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REGLAMENTACIÓN AMBIENTAL Y COMPETITIVIDAD:

LOS TÉRMINOS DE UN DEBATE

Introducción

En la literatura sobre los aspectos económicos de los recursos


naturales y el ambiente predominaba hasta hace poco la noción de que la
reglamentación ambiental conlleva costos significativos, reduce el
crecimiento de la productividad y, por lo tanto, restringe la capacidad de las
firmas nacionales para competir en los mercados internacionales.

Según tal línea de argumentación, la pérdida de competitividad se


refleja en la reducción de las exportaciones y el aumento en las
importaciones, e induce la fuga de empresas nacionales hacia países en via
de desarrollo, en los cuales la reglamentación ambiental es más laxa.

En otras palabras, existe un intercambio fijo e inherente entre la


protección ambiental y la producción económica: para lograr la primera es
inevitable el deterioro de la segunda.

No obstante, a principios de esta década, un grupo de analistas lanzó


un reto a la teoría vigente al postular que la reglamentación ambiental
puede tener un impacto favorable en la competitividad nacional. En la
medida en que las firmas privadas y la economía como un todo, bajo la
obligación de cumplir con normas más estrictas, se tornan más eficientes en
el uso de los recursos (especialmente de los recursos naturales y de la
energía), se enriquece la productividad de los recursos y de las firmas
nacionales, y por ende el país como un todo mejora su capacidad para
competir al nivel internacional.

En este breve ensayo, se describe el perfil general del debate en torno


a la relación entre la reglamentación ambiental y la competitividad, con
animo de sentar las bases para un análisis futuro del tema al la luz de la
experiencia particular de Puerto Rico.

La evidencia empírica

La prueba de fuego para una teoría es la confrontación con los


hechos empíricos. Una teoría o hipótesis no sometida a prueba puede
sobrevivir en la sabiduría convencional o paradigma científico vigente por
mucho tiempo, siempre y cuando guarde correspondencia lógica con las
teorías ya sometidas al escrutinio de los datos, pero tarde o temprano tiene
que responder al reto de la realidad, particularmente cuando sus bases
mismas son desafiadas por hipótesis alternativas.

La realidad es que los exponentes de la teoría de intercambio entre la


reglamentación ambiental y la competitividad nunca lograron presentar
evidencia sólida de que la reglamentación ambiental tiene un efecto
adverso significativo sobre la competitividad.

En un resumen de la literatura empírica sobre el tema que se publicó


en Journal of Economic Literature1, se llegó a las siguiente conclusión al
respecto:

" Si bien los costos a largo plazo de la reglamentación ambiental


pueden ser significativos, incluyendo efectos adversos sobre la
productividad, los estudios que han intentado medir los efectos de la
reglamentación ambiental sobre las exportaciones netas, los flujos
internacionales de mercancías y las decisiones de localización de plantas
han producido estimados que son ya sea muy pequeños, estadísticamente
no significativos o no lo suficientemente robustos para verificar las
especificaciones de los modelos".2

Hay razones para pensar que aún queda mucho por hacer en esta
investigación. Es necesario superar las limitaciones cuantitativas y
cualitativas de los datos, aumentar la proporción de las compañías que
informan sobre sus operaciones a las agencias reguladoras y reconciliar las
acentuadas diferencias internacionales respecto al alcance de las normas de
protección ambiental.

De igual modo, es posible que, no empece a las discrepancias en


reglamentación entre los países industrializados y los países en desarrollo,
las firmas multinacionales prefieran establecer operaciones de alta
eficiencia en cualquier sitio en que se establezcan, con miras a mantener
una imagen de excelencia y de compatibilidad con las plantas establecidas
en los países industrializados, al mismo tiempo que las firmas de los países
en desarrollo prefieran establecer criterios más estrictos que los requeridos
en el país en cuestión, con la idea de mejorar su potencial de exportación y
evitar los costos de cumplir con reglas que se puedan trazar en el futuro.

1 Jaffe, Adam B., et.al., "Environmental Regulation and the Competitiveness of U.S.
Manufacturing", Journal of Economic Literature, Vol. XXXIII, Marzo de 1995, pags.
132-163.
2 Ibid, pag. 57. Traduccion del autor.
Así, la conjunción de las dos tendencias anteriores podría explicar la
ausencia de evidencia contundente sobre la fuga de empresas hacia países
con reglas ambientales menos estrictas.

La hipótesis de Porter

La implacable máxima de Aristóteles, en el sentido de que la


naturaleza odia el vacío, obró para que a principios de la década de los 90
un grupo de analistas, encabezado por Michael Porter, adelantara la
hipótesis alternativa de que la reglamentación mas bien estimula el
crecimiento económico y la competitividad.

Los argumentos centrales de esta nueva hipótesis son los siguientes:

1. En la medida en que las compañías operan en el mundo real,


sujetas a una intensa competencia, se ven obligadas a buscar soluciones
innovadoras a los nuevos problemas que plantean los competidores, los
clientes y las agencias reguladoras.

2. Si las normas ambientales se diseñan apropiadamente, como ha


ocurrido en algunos países altamente industrializados, éstas pueden inducir
el desarrollo de innovaciones que reduzcan los costos de producción. Se
trata de innovaciones que lleven a usar los recursos más productivamente-
desde las materias primas hasta la fuerza laboral y la energía-, lo cual
puede generar ahorros que sobrepasen con creces los costos de implantar
las normas ambientales.

3. A la larga, no sólo se logra una mejora en la calidad del ambiente,


sino que disminuyen los costos de producción, aumenta la calidad de los
productos y se fortalece la competitividad global de las empresas y del país
en general.

Desafortunadamente, hasta ahora la evidencia empírica citada por los


partidarios de la hipótesis alternativa es predominantemente anecdótica. Se
alude a tecnologías diversas como los convertidores catalíticos, las técnicas
de cultivo de la industria de flores danesa, y a la relación directa entre el
aumento en los costos de cumplir con la reglamentación ambiental y el
aumento en las patentes de tecnologías orientadas a ese propósito.

El único caso que se conoce de un estudio emprendido para


corroborar la tesis de Porter no logró demostrar una relación de causa y
efecto entre la reglamentación y el desempeño económico, aunque presentó
evidencia de que hay una asociación moderada, y consistentemente
positiva, entre el ambientalismo y el crecimiento económico, y de que la
búsqueda de la calidad ambiental no es un obstáculo para el crecimiento y
el desarrollo económicos.3

Implicaciones del debate

Independientemente de cuál de las dos hipótesis en conflicto logre


desarrollar las mejores evidencias empíricas en el futuro, el debate sobre
este tema ha ayudado a mirar desde un ángulo más benévolo e imaginativo
la función de reglamentación ambiental dentro del contexto de una
estrategia amplia para promover la competitividad nacional.

Se pueden enunciar varios postulados que podrían ser apoyados sin


mucha vacilación por los partidarios ambas hipótesis en conflicto:

1. La reglamentación debe ser estricta, pero al mismo tiempo debe


estimular el desarrollo de soluciones creativas, obtenidas mediante la
investigación y la experimentación con nuevas tecnologías.

2. Las exigencias de calidad ambiental (reducción de emisiones,


control de ruido, tratamiento de desperdicios sólidos, etc.) deben orientarse
a la prevención, dar flexibilidad en lo que respecta a las tecnologías para
cumplir con ellas y establecer fechas de cumplimiento realistas, amoldadas
a la capacidad de financiamiento de las empresas.

3. Los grupos ambientalistas deben ser integrados a los esfuerzos


para definir los fundamentos de la competitividad nacional, de manera que
no sólo contribuyan al diseño de reglas ambientales correctas, sino que
ayuden en los esfuerzos de comunicarle al público en general la
importancia de una política ambiental innovadora y dinámica.

4. Es imperativo desmontar el clima de tensión y antagonismo que


suele caracterizar las relaciones entre los reguladores gubernamentales, las
empresas productivas y los grupos ambientalistas, y reemplazarlo por un
red de mutuo apoyo en la cual el principio de la ventaja competitiva
nacional sea la meta que oriente las decisiones y acciones de dichos tres
componentes.

Comentario final

3Meyer, Stephen M., "Environmentalism and Economic Prosperity: Testing the


Environment Impact Hypothesis", M.I.T. Mimeo, 1992, Cambridge, MA.
Como bien señala Michael Porter4, el nuevo paradigma de la
economía global, que afirma que las naciones y compañías más
competitivas no son aquellas que tienen acceso a los insumos productivos
más baratos sino las que emplean las tecnologías y métodos más avanzados
en el aprovechamiento de sus insumos, ha traído a una misma escena el
mejoramiento ambiental y la competitividad.

En la coyuntura histórica en que se encuentra Puerto Rico en la


actualidad, cuando las circunstancias externas obligan a una evaluación del
futuro de cada uno de los aspectos de la la capacidad competitiva de la Isla
(la educación, la infraestructura, el sistema contributivo, las base
tecnológica y el orden social) el estudio de la relación entre la evolución y
estructura actual de la reglamentación ambiental ( en sus dos dimensiones:
federal y estatal) y el desempeño de la economía, especialmente del sector
manufacturero, se torna imperativo.

Sin duda, del análisis cuidadoso del debate de la ecología vs. la


economía, cuyos perfiles generales se han reseñado en este trabajo, pueden
surgir guías muy valiosas para evaluar las formas en que Puerto Rico pueda
lograr un desarrollo económico sustentable, es decir, que armonice el
avance de la producción y el empleo agregados con la protección
ambiental, en un marco en que se fortalezca la competitividad internacional
de la Isla.

4Porter, Michael y Claas van der Linde, "Green and Competitive: Ending the
Stalemate", Harvard Business Review, Septiembre-Octubre de 1995, pag. 133

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