disciplina relativamente

incipiente.” (Nagel, 2005, pág. 2). Como mostramos en el capítulo 2, estos estudios se habían

desarrollado durante los años cuarenta en los Estados Unidos, en relación con el “Grupo

Fago”, liderado por Max Delbrück Salvador Luria. También eran recientes las observaciones

sobre la sexualidad bacteriana (que posibilita el intercambio de material genético entre

bacterias), los estudios sobre el factor F (factor de fertilidad) y su efecto como agente causal

de la fertilidad bacteriana, sobre la infección con los bacteriófagos y la interpretación de la

lisogenia (Nagel, 2005).

Teniendo en cuenta que los primeros desarrollos de genética microbiana en la

Argentina tienen lugar a mediados de la década del cincuenta, la sección de genética

bacteriana del Instituto Malbrán fue, de hecho, uno de los laboratorios pioneros en adoptar

9
Sobre el desarrollo de la genética en el país veáse Vessuri (2006) y Katz y Bercovich (1990).

118
este nuevo nivel de análisis. La sección se creó en el año 1957 y estuvo integrada por los

biólogos Rosa Nagel y Juan Puig (incorporados en los concursos de ese mismo año), y un año

después por la genetista Dora Antón, en calidad de pasante, quien ejercía un cargo en la

Facultad de Ciencias Exactas, en la Cátedra de Genética I dirigida por el Ing. Agr. Juan

Valencia y había tenido un entyrenamiento en genética bacteriana por un curso dictado por E.

Balbinder en dicha Facultad. También integraba la sección el biólogo Pablo Bozzini, quien

por aquellos años partió al Caltech (donde se encontraba Delbrük) para realizar un

postdoctorado, y que se reincorporó al Instituto Malbrán a principios de los años sesenta, una

vez cerrados los laboratorios de biología molecular.

En la formación de dicho laboratorio tuvo un papel fundamental el biólogo francés

Elie Wollman, del Instituto Pasteur de París, que formaba parte de uno de los grupos pioneros

en el desarrollo de la biología molecular en el mundo: el grupo liderado por André Lwoff,

Jacques Monod y François Jacob, quienes obtuvieron el premio Nobel de 1964 por sus

investigaciones sobre el profago y la caracterización del ARN mensajero. Wollman fue

invitado por Pirosky por pedido de Nagel y Puig, con el objeto de desarrollar la genética de

procariotes en el Malbrán.

La intención inicial de Pirosky era invitar a Lwoff (jefe del grupo francés), puesto que

él mismo había trabajado como joven becario en su laboratorio del Instituto Pasteur entre

1936 y 1938, financiado por la Fundación Rockefeller (FR). Como ya vimos, ello respondía a

una estrategia explícita de “internacionalización” por parte de dicha Fundación, cuyo director

de la época ejercía una fuerte influencia sobre Jacques Monod, entonces joven investigador

del grupo de Lwoff. Sin embargo, Lwoff recomendó que fuera Wollman quien viajara a

Buenos Aires, teniendo cuenta los lazos que éste tenía con América Latina. Efectivamente,

por un lado, el padre de Wollman había trabajado en la década del treinta en el Instituto de

Bacteriología de Chile (creado por Kraus) y tuvo la posibilidad de conocer el Instituto

119
Malbrán en 1929 cuando Sordelli invitó a la familia Wollman a Buenos Aires, con la

intención de establecer colaboraciones estables con el Instituto Pasteur.10

Así, Wollman viajó a Buenos Aires, donde permaneció los meses de julio y agosto de

1960, gracias al financiamiento del CONICET. Propuso al entonces recientemente formando

grupo de genética bacteriana (que por esos azares ocupaba el denominado “Pabellón Pasteur”

del Instituto Malbrán) que trabajaran sobre la herencia de factores colicinógenos en E. coli K-

12, cuyas cepas habían sido enviadas desde su laboratorio en París, es decir, el material

biológico para que se pudieran realizar los experimentos. Por otra parte, Wollman tuvo una

intensa actividad en Buenos Aires, en donde dictó diferentes cursos y conferencias en las

Facultades de Ciencias y de Agronomía de le UBA.

Entre 1958 y 1962, el grupo de genética bacteriana se abocó al estudio de la

transferencia de un conjunto de factores (E1, E2, V-I, B y I) en la conjugación bacteriana, el

control genético de los mismos y su relación con factores de fertilidad. Los resultados

obtenidos por el grupo implicaron la obtención de las primeras demostraciones acerca de la

herencia de plásmidos, en la medida en que identificaron que dichos factores se encuentran en

la célula bacteriana en estado autónomo, sin ligamentos con genes cromosómicos, y no como

episomas como se pensaba en aquel entonces (es decir, que a veces pueden estar en el

citoplasma y otras en los cromosomas). Esto significó para el grupo la posibilidad de publicar

en revistas de importancia internacional una serie de características propias de cada uno de los

factores estudiados (por ejemplo la diferente transferibilidad en la conjugación, interacciones

con el factor de fertilidad, el nivel de permanencia o de la expresión, ver cuadro 4).

La división de biología molecular

El laboratorio de biología molecular se creó en 1960 cuando Cesar Milstein, químico

egresado de la UBA, retornó de su postdoctorado en la Universidad de Cambridge. En rigor,

10
Carta personal de Elie Wollman a Pablo Kreimer, junio de 2000.

120
Milstein ingresó al Malbrán en 1957 tras haber participado del mencionado concurso, pero

Pirosky lo autorizó a incorporarse después de que terminara sus trabajos en Inglaterra.

Previamente, Milstein había trabajado junto al Andrés Stoppani en la Facultad de Medicina,

donde este dirigía el Instituto de Química Biológica.11 Ya establecido en Cambridge, Milstein

se incorporó al laboratorio de bioquímica, en el grupo de Sanger, donde trabajó en problemas

de activación de enzimas y en la secuencia de aminoácidos sobre centros activos de enzimas

(en ambos casos la enzima elegida fue la fosfoglucomutasa). Allí se especializó,

específicamente, en química de proteínas y en análisis cinético de enzimas.

El grupo de Sanger, constituía junto a los de Perutz y Kendrew uno de los grupos

pioneros de la naciente biología molecular. Todos ellos componían la llamada “corriente

estructural” según la definición que propuso Stent (1968). Perutz y Kendrew eran discípulos

de John D. Bernal, pionero de la cristalografía de proteínas, militante comunista e historiador

de la ciencia, y trabajaban en un laboratorio vecino al de Sanger: el Cavendish Laboratory en

Cambridge. Se especializaban en la técnica de difracción de rayos X para la determinación de

las estructuras moleculares de las proteínas y los ácidos nucleicos. Sanger se había

especializado en el desarrollo de nuevas técnicas (desarrolló un método cromatrográfico para

determinar secuencias de finalización) y en la determinación de las secuencias de

aminoácidos de proteínas (química de proteínas), y obtuvo el premio Nobel en 1958 por la

determinación de la secuencia de aminoácidos de la insulina. 12

Cuando César Milstein retornó al Instituto Malbrán, fue designado director de la

División de Biología Molecular. Esta estaba compuesta por el propio Milstein, Noel Zwaig,

Marta Pigretti, Celia de Milstein, Manuel Brenman, el becario Nazario Mahafud, y los tesistas

Horacio Farach, Teodoro Celis, Inda y Abel Issaly. Si bien en términos formales la sección de

11
Milstein realizó su tesis de doctorado con Stoppani luego de solicitarle a Leloir que le dirigiera su tesis, quien
se negó. Entrevista personal con Milstein, Cabridge, enero de 1999.
12
Por su lado, Max Perutz y John Kendrew compartieron el premio Nobel de Química en 1962 por la
determinación de la estructura molecular de la Hemoglobina y la mioglobina.

121
genética bacteriana se integró a la división, en la práctica esta mantuvo su autonomía respecto

de los grupos dirigidos por Milstein.

Una de las líneas de investigación –a cargo de Milstein- se orientaba a investigar

centros activos de enzimas mediante el uso de diversas técnicas enfocadas a dilucidar la

secuencia y marcación en: fosfoglucomutasa, fosfogliceromutasa, fosfotasa alcalina E. coli. El

programa de investigación propuesto por Milstein tenía por objetivo indagar la fosfatasa

alcalina y fosforoglicero-mutasa como posibles candidatos para identificar centros activos

alrededor de residuos de fosfocerina. Se debe destacar que esta línea de investigación se

relacionaba íntimamente e implicaba una continuidad con los trabajos que Milstein desarrolló

junto a Sanger durante su estadía en Cambridge.

La otra línea de investigación que se desarrolló en la División fue la dirigida por

Manuel Brenman, quien puso en marcha el equipo de resonancia magnética nuclear del

Instituto. Brenman comenzó a trabajar a finales de 1961, cuando regresó del Departamento de

Química del MIT, donde se había especializado precisamente en ese tema, junto a R. Blinc, J.

Waugh, M. Samec y S. Miller. Una vez instalado en el Malbrán, Brenman llevó adelante un

plan de investigación que abarcaba un estudio de sal de Rochelle irradiada; la acción del

acridin orange sobre el DNA y, finalmente, estudio del DNA de una sola cadena en fago

XØ174. Además realizo estudios sobre cobalto y cobre histidina en colaboración con el físico

Horacio Farach, quien estaba realizando una tesis de doctorado sobre el tiempo de relajación

de sales de cobre-cobalto.

Por otra parte, en la División trabajan también Roberto Celis (estudio de la estructura

y actividad biológica de inmunoglobulinas, para lo cual tuvo que poner en marcha técnicas de

análisis mediante ultracentrifugación analítica), Inda Issaly (sobre metabolismo de glucosa en

pasteurella multocita), y Abel Issaly (Biosíntesis de ácidos nucleicos en la pasteurella de

multocita).

122
Apertura disciplinar y referentes internacionales

La participación de Wollman en la constitución del laboratorio de genética y la de Milstein en

el de biología molecular constituyen piezas claves para explicar la irrupción y el desarrollo de

la nueva disciplina en la Argentina. Los grupos de Lwoff y Monod (donde trabajaba

Wollman) y de Perutz (con quien había estado en contacto Milstein) fueron, junto con el

laboratorio de Cold Spring Harbor en los Estados Unidos, donde se había radicado James

Watson, de los pocos grupos que se habían volcado a los desafíos de la nueva disciplina, hacia

mediados de los años cincuenta. En consecuencia, de los tres grupos de referencia en ese

momento de la escena internacional, el origen de la biología molecular en la Argentina se

encuentra estrechamente ligado a dos de ellos, el Perutz y el de Lwoff.

La constitución de dichos laboratorios se entronca, en consecuencia, con una de las

modalidades privilegiadas para la innovación temática y conceptual en la comunidad

científica argentina y de buena parte de las comunidades científicas en la periferia, esto refiere

a un tipo de integración subordinada con las líneas de investigación pertenecientes al

mainstream de la ciencia internacional, como modo de estructuración de la investigación

científica en contextos periféricos (Kreimer, 1998). La integración subordinada hace

referencia a que la constitución de las agendas de investigación de los centros de

investigación en la periferia, se establecen, en principal medida, en función de las líneas

desarrolladas por los “principales centros de investigación científica”, esto es, por aquellos

centros que componen el mainstream de la ciencia internacional.

En el caso de los laboratorios del Instituto Malbrán, existieron dos modalidades claves

para el establecimiento de las agendas de investigación. Por un lado, mediante los “cursos”

dictados por investigadores invitados, como Elie Wollman. La otra, mediante la incorporación

de investigadores que, una vez finalizados sus estudios de perfeccionamiento en el exterior,

123
reingresan al país en puestos de investigación donde desarrollan líneas similares a las que

habían realizado en el exterior, como en los casos de Milstein y Brennman.

Esto supuso la constitución de redes “desde la periferia al centro”, redes que para el

caso del Malbrán fueron sostenidas por Pirosky a través de las relaciones mantenidas con el

exterior a través de sus estudios sobre la organización de laboratorios de salud pública por un

lado, y por el otro, más importante aun, por su formación como investigador en el Instituto

Pasteur. Recordemos que Piroskyestuvo durante el período 1936-1938 en el Instituto Pasteur,

donde André Lwoff le dirigió un estudio (en 1937) sobre factores de crecimiento. Allí, como

becario de la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia, trabajó con Lwoff sobre

los factores de crecimiento en el laboratorio de fisiología de bacterias y protozoarios, con

Gaston Ramon sobre la inmunidad antitóxica, sobre los antígenos somáticos de bacterias

(complejo bioquímico-gluco-lípido-aminoácido) bajo la dirección de Boivin y sobre

bacteriología y suerología de anaerobios patógenos bajo la dirección de Weinberg (Pirosky,

1986).

Sin embargo, podríamos pensar, y esta es una hipótesis nuestra, que Pirosky tenía una

mayor inclinación hacia los aspectos de desarrollo institucional que hacia su propia carrera

científica. Así, la estadía en el Instituto Pasteur tuvo más consecuencias sobre las estrategias

institucionales que sobre el curso de las investigaciones que él mismo emprendiera. El propio

Pirosky afirma que:

Desde el primer momento que asumí la Dirección del Instituto Nacional de


Microbiología consideré que el mecanismo que habría de asegurar el permanente
progreso científico en microbiología y ciencias afines de nuestro Instituto debía
consistir en una constante relación dinámica con los centros más adelantados
del mundo, no sólo por el intercambio de publicaciones sino de personalidades
científicas invitadas para dar cursos seleccionados de corta duración y por el envió
de becarios a centros científicos altamente especializados (Pirosky, 1986)

En este sentido, el programa de modernización se fundamentó en la complementación de dos

acciones diferentes. La primera, se refirió a intentar generar profundas innovaciones en la

124
organización social de la investigación mediante la reorganización de los espacios de

investigación (creación de nuevas secciones), y la incorporación de jóvenes investigadores

con dedicación full time, legitimada mediante un concurso público.

La segunda acción seguida se estructuró sobre:

a- Invitación de científicos del exterior para que den cursos teórico-prácticos de

perfeccionamiento. El caso más notorio fue el de Wollman, pero existieron otros caso

como el del Dr. Ferting, que en ese entonces era titular de Bioestadística de la Universidad

de Columbia, que dictó un curso sobre problemas de diseño experimental en biología y

medicina y su interpretación. Para la realización de estos cursos, Pirosky recibía el apoyo

político y económico del CONICET. Es por esta razón que se realizaban en convenio con

otros Laboratorios e Institutos de investigación, lo cual supuso un relativo intercambio de

investigadores.

b- Envío de becarios del Instituto a centros científicos del exterior especializados en áreas

considerados de relevancia para el desarrollo del Instituto. Con aquellos jóvenes

investigadores Pirosky sostuvo una fluida comunicación, gracias a la cual seguía los

avances en sus estudios, les consultaba respecto de equipamientos y, finalmente, discutía

respecto del establecimiento de líneas de investigación, para su regreso al Instituto,

similares a las que realizaban en el exterior. Es de notar que muchos de estos becarios

nunca llegaron a incorporarse efectivamente al Instituto, debido a la intervención de

1962.

La innovación temática, conceptual e institucional que implicó la formación de la

División de Biología Molecular puede explicarse, entonces, en términos de una integración

subordinada a la red socio-cognitiva constitutiva y relativamente incipiente de la biología

molecular en el escenario internacional. Dicha integración fue posible, por un lado, por la

estrategia implícita de comunicación y colaboración desplegada por Pirosky con dos de los

125
tres grupos de referencia y, por el otro, por el hecho de que la disciplina aún no estaba

suficientemente estabilizada más que en unas pocas instituciones, pero en donde no existían

aún firmes las instancias colectivas de identificación, lo cual facilitaba el ingreso a este

incipiente campo socio-cognitivo.

Los laboratorios de biología molecular y la tradición biomédica

La estrategia desplegada por Pirosky respecto del sostenimiento de una red con los “centros

de excelencia científica” que trabajaba incipientemente en temas de biología molecular se liga

a la práctica de creación de un contexto institucional especifico, en donde se apela al

reconocimiento externo como medio privilegiado para posicionarse hacia el interior de la

comunidad científica local.

Una de las peculiaridades del caso radica en que buena parte del desarrollo de las

investigaciones emprendidas se asienta -durante los cinco años que duró la experiencia- en la

considerable cantidad de recursos (puestos a sostener los salarios full time de los

investigadores y a la compra de equipos que, hasta entonces, eran escasos o inexistentes en el

país), que destinó el Ministerio de Salud Pública quien apoyó decididamente la gestión

emprendida por Pirosky. En menor medida, por el tímido apoyo brindado por el

recientemente creado CONICET, cuyo primer directorio integró el propio Pirosky.

En la creación del CONICET se hicieron explicitas dos posiciones diferenciadas

acerca del papel que debían cumplir los científicos en la organización de la ciencia, como ya

adelantamos en el capítulo 2: por un lado, Houssay representaba una mirada tradicional de la

ciencia, realizada con instrumentos baratos y, a menudo, fabricados por los propios

investigadores. Según él, los recursos debían administrarse según los pedidos individuales de

los investigadores y siempre en cantidades “módicas”. Por otro lado, se posicionaba un

conjunto de investigadores, nucleados en torno a la figura de Rolando García, decano de la

facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, uno de los promotores de la reforma de

126
la misma, que mantenían una visión más “moderna” de la ciencia ligada a los cambios que en

ese entonces estaba significando la emergencia de la “big science”.

El modelo adoptado por el CONICET fue finalmente el defendido por Houssay. De

esta forma, el CONICET, se basó en un modelo de asignación de recursos que dejaban en

manos de los investigadores individuales la decisión de determinar la orientación de las líneas

de investigación, en contra del modelo que postulaba la necesidad de contar con programas de

investigación que respondiera a una planificación de las actividades de largo plazo. Prevaleció

así una visión “academicista” que consideraba incompatible vincular las actividades

científicas con actividades de “segundo orden”, como la vinculación con el sector productivo.

Pirosky, como miembro del primer directorio del CONICET, se encontraba alineado

políticamente al grupo liderado por Rolando García y, en consecuencia, enfrentado al grupo

liderado por Bernardo Houssay.

En este sentido, si bien se podría pensar que la existencia de una tradición científica en

el amplio campo de la investigación biomédica fue la base sobre la cual se sostuvo la

innovación temática y conceptual que estaba representando la naciente biología molecular,

esto tuvo un doble significado: por un lado, efectivamente, la existencia de grupos “de

excelencia” con los cuales estaban relacionados los investigadores del Instituto Malbrán,

gracias a la tradición Kraus-Sordelli, fue un caldo de cultivo fundamental para el proceso de

modernización emprendido por Pirosky. Sin embargo, por otro lado, la mayor parte de los

investigadores en el campo biomédico tenían una actitud “conservadora” y tendieron mas bien

a inclinarse a favor de las nuevas técnicas de investigación que ampliaban el campo de trabajo

existente, pero sin que esto implicara una ruptura en la propia lógica de investigación de las

ciencias biológicas.

127
El cierre de los laboratorios

En 1962, el Instituto Malbrán fue intervenido, Pirosky fue destituido y los laboratorios de

biología molecular fueron desmantelados. Así, la primera experiencia de investigación en

biología molecular que tuvo la argentina terminó abruptamente, a los pocos meses de la

intervención del Instituto Malbrán, tras el golpe de estado que derrocó al presidente

constitucional Arturo Fondizi. El primer efecto de dicha intervención fue la destitución de

Pirosky como director del Instituto, con lo cual se dio marcha atrás con buena parte de las

medidas adoptadas en ese período: se limitaron los cargos full time, se dejó cesante a buena

parte del personal, etc. En este sentido, las palabras que Cesar Milstein dirigió al director

interino con motivo de su renuncia al cargo de técnico-científico son elocuentes:

Desconozco el mecanismo de selección que se ha usado. Me permito, sin


embargo, manifestarle mi extrañeza por la forma en que se ha pasado por alto al
suscrito, siendo, como entiendo que es, el único en condiciones de juzgar la
importancia relativa de las tareas que realiza cada uno de los investigadores de la
división de biología molecular. […] Resta, sin embargo, la posibilidad de que no
me haya Ud. consultado porque tal vez sea su opinión que todas las tareas que
desarrolla esta división son inútiles para el Instituto. Debo agregar que esta
interpretación es coherente con lo manifestado por el Excmo. Sr. ministro Dr. T.
Padilla […], en cuyo caso me siento personalmente involucrado entre los que
provocan “el malgasto a los fondos del estado. (Carta de Milstein al Dr. J.M. de
la Barrera, citado en Pirosky, 1986)

La intervención del Instituto Malbrán expresa, también que el proyecto institucional que

pretendió impulsar Pirosky, que comprometía los objetivos de Salud Pública con el desarrollo

de las áreas de investigación, no era aceptado de modo unánime. Por el contrario, ese modelo

se enfrentaba con el tipo de especialización institucional defendida por un conjunto de actores

desde el interior de la institución, definidos como “la vieja guardia”, y que implicaba un

abandono progresivo de las actividades de investigación no directamente ligadas a la

producción de sueros y vacunas, o al control epidemiológico (Entrevista personal con

Bozzini, Buenos Aires, abril de 1999). Este modelo contó con el apoyo político de las nuevas

autoridades que ocuparon, desde 1962, el Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública, así

128
como también de representantes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos

Aires, quienes pregonaban un modelo “profesionalista”. A estas personas se les solicitó la

elaboración de un informe de la situación en la que se encontraba el Instituto Malbrán luego

de la partida de Pirosky. Estas posiciones se hicieron manifiestas en el informe incluido en el

decreto de intervención del Instituto:

[se observa] que el análisis de los antecedentes relacionados con la actividad


desarrollada en los últimos tiempos por el Instituto Nacional de Microbiología
[…] permiten concretar que la actividad atribuida a dicho organismo no se ha
cumplido, en lo que se refiere a los aspectos conectados directamente con los
problemas de salud pública […] que en el expresado sentido, resulta que con
respecto a productos de importancia vital, las existencias en algunos casos han
sido insuficientes en relación con las necesidades […] y que no se han adoptado
las medidas necesarias para solucionar otras deficiencias en los procesos de
producción y otros, que no condicen con las que caben expresar del
organismo… (citado en Pirosky, 1986)

Esto motivó que 12 investigadores del Instituto fueran dejados cesantes, la mitad de los cuales

pertenecían a la división de biología molecular. Este movimiento de personal fue acompañado

por la renuncia de otros 13 investigadores, de los cuales 6 integraban dicha división (véase

cuadro 5). De esta forma, los primeros laboratorios de biología molecular en la Argentina

fueron totalmente desmantelados. Es fundamental señalar que todo el instrumental existente

en dichos laboratorios (que fue adquirido durante la gestión de Pirosky), cuyo valor

aproximado era de unos u$s 150.000 de la época, quedó en desuso debido a la falta de

personal capacitado en su uso: muchas másuinas y aparatos se guardaron en habitaciones que

se clausuraron, durante años, hasta que esos equipos se tornaron obsoletos (entrevsita personal

con Bozzini, 1998).

Se puede entender que la creación de los primeros laboratorios de biología molecular

implicó una inflexión hacia un nuevo modo de pensar la investigación bajo formas de

organización más modernas. Según lo afirmó Milstein poco tiempo después:

…luego de un período de gran abandono, [el Instituto Malbrán] recibió un


fresco impulso de vida cuando fue designado como Director el Dr. Ignacio
Pirosky, a quien el Gobierno otorgó concesiones especiales que le permitieron

129
incorporar a un gran número de jóvenes científicos de tiempo completo en
posiciones claves. Este hecho constituyó un movimiento imaginativo y muy
valiente, que colocó a Pirosky y a los jóvenes incorporados en conflicto directo
con la vieja guardia esclerótica. Pero el nuevo Director contaba con un fuerte
respaldo del Gobierno –mientras éste subsistió- y, entre tanto, fue
desarrollándose una atmósfera de gran exaltación científica entre los recién
incorporados científicos full time. (Carta de Milstein al nuevo Director Interino,
citado por Pirosky, 1986)

El llamado a concurso presentó como efecto más visible la promoción de nuevos cargos de

dedicación exclusiva, pero además implicó la revalidación de cargos ya existentes,

estimulando el pasaje de una dedicación parcial a una exclusiva. Esto originó un conflicto

socio-ocupacional entre los viejos representantes, quienes constituían la tradición imperante

en la institución, frente a una nueva generación, que ingresó al Instituto gracias a los

concursos convocados por Pirosky. Los antiguos profesionales del Instituto se sintieron,

durante todos los años de la gestión de Pirosky, desplazados del seno de la institución.

Sin embargo, la creación de dichas secciones no supuso una ruptura completa respecto

de la organización en diferentes secciones autónomas sobre la que se estructuraba el Instituto

en los tiempos de Sordelli, sino que esas secciones se crearon dentro del tipo de organización

ya existente, en donde el director de turno era quien tenía la capacidad de diseñar y crear cada

sección o laboratorio, en relación con los investigadores y sus perfiles particulares. En este

sentido, se puede afirmar que la ruptura cognitiva que implicaba la inserción de la biología

molecular en el Instituto no necesitaba acompañarse por un cambio en las formas

institucionales y de sus formas de organización. Esto es esperable, en la medida en que el

propio Pirosky se había formado dentro de la institución y se había familiarizado con las

formas organizativas “tradicionales”. Por otro lado, en la medida en que esos dispositivos

dejaban una gran libertad al director, no había, en principio, ninguna contradicción con las

innovaciones de orden cognitivo que se emprendieron durante ese período.

El alejamiento de un número importante del personal del Instituto motivó que casi

todos los investigadores de dichos laboratorios continuaran sus carreras en el exterior. Así, el

130
desarrollo de nuevas técnicas de investigación y la modificación de las prácticas que

implicaba la introducción de la naciente biología molecular, se perdieron en su gran mayoría,

al no encontrar los investigadores expulsados del Malbrán otros espacios institucionales en los

cuales insertarse dentro del país. Por ejemplo, Milstein retornó a Cambridge; Nagel luego de

un paso muy corto por la cátedra de Genética I de la Facultad de Ciencias Exactas partió a

trabajar con Luria en Estados Unidos (fundador con Delbrück del emblemático Phage Group);

Puig se incorporó a un Instituto del CNRS en Marsella, y luego se estableció en la

Universidad de Mérida, Venezuela, Celis fue a la New York University, etc.

Esto implica que la biología molecular y su introducción al país a través de los grupos

del Malbrán, no pudo reproducirse en otros espacios institucionales, como las facultades de

Ciencias Exactas y Naturales o de Medicina de la UBA, o en algún otro instituto (lugares a

priori esperables como para acoger a estos investigadores. A pesar de que Pirosky fue

miembro del primer directorio del CONICET, ello no operó como un verdadero medio de

legitimación para los grupos del Malbrán, sino que su verdadero punto de apoyo se concentró

en el Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública, cuyo responsable apoyaba

decididamente la investigación biomédica en el país. De hecho, fue el Ministro Martínez

quien impulsó la donación de un edificio nuevo para que funcionaran los institutos dirigidos

por Houssay (IByME) y por Leloir (Fundación Campomar), en reemplazo de las viejas casas

del barrio de Palermo.

Por otro lado, la integración al escenario internacional, que pudo haber operado como

un medio de legitimación para el medio local, no tuvo la misma efectividad que en las

disciplinas que se institucionalizaron durante las décadas anteriores, en particular la fisiología

y la bioquímica, en buena medida porque, como señalamos, la biología molecular aún estaba

lejos de estar fuertemente consolidada como tal en la escena internacional.

131
Conclusión

Este primer antecedente de laboratorios dedicados a la investigación en biología molecular se

inserta dentro de un proceso de modernización del Instituto Malbrán, inscripto en un conjunto

de prácticas institucionales que encuentran arraigo en la tradición personalizada en las figuras

de Kraus y Sordelli. En este sentido, las características organizativas de la institución

permanecieron vigentes durante éste período: las secciones y la definición de la agenda de

investigación parecen haberse definido de manera independiente, según la especialización de

las personas que las integraban, y las líneas de investigación de las nuevas secciones se fueron

definiendo de un modo autónomo, sin intervención del director del instituto. Esto determinó

profundas diferencias en la dinámica y las temáticas de las diferentes secciones, cada una de

ella animada por diversas visiones: por un lado, aquellas que defendían un perfil más

“profesionalista”, por otro, aquellas que perseguían la investigación científica como eje

articulador de la actividad. En el terreno específico de la salud pública el enfrentamiento se

tradujo entre aquellos que defienden el “sanitarismo” contra aquellos que impulsaban el

“laboratorio”, en el marco de las políticas públicas de salud.

El esfuerzo por impulsar el modelo de laboratorio se traducía en un modo de pensar la

investigación bajo una forma de organización más “moderna”. Asociado a ello, la creación de

la división de Biología Molecular implicaba reconocer las nuevas tendencias en investigación

biológica, lo cual involucraba una innovación conceptual (la comprensión del nivel

intracelular para las interacciones bioquímicas), una innovación temática (el estudio de la

estructura, secuencia y expresión del ADN, el rol del mensajero ARN), una innovación

técnica, y el uso de nuevos dispositivos.

Con la intervención de 1962 se hicieron evidentes las dificultades para desplegar

estrategias disciplinarias profundamente innovadoras en una institución que, por su

orientación hacia la salud pública–defendida por un colectivo social fuertemente arraigado-,

132
condicionaba las prácticas a la obtención de resultados “aplicables” como los sueros y

vacunas o campañas de control epidemiológico o de diagnóstico. Es decir, la legitimidad de

las prácticas de investigación era otorgada no en función de los valores de una comunidad

científica sino por los valores desplegados por las autoridades sanitarias. Por tanto, la

experiencia sólo pudo perdurar mientras Pirosky contó con una relación de fuerzas a su favor.

La relación entre políticas de salud y la investigación científica no es un problema

nuevo, ni propio de la Argentina. De hecho, esta relación se estaba modificando de modo muy

evidente desde el fin de la Segunda Guerra, tal como Pirosky parece haberlo percibido en su

intento de importar el “nuevo” modelo del Instituto Pasteur, luego de las visitas periódicas

que hiciera allí, y en particular la serie de entrevistas que mantuvo con Lwoff luego de asumir

la dirección del Malbrán.13

Puede ser interesante la comparación con las transformaciones que por, aquellos años,

se estaban operando en el Instituto Oswaldo Cruz de Rio de Janeiro. Como señala una

estudiosa del período, “el proyecto de ciencia y el modelo institucional consubstanciado con

Manguinhos, fue emprendido en el ámbito del movimiento sanitarista desde la década del 10,

pero re-significado en un contexto más amplio del debate nacionalista de posguerra, cuando

las investigaciones del Instituto Oswaldo Cruz buscaron imprimir importancia social y

política al conocimiento que producían. En el discurso de los partidarios de este movimiento,

para los cuales el desarrollo del país dependía esencialmente del compromiso del Estado en

curar a los sectores populares del Brasil, la enfermedad de Chagas fue tratada como una de las

grandes epidemias rurales, y su descubrimiento como un ejemplo potencial de la ciencia

brasileña para identificar los males de Brasil y producir conocimiento para su solución (Kropf

(2001).

13
Como lo muestra la abundante correspondencia que Pirosky mantuvo tanto con André Lwoff como,
particularmente, con Elie Wollman. De hecho, cuando Pirosky estaba por asumir como Director fue a visitar a
Lwoff para pedirle consejos acerca de qué hacer con el instituto (carta de Wollman a Pablo Kreimer, junio de
2000).

133
Dejemos, para finalizar este capítulo, un episodio que muestra claramente los desafíos

que se planteaban hacia comienzos de los años 60 en las orientaciones de la investigación en

las ciencias de la vida en la Argentina. Luego de la partida de Pirosky del Instituto Malbrán,

César Milstein renunció a su cargo en solidaridad con los investigadores cesanteados. Fue

entonces a pedir ayuda al CONICET. Como Houssay, presidente del organismo, estaba de

viaje, se entrevistó con Luis Leloir, para pedirle que intercediera ante la situación que se había

producido en el Malbrán. De acuerdo con el relato del propio Milstein, Leloir no le prestó

mucha atención, y restó importancia al conflicto, tanto debido a la situación política como a

los temas que se investigaban en los laboratorios que acababan de ser desmantelados.

Entonces, Milstein le preguntó a Leloir si podría continuar los trabajos suyos y de su grupo en

la Fundación Campomar que él dirigía. Ante la negativa de Leloir, Milstein decidió regresar a

Inglaterra, en donde se reincorporó al recientemente creado Laboratorio de Biología

Molecular del MRC (Medical Research Council), en donde trabajó el resto de su vida

(Entrevista personal con César Milstein, Cambridge, Inglaterra, enero de 1999).

Paradójicamente, aquellos que habían protagonizado la modernización de la

investigación en el país, como Houssay y Leloir, eran ya, hacia fines de los años cincuenta,

representantes de un “modelo caduco” de pensar la investigación científica, e implicaban, de

hecho, un freno evidente para la emergencia y el desarrollo de la biología molecular en

Argentina. Resulta evidente que tanto Leloir como Houssay no estaban en condiciones de

percibir los desafíos que estaban siendo formulados por la emergencia de este nuevo campo

de conocimiento, y el modo en que resultaban modificadas las bases del conocimiento

biológico.

134
ANEXO

Cuadro 2: Equipos adquiridos para la modernización del Instituto Malbrán:

Instrumento Cantidad
Autoclaves automáticos 4
Centrífugas 5
Centrifuga analítica 1
Equipo de electroforesis 1
Equipo de resonancia paramagnética 1
Espectrofotómetro 1
Equipo de radioisótopos 1
Microscopio electrónico 1
Fuente: Pirosky (1986)

Cuadro 3: Personal incorporado al Instituto Malbrán en los concursos de 1957

Jorge W. Abalos Bernabé E. Ferreira María M. Pigretti


José Apelbaum Rodolfo W. Ferraresi Marcelino J. Prado
Ethel C. Amato Sara Franco Carlos H. Peuchot
Manuel Brenman Marta R. Foguelman Hilda Pessano
Lesser, Blum Luis M. Franchinelli Susana E. Pujol de Calcagno
Juan P. Bozzini Sara H. Goldemberg Alberto F. Pfeifer
Elvira H. Buono Alberto A. Gellon Celia P. de Milstein
Moisés Burachik Raúl A. Girola Armando S. Parodi
Hugo B. Bleichmar Emilio J. Haas Jorge Periés
Julio G. Barrera Oro Abel S. Issaly Noé Zaig
Abel Cetrángolo Adalberto Ibarra Grasso Juan A. Zuccarini
Juan C. Chiurazzi Inda Issaly Pedro D. Martín
Migel R. Cascardo Arabella L. Joseph Osvaldo M. Repetto
Ruth Cetrángolo Clara R. Krisman Carlos G. Ruff
Emma M. Caubisens Poumarau José A. Lavecchia Aníbal Riva
Roberto T. Celis Emanuel Levin María E. Reca
Jorge E. Churchich Nélida A. Leardini Abel N. Rodríguez
Federico J. Caeiro Victoria Levitt Héctor Sosa
Antonio Caparrós Antonio H. Lubin Nidia Y. Spedalieri
Elena E. Duhart Lina Degiogi Sara Szucet
Moisés Derechin Mariano D. Dunayevich Josefina M. Scacciati
Arturo Di Pietro Ernesto A. Molinelli Teodoro E. Smitssart
Noemí Elizalde María. A. Mellogno Leslie B. Saubert
Matilde O. D´Empaire César Milstein Luis M. Scavini
Berta Elman de Tützer Lidia M. Martos Máximo Valentinuzzi
Horacio Encabo Julio I. Maiztegui Angélica R. Teyssie
Fanny Elman Aldo Milic Edith Varsavsky
Teresa Eiguer Nazario Mahafud Rosa W. de Levin
Berta Fiszer Rosa Ángel Clara W. de Obrutsky
Ida Ficher de Davis Juan Puig Eugenia Sacerdote de Lustig
Fuente: Pirosky (1986)

Cuadro 4: Investigadores del Instituto Malbrán que realizaron estudio de postdoctorado


en el exterior

Investigador Centro externo de radicación


César Milstein University of Cambridge, Department of Biochemistry
Celia P. de Milstein University of Cambridge, Department of Biochemistry

135
José Apelbaum Universita di Siena, Instituto Di Patologia Speciale Medica
Julio G. Barrera Oro Baylor University, College of Medicine, Texas Medical Center
Manuel Brenman Department of Chemistry, Massachusetts Institute of Technology
Pablo Bozzini Massachusetts Institute of Technology
Jorge Churchich Sheffield
Mariano Dunayevich Department of Public Health, Viral and Rickettsial Disease Laboratory
Horacio Encabo Université de Paris, Laboratoire de Neurophysiologie Comparée
Ricardo Ferraresi Institut Pasteur
Emanuel Levin Departamento de Neuroquímica, Montreal Neurological Institute y
Departamento de Fisiología, University College, Inglaterra
Antonio Lubin Communiclabe Diseases Center, Enteric Bacteriology Unit
Jorge Raúl Periés Institut Pasteur, Services des Virus
María Ebe Reca Instituto Nacional de Patología Walter Reed, Washington
Edith Varsovsky Venezuela
Fuente: Pirosky (1986)

Cuadro 5: Publicaciones Grupo de Genética Bacteriana

♦ Nagel, R., Antón, D. y Puig, J.: “Sobre la transferencia de los factores colicinógenos E2, I y V en la
conjugación bacteriana”, Rev. Soc. Arg. Biol., 37, 378 (1961).
♦ Nagel, R., Antón, D. y Puig, J.: “The genetic control of colicinogenic factors E2, I and V”, J. Gen.
Microbiol. 29, 473 (1962).
♦ Nagel, R., Antón, D. y Puig, J.: “The genetic behaviour of colicinogenic factors E1”, J. Gen. Microbiol.
36, 311 (1964).
♦ Puig, J. y Nagel, R.: “Étude génetique d´un facteur colicinogène B et de son influence sur la fertilité des
croisements chez Escherichia coli K12”, Ann. Inst. Pasteur. 107-115 (1964).
♦ Nagel, R., Antón, D.: “Interaction between colicinogenic factors and fertility factors”, Bioch & Biophys.
Res. Comm. 17, 358 (1964).
♦ Nagel, R., Antón, D.: “Genetic aspects of colicinogeny”, National Cancer Inst.. Monograph. 18, 53
(1965).
Fuente: Nagel (2005)

Cuadro 6: Publicaciones del Grupo Milstein


♦ Milstein, C.: “The amino acid sequence around the reactive serine in algaline phosphatase”, Biochim.
Biophys. 17, 171-172 (1963).
♦ Milstein, C.: “Residuos histidina y actividad de fosfoglucomutasa”, Am. Asoc. Quím. Argent. (1964).
♦ Milstein, C.: “The amino acid sequence around the reactive serine residue alkaline phosphatase from E.
coli”, Biochem. J. 92, 410 (1964).
♦ M. Pigretti y Milstein, C.: “Acid inactivation of and incorporation of phosphate into alkaline phosphatase
form E. coli”, Biochem. J. 94, 106 (1965).
♦ N. Zwaig y Milstein, C.: “The phosphorylated intermediate in the phosphoglyceromutase reaction”,
Biochem. J. 98, 360 (1966).
Fuente: CV del Dr. César Milstein

Cuadro 7: Personal que abandonó el Instituto Malbrán con la intervención de 1962


Nombre Motivo Funciones en el IB “Malbrán”
Nagel, R. Cesante Genética de Microorganismos. Tesis de doctorado: “Comportamiento genético
de los factores colicinogénico E1 y V-I en Escherichia Coli K12”
Puig, J. Cesante Genética de Microorganismos. Tesis de doctorado: “Estudio del factor
colicinógeno B y su relación con la fertilidad”
Brenman, M. Cesante Resonancia Magnética Nuclear. Estudios del DNA
Molinelli Wells, Cesante Comité Expertos en Brucelosis OMS. Estudio de campo de la virosis
E. hemorrágica del N. O. Bonaerense

136
Celis, R. Cesante División Biología Molecular. Tesis de doctorado: “Estructura y actividad
biológica de inmunoglobulinas”
Periés, J. Cesante Becario en la sección de virología del Instituto Pasteur
Apelbaum, J. Cesante Becario en la Universidad de Siena. Estudio en neurofisiología
Levin, E. Cesante Becario en la Universidad de Montreal. Estudio en neuroquímica
Obrusky, C. Cesante Becaria del CONICET
Levin, R. Cesante Estudios en cancerología
Issaly, I. Cesante División Biología Molecular. Tesis de doctorado: “Metabolismo de la glucosa
en pasteurella multocita”
Issaly, A. Cesante División Biología Molecular. Tesis de doctorado: “Biosíntesis de ácidos
nucleicos en pasteurella multocita”
Reca H. Renuncia Becaria. Contratada en USA
Milstein, C. Renuncia Jefe División Biología Molecular
Milstein, C. de Renuncia Miembro División Biología Molecular
Dunayevich, M. Renuncia Virología. Becario OMS en Berkeley, California, USA
Bleichmar, H. Renuncia Microscopia Electrónica
Mahafud, N. Renuncia División Biología Molecular. Becario de la OMS
Encabo, H. Renuncia Neurofisiología, París
Haas, E. Renuncia Sección de producción de sueros antitóxicos
Scavini, M. Renuncia Tesis de doctorado: “estructura molecular del veneno de la araña latrodectus”
Levit Renuncia Nuevas técnicas de suero diagnóstico sobre la base de antígenos de cardiolipinas
y las pruebas de Nelson y Reitter
Pigretti, M. Renuncia División Biología Molecular
Krisman, C Renuncia División Biología Molecular
Zwaig, N. Renuncia División Biología Molecular

137
CAPITULO 5

EL VACÍO

Con la desarticulación de los laboratorios de biología molecular del Instituto Nacional

de Microbiología Dr. Carlos G. Malbrán se inicia un período de impasse de la investigación

en biología molecular en el país que se extenderá durante prácticamente toda una década,

hasta principios de los años setenta. Este impasse es consecuencia de la migración al exterior

–en un lapso de uno a dos años- de gran parte de los investigadores que integraron la División

de Biología Molecular de dicho instituto, al no encontrar otros espacios institucionales en el

país donde continuar desarrollando sus líneas de trabajo.

El caso más notorio fue el de Cesar Milstein quien, como ya señalamos en el capítulo

anterior, retornó, a los laboratorios de de biología molecular del MRC en Cambridge, donde

se adentró en el campo de estudios de la inmunología, desarrollando en la década del setenta

los primeros anticuerpos monoclonales, lo que le valió la obtención del premio Nobel en

medicina en 1984. Sin embargo, no fue el único caso. En primer lugar, un número

significativo de los becarios que en el momento estaban realizando su formación de

postdoctorado en el exterior optaron por no retornar al país, ante la falta de garantías para

poder radicarse y continuar trabajando en el país. En segundo lugar, el equipo que conformó

la sección de genética bacteriana siguió el mismo camino. Así, Rosa Nagel tras un breve paso

por la cátedra de genética I de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, se

radicó por varios años en Estados Unidos en el laboratorio de Salvador Luria. Juan Puig se

trasladó a una dependencia del CNRS de Francia en Marsella, donde trabajó sobre genética de

enzimas respiratorias en colaboración con Elie Wollman (con quien había compartido un

corto período en los laboratorios de bacteriología del Malbrán) y Dora Antón se radicó en la

John Hopkins University, en el laboratorio dirigido por P. Hartman para trabajar en el

mecanismo de regulación genética de la síntesis de proteínas.

138
Tanto Nagel como Antón continuaron, durante un tiempo, trabajando en la Facultad de

Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, en donde intentaron seguir desarrollando algunos de

los temas relacionados a lo que habían trabajado en el Malbrán (interacción entre el factor de

fertibilidad F y el factor colicinógeno V-I), antes de partir al extranjero. Ya en Estados

Unidos, Nagel trabajó junto con Luria sobre la tolerancia de E. coli a las colicinas, y luego

volvió al país. Cuando se produjo la intervención de la Facultad de Ciencias de la UBA en

1966, se radicó en Venezuela, y recién retornó al país a principios de la década del setenta.

Mientras que Antón trabajó junto a Hartman en los Estados Unidos y, al regresar al país en

1967, se incorporó al laboratorio de microbiología de la Comisión Nacional de Energía

Atómica, donde encaró la obtención de mutantes múltiples en la regulación del operón

histidina.

Como se observa en la trayectoria profesional, tanto de Nagel como de Antón, los

vaivenes institucionales jugaron un papel clave en las dificultades para desarrollar líneas de

investigación estables. En este sentido, la intervención de la Universidad de Buenos Aires por

fuerzas policiales en 1966, conocida como la “noche de los bastones largos” tuvo, sin dudas,

consecuencias durables. En efecto, esa intervención violenta, que sucedió a la irrupción

institucional producida en el Instituto Malbrán en 1962, tuvo como resultado que las primeras

experiencias de biología y genética molecular que se desarrollaron en América Latina en la

década del setenta fueran desembocando, paulatinamente, en sendas “vías muertas”. Este

factor impidió la formación de una escuela (e incluso de una “tradición”) de biología y

genética molecular, tal como tempranamente se había insinuado. Ello, a pesar de que, en

términos individuales, algunos investigadores siguieron desarrollado investigaciones en ese

nivel de análisis.

Naturalmente, la expresión “vacío” que da título a este capítulo resulta

indudablemente exagerada, como por supuesto resultaría de la aplicación de dicha categoría a

cualquier experiencia social y cognitiva. Sin embargo, si hemos elegido esta definición ha

139
sido, precisamente, para destacar la amplitud de la devastación que se produjo en los años

1962-66 en relación con la significación histórica de la experiencia de los años previos.

Así, si bien es posible identificar algunas experiencias aisladas, ellas no desembocaron

en un proceso de conformación de un campo de conocimientos, tal como ello se insinuaba

hacia 1962 sino que, por el contrario, este fue un período de reafirmación de la bioquímica

como disciplina central del eje biomédico y de la figura de Luis F. Leloir en particular.

Si bien uno podría argumentar que la superposición disciplinaria no debía implicar,

necesariamente, una competencia por la ocupación del espacio público de la ciencia, de hecho

los actores de la época fueron confrontados a elegir entre dos modelos para el desarrollo de la

biología molecular, y que podríamos llamar, sintéticamente, el modelo “ruptura” y el modelo

de “integración”. Un modelo de “ruptura” implicaba poner el énfasis en el cambio del nivel de

análisis hacia el interior de la actividad celular, en particular (entre otros temas) hacia el papel

desempeñado por los ácidos nucleicos en la transmisión de la información y en la expresión

genética. Así, los útiles de la bioquímica tradicional resultaban “resignificados” en una nueva

configuración que planteaba nuevos temas, nuevos conceptos y, no menos importante, nuevos

métodos. Milstein era, de algún modo, el vocero del desarrollo de este modelo, que él mismo

había emprendido en Inglaterra. Sin embargo, él no veía ninguna oposición entre el desarrollo

de la bioquímica tradicional y la emergencia de estos nuevos desafíos, en particular porque su

formación en Cambridge se había desplegado junto con investigadores que provenían de la

cristalografía de proteínas (Perutz, Delbruck), y para quienes la apertura del nivel de análisis

resultaba una continuación “natural” de sus investigaciones.

Por otro lado, para los bioquímicos “tradicionales” como Leloir, la emergencia de

nuevas técnicas propuestas por los biólogos moleculares no debía implicar una ruptura

cognitiva con las líneas de investigación que habían venido desarrollando, sino más bien un

enriquecimiento socio-técnico de sus propios trabajos. De hecho, hacia comienzos de los años

cincuenta se consideraba que la bioquímica estaba en su apogeo, y que los trabajos en el nivel

140
molecular debían integrarse y aportar, por lo tanto, a su fortalecimiento, más que a desviar la

atención de los problemas más importantes. De hecho, fueron algunos científicos que

constituyen unos pocos casos emblemáticos los que produjeron, no sin dificultades, un pasaje

“integrador” desde la bioquímica “tradicional” hacia la biología molecular, entre los cuales

encontramos los casos emblemáticos de André Lwoff y Severo Ochoa, ambos laureados con

sendos premios Nobel.1

En Argentina, la situación era bien clara: la bioquímica obtenía un fuerte prestigio,

gracias al amplio reconocimiento externo que recibió Leloir por sus trabajos sobre el

metabolismo de los hidratos de carbono, en especial por el descubrimiento de la UDPG, que

le valió el premio Nobel de química en 1970 y, por la consolidación de otras figuras en el

campo bioquímico, como Ranwel Caputto en Córdoba, Alejandro Paladini en Buenos Aires, y

Rodolfo Brenner en La Plata. Ellos crearon, en 1965 la Sociedad Argentina de

Investigaciones Bioquímicas.

Sin embargo, dentro del propio campo de la bioquímica, se fue produciendo, desde los

años sesenta, una lenta renovación generacional dentro del eje central de la tradición

biomédica. Sobre esa renovación reposará, en la década siguiente, la emergencia de los

primeros grupos de investigación en biología molecular, a partir de los cuales se dará el

proceso de consolidación del campo en el país.

1
El caso del español Severo Ochoa es interesante, porque tuvo, durante mucho tiempo, una gran proximidad con
Leloir como bioquímicos relevantes, uno trabajando en su país y el otro emigrado a Estados Unidos, dadas las
difíciles condiciones que presentaba, para la investigación innovadora, el régimen franquista. Sin embargo,
Ochoa, a diferencia de Leloir, fue produciendo el pasaje hacia la biología molecular, de la cual llegó a ser un
importante exponente (Santesmases, 1997). Cuando Leloir se casó, viajó con su esposa a Nueva York, donde
conocieron a Severo Ochoa (quien ya dirigía su propio laboratorio como Investigador Asociado en la Escuela de
Medicina de la Universidad de Nueva York) y su esposa Carmen, con quienes iniciaron una larga amistad.
Incluso sus esposas bromeaban que tenían otro motivo para compartir. Ambas reprenderían a los maridos
diciéndoles: "Parece mentira que te hayan dado el Premio Nobel". Zuberbuhler de Leloir (1983).

141
Como señalamos, la existencia fuertemente cristalizada de una tradición científica en

el eje biomédico “bloqueó” en cierto modo la emergencia de nuevos campos disciplinarios en

las ciencias biomédicas. De esta forma, el éxito obtenido por Leloir en sus investigaciones

sobre el metabolismo de los hidratos de carbono, trajo como consecuencia una cierta

“clausura” del campo en torno a la bioquímica, dificultando el surgimiento de otros campos

disciplinares “vecinos”. En consecuencia, si la década del sesenta es percibida como el

período de mayor expansión de la ciencia en la Argentina, para la biología molecular, implico

en cambio un tiempo que podríamos señalar como de “letargo”.

Dos experiencias aisladas

En este contexto, dos de los escasas experiencias significativas de investigaciones próximas a

la biología molecular que subsistieron a lo largo de la década del sesenta fueron, por un lado,

el laboratorio de Genética Molecular dentro del Departamento de Biología de la Facultad de

Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, dirigido por José L. Reissig

(que integró por corto tiempo el núcleo inicial de investigadores del Instituto de

Investigaciones Bioquímicas “Fundación Campomar”), y el grupo de biología molecular

dirigido por Gabriel Favelukes en la entonces Facultad de Química y Farmacia de la

Universidad Nacional de La Plata, que se convirtió luego en el Departamento de “Ciencias

Biológicas” en 1968, cuando se fusionó con los Departamentos de Física y Matemática para

conformar la Facultad de Ciencias Exactas de Universidad Nacional de La Plata.

El primero de estos laboratorios se desarrolló entre 1960 y 1966, cuando la

intervención de la Universidad de Buenos Aires puso fin a la experiencia. El grupo estaba

compuesto por los Dres. M. Nazario, Inda y Abel Issaly (ex becarios dirigidos por Milstein en

la ya descripta División de Biología Molecular), Esteban Jobbagy y Héctor Terenzi, quien

después se integrará al Instituto de Leloir donde introducirá la n. crassa como medio de

estudio.

142
La línea de investigación seguida por el grupo se basó en el estudio de los mutantes

del locus pyr-3n en el hongo de n.crassa, mediante una técnica que había desarrollado el

propio Reissig. Ello les permitía seleccionar, en forma positiva, mutantes con alteraciones en

el gen pyr-3n, por su capacidad para suprimir el requerimiento de arginina de mutantes del

gen arg-2. En trabajos posteriores, se enfocó sobre diversos aspectos de ese sistema, lo que le

permitió aclarar el mecanismo de supresión de arginina, y logró identificar el gen-3n, con lo

que obtuvo condiciones apropiadas para la obtención de complementación de ribosomas. Esto

implicó indagar acerca de la síntesis de arginina y pirimidinas, así como de carbamil fosfato,

tanto en N. crassa como en Bacillus subtilis.

En paralelo Reissig trabajó junto a Terenzi problemas de regulación morfológica, para

lo cual investigaron ciertos mutantes morfológicos de N. crassa, llegando a identificar seis

genes distintos, de los cuales cuatro fueron localizados en el mapa genético de N. crassa. Este

grupo fue el primero en utilizar dicho hongo para estudios genéticos en el país, que era

ampliamente utilizado en laboratorios del exterior desde hacia varios años, ya que su

estructura permite establecer una correlación entre la constitución genética y la expresión

bioquímica de los genes.

El trabajo realizado permitió una incipiente difusión de la disciplina en el país, gracias

a que, según varios de los integrantes actuales del campo, Reissig tenía una particular

vocación docente (que le ocupaba a veces más tiempo que la investigación). En efecto,

habiendo desarrollado gran parte de su carrera en el exterior, fue uno de los primeros

investigadores en exponer al medio local, a través de cursos, los primeros avances de la

biología molecular en el escenario internacional. (Entrevista personal con Reissig, Buenos

Aires, agosto de 1999)

Reissig no fue, sin embargo, el único investigador en difundir, para la comunidad

local, avances que se estaban produciendo en genética molecular en la escena internacional.

La invitación de profesores e investigadores extranjeros formó parte de una estrategia general

143
(a menudo inconsciente) por parte de aquellos que conformaban lo que hemos denominado

como defensores de un modelo “de ruptura” entre la biología molecular y la bioquímica.

En 1958, Juan Valencia (ingeniero agrónomo) invitó al país al Milislav Demerec (de

larga trayectoria en el estudio de Drosophila y uno de los pioneros en el empleo de

microorganismos) a dictar un seminario en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales,

mientras que Elías Balbinder, del Cold Spring Harbor Laboratory of Quantitative Biology

(donde trabajaba James Watson), dictó otro seminario sobre genética bacteriana. Junto con

este último, Reissig publicó en la revista Ciencia e investigación, en el año 1963, un articulo

de divulgación titulado: “Cómo se hace un mapa genético” (Reissig y Balbinder, 1963).

Encontramos, una vez más, la estrategia de un fortalecimiento “exógeno” frente a la difícil

escena local.

La intervención de la UBA en 1966 provocó el alejamiento de Reissig y su radicación

definitiva en Nueva York, Estados Unido. Ello tuvo como consecuencia la dispersión del

grupo de investigadores y, poco después, la desaparición del Laboratorio de Genética

Molecular.

El segundo caso se desarrolló a principios de la década del sesenta, cuando Gabriel

Favelukes, retornó a la Universidad Nacional de La Plata. Al igual que Milstein, se había

recibido de químico a finales de la década del cincuenta, y también había realizando su tesis

de doctorado bajo la dirección de Andrés Stoppani. En 1962 volvió de Estados Unidos, de la

Universidad de Kentucky, por recomendación de Severo Ochoa. Al regresar, “trajo consigo” a

la Argentina la línea en la que había estado trabajando, sobre la síntesis de proteínas. Una vez

instalado en la Universidad Nacional de La Plata, recibió un subsidio de instalación por parte

del CONICET, lo cual le permitió formar su grupo de investigación y montar precariamente

un laboratorio adaptando un conjunto de aulas.

Sin embargo, recién a mediados de esa década la Facultad construyó un laboratorio

propiamente dicho. Por otra parte, con dicho subsidio, se compraron una serie de equipos,

144
entre ellos una centrífuga preparativa. Para poder utilizarla como una centrifuga analítica (que

era lo que realmente necesitaban), los investigadores tuvieron que desarrollar una técnica

nueva de gradiente de sacarosa. Dos comentarios caben aquí: por un lado, vemos una vez más

la centralidad de la innovación técnica que está en la base de las transformaciones temáticas y

conceptuales en los orígenes de la biología molecular. Por otro lado, volvemos a encontrar,

aún ya bien entrados los años sesenta, el modelo de “investigador bricoleur” del cual se

enorgullecían Houssay y Leloir cuando contaban la famosa historia de la centrífuga

refrigerada fabricada con un viejo lavarropas y cubiertas de auto llenas de cubos de hielo.

De a poco, se fueron incorporando diversos becarios que fueron “reclutados” a través

de un curso que Favelukes dictaba en la carrera de química en la orientación biológica. Con el

grupo de becarios se encontraba el químico Oscar Grau, quien fue su discípulo y que, años

más tarde retomaría el desarrollo de esta incipiente tradición. La línea de investigación

desarrollada por Favelukes y Grau en los primeros tiempos era la continuación de lo

desarrollado por el primero en Estado Unidos: el estudio de sistemas específicos de síntesis de

proteínas, en particular de reticulositos. Y, en una segunda etapa, a finales de la década del

sesenta, trataron de avanzar sobre el control de la síntesis de proteínas, no sólo en

reticulocitos (que es una célula que no tiene núcleo y que está en las etapas terminales), sino

en las células precursoras de la medula ósea y que da origen a los reticulocitos. Para ello,

tuvieron que desarrollar un sistema de síntesis de proteínas en polisomas. Lo que Favelukes

perseguía era investigar la regulación de la diferenciación en células, de la serie roja, hasta su

especialización total en una sola proteína, siguiendo la aparición del RNA mensajero de

hemoglobina a lo largo de la diferenciación (entrevistas personales con Favelukes y Grau,

septiembre de 1999).

Todo este proceso culminó con la organización de uno de los primeros simposios de

biología y genética organizados en el país. Sin embargo, este grupo no logró consolidarse

hasta mucho tiempo después, debido a varias razones. Por un lado, sufrieron cierto

145
aislamiento institucional en el seno de la Universidad de La Plata, donde la biología

molecular era percibida como un conjunto de prácticas “marginales”. En segundo lugar, en un

escenario más amplio, tuvieron que enfrentar las mismas dificultades de orden cognitivo

generalizadas en relación con las dificultades de innovación temática y conceptual que ya

señalamos para los otros grupos. En tercer lugar, a diferencia de Milstein y los otros grupos

del Malbrán, este grupo no pudo asentarse sobre la vía de una legitimación “exógena” a través

de una fuerte inserción internacional que los sostuviera desde el extranjero. Finalmente, las

incertidumbres institucionales y las sucesivas irrupciones del poder político-militar tuvieron

también un efecto limitante para el desarrollo del grupo y, más tarde, el golpe militar de 1976

y sus repersecuciones políticas en las Universidades dieron el “golpe de gracia” a esta

experiencia: gran parte de los integrantes del grupo se vieron obligados a renunciar a sus

cargos en la Universidad, y tuvieron que “refugiarse” en una institución del interior de la

provincia de Buenos Aires. Recién en 1983, con la restauración democrática, el grupo retornó

a La Plata y, bajo la dirección de Oscar Grau, se creó el Instituto de Bioquímica y Biología

Molecular que permitió una verdadera institucionalización de la disciplina en esa ciudad.

La cristalización de la bioquímica y el escenario internacional

La existencia de una fuerte tradición en la bioquímica tuvo dos efectos paradójicos en la

Argentina: por un lado, operó como un “freno” al desarrollo de la biología molecular durante

los años sesenta, en particular al primar el modelo “de integración” al modelo “de ruptura”

que predominaba en otros países. Pero, por otro lado, es desde el seno de esta tradición que

surgieron, unos años más tarde, los primeros grupo verdaderamente institucionalizados

dedicados a la biología molecular. Por lo tanto, para comprender mejor la etapa que, de un

modo simplificador, denominamos como “vacío”, es imperativo revisar brevemente la

estructura de la bioquímica en el país.

146
El desarrollo de la bioquímica como disciplina central de la tradición biomédica se

empezó a gestar con la creación del Instituto de Investigaciones Bioquímicas “Fundación

Campomar” en 1947, cuyo director fue el más destacado de los discípulos de Houssay,

Federico Leloir. En dicho instituto se concentró un núcleo inicial de investigadores formados

en la naciente tradición biomédica, entre los que se encontraban: Raúl Trucco, Carlos Cardini,

Naúm Mittelman, Alejandro Paladini y Enrico Cabib y Ranwel Caputto. Este último,

compartía con Leloir el hecho de que ambos se habían formado en el Biochemical Laboratory

of Cambridge que dirigía por entonces Sir. Frederic Hopkins en los años 30.

Durante los primeros años de desarrollo de la Fundación (1947-1958) se fue

conformando una tradición particular en el interior de la institución. Ello se basaba en varios

elementos. Por un lado, en la investigación austera, que denominamos modelo “bricoleur”:

gran parte de los equipos e insumos de laboratorio eran construidos por los mismos

investigadores, y los jóvenes becarios se encargaban de esas tareas como parte de su

iniciación en la investigación. Se trataba de una época que, parafraseando la periodización que

propuso Gunther Stent para la biología molecular en la escena internacional, se ha podido

calificar como “romántica”. Por otro lado, la tradición se sustentó en la concentración de las

diferentes líneas de investigación en torno a un tema central propuesto por Leloir:

metabolismos de los hidratos de carbono. Justamente, fue sobre los resultados obtenidos en

esta investigación que el instituto y Leloir construyeron su éxito científico, permitiéndole

obtener fondos para el sostenimiento de la investigación provenientes del Instituto Nacional

de Salud (NIH) y de la Fundación Rockefeller de Estados Unidos y del CONICET.

El fuerte impacto internacional del instituto se puede apreciar en la cantidad de recursos

obtenidos en la escena internacional durante los primeros años. Veamos sólo algunos

ejemplos:

♦ 1950: la Fundación Rockefeller donó una centrífuga refrigerada;

147
♦ 1951: la Fundación Rockefeller, por intermedio de van Niel (entonces director del

Hopkins Marine Station), destinó seis mil dólares para la adquisición de material de

laboratorio y elementos de medición radioactivos (específicamente carbono radioactivo).

♦ 1951: el Instituto McCollum-Pratt donó mil dólares para la compra de drogas y material

de laboratorio.

Además de los fondos permanentes que provenían del empresario Jaime Campomar, los

fuertes lazos con el exterior les permitieron al IIB (Fundación Campomar) contar con

importantes subsidios internacionales. Esto fue crucial: gracias a esos fondos, el IIB fue uno

de los primeros centros científicos del país en lograr que ¡todo el personal trabaje con

dedicación exclusiva!2

Por otro lado, el establecimiento de lazos de cooperación e intercambio, principalmente

con centros localizados en Estados Unidos fue fortaleciendo al mismo tiempo la posición

hacia el interior de la comunidad científica argentina, a través de frecuentes viajes y retornos

de investigadores y becarios. Así, en 1948 Trucco trabajó en la Hopkins Marine Station bajo

la dirección de van Niel sobre el metabolismo del ácido acético por ciertas bacterias

fotosintéticas y en 1950 con Barker en la Division of Plant Biochemistry de la Universidad de

California, Berkeley, preparando galactosa radioactiva por fotosíntesis. Paladini trabajó en

1951 en el Rockefeller Institute for Medical Research con Lyman Craig en la separación de

sustancias biológicas por la técnica de partición contracorriente, y con Moore y Stein en el

uso de las columnas de resinas de intercambio iónico para el mismo fin.3

2
Aunque se trata de dos instituciones difícilmente comparables, recordemos que la dedicación exclusiva a la
investigación fue uno de los motivos que generó grandes conflictos en el Instituto Malbrán y generó (entre otros
motivos, por cierto) su intervención en 1962.
3
Leloir mismo había pasado dos períodos fuera del país antes de crear (y asumir la dirección) del IIB en 1947.
La primera de sus estadías en el exterior se desarrolló entre 1936 y 1939 en el Laboratorio de Bioquímica de la
Universidad de Cambridge, dirigido por Frederic Hopkins (premio Nobel en 1922) y la segunda, entre 1943 y
1945, primero en el laboratorio de los Cori (corresponsales de Houssay) en Sain Louis, y luego en el College of
Physicians de la Universidad de Columbia.

148
Se observa aquí una estrategia de investigación y posicionamiento en el campo científico

que responde a las estrategias inscriptas en la tradición biomédica liderada por Houssay, que

podríamos llamar de tendencia “internacionalista” o fuertemente integrada a otros centros

internacionales, en comparación con otros grupos de investigación que carecían de estas

vinculaciones. Esto fue produciendo naturalmente una segmentación de la comunidad

científica local.

El Instituto Campomar se constituyó en un centro de referencia en el escenario

internacional -lo que Cueto (1989), denominaría excelencia científica en la periferia-

colocando a la bioquímica como la disciplina central del eje biomédico en el medio local,

gracias al descubrimiento de una coenzima (uridinadifosfato glucosa – UDPG – el primero de

la familia de los nucleótidos azúcares) que interviene en el metabolismo de los hidratos de

carbono, específicamente en la transformación de la glucosa y la galactosa (Lorenzano, 1994).

Las tareas de investigación desarrolladas durante esta etapa eran caracterizadas de la siguiente

forma:

…aclarar el mecanismo de ciertos cambios químicos que sufren los hidratos de


carbono en los seres vivos. Estos cambios son muy similares en organismos tan
diversos como las células de levadura y las de los tejidos del hombre, de manera
que los resultados obtenidos en el estudio de una de ellas pueden ser aplicados
con pocas modificaciones a cualquier otro organismo. (Memoria “Fundación
Campomar”, 1951, pág. 7, las cursivas son mías)

En 1949 Leloir realizó una serie de publicaciones donde describió una cierta reacción

metabólica que requería de la intervención de una sustancia que hasta entonces no había sido

aún identificada. A partir de este descubrimiento se desplegó una estrategia de investigación

basada en aplicar su descubrimiento a un número considerable de otras reacciones (búsqueda

de nuevos roles bioquímicos de la UDPG).

La segunda etapa de la “Fundación Campomar” se desarrolla entre 1958 y principios

de la década del 70 cuando se instituyó la primera línea de investigación en biología

149
molecular.4 En esta etapa se incorporaron Héctor Carminatti, quien regreso al país luego de su

postdoctorado en el laboratorio de Calvin de la Universidad de California, Sara Goldemberg

tras su paso fugaz por la División de Biología Molecular del Instituto Malbrán, Israel

Algranati, José Manuel Olavarría, María Rongine de Fekete, Clara Krisman, Enrique

Belocopitow y Héctor Torres, entre otros.

En 1958 el instituto firmó un convenio con la Facultad de Ciencias Exactas y

Naturales de la Universidad de Buenos Aires cuyo decano era Rolando García, a partir del

cual se creó el Instituto de Investigaciones Bioquímicas de dicha facultad. Ello permitió que

el personal del IIB desarrollara la docencia en la cátedra de Química Biológica II, al mismo

tiempo que una intensa actividad de formación y captación de recursos humanos. Gran parte

de los jóvenes investigadores que se integraron a Campomar en la década del setenta se

integraron por esta vía, con el incentivo particular de realizar su tesis doctoral en las

instalaciones del IIB.

Desde 1960, el IIB tuvo una particularidad institucional única: confluyen en un mismo

espacio físico dos instituciones, el “Instituto de Investigaciones Bioquímicas Fundación

Campomar”, con carácter privado, y el “Instituto Investigaciones Bioquímicas” de la Facultad

de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Sin embargo, no existió una diferenciación real y

efectiva de las instituciones intervinientes en las prácticas cotidianas.

Esta etapa se caracterizó por la ampliación del número de investigadores y por el

crecimiento temático hacia temas relacionados con las transformaciones de los azúcares:

metabolismo y regulación de las proteínas, de las glicoproteínas, en la simulación de modelos

de acción enzimática, en los procesos bioquímicos de la fotosíntesis, de la fijación de

nitrógeno y bioquímica del suelo y cáncer. Así, se conforma un esquema de organización de

la investigación basado en el carácter de aplicación extendida de la línea de investigación

4
En 1958, paralelamente a la creación del CONICET (cuyo director era el mismo Houssay y Leloir uno de los
miembros del primer directorio), el Ministerio de Salud Pública, Dr. Martínez, cedió un edificio para que se
instalen ahí el IIB y el Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME), dirigido por Houssay.

150
original del Instituto. De unos pocos grupos iniciales dedicados a temas relacionados entre sí

sobre el papel de los nucleótidos azúcares en la transferencia del azúcar a distintos aceptores,

la base temática se fue ampliando y diversificado a nuevos grupos de trabajo. Por ejemplo,

una vez investigada la biosíntesis del glucógeno en tejidos animales se pasó a investigar la

biosíntesis del almidón en germen de trigo (sobre este tema trabajaron Leloir y Recondo), a

partir del cual se pasó a buscar las fuentes naturales de los nucléotidos azúcares responsables

de las reacciones. Así, el esquema clásico de investigación, la aplicación del UDPG, se

redefinió hacia la búsqueda de compuestos similares responsable de la síntesis en la

naturaleza (así fue como Leloir pasó del UDPG al ADPG: adenosina difosfato glucosa) y al

DMPG (dolicol-monofosfato glucosa) y su imitación en compuestos de laboratorio.

La consolidación de la biología molecular en el escenario internacional

Mientras en la Argentina la biología molecular entraba en el período de “letargo” que

señalamos durante casi toda la década del sesenta, la disciplina continuó su

institucionalización y desarrollo en la escena internacional, consolidándose como un campo

disciplinar autónomo, con centros de investigación especialmente dedicados a estos temas,

con nuevas formas de asociación y, particularmente, bajo la forma de nuevas redes de

cooperación y de colaboración internacional (Abir-Am, 1997).

En efecto, si bien los remotos orígenes se remontan, como mostramos en el capítulo 2,

a comienzos de la década del treinta, su consolidación y reconocimiento como un campo

“moderno” de conocimiento se produjo a principios de la década del sesenta, como

consecuencia de diferentes hechos convergentes. En primer lugar, la publicación de un primer

libro colectivo en homenaje al físico alemán Max Delbrück, donde por vez primera los

propios practicantes del campo reconocen su existencia y trazan una primera historia de la

disciplina. En segundo lugar, la enunciación por parte de Francis Crick y George Gamov del

Dogma Central de la Biología Molecular (en particular, el principio de co-linealidad, que

151
hace corresponder la expresión genética con la síntesis de una proteína determinada) establece

los principios teóricos del campo y, por lo tanto, actúa marcando sus límites. En tercer lugar,

la emergencia de un proceso de creación de canales instituciones, como la Organización

Europea de Biología Molecular (EMBO) creada en 1964, de laboratorios específicos para

dicha disciplina (Laboratory of Molecular Bialogy del MRC en Cambridge, Cold Spring

Harbor, el Institute for Cancer Research en Filadelfia y el del MIT en los Estados Unidos,

entre otros) y de canales propios de publicación, como el Journal of Molecular Biology y, más

tarde, el influyente EMBO Journal, dependiente de la propia Organización Europea.5

El reconocimiento de un nuevo nivel de análisis, el nivel molecular, surge como

consecuencia de la emergencia de un campo basado en el entrelazamiento de aportes

conceptuales y experimentales provenientes de diferentes campos disciplinarios y que se

conforma como un campo transdisciplinario mediante la integración de las visiones de

estructura y función, lo que trae aparejado la transformación de las diferentes disciplinas de

las ciencias biológicas: genética, bioquímica, fisicoquímica, etc. Este proceso se generó a

partir de las primeras aproximaciones conceptuales, en particular cuando Watson y Crick

establecieron la estructura del ADN en la forma de una doble hélice, se postula que “si las

secuencias de bases eran siempre las mismas, todas las moléculas de ADN serían idénticas y

no existiría la variabilidad que debía distinguir un gen de otro”; y por otro lado, “la existencia

de dos cadenas entrelazadas con idéntica secuencia de bases, indicaría que una cadena de cada

molécula habría servido de plantilla en alguna fase anterior para la síntesis de la otra cadena”,

reformulando en este último término la multiplicación de los genes (Morange, 1994).

Es con el Dogma Central de la Biología Molecular (ver figura I) donde se define que

la composición química de todos los seres vivientes es la misma y que, por lo tanto, la

variabilidad entre una especie y otra está solamente determinada en el nivel molecular por la

5
Tanto en la creación de la Organización Europea de Biología Molecular como en el Journal of Molecular
Biology tuvo una actuación destacada John Kendrew miembro del laboratory of Molecular Biology del MRC en
Cambridge, centro al que llegó César Milstein luego de su salida del Instituto Malbrán.

152
relación unívoca entre la secuencia específica de las bases en el ADN que determina las

órdenes para la síntesis de proteínas en cada organismo vivo. De esta forma, la información

genética es dictada inicialmente por la disposición de las bases del ácido desoxirribunucleico

(ADN) que luego es transcripta a las diferentes moléculas del ácido ribonucleico (ARN

mensajero, ARN de transferencia y ARN ribosómico) y finalmente, traducida en diversas

proteínas y enzimas específicas.

Figura 1: Dogma Central de la Biología Molecular

Estructura Función
Replicación (duplicación del ADN)
ADN
Transcripción (de la información
genética)
ARNm
Traducción (Síntesis de proteínas)

PROTEINAS

En este contexto, la principal línea de indagación la constituyó la búsqueda dirigida al

desciframiento –interpretación- del código genético, como la función que regula todas las

funciones del organismo al determinar las órdenes específicas para la síntesis de cada una de

las proteínas de un organismo vivo. Los principales desarrollos tuvieron lugar en laboratorios

norteamericanos: Severo Ochoa, bioquímico español radicado en la escuela de medicina de la

New York University, que en 1959 obtuvo el premio Nobel de medicina por el

descubrimiento de los mecanismos de la síntesis del ARN y del ADN; Marshall Niremberg

del National Institute of Health de Bethseda, quien había trabajado sobre el efecto que

diferentes ARN tienen sobre la incorporación de aminoácidos en las proteínas a través del

virus del tabaco; a Har Gobind Khorana de la University of Wisconsin; y finalmente a Robert
153
Holley de la Cornell University. Estos últimos tres obtendrán en 1968 el premio Nobel de

medicina por sus trabajos en la interpretación del código genético y su función en la síntesis

de proteínas.

Este es, pues, el contexto de la disciplina que implicó, en el plano internacional, la

delimitación del campo conceptual propio a la biología molecular. El conjunto de

investigaciones desarrollas para descifrar el código genético, junto con la preocupación por

entender los mecanismos ocultos tras la síntesis de proteínas, produjeron un lento proceso de

renovación temática y metodológica. Precisamente, los temas en los cuales habrá formarse

una nueva generación de investigadores argentinos que dará lugar a la consolidación de la

biología molecular en Argentina a principios de la década del setenta.

Cuadro 8
Publicaciones realizadas por el grupo de Reissig
♦ Nazario, M. y Reissig, J. L. (1964): “Induction of aspartic transcarbamylase by carbon
dioxide”, Biochem. Biophys. Res. Commun., 16; 42-46.
♦ Reissig, J. L., Issaly, A. S., Nazario, M. y Jobbágy, A. J. (1965): “Neurospora mutants
deficient in aspartic transcarbamylase”, Nat. Cancer Inst. Monograph., 18; 21-31.
♦ Issaly, A. S. y Reissig, J. L. (1966): “In vivo and in vitro complementation between
aspartic transcarbamylase mutants of Neurospora”, Arch. Bioch. Biophys., 116; 44-51.
♦ Jobbágy, A. J. (1967): “Altered aspartate transcarbamylase of Neurospora crassa
responsible for a suppressor effect”, Arch. Bioch. Biophys., 122; 421-425.
♦ Reissig, J. L., Issaly, A. S. y Issaly, I. M. (1967): “Arginine-pyrimidine pathways in
microorganisms”, Nat. Cancer Inst. Monograph., 27; 259-271.
♦ Terenzi, H. F. y Reissig, J. L. (1967): “Modifiers of teh cot gene in Neurospora: the
gulliver mutants”, Genetics, 56; 322-329.
♦ Issaly, A. S., Cataldi, S. A., Issaly, I. M. y Reissig, J. L. (1970): “Complementation on
ribosomes between aspartate transcarbamylase mutants of Neurospora”, Biochim. Biophys.
Acta., 209; 501-511.
♦ Issaly, A. S., Issaly, I. M. y Reissig, J. L. (1970): “Carbamyl phosphate biosynthesis in
Bacillus subtilis”, Biochim. Biophys. Acta., 198; 482-494.

154
CAPITULO 6

LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA DISCIPLINA EN ARGENTINA

LOS AÑOS 70 Y 80.

A lo largo de los capítulos precedentes viendo los primeros intentos por conformar un nuevo

campo de investigaciones, en particular la División de Biología Molecular que funcionó en el

Instituto Malbrán entre 1958 y 1962. Intentamos reconstruir, asimismo, el contexto local e

internacional en el cual esas experiencias –y las que le siguieron durante los años sesenta- se

fueron desplegando, en general con muchas dificultades.

Estas dificultades se debieron, en buena medida a ciertas determinaciones de orden

institucional, tales como la confrontación de modelos de política de salud pública en el

interior del Instituto Malbrán y, también, a las intervenciones del poder político-militar sobre

el campo científico. Sin embargo, para nuestra historia es tal vez más importante aún el hecho

de que la biología molecular debía, para institucionalizarse, hacer frente a los representantes

del eje central de la tradición biomédica en el país y, muy en particular, respecto de la

hegemonía que ejercía, por ese entonces, el campo de la bioquímica, que estaba fuertemente

estructurado y legitimado. Luis F. Leloir y sus seguidores era crucial en este contexto.

La consolidación a lo largo de la década del sesenta de la tradición biomédica centrada

en la bioquímica como modelo de organización disciplinar trajo aparejado, como ya se

anunció, una clausura del escenario biomédico refractario a nuevas innovaciones

disciplinares. El estilo de laboratorio impulsado, primero por Houssay y después por Leloir,

poseía como característica central la cristalización de modelos experimentales que una vez

sistematizados traían aparejado un nivel relativamente bajo de innovación conceptual. Esto

explicaría la concepción predominante en los años sesenta de que la biología molecular

(atravesado, en el escenario internacional, por procesos de autonomización) era un compendio

155
de nuevas técnicas que, a lo sumo, agregaban nuevos fuentes experimentales a los objetos

propios de la investigación biomédica.

Sin embargo, el alto grado de rigor en la utilización estandarizada de los métodos

experimentales, que arrojan datos ampliamente reconocidos y valorados en el escenario

internacional frenaba, al mismo tiempo, la incorporación de las técnicas provenientes de la

naciente biología molecular. En consecuencia, la persistencia de una tradición científica

cristalizada resultó refractaria respecto de la emergencia de nuevos campos disciplinarios. En

este sentido, la emergencia de la disciplina se estructuró en función de las modalidades

organizativas propias del “modelo bioquímico”.

El grupo de jóvenes que se fueron incorporando, a lo largo de la década del setenta,

quienes se formen ya “dentro del paradigma” de la biología molecular y sostengan, por lo

tanto, el cambio de un marco conceptual que ello implicó. Si bien, sus trabajos iniciales

correspondieron a las líneas de trabajo ya existentes, los vínculos con otros centros de

investigación, y las estadías en el exterior para la realización de los post-doctorados,

influyeron de forma determinante en la adopción plena del nivel de análisis molecular. Las

nuevas generaciones, en su desarrollo posterior, fueron conformando nuevos grupos de

investigación cuya lógica cognitiva excedió la mera incorporación de técnicas. Esto implicó

un proceso de transición que culmina en 1981 con la creación del Instituto de Ingeniería

Genética y Biología Molecular (INGEBI), que es dirigido desde ese entonces por el Dr.

Héctor Torres mientras que, paralelamente, el grupo que originalmente había formado Gabriel

Favelukes en la Universidad Nacional de La Plata, consolida su posición dentro de la Facultad

de Ciencias Biológicas y funda el Instituto de Bioquímica y Biología Molecular.

El proceso de expansión y consolidación de la biología molecular en Argentina se

produce en función de la “imitación” de líneas de investigación por medio de lo que

denominamos “integración subordinada”. Esto condujo a que la disciplina se desarrolle en

función de un alineamiento conceptual y metodológico a los desarrollos realizados en los

156
centros internacionales de referencia. En consecuencia, la disciplina se establece bajo lo que

aquí denominaremos “ciencia hipernormal”, lo que define un estilo de trabajo basado en una

fuerte especialización que profundiza en segmentos de temas particulares, restringiéndose

parcialmente la posibilidad de abordar problemas sustantivos del campo disciplinar en

cuestión. Este tipo de estrategias que Lemaine (1980) describe como “conservadoras”,

conducen a una estrategia de investigación que implica que los grupos locales fortalezcan sus

vínculos con los grupos internacionales que trabajan sobre la misma temática, brindando

información sobre sus avances en la “hiperespecificación” de su línea de investigación. Y esto

es así, porque para los otros grupos –ubicados en el centro de la escena de la disciplina- dicha

especificación resulta fundamental para ir completando elementos al conjunto del problema

teórico abordado.

Las relaciones así mantenidas generan, al mismo tiempo posiciones de esos líderes

como grupos de referencia en el escenario científica local, es decir, la construcción de un

prestigio “exogenerado”.

Durante los años sesenta, la biología molecular ya se encontraba bien implantada y

claramente institucionalizada en algunos centros de investigación específicos de los países

desarrollados. Mientras tanto, se fue creando en el plano internacional un conjunto de

espacios públicos de encuentro y de identificación colectiva, particularmente una nueva

asociación, algunas revistas y numerosos congresos y reuniones.

En el plano cognitivo, se produjo un pasaje de lo que había sido denominado como el

período “romántico”, en donde las diversas disciplinas que confluyeron en la biología

molecular mantenían, aún, cierta autonomía relativa, hacia un período “dogmático”, en donde

una serie de descubrimientos fueron conformando un cuerpo de elementos “paradigmáticos”

que van dotando a la nueva disciplina de una autonomía mucho mayor.

Una prueba evidente de la consolidación de la disciplina emergente lo constituye el

hecho de que, por esos años, se otorgaron varios premios Nobel a ‘biólogos moleculares’, aún

157
si algunos de ellos no aceptaban todavía semejante definición de ellos mismos. Veamos

rápidamente: en 1962, Watson, Crick y Wilkins, por la “estructura molecular de los ácidos

nucleicos y su significado para la transferencia de información en la materia viviente”; en

1965, Jacob, Lwoff y Monod, por “sus descubrimientos sobre el control genético de enzimas

y la síntesis de virus”; en 1968, Holley, Khorana y Nirenberg, “por su interpretación del

código genético y su función en la síntesis de proteínas”; en 1969, Delbrück, Hershey y

Luria, “por sus descubrimientos acerca de los mecanismos de replicación y la estructura

genética de los virus”. Por otra parte, el premio Nobel de Química fue adjudicado, en 1962, a

Max Perutz y a John Kendrew “por sus estudios de las estructuras de las proteínas

globulares”, y en 1958 a Frederick Sanger, “por su trabajo sobre la estructura de las proteínas,

en particular la de la insulina”.

Mientras se desarrollaba el período de consolidación de la disciplina en el escenario

internacional, en el plano local de la Argentina, junto con la consolidación de la tradición

biomédica y de la bioquímica con la figura del Leloir, transcurría el período que hemos

denominado como de “vacío”. Como ya mostramos en los capítulos anteriores, con el

desmantelamiento de la División de Biología Molecular dirigida por Milstein, desaparecieron

drásticamente de la escena científica casi todas las líneas de investigación próximas al

enfoque “biomolecular”.

El comienzo del proceso de conformación efectiva del campo en el país se produjo,

así, desde el fin de la década del setenta y a lo largo de la década siguiente, y estará asociado

por un lado, al proceso de renovación generacional dentro de la tradición biomédica y, por el

otro, al establecimiento de la biología molecular como la disciplina central de las ciencias

biológicas en el plano internacional. Así, al irrumpir con nuevas bases conceptuales, las líneas

divisorias existentes entre las diferentes disciplinas que componían el universo de

conocimiento biológico, fue todo el espacio de las ciencias de la vida el que resultó afectado.

158
Para describir el proceso de re-emergencia y consolidación de la nueva disciplina en el

país hemos elegido prestar atención, antes que nada, al proceso de renovación generacional

que se produjo dentro de la tradición biomédica, y en particular, al proceso que tuvo lugar en

uno de los núcleos centrales de dicha tradición, consagrado a la bioquímica, es decir, en la

Fundación Campomar.

Para ello debemos tener en cuenta, primero, que este proceso se gestó en el mismo

momento en que Leloir logró su mayor consagración: la obtención del premio Nobel de

química en 1970, lo que acrecentó el ya considerable prestigio del que entonces gozaba. En

segundo lugar, se produjo un proceso de apertura temática respecto de temas que ya no

estaban directamente relacionados con la línea tradicional de investigación que recorría la

Fundación Campomar desde mediados de la década del sesenta, lo cual fue, al mismo tiempo,

causa y consecuencia del proceso de renovación generacional. Paradójicamente, si bien

entendemos que es la existencia de una tradición en el campo biomédico lo que permitió el

desarrollo y consolidación de la biología molecular en el país, el modelo de organización de la

investigación inscripto en dicha tradición, en particular bajo el enfoque de la bioquímica

tradicional, trajo aparejado una cierta clausura del escenario biomédico, ciertamente

refractario a las innovaciones disciplinares.

Si bien es posible observar el proceso de renovación generacional en el conjunto de la

tradición biomédica, para el caso de la biología molecular, su epicentro se localizó en la

Fundación Campomar: de allí surgió (o por allí pasó) la mayor parte de los investigadores

que hoy constituyen los referentes del campo en el país, como Héctor Torres en el INGEBI,

Alberto Kornbliht en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires,

Armando Parodi, Rodolfo Ugalde, Carlos Frasch en la Universidad de General San Martín,

para citar sólo a algunos.

159
El proceso de renovación generacional: la primera fase

A finales de la década del sesenta se conformó el primer grupo de investigación con una

aproximación sistemática a la biología molecular en la Fundación Campomar. Este primer

grupo fue liderado por Israel Algranati, un discípulo de Leloir que se integró a Campomar a

principios de la década del sesenta. Allí se integraron también Sara Goldemberg y Clara

Krisman quienes se habían incorporado, a través del concurso de 1957, a la División de

Biología Molecular dirigida por Milstein. Cuando se produjo el desmantelamiento de la

División, lograron incorporarse al Instituto de Leloir a principios de lo sesenta.

Durante sus primeros años de trabajo en la Fundación Campomar Algranati trabajó

junto a Enrico Cabib en la investigación del papel de los nucleótidos azúcares en el

metabolismo de la levadura y en la regulación de la síntesis del glucógeno.1 En 1964 obtuvo

una beca para realizar un postdoctorado en el laboratorio del español Severo Ochoa, en el

College of Medicine de la New York University (NYU) donde era, desde 1954, el director del

Departamento de Bioquímica.2 Como ya señalamos, él y Leloir habían establecido una cálida

relación personal y científica, de modo que no parece sorprendente que este último enviara a

uno de sus discípulos al laboratorio de su colega.

Ya en la década del sesenta, y como mencionamos en el párrafos anteriores, Ochoa se

incorporó al grupo de científicos que investigaban cómo interpretar el código genético. Ese

grupo estaba compuesto, además de Ochoa, por Kornberg, Niremberg y Khorana, quienes

obtuvieron el premio Nobel por estas investigaciones. El eje central era determinar la

correspondencia [interpretar] de las letras significativas del código genético que regula y

1
Enrico Cabib integró el núcleo inicial de la Fundación Campomar. En 1966, con motivo de la intervención de
la Universidad de Buenos Aires, optó por emigrar del país y radicrse en los Estados Unidos, donde trabajó en los
laboratorios del National Institute of Health (NIH) en Bethseda.
2
Ochoa había recibido el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1959, junto a su antiguo alumno (y por
aquel entonces profesor de bioquímica en la Universidad de Stanford) el estadounidense Arthur Kornberg, por el
descubrimiento de la enzima fosforilasa polinucleótido que interviene en la síntesis del ARN, la cual logró
sintetizar por vez primera en 1955 en el marco de sus investigaciones sobre las reacciones en los fosfatos.

160
determina la síntesis de cada una de las proteínas. Esta actividad de “establecer la

correspondencia” entre una síntesis de proteínas conocida por medios bioquímicos con la

información específica del código genético, determinó que investigadores que originalmente

trabajan en problemas propiamente bioquímicos, como Ochoa o Kornberg, se desplazaran

hacia el terreno de la biología molecular, modificando su nivel de análisis. Es en este contexto

Algranati realizó su postdoc con Ochoa en Estados Unidos.

Una vez recibido por Leloir y reinstalado en Campomar, Algranati organizó un grupo

de investigación para estudiar el papel que desempeñan los ribosomas en la síntesis de

proteínas, adoptando principios de la biología molecular (“toda la información que regula la

síntesis de proteínas está contenida en los genes y dicha síntesis depende de la forma en que

estos se expresan”) para comprender el pasaje de una célula en estado de reposo a otro

metabólicamente activo. Es decir, para un problema de investigación tradicional en el campo

bioquímico incorporó principios conceptuales de la biología molecular, en especial aquellos

aspectos que hacen a la compresión de los mecanismos moleculares del funcionamiento

biológico previamente descriptos desde el enfoque bioquímico. En consecuencia, la biología

molecular le permitió indagar acerca de nuevos problemas que, sin embargo, están definidos,

y complementan el campo de problemas estructurados desde la concepción bioquímica

tradicional del Instituto: glicosilación de proteínas y síntesis y degradación de azúcares y

oligosacáridos (Entrevista personal con Algranati, Buenos Aires, octubre de 1999).

A lo largo de la década de 1970, el grupo de Algranati trabajó sobre dos tópicos

asociados al problema de la síntesis de proteínas: el primero, relacionado con el rol de las

poliaminas y el papel de los ribosomas; el segundo, sobre el papel de los linfocitos en la

síntesis de proteínas. 3 Por otra parte, Algranati estableció varios lazos de cooperación

internacional: por un lado, en 1977 con David Sabatini del Department of Cellular Biology de

3
Durante este período el grupo estaba conformado por Francisco Baralle, Manuel García Patrone, Gustavo
Echandi Meza, Oscar Burrone, Nélida González, Liliana Crenovich, Marcela Ferrer y Sara Goldemberg. Esta
última tenía su propio laboratorio hasta 1975 cuando lo integra al de Algranati. (Entrevistas personales con
Algranati y Goldemberg)

161
la New York University para realizar estudios sobre la biosíntesis y secreción de proteínas y,

por el otro, con César Milstein en el LMB del MRC en Cambridge para investigar la

regulación de la biosíntesis de antígenos de histocompatibilidad, en 1978.

David Sabatini se había graduado de médico en 1954, en la Universidad de Rosario, y

trabajó años después junto a Eduardo De Robertis en la Facultad de Medicina de la

Universidad de Buenos Aires. En 1961 emigró a los Estados Unidos, donde realizó su

Postdoc en biología celular en la Rockefeller University en 1966. Desde 1972 dirigió el

Departamento de Biología Celular de la New York University, y junto a Günter Blobel

formuló la teoría de las señales, en la cual se explica el papel de las señales que “dirigen el

tránsito” de las proteínas en las células y cuyos primeros indicios experimentales fueron

aportados por César Milstein a principios de la década del setenta. Por este trabajo se le

otorgó el premio Nobel de fisiología solamente a Blobel en 1999, excluyendo a Sabatini, lo

que generó algunas reacciones que fueron de la sorpresa a la indignación.4

A lo largo de los años ochenta, el grupo liderado por Algranati trabajó sobre diversas

líneas diferenciadas de investigación:

• Biosíntesis y expresión de la superficie proteica en Tripanosomas y sobre la naturaleza

química de los antígenos determinantes de la superficie proteica del parásito, en

colaboración con Carlos Frasch;

• Efectos de las poliaminas sobre la síntesis proteica y la acción de antibióticos en

bacterias;

• Metabolismo de poliaminas y control de la proliferación celular en tripanosomáticos;

4
Guillermo Jaim Etcheverry trascribió, en un artículo en la revista Medicina, la entrevista que le hicieron
entonces a Sabatini en Nature: “Recuerdo entre los momentos más felices de mi carrera científica las tardes en la
Universidad Rockefeller a fines de los años sesenta y comienzo de los setenta, cuando ambos compartíamos
horas frente a un pizarrón dibujando esquemas que permitieran explicar la especificidad de la síntesis de
proteínas relacionada con el retículo endoplásmico. Por eso, una de mis mayores satisfacciones fue ver algunas
de aquellas atractivas ideas originales, confirmadas por los elegantes y rigurosos experimentos que se llevaron a
cabo en el laboratorio de Günter. Me encantó enterarme de que le había sido otorgado el Premio Nobel». Y
agrega Jaim que “Conociendo la historia de estos estudios, tal vez sorprenda el hecho de que esa distinción, que
puede ser discernida a un número de hasta tres científicos, no haya sido compartida en esta oportunidad como lo
es con frecuencia.”. Jaim Etcheverry (1999),

162
• Efectos de las poliaminas sobre la proliferación celular, el crecimiento tumoral y el

desarrollo de metástasis, en colaboración con Estela Medrano y el grupo de Elena

Sacerdote de Lustig en el Instituto de Oncología “Angel Roffo”.

El propio Algranati asumió, como eje central de sus investigaciones a lo largo de esta

década, diversos aspectos sobre las poliaminas, tema que había comenzado a desarrollar desde

finales de la década de 1960.

Entre el conjunto de discípulos de Algranati durante todos esos años, hay dos que se

destacaron en el plano internacional en el campo de la biología molecular: Francisco Baralle y

Oscar Burrone. Baralle tuvo una intensa movilidad institucional: se incorporó a principios de

la década del sesenta a Campomar, poco tiempo después de que Algranati conformara el

grupo. En 1974 obtuvo una beca para realizar sus estudios de postdoctorado, por lo que se

trasladó al LMB (MRC), en Cambridge, donde trabajó junto a Sanger y Milstein. A principios

de la década del ochenta se instaló en el Sir William Dunn School of Pathology de la

Universidad de Oxford. Durante este período, Baralle se especializó en el campo de la

patología molecular. A principios de la década del noventa se trasladó al International Centre

for Genetic Engineering and Biotechnology, localizado en la ciudad de Triestre, Italia, donde

dirigió tanto el centro como el laboratorio de patología molecular (Entrevista personal con

Baralle, Buenos Aires, octubre de 2000).5

Burrone, por su parte, se incorporó al grupo de Algranati a mediados de la década del

setenta y trabajo allí hasta 1979 en la regulación de la síntesis proteica en linfocitos humanos.

En 1980 obtuvo una beca para estudiar inmunología en el LBM (MRC) de Cambridge con

Milstein, en donde trabajó durante dos años. En 1982 regresó a Campomar, donde formó un

grupo de investigación en inmunología y virología molecular. Las líneas de investigación que

desarrolló fueron: a) el control de la expresión de genes HLA-Clase I y b) biología molecular


5
El International Center for Genetic Engineering and Biotechnology es un organismo multinacional que cuenta
con dos sedes, uno en Trieste, Italia; y otro en Nueva Delhi, India. El mismo fue creado en 1983.

163
de rotavirus en colaboración con José La Torre del Centro de Virología Animal. En 1985

colaboró con Frasch en el primer trabajo de secuenciamiento realizado en el país y en 1986,

junto a grupo importante de investigadores entre los que se encontraban Frasch y Baralle,

realizó un clonado molecular del genoma del rotavirus. En 1988, con el apoyo de Baralle

realizó una estadía de un año en el Instituto Sieroterapico Milanese, en Italia, para trabajar

sobre la expresión en células eucariotes. A principios de la década del noventa se estableció

con Baralle en el International Centre for Genetic Engineering and Biotechnology donde

trabajó desde entonces, dirigiendo el laboratorio de inmunología molecular.

La importancia de la trayectoria de Israel Algranati y su grupo radica en que ellos se

constituyeron en el primer grupo que, en la Fundación Campomar, abandonó la línea de

investigación tradicional del Instituto, los hidratos de carbono, y definieron nuevas e

innovadoras líneas de investigación. Una vez más observamos la influencia del pasaje por un

laboratorio internacional como elemento dinámico en la innovación temática y conceptual en

la investigación local; en este caso, el influjo de Severo Ochoa, donde Algranati trabajó

durante un tiempo, parece crucial en el desarrollo futuro de este grupo y de sus

ramificaciones. La estructura de las relaciones internacionales del grupo de Algranati se

pueden observar en el cuadro 9, al final de este capítulo.

El proceso de despliegue temático que se verificó en el Instituto Campomar desde finales

de la década del sesenta determinó que, hacia principios de los años setenta, el Instituto se

organizara sobre tres grandes campos (Memorias, Instituto de Investigaciones Bioquímicas

“Fundación Campomar”, 1965-1975):

a) Glicoproteínas: se definía como un área de investigación dedicada a estudiar “la

fabricación de glicoproteínas en las células vivas, o sea de sustancias que, tanto en

animales como en vegetales, cumplen múltiples funciones, tales como las de

hormonas, enzimas, etc.”.

164
b) Hidratos de Carbono: en esta se estudiaba “la formación –en células vegetales,

animales, bacterias– de sustancias (hidratos de carbono) que sirven como depósitos de

energía, combustibles o partes estructurales de las células vivas.”

c) Mecanismos de Regulación, en la cual se investigaban “los mecanismos de regulación,

o sea aquellos procesos que aseguran a las distintas sustancias los niveles adecuados

para mantener el funcionamiento óptimo de las células vivas.”

De todas estas áreas, la última es la más significativa para dar cuenta del establecimiento

de la biología molecular. En esta área se concentraron las líneas de investigación pioneras

respecto de la nueva disciplina emergente. Al grupo inicial, fundado por Algranati, con el

tiempo se plegaron nuevos grupos que también desempeñaron un papel importante en el

establecimiento de la biología molecular en el país.6

El primero de ellos fue el grupo liderado por José Mordoh. Este se incorporó a la

Fundación Campomar a finales de la década del setenta, luego de finalizar sus estudios de

postdoctorado junto a François Jacob en el Instituto Pasteur de París. 7 La línea de

investigación que desarrolló a lo largo de la década del setenta se basó en el estudio de los

mecanismos de multiplicación celular en células humanas normales y cancerosas. Durante

este período trabajó junto a un pequeño grupo de colaboradores compuesto por el investigador

chileno Bertold Fridlender, Graciela Almallo, Marcela Fejes y Estela Medrano.

Ya en la década del ochenta, el equipo liderado por Mordoh trabajaba en la bioquímica de

células tumorales. Para ese entonces, Estela Medrano, que se había iniciado con él en la

década anterior, constituyó su propio equipo de investigación sobre crecimiento y

diferenciación de células mamarias tumorales. Por esa misma época, Mordoh estableció lazos

6
De todos los grupos que componían el área de mecanismos de regulación, no se tratará aquí el grupo liderado
por Romano Piras en diferenciación celular, en particular el papel de la proteín-fosfoquinasa, compuesto por
Marta Majeldelb, Ana Chepelinsky, Gustavo Daleo y Alberto Horenstein ya que tuvo escasos años de existencia:
el golpe de estado de 1976 motivó el alejamiento del país, por razones políticas, de todos sus integrantes.
7
Como se recordará, Jacob era uno de los pioneros del mítico grupo radicado en el Instituto Pasteur de París,
dedicado al estudio del ARN mensajero. Era dirigido por André Lwoff e integrado, además, por Jacques Monod
y Elie Wollman.

165
permanentes de cooperación con el INSERM de Francia, gracias a lo cual pudo enviar a

realizar cortas estadías de especialización a diferentes miembros de su equipo de

investigación. Entre los principales trabajos del equipo de Mordoh se encuentra el desarrollo

de dos anticuerpos monoclonales para diagnosticar cáncer (el FC-2.15 contra cáncer de

mama, colon y próstata y el FC-5.01 que reconoce la proteína CD63 tetraspanina, presente en

distintas células tumorales) y vacunas antitumorales contra el cáncer de piel. En los últimos

años ha avanzado, además, en el desarrollo de terapias génicas, con el apoyo económico de la

Fundación Sales.

Del conjunto de investigadores que se formaron bajo la dirección de Mordoh, el de

mayor relevancia es Osvaldo Podhajcer. Este se integró al laboratorio a principios de la

década del ochenta y, hacia finales de la misma, y gracias a los lazos de cooperación

internacional sostenidos por Mordoh, realizó sus estudios de postdoctorado en el INSERM

bajo la dirección de Pierre Chambon (quien más tarde sería Profesor del prestigioso Collège

de France). A principios de la década de 1990 retornó a la Fundación Campomar, en donde

conformó su propio grupo de investigación en terapia génica. Allí, a finales de la década del

noventa, obtuvo cierta repercusión pública gracias a la obtención de vacunas experimentales

para el tratamiento de ciertos tipos de cáncer.

El otro grupo del área era el liderado por Héctor Torres quien, al igual que Algranati,

se incorporó a Campomar a principios de la década del sesenta. En un principio trabajó junto

a Olavarría en el estudio del metabolismo de los oligosacáridos y de las enzimas que

hidrolizan el glucógeno en hígado. A principios de la década del setenta formó su propio

grupo dentro del área de mecanismos de regulación. El tema de investigación seguido por el

grupo a lo largo de la década del setenta fue el estudio del mecanismo molecular de la acción

de la insulina y la síntesis del AMP-cíclico. El grupo dirigido por Héctor Torres estaba

compuesto por Mirtha Flawía, Héctor Terenzi, Eduardo de Robertis (h), Norberto Judewicz y

Patricia Leoni. A partir de 1977, este grupo manifestó un fuerte crecimiento en el número de

166
sus integrantes, incorporándose al mismo María Téllez Iñon, María Maggese, Gerardo Glikin,

Alberto Kornblihtt, Luis Molina y Vedia y Juan Reig-Macia.

El caso de Héctor Torres es muy singular: se trata de uno de los pocos científicos en la

institución que conformaron su propio grupo sin haber realizado estudios posdoctorales en el

exterior. De hecho, es un de los pocos investigadores de su generación que no realizó un

postdoc en el extranjero. Al igual que el grupo de Algranati, el de Torres mantuvo un enfoque

que combinaba la bioquímica –más tradicional- con la “nueva” biología molecular, en la

medida que investigaban procesos bioquímicos en la acción de la insulina en el nivel celular

que determinan diferentes niveles del metabolito denominado AMP-cíclico buscando rastrear

aquellos mecanismos moleculares que intervienen en dichos procesos. Uno de los medios

elegidos para este estudio fue el de la Neurospora crasa –el otro fue la Escherichia coli- que

fue introducido al grupo por Héctor Terenzi, quien había trabajado previamente en el grupo de

genética molecular de Reissig (durante la época de “vacío” y había realizado el postdoc sobre

el metabolismo de dicho hongo junto a Storck en Estados Unidos, durante la década del

sesenta.

La adopción creciente del enfoque molecular del grupo se debió, por un lado, a la

especialización externa de sus integrantes, mecanismo usual en la conformación de

tradiciones científicas en la Argentina, y en los países periféricos en general. En este sentido,

se debe destacar que, en el año 1975, de los siete integrantes con los que contaba el grupo por

entonces, cinco se encontraban realizado estudios en diversos centros del exterior.8 Por otro

lado, el cambio también obedeció a la expresa preocupación de Torres por incorporar

herramientas y técnicas de investigación “modernas”, en particular, aquellas técnicas

derivadas del desarrollo de la ingeniería genética.

8
En efecto, en 1975 Judewicz participó del IV International Course of Techniques of Molecular Biology en
Santiago de Chile y, entre 1975 y 1977 realizaron sus postdoc Eduardo De Robertis (h) en el Laboratory of
Molecular Biology en Cambirdge y Partricia Leoni en el Department of Cellular Pathology, Clinical Research
Center, Inglaterra. Asimismo, Héctor Torres (ya investigador “formado” y director del grupo) y Mirtha Flawiá
de Torres partieron por un año a realizar estudios de endocronología molecular al Department of Molecular
Biology, en The Wellcome Research Laboratories en Estados Unidos.

167
La estrategia de especialización externa del equipo se mantuvo en los años siguientes:

María Teresa Téllez Iñon partió a realizar estudios sobre receptores hormonales al

Department of Pharmacology and Experimental Therapeutics, del Shool of Medicine de la

Johns Hopkins University y, a finales de la década del setenta partieron a realizar sus postdoc

Norberto Judewicz en el Department of Molecular Biology, en la School of Medicine de la

Waskington University; Gerardo Glikin al Department fo Biology de la University of

Rochester y Alberto Kornblihtt al Sr. William School of Pathology de la Oxford University en

Inglaterra. Cada uno de estos últimos conformará, a su retorno, sus grupos respectivos,

extendiendo, así, los alcances de esta tradición, como ha sido el mecanismo usual en este

campo. El desarrollo de las colaboraciones internacionales del grupo de Torres se puede

observar en el cuadro 10, al final de este capítulo.

De todos los grupos del área de mecanismos de regulación, el grupo liderado por

Torres es el de mayor importancia para explicar la consolidación de la disciplina en la

Argentina. Esto es así, no solo por el número de investigadores de mayor reconocimiento en

el terreno de la biología molecular que se iniciaron bajo la dirección de Torres, sino además

por el hecho de que el programa de investigación desarrollado por Torres fue reconocido por

el CONICET en 1981 como el primer programa de ingeniería genética y biología molecular

del país. Sobre la base de este programa, Torres creó en 1983 el primer instituto de

investigaciones dedicado enteramente a la biología y genética molecular. La historia es

interesante: en los años 70, y durante varios años, se venía construyendo la nueva sede de la

Fundación Campomar, gracias a diversas y esporádicas fuentes de financiamiento.

Finalmente, cuando hacia 1980 el nuevo e importante edificio estuvo terminado frente al

Parque Centenario, Torres tomó una decisión crucial: permanecer en el viejo edificio, y

fundar allí un nuevo instituto, escindido de Campomar. Se creó, así, el Instituto de

Investigaciones Genéticas y Biología Molecular (INGEBI), que tuvo originalmente la

dependencia funcional del CONICET, y que luego funcionó, además, como un Instituto de la

168
Universidad de Buenos Aires. (Entrevista personal con Torres, Buenos Aires, noviembre de

2000)

A modo de conclusión provisoria, podemos señalar que se observa, en todas estas

líneas de investigación, una relación dual –y a menudo cierta tensión- entre la biología

molecular y la bioquímica. Inclusive, durante los primeros años de existencia (hasta el fin de

los años setenta y comienzos de los ochenta), estos grupos se mantienen más próximos al

segundo campo disciplinario. Esta operación de “ajuste” de un campo nuevo a los limites

impuestos por otro tradicional, posibilitó la emergencia de uno de los primeros grupos

pertenecientes al “núcleo central” de la tradición biomédica, aventurarse dentro de la nueva

disciplina sin generar, al menos hasta 1983, una ruptura.

El proceso de renovación generacional: la segunda fase y el proceso de consolidación de la

disciplina

En definitiva, fue el grupo de jóvenes investigadores que se fueron integrando por aquellos

años al Instituto, en su mayoría al área de mecanismos de regulación -y en particular en el

grupo de Héctor Torres- quienes eran portadores de una concepción de la biología molecular

como una disciplina que implicaba un marco conceptual nuevo, es decir, que suponía un nivel

de conocimiento diferente de los marcos tradicionales de la bioquímica. Así por ejemplo,

según Alberto Kornblihtt, uno de aquellos jóvenes investigadores, “este conjunto de

metodologías no es un mero compendio de recetas técnicas, sino una nueva manera de pensar

y resolver problemas biológicos” (Entrevista personal con Kornblihtt, Buenos Aires, agosto

de 2000).

Estos jóvenes se incorporan en su gran mayoría a través de los diversos cursos que

dictaban investigadores de Campomar en la Facultad de Ciencia Exactas de la Universidad de

Buenos Aires, y que se ofrecían en el Departamento de Química Biológica. Esto posibilitó un

169
constante acercamiento de los estudiantes a las diferentes áreas de trabajo y, eventualmente,

su incorporación como becarios del Instituto.

Hacia finales de los setenta, muchos de estos jóvenes investigadores partieron al

exterior a realizar sus postdoc, y por lo general fueron regresando a la Argentina a comienzos

de la década de 1980. La formación en el exterior de estos investigadores fue conformando

una visión de la biología molecular que estaba alineada con los profundos cambios que se

habían producido a nivel internacional, asociados a la emergencia de las técnicas de ingeniería

genética y la biotecnología. Este último punto es relevante en la medida que, si se entiende la

emergencia y consolidación de la biología molecular como una disciplina que revolucionó a

las ciencias de la vida, los principios conceptuales de la misma penetraron sobre las otras

disciplinas, redefiniendo su campo de problemas. En este sentido, si bien se pudo seguir

investigando procesos metabólicos en la síntesis de proteínas, no era ya posible desconocer el

papel regulador de la información genética contenida en el ADN. A medida que los nuevos

desarrollos en la biología molecular fueron mostrando su alcance conceptual y técnico, se

comienza o tornar difusa la separación entre las diferentes disciplinas del campo de las

ciencias biológicas. En todo caso, las diferencias se manifiestan en el modo de organizar el

trabajo de laboratorio, en el uso de los sistemas experimentales, en el énfasis que se le da a

ciertos procesos por sobre otros, o a las relaciones con disciplinas vecinas (investigación

médica, agrícola, animal, producción de fármacos, etc.). En este sentido, la biología

molecular, que comenzó como una estrategia de investigación enfocada hacia casos

particulares, culminó por establecer y formular generalizaciones universales para todas las

disciplinas biológicas, redefiniendo los límites y las intersecciones del campo.

El proceso de emergencia y consolidación de la disciplina en el país entró en su fase

madura con la constitución del primer instituto dedicado enteramente a la biología molecular:

el Instituto de Ingeniería Genética y Biología Molecular bajo la dirección de Héctor Torres.

170
En esos años, existían escasos grupos de trabajo que utilizaban las recientes técnicas

de ingeniería genética: además del grupo de Torres, había sólo algunos equipos dispersos.

Uno de ellos era el grupo de Andrés Stoppani en el Centro de Estudios Bioenergéticos, que

trabajaba sobre ADN nuclear y cinetoplástico de tripanosomas, incorporando nuevas técnicas,

en particular las de secuenciamiento. Ello se produjo gracias al regreso de Carlos Frasch, uno

de los discípulos de Stoppani, de sus estudios de postdoctorado en Holanda, y quien algunos

años después habría de incorporarse a la Fundación Campomar. Otro grupo que comienza a

abordar estas problemáticas fue el grupo de José La Torre en el Centro de Virología Animal

(CEVAN), en donde investigaban sobre el virus de la aftosa.

Por otra parte, los integrantes del grupo formado por Favelukes en Universidad de La

Plata, que durante el régimen militar de 1976 se habían visto forzados a abandonar la

Universidad, se reincorporaron a sus cargos con el retorno de la democracia en 1983. Durante

esos años, el grupo se fue orientando hacia la biología y genética molecular de plantas

especializándose, Favelukes, en la ligación de nitrógeno en las raíces de las plantas y Grau, en

virus vegetales, en particular en el “virus de la tristeza” (sic) de cítricos. Poco después, este

grupo conformó el Instituto de Bioquímica y Biología Molecular en la Facultad de Ciencias

Exactas de La Plata, y tuvieron también una participación activa en la promoción de la

biología molecular en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

Como se dijo, con la creación del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y

Biología Molecular comienza la “fase madura” de consolidación de la disciplina en el país. El

INGEBI mantuvo desde sus comienzos una estrecha asociación con la Facultad de Ciencias

Exactas de la Universidad de Buenos Aires: varios de sus investigadores ocuparon cargos

docentes en dicha facultad e, incluso, Héctor Torres fue Decano de la misma entre 1986 y

1990. Durante su gestión como decano, Torres afirmó la pertenencia simultánea del INGEBI

como instituto del CONICET y de la Universidad de Buenos Aires. Asimismo, a partir de

1983, el INGEBI se encargó de dictar en la facultad un curso superior acerca de las técnicas

171
de ingeniería genética, que luego se convirtió en Maestría en Biotecnología, dirigida por el

propio Torres.

El desprendimiento de Torres de Campomar trajo aparejado que varios de los

investigadores que trabajaban en su grupo pasaron a formar parte del staff del nuevo Instituto,

dirigiendo sus propios grupos: Mirta Flawiá, M. T. Téllez Iñon, Alberto Kornblihtt (a su

regreso de Inglaterra), Gerardo Glikin, Molina y Vedia y Alejandro Mentaberry. Con el correr

de los años se fueron incorporando nuevos investigadores, algunos de los cuales realizaron

diversos estudios en centros de referencia en biología molecular del exterior: Levin (Alemania

e INSERM/Instituto Pasteur, París), Paladini, Jiménez de Asua (Molecular Biology

Laboratory, The Salk Institute for Biological Studies), Rubinstein, Iribarren (European

Molecular Biology Laboratory y en el Istituto di Ricerca di Biologia Molecolare, Italia),

Ulloa, Paveto (Massachussets University).

Mentaberry había trabajado, durante su paso por Campomar, en el grupo de

glicoproteínas, dirigido por Carminatti y, a finales de la década de 1970, realizó sus estudios

de postdoc en el Department of Cell Biology de la University of New York. A su retorno, se

incorporó al grupo de Torres en el INGEBI, y conformó una línea de investigación dirigida al

estudio de virus vegetales y sus mecanismos de transcripción. Sobre esta línea de

investigación, Mentaberry se constituyó en uno de los investigadores pioneros en el campo de

la biotecnología al intentar obtener una variedad de papa transgénica resistente a virus

específicos, en colaboración con Esteban Hopp (profesor de la UBA e investigador del INTA)

y con protocolos desarrollados por el INRA (Versailles) de Francia. En el INGEBI se

iniciaron en la biología molecular, durante aquellos años, jóvenes investigadores como

Mariano Levin, que trabajaba sobre el genoma del T. cruzi y, más tarde, Marcelo Rubinstein,

quien se ocupa de la regulación de la expresión de genes en animales (ratones) transgénicos.

En el caso particular de Torres, durante estos años se fue ocupando de diversos temas, entre

ellos la genética del T. cruzi, el estudio de los mecanismos de transducción de señales y el

172
análisis de las características del sistema adenilato ciclasa a través de la evolución biológica

de los organismos.

Paralelamente, en la Fundación Campomar se fue instalando un número creciente de

líneas de investigación que incorporaron temas o técnicas de la biología molecular, generando

una penetración cada vez mayor de esta disciplina. Así, además de los trabajos de Algranati y

Mordoh, se incorporaron otras líneas de investigación impulsadas en su gran mayoría por

aquellos investigadores que fueron retornando de sus estudios de postdoctorado.

Un elemento a resaltar es el número de líneas en biología molecular, o próximas a este

campo de conocimiento, que fueron desarrolladas por investigadores que se habían formado

bajo la dirección del propio Leloir o en otros grupos de investigación en las áreas

“tradicionales” de la Fundación. Respecto de aquellos investigadores que se formaron con

Leloir, hacemos referencia por un lado, a Roberto Staneloni quien actualmente dirige un

grupo en regulación de la expresión genética en plantas superiores (en particular, los estudios

se dirigen a conocer de que forma las plantas se adaptan a las diferentes condiciones de luz).

Staneloni trabajó con Leloir sobre la detección en tejidos vegetales de la formación de ciertos

compuestos y la transferencia de oligosacáridos a las proteínas de las plantas. Por otro lado,

Luis Quesada Allué dirige un grupo sobre aspectos moleculares de la morfogénesis y la

diferenciación: estudian los eventos moleculares que acompañan y/o controlan la

metamorfosis de los insectos. Quesada Allé se inició en Campomar en el área de hidratos de

carbono en el grupo de Marechal y después en el grupo de Leloir en el área de glicoproteínas.

Respecto de los investigadores que se formaron en otros grupos de la Fundación

Campomar se puede mencionar el caso del grupo de Genética molecular de polisacáridos a

cargo de Luis Ielpi, quien se inició en Campomar en el grupo dirigido por Dankert y trabajó,

durante los años ochenta, en la biosíntesis del complejo de carbohidratos en bacterias. El

grupo se dedica en particular al estudio de los procesos de polimerización y secreción de las

173
cadenas poliméricas, y las enzimas que participan en la producción de polisacáridos,

denominadas glicosiltransferasas.

Dentro de esta misma generación, cabe resaltar el caso de Armando Parodi, otro de los

que ingresaron en 1957 al Instituto Malbrán, quien estableció su propio grupo en Campomar

en la década del ochenta, y actualmente es uno de los investigadores más prestigiosos del

campo en el país; a fines de los años noventa fue incorporado como miembro externo de la

Academia de Ciencia de los Estados Unidos. El grupo que conformó a inicios de los años

ochenta se dedicó al estudio de la glucosilación de proteínas. Parodi se había incorporado, a

principios de la década de 1970, al grupo de Leloir en el área de glicoproteínas y, entre 1974 y

1975 realizó sus estudios posdoctorales en el Instituto Pasteur de París. Asimismo, entre 1978

y 1980 trabajó sobre síntesis de glicoproteínas en microorganismos en el Department of

Microbiology and Inmunology del Wellcome Research Labororatories, Borroughs Wellcome

Co. en Estados Unidos.

A mediados de la década de 1990, Parodi formó, junto con Carlos Frasch, Rodolfo

Ugalde, Juan José Cazzulo y Oscar Campetella, el Instituto de Investigaciones

Biotecnológicas de la recientemente creada Universidad Nacional de General San Martín, con

un convenio con el CONICET. Todos ellos, menos Ugalde, se habían iniciado, a mediados de

la década del setenta, bajo la dirección de Andrés Stoppani en la Facultad de Medicina, y se

fueron incorporando sucesivamente a la Fundación Campomar, hoy Instituto de

Investigaciones Luis F. Leloir.

Se estableció en primer lugar Carlos Frasch, desarrollando un grupo de biología

molecular de parásitos, en especial Tripanosoma cruzi. Es justamente Frasch quien realizó el

primer trabajo de secuenciamiento del país. A finales de la década de 1970, Frasch,

odontólogo de formación, realizó su postdoc en la “Section for Medical Enzymology and

Molecular Biology” del Laboratorio de Bioquímica de la Universidad de Amsterdam, con Piet

Borst en temas de variación antigénica en diversas especies de Tripanosomas, en particular el

174
africano, aprendiendo las técnicas de secuenciamiento de ADN, relativamente novedosas para

la época. A principios de la década de 1980 se instaló junto a Stoppani en el Centro de

Investigaciones Bioenergéticas de la Faculta de Medicina de la Universidad de Buenos Aires,

donde realizó diversas investigaciones sobre el ADN mitocondrial de dicho parásito. En 1985,

ya establecido en Campomar, colaboró con el trabajo de secuenciamiento completo de

Tripanosoma cruzi, junto a Roberto Mancina, Daniel Sanchez, Daniel Gluschankof y Oscar

Burrone. 9 Mientras tanto, Juan José Cazzulo -director del grupo- y Oscar Campetella

desarrollaron investigaciones en la Fundación Campomar sobre bioquímica de parásitos, en

particular sobre el catabolismo de la glucosa, proteínas y aminoácidos por tripanosomátidos.

Rodolfo Ugalde se había integrado a la Fundación Campomar a mediados de la década

de 1970, en el grupo dirigido por el propio Leloir. Ugalde llegaba allí luego de haber

trabajado en la Comisión Nacional de Energía Atómica. A principios de la década del ochenta

asumió, junto a Nora Iñón de Ianinno, la dirección de un grupo abocado al estudio de la

interacción entre los microorganismos y las plantas. Como colaborador de Leloir descubrió,

en 1980, dos nuevas glucosidasas involucradas en el procesamiento temprano de los

oligosacáridos de las N-glicoproteínas. Desde 1987 dirige un grupo de investigación que

realizó diversos en el campo de la fijación biológica del nitrógeno, la biosíntesis de

polisacáridos, la biotecnología vegetal y animal, el desarrollo de nuevas vacunas y el

diagnóstico.

La expansión de la disciplina en otros centros de investigación

Como señalamos, con el retorno de la democracia en 1983, el grupo de Favelukes se

reincorporó a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de La Plata. Para esos años el

grupo era liderado por el primer discipulo de Favelukes, Oscar Grau, quien, además de

especializarse en virus vegetales, participó activamente durante los años ochenta en la

9
Dicho trabajo fue publicado en 1986 en Molecular and Biochemical Parasitology, 21, p. 25-32.

175
promoción de la biología molecular en vegetales en el Instituto Nacional de Tecnología

Agropecuaria (INTA).

Una de las características esenciales de este grupo es la importancia que le otorgaba a

los factores “técnicos” de la biología y genética molecular. En este sentido, el IBBM fue uno

de los primeros institutos en el país en dominar las técnicas de marcadores moleculares y

polymerasa chain reaction (PCR) desarrollada por Mullis para replicar (clonar) fragmentos de

ADN (genes) específicos con gran rapidez. Por otra parte, actualmente el IBBM constituye el

“nodo Argentina” de la organización internacional EMBnet, lo que responde, en buena

medida, a la preocupación de Oscar Grau por desarrollar la bioinformática.

El CEVAN, Centro de Virología Animal, perteneciente al CONICET se creó en 1973,

por sugerencia del propio Luis Leloir. Este centro surgió como consecuencia de los

desarrollos alcanzados en los estudios sobre la fiebre aftosa por el grupo de investigaciones de

la Cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de la UBA compuesto por José La Torre,

C. Vázquez (director del CEVAN hasta su fallecimiento en 1983), Claudio Scodeller y

Eduardo Denoya entre otros. Este grupo se conformó en 1973, cuando La Torre regresó de

sus estudios de postdoctorado en el Instituto de Investigación de Cáncer del Fox Chase en

Filadelfia, Estados Unidos con Robert Perry. La Torre se inició en la investigación a

mediados de la década de1960 en el Instituto de Anatomía General y Embriología que

pertenecía a la Cátedra de Histología dirigida en ese entonces por Eduardo De Robertis.10 Ahí

se encontraba también Carlos Tandler, de quien La Torre declara haber aprendido las

10
Eduardo De Robertis fue el promotor en el país de la microscopía electrónica, técnica que aprendió en 1947 en
el Departamento de Biología del MIT. En 1957 fue nombrado director del Instituto de Histología y Embriología
del la Facultad de Medicina de la UBA, donde instaló un microscopio electrónico. A lo largo de su carrera
científica investigó sobre la estructura y la organización química del cerebro y sobre el funcionamiento de la
glándula tiroides. Sobre este último tema, y gracias a la gestión de Houssay, obtuvo en 1939 una beca para
estudiar en el Departamento de Anatomía de la Universidad de Chicago. Junto a su hijo, Eduardo De Robertis
(h), fue autor de Biologia Celular y Molecular, que fue traducida a ocho idiomas. Su hijo se inició en Campomar
en la década del setenta en el grupo de Torres, y a finales de la misma década realizó su postdoc en el laboratorio
de biología molecular en Cambridge. Actualmente se encuentra radicado en Estados Unidos en el Department of
Biological Chemistry, de la University of California.

176
primeras herramientas básicas de biología molecular (Entrevista a La Torre, Ciencia Hoy, vol.

2, Nº 10, 1990).

Fue en Estado Unidos donde La Torre incorporó definitivamente las bases

conceptuales y técnicas de la biología molecular. Durante su postdoc investigó el

metabolismo de ácidos ribonucleicos, particularmente el pasaje del núcleo al citoplasma. A su

regresó, se incorporó al grupo que estaba formando Vázquez en la cátedra de Histología, para

desarrollar investigaciones bioquímicas y moleculares sobre virus que afectan al ganado

doméstico. En pocos años, dicho grupo logró demostrar que el genoma del virus no era

fragmentario y que se degradaba con extrema facilidad, e incluso establecieron las causas de

dichas degradación. De dichas investigaciones, en 1978, resultó la primera patente obtenida

por el grupo, en conjunto con el CONICET. Entre otros logros alcanzados por el grupo se

cuentan el desarrollo de la vacuna contra la diarrea neonatal del ternero y la contribución a la

mejora de la vacuna contra la fiebre aftosa además de desarrollar un kit de diagnóstico sobre

la misma enfermedad. Estos logros están íntimamente relacionados con el dominio técnico de

herramientas como el fingerprints o huellas digitales que permite realizar mapas

bidimensionales del ARN virual (aprendido por La Torre en 1981 luego de una estadía corta

en el Animal Virus Research Institute en Inglaterra) o los anticuerpos monoclonales que se

utilizan para tipificar cada cepa viral con precisión11 (Zabala, 2003).

En líneas generales, durante estos años, se verifica la emergencia de nuevas líneas de

investigación en biología molecular, tanto en Campomar como en las otras instituciones, que

derivan de las líneas tradicionales, y que se corresponden con el peso creciente de la biología

molecular en el escenario internacional. Este hecho es importante, porque traspasa las barreras

11
Estas técnicas fueron aprendidos en 1986 por Pablo Grigera luego de estudiar dicha técnica aplicada a la fiebre
aftosa en el Plum Island Animal Disease Center de los Estados Unidos. Es interesante resaltar que La Torre
estuvo en Estados Unidos en el mismo período que Oscar Grau, cuando se descubrió en laboratorios de Estados
Unidos el Poli A y la poliadenilación del ARN. Grau a su regreso a la Argentina trabajo durante un corto período
de tiempo junto a María Teresa Franze, que luego se estableció en el CEVAN, en la caracterización del virus de
la fiebre hemorrágica argentina (Mal de Junín), y realizado los experimentos y cultivos de las cepas en el
Instituto Malbrán.

177
entre las diferentes disciplinas que componen las ciencias biológicas, generando un verdadero

régimen “transitorio”. Este mismo fenómeno se produce en otros institutos de investigación

pertenecientes al ámbito biomédico, como el IBYME, donde existen desde entonces diversas

líneas que se apoyan en la biología y genética molecular e ingeniería genética como, las

dirigidas por Alberto Baldi (oncología molecular), Lino Barañao (biotecnología aplicada a la

reproducción animal), Eduardo Charreau (endocrinología molecular) y Omar Pignataro

(endocrinología molecular y transducción de señales). Del mismo modo, se puede encontrar

un número significativo de grupos de investigación pertenecientes al ámbito universitario en

las diferentes Facultades de Ciencias Exactas.

En resumen…

A partir de los viajes de formación externa de las nuevas generaciones de

investigadores como mecanismo vital de innovación temática, metodológica y conceptual, se

fueron conformando, en consecuencia, nuevos proyectos de investigación cuya lógica

cognitiva excedía la mera agregación de “nuevas líneas”, y por lo tanto, los grupos

mencionados son los responsables del despliegue de la disciplina como un campo de

conocimiento autónomo en la escena local, al traer consigo nuevos problemas (la expresión

genética, la transformación del material genético) y técnicas de investigación

(secuenciamiento, marcadores moleculares), corriendo el centro de atención a la estructura y

transformación genética de los organismos.

Este proceso culmina con la conformación de nuevos laboratorios e institutos dirigidos

por investigadores formados en Campomar o el INGEBI, entre finales de la década de 1980 y

principios de los años noventa, como el Instituto de Biología Molecular y Celular dirigido por

de Mendoza en la Universidad Nacional de Rosario, la ya citada mudanza del Laboratorio

liderado por Kornblihtt desde el INGEBI a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad

de Buenos Aires, y el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad Nacional

178
de San Martín, que incorporó el INTECH (Instituto Tecnológico de Chascomús) integrado

por Frasch, Ugalde, Parodi, Sanchez, Campetella y Cazzulo entre otros.

En consecuencia, luego del desprendimiento del INGEBI de la Fundación Campomar,

como primer Instituto específico en biología molecular, se fueron creando otros institutos y

laboratorios similares, muchos de ellos dirigidos y conformados por investigadores formados

en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas Campomar, proceso que permitió la

consolidación de la biología molecular como un campo disciplinar nuevo en la Argentina. La

síntesis de los desarrollos institucionales se puede observar en el siguiente esquema:

Esquema 1
Despliegue de grupos de biología molecular con origen
en la Fundación Campomar (1970-1990)

70´ts 80´ts 90ts´

Instituto de Biología Molecular y


Celular / UNR

Lab.. Biología Molecular / FCEyN


INGEBI UBA

Fundación
Campomar
CEVAN
Area de
Mecanismos de
Regulación
Fundación
Campomar Instituto Investigaciones
Biotecnológicas / UNSAM
Nuevas
Líneas en
B.M.

A lo largo de este proceso, y más allá de la expansión creciente en el número de grupos, la

investigación en Biología Molecular está centrada en unas pocas áreas, mientras que otras, de

rápida expansión en el escenario internacional (neurobiología celular y molecular, genética

del desarrollo, biología estructural, genómica y biología computacional), tienen un bajo

desarrollo local. Entre las áreas de mayor desarrollo se encuentra la regulación de la expresión

179
génica, la parasitología molecular, en particular los desarrollos en torno al Trypanosma cruzi,

en transducción de señales y control del crecimiento y diferenciación celular, finalmente en

temas tradicionales como glicosilación de proteínas y síntesis y degradación de azúcares y

oligosacáridos.

Cuadro 9
Trabajos del grupo de Algranati en colaboración internacional
- I. Algranati, G. Echandi, S. Goldemberg, S. Cunningam-Rundles, W.K. Mass (1975): “Ribosomal distribution in a
polyamine auxotroph of Escherichia coli”, Journal of Bacteriology, 124, 1122. (Department of Microbiology, New
York)
- A.E. Finkelstein, O. Burrone, D.T. Walz, A. Misherl (1977): “Effect of auranofin on DNA and protein synthesis in
human lymphocytes”, Journal of Rheumatology, 4 (3), 245-251. (Smith Kline and French Laboratories, Philalphia.
- M. Czabo-Graham, D. Sabatini, I. Algranati, E. Bard, T. Morimoto, G. Kreibich (1978): “Reconstitution of
microsomal vesicles containig functional binding sites for ribosomes”, Federation Proceedings, 37, 1568.
(Department of Cellular Biology, New York University)
- I. Algranati, A. Ziegler, C. Milstein (1979): “Regulation of biosynthesis and expression of human major
histocompatibility antigens”, Abstracts of Cold Spring Harbor Meeting on Membrane Biogenesis, 18. (MRC
Laboratory of Molecular Biology, Cambridge)
- I. Algranati, D. Sabatini (1979): “Effect of protease inhibitors on albumin secretion in hepatoma cells”. Biochemical
and Biophysical Research Communications, 90, 220-226. (Department of Cellular Biology, New York University)
- I. Algranati, C. Milstein, A. Ziegler (1980): “Studies of biosynthesis, assembly and expression of human major
transplantation antigens”, European Journal of Biochemistry, 103, 197-207. (MRC Laboratory of Molecular Biology,
Cambridge)

Cuadro 10
Trabajo del grupo de Torres en colaboración internacional
- H. Torres, M. Flawía, L. Hernáez, P. Cuatrecasas (1977): “Insulun inhibition of fat cell adenylate cyclase”,
Federarion Proceeding, 36, 736. (Burroughs Wellcome Co., Research Triangle Park, EE.UU.)
- D.B. Byluna, M. Tellez de Iñon, M.D. Hollenberg (1977): “Age related parallel decline in Beta – adrenergic
receptors, adenylate cyclase and phosphodiesterase activity in rat erythocyte membrane”, Life Sciences, 21, 403-410.
(Johns Hopkins University, School of Medicine)
- R.C. García, P. Leoni, A.C. Allison (1977): “Control of phosphoribosyl pyrophosphate synthesis in human
lymphocytes”, Biochemical anf Biophysical Research Communication, 77, 1067. (MRC Clinical Research Centre,
Inglaterra)
- H. Torres, M. Flawía, L. Hernáez, P. Cuatrecasas (1978): “Effects of insulin on the adenylyl cyclase activity of
isolate fat cell membranes”, The Journal of Membrane Biology, 43 (1), 1-18. (Burroughs Wellcome Co., Research
Triangle Park, EE.UU.)
- H. Torres, M. Flawía, J.A. Medrano, P. Cuatrecasas (1978): “Kinetic studies of adenylyl cyclase of fat cell
membranes. I. Comparison of activities measured in the presence of Mg++-ATP, Mn++-ATP. Effects of insulin;
GMP – P (NH) P; isoproterenol and fluoride”, The Journal of Membrane Biology, 43 (1), 19 / 44. (Burroughs
Wellcome Co., Research Triangle Park, EE.UU.)
- H. Torres, M. Flawía, J.A. Medrano, P. Cuatrecasas (1978): “Kinetic studies of adenylyl cyclase of fat cell
membranes. I. Comparison of activities measured in the presence of Mg++-ATP, Mn++-ATP. Effects of insulin;
GMP – P (NH) P; isoproterenol and fluoride”, The Journal of Membrane Biology, 43 (1), 19 / 44. (Burroughs
Wellcome Co., Research Triangle Park, EE.UU.)
- H. Torres, M. Flawía, J.A. Medrano, P. Cuatrecasas (1978): “Kinetic studies of adenylyl cyclase of fat cell
membranes. II. Comparison of activities measured in the presence of Mn++-AMP-P(NH)P; Mg++-AMP-P(NH)P.
Effects of insulin; fluoride; iseproterenol and GMP–P(NH) P”, II International Symposium on the Regulate in the
Biosynthesis of Macromolecules, 11. (Burroughs Wellcome Co., Research Triangle Park, EE.UU.)
- H. Torres, M. Flawía, P. Cuatrecasas (1979): “Kinetic studies on insulin inhibition of fat cell adenylyl cyclase”,
Archivos de Biología y Medicna Experimentales, 12, 399-405. (Burroughs Wellcome Co., Research Triangle Park,
EE.UU.)
- L. Birnbaumer, H. Torres, M. Flawía, R. Fricke (1979): “Improved methods for determination of guanylyl cyclase
activity and synthesis of (alfa 32 p) ATP”, Analytical Biochesmistry, 93, 124. (Department of Cell Biology, Houston)

180
Cuadro 11
Evolución de los grupos del área de Mecanismos de Regulación*
Jefe de Grupo Integrantes
1974 1975 1976 1977 1978 1979
Israel Algranati M. Gracía Patrone M. Gracía Patrone M. Gracía Patrone M. Gracía Patrone M. Gracía Patrone M. Gracía Patrone
G. Echandi Meza G. Echandi Meza O. Burrone O. Burrone O. Burrone O. Burrone
O. Burrote O.r Burrone S. Goldemberg S. Goldemberg S. Goldemberg S. Goldemberg
S. Goldemberg N. González N. González N. González N. González
N. González L. Crenovich L. Crenovich M. Ferrer
Héctor Torres M. Flawía M. Flawía M. Flawía M. Flawía M. Flawía M. Flawía
H. Terenzi H. Terenzi H. Terenzi N. Judewicz N. Judewicz N. Judewicz
E. de Robertis (h) E. de Robertis (h) E. de Robertis (h) P. Leoni P. Leoni M.T. Téllez Iñon
N. Judewicz N. Judewicz N. Judewicz M.T. Téllez Iñon M.T. Téllez Iñon M.C. Maggese
P. Leoni P. Leoni P. Leoni M.C. Maggese M.C. Maggese G. Glikin
G. Glikin G. Glikin B. Kornblihtt
A. Kornblihtt A. Kornblihtt L. Molina y Vedia
L. Molina y Vedia J. Reig-Macia
José Mordoh B. Fridlender B. Fridlender B. Fridlender E. Medrano
(hasta 1977) G. Almallo M. Fejes M. Fejes
E. Medrano E. Medrano
Romano Piras M. Majeldeld M. Majeldeld M. Majeldeld
(hasta 1977) A. Chepelinsky A. Chepelinsky A. Chepelinsky
G. Daleo G. Daleo G. Daleo
A. Horenstein A. Horenstein
* El detalle de los integrantes corresponde al año 1974, con el correr del tiempo se fueron integrando nuevos investigadores a cada una de las áreas.

Cuadro 12
Investigadores Formados en el Exterior
Investigador Area Centro Externo
Héctor Torres Mecanismos de Regulación Dept. of Molecular Biology, The Wellcome Research Laboratories, EE.UU.
Mirtha Flawía Mecanismos de Regulación Deprt. of Molecular Biology, The Wellcome Research Laboratories, EE.UU.
Norberto Judewicz Mecanismos de Regulación IV International Course of Techniques of Molecular Biology. Washington University, St. Louis.
E. de Robertis (h) Mecanismos de Regulación MRC Laboratory of Molecular Biology. Inglaterra
Oscar Burrone Mecanismos de Regulación MRC Laboratory of Molecular Biology, Inglaterra
Alberto Kornblihtt Mecanismos de Regulación Sr. William Dunn School of Pathology, Oxford University, Inglaterra
Manuel Garcia Patrone Mecanismos de Regulación V International Course of Techniques of Molecular Biology
Armando Parodi Glicoproteínas Dept, Biologie Moleculaire del Instituto Pasteur
Luis Quesada Allué Hidratos de Carbono Embo Workshop on the Methodology of the Structure and Matabolism of Glucoconjugates

181
CAPITULO 7

BIOTECNOLOGÍA Y SOCIEDAD

¿Una big science en ciencias de la vida? Hace poco tiempo, recorriendo un laboratorio

del Sur de Francia, que asociaba al CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas) y

a un laboratorio farmacéutico privado, mis anfitriones me mostraron un aparato relativamente

novedoso. Sirve para detectar moléculas que sirvan para atacar “blancos” específicos. Por

ejemplo, si uno quiere inhibir la expresión de un gen determinado para prevenir una

enfermedad particular. Mientras que haciendo ese trabajo en forma manuel sólo se pueden

“probar” algunas decenas de moléculas por mes (en el mejor de los casos), esa máquina podía

hacer pasar varios miles por día, dentro de una “quimioteca” es decir, un enorme banco de

reservas de moléculas. ¿Su precio? ¡Algo más de 300 millones de Euros!.

El desarrollo de la biología molecular como disciplina ha permitido el conocimiento

íntimo de la memoria genética y su manipulación como elemento físico. Las técnicas

implicadas en esta manipulación constituyen la ingeniería genética que permite, por ejemplo,

tomar de una célula de hipófisis humana la información genética para fabricar la hormona de

crecimiento, transferir esta información a una bacteria (como la Escherichia coli) y hacer que

esta fabrique un biofármaco: la hormona de crecimiento humana recombinante. En este

sentido, como señala Morange (1994), el desarrollo de la biología molecular ha dado origen,

integrándose a otras disciplinas biológicas, a una nueva biología, más aún, a una nueva lectura

del mundo viviente, siendo justamente este modo de intervención lo que ha dado origen a las

técnicas de la ingeniería genética.

Como consecuencia de ello, el desarrollo de la biología molecular en el país ha

adquirido una importancia central, no solo por la aparición de numerosos grupos de

investigación en este campo relativamente novedoso, sino también por la aplicación creciente

de las técnicas derivadas de esta disciplina en otros campos de conocimiento, como en la

182
investigación agronómica y la transformación de campos de conocimientos tradicionales,

como la inmunología, la parasitología, etc. Podría decirse que, en cierto sentido, la mayor

parte de las denominadas ciencias de la vida resultan profundamente modificadas o, al menos,

sustantivamente resignificadas.

En este contexto, han ido apareciendo nuevos grupos de investigación, que se

concentraron, en buena medida, en el desarrollo de productos sobre la base de técnicas de

manipulación genética, algunos de los cuales se plantean como horizonte de “aplicación” su

uso comercial, su introducción en un mercado. Ello dio lugar, por ejemplo, a la creación del

Instituto de Biotecnología Avanzada en el INTA (Instituto Nacional de Tecnología

Agropecuaria), donde se desarrollan investigaciones que tienen por objetivo el desarrollo de

plantas modificadas genéticamente, es decir, la producción de vegetales transgénicos. 1 A

título ilustrativo, otros campos significativos en donde se observó la emergencia de grupos de

investigación que persiguen un fin comercial en sus investigaciones son aquellos ligados a la

obtención de animales transgénicos y al desarrollo de kits de diagnóstico en el sector de

veterinaria. En este último caso, se destaca el Centro de Virología Animal (CEVAN), ya

mencionado en el capítulo precedente, donde se realizan estudios en virología molecular del

virus de la fiebre aftosa y del rotavirus, lo que permitió a dicho centro lanzar un dispositivo

que permite el diagnóstico de la fiebre aftosa, realizado en base anticuerpos monoclonales.2

Es necesario señalar una innovación importante en términos del espacio institucional de

la producción de conocimientos: el campo de la biotecnología y la ingeniería genética ha

encontrado en un puñado de laboratorios privados un espacio que, aunque reducido, resulta

significativo, a diferencia de lo que tradicionalmente ocurría en la Argentina, donde siempre

se verificó la hegemonía de los laboratorios públicos, sean universitarios o de otras

instituciones. Nos interesa resaltar la constitución de laboratorios farmacéuticos que

1
Sobre la emergencia y desarrollo de un nuevo campo de investigaciones orientado por la obtención de
organismos vegetales genéticamente modificados en la Argentina, véase Rossini (2004).
2
Para un análisis sobre el desarrollo de conocimientos de biotecnología animal desarrollados en el CEVAN,
véase Zabala (2003).

183
incorporaron, de un modo temprano, herramientas de la biotecnología para el desarrollo de

sus productos. El más importante es el caso de la firma Biosidus, que fue creada a principios

de la década del ochenta, y que establecó asiduos contactos con grupos de investigación del

INGEBI y el IBYME (Instituto de Biología y Medicina Experimental) con el fin de obtener el

dominio de técnicas biotecnológicas para el desarrollo de biofármacos.3

Una de las particularidades del modelo de organización del INGEBI, y que será imitado

por otros institutos del campo, es la organización del instituto en dos grandes áreas, una donde

se concentran las investigaciones de carácter “básico” y otra las de carácter “aplicado”. Con

anterioridad a la conformación del INGEBI, el grupo de Torres realizó diversas

investigaciones en asociación con otros institutos o empresas así como convenios de

transferencia.

Finalmente, para diversos grupos de investigación que mantuvieron sus campos de

estudio en el ámbito de la investigación académica, el creciente dominio de las técnicas

mencionadas, denominadas de forma genérica como “biotecnología de tercera generación”, ha

generado cambios profundos en las prácticas de investigación de los laboratorios, así como en

sus agendas de investigación.

Las modificaciones cognitivas inducidas por la biología molecular en el campo de las

ciencias biológicas en el escenario internacional, conjuntamente con la expansión creciente de

la disciplina en el escenario local, conduce a una separación cada vez más difusa entre las

diversas disciplinas biológicas. Este fenómeno se observa con mayor claridad en la tradicional

Fundación Campomar (hoy “Instituto de Investigaciones Bioquímicas Luis F. Leloir”) que, a

lo largo de los años ochenta y noventa fue perdiendo las diferencias cognitivas entre los

grupos pioneros en biología molecular y las líneas tradicionales en bioquímica.

3
Recientemente esta firma anunció el nacimiento del primer ternero clonado en el país, al cual se le realizó una
manipulación genética para agregar ciertas hormonas en la leche del animal. Las técnicas requeridas para realizar
esta operación fueron adquiridas a través de un contrato de transferencia firmado con el IByME.

184
El avance de las técnicas de la biología molecular y la ingeniería genética ha dado lugar

al desarrollo de la biotecnología de avanzada o de tercera generación. La misma se caracteriza

por ser un dispositivo de investigación genérico que da lugar a un régimen de producción de

conocimientos transversal (Shinn, 2001, Nevers, 2001), es decir que las agendas de

investigación, así como la organización social del trabajo, se definen ya no por el encuadre de

una disciplina en particular sino por el campo de aplicación y el tipo de producto a desarrollar.

Este pone a consideración de qué manera los grupos que en el país se especializaron en la

biotecnología han transformados sus esquemas de investigación transitando de un régimen de

producción de conocimientos disciplinar a otro transversal.

La ingeniería genética y la biotecnología

Antes de seguir avanzando sobre el proceso de consolidación de la biología molecular en el

país, es necesario destacar el desarrollo de la disciplina en el escenario internacional desde

finales de la década del sesenta que condujeron a que:

• La biología molecular fue penetrando y transformando las bases conceptuales del resto

de las disciplinas biológicas. Es decir, desde mediados de la década del setenta, cada

vez más campos de investigación de la biología, incluyendo la bioquímica, ven

permeadas sus bases analíticas por la biología molecular, obligando a aceptar sus

principios conceptuales como ordenadores de la información biológica;

• Los avances en la ingeniería genética generaran un set de técnicas que revolucionaron

el universo biológico al permitir realizar, una vez que se conoce una secuencia

específica de ADN, transformaciones genéticas sobre un organismo. Ello es posible a

través de las herramientas de corte que permiten ligar fragmentos de ADN, elegidos

específicamente por el tipo de proteínas que expresan, a una secuencia completa de

ADN, inaugurando de esta forma la capacidad de transformar las características de un

ser vivo, dotándolo de ciertas especificidades que no le son propias. A través de estas

185
herramientas entre 1981 y 1982 se obtuvieron los primeros animales transgénicos:

Palmiter y Brinster produjeron un ratón, y Spradling y Rubin una mosca.

Los principales hitos en el desarrollo de la biología molecular y de la ingeniería genética

desde finales de la década del sesenta fueron los que se presentan en el cuadro siguiente:

Cuadro 13: Avances en la biotecnología reciente

AÑO INVESTIGADORES DESARROLLOS


1967 Geller Enzima [DNA ligaza] que permite unir fragmentos de ADN
1970 Temin y Baltimore Aislamiento de una enzima de restrinción utilizada para cortar
fragmentos específicos de ADN (transcripción reversa)
1972-1973 Boyer, Cohen y Berg Primeras técnicas para clonado de ADN, conocidas hoy días
(University of Stanford) como ADN recombinante (utilizaron una enzima de restricción
para cortar un fragmento de ADN y ligándolo mediante DNA
ligaza a una cadena de ADN obteniendo así la primera
molécula recombinante)
1974 Boyer y Swanson Fundan la primera empresa [Genentech, Inc.] dedicada a la
producción y comercialización de productos desarrollados en
base a ADN recombinante
1975 Milstein y Kholer Desarrollan las técnicas del hibridoma que permitió la
(MRC, Cambridge, producción de los anticuerpos monoclonales (ello les valió el
Inglaterra) premio Nobel de Medicina en 1984)
Entre 1975 y Sanger, Barrel, Maxam y Desarrollan la técnica para secuenciar ADN, de forma tal de
1977 Gilbert (MRC, permitir la lectura del mismo
Cambridge, Inglaterra)
1986 Kary Mullis (CETUR Desarrolla la técnica denominada Polymerase Chain Reaction
Corporation) (PCR) que permite clonar rápidamente in vitro fragmentos
definidos de ADN sin necesidad de recurrir a vectores y su
replicación en bacterias (ello le permitió obtener el premio
Nobel en 1993)
Fuente: elaboración propia. En el anexo a este capítulo se puede consultar un cuadro elaborado por Emilio
Muñoz, quien considera los desarrollos desde 1983.

El desarrollo de la PCR revolucionó, en corto tiempo, el conjunto de técnicas de la biología

molecular al superar la técnica utilizada hasta ese entonces. Antes de la PCR, la única

estrategia posible para aislar un gen y obtener grandes cantidades del mismo en estado puro

era el clonado molecular, para lo cual se usaban las enzimas de restricción y ligaza. La PCR

no solo fue adoptada para realizar investigación básica, sino que también se extendió su uso al

diagnóstico clínico.

En consecuencia la biotecnología emergió, a mediados de los años setenta, con los

primeros resultados prácticos obtenidos a través del desarrollo del ADN recombinante. A raíz

186
de ello, la biotecnología se define como un término que designa la aplicación –

principalmente- de las técnicas de biología molecular e ingeniería genética. En este sentido,

una de las acepciones más difundidas del término es el de biotecnología “de avanzada” que se

define como la manipulación de los seres vivos y su aplicación en el aparato productivo para

elaborar bienes y servicios mediante técnicas que dan lugar a nuevas combinaciones genéticas

para su uso y sus repercusiones en el sector farmacéutico, agrícola y pecuario.

La concepción de la biotecnología esta ligada a los desarrollos alcanzados durante la

década del ochenta fue lo que motivó la incorporación de la biotecnología al discurso y a la

agenda del Estado, por un lado, a través de miembros de la comunidad científica influyentes

en la esfera pública, que motivaron en diferentes partes del mundo la creación de programas

específicos para el desarrollo y promoción de la biotecnología. Y por el otro, por la

importancia creciente en la esfera económica de las aplicaciones de los desarrollos obtenidos,

favoreciendo la creación de laboratorios de biotecnología privados, al vislumbrarse a la

biotecnología como un conjunto de técnicas muy dinámicas para la innovación en nuevos

productos y procesos en un vasto campo de aplicaciones.4

Las recientes aplicaciones de la biotecnología se refieren a la producción de

medicamentos mediante técnicas de ingeniería genética que permitieron obtener productos

como la insulina y la hormona de crecimiento. En relación con la agricultura, se han logrado

obtener plantas modificadas genéticamente para resistir condiciones adversas tales como

salinidad y plagas, así como resistencia al uso de determinados agroquímicos. En lo referente

a la industria de la alimentación, se desarrollaron productos que reemplazan a otros de origen

natural como los jarabes fructuosados de maíz y aspartame, los cuales han desplazado a la

caña de azúcar.

Figura 2:
4
Una prueba que ejemplifica la importancia económica de la biotecnológica fue la adquisición de la patente del
PCR por la empresa multinacional Hoffmann-La Roche por aproximadamente 300 millones de dólares.

187
Mejoramiento por biotecnología vegetal

Mejora de características agronómicas:


Resistencia a enfermedades y plagas, tolerancia a
herbicidas, tolerancia a heladas, sequía, salinidad,
etc., modificación de rasgos morfológicos, mayor
rendimiento, maduración retardada.

Mejores alimentos:
Eliminación o disminución de factores anti-
nutritivos, toxinas o alérgenos, introducción o
aumento de factores promotores de la salud,
modificación de la proporción de nutrientes.

Plantas como fábricas de moléculas:


Obtención de fármacos, vacunas,
biopolímeros, biocombustibles, etc.

La biotecnología se trata de un área que se apoya, de un modo muy marcado, en la

investigación básica. Y de ahí que, en sus inicios, su desarrollo haya estado fuertemente

vinculado a los centros universitarios y a los institutos de investigación. Al respecto, Emilio

Muñoz señala, por ejemplo, el desarrollo de una biotecnología “científico-técnica”, a la que

distingue de la biotecnología “tradicional”. Este autor, sin embargo, no observa una ruptura o

una dicotomía entre ambas, sino que sostiene más bien que “no parece lógico establecer una

disyuntiva entre natural y no-natural en lo que respecta a la biotecnología. Incluso si hay que

dirimir en términos de dicotomía, la biotecnología, en un análisis comparado con otras

tecnologías, parece más natural que algunas de ellas, como la energética, la espacial, la

automoción o la informática.” (Muñoz, 2001, pág. 49).

Más adelante volveremos sobre este carácter “natural” o no de la biotecnología.

Observemos, mientras tanto, que, la tendencia internacional actual va hacia una cada vez

188
mayor “privatización” de los conocimientos.5 Ello está planteando fuertes cuestionamientos

éticos a la actividad, como consecuencia de los posibles resultados de la biotecnología:

clonación y modificación ad-hoc de seres humanos, efectos ambientales no deseados, etc.

El avance científico sostenido en fuertes inversiones en I+D en los países industrializados

sigue inaugurando de manera continua nuevos senderos en la industria, agricultura y otros

sectores. Los grandes proyectos de secuenciamiento genético (como el del genoma humano)

expanden cada vez más las fronteras de conocimiento y las posibilidades de nuevas

aplicaciones. La apuesta por la biotecnología en los países industrializados no ha dejado de

subir a pesar de la lenta materialización en resultados comerciales.

Sin embargo, la biotecnología, entendida en sentido estricto como una tecnología, no

ha dado lugar hasta ahora, más que muy tímidamente, al surgimiento de un nuevo sector

industrial en la Argentina: la mayoría de las “empresas” biotecnológicas fue absorbida por

grandes empresas de los sectores químico, farmacéutico y de otros sectores interesados en el

ímpetu innovador de la biotecnología. En cambio, este proceso sí ha dado lugar a un nuevo

“régimen” tecnológico. En este sentido, las grandes empresas farmacéuticas – por ejemplo –

usan la biotecnología para el diseño racional de nuevos productos, aún cuando se utiliza la

síntesis química para su producción. Es decir, mediante el uso de las técnicas de ADN

recombinante y de hibridomas (anticuerpos monoclonales) se diseñan racionalmente los

medicamentos basándose en la compresión de las causas fisiológicas y los mecanismos

moleculares de las enfermedades.

En el campo de la agricultura, se pueden observar dos tendencias principales. Por un

lado, las grandes empresas químicas han lanzado programas de investigación destinados a

obtener variedades de cultivos resistentes a sus propios agroquímicos. Por otro lado, se han

5
La creciente presencia de empresas multinacionales interesadas en el desarrollo de la biotecnología ha llevado
a aumentar su participación activa en la generación de nuevos métodos experimentales (como en su momento
fue el método de PCR) así como también en la generación de nuevos conocimientos. Sobre este último punto,
cabe recordar que una parte del proyecto del genoma humano fue llevado adelante por una empresa de capital
privado.

189
logrado numerosas plantas transgénicas (alfalfa, manzana, canola, algodón, maíz, papa, arroz,

girasol, etc.) a las que se les introdujeron rasgos específicos que mejoran su rendimiento,

resistencia u otros aspectos; logros que sin embargo no disminuyen la importancia de las

técnicas tradicionales de mejoramiento fitogenético para el desarrollo de nuevas variedades.6

Los ejemplos pueden extenderse a otros sectores (alimentación y minería por ejemplo), lo que

definiría a la biotecnología como una tecnología complementaria de cambios intra-

industriales, más que sustitutiva o radicalmente innovadora.

Los cuadros y diagramas siguientes dan una idea de la importancia que han adquirido

algunos productos transgénicos en la Argentina.

Figura 3
Área global de OGM, por país (sobre 67.7 millones de ha.)
China Sudáfrica
Brasil 4% 1%
Otros
Canadá 4% 1%
6%

EEUU
Argentina 63%
21%

Otros (1%): Australia, India, Rumania, Uruguay, España, México, Filipinas, Colombia,
Bulgaria, Honduras, Alemania e Indonesia. Fuente: ISAAA, 2003

Cuadro 14: Evolución de la superficie de siembra con OGM (Argentina)

6
Las primeras iniciativas biotecnológicas se concentraron en variedades vegetales de las cuales se poseía un
mayor conocimiento de su fisiología y poseían gran interés económico como el tabaco. En 1985 Van Montagu y
Schell obtuvieron a escala de laboratorio las primeras plantas transgénicas. A partir de estos modelos de
experimentación se alcanzó en pocos años los primeros protocolos afinados de transformación.

190
1

0,9

0,8

0,7

0,6

0,5

0,4

0,3

0,2

0,1

0
96/97 97/98 98/99 99/00 00/01 2001-2002 2002-2003 2003-2004

Algodón Bt Maíz Bt Soja tolerante a herbicida


Fuente: ASA, 2004

La consolidación de la biología molecular en el país, como elemento presente en el pasaje

hacia la biotecnología de avanzada.

El dominio creciente de las técnicas derivadas de la biología molecular y la ingeniería

genética permitió que en instituciones tradicionales del campo biomédico emergieran nuevos

grupos de investigación enteramente dedicados a estos desarrollos. Tales serían los casos, por

ejemplo, de Osvaldo Podhajcer, en el desarrollo de terapias génicas para el cáncer y Gonzalo

Prat Gray en biología estructural de proteínas, ambos en la Fundación Campomar, o el grupo

de Lino Barañao en el IByME en desarrollo de animales transgénicos.

El proceso de despliegue del campo, que se observa en la presencia de un número

creciente de investigadores en biología molecular, permitió a principios de la década del

noventa el establecimiento de Institutos abocados al desarrollo de la biotecnología: el Instituto

de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad Nacional de General San Martín (IIB),

cuyos líderes son Frasch, Ugalde, Parodi y Cazzulo, y el Instituto de Biotecnología de

Avanzada del INTA, dirigido durante los últimos años por Osvaldo Rossetti.

El IIB se creó como consecuencia del desprendimiento de un conjunto de

investigadores de la Fundación Campomar, luego de la creación de la nueva Universidad de

191
General San Martín.7 Al instalarse en su nueva sede mantuvieron sus líneas de investigación,

similares a las que ya venían desarrollando: Juan José Cazzulo trabajaba sobre el metabolismo

de proteínas, aminoácidos y carbohidratos en trypanosomáticos. Carlos Frasch sobre

moléculas de tripanosoma involucradas en al interacción huésped-parásito, e incorporó una

nueva línea sobre la expresión de genes de hipocampo de ratas sometidas a estrés. Rodolfo

Ugalde trabaja sobre genes involucrados, en primer lugar, en la virulencia de Brucella

abortus, y en segundo lugar, en la biosíntesis del glucógeno y glucanos cíclicos. Sin embargo

se han desarrollado también otras líneas de investigación con un interés transversal:

identificación de genes responsables de la resistencia del trigo a la roya de la hoja, y el

transporte de potasio y sodio en células vegetales. Armando Parodi, por su parte, ha trabajado

sobre el plegamiento de glicoproteínas en Schizosaccharomyces pombe y T. cruzi y en el

metabolismo de glicoconjugados en células eucariotas y procariotas. Daniel Sanchez, que

trabajaba en el grupo de Frasch en Campomar, asumió la dirección de su propio grupo en la

estructura y secuenciación del genoma del T. cruzi y, de igual forma, Oscar Campetella que

trabajaba con Cazzullo creó un grupo de análisis inmunogénico de antígenos y enzimas de T.

cruzi.

Este Instituto posee un modelo organizacional similar al del INGEBI, en el sentido de

dividir las áreas de investigación entre aquellas de carácter “básico” y las de carácter

“aplicado”. Estas últimas son, por ejemplo, la que desarrollan Frasch y Ugalde sobre la

expresión de sistemas heterólogos de proteínas utilizables en la industria, el desarrollo de

sistemas de diagnóstico para infecciones humanas, animales y vegetales, el análisis de virus

para control de triatomas y, finalmente, el desarrollo de vacunas recombinantes para uso

veterinario. Es sobre estas líneas de investigación que el Instituto alcanzó capacidad para

desarrollar antígenos recombinantes y anticuerpos monoclonales para kits de diagnósticos, así

7
La creación de Universidades en el Gran Buenos Aires fue una política explícita de comienzos de los años
noventa, con el objetivo, entre otros, de descomprimir a la Universidad de Buenos Aires de las presiones propias
del crecimiento de la matrícula y del tamaño que la misma adquirió, en particular desde la restauración
democrática de 1983.

192
como vacunas recombinantes para su aplicación en medicina humana y veterinaria.

Asimismo, desarrollo en conjunto con el Centro de Virología Animal proteínas recombinates

para la industria farmacéutica.8

El Instituto de Biotecnologia de Avanzada del INTA (creado en el año 1994) fue el

resultado de un lento proceso de emergencia de las investigaciones en biología molecular

aplicadas al terreno agropecuario. En este sentido, previamente a su conformación se intentó

un desdoblamiento del viejo instituto de genética del INTA a raíz del interés de algunos

grupos de dicha institución por acceder y dominar las técnicas de transgénesis y marcadores

moleculares. En este proceso intervino Oscar Grau, entre otros, aunque fue Eduardo Palma

quien logró movilizar los recursos necesarios para el desarrollo de la especialidad en la

Institución.

El interés por desarrollar capacidades en biología molecular e ingeniería genética en la

institución comenzó a tomar forma en 1986, cuando se inició el proceso de reforma

institucional del INTA. En ese momento, en un contexto internacional marcado por los

primeros logros alcanzados en la obtención de plantas transgénicas y la creciente inversión de

las principales empresas multinacionales para obtener productos biotecnológicos, se hizo

posible incorporar a la agenda de reforma institucional la preocupación por el desarrollo de

capacidades biotecnológicas. (Kreimer y Rossini, 2005)

Este proceso implicó un desplazamiento desde la genética clásica, liderada por Edwald

Favret den los inicios de la institución, en los años cincuenta, y que operaba bajo el enfoque

tradicional del fitomejoramiento. Con el establecimiento de jóvenes investigadores, comenzó

en la institución un lento proceso de generación de líneas de investigación que, bajo el

enfoque de la genética y la biología molecular, reorientaron las prácticas hacia la obtención de

8
Las líneas de investigación “aplicadas” que actualmente se desarrollan en el INGEBI son: Alejandro
Mentaberry: desarrollo de un sistema de diagnóstico para virus de la papá y de plantas transgénicas con
resistencias específicas; Marcelo Rubinstein, Héctor Torres y Mirtha Flawiá: expresión de proteínas heterólogas
en leche de animales transgénicos; Héctor Torres: secuenciación de ácidos nucleicos para el LANAIS-CONICET
y Luis Orce y Alejandro Paladín: radiobiología física y biológica de la afluencia de AV.

193
plantas transgénicas. Uno de los investigadores más significativos que desarrolló el nuevo

enfoque fue Estaban Hopp quien trabajó en colaboración con Alejandro Mentaberry, del

INGEBI, para obtener las primeras papas transgénicas, en este caso resistente a ciertos virus

que afectas dicho cultivo. Ello lo le permitió a Hopp convertirse en uno de los investigadores

pioneros, en el INTA y también en el país, en desarrollar plantas transgénicas.9 (En el cuadro

14, al final de este capítulo, se pueden observar las líneas que se trabajan en el Instituto de

Biotecnología Avanzada).

Políticas nacionales de promoción de la Biotecnología

Si bien el establecimiento de estos dos institutos constituye, en cierto sentido, el punto

culminante de consolidación de la biología molecular en el país, el proceso de

institucionalización de la misma vino acompañado de la constitución de la biotecnología

como un área de interés estratégico en el campo de la ciencia y la tecnología. Y, en particular,

de la toma de posición pública en relación con el establecimiento, por parte del Estado, de

esta área como un objeto de políticas públicas.

En 1981, el CONICET impulsó el primer Programa de Ingeniería Genética y Biología

Molecular, que fue desarrollado por el grupo de Héctor Torres en la fundación Campomar,

que tenía por objetivo “incorporar las tecnologías de la especialidad, en especial la de

anticuerpos monoclonales, realizar investigaciones con las mismas y formar investigadores en

la materia”. Esto tiene un antecedente: en la segunda mitad de la década del setenta se

registran las primeras manifestaciones de investigadores académicos, algunos de los cuales

habían retornado recientemente del exterior de realizar sus estudios de post-doctorado, sobre

la necesidad de contar con políticas orientadas a la promoción de la biotecnología y las

9
Esteban Hopp, biólogo, se incorporó en 1977 al Instituto de Genética del INTA, donde trabajó en genética de
cultivos. En 1981 postdoc sobre caracterización molecular de mutantes de alta lisina en cebada en el Laboratorio
Carlsberg en Dinamarca. A su regreso trabajó en genética molecular de la calidad panadera del trigo, y en
virología molecular que afecta al cultivo del maíz. Actualmente es, además, titular de la cátedra de genética en la
Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.

194
disciplinas tributarias. Estas manifestaciones se relacionaron con acciones ejercidas por

organismos internacionales que buscaban expandir el desarrollo de la biotecnología a los

países de desarrollo intermedio. Así la UNIDO propició la creación de un instituto

internacional de biotecnología, proyecto en el cual la Argentina fue invitada a participar en la

presentación de propuestas. Dicho proyecto culminó con la creación del Instituto

Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología de Trieste. (Vaccarezza y Zabala, 2002)

Allí se incorporaron, luego, dos investigadores que se iniciaron en la Fundación Campomar:

Francisco Baralle (que luego fue director del Centro) y Oscar Burrone.

En 1982, la entonces Subsecretaria de Ciencia y Tecnología lanzó el primer Programa

Nacional de Biotecnología (PNB). El eje central de dicho programa era la creación de un

centro de investigación de grandes proporciones, que albergara a la totalidad de la actividad

en el área, proyecto sin dudas excesivo, y que muestra lo incipiente –y en cierto modo lo

ingenuo-de las políticas en esos tiempos. El proyecto fue modificado en el año 1983, cuando

asumieron las nuevas autoridades democráticas. Con dicha modificación se abandonó el

proyecto de creación de “un gran centro” y se propuso la creación de una red de laboratorios

diseminados por el país, que atendieran las demandas específicas de cada región. En este giro

tuvo un papel fundamental la apertura a la participación de investigadores del área en el

proceso de decisión de modificación del programa. En este sentido es necesario notar que, en

1983, un número considerable de investigadores retornaron al país, luego del exilio, mientras

que otros retornaron por esos años como consecuencia de haber completado sus estudios de

postdoc en el exterior. Ambos elementos resultarán profundamente dinamizadores. El proceso

de apertura permitió, entonces, la participación de investigadores más jóvenes que, como ya

señalamos, se formaron directamente en el exterior en las disciplinas tributarias de la

biotecnología. (Vaccarezza y Zabala, 2002)

El cambio en la concepción del Programa implicó la asignación de recursos a

proyectos específicos, permitiendo la consolidación de los grupos que se comenzaron a

195
formar en los años ochenta en el campo de la biología molecular. Ello permitió consolidar,

además, a dichos grupos como “referentes científicos” del campo en cuestión garantizando, en

el futuro, su participación en la elaboración de planes estratégicos para el sector.10 Un claro

ejemplo de ello se observará, unos años más tarde, durante el proceso de elaboración de Plan

Plurianual de Ciencia y Tecnología del año 1998.

El logro más importante alcanzado durante la implementación del PNB fue la

creación, en 1986, del Centro Argentino Brasileño de Biotecnología (CABBIO), destinado a

financiar conjuntamente proyectos de innovación en biotecnología en el cual intervengan

centros de investigación y empresas de ambos países (Rossini, 2004).11

En 1992, los cambios en las políticas de Ciencia y Tecnología impulsados por el

gobierno de Menem condujeron al desmantelamiento del PNB, junto con el resto de los

Programas Nacionales creados en la década anterior. El cambio operado desplazó el área de la

promoción de las investigaciones hacia la creación de instancias de regulación: en 1991, se

creó la Comisión Nacional de Biotecnología Agropecuaria (CONABIA) y en 1993 la

Comisión Nacional de Biotecnología y Salud (CONBYSA). La CONABIA es un organismo

de consulta y apoyo técnico para asesorar en el diseño y administración de las políticas que

regulan la introducción y liberación al ambiente de materiales animales y vegetales

genéticamente modificados mediante ingeniería genética, mientras que la CONBYSA tiene el

objeto de asesorar a las autoridades en todo lo referido al desarrollo y la aplicación de la

Biotecnología en el campo de la salud humana, en el ámbito del Ministerio de Salud y Acción

Social.12 Si bien durante este período el CABBIO siguió funcionando, fue también afectado

10
En los años ochenta, el INTA lanzó, a su vez, su propio Programa Nacional de Biotecnología. Este programa
permitió la creación del Instituto de Biotecnología Avanzada de dicha instituto en su centro de investigaciones
localizado en Castelar, provincia de Buenos Aires.
11
Este convenio se incluyo en el protocolo nueve de la Agenda de Cooperación del Acta de Integración
Binacional Argentino-Brasileña, es decir, este acuerdo se propuso en el marco de creación del MERCOSUR.
Entre 1987 y 1988 a través del CABBIO se financiaron 8 proyectos por un monto global de 500 mil dólares.
12
Esta Comisión está coordinada por el Director Nacional de la ANMAT, e integrada por dos representantes de
la Secretaría de Salud y cuatro propuestos por el Foro Argentino de Biotecnología. Fue organizada en
subcomisiones en las participan empresarios e instituciones del quehacer biotecnológico. Según el informe de la
ANMAT, las normativas establecidas por esta Comisión son muy estrictas, y calificables como “pioneras en la

196
por la crisis presupuestaria generalizada para el sector de Ciencia y tecnología. Entre 1992 y

1998 se transfirió al CONICET la función de aprobar el financiamiento de proyectos de

investigación que contemplaran algún desarrollo biotecnológico. Sin embargo, al no crearse

una comisión asesora de evaluación específica para este campo, los proyectos fueron

evaluados por las comisiones asesoras disciplinares, las en muchos casos desestimaron la

aprobación de los mismos, basándose en criterios exclusivamente “académicos”. Ello hizo

evidente una tensión prácticamente estructurante del campo de la biotecnología (aunque

naturalmente no limitado a él): la legitimación de los conocimientos por sus calidades

estrictamente científicas, y su legitimación por su uso o utilidad social o económica

Vaccarezza y Zabala (2002), y Kreimer y Thomas (2002 y 2003).

En 1998 se creó la Agencia Nacional de Promoción Científico y Tecnológica y, dentro

de ella, el Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología (FONCyT) con la misión de financiar

proyectos de investigación en diferentes áreas, entre las que se incluye biotecnología.13 Al

mismo tiempo, dicho organismo impulsó, a través del FONTAR, una línea de promoción para

financiar proyectos de investigación que tuvieran como destinataria una empresa u otras

instituciones interesadas en los resultados.

Paralelamente se produjo, en el ámbito universitario, la creación de carreras de grado

y de postgrado en biotecnología. Este era un reclamo realizado por los principales

investigadores del campo de larga data. Así por ejemplo, Torres en un artículo publicado en

1982 ya indicaba la necesidad una carrera de ingeniería bioquímica en la cual se pudieran

formar profesionales con sólidos conocimientos en bioquímica, biología molecular,

microbiología, genética molecular, ingeniería genética, etc. La demanda de Torres parece algo

materia, con definiciones de repercusión internacional”.


13
En la convocatoria del año 1999 se aprobaron 20 proyectos en el área de biotecnología por un monto cercano a
los dos millones de pesos. Estos representan el 6% del total de los fondos adjudicados dicho año y un 32% de los
fondos destinados a promover temas o áreas específicas. Los proyectos se reparten entre las siguientes
instituciones: INTA (7), Universidad Nacional de Quilmes (3), Universidad Nacional del Litoral (1),
Universidad Nacional de General San Martín (1), Instituto Fatala Chaben (1), Universidad Nacional de Rosario
(1) y CONICET (6).

197
precoz en la época en la que fue formulada, ya que el desarrollo de la biotecnología era aún

incipiente en la Argentina, si bien podría pensarse que dicha demanda tenía más bien un

carácter estratégico que de institucionalización temprana. Sin embargo, fue recién en 1992

cuando la biotecnología fue efectivamente institucionalizada, en el marco de las nuevas

universidades que se crearon a comienzos de la década de los noventa. Por un lado, en la

entonces recientemente creada Universidad Nacional de Quilmes se abrió la Licenciatura en

Biotecnología, en cuya organización tuvo un papel importante Víctor Romanowski,

investigador del grupo de Oscar Grau en La Plata, quien trabajó entre 1994 y 1997 para dar

forma a la carrera. Y, por otro lado, junto con la ya mencionada creación del Instituto de

Investigaciones Biotecnológicas en la Universidad Nacional de General San Martín, se

crearon las primeras especializaciones de postgrado en biotecnología en el país.

No deja de resultar paradójico el hecho de que la biotecnología tuvo una

institucionalización, en términos de formación de grado, que nunca alcanzó la biología

molecular. El proceso de creación de carreras de grado y postgrado implica, sin dudas, el

reconocimiento de la biotecnología como una práctica profesional, y puede ser pensado como

una verdadera “marca” (entre otras) de la institucionalización plena de esta disciplina

emergente. Podemos así confirmar que, hacia los años noventa, la biotecnología llegó a

autonomizarse de otros campos disciplinarios, tanto en términos profesionales (de formación

profesional) como en términos institucionales. Más difícil resulta afirmar la autonomización

en términos epistemológicos, toda vez que los objetos de conocimiento que se van

construyendo siguen estando en estrecha relación con campos disciplinarios tradicionales. Sin

embargo, como intentaremos mostrar en el próximo capítulo, este rasgo parece propio de la

transición hacia regímenes de tipo “transversal”.

198
La aparición de empresas de biotecnología en Argentina

El desarrollo de la biotecnología y sus aplicaciones en diferentes terrenos ha ocupado -como

mencionamos en el apartado anterior- un espacio creciente en la escena pública. Por una

parte, el interés se generó desde los principales actores del sector académico que han

participado activamente en el desarrollo de los programas prioritarios en biotecnología

elaborados desde mediados de la década del noventa. Por otra parte, este proceso fue

alimentado desde el sector privado, por un número reducido de empresas o laboratorios

farmacéuticos que poseen un margen creciente de mercado, al menos parcialmente como

consecuencia de haber incorporado a la biotecnología como “paquete tecnológico” de sus

procesos productivos. No ha sido ajena a este proceso la adopción creciente en el sector

agropecuario de productos derivados de desarrollos biotecnológicos de empresas

multinacionales de gran impacto económico, como el caso emblemático del cultivo de la soja.

En 1986 se creó una asociación empresaria denominada Foro Argentino de

Biotecnología con el objetivo de nuclear a aquellas empresas relacionadas con esta

producción. Básicamente, el Foro realiza actividades informáticas acerca de los avances

nacionales e internacionales en el campo, así como la divulgación de estudios sobre aspectos

económicos, legales, etc. de la biotecnología. Dichas actividades de divulgación son llevadas

a cabo a través de encuentros, seminarios, publicaciones, etc.

La asociación contaba en 2002 con 33 socios entre laboratorios de especialidades

medicinales, empresas alimenticias, agropecuarias, farmacéuticas y químicas, de productos

biológicos para el agro, etc. (Correa, 1996). Sin embargo, es difícil concluir cuántas de estas

empresas realizan efectivamente desarrollos biotecnológicos. Los diferentes estudios

existentes indican que el número de firmas biotecnológicas –excluyendo a las empresas

multinacionales- es un número significativamente menor, inclusive según Correa, en 1996,

199
sólo una empresa podía ser calificada como tal, aunque no realizaba investigaciones sobre

nuevas moléculas, sino que reproducía productos y proceso ya conocidos.

Las empresas de los sectores farmacéutico y de diagnósticos fueron atraías a dominar

las técnicas derivadas de la biología molecular y la ingeniería genética para introducir nuevos

productos a sus bases existentes. La aparición de este pequeño conjunto de empresas que se

orientaron a introducir estas técnicas se explica más que nada por ser empresas que poseían de

antemano lo que podríamos denominar una “cultura innovadora”, y están dirigidas por

personalidades “sensibles” a los proceso de innovación, a menudo provenientes del campo

académico.

Entre el conjunto de laboratorios se pueden mencionar los casos de Bio Sidus,

Laboratorios Weinner, Laboratorios Gador, Laboratorios Rontag, Polichaco-Sidus y

Laboratorio Elea entre otros. Estas empresas se caracterizan por haber conformado sus

propios equipos de I+D, y por mantener contactos fluidos con centros académicos de

investigación, como el INGEBI o el IByME para realizar, entre otras actividades, capacitación

en el uso de técnicas de ingeniería genética.14 Por otra parte, este grupo de laboratorios ha

financiado una parte importante de sus proyectos de desarrollo a través de los instrumentos de

promoción de la innovación instrumentados por el Fondo Tecnológico Argentino (FONTAR)

desde 1996 en adelante.

Cuadro 15
Productos Biotecnológicos en el mercado farmacéutico de origen tecnológico local
(hasta 1995)

Producto Tecnología Empresa


IFN alfa Cultivo de células BioSidus
IFN-r ADN recombinante BioSidus
IFN-r ADN recombinante Pablo Cassará
IFN gamma ADN recombinante BioSidus
SOD bovina Extractiva BioSidus
Insulina Extractiva Beta
Insulina humana Química Beta

14
El INGEBI firmó convenios de vinculación con Wienner Laboratorios, Polichaco-Sidus y Laboratorios Gador.
Mientras que el IByME se vinculó con Biosidus.

200
G-C.S.F. ADN recombinante BioSidus
H.C.H. ADN recombinante BioSidus
Timosina Extractiva Serono

Como se observa en el cuadro anterior, entre las empresas de base biotecnológica del país más

importante en la actualidad es Bio Sidus perteneciente al sector farmacéutico. La adopción de

técnicas biotecnológicas le ha permitido a este empresa crecer de forma considerable en la

última década (sus ventas anuales pasaron de 6 millones de dólares en 1993 a 43 millones en

el 2001).

La firma Bio Sidus nació originalmente en 1980 como el Area de Biotecnología del

Instituto Sidus, y así funcionó hasta 1983 cuando el grupo Sidus decide conformar el área en

una nueva empresa. La firma se especializa en el desarrollo de productos mediante el uso de

la biotecnología y, durante las primeras décadas de trayectoria había introducido al mercado

seis proteínas recombinantes. Los resultados obtenidos han permitido acceder de forma

creciente a diversos mercados externos, colocando al laboratorio entre uno de los principales

exportadores del sector farmacéutico. Actualmente entre los principales productos que la

firma se destacan: Eritropoyetina humana recombinante, Filgrastim, Hormona de crecimiento

humana recombinante, Interferón alfa 2a y 2b humana recombinante y Lenograstim.

Más arriba se mencionó la importancia de personalidades sensibles dentro del

empresario, para explicar la formación de empresas biotecnológicas en el país. El grupo Sidus

se encuadra dentro de estas características del perfil empresario que apostó en su momento al

desarrollo de nuevas capacidades tecnológicas. Para ello incorporó, en 1981, al bioquímico

Marcelo Criscuolo –que hasta ese momento se desempeñaba como investigador del

Laboratorio de Sustancias Vasoactivas del Instituto de Investigaciones Médicas de la UBA-

para que se hiciera cargo del área de proteínas. Este investigador había pasado 6 meses

invitado por el Instituto Curie de París, en el Departamento de Virología (dirigido por Ernesto

Falcoff), trabajando sobre el tema del Interferón gamma. Criscuolo participó activamente en

201
el desarrollo del perfil tecnológico de la firma y, en 1990, asumió el cargo de director

ejecutivo de Bio Sidus (Diversas entrevistas personales con Alberto Díaz, 2001-2002).

Biosidus avanzó en algunos desarrollos importantes: a) terapia génica para angiogénesis de

tejidos isquémicos y en oncología; b) desarrollo de plantas transgénicas con resistencia a

herbicidas y patógenos y para obtención de moléculas de interés terapéutico (molecular

farming); c) clonado transgénico de mamíferos superiores para la obtención de moléculas de

importancia biofarmacéutica en leche (“tambo farmacéutico”).

Sobre este último punto, en Agosto del 2002 la firma anunció el nacimiento del primer

ternero clonado en el país y en Octubre del 2003 la obtención de hormona de crecimiento

humana a partir de leche de vacunos clonados transgénicos. En este desarrollo particular,

desempeñó un papel destacado Lino Barañao del IByME, entonces director del laboratorio de

reproducción animal, donde investigaba los factores que controlan el desarrollo del folículo

ovárico, la ovulación y el desarrollo embrionario temprano en especies de interés zootécnico.

Desarrolló además un bioensayo para actividad de hormonas gonadotróficas y obtuvo la única

línea de células ováricas bovinas existentes en la actualidad. A través de un convenio firmado

entre Bio Sidus y el IByME, Barañao asesoró sobre las técnicas de reproducción in vitro de

embriones, clonación y producción de animales transgénicos que utilizó Bio Sidus para la

producción del primer bovino clonado transgénico del país. Se observa en este sentido, que la

firma realizó un importante esfuerzo en inversión de I+D destinada a sostener un equipo de

investigación conformado con científicos locales y establecer convenios de transferencia

tecnológicas con centros académicos de referencia en el campo de la biotecnológica. Así

como el dominio técnico adquirido se manifiesta en un proceso de diversificación hacia

nuevos campos como diagnóstico clínico molecular y una división vegetal donde se están

desarrollando plantas tránsgénicas.

Otras de las firmas que han crecido en los últimos años es Biogénesis –también del

sector farmacéutico- que se expandió hacia el mercado veterinario y logró exportar una

202
vacuna contra la aftosa, mientras que Weinner Laboratorios (principal empresa en el sector de

diagnóstico del país) estableció un convenio con Laboratorios Gador para comercializar el

primer equipo de diagnóstico para Chagas a través de proteínas recombinates. Esta empresa,

al igual que Bio Sidus, mantiene su propio centro de investigación y desarrollo (Díaz, 2001).

Más allá de estos casos, uno de los aspectos que dificultan un crecimiento en el

número de empresas biotecnológicas, es la ecuación entre inversión requerida versus el

tiempo de maduración de los proyectos de I+D, y por lo tanto, la elevada incertidumbre que

conlleva, dentro de un contexto caracterizado por: a) una cultura empresario donde el

concepto de riesgo está poco difundido y b) enormes variaciones macroeconómicas que

dificultan la planificación a largo plazo. En este sentido, son pocos los laboratorios que

cuentan con los recursos financieros y técnicos suficientes para emprender una estrategia de

desarrollo. Ello conduce a optar por mantener su especialización productiva mediante

tecnologías maduras apuntando a los nichos de mercado no cubiertos por los productos

biotecnológicos, y por lo tanto, de menor dinamismo. Por otra parte, el proceso económico de

los noventa condujo a un proceso de concentración económica en el sector por venta de

laboratorios nacionales a firmas multinacionales.

En el sector agropecuario, las políticas públicas alentaron desde mediado de los

ochenta la adopción de paquetes tecnológicos con contenido biotecnológico. En este sentido,

la creación de la CONABIA en 1991 respondió a la demanda creciente de parte de compañías

multinacionales y grupos de investigación locales interesados en realizar ensayos con

materiales transgénicos. Fueron justamente las empresas trasnacionales las que rápidamente

concentraron el mercado de paquetes biotecnológicos para el agro, primero, al introducir al

ambiente las primeros variedades vegetales transgénicas (soja RR: resistente al glifosato y

maíz Bt: resistente a insectos) en el año 1996. Para 1998 la soja RR alcanzaba el 90% de la

superficie implantada con este cultivo en el país, registrando la tasa anual de adopción más

203
alta del mundo. Estos paquetes incluyen además nuevos tipos de semillas y técnicas

agronómicas.

Ello condujo a que en el medio local las labores de mejoramiento genético se

concentraran sobre las variedades mejor adaptadas a las condiciones regionales. A ello se

debe agregar que en 1993 el INTA explicita en su Programa de Biotecnología Avanzada no

competir con las empresas multinacionales ocupando aquellos nichos de mercado que las

estrategias globales de estas firmas dejan de lado. En consecuencia, dicha institución asumió

un rol marginal en el manejo y difusión de los paquetes tecnológicos agrícolas (Rossini y

Kreimer, 2003); afectando considerablemente las agendas de investigación del Instituto de

Biotecnología de Avanzada de dicha institución.

El desarrollo de la biotecnología y cambios en las prácticas de investigación

La biotecnología, dentro de las denominadas “nuevas tecnologías” es el ejemplo

paradigmáctico de lo que Mignot y Poncet (1998) han denominado la “cientifización de la

tecnología”. Así, la biotecnología constituye un claro ejemplo de la superación de las

fronteras entre conocimiento básico y aplicado; más aún, ejemplifica claramente las nuevas

pautas de interacción entre investigación científica y tecnológica, así como, la determinación

de la investigación básica en el producto industrializable. En la industria farmacéutica, esta

nueva tecnología permitió pasar del screening aleatorio al screening orientado y al diseño

racional de nuevas drogas, resignificándose la relación del grupo de investigación frente al

producto en la medida que el “descubrimiento básico” y el diseño racional del producto

reducen drásticamente su distancia en términos cognitivos y de inversión de trabajo (Correa,

1996).

El desarrollo de la biotecnología en el país, según concluyen en su investigación

Vaccarezza y Zabala (2002), se origina a partir de la “reconversión de laboratorios

preexistentes a los intereses cognitivos de la biotecnología”. A diferencia de otros campos

204
cognitivos que suelen originarse de un núcleo pionero que establecen nuevos objetos de

conocimiento, técnicas de experimentación, códigos de interpretación y protocolos, la

incorporación al campo de la biotecnología se da a través de un proceso de “resignificación de

las prácticas existentes”. Por otra parte, estos autores encuentran que la orientación hacia el

mercado en el terreno académico, “no implica necesariamente abandonar estrategias

cognitivas basadas en un régimen disciplinar”. Ello conduce a una estrategia de

desdoblamiento de los laboratorios que permite sostener la actividad en ambos campos de

acción. Dichos desdoblamientos se manifiestan en algunos casos en los esquemas

institucionales como en el INGEBI y el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la

UNSAM, donde se dividen las actividades entre los laboratorios de investigación “básica” y

los de “aplicada”.

Es el dominio de las técnicas de ingeniería genética (anticuerpo monoclonal, marcador

molecular, PCR, etc.) un factor clave en la orientación hacia el mercado de los grupos de

biología molecular. Sobre este punto Vaccarezza y Zabala afirman que:

(…) los laboratorios que se lanzan a conquistar una capacidad de desarrollo


reciente se convierten en centros pioneros y de referencia local de la nueva
técnica. Aunque en gran medida esto forma parte de la necesidad de seguir los
pasos de la frontera de conocimiento internacional y esta fuertemente orientado
por los intereses de la investigación académica, el dominio de la técnica y su
papel cuasimonopólico en el medio local convierten la habilidad del grupo en
una condición favorable como para que el grupo pretenda producir
conocimiento socialmente útil”.15 (Vaccarezza y Zabala, 2003, pág. 197)

En síntesis:

En este capítulo y en el anterior hemos desarrollado el proceso por el cual se fue conformando

y consolidando la biología molecular como un nuevo campo cognitivo en el país. Dicho

proceso de conformación estuvo determinado por el proceso de renovación generacional en el

seno de la tradición biomédica. Ello implicó que durante una primera etapa la disciplina

15
Esta condición cuasimonopólica se diluye a medida que avanza la estabilización o rutinización de dicha
técnica.

205
estuvo relegada como un conjunto de técnicas e hipótesis ad-doc al espacio conceptual de la

bioquímica tradicional.

Por otra parte, el proceso de resignificación de la disciplina como un nuevo marco

conceptual que trae consigo un nuevo conjunto de problemas, un nuevo modelo de

interpretación del funcionamiento del mundo biológico y un conjunto de nuevas herramientas

y protocolos de investigación, estuvo determinado por el proceso de “integración

subordinada”, esto es, a medida que se fue produciendo la renovación generacional con el

retorno de los investigadores más jóvenes de sus estudios de post-doctorado en el exterior,

estos fueron asumiendo la dirección de sus propios grupos de investigación estableciendo sus

agendas a partir de los trabajos que desarrollaron durante sus estadias externas.

Este proceso de renovación generacional, como indicamos se produce en el seno de la

tradición biomédica, en consecuencia, los agentes de mayor referencia del campo se

desprenden de un mismo tronco común. Ello no implica que no se hayan producido procesos

de ruptura. Por el contrario, un número importante de este conjunto de investigadores se fue

estableciendo en nuevas instituciones para consolidar su posición académica. No obstante

ello, estos investigadores siguen reproduciendo algunos de los rasgos que caracterizan esta

tradición. En consecuencia, es posible más allá de estas rupturas, encontrar continuidades (en

las formas de organizar el trabajo en el laboratorio, de legitimar el campo de problemas, etc.)

entre una generación y la otra.

Finalmente, el dominio creciente de las técnicas de ingeniería genética, condujo a

algunos de estos grupos a desarrollar estrategias de acercamiento al mercado, sin implicar esto

abandonar sus trayectorias académicas, es decir, balanceando una tensión permanente entre la

legitimación cognitiva y la legitimación social o económica. Sin embargo, todavía no existe

un elevado desarrollo y número de agentes que utilicen la biotecnología para la elaboración de

nuevos productos en el país. Es aún reducido el número de laboratorios privados que pueden

caracterizarse como empresas biotecnológicas, y por lo tanto, es muy bajo el número de

206
actores con la capacidad y el interés de apropiarse del conocimiento producido en este campo

en los centros académicos, así como el número de actores de este ámbito interesados

efectivamente en transformarse en empresarios.

207
Cuadro 14
Líneas de investigación del Instituto de Biotecnología Avanzada del INTA (comienzos de
la década de 2000):

Investigador Línea de trabajo


Mariana del Vas - Secuenciación del genoma del virus de Río Cuarto
Alejandro Tozzini - Clonado posicional del gen rxcmm que confiere resistencia contra
todas la cepas del pvx en solanum commersonii

Fernando Bravo - Producción de proteínas heterólogas en plantas de tabaco


Almonacid y G.
Calamante

Esteban Hopp - Caracterización de germoplasma de cultivos autóganos y de


propagación clonal
- Caracterización del germoplasma del ajo y transformación
genética del ajo
- Transformación genética de la papa

Angel Cataldi - Identificación de factores de virulencia de mycobacterium


tuberculosis

María Romano - Estudio del gen mpb-64 y su región flaqueante en las


microbacterias que producen tuberculosis
- Identificación y caracterización de antígenos de mycobacterium
para tuberculosis para su utilización en diagnóstico

Elisa Carrillo - Desarrollo de un sistema de expresión de canarypoxvirus


recombinantes para uso potencial en vacunas para aves y mamíferos
- Estudio de la prevalencia y evolución del virus de la influenza
aviar en reservorios naturales

Osvaldo Rossetti - Desarrollo de un sistema de diagnóstico para hemoparásitos


babesia
- Obtención de nueva cepa vacunal doble mutante de brucella
abortus

Analia Berinstein - Epidemiología molecular del virus de la enfermedad de Newcastle

Silvio Cravero - Desarrollo y evaluación de vacunas contra patógenos animales

María Piccone - Expresión de antígenos del vdvd

Eduardo Palma - Expresión de sitios antigénicos en la superficie de baculovirus y


de células de insecto

208
CAPITULO 8

UNA MIRADA DE CONJUNTO

1. ¿Cómo se conformó el nuevo “campo” de la biología molecular en la Argentina?

Partimos de una pregunta inquietante: ¿por qué se creó en Buenos Aires el primer laboratorio

de biología molecular, en una época tan temprana, cuando dicha disciplina no estaba, siquiera,

estabilizada en el plano internacional? Es decir, cuando sólo existían un par de centros de

investigación en los países más avanzados, y cuando los pioneros de este campo ni siquiera se

reconocían como pertenecientes a un mismo espacio social y cognitivo. Luego de diversas

explicaciones, pudimos identificar el papel de algunos personajes particularmente relevantes

para esta historia, como suele ser frecuente en el desarrollo de la mayor parte de los campos

científicos. En efecto, las trayectorias personales deben ser observadas como inscriptas en las

restricciones -o estímulos- de orden institucional, las redes de relaciones preexistentes, así

como en un conjunto de articulaciones contingentes. Así, la innovación que implicó la

biología molecular en el escenario de las disciplinas biomédicas en la Argentina se produjo a

partir del doble juego de algunos personajes locales y de sus vinculaciones internacionales, en

particular Ignacio Pirosky, entonces director del Instituto Malbrán de Buenos Aires, y César

Milstein, joven químico egresado de la Facultad de Ciencias de la UBA. Como vimos en el

capítulo 4, Pirosky había trabajado, durante los años cuarenta, bajo la dirección de André

Lwoff en el laboratorio que éste dirigía en el Instituto Pasteur de París. Milstein, por su parte,

había trabajado con Frederik Sanger en el laboratorio de Bioquímica de la Universidad de

Cambridge, en Inglaterra. Estas experiencias habrían de ser determinantes para el comienzo

de la historia que narramos.

Es necesario detenernos unos instantes en el análisis de este habitual mecanismo de

innovación, cuya naturaleza se nos hizo evidente cuando comenzamos la investigación acerca

209
de los orígenes de la biología molecular en la Argentina, como un ejemplo del desarrollo de

campos científicos en contextos periféricos. Para responder esa cuestión debimos realizar una

reconstrucción de la época, para que la pregunta tuviera sentido y, digamos, “suspender” el

conocimiento que teníamos acerca del desarrollo exitoso que la biología molecular tendría, en

el mundo, en las décadas siguientes. En términos metodológicos, estábamos siguiendo el

principio de imparcialidad, formulado por Bloor (1976) y retomado por Collins (1981 a y b).

Decía Bloor que “la explicación debe ser imparcial respecto de la verdad o falsedad, la

racionalidad o la irracionalidad, el éxito o el fracaso” y, en este sentido, era imprescindible

establecer el alto grado de incertidumbre que se arrojaba, hacia los años cincuenta, sobre el

futuro de la biología molecular como “nueva” disciplina.

De hecho, una parte significativa de los actores importantes de la época, incluidos

algunos protagonistas fundamentales de su desarrollo, como Francis Crack, consideraban que

la biología molecular no representaba más que un conjunto de técnicas y abordajes que

vendrían a complementar el espacio disciplinario de la bioquímica y, adicionalmente, de otros

estudios, como la cristalografía de proteínas y ácidos nucleicos. Es decir que se trataba, en

esta mirada, a lo sumo de una sub-disciplina subordinada. Digamos, además, que

prácticamente todos los que trabajaban en bioquímica, que era entonces una disciplina

hegemónica, compartían esta perspectiva. En nuestro país, su representante emblemático, Luis

F. Leloir, avaló enfáticamente esta toma de posición hasta bien avanzados los años setenta.

Volviendo a nuestra pregunta tenemos entonces que, hacia mediados de los años

cincuenta, dos personajes como Pirosky y Milstein, que se encontraban relativamente al

margen de los sujetos hegemónicos del campo biomédico (en particular Bernardo Houssay,

pero también sus discípulos más eminentes, como Luis Leloir o Braun Menéndez), deciden

crear un conjunto de laboratorios de biología molecular. 1 Como ya señalamos, el paso de

1
Es cierto que Pirosky formaba parte del Directorio del CONICET, pero es evidente que ocupaba, allí, un lugar
minoritario respecto del grupo que encabezaba Houssay y que secundaban científicos como Leloir o Braun
Menéndez.

210
Pirosky por el laboratorio de Lwoff a mediados de los años cuarenta parece clave en esta

explicación, y resultaría crucial para el futuro, puesto que, como mostramos a lo largo del

libro, Pirosky fue a verlo a Lwoff a París, con quien mantenía una comunicación periódica,

para pedirle asesoramiento cuando asumió la intervención del Instituto Malbrán. Pirosky le

pidió al propio Lwoff que viajara a Buenos Aires para asesorarlo en la reorganización del

Malbrán. Pirosky consideraba, sin dudas, que la organización y al funcionamiento del

Instituto Pasteur de París debían tomarse como “el modelo” que debía imitarse en la

reorganización del Instituto Malbrán. De hecho, es posible que, ya en tiempos anteriores, y

posiblemente desde su fundación misma, la transferencia de dicho modelo institucional

estuviera en la mente de diversos actores.

Sin embargo, como Lwoff estaba trabajando en investigaciones clave para su

laboratorio, en particular a partir de los trabajos de Monod y Jacob, le pidió a Elie Wollman

que viajara él mismo a Buenos Aires para colaborar con Pirosky, apelando a una particular

relación de éste con América Latina (de niño había vivido con sus padres en Chile).

Encontramos, aquí, una parte de la explicación a la pregunta que origina este acápite.

Por otro lado, Milstein, que era entonces un joven químico, se presentó al concurso de

reclutamiento convocado por el Instituto Malbrán. Pero, cuando resultó elegido, acordó con

Pirosky ir a trabajar en un postdoc al laboratorio de bioquímica de Sanger en Cabridge para,

recién después, incorporarse al Instituto como director del nuevo Departamento de biología

molecular. Sanger había trabajado, desde los años 40 en el secuenciamiento de aminoácidos

en la molécula de insulina, gracias a la puesta a punto de una técnica muy novedosa para la

época, y que fue utilizada durante varios años.

El caso de Milstein en los años cincuenta es un claro ejemplo de una modalidad de

innovación temática en contextos periféricos que hemos descripto en varios trabajos, y que

podemos resumir del siguiente modo: la migración y la estadía, por un tiempo acotado, de un

211
investigador de un país periférico en un centro de investigación perteneciente al mainstream

de la disciplina en la escena internacional y el posterior retorno a su país de origen.

Como señalaba Oscar Varsavsky, uno de los pioneros del denominado “pensamiento

latinoamericano” en ciencia, tecnología y sociedad y agudo crítico del “cientificismo”:

Piénsese en lo trillado o nítido del camino que tiene que seguir un joven para
llegar a publicar. Apenas graduado se lo envía a hacer tesis o a perfeccionarse
al hemisferio Norte, donde entra en algún equipo de investigación conocido.
Tiene que ser rematadamente malo para no encontrar alguno que lo acepte.
[…] Allí le enseñan ciertas técnicas de trabajo –inclusive a redactar papers- lo
familiarizan con el instrumental más moderno y le dan un tema concreto
vinculado con el tema general del equipo, de modo que empieza a trabajar con
un marco de referencia claro y concreto. […]
Si en el curso de algunos años ha conseguido publicar media docena de papers
sobre la concentración del ion potasio en el axón de calamar gigante excitado,
o sobre la correlación entre el número de diputados socialistas y el número de
leyes obreras aprobadas, o sobre la representación de los cuantificadores
lógicos mediante operadores de saturación abiertos, ya puede ser profesor en
cualquier universidad y las revistas empiezan a pedirle que sirva de referee o
comentarista.
Pero aunque hubiera no uno, sino cien de estos científicos por cada mil
habitantes, los problemas del desarrollo y el cambio no estarían más cerca de
su solución. Ni tampoco los grandes problemas de la ciencia “universal”.
(Varsavsky, 1969, pág 118)

Observamos cómo, para Varsavsky, la formación de los científicos que se integran en el

mainstream de la ciencia internacional, recorre, naturalmente, el pasaje por laboratorios del

“hemisferio Norte”. Teniendo en cuenta que su texto es de fines de los años sesenta, este autor

no hace más que describir aquello que conformaba la práctica más corriente cuando, por esos

años, el postdoc no estaba suficientemente institucionalizado. Dejando de lado a los jóvenes

investigadores que se radican definitivamente en el extranjero, ¿qué sucede cuando se produce

el retorno?

Cuando el joven investigador retorna a su país de origen, lo más frecuente es que se

lleve consigo una pequeña “mochila” en donde se traiga una porción de la línea de trabajo en

la cual estuvo trabajando durante esos años. Esa línea de trabajo suele estar en en consonancia

212
con las preocupaciones del grupo “huésped”. Por lo general ese investigador logra armar su

propio grupo de trabajo en su país, incorporando algunos otros jóvenes investigadores, a

quienes habrá de socializar en el ejercicio de las destrezas y de las innovaciones conceptuales

adquiridas en el extranjero.

Durante los años siguientes, el grupo local (“periférico”) suele trabajar con algún

grado de asociación con el centro “externo”, lo cual le posibilita el acceso a financiamiento y

a publicaciones conjuntas prestigiosas. Es frecuente que algunos de los discípulos del

científico que fue a ese centro, vayan a su vez a trabajar allí por un tiempo.

Esta modalidad de integración tiene, en su formulación tradicional, dos consecuencias

para la práctica científica en los países periféricos. En primer lugar, vale la pena preguntarse

en qué temas trabajan los investigadores que están fuertemente “integrados” a la ciencia

internacional. Una porción muy significativa de los científicos de países periféricos trabaja en

líneas específicas que constituyen una parte de problemas conceptuales mayores,

investigando los detalles más específicos sobre esa porción de conocimiento, poniendo en

práctica pruebas y experimentos que, siendo importantes para el desarrollo global del

problema, no implican avances significativos en términos conceptuales. Como señalamos, al

tipo de integración resultante la denominamos subordinada, en la medida en que la elección

de las líneas de investigación, la visión de conjunto de los problemas conceptuales y, también,

sus utilidades reales o potenciales, se desarrollar en una fuerte dependencia de los dictados

operados por los centros de referencia, localizados en los países más desarrollados.

Veamos otro texto del mismo Varsavsky:

[…] El resultado es una burocrática comunicación vertical en cada rama de la


ciencia y la difusión casi inmediata por todo el mundo de las novedades y
normas seleccionadas por los centros de más prestigio, pero no de los demás,
que son la mayoría; esto facilita la dependencia cultural. En término de los
viejos antropólogos, la universalidad de la ciencia se debe mucho más a la
difusión organizada que a la convergencia […] Los científicos de todos los
países ya están unidos en una internacional aristocrática, que aparte de otros
defectos es un peligro para la evolución de la humanidad. Sólo una gran

213
diversidad de estilos científicos puede garantizar que no nos metamos todos
juntos en un callejón sin salida...” (Varsavsky, 1972)

El proceso de universalización del que hablaba Varsavsky hace más de 35 años implicaba,

con todo, la restricción de los grados de libertad en la negociación de los científicos de los

países periféricos pero estaba aún lejos del proceso de globalización del espacio de la ciencia

que habrá de observarse en los últimos años del siglo XX. Hay una consecuencia importante

en términos de la definición de las agendas de investigación, puesto que los grupos

localizados en los países periféricos suelen tener un margen de negociación acotado en la

orientación y los contenidos de las investigaciones que son el objeto de las colaboraciones

internacionales. Así, esas agendas suelen responder, en un sentido general, a los intereses

sociales, cognitivos y económicos de los grupos e instituciones “centrales”.

En el contexto local, los grupos de investigación se legitimaban a partir de dos tipos de

consideraciones: la relevancia social de sus investigaciones, y la excelencia y visibilidad

internacional; es decir, una tensión constante entre las dimensiones externas e internas que

contextualizan la producción de conocimiento.

En buena medida, estos elementos estaban presentes hacia fines de los años cincuenta,

cuando se crearon los primeros laboratorios del Instituto Malbrán. Recordemos que César

Milstein ganó, al mismo tiempo, el concurso para el ingreso como investigador al Instituto

Malbrán y la beca del British Council para estudiar en Inglaterra. Por ese motivo, las primeras

líneas que estableció Milstein en la división de biología molecular se dirigían a la

investigación de centros activos de enzimas, mediante el uso de diversas técnicas enfocadas a

dilucidar la secuencia y marcación en fosfocerina. Precisamente, estas líneas estaban en

estrecha vinculación con los trabajos de Sanger durante los tiempos en que Milstein había

trabajado en su laboratorio de Cambridge. De hecho, es precisamente por esto que Milstein

puede entrar en contacto con un joven premio Nobel, Frederik Sanger, quien trabaja en

enzimas proteolíticas, el que le insiste que repita un experimento, aunque ya estuviera hecho,

214
y su preparación tardara largos 15 días. La insistencia de Sanger hace que invente un método

por el cual los resultados se obtienen en solamente un día, en vez de quince. (Lorenzano,

2002)

2. La “modernidad periférica”

Continuando con el eje señalado en el acápite anterior, la posterior emigración de

Milstein a Inglaterra no es, tampoco, un mero elemento coyuntural, ni tampoco algo íntimo,

perteneciente sólo a su biografía. Por el contrario, la emigración de científicos de países de

menor desarrollo hacia países centrales es una constante, al menos desde la segunda mitad del

siglo XX. Desde América Latina ello ha sido visto, a menudo, como una “desgracia” o como

una “pérdida”, cuya responsabilidad le atañe a los gobiernos de turno y a la falta de apego por

la ciencia, el conocimiento y sus científicos.

No caben dudas de que una buena parte de responsabilidad tienen las sociedades

locales, en particular en ocasión de oscurantistas gobiernos autoritarios que vieron en

científicos e intelectuales a enemigos peligrosos que debían ser combatidos. Sin embrago, el

problema es más complejo. Como señala Enrique Oteiza, la atracción realizada por parte de

los países centrales juega aquí un papel predominante: “la masividad y continuidad que este

fenómeno migratorio ha adquirido es el resultado de un intenso aprovechamiento que los

países industrial y científicamente avanzados realizan de los recursos altamente calificados,

cuya formación implica una inversión de no menos de 20 años…” (Oteiza, 1998, pág. 62). Es

cierto que en otros contextos de países en desarrollo, como Corea o Singapur, los procesos de

emigración han sido objeto de una cuidada planificación, donde la tasa de retorno de los

investigadores e ingenieros ha sido altísima, gracias a políticas explícitas en tal sentido. No es

menos cierto que dichos procesos se produjeron en el marco de contextos nacionalistas-

autoritarios que difícilmente sirvan como modelo a imitar.

215
En este sentido, es necesario entender a la investigación científica (y a la pequeña

porción de la historia que mostramos aquí), como la expresión de una doble inflexión: por un

lado, de la ciencia crecientemente universalizada - hoy globalizada- y, por otro, como

manifestaciones de dicho carácter universal en el contexto local. O, dicho de otro modo, como

emanaciones del contexto local en pugna por universalizarse. Por ello, suponer que la

emigración de científicos responde sólo a efectos perversos de las élites locales, o las

hipótesis conspirativas de explotación por parte de los países ricos, es, en ambos casos, limitar

el análisis que impide ver la doble dimensión, y por lo tanto la riqueza de los fenómenos que

discutimos.

Vale la pena mencionar un libro de hace una década, de Beatriz Sarlo, que se dirigía a

analizar la conformación de una cultura urbana en la Buenos Aires de los años veinte y

treinta, en muchos casos con un ojo en la propia ciudad y con el otro en las otras ciudades que

expresaban el ideal de modernidad, y que casi siempre era París (Sarlo, 1988). Sería fácil para

mí retomar aquí la inspiración de aquellas décadas, ya que son los mismos años en los que

Houssay daba nuevos ímpetus a la ciencia, al tiempo que Jorge Luis Borges, Roberto Artl,

Victoria Ocampo o Raúl González Muñón, junto con otros, modelaban aquella modernidad

periférica.

Me interesa, sin embargo, internarme en otro aspecto del título de Sarlo, “Buenos

Airs, una modernidad periférica”: el doble par de oposiciones que la propia enunciación trae

consigo en forma implícita: moderno-arcaico; central-periférico. Este doble juego es

interesante, en la medida en que se trata, precisamente, de la correspondencia no esperable

(central-moderno; arcaico-periférico) donde se encuentran la riqueza y los matices. Si toda la

ciencia periférica fuera arcaica y atrasada (tal como ha sido bien discutido por Cueto), el

orden de las cosas parecería imponérsenos de un modo natural. Por el contrario, encontramos

una riqueza particular en la indagación de la conformación de tradiciones científicas en la

periferia, partiendo del supuesto implícito de que su carácter periférico resulta sólo una puerta

216
de entrada, pero cuyo estudio debe mostrarnos algo más: el punto de intersección de un tercer

par de oposiciones, la modernidad periférica. ¿Cómo se expresa esta “modernidad periférica”

en términos de la historia que analizamos?

A pesar de que, como ya mencionamos oportunamente en los capítulos precedentes, la

institucionalización de la ciencia en la Argentina es una empresa de fines del siglo XIX y,

sobre todo, de las primeras décadas del siglo XX, los años posteriores a la caída del

peronismo fueron particularmente relevantes en términos de modernización política e

institucional, pero también cognitiva. A la creación de diversas instituciones que ya

mencionamos (CONICET, INTA, INTI, CNEA, etc.) debe agregársele cierto sentido

“heroico” que los sujetos y grupos tenían por esos años, dirigido a la conformación de un

verdadero “sistema científico nacional, a la altura de los países más avanzados del mundo”. El

tema es bien conocido, pero Rolando García, uno de los protagonistas de la época, al hacer

alusión a la empresa que habían emprendido por entonces, sintetiza bien ese espíritu:

A lo largo de los años he oído con frecuencia comentarios muy positivos sobre
el desarrollo que tuvo la Universidad en el período de referencia [1955-1966].
El comentario también suele incluir: claro que en aquellos tiempos sí se podían
hacer cosas, pero hoy ya no es posible.
Pero lo “posible” no es algo dado, que se lo encuentra y se lo utiliza. Todo
proceso profundo de transformación comienza con la apertura de nuevas vías
de acción […] “la construcción de nuevos posibles”. Creo que esta fue la idea
que subyacía en nuestras actitudes y que generó muchas de las acciones que
promovimos. (García, 2003, pág. 46)

El abrupto final de dicho proceso, en 1966 con la ya conocida “noche de los bastones

largos” no dejó percibir, tal vez, los límites intrínsecos que aquel modelo verdaderamente

tenía. Pero sería tema de otro libro. En todo caso, esos años (a grandes rasgos, 1955-1966)

permanecen en la memoria colectiva de la comunidad científica y académica –y por extensión

en otros ámbitos sociales- como la “época de oro” de la ciencia argentina.

Sin embrago, más allá de aquellos imaginarios, lo cierto es que se produjo, por esos

años, un importante proceso de modernización en el campo de la ciencia y la cultura, con la

217
creación de nuevas carreras, la incorporación de equipamiento de última generación en

diversas instituciones, la apertura a investigadores extranjeros, la creación y fortalecimiento

de bibliotecas, el desarrollo de editoriales, la organización de congresos y seminarios, entre

otras actividades.

En ese contexto, la creación de los primeros laboratorios de biología molecular tuvo

un sentido especial, en la medida en que se trataba, no sólo de algo “moderno” sino de un

emprendimiento realmente pionero y, en cierto modo, se trataba de una apuesta arriesgada:

sólo existían en el mundo tres centros de biología molecular (en los Estados Unidos, Francia e

Inglaterra), y no era claro, entonces, en qué medida dicha disciplina habría de instalarse como

tal. Es claro, visto desde hoy, el papel que la biología molecular habría de desempeñar en las

décadas siguientes, llegando prácticamente a conformarse como el campo hegemónico dentro

del espacio de las “ciencias de la vida”. Eso no sólo no estaba claro hacia fines de los años 50,

sino que además contaba con la firme oposición de los principales referentes de la ciencia

nacional.

Si su carácter “moderno” resulta suficientemente claro, tanto en su sentido innovador

como nueva delimitación interna del campo, así como en las innovaciones institucionales y

cognitivas que planteaba, su carácter periférico es más profundo. Cuidándonos mucho de caer

en la obvia explicación de su corta vida –aunque este aspecto no es ajeno a la explicación-

resulta interesante observar el carácter “imitativo” del desarrollo del campo, en términos de la

importación de dos modelos que, a la postre, resultaron complementarios. Por un lado, el de la

extensión de la bioquímica y su modelo “Pasteur” que era lo que Ignacio Pirosky pretendía

implantar a partir de sus vínculos con el propio André Lwoff en Paris. Por otro, el que tenía

en ciernes el propio Milstein, a partir de sus relaciones con Frederik Sanger en el que luego

sería el MRC de Cambridge, Inglaterra. Esta última tradición estaba, como mostramos, más

ligada a la corriente “estructural”, próxima de la cristalografía y, en última instancia provenía

de la física que se había interesado en las estructuras de las proteínas. Por su parte, la tradición

218
“informacional”, cuyo líder a nivel internacional era el italiano emigrado a los Estados Unidos

Salvador Luria, estaba menos representada en nuestro país, si bien una antigua compañera de

Luria, Eugenia Sacerdote de Lustig, había estado trabajando en la Argentina –y en el Instituo

Malbrán- renovando otros aspectos de la investigación, gracias a la importación de las

técnicas de cultivos de tejidos (Buschini, 2006).

Este modo, al mismo tiempo “moderno” y “periférico” de incorporación y desarrollo

de nuevos campos se encontró, hacia comienzos de los años sesenta, con los límites que le

estableció la dinámica algo irracional de los avatares políticos, la intervención del Instituto

Malbrán, la emigración de Milstein y los acontecimientos ya conocidos.

Sin embargo, había también límites más profundos, relacionados con la madurez que,

por esos años había alcanzado el campo de la investigación biomédica en el país. Con un

premio Nobel y varios institutos de relativa importancia, los herederos de la tradición fundada

por Houssay ejercían una fuerte hegemonía tanto en la definición de las agendas de

investigación como en el terreno de las políticas propias de la ciencia y de sus estructuras

disciplinarias.

Desde sus inicios, la biología molecular excedió los límites de cualquier campo

disciplinar. Efectivamente, se organizó a si misma como un expandido espacio que

comprendía actores, tradiciones, enfoques, prácticas y formas de organización. Recordemos

que Francis Crick (quien había sugerido la estructura de la doble hélice del ADN junto a

James Watson) es elocuente en este punto: “yo mismo estuve forzado a llamarme a mi mismo

un biólogo molecular, debido a que, cuando los ‘clérigos inquisidores’ me preguntaban que

hacía, me cansaba de explicarles que yo era una mezcla de cristalógrafo, biofísico,

bioquímico, y genetista; una explicación que, en cualquier caso, les resultaba difícil de

digerir” (Crick, 1965, en Stent 1968)

Por un lado, el redescubrimiento de la genética en Estados Unidos, tras el trabajo de

Max Delbrück y Salvador Luria, no tuvo un correlato local. En los años cincuenta la

219
investigación en genética no tenía raíces profundas en el mundo académico. Por otro lado,

tampoco lo tuvo la altamente desarrollada escuela de pensamiento “estructuralista”, liderada

por John Bernal y sus pupilos. Cuando los primeros laboratorios de biología molecular fueron

desmantelados en 1962, no fueron defendidos por ninguna de las principales figuras de la

tradición biomédica Argentina. De hecho, cuando Cesar Milstein solicitó apoyo en el

CONICET a Luis Leloir y, menos explícitamente, la posibilidad de establecerse en

Campomar, Leloir sostuvo una actitud indiferente. Es más, Leloir mismo había señalado por

esos años que la “biología molecular” no era más que un conjunto de técnicas muy

interesantes que estaban subordinadas al campo de la bioquímica, pero de ninguna manera

podían conformar una disciplina autónoma.

De hecho, Leloir lo rechazó amablemente (ese era su estilo) a Milstein dos veces: la

primera, cuando le pidió que le dirigiera su tesis de doctorado; la segunda en 1962, cuando,

desmantelados los laboratorios del Instituto Malbrán, fue e visitarlo al CONICET (Houssay

estaba de viaje), para pedirle ayuda y, eventualmente, incorporarse a al Fundación Campomar.

(Milstein, entrevista personal en Cambridge, Inglaterra, enero de 1999). Como hemos tratado

de mostrar, la poderosa hegemonía ejercida por la tradición biomédica en Argentina, operó en

contra del desarrollo de un régimen de transición en Argentina.

3. Campos periféricos, regímenes de producción de conocimientos, little science, big

science.

La misma tensión “moderno-periférico” se encuentra cuando intentamos aplicar la noción

de “regímenes de producción de conocimiento” al desarrollo de la biología molecular en la

Argentina. En esos años, la bioquímica respondía claramente a lo que Shinn identifica como

“régimen disciplinario”, es decir, una organización con espacios institucionales precisos,

órganos de publicación bien identificados y establecidos, congresos disciplinarios y sub-

220
discplinarios con larga trayectoria, entre otros indicadores. El propio Leloir lo explica

claramente:

La bioquímica y yo nacimos y crecimos casi al mismo tiempo. Antes del comienzo del
siglo, algunos químicos orgánicos y fisiólogos habían establecido las bases de la
bioquímica. En 1906 aparecieron dos revistas que trataban el tema, la Biochemische
Zeitschrift y la Biochemical Journal. La revista Journal of Biological Chemistry había
comenzado a publicarse sólo un año antes. En 1906, Arthur Harden y W. J. Young
lograron separar "zumo de levadura en residuo y líquido filtrado, cada uno de los
cuales era incapaz por si solo de producir la fermentación alcohólica de la glucosa, sin
embargo cuando se los unía, la mezcla producía una fermentación tan activa como el
zumo original". Este hallazgo ocurrió sólo nueve años después que Edward Buchner
preparara un zumo de levadura libre de células, capaz de fermentar. […] En 1906
Tswett publicó la primera descripción de cromatografía.
Otro hecho importante (desde mi punto de vista) ocurrió en 1906. Fue mi nacimiento
en París, Avenida Victor Hugo 81, a pocas cuadras del Arco de Triunfo. (Leloir,
1982/1989)

Leloir tenía, sobre su propio campo disciplinario, una mirada abarcadora, como eje de la

reconfiguración de la investigación biomédica. De hecho, afirmaba que “… el crecimiento de

la bioquímica fue rápido; en unas pocas décadas se descubrió la mayoría de las vitaminas,

hormonas, enzimas y coenzimas, pero en el momento de escribir este ensayo la bioquímica

está mostrando signos de desmembración. La biología molecular, la biología celular, la

genética química etc. han nacido de ella y seguramente habrá otras…” (Leloir, 1982/1989, las

cursivas son mías).

Este “nacer de ella” que señala Leloir implica el desarrollo de lo que Shinn denomina

“régimen de transición”, es decir, los momentos en los cuales los límites de un campo

disciplinario se ven desbordados, y en donde los practicantes “salen” de los espacios

claramente establecidos, ya sea utilizando métodos que son novedosos y que, por lo tanto, no

encajan con las normas técnicas legitimadas, ya sea porque se aproximan a otros campos

disciplinarios, incorporando nuevos supuestos conceptuales, u otras formas de innovación que

no pueden ser procesadas por quienes ejercen la dominación social y cognitiva de un espacio

disciplinario en particular.

221
Comienza, entonces, un período que, dentro de un régimen de transición es

usualmente tensionante y desafiante para sus practicantes: no obedecen al pie de la letra la

organización y los criterios de legitimación disciplinares, mientras que los representantes de la

disciplinas “maduras” no están en condiciones de comprender hacia dónde se dirigen los

investigadores “en la periferia” de los paradigmas establecidos, incluyendo cierta

desconfianza o desinterés. Los primeros laboratorios en el seno de la fundación Campomar,

introdujeron un cambio en los niveles de análisis y, especialmente, en la introducción de

técnicas novedosas. Así, ellos tenían que obedecer a dos jefes: por un lado, en tanto eran

mayoritariamente jóvenes investigadores de posdoc, tenían que hacer aparecer sus trabajos

como pertenecientes a la bioquímica tradicional, como modo de mantener el apoyo de las

figuras centrales de la comunidad local. Por otro lado, se alinearon junto a las tendencias

internacionales que estaban consolidando un nuevo campo: en esos años ya no había vuelta

atrás en el hecho de que la disciplina se iba abriendo camino como un nuevo campo

autónomo.

Hacia principios de los años 70’s la investigación en el interior de las ciencias de la

vida había cambiado de escala radicalmente (algunos años después del cambio que se había

producido en la física hacia el fin de la 2da Guerra Mundial). El cambio de escala se expresó

en diversos aspectos. En primer lugar, en el número de investigadores: como consecuencia de

la emergencia de las políticas científicas que se fueron desplegando en la mayor parte de los

países de la OCDE, entre los años cincuenta y los setenta el número total de investigadores en

todas las disciplinas, pero en particular en las ciencias biomédicas se multiplicó varias veces.

En segundo lugar, y asociado al mismo proceso, los recursos disponibles para la investigación

aumentaron sin cesar en todos esos países, en un proceso continuo desde el fin de la guerra,

alcanzando, en promedio, entre el 1,5% y 2% del PBI en la mayor parte de los países

desarrollados (Salomon, 2006)

222
El otro aspecto del cambio fundamental de escala producido en las ciencias de la vida

tiene que ver con las prácticas mismas: los equipos utilizados hasta entonces eran más bien

simples y, en muchos casos producidos por los propios investigadores (investigador

“bricoleur”). Se desarrolla, en cambio, toda una industria de equipos para la investigación

que, al mismo tiempo, se van haciendo cada vez más complejos, más “tecnológicos”. Llegado

a este punto, el quiebre con las etapas precedentes se hace evidente, en la medida en que

estos nuevos equipos son utilizados por los investigadores como verdaderas “cajas negras”

cuya lógica –y a menudo las teorías implícitas en dichos aparatos- les son ajenas.

Este cambio en la provisión de equipos tuvo consecuencias en diversos planos: fue

estableciendo estándares de producción de conocimientos que se van homogeneizando cada

vez más, en la medida en que los equipos establecen modos estabilizados de llevar a cabo los

experimentos. Por otro lado, la existencia de equipos, instrumentos y –no menos importante-

reactivos de laboratorio provistos por industrias específicas fue generando, paralelamente, un

aumento de los costos de la investigación, con las consiguientes consecuencias en términos de

barreras de acceso para los grupos localizados en los países periféricos.

Como un ejemplo impresionante observamos que la producción de ratones de

laboratorio pasó, en los Estados Unidos, de 65.000 en la década de 1930 a más de 35 millones

hacia los 60’ (Gaudilliere, 2001). Como contraste debemos señalar que, sin embargo, muchos

laboratorios argentinos –y esto es común a muchos laboratorios de países periféricos- aún en

la actualidad siguen produciendo sus propios animales de laboratorio.

Por lo tanto, hacia los años sesenta, para la mayor parte de los investigadores que

(como Leloir), habían sido formados y habían trabajado bajo el paradigma de la “pequeña

ciencia” en el campo de las ciencias de la vida, semejante cambio de escala fue difícil de

comprender. En esos años, el propio Houssay, al frente del CONICET, repetía frecuentemente

que “Yo obtuve el premio Nobel sin necesidad de esos instrumentos tan costosos”. De hecho,

para comprar la primera computadora para el Instituto de Cálculo, Rolando García, entonces

223
Decano de la Facultad de Ciencias de la UBA, tuvo que lograr que Houssay se retirara de las

deliberaciones del CONICET (García, 2003, Cereijido, 1990).

Este régimen de transición de la biología molecular, que se había insinuado en el

período 1957-1962 en el Instituto Malbrán, comenzó a establecerse hacia fines de la década

de los 70’ y podríamos decir que terminó de institucionalizarse en el momento en que el

grupo de Héctor Torres se fue de Fundación Campomar para fundar el Instituto de Genética y

Biología Molecular (INGEBI).

El INGEBI fue establecido explícitamente para tomar ventaja de las nuevas líneas de

investigación importadas por los jóvenes investigadores en su regreso a la Argentina. Los

científicos pertenecientes a esta nueva generación habían experimentado un cambio

sustantivo: la mayoría había estudiado biología, no medicina, química o bioquímica. Su

período de formación los socializó con un set de técnicas que habían alterado radicalmente las

viejas divisiones de trabajo, haciéndolo más horizontal y reforzado las colaboraciones “intra”

e “inter” laboratorio.

Los niveles de análisis también cambiaron sustancialmente. Para mediados de los 80’

el secuenciamento del ADN se había convertido casi en una actividad rutinaria, y existía la

creencia de que los procesos biológicos más significativos operaban a nivel intra-molecular.

Finalmente, como apunta Michel Morange (1994) la biología molecular pasó de ser una

“ciencia observacional”, a una “ciencia de intervención”, de acción.

Desde esos años, es posible afirmar que la biología molecular había logrado

establecerse como campo autónomo, es decir, que había logrado conformar, partiendo de un

régimen de transición, un nuevo régimen disciplinario. Desde 1963 se había establecido la

Organización Europea de Biología Molecular (EMBO) y, luego, una década después se

crearía el primer Laboratorio Europeo de Biología Molecular, así como una revista específica,

EMBO Journal (Abir-Am, 1992).

224
4. Cambios de régimen, utilidad del conocimiento y periferia.

Sin embargo, durante el siguiente período se fue desafiando parcialmente el régimen

disciplinario de la biología molecular, en la medida en que, desde el fin de los años setenta,

fue extendiéndose hacia la ingeniería genética y hacia diversas aplicaciones en otros campos.

En parte, ello corresponde a lo que Shinn denominó “régimen transversal” o comunidades de

investigación tecnológica (research technology communities). Mientras que el régimen de

transición involucró diferentes espacios de representación disciplinar, las nuevas formas de

producción de conocimiento emergentes incluyeron actores que hasta allí habían sido

“marginales” o “externos” al campo académico puro. En el caso de la ingeniería genética

aplicada a la transformación de vegetales, la incorporación de ingenieros agrícolas,

productores rurales, compañías productoras de semillas y agentes de regulación pública,

fueron conformando un espacio de mayor complejidad. La implementación, que tenía una

importancia lateral en la biología molecular, se convirtió ahora en central: las semillas

genéticamente modificadas operaron ahora como verdaderos “instrumentos genéticos”,

usados y resignificados por distintos practicantes, del mismo modo que la producción

industrial de ratones que mencionamos más arriba.

El desarrollo de la biotecnología constituye, entonces, un excelente ejemplo del

régimen transversal. En efecto, en los países más desarrollados, la emergencia de estas

comunidades complejas está claramente delimitada con sus universos de actores que se

desplazan por diversos contextos institucionales, llevando proyectos y prácticas a espacios

bien diferentes, del laboratorio público al laboratorio industrial y viceversa, de allí al medio

rural o a los hospitales, por ejemplo, en movimientos complejos de ida y vuelta.

Pero, si analizamos la emergencia y desarrollo de la biotecnología en Argentina, una

peculiaridad es inmediatamente visible. En primer lugar, cuando ascendemos al nivel de la

tecnología, ello presupone una relación entre un productor y un usuario. Inclusive, es

imposible hablar de una tecnología sin un “usuario”, aunque la idea de usuario no implique

225
necesariamente, como sugieren ciertos modelos actuales, la existencia de empresas

capitalistas. Cuando hablamos de “usuarios” nos referimos a actores interesados en los

productos en cuestión, actores que han establecido alguna forma de relación transaccional con

el productor o productores.

Entonces si, tal como apuntamos en secciones previas, una de las características de la

ciencia periférica es la inhabilidad para articular relaciones entre la producción de

conocimiento y el uso del conocimiento (apropiación), ¿cómo se re-articulan estas relaciones

cuando dicha relación constituye el eje para el desarrollo de la una tecnología dada, la

biotecnología?

Lo que resulta crucial para comprender esta dimensión es la emergencia de nuevos

actores, y/o la reconfiguración de los actores ya existentes. Así, en los países más avanzados

asistimos, según Correa, al surgimiento “más que de una ‘industria biotecnológica’, al de un

complejo transectorial que utiliza la biotecnología en las más diversas áreas, concentrado en

los países industrializados y dominado por grandes empresas industriales y de semillas”.

(Correa, 1996, pág. 27). Este complejo incluye la existencia de grandes laboratorios de I+D

dedicados a la experimentación de nuevos procedimientos y productos y, también,

interacciones permanentes con grupos de investigación más académica, con un flujo

considerable de pasaje de investigadores de los laboratorios académicos hacia los grupos de

I+D en las empresas.

Aquí resulta interesante la noción de “industrialización de conocimientos” en las

ciencias de la vida, en la medida en que enfatizando las diversas transformaciones que va

experimentando el conocimiento biotecnológico hasta llegar a su incorporación efectiva en un

proceso productivo. Dicho de otro modo, nunca un conocimiento es utilizado “tal cual”. Por

un lado, porque su producción como publicación en una revista especializada responde a los

cánones de codificación propios de una lógica de argumentación que no está necesariamente

en relación con sus usos potenciales. Pero, por otro lado, porque los conocimientos necesitan

226
atravesar diversas modificaciones y re-significaciones hasta estar en condiciones de ser

reapropiados por actores masivos en un mercado. Veamos un ejemplo: un laboratorio público

encuentra un “blanco”, por ejemplo, para atacar al parásito T. Cruzi, causante de la

enfermedad de Chagas. Un blanco sería, en este caso, el descubrir el modo de matar al

parásito o de evitar su reproducción. Digamos, por ejemplo, que cuando la proteína “Equis”

está expresada, el parásito no puede reproducirse. Esto dará lugar a un artículo o a una serie

de artículos en revistas de referencia y de importancia variable. Este es el conocimiento que

está en la base de nuestro problema. Por lo tanto, la investigación que sigue será la de

establecer cómo hacer para que dicha proteína esté expresada en los individuos infectados con

dicho parásito.

“Hay que buscar una molécula”, dirán los investigadores, que exprese, o

“sobreexprese” dicha proteína. Pueden encontrarla los mismos investigadores u otros, del

mismo país o en otra parte del mundo. Imaginemos que es el mismo grupo el que pudo

encontrar esa molécula, por ejemplo, gracias al financiamiento de una red internacional de la

que participa, que le permitió el acceso a una base de datos de moléculas. El paso siguiente

será el de probar los efectos de esa molécula in vitro, es decir, en probetas. Si eso funciona,

habrá que hacer las pruebas en animales y, supongamos, aunque ya sería poco probable, que

ello lo haga todo el mismo laboratorio. Llegado a este punto, los conocimientos en juego y las

competencias de las que dispone el laboratorio se topan con una barrera difícil de franquear:

hay que hacer un diseño de la molécula para poder administrársela primero a los animales y,

luego, a los humanos. Esta etapa, que incluye estudios de farmacocinética, pruebas clínicas,

etc., ya no puede ser desarrollada por el laboratorio público en cuestión, sino que debe pasar

por laboratorios industriales, hospitales, y otros espacios que vayan modificando aquél

conocimiento original (el descubrimiento de un “blanco” en el parásito) hasta lograr llegar a

las farmacias, hospitales centros de salud, médicos, y, finalmente, a los enfermos. Pero a lo

227
largo del todo ese proceso, el conocimiento se transformó varias veces, durante un proceso

inevitable que llamamos, precisamente, industrialización.

Podemos observaque no hay, a lo largo del proceso, sólo un usuario final, en nuestro

ejemplo “los enfermos de Chagas”, sino que existe, también, un amplio conjunto de usuarios

intermedios del conocimiento quienes, a lo largo de transformaciones y resignificaciones van

a obtener un producto, un bien o una mercancía, es decir, un conocimiento objetivado y

susceptible de circular en un mercado.

Podemos señalar que el proceso de industrialización tiene como consecuencia

necesaria la creación de espacios institucionales híbridos, no reductibles a un solo contexto.

Este proceso complejo es propio de los países industrializados, en donde una parte sustantiva

de los conocimientos resulta efectivamente industrializada.

A diferencia de lo que ocurre en los países industrializados, en la Argentina, según un

informe elaborado hace unos pocos años, las empresas que trabajan en biotecnología son de

tamaño mediano o pequeño, y la mayor parte de ellas no utilizaba la biotecnología más

“moderna”. 2 Sin embargo, y recíprocamente, la cantidad de grupos de investigación

“académica” que trabajan en temas relacionados con la biotecnología no ha dejado de crecer

en los últimos años. Basta observar las listas de subsidios otorgados por las instituciones de

política científica –en particular la Agencia nacional de Promoción de la Ciencia y la

Tecnología– a lo largo del último lustro para advertir con claridad esta tendencia, que se hace

aún más evidente si se considera un período mayor.

Ahora bien: como ya señalamos, el nacimiento de una tecnología parece poner

directamente en cuestión la construcción de un usuario (incluso de un mercado). Por lo tanto,

¿es posible considerar como biotecnología a ese conjunto creciente de investigaciones

desarrolladas por investigadores que provienen del sector académico? La respuesta que se

2
Véase el informe de A. Díaz en Correa (1996), págs. 38-52. Es necesario notar que, en un campo que se
encuentra en la frontera de los conocimientos, 4 años pueden ser muchos para la validez de un informe. No
parece, sin embargo, que la situación descrita se hubiera modificado radicalmente, con excepción de una mayor
presencia de los grandes grupos transnacionales.

228
puede ensayar a este interrogante sólo puede ser parcial. Por un lado, es necesario interrogarse

acerca de la “construcción del usuario” –real o simbólica– que hacen los investigadores

involucrados. En segundo lugar, es necesario considerar el modo en que se establece la

relación entre los investigadores y las otras instituciones (empresas u otras) vinculadas con la

apropiación de dichos conocimientos. En tercer lugar, resulta interesante analizar los cambios

que se produjeron en el plano de la organización del trabajo, en las configuraciones científicas

y, en última instancia, pero no menos importante, en la relación ciencia-sociedad.

Respecto del primero de los problemas, algunos estudios empíricos en laboratorios

han mostrado que, en esos casos, los investigadores han orientado sus investigaciones según

los temas y procedimientos comunes en los laboratorios localizados en los países centrales.

Así, una parte de la investigación en biotecnología en la Argentina se presenta como cercana a

la “frontera” de los conocimientos de la escena internacional. Sin embargo, esos temas –y aún

productos- no parecen haber incorporado la construcción –real o simbólica- de un usuario

concreto. Por cierto, la adecuada construcción de este usuario no es el único requisito para

que los conocimientos producidos sean efectivamente apropiados por un actor social

significativo; es decir, para que un conocimiento científico pueda ser incorporado en una

tecnología. De hecho, la apropiación efectiva depende de muchos otros elementos, algunos de

los cuales dependen de las estrategias desplegadas por los investigadores, y otros deben ser

atribuidos tanto al contexto como a las estrategias de los otros actores (Kreimer, 2001).

5. La nueva división internacional del trabajo científico: decepción y esperanza

De la “universalización liberal” de la ciencia a las mega-redes concentradas

Las comunidades científicas de la mayor parte de los países latinoamericanos, lejos de

conformar espacios homogéneos de articulación en la producción de conocimientos, son

organizaciones fuertemente segmentadas y en constante tensión. Hasta puede ser una falacia

229
hablar de “comunidad científica local”, puesto que no hay tal cosa, entendida como un “todo”,

más allá de algunas manifestaciones puntuales. Sin embargo, a pesar de las notables

diferencias a través de los campos disciplinarios y sus diferentes niveles de desarrollo,

encontramos ciertas regularidades: por un lado, observamos a los investigadores que están

fuertemente integrados, que forman parte de proyectos, de programas de investigación en la

escena internacional, que van a congresos y que manejan cierta información que les permite

formular sus investigaciones en una u otra dirección y, factor de suma importancia, muy a

menudo reciben recursos de origen internacional.

Por otro lado, observamos a aquellos grupos e investigadores de escasa integración,

cuya internacionalización es débil –o inexistente- y que por lo tanto trabajan de un modo más

o menos aislado, algunas veces intentando responder a necesidades locales de conocimiento y

muchas otras veces intentando imitar la formulación de agendas de investigación de los

grupos más integrados. Más allá de lo esquemático de la distinción que operamos es

importante señalar, aunque parezca evidente, que los grupos más integrados son, al mismo

tiempo, los más prestigiosos en las instituciones locales. Es decir, aquellos que determinan,

tanto en el plano institucional –en las políticas- como en las intervenciones informales, las

agendas, las líneas prioritarias, los temas más relevantes, los métodos más adecuados, etc.

Es conveniente volver sobre el concepto de integración subordinada: hay una cierta cantidad

grupos de investigación que están efectivamente integrados en la “escena internacional”. Pero

el modo en que se integran implica que a estos grupos, localizados en la periferia, les toca

desarrollar las actividades que suelen ser más rutinarias: los controles, las pruebas, los tests de

conocimiento que ya fueron establecidos y estabilizados como tales por el grupo que coordina

la distribución de temas y actividades (y que suele estar localizado en los países centrales). Es

un proceso que el sociólogo francés Gérard Lemaine denominó como ciencia “hipernornal”.

Las tendencias globalizadoras de las últimas décadas, como la masificación de las

comunicaciones establecidas por medios electrónicos, parecen haber fortalecido la intensidad

230
de colaboración entre investigadores que, en sus modos de interacción, van creando la ficción

de autonomizarse de los contextos específicos en los cuales se encuentran localizados. Ello

parece comportar un aspecto relativamente “democratizador" en las relaciones universalizadas

referidas a la producción de conocimiento. Algunos estudios recientes parecen mostrar que la

existencia de colaboraciones virtuales va generando nuevas formas de estructuración, de

organización y de dinámica de los campos disciplinarios.3

Pero el efecto más importante viene de la mano de las nuevas formas de definición de

políticas científicas y de financiamiento de la ciencia y la tecnología. De hecho, se ha

establecido una competencia en términos globales entre Europa y Estados Unidos, referida al

desarrollo de capacidades de investigación científica y de innovación en el marco de una

estrategia competitiva más amplia: frente a la enorme masa de recursos que los Estados

Unidos han destinado a las actividades de I+D a través de diferentes agencias y en forma muy

activa desde el sector privado, la Unión Europea ha desarrollado un conjunto de iniciativas de

financiamiento muy diferentes a las desplegadas hasta entonces. Por ejemplo, los últimos

Programas Marco de la UE dejaron parcialmente de lado los concursos de proyectos –cuyos

destinatarios eran mayormente los grupos científicos más prestigiosos de los países europeos-

en función de ciertos objetivos estratégicos más o menos difusos. Frente a ello, se elaboró un

conjunto de iniciativas que tienden a la concentración de recursos destinados a un número

acotado de redes más concentradas, compuestas por instituciones europeas pero en donde

pueden participar, también, grupos de investigación de los países en desarrollo. La magnitud

de los recursos se multiplicó de un modo muy significativo, y cada una de las redes dispone,

desde entonces, de capacidades con las que antes difícilmente contaran. También se estimuló

la participación de las empresas en el financiamiento de proyectos de I+D, aspecto en el que

siempre los países europeos –con la excepción parcial y en algunas áreas de investigación del

3
Véase el estudio de Paravel (2003). Allí se muestra, por ejemplo, que la estructura jerárquica “clásica”
relacionada con el capital simbólico o el prestigio, encuentra nuevas inflexiones en los espacios virtuales, que a
menudo se trasladan a los espacios más “tradicionales”, como los Congresos y Coloquios de cada especialidad.

231
Reino Unido, Alemania y Holanda- presentaban cierta debilidad frente a los Estados Unidos y

Japón.

Frente al panorama descripto vale pena preguntarse, pues, ¿qué consecuencias tiene la

participación de científicos latinoamericanos en esas “mega-redes”? Resulta evidente que la

tradicional modalidad de “integración subordinada” se ve modificada en varios sentidos:

a) Una restricción en los márgenes de negociación de los grupos periféricos, que deben

integrarse a amplias redes, cuyas agendas ya están fuertemente estructuradas por las

instituciones financiadoras y por los actores públicos y privados que actúan allí.

b) Un fuerte proceso de “división internacional del trabajo” que asigna a los grupos

localizados en los países periféricos actividades de un alto contenido y especialización

técnica, pero que son subsidiarias de problemas científicos y/o productivos ya

definidos previamente. Se produjo una cierta deslocalización del trabajo científico,

trasladando hacia la periferia una parte de las actividades científicas muy

especializadas y que requieren de alta destreza técnica, pero que tienen, en última

instancia, un carácter rutinario. Lo que se negocia en estas mega-redes son, a menudo,

los términos de una subcontratación.

c) Los grupos de investigación de la periferia que participan de las mega-redes aumentan

significativamente sus recursos, lazos de integración y, también, la reproducción

ampliada de los nuevos científicos que se incorporan y se forman dentro de este nuevo

esquema. Sus estancias en los centros de excelencia internacionales suelen consistir en

períodos de entrenamiento en nuevas técnicas y métodos que habrán de desarrollar a

su regreso al país de origen: no cualquiera puede ser sujeto (u objeto) de la

subcontratación: se requiere haber alcanzado un nivel de excelencia valorado por los

pares de la comunidad internacional.

Las tres características del nuevo modelo nos llevan a considerar que la mayor tensión

aparece en términos de la relevancia local de las investigaciones, es decir, de su utilidad

232
social para la sociedad en la que están insertas, en la medida en que esta internacionalización

de nuevo tipo deja un escaso margen para atender la formulación de problemas sociales en

términos de problemas de conocimiento.

El proceso de cambio puede ser analizado en dos niveles. En términos formales,

mientras que dentro de la “universalización liberal” los grados de libertad de los grupos

locales eran mayores, la relación entre la justificación de las agendas locales de investigación

en función de las necesidades sociales o económicas se encontraba en tensión con los vínculos

internacionales de los investigadores, pero ambas lógicas no se presentaban como

mutuamente excluyentes. Los investigadores locales tenían, como objetivo declarado, la

producción de conocimiento “de excelencia”, y sus investigaciones se justificaban, a partir del

avance general de los conocimientos, en la creencia colectiva –incluidas las instancias de

políticas científicas- en el “modelo lineal de innovación”, donde la generación de importantes

stocks de conocimiento –básico o aplicado- era el motor que haría mover la densa rueda que

concluyera con innovaciones útiles para otros actores sociales. En un segundo nivel de

análisis, este modelo tuvo mayores consecuencias simbólicas que materiales: la mayor parte

de los conocimientos producidos bajo esta lógica sirvió más para aumentar la visibilidad de

los investigadores locales que a generar conocimiento localmente útil y apropiable.

Definir cuáles son las necesidades sociales que pueden ser objeto de “demandas de

conocimiento” dista de ser un problema simple, puesto que implica interrogarse sobre quiénes

son los actores que tienen la legitimidad y la capacidad de formular dichas demandas. Ello

implica determinar cuáles son los mecanismos a través de los cuales se traducen “problemas

sociales” en “problemas de conocimiento”. Este aspecto reviste una especial importancia, en

la medida en que los propios actores que padecen necesidades sociales suelen ser, al mismo

tiempo, quienes tienen mayores dificultades para realizar este operativo de traducción, de

modo que, por lo general, existen “voceros” que hablan en nombre de los que no tienen voz.

233
Entre estos voceros, dos de ellos resultan particularmente importantes: los propios científicos

y el Estado, a través de diferentes agencias.

Las agencias latinoamericanas encargadas de las políticas locales han logrado

imponer, hace ya varios años, y en contra de la opinión de la mayor parte de los científicos,

criterios de relevancia social y económica de las investigaciones en sus procesos de

evaluación.4 Sin embargo, el análisis que se hace de la relevancia es abstracto, y suele adquirir

la siguiente forma: se define, con diferentes métodos y estrategias, un conjunto de temas o de

líneas prioritarias de investigación, en virtud de otros tantos problemas sociales o económicos

percibidos como centrales. Luego, se realiza una convocatoria en donde los investigadores

presentan proyectos asociados con esos problemas, por lo general en términos muy generales,

que pretenden conectar el conocimiento que ellos producen con el desarrollo de soluciones al

problema en cuestión. Así, los proyectos suelen ser aprobados y financiados, sin que exista

luego una evaluación ex post sobre la verdadera utilidad social de los conocimientos

producidos.

El proceso descripto lo hemos caracterizado como el desarrollo de CANA

(Conocimiento Aplicable No Aplicado) los grupos de investigación más transnacionalizados

presentan, por lo general, una alta y prestigiosa producción, pero su aporte al desarrollo de las

sociedades locales ha sido históricamente –y parece acrecentarse hacia el futuro- marginal

(Kreimer y Thomas, 2005). Los cambios de los últimos años han agudizado estas tensiones:

en la medida en que las estructuras político-institucionales y de financiamiento van avanzando

hacia la estructuración de mega-redes de conocimiento, el poder de los grupos pertenecientes

al mainstream se modifica, de dos modos: por un lado, acumulan mayor poder, en la medida

en que están en condiciones de centralizar y controlar una enorme cantidad de información, lo

que les permite un fenomenal cambio de escala en la producción de conocimiento, al tiempo

4
Véase, por ejemplo, el Plan Nacional Plurianual de Ciencia y Tecnología 2000-2002 del Gobierno Argentino
(SECyT, 2002); el Programa Especial de Ciencia y Tecnología 2001-2006 de México (CONACYT 2002) o, en
un país más pequeño, como Bolivia, el Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2004 – 2009.

234
que negocian volúmenes mucho mayores con los financiantes que provienen del sector

privado. Pero, por otro lado, sus propias agendas de investigación vienen mucho más

fuertemente determinadas por los propios mecanismos institucionales y por la

mercantilización de los procesos de producción de conocimiento.

Para los científicos latinoamericanos, en la medida en que las agendas de investigación

están siendo definidas en otros contextos, las posibilidades de producción de conocimiento –

publicación- van de la mano de los aportes que ellos puedan hacer a la “comunidad

internacional”, tomando como “modelo” –ideal o real- los tópicos que ya han sido definidos

como relevantes para la sociedad local. El pasaje de esos modelos para su aprovechamiento en

las prácticas de desarrollo local de las sociedades periféricas queda, así, como una abstracción

siempre proyectada hacia un incierto futuro.

Como corolario, parece más bien voluntarista –o voluntad de reconocimiento

agradecido- la expresión de Milstein, cuando le preguntaban qué parte de “argentinidad”

tenían sus propias investigaciones:

En un porcentaje con toda seguridad. Yo hice mi tesis y aprendí a hacer ciencia en la


Argentina. Toda mi educación inicial, mi formación cultural —que también es muy
importante en el trabajo posterior— proviene de allí. Yo soy una parte de ese elemento
de talento que veo que en la Argentina surge por todos lados. Pero también pertenezco
a ese grupo que se fue al exterior, y que es allí donde pudo empezar. No cabe duda de
que la Argentina tiene derecho a decir "ese individuo no solamente hizo toda su
educación acá, incluso hizo su doctorado, sino que aprendió a hacer ciencia acá". Por
otro lado, yo hice el trabajo en Inglaterra. Durante mucho tiempo trabajé acá. […]
Cuando me dieron el Premio Nobel, el comité tuvo mucho cuidado en hacer participar
y distribuir a los dos países en esto. Estaban involucradas las dos embajadas, la inglesa
y la argentina. Mi escolta a la cena con la Reina fue el embajador argentino. (Hurtado
de Mendoza, 2001)

Sin embargo, la buena voluntad de Milstein contrasta, por un lado, con el hecho de que

Andrés Stoppani fue el único científico argentino que Milstein mencionó en su discurso

cuando recibió el premio Nobel.

235
Terminemos con dos imágenes: la primera, cuando uno lee la lista de los investigadores que

fueron incorporados en el Instituto Malbrán, a través del concurso realizado por Pisrosky en

1957, es difícil que no se le “piante un lagrimón”: había, allí, en el repaso a esa lista de

nombres una concentración de capacidades, talentos y sueños que parece casi imposible

encontrar en otro acontecimiento similiar el la historia de la ciencia argentina. La mayor parte

de ellos tuvo que irse del país durante los años posteriores. Por citar sólo algunos (¡eran 90!):

Emanuel Levin, bioquímico discípulo de Houssay que hizo importantes aportes al

conocimiento del cáncer, Armando Parodi, discípulo de Leloir que fue incorporado a la

Acadmia de Ciencias de los Estados Unidos, Moisés Burachik, que desempeña un papel

fundamental en el desarrollo de la biotecnología y de su regulación pública, Eugenia

Sacerdote de Lustig, la primera que introdujo la técnica de cultivo de tejidos y que formó un

grupo por más de 50 años de investigación sobre la biología del cáncer,e ntre otros muchos.

La segunda imagen contrasta con un recuerdo personal: una de las primeras imágenes

que tuve cuando comencé con la investigación que dio origen a este libro. En ese entonces

recorrí las instalaciones el Instituo Malbrán, allí donde “todo comenzó”. Las autoridades de

entonces se mostraron muy sorprendidas cuando les preguntamos dónde estaban los archivos,

los documentos de la época, en qué parte de la biblioteca se conservaban materiales que

guardaran algo de la historia de aquellos laboratorios pioneros de fin de los años cincuenta.

Nada. No había nada que se conservara allí (posteriormente encontramos retazos de archivos

en otras instituciones). Y, cuando fuimos a recorrer el lugar, había una gran galpón sin techo,

del que se conservaban un par de paredes semiuderruidas y mohosas; del piso brotaba el

pasto, sin cortar desde hacía tiempo. Y, en el frente de una de las paredes que se mantenían en

pie, decía “Pabellón Pasteur”. Uno de los bioquímicos que nos acompaño en esa recorrida,

sobreviviente de más de 40 años, nos dijo:

- “Aquí estaban los laboratorios de biología molecular”.

236
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