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Biden y las oportunidades para

Estados Unidos y América Latina


El presidente electo podría reconfigurar las relaciones de su país con la región.
Es una tarea difícil, pero también una coyuntura única.






El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, el 11 de
diciembreCredit...Mike Segar/Reuters
Por Vanni Pettinà
Es historiador especializado en América Latina.
• 14 de diciembre de 2020

CIUDAD DE MÉXICO — Estados Unidos empezará una nueva gestión


presidencial en enero y enfrentará un reto mayor: devolver a la política exterior
de su país la legitimidad perdida durante los cuatros años de gobierno de
Donald Trump.

Quizás ninguna región sea más importante en ese rubro que América Latina.

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Es en Latinoamérica donde, siguiendo la proclamación de la Doctrina Monroe


en 1823 —“América para los americanos”—, el mito de la excepcionalidad
estadounidense ha generado algunas de las páginas más oscuras de la política
exterior de Washington. Pero es también aquí donde Estados Unidos ha
mostrado ciertas posibilidades para establecer una forma más horizontal e
incluyente de hegemonía.

Joe Biden, presidente electo de Estados Unidos, quien conoce bien la región,
tiene la oportunidad de reconfigurar las relaciones entre Estados Unidos y sus
vecinos del sur replanteando la política exterior de Washington lejos del
paradigma excepcionalista. Es una tarea sin duda difícil, pero también una
oportunidad única.
Para el científico político Stephen Martin Walt, el excepcionalismo representaría
la convicción de que “los valores estadounidenses, su sistema político e historia
son únicos”, lo que otorgaría al país la legitimidad de desempeñar un “papel
internacional diverso y positivo” de otras fuerzas del orden mundial.

Sobre el excepcionalismo de la Doctrina Monroe se construyeron y justificaron


algunos de los momentos más negativos de la política exterior estadounidense
en América Latina. Los desembarques de Marines en el Caribe y en
Centroamérica a comienzo del siglo XX; el derrocamiento del gobierno
guatemalteco de Jacobo Árbenz en 1954, el fracaso de la invasión de Bahía de
Cochinos en 1961 y el golpe en contra del presidente chileno Salvador Allende en
1973 son solamente algunos de los episodios más conocidos de esa historia.

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La debilidad del paradigma excepcionalista ha sido eficazmente cuestionada por


historiadores como Thomas Bender, Kiran Klaus Patel o Tore Olsson. A pesar de
haber perdido legitimidad en el ámbito académico, en la arena política este
paradigma sigue siendo usado como una justificación recurrente para la política
exterior. La premisa de la excepcionalidad estadounidense ha sido seguida no
solo por presidencias más empreñadas de una ideología nacionalista, como la
Donald Trump, sino también por gobiernos liberales como el de Barack Obama.

Es con la presidencia de Trump, sin embargo, que esta concepción ha entrado


en una crisis que podría ser estructural. El racismo y la propensión al
autoritarismo en el plano interno y una política exterior en buena medida
alineada con los gobiernos más reaccionarios del mundo son algunos de los
elementos que han puesto en entredicho los cimientos que podían justificar la
idea de la unicidad del experimento político estadounidense.

A unas semanas de iniciar su mandato, Biden parece dispuesto a regresar a


Estados Unidos a una línea política tradicional en el manejo de la política
interna, pero no debería hacer lo mismo con la política exterior. Este es el
momento de pensar en un proyecto alternativo para la relación estadounidense
con América Latina y dejar atrás definitivamente el excepcionalismo y la
perjudicial Doctrina Monroe que ha dañado tanto a la región.
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La asimetría de poder y el descalabro de los procesos de integración política


latinoamericanos hace que Washington mantenga una capacidad de liderazgo
mayor que la de los otros países del continente. La clara hegemonía económica y
política estadounidense, sin embargo, puede y tendría que ejercerse durante la
presidencia de Biden basándose en una interacción no excepcionalista.

Aunque fugazmente, esto ha sucedido en algunos momentos de la historia.

Después de 1929, cuando la crisis económica ya había evidenciado que Estados


Unidos era menos excepcional de lo que se creía, el gobierno de Franklin Delano
Roosevelt supo construir una estrategia continental novedosa, basada sobre
una visión más igualitaria de las relaciones con sus vecinos. Pese a que siguió
existiendo una relación desequilibrada, hubo momentos de mayor autonomía y
respeto: se abandonó formalmente el intervencionismo militar y se impusieron
mecanismos de cooperación económica y multilateralismo que fueron pilares
importantes de una estrategia que dio vida a un periodo extraordinario en las
relaciones hemisféricas.

Después de 1945, la Guerra Fría borró dramáticamente algunos de los logros


alcanzados durante esa etapa, pero la breve experiencia del gobierno de Jimmy
Carter (de 1977 a 1981) volvió a mostrar a un Estados Unidos
menos excepcional en su política hacia la región. A pesar de ser poco efectiva, la
política de Carter intentó plantear de forma más paritaria las relaciones con los
países de América Latina y puso de relieve el respecto de los derechos humanos
y la cooperación interregional.
Es con esos referentes en mente que Biden podría mostrar que el
excepcionalismo y una política exterior unilateral no representan los únicos
modelos de interacción con América Latina y mucho menos los más
beneficiosos.

En términos prácticos, el cambio tendría que traducirse en la eliminación de


políticas excepcionalistas como el largo y fallido embargo contra Cuba, que ha
generado distorsiones internas en la vida política de la isla que han beneficiado
mayoritariamente a los sectores más radicales del gobierno y de la oposición; o
las sanciones contra Venezuela, que también han demostrado ser insuficientes
para ayudar a que el país salga de la dramática crisis política y económica de la
última década.

En 2021, Biden tiene la posibilidad no solo de curar las heridas abiertas por
Trump y su política arrogante y abusiva. El nuevo presidente tiene la
oportunidad de recordar que el pasado ofrece modelos para interactuar con la
región que pueden ayudar a fortalecer la institucionalidad democrática, los
derechos sociales y las políticas ambientales, superando el oscuro legado de la
nociva Doctrina Monroe.

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