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Sobre el Concepto de Constitución

Ferdinand Lassalle, señaló en su momento que la Constitución real y efectiva


de un país no podía ser otra cosa que la suma de los factores reales del poder
que rigen en una sociedad determinada como el ejército, los banqueros, la
aristocracia o la clase obrera (Lassalle, 2013: passim). Todos estos factores
son fuerzas activas que determinan la manera de ser de las leyes e
instituciones del país en el que rigen y, en consecuencia, deben ser
consideradas la esencia de una Constitución.

Por su parte, la doctrina de Carl Schmitt, aunque se refiere a diversos


conceptos de Constitución, es conocida fundamentalmente por el concepto
positivo que ofrece de la norma fundamental. Este autor considera que la
Constitución, en su sentido positivo, surge mediante un acto del poder
constituyente que no contiene unas normaciones cualesquiera, sino, y
precisamente por un único momento de decisión, la totalidad de la unidad
política considerada en su particular forma de existencia. Este acto, señala
Schmitt, constituye la forma y modo de la unidad política, cuya existencia es
anterior. Esto quiere decir que no es que la unidad política surja porque se
haya «dado una Constitución». La Constitución en sentido positivo contiene
sólo la determinación consciente de la concreta forma de conjunto por la cual
se pronuncia o decide la unidad política. En el fondo de toda normación, nos
dice Schmitt, reside una decisión política del titular del poder constituyente, es
decir, del Pueblo en la Democracia y del Monarca en la Monarquía auténtica. Y
estas decisiones serán más que leyes y normaciones, serán las decisiones
políticas concretas que denuncian la forma política de ser de un pueblo y que
forman el supuesto básico para todas las ulteriores normaciones. Todo lo que
dentro de una unidad política hay de legalidad y normatividad valdrá, de esta
manera, sólo sobre la base y en el marco de este tipo de decisiones. La
Constitución será entonces, desde en su sentido positivo, ese conjunto de
decisiones políticas fundamentales que determinan la concreta manera de ser
de la unidad política (Schmitt, 2006: 45-47).

Bajo una perspectiva completamente distinta, Hans Kelsen consideraba que el


término Constitución podía ser entendido en dos sentidos diversos. Desde el
punto de vista formal, la Constitución sería cierto documento solemne, un
conjunto de normas jurídicas que sólo podrían ser modificadas mediante la
observancia de prescripciones especiales, cuyo objeto sería dificultar la
modificación de tales normas. Por su parte, la Constitución en sentido material,
estaría constituida por los preceptos que regulan la creación de normas
jurídicas generales y, especialmente, la creación de leyes. Estas normas, para
Kelsen, serían un elemento esencial de todo orden jurídico, pues de ellas
dependería el proceso de legislación que rige en cada Estado (Kelsen, 1995:
146-148).
A su vez, Heller, al referirse a la Constitución política como realidad social,
señala que la Constitución de un Estado coincide con su organización, en
cuanto ésta significa la Constitución producida mediante actividad humana
consciente y sólo ella. Para este autor, tanto Constitución como organización
se refieren a la forma o estructura de una situación política real que se
renueva constantemente mediante actos de voluntad humana. En virtud de
esta forma de actividad concreta, el Estado se convierte en una unidad
ordenada de acción y es entonces cuando cobra, en general, existencia. Esta
Constitución «real» que todo país ha poseído está integrada por las relaciones
reales de poder; sin embargo, Heller considera que debe tenerse presente que
esas relaciones se hallan en constante movimiento y cambian a cada
momento, no obstante lo cual no dan lugar a un caos, sino que engendran,
como organización y Constitución, la ordenación del Estado. Heller afirma que
sólo cabe hablar de una Constitución si se la afirma, no obstante la dinámica
de los procesos de integración constantemente cambiantes y, en ellos, con un
carácter relativamente estático. La Constitución permanece a través del
cambio de tiempos y personas gracias a la probabilidad de que se repita en lo
futuro la conducta humana que concuerda con ella y esa probabilidad se
asienta, de una parte con una mera normalidad de hecho conforme a la
Constitución, de la conducta de los miembros, pero además en una normalidad
normada de los mismos y en el mismo sentido (Heller refiere que la
normalidad de una conducta consiste en su concordancia con una regla de
previsión basada sobre la observación de lo que sucede por término medio en
determinados periodos de tiempo). Cabe, por eso, distinguir en toda
Constitución estatal, y como contenidos parciales de la Constitución política
total, la Constitución no normada y la normada, y dentro de ésta, la normada
extrajurídicamente y la que lo es jurídicamente. La Constitución normada por
el derecho conscientemente establecido y asegurado es, para Heller, la
Constitución organizada. Por lo que se refiere a la Constitución no normada,
Heller señala que, sin que sea preciso que los miembros de la sociedad tengan
conciencia de ello, las motivaciones naturales comunes como la tierra, la
sangre, el contagio psíquico colectivo, la imitación, además de la comunidad de
historia y cultura, originan de modo constante y por lo regular, una normalidad
puramente empírica de la conducta que constituye la infraestructura no
normada de la Constitución del Estado. Estos factores naturales y culturales
tienen para la Constitución del Estado, de acuerdo con Hermann Heller, una
gran importancia tanto constructiva como destructiva; sin embargo, la
Constitución no normada es sólo un contenido parcial de la Constitución total
debido a que la normalidad tiene que ser siempre reforzada y completada por
la normatividad (Heller, 1997:268-270).

André Hauriou considera, por otra parte, que los resultados del movimiento
constitucional clásico se traducen para los Estados que han tomado parte en él,
en el establecimiento de una Constitución, por lo general escrita. Esta
Constitución, es resultado de una «operación constituyente», que adquiere su
sentido pleno y todo su alcance como una renovación de la fundación del
Estado, efectuada con la participación activa y consciente de la nación. Y es
que sólo cuando ésta toma conciencia de sí misma, de su unidad y de su
fuerza, exige la exposición explícita de los principios que regulan la
organización y el funcionamiento de los poderes políticos, al propio tiempo que
los principios que consagran los derechos propios de los individuos, su puesto
en la sociedad, sus relaciones con el Estado, etc (Hauriou, 1980:347-348).
El profesor de la Universidad de París aclara, sin embargo, que existen dos
clases de constituciones que son establecidas como consecuencia de un
empuje nacional:

o La Constitución política.- Que regula la organización y funcionamiento


de los Poderes públicos, y

o La Constitución social.- Que establece o recuerda las bases de la vida en


común (individualismo o colectivismo, por ejemplo), al tiempo que
precisa la naturaleza de las relaciones entre los ciudadanos y el Estado.

Al hacer esta distinción, André Hauriou señala que cuando se piensa en la


Constitución de un Estado por lo general no se considera más que a su
Constitución política; sin embargo, para este autor, en muchos aspectos la
Constitución social sería más importante debido a que interesa más a la vida
cotidiana de los ciudadanos (Hauriou, 1980:349-350). Pero además, Hauriou
se refiere también al sentido material y formal del término «Constitución».
Para él, en un sentido muy amplio, por «Constitución» puede entenderse el
«conjunto de reglas más importantes que rigen la organización y el
funcionamiento del Estado» y, en este sentido, cualquier Estado, por el hecho
de existir, poseería forzosamente una Constitución. A este sentido material del
término Constitución, Hauriou opone un punto de vista formal que para él se
relaciona con «el modo de expresión de las reglas constitucionales, con el
continente, más que con el contenido». De esta manera, para Hauriou, en
sentido formal, la Constitución de un país es «un conjunto de reglas,
promulgadas y revisadas de acuerdo con un procedimiento especial y superior
al utilizado para las otras reglas jurídicas». En consecuencia, la Constitución,
en su calidad de norma suprema, se encuentra fuera del alcance de los
poderes constituidos (Parlamento y Gobierno) y constituye para Hauriou, una
clase aparte (el profesor francés refiere que «En principio, los dos criterios,
material y formal, coinciden: reglas jurídicas que dependen racionalmente del
Derecho constitucional y que se benefician de un régimen jurídico reforzado.
Sin embargo, pueden producirse diferencias: así, es posible que un Estado esté
dotado de una Constitución en sentido material sin poseer otra en sentido
formal»).

Éstos son sólo cinco ejemplos de las diversas maneras en que, dentro de la
doctrina, se ha tratado el concepto de Constitución. Es necesario señalar, sin
embargo, que si se hiciera un recuento histórico de los elementos que a lo
largo del tiempo han forjado la idea de Constitución y que, posteriormente han
sido ingredientes fundamentales para esbozar un concepto sobre la norma
fundamental, podría decirse que esos elementos son la pretensión de asegurar
que exista una estabilidad en la organización política y que ciertos derechos
sean protegidos. De esta manera el desarrollo histórico de la constitución, al
margen, como ya se ha dicho, de las múltiples ideas que se han forjado sobre
ella, encuentra un lugar común en el pensamiento jurídico y político, que
determina que la Constitución es una norma jurídica que organiza al Estado y
garantiza la limitación del poder para evitar sus abusos y, de esta manera,
asegurar que las personas puedan gozar de una serie de derechos y libertades.

Fuentes de consulta

 Hauriou, André, Derecho constitucional e instituciones políticas, 2.a ed.,


Barcelona, Ariel, 1980.

 Heller, Hermann, Teoría del Estado, 16.a reimpresión, México, FCE,


1997.

 Kelsen, Hans, Teoría General del Derecho y del Estado, 5.ª reimpresión,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1995.

 Lassalle, Ferdinand, ¿Qué es una Constitución?, 3.ª reimpresión,


Colofón, México, 2013.

 Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, 5.ª reimpresión, Madrid, Alianza


Editorial, 2006.

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