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EDUCACIÓN Y DEMOCRACIA: UNA CRÍTICA A LA MADURACIÓN COMO

GÉNESIS DE ESTABILIDAD

Para nadie es un secreto que para apreciar la verdadera felicidad se debe padecer la
verdadera tristeza primero. Es un principio inherente a la naturaleza humana, y su
universalidad no se limita exclusivamente a la emocionalidad: para valorar la vida se debe
estar al borde de la muerte; para conocer la saciedad se debe sufrir las pasiones de la
hambruna; para acoger el calor se debe saludar a las inclemencias de la hipotermia. Siendo
así, el mismo criterio aplica para los sistemas políticos: para gozar la prosperidad se debe
llorar con la escasez (y aprender de ella). Qué mejor representante de esta ley que la
democracia; acreedora de todas las musas de la contemplación del bien en medio del mal.
Para llegar a entenderla se debe primero entenderse a uno mismo, así se puede gobernar
mejor lo interno. Dentro de cada uno existe la libertad, dentro de cada uno hay algo de
democracia. Y esto es tan inmanente a nosotros como lo es la apreciación de lo bueno,
como se dijo al inicio de este texto. Sin embargo, ser libres conduce a la angustia de serlo,
pues no se está escudado por la certeza: se tiene que buscar la propia, y si no se tiene algún
antecedente, aflora este icónico sentir. Así, lo único que queda por hacer es, llanamente,
utilizar el más humano de los sentidos (dije «humano», ¿no?): la razón. Se llega a la lógica,
la demostración, y —cómo no—, la ciencia, pues al no poderse imponer nada, se demuestra
algo. Pensar por sí mismo conduce a la indecisión, a la tragedia común humana, y es por
eso que alguien que esté cuesta arriba de mi razonar siempre será un refugio. Por eso, la
democracia es, esencialmente, una demostración de lo frágil que es el don del Homo
sapiens pero, al mismo tiempo, la madre de su resiliencia y del deseo por sobrevivir,
firmamento de la excelencia.
Al mismo tiempo, la preocupación de sí mismo se ve opacada por el reto que supone una
por el prójimo. Se debe aceptar y reconocer(se) en el otro a uno mismo: con sus propias
ideas, con sus propias opiniones, con sus propias propuestas. También, se debe considerar
la prudencia en el diálogo, y atacar argumentos y no personas. Y, al final, reconocerse a
través de la historia en lo que alguna vez fue la falta de libertad, hoy transmutada en
maduración (¿o democracia?)
Rebelde, ¿no? Un sistema político que pone a prueba lo que queda de la sociedad como
animales, el último dogma de la naturaleza. Aunque todo sea pintoresco en torno a lo que
ofrece la cosecha del esfuerzo de ilustrados que puedan pensar por sí mismos en el marco
de la democracia, superando todas estas pruebas, no deja de tratarse de un asunto plural al
que le atañen diversas formas de alcanzar lo bueno, lo que implica en sí mismo tener que
carear diversos pensares que no estén en esta línea que propugna la democracia. ¿Y qué
implica eso? Mirar a la cara diferentes problemas a lo largo del tiempo que, de una u otra
forma, harán que algunos piensen que la democracia no funciona. Sin embargo, lo que no
funciona es un sistema en el que todos piensen igual para que puedan llegar a un fin común,
pues esto va en contra de uno de los principios rectores de este esquema: la libertad.
Ahora bien, lo que queda es el mecanismo por el cual se podría hacer que los directamente
impactados por este sistema —el vulgo— lleguen a aceptarlo: la educación. Gran parte de
la educación es dogmática: el código de vestimenta, las asignaturas, los útiles. Así, se
relega al alumnado a la unanimidad ideológica, lo que deja fuera de pista la posibilidad de
superar la minoría de edad1 aún desde que legalmente se es menor de edad. No obstante,
existen en sí ciertas normas comunes que son irreprimibles, pues son completamente
necesarias para la misma educación, como la sintaxis, pero esto no tiene por qué
condicionar la verdadera manera en la que se imparte la educación escolar, pues en ella sí
existen diversas normas que van en contra de la misma libertad.
El dogma en el colegio no se da, necesariamente, cuando se impone una norma, sino
cuando no se hace el esfuerzo por demostrar. La demostración, parte inherente de la
ciencia, es esencial para la libertad, pues deja en claro lo que alguien puede o no hacer
pensando por su cuenta y esto, a la vez, se traduce en un fundamento de la educación en
democracia. Si a un niño no se le da la libertad de «hacer ciencia» por su cuenta, entonces
se le está limitando la capacidad de pensar y de poder ser un futuro forjador de una
sociedad basada en la libertad. De la misma manera, el fracaso también debe ser una forma
de hacer que alguien crezca, que alguien llegue a sus propias conclusiones, por lo que al
alumno le debe ser permitido fallar sin ser destructivamente reprendido o injustamente
alabado.
Finalmente, ¿es la maduración el mejor camino a la excelencia? ¿No hay métodos más allá
que el fracaso o la frustración? De seguro que sí, como lo es el establecimiento de
horizontes. Como los antiguos filósofos, cuyo instrumento para descifrar la realidad era
solo su inteligencia, se puede perfectamente filosofar acerca de lo que se quiere y, sobre
todo, preguntarse si es verdaderamente necesario llegar a un determinado fin, para así hacer
de la razón un canal por el cual llegar a lo requerido. Obviamente, se puede aprender del
fracaso, y no solo del propio, sino también del ajeno, pero al mismo tiempo se tiene la
posibilidad de aprender de la realidad, sea cual sea su propietario.

1
Concepto acuñado por Immanuel Kant en su ensayo Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la ilustración? La
minoría de edad refiere, según el autor, a la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la guía ajena.

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