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El Papa Benedicto XVI ha anunciado la próxima beatificación de su

antecesor, Juan Pablo II; esto nos llena de alegría, pero también ha de
ayudarnos a pensar en nuestra propia vida: en mi vida, en el sentido que le
doy al don más grande que Dios me ha regalado: vivir, y vivir para Él.
Vivimos en el tiempo, la muerte se acerca y la eternidad nos espera.

a. El tiempo pasa.

El tiempo es la distancia que nos separa de ese momento en que nos


presentaremos ante Dios con las manos llenas o vacías. Cada día de nuestra
vida es un “tiempo” que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de
caridad para quien nos rodea, de trabajo bien hecho, del ejercicio de las
virtudes, en fin, de obras buenas. Ahora es el momento de hacer “el tesoro
que no se envejece”. No es suficiente consumir el tiempo y llegar al final con
las manos limpias, pero vacías. “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día
de la salvación”, enseña San Pablo. Al final del tiempo que se nos concedió,
vendrá el premio, si respondimos fielmente. Afirma Santa Teresa: “Por unos
trabajillos envueltos en mil contentos, que acabarán mañana, Dios nos tiene
preparado el premio de una eterna e inconmensurable gloria”. Qué
felicidad…

En el evangelio encontramos esta siguiente expresión de Jesús es muy


fuerte: “Llevo tanto tiempo con ustedes ¿y no me has conocido, Felipe?”
¿Cuánto tiempo hace que Jesús está contigo? ¿Ya le conoces?

b. La muerte se acerca.

La historia del hombre está definida y determinada por un principio y un fin.


El hombre se comprende a sí mismo si examina su origen y su fin. La Iglesia
enseña que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado
más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La muerte no admite
excepciones: todos hemos de morir, y un día nos tocará a nosotros. Lo
mismo muere el justo y el impío, el bueno y el malo, el limpio y el sucio, el
que ofrece sacrificios y el que no. Meditar en nuestro final nos hace
reaccionar ante la tibieza, ante la desgana en las cosas de Dios, ante el
apagamiento de nuestra vida. Cualquier día puede ser el último nuestro. Hoy
murieron miles de personas en circunstancias diversísimas, y quizá no
imaginaron que ya no tendrían tiempo de vida. ¡Qué lugar tan pequeño
ocupamos en el mundo…! La amistad con Jesucristo, el sentido cristiano de
la vida, el sabernos hijos de Dios, nos permitirán ver y aceptar la propia vida
y la propia muerte con toda serenidad. La vida es alegría, la muerte es
encuentro.

c. La eternidad nos espera.

Leemos en el salmo 102, 12-13 que el hombre se seca como la hierba, pero
Dios permanece para siempre. Hemos de vivir y caminar sabiendo que nos
dirigimos hacia nuestro Dios; es en Dios donde la vida ya vivida cobra
verdadero sentido. La semilla de eternidad que el hombre lleva en sí se
levanta contra la muerte; mientras toda imaginación fracasa ante la muerte,
al Iglesia alecciona un destino feliz para los bienaventurados. Hemos de estar
preparados siempre y dispuestos “a cambiar de casa”. Al final los hijos de
Dios resucitarán en Cristo y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad
y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad.

Vida, tiempo, muerte, eternidad: realidades que han de tener gran sentido en
mi existencia. El Papa Juan Pablo II supo vivir a plenitud sus esperanzas, sus
luchas, sus logros, su sacerdocio, su espiritualidad, su amor a la Iglesia, su
Pontificado, su enfermedad, su vejez, su muerte… ¿también tú y yo?

Padre Carlos Javier..

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