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“SALVAJES POR MANDATO DE LA LEY”

El candado congresal que maneja el Movimiento al Socialismo como bancada


predominante en ambas cámaras orilló al país hacia un nuevo escenario,
elecciones generales, la presión política alcanzó un nuevo punto de fricción entre
oficialistas (Demócratas) y opositores (MAS) respecto al rol fiscalizador del
segundo en relación a los contratos de créditos gestionados ante diversos
organismos internacionales para atender las urgentes necesidades del sector
salud.
El pretexto opositor radica únicamente en la defensa de los intereses del Estado,
irónicamente cuestionando la corrupción de esta administración transitoria que
permite suponer que contar con mayores recursos solamente generará mayores
hechos de corrupción a nivel Central.
Al parecer los asambleístas opositores tuvieron fugaces clases de economía y
entienden de los riesgos del sobreendeudamiento del Estado señalando que el
verdadero problema no pasa por los limitados recursos disponibles sino por un
manejo transparente y oportuno en función de la priorización de necesidades.
Usted y yo sabemos que esto dista mucho de ser realidad, sin embargo, el Nivel
Central señala que sin estas leyes es imposible pensar en fortalecer la
paupérrima respuesta del sistema de salud nacional frente a la pandemia. Leyes
salvadoras, leyes que rigen nuestro comportamiento, leyes que en este país son
un recurso abundante inagotable dada la creatividad de nuestra sociedad en su
conjunto.
Cada problema en nuestro medio viene acompañado de una ley salvadora que
pretende solucionarlo, y lo hace por lo menos en el papel. Lamentablemente
nuestra sociedad está acostumbrada a demandar leyes para satisfacer su sed de
justicia y transformar una situación adversa en una situación libre de conflictos.
Si a esto sumamos los últimos 14 años como un boom de corporaciones y colectivos
sociales que a título de “reivindicar demandas históricas” bloqueaban calles,
carreteras, tomaban instituciones con el fin de hacerse valer frente al Estado, se
consolida un escenario ideal para la aprobación de un tendal de leyes “históricas”
a la altura de los sectores movilizados.
No importa si estas son viables o no, si se cuentan con los recursos para
efectivizarla, financiarla a través de instituciones vigentes o por ende la
creación de nuevas instituciones que la implementen, la “victoria” es meramente
simbólica.
Esto sucede también al interior de las instituciones con los elefantiásicos
manuales de funcionamiento en materia de contratación de bienes y servicios,
control social, procesos administrativos, etc. Todo esto ocasionado por las leyes
“anticorrupción” que como su nombre dice buscaban combatir este mal en todos
los niveles del Estado, ahora ustedes deben preguntarse ¿esta ley habrá logrado
su cometido?
El accionar torpe aletargado y ralentizado de los funcionarios públicos responde
a: 1) a la rebuscada hoja de ruta que debe recorrer un proceso para llegar a su
conclusión de manera transparente 2) el miedo de cada burócrata al realizar su
trabajo y dejar algún cabo suelto que insinué un comportamiento fuera de lo
“transparente” en sus propios parámetros que posteriormente se traduzcan en el
sometimiento ante la ley “salvadora”.
Así también pasa con temas como la Violencia de Género (feminicidios, acoso
político), Discriminación (Representación política, Racismo hacia los sectores
populares provenientes de Occidente en el Oriente), LGTB (derechos y
reconocimiento de su identidad) Maltrato Animal (Tenencia Responsable de
Mascotas, Control de Animales en Situación de Calle, Tráfico de Especies
Silvestres, reciente Caso del Zorro Antonio) no hay soluciones reales, tan solo
avances simbólicos.
El problema central no es la ley per se, sino la alta dependencia de la sociedad
actual a ellas. Hablamos de perder capacidades tan básicas como el dialogo, la
resolución de disputas, limitar nuestras acciones al punto de no afectar los
derechos individuales del prójimo, incluir a nuestros semejantes a un escenario
en igualdad de condiciones y establecer de manera pacífica la mejor manera de
interactuar como una comunidad.
Hoy por hoy ese mar de leyes ha deshumanizado al ciudadano, las leyes por si no
bastan para recomponer problemas que van desde lo más básico hasta lo más
complicado. Esa inhumanidad impide que el ciudadano pueda perseverar y
progresar, no solo en lo económico sino en lo personal, evolucionar hacia un estado
por encima de las leyes, donde uno actúa de manera positiva con su entorno no
porque una ley lo conmine sino simple y sencillamente está consciente que un
escenario de paz es de mutuo beneficio para él y todo su entorno.
Mientras esto no ocurra las leyes nos mantendrán en ese estado salvaje,
desmedido, incoherente e irracional sin perspectivas de superación.

Por: Carlos Armando Cardozo Lozada


Economista, Máster en Desarrollo Sostenible y Cambio Climático, Especialidad en Gestión del
Riesgo de Desastres y Adaptación al Cambio Climático, Presidente de Fundación Lozanía

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