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Jorge Guillermo Pórtela*

Construcción del consenso


moral del consenso y ley natural
Construction of the moral consensus
of the consensus and law nature

Recibido: 15 de abril de 2015 / Aceptado: 10 de junio de 2015


http://dx.doi.org/10.17081/just.20.28.1033

Palabras clave: Resumen


Consenso, Contractualismo, Derecho, En el presente trabajo se intenta precisar el origen del término “consenso”,
Objetividad y Verdad. sus implicaciones y alcances a la luz de la doctrina del derecho natural clásico.
Se intenta demostrar cómo el uso moderno de la palabra “consenso” se en-
cuentra totalmente separado del concepto de verdad. Se efectúa un análisis de
los principales autores contractualistas y neocontractualistas confrontando sus
teorías con las de algunos representantes del iusnaturalismo contemporáneo.

Key words: Abstract


Consensus, Contractualism, Law, In this work, I will try to state accurately the origin of the word “con-
Objectiveness and Truth. sensus”, its implications and its connotations, enlightened by the doctrine
of classic natural law. I will try to demonstrate how modern use of the word
“consensus” is totally separate from the notion of truth. An analysis of main
contractualism and new contractualism authors is done; and their theories are
compared with those belonging to some authors which represent contempora-
neous iusnaturalism.

Referencia de este artículo (APA): Pórtela, J. G. (2015). Construcción del consenso moral del consenso y ley natural. En
Justicia, 28, 32-55. http://dx.doi.org/10.17081/just.20.28.1033

* Profesor Titular Ordinario de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires.
jg_portela@yahoo.com.ar

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El estado moderno fabrica las opiniones incluso, para comprender más profundamente
que recoge después respetuosamente con el nuestra postmodernidad “líquida”; conviene de-
nombre de opinión pública. tenernos a meditar acerca de sus orígenes y de su
Nicolás Gómez Dávila, alcance. El alcance del término “consenso” nos
Escolios a un texto implícito. remite, por otra parte, a una cuestión no menor:
su relación con la verdad, ni más ni menos.
Para transformar la idea de ‘contrato so- La temática referida a la verdad, empero,
cial’ en tesis eminentemente democrática se causa alguna irritación cuando la trasladamos
necesita el sofisma del sufragio. Donde se su- a la esfera de lo público. En realidad, puede
ponga, en efecto, que la mayoría equivale a la verse que su uso es “políticamente incorrecto”.
totalidad, la idea de consenso se adultera en Sin embargo, el problema de la verdad resulta
coerción totalitaria. crucial y supone un total rechazo de cualquier
Nicolás Gómez Dávila, especie de relativismo o de formalismo, incluso.
Escolios a un texto implícito. Este estudio, por ende, pretende demostrar
que: 1.) es posible alcanzar la verdad; 2.) la ver-
El voto de un país débil y pequeño puede dad es preferible al error; 3.) la esfera de lo pú-
hacer que la balanza se cargue de un lado o se blico y la de la política reclaman a gritos que sus
cargue de otro lado (…). Y ahora llego yo, que dirigentes no les mientan; 4.) pensar que cada
soy de peso pluma como quien dice, y según uno dice la verdad o es dueño de ella, es una
donde yo me coloque, de ese lado seguirá la de las formas más perversas de relativismo; 5.)
balanza. ¡Háganme el favor! ¿No creen ustedes la función de la política es hacer buena la exis-
que es mucha responsabilidad para un solo ciu- tencia en sociedad, no ser una máquina creadora
dadano? No considero justo que la mitad de la de agentes de la duda; 6.) el consenso muchas
humanidad, sea la que fuere, quede condenada veces se elabora con técnicas de persuasión to-
a vivir bajo un régimen político y económico talmente alejadas de la idea de verdad.
que no es de su agrado, solamente porque un Ciertamente, esta especie de “ética sin ver-
frívolo embajador haya votado, o lo hayan he- dad” se traslada al campo de lo jurídico. Se ha-
cho votar, en un sentido o en otro. bla entonces, análogamente, de un “derecho sin
Mario Moreno, “Cantinflas”. Parte del céle- verdad”, totalmente formalizado y, por ende,
bre monólogo del film “Su Excelencia”, 1967. construido sobre la base de un profundo des-
precio por la realidad. Sin embargo, el término
INTRODUCCIÓN “consenso” como tal, como veremos ensegui-
En todos lados se habla de “consenso”. Más da, ha tenido un origen relativamente moderno.
allá de pensar que nos encontramos, sin duda, Hobbes no lo utiliza expresamente, prefiriendo
ante una palabra clave que nos puede ayudar, hablar de “mayorías” en el origen mismo de la

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hipótesis contractual originaria. Locke es el pri- el “consenso” resulte ser, en condiciones prác-
mero que se expresa utilizando este concepto en ticas y lógicas, un “consenso de mayorías”, es
materia política; y Rousseau, posteriormente, decir, un acuerdo al que ha arribado la mayoría
retoma la idea hobbesiana de las mayorías al re- del cuerpo político, más allá que por consenso,
ferirse a la voluntad general. en sentido amplio; por una convergencia de vi-
Analicemos más profundamente, entonces, la siones en torno a opiniones o creencias (Pintore,
génesis del término “consenso”, para luego estu- 2005, p.181).
diar el alcance que el mismo tiene desde el punto Resulta ilustrativo indicar aquí que ambos
de vista político y jurídico, respectivamente. términos: “consenso” y “mayoría”, respectiva-
mente; han sido empleados a destajo por el con-
Origen moderno del término “consenso” tractualismo clásico, es decir, aquel que fuera
Aclaramos desde ya que en este trabajo no esbozado por Hobbes en su Leviatán (una ver-
se emplea la expresión “consenso” como noción sión dura, por cierto, del pactismo, que Hannah
“prepolítica”, como cuando decimos, v.gr., que Arendt denomina “vertical”), luego corregido
deben alcanzarse ciertos acuerdos básicos para por Locke en su Segundo Ensayo sobre el Go-
hacer posible la vida en sociedad o para poner en bierno Civil (un modelo que la misma Arendt
marcha a la comunidad política. Tampoco utili- denomina, por oposición al primero, “horizon-
zamos el término en un sentido “débil”, como, tal”) y posteriormente refundido en la concep-
por ejemplo, cuando hablamos de que hemos ción de Rousseau, plasmada principalmente en
acordado con otra persona hacer algo determi- el Contrato Social y solo secundariamente en
nado o realizar alguna conducta en lugar de otra. Emilio o la Educación.
Aquí, en consecuencia, el concepto de “con- Desde la publicación del Leviatán, en 1651,
senso” hace referencia al tipo de acuerdo que se pasando por el Segundo Ensayo lockeano, que
genera en la asamblea política y a partir del cual diera a la luz en 1689, hasta el Contrato Social
se crean normas jurídicas o se implementan de- de Rousseau, surgido entre 1760 y 1761, han
terminadas acciones de gobierno. En realidad, pasado poco más de 100 años. Y en ese corto
debe reconocerse que este es el sentido más periodo, por obra de estos tres autores, se sen-
usual en el que se utiliza dicho vocablo. taron las bases ideológicas de la noción que hoy
Hecha esta aclaración previa, debemos se- en día tenemos de consenso, como veremos más
ñalar que, pese a que podría suponerse lo con- adelante.
trario, la utilización del término “consenso” en Ahora bien, entre Hobbes, Locke y Rousseau
la literatura política es relativamente moderna, no encontramos una evolución del concepto de
si tenemos en cuenta que el concepto ha sido consenso que podríamos llamar “lineal”. Basta
empleado en sentido análogo al de “mayoría”. acudir a las fuentes para constatar que Hobbes
No puede sino pensarse, en consecuencia, que es el que comienza a hablar de “mayoría”; que

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Locke utiliza directamente la expresión “con- lo mismo que si fueran suyos propios, al objeto
senso” como análoga a la de “mayoría”, tal de vivir apaciblemente entre sí y ser protegidos
como adelantamos más arriba; y que en Rous- contra otros hombres” (Leviatán, Parte II, Cap.
seau ya hay una total fusión de ambos térmi- XVIII).
nos. Veamos, entonces, los textos que permiten Hay aquí dos ideas importantes: la primera
abonar lo hasta aquí expuesto, prestando debida es la noción de “representación”. La persona (o
atención, asimismo, al sentido en el que los au- asamblea) que resulte electa mayoritariamente
tores nombrados utilizan dichos conceptos. se transforma, por una ficción, en el represen-
Advirtamos, de paso, que la misma idea de tante no solo de sus electores sino también de la
contrato forma parte de un juego de suscitacio- minoría: tanto los que han votado a favor como
nes siempre presente en la escena político-jurí- en contra tendrán similar “mandatario”. La se-
dica. Así, por ejemplo, fue Alexis de Tocqueville gunda ya es típicamente hobbesiana: el contrato
el que constató que en los Estados Unidos cada que me permite vivir en el estado de sociedad
ciudadano tiene una especie de interés personal me otorga una intrínseca seguridad que evita el
en que todos obedezcan las leyes, porque el que estado de naturaleza, es decir, la lucha de todos
ahora no forma parte de la mayoría estará qui- contra todos.
zá mañana en sus filas. En efecto, para el gran Ciertamente, ese hombre o mayoría de indi-
pensador francés, el ciudadano común en Nor- viduos elegida mayoritariamente es el sobera-
teamérica se somete a la ley sin esfuerzo, no so- no. Y ciertamente, en un sistema así, la facultad
lamente como a la obra del mayor número, sino primordial que posee es la de dictar leyes. Pero
también como si ella fuera su propia obra, por- ¿qué piensa Hobbes acerca de la ley? Recorde-
que la considera desde el punto de vista de un mos que, por una ficción, nuestro representante,
contrato en el que hubiera tomado parte. transformado en tal por el voto mayoritario, rea-
Pero, volviendo a nuestro hilo respecto al liza acciones, formula juicios; y que esas con-
contractualismo clásico, sin duda, para Hobbes ductas con trascendencia política han de consi-
el origen del Estado es el contrato: “(…) un Es- derarse como hechas por nosotros mismos. El
tado ha sido instituido cuando una multitud de remate de semejante concepción no puede ser
hombres convienen y pactan, cada uno con cada más interesante: “No entiendo por buena una ley
uno, que a un cierto hombre o asamblea de hom- justa, ya que ninguna ley puede ser injusta. La
bres se les otorgará, por mayoría, el derecho de ley se hace por el poder soberano, y todo cuanto
representar a la persona de todos (es decir, de ser hace dicho poder está garantizado y es propio de
su representante). Cada uno de ellos, tanto los cada uno de los habitantes del pueblo; y lo que
que han votado en pro como los que han votado cada uno quiere como tal, nadie puede decir que
en contra, deben autorizar todas las acciones y sea injusto. Ocurre con las leyes de un Estado
juicios de ese hombre o asamblea de hombres, lo mismo que con las reglas de un juego: lo que

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los jugadores convienen entre sí no es injusto siado preciso a la hora de explicar el contenido
para ninguno de ellos” (Leviatán, Parte II, Cap. de ese bien común, que a veces resulta identifi-
XXX). cado con un vago y genérico “bien del pueblo”,
Sabemos que la idea que encierra este pá- a partir del cual nuestro autor, apartándose de
rrafo es la clave de bóveda del positivismo ju- Hobbes, justifica cierto derecho de resistencia a
rídico. Una idea que, como veremos enseguida, la opresión. Pero no nos desviemos de nuestro
desarrollará más tarde Rousseau y que es el leit- tema.
motiv de nuestra conferencia: la ley que emana Locke tiene un punto de vista sumamente
del consenso, la norma jurídica que nace de la crítico respecto de la filosofía hobbesiana, pero,
mayoría, a juicio de uno de los padres fundado- sin embargo, ambos coinciden en un punto: nos
res del contractualismo clásico, jamás puede ser encontramos frente a dos contractualistas con-
injusta. Nos encontramos nuevamente frente a vencidos, ya que ambos autores, a diferencia de
una ficción, un “mito”, un “constructo” –en el lo que ocurrirá con Rousseau y lo que sostendrá
sentido de algo creado idealmente por la mente posteriormente Rawls, opinaban que el contra-
humana–: todas las leyes positivas son conside- to no era una mera hipótesis, una construcción
radas justas porque surgen del “consenso”. ideada al sólo efecto metodológico, sino que el
En fin, sabido es que en una situación así, al pacto había tenido realmente lugar en algún mo-
hombre se le anula su razón y su conciencia, lo mento, in illo tempore.
que el mismo Hobbes denomina su “conciencia Locke utiliza conscientemente la palabra
privada”. El único cartabón es la “razón públi- “consenso”, puesto que advierte que sin un régi-
ca”, equivalente a la razón del supremo repre- men de mayorías el sistema de gobierno demo-
sentante de Dios. Pero como ocurre que la figura crático no puede funcionar:
del soberano coincide con la de ese intermedia- Será, pues, preciso que el cuerpo se traslade en la
rio con la divinidad, en la medida en que por el dirección que lo impulsa la fuerza mayor, la cual
pacto le hemos dado –como ya vimos– el poder no puede ser otra que la que surge del consenso
soberano, él podrá hacer todo lo necesario para de la mayoría. En consecuencia (…) el acto de la
nuestra seguridad y defensa. De hecho, como mayoría pasa a ser el acto de la totalidad y, por
ya lo reconoce una de las más crudas máximas supuesto, sus resoluciones son definitivas, pero se
hobbesianas: la autoridad –en el sentido de “po- entiende, por ley natural y racional, que cuenta
der”–, no la verdad, es la que hace las leyes. con el poder de dicha totalidad (Segundo Tratado,
Con Locke, en cambio, nos encontramos Cap. VIII, nº 96).
frente a una versión “suave” del contractualis- Mediante una ficción, entonces, la mayoría
mo, ya que las decisiones que adopte el mayor –que no es, por propia definición, la totalidad–
número tienen el límite impuesto por el bien co- se “transforma” entonces en “totalidad”. De tal
mún. De todas maneras, Locke no resulta dema- modo, según Locke (1689) en su Segundo Tra-

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tado, los hombres “se ponen a sí mismos bajo porque es imposible que el cuerpo quiera lesio-
obligación, ante los miembros de esa sociedad, nar a todos sus miembros” (Contrato Social, Li-
de someterse a la determinación y resoluciones bro I, Cap. VII).
de la mayoría” (Segundo Tratado, Cap. VIII, nº En palabras de Rousseau, el soberano, so-
97). Esto resulta obvio puesto que un compro- lamente por serlo, es siempre lo que debe ser.
miso con la sociedad no tendría ningún valor si Con lo cual elabora, sin quererlo, un argumen-
no estuviéramos obligados a obedecer las deci- to refutatorio de la conocida falacia naturalista
siones que, en forma de normas jurídicas, ema- de Hume, tan poderoso es su constructo. Como

nan del consenso. cuando sostiene: “La voluntad general es siem-


pre recta y tiende siempre a la utilidad pública”
Inmediatamente, Locke admite que solo un
(Libro II, Cap. III), que nos recuerda la tesis de
constructo, una ficción, es capaz de hacernos
Hobbes a la que ya hicimos referencia al hablar
creer que el consenso de la mayoría es obra de
de la justicia de la ley. En efecto, para Rousseau
la totalidad, pues resulta imposible que medie el
no hay que preguntar a quién corresponde hacer
consentimiento de todos y cada uno de los indi-
las leyes “puesto que son actos de la voluntad
viduos, debido a la variedad de opiniones e inte-
general (…), ni si la ley puede ser injusta, por-
reses que inevitablemente conviven en cualquier
que nadie es injusto consigo mismo; ni cómo
colectivo humano: “(…) allí donde la mayoría
se puede ser libre y estar sometido a las leyes,
no se impone a los demás, resulta imposible que
puesto que no son estas sino registros de nuestra
el cuerpo político actúe como tal cuerpo único y,
voluntad” (Libro II, Cap. VI).
consecuentemente, se disolverá de nuevo inme-
Indudablemente, Rousseau advierte que el
diatamente” (nº 98). consenso unánime es una utopía. Solo puede
Ahora bien, este sistema de ficciones y mitos, exigirse unanimidad en la ley que constituye el
tan característico del contractualismo, tiene su pacto social. Y, de un modo absolutamente au-
concreción en el que probablemente sea el más daz, escribe:
conocido, aunque paradójicamente menos leído, Cuando se propone una ley en la asamblea del
de los pactistas clásicos: Juan Jacobo Rousseau. pueblo, lo que se les pregunta no es precisamente
Rousseau toma elementos de Hobbes y Loc- si aprueban la proposición o la rechazan, sino si
ke y lleva a su más álgida expresión la noción es conforme o no a la voluntad general que es la
de consenso mayoritario. En tal sentido, su lógi- suya; cada uno, al emitir su voto, expone su pa-
ca es irrefutable, puesto que de la afirmación de recer sobre el particular, y del posterior escrutinio
que el soberano está formado por los particula- se deduce la declaración de la voluntad general.
res que lo componen y, por lo tanto, no tiene ni Así pues, cuando es la opinión contraria a la mía
puede tener un interés contrario al suyo, conclu- la que prevalece, eso no demuestra otra cosa sino
ye inmediatamente: “el poder soberano no tiene que yo estaba equivocado, y que lo que tenía por
ninguna necesidad de garantía para los súbditos voluntad general no lo era (Libro IV, Cap. II).

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Esta fórmula es, sinceramente, increíble. Se votantes. Quizás deposito el voto que creo más
han sentado las bases que van a explicar las tesis acertado, pero no estoy realmente convencido
de los más importantes autores contemporáneos, que eso deba prevalecer. Estoy dispuesto a dejarlo
entre los que debemos mencionar de un modo en manos de la mayoría. Su obligación, por tanto,
inequívoco a Rawls y Habermas, para citar solo nunca excede el nivel de lo conveniente. Incluso
a dos autores en los que se demuestra la impor- votar por lo justo es no hacer nada por ello. Es tan
tancia que ha adquirido la utilización del térmi- solo expresar débilmente el deseo de que la jus-
no “consenso” en la teoría política de nuestros ticia debiera prevalecer. Un hombre prudente no
días. dejará lo justo a merced del azar, ni deseará que
Empero, por razones de espacio, nos refe- prevalezca frente al poder de la mayoría (Tho-
riremos únicamente a la noción de “consenso” reau, 1987, p.36).
tal como se encuentra en John Rawls, y tan solo Podríamos incluso ir más atrás, si queremos.
marginalmente nos ocuparemos de las tesis de La desconfianza respecto del error en el que
Habermas. puede incurrir la mayoría –o el “consenso”, en
términos actuales–, ya está expresada con pala-
Algunas aporías. El punto de vista Rawl- bras proféticas en el Antiguo Testamento. Lee-
siano mos: “No sigas la muchedumbre para obrar mal,
Sin duda que las tesis de Hobbes y Rousseau ni en el juicio te acomodes al parecer del ma-
generan más de una dificultad. ¿Acaso el con- yor número, si con ello te desvías de la verdad”
senso mayoritario no ha producido, histórica- (Éxodo, 23, 2).
mente, más de una monstruosidad? Referirse a La tradición veterotestamentaria toca aquí un
ello es hoy casi un lugar común pues ya nadie tema clave que no debemos soslayar cada vez
discute que la mayoría, contra lo que suponían que examinemos el consenso: el funcionamiento
dichos autores, pueden equivocarse y de hecho de la regla de la mayoría y su relación ni más
han errado malamente. ni menos que con la noción de verdad. Después
El punto de vista escéptico respecto de la de todo, tenemos derecho a ello si tenemos en
regla de la mayoría, sin embargo, no es nuevo. cuenta que, tal como hemos visto, el mismo
Ya Thoreau en 1848, en páginas que han sido Rousseau utilizó el mito de la voluntad general
utilizadas indistintamente tanto por teóricos de como sinónimo de rectitud al señalar que cuan-
izquierda como de derecha, decía: do ella triunfa sobre mi opinión, eso demuestra
Las votaciones son una especie de juego, como simplemente que “yo estaba equivocado”.
las damas o el backgamon que incluyesen un sua- Si estoy equivocado, he caído en el error.
ve tinte moral; un jugar con lo justo y lo injusto, Desde luego, la noción de error solo tiene sen-
con cuestiones morales; y desde luego incluye tido si poseo previamente la noción de verdad.
apuestas. No se apuesta sobre el carácter de los Resulta pertinente, por ende, analizar el concep-

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to de consenso y su relación con el de verdad. sión definitiva de la Teoría de la Justicia. Es en


Desde ya adelantamos que aquí tiene que mos- el libro El liberalismo político en el que Rawls
trarse el aporte que, respecto de ambos términos, insiste, una y otra vez, en la idea de “consenso
el de consenso mayoritario y el de verdad, reali- entrecruzado” –también denominado “super-
za a la ciencia política la ley natural. puesto” o “traslapado”–, que procuraremos ex-
Adelantemos, a simple título de ejemplo, que plicar, sintética y objetivamente, dada la impor-
Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Ve- tancia que ha representado dicha noción en el
ritate, ha dicho con gran precisión: “(…) si los desarrollo de la teoría política contemporánea.
derechos del hombre se fundamentan solo en las Las tesis del contractualismo clásico, en orden
deliberaciones de una asamblea de ciudadanos, a la importancia que le asignara al consenso y
pueden ser cambiados en cualquier momento y, a la mayoría, han hecho eclosión en este autor,
consiguientemente, se relaja en la conciencia por lo que no debe omitírselo a la hora de abor-
común el deber de respetarlos y tratar de conse- dar un estudio completo de dichas nociones y la
guirlos. Los gobiernos y los organismos interna- relación que podamos encontrar entre ellas y el
cionales pueden olvidar entonces la objetividad contenido de la ley natural. Por otra parte, en el
y la cualidad de “no disponibles” de los dere- caso de este autor, la noción de consenso bascu-
chos” (Cap. IV, nº 43). la siempre entre lo “prepolítico” –como cuando
Ahora bien, estas aporías –la denunciada por habla de la situación originaria– y lo puramente
Thoreau en pleno siglo XIX, la anunciada por político y asambleario.
el Éxodo en el Antiguo Testamento y la descrita Ahora bien, para Rawls el problema que
con mucha precisión por la doctrina pontificia– presenta una sociedad democrática moderna se
han sido relativizadas por lo que podría llamarse caracteriza por una pluralidad de doctrinas com-
la “teoría del consenso contemporánea”, cuya prehensivas religiosas, filosóficas y morales que
cara visible más conocida está representada por son incompatibles entre sí y, sin embargo, son
las teorías del neocontractualista John Rawls. razonables. Ninguna de esas doctrinas es abra-
Sabido es que Rawls publica su obra más zada por los ciudadanos de un modo general. El
importante, Teoría de la justicia, en 1971. Ese liberalismo político parte del supuesto de que,
trabajo representó un punto de maduración de a efectos políticos, una pluralidad de doctrinas
algunas tesis que el autor había elaborado en comprehensivas razonables pero incompatibles
Justicia como equidad, cuya primera versión es el resultado normal del ejercicio de la razón
fue escrita en 1958. Sin embargo, el pensamien- humana en el marco de las instituciones libres de
to de Rawls continuó evolucionando y, luego un régimen constitucional democrático (Rawls,
de sucesivas reelaboraciones y rectificaciones, 2006, p.12).
finalmente dio a la luz su libro El liberalismo De inmediato, Rawls concluye que el proble-
político, que puede considerarse como la ver- ma del liberalismo político es entonces respon-

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der al siguiente interrogante: ¿Cómo es posible dispuestas a proponer principios y criterios en


que pueda existir a lo largo del tiempo una socie- calidad de términos equitativos de cooperación
dad estable y justa de ciudadanos libres e iguales y a aceptarlos de buena gana siempre que se les
profundamente divididos entre ellos por doctri- asegure que los demás harán lo mismo.
nas religiosas, filosóficas y morales razonables? Las personas razonables, a juicio de Rawls,
¿En qué términos equitativos puede establecerse no están movidas por el bien general como tal,
una cooperación social entre ciudadanos carac- sino por el deseo mismo de un mundo social
terizados como libres e iguales y, sin embargo, en el que ellas, como libres e iguales, puedan
divididos por un conflicto doctrinal profundo? cooperar con las demás en términos que todo el
(Rawls, 2006, p.21). mundo pueda aceptar.
Así pues, el liberalismo político busca una Quizás Rawls sea incapaz de concebir a un
concepción política de la justicia –política, no hombre en términos de entrega desinteresada
metafísica– en la esperanza de atraerse, en una hacia el otro. Fiel al contractualismo más cru-
sociedad regulada por ella; el apoyo de un con- do, en su esquema siempre hay algo de egoísmo,
senso entrecruzado de doctrinas religiosas, filo- pues el hombre hará algo en pro de la sociedad
sóficas y morales. Aquí Rawls comete el primer siempre que sepa que los demás harán lo mismo,
tropiezo: saca de la cuenta a todas aquellas doc- pese a que pinte su concepción con cierto barniz
trinas que posean un fundamento y un sustra- de filantropía (Rawls, 2006, p.89). Desde luego,
to metafísico. Pero como sucede que una muy aunque nuestro autor no lo quiera reconocer, nos
buena parte de dichas doctrinas y posturas posee encontramos en las antípodas de la concepción
precisamente una base metafísica, ellas son ex- clásica de la justicia, para la cual el hombre justo
cluidas a priori del cálculo racionalista propues- es aquel que reconoce la presencia del otro dán-
to por nuestro autor. dole por eso mismo lo que le corresponde.
La estructura misma de la sociedad comienza El segundo tropiezo de Rawls surge, segui-
siendo, por ende, arbitraria. damente, al aludir que una sociedad bien orde-
Tenemos así, en consecuencia, que para nada está regulada por una concepción pública
Rawls “una sociedad bien ordenada ha de apo- efectiva de la justicia. Y añade curiosamente:
yarse en un “consenso entrecruzado” en el que Puesto que deseamos que la idea de una tal so-
los valores y los compromisos políticos más ge- ciedad sea aceptablemente realista, partimos del
nerales de los ciudadanos sean aproximadamen- supuesto de que existe en las circunstancias de la
te los mismos” (Rawls, 2006, p.63). justicia. “(…) Las instituciones de la estructura
En una concepción así, el concepto de “razo- básica de la justicia son justas y todos los dotados
nabilidad”, utilizado una y otra vez por Rawls, de razón lo reconocen” (Rawls, 2006, p.97).
resulta central. En efecto, para nuestro autor, las Así las cosas, Rawls tiene que terminar por
personas son razonables cuando se encuentran confesar que sus principios de justicia solo pue-

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den ser definidos de una manera realista, no ra- lo suficientemente inteligentes y consientes a la
cionalista. “Alguien solo puede reconocer algo hora de ejercer sus facultades de razón práctica,
en la medida en que ese “algo” –como veremos y cuyo razonamiento está libre de los habitua-
rápidamente– se encuentre anclado en la reali- les defectos del razonar, pueden llegar a aceptar
dad. Pero sucede que esa concepción política esas convicciones o menguar significativamente
de la justicia, que se apoya en principios que no sus diferencias acerca de ellas” (Rawls, 2006,
pueden omitirse, es un constructo puramente ra- p.150).
cionalista: ellos no se eligen porque son buenos; Así termina de armar Rawls ese fabuloso e
son buenos porque se eligen” (Vallespín, 1985, ingenioso constructo en que consiste su idea de
p.64). Su concepción de la justicia es puramente la sociedad política. Como acabamos de ver,
procedimental, formal. No se ve claramente, por sus puntos centrales son: 1) la elección de unos
ejemplo, por qué razón las partes, en la posición principios en la situación del contrato original;
original, no puedan escoger otros principios en 2) esos principios se escogen a través de un pro-
lugar de los de libertad e igualdad. ceso que no está presidido por el concepto de
Esta concepción es denominada por Rawls verdad; 3) la concepción de un consenso entre-
como “constructivista”. De esta manera, “el ple- cruzado de doctrinas comprehensivas razona-
no significado de una concepción política cons- bles; 4) la unidad social se basa en un consenso
tructivista descansa en su vínculo con el hecho en torno a la concepción política.
del pluralismo razonable y con la necesidad que A juicio de Rawls, la estabilidad es posible
una sociedad democrática tiene de garantizar la cuando las doctrinas partícipes en el consenso
posibilidad de un consenso entrecruzado acerca son abrazadas por los ciudadanos políticamente
de sus valores políticos fundamentales” (Rawls, activos de la sociedad.
2006, p.121). Pero “el constructivismo político Esta idea del consenso entrecruzado es de una
prescinde, en su formulación de la concepción gran belleza teórica y de un ingenio admirable.
política, del concepto de verdad” (Rawls, 2006, “Se edulcora con la afirmación casi platónica de
p.125). que lo justo y lo bueno son complementarios.
Recordemos esta omisión, a sabiendas, del Tranquiliza a los inferiores cuando calla frente
concepto de verdad. Con lo cual, Rawls debe a la evidencia de que hay diferencias de capaci-
fijar, “anclar”, en algo la razonabilidad de los dades morales e intelectuales entre los distintos
principios que se elegirán en la situación ori- individuos, para asegurar rápidamente que “nin-
ginaria. Para ello utiliza la conocida teoría del guna de esas diferencias entre los ciudadanos
“observador ideal”: “las concepciones políticas deja de ser equitativa y da pie a la injusticia”
son objetivas –objetividad es aquí sinónimo de (Rawls, 2006, p.166); y calma a los filántropos
estar fundada en un “orden de razones”– si es cuando afirma que en una sociedad bien orde-
el caso que personas razonables y racionales, nada se comparte el objetivo de prestar apoyo a

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instituciones justas y ser, por consiguiente, jus- doctrina comprehensiva que lleve a un balance
tos los unos con los otros. de los valores políticos que excluya ese derecho
Todo esto es muy bello. Demasiado optimis- debidamente cualificado en el primer trimestre
mo antropológico choca, sin embargo, frente a es, en esta medida irrazonable; y, dependiendo
algunas realidades que no son alcanzadas por de los detalles de su formulación, puede llegar a
el “eficaz” consenso entrecruzado, por ejemplo, ser incluso cruel y opresiva; por ejemplo, si niega
el aborto. Aquí, curiosamente, nos encontramos el derecho en cualquier caso, salvo en los casos
con doctrinas comprehensivas que a su juicio de violación e incesto. Así, pues, suponiendo que
“resultan incompatibles con un balance razona- esta cuestión es o bien una esencia constitucional,
ble de los valores políticos”. o bien un asunto de justicia básica, iríamos contra
A juicio de Rawls, en el caso del aborto, de- el ideal de razón pública; si nuestro voto estuviera
bemos considerar: 1) que estamos frente a mu- cautivo de una doctrina comprehensiva que nega-
jeres adultas y maduras; 2) que debemos con- ra ese derecho (Rawls, 2006, pp.278 y ss.).
siderar tres valores políticos importantes: a) el Bonito consenso entrecruzado. Si el nonato
debido respeto a la vida humana; b) la reproduc- (que no puede votar y no forma parte del con-
ción ordenada de la sociedad política a lo largo senso) tiene tres meses y un día, se salva. El
del tiempo; c) la igualdad de las mujeres. Rawls “consenso razonable” así lo ha decidido. Pero
concluye: con tres meses, pierde la vida. Solo un día es la
Yo creo, entonces, que cualquier balance razona- diferencia que lo separa de ser igual a la mujer
ble entre estos tres valores dará a la mujer un de- o no.
recho debidamente cualificado a decidir si pone o Con lo cual, Rawls echa al traste la igualdad
no fin a su embarazo durante el primer trimestre. y la libertad del niño no nacido. Vemos, enton-
La razón para ello es que, en esta primera fase ces, cómo sus principios, que parecen tener tanta
del embarazo, el valor político de la igualdad de prioridad procesal y lexicográfica, no son teni-
las mujeres predomina sobre cualquier otro, y se dos en cuenta a la hora de resolver cuestiones en
necesita ese derecho para darle a ese valor toda la realidad del aquí y del ahora.
su substancia y toda su fuerza. Aunque los intro-
duzcamos en el balance, otros posibles valores El consenso y el mundo real
políticos no cambiarían en mi opinión esta con- Acabamos de ver en qué queda, o más bien,
clusión. Un balance razonable podría permitirle a cuál es la “encantadora” consecuencia del con-
la mujer un derecho tal más allá de ese término, senso entrecruzado rawlsiano.
al menos en determinadas circunstancias. Pero no Pero ese “consenso” al cual alude Rawls, y
entraré a discutir aquí esta cuestión en general, que tiene tanta influencia en nuestros días, es
porque simplemente me propongo ilustrar lo que puramente ideal, producto de una peligrosa con-
quiero decir en el texto al afirmar que cualquier cepción iniciada en la filosofía moderna a partir

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de Kant, que es la de proponer una sola razón, hablan de un consenso ideal, es decir, no empí-
que ha de ser práctica. Así, la pérdida de la razón rico, al que Habermas, por ejemplo, da el impre-
teórica implica que la razón práctica, desasisti- sionante nombre de contrafáctico, en la edición
da de la razón que ante todo conoce, tiene que española” (Carpintero Benítez, 2000, p.218).
decidir por sí sola, sin fundamento alguno en el Pero los integrantes de la ética dialógica re-
mundo del ser. niegan de la ontología porque no reconocen la
En efecto, como ha denunciado con mucha preci- existencia de las cosas, de la realidad externa
sión Francisco Carpintero Benítez, debe saberse del hombre. “Ellos siguen una confusa filosofía
que la razón práctica se nutre desde la teórica, del lenguaje que se crea autopoiéticamente. Es
ya que la decisión humana práctica no puede ser por este motivo que solo hablan de las reglas del
tomada en el vacío, y que la experiencia históri- habla racional, de ética dialógica, etc. Queda,
ca demuestra que cuando el hombre ha querido pues, planteado un problema: ¿es posible llegar
ser racional prescindiendo de lo que ya hay, es a resultados objetivamente vinculantes, es decir,
cuando realmente ha incurrido en las máximas que generan un deber real; si prescindimos de la
irracionalidades. De ahí el peligro de las utopías, realidad humana extralingüística?” (Carpintero
ante las cuales la mayor preocupación ha de ser el Benítez, 2000, p.219).
estar precavidos contra ellas. No en vano recorda- Sin duda, aquí aparece el trasfondo de las
ba Alessandro Passerind’Entrevês, en su ensayo propuestas actuales sobre la justicia y el consen-
sobre la historia del derecho natural, que los nue- so: un diálogo que se circunscribe al lenguaje.
vos dioses de la igualdad y de la tolerancia pronto Como no es posible referirse a bienes reales
mostraron ser más sangrientos que los antiguos de los seres humanos, estas éticas se presentan
prejuicios de la intolerancia y la inquisición (Car- como estrictamente procedimentales porque no
pintero Benítez, 2000, p.218). indican bienes concretos y substantivos a los
Carpintero Benítez continúa enseñando agu- que tender, sino solamente un procedimiento
damente que los filósofos son conscientes de que para discurrir. Pero si la ética se plantea como
el consenso real o empírico suele ser el resultado meramente procedimental –una comunidad de
de un juego de fuerzas al que, con mucha fre- parlantes libres e iguales–, será preciso hablar
cuencia, es ajena cualquier forma de racionali- sobre algo: no basta postular la simple simetría
dad digna de este nombre. Así, “los sindicatos de las partes dialogantes. Supuesta esta simetría,
presionan con amenazas de huelgas y piquetes, no se puede decir “hablemos y pongámonos de
los empresarios con despidos o cierres, etc. En acuerdo” porque así llegamos a un diálogo de
otro orden de cosas, hay campañas de prensa, payasos en el circo. Hay que hablar sobre algo,
dominio de los medios de comunicación y otros con lo que damos a entender que esa cosa sobre
tipos de coacciones. Como estos filósofos se re- la que se habla presenta exigencias propias y pe-
sisten a ceder su consenso a este tipo de fuerza, culiares de ella que van más allá de la igualdad

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personal de las partes en el diálogo (Carpintero pre un mandato imperativo, pero –se pregunta el
Benítez, 2000, p.223). jurista italiano– ¿qué representa la disciplina de
Debe tenerse en cuenta, por lo tanto, a la partido sino una abierta violación de la prohi-
realidad. Y en lo que respecta a nuestro tema, bición de mandato imperativo?” (Bobbio, 1985,
el problema radica en que necesitamos criterios p.29).
que permitan guiar y calificar al consenso, cri- En este contexto, por ende, es de toda perti-
terios que respondan a algo, porque el hombre nencia que nos preguntemos acerca de la justicia
no es un ser proteico. “Puede ser radicalmen- de dichas normas, como también acerca de su
te indeterminado un individuo a solas consigo contenido de verdad moral ¿Por qué razón no
mismo, pero no es indeterminado el hombre que podríamos hacerlo si al fin y al cabo, como he-
constituye hipotecas, que compra, que vende, mos visto, tanto Hobbes como Rousseau juegan
que tiene hijos, etc., porque todo esto le lanza permanentemente con esas categorías, al punto
exigencias objetivas, reales” (Carpintero Bení- que no conciben que la ley surgida del consenso
tez, 2000, p.224). pueda ser injusta?
En fin, cuando nos enfrentamos a la realidad Indudablemente, la pretensión de que del de-
tenemos que analizar a fondo lo que podríamos bate de ideas previo a la “decisión consensual”
denominar las “condiciones de legitimidad del surjan o puedan surgir elementos útiles para en-
consenso”, es decir, estudiar cómo se ha llegado riquecer el resultado mismo de la discusión, es
a él, qué es lo que se acuerda, cuál es el efecto utópica y mítica. La experiencia demuestra que
que producirá dicho acuerdo en la sociedad. la misma existencia de preconceptos ideológi-
Porque, obviamente, tal como lo aclaráramos cos torna muchas veces en una verdadera pérdi-
al comienzo, no nos estamos refiriendo a la bús- da de tiempo el debate mismo. En este contex-
queda de consensos moralmente neutros como to, opinar importa más que saber; de allí que el
aquel que se logra en un grupo de amigos para consenso político parece ser el dominio de las
decidir a qué restaurante ir a comer o dónde ir opiniones y las transacciones, como aseguraba
de vacaciones. lúcidamente el recordado Belisario Tello: las
El consenso político al que nos referimos tie- mayorías son políticamente nulas: no deciden;
ne trascendencia ética porque en él, ni más ni simplemente asienten (Tello, 1976, p.55). Pero
menos, unos individuos, que son nuestros repre- esta afirmación, sin duda, no entra en el terreno
sentantes, acuerdan sobre el contenido de nor- de lo políticamente correcto. Como tampoco pa-
mas jurídicas que van a afectar nuestra vida en rece ser muy políticamente correcta la opinión
sociedad. Con razón ha podido decir Bobbio que de Tocqueville, quien hizo notar que el principio
jamás principio alguno ha sido más descuidado de mayoría es un principio igualitario en cuanto
que el de la representación política: de suyo, “el pretende hacer prevalecer la fuerza del número
que representa intereses particulares tiene siem- sobre la de la individualidad: “Hay más cultura

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y sabiduría en muchos hombres reunidos que en justos términos la noción de “regla de mayoría”,
uno solo, en el número más que en la calidad de término este que, tal como vimos, en condicio-
los legisladores. Es la teoría de la igualdad apli- nes prácticas es equivalente al de “consenso de
cada a la inteligencia” (De Tocqueville, 1996, mayorías”. Desde luego, admite Sartori, el dere-
p.255). cho de la mayoría no equivale a la justicia o la
Agrega, Alexis de Tocqueville, diversos as- exactitud de la mayoría, ya que, evidentemente,
pectos que podemos considerar indudablemente una mayoría es una cantidad, y una cantidad no
interesantes para el estudio acerca del consenso puede crear una calidad. Podríamos estar todos
mayoritario. Apunta, por ejemplo, que en los Es- de acuerdo con estas afirmaciones, pero Sartori
tados Unidos la mayoría tiene un inmenso poder va más allá. El criterio de la regla de la mayoría
de hecho y de opinión, y cuando ha decidido so- ha de defenderse puesto que, después de todo,
bre una cuestión, no hay ningún obstáculo que se trata de una técnica, de un instrumento. Toda
pueda detener o retardar, siquiera, su marcha,
sociedad necesita normas procedimentales de
“dejándole tiempo de escuchar las quejas de
solución de conflictos, de adopción de decisio-
aquellos que aplasta al pasar”. Y anticipa: “las
nes; y la regla de la mayoría es el procedimiento
consecuencias de este estado de cosas son funes-
o método que mejor se adecúa a las exigencias
tas y peligrosas para el porvenir” (De Tocquevi-
de la democracia. Pero nuestro autor advierte,
lle, 1996, p.256).
finalmente, que todos los instrumentos lo son
Para Tocqueville, en consecuencia, lo más
para algo, y, en ese contexto, los efectos de las
reprochable del gobierno democrático –tal como
decisiones consensuales parecen no haberse es-
ha sido organizado en Estados Unidos–, es su
tudiado convenientemente, ni pueden ser defen-
fuerza irresistible. Lo más repugnante es, a su
didas a ultranza. “En síntesis: si la ley de los nú-
juicio, no la extrema libertad que allí reina, sino
meros es hoy en día un hecho, necesita, incluso
la poca garantía que se tiene contra lo que llama
más que otros hechos, ser contrarrestada por una
“la tiranía de la mayoría”, que incluso posee una
presión valorativa. En otros términos: una de-
enorme influencia respecto de las ideas en gene-
mocracia que se rinde ante la inexorabilidad de
ral –lo que él llama el pensamiento–. Una frase,
especialmente, aplicada a nuestro concepto de un liderazgo sin valor, de una mala selección, es

consenso, puede ser también, en verdad, impre- una democracia que el propio demos termina por

sionante: “no conozco país alguno donde haya, considerar indigna de su apoyo” (Sartori, 2009,

en general, menos independencia de espíritu y p.54).


verdadera libertad de discusión que en Nortea- Pero incluso un analítico de la talla de Moore
mérica” (De Tocqueville, 1996, p.260). está de acuerdo en que el criterio del consenso
Más modernamente, un calificado especialis- de la mayoría es erróneo a la hora de juzgar la
ta de la talla de Sartori se ha ocupado de poner en justicia de una acción:

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“Resulta obvio que mostrar cómo la humanidad nos. Del mismo modo, obviamente, yo no puedo
se complace generalmente con alguna clase par- consensuar con otros considerar que a partir de
ticular de acciones no es suficiente para mostrar ahora somos todos animales, o que la vida de los
que estas sean justas (…) incluso si fuese verdad inocentes no tiene, desde el momento del acuer-
que aquello que es aprobado o que complace a do, ningún valor. Cobra ahora sentido la adver-
una absoluta mayoría de humanos sea de hecho tencia que habíamos entresacado de Caritas in
siempre lo justo (…) ciertamente afirmar que ello Veritate: hay derechos indisponibles, que se en-
sea lo justo no es la misma cosa que decir que es cuentran más allá de la mera doxa. Derechos que
así aprobado (Moore, 2001, p.73). pueden calificarse adecuadamente como contra
Y, sin embargo, el criterio que presupone la mayoritarios porque no pueden ser alcanzados
llamada “ética del consenso” continúa siendo, ni modificados por ninguna decisión, por más
en los hechos, la llave, la palabra mágica que que ella sea fruto del consenso.
ilumina y permite actuar, muchas veces, de un Tiene aquí la más absoluta relevancia, por
modo totalmente irracional en nombre de una otra parte, considerar un dato que ha escapado,
racionalidad completamente vacía de contenido. curiosa e incomprensiblemente, al análisis de
Hemos abierto la puerta de lo que podemos los autores contemporáneos. En efecto, quizás
denominar una cierta “crítica genérica” a la no- por ese desprecio que se tiene por la realidad
ción de consenso por mayorías. Porque tenemos misma, al que aludiéramos más arriba, se omite
que darnos cuenta de que la noción de “consen- todo análisis relativo a la formación del consen-
so” es necesariamente relacional. En efecto, la so.
escena política parece hoy dominada por las
bondades que se le asignan a dicho término. Pero Formación del consenso y verdad
en el análisis del consenso lo que interesa es el Explicábamos más arriba que los consen-
“para qué”, pues, como ocurre con la noción de sos propugnados por Rawls –cuya racionalidad
libertad, el “consenso” no es un movimiento en depende de que el participante se encuentre
sí mismo, sino un “poder moverse”, y en el “po- completamente alerta, sin preconceptos, con
der moverse” lo importante es hacia dónde nos sus sentidos funcionando a la perfección, ab-
dirigimos, qué es lo que acordamos, cuál es el solutamente sano en lo emocional y físico; en
contenido de lo que pactamos, al arrogarnos la lo que resulta ser una aplicación de la teoría del
representación de todos. observador ideal– o por Habermas, que nos ha-
Aquí, la analogía de la noción de consenso bla de una “situación ideal de habla” –formada
con el concepto de libertad no puede ser más por situaciones comunicacionales en las cuales
evidente. Yo no puedo tener libertad, por ejem- los procesos discursivos sean “razonables”, pero
plo, para matar a un inocente, por más que la li- en las que, además, los hablantes tengan capa-
bertad sea uno de los más valiosos bienes huma- cidad y voluntad para explicarse verazmente,

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para comprenderse y mostrar su disposición a el mejor medio para adquirir el derecho de pro-
escucharse los unos a los otros, como también palar mentiras durante los seis meses siguientes.
el deseo de dejarse convencer por cuantos argu- Sugiere que no hay hombre que suelte y difunda
mentos correctos formule el interlocutor de tur- una mentira con tanta gracia como el que se la
no–, constituyen bellas construcciones teóricas, cree, y advierte, por ejemplo, que pueden existir
ideales, pero sin ninguna aplicación en la reali- mentiras de prueba, que son como una primera
dad práctica. Ello ha sido explicado crudamente carga que se introduce en una pieza de artillería
por Wellmer (1994): “incluso si el “factum” del para probarla: es una mentira que se suelta a pro-
consenso se produjera bajo condiciones ideales, pósito para sondear la credibilidad de aquellos
no conseguiría ser una razón de la verdad de lo a quien se dirige. Ahora, este tipo de mentiras
que está siendo tenido por verdadero. Por ello, es muy interesante puesto que si la proponen a
v.gr., cuando Habermas dice que solo el consen- alguien y esta persona la pica y se la traga de
so bajo condiciones de una situación ideal de ha- una vez, “podéis estar seguros de que digerirá
bla puede “mostrar” si nuestros argumentos son cualquier otra cosa que le propongáis” (Swift,
o no lo suficientemente buenos, cada uno de no- 2009, p.44).
sotros nos cercioramos de que nuestro juicio no Pero, desde luego, hay otras maneras más su-
esté siendo distorsionado por elementos idiosin- tiles de conseguir un acuerdo político por mayo-
cráticos, inhibiciones, emociones, wishfulthin- rías. De hecho, el estudio de la génesis del con-
king –deseos–, falta de juicio, etc.” (p.98). senso nos puede llevar a más de una sorpresa.
Ahora bien, esas situaciones “ideales” jamás No nos referimos, ciertamente, a la compra de
existen en el plano de la praxis. Así, la primera votos; después de todo, ese es un método dema-
deformación que sufre el consenso tiene directa siado burdo y grotesco que, aunque aplicado ha-
relación con la utilización a designio de la men- bitualmente, no nos puede llevar a realizar una
tira política. Ha sido Jonathan Swift uno de los injusta crítica de la democracia como procedi-
primeros autores en advertir acerca del uso fre- miento político de legitimación de decisiones.
cuente de la falsedad a fin de moldear a la opi- Debemos, aunque sea muy tangencialmente,
nión pública, conseguir de esa manera reunir ma- por ejemplo, aludir a los modernos procesos de
yorías y posibilitar así la aprobación de políticas construcción de la realidad política, porque en
inadecuadas y contrarias al bien común, al crear ellos se muestran con toda su fuerza las leyes
normas jurídicas que normalmente deberían ser que, aunque generalmente con menor intensi-
rechazadas. Así, por ejemplo, con gran ironía dad, están siempre presentes en la acción ejer-
aseguraba que el partido político que desee res- cida por los medios en la sociedad en general
tablecer su crédito y su autoridad, debe ponerse y en la política en particular (Arroyo Martínez,
de acuerdo para no decir ni publicar nada que no 1997). En efecto, los medios de comunicación
sea verdadero y real durante tres meses; este es de masas son modernas fuentes de creación y

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mantenimiento de mitos: el mito de la demo- para no tener la más mínima eficacia en el mun-
cracia, el mito del bien público, el mito de la do real, pero pensadas para que los individuos,
monarquía, el mito de la soberanía popular o el sin embargo, supongan que sus derechos se en-
mito de la justicia. Pero así como se generan es- cuentran protegidos y debidamente amparados
tos, pueden originarse otros, porque de cualquier en nombre del consenso, de un acuerdo mayori-
manera nos estamos refiriendo a la construcción tario que es más hipotético que verdadero.
de algo, a la instalación de una idea en la opi- Surge aquí, inevitablemente, otra noción no
nión pública, en el imaginario colectivo … No menos importante: la de opinión pública, nece-
estamos aludiendo a lo que ya es, a lo que posee sariamente relacionada, claro está, a la idea de
un ser real –y por lo tanto puede ser reconocido consenso. Ello porque, como sabemos, una de
exteriormente–, sino a lo que podemos moldear las definiciones más corrientes de la democracia
de a poco, a nuestro antojo, a nuestra voluntad. consiste en ver en ella un gobierno basado en la
Existe lo que se denomina la “mediación opinión pública y así surge entonces una conse-
cognitiva”, es decir, el proceso por el cual los cuencia, como una especie de “postulado” de la
medios permiten que la realidad quede internali- definición antevista: “un gobierno solo es fuerte
zada por los individuos, produciendo de esa ma- y legítimo cuando se apoya en la opinión públi-
nera un real “efecto cognitivo”. Ello no debe ser ca, ya que el pueblo es considerado apto para
soslayado, porque, en cualquier caso, “los me- decidir lo que conviene al bien común” (Freund,
dios poseen un alto poder de construcción social 1968, p.501).
de la realidad, estableciendo de hecho lo que es Nuevamente tenemos que hacer entrar en
lícito y lo que es ilícito, lo que es socialmen- escena a la formación del consenso ya que, en
te aceptable o reprobable” (Arroyo Martínez, definitiva, como acierta Julien Freund, gobernar
1997, p.336). las opiniones lleva a gobernar a los hombres.
Se generan así consensos “reales” basados De allí que la propaganda, por ejemplo, se ha
en construcciones falaces, nacidos por la insta- convertido, en algunos países, en una especie
lación en la opinión pública, mediante técnicas de institución pública de la opinión. Se produce
de persuasión apropiadas, de argumentos a favor aquí una situación particularmente curiosa: en la
de hechos que normalmente deberían despertar medida en que la propaganda es objeto de una
el rechazo de los individuos. Se logran de este “racionalización” cada vez mayor, ella no tiene
modo falsas mayorías, y en nombre del consen- otra meta que solicitar más eficazmente la irra-
so se consigue el apoyo ficticio, puramente nu- cionalidad de ciertos apoyos políticos basados
mérico, que facilita o permite la adopción de po- en esa misma opinión pública.
líticas, de leyes, de normas jurídicas totalmente Hay entonces cierta astucia al servicio de
extrañas a una recta noción de bien común, o que una persuasión colectiva, situación ya percibida
tienen un efecto meramente simbólico, creadas por Nietzsche (2006), quien en su Voluntad de

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Poder advertía que “hacer propaganda es inde- y la controversia lo que da a los desarrollos su
coroso; pero es astuto, muy astuto (p. 30)”. En carácter político, de modo que no puede haber
todo caso, desde luego, la propaganda no tiene ningún mundo de acontecimientos distinto de
por objeto mostrar la situación en su verdad ob- las interpretaciones de los observadores, conti-
jetiva, sino captar los deseos, opiniones y espe- núa afirmando Murray Edelman (1991, p.111).
ranzas en provecho de las empresas de poder. Y esto nos reenvía nuevamente a lo que vié-
Mientras que la propaganda es una consecuencia ramos más arriba en referencia crítica a Rawls y
inevitable de la multiplicidad y la rivalidad de Habermas (v. “supra” pto. III, pp.11/13 y pto. IV,
las opiniones, la verdad, en cambio, posee una p.16, respectivamente).
seguridad intrínseca y no necesita de una ayuda En efecto, el idealista optimismo antropoló-
exterior, que solo podría desvirtuarla. La opi- gico de ambos autores queda finalmente al des-
nión, por el contrario, se fortalece con los éxitos cubierto si tenemos en cuenta que, para abonar
de la propaganda, pues cualquier debilitación de sus tesis, sostienen que con solo “buenas razo-
las doctrinas competidoras refuerza su atracción nes” se puede conseguir un poco de racionali-
hacia las masas. En fin, Freund (1986) concluye dad en la elección política. Así, la lección de la
que “toda política es una cuestión de opinión y historia es lamentablemente clara en cuanto a
la propaganda forma cuerpo con esta. Ningún que ha habido buenas razones para todo curso
partido, ninguna doctrina, ningún gobierno pue- de acción, a que gracias a ellas se logró a menu-
de prescindir de ella” (1968, p.513). do un amplio respaldo público, pero también a
No efectuemos entonces una sacralización que con demasiada frecuencia las consecuencias
del consenso, sabiendo cómo este puede fabri- han sido desastrosas, inmorales o fruto de una
carse aun en desmedro de la verdad, al utilizar estupidez inexcusable. Las “buenas razones”,
simplemente los hábiles y circunstanciales mé- como todo lenguaje político, pueden ser eficaces
todos propugnados por la propaganda. como estrategia, pero no aseguran una elección
En efecto, tal como lo ha estudiado muy racional.
acertadamente Murray Edelman (1991), ha de Ello queda patentizado con el constructo de
tomarse conciencia de que en la escena política la “situación original” rawlsiana, o la “situación
los observadores y los que observan se constru- de habla original” habermasiana. En esta última
yen recíprocamente, de que los desarrollos polí- situación, por ejemplo, no existen diferencias de
ticos son entidades ambiguas que significan lo estatus, de autoridad o de jerarquía que puedan
que los observadores interesados construyen, imponerse al discurso. Este autor cree, además,
y de que los roles y autoconceptos de los ob- que en alguna medida las personas pueden pre-
servadores mismos son también construcciones suponer la situación de habla ideal aun cuando
creadas, por lo menos en parte, por sus obser- ella no exista porque el uso mismo del lenguaje
vaciones interpretadas (p.8). Es la ambigüedad la presupone. Tal vez, piensa lúcidamente Mu-

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rray, un individuo pueda ocasionalmente lograr cie de gas amorfo que puede adoptar la forma de
ese tipo de emancipación de las constricciones cualquier recipiente, es propia del denominado
sociales, pero de los registros históricos surge “pensamiento posmoderno” y su faceta más vi-
con claridad que la discusión grupal y la con- sible el “pensamiento débil”, también llamado,
formación gubernamental de la política no es- con gran precisión por el maestro Juan A. Ca-
tán en ese caso. La situación de habla ideal de saubón, “pensamiento agónico”. Así, el “pensa-
Habermas ofrece una visión optimista, que pue- miento débil” tiene la pretensión de resquebrajar
de justificarse, acerca de cómo podría volverse tanto al que conoce como a lo conocido. Aquí
emancipativo el discurso de una sociedad sin se postula una modificación tanto del objeto de
capitalismo o jerarquías gubernativas, corporati- conocimiento como del sujeto que conoce. “La
vas o militares; pero da pocas esperanzas de que racionalidad debe limitarse en su mismo núcleo,
el lenguaje político en el mundo que habitamos ceder terreno. Y por ello mismo, lo verdadero
pueda pasar a ser algo más que una secuencia
no posee una naturaleza metafísica o lógica, sino
de estrategias y racionalizaciones (Habermas, p.
retórica” (Vattimo, 2000, p.38).
127).
Así, las verificaciones y los acuerdos se lle-
En fin, el lenguaje, la subjetividad y las rea-
van a cabo dentro de un determinado horizonte
lidades se definen recíprocamente y esta función
que está constituido por el espacio de la liber-
performativa del lenguaje es más potente en
tad de las relaciones interpersonales, de las re-
política cuando está enmascarada y se presenta
laciones entre las culturas y las generaciones.
como una herramienta para la descripción ob-
“La verdad no es fruto de interpretación y, por
jetiva. El argumento ideológico a través de una
todo ello, las nociones de “verdad” y de “ser”
dramaturgia de descripción objetiva puede ser el
experimentan profundamente su declive. Todo
gambito más común en el uso del lenguaje polí-
se disuelve en los procedimientos, en la retórica
tico (Habermas, p.132).
(…)” (Vattimo, p.39).
Reiteramos: en una situación así, la “reali-
Casaubón acierta nuevamente: si la solución
dad” se construye a designio. Esa es la materia
provisional sería recurrir al consenso entre sub-
en la cual se mueven las mayorías, y a partir de
la cual se logran los consensos. Aquí, la noción jetividades, si esta sería la “vía” para buscar el

de verdad no existe o posee, ciertamente, una fundamento último de la moral y el derecho,

importancia muy relativa. podemos preguntarnos: ¿consenso?, ¿sobre qué


base? Porque si solo cabe recurrir a un pensa-
Irrealidad, falta de verdad, Derecho sin miento débil, puramente dóxico, opinativo, dia-
verdad léctico, ocurre que tal consenso carecería de
La construcción de la realidad, volviéndola base firme; o bien que hay que recurrir a una
una masa puramente subjetiva, como una espe- pluralidad de “consensos locales”, dados en una

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misma sociedad o Estado. Y tales consensos se- irracionales toda vez que el hombre que es su
rían por todo ello pasajeros y fluctuantes (Ca- autor, y que no tiene solamente razón, escucha
saubón, 1994, p.283). desgraciadamente más a menudo sus tendencias
Nos encontramos, pues, en el centro mismo irracionales que su razón. Así planteadas las co-
de nuestro problema puesto que, fatalmente, si sas, “se pregunta Kalinowski (1979), acaso, si
pensamos que el consenso puede moldearse a no es esta la razón por la cual Hans Kelsen y
voluntad –y de hecho observamos que así ocu- después von Wright, por ejemplo, rehúsan atri-
rre, en efecto–, si apreciamos que debe rebajarse buir a las prescripciones los valores de verdad y
a la razón y con ello debilitarse máximamente la falsedad (p.15).
verdad y el ser, si pensamos, en fin, que la rea- Nos encontramos aquí, ciertamente, en el
lidad política es un mero constructo; ello tendrá centro mismo del tópico que nos convoca, pues-
inevitables consecuencias en el campo jurídico: to que un estudio serio de las relaciones exis-
la obtención de un Derecho cada vez menos hu- tentes entre la ley natural y el consenso debe
mano. desembocar en un análisis acerca de la verdad
Pero hay formas y medios para revertir seme- o falsedad moral de la norma jurídica que surge
jante estado de cosas. del acuerdo, habiendo nacido dicha prescripción
Se trata aquí, sencillamente, de poder cer- legal ya como el fruto de un consenso entrecru-
ciorarnos de que no solo existe la verdad, sino zado, ya como el resultado de una comunidad
que ella también es accesible al hombre común ideal de hablantes.
en general y al jurista en particular. En palabras De acuerdo a Kalinowski, posición con la
de Kalinowski, estamos frente al trance de di- que coincidimos plenamente, las normas jurídi-
lucidar la importante cuestión referida a si los co-positivas que son conclusiones de la ley na-
juicios morales y jurídicos entran en la categoría tural –lo que se llama más estrictamente derecho
de lo verdadero y lo falso y, en caso afirmativo, positivo por conclusiones– y aquellas que son
si son o no verificables y de qué manera. sancionadas por el hombre en virtud del poder
En el rápido recorrido histórico que acaba- legislativo autónomo que le ha sido delegado
mos de efectuar, pudimos advertir que hay quie- por la ley natural –el denominado derecho po-
nes piensan que las normas son exclusivamente sitivo por determinaciones–, pueden ser catalo-
producto de la voluntad. Pero si ellas provinie- gadas y estudiadas a la luz de los principios de
sen de actos volitivos y no cognoscitivos, serían verdad y falsedad.
por su propia naturaleza ajenas a la categoría En cuanto a las primeras, ellas poseen un
de verdad y falsedad. Ahora, si se debe siempre carácter mixto, seminatural, semipositivo. Aquí
obedecer a la ley porque ella es la obra de la “vo- resulta claro que tales normas obligan en razón
luntad general”, condición de la libertad cívica, de la fuerza obligatoria de la ley natural de la
seguiremos tanto las reglas racionales como las cual son conclusiones. Desde luego que si las

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normas de la ley natural son verdaderas, las nor- se yergue el punto de vista moderno, originado,
mas positivas humanas deducidas de ellas son como ya hemos visto, en el contractualismo y
igualmente verdaderas cuando su inferencia se que tiene a Rawls y a Habermas como a sus
conforma a las reglas lógicas correspondientes. principales espadas.
“El problema de la verdad de estas normas no Completemos aún más esta posición en rela-
presenta, entonces, dificultad alguna: está re- ción, ahora, con el tópico referido a la verdad.
suelto implícitamente al mismo tiempo que el de Nos encontraremos con más de un dato intere-
la verdad de las normas naturales” (Kalinowski, sante y revelador. En efecto, tal como lo ha reco-
p.152). nocido Anna Pintore (2005), el consenso, ahora,
¿Qué sucede en cambio con las normas jurí- se ha de entender como un sustituto de la ver-
dico-positivas pertenecientes al segundo grupo, dad. Para otros autores, en cambio, lejos de ser
es decir, aquellas prescripciones cuyo contenido una mera sustitución, el consenso puede, final-
resulta en principio indiferente a la ley natural? mente, aparecer como una vía, y quizás como la
En este caso, “la respuesta del lógico po- vía maestra, hacia la racionalidad e incluso hacia
laco vuelve a ser afirmativa. Aquí la ley natu- la verdad, aunque aquí resulte confundida la no-
ral desempeña el papel de deber-ser real, en ción de objetividad con la de consenso. Por otra
conformidad con el cual se definen las normas parte, el consenso se aconseja de forma peculiar
positivas humanas verdaderas de este grupo: la en el Derecho, puesto que, después de todo, si
ley natural obliga con carácter general a hacer no existen valores objetivos, ¿qué mejor susti-
lo que le es propicio al bien común, a la vida tuto podríamos encontrar para la determinación
social y a evitar lo que les perjudica” (Kalinows- de las reglas que deban regir nuestra conducta?
ki, p.153). Así, por ejemplo, las leyes de tránsito (p.161). Entonces, se podría concluir, incluso,
que nos indican que debemos circular por la de- que un Derecho es verdadero si hay consenso
recha o por la izquierda son igualmente verdade- sobre el modo en que está elaborado, y que una
ras porque son igualmente conformes con la ley decisión jurídica, o una interpretación jurídica,
natural. Por consiguiente, este segundo grupo de es verdadera si aquel existe respecto de ella.
normas son también verdaderas o falsas. En otros términos, parece que en nuestros
La posición que acabamos de estudiar, que días se ha trastocado completamente el papel
motivara asimismo nuestra adhesión, posee pro- cumplido por la verdad del Derecho, o se han
fundas implicancias a la hora de evaluar los con- separado totalmente ambos conceptos. Y esa es-
sensos, los efectos que ellos provocan y su perti- cisión ya no puede ser reconstruida, tal como ha
nencia moral, a la luz del análisis del contenido concluido también D’Agostino, quien advierte
de lo acordado. que con ello se juega, en cierta forma, el des-
Frente a esta postura, que podemos consi- tino del pensamiento posmoderno (D’Agostino,
derar “clásica” en el sentido fuerte del término, 2007, p.131). Es que si el Derecho forma parte

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de lo manipulable, de lo “infinitamente plas- En suma: un primado de la ley natural sobre


mable por el hombre” (D’Agostino, p.225), si el derecho de los hombres, espejo sobre el cual
el Derecho está sujeto al cambio permanente – este debe reflejarse a fin de hacer completamen-
cambio que se logra a partir de los consensos–; te plena la vida del hombre en sociedad.
no podemos hablar de su comunicación con la
verdad, ya que precisamente verdad es lo que no CONCLUSIONES
podemos cambiar a designio. Lo visto hasta aquí permite elaborar algunas
Pero, como enseñaba lúcidamente Belisario conclusiones. En primer lugar, en esta oposición
Tello, como toda persona está hecha para la ver- entre verdad y Derecho, el hombre común pier-
dad, esta no puede resultar indiferente a nadie. de y el jurista poco avezado, resta. Un Derecho
Otro tanto acaece con el Derecho que, en rigor,
sin verdad es una cáscara vacía de contenido
no es creado por el hombre, sino encontrado por
porque, en condiciones prácticas, estamos frente
este, como la verdad. Aunque tampoco el Dere-
a un derecho sin justicia.
cho, en cuanto cosa de hombres, puede perma-
En efecto, la justicia restaura en el Derecho
necer indiferente a la verdad, sino que, por el
el amor por la verdad y la realidad. Un sistema
contrario, lo verídico es inherente a lo jurídico
jurídico injusto es tan frágil como inconsisten-
(Tello, 1985, p.55).
te; del mismo modo que un razonamiento falso
En cambio, los acuerdos que surgen del con-
trasladado a la esfera política resulta inaplicable
senso son circunstanciales, transitorios, parcia-
y, las más de las veces, hasta pernicioso.
les. Aquí se ve con toda claridad hasta dónde
En segundo término, ha de tenerse presente
llega la confesada “debilidad” del pensamiento;
el paralelismo existente entre la acción moral
el hombre ha nacido para lo contingente, es su-
jeto de permanente cambio y en esa “variación” recta y el juicio verdadero. Ello fue sintetizado

constante se representa, brutalmente, su confe- en uno de los más bellos adagios de la filosofía
sada imposibilidad para alcanzar la verdad. tradicional: la rectitud de la tendencia pende de
Sin embargo, en esta oposición entre verdad la verdad del conocimiento, lo que ya fuera en-
y Derecho, el hombre común pierde y el juris- trevisto por el espíritu clásico de Goethe: todas
ta poco avezado, resta. El consenso, entonces, las máximas y reglas morales pueden ser reduci-
debe ser restaurado en la posición de la que nun- das a una sola: la verdad.
ca debió haber salido: como una confirmación El consenso, entonces, debe ser restaurado
de la verdad. Sin considerarlo como una mera en la posición de la que nunca debió haber sa-
sumatoria de voluntades al alcance de cualquier lido: como una confirmación de la verdad. Sin
resultado, sino como el fruto de una decisión considerarlo como una mera sumatoria de vo-
responsable que en última instancia venga a luntades al alcance de cualquier resultado, sino
confirmar el primado de lo permanente sobre lo como el fruto de una decisión responsable que
variable, del ser sobre el acontecer. en última instancia venga a confirmar el prima-

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do de lo permanente sobre lo variable, del ser D’Agostino, F. (2007). Filosofía del Derecho.
sobre el acontecer. Colombia: Temis.
Solo de esta manera podremos ver al consen- De Tocqueville, A. (1996). La democracia en
so “como en su casa”, en el lugar que le corres- América. México: Fondo de Cultura Eco-
ponde y en el que debe permanecer. Desde luego nómica.
que la política y el derecho se integran ambos Edelman, M. (1991). La construcción del espec-
en la esfera de lo público, y por ello el consenso táculo público. Buenos Aires, Argentina:
tiene sentido en este ámbito y no en otro. Ed. Manantial.
En tercer lugar, pensar en la relación que Freund, J. (1968). La esencia de lo político. Ma-
debe existir entre el consenso, la verdad y la rea- drid, España: Ed. Nacional.
lidad es ni más ni menos que acercarse a la no- Hobbes, T. (1994). Leviatán o la materia, forma
ción, hoy casi olvidada, de la relación existente y poder de una república eclesiástica y
entre moral, política y Derecho. civil. México: Fondo de Cultura Econó-
En suma: un primado de la ley natural sobre mica.
el derecho de los hombres, espejo sobre el cual Kalinowski, G. (1979). El problema de la ver-
este debe reflejarse a fin de hacer completamen- dad en la moral y el derecho. Buenos Ai-
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