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De Turismo Por Nariño PDF
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Pero aparte de estos lugares privilegiados por el turismo, existen recónditos parajes
que los ojos acuciosos de un viajero podrían admirar, entre ellos el majestuoso
enjambre de volcanes tocados con un gorro blanco que busca ser permanente,
regalando el lanudo collar de su follaje y el vaporoso calor de sus aguas termales,
sistema conformado por el Chiles, el Cumbal, el Azufral, y la porción colombiana del
Cerro Negro, allá lindando la frontera con el Ecuador.
O yendo hacia la costa, tras cruzar los parajes de la Nariz del Diablo en los que
Guillermo Edmundo Chaves ubicara parte de la trama de su novela legendaria,
Chambú…, arribar a Barbacoas, cuna de la orfebrería nariñense, donde el oro
alimenta la rusticidad de la existencia foránea y hace añorar la riqueza extraída en
el pasado por la ambición extranjera; y luego, en una lancha, o en un ‘potro’
fabricado con manos de esperanza, remontar la inquietud aparente del Río Telembí,
y entre mulatas de ébano y hercúleos negros dedicados al mazamorreo con el que
extraen el metal precioso, adormecidos por el canto de los pájaros desembocar al
Río Patía, pensando en la bondad de los recursos hídricos del Departamento,
capaces de producir energía suficiente para abastecer al país entero, de
implementarse toda la infraestructura.
Aquí valdría la pena acampar sobre las aguas para acreditar la diversidad de relatos
y leyendas, como la aparición del Riviel o de cualquier otro fantasma de los
mencionados en la zona, para que luego, aferrados a la vida, llegar a Bocas de
Satinga por un Océano Pacífico descarriado en el peligro de las olas, y ya en
Tumaco, ser recibidos por la algarabía y la franqueza de sus habitantes, que tratan
de alcanzar el desarrollo y el progreso que el centralismo siempre les ha impedido.
Los trapiches de Sandoná, población situada al Occidente por la circunvalar que
rodea al Volcán Galeras, y sus sombreros de paja toquilla…, harían brotar la
instantánea sed por el guarapo que destila la panela, y hasta el deseo por desarrollar
industrialmente una producción que mantiene el encanto de la explotación casera,
pero que aun así ha llegado a satisfacer el paladar de al menos un millón de
japoneses conforme lo revelan las estadísticas.
Y qué decir de las tortillas de harina de Pilcuán o de los platillos de sabor autóctono
que por allí se venden; del pollo cocido y luego frito, cuyo sabor no podría
conseguirse mejor en ninguna parte de la vía existente entre Alaska y la Patagonia;
del frito saltarín y apresurado que cualquiera devora sin recato frente a las
drasticidades de una higiene puesta en vela por el polvo de un congestionado
camino, en el que se detienen todos los vehículos que van o que regresan de su
viaje a Ipiales o de cualquiera de las poblaciones del sur del Departamento, incluida
Túquerres, cuna de muchos intelectuales y uno de los lugares más altos de
Colombia, donde la revolución de los Clavijos escasamente promocionada por el
oportunismo de la Historia, se adelantó a los afanes independentistas de la que
sería la Patria, incluido el movimiento de Galán y sus famosos comuneros.
Nariño es un múltiple retazo de ensueños donde habita y labora una raza que no ha
vendido aun los ideales, y que ha esperado el tiempo suficiente para señalar que
tiene historia, infinitos recursos en su naturaleza, poetas e industriales; dirigentes y
esforzados deportistas; técnicos y artistas; y toda una gama de baluartes que
aspiran y esperan una oportunidad sobre la tierra, para que su leyenda sea
reconocida.
Sometida al exterminio de las guerras maniqueas que intentaban abolir las cadenas
de un sometimiento forjado por la inclemencia de los hombres, la raza nariñense
debió levantarse de entre sus cenizas para abolir los decretos del destierro y del
olvido con la que fue juzgada por los vencedores de una contienda sanguinaria que
se cuenta parcialmente; y levantar cada día la fuerza de su músculo y de su
pensamiento para informar que todavía existimos, y sufrimos, y luchamos; y que
este recodo de la tierra que conforma la curva exterior del mapa en cuyas cercanías
se aviene la mitad del mundo, está hecho con la magia de paisajes todavía no
descritos, de historias olvidadas o nunca recogidas que transmiten costumbres
milenarias pisoteadas por el afán de la codicia, y de gentes que construyen sus
silencios y la magnificencia de sus alegrías con retazos del maderamen que les
provee la tierra; con la imaginación de sus creadores que caminan la placidez de un
seguro anonimato; y con la fuerza de un espíritu que se niega a los olvidos, porque
tiene la certeza de que el futuro habrá de convertirse en una puerta enorme por la
que entre la objetividad de la historia, en la que el progreso integral y humanista sea
la respuesta a los años de apartamiento y de olvido, con que quiso condenarla la
entendible y humana soberbia de los emancipadores.