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Luego de terminar las labores y de un largo andar, Sergio iba caminando de noche
por las calles que lo llevaban a casa. Iba con el cuello adolorido y los pies hinchados
de tanto cargar en la central de abastos, con las ansias de llegar hacia aquel techo
de lámina que le llamaba casa. Era una casa fea, las paredes eran de concreto y
lo hacía con mucho cuidado para que los vecinos no escucharan de sus vientos y
sus brisas. No tenía cama, solo un viejo colchón y unas jergas, no había tele, ni
acompañaba. De solo pensar en todo eso, su prisa calmó, ya solo iba caminando
más despacio por las banquetas quebradas, por donde el olor de las coladeras se
con poca grasa corporal pero endeble como cerillito, peleaba con los perros
callejeros por el agua de los charcos, siempre traía una bolsa grande con ropa
agujereada, por lo que a veces se le veían las nalgas, los huevos o ambos, siempre
iba con el olor de quien sabe cuántos años viviendo en la calle, era un manjar para
las moscas. Sergio pasó de largo, pero él vagabundo gritó a solo unos metros de
haberlo pasado - ¡Buenas noches carbón, que pinche educación! – entonces Sergio
volteó, Don José mostró la lengua y siguió su camino. El hombre estaba loco, se la
molestaba, nadie se quejaba. Se dice que antes de que cayera en su locura, era un
oficinista con buen salario y que un día, simplemente se sentó en la calle y luego de
meditar un rato, decidió quedarse ahí como trapo viejo. Llegando a casa, Sergio
encontró una rata pariendo sobre el colchón, estaba tan cansado que simplemente
Después de unas pocas horas de sueño, Sergio desayunó café con pan y
salió de casa para volver a la central aun con los ojos entrecerrados y llenos de
lagañas, llegando a la parada del camión, volvió a ver a Don José dormido, con un
montón de cobijas sucias pero cálidas, dormía como piedra, aunque el ruido de los
Sergio “cha, pobre cuate” pensaba sintiendo algo de repugnancia y lastima por el
loco. El camión iba con las ventanas abiertas, dejando pasar todo el frio, los focos
lastimaban la vista y la música tan alta que lo único que Sergio podía escuchar eran
sus propios pensamientos así que estuvo pensando en Don José, pensaba en el
con unos toques de superioridad, porque Sergio era un hombre muy trabajador y
superarse de modo que Don José no era más que un pobre diablo, un haragán que
ganapán se fue a casa decepcionado de sí mismo. Bajando del camión, volvió a ver
a Don José, pero ya estando despierto, se retorcía sobre el piso con la camisa
abierta como babosa con sal diciendo “llévenme a los campos de amarando” una y
otra vez. Sergio no sabía de qué se trataba todo eso, pero la gente pasaba cerca de
no era asco porque ha visto cosas peores, no era un enojo genuino porque Don
José no le había hecho nada, tampoco era miedo porque solo era un hombre
inofensivo, era… envidia ¿Por qué Este loco podría echarse y retorcerse para
desahogar su angustia y el no? Sergio definitivamente quería vivir como Don José,
quería echarse y retorcerse por su horrible casa, por sus ratas, por su pésima paga,
Sergio estaba contento con eso, con que nadie lo molestara, sin duda alguna no
volvería a casa.