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1
administrativos, cartas y colecciones de leyes. Los documentos administrativos más
antiguos datan de alrededor de 3200 a.C., los últimos corresponden al período helenístico y
arsácida (siglo III d.C. y posteriores). Sumado a ello, los restos arqueológicos permiten la
reconstrucción de la cultura material de la antigua Mesopotamia y agregan elementos a
nuestra percepción de los hechos económicos.
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pre-modernas y modernas, algunos de ellos, mucho antes, y otros después de que la teoría
de Polanyi se pusiera en debate. Ellos han manifestado sus dudas respecto de las teorías
económicas que conciben y analizan tanto las economías antiguas como las campesinas
desde el punto de vista de la teoría económica neoclásica, orientada hacia el mercado
(Renger 1994b). Se debería mencionar, simplemente, a Thorstein Veblen (1899) y a
Sigfried Morenz (1969), que aplicó las ideas de Veblen a la economía del antiguo Egipto, a
Witold Kula (1976), que explicó la economía feudal de Polonia en los siglos XVII Y
XVIII, desestimando las teorías neoclásicas de mercado. Basándose en su experiencia en
países en desarrollo, Chris Gregory (1982), representante de las teorías tradicionales de
economía política, también argumentó en esta dirección. Moses Finley (1985) explicó la
economía de la antigua Grecia en base a las ideas polanyianas. Douglas C. North (1981),
laureado con un premio Nobel, que básicamente adhiere a las posturas del análisis
económico neoclásico, admite que diversos fenómenos de las economías antiguas desafían
las explicaciones en términos neoclásicos. Tampoco deberíamos olvidar a Wallerstein,
Godelier o Sahlins.
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con Capadocia como intercambio administrado sobre la base de un conocimiento más
profundo de las fuentes primarias, más abundantes ahora que en la época en la que Polanyi
formuló sus hipótesis. Fue recién en los años ochenta que las teorías de Polanyi se
convirtieron en una cuestión de interés para los que estudiaban la economía mesopotámica.
Algunos mostraban su aprobación, otros eran escépticos o incluso extremadamente críticos
respecto de los principios de Polanyi. Vargyas (1987) argumenta desde un punto de vista
que es básicamente determinado por la teoría neoclásica, y sin tomar conocimiento de la
crítica manifestada también por economistas, según la cual se necesita un enfoque diferente
al analizar economías pre-modernas. La crítica de las hipótesis de Polanyi por Gledhill y
Larsen (1982) descuida el valor analítico del paradigma de Polanyi respecto del concepto
de deuda por parte de las sociedades campesinas. El fracaso de las cosechas podía dar por
resultado el endeudamiento y, en consecuencia, la pérdida del control sobre la producción
agrícola (Renger 1995b). Esto podía significar que mayor o menor cantidad de tierras
cultivables, y por lo tanto, la producción agrícola en su totalidad, quedara bajo control
institucional. Como consecuencia de ello, el modo de producción dominante era
determinado por grandes unidades domésticas institucionales urbanas (oikoi). Una vez que
se alcanzaba esta etapa, quedaba muy poco margen para estructuras sociales y económicas
por fuera del palacio.
La economía del oikos, como concepto ideal típico de organización económica, fue
descripto en primer lugar por Karl Rodbertus, y posteriormente por Karl Bücher y Max
Weber. Con el tiempo, el concepto de oikos fue aplicado a la antigua Mesopotamia por
Gelb (1979), y más sucintamente, por Gregoire (1981, 1992). Oppenheim se refiere al
templo y al palacio como las “grandes organizaciones” que controlan la mayor parte de los
medios de producción, es decir, la tierra cultivable. La economía del oikos era el modo de
organización económica dominante en Mesopotamia durante la última parte del cuarto
milenio y durante el tercer milenio. Presenta dos características principales. En primer
lugar, la unidad doméstica patrimonial (oikos) del gobernante es idéntica, tanto en términos
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institucionales como espaciales, al “estado”. Integrada en ella se encuentra más o menos la
totalidad de la población, que provee de la mano de obra necesaria para la reproducción del
estado y de sus instituciones. En segundo lugar, estas unidades domésticas autosuficientes
producen todo lo necesario, salvo algunas necesidades estratégicas, como los metales o
bienes de prestigio que deben obtenerse del exterior. Característico de la economía del
oikos es el modo d producción redistributivo, según el cual una autoridad central, es decir,
el gobernante, se apropia de los resultados del trabajo colectivo en las actividades agrícolas
y no agrícolas, y posteriormente los redistribuye entre los productores, es decir, la
población del estado. Es por esto que hablamos de una economía redistributiva del oikos.
En los inicios del tercer milenio a.C., la unidad doméstica (oikos) del gobernante de
pequeñas entidades territoriales es, en términos organizativos y funcionales, menos
compleja o diferenciada que durante la Tercera Dinastía de Ur. La unidad doméstica del
gobernante del estado de Ur III abarca ahora la totalidad del reino y esa unidad patrimonial
del gobernante se caracteriza por cinco diferentes tipos de oikos. Ellos son:
- Tierras agrícolas de 50 a 200 ha. cada uno (Renger 1995b), administradas por los
templos, pero también por unidades domésticas dependientes del palacio. Las tierras
de los templos eran administradas por un numeroso personal administrativo, por lo
general organizado en tres niveles.
- Talleres, por ejemplo, para la producción textil, procesamiento del grano, o para
producir bienes artesanales, todos organizados y controlados por el palacio,
utilizando a veces alrededor de 100 o más trabajadores, hombres y mujeres.
- Unidades domésticas de distribución.
- Unidades domésticas de apoyo a las actividades administrativas del estado1.
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Por ejemplo, el mensajero de la unidad doméstica (é.sukkal) dirigida por el sukkal-mah.
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- Unidades domésticas individuales del gobernante, de los miembros de la familia
real, de los sumos sacerdotes y de los más importantes funcionarios del reino, para
su subsistencia personal.
Factores externos e internos, tales como la afluencia de grupos tribales, los ataques
militares desde Elam, las rivalidades políticas, el excesivo crecimiento del sistema de oikos
y la salinización de los suelos en el sur de Babilonia, produjeron cambios políticos y socio-
económicos significativos durante el siglo XX a.C. Como resultado de ello, el sistema de
oikos del tercer milenio fue perdiendo gradualmente su predominio como factor económico
decisivo. Fue reemplazado por un sistema en el que una gran proporción de las actividades
económicas que hasta entonces se habían desarrollado en grandes unidades domésticas
institucionales se asignó a individuos que trabajaban pequeñas parcelas de tierra, o a
entrepreneurs.2 Esto se refería a actividades como la producción de cereales en gran escala,
el cultivo de palmeras datileras, la cría de animales y también la explotación de algunos
recursos naturales (pesca, caza de aves, recolección de juncos, fabricación de ladrillos).
También implicaba servicios tales como la recaudación de los tributos, el transporte de los
productos agrícolas, el almacenamiento de cereales, el intercambio a larga distancia (una
actividad a menudo designada como “iniciativa del palacio”). Dado que el entrepreneur
debía pagar al palacio en especie o en plata, esto se conoce como economía tributaria
(Renger 2000). Muchos de estos “emprendedores” eran miembros de la élite administrativa.
El riesgo del emprendimiento corría por cuenta del entrepreneur. Esto significaba que a
menudo no pudieran cumplir con el servicio prometido, debido a diversos motivos como
malas cosechas o enfermedades en el ganado. Dado que el palacio dependía de los servicios
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Sic en el original (“emprendedores”, “empresarios”). El autor utiliza un término de la economía moderna
para referirse a quienes poseían una tierra que no trabajaban en forma directa para su subsistencia. (N. de
la T.)
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de los entrepreneurs, las deudas podían ser perdonadas por los denominados “edictos de
remisión” (Renger 2000b).
Desde comienzos del cuarto milenio en adelante, la agricultura tuvo logros significativos,
no tanto debido a los avances tecnológicos sino por el alto desarrollo de los medios de
administración, tales como la movilización muy efectiva de la mano de obra. Las
habilidades agronómicas y el uso óptimo de animales de tiro como los bueyes, entrenados
para trabajar en grupos de cuatro, fueron factores de gran importancia para desarrollar las
tareas agrícolas en grandes extensiones en las tierras institucionales.
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Tamaño mínimo de aproximadamente 6 ha.
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“Corvée”, sic en el original.
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Este sistema se denomina, en términos mesopotámicos, ilku.
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proporción de 1:16, o 1:24, entre la semilla y el grano cosechado, y aproximadamente 750
kg por hectárea- no tiene parangón en la antigüedad6. En segundo lugar, después de la
agricultura de cereales, se encontraba el cultivo de palmeras datileras.
Cría de animales
Reciprocidad y redistribución
En tanto que los modos de asignación o las formas de obtener los bienes básicos para la
vida tomaron formas específicas en Mesopotamia, originaron un considerable debate entre
antropólogos económicos, historiadores económicos e historiadores del antiguo Cercano
Oriente. Para Polanyi (1977), la diferencia entre una economía pre-moderna y una
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Región del Ática clásica, 1:7; Apulia, 1:10, centro de Europa medieval, 1:3.
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La organización de la ganadería evidencia un complejo sistema de cría. Documentos que abarcan desde
comienzos del tercer milenio a.C. hasta el siglo XVIII a.C. inclusive atestiguan las metas esperadas para os
administradores de un rebaño (Kraus 1966). Estaban obligados a informar una tasa de crecimiento de un
rebaño de 80 animales por 100 ovejas madres (Renger 1991; para ganado vacuno, Nissen 1990). Cada vez
que un criador tenía excedente, los animales pasaban a formar parte de su propio rebaño particular.
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economía moderna, capitalista y orientada hacia el mercado se vuelve especialmente
evidente al considerar modos específicos de intercambio. La reciprocidad y la
redistribución fueron aceptadas con relativa facilidad, incluso por investigadores del
Cercano Oriente que adherían a concepciones económicas que aplicaban el principio de
mercado al análisis económico. Lo hacen pese al hecho de que la reciprocidad y la
redistribución son aspectos esenciales del concepto de intercambio sin mercado de Polanyi,
un concepto que niega la existencia de mercados en las sociedades antiguas y en sus
economías. Debe destacarse, sin embargo, que Polanyi no niega del todo la existencia del
intercambio, de mecanismos de intercambio que denomina substitutos del mercado y
elementos de mercado. Pero su afirmación básica sigue siendo válida: que el intercambio de
bienes (y de servicios) se produce predominantemente en condiciones de reciprocidad o de
redistribución, y no necesariamente bajo la forma de intercambio de mercado regido por un
mecanismo de oferta-demanda-precio.
De este modo, se deben tomar en cuenta dos esferas económicas separadas, aunque
interactuando entre sí (Renger 1990a). Una de ellas se basa en la agricultura de subsistencia
realizada en pequeñas parcelas, caracterizada por la vida en pequeñas aldeas y poblados del
entorno rural babilónico. El intercambio reciprocitario y la solidaridad tradicional son los
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principios dominantes que gobiernan las relaciones sociales y económicas en la esfera rural.
La otra esfera queda determinada por la organización económica de las grandes unidades
domésticas institucionales y su sistema redistributivo, y es característica de la sociedad
urbana mesopotámica. No obstante, los modos de intercambio reciprocitario también
juegan un papel en la esfera urbana, como sucede en el caso del sistema redistributivo, que
se desborda en la esfera rural.
Intercambio de mercado
Más aún, debemos preguntarnos si, y en qué medida, el intercambio de mercado era posible
y necesario para proveer a la subsistencia de la población. En la era redistributiva del cuarto
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y tercer milenio, la economía y la sociedad estaban organizadas como el oikos del
gobernante patrimonial. Toda la tierra institucional se hallaba controlada por las grandes
economías domésticas institucionales de la época, en las que se integraba prácticamente
toda la población, que se aprovisionaba mediante un sistema redistributivo de raciones.
Desde el segundo milenio, la agricultura en parcelas familiares producía todo lo necesario
como para abastecer a la subsistencia de los productores. Prácticamente no quedaba un
excedente como para suplir a un mercado en el estricto sentido del concepto, no existía la
necesidad de aprovisionarse mediante un mercado. La producción para abastecer las
propias necesidades limita la demanda; el consumo total o casi total de la propia producción
limita la oferta (Renger 1993). Además de la necesidad de satisfacer la alimentación básica,
la necesidad de proveerse de vestimenta -siendo ésta parte de las raciones en los sistemas
redistributivos- y de un techo, existe la necesidad de herramientas y utensilios. Los
utensilios tales como las herramientas agrícolas se producían en cada unidad doméstica o,
como sucedía con la cerámica, de forma cooperativa en la aldea. Sólo las herramientas y
utensilios hechos de metal podían obtenerse del exterior por parte de aquellos que podían
costearlos, aunque no resulta claro en qué medida las herramientas de metal se utilizaban en
realidad en las unidades domésticas rurales. Las grandes unidades domésticas
institucionales, sin embargo, dependían de la producción de cerámica, utensilios y
herramientas dentro de sus propios talleres.
El principio general de la economía institucional del cuarto y tercer milenio a.C. era la
autosuficiencia. Sólo unos pocos productos se obtenían del exterior de la Mesopotamia a
través del intercambio a larga distancia organizado por las unidades domésticas
institucionales y manejado por mercaderes (entrepreneurs) que eran miembros
dependientes de esas unidades. Los bienes y objetos que podían conseguirse en la
Mesopotamia, tales como animales para el arado, asnos, ovejas y cabras, y también los
cereales, aquello que no estaba disponible o era escaso en alguna unidad doméstica
institucional, se adquiría mediante el intercambio institucional entre estas unidades. Una
parte del equivalente de los bienes recibidos se entregaba en plata.
Crecimiento económico
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La importante cuestión del crecimiento económico en la antigua Mesopotamia no ha sido,
hasta ahora, objeto de mucha discusión. Varios factores eran decisivos para hacer que el
crecimiento económico permaneciera en un nivel del cero por ciento o cercano al mismo.
Una vez alcanzados los logros tecnológicos básicos en la producción metalúrgica, cerámica
y textil, como también en técnicas agrícolas y de construcción y en la organización del
trabajo (durante el quinto y cuarto milenio a.C.), no se observan, en los períodos siguientes
de la historia mesopotámica, otros progresos importantes que podrían haber generado un
aumento significativo en la producción.
El acceso a los recursos naturales resulta de fundamental importancia para sostener una
economía, además de la disponibilidad de energía y los factores demográficos. En primer
lugar, para una economía agraria se hallan la tierra cultivable, el agua (por irrigación o por
lluvias) y un clima adecuado, complementados por recursos naturales adicionales para la
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alimentación (peces, aves y animales para cazar, y todo lo que no se obtiene como
productos agrícolas). Uno de los recursos naturales básicos de la antigua Mesopotamia era
la arcilla. Se utilizaba como material de construcción principal y para la producción y
manufactura de cerámica y utensilios (por ejemplo, hoces de arcilla para utilizar en la
siega).
La teoría de Pietro Scraffa (1960) acerca de la producción de bienes por medio de otros
bienes fue aplicada a la economía de Ur III por Kurz (2000). Este investigador se refiere a
un “modelo cerealero”, dado que el producto básico de la Mesopotamia era el cereal
(cebada). Respecto de este modelo, se deben considerar dos situaciones diferentes
relacionadas con la productividad agrícola. La primera se refiere a la economía de
subsistencia, que solamente permite la reproducción material de los que se dedican a la
agricultura, abasteciendo así a la totalidad de la sociedad. Una economía de subsistencia de
este tipo se aplica a regímenes agrícolas con una proporción de rendimiento por semilla de
1: 2 hasta aproximadamente 1: 6. Un rendimiento de tan bajo nivel no deja prácticamente
nada de excedente una vez que se descuenta la semilla para el próximo año y las
necesidades de consumo de los que trabajan la tierra.
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grandes cantidades de trabajadores en talleres textiles. Éstos producían, en un proceso que
tomaba un tiempo considerable, textiles de extraordinaria calidad, que no sólo se utilizaban
con propósitos de prestigio interno sino también como un producto de exportación muy
apreciado. A cambio de ellos, ingresaban a la Mesopotamia otros bienes de prestigio y
también productos como la plata, el oro o bienes estratégicos como el cobre y el estaño para
la producción del bronce, o maderas. Este excedente generado por la producción de bienes
(textiles) por medio de otros bienes (cereales/cebada) servía exclusivamente para propósitos
de prestigio y ostentación. No se “invertía” para generar un excedente económico.
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