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Las reliquias

Capítulo X I

LAS RELIQUIAS OPORTUNAS

Llegados a este punto, es lógico que surjan dudas ante reliquias


que llegan de manos de ángeles, otras que son localizadas gracias
a clarividentes sueños, y cuando no, relicarios vacíos o restos de
santos que no existen. Siendo innegable que de una u otra forma
dentro del fenómeno de las reliquias sufre la influencia de lo hu-
mano.
Una razón de ser, en la que mediante cuestiones divinas se
ocultan intenciones de lo más mundano. En este sentido, son vari-
os los casos a destacar de reliquias empleadas como estrategias
político-religiosas de gran calado, utilizadas en diferentes mo-
mentos históricos pero que resumen a la perfección hasta donde
puede llegar el ingenio humano para lograr sus objetivos.

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Miguel Zorita Bayón

Las reliquias de San Marcos.


Curiosamente implicados en esas tramas, nos encontramos a
celebres figuras del santoral cristiano, como pudo ser San Mar-
cos, un santo tan fundamental para el cristianismo como descono-
cido para la historia.
Durante los evangelios nadie ha sido capaz de identificarle con
claridad, salvo que fuese un joven que unicamente aparece men-
cionado en el evangelio del que se le considera autor. Y más con-
cretamente en el Capitulo 14, (51-52) durante la detención de Jesús
en el Huerto de los Olivos, cuando se dice que:. “(...) cierto joven le
seguía, cubierto el cuerpo con una sábana y le prendieron: más él,
dejando la sábana huyo desnudo.” Más adelante en los Hechos de
los Apóstoles vuelve a aparecer otro personaje que pudiera ser él
cuando se habla de un tal “Juan llamado Marcos” o incluso pudi-
era ser el sobrino de Bernabé. Mas no por ello, su identidad deja de
ser confusa, las referencias a Marcos son tan ambiguas que algu-
nas corrientes religiosas llegaron a interpretar una de estas citas
en la que San Pedro le llama “Marcos mi hijo” (Primera Carta de
San Pedro Cap. 5) como un verdadero trato entre padre e hijo.
Sea como fuere, poco o nada se vuelve a saber de este personaje,
hasta que las tradiciones posteriores le añaden una fatigosa evan-
gelización en las tierras de Alejandría y como era de esperar un
apoteósico martirio en el que su cuerpo salió indemne tras haberle
echado a una hoguera.
Al margen de los confusos datos que dan los evangelios y
demás documentos bíblicos, las lagunas de la vida de San Mar-
cos se rellenaron con tradiciones tardías del siglo IV y leyendas
que desde el punto de vista histórico resultan cuanto menos
cuestionables. Respecto a sus reliquias tendríamos que esperar
precisamente hasta ese siglo IV para que documentos como la

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Las reliquias

Historia Lausiaca de Paladio, o los Hechos apócrifos de San Mar-


cos (escritos anónimamente), mencionen por primera vez que el
cuerpo de San Marcos se encontraba en Alejandría.
A partir de entonces, otros autores cristianos como Doroteo o
Eutiquio volvieron a secundar la teoría de que los restos de San
Marcos reposaban en la ciudad egipcia. Una posible ubicación
que años más tarde en el 828 y por temor al dominio islámico
cambiaría, al ser trasladadas sus reliquias a Venecia.Tan pinto-
resco destino tiene su sentido, gracias a unos
mercaderes venecianos, que por asuntos de ne-
gocios arribaron en Alejandría, donde se ofre-
cieron depositarios del cadáver, trasladándolo
hasta la ciudad de los canales, en cuya basílica
ha permanecido hasta la actualidad, con leves
traslados como el que sucedió en 1811 cuando se
decidió cambiar la ubicación de la cripta a las
proximidades del altar evitando así, los proble-
mas de las tradicionales humedades del subsuelo
San Marcos
veneciano. por Angelo
De aquel último traslado nos llegó un testimonio excepcional Bronzino.
como es el de Leonardo Conte Manin, un testigo presencial de la
exumación de las reliquias cuyo estado describe en su obra “Mem-
orie storico-critiche intorno la, translazione vita, e invenzioni di
san Marco evangelista principale protettore di Venezia” (Mono-
grafía Histórica, sobre la vida, el traslado y el redescubrimiento de
San Marcos el Evangelista, Patrón de Venecia).
Aparentemente, hasta aquí llegaría el asunto de las reliquias
de San Marcos, tan reverenciadas y queridas en Venecia que el
León de oro con el que se representa al evangelista, se convirtió
con los años en el famoso galardón cinematográfico.

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Miguel Zorita Bayón

Permaneciendo así en un dulce reposo, hasta que en el 2004


la tranquilidad se quebró por la polémica propuesta del historia-
dor británico Andrew Chugg. Cuya teoría saltó rápidamente a la
prensa, causando un curioso revuelo de opiniones dado lo atrevido
de su tesis. En base a la descripción que se hace del estado en el
que se encuentra el cadáver en el libro de Leonardo Conte Ma-
nin y el periplo histórico de los restos, el historiador propuso un
minucioso estudio forense de las reliquias para confirmar su hipó
tesis, que no es otra que pensar que el cadáver
de San Marcos fuese en realidad, el cadáver de
Alejandro Magno.
Andrew Chugg sostiene su teoría, en base a
los turbios años del siglo IV en los que casi de
forma paralela se pierde la pista del Mausoleo
de Alejandro y comienza a crecer la fama del
evangelista en el país del Nilo. A esto se le añade
las tensiones políticas que ya en el año 270 aque-
jaban Alejandría, y los sucesivos desastres sísmi-
cos que acabaron definitivamente con el esplen-
dor de la ciudad que Alejandro edificó y eligió
Julio Cesar ante como su tumba.
la momia Ale-
jandro Magno.
Finalmente en el siglo IV, y a raíz de los decretos emitidos
Grabado de H. por el Emperador Teodosio (en contra del culto a las divinidades
Showmer.
paganas), la tensión entre cristianos y paganos se recrudeció en
Alejandría, desencadenando revueltas en las que los restos de Ale-
jandro corrieron no poco peligro, puesto que la confusa figura del
héroe (como era considerado Alejandro) era fácilmente entendible
como un dios pagano, por parte de las turbas cristianas. El histo-
riador británico destaca otro punto significativo y es que sólo un
siglo después nadie sabía ya en Alejandría dónde se encontraba el

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Las reliquias

cuerpo de su fundador. Chugg opina que el cadáver de Alejandro


simplemente se convirtió en el de San Marcos, sin saberse a cien-
cia cierta (y será difícil saberlo) cual fue la estrategia seguida para
trasformar unas reliquias en otras. Lo cierto es que las reliquias
que se conservan en Venecia, se mantienen en un estado lo sufi-
cientemente bueno como para poder ser analizadas.
Algo a lo que el clero veneciano no parece estar muy dispuesto,
según expone Andrew Chugg en su página web donde muestra la
contestación clara y concisa del Procurador de San Marcos:

“Los datos sobre el cuerpo de San Marcos se han publicado


en el volumen de Leonardo Manin, Memorie storico-critiche in-
torno la vita, translazione, e invenzioni di San Marco Evange-
lista protettore principale di Venezia, Venecia 1815 y 1835. La
Iglesia a partir de entonces ha considerado suficiente esta infor-
mación y no tiene intención de proceder a otras investigaciones
de la tumba.
Saludos cordiales. Vio Ettore, Procurador de San Marcos”.

Las reliquias de Compostela.


Más conocido que San Marcos, es el patrón de España es decir,
Santiago el Mayor, cuyas reliquias no son menos polémicas que las
anteriormente mencionadas.
Los evangelios nos ofrecen suficientes datos como para saber
que era hermano de San Juan (el evangelista) y que al igual que
su padre Zebedeo, se dedicaba a la pesca en el Mar de Tiberiades.
Santiago (Jacob en su idioma original) parece tener incluso cierta
importancia dentro de los doce apóstoles, ya que aparece en mo-
mentos claves como la resurrección de la hija de Jairo o la Trans-
figuración e incluso es apodado junto con su hermano como “los

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Miguel Zorita Bayón

Boanerges” (los hijos del trueno) un apelativo curiosamente pare-


cido al de algunos líderes armados de la facción zelota como Simón
Barkojba, (el hijo de la estrella).
Sin embargo poco se vuelve a saber de él en los Hechos de
los Apóstoles. Cuyo protagonismo desaparece al principio del
duodécimo capítulo, al mencionar su muerte como la primera
perpetrada por Herodes Agrípa contra los apóstoles de Jesús, en
una fecha que se calcula pudo ser en torno al año 41. Una muerte
quizás demasiado temprana con respecto al resto de los discípu-
los predilectos, pero no menos interesante. Pues la siguiente no-
ticia que se tiene de Santiago proviene de un evangelio apócrifo,
donde se menciona un milagro de la Virgen durante su dormición,
según el cual María añorando a los apóstoles en sus últimos mo-
mentos de vida, logró teletransportarse a los diferentes lugares
donde donde estos predicaban para anunciarles su inminente de-
saparición. Es en ese momento cuando se supone que Santiago
regresó a Jerusalén para visitar a María encontrándose poco
después con su propia muerte a manos de Herodes.
No obstante del destino de aquellos viajeros (si es que San-
tiago viajó alguna parte), poco se sabe. Conocemos gracias a san
Jerónimo la tradición de que cada santo había de ser enterradoen
la tierra que evangelizó. ¿Pero donde había estado Santiago?
Si uno lee con detenimiento los textos bíblicos no parece que
Santiago fuese más allá las fronteras de Tierra Santa. De hecho
hay esperar a tradiciones y leyendas medievales para encon-
trarnos a Santiago en tierras ibéricas.
Por lo tanto, poco sentido tendría que una evangelización de
tal calibre (recordemos que las tradiciones hablaban de Santiago
en Galicia, siendo este el finis terrae o fin del mundo de aquel en-
tonces) no apareciese mencionada en la Biblia ni si quiera cuando

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Las reliquias

Catedral de
Santiago de
Compostela,
edificada
teóricamente
sobre las reli-
quias del após-
tol Santiago.

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Miguel Zorita Bayón

San Pablo menciona Hispania en la Carta a los Romanos (Cap.XV


24-28). Las fuentes medievales que relatan el periplo de Santiago
en Hispania, como el Liber Sancti Jacobi, el Cronicon Sampiro,
el Beato de Liébana, los Hechos del obispo Gelimirez, el Cronicon
Oriense, o el Libro Dos Dambiadores, distan siglos ya no solo de
los años en los que Santiago evangelizó Hispania, si no del pro-
pio momento en el que se descubren las reliquias. Un hallazgo que
como no podía ser de otra manera, vino precedido de milagrosas
apariciones.
Para situarnos en el momento en el que se descubren las reli-
quias, nos hemos de situar en el año 813 en los espesos bosques
de la Galicia medieval, donde unas milagrosas luces o estrellas
aparecieron ante la mirada atónita del ermitaño Paio (o Pelagio)
en un campo cercano a la ciudad de Iria Flavia (actual Padrón).
Tan singular prodigio terminaría dando nombre a la zona como “el
campo de las estrellas” o “campo-stellae” de lo que luego derivaría
Compostela.
No tardó la noticia en llegar a oídos de Teodomiro, el obispo de
Iria Flavia quien gracias a la siempre tan recurrente “inspiración
divina” averiguó que lo que indicaban tales luces no era otra cosa
que la tumba del Apostol Santiago.
Hasta aquel momento pocas noticias se tenían sobre la visita
de Santiago a España y menos aún que fuese enterrado en territo-
rio gallego. Lo cual no fue ningún impedimento para que la noticia
llegase a oidos del rey de Asturias, Alfonso II el Casto.
Por caprichos del destino, en el monarca coincidían dos fac-
tores fundamentales para que el milagroso encuentro de las opor-
tunas reliquias triunfase. En primer lugar, el estrecho vinculo de
Alfonso con el clero gallego (recordemos que fue educado en el
Monasterio de Samos, en Lugo) así como su estrecha relación

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Las reliquias

política con Carlomagno que como aliado ideal podía ayudar a


reconquistar territorios a los musulmanes. La situación también
favorecía a Carlomagno quien aprovechando la coyuntura intentó
extender sus fronteras al sur de los Pirineos, pero más allá de las
desaveniencias de cristianos y hispanos y francos, lo importante y
fundamental, era establecer un freno en todo el norte peninsular,
que detuviera el avance islámico.
Una de las mejores formas para ello era crear una ruta de
peregrinación que al margen de las cuestiones religiosas propor-
cionase toda una fuente de recursos económicos, culturales y es-
tratégicos suficientes como para fortalecer la marca norte.
De este modo la noticia del hallazgo del cuerpo decapitado de
Santiago corrió como la pólvora por toda Europa, concediendo
privilegios y prebendas celestiales a aquellos devotos que se echa-
ban a los caminos para visitar aquel lugar del fin del mundo.

La teoría herética.
Pensar que Santiago había predicado en España y que posterior-
mente había regresado a Jerusalén desde donde volvería su cuerpo
de forma milagrosa, era una idea cuanto menos difícil de encajar.
La ausencia de datos y el exceso de milagros hacían del relato algo
casi simbólico pero desde luego con pocos visos de ser real. Las
causas (dado el momento de su hallazgo) parecen claras, pero no
pocos autores han pensado en la tumba de Santiago como la su-
plantación del féretro de un personaje muy singular.
En el siglo IV con el problema candente del paganismo, múl-
tiples zonas de lo que luego se llamaría cristiandad seguían fieles
a antiguos ritos, dejando de lado el cristianismo y entre ellas se
encontraba la Gallaecia (como luego confirmaran los concilios de
Braga y Toledo). Y es precisamente allí donde ubican la mayoría

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