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SERGIO

Luego de terminar las labores y de un largo andar, Sergio iba caminando de noche

por las calles que lo llevaban a casa. Iba con el cuello adolorido y los pies hinchados

de tanto cargar en la central de abastos, con las ansias de llegar hacia aquel techo

de lámina que le llamaba casa. Era una casa fea, las paredes eran de concreto y

estaban remendadas con tablas y cartones. Normalmente cuando pasaba al baño,

lo hacía con mucho cuidado para que los vecinos no escucharan de sus vientos y

sus brisas. No tenía cama, solo un viejo colchón y unas jergas, no había tele, ni

refrigerador, solo su colchón, una vieja estufa y a veces un gato que le

acompañaba. De solo pensar en todo eso, su prisa calmó, ya solo iba caminando

más despacio por las banquetas quebradas, por donde el olor de las coladeras se

mezclaba con el de grasa de pollo de la rosticería, donde los perros roñosos se

reunían para rascarse las pulgas, donde el cableado estorbaba la luna y el

alumbrado ni servía, aquella calle fea, donde sentaba su techo de lámina.

En el camino se topó a Don José, un hombre moreno como de cuarenta años

con poca grasa corporal pero endeble como cerillito, peleaba con los perros

callejeros por el agua de los charcos, siempre traía una bolsa grande con ropa

agujereada, por lo que a veces se le veían las nalgas, los huevos o ambos, siempre

iba con el olor de quien sabe cuántos años viviendo en la calle, era un manjar para

las moscas. Sergio pasó de largo, pero él vagabundo gritó a solo unos metros de

haberlo pasado - ¡Buenas noches carbón, que pinche educación! – entonces Sergio

volteó, Don José mostró la lengua y siguió su camino. El hombre estaba loco, se la

pasaba tirado en las calles tatarateando el himno nacional y como a nadie

molestaba, nadie se quejaba. Se dice que antes de que cayera en su locura, era un

oficinista con buen salario y que un día, simplemente se sentó en la calle y luego de

meditar un rato, decidió quedarse ahí como trapo viejo. Llegando a casa, Sergio
encontró una rata pariendo sobre el colchón, estaba tan cansado que simplemente

le dio unos golpecitos al colchón, las ratas se quitaron y él se dejó caer.

Después de unas pocas horas de sueño, Sergio desayunó café con pan y

salió de casa para volver a la central aun con los ojos entrecerrados y llenos de

lagañas, llegando a la parada del camión, volvió a ver a Don José dormido, con un

montón de cobijas sucias pero cálidas, dormía como piedra, aunque el ruido de los

coches y de las maquinas que daban mantenimiento a la calle incomodaban tanto a

Sergio “cha, pobre cuate” pensaba sintiendo algo de repugnancia y lastima por el

loco. El camión iba con las ventanas abiertas, dejando pasar todo el frio, los focos

lastimaban la vista y la música tan alta que lo único que Sergio podía escuchar eran

sus propios pensamientos así que estuvo pensando en Don José, pensaba en el

con unos toques de superioridad, porque Sergio era un hombre muy trabajador y

estaba orgulloso de ello, él pensaba que andar trabajando era un forma de

superarse de modo que Don José no era más que un pobre diablo, un haragán que

solo estorba a la sociedad mientras que él se partía la espalda cado cajas y

costales, era un ganapán.

Estando en la central, Sergio cargó unas pocas cajas y un par de costales

cuando se desmayó por no haber desayunado correctamente. Al despertar, el

ganapán se fue a casa decepcionado de sí mismo. Bajando del camión, volvió a ver

a Don José, pero ya estando despierto, se retorcía sobre el piso con la camisa

abierta como babosa con sal diciendo “llévenme a los campos de amarando” una y

otra vez. Sergio no sabía de qué se trataba todo eso, pero la gente pasaba cerca de

él ignorándolo y eso le fastidiaba, el aun no sabía porque, pero ya no se aguantaba,

no era asco porque ha visto cosas peores, no era un enojo genuino porque Don

José no le había hecho nada, tampoco era miedo porque solo era un hombre
inofensivo, era… envidia ¿Por qué Este loco podría echarse y retorcerse para

desahogar su angustia y el no? Sergio definitivamente quería vivir como Don José,

quería echarse y retorcerse por su horrible casa, por sus ratas, por su pésima paga,

porque realmente nadie merece su esfuerzo, porque ya sentía como su cerebro

temblaba pidiéndolo. Entonces lo hizo, se tiró y se retorció. Meneaba sus hombros,

brazos y piernas al son de la angustia y la desesperación. La gente solo lo rodeo y

Sergio estaba contento con eso, con que nadie lo molestara, sin duda alguna no

volvería a casa.

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