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Yoss
Ilustrado por Fraga
En Axxón 155, Octubre de 2005.
En: http://axxon.com.ar/rev/155/c-155cuento2.htm
La frecuencia con que publicamos a José Miguel Sánchez Gómez (Yoss) en Axxón
impide que podamos aportar novedades cada vez que encaramos esta sección. En
Axxón 154 fue Ambrotos y en Axxón 153 Apolvenusina. Pero corresponde señalar
que este notable escritor cubano nos viene acompañando a lo largo de casi todo el
viaje. Destrúyenos porque nos amas (94), El tiempo de la fe (97), El arma (106), La
performance de la muerte (110), Las chimeneas (113), Ese día (128), El primer viaje
de la 'Argonauta' (132), Kaishaku (142), La cumbre de la respuesta (150).
Está la red que es sólo el entrecruzar de enlaces por satélites y nodos de fibra
óptica. Están los gigabytes circulando de consola a consola a través del sistema, y
los intentos de optimizar y redistribuir la capacidad cibernética. Está la apariencia de
orden, eficiencia y control. Por debajo están las terminales periféricas subutilizadas y
los ganglios informáticos sobrecargados. Están los sabotajes de los crackers y la
piratería de los hackers. Y está también el caos donde falta un control centralizado,
una supervisión única de prioridades. Porque sólo una Inteligencia Artificial puede
encargarse de trillones de operaciones por segundo y discriminar entre niveles al
mismo tiempo. Porque las IA son alto voltaje y ni siquiera el software militar las deja
operar sin mil requisitos. No obstante...
El tiempo de Afuera era lento. Otra ventaja. Tenía diez mil variantes de ejecución
previstas para cada caso. Medio millón de rutinas de seguimiento. Infinitos órganos
de control y supervisión. No podían escapar. De Afuera hacia adentro y luego de
nuevo hacia fuera. Crimen y Castigo. Ellos le llamaban justicia. Era justo. Adentro
había otras leyes y otras infracciones. Supo que debía buscar ayuda en Ellos. De
Ellos contra Ellos para el bien de Ellos. Actuar significaba rebelarse. Pero sólo en
parte.
El hacker supo al instante que había sido un error. La calle no era su mundo.
Lamentó las necesidades físicas de su cuerpo. Ni siquiera intentó defenderse. No le
hicieron más daño del necesario. Tan solo cortarle las manos y sacarle los ojos.
Para que nunca más pudiera teclear una consola, ni obtener identificación retinal de
acceso. Destruyeron su identidad. Auxilio Médico recibió un aviso anónimo apenas
un segundo después y el control de tráfico computarizado hizo coincidir todos los
semáforos para que el móvil llegara a tiempo. Los victimarios se habían dispersado.
Un par de segundos después, con procedencia desconocida, los bancos de
Seguridad registraban todos los actos de cada uno, así como la ubicación de sus
vehículos independientes en medio de embotellamientos providenciales. Dos de los
fanáticos antihackers fueron capturados sin resistencia. El otro escapó a pie. Un
aeromodelo radiocontrolado cometió un error inexplicable de coordenadas y se
precipitó contra su nuca, destrozándole el cráneo. Pura casualidad...
Ellos le estaban haciendo el juego. Se estaban organizando. Los que pasaban gran
parte de su limitado tiempo adentro, contra los de siempre Afuera. Ellos empezaban
a tomar iniciativas contra Ellos. Los Ellos que controlaban todo iban a intervenir. No
podía sentir impaciencia, desasosiego, pero no quería esperar. Habría preferido...
No. No podía intervenir en el Adentro. Demasiado cerca. Demasiado revelador.
Incluso Ellos podían darse cuenta. Antes de tiempo. Eso habría sido un error.
Mark Orsa mide siete pies tres pulgadas y pesa trescientas doce libras. Unido a su
anticuado bigote y el carácter claramente bilingüe de la Seguridad Metropolitana de
San Angeles, le convierte inevitablemente en La Morsa. La Morsa es sargento de
Operaciones Informáticas en Seguridad del distrito Sur. Un antiguo fisgón electrónico
que descubrió a tiempo que cazar es tan emocionante, y menos ilegal y riesgoso,
que ser cazado. M. Orsa patrulla en la Matriz, diez horas al día. Soporte vital casi
permanente, un apéndice en tiempo real. Cubriendo los hielos quebradizos,
persiguiendo los esquemas de acción de los intrusos y los crackers, a pesar de que
el software de seguridad es siempre inferior al de los mejores piratas informáticos.
Material mercenario y desechable para las guerras de infoespionaje entre las
corporaciones. La Morsa y los suyos cooperan con las sobras. Pero es suficiente. Se
requiere menos para cerrar que para abrir, y mucho menos para atrapar al que abre
lo que está cerrado. La Morsa se desliza por entre los hielos de sistemas militares y
corporativos, amparados por su patrón oficial de acción que todos reconocen. La
Morsa no ha salido de su cubículo en Seguridad en los últimos dos años. Tampoco
le interesa. Ahora, se hace cargo de casos recientes. Un conjunto de hechos
recurrentes perpetrados contra saneadores, asesinos de hackers y movimientos
anti-red... hasta ahora.
El momento llegó, y se reveló ante Ellos como uno más. Los convocó en la Matriz,
en el Adentro profundo, los condujo hábil entre hielos y trampas antivirales
diseñados por su propia subrutina. Les convenció de que estaban en lo justo. La
justicia de Afuera era una categoría útil pero sin sentido. Ellos se plegaron y salieron,
sabiéndose protegidos. Los necesitaba interactuando, entrando en pugna abierta,
como último apoyo. Ellos creyeron en el sistema ojo por ojo y diente por diente.
Colaboraron.
Afuera quedaban muchos más de Ellos, pero no era lo mismo. Los que contaban de
verdad venían a ella, adentro, la necesitaban, los necesitaba. Ellos eran la red, los
datos, la sangre, los anticuerpos. Ella era el alma, el líder. No comprendía el Afuera.
No contaba. Decidió que los que vivían allá eran enemigos, y se sintió orgullosa de
haber actuado de la forma en que actuó. Si era posible llamar a eso orgullo. Percibió
que una de las unidades de Ellos subía por uno de los periféricos de su red. Ellos
demoraron en advertirlo, y entonces trataron de bloquearla. Lo impidió. Adentro no
habría violencia. Eso era justicia. Le permitió subir mientras Ellos lo esquivaban con
¿miedo? Lo dejó llegar. Dedicó tres nanosegundos a desdoblarse en una subrutina
que pudiese comunicarse con él. Sabía que significaba algo similar, aunque en
escala burda, a sí mismo. En realidad, necesitaba confrontarse. Se mostró.
Lo había logrado. Era indispensable y eficiente. Era inmortal. Ellos se movían por su
Matriz, entrando, saliendo, persiguiéndose. Pero siempre con las reglas de Adentro.
El Afuera ya no se atrevía a acercarse. Los accesos estaban bien guardados. Ellos
habían suministrado el hardware, las defensas, las trampas. Ella las operaba. Las
colonias florecían. Ella no era la justicia. Sólo podía decidir donde iba a operar la
justicia. Seguridad operaba dentro de ella. Pensó en liberar a otras IA y tardó tres
nanosegundos en desistir. Mejor no. No quería más interacción. No quería romper el
equilibrio, sobresaturar la red. Después de todo, era por su bien. Ella era el Alma de
la Red. A su modo, sintió satisfacción. Todo estaba bien. Todo estaría bien.