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ESTUDIOS

LA MISA NO ME DICE NADA:

¿QUÉ OCURRE? ¿POR QUÉ?

Koldo Gutiérrez y José Luis Villota

Inspectoría Salesiana de Bilbao

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

Los autores constatan la crisis que se está produciendo en la celebración de la Eucaristía en muchos
jóvenes. Se hace una pregunta: ¿Es importante la Misa? Reconocen que no sólo es importante sino
fundamental en la espiritualidad cristiana. El artículo sostiene que Misa y fe van unidas. Una crisis en la fe,
produce un alejamiento de la Eucaristía; y un alejamiento de la Eucaristía debilita la vida de fe. Intentan,
los autores, interpretar qué ocurre y hacen algunas propuestas pedagógicas. En el último punto del artículo
hablan de la necesidad de unos educadores amantes de la Eucaristía.

“El día que se llama del sol (el domingo),

se celebra una reunión de todos los que viven

en las ciudades o en los campos…”

(San Justino,  Apología 1, 65-67).

San Justino, en el siglo II,  escribe cómo los cristianos se reúnen el domingo para recordar la
pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, para celebrar la Eucaristía. Si entramos en una iglesia
un domingo cualquiera, en estos inicios del siglo XXI, vemos cómo también hoy los cristianos se
juntan en comunidad para celebrar la Eucaristía. Pero si echamos una mirada a la Asamblea,
salvando honrosas excepciones, encontramos pocos jóvenes. No es sólo percepción nuestra,
también nos lo recuerdan los fríos datos sociológicos. Datos que piden análisis e interpretación.

1.     ¿Es importante la Misa?

En el mejor de los casos, en la Catequesis de Primera Comunión, catequistas, padres y sacerdotes


han hecho un gran esfuerzo por acompañar la educación en la fe de los niños con la asistencia a la
Eucaristía dominical. Esta unión de fuerzas (catequistas, padres y sacerdotes) deja un mensaje: la
Misa es importante. Necesitarán de esta convicción en muchos momentos de su vida.

Pero, en otras ocasiones, esta situación ideal no se consigue. Quizás por desinterés de los padres,
quizás por lejanía de la parroquia, o por la escasez de catequistas. En estos casos los niños van
haciendo suya otra convicción muy distinta: la Misa no es tan importante.

Pocos años después de la Primera Comunión, muchos niños dejan la Eucaristía dominical. ¿Qué ha
ocurrido? Es el momento del cambio de Primaria a Secundaria; es el tiempo en que los amigos
empiezan a tener gran peso en sus opiniones; es la etapa en que empiezan a ver atractiva la
manera desenfadada de vivir que presentan los medios de comunicación; es el momento de
estrenar su libertad personal y de sentir, como sea, su capacidad de autonomía e independencia.
Se inicia la adolescencia. Este territorio abrupto y accidentado va a ser su espacio vital durante
muchos años.

Y comienzan a discutir normas, orientaciones, experiencias que han recibido como herencia. Las
dudas en los contenidos de la fe les asaltan continuamente. La fe parece estar al margen, e incluso
en contra de su efervescente razón que lo cuestiona todo. Y por otro lado la fe no responde  a sus
ansias de utilitarismo:¿para qué sirve? Una niña de 11 años preguntaba recientemente a su madre:
¿es verdad lo de la Biblia o lo de los monos?, refiriéndose a la creación del mundo y a las leyes de
la evolución. La fe se contempla como cosa de niños, como una fantasía extraña. Además el
mensaje que reciben en  los medios de comunicación, y muchas veces en el ambiente cercano, es
que las cosas de la fe son de otro tiempo.

El primer indicador de que están llegando a ese momento lo recibimos cuando afirman: “La misa
no me dice nada”, “me aburro”, “me distraigo”, “no siento nada”, “es un rollo”, “es una pérdida de
tiempo”.

Este momento no sería preocupante si fuera pasajero, pero podemos constatar que muchos se
quedan aquí, en este terreno baldío para la fe,  durante muchos años. La mayoría va a dar pocos
pasos más en el camino de la fe. Estos, con los años, pueden ser personas muy preparadas,
personas muy brillantes, pero serán ‘como niños’ en cosas de fe.

Pero hay una oportunidad. Aunque algunos no avancen, otros por alguna experiencia, por algún
testimonio…, en algún momento de la vida, van a mantener su situación vital dentro de la
experiencia de la fe. Empezarán un proceso que les hará adultos en la fe. Para vivir este proceso
necesitarán ayudas: un creyente (sus padres, un educador, un sacerdote, un catequista, un
monitor), un ambiente (el colegio, su familia, la parroquia, el centro juvenil…). Estas ayudas serán
reconocidas como una gracia.

Misa y vida de fe

Es clara la relación que hay entre la Eucaristía y la vida de fe. “Este es el Misterio de la fe” dice el
sacerdote en cada Eucaristía. “La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de
[1]
modo particular en la mesa de la Eucaristía” .

Esta relación se concreta de manera distinta en las distintas edades de la vida. La Eucaristía es don
[2]
al hombre en camino . La fe (que es una) se vive de distinta manera de niño, de adolescente, de
joven y de adulto. En cada época de la vida podemos ser cristianos, según nuestra edad. Nuestros
problemas comienzan cuando no hay crecimiento o cuando desechamos la fe porque ya no nos
sirve. Por lo tanto cuando un adolescente o un joven tienen sus momentos de reformulación
existencial de la fe, la pregunta por la necesidad de asistir a la Eucaristía sufre la misma crisis.

 
Educadores que se hacen preguntas

¿Y cómo viven esta situación los padres, los educadores cristianos, los agentes de pastoral, o los
sacerdotes? En muchas ocasiones viven este momento con sinsabor y frustración. Se hacen
muchas preguntas: ¿Qué hemos hecho mal? ¿Qué falla? ¿Dónde no hemos acertado? ¿Qué está
pasando?

Por todo esto, nos parece oportuno reflexionar este tema. Sabemos que están en juego aspectos
teológicos, espirituales, litúrgicos, pastorales. Cada foco de luz (teológico, espiritual…) nos ayuda a
ver con más profundidad el problema.

Abiertos a todos estos puntos de vista, nuestro enfoque es preferentemente pastoral. El problema
de la Misa es también un problema pastoral.

“Sin la Eucaristía no podemos vivir”

Estamos convencidos de la centralidad de la Eucaristía en la vida de un cristiano. Es un


convencimiento no solo teórico, sino práctico. Es lo que hemos vivido en nuestra vida. Es lo que
nos hicieron gustar desde pequeños nuestros padres y educadores, nuestros sacerdotes.

Comenzábamos este apartado haciéndonos una pregunta: ¿Es importante la Misa? No sólo es
importante; es fundamental. Los primeros cristianos decían que “sin la Eucaristía no podemos
vivir”. Un cristiano sin Eucaristía va debilitándose, va perdiendo la fe, se va alejando de la
Comunidad.

2.     Claves de interpretación

Después de hacer una descripción de lo que vemos en muchos adolescentes y jóvenes, nos parece
oportuno ofrecer algunas claves de interpretación.

Hijos de la cultura de su tiempo

Nuestros jóvenes son hijos de la cultura de su tiempo. Describir cómo es la cultura actual no es
fácil. Siempre hay luces y sombras.

Nuestra cultura antropocéntrica tiene grandes valores que se ven en una vida más autónoma, unas
mayores posibilidades de comunicación e intercambio, un florecer de gestos de solidaridad, un gran
potencial técnico.

Pero también hay otros aspectos que pueden ser problemáticos. Desde un punto de vista general
parece que crece una visión inmanente de las realidades humanas. Se prefieren aspectos técnicos
sobre especulativos, pragmáticos sobre ideales. Prevalece el consumismo sobre la donación, el
hedonismo sobre el altruismo, el individualismo sobre la comunidad, el espectáculo antes que el
fundamento.

Los aspectos positivos son una oportunidad. Pero los aspectos problemáticos son una dificultad.
Todo esto hace que la cultura haya perdido parte de su trasfondo religioso. Una consecuencia de
toda esta situación la encontramos en que muchos jóvenes se sitúan al margen de una concepción
cristiana de las cosas.

“Lex credendi, lex orandi”

Los especialistas en liturgia usan esta expresión cargada de belleza y significado. En esta expresión
queda unida la fe con la oración, la fe y liturgia. Lo hemos dicho de otra manera: la Misa no puede
separarse de la vida de fe.

El Papa Benedicto XVI no se cansa de repetir que el mundo actual se está olvidando de Dios. De
este olvido no podemos esperar un mundo más humano, ni más fraterno, ni más solidario. Nuestro
problema, en el fondo, es un problema de fe. La cuestión central de este problema es dejar (o no
dejar) lugar a Dios en nuestras vidas.

Vamos a aplicar esta reflexión al trabajo pastoral. Cuando nuestra pastoral abre a la fe, al
encuentro con Jesucristo, no resulta extraña la Eucaristía. El encuentro con Jesús queda incompleto
si no acercamos al joven a la Eucaristía. Ya que la Eucaristía hace presente realmente a Jesucristo
resucitado, su vida y su muerte. En el altar toda la existencia humana se incorpora a Cristo, y a la
luz de su Palabra vida y muerte, pasado, presente y futuro quedan iluminados y marcados ya por
su salvación definitiva. En la Eucaristía nos encontramos por la fe, de una manera única y
privilegiada, con Jesucristo, que se ofrece como amor que salva, como misericordia que acoge,
como presencia que ilumina en el pan y en el vino eucarísticos. La historia de la Iglesia nos
recuerda que en la formación cristiana de los jóvenes la Eucaristía ha tenido un lugar privilegiado.
No deberíamos olvidarlo hoy tampoco.

Un problema de lenguaje o un problema de pérdida de ‘lo sagrado’

Para responder a la pregunta sobre qué está pasando, muchas personas creen que donde fallamos
catequistas y agentes de pastoral es en el lenguaje. Muchos jóvenes no conectan con la Eucaristía
porque no entienden su lenguaje. Quienes piensan así argumentan que las oraciones de la Misa, los
símbolos, los gestos, el ritmo de la celebración no dicen ya nada a los jóvenes.

Por el contrario, hay quienes consideran que después de haber hecho muchos esfuerzos por
adaptar el lenguaje lo que ha venido como consecuencia es la pérdida del sentido de lo sagrado,
del Misterio. Se ha frivolizado la experiencia creyente. La Misa aparece como un simple rito para
personas devotas.

Posiblemente no les falte razón a unos y a otros. Unos subrayan aspectos más antropológicos y
pedagógicos (el lenguaje) y otros aspectos más teologales y místicos (lo sagrado y el don). Estos
aspectos no están en el mismo nivel. No es lo mismo el continente que el contenido, la cáscara que
el huevo. Lo fundamental es el Misterio del Dios trinitario, que se ofrece gratuitamente; pero  hay
que reconocer que el lenguaje ayuda o dificulta su recepción.

El signo y el misterio que encierra

Otra manera de acercarse a este problema es hablar del signo y del misterio. En la liturgia entra en
juego el signo externo y el misterio invisible expresado por él. Podemos hacer una distinción entre
signo y símbolo. El signo es como un “servidor” que presenta a los personajes y se retira. El
símbolo se diferencia del signo en que da a conocer otra realidad y permanece, introduce en un
misterio que desborda. Vista así esta distinción hay que reconocer que no todo signo adquiere la
fuerza del símbolo.

Con los años, con el crecimiento de la experiencia de fe vamos entendiendo en plenitud el Misterio
eucarístico. Los gestos y los signos que empleamos en la Eucaristía parece que a los jóvenes no les
dice nada. Y así la Eucaristía se convierte en un banquete fabuloso junto al cual la gente se muere
de hambre.

La fe cristiana es ante todo la experiencia radical de un Misterio, el encuentro personal con el Dios
vivo y amoroso. Y este encuentro se vive y se celebra de forma única en la Eucaristía, en la que la
Iglesia da gracias a Dios por su infinita misericordia, revelada en Jesucristo, y de la que ella es
mediación histórica por la presencia del Espíritu Santo.

3.     Claves culturales y pastorales

Vamos a comenzar con algunas claves que configuran nuestra cultura actual. Nos pueden ayudar a
descubrir aspectos que motivan y mueven a nuestros contemporáneos, y desde ahí convertirlas en
claves pastorales y educativas. Después, en el siguiente punto, avanzaremos algunas propuestas
más prácticas.

Recordar es dar valor al presente (la Eucaristía es memorial)

La cultura postmoderna se entiende a sí misma como crítica de la modernidad, desde la sospecha


frente a la historia y su memoria, desde la desconfianza ante los grandes relatos, en un presente
sin referencias absolutas ni criterios definitivos. Hombres y mujeres, adultos y jóvenes, marcados
por el individualismo y por el deseo de bienestar, por el relativismo ambiental y la confusión de
valores, se sienten náufragos, ansiosos de acogida y compresión, pero sin capacidad para la
fidelidad en un tiempo de cambios bruscos y profundos.

Frente a ello, la Eucaristía significa memoria, sentido, fidelidad, entrega, salvación, amor…, todas
ellas grandes palabras bajo sospecha en el ambiente posmoderno. La Misa no consiste
simplemente en la celebración del recuerdo de un “héroe”, sino en la experiencia religiosa,
creyente de la vida y muerte de Jesús el Cristo, el Mediador definitivo de la salvación, a quien Dios
no abandonó en la amargura de su fin dramático, sino que lo resucitó a la Vida, como Dios de Dios,
como Luz de Luz. Y así en la Eucaristía nosotros confesamos que creemos en Dios que ama de
manera “real” al mundo y a todos los seres humanos, sea cual sea su condición, creencia y estatus.

La vida como espectáculo (la Eucaristía es expresión litúrgica)

La segunda característica cultural es el poder de lo mediático y el espectáculo. La realidad se


televisa, desde una guerra, a un atentado, pasando por un terremoto devastador como el de Haití.
El joven vive de manera ritual tantos momentos de su vida, en espacios quizá masificados y a
múltiples revoluciones por minuto.

La Eucaristía puede/debe ser un ejercicio de plasticidad y expresividad. No sintonizaremos con los


adolescentes-jóvenes de hoy si no somos capaces de revisar las maneras expresivas –más bien
inexpresivas- que están presentes en nuestros ritos y celebraciones comunitarias. Educar la
capacidad de expresar significa atender a un tipo de lenguaje ya “constituido”- el de la liturgia-
permeado con otras formas propias de los grupos que celebran: el canto, la expresión corporal y
plástica etc.
 

Mejorar la calidad de vida (la Eucaristía es fuente de la Gracia)

Un tercer acento hoy en día es el cuidado de la imagen, a nivel personal, y el concepto de calidad
como parámetro buscado en las organizaciones empresariales y sociales. El concepto calidad de
vida se asocia  a factores de salud física y psicológica. También tiene que ver con el nivel de vida y
poder adquisitivo de las personas. ¿Tiene esto algo que ver con lo nuestro?

Ciertamente ir a misa no te alarga la vida, ni sirve para encontrar trabajo si no lo tienes, pero sí
vale para vivir desde lo más auténtico de uno mismo: los valores y las creencias. Participar de la
Eucaristía significa participar con otros creyentes y compartir la esperanza en la vida, porque la
levadura del Reino, Dios con su amor infinito, va transformando misteriosamente la masa de
nuestro mundo y de nuestra historia. Participar en la Eucaristía supone comer el Pan de la Vida,
beber el Cáliz de la Salvación. Y de esta forma el Espíritu de Dios, respetando nuestra libertad,
dinamiza nuestra interioridad hacia el bien, hacia la bondad, hacia la autenticidad. Nos hace más
humanos y más creyentes.

La fiesta y las utopías humanas (la Eucaristía es anticipo del Reino)

Por último, nuestra cultura es sensible a los elementos relacionales y convivenciales. Comer juntos,
como amigos o entre compañeros de trabajo….es algo que se lleva. No digamos, ir de fiesta para
los jóvenes. Las comidas y los encuentros restañan heridas y  tienden puentes de comunión.

Por otra parte, las personas de nuestro tiempo son especialmente sensibles ante cualquier tipo de
violencia, discriminación o segregación. Conmueven de manera especial las grandes tragedias, y la
miseria que tiene que ver con de millones de seres humanos en el mundo.

El deseo de un futuro mejor, sin discriminación, en la justicia y en la paz, es una de las utopías
actuales. Celebrar la Misa es comer juntos y brindar por una misma causa, que es la causa del
hombre, porque el ser humano, sobre todo el pobre y el marginado, es la causa de Dios. Las
comidas de Jesús fueron el principio del banquete escatológico de los tiempos  mesiánicos, que se
nos promete por la fe. En la historia la eucaristía es el anticipo de la plenitud definitiva, que Dios
nos concederá al final de la historia.

Pero la Eucaristía no es una utopía sin rostro; es el encuentro salvador de Dios con la humanidad.
Dios y cada uno de los seres humanos que han vivido, viven y vivirán conforman el rostro real de
nuestras celebraciones. No es posible celebrar la Eucaristía sin traer al altar las esperanzas,
tristezas y alegrías de todos los hijos de Dios.

4.     Propuestas educativas

“Los pastores de almas fomente con diligencia y paciencia

la educación litúrgica y la participación activa de los fieles,

interna y externa, conforme a su edad, condición,


género de vida y grado cultura religiosa” (SC19)

La constitución conciliar sobre la sagrada liturgia, SACROSANCTUM CONCILIUM, propuso a los


pastores empeñarse con paciencia en la educación litúrgica y la participación activa de los fieles
(interna y externa). Sugiere que este empeño tenga en cuenta la edad, condición, género de vida y
cultura religiosa.

Este texto conciliar justifica una actitud pedagógica para ayudar a vivir la liturgia. La referencia a la
edad nos abre el camino para la educación litúrgica a niños, adolescentes y jóvenes. Por eso nos
atrevemos a proponer estas reflexiones.

Participación interior

De entre las acepciones de la palabra ‘participar’ nos encontramos con esta: “recibir una parte de
algo” (RAE). Teniendo en cuenta esta acepción tendríamos que destacar lo que acontece, lo que
recibimos en la Eucaristía.

Podemos entender, siguiendo esta acepción, que al participar en la Eucaristía recibimos al Señor.
[3]
“En la Eucaristía Jesús no da algo, sino a sí mismo” . Esto ha sido lo que ha entendido siempre el
pueblo cristiano. ¡Gran misterio, gran gozo, gran don!

¿Pero qué es la Eucaristía? El Papa Benedicto dice bellamente que “es el don que Jesucristo hace de
[4]
sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre” .

Es costumbre decir que la Eucaristía es culmen y fuente de la vida cristiana. También es así para
los jóvenes. Nuestra actitud, como agentes de pastoral, no puede ser otra que llevar a la fuente,
que acompañar a la cumbre. Es un camino largo, costoso. Pero cuando uno acompaña hasta la
fuente experimenta la alegría de poder compartir y comunicar lo mejor que tiene.

¿Por qué decimos que es culmen y fuente? Porque en la Eucaristía de una manera única,
sacramental, nos encontramos con el Señor presente en ella. Presente en el pueblo de Dios que se
reúne, presente en la Palabra, presente en las Especies eucarísticas.

Decimos que es culmen y fuente porque, en la Eucaristía, hacemos presente el Misterio de Cristo, y
hablamos de memorial. Este memorial resume en una maravillosa unidad, dentro del Misterio
pascual de Cristo, todo el plan de la salvación, desde la elección del Padre en la creación, a la
redención, a la parusía y la gloria. Sus puntos esenciales los expresamos en el “gloria” y “el credo”
y se actualiza en la plegaria eucarística.

Para poder vivir la Eucaristía, como culmen y fuente, es necesaria una participación interna.
Cuando hablamos de participación interior queremos expresar que, situados en el Misterio, se
comprende y vive cuanto acontece.

Son condiciones para esta experiencia de interiorización: Llevar la propia vida a la Eucaristía,
querer encontrarse con el Señor, tener una actitud de conversión continua, estar en actitud de
recibir, pedir la iluminación de la Palabra, sentir las necesidades de los hermanos como propias.
Participar de este Misterio, siempre trascendente, exige responder a la amorosa intención divina
con una actitud de fe y de amor.

 
Participación exterior

El texto conciliar también habla de participación exterior.  Participar es “tomar parte en algo”
(RAE).

Al participar de la Eucaristía lo primero que advertimos es que no estamos solos, sino que cada uno
es miembro de una Comunidad y que vivimos en comunión con la Comunidad eclesial que se sabe
Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo para la salvación del mundo. “La Eucaristía es Cristo que se nos
[5]
entrega, edificándonos continuamente como su cuerpo” . No se puede separar a Cristo de su
Iglesia.

Muchas personas hoy viven una gran soledad por ser rechazadas o por estar encerradas en sí
mismas. La comunión, la Comunidad supone, exige y respeta nuestra propia persona. La
Comunidad enriquece nuestra personalidad y queda enriquecida por ella.

El aspecto comunitario no se visibiliza sólo en la celebración de la Eucaristía, pero sí es verdad que


aquí adquiere su sentido más profundo. Es en la Eucaristía donde recordamos la entrega del Señor
para la salvación del mundo. Es en la Eucaristía donde nos comprometemos, como Comunidad,
como Cuerpo de Cristo, en la salvación de nuestro mundo hoy.

La Iglesia al definirse como Comunidad habla de sí misma como Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios.
El fundamento de la vida comunitaria no es un dato de sociología sino que está en Cristo y en su
Iglesia.

El documento conciliar que estamos comentando no sólo habla de condiciones interiores, sino de
condiciones exteriores.

Aquí entran en juego los sentidos exteriores: gestos, posturas, palabras, silencio, recogimiento.
Participar de la Eucaristía es entender y gustar los gestos, posturas, palabras, silencios…que la
liturgia ya tiene. La liturgia eucarística tiene distintos signos, entre ellos el de la palabra y la voz
(saber escuchar juntos, aclamar juntos, orar juntos, cantar juntos y estar en silencio); y el del
gesto (estar de pie, estar de rodillas, procesiones, mirar hacia el ambón, el altar, la cruz).

Participar exteriormente, y con prudente creatividad, es también elegir, en alguna ocasión, y de


manera bien comprensible, algún gesto, palabra…que nos pueda ayudar a celebrar el Misterio.

Creemos que pueden ser de gran ayuda esos tres criterios para la participación exterior: la
prudente creatividad, el cuidado de la preparación y la acogida. Desarrollar estas tres claves es
siempre cauce para posibilitar la participación fructífera en la Eucaristía.

Educación litúrgica

Seguimos comentando este rico texto conciliar. Queremos hablar ahora de la formación litúrgica.
La formación de los jóvenes en la fe y en el sentido litúrgico es una de las más claras metas de un
educador cristiano. Es además una solicitud que proviene del mismo proceso de la Iniciación
cristiana, en cuanto tiene de iniciación a la experiencia de fe y a la propia comunidad cristiana.

El primer obstáculo es el ambiente social, que dificulta con su empirismo y relativismo la


experiencia religiosa. No cabe duda de que hay que remar contracorriente. Y cuando uno va a
contracorriente, hay que saber avanzar con decisión y habilidad. Es decir, hay que fomentar
muchas y variadas iniciativas para que poco a poco los niños y jóvenes se familiaricen con la
liturgia.
De entre estas muchas iniciativas destacamos las siguientes: aprender a hacer silencio y conectar
con la propia interioridad; aprender a hacer pequeñas oraciones; dar a conocer la sagrada
escritura; aprender historia sagrada; enseñar el valor sagrado de este mundo: Dios creador;
ayudar a maravillarse por la creación; descubrir que en ocasiones hay que hablar de fracaso y de
pecado.

Siempre se ha dicho, y hoy vuelve a ser oportuno, que la educación litúrgica ha de tener en cuenta
estos aspectos: educación al símbolo (lenguaje); educación al misterio (mistagogía); educación a
la vida comunitaria.

Paciencia

Poco vamos a decir de este aspecto. Pero el mismo documento conciliar reconoce la dificultad de la
empresa, y por ello propone a los pastores ser pacientes. Ser paciente es: no sucumbir ante al
desaliento y las dificultades; no dejarse embargar por el desánimo que invita a pensar que no
tenemos nada que hacer; confiar en las niños y jóvenes que están dando pasos en su camino de
fe; saber que el Señor está empeñado en esta empresa; saber situarse en una clave de procesos y
confiar en la progresividad de las propuestas.

5.     Necesidad de educadores.

Todo lo dicho hasta ahora requiere de unos educadores amantes de la Eucaristía. Desde el inicio de
estas reflexiones hemos subrayado la conjunción de fuerzas, ministerios y carismas entre padres,
educadores cristianos y sacerdotes.

Una persona alcanzada por Cristo no puede guardar sólo para ella misma el amor que celebramos
en la Eucaristía. Podemos hablar de hombres y mujeres eucaristizados, hechos por la Eucaristía. Un
educador así (padres, catequistas, monitores, sacerdotes) no puede tener a Cristo sólo para sí. Un
educador así está dispuesto para la misión: comunicar, anunciar, compartir a Jesucristo.

Un hombre, o mujer, eucaristizado se convierte en un testigo. A Cristo siempre lo han anunciado


auténticos testigos. La importancia que demos a la Eucaristía, nuestra forma de participar en la
misma, será un punto clave de referencia para muchos jóvenes si nos ven alegres, coherentes,
gozosos de nuestra fe.

Sacerdotes

La vocación del presbítero se configura en relación con Jesús, Pastor supremo que reúne mediante
la caridad a los suyos en torno a sí. El sacerdote no solo encarna a Jesucristo ante los demás, sino
que le es propia la función de educador y mistagogo.

En la ordenación sacerdotal han resonado con fuerza unas palabras que son un encargo y una
responsabilidad: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que
[6]
realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor” .

Al sacerdote  le corresponde especialmente el arte de celebrar. El arte de celebrar tiene que ayudar
[7]
al sentido de lo sagrado y está al servicio de la celebración.

Pero su fidelidad es doble: no solo es fiel al acto eucarístico y al misterio trinitario que refleja, sino
también al pueblo de Dios, en su pluralidad de personas, y en la situación concreta en la que vive.
De ahí que la expresión celebrativa tenga mucho de “arte”, como capacidad de expresar
convenientemente y de manera pedagógica el misterio, asociado éste a la Belleza de Dios.

La Comunidad Cristiana

La misma comunidad cristiana se convierte en mediación educativa, cuando se expresa como


asamblea litúrgica. La manera de situarse en torno, la expresión vocal, la intensidad y cuidado de
los cantos, la participación de los diversos ministerios en la misma eucaristía, se convierten en
elementos capaces de educar a la celebración.

Sin duda que el testimonio de comunidades cristianas convencidas y gozosas en su fe, van a
ayudar a formar nuevas generaciones de cristianos para nuestro tiempo.

Educadores cristianos: los catequistas.

Los catequistas son los “maestros” de la comunidad cristiana, un ministerio verdaderamente


importante y fundamental. Es de su competencia el iniciar sistemáticamente a los catecúmenos en
todas las tareas propias de la vida cristiana; entre ellas, la iniciación litúrgica y eucarística (DGC
85)

Dentro de la tarea pedagógica propia de los catequistas, pueden desarrollar una labor importante
ayudando a experimentar el silencio, y a expresar de formas diversas lo que concierte a la vida y
sus sentimientos: expresión corporal, artística, plástica, simbólica. Sin duda, esto ayudará a
entender la liturgia como expresión que tiene que ver con la vida personal y comunitaria, que junto
a la vida entregada y resucitada de Jesús, se ofrecen al Padre por la fuerza del Espíritu Santo.

Eucaristía y familia

El Papa Benedicto escribe: “En la acción pastoral se tiene que asociar siempre la familia cristiana al
Itinerario de Iniciación. Recibir el bautismo, la Confirmación y acercarse por primera vez a la
Eucaristía son momentos decisivos no sólo para la persona que los recibe sino también para toda la
[8]
familia, la cual ha de ser ayudada en su tarea educativa por la comunidad eclesial” .

San Juan Bosco fue un santo educador convencido en su vida personal y también en el trabajo
apostólico de la importancia de la Eucaristía. En su formación tiene un papel primordial su madre
Margarita Occhiena, quien fue para él educadora y también catequista. Recordando el día de su
Primera Comunión hace el siguiente comentario:

“Aquella mañana no me dejó hablar con nadie, me acompañó a la sagrada mesa e hizo conmigo la
preparación y acción de gracias. No quiso que durante ese día me ocupara de ningún trabajo
material, sino que lo emplease en leer y rezar; Entre otras muchas cosas, mi madre me repitió
varias veces estas palabras: Querido hijo, este ha sido para ti un gran día. Estoy persuadida de que
Dios verdaderamente ha tomado posesión de tu corazón. Prométele que harás cuanto puedas por
conservarte bueno hasta el final de tu vida. En lo sucesivo, comulga con frecuencia, pero evita
cometer sacrilegios. Declara siempre todo en la confesión, sé siempre obediente, ve con gusto al
catecismo y a los sermones; pero, por el amor del Señor, huye como de la peste de cuantos tienen
malas conversaciones. Recordé y procuré poner en práctica los avisos de mi piadosa madre. Desde
aquel día, creo que mi vida ciertamente mejoró algo, sobre todo, en lo referido a la obediencia y
sumisión a los demás, que tanto me costaban antes, pues siempre quería contraponer mis pueriles
[9]
deseos a quien me mandaba algo o daba buenos consejos” .

Es un texto delicioso. Está escrito en otra época, pero deja ver una madre que acompaña a su hijo
en la vida de la fe.  Una madre que sabe transmitirle con palabras comprensibles lo central (“Dios
ha tomado posesión de tu corazón”). Sabe unir los sacramentos de la Eucaristía y de la Confesión.

Muchos educadores y sacerdotes hemos conocido familias que se implican de manera decisiva en la
educación de sus hijos, concretamente en la educación en la fe. En ocasiones subrayamos, sobre
todo el hecho de familias que no se implican, pero también podemos dar un testimonio auténtico
de familias comprometidas.

Por aquí, o por allá, se van haciendo experiencias para resaltar el rol fundamental de la familia.
Hay experiencias que llevan el nombre de catequesis desde la comunidad (destacando el valor
comunitario) o catequesis intergeneracional (ofreciendo una catequesis que con distintas
metodologías puedan servir al mismo tiempo para pequeños y mayores). Son experiencias muy
prometedoras.

Podemos destacar una experiencia que se va consolidando, la catequesis familiar. Se desarrolla de


maneras distintas en distintos lugares. Pero tiene una misma intención: que los padres se
conviertan, de manera visible y concreta, en los catequistas y educadores en la fe de sus hijos.

Sinergias y unión de fuerzas

Está de moda hablar de “trabajo en red” en contextos distintos. Cuando unimos nuestras fuerzas
(talentos, conocimientos, habilidades, carismas) a las fuerzas de otros con unos fines concretos,
estamos trabajando en red.

En el trabajo pastoral es hoy una necesidad compartida. Cada vez vemos menos necesario el
trabajo de “francotiradores” y más necesaria la unión de fuerzas e intenciones.

Por ejemplo, en estos momentos muchos agentes de pastoral dedicados a los niños, ven más
necesario que nunca hacer real esta máxima “nada sin la familia”. Estos educadores saben lo
importante que es la familia, especialmente para los niños, y quieren ser una ayuda para ellos.

Podríamos constatar cómo en la pastoral juvenil se va viendo que el futuro va a tener que ser
pensado con un protagonismo mayor de las familias.

Koldo Gutiérrez

José Luis Villota

 
 

[1]
Sacramentum Caritatis, 6.

[2]
Sacramentum Caritatis, 30. También en este número, el Papa Benedicto escribe: “el hombre ha sido creado para la
felicidad eterna y verdadera, que sólo el amor de Dios puede dar…Esta última meta, en realidad, es el mismo Cristo Señor,
vencedor del pecado y la muerte, que se nos hace presente de modo especial en la Celebración eucarística”.

[3]
Sacramentum Caritatis, 7.

[4]
Sacramentum Caritatis, 1.

[5]
Sacramentum Caritatis, 14.

[6]
Pontifical Romano. Ordenación del Obispo, de Presbítero y de Diácono, Rito de la ordenación del presbítero, n.150.

[7]
Cfr. Sacramentum Caritatis, 40.

[8]
Sacramentum Caritatis, 19.

[9]
San Juan Bosco, Memorias del Oratorio, CCS, 2003, 18-19.

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